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IDENTIDAD DE LA HOMILÍA

José Aldazábal

Es importante tener conciencia de la identidad propia de la homilía. O sea, saber ante todo
qué es y qué se puede pedir de ella. Respetando su identidad, dentro del conjunto de la
acción eclesial, es como mejor podemos ejercer este ministerio.

Las tres dimensiones básicas de la predicación

Dentro del amplio campo de la pastoral profética de la Iglesia, hay que distinguir diversos
géneros de predicación de la Palabra de Dios: sobre todo la evangelización, la catequesis y
la homilía, que forman idealmente un proceso unitario y sucesivo.

La evangelización se refiere al primer anuncio, la presentación global de la Buena Noticia, el


"kerigma" o "pregón" de Cristo como realización personal de la salvación de Dios. Es la
dimensión más "misionera" de la predicación. Corresponde a los verbos griegos "euaggelizo"
("euaggelion" es "buena noticia") y "kerysso" ("anuncio, proclamo"). De ahí vienen en griego
"keryx" ("pregonero, heraldo") y "kerigma" ("pregón, anuncio").

La catequesis sistematiza y profundiza lo que la evangelización ha anunciado globalmente.


Es la dimensión más" didáctica" de la predicación, por la que se van presentando por partes
los contenidos del mensaje. Catequesis viene del verbo griego "kat-ejo" o "kat-ejeo", "hacer
eco", "resonar". Otras veces se designa como "didasko", enseñar. Por eso la catequesis se
expresa también con términos como "didaché" y "didaskalia".

La homilía es la comunicación de la Buena Nueva dentro de la celebración litúrgica, que es


su ámbito propio. Es una exhortación a que lo que se cree ya globalmente (como
evangelizados) y se va entendiendo en profundidad (como catequizados) vaya calando en
nuestra mentalidad y se lleve a la práctica en la vida, siguiendo el mensaje de las lecturas
escuchadas en la celebración. El verbo griego es "omiléo", que significa "platicar", y se
refiere a un estilo de comunicación fraterna.

La evangelización o "kerigma" se dirige en principio a "no creyentes", a paganos (y también,


por extensión, a los bautizados que se han alejado de la fe o que nunca han sido
evangelizados de verdad), y presenta la Historia de la Salvación centrada en Cristo Jesús y
su misterio pascual. Tiene como fuente básica el evangelio, y como meta la fe y la
conversión de los oyentes, como la aceptación de Cristo muerto y resucitado. Este fue el
núcleo de la predicación de Pedro, Esteban o Pablo en el Nuevo Testamento. La pueden
realizar todos los cristianos, en los ambientes familiares, escolares, misioneros o de medios
de comunicación. (El papa Pablo VI dedicó en su exhortación Evangelii Nuntiandi los números 6-16 a
desarrollar el aspecto de "De Cristo evangelizador a la Iglesia evangelizadora". Cf. también EN 27.)

La catequesis o didascalia tiene como destinatarios a los que ya creen en Cristo Jesús, los
"catecúmenos", niños, jóvenes o adultos que ya han aceptado la fe, pero que necesitan
conocer más a fondo, y más sistemáticamente, el contenido del evangelio cristiano. Tiene
como fuente básica el catecismo, y como meta una profundización sistemática en el
conocimiento de Cristo y de la fe. La catequesis la pueden transmitir todos los cristianos: los
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padres, los maestros, los catequistas, los misioneros. Los Santos Padres hacían "catequesis"
de la fe a sus fieles, y diversos catecismos, como el de Trento, el de Pío X y ahora el
Catecismo de la Iglesia Católica (1992), ofrecen su ayuda a este conocimiento de la fe.

Un ejemplo de catequesis que sigue a la evangelización la tenemos en lo que nos narra el


libro de los Hechos en el día de Pentecostés. Pedro termina su discurso con una afirmación
"kerigmática", anunciadora de Cristo: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que
Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch
2,36). A continuación se narra cómo muchos acogieron el mensaje, se convirtieron y fueron
bautizados y agregados a la comunidad de los creyentes. En la vida de esa comunidad se
destacan varios aspectos: el primero de ellos la "enseñanza de los apóstoles" (la "didaché"),
a la que acompañan la "koinonía" o vida en común, la "fracción del pan" o eucaristía y las
"oraciones" (Hch 2,42). La "didaché" es la catequesis o profundización en el conocimiento de
Cristo que ya habían aceptado. Parecida a la que ofreció Jesús a los dos discípulos de
Emaús, a partir de los salmos y los profetas del Antiguo Testamento.

