Está en la página 1de 23

Clase Nro.

06
Cultura y Tiempo

CONCEPTO DE TIEMPO
La compresión del concepto de tiempo tiene su punto de partida en el mismo
lenguaje griego; las diferencias entre los conceptos de aión, cronos y kairós,
moduladas posteriormente en la filosofía platónica, dan inicio a un debate intenso
dentro del pensamiento griego que se proyectaría hacia los pensadores
posteriores.
En el vocabulario griego existían dos conceptos diferenciados de tiempo: la
palabra aión, que podría traducirse como tiempo vital, el referido a la duración de
la vida individual de una persona, provenía el concepto de fuerza vital; esto hizo
que se asimilara fuerza y tiempo pues, al fin y al cabo, la vida dura mientras
aquella persista. Cronos, por otro lado, podría traducirse por tiempo en todo su
conjunto o, incluso, tiempo infinito. El tiempo de Cronos es lineal. Kairós es el
instante en el que algo importante sucede; es un momento imprevisto , es el “aquí
y ahora”.
Pero siendo, en principio, aión un concepto más reducido que el de cronos, su
evolución hizo que abarcara más que este. Platón (Tim, 37, D) señala que el
tiempo, cronos, es la imagen móvil de la eternidad, aión, lo cual parece haber sido
asumido por Aristóteles (De Caelo) cuando lo asimila a la idea de edad del cielo
entero y, por tanto, a la de eternidad, pudiendo también concebirse como modelo
del tiempo.

El tiempo es un concepto que se asume de forma intuitiva en las sociedades


Occidentales, se percibe su transcurso, o mejor, se enseña a percibir. He aquí la
problemática del tiempo: su concepto, definición y medida.
El tiempo se ha convertido en un nuevo valor, un factor clave en la vida de las
personas, influyendo en las percepciones de la gente sobre la calidad y el valor
de los servicios. La importancia que se asigna al tiempo ha llevado a clasificar los
servicios como “rápidos” o “lentos”, planteando nuevos desafíos para la entrega
de los mismos.
Los consumidores tienen una nueva propuesta de valor que se está imponiendo
a los proveedores de su servicio, y se incluye el reconocimiento del valor de su
tiempo en las interacciones con las empresas, y si esto no ocurre estos servicios
no ganan relevancia.
Así, el tiempo ha llegado a ser considerado como importante y los servicios
generan dos categorías: No Time (No Tiempo) o tiempo lento (Slow Time). Si no
se percibe un valor en el gasto de tiempo, los consumidores utilizarán una
categoría como “No Time”, y esto obliga a las empresas a crear soluciones que
no tienen tiempo para tales servicios. En este sentido, la tecnología entra en juego
como una solución, lo cual no quiere decir que el cliente esté dispuesto a pagar
más por ello. A modo de ejemplo, el auto check-in de las aerolíneas en los
aeropuertos o de algunos hoteles, o el servicio rápido en un fast food que se
comenzaron a incluir en eventos especiales.
Los consumidores no quieren perder tiempo en actividades “no tiempo”, por
ejemplo, las filas en general, prefieren su uso en actividades que tienen algún
significado para ellos. Estas actividades se clasifican como actividades de tiempo
lento, es decir, para crear valor para los clientes podría decir que, idealmente,
tendría que centrarse en las experiencias de “tiempo lento”.
El tiempo es parte de todas las rutinas en el ciclo de servicios, tales como el tiempo
de producción, tiempo de entrega, el tiempo de las quejas y las respuestas a las
quejas, el tiempo de espera para el servicio (la cola), momento de la recolección;
