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LOS ESTUDIOS HISTÓRICOS SOBRE LA MEMORIA: DIMENSIONES POLÍTICAS

Y CUESTIONES HISTORIOGRÁFICAS.
Alejandro Cattaruzza
(Universidad de Buenos Aires, Universidad Nacional de Rosario, CONICET) 1

“Nuestra historia, pensada para la comunicación universal de lo que pudiera verificarse mediante las
pruebas y la lógica, ¿tenía alguna importancia para el recuerdo de aquella
gente, recuerdo que, por su propia naturaleza, era suyo y de nadie más?”
Eric Hobsbawm

1. Premisas mínimas
El gesto de iniciar un trabajo sobre la memoria –y sobre el olvido, que según es
corriente admitir, se enlaza con ella de manera inevitable2- indicando que se trata de un
tema hoy muy frecuentado por los historiadores y por otros científicos sociales, filósofos,
psicoanalistas, médicos y hasta funcionarios estatales, es ya casi un ritual. También en esta
ocasión ha de destacarse esa situación y su resultado más evidente, la existencia de una
vastísima masa bibliográfica dedicada al problema.

Al mismo tiempo, se anticipa que de las múltiples cuestiones relacionadas con él se


abordarán sólo algunas. Por una parte, se examina la dinámica del movimiento que ha
hecho de la memoria un tema importante para la historiografía, para luego considerar las
causas que se le atribuyeron. Por otra, se evocarán los vínculos que los estudios sobre la
memoria guardan con varias subespecialidades, consolidadas, aproximadamente, en los
mismos años: la historia oral, la historia reciente, la historia de la historia, resultado de la
reconfiguración de la historia de la historiografía, entre otras. Todos los temas anteriores
serán asumidos en el segundo y tercer apartado de este trabajo. En el cuarto, a su vez, se
considera la posibilidad de existencia de un caso argentino en lo que hace a la producción

1
El origen de las líneas de trabajo que se encuentran por detrás de este texto fue la invitación a participar de
un libro compilado por Ariel Denkberg; tal empresa todavía está en curso, de modo que esta versión es aún
provisoria. En reuniones del Grupo de Investigación en Historia Social y Cultural Contemporánea de la
Universidad Autónoma de Madrid, en febrero de 2006 y en las IV Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e
Identidad; Universidad Nacional de Rosario/Conicet, celebradas en octubre de ese año, fueron discutidas
versiones más breves y más inclinadas al examen de la situación internacional que esta.
2
Toda vez que se aluda al problema de la memoria en este trabajo se está haciendo referencia, en rigor, al de
la memoria y el olvido y al de su relación
histórica sobre la memoria. El último apartado, por su parte, busca aportar algunos
elementos para discusiones que siguen pendientes3.

Finalmente, aún de manera breve, conviene adelantar algunos de los puntos de partida
y premisas que se encuentran por detrás de los argumentos que siguen. El primero indica
que, efectivamente, hay una dimensión social en la memoria, más allá de que muchos de
sus productos y ejercicios sean individuales y hasta íntimos y de que aquello que pueda
considerarse la memoria individual y memoria colectiva no involucren a los mismos
fenómenos. Maurice Halbwachs, sociólogo durkhemiano que formó parte de la empresa de
los Annales desde su fundación en 1929, fue según el canon quien incorporó a las ciencias
sociales el problema de lo que llamó memoria colectiva, a través de su obra Los marcos
sociales de la memoria, publicada en 1925. Como ha planteado Peter Burke, para
Halbwachs “los grupos sociales construyen los recuerdos” y la memoria colectiva “puede
describirse como la reconstrucción del pasado por parte de un grupo”4. En términos de
Halbwachs “todo recuerdo, por personal que sea, está relacionado con un conjunto de
nociones que no poseemos sólo nosotros, sino con personas, grupos, lugares, fechas,
palabras y formas del lenguaje y también con razonamientos y con ideas, es decir, con toda
la vida material y moral de las sociedades de las que formamos o hemos formado parte”.
Fuera de otras críticas y objeciones pertinentes acerca de las posiciones mencionadas, se ha
trabajado en la convicción que la memoria exhibe un costado social y que sólo esa
dimensión le otorga relevancia ante la perspectiva histórica5.

La segunda de aquella premisas remite a un punto central que se retomará en el último


apartado y señala que no se ha resignado aquí la exterioridad ni la distancia que el discurso
del historiador, al menos de cierto tipo de historiador, debe guardar frente a los documentos
con los que trabaja para poder ejecutar una lectura crítica. En este sentido, la memoria y sus
3
En este ejercicio será naturalmente indispensable ejecutar un ordenamiento jerárquico de contenidos que
son muy amplios; ello hará que la bibliografía citada quede a su vez sesgada. Las obras de autores muy
importantes, como Paul Ricoeur, por ejemplo y entre otros, será apenas mencionada, ya que la reflexión
filosófica no está en el centro de la perspectiva asumida
4
Cfr. BURKE, P. : Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 1999, p.66. La cita de Halbwachs, en
BLOCH, M.: Historia e historiadores, Madrid, Akal, 1999, p. 223; el texto es la reproducción del comentario
de Bloch a la obra de Halbwachs, que apareció en el tomo XL de Revue de synthès., de diciembre de 1925,
con el título “Memoria colectiva, tradición y costumbre. A propósito de un libro reciente”.
5
Esta última posición es cercana a la que el propio Bloch manifestara en el comentario citado .
productos –obtenidos a través de entrevistas filmadas, grabaciones, recuerdos puestos por
escrito, por ejemplo- son aquí concebidos como piezas, testimonios si se quiere, sobre los
que el historiador aplica sus procedimientos de investigación. Estos puntos de vista, desde
ya, pueden ser sometidos a discusión y es deseable que así ocurra, pero son los que se han
puesto en juego en los apartados que siguen.

2. Las huellas de la constitución de un objeto de estudio


Situar históricamente el inicio y el paulatino crecimiento del interés de los historiadores
por la memoria permitirá plantear luego un conjunto de posibles razones de ese proceso.
Un balance de la coyuntura actual encuentra un punto de partida razonable en el panorama
que, en 1998, ofrecía Kristof Pomian: “No sólo en Francia, sino un poco por todas partes
de Europa, el interés por la memoria colectiva, sobre todo por las memorias nacionales,
regionales o comunitarias parece ser […] mayor que lo que jamás ha sido” 6. Esa
circunstancia había sido advertida con anterioridad por el historiador italiano Paolo Rossi,
dedicado tempranamente a estos asuntos: “la memoria y el olvido se han vuelto temas de
vasto y creciente interés. También se han vuelto, con todas las ventajas y peligros que esto
implica, temas de moda”, sostenía ya en 1991, en un libro que merece una atención
particular7. De acuerdo entonces con estos planteos, el de Rossi, el de Pomian y el que se
formuló aquí, cuando menos entre 1990 y 2005 la memoria y el olvido lograron concitar la
atención de los historiadores, que a su vez eran concientes de esa circunstancia.

