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City of Rights-City of Patrimony: Tourism Development, Popular Politics, and Race in the Remaking of Cartagena, Colombia, 1957-1984 View project
All content following this page was uploaded by Orlando Cesar Deavila Pertuz on 06 December 2018.
ISBN 978-958-46-7686-3
2010; Caro, 2012). Otros trabajos han analizado cómo la ciudad, en su conjun-
to, ha sido representada e imaginada a través de prácticas discursivas emanadas
de la promoción turística, y cómo ellas han contribuido a gestar formas de ex-
clusión simbólica (Ávila, 2008). Más recientemente, algunos académicos se han
concentrado en examinar el proceso de gentrificación desde los años noventa, la
expansión del comercio orientado hacia el sector turístico dentro de los límites
del centro histórico, y el lento pero consistente desplazamiento de sus habitantes
populares (Díaz & Paniagua, 1993, 1994; Posso, 2013, 2015; Burgos, 2014; Buitrago,
2006; Scarpaci, 2005). En cuanto a los antecedentes históricos del proceso es muy
poco lo que se ha dicho. La historiografía sobre el desarrollo turístico y sus impli-
caciones sociales y urbanas ha sido poco prolífica. Se han hecho reconstrucciones
cronológicas sobre las raíces del turismo en Cartagena, inclusive reconociendo
su injerencia temprana en episodios específicos de exclusión social y segregación
(Carrillo, Vargas, Puello & Cabarcas, 2013; Vidal, 1998; Sierra, 1998; García, 2010).
Sin embargo, no se ha logrado situar esos eventos dentro de los cambios estruc-
turales que afectaron la distribución espacial de la ciudad en su conjunto, y la
forma cómo ellos sentaron las bases de las formas actuales de exclusión. Una de
las grandes ausencias en los estudios sobre el desarrollo turístico y urbano en
Cartagena a lo largo del siglo xx, ha sido la incapacidad para definir lo que «desa-
rrollo» realmente significaba en aquel entonces, y en qué medida dicha definición
fue determinante en la dinámica misma de su consolidación material.
Este ensayo, a través de la experiencia de Cartagena, pretende examinar
las consecuencias tempranas de este proceso y su influencia directa sobre la
administración del espacio físico de la ciudad y sobre quienes lo habitaban.
Intentará demostrar que el desarrollo turístico en Cartagena desde los años
cincuenta, trajo como resultado una reorganización del espacio urbano, que
se tradujo en el desplazamiento de los sectores populares de las centralidades
urbanas, muy especialmente de las áreas turísticas. El turismo, al redefinir los
usos del espacio dentro de los límites del centro histórico y en sus alrededores
inmediatos, transformó sus funciones previas para residencia y comercio po-
pular. Estos sectores socioeconómicos fueron progresivamente relocalizados
en otras esquinas de la ciudad, descentralizando el espacio urbano, disminu-
yendo el acceso de los residentes locales al centro histórico y, subsecuentemen-
te, reforzando la segregación social y espacial. Los orígenes de los procesos
contemporáneos de gentrificación y administración del espacio urbano, acorde
con las necesidades del turismo que Cartagena ha experimentado con marcado
acento desde los años noventa, pueden ser vistos como la consecuencia directa
Los desterrados del paraíso: turismo, desarrollo y patrimonialización • Deavila |125
de este primer ciclo de desarrollo urbano y turístico, que tuvo lugar a mediados
del siglo xx.
Esta aproximación la hacemos a partir del modelo histórico-interpretativo
al que alude Jan Neverdeen Pieterse (2004: 32-33).1 Buscamos deconstruir dicho
discurso para así entender en qué momento y bajo qué circunstancias el turismo
se convirtió en un componente clave de los discursos desarrollistas a nivel local
y nacional, y cómo la reorganización del espacio urbano, seguido del desplaza-
miento de los sectores populares de las centralidades de la ciudad, comenzaron a
ser entendidas como etapas ineludibles del desarrollo local, regional y nacional.
Es precisamente la prominencia de este discurso la que facilitará la puesta en mar-
cha de la reorganización espacial de la ciudad.
