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EL SILENCIO EN LA LITURGIA
PARTE PRIMERA
Las naves
Las naves de la mayoría de nuestras iglesias, que dividen el espacio interior en tres, teniendo como
referente la planta basilical, son un reclamo a lo que venimos apuntando sobre la arquitectura del silencio.
El interior de estos edificios, en su sencillez arquitectónica, sin tener en cuenta la decoración, posee “un
bello silencio” que nos invita a la total serenidad, al silencio.
El silencio envuelve el altar, el corazón y el centro del edificio, el lugar contemplativo y adorante por
excelencia de la Iglesia. El altar es símbolo del Misterio de Cristo, símbolo de su Cuerpo místico y lugar de
su Pascua. Nada más entrar en una iglesia, nuestra mirada se concentra en el altar.
El espacio del altar durante la celebración es para la oración, la contemplación, la comunión y el silencio.
Hacia él se dirigen los fieles, no para estar distraídos, sino para la alabanza y acción de gracias, con una
mirada de fe, dirigiendo los ojos hacia el altar, siguiendo con atención y entrando en profundidad en el
Misterio que se celebra.
Otro de los lugares simbólicos del templo es el ambón o lugar de la Palabra de Dios. “Ambón” significa
“lugar elevado”, reservado solamente a la Palabra y a la oración, debiendo estar entre la nave del templo y
el altar.
Cuando el visitante contemple en silencio el ambón, le debe recordar quién es nuestro Maestro. No
podemos olvidar junto al mismo, el candelabro del cirio pascual, memoria también permanente de la
Resurrección.
La sede del obispo o sacerdote, normalmente situada detrás del altar y en el centro del ábside, un poco
elevada, también es única, porque uno sólo es el que preside en cada celebración, representando a
Cristo, Supremo Sacerdote, Maestro, Pastor y Guía del Pueblo.
Pocos lugares hay en una iglesia que nos invite más al silencio y a la oración como la Capilla del
Santísimo donde se encuentra el Sagrario, destacando por su nobleza, disposición y seguridad,
favoreciendo la adoración. Cristo sigue presente, permanentemente, como alimento para los enfermos,
sobre todo para el Viático, y también para la adoración y la oración personal. Para encontrarse
silenciosamente con nosotros y nosotros con él.
Otras capillas, a modo de iconostasio, recogen las imágenes que reciben el culto y la devoción silenciosa
del pueblo cristiano a lo largo del tiempo. Las imágenes de la Santísima Virgen y de los santos nos
recuerdan y significan “a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan ‘la nube de testigos’ (Heb 12, 1)
que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la
celebración”. Recogen en silencio la plegaria de tantos que acuden a su poderosa intercesión.
La sacristía
Terminamos nuestro recorrido adentrándonos en la sacristía, la sala anexa a cualquier iglesia, que, según
la antigua concepción, está cerca del presbiterio, donde habitualmente se revisten y preparan los ministros
antes de salir a la celebración. La sacristía guarda todavía una dignidad especial por ser la antesala del
lugar más sagrado, normalmente del presbiterio. De ahí su nombre de ‘sacristía’, que en latín eclesiástico
significa “cercano a lo sagrado”.
Dentro de este recinto podemos admirar toda una serie de enseres de diferente índole guardados en
armarios o vitrinas, entre los que podemos destacar los vasos sagrados (cálices, patenas, custodias,
portaviáticos…). El ajuar litúrgico se completa con las vestiduras litúrgicas. También se guardan, en un
sitio destacado, los libros litúrgicos, recogidos a lo largo de toda su historia.
Entre los encargos que el Ceremonial de los Obispos encomienda al sacristán de la iglesia catedral está el
“cuidar” “que se observe el silencio y la modestia en la sacristía y en el ‘secretarium’”. ¿Cuánto nos queda
por recorrer aún en este sentido para que eduquemos a los fieles y no acudan a la sacristía en los pocos
minutos que anteceden a la celebración? Y, ¿cuánto tendríamos que trabajarnos los presbíteros y los
demás ministros del altar para disponernos “adecuada y devotamente a las acciones sagradas”,
guardando ese silencio interior y exterior antes de la celebración? Para ello hemos de evitar que nuestras
sacristías, en los momentos previos a la celebración, se conviertan en lugares de paso para aquellos
colaboradores más cercanos o amigos que entran a la iglesia por allí, o aquellos que se acercan en los
últimos momentos para saludar al cura y para decirle que están allí, que han llegado y que ya puede
comenzar…
La Asamblea o Comunidad
Hemos iniciado esta primera parte diciendo que “el silencio tiene una casa”, la Iglesia de Jesucristo, y que
al ponernos delante de ella debemos encontrarla como “una casa abierta, acogedora y testimonial”,
indicando que al entrar en una casa familiar, aunque no haya nadie, se descubre que está habitada y
cuáles son las características de la familia que la ocupa, así es cualquiera de nuestras iglesias o lugares
de culto.
En primer lugar, es una casa abierta. Para que todos puedan entrar como en casa propia, para orar, para
admirar o, simplemente para permanecer en silencio.