Pero es necesario remontarse a los años ochenta para percibir el comienzo de ese
movimiento en la historiografía internacional. En 1986, Philippe Joutard indicaba, en

6
Cfr. POMIAN, K.: “De l’histoire, partie de la mémoire, à la mémoire, objet d’histoire”[1998], en Sur
l’histoire, Paris, Gellimard, 1999, p. 263. La traducción utilizada quedó a cargo de la profesora Mariana
Lewkowicz. Parte de los trabajos recientes se encuentran en el listado ofrecido en el número 2 de la revista
Storiografia, Pisa-Roma, 1998, que llevó por título “Il potere dei ricordi”
7
Cfr. ROSSI, P.: El pasado, la memoria, el olvido. Ocho ensayos de historia de las ideas, Bs.As., Nueva
Visión, 2003, p. 16. La cita está tomada del prólogo de la edición de 1991. Los estudios anteriores de Rossi
son Francis Bacon: de la magia a la ciencia, publicado en Roma por la editorial Laterza en 1957, que asumía
tangencialmente el problema de la memoria, y Clavis Universalis: el arte de la memoria y la lógica
combinatoria, de Lulio a Leibniz, publicado en 1960. De ambas obras hay traducciones castellanas. Del libro
de Rossi citado, sugerimos la consulta de los tramos dedicados a la función de las imágenes en páginas 26, 56
y ss. 75 y ss., por ejemplo.
referencia a la memoria colectiva, que las “investigaciones individuales y coloquios sobre
el tema se han multiplicado durante los últimos cinco años”, aunque recordaba que la
noción “ha entrado tardíamente en el campo del historiador, hace menos de diez años”,
ubicando en el artículo de Pierre Nora incluido en La nueva historia, de 1978, el punto de
partida.8 En el artículo citado, en efecto, Nora había planteado un diagnóstico y una apuesta
fuerte: “la memoria es un problema histórico reciente, es nuestro problema, al cual,
curiosamente quizás, no han sido los historiadores los primeros en dar una respuesta
específica”. Agregaba luego que “el análisis de las memorias colectivas puede y debe
convertirse en la punta de lanza de una historia que se precie de contemporánea”, concebida
como una historia que asumiera plenamente los desafíos del presente9.

A pesar del juicio de Joutard acerca del rol desempeñado por el artículo de Nora, otros
datos permiten sostener que aún en la propia historiografía francesa el movimiento era algo
más antiguo, y tal vez más vasto, aunque todavía disperso. En 1971, Nathan Wachtel había
publicado Los vencidos: los indios del Perú ante la conquista española (1530-1570)10, con
muy buena acogida académica; el autor trabajaba con una perspectiva etnohistórica, pero la
cercanía con la memoria era clara. Poco después, en 1976, Jean Chesneaux, desde una
izquierda muy crítica ante el funcionamiento del mundo académico –del que de todos
modos formaba parte-, presentaba su libro ¿Hacemos tabla rasa del pasado?. Si bien el
objetivo de Chesneaux era otro, la construcción de representaciones del pasado por fuera de
la historia profesional, a cargo de los nacionalismos periféricos, los trabajadores o las
minorías, se aproximaba, desde ya, al examen de los temas de la memoria11. Por último,

8
Cfr. JOUTARD, Ph.: “Memoria colectiva”, en BURGUIÈRE, A.: Diccionario de ciencias históricas,
[1986], Madrid, Akal, 2005. p. 468. El artículo de Nora mencionado por Burguière es el titulado “Memoria
colectiva”, incluido en la obra dirigida por Le Goff, Chartier y Revel que se tituló La nueva historia, cuya
edición francesa es de 1978. El libro está organizado como un diccionario que convocaba a un amplio elenco
de especialistas.
9
Cfr. NORA, P.: “Memoria colectiva”, en LE GOFF, J., CHARTIER, R. y REVEL, J (dirs.).: La nueva
historia, [1978], Bilbao, Mensajero ,1988, p. 457.
10
El libro apareció publicado por Alianza, en Madrid, en 1971; la edición francesa es de ese mismo años,
llevó por título La vision des vaincus: Les indiens du Pérou devant la Conquête espagnole, 1530-1570, y la
publicó Gallimard en París. Sobre la relación de la obra con los estudios de memoria vése GUIVARC’H, D. :
“La mémoire collective. De la recherche a l’enseignement”, en Cahiers d’histoire inmediate, Groupe de
Recherche en Histoire Inmediate, Universidad de Toulouse Le Mirail, número 22, 2002, disponible en la web.
11
Véase CHESNEAUX, J.. ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los
historiadores, [1976], Madrid, Siglo XXI, 1984, páginas 44, 45, 62 y siguientes, 211 y siguientes, entre otras.
debe consignarse que en 1977, un año antes de la aparición del artículo de Nora, el propio
Joutard había publicado su tesis, donde examinaba la transmisión oral de recuerdos, las
imágenes del pasado y, naturalmente, la memoria, organizadas en torno a la rebelión que
entre 1702 y 1704 sacudió a las Cévennes y dio origen a la “leyenda de los camisards” 12

En 1979, Jacques Le Goff se hacía cargo de las entradas correspondientes a los


vocablos “Historia” y “Memoria” en la Enciclopedia publicada en Italia por la editorial
Einaudi. Esos trabajos, reunidos en un libro, se publicaron también en Italia hacia 1982;
ellos resultaban una guía bibliográfica y una propuesta de líneas de trabajo a asumir que
todavía hoy resultan de mucha utilidad 13.

Así, entre 1978 y 1986 se contaba ya, al menos en Francia, con trabajos empíricos y
artículos “programáticos” que ponían el análisis histórico de la memoria en un lugar
relevante de la agenda de los historiadores. En estos mismos años, los que rodean el final
de la década de 1970, se producían además algunos otros acontecimientos significativos. En
1980, la revista francesa Dialectiques presentaba un número especial titulado Sous
l’histoire, la mémoire. Ese mismo año, Annales publicaba en uno de sus volúmenes un
dossier titulado “Archives orales: une autre histoire?”, cuyos artículos estaban dedicados
en muy buena parte a la memoria Dada la posición de la revista en el mundo de los
historiadores, el suceso no era menor14.

Pierre Vidal-Naquet, un historiador dedicado a la antigüedad, por su parte, publicaba


Los judíos, la memoria y el presente –que recogía artículos anteriores- en 1981, haciendo
evidente que los problemas de la memoria tenían una conexión fuerte con el presente y, por
esas vías, con la política. Vidal-Naquet discutía las tesis del revisionismo, que objetaba la
existencia de las cámaras de gas hitlerianas y de las políticas de exterminio constituyendo

12
Se alude a JOUTARD, Ph. La légende des camisards : une sensibilité au passé. Paris, Gallimard, 1977.
13
Ver LE GOFF, J.,: Storia e memoria, Turín, Einaudi, 1982; las voces "Memoria" e “Storia” en
Enciclopedia, vol.VIII y vol. XIII, Turín, Einaudi, 1979. Hay versiones en castellano y en inglés, de
comienzos de los años noventa, que se citarán en adelante.
14
Se trata del número 1 de 1980 de Annales. Algunos de los participantes y de los artículos son los que
siguen: RAPHAEL, F: “Le travail de la mémoire et les limites de l'histoire orale”; WACHTEL, N: “Le
temps du souvenir; LEQUIN, J., MÉTAL, J.: “A la recherche d'une mémoire collective: les métallurgistes
retraités de Givors”. Sobre el punto, ver GUIVARC’H, D.: op. cit.
la primera versión de lo que hoy acostumbra denominarse “negacionsimo”.15 Pronto el
debate se vería alimentado por las nuevas polémicas alemanas en torno al Holocausto; a
mediados de los años ochenta, en ese contexto, Habermas daría fama a la expresión “uso
público de la historia”, título de un artículo publicado a fines de 198616.

A su vez, en los ambientes académicos anglosajones el interés por la memoria parecía


evidenciarse en la publicación de libros importantes. Así, en 1982 se publicaba Zakhor;
Jewish History and Jewish Memory, de Josef Yerushalmi, editado por la Universidad de
Washington; su autor inscribía el trabajo en la huella de los estudios de Maurice
Halbwachs. En 1985, en The Past is a Foregin Country, aparecido con el sello de
Cambridge University Press, David Lowenthal integraba la memoria en una investigación
más amplia. La revista History and Memory. Studies on Representation of the Past , con
sede en la Universidad de Indiana, era fundada en 198917.

También otras especialidades aportaron a ese proceso de paso de la memoria a un


primer plano. La historia inmediata, reciente, del presente o del tiempo presente, es un caso.
En París se había fundado en 1978 el Instituto de Historia del Tiempo Presente, que era una
continuación institucional del Comité de Historia de la Segunda Guerra Mundial; en Italia,
a su vez, las asociaciones dedicadas al estudio de la resistencia comenzaban una paulatina
apertura a temas más próximos. Aunque no exclusiva, como demuestran los casos de
Yates, Rossi o Le Goff , la proximidad entre una historia que intentara trabajar sobre el
pasado reciente y los estudios sobre la memoria es mucha18.