Uno de los pasos fundamentales dentro de la reorganización espacial fue la pa
trimonialización del centro histórico. Por patrimonialización entendemos el pro-
ceso a través del cual se dota de contenido y valor histórico a una unidad arquitectó-
nica o espacio físico determinado. Tal proceso supone el establecimiento de normas
dispuestas para conservarlo, restaurarlo o regular su uso. Para el caso de Cartagena,
la patrimonialización del centro de la ciudad vino de la mano de la industria turís-
tica. Aunque se habían dado pasos previos durante la primera mitad del siglo xx,
ellos estuvieron más concentrados en aplicar restauraciones preventivas al cordón
amurallado, a las fortalezas terrestres y marítimas y a algunos edificios institucio-
nales. El grueso del centro de la ciudad quedó excluido y notoriamente desatendido.
Pero con la transformación de Cartagena en destino turístico de talla internacional,
recuperar el distrito histórico en su conjunto se convirtió en necesidad de primer
orden. Como este ensayo sugiere, el desarrollo turístico fue el principal motor de la
patrimonialización del centro de la ciudad y, en consecuencia, de los cambios en el
uso del suelo dentro de sus límites espaciales.
Como Joseph Scarpaci (2005) afirma, el turismo patrimonial (heritage tour
ism), entendido como el sector de la industria turística dedicado a la promoción
de sitios de contenido histórico y cultural, tiene como finalidad última convertir
elementos del pasado en fuente de recursos económicos. Por tanto, la patrimonia-
lización no es un proceso ajeno a los condicionamientos e inequidades generadas
1. Jan Neverdeen Pieterse entiende el desarrollo como una práctica discursiva que se construye a través
del tiempo, cuya constitución responde al choque de distintas nociones sobre cómo debe ser imple-
mentada. No es, por tanto, una práctica homogénea y estandarizada, sino sujeta a las negociaciones y
a los conflictos que distintas subjetividades sostienen alrededor de lo que se entiende por desarrollo en
contextos históricos determinados. Al abordarlo desde esta perspectiva crítica, restándole naturalidad
e inmanencia al concepto, es posible cuestionar su puesta en marcha, exponiendo cómo ella obedece a
intereses particulares (Pieterse, 2004).
126| Los desterrados del paraíso Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias
consistentemente durante las primeras décadas del siglo xx, para financiar el pro-
ceso de sustitución de importaciones (Kalmanovitz, 2003). Los gobiernos nacio-
nales de mediados de siglo se esforzaron por tomar ventaja de este nuevo ciclo de
modernización capitalista y crecimiento económico para impulsar el desarrollo.
Además del respaldo al proceso mismo de industrialización, aprovecharon los re-
cursos provenientes del crecimiento económico para invertirlos en programas de
bienestar social que permitieran mejorar sustancialmente las condiciones de vida
de las clases bajas y medías del país, y, de esta forma, contener toda posibilidad de
que las fuerzas populares optaran por hacerlo a través de medios revolucionarios
(Henderson, 2001).
La apuesta desarrollista tuvo un inesperado inconveniente cuando los precios
del café se desplomaron desde 1956, lo que afectó la principal fuente del capital
destinado para invertir en la industria nacional. El turismo surgió como alterna-
tiva para compensar ese déficit a través de la adquisición de divisas extranjeras.
Tal coyuntura llevó al Gobierno Nacional a formular desde 1957 una agenda más
asertiva para impulsar el desarrollo turístico. Ese año se creó la Empresa Colom-
biana de Turismo, cuyo objetivo era promocionar y gestar el desarrollo del sector.
Su programa se concentró en respaldar eventos locales y regionales con vocación
turística, además de promocionar al país como destino a nivel internacional.
