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PENSÓ EN EL FINAL

Llegaba tarde. Se abrochó la campera, se puso la camisa dentro del pantalón y sin tocar

timbre, entró al local donde le festejaban el cumpleaños a su hija. Ella le dio un beso

interminable y le dijo que era el mejor papá del mundo. Roberto se demoró revisando sus

bolsillos, mientras Stefi se reencontró con sus amiguitas que la llamaban para volver a

maquillarse. La fiesta recién comenzaba para Roberto pero por alguna circunstancia,

pensó en el final. Intentó disolver esa imagen que lo perturbaba, pero ya no pudo volver

atrás.

La encargada del local lo acompañó hasta el salón. Allí Paula, su ex esposa, salió rápido

a recibirlo. Cuando estuvieron casi cara a cara se miraron sin reconocerse. Ella

demostraba una elegancia que él ignoraba. No era aquella Paula que conoció en el

recital. Roberto intentó decirle algo pero se quedó tildado pensando en las velas.

Durante toda la semana Paula le había enviado algunos mensajes pidiendole que

comprara cinco velas con vengalas. Se lo había repetido varias veces porque Roberto no

le contestaba o le respondía con evasivas. Cuando llegó a la puerta del local, recordó el

encargo. Entonces se cruzó al quiosco y compró las únicas velas que vendían. Las miró

con indiferencia y se las guardó en el bolsillo de la campera. La culpa era de ella, pensó,

por pedirle a último momento que comprara esas velas de mierda. Se metió las manos en

los bolsillos, se apoyó en la escalera y se puso a mirar el celular. Ya eran las cinco y

media de la tarde. Ella se acercó y lo saludó con un beso. Cruzaron juntos por delante de

las mesas donde se acomodaban los recién llegados. Le pareció extraño que no pudiera

reconocer a ningún invitado. Al atravesar la mesa principal Roberto advirtió que su suegra

simuló mirar para otro lado. Quiso preguntarle a Paula si necesitaba algo pero ya se le
había adelantado varios pasos. Al llegar al final del pasillo le indicó con un gesto que se

sentara en la mesa del fondo con Berni, su ex cuñado. Roberto se detuvo, la miró a los

ojos por primera vez. Ella le dio una palmadita en el hombro y se volvió rápidamente a la

recepción.

Cuando Roberto se acercó a la mesa, su ex cuñado estaba concentrado leyendo un libro.

Se saludaron ambos con la indiferencia de dos viejos amigos. No se veían desde la

muerte de su suegro. Hablaron un rato del clima de la ciudad y de la falta de lluvias, de la

importancia de los niveles de humedad para la próxima cosecha, después hablaron

también de la fiesta y de lo linda que estaba Stefi y de lo rápido que crecen los chicos.

Hablo más Berni. En realidad a Roberto se lo notaba molesto. Imaginó que en la fiesta

podría haber encontrado a otras personas. Seguía enojado con Paula por haberlo sentado

justo en esa mesa y con su ex cuñado. Pero éste se esforzaba en reanudar el diálogo,

como si intentara llevar la conversación hacia algun lugar. De repente improvisó un breve

discurso resaltando la importancia de los vínculos familiares mencionando como al pasar

la responsabilidad personal que había asumido de proteger a su sobrina en esos

momentos tan difíciles.

Toda esa disertación no le resultaba extraña a Roberto. Muchos domingos tuvo que

aguantar a su suegro repitiendo los mismos sermones. Ahora, que ya estaba separado,

tenía que seguir bancándose lo mismo. No podía dejar de recordar cuando ese mosquita

muerta, ese ser raquítico, con esa cara angulosa y sus manos flácidas de mistico

reprimido, le echó la culpa por la muerte de su suegro. Por un momento, no pudo pensar

en otra cosa. Retumbaban en su cabeza las palabras que le dijo dos años atrás, justo en

el momento en que salían del velatorio. En aquella ocasión tampoco pudo responderle

porque el turro de su cuñado se dio media vuelta, se subió al auto y se fue. Había pasado
mucho tiempo desde aquella vez, pero seguía atragantado como si le estuviera

ocurriendo en ese mismo momento. Poco a poco empezó a levantar temperatura. Primero

pegaba pataditas por debajo de la mesa. No sabía donde poner las manos. Si hubiese

dicho una palabra más, pensó, lo hubiera cagado a trompadas. Después amagó a

levantarse. Pero algo lo detenía: se quedaba mirando como un bobo a los chicos que

corrían alrededor de las mesas y se calmaba. Stefi no se lo merecia. Respiró

profundamente, estiró los brazos e hizo sonar los dedos de las manos. Se sirvió un vaso

de vino y se lo bebió de un solo trago.

