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ocho escritores

uruguayos
de la
resistencia
(entrevistas y textos)

Syliia Lago
coordinadora
Ocho escritores uruguayos
de la Resistencia

(Entrevistas y textos)

URU 864.6 OCH


FHCE/168669

Coordinadora: Sylvia Lago


Ilustración de carátula y contratapa: Hermenegildo Sábat (Menchi)
Mina invencible, óleo sobre tela 0,76 X 1 m
Mina desaparecida, óleo sobre tela 0,75 x 1,01 m

Ocho escritores uruguayos de la Resistencia


Departamento de Literaturas Uruguaya y Latinoamericana
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación

2001, por Universidad de la República


Departamento de Publicaciones
José Enrique Rodó 1827
E-Mail: infoed@edic.edu.uy
Montevideo- Uruguay

ISBN 9974-0-0172-2
Expresamos nuestro más profundo agradecimiento al (lustre artista uruguayo
Hermenegildo Sábat (Menchi), quien nos concedió generosamente la autorización para
reproducir, en este libro, dos óleos de su colección «Minas: un proyecto postergado».
Indice

Prefacio.................................................................................................. 9

Fernando Butazzoni
"Reivindico la utilidad de la ficción como herramienta
para comprender la realidad”
entrevistado por Patricia Díaz Garbarino............................................... 11

Gladys Castelvecchi
Los sustratos del poder:
entre el adentro inviolable y la conciencia del remo
entrevistada por Graciela Recioy Bagdadllan....................................... 37

Amílcar Leis Márquez


"Busqué contar la historia desde la gente,
sin hacer un panfleto político”
entrevistado por Daniel Vidal.................................................................. 73

Carlos Liscano
El futuro y la cantera del pasado. Entre el lenguaje y la soledad
entrevistado por Hebert Benítez Pezzolano.......................................... 93

Alejandro Michelena
"Durante la dictadura el escritor tenía que cumplir un rol ético.
No era mesiánico. Era un rol modesto”
entrevistado por Daniel Vidal.................................................................. 121

Omar Prego Gadea


"El 'juego’ de la literatura no es inocuo”
entr evistado por Sylvia Lago................................................................. 139

Mercedes Rein
"El maravilloso arte de las palabras, que no son juguetes vacíos”
entrevistada por Alejandrina Da Luz...................................................... 179

Mauricio Rosencof
Mauricio Rosencof o la imaginación liberadora
entrevistado por Alicia Torres.................................................................. 201

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Gladys Castelvecchi

Los sustratos delpoder:


entre el adentro inviolable y
la conciencia del remo

entrevistada por Graciela Recioy Bagdadlian


Ficha biobibliográfica

Gladys CASTELVECCHI nació en Rocha en 1922. Casada con Mario Arregui


fue a mediados de la década del 60 que se produce su alejamiento afectivo del,
escritor uruguayo. Si bien su producción édita consta de siete libros de poemas,
incursionó también en el género narrativo con cuentos para niños. Jurado en
concursos literarios, trabajó en periodismo cultural en diversos medios de prensa
nacionales: radio y televisión, así como semanarios y revistas en los que publicó
poemas, ensayos y trabajos de crítica literaria. Dictó cursos de periodismo; asi­
mismo, sus investigaciones literarias abarcaron temas variados expuestos en
cursillos sobre: “El Renacimiento florentino: artes plásticas, literarias y musica­
les” y “El renacimiento isabelino”, en 1983; “La Conquista vista desde la literatura
de los conquistados”, en 1992; y “El cuento norteamericano del siglo XIX. La
conquista del Lejano Oeste a través de esa literatura y su proyección en el siglo
XX", en 1996.
Docente de Literatura egresada del Instituto de Profesores Artigas, dictó clases
en Enseñanza Secundaria durante veinte años, siendo destituida en 1976. Fue
encarcelada a fines de ese año en el Penal de Punta de Rieles. Puesta en libertad
en 1979, fue restituida en su cargo docente al reinstalarse la democracia en 1985.
Vinculada a la llamada “Generación del 45", su producción literaria se enmarca
en una situación de enunciación claramente diferente. Castelvecchi publicó su
primer libro No más cierto que el sueño en 1965, pero será recién en 1983 que
dará a conocer Fe de remo, concitando con éste, reeditado en 1986, tanto la
atención de la crítica como la del público en general.
Si bien los temas de sus obras son variados, podemos hablar de una literatura
comprometida (no panfletaria) que nos ocupa aquí, en la que la escritura de la
memoria, el testimonio como compromiso social, la esperanza vital frente a la
muerte, el horror, el sufrimiento y el fracaso, reaparecen cíclicamente. En este
sentido los “poemas de la cárcel”, escritos fuera de prisión, en dictadura o demo­
cracia, no son denuncia patética sino patente representación de la irracional, im­
pune realidad que obliga a la indignación y el rechazo.
Fe de remo, como proyecto unitario de elaboración discursiva, es expresión
de rebeldía y denuncia metaforizada. Denuncia enmascarada en tiempos en los
que la dictadura militar obligaba a la “ausencia de": ausencia de personas (des­
apariciones, exilios, insilios), de palabras (censuras, silencios), de pensamientos
no controlados (desinformación, manipulación, reelaboración y reescritura de la
historia), apuntando, esencialmente y a corto plazo, a la ausencia de memoria y
representaciones de dicha memoria.
Es en la búsqueda de estrategias que permitieran en pleno gobierno de facto
recuperar las representaciones que los actos creadores implican, superando los

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temores a decir, y por lo tanto a simbolizar a través del lenguaje, que la dignidad
de la palabra prohibida comienza a socavar el miedo y halla formas nuevas para
procesar experiencias individuales-colectivas que conforman una historia silen­
ciada. Así, Fe de remo arremete contra la violencia imperante, jugando con múl­
tiples lecturas, descubridoras o no de las máscaras de la voz lírica.
M. Foucault señala en Vigilar y castigar: “el cuerpo está ... directamente in­
merso en un campo político; las relaciones de poder operan sobre él...; lo cercan,
lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan
a unas ceremonias, exigen de él unos signos”. En ese campo político del el con­
texto dictatorial, el cuerpo recibió el poder ejercido mediante persecución, exilio,
privación de libertad, tortura física y psicológica, muerte. El espacio interior de un
cuerpo prisionero pudo ser entonces, el espacio del miedo o el de la rebelión;
pudo someterse al poder o ser el reducto de libertad que excediera el miedo
físico, los padecimientos psíquicos y corporales, evitando la enajenación. Cuerpo
y tiempo de encierro son rescatados en las letras testimonio de Castelvecchi
(entrevista-poesía) al evitar la cosificación del ser, la penetrabilidad, la domina­
ción, mediante la búsqueda de lo secreto inviolable: la aprehensión del lenguaje.
La literatura es “el poder de poder”, el espacio de dominio no compartido entre
perseguidor y perseguido, carcelero y encarcelado, torturador y torturado. La lite­
ratura construye espacios no invadióles de libertad, libertad de pensamiento y
libertad creadora, como se deja leer en la entrevista a la escritora, erigida en
reducto.
Comprometida con el momento histórico que le ha tocado vivir, la voz lírica es
memoria del pasado y construcción de futuros: elaboración de la otra historia, la
oculta, la negada, en tiempos de silenciamientos cómplices e hipocresías tácitas.
Las voces hablan a través de una voz que (re)crea los horrores de la cárcel en
textos, haciendo que ellas trasciendan, se generalicen y se multipliquen, como se
multiplican vínculos, solidaridades, comunicación, compromisos. Opción del ser
en otros y a través de otros: una metáfora de la vida.

POESÍA:
No más cierto que el sueño, Montevideo, Alfa, 1965.
Fe de remo, Montevideo, Banda Oriental, 1983.
Ejercicios de castellano, Montevideo, Monteverde, 1984.
Calendarios, Montevideo, Banda Oriental, 1985.
Animal variable, Montevideo, Banda Oriental, 1987.
Claroscuro, Montevideo, Banda Oriental, 1992.
Por costumbre, Montevideo, Banda Oriental, 1994.

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-¿Usted se incluye en alguna generación o promoción literaria?

-Eso para mí es un misterio, porque corrientemente me incluyen en la Genera­


ción del 45. Cronológicamente por mi edad, puede corresponder (no puede co­
rresponder, corresponde) pero por mi escritura, entiendo que de ninguna mane­
ra, porque publiqué en el 65 un libro de poesía; entre ese libro y lo que después
escribí median dieciocho años, y lo que realmente me importa haber escrito es
eso que viene después de dieciocho años. De modo que para mí empiezo a
nacer al intento de escribir a partir de 1983. Es decir, muy lejos de la Generación
del 45. A la Generación del 45 estoy unida por lazos de afecto, por lazos de
reunioñes en el café Metro, por estar casada con Mario [Arregui], desde luego,
pero en esa época yo no cortaba ni pinchaba literariamente, salvo porque era
profesora y porque tenía muy buen, muy buen olfato. Pero era la novia de Mario,
la mujer de Mario, la amiga de Maggi, la amiga de Maneco Flores, de toda esa
barrita. Pero para mí, es un problema del que me desentiendo. Que me ubiquen
donde quieran, yo simplemente siento una especie de agradecimiento, de un
modo sorprendente haber podido escribir y decir lo que quería decir en distintos
libros que andan por ahí, que han tenido su trayectoria y que me sorprende. Te
cuento, allí está, comprado en la feria de Tristán Narvaja, un cuadrito. Unas
veinteañeras tenían como treinta, cuarenta cuadros con un vidriecito. Me paré a
mirarlos por gentileza a ellas y después: “¡Ah! [grita], esto es mío”. Estaba, ahí
está bordado y escrito, dice: “Desde que supo que el Sol era una estrella se le
borraron para siempre sus antiguos pavores a la noche”. Sin título, sin autor, sin
nada. Me conmovió muchísimo porque creo que no hay mejor manera de que un
texto cobre validez, que pase de ahí a la calle. Me dijeron: “Lo hacemos siempre
(me lo regalaron), porque siempre se vende.” [Ríe]
Bueno, así que lo de la generación te lo contesto así: me ubican donde quie­
ren y como quieren. Tengo relación afectiva y de vida con la Generación del 45, y
cronológica, pero para mí, lo que he tratado de hacer no tiene nada que ver con la
Generación del 45. Realmente te digo: entre No más cierto que el sueño (1965
creo) y Fe de remo que es donde pienso que intento realmente acercarme a ese
fenómeno poético, median dieciocho años de silencio total porque no creí tener
ninguna condición para crear, para escribir. Estuve siempre entregada a eso que
tenemos las mujeres, enamoradas, con alguien que además tiene valores tan
grandes como tiene Arregui.

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-¿ Se siente próxima a algún otro escritor uruguayo contemporáneo, en los te­
mas, recursos literarios, espíritu de su obra ?