Dios Padre nuestro, envíanos sacerdotes santos, todos por el Sagrado y Eucarístico Corazón de Jesús,
todos por el Doloroso e Inmaculado Corazón de María, en unión con San José su castísimo esposo
Rogamos por la Restauración de la Fe Católica en el mundo
Por la Libertad Religiosa en todo el mundo
Por la Paz y la Libertad en todos nuestros países
Por el Fin del aborto y el Respeto a la Vida
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te
aman!
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te
aman!
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te
aman!
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en
reparación de los ultrajes con los que El es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y
del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.
1 Padre Nuestro
Padre nuestro
que estás en el cielo
Santificado sea tu nombre
Venga tu reino
Hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo.
3 Ave Marías
Gloria
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo
Como era en el principio, ahora y siempre
por los siglos de los siglos.
Amén.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la fe y humildemente pongo
este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la esperanza y
humildemente pongo este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la caridad y humildemente
pongo este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la unión con Cristo y
humildemente pongo este ramo de rosas a tus pies.
1 Padre Nuestro,
10 Ave Marías,
Gloria.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte ampáranos gran Señora, no te olvides de
nosotros en aquella última hora.
Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al Cielo,
especialmente las más necesitadas de tu misericordia.
Santa Madre de Dios, uno estas rosas blancas con mi petición por la virtud de la unión contigo y
humildemente pongo este ramo de rosas a tus pies.
La Salve
Oración original a San Miguel Arcángel del Papa León XIII – 25 de septiembre de 1888
¡Oh glorioso príncipe de las milicias celestiales, san Miguel arcángel, defiéndenos en el combate y en la
terrible lucha que debemos sostener contra los principados y potestades, contra los príncipes de este
mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos! Ven en auxilio de los hombres que Dios ha creado
inmortales, que formó a su imagen y semejanza y que rescató a gran precio de la tiranía del diablo.
Combate en este día, con el ejército de los santos ángeles, los combates del Señor como en otro tiempo
combatiste contra Lucifer, el jefe de los orgullosos, y contra los ángeles apóstatas que fueron impotentes
de resistirte y para quien no hubo nunca jamás lugar en el cielo. Si ese monstruo, esa antigua serpiente
que se llama diablo y Satanás, él que seduce al mundo entero, fue precipitado con sus ángeles al fondo
del abismo.
Pero he aquí que ese antiguo enemigo, este primer homicida ha levantado ferozmente la cabeza.
Disfrazado como ángel de luz y seguido de toda la turba de espíritu malignos, recorre la tierra entera para
desterrar de ella el Nombre de Dios y de su Cristo, para hundir, matar y entregar a la perdición eterna a
las almas destinadas a la eterna corona de gloria.
Sobre hombres de espíritu perverso y de corazón corrupto, este dragón malvado derrama también, como
un torrente de fango impuro el veneno de su malicia infernal, es decir el espíritu de mentira, de impiedad,
de blasfemia y el soplo envenado de la impureza, de los vicios y de todas las abominaciones.
Enemigos llenos de astucia han llenado de injurias y saturado de amargura a la Iglesia, esposa del
Cordero inmaculado, y sobre sus bienes más sagrados han puesto sus manos criminales. Aun en este
lugar sagrado, donde fue establecida la Sede de Pedro y la cátedra de la Verdad que debe iluminar al
mundo, han alzado el abominable trono de su impiedad con el designio inicuo de herir al Pastor y
dispersar al rebaño.
Te suplicamos, pues, Oh príncipe invencible, auxilia al pueblo de Dios contra los ataques de esos espíritus
malditos, y dale la victoria. Este pueblo te venera como su protector y su patrono, y la Iglesia se gloría de
tenerte como defensor contra las malignas potestades del infierno. A ti te confió Dios el cuidado de
conducir las almas a la beatitud celeste. ¡Ah! Ruega pues al Dios de la paz que ponga bajo nuestros pies
a Satanás vencido y de tal manera abatido que no pueda nunca más mantener a los hombres en la
esclavitud, ni causar perjuicio a la Iglesia. Presenta nuestras súplicas ante la mirada del Todopoderoso,
para que las misericordias del Señor nos alcancen cuanto antes. Somete al dragón, la antigua serpiente
que es el diablo y Satanás, encadénalo y precipítalo en el abismo, para que no pueda seducir a los
pueblos. Amén
Oremos
Oh Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, invocamos tu Santo Nombre, e imploramos insistentemente
tu clemencia para que por la intercesión de la Madre de Dios María Inmaculada siempre Virgen, del Beato
Miguel Arcángel, del Beato José Esposo de la misma Santísima Virgen, de los bienaventurados Apóstoles
Pedro y Pablo y de todos los Santos, te dignes auxiliarnos contra Satanás y todos los otros espíritus
inmundos que vagan por el mundo para dañar al género humano y perder las almas.
Amén
¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos y, en prueba de mi filial afecto, os consagro
en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón. En una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo(a)
vuestro(a), oh Madre de bondad, guardadme y protegedme como cosa y posesión vuestra.
En Ti, dulce Madre mía, he puesto toda mi confianza y nunca jamás seré confundido. Amén.
V. Oh dulce Corazón de María,
R. Sed mi salvación.
V. Ave María Purísima,
R. Sin pecado concebida. Amén.