Mientras tanto, el municipio de Cartagena también hizo sus propios esfuerzos
para desarrollar el turismo a nivel local. En 1956, contrató los servicios de Staton
Robbins, asesor estadounidense experto en planeación turística, para adelan-
tar un estudio sobre el potencial de la ciudad dentro del sector. Su investigación
identificó una serie de problemas que comprometían seriamente las posibilidades
reales de posicionar a Cartagena como destino turístico internacional: la falta de
continuidad institucional en la promoción del turismo, las precarias condiciones
de las playas y de la infraestructura física en su conjunto, los persistentes pro-
blemas de higiene y sanidad, la falta de mano de obra calificada y la ausencia de
una política nacional más asertiva para fomentar el sector. Con el propósito de
superar tales obstáculos, Robbins propuso la formulación de un plan quinquenal
de desarrollo turístico, que condicionó al apoyo del Gobierno Nacional (Anales
del municipio de Cartagena 1953-1962, n° 92-94, marzo de 1957). No obstante, el
Estado no respondió a sus expectativas. Durante la década siguiente a su crea-
ción, la Empresa Colombiana de Turismo fue incapaz de fomentar la industria
turística a los niveles esperados en 1957. En 1968 se decidió liquidar la institución
y reemplazarla con la Corporación Nacional de Turismo (Corturismo). Aunque
oficialmente compartía la misma agenda de su predecesora, Corturismo marcó la
Los desterrados del paraíso: turismo, desarrollo y patrimonialización • Deavila |129
Comenzamos a ver como una realidad que tanto el capital extranjero como el na-
cional están invirtiendo en diversas zonas urbanas y suburbanas de Cartagena,
con el único objeto de crear un verdadero turismo internacional, obsesionante
aspiración de quienes, como nosotros, estamos empeñados en ubicar a la ciudad
en primer plano del turismo mundial.
2. Foucault formuló el concepto de gubermentalidad para referirse a la forma cómo el Estado administra
sus recursos sociales y económicos con el fin de mejorar la calidad de vida de sus nacionales. De esta
forma, el Estado no es entendido solo como un aparato autónomo de represión, sino también como
un conjunto de instituciones y mecanismos cuyo propósito, además de gobernar, es mejorar las condi-
ciones de vida de la población del país, e incrementar su riqueza, su longevidad y su salud. Estudios
recientes han incorporado este concepto para explicar cómo el Estado moderno establece proyectos
para fomentar la modernización y el desarrollo (Foucault, citado por Drinot, 2011: 8-9).
130| Los desterrados del paraíso Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias
ficar el espacio físico de la ciudad acorde con las necesidades del turismo, sobre
todo en lo relativo al centro histórico. El Plan de Desarrollo Urbano de 1965, por
ejemplo, dividió a la ciudad en diferentes zonas, todas en virtud del rol que des-
empeñaban para la economía y la sociedad local. Puso énfasis en el potencial del
centro y sus alrededores para convertirlo en el núcleo del sector turístico de la
ciudad, aunque este todavía concentrara tanto residencias como la mayor parte
del comercio popular, en ese entonces contenido en el Mercado Público de Get-
semaní. En palabras de Germán Bustamante (1994: 179), el Plan Piloto de 1965 fue
«la primera propuesta de revitalización para un sector de la ciudad histórica con
apoyo en la industria turística».
La función primaria del plan de 1965 era establecer la política de desarrollo
urbano para los siguientes quince años, y, para tal fin, organizar todo el aparato
institucional y las provisiones legales necesarias. Convertir a Cartagena en una
«ciudad turística de primera magnitud» (Instituto Geográfico Agustín Codazzi,
1965: 9) era, desde luego, una de las banderas de la iniciativa. Acorde con un Plan
y Reglamento de Zonificación, dividió a la ciudad en siete tipos de áreas distin-
tas: áreas de erradicación absoluta o parcial (tugurios), áreas de rehabilitación
(que agrupaba a zonas en decadencia material), áreas de concentración (zonas
fundamentalmente sanas), áreas de transformación (para las cuales se proponían
cambios en el uso del suelo), áreas históricas (que comprendían la ciudad amu-
rallada, por supuesto), áreas vacantes y áreas en desarrollo. De acuerdo a la fun-
ción y condiciones de cada una de ellas, el plan estableció medidas específicas de
desarrollo y transformación. El centro de la ciudad, en especial el área situada en
los alrededores del cordón amurallado, fue objeto de las proyecciones más ambi-
ciosas. El plan sugirió densificar la zona aumentando la propiedad vertical a tra-
vés de viviendas multifamiliares, con el fin de facilitar la provisión de transporte
y servicios públicos y frenar, de paso, la desvalorización del suelo en las áreas
centrales. La medida cobijaba a barrios de clase media y alta, como Bocagrande,
Manga y Pie de la Popa, y a asentamientos populares, como Chambacú, Torices
y Pie del Cerro.