-Lo que te voy a decir pude sonar totalmente vanidoso, y tal vez lo sea. Yo escribí
de una manera muy espontánea. Se da una circunstancia equis y diez minutos
después puedo estar escribiendo un poema, que no sé si es un poema, después
parece que es un poema. Pero surgió tan naturalmente como esa semilla que
brota y con la que no sé qué hacer. Yo no me encuentro pariente de nadie, en la
poesía uruguaya, no conozco demasiado pero de todo lo que conozco no me
siento pariente. En realidad siento que hay una gran diferencia temática. Incluso,
hasta sin proponérmelo, una cierta singularidad de expresión, no tanto de expre­
sión verbal, poética en sí misma, sino en la intencionalidad de lo que escribo. En
los libros que he publicado, a mí misma me sorprende la aparición de un tema
que surge ahí de repente y que me pongo a seguirlo, a seguirlo y a seguirlo, y en
general, los libros que he escrito tienen una unidad totalmente cerrada en sí mis­
mos. De modo que, honestamente, parientes, no te puedo decir. En lo nacional
no te puedo decir que los haya. Ahora, en la poesía del mundo, no sé quién
puede dejar de influirnos. Creo que por un lado, por el otro, siempre recibimos un
alimento incontrolable e imponderable. Yo adoro a Machado, a Paúl Eluard, a
Miguel Hernández, me encanta Bretón, me encantan los dadaístas, me encantan
los surrealistas, no sé, me gusta todo el mundo, Vallejo, Neruda. Ahora, tampoco
puedo decir que siento parentesco. Sin embargo me ha sucedido una cosa muy
curiosa: estaba muy grave, ya se sabía que moriría, mi hermana mayor, que era
la segunda madre, mamá ya había muerto. Naturalmente una situación que no
intento explicártela. Entonces pensé: “Si Viola, mi hermana, llega viva a la Navi­
dad le quiero entregar algo, quiero escribir algo para ella, que es como la segun­
da madre, y se lo doy a todos los otros hermanos”. Ella murió antes, y ese texto
que escribí y que está publicado tal cual en Calendarios, es el poema a mi madre
que se llama “Carteando”: “Señora la mi madre doña Braulia González...”, salió
tal cual está escrito. La circunstancia de darlo se había acabado con la muerte de
mi hermana pero lo vieron unos poetas amigos y me dijeron: “Pues Gladys, esto
no puede quedar ahí tapado”. Por eso se publicó. Así que no hay nunca en mí el
intento de sentarme y decir “voy a escribir un poema”, sino que el poema se me
impone por la circunstancias que me llevan a escribirlo. [Silencio] En la actuali­
dad tengo un libro que terminaría muy rápidamente, tengo un poema a medio
hacer que lo terminaría en una tarde si quiero, que lleva cuatro apartados. Pero
no me sale, sé que está bien hecho, pero no me interesa.

-Hay escritores que hablan de la inspiración, del genio poético; otros que reivindi­
can el trabajo, basándose en la realidad o alguna circunstancia de la realidad
como usted dijo. ¿ Qué es lo que pesa más en su obra ?

-Hay cosas que son muy imponderables y es muy atrevido, intentar clasificarlas.
Pienso que vivimos dentro del misterio, del misterio más total desde el hecho,
que lo trato en Animal Variable, de que yo conozco tu cara, y tú conoces la mía,

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pero tú no conoces tu cara y yo no conozco la mía. Mira qué primordial misterio
tenemos con eso. Entonces, se dice: no hay inspiración, todo es trabajo. Valéry
decía: “Un hermoso poema no nace de una mañana de primavera sino que nace
de otro poema”. Y yo me pregunté siempre, desde que era estudiante, ¿y el pri­
mer poema, de dónde salió? De modo que, en mí, no sé si se llama inspiración,
pero hay un vuelco interior, un precipitado interior que me lleva a hacer lo que
quiero hacer. Que después eso se transforme en una elaboración, en una
autocrítica... Te imaginas que ahí me sirve mucho mi experiencia de manejar la
literatura más o menos universal y la poesía, de pulimento, vamos a decir. No soy
de las que corrige demasiado, porque surge, y después podré modificar, corregir,
cambiar para aquí, para allá esta palabra, este verso no me suena. Tengo mucho
sentido auditivo para la palabra sonora, especialmente. Pero en mí no lo conside­
ro, se me dio, se dio así, no sé si está bien o mal. Trabajo; trabajo en el sentido de
que soy muy exigente cuando voy a elegir un tema sobre no macanear demasia­
do respecto a eso. Y hay una cosa que, por suerte, ha alumbrado muy bien el
poco, regular, mal o bueno regular camino que haya hecho: jamás he creído que
he hecho algo importante. Creo que he hecho lo que tenía que hacer en ese
momento, lo que se me imponía, pero nunca, nunca procuré la gloria. Nooo, no,
no, no. No, eso no me sucede.

-Entonces, ¿está de acuerdo con la afirmación de García Lorca: “Si soy poeta por
la gracia de Dios o del demonio también lo soy por la gracia de la técnica y del
esfuerzo”?

-Pero por supuesto, claro, claro. Para mí, eso de estar rodeada de misterio, tal
misterio (qué sé yo lo que está pasando en mi espalda en este momento, qué sé
yo lo que está pasando dentro de mi cuerpo en este momento, qué células se
están descarriando, qué está sucediendo no lo sé) ese misterio lo encuentro tam­
bién en la creación, pero no sólo en la creación poética, en toda forma de crea­
ción: lo veo en la plástica; me maravilla en la música, porque es la que aparente­
mente tiene menos referencia física para manifestarse. Pero claro, todo lo que
diga Lorca es de una precisión, de una maravilla, de un espíritu tan equilibrado.
Hay que leer lo que son sus ensayos sobre la Teoría del ángel y del duende, esas
cosas son maravillosas. Sólo Lorca, creo que sólo Lorca las pudo precipitar de tal
manera, precipitar en el sentido de cuando algo se sedimenta y queda ya esta­
blecido.

-Usted ha homenajeado a muchos escritores en sus propias letras. ¿Cuál de


ellos tiene un lugar privilegiado?

-Bueno, pienso que, en el Uruguay, somos terriblemente amnésicos en materia


de cultura, y que dejamos a grandes figuras, grandes poetas que hemos tenido
en un segundo, en un tercer o en un olvidado plano. Eso a mí me irrita bastante.
Ahora tú me preguntabas de todas las figuras ...

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-En Ejercicios de Castellano, por ejemplo, hay muchos escritores homenajeados
a través de sus poemas;, además de los epígrafes que selecciona para textos de
otros libros...

-Bueno, ahora te voy a contar: hay un poeta que quiero muy particularmente en
su figura poética, en su figura humana, en su tremenda sinceridad para enfocar­
se a sí mismo, para ver sus errores, sus debilidades, sus debilidades de hombre
enamorado, y traicionando el recuerdo de su Leonor, porque aquella Leonor se
fue siendo un ángel-niño, y él quedó viviendo con su cuerpo y tuvo que buscar
otros amores. Lo dice magníficamente en su poesía y con una honestidad tan
total; pero además, como figura cívica Antonio Machado es un paradigma, es un
ejemplo. Rubén Darío lo decía también en el poema: “Podría manejar cien leones
y mil corderos a la vez”, o algo así. Puede hacer las cosas más, más, más profun­
das en cuatro versitos, o puede hacer las cosas más juguetonas en otros cuatro
versitos. Así que a Machado yo le dedico un poema muy especial, que está en
Ejercicios de castellano, porque estando en Segovia, desde luego que estaba
viendo el Alcázar, el templo que está en La Vega donde iba a orar San Juan de la
Cruz, Alex Guiness también por su hijo, yo andaba por esa alameda que recorría
Machado y también San Juan de la Cruz. Después quise ir a la casa de Antonio,
y entonces, sabía que tenía que llegar a la Calle del Cisne (en el poema me
equivoco y digo la Calle de los Desamparados, ya después no lo podía modificar
y lo dejé) porque iba por la Calle de los Desamparados pero iba buscando la
Calle del Cisne, “Mis pasos iban para la Calle del Cisne...”. Entonces fui pregun­
tando, y fue muy curioso porque gente que todavía recordaba a Machado, te
estoy hablando del año 75 probablemente, lo recordaba viejo, sufrido, decaden­
te, gastado, magnífico con esa discreción de señor que tuvo siempre, y me decía:
[Con acento] “¿La calle de don Antonio? Pues por allí, usted va por allá y por allí."
Estuve tres veces en Segovia y nunca pude entrar a la casa de Antonio. La prime­
ra vez porque estaba totalmente cerrado el portón, una casa muy humilde porque
había sido una pensión muy grande y él después quedó con un pequeño aparta­
mento allí, algo modestísimo. La segunda vez, me fastidié mucho y dije: “Pero yo
vengo de Sudamérica, vengo del otro lado del mundo, ¿cómo no voy a poder
entrar?”. Subí por la escalera por la que subía Machado, tal como lo digo en el
poema, pero no pude pasar de la puerta de Machado porque estaba cerrada, era
la hora en que el ayuntamiento cerraba y la siesta es sagrada en España. Estuve
otra vez más (cuando estuve las dos primeras veces la casa de Antonio estaba
totalmente desastrosa) claro, había pasado el franquismo y qué les importaba de
Antonio Machado, ni de Lorca, ni de Miguel Hernández, ni de tantos otros, pero la
última vez que estuve fue peor que nunca porque en el jardín, y tengo una foto
allí, está un busto de Machado, muy serio, muy plantado, está hecho por suscrip­
ción popular y todo está cubierto de hiedra verde, hay una inscripción en la pared
y me detuve mucho allí. Cuando subí por la escalera, en el pasamano (no pude
más que tocar la puerta de Antonio) había una cantidad de macetas con plantas
y yo robé varios gajitos, que era al fin de cuentas lo que nosotros llamamos
“Leandro Gómez” o “Lazos de amor”, que allá le llaman “Amor de hombre”. Cuidé