pero la dimensión principal del tiempo es la percepción que se tiene de este
tiempo, lo que crea insatisfacción y la frustración y así sucesivamente pueden
afectar la percepción de la calidad del servicio. David Maister (1985) en una serie
de propuestas busca explicar la razón de este comportamiento de los clientes. En
general las reacciones tienen lugar en forma unidireccional, los clientes a menudo
encuentran que el tiempo de espera fue superior a lo que realmente ocurrió. La
idea más grande detrás de esto es que la satisfacción del consumidor se basa en
la percepción de los servicios que reciben y no independiente de la entrega real
de ser mejor o peor.
Maister sugiere algunas propuestas con respecto a lo que él llamó la “psicología
de las colas de espera”, que son: el tiempo “no ocupado” es más largo que el
“Tiempo de actividad” a la espera de “pre-procesamiento” de servicios, y se siente
más de lo esperado “ en el proceso de ” los servicios; las esperas “sin explicación”
son más experimentados que “las esperas con explicación”, las esperas “sin valor”
parecen ser mayores que aquellas esperas por algo que tiene valor, cuanto más
valioso sea el servicio, más va a esperar la gente sin quejarse. Algunas estrategias
se utilizan para aliviar la espera: se puede cambiar la percepción del “tiempo no
ocupado” con la colocación de espejos, acuarios, la música y los aparatos de
televisión, etc.
La relación entre la duración de la relación entre clientes y empresas también
indica que, de hecho, los antiguos clientes ofrecen más beneficios para las nuevas
empresas. Una de las razones principales de esto es que se necesita mucha más
inversión para conseguir nuevos clientes que para mantener a los antiguos. Se
estima que la inversión para obtener un nuevo cliente es cinco veces la inversión
para mantener a un cliente actual.
Otra cuestión que vivimos es la importancia del factor tiempo y su influencia en el
precio de los servicios. En muchos casos, los clientes estarán dispuestos a pagar
más por un servicio que sea desarrollado más rápido que uno más lento. La
prestación de servicios está en constante creación de un “momento de la verdad.”
El tiempo de atención y respuesta a las quejas y el servicio parecen estar
directamente relacionados con el entorno social, así como la tolerancia a los
mismos. Sin nos basamos en el estudio de los aspectos culturales y solo a modo
de ejemplo, en Brasil, el empleado de ventas y los clientes, ambos tienen una
expectativa de una relación amistosa, mientras que en Japón hay una preferencia
por un empleado de ventas que sea rápido y antipático.
El tiempo se vuelve crucial en nuestras vidas y al recordar el viejo adagio del
mundo capitalista “el tiempo es oro” o “el tiempo es dinero”, parece más apropiado
decir “el tiempo es vida” porque al final es el tiempo el que dirige nuestras vidas.
En este contexto, uno de los principales requerimientos de la nueva generación
en la atención al cliente, siendo que están determinados por el factor “tiempo real”
los jóvenes exigen de las empresas un estándar muy alto de atención a sus
solicitudes de información, incluso en términos de tiempo, para lo cual la
tecnología en general y las aplicaciones en particular resultan una solución a la
inmediatez que se reclama. Otra característica es sin duda su capacidad de estar
siempre “online”, esto permite tener un nivel de acceso a la información más
continuo y permanente.