Siendo un asentamiento informal, el barrio de Chambacú ya de antemano había
sido considerado como parte de las áreas de erradicación absoluta o parcial. No
obstante, a diferencia de otros tugurios ubicados en zonas distantes al centro de la
ciudad, el plan propuso para su caso una remoción total del asentamiento, con la
posterior transformación en los usos del suelo (vivienda multifamiliar, edificios de
oficina y de comercio, etc.). Las áreas de erradicación eran definidas como:
132| Los desterrados del paraíso Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias
… áreas con todas o casi todas sus construcciones, calles e instalaciones deterio-
radas o inservibles desde sus comienzos, con servicios públicos y comunales muy
deficientes o inexistentes y con una población de capacidad económica, grado cultu-
ral y costumbres sociales muy bajos. Su único tratamiento posible es la demolición,
a fin de preparar el sitio para un nuevo desarrollo. En este nuevo desarrollo puede
conservarse o no el uso anterior. (Instituto Geográfico Agustín Codazzi, 1965: 41-42)
plan fue suspendido indefinidamente dos años después. A inicios de los sesenta, un
desacuerdo entre el Instituto de Crédito Territorial, a cargo de la política pública
de vivienda, y el gobierno local sobre los términos del contrato para adelantar la
remoción dilató el proceso aún más. Para ese entonces, Chambacú era un vasto
asentamiento informal habitado por no menos de ocho mil personas. El barrio ha-
bía surgido treinta años atrás, cuando habitantes provenientes de sectores cercanos
construyeron frágiles viviendas hechas de madera, cartón y barro en las tierras pan-
tanosas situadas justo al frente de la ciudad amurallada. Dos décadas después, aún
carecían de servicios públicos esenciales, como alcantarillado o agua potable, o de
instalaciones públicas al servicio de la comunidad distintas de un par de pequeñas
escuelas y un centro médico. La mayor parte de los residentes eran trabajadores no
calificados dedicados a las ventas informales, la albañilería y los servicios domés-
ticos. Desde luego, sus precarios ingresos eran invertidos casi en su totalidad en
el cubrimiento de necesidades esenciales. Aunque el barrio había sufrido algunas
mejoras materiales en el curso de los años, buena parte de las viviendas aún estaba
por debajo de los estándares mínimos de calidad (Deavila, 2008a).
En la medida en que la industria turística iba avanzando, Chambacú empezó
a ser visto como uno de los principales obstáculos para su consolidación. En 1960,
Eduardo Lemaitre, prominente político e intelectual del partido Conservador, afir-
mó que Chambacú afectaría seriamente cualquier apuesta por el desarrollo del tu-
rismo en la ciudad debido a que «a nadie se le ocurre que los norteamericanos se van
a desplazar desde su patria hasta la nuestra por el gusto de contemplar el espectácu-
lo que ofrecen actualmente las calles de Chambacú» (El Fígaro, 14 de enero de 1960).
En 1967, un urbanizador que estuvo a cargo de la construcción de la avenida
Pedro de Heredia, la principal vía de la ciudad, cuyo último tramo fue trazado
sobre Chambacú, sugirió que se construyeran muros a lado y lado de la avenida
de modo tal que los visitantes no estuvieran expuestos a la deteriorada imagen del
barrio, labor que él comparó con «barrer un salón de recibo y ocultar la basura
bajo las alfombras» (Diario de la Costa, 1 de julio de 1967).
La imagen negativa de Chambacú se hizo extensiva a sus habitantes y a su
estilo de vida. En 1959, Martin Alonso Pinzón, otra figura local del partido Con-
servador, afirmó: «[Chambacú] es un desafío a la higiene, a la moral, a la ley, a
la estética y a la civilización, es una palabra horrenda que huele a miseria, que
implica vida infrahumana, que suscita delincuencia y simboliza la incuria de una
ciudad que ve pasar las hojas del calendario sin importarle la suerte de miles de
seres sumidos en el abandono» (El Fígaro, 3 de septiembre de 1959). Para los de-
fensores del traslado de Chambacú, tal iniciativa no solo respondía a la necesidad
138| Los desterrados del paraíso Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias
las más exitosas intervenciones del Estado colombiano sobre la ciudad, y como
modelo de política social, pocos años después la iniciativa pasaría a ser vista como
fracaso irrepetible, debido, en parte, a los altos costos que había demandado la
construcción de nuevos barrios totalmente financiados con recursos públicos.