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esos gajos, los puse en un pote de manteca (no se puede traer nada verde),
estuve quince días en Madrid, los traje entre algodones en ese potecito. Los tuve
acá en casa, crecieron, tuve a Antonio presente, y sólo a quien quería mucho le
daba un gajit-> de Antonio [Ríe], que eso es verdad.
Así que tú me preguntabas qué poetas sentía cercanos. Bueno, Machado es
un punto que no puedo dejar de mencionar porque además toda su actitud políti­
ca siempre fue impecable y aquella peregrinación que ya era de muerte con la
madre vieja, él desgastado y sus poemas que se perdieron por allí; en fin, es una
leyenda ejemplar Antonio Machado, poéticamente y como persona. Ahora, como
admirar creo que admiro a medio mundo, de lo que conozco. Un poeta que me
emociona mucho es Paúl Eluard, al que quiero mucho, mucho. Tanto de su mejor
poesía la dedicó a los momentos de la guerra; tiene un poema para un muchacho
que mataron los nazis, “Gabriel Pep”, que es una maravilla: “Han matado a un
hombre que no tenía por defensa más que sus brazos abiertos a la vida, han
matado a un hombre que no conocía otro camino que aquel en que se odian los
fusiles, han matado a un hombre que continúa la lucha contra la muerte, contra el
olvido”. Es magnífico, no te lo digo todo pero es así, termina diciendo: “Su pecho
está agujereado pero su esperanza está viva. Tuteémonos. Gracias a él nos co­
nocemos mejor.” Y el poema por supuesto, para Lister. En fin, montones así. Pero
te estaba hablando de Paúl Eluard, que participó del movimiento surrealista, lue­
go se apartó junto con Aragón, y tiene un poema magnífico “Para mis amigos
exigentes", en el que dice “Si yo hablo de esto, es porque hay en mi cama un
pájaro que nunca dice sí, vosotros me entendéis, vosotros me comprendéis... Si
yo hablo de mi calle como un... entonces ustedes no me entienden".
Miguel Hernández me conmueve; cómo es posible no conmoverse con aque­
lla vida que se estaba consumiendo y que en los últimos instantes, ya muriéndo­
se de tuberculosis y de abandono, todavía encontraba cómo escribir cosas como
la “Nana de la cebolla” para consolar a su mujer quien después, en sus escritos,
en su libro sobre Miguel, dice que le dijo a él que comían pan y cebolla aunque la
verdad es que sólo tenían cebolla para comer.
Te nombro así, pero podría seguir nombrándote infinitamente. Vallejo es un
poeta que me encandila y me asusta, realmente me asusta; nada más que mirar
lo que hace con los adverbios ese hombre, sólo ese aspecto: qué hace con los
adverbios.
Puedo decirte de muchos. ¿Sabes a alguien a quién no aprecio mucho como
poeta? Sí como pensador, como ensayista, luminoso en un sentido muy contrario
al que yo puedo pensar pero de una inteligencia fabulosa, es a Octavio Paz. Su
poesía nunca me ha impresionado grandemente, en cambio hay que admirarle
su tarea de traductor, cómo además de escribir él sacó tanto tiempo para todo
eso. Ensayista de una inteligencia apabullante, puede uno sentir que no tiene
razón, pero con esa inteligencia es muy difícil rebatirlo.

-Usted mencionó que hay escritores uruguayos injustamente olvidados...

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1§8 6§
-Pero claro. No hace demasiado tiempo estuve revisando algo de Alvaro Figueredo,
creo que es de Pan de Azúcar, o de uno de los lugares muy cerca de Piriápolis.
Un poeta pero realmente excelente. Bueno, Juan Cuhna, Juan Cunha es una
maravilla total, ése ha hecho lo que ha querido con la palabra. Y hasta que fue
viejo, viejo que se murió, el único ser que conocí que murió con sus treinta y dos
dientes intactos [Ríe], de una humildad, de una bondad, de una ejemplaridad
poética asombrosa. ¿Quién habla de Cuhna hoy en día? Muy, muy poca gente.
Siento que es de las figuras consulares, ya para no hablar de Herrera y Reissig,
por supuesto. Otra maravilla; cómo ese hombre escribió en ese cuartucho mise­
rable donde estuve no hace mucho tiempo, y qué cultura literaria fabulosa tenía,
qué creatividad, qué modo de agarrar la palabra: escríbala, exprímala, retuérce­
la, lo que se quiera. Pero poetas más nuevos, no sé qué es de la vida de él
actualmente, Cecilio Peña, profesor de literatura, un poeta finísimo, finísimo, y no
se habla de él, desaparece. Claro, vienen avalanchas de poetas nuevos y cir­
cunstancias nuevas de creación. Pero sí somos muy amnésicos, nos olvidamos
de mucha gente muy valiosa, de la que yo misma no conozco demasiado, pero
que están, están.

-¿Por qué eligió escribir en género lírico?

-No lo sé [Ríe], No tengo la menor idea.

-¿Alguna vez incursionó en otro género?

-Escribí unos cuentitos para niños, que fueron leídos en la escuela. Tuvieron muy
buena recepción. Pero cuando quise expresar lo que tenía que expresar mi cami­
no natural fue el verso. No me preguntes por qué. Porque en realidad soy mucho
más lectora de narrativa que de poesía. Y sin embargo, cuando fui a querer decir
lo que quería decir salió por el lado de la poética. Vamos a hablar claro: del inten­
to de la poética. [Ríe]

-¿Cómo llega a publicar su primer libro, No más cierto que el sueño?

-Bueno, era un momento muy, muy delicado de mi vida, de mucho sufrimiento


afectivo, era un momento de ruptura con Mario, y lo publiqué temblando. Tengo
un ejemplar, ni siquiera uno: un ejemplar que presenté en un concurso literario
que gané muy holgadamente, pero no tengo más. Después me asusté, me asus­
té, me asusté y sin pena ni gloria me olvidé del asunto. Posteriormente creo que
en Calendarios recojo algunos textos de allí que no me parecieron insuficientes;
pero quedó,quedó.

-La literatura ha sido materia para su obra, ¿concuerda con Borges en que sólo
reescribimos un gran libro, como dice la voz narrativa de “Pierre Menard, autor
del Quijote", o que todo está ya escrito?

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-Supongo que de alguna manera todo ya está escrito. ¿Qué es lo nuevo que
encontramos que ya no lo haya dicho Homero? Yo qué sé, vamos a ir a los trági­
cos griegos y a Homero. Me acuerdo, la primera vez que leí “Prometeo” y me
azoré, dije: “Pero cómo, en el siglo V A. C. ya todo esto estaba tan claro?!”. Me
pasmé. En Hoi . íero qué es lo que no encontramos. Tuve que hacer una selección
para un ciclo radial que tenía sobre cuentos de amor. Me costó mucho encontrar
un cuento de amor puro, lo encontré en O. Henri, un narrador norteamericano.
Pero en “La lliada” está un episodio de amor bellísimo, Héctor y Andrómaca y
aquel niño de por medio, y aquel hombre sabiendo todo (“Bien lo conoce mi inte­
ligencia y lo presiente mi corazón, llegará el día en que caerá Ilion, Príamo, y sus
hombres armados con lanzas de fresno. Pero nada de eso me impedirá ir a com­
batir para defenderlos”) Está todo dicho en Homero. Ahora, tú me preguntabas...

-S/ se reescribe, si se trata solamente de reescribir un libro ya escrito.

-No, eso puede ser y es una de las tantas genialidades de Borges. Pero creo que
cada vez que se hace un texto, se lo procura y se logra (darle la calificación de
Regular, Regular Bueno, Bueno Regular, Bueno), se hizo algo que no estaba en
el mundo todavía. Fíjate si van generaciones de hombres, de animales, de insec­
tos -que son los que mandan el mundo al fin de cuentas, los insectos-, repitiéndo­
se y repitiéndose y repitiéndose. Nunca uno es igual al otro. Entonces, pienso
que cada vez que se hace un texto agrega algo, chiquitito. No importa qué, pero
se agrega algo. Así que no creo que todo esté escrito en el sentido de que el
hombre nunca tampoco está hecho. El hombre está siempre haciéndose. Lo dijo
muy bien Bécquer después de todo: mientras haya esto, mientras haya esto,
habrá poesía.

Cuál es la incidencia de su infancia y sus primeras experiencias de vida, aque­


lla “patria con minúscula’’ como la llama Gelman en su obra?

-Bueno, sí, es muy grande. Es muy grande y muy animada mi vida. Justamente
uno de los libros que terminaría rápidamente, (pero no tengo voluntad, desde que
perdí a mi hijo mayor no puedo, me sequé, sé que puedo escribir pero no tengo
interés, yo no trabajo para hacer un texto, el texto tiene que nacer conmigo), este
libro se llama Cómplices fieles y está referido justamente a todas las cosas que
nos acompañan a lo largo de la vida y tú no sabes por qué. Por qué se te quedó
algo en la memoria, por qué eligió eso para quedarse. Entonces aparecen perso­
najes de Rocha, mi padre, mis circunstancias de infancia, la muñeca que me
prometieron y yo creí que me la iban a dar y nunca me la dieron, y nunca tuve una
muñeca más preciosa que ésa porque fue criatura de la imaginación. En mi casa
éramos muchos: mamá tuvo once hijos, que crió y que laboreó, de manera tre­
menda. Entre tantos yo era una bisagrita negra y sin importancia a la que nadie le
daba pero absolutamente ninguna importancia. Sin embargo, en mi casa (y lo
vine a conocer, a dilucidar claramente con mis años) recibí mis primeras leccio­
nes reales de socialismo y de solidaridad total. Mi padre era tesorero de la Inten­

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dencia de Rocha. La situación de nuestra casa era muy humilde: no faltaba nada,
la gran fuente de puchero, la gran fuente de guiso, la gran fuente de tallarines; no
existía el “no quiero” o el “no me gusta” de ninguna manera. Comías lo que había
porque no existía el “te hago otra cosita”, no, no, no. El sueldo que cobraba daba
justo para mantenerse. Y me recuerdo perfectamente yendo con la hermana di­
rectamente mayor que yo, que tiene cinco años más, con unas bolsas de arpillera
que hacía mamá con dos asas, donde ponía arroz, café, yerba, fideos, lo que
llamaríamos la canasta básica. Las teníamos que llevar a ranchitas perdidos en
los arrabales de Rocha (porque nosotros vivimos bien en la ciudad de Rocha) y
dejar todas esas cosas sin decir en absoluto quién las mandaba. De modo que
era llevar, y compartir lo poco que se tenía. Nunca oí que mi madre le dijera a mi
padre: “Pero José, hay que comprar zapatos o hay que arreglar esto o hay que
arreglar lo otro”. Nunca. Me di cuenta que eso quedó en mí. Lo mismo que, en mi
casa había un espíritu cristiano muy, muy suavecito, muy llevadero, pero era una
familia de pensamiento cristiano. Tengo muy grabado una vez que hubo una Co­
munión Pascual de Hombres y tendría no más de ocho años, papá me eligió a mí
para acompañarlo. Tengo la imagen de papá que era muy italiano, era pelado con
una coronita rubia, muy ascético, muy solitario (tenía diabetes congénita, ahí es­
taba la explicación del asunto que no conocíamos), comulgando con una devo­
ción asombrosa. Sin embargo eso a mí no me obnubiló el juicio respecto a lo
religioso. Me acuerdo que cuando nos enseñaban historia sagrada, aquello de
Noé y del arca, y de “se salvaron los animales y Noé y su familia”, yo pensaba
(pero a quién le iba a decir eso, era una criatura de siete, ocho años) cómo Noé
se puede quedar tan contento de que se salvaran ésos en el arca mientras todo lo
otro moría. Es el genocidio más terrible que se registra en la historia y eso apare­
ció en Fe de remo. Posteriormente cuando estudié, ya mucho más adelante el
“Libro de Job”, fue otra gran interrogante. Pero, ¿qué es esto?. A Job le quitan
todo (ya sabes el asunto, el lío con Lucifer, el Señor) y después el Señor le de­
vuelve todo (Job es una figura de gloria realmente, es el primer gran rebelde), le
devuelven catorce veces más de todo y siete hijos nuevos y tres hijas nuevas. Yo
pensaba: ¿Y ios siete hijos primeros? ¿Y las tres hijas primeras? ¿Cómo no se
los nombra más? ¿Cómo el Señor se apoderó de esas vidas y después se queda
tan tranquilo?
De modo que ya ves que todos son reflejos de infancia y de primera juventud,
vinieron a quedar muy, muy dentro de mi alma, de mi corazón, de mi pensamien­
to.