El Tiempo de los Sujetos


Al tiempo cronológico lo podemos relacionar con la perspectiva de la historia como
una medida de valorar los hechos. Ya que es un tiempo que está catalogado como
tiempo vivido y que tiene que ver o se relaciona con las matemáticas como el
tiempo concebido dándole una objetividad más formal. Pero aun así no hay
coordenadas o alguna referencia conceptual definida. Este tiempo cronológico se
relaciona con el tiempo real, como vida cotidiana. El tiempo cronológico es una de
las maneras de la percepción del tiempo ya que se caracteriza por la sucesión de
hechos y consecuencias de la realidad. La valoración del tiempo dependerá de
cada cultura y también de cada persona, como, por ejemplo, en Londres donde
aprecian llegar y hacer las cosas a tiempo y así lograr tener un orden en su vida
cotidiana.

TIEMPO OBJETIVO Y TIEMPO SUBJETIVO


Se considera como tiempo objetivo o cronológico al definido por la física en
múltiplos y submúltiplos del segundo.* Aunque sujeto a variaciones en diferentes
condiciones gravitacionales o cuánticas, en la cronología humana este tiempo a
veces llamado ordinario se concibe y se cuenta como una variable newtoniana, es
decir continua, constante, irreversible y direccional. Si bien las medidas corrientes
del reloj y el calendario tienen ingredientes astronómicos (año, mes, día), la
selección del segundo como unidad objetiva del tiempo tiene también un referente
psicológico pues corresponde de manera aproximada a la frecuencia cardiaca
humana, un ritmo biológico estrechamente vinculado a la sensación del tiempo
pues a mayor atención y emoción mayor frecuencia cardiaca y menor velocidad
del tiempo subjetivo. En un trabajo experimental en el que tuve la oportunidad de
colaborar con él, Augusto Fernández–Guardiola, pionero de la psicofisiología
mexicana, demostró esta relación inversa en experimentos de cálculo de un
intervalo de tiempo de 10 seg, en apoyo a su hipótesis de que el cerebro utiliza a
este ritmo como indicador.1,2
A diferencia del tiempo físico y objetivo, el tiempo psicológico o subjetivo es la
experiencia de flujo, duración, lapso y proceso que un individuo experimenta de
diversas maneras, sea en su vivencia consciente, durante una sucesión de
estados mentales, cuando calcula lapsos para actuar, recuerda eventos pasados
que fija cronológicamente o planea sus actos en referencia prospectiva a un futuro
probable. De esta forma, el proceso mental consciente experimenta el devenir en
su tiempo presente y desde allí se proyecta a otras dimensiones temporales. En
todos estos casos y al margen del tiempo cronológico, el tiempo subjetivo depende
de una serie de factores como el nivel de conciencia, la atención, el interés y el
afecto. Borges exagera la naturaleza temporal de la mente pues en su Nueva
refutación del tiempo afirma casi en serio que estamos hechos de tiempo:
«…el inestable mundo mental… es un mundo de impresiones evanescentes, un
mundo sin materia ni espíritu, no objetivo ni subjetivo, un mundo sin la arquitectura
ideal del espacio, un mundo hecho de tiempo, del absoluto tiempo uniforme de
los Principia; un laberinto infatigable, un caos, un sueño.3»
Pero volvamos al terreno en apariencia más firme de las ciencias. Bien se podría
afirmar que los inicios de la psicofisiología científica se producen cuando se
realizan hacia 1870 las primeras mediciones del llamado tiempo de reacción, el
tiempo que pasa entre la presentación de un estímulo y la respuesta motora. Los
experimentos en esta llamada cronometría mental han sido extensamente
revisados por Posner en su Chronometric Explorations of Mind.4 Gracias a estos
experimentos podemos afirmar, por ejemplo, que en promedio se requieren 160
mseg para responder a un estímulo auditivo simple (un click) y 190 mseg a uno
visual (un flash). Sin embargo, la relación entre estas medidas objetivas de tiempo
de reacción y el tiempo subjetivo no son directas y el término de cronometría
mental es en cierta medida engañoso pues no se mide directamente el momento
en el que un estímulo se hace consciente o se le pone atención, sino la respuesta
motora al estímulo. No hay por el momento forma certera de establecer cuándo,
en ese lapso entre estímulo y respuesta, el sujeto se percata del estímulo y cuándo
emite la orden voluntaria de apretar un botón para indicar que lo ha detectado. La
cronometría es ciertamente fisiológica, o si se quiere psicofisiológica, pero no
fenomenológica. No hay manera exacta de empatarlas pues la métrica del tiempo
físico no es la del tiempo psíquico. Para buscar su correlación se requiere y se
plantea una cronofenomenología, una fenomenología del tiempo vivido como la
adelantó el psiquiatra y fenomenólogo polaco francés Eugene Minkowski. 5
Nuestros primeros padres, la psicología y la física, siguen discutiendo sobre el
tiempo pues, como sucede con otras instancias de representación, hay una
brecha entre la representación mental de un evento, proceso u objeto y la
naturaleza física de ese objeto. Por ejemplo, nuestra experiencia de pasado,
presente y futuro que conforma la conciencia habitual del devenir humano y norma
los tiempos de los verbos, los proyectos, las biografías y la misma historiografía,
no necesariamente implica que el tiempo físico esté así dividido. 6 ¿Podemos
acomodar nuestra intensa sensación de que el presente se va quedando más y