Desde los años sesenta, el Gobierno Nacional había comenzado a considerar al-
ternativas más económicas, como el apoyo a la autoconstrucción de vivienda en
vez de remover asentamientos informales y relocalizar a sus residentes en barrios
construidos desde cero, un modelo que había probado ser incapaz de superar el
déficit de vivienda (Strassmann, 1982).
La erradicación de Chambacú también trajo consigo consecuencias dramáticas
para sus habitantes. Dado que los residentes no fueron relocalizados en un solo sitio,
sino en diferentes espacios alrededor de la ciudad, los lazos comunitarios que por
décadas habían forjado se desmoronaron una vez se ejecutó el traslado.3 Por otro
lado, la integración a las comunidades donde fueron reasentados fue mucho más
complicada de lo esperado, en parte como resultado de los estereotipos asociados
al barrio y a sus residentes. A pesar del tiempo transcurrido, aún fronteras ima-
ginarias dividen a los descendientes de los chambaculeros de los descendientes
de quienes vivían allí antes de 1971 (Deavila, 2008b). La promesa del Estado de
construir escuelas, centros de salud y comunitarios en las nuevas urbanizaciones
donde fueron reubicados seguía sin cumplir tras cinco años del traslado (Del Río,
Osorio & Palma, 1976). Aunque los nuevos barrios eran sustancialmente mejo-
res en términos materiales, la condición económica de los habitantes no mejoró
significativamente. Las tasas de desempleo y subempleo permanecieron altas, y,
en consecuencia, sus ingresos mensuales siguieron siendo precarios. A casi cin-
cuenta años de la erradicación de Chambacú, al menos cuatro de los cinco barrios
donde fueron reubicados sus residentes figuran entre los más pobres de la ciudad.
A pesar de las cuestionables repercusiones del traslado de Chambacú, el pro-
ceso de desplazamiento de los sectores populares de las centralidades urbanas
derivado de la reorganización del espacio urbano que el turismo trajo consigo
continuó avanzando a lo largo de los años setenta. A finales de la década, y como
complemento al Plan de Desarrollo del Municipio de Cartagena 1978-1990, la
Corporación Nacional de Turismo, conjuntamente con la Universidad de los An-
des, publicó el estudio Cartagena, Zona Histórica, cuya primera versión había
sido elaborada en 1967 por el arquitecto colombiano Germán Téllez a solicitud de
la Alcaldía de la ciudad (Téllez, 1979). La nueva versión se proponía hacer un in-
3. Entrevistas a Carmen Alicia de Arcos, Aida Teherán y Rosa de Toppin, 29 de julio del 2007.
140| Los desterrados del paraíso Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias
Con respecto al turismo, Cartagena, Zona Histórica tenía una actitud mucho
más flexible y propositiva: sugería incentivar la introducción de establecimientos
comerciales de tipo turístico siempre y cuando no afectaran las calidades estéticas
y patrimoniales del centro histórico.
Los desterrados del paraíso: turismo, desarrollo y patrimonialización • Deavila |141
Aunque este estudio, al igual que las demás formas previas de planificación ur-
banística, tardó en materializarse, con el correr de los años y ante el avance del
turismo y la patrimonialización, sus recomendaciones comenzaron a ejecutarse. El
Mercado Público de Getsemaní fue finalmente demolido en 1978 y reubicado en el
sector de Bazurto, donde aún existe. En su lugar, el Ministerio de Desarrollo Econó-
mico construyó el Centro de Convenciones de Cartagena de Indias, el más grande
de su tipo en América Latina. En el curso de los años ochenta, tanto el Cuartel de la
Policía como el Hospital Naval fueron clausurados, y sus instalaciones trasladadas
fuera de los límites del centro histórico. Y al igual que en el caso del mercado, el
espacio que dejaron tras de sí pasó a ser ocupado por instalaciones turísticas.