-¿En el hogar se fomentaba la lectura? ¿Cuál es el libro que más la puede haber
marcado?

-Ah, bueno. En mi casa no había juguetes porque no había dinero para juguetes.
Mi padre había armado un gran entramado con rieles, donde hacíamos toda cla­
se de gimnasia y de cosas a las que debo mi agilidad a esta edad de setenta y
siete años, que subo las escaleras sin que me tiemble el aliento [Ríe]. Pero no

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había juguetes, en cambio había libros. Además, como papá trabajaba en la In­
tendencia teníamos abierta de manera muy especial (cuando menos para mí) la
biblioteca de la Intendencia de Rocha que en aquel tiempo era excelente. Enton­
ces me crié leyendo como cuentos “La llíada”, “La Odisea", “La Eneida”, “Don
Quijote”. Eran cuentos. Y ya ves, eso fue un poco imponderable. Había un libro
en casa que adoraba, ya estaba sin las tapas, era un diccionario ilustrado: tenía
una página por ejemplo, con las banderas del mundo, otra página sobre las for­
mas de navios, otras páginas sobre las piedras preciosas. Me podía pasar la vida
con aquel diccionario. Fue uno de los libros; en uno de los poemas de ese libro
que se llama Cómplices fieles lo digo: que en tiempos de preguntas ingenuas se
preguntaba qué libro te llevarías a una isla desierta, y yo digo que sin más me
llevaría aquel diccionario ilustrado de mi infancia con mapas, fieras y piedras
preciosas, barcos, banderas y palabras para decir, todas las cosas. Así que ahí
tienes qué era lo que leía. Leía todo eso. Leía, a edad muy temprana, desde
luego Dickens, pero también leía “El príncipe idiota” de Dostoievsky, y la bibliote-
caria me decía: “Pero tú no puedes leer esto”. Y yo decía: “No, es para mi herma­
na”. [Ríe] Había un libro que se llamaba “A través del desierto” de Sienkiewcz,
que era apasionante; “La mosca tsetsé”, los pobres negros que se morían allí,
aquella peregrinación terrible. Y tenía terror de que mis hermanos me lo agarra­
ran y no pudiera seguir, entonces lo escondí tanto que pasé quince días para
poder encontrarlo. Así que ya te digo, los libros fueron realmente mi aliento total.

-Dijo que especialmente para usted la Biblioteca estaba abierta...

-No, para todo el mundo, pero como yo estaba fomentada por lo que había en mi
casa y además, claro, era la hija de Castelvecchi, un empleado de allí, era muy
bien atendida.

-Yo me refería a los hermanos. ¿Se notaba ya una vocación literaria? ¿Cuándo
surgió su vocación literaria?

-Ah, no tengo la menor idea. No tengo, no tengo idea. Mi amor por los libros es de
siempre. El otro día un nieto muy mayor, un chico que tiene veintitantos años
decía: “Pero miamiá, tú estás siempre leyendo”. “Sí, sí yo leo de continuo, de
continuo”. Y me decía: “Pero ya tienen que haber pocos libros para leer”. [Riendo]
(Él no debe haber leído cinco en toda su vida.) Yo le decía: “No creas, alguno me
queda todavía".
La vocación literaria seguramente la tenía; en el liceo y en preparatorios, so­
bre todo acá en el IAVA, hacía muchos juegos, escribía romances en broma, todo
en broma. No tenía la menor (dea de eso. En la presentación de uno de mis libros
apareció una compañera de preparatorios que tenía una libreta con cosas que le
había escrito, realmente poéticas, de intención poética, pero que yo no recordaba
en absoluto. No..., mi intención poética surge más exactamente en 1983 cuando
sentí que tenía que poner una voz contra la dictadura y ahí, yo lo publiqué bajo la

49
dictadura. Por eso, pese a que hay temas que son puramente poéticos, la gran
intención es ésa.
De modo que no te sé decir, en realidad yo no sé tampoco. No me creo muy
interesante.

-¿A qué edad dejó Rocha y cómo fue?

-Ah, muy jovencita, a los diecisiete años probablemente; ansiosa por salir, ahoga­
da de Rocha y jurándome no estar en un pueblo del interior nunca más en la vida.
Naturalmente que aterricé en Flores; al principio viví en el campo y luego tuve
que ir al pueblo para que mis hijos siguieran la escuela previo examen de ingre­
so. El pueblo era un desierto. Había salido huyendo de Rocha y venía a caer en
el centro del latifundio, que era Flores, donde toda expectativa de inteligencia
moría, y allí estuve [riendo]. Viví del cuarenta y siete al sesenta y algo; lo que me
salvó fue ejercer mi profesorado, me llamaron del liceo para dar clases pero no
quería ir porque pensaba que era una carreta vieja (hacía ocho años que no daba
clase). Fui y realmente fue increíble lo que sucedió, fue como mágico. Pero re­
cuerdo, hice muy joven magisterio, no lo digo jamás porque le dije a mamá sí,
seré maestra una hora, un día. Odié el escalafón, pero mamá quería tener una
hija maestra. Yo venía de Rocha, daba la mayoría de los exámenes en Montevi­
deo, con sobresaliente, con notas estupendas. Fui la única que se recibió de esa
generación pero no ejercí un solo día, por eso no lo digo. Dejar Rocha fue decir
“Nunca más quiero volver”, y en efecto volví muy pocas veces. Sin embargo, le
debo a Rocha los recuerdos más entrañables. Un profesor me dijo: “No traiciones
Rocha. Vuelve a Rocha”. Y yo pensé: “Lo que menos quiero es volver”. Sin em­
bargo ahora que escribí, desde que me presenté, me presento como nacida en
Rocha, aunque ya con Rocha no tengo nada que ver, pero aquella Rocha me
quedó, me formó. Además, cuánto lenguaje habré recibido en esas lecturas im­
presionantes que tenía. Pero además, en aquella época se hablaba en Rocha a
la perfección. Ya no es, Rocha no sigue siendo aquella; yo oigo todos los barba­
rísimos que quieras. Pero cuando yo me criaba se pronunciaba a la perfección.
Era natural hacerlo.

-Me decía que la vocación real por la escritura surgió como reacción a la dictadu­
ra...

-Sí, no fue vocación. Por eso es que te digo que desconfío mucho de lo que hago
siempre. Pero lo sentí como una obligación, lo sentí realmente como una obliga­
ción. Éramos cuarenta y siete personas en mi sector, en un lugar que había sido
una capilla porque eso era el Penal de Punta de Rieles, había sido un colegio
jesuíta, creo. De modo que era una infraestructura arquitectónica estupenda. No­
sotros vivíamos en lo que había sido (este sector, porque no nos podíamos co­
municar unos con otros), la capilla: piso de mármol blanco, muy alto (quince me­
tros por siete de ancho), te morías de calor en verano y te morías de Siberia en
invierno. Y entonces, vi cosas muy terribles y me fue madurando aquello. Fíjate

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que salí en el 79, y en el 83 de pronto, ¡chao!, y te puedo asegurar que lo primero
que escribí fue eso, “Jacob poeta maldito” en broma, y después salió como una
catarata, disfrazado, porque tenía que poner una pantalla defensiva. Publiqué en
dictadura y no, no, no hay que creer que los militares eran tontos y que no enten­
dían nada de nada. No lo eran, de ninguna manera. No lo eran.

-¿Cómo vivió los primeros años de dictadura al ser parte de la intelectualidad


uruguaya?

-Te tengo que decir que no la viví como intelectual, la viví como ciudadana, la viví
en cada instante como uno de los tantos perseguidos que andábamos en este
país, perseguida. De modo que no hubo una actitud intelectual. Naturalmente,
por mi profesión, por mi trabajo, estaba dentro de un grupo de intelectuales. Pero
no fue una cuestión intelectual, fue una cuestión de civilidad, de lo que yo llama­
ría “decencia de conciencia”. Naturalmente que afectó mi trabajo: fui destituida.
No, fue muy curioso, fui primero detenida. Un día golpearon la puerta a las siete
de la mañana. Estaba durmiendo conmigo mi nieto mayor que tenía dos años
(adoraba estar conmigo y yo con él). Llamaron a la puerta y pensé que era un
trámite hogareño. Me puse un salto de cama rosado muy “mono” que había traí­
do de España, finísimo realmente, abrí la puerta y estaban tres “tipos”. Estaban
los tres vestidos con unos trajecitos color cocoa horrendos, que a mí me parecie­
ron de una empresa. Uno se apoyó en el vano de la puerta, sacó una cosa y me
dijo: “Fuerzas Conjuntas, Señora”. “Ah, pasen”. (Yo erizada) Revisaron la biblio­
teca. “¿Qué encontraste?”. “Puro ruserío: Chéjov, un Dosto-Dosto-ievsky”. “Mire,
Dostoievsky murió antes de la revolución soviética, Señor”. “Cállese la boca”.
Bueno, y de ahí ya me llevaron presa. Pero el lío fue que yo no quería entregar a
Pablo, y llevárselo a su madre que estaba criando otro bebé, tenía un bebé de
tres meses. Entonces dije: “No, yo a mi nieto no lo llevo sin dejarlo con mi hijo
mayor, Martín”, que tenía una galería en la calle Buenos Aires. Y bueno, fue la
primera cosa que vencí, me dejaron llevarlo allá y después me llevaron (claro,
ellos pensaban llevarme directamente de acá a la Rambla, Bulevar y la Rambla,
pero me tuvieron que llevar allá y de allá me trajeron acá). Había una camioneta
con ocho tipos con metralletas. Yo dije: “Todo esto para mí”. “No disponemos de
otro medio de transporte”. Y ya te llevaron y todo lo demás que ya no se cuenta.
Esto fue el 28 de diciembre de 1976. Fui la única que caí presa ese verano. Me
cantó un “tipo” que vino a pedir acá para hacer reuniones. Qué le habrán hecho,
qué sé yo. Cuentas aparte.
Dicté clases hasta el final del 76, así que sí me destituyeron, naturalmente. Pero
fue muy curioso porque estando en el penal, fueron a hacerme un sumario (ya
había tenido un presumario) para destituirme en Secundaria, cuando por el sólo
hecho de estar presa ya estaba destituida. Me fueron a hacer un sumario inconce­
bible, en el que me acusaban de haber leído Marcha, de haber estado contra la
guerra de Vietnam, cualquier cosa. Lo hicieron con un oficial de por medio.