más lejos en el pasado en los modelos del tiempo que nos propone la física?
Difícilmente, pues si el lenguaje y la representación humana dividen al tiempo en
pasado, presente y futuro como expresión parcial de los procesos psicológicos de
memoria, atención e intención respectivamente, la física sólo acepta el cambio
como una realidad constituida por series de eventos y evita, recela o desdeña al
tiempo subjetivo. Ya en 1915 Bertrand Russell había advertido que pasado,
presente y futuro pertenecen a la relación entre sujeto y objeto que para él
constituye el tiempo mental y no a la relación entre objetos que sería el tiempo
físico.7
La sensación subjetiva del paso del tiempo ha dado lugar al concepto
ampliamente utilizado en la psicofisiología clásica y la neurociencia cognitiva
actual de percepción del tiempo.8–10 Este concepto implica que tenemos y
disfrutamos de una representación mental del tiempo, que percibimos la duración
de un evento vivido o la proximidad temporal de hechos pasados. Si embargo se
trata de una percepción muy peculiar y distinta a las demás, como la percepción
visual, auditiva, táctil o dolorosa, pues no está determinada por un solo sentido ni
tampoco puede compararse a las sensaciones o percepciones orgánicas como
son el hambre, la sed o la náusea, que se integran a partir de aferencias de los
sistemas autónomos y de las vísceras. En efecto, no percibimos el tiempo como
la luz, el sonido, la temperatura o el dolor pues no se constituye como un estímulo
físico, sino que percibimos movimientos de objetos, procesos y eventos que
ocurren simultáneamente o en sucesión. Ahora bien, aunque el tiempo es
intangible y no se constituye en estímulos físicos que puedan ser captados y
transducidos por receptores sensoriales como sucede con el resto de los sentidos,
los humanos y los animales tenemos un agudo sentido del tiempo ampliamente
estudiado por la psicobiología.
La extensa evidencia actual indica que el tiempo no es un mero constructo mental,
sino que el cerebro deriva estimaciones a partir de múltiples fuentes
espaciotemporales situadas fuera y dentro del cuerpo. La característica
necesariamente temporal del procesamiento de información por el cerebro es
probablemente responsable de que sintamos el transcurrir del tiempo como una
sensación o como una percepción mediante un conjunto de experiencias
elementales e intuitivas como son las de permanencia, duración, simultaneidad,
sucesión, orden, cambio y movimiento,9 algo ya propuesto por Kant a finales del
siglo XVIII y retomado por Bergson en el siglo XX. 11,12
Ahora bien, a pesar de las diferencias mencionadas entre tiempo objetivo y
subjetivo, ocurren consonancias entre el tiempo físico y el tiempo vivido. Una de
ellas es ese río de Heráclito que denominamos la flecha del tiempo, el irreversible
e inexorable fluir del tiempo considerado un hecho fundamental en la física 13 y
experimentado subjetivamente en la fenomenología, pues sentimos con directa
certidumbre que todo fluye de manera irreversible, que nuestras acciones afectan
al futuro, no al pasado, que tenemos memoria y no precognición. Además de que
la flecha del tiempo es una intuición inmediata, se manifiesta explícita o
conscientemente en la punta de la flecha con una duración muy escasa. Podemos
afirmar que tanto para la física como para la fenomenología todo es efímero
excepto la duración continua del presente. Pero esta afirmación a la que pronto
regresaremos no aclara la naturaleza del tiempo. Otra consonancia es la
experiencia fenomenológica del tiempo que se sitúa siempre en un marco de
duración o extensión espaciotemporal5 y el modelo espaciotemporal de la física a
partir de la revolución en la física de principios del siglo XX.
Existe un debate ontológico entre dos posturas antagónicas en referencia a la
realidad del tiempo.14 Para los presentistas sólo existe el tiempo presente en tanto
que para los eternalistas todos los tiempos son igualmente reales. El presentismo
tiene problemas para conciliar el presente fenomenológico con el hecho de que
los datos sensoriales provienen de eventos ya pasados en los objetos. Percibimos
en general hechos muy recientes, como la luz reflejada en objetos cercanos,
excepto cuando contemplamos los objetos celestes cuya luz proviene de hace
mucho tiempo. El presentista dirá que ese pasado ya no es real, pero este
argumento es difícil de sostener porque llevaría a concluir que, dado que toda
percepción es de eventos pasados, ninguno de ellos es real optando entonces por
un inquietante solipsismo. De esta forma parece ser que, a parte de los modelos
físicos del tiempo, el estudio de la percepción del tiempo es crucial para definir el
estatuto ontológico del tiempo.
Veremos en este trabajo que los datos de las ciencias cognitivas favorecen o se
acoplan convenientemente a la filosofía procesal del matemático y filósofo Alfred
North Whitehead15 en el sentido de que el tiempo se constituye y manifiesta en
secuencias de sucesos que denomina ocasiones las cuales se presentan sin
cesar ligadas causalmente. Se trata de un tiempo real constituido por momentos
novedosos de transformaciones que establecen continuidades porque están
afectadas por el pasado y afectan al futuro.6 Los individuos y sus funciones
psicofísicas son procesos pautados de cambios.16