A la catequesis hay que añadir la teología: una enseñanza más profunda y sistemática, que
hoy en día no sólo se imparte en los seminarios y casas de formación de religiosos, sino
también a muchos laicos que se interesan y participan en cursos de teología, sobre todo en
los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas. (Sobre la identidad propia de la catequesis, d. CT 18-
25: por ejemplo, la definición que da de catequesis: "desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo, a la luz de
la Palabra" (CT 20); d. también CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis,
Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 1997, 320 págs.; G. GROPPO, Omelia e catechesi: Riv Lit (1970) 563-575.)

La homilía tiene su ambiente propio dentro de la celebración litúrgica. Este es su rasgo


característico, que la distingue de los otros tipos de predicación. Por tanto, la escuchan en
principio los que ya son creyentes y están celebrando la Eucaristía u otros sacramentos. Así
como la evangelización y la catequesis pueden tener como destinataria a una sola persona,
la homilía, en principio, va dirigida a una comunidad. Tiene como base las lecturas bíblicas
proclamadas en la celebración, y como meta la invitación persuasiva a traducir lo escuchado
a la vida, siguiendo el estilo de conducta que nos marca la Palabra de Dios. Es una
"exhortación" (en griego, a veces, "parenesis" o "paraclesis"). El sujeto propio de esta
predicación homilética es el ministro que preside la celebración, por tanto, normalmente, un
ministro ordenado, o también un laico si ha sido debidamente encargado de este ministerio.

Antes y después de este proceso de predicación

Ahora bien, este proceso, en cierto modo unitario y sucesivo -evangelización, catequesis,
homilía- se puede decir que tiene un preámbulo y una prolongación.

El preámbulo es la "pre-evangelización", por la que se prepara a una persona a que se sienta


interesada por la noticia que va a recibir. De algún modo se trata de "captar la benevolencia"
de las personas, inmersas en un modo secularizado, tratando de prevenir sus prejuicios o de
dialogar, sencillamente, sobre valores humanos previos al evangelio. Es una etapa
prekerigmática, parecida a la que se describe cuando Pablo predicaba a sus oyentes de
Atenas, valorando lo bueno que había en ellos, citándoles autores suyos, disponiendo su
mente a la gran noticia salvadora de Cristo. El Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos,
antes de la etapa propiamente evangelizadora, habla de un "tiempo oportuno de amistad y
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coloquios" entre los cristianos y los que se prevé que pueden interesarse por conocer qué es
el cristianismo.

Por otra parte, después del tercer momento del proceso -la homilía dentro de la celebración-
hay otra etapa de prolongación, porque esta predicación tiene consecuencias. Ante todo,
está la "palabra sacramental", que lleva la Palabra proclamada en la primera parte de la
celebración a su eficacia más densa en el rito sacramental, por ejemplo del Bautismo o de la
Penitencia o la Eucaristía ("yo te bautizo... yo te absuelvo... esto es mi Cuerpo"). El
sacramento sigue siendo de alguna manera "proclamación" de la Palabra, ahora con signos
simbólicos sacramentales.

Pero todavía queda tal vez lo principal en esta prolongación: la Palabra nos lleva a la vida,
nos exhorta a aceptar un estilo de actuación conforme a esa Buena Noticia anunciada,
acogida y celebrada.

Además, es bueno recordar, a la hora de situar a la homilía en el conjunto de la predicación


eclesial, que hay otras varias formas de anuncio o de reflexión sobre la Palabra: el estudio
bíblico personal, en grupos o en cursos, la "lectio divina", la lectura espiritual y la meditación
personal, las conferencias, las diversas manifestaciones de la religiosidad popular, el
contacto personal y la dirección espiritual, la difusión de la fe por los medios de comunicación
social, los libros, revistas y escritos. Podríamos también nombrar al efecto evangelizador que
tienen obras artísticas de pintura y escultura, como también composiciones musicales como
las cantatas de Bach o su "Pasión según san Juan o san Mateo", que son un anuncio
estremecedor de la Pascua del Señor.