15
Véase VIDAL-NAQUET, P.: Les assassins de la mémoire, Paris, La Découvert, 1987. Este libro recoge
artículos que habían sido reunidos en Los judíos, la memoria y el presente, en su primera edición, junto a
algunos posteriores. Hay ediciones castellanas de ambas obras.
16
Acerca de la polémica alemana, puede verse BERNECKER, W.: “El uso público de la historia en
Alemania: los debates del fin del siglo XX”, en CARRERAS ARES, Juan José y FORCADELL ÁLVAREZ,
Carlos (eds.): Usos públicos de la historia, Madrid, Marcial Pons-Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003.
Acerca del problema más amplio que evocamos, véase la Introducción del mismo libro titulada “Historia y
política: los usos”, a cargo de los compiladotes. La mención del artículo de Habermas, en página 11.
17
El libro de Yerushalmi tiene una edición castellana, publicada en Barcelona por Anthropos, en 2002, bajo el
título Zajor: la historia judía y la memoria judía. Sobre la obra de Lowenthal, véase cita 18.
18
En cuanto a la historia del presente, y en particular a su trama institucional y al papel que las huellas de la
Segunda Guerra Mundial dejaron en ella, véase ARÓSTEGUI, J.:La historia vivida. Sobre la historia del
presente, Madrid, Alianza, 2004, p. 23 y ss. Los trabajos de Le Goff y Rossi han sido citados con
anterioridad; el de Francis Yates, titulado El arte de la memoria, fue publicado en 1966; el de Bertrand
La historia oral, por su parte, apelando a procedimientos utilizados en otras disciplinas
desde décadas atrás, revelaba su crecimiento y legitimación a través de varios indicios,
incluso previos: la fundación de Oral History: The Journal of the Oral History Society, en
Essex, Inglaterra, en 1972; la de Oral History Review, con sede en la Universidad de
California, en 1973. El International Journal of Oral History se sumó al conjunto en 1980;
a partir de entonces, el crecimiento continuó. Libros influyentes, que dejarían huella, fueron
también publicados en esos años, como el de Paul Thompson, The Voice of de Past, en
1978; el de Ronald Frazer, una historia oral de la Guerra Civil española titulada Blood of
Spain, en 1979; Ces voix qui nous viennent du passe, de Philippe Joutard, de 1983 y un
año más tarde Torino operaia e fascismo de Luisa Passerini Como en el caso de la historia
reciente, no es necesario extenderse en las cercanías entre la historia oral y los análisis
históricos de la memoria19.

No resulta errado agregar a las especialidades señaladas la “historia desde abajo”


británica, también iniciada tiempo antes, y la producción de los Talleres de Historia, que
desde 1966, animados por Ralph Samuel, insistían en la reconstrucción de la historia en la
perspectiva de los trabajadores comunes, quienes eran entrenados en el uso de las
herramientas intelectuales del historiador. A mediados de los años setenta, estos grupos
lanzaban su publicación periódica History Workshop Journal20. El propio Samuel asumiría
más adelante, en Theatres of memory, cuyo primer volumen apareció en 1996, los temas de

Guenée, Histoire et culture historique dans l’Occident medieval, apareció en 1980 y allí se atiende,
fundamentalmente, la producción erudita.
19
El libro de Thompson fue publicado por Oxford University Press, y el de Joutard, por Hachette en París. El
libro de Frazer apareció en Nueva York, con el sello Panteón y bajo el título Blood of Spain . El trabajo de
Passerini fue publicado por Laterza, Roma/Bari. Acerca de los itinerarios de la historia oral en varios
contextos nacionales hasta mediados de los años ochenta, véase la entrada “Historia oral”, a cargo de Ph.
Joutard, en BURGUIÈRE, A, op,cit,; también ACEVES LOZANO, Jorge, “Introducción”, en ACEVES
LOZANO, J. (comp..): Historia oral, México, Instituto Mora, 1993. Cuestiones más inclinadas a los
problemas teóricos y de método son analizadas en los artículos reunidos en esa compilación así como en
PRINS, G.: “Historia oral”, en BURKE , P.(ed.): Formas de hacer historia , Madrid, Alianza, 1993. Véase
también JOUTARD, P.: “Algunos retos que se le plantean a la historia oral del siglo XXI”, Historia,
Antropología y Fuentes Orales, núm. 21, 1999; PERKS, R. y THOMSON, A.: The oral history reader,
Londres, Routledge, 1998.; SCHWASTEIN, D (comp.): La historia oral. Bs. As., Centro Editor de América
Latina, 1991.
20
Acerca de los talleres de historia, véase ARACIL, R y GARCÍA BONAFÉ, M. “Marxismo e historia en
Gran Bretaña”, en [VV.AA.]: Hacia una historia socialista , Barcelona, del Serbal, 1983, en particular, pp. 45
y ss.; sobre la historia desde abajo, se sugiere la consulta de SHARPE, J.: “La historia desde abajo”, en
BURKE , P.(ed.): Fromas de hacer historia, Madrid, Alianza, 1993 y HOBSBAWM, E.: “Sobre la historia
desde abajo” [1985], en Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1998
la memoria popular, de su relación con la historia y de los modos de representación del
pasado en la cultura inglesa, en una suerte de ratificación indirecta de la existencia de los
vínculos que se han planteado aquí21.

Finalmente, una “historia de la historia”, que de acuerdo con Le Goff “debe


preocuparse no sólo de la historia profesional”, sino de aquello que denomina a veces
cultura histórica -cuyas fuentes serían la literatura, los manuales escolares, el teatro, la
novela histórica, los monumentos, las acciones del Estado en torno al pasado, entre otras-
viene a cruzarse con los estudios sobre la memoria. Los grupos alemanes que trabajaban
desde hacía tiempo en el examen de lo que llamaban conciencia histórica se agregan a este
conjunto.22

Podría plantearse entonces, si se asume el relativo grado de arbitrariedad que cualquier


recorrido como el propuesto exhibe, que desde una presencia acotada hasta mediados de los
años setenta, en la segunda mitad de la década la memoria comenzó a conquistar
voluntades en el mundo de los historiadores, acelerándose el proceso a comienzos de los
ochenta para llegar hasta la actualidad. Así, lo que hoy tal vez aparezca ante el público un
territorio novedoso es en cambio, al menos en los ámbitos de la historiografía internacional,
un terreno muy transitado y con su propia historia. El esfuerzo por detectar los ritmos de
este proceso no responde sólo a cierto celo historiográfico sino que se vincula con los
intentos de hallar algunas causas de aquel movimiento, o cuando menos de asumir
críticamente ciertos planteos sobre ellas.