-¿Usted militaba activamente en esa época?

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-Militaba no demasiado activamente, pero militaba sí. Me había afiliado al Partido
[Comunista] como podía haber sido socialista: encontré un lugar donde nunca se
decía “no hay nada más que hacer”. Siempre había algo que hacer aunque fuera
lo mismo que no se había cumplido. En el interrogatorio que me hizo este “tipo”
fue que supe en qué fecha me había afiliado porque ellos tenían todos los datos.
Mi participación más activa fue cuando [Julio María] Sanguinetti sacó la pri­
mera Ley de Educación en 1970, que era siniestra, y fui la portavoz por todos
lados (porque así me designó la gremial de profesores) contra la ley. Escribí una
carta dirigida a los padres y las madres, en el lenguaje de padre y madre de
barrio, que circuló por Montevideo y por el interior. Yo no sé si eso apareció o no
apareció, pero eso fue un verdadero golpe de militancia porque querían hacer
cosas muy leguleyas. Dije: “Esto la gente no lo entiende. Es un disparate”. “¿Y tú
qué harías?” “Haría tal cosa”. “¿Y cuándo lo harías?" “Ahora”. “¿Y para cuándo lo
tienes pronto?” “Para dentro de media hora". Y lo hice. Ya te digo, circuló total­
mente, porque entre otras cosas Sanguinetti proponía sacarle la asignación fami­
liar a los padres cuyos hijos se portaran mal en el liceo. Cualquier cosa como ésa.

-¿En qué circunstancias y cuántos años pasó detenida?

-Bueno, muy poco para lo que había allí. Estuve dos años y medio. Pasé un mes
en el lugar de tortura. Lo que yo soporté fue un bombón al lado de lo que pasaba
otra gente. Fue muy, muy terrible porque te creaban un ambiente tan especial, de
ruido, de ruido abominable, insoportable, que te impedía concebir un pensamien­
to. Ése era el fin. Y te dije un bombón, por cierto que no quisiera comerlo de
nuevo, porque en medio de todo fue tremendo. Recuerdo un momento en que
estaba allá en lo que llaman el “plantón sentado” (antes estuve de “plantón”) y yo
pensaba: “Bueno, si es ‘plantón’ lo podré aguantar”. El “plantón” es terrible por­
que al estar vendada pierdes la percepción, al perder un sentido pierdes la per­
cepción total. Dicen que es el mismo sistema de la crucifixión (no pienses en los
clavos de Jesucristo, pero sí te atan) porque la sangre se va toda a las piernas,
entonces se crea un gran vacío en la inteligencia. A mí no me sucedió eso. [Silen­
cio] Lo manejé bien. Pero recuerdo los alaridos, los alaridos de tortura. Qué ho­
rror Dios mío. Recuerdo cómo en un momento sentí esos alaridos y sufrí una
diarrea instantánea, terrible, de reacción. Además, yo fui la única mujer que cayó
a fines del año 76 y logré saber cuántos compañeros había porque me llevaban
vendada a lavar los platos y los contaba.
El terror era infinito porque nunca sabías qué era lo que te podía a pasar al
momento siguiente, y..., bueno, son las cosas de las que uno procura no acordar­
se, ya están, ya están muy dichas. Pero aparte del terror físico en el momento, en
el lugar de la tortura, que es muy horrendo de soportar, lo peor es después, den­
tro del penal, la tortura psicológica. Era permanente. Ahí conocimos a estos per­
sonajes que se nombran todos, como Gavazzo y Vázquez, y Cordero, todos ellos,
porque era un lugar de mucho prestigio el Penal, un lugar de privilegio desde el
punto de vista militar. Te cuento un caso más, había una chica que tuvo siete

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años de pena y el padre de esa chica tenía cáncer, por eso dejó de ir a ver a la
muchacha, porque ya no podía. Entonces empezamos con el pedido continuo
para que le permitieran a la chica salir para ver a su padre que estaba práctica­
mente agonizante. Y entonces, estábamos todas esas mujeres allí y de pronto se
decía: “Todas detrás del altar”. (Ya te dije que era un altar, estaba el altar y del
otro lado estaban los baños. Todo limpio y prolijo, limpiábamos nosotras). Todas
para allá. Y queda esa muchacha Alicia. “¡Ay, qué suerte, llevan a Alicia a ver al
padre!". “¡Vuelvan!”. Volvíamos. Allí estaba Alicia. “¿No te llevaron?”. “No”. “¿Y
qué te dijeron?”. “Que cambiara este colchón de acá para allá”. Y eso fue repetido
cinco, seis veces. Nos consumíamos todas en aquel terrible... Te lo muestro como
uno de los tantos ejemplos de maldad, de maldad. Qué horrible cargar con un
alma así, ¿no? Otra vez pasaron en un grupo y todas estábamos paradas en la
cucheta, ellos pasaban y nosotras rígidas, de pie. Uno miró el nombre (todas
teníamos nuestro nombre en la cucheta) y dijo: “Ah, el hermano de ésta se me
quedó en Paso de los Toros. Eh, se me fue la mano". Lo habían deshecho a ese
muchacho. Ah, no, no, yo no quiero hablar de estas cosas pero fue, fue muy, muy
terrible, muy terrible. Salvaba la convivencia, la solidaridad, eso ayudaba mucho,
ayudaba realmente, claro.

-¿Mientras estuvo en el penal, sintió la necesidad de escribir, de tomar papel y


lápiz y ponerse a escribir?

-Nunca. Nunca, nunca, nunca. Lo que hice fue leer de continuo, y dejaron entrar
libros curiosamente después, buenos libros, con alguna anécdota graciosa que
te voy a contar ahora; entonces yo por ejemplo, pedía Miguel Hernández y me
aprendía de memoria poemas de Miguel Hernández. Mientras las otras jugaban
al voleiball o se sentaban (porque queda una especie de inopia: salían del sector
y se sentaban, o hablaban de la tortura, de las milicas) yo caminaba a toda mar­
cha y me repetía poemas y poemas y poemas, y me decía: “Aquí no pueden
entrar” [Bajando la voz]. De modo que yo personalmente nunca pensé en escribir.

-¿Qué tuvieron posibilidad de leer además de poemas de Miguel Hernández?

-Mucha cosa llegaba. Por ejemplo había un libro que decía “México”, y tachado
con una tinta que parecía de imprenta el verdadero título, abajo el verdadero
título: “México insurgente" de John Reed. Como lo habían tachado y quedaba
sólo “México”, logró pasar un libro sobre México. En cambio, un libro de pintura
sobre el Cubismo, no entró. No hubo modo. Era de Cuba [Ríe], De esos cuentos
hay millones. Me contaba una compañera el otro día que iban las hermanas a
verla, una de ellas tenía un pañuelo en un bolsillo y otro en el bolsillo superior de
la chaqueta. Entonces la revisaron ... “Ah, no, qué esperanza. Con dos pañuelos
no se puede entrar”. ¿Y qué hicieron? Le sacaron uno y entró con uno solo. Las
torturas psicológicas y físicas a que sometían eran inenarrables. A mi hijo Martín,
que fue porque en ese momento podía verme por primera vez, le dijeron: “No.

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Usted con barba no puede entrar”. “Yo quiero ver a mi madre hoy. Me... afeito
acá”. “No, nosotros te afeitamos, no te preocupes”. Martín tenía barba desde los
diecisiete años, y ahí debía tener como veintiséis, veintisiete años. Lo afeitaron
en seco con una bayoneta: le quedó la cara deshecha, deshecha, dicen que era
algo terrible, y el dolor también. Cuando terminaron de afeitarlo: “Ah, ya pasó la
hora de visita. Hoy no puede ver a su madre”. De esas cosa, a millones.

Qué otras actividades realizaba para ocupar el tiempo?

-Hacer manualidades como ese tapiz que tienes en la pared, que era de un lienzo
muy finito; yo que jamás había bordado, fui haciéndolo punto a punto con hilitos
que me mandaban mis hijos de afuera. Fui haciendo ése [señalando] y ese otro,
y fui haciendo cuatro o cinco más. Chápete [un muñeco de trapo] fue lo primero
que hice para mi nieto mayor, al que todas las compañeras usaban de hijo de
noche. De mañana yo preguntaba: “¿Dónde está mi hijo?”. De noche, todas dor­
mían con él, y todas las cartas hablaban de eso. Así que en la cárcel nunca pensé
escribir^, ni me pasó por la cabeza.

-¿Cómo logró soportarla tortura y conciliar pensamientos, que era lo más difícil,
según nos dijo?

-Yo creo que en base a haber sufrido mucha cosa importante, terrible, antes.
Supongo que eso a uno lo va templando y va dejando un sedimento de poder con
el que no se sabe que se cuenta, y se cuenta. Me recuerdo claramente en el
“plantón sentado” (tú puedes decir: “Qué tiene; sentada es muy fácil”. Sentada,
vendada, atada, los huesos que te taladran) y yo me repetía, vendada y así sin
nada: “Frente la palma de fuego que deja el sol que se va, en la tarde sosegada
y en este jardín de paz, mientras Valencia florida se bebe el Guadalaviar, yo canto
su río en rosas antes que vuelva a la mar” [En voz baja]. Decía Antonio Machado
y repetía: “No saben que estoy aquí. No pueden penetrarme”. Pero tuve terror eh.
Ah, tuve terror. Es imposible no sentir terror; el frío que te caía, la gotita de terror
por la espalda porque además no sabías lo que venía al minuto siguiente. Hasta
aquí habías aguantado, después cuánto, después cómo. Ah no, lo mío, vuelvo a
repetir^, fue un bombón al lado de los alaridos que yo escuché. Era algo inenarra­
ble. Y los muertos, se está peleando ahora por los muertos y por los desapareci­
dos.

-¿A qué se dedicó después de salir del penal y cómo fue su vida?

-Tal como lo digo en Fe de remo, no podía hacer nada. Me había preparado para
ser profesora y para cosas intelectuales. Pues las compañeras de mi grupo, an­
tes que cayera presa decían: “Tendremos que salir a hacer tareas domésticas, a
hacer limpiezas”. Un día me enojé mucho. Dije: “Qué bien. Qué buen pensamien­
to. Hemos tenido la oportunidad de cultivar nuestra inteligencia, de aprender co­

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sas, y le vamos aíra discutir la fuente de trabajo a gente que no sabe otra cosa
que limpiar. Yo no voy a hacer eso. Yo voy a buscar qué hacer”. Fue un pensa­
miento histórico lo que me llevó: me acordé que en la Primera Guerra Mundial, en
Estados Unidos, suprimieron todo elemento suntuario pero no la bijouterie eco­
nómica ni los elementos de cosmética femenina porque de la presencia de las
mujeres dependía la moral de los hombres. Me acordé de eso y empecé a hacer.
Fue un trayecto graciosísimo, de no tener ¡(dea cómo se agarraba un pincel, nada,
hasta que vino una noche Martín, mi hijo: “Ay Martín, me sale todo torcido, no
puedo nada”. Yo había comprado estas chapitas que valían “un vintén” más o
menos, y dije: “Hago colgantes para nenas, que no hay”. Había puesto un claro,
pero cuando fui a pintar, aquello era horrible. Martín me pintó este paisaje y me
enseñó a tener el codo apoyado. Terminé vendiendo para “Adams”, que era la
mejor casa de ropa deportiva. Terminé vendiéndole un millón de pesos, que en
aquel momento era una locura. Además dicté cursos particulares de periodismo,
también en instituciones de enseñanza de periodismo, o en casa de conocidos.