La homilía, complementaria de las otras formas de predicación

La comparación que hemos hecho de la homilía con la evangelización y la catequesis es más


bien teórica.

Hemos dicho que la homilía se dirige en principio a personas que ya están bautizadas, que
son creyentes, aunque sean débiles, y lo propio de ella es edificar y ayudar a crecer en la fe
que ya se tiene. Pero muchas veces sigue haciendo falta que la homilía evangelice y
catequice o que ofrezca una profundización en la teología.

En la práctica pocas veces se da ese proceso en su forma ideal. No siempre se ha dado ya


la evangelización que ha conducido a un período de catequesis y a la celebración. Sobre
todo en este tiempo en que la situación de algunos países es claramente de "no cristiandad",
no siempre los oyentes de una homilía están ya convertidos en serio o instruidos
suficientemente o medianamente maduros en su fe. No siempre es tan real el que t ería el
camino lógico: la evangelización que suscita la fe, la catequesis que la alimenta e ilumina, y
la homilía que la actualiza a la luz de la Palabra y la relaciona con la vida.

Los que escuchan la homilía son, en principio, bautizados, pero no siempre del todo"
creyentes" y evangelizados. Bastantes de los que acuden a algunas celebraciones (sobre
todo en bodas, primeras comuniones y exequias) se podrían considerar "neo-paganos", por
su alejamiento de la fe.
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Tampoco se puede decir que estén catequizados todos los que escuchan una homilía,
incluso en las misas dominicales. Se les podría considerar de alguna manera siempre
"catecúmenos" necesitados de una profundización en sus conocimientos de fe.

Por eso la homilía, muchas veces, deberá complementar la evangelización o la catequesis,


que lógicamente son anteriores, pero que a veces no han sido realizadas del todo y que, en
todo caso, nunca son suficientes. Eso sí, sin pretender reemplazadas plenamente, porque
ambas, la evangelización y la catequesis, tienen o deben tener sus cauces propios.

La homilía, sin perder su identidad propia -conducir al sacramento y a la vida-, a veces


deberá seguir evangelizando, por ejemplo en el caso de las bodas y de las exequias. O sea,
deberá anunciar la salvación que Dios nos ofrece en Cristo Jesús, que es la mejor "buena
nueva" que podemos oír, e invitar una y otra vez a la "conversión", a la fe, que en ciertos
ambientes no se puede dar por supuesta. La homilía tiene, pues, una dimensión "misionera"
o "kerigmática" innegable sobre todo en algunos ambientes.

También muchas veces la homilía ha de ser "catequizadora". La homilía dominical o diaria


constituye a lo largo del año la mejor catequesis del misterio de Cristo. La catequesis, de por
sí, no sigue las lecturas bíblicas, sino el catecismo, o sea, una estructuración sistemática de
la fe cristiana. Pero la homilía, de nuevo sin perder su finalidad de conducir al sacramento y a
la vida, ejerce el servicio de completar esta catequesis de los cristianos, en cuanto a la
comprensión de los misterios de la salvación y a su práctica en la vida.

La celebración de la Eucaristía, y dentro de ella la proclamación de las lecturas y su


explicación homilética, constituyen una auténtica "catequesis en acción" y la mejor
"formación permanente" de la comunidad. Es verdad que la catequesis tiene cauces muy
propios y válidos, en el conjunto de actividades de una comunidad cristiana, tanto para niños
como para adultos. Como también los debe tener el ministerio de la evangelización. Pero la
misa dominical, en su conjunto, con sus lecturas y su homilía, llega a un mayor número de
personas y a la larga les resulta más eficaz en su labor de profundización también
catequética y hasta teológica.

Todo esto adquiere mayor urgencia si consideramos que para muchos cristianos la única
forma de acceso a la educación en su fe es la celebración del domingo y, dentro de ella, la
escucha de la Palabra y la homilía.