Empezaba a sentirse un poco mejor, se relajó y se prendió un cigarrillo. Pero Berni,

levantó la vista y de reojo le indicó que no se podía furmar en ese sector del local. Apagó

el cigarrillo con la punta del zapato y se bebió de un saque otro vaso de vino. Tenía que

relajarse, era el cumpleaños de su única hija. Se distrajo un poco mirando jugar a los

chicos. Algunos corrian alrededor de las mesas formando un trencito: se agarraban, se

soltaban, bailando al ritmo de la música de fondo. Otros formaban una larga fila para

maquillarse con la animadora. El último grupo entraba y salía de un pelotero gigante que

rodeaba todo el salón. De repente Paula pasó por la mesa, lo tomó de una mano a su

hermano y se lo llevó para la mesa principal. Roberto creyó haber escuchado que estaban

preparando una sorpresa, pero seguía ensimismado recordando el pasado.

A Paula la conoció un día que estaba ensayando con la banda en la casa de Hugo. Era

una tarde de invierno horrible, frío, viento, no andaba nadie en la calle. Ahora que lo

recuerda vuelve a sentir frío, hasta le repiquetean los dientes. De repente alguien tocó el

timbre y Roberto salió a atender: allí estaba Paulita, con su mongomery, las trencitas que

le caían hasta los hombros, el gorro de lana y la bufanda que tanto amaba y los guantes

de colores. Empezó a hablar ella porque Roberto se quedó petrificado. Preguntó por la
banda, quería saber si iban a tocar, si ya se podían comprar las entradas y unas cuantas

cosas más. Roberto la seguía escuchando embobado, creyó que era un angel con esa

vocecita y esa sonrisa de nena. Era para derretirse en pleno invierno. Cuando Paulita se

fue, Roberto le dijo a los chicos de la banda que si un día esa mina le daba bola iba a

dejar todo y se casaría para toda la vida. Ella también se había deslumbrado desde el

primer día con la música de la banda y más tarde con Roberto. Paula no tardó en hacerse

fan del grupo y de recital en recital, empezaron a salir. El noviazo resultó intenso y fogoso.

Ella era una chica de apenas 16 años, él era un poco más grande. Después, no mucho

despues, sobrevino la convivencia, las peleas, los celos, el nacimiento de Stefi y todo lo

demás. Roberto nunca logró acomodarse a esa vida familiar. Seguía saliendo con sus

amigotes, con la pretensión de que ella se acostumbrara a sus tiempos. Pero Paula

creció, maduró, impuso sus exigencias, quiso salir a trabajar y finalmente, al no encontrar

respuesta, se fue de la casa con su hija. Él nunca aceptó la separación. La siguio

llamando continuamente, no quiso arreglar un régimen de visitas, iba a lo de su suegra a

buscar a Stefi a cualquier hora, no le pasaba dinero. Mientras tanto Paula se puso a

trabajar en un negocio y empezó a crecer profesionalmente, abrió su propio local de ropa

y ahora estaba por abrir una franquicia en Brasil, a donde le pedían sus productos.

Rapidamente lo contactó a Hugo, un viejo amigo de Roberto, para que lo convenza de

que la dejara llevar a su hija a Brasil, junto con él.

De repente se dio vuelta y vió que un tipo grandote, muy elegante, se dirigía hacia él.

Venía bailando, zigzagueaba, haciendo gestos que reconocía pero que parecían de otra

época. La música del local retumbaba en sus oídos y no le permitía escuchar lo que el

tipo venía cantando. Cuando se acercó a unos metros de la mesa por fin pudo

identificarlo. Entonces se levantó, abrió los brazos y lo estrechó en un abrazo

interminable.
Berni le preguntó por la salud de su padre. Roberto le contestó con monosílabos. Berni

intentó sin éxito reanudar el diálogo y lo interrogó por su trabajo pero Roberto simuló no

escucharlo. Roberto siguió mirandolo de reojo. Respiraba profundamente y solo atinaba a

mirarse los pies, mientras su ex cuñado remataba su discurso. Cuando finalizó su

discurso volvió a mirarlo de arriba a abajo, le hizo una pequeña deferencia, se sentó y se

dispuso a reanudar la lectura.

Nunca le gustó ese tipo, era una cuestión de piel. Su rostro anguloso, su pelo

engomimando, sus manos flácidas y esa actitud pseudomística le resultaban intolerables..

Ese frotamiento innecesario de manos le causó todavía más espanto..

Cuando la conoció a Paula, ella misma lo llevó a Roberto como entrenador de basquet al

club del barrio. En ese mismo club, en aquel momento, Berni trabajaba como bibliotecario.