-¿Después de salir del penal siguió siendo perseguida o se sintió así?

-Por favor, éramos todos perseguidos. Cada quince días teníamos que ir a firmar
a determinado lugar. Si faltábamos era una sanción, y además en cualquier mo­
mento, corrientemente a la una, las dos, las tres de la mañana, te golpeaban la
puerta, entraban, te revisaban la casa, te dejaban temblando y después se iban.
Fue de continuo y debe haber sido por lo menos dos años. No sé, cosas que uno
borra. Por lo menos eso.

-¿Cuál de sus obras prefiere?

-[Silencio] La que no escribí. [Ríe] La que hubiera querido escribir. Cada vez que
yo leo uno de esos poemas magníficos: “Ah, lo que yo daría por haber escrito
esto”. Bueno, le tengo mucho cariño por supuesto a Fe de remo porque creo que
fue una bravata espiritual muy grande, fue un “tour de forcé”, y fue una posición
militante hacerlo. Cuando estuvo pronto en Banda Oriental yo no me animé a ir
sola a retirarlo, tenía un miedo espantoso, fue alguien conmigo, no me animaba a
ir, soy muy, muy tímida. Con este aire de charrúa indómita, soy timidísima, y a la
vez puedo ser... Le tengo mucho cariño, le tengo respeto a Fe de remo y metí
algunos poemas que fueran meramente poemáticos para disfrazar un poco la
cosa.
Le tengo mucho cariño a Animal variable, creo que es un libro singular. Tengo
la impresión de que es un libro no frecuente, de mucha fuerza, y además me
atrevo a decir cosas que no es frecuente que una mujer diga. Le tengo mucho
cariño a Claroscuro, que salió también de golpe y me gusta mucho. Ejercicios de
castellano fue casi una broma. Me llama mi hija un día y me dice: “¿Te acuerdas
que mañana tu hija cumple años?”. Yo le dije: “¿Qué hija?”. Y le escribí un poema
que es de Sanchica y está dedicado para Vanina Arregui. Se lo escribí y se lo
llevé, temblando. “A ver qué le parece a Vanina que es tan crítica”. Lo leyó y me.

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dijo: “Te pasaste, mamá”. Pero para llegar a su casa son cuarenta cuadras en
línea recta, no hay ómnibus que me lleve y me traiga. Iba caminando y por el
camino pensé: “Si yo tomara la poesía castellana desde que surge, desde “El
Cid” que es lo primero que tenemos, tendría que considerar la métrica, la rima, el
modo de hablar, y terminara en los últimos, ir paseando por todos... No. Estoy
loca. Cómo se va a poder hacer semejante cosa. Eso es imposible”. Todo un
monólogo interior. Me acuerdo claramente que dije: “Bueno, pero si lo hiciera lo
llamaría Ejercicios de castellano, y lo dedicaría así: ‘A mis alumnos, los que nos
tocaron en suerte a mí y a mis compañeros (textual), y a mis compañeros de
comprometida enseñanza por el valor. Primavera de 1984'.” Tenía eso. AVanina
le gustó muchísimo el Sanchica que le dedicaba y después fue nada más que
agarrar y punto. Ese libro se difundió muy poco porque me lo editó Monteverde y
no lo distribuía.
En Calendarios está el poema de mamá, está el poema para mi primer hijito.
Sí, yo lo quiero a Calendarios también. Sí, lo quiero.

-¿El artista tiene una misión? ¿Debe ser un artista comprometido o debe sus­
traerse a la realidad, al tiempo que le toca vivir?

-No.

-¿El arte por el arte o arte comprometido? Porque en Calendarios el poema “Con­
fidencia" dice: “Qué hemos de hacer: / fascina esta tarea de transformar el mun-
do/a costa nuestra”.

-Y claro, y claro. Me había olvidado de eso. Y es cierto: “Fascina esta tarea de


transformar el mundo/ a costa nuestra”. En la poesía pura, no creo demasiado.
Pobre Mallarmé, se rompió el alma y ahí quedó, en cuatro versos memorables.
Paúl Valéry, "El cementerio marino” [Cita en francés], él se jugó a la palabra y
tampoco quedó mucho. Hay una anécdota que a mí me gusta contar porque es
divina. Valéry que era tan formal y tan señor, fue a visitar a Einstein, y en un
momento dicen que le preguntó: “Maestro, ¿usted cómo hace con sus ideas?
¿Lleva siempre una libreta, algo para anotar?”. Y Einstein le dijo: “¿Ideas?. Noo...
Hay tan pocas” [Ríe]
Y la palabra no sé si puede ser alguna vez la palabra pura tampoco: si ésa que
quiere escribir palabra pura, no lleva siempre otra cosa. Sé que muchas de ésas
jugadas a la palabra, al decir y a la belleza se mueren mucho más rápidamente
que otras cosas, se mueren, no germinan, no dan fruto. Ésa es la impresión que
tengo.

-¿Cómo ve en su obra la relación entre el discurso literario y su mensaje


sociopolítico?

-¿Qué me quieres decir, si considero si he hecho poesía o no al escribirla?

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-¿Si ha subordinado por ejemplo, algunos recursos al mensaje o no?

-Ah, no, no, no. Sé que me he permitido algunas bromas tremendas aún en Fe de
remo. Cuandc hago que Jahvé se enamore de Eva: “Eva labranza deliciosa, ben­
dito sea...”, sé que estoy haciendo una broma total, me estoy riendo de Jahvé.
Que ese idiota, empieza a considerar a Eva como lo que es después que la ser­
piente la indujo al deseo. Pero supongo que no pienso demasiado cuando escribo,
por eso decía que hay un brotar, que no sé cómo se llama pero que es así.

-¿Hay una simbología personal en el uso de los colores? Se percibe mucho ver­
de en su poesía.

-Pero qué curioso, es muy curioso. El Verde, el verde no sé por qué, no tengo ¡(dea
de por qué. Me acuerdo que una vez en una revista hace muchos años había
círculos y decía: “Elija, éste o éste”. Elegí uno que era mitad verde y mitad blanco.
Decía: “Elija dos”. Y elegí otro que era verde y violeta. El verde y blanco decía que
era propio de una persona con un gran dominio psicológico, espiritual. Y el otro
decía: es propio de una persona ... [Ríe] todo lo contrario. Pero el verde me atrae.
Mi casa está llena de verde, y plantas de semilla: hago plantas, árboles y des­
pués los regalo. La semilla siempre, siempre, me pasma el poder que tiene. Cuando
estábamos en el Penal teníamos prohibido tener nada verde. Yo fui trayendo, de
a poquito en el uniforme, tierra, y en un potecito de margarina fui juntando esa
tierra y allí fui plantando semillas de naranja. Estaba prohibido totalmente. Se
formó un bosque precioso de semillas de naranja, y yo de noche lo dejaba en la
mesa central. “Está hecho, si quieren se lo llevan pero está hecho". Nunca se lo
llevaron. Y venían, entraban las Vaquitas de San Antonio por la ventana y se
venían al arbolito. Otra vez, de la quinta (a mí me encantaba ir a la quinta, claro,
si yo me crié viendo a mi madre hacer quinta y me encantaba estar al aire libre;
después no nos dejaron ir más a las que teníamos cincuenta años porque se
enfermó gravemente una persona) me traje una semilla de haba, la guardé. La
guardé de un año para otro año; al otro año estaba madura. La planté en un pote
chiquito. “(Qué va a nacer!”. Un día salió un brote poderosísimo y se extendió, se
extendió, se extendió. Yo la llamaba “la garza”, “mi garza verde de un solo pie”,
porque se extendió como sesenta centímetros y tuve que unir dos agujas de tejer
para que la mantuvieran. Nunca me la sacaron tampoco. Al final la pobre se
acostó porque no tenía cómo seguir. Pero guardé de un año para el otro una
semilla de haba y la hice nacer.

-En el poema “Persistencia" dice: “Esta noche y /esta lluvia negra./En lo negro el
agua empuja /y puja fuerte/lo verde. ”

-Y claro, también es un poema de resistencia al fin de cuentas. Es cierto. En Fe


de remo hay un verso de Dylan Thomas que dice: “Ved en el hielo la pulsación del
estío”. Y si no apoyamos, si no tratamos de creer un poquito en eso, qué hace­
mos con este mundo tan atroz y tan perverso. Es casi una defensa.

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-¿“Cojones” de Animal variable y “Recuérdalo tú” de Calendarios, por ejemplo,
pueden ser llamados “poemas de la cárcel” aunque hayan sido escritos fuera del
Penal?

-Ah sí, esos poemas, los dos tienen apoyatura absolutamente real. “Cojones" es
tal como está dicho. Esa chica murió poco después de haber salido yo, en el 79.
Es tal como lo cuento ahí: ella tenía un solo riñón, había que darle eso que llama­
ban “el régimen”: arroz blanco, huevo duro, un churrasco. El médico lo recomen­
daba pero el comando decidía si se lo daban o no. No se lo daban y esa mucha­
cha se moría: la llevaron al Hospital Militar. Esto fue cuando yo ya había salido,
me lo contaron, la recuerdo perfectamente: tenía treinta, treinta y dos años, muy
flaquita y tal como la describe ahí, dientes muy salientes, muy riente siempre,
muy pálida, y cuando no le daban el régimen tenía unas diarreas terribles. La
llevaron al Hospital Militar y la trajeron, la trajeron agonizando para imponerle a
las otras aquello. Fue terrible. La tuvieron que llevar enseguida. Me contaron las
compañeras que se prendieron de las rejas, por eso le pongo “Cojones" (hay que
tener “huevos” para hacer esto), se prendieron a la reja gritando y les tuvieron
que decir: “Murió”. Entonces las compañeras hicieron esa maravilla. Porque se
sacaba al alba, es cierto, toda la ropa para tenderla, pero no se podía hablar,
metralleta en una torre, metralleta en otra, metralleta en otra, a veces perros,
como si fuéramos yo qué sé qué. Se les ocurrió colgar todo lo negro para que las
demás supieran que había pasado algo así, porque no había comunicación posi­
ble, y las demás supieron que había duelo. Fue textual eso, eso que pasó.
Esto otro de “Recuérdalo tú” me lo contó una compañera: en la tortura (porque
a mucha gente hasta se le rajaba la piel de la sangre aglomerada ahí) la desnu­
daron y la ataron frente a frente, tal como dice ahí, a un compañero desnudo, y
ella me dijo: “¿Sabes? Me sentí como santificada”. Y tal como digo ahí, no supe
qué decir salvo decirle que no me olvidaría. Empecé a escribir, escribí eso y me
acordé de Cernuda que dice: “Un hombre solo, un acto solo”. Es totalmente, fue
totalmente así.