Expresa bien todo este proceso de predicación el decreto conciliar sobre el ministerio de los
presbíteros, "Presbyterorum Ordinis";

"El Pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la Palabra de Dios vivo, la cual es muy
lícito buscarla en la boca del sacerdote. Nadie puede salvarse si antes no ha tenido fe.
Por eso los presbíteros, como colaboradores de los obispos, tienen como primer deber
el anunciar a todos el evangelio de Dios. Así, cumpliendo el mandato de Cristo: "Id por
todo el mundo y predicad el evangelio a todos los hombres", construyen y acrecientan
el Pueblo de Dios. En efecto, la fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se
alimenta en el corazón de los creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe
empieza y se desarrolla la comunidad de los creyentes. Los presbíteros, por tanto, se
deben a todos para comunicarles la verdad del evangelio, que poseen en el Señor.
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Por tanto, cuando con su conducta ejemplar entre los hombres los llevan a glorificar a
Dios, o cuando enseñan la catequesis cristiana, o cuando explican las enseñanzas de
la Iglesia, o cuando se dedican a estudiar los problemas actuales a la luz de Cristo,
siempre enseñan, no su propia sabiduría, sino la Palabra de Dios, e invitan
insistentemente a todos a la conversión y a la santidad. La predicación sacerdotal
resulta bastantes veces muy difícil en la situación actual de nuestro mundo. Para
mover mejor las almas de los oyentes, debe presentar la Palabra de Dios no de
manera abstracta y general, sino aplicando la verdad perenne del evangelio a las
circunstancias concretas de la vida.

Así el ministerio de la palabra se ejerce de muchas maneras, según las diversas


necesidades de los oyentes y los carismas de los predicadores (...) Esto vale, sobre
todo, para la liturgia de la palabra en la celebración de la Eucaristía, en la que se unen
inseparablemente el anuncio de la muerte y resurrección del Señor, la respuesta del
pueblo que escucha y la ofrenda misma con la que Cristo confirmó la Nueva Alianza
en su sangre..." (PO 4).

También el documento de la Comisión Episcopal de Liturgia de España sobre la homilía se


detiene en explicar cómo la homilía debe a veces "evangelizar":

"Hay ocasiones en que la tarea de pronunciar la homilía se hace particularmente


delicada, o bien porque una gran parte de las personas que asisten a ella han acudido
por motivaciones de tipo social o de otra índole, por ejemplo en los funerales o en las
bodas, o porque lo hacen atraídos por el peso de la costumbre o de la tradición, como
ocurre a veces en las fiestas patronales. La presencia de estas personas, no siempre
incrédulas o indiferentes, obliga a realizar una predicación respetuosa y abierta a
todos, pero también, y quizá más que en otras circunstancias, a anunciar los
contenidos esenciales del mensaje cristiano, como la cruz de Cristo como signo del
amor universal de Dios, la Iglesia misterio de comunión al servicio de los hombres, el
hombre imagen de Dios y redimido por Cristo, la santidad del matrimonio y de la
familia, la esperanza en la vida futura, etc.

En las homilías durante la celebración del matrimonio será preciso, muchas veces,
atender ante todo a la situación personal de los que van a recibir el sacramento; sin
embargo, la predicación, por muy positiva que sea, no podrá suplir una preparación
catequética y espiritual que debió darse antes. Cuando se trata de un funeral, la
homilía debe evitar toda apariencia de elogio fúnebre del difunto, si bien ha de
conducir al consuelo que brota de la esperanza cristiana y de la fe en la Palabra del
Señor y en la oración de la Iglesia" (PPP 30).

La homilía, “plática fraterna"

La palabra "homilía" viene del griego "omileo, omilein", "conversar, tener una plática": no
necesariamente en el sentido de conversación participada, sino en el de un tono familiar que
adopta el que habla, ante hermanos de la comunidad, en contraposición al de un maestro o
de un conferenciante.
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Tenemos interesantes ejemplos del uso de este término en el Nuevo Testamento. (Para el
sentido que tiene el término en el Antiguo Testamento, d. R. BARlLE, L'amelia: Riv Past Lit 2 (2004) 64 págs
(dossier interior) )

En Lc 24,14 se dice que los dos discípulos de Emaús platicaban entre ellos ("omíloun pros
allelous") y mientras así platicaban ("en to omiléin", v. 15), les salió al encuentro el
Resucitado.