En realidad el club contaba con una salita donde Berni recibía algunas donaciones y

había improvisado una pequeña biblioteca. Allí reunía a grupos de chicos y les leía

cuentos infantiles y también la biblia. Entre todos los empleados del club, incluso Berni y

Roberto, siempre jugaban a la lotería para fin de año y navidad. Resulta que en ese último

año en que se vieron, Roberto se enfermó y no asistió en esa fecha, entonces no puso el

dinero para jugar a la lotería. El número salió ganador, y todos se repartieron el premio, el
mismo Berni lo gestionó, pero nunca le dijo nada a Roberto. Desde ese momento Roberto

no lo podía ni ver, nunca se lo pudo decir, porque despues vino la muerte de su suegro y

la separación. El turro de Berni no solo no le dio un peso sino que le echo la culpa a

Roberto de la muerte de su propio padre, porque hizo correr el rumor de que su padre se

había angustiado con la separación de su hija. Todo eso recordaba Roberto cuando el

turro de Berni le preguntaba cordialmente por su padre y por su trabajo. Literalmente

sentía ganas de cagarlo a trompadas. Estaba esperando que le dijera algo, una pavada,

que mecionara algo de aquella época, como para que tuviera la excusa de cagarlo a

trompadas ahí delante de todos, y que se acabara la fiesta en ese mismo momento.

Trató de concentrarse en sus propios pensamientos y puso delante suyo su mejor

máscara. Por dentro siguió mirando y admirando el local. Realmente era muy hermoso,

todo estaba decorado con muy buen gusto, cada detalle, cada guirnalda, los globos

formando las letras de la nena. Los chicos iban y venían, se cruzaban por delante de las

mesas, corrián, jugaban, parecían felices.

¡Huguito! ¡No sabía que ibas a venir a la fiesta! – lo miró Roberto a la cara y le estampó

dos besos uno en cada mejilla y lo volvió a abrazar. De inmediato pudo recordar

claramente la canción que venía cantando y entonces los dos, al únisono, volvieron a

cantarla desde el principio como si estuvieran solos en el medio de la selva. Cantaban a

viva voz y bailaban como dos cumbieros experimentados alrededor de la mesa, brindando

por los amigos de siempre, el uashi, el longa, el gordo. En un momento de extasis final,

casi sin darse cuenta, hasta rodaron por el piso del local. Berni los miraba sorprendido e

indignado a la vez. Les pidió a los gritos que bajaran la voz porque los chicos se iban a

asustar con tanto ruido. De las otras mesas se cruzaban miradas y gestos de

desaprobación. Roberto, como si no pasara nada, siguió cantando y bailando, sin


mosquearse. Pero Hugo, se levantó del piso, le susurró algo al oído a Roberto y se

volvieron a acomodar correctamente en sus sillas. Continuaron por largo rato riendose

entre dientes, haciendose gestos y chanzas, mirando de reojo a Berni. Se tocaban, como

se tocan los adolescentes, en las piernas, en el abdomen, en el pecho. Para Berni todo

eso le parecía un horror. Se levantó y se fue.

Hugo y Roberto se conocían desde la juventud. Habían formado parte de una banda de

coverts de los enanitos verdes y de otras bandas hiteras de la década del ochenta. Hugo

era un poco mayor que Roberto y fue el gestor de la banda “los pisteros”. Al poco tiempo,

lo invitaron a Roberto a unirse a la banda para reemplazar al batero. Fue en esos recitales

de los pisteros cuando Roberto conoció a Paulita. Hugo se sentía muy orgulloso de haber

logrado ese encuentro y siempre se lo recordaba a Roberto en sus conversaciones.

Despues, los caminos de la vida los llevaron a Roberto y a Paula, a casarse, a tener a

Stefi, y finalmente a separarse. Y no de la mejor manera. Hacía ya dos años que estaban

separados. Al principio Paula había quedado deslumbrada con la banda y muy

especialmente con Roberto, su batero. El noviazo había sido intenso y fogoso. Pero

despues vino la convivencia, los celos, el nacimiento de Stefi. Roberto nunca se terminó

de acomodar a esa vida familiar. Seguía saliendo con sus amigotes, con la pretensión de

que ella se acomodara a sus tiempos. Pero Paula creció, impuso sus exigencias, quiso

salir a trabajar y finalmente se fue de la casa con su hija al no encontrar respuesta de

parte de Roberto. Él nunca se bancó la separación. La siguio llamando continuamente, no

quiso arreglar un régimen de visitas, iba a lo de su suegra a buscar a Stefi a cualquier

hora, no le pasaba dinero. Mientras tanto Paula se puso a trabajar en un negocio y

empezó a crecer profesioanlmente en muy poco tiempo, se puso su propio local y ahora

estaba por abrir una franquicia en Brasil, a donde le pedían sus productos. Rapidamente
lo contactó a Hugo, un viejo amigo de Roberto, para que lo convenza de que la dejara

llevar a su hija a Brasil, junto con él.

