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DESARROLLO REGIONAL-LOCAL Y NUEVA

COLONIALIDAD DEL PODER


Ideas, instituciones e intereses desde una perspectiva
latinoamericana*

Víctor Ramiro Fernández1


“Las teorías viajan; algunas solas, otras en compañía. Cuando llegan a algún lugar, su adaptación al nuevo
ambiente puede ser o no tan fácil como el entusiasmo del momento de llegar podría sugerir. Otras teorías no
viajan o viajan menos y con más dificultades. Quizá tengamos que pensar más acerca de cómo y por qué una
teoría producida para dar cuenta de cierto tipo de cuestión, problema o situación histórica en una localización
geopolítica y geohistórica determinada dentro de una historia local se convierte en un diseño global, se ve
deseada e invitada a una nueva localización” (Mignolo, 2003: 255).

“As elites locais deixam de pensar com a própria cabeça, aceitamos conselhos e as pressões vindas do Norte, e
os países, sem estratégia nacional de desenvolvimento, vêem seu desenvolvimento estancar. A ortodoxia
convencional, que então substitui o nacional desenvolvimentismo, não havia sido elaborada no país, não
refletia as preocupações e os interesses nacionais, mas as visões e os objetivos dos países ricos” (Bresser
Pereira, 2007: 113).

Introducción

En los últimos años se ha insistido en señalar que “el desarrollo local esta de moda” en América
Latina (Gallicchio, 2004). Ciertamente esa “moda” existe, y es en gran medida resultado de la
acción de un no poco impresionante “pool de actores” regionales, nacionales y supranacionales
que sostienen su existencia e importancia. Si hacemos un repaso rápido de los últimos 20 años, se
verifica que no parece que haya habido organizaciones internacionales que no apelaran en sus
discursos, investigaciones y programas de acción al desarrollo regional-local como instrumento
para promover políticas de desarrollo, competitividad, reversión de desigualdades, etc.

Desde aquellos organismos que operan como bancos de financiamiento (como el Banco Mundial
-BM- y el Banco Interamericano de Desarrollo -BID-) hasta los fundados en la capacitación de la
fuerza de trabajo (como la Organización Internacional del Trabajo –OIT-), todos se han hecho
presentes en América latina (AL), y convergen en indicar que, en el nuevo contexto de
globalización, las regiones y las localidades –y sus actores económicos e institucionales-
devienen en actores estratégicos para dar respuestas flexibles, dinámicas y efectivas a un proceso
que al tiempo que estimula el re-escalonamiento supranacional, descentraliza y promueve el
desarrollo de las formas económicas e institucionales de orden subnacional.

*
Conferencia a presentarse Coloquio Internacional “El desarrollo hoy en América Latina”. Colegio de
Tlaxacala. México. 10 y 11 de julio, 2008.
1
Doctor en Ciencias Políticas Universidad Autónoma de Madrid. Director Instituto de Investigación Estado,
Territorio y Economía (IIETE)-Universidad Nacional del Litoral. Investigador del CONICET (Argentina).
rfernand@fcjs.unl.edu.ar

1
Nadie podría negar que esta “avanzada territorialista” del desarrollo ha contado con elementos
contextuales e, incluso, con una frondosa producción académica que la alienta. Un sinnúmero de
enfoques y categorías vinculado a los distritos industriales2, los clusters3, el desarrollo
endógeno4, los sistemas regionales de innovación5, etc. han brotado en los centros académicos y
se han difundido en los blueprints de cientos de emprendimientos institucionales, a la vez que un
importante cuerpo de instituciones académicas inaugura en la región posgrados orientados a
resaltar el desarrollo regional-local como herramienta de respuesta social en la globalización.

Fundado en ese contexto, y aun cuando las contribuciones vinculadas al discurso del desarrollo
regional-local (de ahora en más DDRL) han tenido variadas fuentes y móviles, lo cierto es que, a
partir de la implicación conjunta de actores supranacionales y programas nacionales y
subnacionales, se ha delineado una “plataforma común” que converge standarizadamente en
concebir y analizar a las regiones y localidades “…no a partir de las estrategias individuales de
los actores institucionales y económicos ni de las dimensiones estrictamente
comerciales/económicas de sus relaciones, sino a partir de la capacidad articuladora y
cooperativa de esos actores, así como de la fusión retroalimentaria de las dimensiones
socioeconómicas e institucionales que alientan la acción colectiva a nivel territorial”
(Fernández et al., 2008).

La conformación de esa “plataforma común” trasunta en los hechos, tanto en países centrales
como periféricos, la conformación de un verdadero “manual de las buenas prácticas del
desarrollo local”, que de una u otra manera sostienen los organismos difusores como
condicionante para que actores, regiones y localidades alcancen un posicionamiento exitoso.

Sin embargo, no obstante esta generalizada admisión y el carácter indiscutible de muchos de


estos argumentos, las macro regiones y países siguen dando cuenta de enormes y crecientes
desigualdades entre sí, particularmente entre el norte y el sur (Arrighi et al., 1991). Incluso en las
áreas más desarrolladas y más integradas -como la UE-, donde se localizan las principales
“usinas de ideas” (think tanks) del desarrollo local, las asimetrías territoriales (económicas y
sociales) se mostraron inalteradas, al tiempo que se hace incuestionable la existencia en esas
áreas de “islas de prosperidad” en un océano de desigualdades (Fernández, 2007); (Petrella,
2000).

En tal contexto, regiones como Latinoamérica, donde “la moda” del desarrollo regional-local
parece haber calado hondo en las últimas dos décadas, las desigualdades y las limitaciones para
“incluir” han convertido a esta macro-región, en especial en ese período, en la más desigual del
planeta (CEPAL, 2004). Desde el plano territorial, las indagaciones muestran que los
desequilibrios interregionales están lejos de resolverse (Markussen; Campolina Diniz, 2003).

Por lo tanto, mientras la idea de un “manual de buenas práctica del desarrollo local” se consolida
y la “plataforma común regionalista-localista” se difunde hegemónicamente entre instituciones,
programas y políticas, las desigualdades sociales y territoriales se disparan y la posibilidad de que
las regiones -países- periféricas alcancen a las centrales se torna quimérica. Ello precisamente da
2
Ver por ejemplo Bagnasco (1977); Becattini (1992); Brusco (1982), Pyke; Sengenberger (1990)
3
Ver al respecto Porter (1990)
4
Vázquez Barquero (1999; 2001)
5
Puede consultarse Braczick et al., (1998); Cooke, (2001); Asheim; Isaksen, (2002), entre otros.

2
legitimidad a expresiones como la de Coraggio cuando sostiene:“…el Desarrollo Local se ha (re)
instalado como tema en los medios académicos, en el discurso político y en el imaginario de los
actores sociales, pero rara vez se convierte en realidad. Se suceden las doctrinas y metodologías
del desarrollo local, pero su validez y su eficacia pocas veces es respaldada por el éxito.”
(Coraggio, 2003).

Igualmente esa realidad termina impugnando las respuestas positivas a todo un complejo de
interrogantes que acompañan o deberían acompañar a los teóricos del desarrollo regional y local:
¿En qué medida las teorías del desarrollo regional-local promovidas en AL son instrumentos
útiles para enfrentar y superar el desafíos de reducción de las desigualdades sociales y
territoriales que vivimos a nivel global y en particular en esa macro-región? ¿Son esas teorías y
prácticas instrumentos efectivos y genuinos para el desarrollo de la población local y la
cualificación de los pequeños e informales actores económicos? ¿En qué medida la población
local controla o puede controlar a partir de esas teorías y sus prácticas su propia agenda? ¿Hasta
qué punto es posible desde los discursos y prácticas del desarrollo regional-local garantizar un
desarrollo territorial y social integral, es decir, inclusivo e igualador? Si bien todos estos
cuestionamientos ameritan un tratamiento específico y suscitan consideraciones cuya
profundización impide una respuesta única, la persistente desigualdad y exclusión –especialmente
territorial- en el escenario donde el DDRL se extiende académica e institucionalmente, opera
como una respuesta –negativa- a todos esos interrogantes.

La situación entonces traslada los cuestionamientos hacia un nuevo campo: ¿No operan las
“buenas prácticas” en determinado sentido o a favor de ciertos actores o regiones? Esto es, ¿no es
posible que esas prácticas sean “buenas” selectivamente, al ser apropiadas o adecuadas para
algunos? Y en tal caso: ¿cuáles serían los contextos o condiciones en los cuales “las buenas
prácticas” podrían resultar tales para quienes protagonizan el desarrollo desde el territorio?

Un examen al interior de los discursos, representaciones e intereses bajo los que se reproduce
históricamente el capitalismo, y la manera en que AL se articula al mismo nos permite aventurar
una hipótesis, que ayuda en buena medida a responder a estos últimos interrogantes:

La forma asumida por el DDRL y su dominante “plataforma común” en AL resulta funcional a la


recreación/reafirmación de un “relato colonial del desarrollo”, cuyos efectos no son inocuos, sino
que, por quedar sujeto a una triple subordinación, viabiliza las reproducción del capital global y,
a partir de ello, o por ello, contribuye –inversamente a sus propósitos- a consolidar las formas de
desigualación y exclusión que dominan la región y afectan negativamente a los actores que
sostiene o dice potenciar.

Para el análisis en general de esa hipótesis que acabamos de formular, y en particular de esas tres
formas de subordinación, apelamos aquí a dos perspectivas analíticas:

La primera de ellas, que contribuye a explicar las dos primeras formas de subordinación, se
funda en las críticas provenientes de los enfoques posmodernos/posdesarrollo, y hace epicentro
en las redes transnacionales que aglutinan ideas e instituciones y promueven el complejo de
discursos/prácticas que acompañan a los enfoques del desarrollo bajo la globalización. A través
de dichas redes se contribuye decididamente a conformar las “representaciones sociales y
culturales hegemónicas” sobre las que se comprende la constitución, funcionamiento y roles que

3
cumple o deben cumplir las regiones, las naciones y sus actores. Ello conlleva una doble
subordinación del DDRL:

• Una subordinación a “imaginarios/representaciones sociales germinados en el


centro”, que se transmiten acríticamente hacia la periferia, como una continuidad con
nuevas formas de la larga tradición de relatos colonizadores, que condicionan, moldean,
limitan y -lo que es peor- ocultan las “representaciones/discursos y prácticas” desde y para
los actores y territorios periféricos.