Hech 20,7 nos describe cómo Pablo conversaba con los responsables de las comunidades
en Tróade ("dielégeto") y alargó la charla ("ton logon"). Mientras hablaba Pablo
("dialogomenou"), el joven Eutico se durmió y cayó a la calle. Después de devolverlo vivo a la
comunidad, Pablo platicó largo tiempo ("omilesas": v. 11), hasta el amanecer. Ciertamente no
se trata de una "homilía" como la que entendemos ahora: era la despedida del apóstol, que
quería dejar las cosas bien ordenadas.

También en otro ambiente se utiliza este término: Pedro 11 conversaba" ("synomilón") con el
centurión Camelia, al llegar a su casa (Hch 10,27). En Hch 24, 26 dice Lucas que el
procurador Félix, en Cesarea, daba largas al juicio de Pablo (esperando conseguir de él
algún dinero) y “conversaba con él" ("omílei autó").

Citando un verso del poeta Menandro, utiliza Pablo alguna vez esta palabra en otra dirección
menos optimista: avisa a los suyos que lilas malas conversaciones ("omiliai kakái")
corrompen las buenas costumbres" (1 Co 15,33).

Según los técnicos, el término "homilía" (que parece que empleó por primera vez en el
sentido actual Orígenes en sus libros "Homilías sobre san Lucas" y "Homilías sobre el
Génesis") designaría ya desde el principio una "plática familiar", que se caracteriza por su
tono fraterno, una exhortación familiar en torno a la Palabra que se ha escuchado.

Es distinto, por tanto, de lo que significaría la palabra griega "logos", en latín "oratio", en el
sentido de "discurso". La homilía no se hace desde la perspectiva de un conferenciante, de
un propagandista o de un doctor. No pretende ser una clase, ni una conferencia, ni un
panegírico, ni una arenga en vísperas de elecciones. Es la palabra de un hermano que habla
a sus hermanos sobre lo que Dios les ha dicho a todos. El maestro enseña; el homileta
edifica, exhorta, mueve.

Antes se llamaba "sermón" a lo que ahora decimos "homilía". En el Vaticano n se emplean


indistintamente los dos términos, pero sobre todo se habla de "homilía" (SC 24. 52. 78...).

Ahora se entiende el "sermón" como más temático, más propio de los ejercicios piadosos y
días de misión. La predicación en estos ejercicios piadosos (novenas, triduos), así como en
los ejercicios espirituales, y sobre todo en las 11 conferencias", no necesariamente se hace a
partir de las lecturas bíblicas, como en la homilía, sino más bien centrada en un "tema
religioso" o en la "vida del santo".

La homilía no es un "tema doctrinal", ni pretende primariamente enseñar, aunque también lo


hace (SC 33 afirma que lila liturgia contiene también una gran instrucción para el pueblo
fiel"). Lo que pretende es celebrar la Palabra y exhortar a que se cumpla en la vida, a la vez
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que conduce, desde esa misma Palabra, a la celebración del sacramento. Es, por tanto, a la
vez exhortación ("parenesis") y pedagogía hacia el misterio ("mistagogia").

La homilía, parte integrante en la dinámica de la celebración

La homilía vuelve a insertarse ahora decididamente dentro de la dinámica de la celebración


de la Palabra, después de las lecturas bíblicas.

En los últimos siglos no era así. En el Código de Derecho Canónico del año 1917 y en otros
documentos magisteriales no aparecía como parte de la celebración.

En las Rúbricas publicadas en 1960, muy poco antes del Concilio, se decía en el n. 474:
"Homilia non superimponatur Missae celebrationi impediendo fidelium participationem;
proinde, hoc in casu, Missae celebratio suspendatur, et tantummodo expleta homilia
resumatur". O sea, se consideraba muy útil la homilía, pero no se debía "sobreponer a la
celebración de la Misa, impidiendo así la participación de los fieles", sino que se debía
"suspender la celebración de la Misa y no reanudada hasta terminada la homilía". La homilía
era tenida, pues, como un paréntesis dentro de la celebración. En algunos lugares, durante el
sermón, incluso se apagaban las velas del altar, o el sacerdote se quitaba la casulla. En la
celebración de los sacramentos, normalmente no se predicaba.