conclusión
Ian Gregory Strachan (2002) argumenta en su obra sobre el desarrollo de la indus-
tria turística en el Caribe anglófono que esta ha reforzado los legados del sistema
de plantación. Desde que el turismo fue establecido a inicios del siglo xx, sus
promotores procuraron hacer del Caribe una representación misma del paraíso,
un lugar donde los visitantes europeos pudieran desconectarse del caos de la so-
ciedad industrial. La idea del paraíso fue transmitida a través de poesía, literatura,
folletos publicitarios, historia y muchos otros elementos discursivos. Lo llamativo
del aporte de Strachan es que logra demostrar que este imaginario del paraíso no
entró en contradicción con los legados del sistema de plantación, sino que, por
el contrario, sirvió como su complemento. De cierta forma, el paraíso se edificó
sobre la base de los legados heredados de la plantación. Estos últimos fueron fun-
damentales para trasladar a la realidad la idea del paraíso, que ya había sido cons-
truida desde lo discursivo. La plantación y el turismo crearon economías depen-
dientes de la importación y el capital extranjero, en las que la autosubsistencia era
casi impensable, y, al promover la explotación laboral, generaron ciclos artificiales
de desempleo siempre que fueran necesario. Ambos diseñaron estrategias para
regular el desplazamiento de los seres humanos incluidos en sus áreas de influen-
cia. Como Strachan y otros académicos han demostrado, el turismo promovido
por los Estados Unidos instauró normas equivalentes a las leyes segregacionistas
de Jim Crow a lo largo y ancho del Caribe.
Aunque el desarrollo turístico de Cartagena cobró forma demasiado tarde
como para que los efectos de la segregación racial al estilo Jim Crow se reprodu-
jeran en la ciudad, al menos sí alcanzó a establecer fronteras físicas y simbólicas
para separar a los turistas de los nativos. El proceso se hizo aún más notorio en
la medida en que el espacio físico se convirtió en una mercancía más de la oferta
142| Los desterrados del paraíso Raza, pobreza y cultura en Cartagena de Indias
turística. Desde los años cincuenta, el turismo hizo del centro histórico, que años
atrás fuera la sede de las principales actividades humanas de la ciudad, la columna
vertebral del paraíso. Los esfuerzos de planificación urbanística dotaron de un
marco legal al proceso, enfatizando la patrimonialización del espacio y regulando
cada vez más sus usos. Ambas dinámicas comenzaron a desalentar el acceso de
los residentes locales, en particular de los sectores populares, a la centralidad de
la urbe. Desde los años setenta, nuevas centralidades surgieron a lo largo de la
ciudad, y los usos otrora contenidos en el centro histórico fueron relocalizados.
La erradicación de Chambacú encierra otra dimensión fundamental en la ela-
boración del paraíso: la creación de una imagen que coincida con su estética. Tal
como afirma Saida Palou, el turismo vive de la creación de una «ciudad fingida»,
que rara vez encaja en la realidad material de las cosas, pero que es fundamental
para que los visitantes puedan deleitarse con los frutos del paraíso sin tener que
estar expuestos a los efectos colaterales de su creación (Palou, 2006). Chambacú
era ciertamente un desafío a la estética del paraíso. Un empobrecido tugurio ha-
bitado por más de diez mil personas, ubicado justo al frente del centro histórico,
naturalmente ponía en contradicción la imagen que empresarios del turismo y el
gobierno local querían proyectar de la ciudad. Cuando el turismo se convirtió en
un factor de desarrollo regional, la remoción de Chambacú se convirtió, a su vez,
en un problema de prioridad nacional.
Este proceso no estuvo libre de resistencias, sin embargo. Los habitantes de
Chambacú resistieron a lo largo de dos décadas los primeros planes de erradi-
cación, y solo aceptaron el traslado hasta haber negociado términos más favora-
bles. La relocalización del comercio popular tampoco fue definitiva. A pesar de
la remoción del mercado, aún cientos de vendedores ambulantes ocupan plazas y
calles del centro histórico, a pesar de los esfuerzos recientes por parte del gobier-
no local para desplazarlos. Las playas de Bocagrande siguen siendo frecuentadas
semana tras semana por habitantes nativos provenientes de las barriadas popu-
lares. Como lo mencionamos al principio, los rumores de la supuesta entrega en
concesión de las playas de la ciudad derivaron en una manifestación que terminó
en un enfrentamiento entre los manifestantes y la fuerza pública. Comunidades
rurales que habitan las inmediaciones de la ciudad se han organizado en torno a
su identidad étnica para reclamar la titulación colectiva de sus tierras, y blindarla
contra los intereses privados (Buitrago, 2006).
A pesar de las distintas iniciativas de resistencia civil, difícilmente se podría
hablar de un retroceso en el avance de la reorganización del espacio físico de la
ciudad en virtud de las necesidades del turismo. La gentrificación, en vez de la
Los desterrados del paraíso: turismo, desarrollo y patrimonialización • Deavila |143
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