3. Conjeturas acerca de las causas de la transformación de la memoria en un


problema historiográfico
El interrogante a responder es, entonces, por qué la memoria, las acciones que buscan
controlarla o emanciparla, el olvido, los recuerdos, su producción y su poder se han

21
El primer volumen, el único que terminó Samuel, fue publicado por Verso en Nueva York. Véase la aguda
crítica bibliográfica a cargo de Valeria Manzano publicada en Entrepasados, número 16, 1999
22
La cita de Le Goff en Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso, Barcelona, Paidós, 1991, p. 49 y
50. Las líneas de trabajo alrededor de la conciencia histórica pueden verse en RIEKENBERG, M. (comp.)
Latinoamérica: enseñanza de la historia, libros de textos y conciencia histórica, Bs.As.,
Alianza/FLACSO/Georg Eckert Instituts, 1991. Se sugiere también la consulta de CATTARUZZA, A. y
EUJANIAN, A.: Políticas de la historia. Argentina, 1860-1960, Madrid/Bs.As., Alianza, 2003
convertido en cuestiones que los historiadores comenzaron a entender relevantes a partir de
la segunda mitad de la década de 1970. La búsqueda de respuestas reclama alguna
consideración sobre las evidencias ya expuestas. Hasta el momento, se ha recurrido a datos
que pueden ser llamados historiográficos; la fundación de revistas especializadas, la
organización de programas de investigación, la creación de instituciones, la publicación de
libros. Incluso las opiniones de historiadores que han sido citadas se apoyaban en el mismo
tipo de información. Estos datos hablan en principio, como es visible, de fenómenos
ocurridos en un espacio académico, en este caso, internacional. En esos ámbitos, la
aparición de nuevos centros de interés, el uso de fuentes olvidadas o la aplicación de
metodologías novedosas son fenómenos corrientes. Desde estas perspectivas, la
preocupación de los historiadores por la memoria podría instalarse con tino en un
movimiento historiográfico mayor que se inclinó a examinar las representaciones
colectivas, los fenómenos culturales, las estrategias de los actores y sus perspectivas, las
subjetividades, luego de la preocupación por los temas estructurales hegemónica en las
décadas anteriores; estas grandes orientaciones son también propias de mediados de los
años setenta. Así, el interés por la memoria sería uno de los productos de esas
transformaciones ocurridas en el seno de la profesión. A pesar de este hecho, sin embargo,
los propios historiadores han recurrido con frecuencia a procesos que se desplegaban fuera
de sus instituciones, incluso en climas culturales amplísimos, al momento de buscar las
causas de este interés creciente que, como se verá, no sólo los afectaba a ellos23.

Paolo Rossi, por ejemplo, avanzaba una breve hipótesis a comienzos de los años
noventa: “el actual, casi espasmódico interés por la memoria y el olvido”, sostenía el
historiador italiano, “está ligado al terror que sentimos por la amnesia, a las siempre nuevas
dificultades que se interponen a nuestros intentos de conectar, de un modo aceptable, el
pasado, el presente y el futuro”. La proposición, está claro, no se refería al temor de los
23
Puede tener algún interés el cotejo del cuadro que surge de las citas que siguen, así como la idea de la
existencia de un ciclo memorial europeo (ver página 14) con el que Andreas Huyssen ha planteado en varias
oportunidades. En la precisa versión de Rabotnikof, Huyssen reconoce un primer momento de expansión y
reformulación de los discursos de la memoria, asociada a las guerras de liberación nacional, con fuertes tonos
de impugnación política y recuperación de tradiciones, que se habría dado en los años sesenta. Puede verse
HUYSSEN, A., Twilight Memories. Marking Time in a Culture of Amnesia, Routledge, 1995 y En busca del
futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, México, Fondo de Cultura
Económica/Goethe Institut, 2002, y RABOTNIKOF, N: “Política, memoria y melancolía”, en Fractal,
Revista Trimestral, disponible en la web.
historiadores, sino a un temor social; el “nosotros” de Rossi parece ser el hombre europeo,
u occidental si este término fuera pertinente, de fines del siglo XX. A su vez, Ignacio
Olábarri agregaba poco más tarde una conjetura acerca de las orígenes de esa incapacidad
de articular pasado y presente, diagnóstico al que otorga verosimilitud; ellos se hallarían en
los amplios procesos de modernización de sociedades tradicionales en el Tercer Mundo,
que acarrean quiebres y desajustes en los modos de vida, en los estilos de la sociabilidad y
aún en las identidades24. Pierre Nora -que no sólo había planteado el programa citado en
1978, sino que lo había llevado adelante con las inevitables modificaciones, publicando
entre 1984 y 1992 los varios volúmenes de una obra colectiva por él dirigida, Les lieux de
mémoire- apuntaba en una dirección semejante a la de Rossi: “se habla tanto de la memoria
porque ella no existe más”, argumentaba Nora, para insistir luego en que “el pasado ya no
es la garantía del porvenir; esa es la razón principal de la promoción de la memoria como
25
un agente dinámico y la única promesa de continuidad”. Uno de los puntos en los que la
paradoja que encierran estos razonamientos se revela reside en que, temerosos de la
disolución de los vínculos con el pasado y ante la desaparición de la memoria, los hombres,
preocupándose por ella, la volverían a la existencia.

Ante los casos de Estados Unidos e Inglaterra y con aspiraciones analíticas todavía más
amplias, David Lowenthal había ofrecido algunas observaciones que resultan pertinentes:

“Hoy en día [, 1985,] el pasado está también omnipresente en su


abundancia de evocaciones […]. Los adornos de la historia, en otro
tiempo confinados en un puñado de museos y tiendas de antigüedades
engalanan ahora todo el país. Se miman todas las cosas dignas de
recuerdos, desde las reliquias de la Independencia americana a los
objetos de Auschwitz […].
24
Cfr. Respectivamente ROSSI, P, op.cit., p. 31 y OLÁBARRI, I.; “La resurrección de Mnemósine: historia,
memoria, identidad”, en OLÁBARRI, I y CAPISTEGUI, F.(eds.): La nueva historia cultural: la influencia
del postestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad, Madrid, Editorial Complutense, 1996, pp. 145 y
146. De todos modos, esta impresión de desconexión no era nueva; Koselleck ha señalado que ya
Tocqueville, en La democracia en Améric (1835-1840) sostenía: “Desde que el pasado ha dejado de arrojar
su luz sobre el futuro, el espíritu humano anda errante en las tinieblas.”. La cita en KOSELLECK, R.: Futuro
pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993, p. 49. Vale la pena atender a
algunas intervenciones en medios masivos de comunicación del propio Koselleck sobre la memoria colectiva.
25
Cfr. NORA, P.: “Entre mémoire et histoire”, en NORA, P. (dir.): Les liexu de mémoire, París,
Quarto/Gallimard, 1997 [1984-1992], tomo 1, p. 23, para la primera cita; la segunda, en RIOUX, J-P: “La
memoria colectiva”, en RIOUX, J-P y SIRINELLI, J-F (dirs.).: Para una historia cultural, México, Taurus,
1998, p. 348
“Tradiciones y revivals dominan las artes y la arquitectura, los
escolares profundizan en la historia local y en los recuerdos de los
abuelos; las novelas históricas y los cuentos de antaño inundan todos
los medios de comunicación de masas”

Continuaba argumentando Lowenthal que “los norteamericanos, desarraigados durante


mucho tiempo y, desde hace poco, inseguros de su futuro, se consuelan en masse mirando
hacia atrás”, para extender luego su análisis: “un americano que haya ido al Reino Unido
descubre tendencias similares incluso en una nación como esta, que se siente más segura
por tener una identidad colectiva más antigua”26. Vale la pena retener, por una parte, que
Lowenthal no se refiere aquí a la constitución de la memoria en un objeto de estudio de los
historiadores, sino a un movimiento social mucho más amplio de apelación y evocación del
pasado; por otra, que el fragmento revela una convicción muy extendida en torno a los
vínculos que enlazan la apelación al pasado en cualquiera de sus formas, la memoria y la
identidad.