-Ambos los escribió algunos años después de haber salido de la cárcel. ¿ Fue
cuando le contaron lo sucedido? ¿ O, aún luego, escribir sobre estos temas impli­
có tiempo para un proceso personal de apropiación de los hechos?

-No, “Cojones” lo escribí cuando hice Animal variable que era todo sobre el cuer­
po, pero en el cuerpo yo no podía olvidarme de aquel ser supliciado. Entonces
por eso lo escribí. Incluso seguí toda la trayectoria del riñón.

-La imagen final de la madre y el “riñoncito” aúna figura retórica con efectividad
poética.

-La imagen final de la madre es cierta. Venía desde San José, gente pobre y... la
hija había muerto y “san se acabó”. Ah, las crueldades son infinitas.

58
-Reaparece el tema en Calendarios con “Recuérdalo tú”. El tema de la dictadura,
el período de la cárcel y las torturas, ¿vuelve periódicamente a sus letras?

-Ah sí, sí. “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros / cuando asqueados de la bajeza


humana,/ cuando iracundos de la dureza humana: / este hombre solo, este acto
solo, esta fe sola./ Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”. Esto es de Cernuda. Y no
quise escribir más: escribí algún artículo para Brecha, uno que se llamó “La resis­
tencia por la alegría”, que tuvo gran repercusión porque no quería (no era lo que
estaba en mi propósito) escribir una poesía de protesta naturalista, no era lo que
quería hacer. Ahora, con el tema de Gladys Yánez sí, quería cumplir con una
obligación de conciencia, es la misión de la poesía denunciatoria, porque aquello
fue un terrible asesinato realmente, terrible: agonizó toda la noche, todas las
compañeras despiertas. Aquello fue horrible, horrible, fue realmente muy, muy
siniestro.

Con sus poemas, busca sólo dar un testimonio de una coyuntura social o incidir
para el cambio de una realidad que cuestiona o rechaza?

-Sí, sí absolutamente; ya te dije: lo sentí como un deber. No sabía si poéticamen­


te lo iba a poder hacer o no. Sabía también que era un peligro publicar algo en
aquel momento. Por eso tomé como pantalla el Antiguo Testamento y ese Jahvé
de los ejércitos que me resulta reprobable en todos los aspectos. No abrí la Biblia
cuando escribí Fe de remo porque quién escribe con semejante monumento lite­
rario delante, pero después busqué (la gente creyó que sabía mucho de Biblia
pero sólo sabía los libros que había estudiado en el profesorado); después abrí sí
la Biblia para buscar los versículos que preceden a cada texto, para decir aquí
está la verdad que no me deja mentir.

-¿Desde el primer momento hubo un proyecto de escritura de Fe de remo con un


diálogo bíblico?

-Sí, porque venía de “Jacob, poeta maldito”, porque sentí que no podía encontrar
mejor pantalla para poner, además si te cuento que desde tan chica a mí me
surgían dudas, y que después se acentuaron tanto, con Diderot por ejemplo, casi
fue instintivo el refugiarme en eso, casi fue así.

-Fe de remo, además de ese proyecto bíblico...

-Que no es un proyecto de relectura bíblica, sino que lo encontré como refugio y


a la vez como..., ya te digo, para mí el genocidio más atroz es el que propone ese
Señor que crea y anula: “Voy a eliminar al hombre que creé sobre la tierra y con
el hombre a los animales... y hasta las aves del cielo". De Noé yo hago un rebelde
total. Le dice al Señor: “Yo tengo otro tiempo que el tuyo; me legaste otro tiempo
y yo soy Noé, memoria de tus muertos. Yo soy Noé, memoria de los muertos. Eso
es lo que soy. No el que tú salvaste”.

59
-Había marcado precisamente esa cita, el último verso “memoria de tus muertos”
y a partir de eso había leído todo el poema “Memorias de Noé" como un poema
bisagra en el libro...

-Y sí, yo creo que sí.

-...que a partir de allí se puede leer, metafóricamente la esperanza, el terror, la


tortura, el miedo, la rebeldía.

-Sí, sí, sí, la rebeldía. Job es un rebelde total, Noé es un rebelde total. Además,
incluso de Leviatán, que en Job se dice que nació para imponer el terror, hago un
mansito dispuesto a entrar en amistad con todo. Es decir, ahí sí que me propuse
totalmente embestir contra la Biblia y creo que lo hice de una manera, sincera­
mente, muy original: nunca encontré un libro en el que se embistiera así contra la
Biblia, y una mujer además, contra todo lo sagrado de su Biblia.

-¿Más que de creencias entonces, este libro tiene que ver con descreencias?

-Ah sí, sí en absoluto, como un intento de racionalizar un mundo que por no


entenderlo hacemos mágico. El mundo ya es mágico de por sí porque no lo domi­
namos, no dominamos nada. Pero taparlo con estas cosas me parece terrible.
Hay unos pensamientos que escribió Diderot en una semana de esas santas o
algo así. No lo recuerdo y nunca más lo encontré, pero sí un pensamiento sobre
esto. Dice en un momento: “Yo entiendo que el Señor pudiera estar enojado con
Adán y con Eva, que lo desobedecieron”. Ahora mirá qué forma de desobedecer­
lo. A unos niños recién nacidos les dicen: “Bueno, toquen todo, pero ese brasero
ardiente no lo toquen”. ¡Por favor! Y dicen que Eva tuviera que parir con dolor por
castigo. Pero, ¿qué le hicieron a Jahvé las hembras de los animales que también
paren con dolor? Tú no sabes cómo se les caen a las vacas las lágrimas de dolor
cuando paren, es terrible. ¿Qué le hicieron al Señor las hembras de los animales
que también paren con dolor? Entonces, procuré racionalizar eso porque tenía
que atacar a la dictadura así con todas mis fuerzas. Hay una cosa que se llama
“Nabudoconosor rey de los asirios” que está hecho así. En Fe de remo está el
propósito total de embestir. Embestir. Ese libro lo llevé muriéndome, desespera­
da; se hizo por suscripción popular: se vendieron bonos porque no tenía plata. A
los tres años ya había una reedición porque se agotó. Sí, fue muy curioso. Ade­
más, en la contratapa, después siempre lo he hecho, me dijeron que pusiera
algo, y qué iba a poner: “Casada, divorciada, con un hijo que ya no tenía (yo perdí
a mi hijito más chico a los catorce años)”. No. Entonces escribí eso que fue lo que
se publicó. Digo: “Uruguaya, róchense...”

-¿Porqué en este libro precisamente, aparece en la autopresentaclón el humor?

-[Silencio] Ahí, en ..., y debe ser algo...

60
-[Leemos] ‘‘Uruguaya, róchense. Una ficha biográfica me atribuye nacimiento en
1927. ¡No puede ser!”.

-Claro que no puede ser, no puede ser, si yo nací en el 22, pero siempre me
ponían mucho menos. Puse: “No puede ser”.

-“20 años de ejercicio vocacional del profesorado de Literatura, o sea, mientras


fue posible. Cuando no, practiqué -sin virtuosismo y con mérito- varias artesanías."

-Y es cierto, viví de eso. Es cierto [Ríe], es todo cierto. Pese a ser una persona
con una biografía que no le deseo a nadie, tengo un fuerte sentido del humor y de
una respuesta muy rápida sobre todo frente a la agresión, cuidadito conmigo en
esos casos porque yo no sé lo que puésde suceder, soy un rayo para contestar. En
todo lo demás soy bastante directa. Pero, manejo mucho el humor, y además
creo que lo manejo como una forma de disimulo de mi yo interior, que es muy
sufriente. El humor puede ser entonces, pienso ahora, una de las formas de de­
mostrar que no me tomo muy en serio. Yo escribí Fe de remo y no supe qué hacer
con él. Desconfié totalmente, no sabía si aquello servía para algo o no, y fui a
leérselo a Cunha. Cunha me dijo: “Pero muchacha, eso es grande”. (Tomé dos
litros de agua mientras se lo leí) “Eso es grande aquí y en cualquier lado, eso es
como una cantata, eso es una maravilla". Yo le dije: “Cunha, no me hagas hacer
papelones". “No, no, no, esto es grande, es grande y publícalo así". Bueno, no
sabía si era grande pero si Cunha me decía que era aceptable ya estaba. El libro
tuvo una repercusión enorme realmente; Albistur le dedicó como un mes de reco­
mendaciones en el Correo y salieron una multitud de artículos. Además la gente
lo compró, lo leyó. Yo tenía un curso de periodismo en ese momento, acá en casa
con muchachos de la Caja de Previsión; alguno no vio la intención política, y
hubo alguien que me dijo: “Cómo he podido creer tanta insensatez sin pensarlo”.
Y abandonó el catolicismo a ultranza, sin meditación.

-‘Además soy rabdomante, telepática y artrítica”.

-Soy telepática, lo soy de una manera terrible, por suerte cada vez menos. Y
artrítica es una broma tremenda, a quién se le ocurre encajar el “artrítica" en el
medio de eso, pero es una forma de no tomarme en serio a mí misma. A mí.
Porque el libro lo tomé totalmente en serio; no conozco otro libro, de lo poco que
conozco, que embata así, “bom”, con argumentos. Fe de remo fue un libro abso­
lutamente protestatario, salvo que yo no quería hacer poesía protestataria, no
quería poner: “Me golpearon, ... los alaridos". No, quería hacer una cosa que
tuviera carácter más “universal”. Por eso hice Fe de remo, por eso tomé la Biblia
como documento, y por eso después busqué los versículos que me sirvieron,
porque sabía que el lenguaje que iba a tener en Fe de remo iba a ser menos
perecedero que si hacía lo que ya se había hecho de poesía comprometida.

-¿Por qué lo tituló Fe de remo?

61
-Se llama Fe de remo por una especie de descarte. Pensé que estábamos real­
mente maniatados, bajo el dominio del arbitrio y en el poema dice: “Navegando
hacia la única distancia que es tu arbitrio”. Pero debo haber pensado: “Ese arbi­
trio se cumple, entre tanto no hay una voluntad de rechazar ese arbitrio. ¿Cómo
lo puedes rechazar, si tienes los caminos cerrados, si estás en el mar y sucumbió
el bote, estás solo y queda un remo. Queda sólo un remo; pero ese remo repre­
senta también a la mano que plantó al árbol, que lo cuidó, que sacó la rama, que
pulió la rama, que hizo el remo y además, el remo no está solo, porque está la
sombra del remo. Y si se cree en el remo, se cree en el árbol...” Por eso se llamó
Fe de remo, porque hay que tener mucha fe para confiar en que un remo solo,
puede.
Y puede. Y puede...