Resituar la homilía dentro de la celebración, y no como un cuerpo extraño, fue un gran paso
adelante del Vaticano n. Ahora nos parece incluso extraño que lo tuviera que decir, pero
entonces hacía falta: "se indicará en las rúbricas el lugar más adecuado para el sermón,
como parte de la acción litúrgica ("utpote partis actionis liturgicae")" (SC 35); "se recomienda
encarecidamente la homilía como parte de la misma liturgia ("pars ipsius liturgiae")" (SC 52).

Así lo han ido repitiendo los documentos posteriores. El Misal Romano recuerda que la
homilía "es parte de la liturgia", y "muy recomendada, pues es necesaria para alimentar la
vida cristiana" (IGMR 65). Además, se ubicó claramente en su sitio: no antes o después de la
celebración, sino después de la proclamación de las lecturas. Ahora nos parece lo más
normal que, después de proclamar la Palabra, se dedique un tiempo a que el presidente de
la celebración explique y aplique esa Palabra a la vida de la comunidad.

La homilía es parte de la liturgia, no sólo porque se hace dentro de y durante la celebración,


sino porque ella misma, la homilía, es acto litúrgico, un acto cúltico, un hecho salvífico que
entra dentro de la estructura de la celebración, unida a la proclamación de la Palabra, en
relación con la oración que sigue y la acción de gracias y la participación en la Eucaristía.

La predicación más integral, más integradora

Como hemos recordado, la homilía no es la única forma de predicación, aunque pueda


parecer la más digna por su ámbito litúrgico. En el Directorio para los Obispos de 2004, se
dice que "por ser parte de la liturgia, cumbre y fuente de toda la vida de la Iglesia, la homilía
sobresale entre todas las formas de predicación y en cierto sentido las resume" (n.122). El
Código de Derecho Canónico de 1983 afirma que "entre las formas de predicación destaca la
homilía, que es parte de la liturgia y está reservada al sacerdote o al diácono" (CIC 767).
Juan Pablo II, en su exhortación Catechesi Tradendae, dice que "la pedagogía catequética
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encuentra su fuente y su plenitud en la Eucaristía dentro del horizonte completo del Año
Litúrgico" (CT 48).

Por eso se ha dicho que la homilía es la cumbre y plenitud de todas las otras formas de
predicación. Se podría definir así: un ministro ordenado dirige su homilía a una comunidad
que se ha reunido para celebrar, lo hace a partir de las Escrituras proclamadas, en un tono
familiar, para ayudar a que todos actualicen lo que transmite la Palabra en sus vidas y sean
conscientes también de su relación con el sacramento que sigue.

La homilía, si se hace bien, une la celebración de la Palabra con la del sacramento. Une e
integra esta predicación litúrgica con las demás, tanto anteriores como posteriores, porque
no es la homilía la única manera de predicar la Palabra. Une también la celebración con la
vida.

Por eso se considera como un género de predicación total, un elemento integrador, que une
las lecturas con la vida de la comunidad y también con el sacramento. ( Sobre la identidad de la
homilía dentro de la celebración litúrgica, d. especialmente: J. GELINEAU, L'homélie forme pléniere de la
prédication : LMD 82 (1965) 2942; C. WIENER, Exégese et annonce de la Parole: LMD 82 (1965) 59-76; P.
MASSI, Omelia, didascalia, kerygma, catechesi o "actio liturgica": Riv Lit 4 (1970) 523-537; R. GANTOY
Homélie, témoignage, partage: Comm Lit 5 (1978) 387-404; P. GIGLIONI, Comelia nella prassi liturgica: Riv Lit 1
(1984) 33-51; J. REBoK, La homilía eucarística: su originalidad y sus dimensiones fundamentales: Didascalia
377 (1984) 4-20; VARIOS, Comelia, parte dell'azione liturgica: Riv Lit 2 (1987) 171-231; R. COFFY, La
celebración, lugar de la educación de la fe: Cuadernos Phase 38, CPL, Barcelona 1992,5-18 (antes en Phase
118, 1980); J. A. GOENAGA, La homilía entre la evangelización y la mistagogia (teología): Past Lit 226 (1995)
4-23; A. LARA, Servir la mesa de la Palabra. La homilía en los principales documentos del Magisterio (1963-
1994): Past Lit 227 (1995) 5-25; H. SIMON, Scienza ell'Omiletica: DizOm 1030-1036; B. SEVESO, Teologia
della predicazione: DizOm 1567592; A. JOIN-LAMBERT, Du sermon a l'homélie: Nouv Rev Théol1 (2004) 68-
85. )