Más adelante, Philippe Joutard opinaba que mientras duró “lo que se ha convenido
en llamar los ‘Treinta Gloriosos’ […] la modernización acelerada del país era incompatible
con un anclaje en el pasado”. Sin embargo “a fines de los años setenta, el clima era muy
diferente: el tiempo del crecimiento había terminado, el de [la búsqueda de] las raíces
comenzaba”27. A su vez, para Jean-Pierre Rioux, a fines de los años setenta “los franceses,
inmovilizados por la crisis, comenzaron a mirar […] con complacencia y ternura las
supuestas armonías anteriores. Todo era pretexto para el passeísme [,la manía por el
pasado,] […], el hobby, la tarjeta postal y la ropa de la abuelita, la genealogía hecha por
aficionados […]. El éxito del Año del Patrimonio […] [1980] fue el llamado a una
memoria que dotaba de raíces y resultaba tranquilizadora”. Señalaba más adelante Rioux:
“cada individuo, cada grupo formal o informal, era quien proclamaba públicamente su
identidad y casi pretendía ser su propio historiador”28. En la versión de Pomian, tuvieron

26
Cfr. LOWENTHAL, D.: El pasado es un país extraño, Madrid, Akal, 1998 [1985], pp. 5 y 6
27
La cita de Joutard, en su trabajo “L’enseignement de l’histoire”, en BÉDARIDA, F. (dir), L’histoire et le
métier d`historien en France 1945-1955, Paris, Éditions de la Maison des sciences de l’homme, 1995, p.50; la
traducción es nuestra
28
Cfr. RIOUX, J-P: “La memoria colectiva”, en RIOUX, J-P y SIRINELLI, J-F (dirs.).: Para una historia
cultural, México, Taurus, 1998, pp. 344 y 345.
también un papel destacado las transformaciones que la vida familiar y las relaciones entre
generaciones había sufrido en la etapa anterior, la del crecimiento económico y la
integración social. Con esas modificaciones, sostenía Pomian, cambiaban también los
modos de la transmisión de la memoria –un tema que había interesado particularmente a
Marc Bloch-, y ello habría impulsado, luego del fin de aquella etapa, “a restablecer la
continuidad, a recordar al mundo desaparecido, a preservarlo y a hacer conocer sus
vestigios memoriales y materiales”29

Algo más tarde, otro proceso político-social de la mayor importancia vino a alimentar
estas tendencias. El derrumbe del bloque soviético, entre 1989 y 1991, produjo lo que
algunos autores concibieron como una “liberación de la memoria”, por efecto del fin de la
censura estatal. Los estados de Europa oriental había desplegado varias operaciones para
controlar las memorias –grupales, étnicas, nacionales, religiosas, de clase en algún caso-
que podían contribuir a la impugnación del régimen por la vía de legitimar disidencias
presentes; también la producción erudita sobre el pasado había sido objeto de censura30. Sin
ninguna duda, en los Estados liberaldemocráticos también se habían registrado desde el
siglo XIX manifiestas intervenciones estatales en torno a las representaciones del pasado, a
su uso y a la memoria colectiva, fueran ellas exitosas o no, pero sus mecanismos solían
estar notoriamente más mediados que en el caso de Europa oriental durante la Guerra Fría.
La crisis del bloque comunista europeo llevó entonces a que los productos de aquellas
memorias y las acciones impulsadas para recuperarlas –desde la publicación de libros de
ficción hasta la filmación de películas que reinterpretaban el pasado reciente o lejano;
desde la recuperación de denominaciones urbanas tradicionales hasta la de viejos símbolos-
pudieran circular y desarrollarse con mayor facilidad en el espacio público, superando la
transmisión privada que las había alimentado hasta entonces.

29
Cfr. POMIAN, K, op. cit., p. 265. Sobre el lugar que Bloch otorgaba a lo que llamaba la trasmisión social
de los recuerdos y de los saberes, ver MASTROGREGORI, M: El manuscrito interrumpido de Marc Bloch,
México, Fondo de Cultura Económica, 1998, en particular páginas 25, 26 Y 32
30
Ejemplos de análisis de los intentos de control de la memoria y de la historiografía en la Unión Soviética y
en Europa Oriental pueden hallarse en BACZKO, B.: ”La Polonia de Solidaridad: una memoria explosiva”, en
Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Bs.AS., Nueva Visión, 1991 [1984] y HEER,
N. W.: Politics and history in the Soviet Union, Cambridge, MIT Press, 1973, que se concentra en la
producción historiográfica en sentido estricto.
Algunos historiadores, por último, señalan que otro factor, más modesto y menos
espectacular que los mencionados, pero más continuado y de alto impacto en el nivel
cotidiano y microsocial, tuvo relevancia para los temas de la memoria, al menos en una
condición de auxiliar. En un plazo más largo, durante los últimos 150 años, “la fotografía,
la fonografía, el cine, la radio, la televisión, el video crearon en forma conjunta una nueva
memoria colectiva objetivada bajo la forma de imágenes, discos, filmes, bandas
magnetofónicas, cassettes, accesible a un público que se amplía al ritmo de la baja de los
precios y de los progresos técnicos que vuelven cada vez mas fácil el manejo de aparatos de
registro y reproducción” ha sostenido Pomian.31 Es claro que, por una parte, ese
movimiento torna menos complicada para el historiador la creación de fuentes a través de
las entrevistas, acción privilegiada en la historia oral y vinculada potencialmente, en
consecuencia, al estudio de la memoria. Por otra, puso a disposición de mucha más gente,
entre ellas muchos miembros de los grupos subalternos, varios mecanismos para conservar
imágenes y huellas de su propio pasado; un pasado íntimo, personal, familiar, pero que
puede desbordar hacia fenómenos colectivos. Desde ya, la acción del historiador es capaz
además de transformar el más personal de los álbumes de fotos en un testimonio de
procesos más vastos. Así, estos cambios técnicos han tenido un efecto democratizador ya
que han ampliado sustantivamente el rango de testimonios que la gente corriente,
voluntariamente o no , deja de sus vidas; quizás ellos hayan contribuido en algo, como
señalaba Jim Sharpe sobre la historia desde abajo, a que quienes no han “nacido con una
cuchara de plata en la boca” se convenzan “de que tenemos un pasado, de que venimos de
alguna parte”32

Así, de acuerdo con estos pareceres, las transformaciones que contribuyeron a


convertir a la memoria en un tema importante para la historiografía europea y
norteamericana no fueron sólo de orden académico. En estas versiones, durante la segunda
mitad de la década de 1970 y comienzos de la siguiente, en razón del fin de las tres décadas
de crecimiento sostenido en el mundo capitalista, de la crisis de ciertas políticas públicas
tradicionales propias del Estado de bienestar, de la desestabilización de algunas grandes

31
Véase POMIAN, op. cit., p. 338
32
Véase SHARPE, J.: “La historia desde abajo”, en BURKE , P.(ed.): Fromas de hacer historia, op.cit, p. 58
interpretaciones de la realidad que tendían a hallar en el pasado la clave para vislumbrar los
futuros posibles y deseables, el clima cultural cambió. Los procesos de transformaciones
aceleradas hacia formas sociales más “modernas”, las dificultades para articular pasado y
presente, luego las inquietudes ante un futuro sin certidumbres, que su vez aparecía
desligado del pasado, seían rasgos de ese clima social y cultural que habrían contribuido a
dotar a la memoria de significatividad: el gran movimiento social y estatal cuyo eje era una
apelación al pasado que asumía muchos y heterogéneos modos sería uno de los resultados
de aquellas transformaciones e incertidumbres33.

En el más estrecho mundo de los historiadores, esas grandes tendencias culturales


venían a cruzarse con otras, específicamente historiográficas, que ya se han mencionado
aquí y que hacían de la cultura y los procesos simbólicos un campo particularmente
atendido. Es probable que, cerrando el círculo, tal reorientación del interés académico
fuera también uno de los frutos de aquel cambio de clima.

Ante este panorama, algunos autores han planteado que en toda Europa un gran
“ciclo memorial” se despliega luego de la Segunda Guerra Mundial; “tras una fase de
‘amnesia’” se “iniciaría una recuperación de la memoria, desembocando finalmente en una
[...] auténtica ‘efervescencia memorial’, en la que se multiplicaría el uso de la palabra
pública por actores y víctimas de toda clase y condición, rindiendo testimonio de su
experiencia personal”; en esa escala, del olvido se pasó a la cultura de la memoria 34 . De
todos modos, aquel amplio “ciclo de la memoria” exhibe tonos nacionales también
acusados, que se perciben con facilidad si se observa lo peculiar de los casos de Francia,
Alemania o España35. Tan distante, la situación argentina revela también dinámicas y
rasgos diferenciados, como se verá.