• Una subordinación, en el contexto de lo anterior, a las redes transnacionales de ideas


y prácticas (y financiamientos) neoliberales que, también originadas y potenciadas desde “el
centro”, pero con plataforma en otros nodos de elaboración, encuentran anclaje hegemónico
en las cúpulas de los organismos supranacionales y nacionales para permear desde allí las
“representaciones” de cómo deben operar las sociedades para alcanzar el desarrollo, y a
partir de esas representaciones, fijar las directrices estructurales para “alterar los
obstáculos/distorsiones al desarrollo”.

A través de este examen intentamos mostrar que, en especial en AL, la asociación de la idea del
desarrollo a la dimensión “regional y local”, y sus contenidos organizacionales y funcionales, que
podrían constituir una importante herramienta para pensar en –y viabilizar la construcción de-
“otro desarrollo” o de “un desarrollo otro”, para decirlo en línea con los términos de Mignolo6,
finaliza formando parte, a través de esas redes transnacionales de ideas e instituciones, de un
“relato re-colonizador del desarrollo”, que responde a una larga tradición etno/euro-céntrica que
permea la historia latinoamericana.

Sostenemos que, al quedar insertarse dentro de ese “relato” y terminar posicionándose como
productos germinados no “desde abajo”, es decir desde las prácticas y representaciones de actores
involucrados, sino desde instituciones y actores exógenos, el DDRL instalado en AL queda
sujeto a una doble subordinación: a las formas de imaginar el desarrollo “desde” el centro y a los
lineamientos super-estructurales de ideas macro económico-sociales de matriz neoliberal,
impulsados por los organismos supranacionales y los think tanks neoliberales que procuran
desmantelar los patrones redistributivos keynesianos y dependentistas de la posguerra.

La segunda perspectiva, adoptada para sostener nuestra provocativa hipótesis, permite avanzar
sobre la tercera y complementaria forma de subordinación. Tomando ahora distancia de la
anterior perspectiva, ésta reapela a una “modernidad critica” o, si se quiere, a argumentos críticos
desde la modernidad, para contribuir a identificar los intereses (y mecanismos) que acompañan al
DDRL y estimulan tanto su subordinación como los dispositivos que permiten utilizar las formas
de involucramiento local en modalidades que muchas veces operan contra los intereses de los
mismos actores (regionales y locales) convocados.

Más precisamente, esta segunda perspectiva da cuenta de la manera en que la doble


subordinación se articula a una tercera, que consiste en el acoplamiento funcional de los

6
Mignolo presenta la idea de “paradigma otro” refiriéndose: “a la diversidad y diversalidad de formas críticas de pensamiento
analítico y de proyectos futuros asentados sobre las historias y experiencias marcadas por la colonialidad más que por aquellas,
dominantes hasta ahora, asentadas sobre las historias y experiencias de la modernidad” (Mignolo, 2003: 20).

4
discursos/prácticas que integran la “plataforma común” del desarrollo regional-local a un
“dispositivo” más amplio. Éste está orientado a garantizar el desmantelamiento –y a la vez una
recreación- de las viejas formas de reproducción económicas e institucionales, lo cual es
necesario para consolidar la hegemonía del capital global, y ampliar las modalidades de
dominación económica y territorial que afectan a los actores locales que quedan excluidos o
subordinados de las redes económicas y discursivas transnacionales.

Sostenemos que mientras los enfoques que arrancan desde la crítica posmoderna y el
posdesarrollo invitan a observar las dos primeras formas de subordinación a través de la
constitución, circulación e institucionalización de las “ideas” del desarrollo regional-local
(afirmando la presencia de una perspectiva colonial/no endógena y “arriba-abajo” del desarrollo)
que acompañan la globalización, la reapelación a una “modernidad crítica” permite avanzar en la
tercera subordinación, calando en el examen del modo en que las debilidades o inconsistencias
del DDRL se vinculan a las reformulaciones sociales y espaciales del capitalismo, así como a los
intereses comprometidos y los dispositivos forjados para funcionalizar la re-jerarquización de lo
regional-local a las lógicas expansivas del capital global y legitimar prácticas de exclusión y
desigualación generadas por esas lógicas .

Sobre ese escenario y con la hipótesis formulada, tratamos finalmente de dar cuenta de la utilidad
de volver a capitalizar la perspectiva de la modernidad crítica para reinsertar el DDRL y muchos
de los elementos de su “plataforma común” en una estrategia posicionada desde la periferia. Para
la consistencia de esta última se plantea una recaptura idiosincrásica de elementos estratégicos (y
modernos) que, no obstante haber sido valiosamente utilizados en el desarrollo de los países
centrales –y aquellos que excepcionalmente escaparon de la periferia-, han sido desconsiderados
en el discurso “recolonizador” donde se inserta el enfoque regionalista/localista. Mediante esa
recaptura, sostenemos la posibilidad de operar de manera alternativa, dando lugar a procesos de
desarrollo que admitan que las formas “de abajo-arriba” compatibilicen pero también
condicionen aquellas “de arriba-abajo”.

El trabajo se organiza en tres partes. En las dos primeras procuramos analizar separadamente
ambos enfoques y sus complementarias contribuciones a nuestra hipótesis, en el tercero y
conclusivo apartado, junto a resumirse las contribuciones de las dos primeros puntos, tratamos de
abonar lineamientos fundamentales para colocar el desarrollo regional-local en un escenario más
consistente, pensado desde y para gente que habita la periferia latinoamericana.

1. Ideas, instituciones y “representaciones del desarrollo”. Un “viaje colonial” bajo la


“doble lógica”: “centro-periferia” y “arriba-abajo”

Para sustentar explicativamente esta/s hipótesis, permítasenos colocarnos detrás de la emergencia


del discurso y las prácticas del desarrollo regional y local, para calar en el marco contextual en el
que tuvo lugar la génesis e institucionalización del discurso más general del desarrollo. Para ello,
como adelantamos, es por demás sugerente la aproximación de un rico cuerpo de contribuciones
críticas de la modernidad7, así como de los conceptos -como el de desarrollo- generados en su
seno (Escobar, 2003).

7
Siendo internamente muy heterogéneo, como otros tanto enfoques, ese grupo de contribuciones convergen en una perspectiva
crítica acerca de la impronta euro-céntrica que ha impuesto sus representaciones desde el silenciamiento de aquellas que no

5
Dichas contribuciones, aun en su innegable heterogeneidad, reconocen una convergencia en la
posibilidad de comprender las perspectivas del desarrollo difundidas en AL como tributarias de
una larga tradición constituida entorno al autoposicionamiento de Europa como área central de la
humanidad, imaginada como la experimentadora exclusiva de la modernidad y la racionalidad
(Quijano, 2000). La autoadjudicación de esa exclusividad le ha permitido arrogarse a ese
territorio -y sus actores- la titularidad en la formulación de una “verdad lógica” (Escobar, 2003)
que opera como “arbitro del conocimiento” al interpretar y dar significación al resto del escenario
global.

Esta capacidad de posicionarse como una verdad arbitral no sólo para entenderse y entender
calificativamente a los otros, sino también para fijar la forma cómo “esos otros” deben verse a sí
mismos (Ribeiro, 1968); (Quijano, 2000), conlleva el dominio y la transferencia de los
instrumentos y conceptos apropiados para condicionar –a través de discursos/prácticas- el modo
en que “esos otros” pueden pasar hacia formas civilizatorias superiores, mas avanzadas8.

Inscriptas en esa lógica, las perspectivas del desarrollo que ganaron peso histórico
fundamentalmente desde la posguerra, formaron parte de una tradición elaborada durante la
modernidad, en la cual se fue conformando una sofisticada “geopolítica de conocimiento”. La
misma instaló, como verdad poco cuestionable dentro del capitalismo, la existencia de un centro
del sistema mundo (Europa occidental), representante en exclusividad –debido a una larga
trayectoria- de lo moderno y, a partir de ello, de las formas más avanzadas de la civilización.
Como bien indica Quijano “…el capitalismo mundial fue, desde la partida, colonial/moderno y
eurocentrado. Sin relación clara con esas específicas características históricas del capitalismo,
el propio concepto de “moderno sistema-mundo” desarrollado, principalmente, por Immanuel
Wallerstein a partir de Prebisch y del concepto marxiano de capitalismo mundial, no podría ser
apropiado y plenamente entendido” (Quijano, 2000).

En tal contexto, la noción de desarrollo se presentó como un “rostro humano” en la configuración


de esta lógica discursiva colonial, al mostrarse destinada a proveer “colaborativamente” desde el
centro y a través de un “conocimiento experto”, los insumos para superar las restricciones de
aquellas sociedades posicionadas en umbrales inferiores de esa trayectoria histórica que consagró
a Occidente.

En los hechos, la difusión de las categorías del desarrollo y la “organización institucional


experta” que se fue conformando en torno a la misma, fue en gran medida presentada como un
involucramiento necesario, destinado a obtener una comprensión de los problemas que limitan el
desarrollo de aquellas sociedades a las que, desde ese centro, se les adjudicaron determinadas
categorías de existencia (como la de “tercer mundo”). Ocultando/desdibujando los mecanismos
de sometimiento y subalternidad que acompañan esa lógica, las ideas del desarrollo pasaron a
operar como una –nueva- “colonialidad del conocimiento”, sostenida en una forma de concebir e
imponer un relato, un imaginario, una representación de lo que las sociedades “auxiliadas” son,

responden a su imaginario, relato e instrumental. Dentro de este enfoque y desde su abordaje latinoamericano deben reconocerse,
entre muchos, aportes de (Quijano, 1988; 1992); (Dussel, 1993; 1998); (Mignolo, 2003).
8
Indicó en tal sentido en su momento Darcy Ribeiro “…del mismo modo que Europa trajo consigo una variedad de técnicas e
inventos a los pueblos incluidos en su red de dominación (…) también introdujo su equipamiento de conceptos, preconceptos e
idiosincrasia que se refería simultáneamente a la propia Europa y a los pueblos colonizados” (Ribeiro, 1968: 63).

6
así como de lo que ellas deberían ser. El desarrollo puede ser visto, entonces, como una extensión
colonial a través de imágenes, relatos, representaciones, ideologías, postulados, que conlleva
necesariamente como contracara un necesario oscurecimiento sobre cómo las sociedades
“periféricas” (regiones, países, sus trabajadores, mujeres, intelectuales, empresarios, etc.) piensan
y actúan “por sí mismas”.

Ahora bien, la instalación de estas formas no tiene como epicentro la violencia física, (aunque
esta se volvió imprescindible y conviviente en determinados contextos), sino que, como también
marca claramente Escobar, supone la conformación de un combinado arsenal de
instituciones/organizaciones productoras de expertos, conocimientos especializados,
asesoramiento y financiamiento (Escobar, 2005).