LA ANATOMÍA DEL MOMENTO


A diferencia del presente objetivo definido por Bertrand Russell7 como el conjunto
de las entidades que están ahora,** el presente especioso definido por William
James17 en sus Principles of Psychology, una obra pionera y fundacional de la
psicología moderna, es el lapso de tiempo en el que estamos conscientes. Este
lapso privilegiado del tiempo fue llamado por el existencialista Jean Paul Sartre
como el Para sí, el tiempo no sólo presente, sino en el que estamos presentes***.
Según la afortunada especificación de «estar» por Ramón Xirau 18 en su Tiempo
vivido:
«…mientras vivimos –aún si nos desvivimos y si nuestro estar es malestar – no
podemos dejar de vernos siempre «ahora», un ahora que dura mientras dura la
vida».
El tiempo vivido es un concepto previamente desarrollado por Minkowski5 no sólo
en referencia al tiempo presente, sino al ímpetu vital**** que proyecta un sentido a
la acción futura, una fuerza creativa que desarrolla el sujeto en el contexto del flujo
temporal del mundo y de las circunstancias que obran como obstáculos y
oportunidades. El tiempo humano está integrado en ese devenir provisto de
un horizonte, es decir de una representación del tiempo que provee no sólo a la
acción sino también a la espera, al deseo y a la esperanza, de un sentido. Es así
que el tiempo vivido es una representación del tiempo que se proyecta desde el
pasado pasando por el presente al futuro como una función cognitiva superior que
implica la autoconciencia pues la conciencia de uno mismo necesariamente se
ubica en un contexto espaciotemporal.