33
A pesar de que este cuadro luce sólido, debe reconocerse que algunos argumentos de los que se han
expuesto no terminan de alinearse por completo; así, por ejemplo, la modernización, ¿impulsó la evocación
del pasado y la preocupación por la memoria, como plantea Olábarri, o por el contrario, como argumenta
Joutard, fue incompatible con un anclaje en el pasado? De todas maneras, el esquema general parece
funcionar.
34
Es esta una glosa que, de los argumentos expuestos por ROUSSO, H: “La guerre d’Algerie et la culture de
la mémoire”, en Le Monde, 5 de abril, 2002, realizaron Carreras Ares y Forcadell Álvarez en la obra que se
citó con anterioridad, p. 42, nota 71
35
Acerca de estos casos, véase ROUSSO, H: Le syndrome de Vichy, Paris, Seuil, 1987; BERNECKER, W.:
“El uso público de la historia en Alemania: los debates del fin del siglo XX”, citado y PÉREZ LEDESMA,
4.¿Un caso argentino?
El proceso que llevó a la memoria a un lugar destacado de la agenda historiográfica a
escala internacional y también el ciclo social de la memoria, como se ha señalado, exhiben
matices nacionales aún en el horizonte europeo. Sin embargo, el marco internacional
ofrece una pauta inicial de comparación que ayuda a iluminar algunos de esos tonos locales
también para la Argentina.

Al momento de la constitución de la memoria en objeto de estudio relevante en la


historiografía occidental, esto es, en la segunda mitad de los años setenta y comienzos de
los ochenta, se vivían en la Argentina los tiempos de la dictadura iniciada con el golpe
militar de 1976. Los miembros de los elencos que ocuparon las primeras líneas de las
carreras universitarias de historia y del sistema de investigación durante el gobierno militar,
con alguna excepción, estaban muy lejos de imaginar que su disciplina pudiera tratar tales
asuntos. Si bien en los centros de investigación privados se registraba la presencia de
profesionales que estaban al tanto de la evolución de las tendencias internacionales, la
cuestión no llamó la atención de grupos significativos. En una de las áreas cercanas, la
historia oral, se había desarrollado a partir de 1970 una experiencia temprana que involucró
al Instituo Di Tella y al Departamento de Historia Oral de la Universidad de Columbia y
culminó en la constitución de un Archivo de Historia Oral, relativo, en sus más importantes
tramos, a los años treinta. La tarea de base consistió en entrevistas a personas que habían
alcanzado alguna visibilidad pública.

Terminada la dictadura, y también en un nivel alto de generalización, la inclinación más


extendida en la estructura universitaria fue a la reconexión con la historia económica y
social propia de los años sesenta. Sin embargo, con alguna rapidez, se pusieron en marcha
iniciativas nuevamente instaladas en el terreno de la historia oral, aunque no en lugares
centrales del sistema. Un proyecto de historia oral de la Universidad de Buenos Aires,

M.: “La guerra civil y la historiografía: no fue posible el acuerdo”, mimeo, 2004. Vichy y la guerra de
Argelia; el debate sobre el nazismo y el impacto de la transición posfranquista sobre las imágenes de la guerra
civil son algunos de esos rasgos peculares.
dirigido por Dora Schwarzstein, que comenzó en estos años, devino en la constitución de
un Archivo Histórico Oral de la UBA, con unas 125 entrevistas. El Programa de Historia
Oral del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires se creó en 1986, menos centrado
en las elites, y gran parte de su material fue recogido en talleres barriales. En la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA se organizaba a su vez un Programa de Historia Oral a
comienzos de la década de 1990; también en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional de Cuyo se ponía en marcha, en esa fecha, un Programa similar, en
tanto se celebraba, hacia 1993, el Primer Encuentro Nacional de Historia Oral. En la
actualidad, existen centros y publicaciones en el interior, como por ejemplo la Revista
Patagónica de Historia Oral, del Centro de Información y Relevamiento de Fuentes
Orales, con sede en la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, y el Archivo de la
Memoria de la Universidad Nacional del Sur (1999). Museos, escuelas e instituciones han
impulsado iniciativas de este mismo tipo en los últimos años.

De todos modos, los ritmos de los estudios sobre la memoria no se reducen


exclusivamente a los de la historia oral, aunque las áreas exhiban proximidades. Fue sólo en
la segunda mitad de los años noventa cuando la memoria irrumpió con fuerza en el
horizonte historiográfico argentino, y en ese proceso sociólogos y filósofos jugaron un
papel de importancia36. Una cronología provisoria indicaría que varias líneas de trabajo se
consolidaron a partir de 1996-1997 para devenir en libros desde 2000, aproximadamente.
En lo que hace a la base institucional, en 1999 se creaba la Biblioteca Memoria, en el
marco del Programa de Investigación y de Formación de Investigadores Jóvenes "Memoria
colectiva y represión: perspectivas comparativas sobre el proceso de democratización en el
Cono Sur de América Latina", impulsado por el Social Science Research Council y con
sede inicial en la Facultad de Filosofía y Letras y actual en el Instituto de Desarrollo
Económico y Social. Ese mismo complejo comenzó a publicar una colección de libros
titulada Memorias de la represión, que se mueve en el horizonte latinoamericano37.

36
Véase, acerca de la cuestión en historia, BRIENZA, L. :“Memoria e historiografía. La producción
historiográfica acerca del pasado reciente y su relación con las memorias (1983 – 2003)”, ponencia presentada
en el Encuentro Internacional Política y violencia: las construcciones de la memoria. Génesis y circulación
de ideas políticas en los años sesenta y setenta, Universidad Nacional de Córdoba, 2005.
37
El primer volumen de la colección es el de JELIN, E.: Los trabajos de la memoria, Madrid, Siglo XXI,
2002. Los que siguen son algunos de los trabajos locales dedicados a la cuestión; la lista no tiene pretensión
de exhaustividad y no incluye las recopilaciones de testimonios orales o de otro tipo, ni tampoco artículos
Haciendo evidente que la cuestión de la memoria no atañe aquí sólo a los miembros del
mundo académico, también en 1999 se creaba Memoria Abierta, una iniciativa conjunta de
varios organismos de derechos humanos que, con la participación profesionales de las
ciencias sociales, ha organizado un Archivo Oral con unas 450 entrevistas hasta el
momento y unos 25.000 documentos.

Desde esos momentos, se produjo una ampliación del número de investigaciones y


publicaciones sobre la memoria, acompañada por la celebración de encuentros científicos
y la organización de cursos de especialización y maestrías específicamente dedicados al
tema38. Tesis de posgrado y doctorales y becas de investigación financiadas por Conicet y
las universidades vienen a completar el cuadro: la memoria es en la Argentina de hoy un
sector de la investigación histórica –y de las ciencias sociales en general- que ha alcanzado
plena legitimidad y se encuentra en expansión. De acuerdo con los datos expuestos, puede
plantearse que la cronología argentina no se alinea con la que se rigió las evoluciones de la
historiografía occidental, a pesar de alguna proximidad en el caso de la historia oral y de

