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Título: Un cuñado

Pseudónimo: Minroud

Nacho siempre llegaba al bar los sábados a las once y media, cuando Paco, el
dueño, ya tenía la terraza puesta, los tercios a punto de congelarse y los
pinchos en sus bandejas, pero antes de que empezaran a llegar los
parroquianos. No quería ser una molestia para Paco, pero tampoco soportaba
llegar tarde a los sitios. Al llegar se sentaba en su mesa, en la terraza, la más
cercana a la puerta, así todo el que entraba se veía obligado a saludarlo. Antes
de que entrara a pedir nada, Paco le sacaba un bol con kikos y un tercio, el
primero, el del valor, para enfriar la mente y calentar los ánimos antes del gran
reto.
Aquel sábado, los primeros en llegar fueron la parejita joven. La chica le dio los
buenos días sin mirarlo y entró deprisa. El chico hizo la mención de pararse a
hablar con Nacho, pero un estirón de brazo de parte de su novia eliminó la
posibilidad de la primera conversación del día de Nacho.
Como no veía que se acercara nadie por la calle, Nacho entró un minuto
después de ellos, tras practicar mentalmente lo que iba a decir.
—¡Paco, a esta invitas tú, que me has puesto el botellín roto! —anunció,
mostrando el tercio que había vaciado en menos de cinco minutos.
En la cara de Paco se dibujó una sonrisa. Nacho consideró la interacción como
positiva y ganó confianza. Mientras le sacaban el segundo tercio, aprovechó
para poner en práctica la otra frase que había pensado, la que consideraba
más adecuada para la situación:
—Niña, qué guapa que vas, qué bueno que llega el veranito.
La chica no respondió, sonrió y miró primero a Nacho y luego a su novio, quien,
a su vez, miró al suelo. La sonrisa no desaparecía de la cara de la chica,
aunque no le dijo nada, ni siquiera le dio las gracias. Nacho se lo apuntó
también como interacción positiva, y feliz por la buena racha de interacciones,
propuso:
—A esta ronda les invito yo, Paco.
La chica se giró hacia Paco, todavía con la sonrisa en la boca, y este le dijo a
Nacho:
—No te preocupes, de esta ya se han ocupado.
Nacho volvió a su sitio, confundido por el final abrupto de la interacción que
parecía haber ido tan bien.
Minutos después llegaron los dos hinchas del Atleti, que iban al bar solo los
sábados que no había partido. Le preguntaron qué tal estaba, a lo que Nacho
respondió:
—¡Aquí, sufriendo!
Se rieron y luego entraron. Nacho se dio cuenta, muy a su pesar, de que no les
había preguntado qué tal estaban ellos. La contó como interacción negativa.
Luego llegó la familia feliz, los niños debían haber jugado por la mañana
porque todavía llevaban el equipaje puesto.
—¿Qué, os los fichan ya para la cantera?
Los padres le sonrieron y la familia entró al bar. A partir de ese punto, Paco,
que parecía haber adquirido algún tipo de superpoder, le empezó a sacar
tercios y pinchos a Nacho conforme este se los iba terminando, lo que le
quitaba la excusa para entrar y hablar con los demás, que conversaban
acaloradamente.
Los niños pronto se cansaron de estar en el bar y salieron a la terraza a jugar
con la pelota. El niño pequeño, el de gafitas redondas de color turquesa, miró
fijamente a Nacho un rato nada más salir, y le dijo:
—A las chicas no se les habla así.
—¿Qué?
—Lo que le has dicho antes a la chica no está bien.
—¿Y qué le tendría que haber dicho?
El niño se sentó a su lado y empezó a hablarle. Nacho le escuchó con tanta
atención y aprendió tanto, que al final hasta se olvidó de calificar la interacción.

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