Seguís tocando la bata – le preguntó Hugo con afecto.

Si, claro, todos los días toco dos horas en el cuartito de atrás de casa – le contestó

Roberto con cierta ironía. Lo miró fijamente y agregó: No, mirá si voy a seguir tocando,

boludo, con todo lo que tengo que trabajar en la imprenta.

Se hizo un silencio incómodo. La verdad era que Roberto ya no recordaba cuando había

dejado de tocar la batería. Lo que si recordaba era tuvo que rematarla unos meses atrás

por dos pesos con cincuenta. Las cosas no le iban bien. En los últimos meses no había

entrado ni un solo cliente al negocio. Los que venían solo querían cobrar. Las boletas se

acumalaban en el escritorio y ya no tenía ni tiempo de revisarlas.

Y vos, ¿no me digas que armaste una banda nueva? – le dijo Roberto como para ponerlo

en un compromiso.

No, que banda nueva, con todo el trabajo que tengo con la empresa de turismo, la

semana que viene me voy a Río, vamos a abrir una franquicia de la marca, queremos

aprovechar el boom de los turistas del sudeste asiático, camboyanos, vietnamitas, incluso

japones y chinos van a Río quieren ver espectáculos argentinos.

Los otros lo tratan bien, hasta quizá lo cuidan, su hija lo saluda, su ex esposa no le pide

nada, su cuñado lo trata bien, su amigo también lo intenta ayudar, con trabajo, pero él

todo lo toma a mal como si hubiera una confabulación en su contra. En ese caso recuerda

cuando Hugo conoció a Paula con los amigos de la banda y se imagina que se la querían

coger. Al final también piensa que su hija no lo quiere, y se queda dormido. Siempre

piensa en arruinarle la fiesta a su hija. Pero toma y toma, entonces el lector empieza a
pensar que verdaderamente el tipo va a hacer un desastre, incluso saca un arma, o

imagina que tiene un arma para matar o para matarse. Finalmente se queda dormido.

De repente volvió Berni, se sentó en la silla y los miraba. Le ofrecieron de tomar, pero se

negó a tomar nada porque dijo que estaba en un tiempo de ayuno. Miraba fijamente a

Roberto como si estuviera por decirle algo, pero repentinamente se detenía y volvía a

mirar el piso. La situación resultaba exasperante para los tres. Hugo y Roberto se miraban

entre sí, sin saber qué hacer. Siguieron hablando un rato hasta que de repente como si lo

hubiera sacudido un rayo Berni afirmó: Me pidió Paula que me entregues las velas con

vengalas – estirando los dos brazos – para poner en la torta, los chicos ya están por

soplar las velitas.

Mirá esto es lo único que encontré – le dijo Roberto extendiéndole las velas que había

comprado en el Kioso.

Pero estas velas no tienen vengalas Roberto – le respondió devolviéndoles las velas.

Si ya sé pelotudo, pero fue lo único que conseguí, metete las velas en el culo virgo de

mierda – le dijo a los gritos Roberto en un ataque de furia.

Hugo intervino trató de calmar la situación. Berni se alejó indignado. Volvieron a cruzarse

miradas con las otras mesas. Paula advirtió de lejos que algo pasaba. Berni se acercó a

Paula y esta trataba de consolarlo. Se fueron calmando las cosas.


Se hizo otro silencio un poco más incómodo. Hugo le contó que iba a tener otro hijo con

su actual pareja.

El problema tiene que centrarse entre Hugo y Roberto. Contrastar que a uno le fue bien y

al otro mal. Celos, envidia, competencia. Roberto está engranado con Paula, con Berni y

con toda su familia, cree que lo cagaron. Pero Hugo está complotado con la familia y

viene a decirle que Paula se va a Brasil a vivir, que tiene que autorizar a su hija. El

problema puede ir creciendo hasta que incluso Roberto amaga con llevarse a su hija y

arruinar la fiesta. Algo pasa que haga que no pase nada. Roberto se va, sin chistar.

Queda en suspense si la va a autorizar o no.

Roberto le empieza a contar de las minas de antes, de la banda, de los excesos, del

alcohol, de la falopa, hasta que el le corta el mambo, que ya cambió, entonces Roberto lo

acusa de que se la cogió a Paula. ¿Saca un arma? Puede ser. Y despues no pasa nada.

Le pide al cuñado que le devuelva la guita de la lotería.

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