La conformación/filtración de un discurso colonial del desarrollo -y sus representaciones y


discursos/prácticas- que lo acompañan a través de este “complejo institucional/organizacional” y
“circuito de conocimientos expertos”, encontró expresión en tres grandes grupos de
ideas/imaginarios, emergentes –aun con sus grandes diferencias- dentro del complejo
epistemológico de la modernidad, y cuya presencia resulta indiscutible en el escenario
latinoamericano: la teoría de la modernización (TM); la teoría de la dependencia (TD) y la
restauración global neoliberal (RGN).

Mirados secuencialmente estos tres grupos de ideas/representaciones y su institucionalización, se


observa que el “discurso colonial de desarrollo” se ha impuesto a partir de una suerte de
“dialéctica invertida”, sosteniendo la pervivencia de una doble y complementaria lógica:

• La primera, sustentada en retener en el “centro” el papel de generador y difusor de las


ideas/representaciones, dejando a la periferia como receptora acrítica de las mismas.
• La segunda, complementaria de la anterior, imprime a la filtración de las “representaciones”
del desarrollo generadas en el centro, una modalidad de funcionamiento “de arriba hacia
abajo”, a través de organizaciones supranacionales y la “colonización” de los Estados
nacionales, dejando a las instancias subnacionales y sus actores como “poleas de transmisión”
de las acciones orientadas por esas “representaciones”.

1.1. “Doble lógica” y “dialéctica invertida” en la construcción de la representación del


desarrollo en América latina

La “dialéctica invertida” sobre la que se ha dado esa pervivencia de esta doble lógica tuvo lugar
en: un primer momento a partir de la TM y su impulso a instalar en la periferia una perspectiva
del desarrollo impuesta desde el centro como parte de un proceso necesario y evolutivo –no
revolucionario-; un segundo momento, sedimentado desde la TD, constituido no sólo sobre el
desafío a la viabilidad del enfoque de la TM, sino por la necesidad de apelar a una formulación
del desarrollo para y desde la periferia, cuestionando al menos la primera de las lógicas o
binomios (centro-periferia); un tercer y último momento, representado por la RGN, que operó
reactiva y sofocadoramente sobre la TD, reinstalando en un nuevo contexto y re-
cualificadoramente la doble lógica que cristaliza el discurso colonial del desarrollo y su sistema
de representaciones con el cual penetra en la periferia.

7
Al quedar inserto en este tercer momento y cuerpo de ideas, el DDRL impuesto en AL quedó
sujeto a una doble subordinación:
a. a ese patrón de construcción y transferencias de representaciones (del desarrollo) impuesto
bajo la doble lógica (“centro periferia” y “arriba hacia abajo”);
b. a las condiciones de reproducción macroeconómicas y sociales neoliberales propuestas en la
síntesis discursiva de la “dialéctica inversa” del discurso colonial del desarrollo.

Veamos esto último más detalladamente, analizando la secuencia:

La Teoría de la Modernización: la representación inicial de la dialéctica invertida

Constituida en la corriente de ideas más contenida en esta lógica institucionalmente sostenida de


difusión del conocimiento experto en la posguerra, la TM tuvo un fundamento académico en la
contribución estructural-funcionalista liderada por Parsons y alcanzó su expresión más álgida con
relación al desarrollo en trabajos de alta influencia, como los del economista norteamericano
Rostow y su “The stage of economic growth. A non-comunist manifiest” (1962)9, en un contexto
dominado por la creciente descolonización y el conflicto este-oeste (Peemans, 1992).

Como lo trasluce el título del fundamental texto de Rostow y su profesión, la noción de


crecimiento económico –y con ello la teoría económica y los economistas– coparon bajo la TM y
este período el significado esencial del desarrollo, desplumando del concepto las complejas
dimensiones culturales y sociales que le dan integralidad y verdadero sentido.

Bajo esa “gibarización” del concepto, teniendo a la industrialización como vector y a una
perspectiva “funcionalista” del cambio sustentada en la modificación progresiva de valores (y no
en la colectividad revolucionaria difundida por el socialismo), la TM fue divulgadora de una
representación del desarrollo que considera a éste como un proceso universal, evolutivo,
irreversible y dicotómico (Peemans, 1996). El mismo habilita el paso desde las formas
“tradicionales” (menos racionales, más estáticas y tradicionales) que dominan lo que desde el
propio “centro” se denominó “tercer mundo”, hacia aquellas “modernas” (más dinámicas y
cualificadas) representadas por los valores occidentales, contenidos en dicho centro
(Hinkelammert, 1992). Sobre esa base, la TM fue un insumo fundamental en la década del ’50,
e incluso la primera parte de los’60, para fortalecer un enfoque etnocéntrico –más bien desde la
consolidada hegemonía estadounidense– fundado en la idea de un proceso de “convergencia
universal”, con ideas, impulsos y formas de organización económicas e institucionales que se
trasladan desde el pináculo central (donde se concentraban las formas más avanzadas de
realización social) hacia la periferia. La ecuación de organización institucional, ideas y expertos
aseguradores de la transferencia de las “representaciones” apropiadas que los países periféricos
deberían tener de sí mismos, aun cuando estuvo materializada en una multiplicidad de
instituciones, encontró indudablemente su máxima expresión político-institucional en AL con el
Programa de Ayuda Económica y Social lanzado por EEUU entre 1960 y 1970, denominado
“Alianza para el Progreso”, y su canalización en buena medida a través de la OEA (Organización

9
La perspectiva económica de la TM encontró complemento en otras contribuciones de matriz sociológica como la
de Einsestadt (1987) o politológica como las de Apter (1972) en el escenario de los países desarrollados, y la de
Gino Germani (1969) y José Medina Echavarría (1964) en AL.

8
de Estados Americanos), así como de diversos organismos resultantes de Breton Woods (como el
BM).

La presencia y difusión por medio de estas instituciones supranacionales, y la progresiva


asimilación por otras de basamento nacional (formadas al interior de los Estados-Nación),
significaron un importante impulso desde la TM al doble esquema/lógica de filtración de las
representaciones y discursos/prácticas del desarrollo sustentadas en los países centrales, en un
contexto en el cual el “socialismo real” se consolidaba como amenaza geopolítica para las ideas
del occidente moderno y las condiciones sociales y económicas cuestionaban en profundidad el
ordenamiento vigente.

La teoría de la dependencia: la primera negación de la dialéctica invertida

No obstante la eficacia con que operó este doble mecanismo de construcción y transferencia del
relato colonial del desarrollo a través de la TM, los aspectos últimamente señalados evidenciaron,
hacia fines de los ’60, las limitaciones de la TM para dar cumplimiento a los resultados
anunciados desde sus discursos/prácticas. Tales limitaciones jugaron un papel relevante para la
erección de un segundo cuerpo teórico de marcada significancia en la década del ’70: la Teoría
de la Dependencia (TD).

Dentro de la gran heterogeneidad de perspectivas comprendidas en sus desarrollos internos


(Frank, 1991), (Dos Santos, 2003), la misma ha sido en parte un resultado de la “modernidad
criticada”, pero al mismo tiempo ha representado un genuino y no repetido intento de producir
una perspectiva crítica a la forma etnocéntrica y colonial dada a las representaciones, discursos y
práctica del desarrollo.

Dicho intento, sin embargo, representó un esfuerzo originado en la capitalización de los


elementos críticos desarrollados en las ciencias sociales de la modernidad, inspirados –según los
autores y enfoques– en las contribuciones de Marx (y en menor medida en Weber, Keynnes y
Kalecki), y apuntalados/acompañados por otros enfoques complementarios de largo alcance,
como los enfoques del sistema mundo inaugurados por Braudel y continuados por Wallerstein y
Arrighi (Dos Santos, 2003); (Martins, 2003).

Bajo esas influencias, y pese al origen innegablemente eurocéntrico de ese instrumental, los
aportes dependentistas convergieron en representar una respuesta en gran medida endógena, es
decir, desde un cuerpo de producción de ideas que, aun con esos “insumos” analíticos
etnocéntricos, fue pensado desde –o, en su defecto, para– la periferia, con un dominante
protagonismo de AL, procurando tanto un diagnóstico como una estrategia diferenciadora
respecto de la representación del desarrollo alentada por la TM.

En la elaboración de ese diagnóstico y de la estrategia, los análisis inscriptos en esta perspectiva


endogeneizadora de la TD no siempre fueron convergentes en los acentos puestos en las
responsabilidades y formas de implicación adjudicadas a los actores internos y externos a los

9
espacios nacionales10. Igualmente, en todos los casos, las estrategias resultantes de los diferentes
enfoques de la TD representaciones conllevaban la consolidación de determinadas bases sociales
de apoyo y formas de intervención estatal que, en los hechos, terminaron impulsando
modalidades de intervención y organización diferentes a la TM. Destacaron en esas modalidades
el proceso sustitutivo de importaciones, con el que se procuró alcanzar la industrialización que
los países centrales generaron a expensas de los periféricos, así como el impulso de formas de
intercambio internacional compatibles con ese proceso.

La institucionalización y conformación de un conocimiento experto desde el cual desarrollar y


difundir esa perspectiva en el escenario latinoamericano encontró su principal soporte teórico y
empírico en la CEPAL, que venía germinando gran parte de sus aportes desde la década del ’50,
con las contribuciones estructuralistas de Prebisch, Furtado y Sunkel. Desde esta perspectiva,
Prebisch había contribuido con el desarrollo del propio concepto de centro y periferia, abriendo
variados conductos de comunicación a inicios de los ’70 con las matrices dominantemente
marxistas –aunque muchas eran neo o no marxistas– que formaban el heterogéneo mapa de
influencias teóricas que operaron sobre la perspectiva dependentista (Hettne, 1982).

Por esta razón, aun cuando en esos años muchas instituciones –esencialmente académicas– como,
por ejemplo, la Escuela CESO, el Centro de Estudios de la Realidad Nacional de la Universidad
Católica de Chile o el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM –por citar sólo
algunas– ayudaron a la profundización y difusión de la TD en las elites decisionales, la CEPAL
fue incuestionablemente el más importante y supranacional soporte en la institucionalización y
difusión de las representaciones dependentistas del desarrollo latinoamericano (bajo su impronta
estructuralista). Su contribución fue esencial a la amplitud y verificabilidad de muchas de las
hipótesis de este cuerpo de ideas que desafiaban –desde sus contenidos, pero también desde su
ubicación– las representaciones etnocéntricas del desarrollo alentadas desde la TM.