publicados en revistas: JAMES, D.: Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina
1946-1976, Bs.As., Sudamericana, 1990; JAMES, D: Doña María. Historia de vida, memoria e identidad
política, Bs.As., Manantial, 2004; CALVEIRO, P.: Poder y desaparición. Los campos de concentración en la
Argentina, Bs.As., Colihue, 1998; CALVEIRO, P: Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla
de los años 70, Bs.As., Norma, 2005; OLLIER, M.: La creencia y la pasión. Privado, público y político en la
izquierda revolucionaria, Bs. As., Ariel, 1998; JENSEN, S. : La huida del horror no fue olvido: el exilio
político argentino en Cataluña (1976-1983), Barcelona, M.J. Bosch-Cosofam, 1998; SAUTU, R. (comp.).:
El método biográfico. La reconstrucción de la sociedad a partir del testimonio de los actores, Bs.As., De
Belgrano, 1999; FINCHELSTEIN, F. (ed.) Los alemanes, el Holocausto y la culpa colectiva, Bs.As., Eudeba,
1999; DREIZIK, P. (comp.): La memoria de las cenizas, Bs.As., Patrimonio Argentino, 2001;
SCHWARZSTEIN, D.:. Entre Franco y Perón: memoria e identidad del exilio republicano español en la
Argentina, Barcelona, Crítica, 2001; LOBATO, M.: La vida en las fabricas, trabajo, protesta y politica en
una comunidad obrera (1904-1970)., Bs.As., Prometeo /Entrepasados, 2001; POZZI, P.: Por las sendas
argentinas... El PRT-ERP. La guerrilla marxista, Bs.As., Eudeba, 2001; VEZETTI, H: Pasado y presente.
Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Bs.As., Siglo XXI. 2002; SAZBÓN, J.: Historia y
representación, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2002; GODOY, C. (comp.):Historiografía y
memoria colectiva, Madrid/Buenos Aires, Miño y Dávila, 2002; FEIERSTEIN, D. Y LEVY, G.: Hasta que la
muerte nos separe. Poder y prácticas sociales genocidas en América Latina, La Plata, Al Margen, 2004;
MUDROVCIC, M.I: Historia, narración y memoria, Madrid, Akal, 2005; LONGONI, A y JELIN, E.:
Escrituras, imágenes y escenarios ante la represión, Siglo XXI, Madrid/Bs.As., 2005; CARNOVALE, V.,
LORENZ, F. y PITTALUGA, R . (comps.): Historia, memoria y fuentes orales, Bs.As., Cedinci/Memoria
Abierta, 2006; LORENZ, F.: Las guerras por Malvinas, Bs.As., Edhasa, 2006: OBERTI, A. y PITTALUGA,
R: Memorias en montaje. Escrituras de la militancia y pensamientos sobre la historia, Bs.As., El Cielo por
Asalto, 2006; FRANCO, M. y LEVÍN, F.(comps): Historia reciente, Bs.AS., Paidós, 2007.
38
En la Universidad Nacional de Córdoba y en la Universidad Nacional de La Plata, entre otras, se han
llevado adelante esas actividades de posgrado. En el último caso, se ha organizado una Maestría en Historia y
Memoria en colaboración con la Comisión Provincial de la Memoria, en otro caso de vínculos con el mundo
externo a la academia.
que los ritmos se hayan acompasado en los últimos tiempos. Esta peculiaridad, como se ha
indicado, se daba también en algunos países europeos.

El proceso local exhibió otras diferencias. Una de ellas reside en que la tendencia
mayoritaria en la Argentina es a la recolección de fuentes asociadas a la producción de la
memoria y a su utilización en exploraciones históricas que, en muchos casos, toman a la
dictadura y sus temas –el terrorismo de Estado, la experiencia en los Centros Clandestinos
de Detención, la militancia, el exilio, entre otros-, como objeto de análisis. Puesto de otro
modo, no es el estudio paradigmático de estos tiempos uno dedicado a los mecanismos de
control de la memoria colectiva durante los años del Centenario, a la experiencia obrera en
los años treinta y su representación en la producción memorial o a la constitución de los
llamados lugares de memoria en el siglo XIX, por ejemplo, sino uno que, utilizando muy a
menudo los procedimientos de la historia oral y los productos de la literatura de la
memoria, intenta explicar algún aspecto de los años setenta, con una concentración temática
en la dictadura que comenzó en 1976. Es evidente que son de objetos de estudio diferentes,
aunque tengan mucho puntos en común.

Como en tantas otras ocasiones, los rasgos que adoptó en la Argentina este fenómeno
obedecen a un modo peculiar de articulación entre tendencias internas del campo
historiográfico y climas político-culturales que lo exceden. Entre los movimientos internos
se cuenta, junto a la reprofesionalización -como la ha llamado Nora Pagano-, la
circunstancia de que una generación de historiadores formada en tiempos de la democracia
está desarrollando una producción que ha alcanzado visibilidad, exhibiendo actualización
en la biblioteca de referencia y vínculos con el exterior que alientan las investigaciones de
la historia del tiempo presente y de la historia oral, entre otras, impactando en el terreno de
los estudios de la memoria. Por otra parte, es evidente la existencia de un compromiso
distinto de aquel que las generaciones anteriores de historiadores tenían con los procesos de
la violencia política y la dictadura. Es éste un factor que contribuye a explicar que este tipo
de estudios tiendan a concentrarse en los años setenta, fuera de la consabida y ya señalada
circunstancia de que son períodos traumáticos, en todo contexto cultural, los que
constituyen la frontera entre la historia del presente y la otra39. Lo apuntado no significa,
desde ya, que estos temas y perspectivas no constituyan un desafío político e intelectual al
tiempo que uno estrictamente historiográfico.

Así, a esta altura de la investigación, parece sensato sostener que los cambios
mencionados parecen, en la Argentina, ser más tributarios de los procesos que afectaron al
campo historiográfico que de los que se desarrollaron en el mundo político-cultural, si se
atiende a la ritmo de la irrupción de las investigaciones sobre la memoria que, al menos
entre los historiadores, no se relaciona con facilidad con ellos. Quizás pueda detectarse
algún cruce significativo en torno al momento en que se cumplieron los 30 años del último
golpe militar, pero al mismo tiempo debe tenerse en cuenta que ello incide,
fundamentalmente, en la conquista de estado público –por la vía de congresos específicos,
publicaciones, presencia en los medios- de investigaciones iniciadas varios años antes. Es
posible, entonces, considerar provisoriamente la existencia de un “caso argentino” que
exhibe las peculiaridades planteadas.

La consolidación de territorios hasta hace poco apenas frecuentados en la historiografía


es una circunstancia muy auspiciosa. Multiplicar las investigaciones sobre un período
concebido como problema –la dictadura y, paulatinamente, los años setenta en conjunto- y
sobre fenómenos de memoria, usos y políticas de la historia, representaciones sociales del
pasado y otros cercanos contribuye a su vez a echar luz sobre temas importantes para la
cultura y la política argentinas, dado que también aquí, como se planteó, esas tareas tienen
dimensiones y efectos que exceden al ámbito estrictamente historiográfico. Algunos de esos
efectos, en un nivel general que incluye el caso argentino, son analizados en el apartado
siguiente

5.Memoria e historia, entre la aspiración científica y la intervención política.

39
Se sugiere nuevamente la consulta de ARÓSTEGUI, op. cit.
En el trabajo citado, Pomian ha ofrecido una versión de la acción estatal hacia las
memorias colectivas desarrollada en los últimos doscientos años, mientras el capitalismo se
consolidaba y se expandía. Esa política se habría llevado adelante “utilizando
instrumentos tales como la escuela, el servicio militar, las ceremonias y las
conmemoraciones, los monumentos históricos, los museos y hasta los nombres de las
calles”; también contó con la participación de los historiadores que se profesionalizaban.
Los resultados fueron que se “terminó superponiendo, en la masa de la población, una
memoria nacional y laica a una memoria principalmente aldeana y religiosa” 40. La imagen,
construida desde una visión que mira favorablemente el avance de actitudes que suelen
entenderse modernas y que, desde esos parámetros, resulta algo optimista, olvida los límites
con los que tal empresa se topó y confía excesivamente, además, en que fue la nación de
los ciudadanos la triunfante. El ejemplo francés es el que se esconde detrás de esta
descripción, pero aún así ella resulta dudosa en ambos puntos; una interpretación que
atendiera a las transacciones, compromisos y mezclas entre una y otra memoria colectiva es
más precisa. Sin embargo, el párrafo tiene la virtud de permitir ensayar algunas reflexiones
en torno a las dimensiones políticas actuales de estos temas.