62
Selección de textos

APRENDIZAJE

Aquí
- con credo y signo -
tenaces contra esta arena movediza.
Aquí

atentos a su escándalo voraz,


a su fabricación de malos sueños.
Aquí

- en legítima defensa -
eficaces como los vegetales
del huerto hacia las mesas.
Aquí credo,

huesos útiles,
tenaces
contra esta arena movediza.

De Calendarios

A Román
I
Ahora me hago cargo justo ahora
de lo difícil que es grabar las cifras
ajustarle la cuenta al desconsuelo
sumar la circunstancia el hecho el nombre
sumar muchachos muertos más la sangre
y el niño asesinado más la rabia
y gente torturada y ya veo negro.
Que no falta ni un dígito en la cuenta
ni el comienzo de una intención
ni tú que eres muchísimos.
Llegó la hora de sumar. Sumemos.
Hace falta acordarse.

Acuérdate del sabor a irreparable


que plagó aquellas tardes

63
acuérdate del olor a la vergüenza
de la mano con urgencia de así sea una piedra
del cuerpo tenso como inicial de empuje,
el cuerpo mismo como una inicial del alma
y el alma un alarido llamando a reparar'.
(Si no ya no hay ni alma. Ya ni vale la rabia.
Pero en aquellas tardes de que te hablo
Tuvimos que restarle más vidas a la vida.)

Acuérdate de ti que eres muchísimos.

Acuérdate de ayer
o de hoy no más hasta hace un rato
o de mañana por cualquier minuto
acuérdate de la calle
(como una casa de tan amiga era la calle)
cuando al asalto sables y caballos
y gases rastreando las gargantas
arrancando socavones de lágrimas tan densos
que ablandarían un cuchillo a pura lágrima
un socavón de lágrimas que salta
a reforzar los muros del ultraje.
No es malgastar el llanto.

Y porque hay tanto para el suma y sigue


no amilanes el ojo ni el oído
que la mano esté alerta
y cada olor cada sabor de infamia
testimonie de sí y ante nosotros.

Acuérdate
demasiadas cosas nombran la desdicha
por culpa de otros
no por tu culpa ni por la mía.
(Acuérdate
sí por tu culpa sí por la mía.)
Acuérdate de lo que sabes,
que esto importa
porque si tú te acuerdas no se olvida ninguno.

Y acuérdate de mí. Somos muchísimos.

64
Los apretaron contra el mar de invierno
les clavaron los huesos en el viento
que llega de la pampa sin sosiego
de pie y nadie se mueva
de pie por diez horas en el viento
y por veinte y por veinticuatro no se muevan
la decencia del cuerpo pide un aparte no se muevan
las metralletas les obligan los riñones
sujétense las tripas no se muevan
no se muevan que el odio está mandando
de pie en el viento sosténganse la rabia
no se muevan que el odio está mandando.

(Un obrero con dientes apretados:)


No es en las tripas que tengo la decencia
que me cago y me meo y no me importa
pero hoy mismo te juro y por mañana
(y se calló
lo otro no cabía en las palabras).

(Un obrero buen amigo de su cuerpo:)


Aguanta amigo como aguantas siempre.
Sos un coloso
qué haría yo sin ti para aguantarme.
Abrígate en el frío
como en otra madrugada que conoces
hoy va a pasar
aguántame otro poco todavía.
Estamos ajustando la memoria
tú y yo para mañana.

Eran dos mil muriéndose de frío


uno se desmayó
después fue otro
ninguno pensó hoy
todos mañana.

De Poesía rebelde uruguaya,


Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1971.

65
OJONES
“...Su cuerpo
vibra en el aire y recomienza siempre”.
(José Emilio Pacheco)

Tenía un solo riñón y ella lo usaba


como un rengo a su muleta
para romper el aire y caminar la tierra
por la que trabajaba.

En el Penal de Punta de Rieles


el Reglamento le otorgaba a su riñón
(a su carita esmirriada, ojos de mirar lejos,
dientes de liebre sonriente),
en vez de grasa y guiso,
arroz blanco, un huevo duro o un churrasco.
El “régimen” lo recetaba el doctor
y lo aprobaba -o no- el Comando.
“Usted sabe", le repetía el doctor
con devoción humilde de pantufla.
Cuando era no - ese derecho
sobre riñones presos y enfermos
tienen los salvadores-
la carita se volvía exangüe
porque el riñón, muerto de pudores,
se desgraciaba a chorros.

Las compañeras
le tejían manzanas de corazón inmenso
y a todas les dolían los riñones.

Un día la llevaron al Hospital Militar.


Un día la trajeron en agonía
con su riñón y todo. (¿Para qué?)

Al sector la trajeron.

No permitieron -impunemente- que nadie


la ayudara a cargar su bultito de ropas
ni el paso temblequeante.
Agonizó toda esa noche -todas agonizaban.
Se la llevaron al Hospital.
Antes de irse, como un rengo terco,
se abrazó a cada compañera,
las abrazó y les dijo que me muero.

66
Las mujeres se ajustaron manos, brazos,
cojones,
se prendieron a gritos de la reja y “ellos”
tuvieron que decir
murió.

Al alba se sacaba al tendedero las ropas


lavadas. Cada Sector al suyo
y obligado el silencio.

Ese día, las compañeras del Sector C


juntaron y colgaron todas sus ropas negras:
pulóveres, calzones, medias o corpiños.
Y las demás supieron que había duelo.

Parece cosa de tango,


pero el riñoncito tenía una madre vieja
que cada quince días caía desde un pueblo
cinchando un paquete chico,
el hambre de ver a su cachorra enjaulada
y una esperanza de tenerla libre
más grande que su cuerpo.

De Animal Variable

RELATO

El refugio final
por donde el alma mantuvo sus querencias
cayó.

No hay más esperas.


No hay más defensas.
Las profecías, mudas.

Presente: las palabras son acto.


Presente: la amenaza una apuesta.
Y el miedo, qué presencia.

Se maldijo el espanto.

Se respetó el espanto.

67
Se recordó marchando con el río.
El río, qué presencia.

Y entrevio cómo negarle


ganancias al acoso.

De Calendarios

MEMORIAS DE NOÉ

Voy a exterminar al hombre que creé


de sobre la faz de la tierra; y con
el hombre a los ganados, reptiles, y
hasta las aves del cielo”. “Pero Noé
halló gracia a los ojos de Jahvé”.
Génesis, 6,7-8

Soy Noé, tu criatura, tu elegido,


el que tú llamas puro,
Señor,
y resguardas de tu ira;
el que tú llamas puro,
tú, el que sabe.

Yo, el que navega en tu arca derivando


hacia la única distancia que es tu arbitrio,
me digo prisionero de tu arbitrio.

No hay fantasma más triste que este mar turbulento.

Tú lo creas, Señor,
lo invades, con ráfagas temibles lo golpeas,
tú, cuyo espíritu se cierne sobre las aguas.

Soy Noé,
me eliges a vivir,
me amparas de tu clamante enojo.

Me eliges a vivir.

Yo a mí me obligo
a retener el pulso de tus muertos,
de los hermanos míos.
No hay fantasma más triste que este mar turbulento.

68
Yo, Noé, el elegido para vivir,
temeroso de ti,
vivo con cólera.
Ignórala, Adonai.
Tu criatura de tiempo
es capaz de ocultarle el pensamiento.

Se contará del arca, de tu llanto,


del cuervo y la paloma
y del verde flamante del olivo.

No hay fantasma más triste que este mar turbulento


ni hay espejo más cierto.
De él hablaré.
Yo soy Noé, memoria de los muertos.

De Fe de remo

VOCES DE JOB (2)

“Jahvé restableció a Job en su estado”.


“Y el Señor echó su bendición sobre Job.
Y llegó a tener catorce mil ovejas...
y también siete hijos y tres hijas.”
Job 42, 12-13

El talego de tu gracia
volcó misericordia de camellos
y de bueyes de ovejas y de asnos,
y hasta el zarcillo de oro
de los hermanos
que no hicieron presencia cuando el lloro.

Y nuevos siete hijos y tres hijas.

Acreditaste mi piedad,
de la tribulación me consolaste.

Oh Señor,
el temor es la inquieta capital de tu reino.
Desde el temor pregunto.

69
¿Dónde están mis varones,
los nacidos de la primera carne en desazones?

¿Dónde mis hijas,


las tres que aseguraban
todo lo fiel que el alba entrega al día?

Los agostó, los maceró tu viento.


Me salvé yo
para llorar por ellos.

Siete hijos nuevos y tres hijas nuevas.


Los amo con piedad y sin anhelo.

Yo no les di sus nombres


y si los engendré, fue en sueños.

Eres el Supremo el Eterno


el Infinito.
Si fueras padre,
seguro entenderías.

Job tenía siete hijos y tres hijas.

No menos que los ojos me durará este llanto,


porque a tanto, Jahvé,
no se atreve el olvido.

De Fe de remo

NABUCODONOSOR, REY DE LOS ASIRIOS

“Fueron de parecer que se destruyese


a cuantos no se sometieran a los decretos
del rey.”
Judit 2,4

Este es mi reino, dice Nabucodonosor.


Portones, muros, torres,
medidos en equilibrio acorde
con los preceptos de mi sabiduría:

70
cercar para someter,
espiar para retener,
abrir para la entrada de las riquezas grandes
que merecen los fuertes.

Nabucodonosor prestigia acechanzas,


arqueros, flechas, muerte.

En la torre más alta


Nabucodonosor se creía a salvo
de su propio cadáver.
Palabras de muchos ecos
leudan la impaciencia del aire.
Nabucodonosor no ve,
no oye,

y así,
desde la más alta y mellada torre,
incendió, cercó vacadas, gentes de trigo
y manos,

y así fue derrumbado


sin creer en su propio cadáver.

No quedó un mero pétalo


en los arrasados jardines colgantes
de su orgullo.

De Fe de remo

71
Centro de Estudios Iberoamericanos
Mario Benedetti

Este libro se incluye dentro) de una serie de publi­


caciones sobre autores uruguayos que han escrito en
las últimas décadas del Siglo XX y son representati­
vos de una literatura donde la violencia sociopolííi-
ca se manifiesta, con diversas variantes genéricas, en
un discurso fuertemente relacionado con el contexto
histórico de su país y de Latinoamérica.
La edición, que ha contado con el invalorable
apoyo del Departamento de Publicaciones de la Uni­
versidad de la República, se inscribe asimismo en el
conjunto de obras que se realizan para el Centro de
Estudios Iberoamericanos «Mario Benedetti», con
sede en la- Universidad de Alicante (España) y en la
Universidad de la República (Uruguay).
Los escritores entrevistados -nacidos entre 1922 y
1956- revelan en sus respuestas, así como en la ma­
yoría de los textos de ficción que han proporcionado,
las imborrables «marcas» expresivas de una- insosla­
yable -y compartida- coyuntura histórica.

Universidad de la República

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