La restauración global neoliberal: la negación de la negación y el cierre de la dialéctica


invertida

No obstante el “conflicto de paradigmas” (Blomström; Hettne, 1990) al cual dio lugar la TD


con relación a la TM, y su desafío a una de las “dos lógicas complementarias” (centro-periferia)
con que se conformó el discurso colonial del desarrollo, la misma tuvo serios límites para
adquirir en los hechos un posicionamiento hegemónico, capaz de hacer “calar en el sentido
común” su representación crítica del desarrollo. En ello jugaron un papel importante un cúmulo
de factores:

Al ver en conjunto las instituciones de apoyo y los circuitos la expansión de las ideas del
desarrollo en AL, la CEPAL finalmente resultó una instancia institucional que nunca logró
trascender su posicionamiento relativamente lateral dentro de la ONU; posicionamiento que,
además de estar condicionada por su circunscripción al ámbito latinoamericano, se vio agravado
por su inexistente capacidad de financiamiento, con la que sí contaron otros organismos ligados a
la ONU, como el BM y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

10
Es conocido que, dentro de la TD existieron variables enfoques y énfasis acerca del papel incidental de los actores internos e
internacionales en la (re)producción de la condiciones de dependencia, y por tanto en las responsabilidades que a los mismos les
cabe en la transformación de los procesos de dependencia (Cardoso; Faletto, 1969); (Frank, 1991).

10
A ello se sumó que su “filtrado de arriba abajo” (manteniendo el segundo elemento de la doble
lógica) hacia los gobiernos nacionales fue altamente heterogéneo y matizado según las distintas
realidades nacionales, compartiendo finalmente con la TM muchas de las estructuras
decisorias/estatales desde las cuales pensaban la planificación y el desarrollo.

Por otro lado, las ideas –y actores– forjadoras de una representación del desarrollo como “un
proceso de acumulación para adentro” defendida por la TD encontró límites materiales internos y
externos para desarrollar completamente. En lo interno resaltan las limitadas escalas de los
mercados locales, la transnacionalidad y heterogeneidad de la estructura económica; y en lo
externo, las tendencias internacionalizadoras del sistema de producción e intercambio que
acompañaba al combinado proceso de globalización y revolución tecnológica que daba contenido
espacial e informacional al capitalismo (Castells, 1999).

El final abrupto del proceso socialmente convulsivo generado en el marco de esas limitaciones,
traducido en la perdida de la institucionalidad democrática en la mayor parte del escenario
latinoamericano, y la introducción de los países de la región dentro de los procesos de
endeudamiento dependiente, fijó un escenario de alta vulnerabilidad a los intentos de formular
respuestas endógenas tanto teóricas como prácticas y una alta predisposición para la receptividad
de las representaciones discursivas del desarrollo restauradoras de la “doble lógica” y las formas
euro/etno-céntricas.

Capitalizando ese contexto de globalización y revolución tecnológica, esta “doble lógica”


permitió la consolidación de la “dialéctica invertida” al negar la pertinencia de las
ideas/representaciones y procesos endógenos y al mismo tiempo renovar superadoramente –con
relación a la TM– el ímpetu por el acoplamiento primero a ideas y, posteriormente, a fuerzas
exógenas reparadoras del desarrollo. En los ’80, y con una fuerza incontrolable desde inicios de
los ’90, la Restauración Global Neoliberal (RGN) se impuso como la síntesis de la dialéctica
invertida, presentándose como una reinstalación más profunda y cualificada de las claves de la
modernización y la racionalidad de la TM. La idea/representación del desarrollo como parte de
un proceso racional, universal, científicamente comprensible y transferible por expertos, resurgió
renovada, volviendo a subsumir reductivamente al concepto dentro del crecimiento y, sobre todo,
reinstalando con plenitud la “doble y complementaria lógica” sobre la que estructuró la
discursividad colonial del desarrollo.

Operando como la negación de la negación en esa dialéctica de las representaciones discursivas


del desarrollo, y reinstalando la idea de procesos inevitables y superadores venidos desde un
centro moderno y expansivo, la RGN fue imponiendo la necesidad de representar a la
discursividad dependentista y estructuralista de los ’60 y ’70 como un fundamento del
corporativismo autoritario y populista, un proceso engañoso que dominó en buena parte de la
posguerra, incapaz de ofrecer salidas a sus propias limitaciones, pero –al mismo tiempo– de
detener la apertura sin condicionamientos que permite ingresar a las fuerzas modernizadoras del
mercado global. En su desplazamiento discursivo de las representaciones dependentistas del
desarrollo, el eje del ataque no fue puesto tanto en el carácter quimérico sino arcaico de esas
representaciones, acusadas de alentar formas de organización social e institucional que

11
obstaculizan la modernización que ofrece la integración global (a los mercados)11 y agravan las
crisis.

La posibilidad de alcanzar esa modernización fue puesta ahora en manos de una representación
neoliberal del desarrollo sustentada en una “revitalización de la ideología centrada en una mayor
libertad para las fuerzas del mercado, menor intervención estatal, desreglamentación,
privatización del patrimonio público, preferencia por la propiedad privada, apertura al exterior,
énfasis en la competitividad internacional y menor compromiso con la protección social”
(Gonçalvez, 2002).

Ahora bien: ¿cómo pudo ganar lugar tan hegemónicamente esta nueva representación que caló en
las prácticas estatales y sociales latinoamericanas en los últimos 20 años?; ¿cómo pudo
imponerse tan consistentemente en el escenario latinoamericano el cuadro de simbologías,
prácticas inducidas, diseños institucionales, etc., centrados en un mensaje que reza en formas
tales como: “no construyas tus ideas con tu realidad (periférica), acóplate a las que fueron
generadas desde las fuerzas civilizatorias y modernizadoras –ubicadas en el centro- para
desembarazarte del atraso”?

Un elemento clave para entender ello es comprender el estratégico papel de las “redes
transnacionales de actores” que, muy superadoramente respecto de la TM y la TD, estuvieron a
cargo –junto a los actores de las redes materiales– del papel de la generación, transferencia y
asimilación de las ideas (Mato, 2004; 2005) hasta conformar una representación que permea los
imaginarios, cala en el sentido común de la gente y los gobiernos y se transforma incluso en una
condición ya no sólo del éxito individual, sino de la propia subsistencia de los intelectuales,
expertos e instituciones posicionados en la periferia.

Como bien indica el citado Mato, el desarrollo de esa “red de actores transnacionales” encargados
de reconvertir la representación del desarrollo con el formato de la RGN no ha conllevado una
des-territorialización en la formación de las mismas, sino una re-territorialización desde
conexiones distantes, desde las cuales se reproduce la doble y complementaria lógica –centro-
periferia y de arriba-abajo–, para realinear dicha representación a la “nueva geopolítica colonial
del conocimiento”. A través de ello, determinadas territorialidades –periféricas- ven configuradas
su imagen del desarrollo y sus prácticas con los instrumentos conceptuales y metodológicos
configurados en otros escenarios –centrales-. En tal sentido, y con relación a estos últimos, las
“nuevas tecnologías de la conectividad global” no sólo facilitan la continuidad, sino también la
cualificación y sofisticación de la –permanente– asociación de los centros de reproducción del
capital económico y financiero con aquellos donde se concentra el capital intelectual indicado
(Mignolo, 2003), permitiendo esto último contar la trayectoria de las periferias desde la
perspectiva requerida por esos centros.

Para lograr efectividad en su trayectoria “centro periferia” y “arriba-abajo”, las redes


transnacionales de actores creadoras de los discursos de la RGN han logrado una inédita

11
Importantes representantes, primero en lo académico y luego en los organismos internacionales (esencialmente el FMI, el BM,
la OCDE), marcaron una crítica a estas perspectivas a partir de su observación negativa de las formas intervencionistas
implementadas en la periferia. Justamente, para la concreción de esta crítica desde una perspectiva comparada, estos autores
forjaron su particular y liberal interpretación del fenómeno del Este asiático para denunciar las debilidades de esta representación
sobre aquellas que optaron por la integración al mercado global y la apertura (Balassa, 1981).

12
institucionalización de su representación del desarrollo (sustentada en la modernizacion y el
crecimiento) a partir de una interconexión entre organismos supranacionales y nodos generadores
de conocimiento, dentro de los que se mueven que comparten un “personal experto”, portador de
un conocimiento y “modalidad de hacer” racional, universal, científicamente comprensible y
transferible, que alcanzar conjunta y no conflictivamente un mismo objetivo: la modernización y
el desarrollo.

Las redes se han fortalecido ha partir de que los vinculos entre los organismos supranacionales de
investigación y financiamiento y los centros productores de ideas (think tanks) –aquellos
ubicados en el centro con alta influencia en la periferia y los posicionados (subalternamente) en la
periferia– se fueron extendido hacia áreas decisionales estatales con los que comparten los
contenidos vertidos por “personal experto” que circula –muchas veces compartidamente- en
todos esos ámbitos, e influye igualmente en los nodos comunicacionales difusores de ideas e
imágenes en la sociedad civil.
Ahora bien, no obstante su interconexión, cada uno de esos elementos cumplen específicos
perfiles que ameritan observaciones particularizadas para explicar el papel de estas redes en el
posicionamiento hegemónico de la representación del desarrollo sostenida por la RGN:

• Los organismos supranacionales, como el BM, el FMI, y en menor medida el BID, se


transformaron en un espacio de reclutamiento profesional de los centros académicos
anglosajones, especialmente los americanos (Wade, 1997). Lejos de ser los más destacados por
su calidad académica, los reclutados sí operaron como “disciplinados manejadores de un
instrumental experto”, necesario para diagnosticar y sugerir lineamientos en los países “menos
desarrollados”, apelando a formatos altamente universales y alejados de las especificidades
nacionales (Stiglitz, 2000). Para la preservación de la “estructura general” de la RGN, y la
aplicación universal de esos instrumentos desde el centro a la periferia (y desde arriba hacia
abajo), al interior de esos organismos se dio una sostenida batalla destinada a frenar el ingreso
de otras perspectivas e instrumentos de desarrollo, capaces de operar alternativamente a los
postulados universalmente difundidos por la RGN. El debate descrito por Wade, acerca de los
frenos al intento de desembarco japonés y sus perspectivas heterodoxas e “intervencionistas” de
desarrollo en el BM (el más importante organismo supranacional de financiamiento del
desarrollo en la periferia) (Wade, 1997), es una muestra de la relevancia del control de los
contenidos que forman la representaciones del desarrollo impulsadas bajo la RGN –y desde el
entrenamiento académico estadounidense– para su “doble y complementaria lógica” de
instalación colonial en la periferia. La penetración de tales contenidos con la “doble lógica” se
vio enormemente potenciada por la inigualablemente condicionadora capacidad de
financiamiento de estos organismos ante instancias estatales vulnerables y altamente
endeudadas, las que –más allá de las especificidades nacionales– quedaron sujetas al
acatamiento acrítico de las representaciones del desarrollo formuladas a través del “ejército de
expertos” encargados de generar los lineamientos de los programas de acción económicos y
sociales desarrollados en todo el continente.