El Leccionario y la identidad de la Homilía

Es interesante leer lo que la introducción al Leccionario, en su 2a edición de 1981, dice de la


identidad de la homilía dentro de la celebración. El Leccionario (OLM = Ordo Lectionum
Missae) es el libro más cercano a este ministerio.

OLM 24. "La homilía, en la cual, en el transcurso del año litúrgico, y partiendo del texto
sagrado, se exponen los misterios de la fe y las normas de vida cristiana, como parte
de la liturgia de la palabra, muchas veces, a partir de la Constitución sobre la sagrada
liturgia del Concilio Vaticano II, ha sido recomendada con mucho interés, e incluso
mandada en algunos casos.

En la celebración de la misa, la homilía, que normalmente es hecha por el mismo que


preside, tiene por objeto el que la palabra de Dios proclamada, junto con la liturgia
eucarística, sea como una proclamación de las maravillas de Dios en la historia de la
salvación o misterio de Cristo (SC 35). En efecto, el misterio pascual de Cristo,
proclamado en las lecturas yen la homilía, se realiza por medio del sacrificio de la
misa.
Cristo está siempre presente y operante en la predicación de su Iglesia.
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La homilía, por consiguiente, tanto si explica las palabras de la sagrada Escritura que
se acaban de leer como si explica otro texto litúrgico, debe llevar a la comunidad de
los fieles a una activa participación en la eucaristía, a fin de que vivan siempre de
acuerdo con la fe que profesaron (SC 10). Con esta explicación viva, la palabra de
Dios que se ha leído y las celebraciones que realiza la Iglesia pueden adquirir una
mayor eficacia, a condición de que la homilía sea realmente fruto de la meditación,
debidamente preparada, ni demasiado larga ni demasiado corta, y de que se tenga en
cuenta a todos los que están presentes, incluso a los niños y a los menos formados (d.
CT 48).
En la concelebración, normalmente hace la homilía el celebrante principal o uno de los
concelebrantes".

OLM 25. "En los días que está mandado, a saber, en los domingos y fiestas de
precepto, debe hacerse la homilía, la cual no puede omitirse sin causa grave, en todas
las misas que se celebran con asistencia del pueblo, sin excluir las misas que se
celebran en la tarde del día precedente.

También debe haber homilía en las misas con niños y con grupos particulares.

La homilía es recomendable en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del Tiempo


Pascual, para los fieles que habitualmente participan en la celebración de la misa, y
también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude en mayor número a la
iglesia".

OLM 26. "El sacerdote celebrante pronuncia la homilía en la sede de pie o sentado, o
también en el ambón".

OLM 27. "Hay que separar de la homilía las breves advertencias que, si se da el caso,
tengan que hacerse al pueblo, ya que estas tienen su lugar propio terminada la
oración después de la comunión".

OLM 41. "El presidente ejerce también su función propia y el ministerio de la palabra
cuando hace la homilía. Con ella, en efecto, guía a sus hermanos hacia una sabrosa
comprensión de la sagrada Escritura, abre el corazón de los fieles a la acción de
gracias por las maravillas de Dios, alimenta la fe de los presentes en la palabra que,
en la celebración, por obra del Espíritu Santo, se convierte en sacramento, los prepara
para una provechosa comunión y los invita a asumir las exigencias de la vida
cristiana".

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