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LLAMADO A LA SANTIDAD.

Hna. Glenda Prisila Guevara Ayala.

Comúnmente las personas piensan que la Santidad es algo reservado para “una
clase privilegia” (sacerdotes, obispos, religiosos, etc.) y en esta forma de pensar
ha tenido gran influencia la visión antigua de la vida consagra, la cual la
consideraba como un estado superior de perfección. Es común, aún en nuestros
días, escuchar la famosa frase: “padre ore por mí, porque a usted lo escucha el
Señor, porque está más cerca de él”; o dar por sentado que los que viven como
consagrados son los que tienen asegurada su salvación y por ende la santidad.
En ocasiones escuchar el término “santidad” evoca a San Francisco de Asís,
Santa Teresita del niño Jesús, etc.; o viene a la mente instantáneamente las
imágenes de los santos en los retablos de las iglesias, pareciera que la santidad
huele a polvo, algo pasado de moda, antiguo, desfasado y aburrido.
Es así, que la Iglesia a través de la enseñanza de los Papas y del Magisterio, ha
ido trabajando las ideas anteriormente descritas y ampliando, el panorama en
torno al tema de la santidad. El Concilio Vaticano II, ha subrayado enérgicamente
que todos los bautizados nos encontramos unidos a través de una vocación
común: la santidad. (cfr Cost. Lumen Gentium, 39-42).
Dios nos ha elegido a todos, no ha hecho compartir en él una vocación común, así
sea que optemos por estados de vida diversos, por eso bien decía Pablo VI: “Toda
vida es una vocación” (Populorum progressio, 26.III.1967). Nuestra vida es en
primer lugar vocación a la santidad, recibida desde el momento que por la gracia
fuimos regenerados en el Bautismo.
Todos los bautizados estamos invitados a vivir en la plenitud, vivir en la gracia de
Dios que no deja de acogernos, porque Dios rico en misericordia desea salvar a
toda la humanidad y que llegue al conocimiento de la verdad plena, que es el
mismo. La Santidad es por tanto un don ofrecido a todos, sin excepciones de
ninguna índole.
Concilio Vaticano II, nos recuerda el llamado a la santidad con una nota
característica “cada uno por su camino” 1. Es decir, según la condición de cada
uno, desde el estado de vida o la opción vocacional asumida, desde nuestras
particularidades, con lo que cada uno de nosotros tenemos y somos. Por tanto, no
se trata de convertirnos en una copia de los santos reconocidos por la Iglesia, sino
construir la santidad desde lo que cada uno, desde mi condición buscar amar y
servir al Señor, sacando a la luz lo mejor de mi persona.
Esta llamada a la santidad es actual y es personal. No implica dedicarnos todo el
día a rezar o permanecer silenciosos; construir la santidad nos lleva a vivir con
amor y entrega las tareas diarias, por más insignificantes que parezcan. Por eso,
si estas casado, sirve con amor al cónyuge; si trabajas cumple con diligencia con
tus funciones; coordinas una pastoral pastorea con amor…; es decir, opta una y
otra vez por Dios, manifestando en cada acción que quieres agradarlo solo a él.

1
Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11
En nuestro ADN espiritual llevamos incluida esta vocación común, ese es el deseo
de Dios para todos incluso cuando nos perdemos en el fango del pecado. Es
necesario por tanto despertar 2, reaccionar, actuar. Este llamado a la santidad lo
descubro desde una experiencia personal con Cristo Jesús que ha transformado
mi vida, un encuentro que ha abierto mi corazón, que me ha llevado a vivir en
comunidad. Esta experiencia kerigmatica de Dios me lleva a buscar, desear y
trabajar en mi proceso de santificación.
Es la comunidad el lugar que me permite desarrollar esta vocación universal, pues
me invita al servicio, encuentro y caridad fraterna. Pero es, además, el espacio
donde descubro los contrastes de mi vida, por un lado, mi deseo de vivir en
santidad y por otro mis debilidades humanas. Somos vasijas de barro frágiles,
quebradizas, cargamos con heridas, malos hábitos arraigados, etc. Parafraseando
a San Pablo podríamos decir: “Llevamos el tesoro de santidad en vasijas de
barro”.
Aunque exista el contraste (fortalezas y debilidades) en nuestra vida, no debemos
perder el deseo a la santidad, la batalla es larga y se necesita perseverancia. Por
eso, la santidad se vuelve un don y una tarea. Un don porque es un regalo de
Dios, gratuito y una tarea porque implica un esfuerzo de nuestra parte para
alcanzarla.
Que cada uno podamos, tomar conciencia de este don y tarea, alimentemos el
deseo a la santidad en lo ordinario y extraordinario de la vida, vivamos con entrega
cada una de nuestras tareas cotidianas, seamos fieles a nuestros deseos e
ideales cristianos y construyamos este gran edificio de la santidad.

2
Romanos 13, 1.

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