• Respecto de los think tanks neoliberales de alcance internacional, cuidadosos abordajes,


como los realizados por Mato (2004; 2005), sobre organizaciones como la Atlas Economic
Research Foundation; el Institute of Economic Affaire y la Fundación Internacional para la
Libertad, han mostrado cómo estos think tanks –que colocan en la cabecera filosófica de su
acción la propagación de las “ideas libertarias” de Friedman y Hayek– han colaborado en

13
germinar una profusa red internacional de instituciones que se cuentan por centenares en más
de 80 países. Siendo “locales” en su origen, se transforman en globales a partir de su operatoria
en red, contribuyendo a instalar en las periferias las representaciones del desarrollo neoliberal
germinadas en el centro. Para ello han trabajado coordinadamente en la edición de trabajos, el
financiamiento de investigaciones, el otorgamiento de premios, etc., que consideran una
diversidad de temáticas que alcanzan las áreas ambientales, de los recursos naturales, salud,
educación. etc. Crecientemente fortalecidas en su desarrollo organizacional y financiero y con
ese complejo de actividades, logran una amplia red de desembarco local, sea mediante filiales o
instancias asociadas, aglutinando el apoyo de académicos, hombres de negocios, periodistas,
propietarios de medios de comunicación, dirigentes políticos, cámaras empresariales,
fundaciones privadas.

• La acción de estas organizaciones internacionales se complementa con un complejo de


think tanks locales (nacionales) de la periferia, muchos de los cuales operan –como indicamos–
con vínculos con los think tanks internacionales, así como entre sí. Su presencia en la
formación de interlocutores comunicacionales, académicos y empresas y hombres de negocios,
ha en los hechos otorgado a estas instancias una clara capacidad de incidir en las políticas
internas nacionales y regionales de AL12. Algunos lo han logrado con una tarea orientada a
incidir socialmente a través de los mencionados interlocutores; otros, con el complementario
papel de formación y consolidación de cuadros técnicos –altamente americanizados en su
formación– que toman posiciones transitorias pero estratégicas en áreas de política económica
estatal, garantizando formas de intervención sustentadas en los lineamiento de la RGN. Los
casos del CEMA en Argentina (Heredia, 2004), y del ITAM en México (Babb, 2005), son
ejemplos característicos de esta última variante.

Funcionando entonces colectivamente, organismos supranacionales y think tanks internacionales


y locales hicieron compatibles las formas “de arriba hacia abajo” y del “centro a la periferia” a
través de las cuales penetran en el “sentido común” de las representaciones del desarrollo de la
RGN, lo que, como sugería el propio Hayek13, permite finalmente incidir en los policy makers.
En gran medida obligados a desmantelar sus estructuras creadas bajo el influjo de las
presentaciones de la TM y la TD, desde los “condicionamientos desde arriba” y esas
“legitimidades obtenidas desde abajo”, los Estados nacionales aparecen estratégicamente
utilizados en sus cúpulas para instrumentar las acciones desreguladoras, privatizadoras, etc.,que
dan materialidad a esas nuevas representaciones neoliberales del desarrollo (desregulaciones,
privatización, introducción de competencia).

1.2 El discurso del desarrollo local bajo la “dialéctica invertida”: captura y “subalternidad”
respecto de la RGN

12
Por nombrar algunos de los relevantes en AL tenemos instituciones como: en Argentina, el Centro de Estudios
Macroeconómicos (CEMA), La Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL); la Fundación Libertad en
Argentina; en Venezuela el Centro de Divulgación del Conocimiento Económico (CEDICE), en Colombia la Fundación
Desarrollo y Libertad y la Fundación Instituto de Ciencias Política; en Ecuador el Instituto Ecuatoriano de Economía Política; en
México el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).
13
Mato recuerda que, según se sabe, Hayek recomendó a Fisher, creador del Institute of Economic Affairs (IEA), una de los más
destacados think tanks neoliberales, que evitara la política y que incidiera en los intelectuales con argumentos sólidos, que éstos a
su vez influirían en la opinión pública, y en consecuencia los políticos seguirían a ésta (Mato, 2005: 142).

14
Como dijimos, el “desarrollo regional-local ha venido estando de moda” y ello ha sido posible
por un discurso que, de la mano de una “plataforma común”, ha logrado calar en un amplio
espectro de instituciones académicas y políticas de AL. Ahora bien, no es un dato menor que
esta “plataforma” y la “moda” regionalista-localista del desarrollo han cobrado fuerza en el
escenario latinoamericano en la década del ’90, en el mismo período que la “dialéctica invertida”
llegó a su punto culminante y la RGN logró su hegemónico posicionamiento, alcanzando el
DDRL, que paradojalmente pregona las formas “de abajo-arriba”, una inserción también
dominada por la “doble lógica” que impone la desendogeneización y la verticalidad.

Lo indicado obliga a interrogarse: ¿cómo es posible esta convivencia temporal del discurso
localista regionalista del desarrollo con esa dominante presencia de la RGN? ¿Representó acaso
la misma la emergencia de una alternativa a la “dialéctica invertida”, reinstalando la
(re)generación de una modalidad endógena, no colonial, y plenamente reversora a la “doble
lógica”, al sumar a esa endogeneización en las ideas y las acciones la forma “abajo-arriba”,
ausente en el enfoque dependentista y en la lógica histórico-cultural de construcción económico
institucional de AL (Véliz, 1984)? ¿O, por el contrario, estamos ante una representación
discursiva subalternizada/complementaria a la RGN?

La respuesta a estos interrogantes es de gran importancia, pues esa alternatividad o


subalternización respecto de la RGN y la presencia de esa endogeneización y reversión de la
“doble lógica” guardan estrecha relación con el modo en que la representación del desarrollo
regional-local se implica en la perseverancia y ampliación de la desigualdad y exclusión social y
territorial que domina la región latinoamericana, desigualdades y exclusiones que el DDRL,
acorde a sus objetivos, debería ser capaz de revertir.

Podremos considerar ello más consistentemente al analizar luego la relación de estos aspectos y
representaciones discursivas con los intereses que acompañan la reestructuración global del
capitalismo, pero por ahora podemos decir que, puestos en esa opción de alternatividad o
subalternatividad, el DDRL puede leerse como parte de esa primera opción, atento a que el
mismo: a) apela a los territorios como autorresponables de su desarrollo, inspirando una forma
“abajo-arriba” que desafía las formas verticales que tanto componen la “doble lógica” como
perviven con el enfoque dependentista; b) propone un patrón de organización social basado en la
cooperación público-privada como condición para el éxito de la competencia; c) se ha
conformado en buena parte en centros académicos que no han trabajado bajo las representaciones
neoliberales que hemos indicado; d) porque –desde ese origen– ha pasado a ser parte de
organizaciones que procuran actuar sobre los efectos de los programas de acción inspirados en la
RGN.

Sin embargo, esa percepción es sólo aparente, pues un análisis en profundidad muestra que
dominan en realidad las subalternidades, por las siguientes razones:

No obstante su apelación a un “desarrollo desde abajo”, que compromete la cooperación


territorializada entre actores públicos y privados para incidir sobre los procesos globales, como se
ha bregado desde la “plataforma común del regionalismo-localismo”, la generación e
institucionalización se ha alineado activamente a la “doble lógica” que hemos descrito y, a partir
de ello, a la consolidación de la etapa final de la “dialéctica invertida”. Ello quiere decir
básicamente que, aunque su generación académica ha estado en manos de think tanks diferentes a

15
los neoliberales (e incluso algunos que se posicionan como portadores de una lectura
diferenciadora), su institucionalización en organismos que operan en y/o desde el centro y que
dan entrenamiento a un “ejército de expertos” (internacionales y vernáculos) que los llevan a la
periferia.

En un trabajo reciente nos hemos esforzado por mostrar que los conceptos de distritos
industriales y luego sobre clusters, medios innovadores, sistemas regionales de innovación, así
como los contenidos argumentales en los que se insertan, han sido todos claramente germinados
en los países centrales, fundamentalmente en el escenario Europeo, por medio de un conjunto
importante de centro académicos y think tanks, a partir de cuyas contribuciones se han
incorporado luego instituciones supranacionales (como el BM y el BID) y programas nacionales
y subnacionales, que dan continuidad al traslado de dispositivos conceptuales y representaciones
del desarrollo que “viajan” desde el centro hacia la periferia (Fernández et al., 2008).
Acompañando este “viaje” -en su momento sólo desafiado por la TD-, el DDRL también a
operado a través del “filtrado arriba-abajo” que sella la “doble lógica”, apelando para ello a una
asociación de trabajos académicos (sobre)difundidos, programas institucionales de
financiamiento e investigaciones a cargo de agencias internacionales e instancias estatales
nacionales y regionales adheridas a ellas. Ello, claramente, ha venido a contradecir el ímpetu
“basista” y democratizador que yace en sus contenidos y a relativizar en los hechos la relevancia
de las “restistencias”, “iniciativas” o “respuestas” locales, que parecen formar parte central del
DDRL desde el pionero impulso del “desarrollo desde abajo” difundido a inicios de la década del
’80 (Stohr et al., 1981).

Esa forma de construirse e instalarse por parte de las representaciones discursivas del desarrollo
regional-local, y los aspectos que hemos considerado, las inscriben como continuadoras de la
doble lógica y, desde allí, configuran su ya adelantada /y también doble/ subordinación:

a. a los “imaginarios/representaciones sociales germinados en el centro”, que se transmiten


acrítica y verticalmente hacia la periferia. Esa subordinación, impuesta desde esas formas,
representa la continuidad –y no la alternatividad– de las geopolíticas del conocimiento que
cuestionan la capacidad de pensar y luego de actuar por formas más endógenas/liberadoras de
desarrollo.

b. en el marco de lo anterior, a las redes transnacionales de ideas y prácticas (y financiamiento)


neoliberales que –igualmente originadas y potenciadas desde “el centro” pero con plataforma
en otros think tanks- ganan legitimidad, como vimos, tanto en el cuerpo social como en las
cúpulas de los mismos organismos supranacionales del centro (UE, OCDE) y la periferia
(BM, BID), así como en los Estados nacionales que también difunden –fragmentariamente- el
DDRL.