APROXIMACIÓN FILOSÓFICA A LA COMPRENSIÓN DEL TIEMPO El tiempo es


un concepto que fácilmente desborda nuestra comprensión y que frecuentemente
adquiere un valor trascendental que lo sitúa en el ámbito de la metafísica, lo cual
ha dificultado a lo largo de la historia un acercamiento científico al mismo. No
obstante, entender el fenómeno del tiempo siempre ha preocupado a los filósofos,
astrónomos, físicos, psicólogos o neurocientíficos, entre otros. ¿Por qué nos
fascina de esta manera? La respuesta podría estar en el hecho de que posee la
característica de la ubicuidad. El tiempo es tan intrínseco a cada uno de los
sucesos que ocurren en la naturaleza que podemos encontrar ritmicidad o
periodicidad tanto a niveles macroscópicos como microscópicos, por ejemplo en
las órbitas de los planetas, los equinoccios, años solares, los periodos de día y
noche, la fotoperiodicidad de las plantas, los ritmos circadianos en los animales,
los ciclos en la división de las células, la frecuencia de las ondas
electromagnéticas, las órbitas de los electrones en los átomos, etcétera.
Realmente, sería difícil imaginar como podría desarrollarse la vida al margen de
la dimensión de tiempo. En la mitología griega, encontramos la figura de Cronos,
como lo mencionamos oportunamente. Cronos devoró a sus hijos para conseguir
la inmortalidad. El tiempo también parece consumirlo todo, permaneciendo
indestructible. Desde la filosofía, Aristóteles creía en la existencia de un tiempo
absoluto. Es decir, dos observadores, sean cualesquiera que sean sus
circunstancias, obtendrían una misma medida de un intervalo de tiempo entre dos
sucesos con la única condición de que tuvieran un reloj lo suficientemente preciso.
El tiempo se consideraba como un marco de referencia fijo, inmutable, sobre el
que van sucediendo los acontecimientos. De este modo, era lógico pensar que el
tiempo había existido desde siempre. Sin embargo, Kant (1781, véase Kant, 1966)
niega al tiempo esa realidad absoluta que le concedía Aristóteles. Según Kant, “el
tiempo es únicamente una condición subjetiva de nuestra intuición humana (que
es siempre sensible, es decir, en la medida en que somos afectados por objetos),
y en sí mismo, fuera del sujeto, no es nada” [p. 32]1 . Además, “el tiempo es la
forma de la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interior. El tiempo
no puede ser una determinación de los fenómenos externos, no pertenece ni a la
figura ni a la situación, etcétera, sino que determina la relación de las
representaciones en nuestros estados internos. Como esta intuición interior no
tiene figura alguna, procuramos suplir esta falta por analogía y nos representamos
la sucesión del tiempo con una línea prolongable hasta lo infinito, cuyas diversas
partes constituyen una serie que es de una sola dimensión, y derivamos de las
propiedades de esta línea todas las del tiempo excepto una: que las partes de las
líneas son simultáneas, mientras que las del tiempo son siempre sucesivas” [p.
31]. En resumen, el tiempo existe como forma a priori de la perceptibilidad, es
decir, como condición de la posibilidad de nuestra percepción y previa a ella. La
subjetivación del tiempo de Kant constituye una aproximación muy importante
para el estudio científico del tiempo, pues nos obliga a indagar en una de las
estructuras básicas del aparato perceptual. Desde la física, las ideas que han
dominado el panorama científico durante cuatro siglos surgen en el contexto de la
mecánica clásica. Newton, al igual que Aristóteles, era fiel defensor de la
existencia de un tiempo y un espacio absolutos, de la misma manera que creía en
la existencia de un Dios absoluto. No obstante, la teoría de la relatividad ha
supuesto una gran revolución en la concepción científica sobre el tiempo. Pero,
¿cómo repercute esto en la aproximación psicológica al estudio del tiempo?
Básicamente, con la teoría de la relatividad se introduce 146 Cognitiva, 2006, 18
(2), pp. 145-168 un concepto que impulsa una definición del tiempo más ligada a
los fenómenos naturales que a los metafísicos, que es la “flecha del tiempo”
(Hawking, 1988; véase también Riba, 2002, para una breve introducción en
castellano a la filosofía y física del tiempo). El concepto de tiempo siempre va
ligado a la idea de cambio, por ejemplo, en el estado de la materia. Este cambio
siempre ocurre en la dirección que apunta la flecha del tiempo, es decir, de “atrás”
hacia “delante”, de “antes” a “después”. En principio, se postulan tres flechas del
tiempo. La flecha termodinámica es la dirección del tiempo en la que el desorden
o entropía aumenta. La flecha cosmológica es la dirección del tiempo en la que el
universo está expandiéndose en lugar de contrayéndose. La flecha psicológica es
la dirección en la que sentimos que pasa el tiempo, la dirección en la que
recordamos el pasado pero no el futuro. La flecha psicológica pone de manifiesto
que la Psicología tiene mucho que decir en el estudio del tiempo, como apuntaba
Kant, al considerarlo como un fenómeno resultante de nuestra forma de percibir
el mundo. Al respecto, Bertrand Russell (1992) considera que la memoria es
esencial en la percepción del cambio, o sea, del tiempo: “Cuando miramos el reloj,
podemos ver moverse el segundero, pero sólo la memoria nos dice que las
manecillas de los minutos y las horas se han movido” [p. 220]. Por otro lado, la
teoría de la relatividad también aporta el concepto de la dimensión “espacio-
tiempo”, lo que manifiesta la necesidad de considerar conjuntamente ambos
aspectos en el estudio de la cognición, ya que nuestro sistema cognitivo, como
cualquier elemento de la naturaleza, está constantemente influido y limitado por
la dimensión espaciotemporal del contexto. Así, del mismo modo que
tradicionalmente se han estudiado procesos cognitivos ligados al espacio
(percepción del espacio, atención, memoria o aprendizaje espacial), también es
necesario estudiarlos en relación con el tiempo (véase también, Rosa y Travieso,
2002), porque ambas dimensiones se influyen de forma recíproca. De este modo,
para comprender profundamente el fenómeno general de la percepción no sólo es
importante la percepción del espacio sino también la percepción del tiempo, ya
que espacio y tiempo son dos atributos indispensables de la percepción (Kubovy,
1981). En consecuencia, en el próximo apartado se profundiza en las
aproximaciones psicológicas al estudio experimental de la percepción del tiempo.

También podría gustarte