Con relación a ello es importante señalar que tanto los expertos encargados de introducir en los
‘90 los enfoques del desarrollo regional-local –transformados en “proveedores” de ideas de los
organismos supranacionales-, como la promoción y financiamiento de estos últimos, no pusieron
los contenidos de dicho enfoque en contraposición a los lineamientos neoliberales que citáramos,
sino como complementos de éstos, operando como “atendedores” de aspectos no comprendidos
por los enfoques macroeconómicos centrados en los ajustes macroeconómicos y las estrategias
mercantilizadotas-privatizadoras de esos lineamiento (Esser et al., 1996); (Alburquerque,1996).

16
Ese espíritu compatibilizador fue esencial para que esos enfoques regionalistas-localistas del
desarrollo pasaran a convivir al interior de los organismos supranacionales, como el BM y el
BID14, ocupando un papel de soporte cualificador de la representación del desarrollo de matriz
neoliberal que hegemonizó el discurso y acción de esos organismos.

Esa hegemonía de la representación neoliberal del desarrollo tuvo lugar a través de dos vías, una
institucional estatal: en las instancias de formulación macro-estratégicas de los mencionados
organismos supranacionales y luego en las cúpulas de las instancias estatales nacionales y
subnacionales. Otra vía social: a partir de las redes transnacionales de actores que, como
expresamos, ganaron peso en los “sentidos comunes” de la sociedad civil, a partir de las
complejas interacciones de think tanks, grupos de interés, medios de comunicación, etc.

Actuando entonces funcional/y no alternativamente/ a la “doble lógica” y como continuador de la


“dialéctica invertida”, el DDRL ingresado en los ’90 por organismos supranacionales, expertos y
gobiernos fue captado y colocado subalternamente dentro de ese hegemónico posicionamiento de
la representación neoliberal del desarrollo, que también “viajó desde el centro a la periferia” y
desde “arriba hacia abajo”, pero en este caso promocionando los beneficios que otorgan las
libertades asociadas al funcionamiento de las fuerzas del mercado.

Ahora bien, esa subalternización del DDRL se vio facilitada por un conjunto de “debilidades
congénitas”, es decir generadas en los escenarios centrales donde fue engendrado y transferido
bajo la continuidad de la modalidad colonial (y acrítica) con que las representaciones discursivas
del desarrollo (en este caso regional-local) fueron asimiladas en los escenarios periféricos. Esas
debilidades, que examinamos detenidamente en otros trabajos, tienen como notas distintivas: la
selección arbitrariamente de experiencias (fragmentarias); la apelación a conceptos confusos
para examinar esas experiencias; el desconocimiento de la presencia y rol del poder en las
relaciones económicas y no económicas locales y extra-locales; la consideración del Estado
como una actor político y diferenciado que opera y podría operar en direcciones variables en el
marco de esas relaciones de poder desconsideradas (Fernández et al., 2008); (Fernández;
Vigil, 2007).

La inscripción de estas “debilidades” dentro de la continuidad/subordinación en que incurren los


DDRL, tanto con respecto de la “doble lógica” colonizadora (centro-periferia) y verticalmente
impositora (arriba-abajo) de los discursos del desarrollo, como con respecto de la
representaciones del desarrollo de la RGN que rematan la “dialéctica invertida”, resulta en
conjunto relevante para considerar su funcionalidad/compromiso/implicación con la
reproducción/no reversión/mantenimiento de los desequilibrios sociales y territoriales a los que
nos referimos inicialmente, o, en otros términos, para explicar su inefectividad para garantizar un
“desarrollo territorial integral desde abajo” capaz de revertirlos.

2. Desde las “representaciones del desarrollo” a la identificación de los intereses: desarrollo


regional-local bajo la lógica reproductiva del capital global.

14
Para el BM véase:www.worldbank.org/urban/led/cluster.htm; para el BID obsérvese Pietrobelli; Rabellotti (2004)

17
Ahora bien, la compresión de esa funcionalidad/compromiso/implicación del DDRL, así como el
rol de esas –como veremos, no inocentes- debilidades, no es posible dentro de los marcos
analíticos de las representaciones del desarrollo. Esa comprensión demanda la vinculación de la
constitución e institucionalización de esas representaciones del desarrollo y la “dialéctica
invertida” con la emergencia de lógicas/intereses diferenciados que derivan de los contradictorios
reacomodamientos del capitalismo (global). En otros términos, la dimensión cultural que
acompaña la perspectiva crítica de la modernidad euro-céntrica y sus representaciones del
desarrollo requiere complementarse de un entendimiento de los procesos materiales de
reproducción de la modernidad, en especial del capitalismo como un sistema totalizador en el que
se reproducen contradictoriamente la economía, las instituciones y el espacio.

Al retornar al interior de los instrumentos totalizadores-racionalizadores generados dentro del


paradigma moderno para comprender la lógica de ese sistema, recobramos la posibilidad de
entender al mismo como un sistema que se despliega bajo un patrón contradictorio que, al tiempo
que se expande, genera impactos desiguales para actores y territorios (países y regiones),
territorios en el marco de los cuales emergen y deben interpretarse los discursos y
representaciones del desarrollo.

Los enfoques del sistema-mundial (Braudel, 1984); (Wallerstein, 1979) han invitado a entender
al capitalismo como un sistema fundado en relaciones sociales (económicas y espaciales)
contradictorias que se han desenvuelto históricamente a través de un largo proceso que tiene a la
continuidad y ampliación de los procesos de acumulación como su vector principal (Harvey,
2004). En dicho proceso, determinados actores y territorios asumen posiciones
centrales/hegemónicas, mientras otros lo hacen subalterna y periféricamente (Wallerstein, 1979);
(Arrighi, 1999), alcanzando en el escenario contradictorio creado por esos posicionamientos no
sólo las relaciones entre el capital y al trabajo, sino también entre países y regiones (Massey,
1984).

Lejos de revertirse, y desde el punto de vista cuantitativo, la necesidad de dar continuidad al


proceso de acumulación impone la superación de diferentes barreras espaciales, penetrando en
nuevos territorios tanto a partir de inversiones creadoras de (nuevos) activos como de la
“desposesión” de los existentes (Harvey, 2004), utilizando una asociación retroalimentaría entre
el capital y el Estado (Arrighi, 1999) y creando nuevas formas de subalternización.

Analizado desde un punto de vista más cualitativo, esta expansión territorial no se realiza en una
forma lineal, como parte de una forma inalterada de producir, sino bajo condiciones variables
para el capital, el Estado, el trabajo y sus interrelaciones institucionales y espaciales, emergentes
de las fuertes transformaciones operadas cíclicamente al interior del capitalismo. Frente a esas
condiciones se producen variaciones importantes en las formas como el capital y la implicación
del Estado –y otras instituciones- se organizan y entrelazan. Bajo esas alteraciones, el capital
demanda el desmantelamiento/reemplazo de las anteriores formas de regulación (modo de
regulación) y la implantación de nuevas formas, compatibles con nuevas condiciones de
producción y realización (lo que los regulacionistas denominan régimen de acumulación), que le
permiten superar las situaciones conflictivas y obstaculizadoras emergentes de las –siempre
contradictorias- relaciones sociales/económicas del capitalismo.

18
Las últimas seis décadas (después de la posguerra) –cuando emerge precisamente el concepto de
desarrollo y sus representaciones- y la crisis desatada en las últimas cuatro, son esenciales para
analizar esas alteraciones que tienen un impacto fundamental para los escenarios periféricos y en
particular para AL, y a partir de allí para comprender cómo las representaciones del desarrollo y
el DDRL se vinculan -en el marco de la doble lógica y la dialéctica invertida- a ciertos intereses.

La crisis de los ´70, significó en los países centrales el agotamiento de la forma de organización
productiva fordista y de los acuerdos nacionalmente forjados bajo una activa intervención estatal,
conllevando entonces transformaciones tanto en el régimen de acumulación, fundado en la
producción y consumo estandarizados, como en el modo de regulación, sustentado en un
complejo acuerdos negociados entre un capital concentrado, pero enclaustrado nacionalmente, y
una fuerza de trabajo formal y altamente sindicalizada (Harvey, 1992).

La fuerte crisis de ese patrón productivo y de distribución, manifestado finalmente en su forma de


crisis fiscal (O’Connor, 1973), junto a la emergencia de patrones flexibles de acumulación
(Piore; Sabel, 1984) vino acompañado de un elemento cualitativamente nuevo y diferenciador,
como la globalización, habilitada por la revolución tecnológica (Fernández, 1998). A diferencia
de la internacionalización, que se dio a lo largo de todo el largo ciclo histórico que analizaron los
teórico del sistema mundo, el proceso de globalización significó la puesta en funcionamiento de
una lógica reproductiva original y diferenciadora, dada por la capacidad de operar a escala global
y en tiempo real (Castells, 1999).

Ciertamente esa capacidad no abarcó al conjunto de los actores, ni incluyó centralmente al de los
espacios, sino que fue protagonizada por una fracción altamente concentrada y transnacionalizada
del capital (productivo y financiero) que da forma al proceso de globalización y redefine su
lógica de reproducción. Las formas productivas experimentan una transformación estructural,
pasando a operar desde patrones (de producción y consumo) centrados esencialmente en el
interior de las unidades nacionales, hacia formas de redes multi-localizadas y ensambladas que
encadenan actividades diversas, atravesando múltiples fronteras en tiempo real (Dicken, 2007).
Entorno a las actividades encadenadas, portadoras cada una de distintas porciones de valor, se
despliegan diferentes funciones –de producción y, esencialmente, de diseño y marketing- así
como procesos de innovación, siendo aquellas funciones y procesos estratégicos y de mayor
valorización centralizadamente controladas por empresas/marcas líderes transnacionales
(Kaplisnky, 2005); (Gereffi, 1996), emplazadas a su vez en un conjunto selectivo de nodos
espaciales (ciudades globales) en los países centrales (Sassen, 2002).

Esta nueva lógica de reproducción liderada por las fracciones globales del capital demanda una
remoción de las formas de regulación vigentes –instaladas desde la posguerra fordista- y la
instalación de otras nuevas, compatibles con esas fracciones de capital y su posicionamiento
hegemónico. Ello permite comprender en las últimas tres décadas dos etapas/procesos altamente
interconectadas (donde a su vez se insertan la RGN y su representación del desarrollo y los
propios DDRL):

La primera etapa/proceso, dentro de lo que Peck y Tickell denominan el roll back


(Peck; Tickell, 2002), tuvo lugar hacia mediados de los ‘70 y buena parte de los ‘80, y
comprendió esencialmente el desmantelamiento de las instituciones y formas de intervención –
centradas en el protagonismo del Estado Nación- que, con particularidades en cada contexto

19
nacional, conformaron el Welfare State y los patrones redistributivos acordados por el capital
monopólico con el pequeño y mediano capital y primordialmente con la fuerza de trabajo
sindicalizada al interior de las fronteras nacionales (Brenner, 2004). Luego de conformar un
círculo virtuoso que originó un ininterrumpido crecimiento al capitalismo por más de dos
décadas, hacia el final de los ‘60 e inicios de los ‘70 esa estructura “nacionalmente encapsulada”
de regulación de las relaciones entre el capital, el Estado y el trabajo se volvió afuncional a los
intereses y capacidades de esas fracciones globales del capital y su lógica multi-localizada de
producción y realización. Iniciado en los propios países centrales, y más radicalmente en
experiencias conservadoras de Reagan y Tatcher, ese proceso de desmantelamiento, acompañado
de la apologética re-equilibradora y modernizadora del mercado e instrumentado a través de los
procesos de desregulación y privatización, se transformó en el primer fundamento de la RGN
transferida como vimos –por la doble lógica- al escenario periférico y latinoamericano en
particular.

La segunda etapa/proceso, dentro de lo que los citados Peck y Tickell denominan el roll
out, emergió a partir de los brutales efectos sociales y económicos generados por roll back de las
instituciones del modo de desarrollo fordista. Gestada esencialmente a lo largo de los ‘90, esta
etapa/proceso conllevó ya no las acciones de desmantelamiento sino, dentro de las profundas
transformaciones en la organización del capital y el trabajo, el deseo de nuevos arreglos
institucionales, donde la recreación de formas de bienestar y protagonismo social se volvieran
compatibles con la reproducción del capital global y su liderazgo de las redes globales multi-
localizadas.

Mientras los think tanks y sus representaciones del desarrollo vinculados al pensamiento
neoliberal que consideramos anteriormente quedaron alineados /y sirvieron de fundamento/ a la
primera etapa/proceso, comprometiéndose argumentalmente en el barrido de los obstáculos
institucionales de alcance nacional que afectaban al capital global; aquellos vinculados al DDRL
se convirtieron en un elemento esencial en el sostenimiento de la segunda etapa/proceso de
“creación” después de la “destrucción/desmantelamiento”.

En tal sentido, en el marco de un profundo re-escalonamiento (espacial) dentro del que la RGN
ensaya su fase de consolidación/expansión argumentando el agotamiento y afuncionalidad del
Estado nacional (Brenner, 2004), las formas regionales y locales de cooperación público-privada
que forman la “plataforma común” del DDRL, al tiempo que son exaltadas como los nuevos
espacios de acompañamiento estratégico a la globalización (Peck, 2002), adquieren plena
funcionalidad y subordinación con la lógica reproductiva del capital global. Esa funcionalidad se
sustenta en propiciar mecanismos/lógicas descentralizadas y micro-territorializadas de
organización económico y social que dan lugar a formas de reproducción fragmentarias y auto-
gestivas. Estas últimas permiten descomprimir las demandas y condicionamientos centralizados
que imperaron bajo el fordismo previo al roll back en la escala nacional y desde la implicación
del Estado-nación, presionando sobre las fracciones concentradas –y ahora globalizadas- del
capital.

De manera no contradictoria con las demandas “promercado”, esas formas combinadas de


cooperación público-privada a nivel territorial operan como elementos de cualificación tanto para
atender necesidades sociales que ya no son universalmente contempladas (a través de múltiples
welfare states locales), como para desarrollar distintas formas de organización productivas

20
(múltiples workfare states) en los términos de Peck (2002). En los hechos, sin embargo, ello se
traduce en una cristalización de variadas estructuras económico-sociales de orden local y
regional, emergentes de diferentes trayectorias históricas, stock de capital social y densidad de los
entramados productivos e institucionales. Las heterogeneidades regionales y locales derivadas de
esos activos implican desde aquellas formas de aglomeración sustentadas en la informalidad e
intensidad en el uso de la fuerza de trabajo, hasta aquellas donde destacan por su capacidad
innovativa y una mayor comprensión estratégica de funciones con alta valorización.

Mientras esas variables configuraciones productivo-territoriales resultan múltiples opciones para


el capital global al momento de configurar sus estrategias multi-localizadas en las redes globales,
desde el punto de vista de las realidades regionales y locales ello conlleva –desde la cristalización
de esas heterogeneidades- fuertes asimetrías en las posibilidades y formas de ingresar a las redes
globales, y por tanto en la aptitud para evitar formas de expoliación en el interior de esas redes.

En tal contexto, la apelación fragmentaria al protagonismo local y regional dentro de la re-


escalaridad dominada por la RGN y el capital global, y su plegamiento a una perspectiva que
descree de la escala nacional y la intervención del Estado nación, termina entonces
paradojalmente potenciando la exclusión o dominación económica y territorial, y legitimando las
exclusiones o incorporaciones subalternas de los actores locales a redes globales por empresas
líderes selectivamente localizadas.

Resumidamente, no contradiciendo al proceso de construcción de desmantelamiento de la RGN y


actuando protagónicamente en su fase reconstructiva (roll out), el DDRL nació y se
institucionalizó en el “centro”, en el marco de un proceso de re-escalonamiento espacial del
capitalismo, quedando disciplinadamente integrado, es decir subordinado, a la lógica de
reproducción del capital global y su posicionamiento hegemónico. Esa integración subordinada
conllevó su implicación en la ampliación de los desequilibrios territoriales a que dan lugar las
variables formas de integración a las redes globales (o bien la exclusión de las mismas).

Bajo tal contexto, las cuatro debilidades que hemos señalado, vinculadas al fragmentalismo, la
imprecisión conceptual, la desconsideración del poder y el desconocimiento del Estado, no
parecen ser un resultado de un “inocente descuido” de los formuladores y difusores
institucionales del DDRL, sino aspectos necesarios para el cumplimiento de esa subordinada
integración, tanto respecto de la RGN como de la lógica-interés del capital global.

En primer lugar, la apelación al localismo fragmentario, así como también las fragmentarias
indagaciones de casos que dominan en el DDRL, resultan necesarios para evitar una
comprensión holística de los procesos generales de acumulación, en los que es posible visualizar
la desconsideración de la dinámica multi-escalarmente compleja e interpenetrada en el que se
mueven el capital global y se conforman las heterogéneas y asimétricas formas regionales y
locales de vincularse con el mismo. En segundo término, la imprecisión conceptual y el carácter
difuso de los conceptos permite poner a esas heterogeneidades en un mismo paquete de
experiencias, en el que múltiples y asimétricas realidades regionales y locales se intentan
presentar con similares potencialidades para incorporarse y cualificar su posición a las redes
globales. En tercer término, la desconsideración del poder resulta esencial para la presentación
de un “mundo posible para todos”, que enfatiza las relaciones cooperativas como constructoras
exclusivas de horizontalidades, sin reconocer las formas de inclusión selectiva y subordinación

21
que obtienen tanto en el control de los encadenamientos productivos como de las instituciones.
Finalmente, la evacuación del Estado (nacional) del escenario analítico resulta fundamental para
la desactivación de los elementos político institucionales esenciales para el desarrollo de formas
de intervención que actúen en la limitación o reversión de las situaciones del poder que asume el
capital en el control de las redes globales, así como en el desarrollo de formas redistributivas que
compensen los desequilibrios regionales a los que nos hemos referido.

Ahora bien, lo indicado nos invita retomar al análisis realizado en la primera parte sobre la
génesis de las ideas que alimentan la RGN como el DDRL y su conjunto “viaje desde el centro a
la periferia”, a partir de los think tanks y la activa difusión en políticas y programas de
organismos internacionales, inscribiendo esas representaciones y discursos interrelacionadamente
con el proceso de re-expansión y redefinición del capital global, partiendo de que el
funcionamiento de éste también tiene enclave en los países centrales para expandirse a partir de
allí hacia los escenarios periféricos.

En tal sentido, la colonialidad discursiva dentro de la que se expresa el DDRL y su subordinación


a la RGN no constituye un hecho circunscripto a una dimensión cultural, sino mas bien una
herramienta discursiva y representacional estratégica para dar legitimidad a las formas
materiales/económicas de dominación que impone el capital global para adaptar los procesos
productivos y territoriales a las redes cuyas funciones estratégicas controla. Por lo tanto, su viaje
conjunto, pero también subordinado, a la “doble lógica” (centro-periferia y arriba-abajo) y su
implicación en la fase final de la “dialéctica invertida” de las representaciones del desarrollo que
analizamos, se inscriben dentro de un proceso que vuelve al DDRL funcional/subordinado a
intereses territorialmente expansivos de las fracciones globalizadas del capital.

Esa funcionalidad/subordinación se traduce esencialmente en su acción tendiente a hacer penetrar


en el “sentido común” de actores y territorios la idea de que son beneficiosos para toda la
sociedad (local y regional) procesos o políticas que, en realidad, y a través de la consolidación y
expansión de las redes globales, favorecen las fracciones del capital que controlan las funciones
de valor estratégicas de esas redes.

En el contexto de su asimilación a la “doble lógica” y la “dialéctica invertida” liderada por la


RGN, el DDRL ve agravado su implicación en la incapacidad de revertir las asimetrías
territoriales en el escenario latinoamericano, producto de que, a diferencia de los países centrales
(e incluso de las periferias del centro), su subordinación a la lógica reproductiva del capital global
tiene lugar encuentro un contexto en el que:

a. La paradójica promoción de formas de “desarrollo desde abajo” impuestas “desde arriba” se


monta sobre tradiciones económicas e institucionales altamente más centralizadas y menos
horizontalizadoras como demanda el DDRL.
b. Las desigualdades territoriales emergen dentro de un proceso histórico que las ha conformado
claramente más radicalizadas.
c. Los mecanismos neoliberales y privatizadores (nacionales y supranacionales) han aumentado
dichas desigualdades, sin que se hayan forjado, como en el caso de la UE, mecanismos
compensadores destinados a potenciar las regiones periféricas.

22
d. Los entramados económicos y sociales –particularmente en las regiones más rezagadas de la
periferia- son altamente más vulnerables, dominados por la desarticulación económica e
institucional.
e. A partir de lo anterior, los más marginales posicionamientos asignados a estos entramados en
las redes globales y las selecciones de las fracciones globalizadas del capital son más selectivas.
f. El Estado se presenta más vulnerable y técnicamente insuficiente para operar en las resistencias
a los acoplamientos marginales o a la exclusión de esas redes globales, así como en la
construcción de ensambles más cualificados a las redes globales.

3. Conclusiones: hacia una nueva perspectiva del desarrollo regional-local desde la


periferia.

En este trabajo hemos cuestionando la capacidad del discurso dominante del desarrollo regional-
local, instalado como “moda” en el escenario latinoamericano, para alcanzar una integralidad
capaz de revertir los desequilibrios territoriales crecientes en ese escenario. Permítasenos repasar
resumidamente los contenidos esenciales vertidos para dar cuenta de lo indicado y para formular
algunos lineamientos fundamentales al momento de resituar la perspectiva del desarrollo
regional-local en AL.

Hemos argumentado que las limitaciones del DDRL, lejos de presentarse como una herramienta
conceptual –y política- alternativa para entender procesos y formular políticas, representa una
continuidad de la forma colonial que ha dominado las representaciones del desarrollo en el
escenario latinoamericano antes y después de la TD, y a partir de ello, o en el marco de ello, a las
lógicas reproductivas de las fracciones globalizadas del capital y su penetración en estos
escenarios mediante el control de las funciones estratégicas de las redes globales.

Para llegar a esas conclusiones hemos dado cuenta de la “triple subordinación” en el enfoque del
desarrollo regional-local en su presencia periférica, a las que arribamos, en el caso de las dos
primeras, a partir de una recuperación de las “criticas a la modernidad” y a su impronta
eurocéntrica, y en el caso de la última a partir de una recuperación de las críticas formuladas
desde la modernidad, las que permiten identificar los intereses envueltos en el impulso de
determinados discursos y representaciones del desarrollo bajo la dinámica globalizadora y
contradictoria del sistema capitalista.

Las dos primeras subordinaciones del DDRL se vinculan a la sujeción acrítica a las
representaciones/imaginarios del desarrollo producidos en el “centro” así como al dispositivo
hegemónico de la RGN. Hemos resaltado como éstas subordinaciones se constituyen a partir de
su replicación de la trayectoria fundada en la “doble lógica” (centro-periferia y arriba-abajo) que
han tenido las representaciones discursivas del desarrollo, así como en su integración funcional a
la “dialéctica invertida” a través de las cuales se han conformado tales representaciones en AL.
El DDRL se ha integrado funcional y no alternativamente en la última etapa de ese
comportamiento dialéctico, en el que se niega la perspectiva endógena y liberadora de la TD y se
instalan hegemónicamente los mecanismos homogeneizadores y mercadistas de la RGN.

Sostuvimos que ambas subordinaciones se vinculan a una tercera, fundada en una


funcionalización del DDRL a las lógicas intereses de las fracciones del capital que controlan las

23
advertidas redes globales y también se expanden desde el centro a la periferia, capitalizando esa
trayectoria e inserción funcional –no alternativa- a la RGN.

Como afirmamos, las tres formas de subordinación dan una base explicativa bastante consistente
para comprender –esencial pero no exclusivamente en AL- las limitaciones en las capacidades
transformadoras del DDRL y su paradojal convivencia con la perpetuación y ampliación de los
desequilibrios territoriales y sus efectos negativos para la mayor parte de las regiones.

Finalmente hemos indicado que esas limitaciones y el alto compromiso en el agravamiento de


estos desequilibrios y su funcional acompañamiento a las formas de exclusión y dominación
emergentes de la implementación de los “mecanismos de mercado” de la RGN se fortalece a
partir de un conjunto de –no inocentes- debilidades. No inocentes porque se trata de debilidades
cuya presencia resulta fundamental para su transformación en un discurso colonial y funcional a
la RGN y las fracciones globales del capital. Por lo tanto, la identificación de esas limitaciones
que recorren nuestra argumentación y estas debilidades últimamente destacadas nos permiten
configurar un “mapa de acciones” para trabajar en la conformación de una discursividad
alternativa y consistente del desarrollo regional-local.

Si el mismo pretende constituirse en un instrumento eficaz requiere en primer lugar revertir la


“doble lógica” y, en función de ello, desafiar la “dialéctica invertida”, posicionándose para ello
como herramienta alternativa -y no funcional- a la RGN en la trayectoria de las representaciones
del desarrollo, que obstaculiza una estrategia endógena.

Ello supone quebrar con el tradicional acoplamiento a las representaciones del desarrollo
producidas en el centro (y sus congénitas debilidades) y su acrítica asimilación a la periferia, así
como superar su contradictoria pretensión de imponer “desde arriba” las formas de desarrollo
“desde abajo”.

Ahora bien, el esfuerzo de producir desde la periferia –endógenamente- una perspectiva


regionalistas-localista del desarrollo que de cabida prioritaria a las formas “desde abajo” necesita
enfrentar exitosamente la primera debilidad, vinculada a los abordajes fragmentalistas, que
impiden desarrollar diagnósticos y estrategias adecuadas. Ello implica comprender la inserción de
respuestas “desde abajo”, fundadas en la cooperación territorial y el fortalecimiento de las redes
locales de inclusión social e innovación dentro de los procesos complejos bajo los que se
transforma el capitalismo, los que exceden los niveles nacionales y subnacionales, pero impactan
permanentemente sobre estos últimos. Desde el punto de vista de la construcción estratégica,
enfrentar el fragmentalismo implica obtener una representación del desarrollo en la que el
elemento democratizador y potenciador de las formas “abajo-arriba”, fundadas en las iniciativas
/y resistencias/ locales y regionales se complemente con los emprendimientos nacionalmente
coordinados, capaces de cualificar las conectividades y fortalecer las escalas decisionales ante la
penetración de las redes dominadas por las fracciones globales del capital. Una perspectiva
endógena, desde la periferia que supere el fragmentalismo, conlleva entonces el desafío de
formular una representación multi-escalar y holística del desarrollo, en la que las dinámicas
regionales y locales se recomponen dentro de los procesos de acumulación nacional y en sus
intersecciones con las redes globales.

24
En un contexto como el formulado, es necesario enfrentar las otras tres debilidades comentadas.
Primeramente aquella vinculada a la utilización de conceptos difusos/confusos (Markussen,
1999), que ha dominado en el DDRL casi como un requisito para concretar su indefinida
extensión, su indiferenciada viabilidad en todos los escenarios y su idealizada composición y
funcionamiento interno. La persistencia de conceptos difusos no sólo no permite comprender las
especificidades y las formas efectivamente asumidas por las realidades regionales –especialmente
las periféricas-, sino que contribuye a presentar como similares o comparables realidades y
procesos claramente diferenciados. Por lo tanto, es necesario realizar dicho reconocimiento
operando con conceptos precisos y, al mismo tiempo, exigentes, que permitan determinar
empíricamente al alcance de las distintas configuraciones económicas e institucionales regionales
y locales.

Ahora bien, dentro de esa precisión es fundamental avanzar sobre la tercera debilidad indicada,
vinculada a cómo reinsertar el problema del poder y la desigualdad en los análisis de las redes
regionales y sus vínculos nacionales y globales (Fernández et al., 2008); (Hudson;
Hadjamichalis, 2008). Se trata no sólo de analizar el poder y las desigualdades dentro de los
ámbitos locales y regionales –algo por cierto relevante- sino también fuera de los mismos, en sus
conexiones internacionales y en sus vínculos efectivos o potenciales con las redes globales. Ello
implica determinar quiénes y como conducen las iniciativas y lideran las “resistencias desde
abajo”, quiénes y cómo quedan finalmente incorporados a las redes globales y quienes controlan
estas última a nivel global.

Finalmente, es imperativo enfrentar la última debilidad centrada en la infundada disolución del


Estado, el que ha quedado finalmente altamente relativizado no sólo por las mitologías del
mercado autorregulador de la RGN, sino también por las sobre-exaltadas virtudes de la sociedad
civil que se difunden en los contenidos del DDRL. El cuerpo teórico difundido por éste último ha
terminado convirtiendo al Estado en un ámbito no diferente al de una agencia promotora de la
unificación de buenas voluntades.

De esta forma, dominada por los reclamos por el fortalecimiento del governance y las redes
sociales y económicas, que provienen de los “imaginarios centrales”, la periferia ha terminado
aceptando la desaparición del Estado como actor político estratégico.

La recuperación de este actor no sólo resulta esencial para ver como el RGN y las fracciones
globales operan territorialmente para ampliar tanto el control de las redes como la exclusión y
subordinación, sino para encarar con eficacia la construcción de una estrategia multiescalar como
la demandada, en las que las formas de “abajo-arriba” no sean sofocadas, sino sinergizadas y
ampliadas por modalidades de intervención que incluyen instancias y procesos supra-regionales.

Ahora bien, la recuperación de la estatidad en el DDRL no conlleva la aceptación de cualquier


forma estatal, sino –más de allá de las especificidades-, de una en la cual, junto a sus capacidades
técnicas, se estimula una sólida capacidad interactiva con la sociedad civil, que enriquece y no
confisca las energías sociales (Evans, 1996). La presencia de esa estatidad, configurada en la
matriz moderna europea y dentro de un largo proceso de construcción histórica (Mann, 1986),
pero lejana a la construcción periférica –latinoamericana- (Mann, 2004), ha adquirido una
presencia central en las trayectorias que convirtieron a un selecto grupo de países del Este
asiático en los únicos en salir desde la periferia a la semiperiferia (Corea y Taiwan) y desde la

25
semi-periferia al centro (Japón) (Arrighi; Drangel, 1986). Por su parte, al plegarse a la
sugerencia de las representaciones del desarrollo difundidas desde la RGN en el abandono de una
construcción estatal sólida y enraizada y una implicación estratégica del Estado, el DDRL ha
contribuido a desactivar un elemento que, habiendo sido fundamental en la conformación del
centro y las excepcionales trayectorias del desarrollo de la periferia, le ha sido negado al
escenario latinoamericano y a sus - mayoritariamente periféricas- regiones y localidades.

En síntesis, el “mapa de acción” propuesto estimula la idea sobre la necesidad de romper con la
colonialidad que dominan los discursos y prácticas del desarrollo, y en particular los del
desarrollo regional-local en AL. A partir de ello sostiene la necesidad de forjar una estrategia
endógena, no subordinada ni a las representaciones del desarrollo ni a los intereses materiales que
las propician desde el “centro”, como lo pretendió la TD, pero en los que las formas de “arriba-
abajo” y “abajo-arriba” se complementen para garantizar un proyecto democrático que, evitando
tanto el verticalismo como el fragmentalismo, resulta capaz de insertarse globalmente sin aceptar
nuevas sub-alternidades.

Para ello resulta imprescindible revertir el camino donde la transferencia acrítica de ideas
funcionales al capital global -que agudizan la exclusión y la subordinación- se vale de
“debilidades intencionadas” y el permanente intento desde el “centro” de “patear la escalera”
(Chang, 2002) para que países, regiones y localidades periféricas no puedan –
idionsincráticamente- generar los instrumentos y desplegar las acciones que anteriormente
forjaron su desarrollo y conformaron el poder de sus actores globales.

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