Existe una inclinación, presente en el ámbito local y en el internacional, que


coincidiendo con aquello que hay de descriptivo en el párrafo de Pomian, invierte al mismo
tiempo la carga de positividad implícita en él. Tal interpretación, más dispersa que
orgánica, entiende que las memorias sociales y las identidades que ellas contribuyeron a
sostener, sobre las cuales actuó el Estado, fueron “naturales”, espontáneas, homogéneas,
originarias, populares en algunas versiones. El Estado derrotaba así a las viejas identidades
previas, merecedoras de simpatía y cariño, que a pesar de todo una y otra vez resurgían con
fuerza desde sus raíces premodernas, prometiendo horizontes de restauraciones populares y
hasta, en una fórmula poco precisa, democráticas41.

40
Cfr. POMIAN, op. cit.,p.337 y 338
41
De acuerdo con esta interpretación, las operaciones estatales, que se suponían triunfantes en líneas
generales, promovían unas identidades que resultaban “falsas”, en una apropiación tosca e incorrecta del
argumento de Hobsbawm y Ranger. Se hace referencia a HOBSBAWM, E. Y RANGER, T. (eds.): The
invention of tradition, Cambridge University Press, 2000; hay traducción castellana a cargo de Crítica
Desde un punto de vista conceptual, el esquema que se acaba de mencionar presenta
un flanco muy abierto en torno a su modo de concebir el funcionamiento y las
características de aquellas memorias sociales que se pretenden originarias y esenciales. El
modelo no percibe que también ellas fueron productos históricos y resultado de disputas,
libradas tanto en el plano simbólico como en el material, por imponer determinadas
versiones del pasado, ni que resultaron en buena parte la consecuencia de las presiones y
controles de los grupos poderosos de la comunidad en cuestión42.

Ese modelo también encierra un equívoco de orden ético y político. Como se ha


sostenido, quienes adscriben más concientemente a él ven en la acción estatal en torno a la
memoria y al pasado el intento de puesta en marcha de un mecanismo de dominación; hasta
aquí, no hay nada que objetar. Sin embargo, suelen agregar también aquella nota de
simpatía incondicional por memorias que suponen ancladas en la sociedad, precisamente en
virtud de aquellas características que el propio esquema les atribuía: ser más espontáneas,
más auténticas, más populares y por lo tanto capaces de fundar identidades –y aun órdenes
políticos- que también lo sean, en un reencuentro sin mediaciones de la sociedad con la
política. En este punto, es imprescindible volver a tomar en cuenta la experiencia histórica,
en un sentido fuerte de este término. En más de una oportunidad se ha señalado que los
procesos ocurridos en los Balcanes, por ejemplo, luego de la caída del bloque comunista,
tendieron a promover memorias colectivas que pretendían remontarse a la Edad Media,
reforzando criterios identitarios en una operación imaginaria pero que, desde ya, tenía
efectos importantes sobre la realidad: persecuciones y matanzas en nombre de la “limpieza
étnica”, conflictos que fueron casi guerras de religión, pero no la organización de
regímenes democráticos, tolerantes o igualitarios43.

42
Resultaría adecuado tener en cuenta además cómo impactan en estas cuestiones las largas polémicas acerca
de la cultura popular, que se enlazan inapelablemente con las de la memoria. Se sugiere sobre la cuestión, de
la amplia bibliografía disponible, HALL, Stuart: “Notas sobre la deconstrucción de ‘lo popular’”, en
SAMUEL, R. (ed): Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Crítica, 1984; CHARTIER, Roger:
“´Cultura popular´: retorno a un concepto historiográfico”. “Lecturas, lectores y ´literaturas´ populares en el
Renacimiento” y “La literatura de cordel francesa: los libros azules” en Sociedad y escritura en la Edad Moderna,
México, Mora, 1995
43
Hobsbawm en el artículo “La historia de la identidad no es suficiente”, que hemos citado, hace también
una breve referencia a este caso.
Los nacionalismos regionales, que suelen proclamar la existencia de identidades
naturalizadas y memorias colectivas que las expresarían, a su vez, eluden asumir que
recurren a los mismos mecanismos de dominación y control social que los que utilizó el
Estado central para afirmar identidad –exaltación de símbolos propios, estandarización de
la lengua local, su enseñanza en la escuela y su uso en los medios, entre otros- y que la
memoria colectiva propia es una también construida. Chesneaux, que estimaba las acciones
de algunos actores como los que venimos mencionando, tomaba sin embargo muchos
recaudos científicos, reclamando permanentemente rigor en ese plano, y también políticos;
en la obra citada advertía hace treinta años: “escoceses, indios de Estados Unidos o
bretones, sardos, chicanos u occitanos fundan su identidad en el pasado lejano”, pero corren
el riesgo “de reproducir en más pequeño el modelo del estado nación contra el cual se
levantan”44. Sin tanta precaución, Baczko cae en su propia trampa cuando, enfrentada a
una memoria manipulada por el Estado comunista, diseña una memoria social polaca
“espontánea” y absolutamente homogénea, católica, nacional, popular, en un libro por otras
y muchas razones recomendable45.

Ante este panorama, parece intelectualmente más productiva una mirada que conciba,
en principio, los procesos de construcción de memoria de grupos sociales como procesos de
lucha cuyos resultados suelen ser, además, inestables; esa inestabilidad afecta también, en
el mediano plazo, a las identidades que sobre ellas se construyan. Frente a un modelo que
ve una memoria estatal, que a veces es concebida como historia –artificialmente uniforme,
triunfante, impuesta- enfrentada a una memoria social –espontánea, natural, originaria,
derrotada pero resistente, popular, unitaria en vez de plural-, resulta más pertinente otro que
conciba disputas dispersas y no siempre estruendosas, entre grupos sociales, en la que
participan desde ya los aparatos estatales, por manejar los recuerdos y las interpretaciones
del pasado. Muchas disputas entre muchos modos de relacionarse con el pasado. Un
ejemplo argentino es útil para ilustrar esta posición. Luego del golpe de Estado de 1955, un
decreto del gobierno militar prohibió la mención de Perón y de Eva Perón y el uso de los

44
Cfr. CHESNEAUX, op. cit, p. 175, Véase, en páginas 27, 49, 67, 72, 85 y 218, entre otras, las apelaciones
a la necesidad de mantener y extremar lo que el propio autor llama “rigor científico” o “histórico”.
45
Se hace referencia a BACZKO, B.: ”La Polonia de Solidaridad: una memoria explosiva”, en Los imaginarios
sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Bs.AS., Nueva Visión, 1991 [1984]
símbolos peronistas; desde ya, se intentaba actuar sobre los lazos de ese movimiento con el
pasado, en este caso el período 1945-1955 cuando menos, en los que fundaba su identidad.
Pero el peronismo activó sus propios mecanismos de construcción y evocación del pasado,
en disputa con los del Estado. Sería sencillo ver aquí una disputa entre la historia estatal –
antiperonista- y la memoria social –peronista-. Mirada desde los puntos de vistas que se han
propuesto, en cambio, se percibe una lucha entre varios modos de interpretar el pasado, en
lo que tenían un papel los argumentos históricos formalizados – que aportaron sectores del
revisionismo, en el caso del peronismo- así como las acciones y los trabajos de la memoria
–que, en el antiperonismo, fue también muy perdurable y activa-.

Como es visible, estos asuntos remiten al mucho más amplio problema de la relación
historia-memoria. Halbwachs opinaba, terminantemente, que ambos conceptos eran
contradictorios. Muchos otros historiadores, en cambio, no creen que el punto esté tan claro
y sostienen que los nexos entre ambas distan de ser sencillos. Menos frecuente, en cambio,
es la exposición de qué es lo que amerita que se las pueda suponer conectadas46.

Al predicar que las conexiones entre historia y memoria existen –sean ellas opacas o
evidentes, simples o complejas-, ¿se alude a la historia como un conjunto de prácticas
intelectuales, sometidas a control académico? Tal vez, en cambio, a sus resultados
materiales, unos productos culturales que en su enorme mayoría son libros o artículos,
conferencias y clases, visiblemente más difíciles de asir. Puede suponerse que esos textos y
esos discursos tienen una capacidad explicativa acerca del pasado; otra posibilidad es
pensarlos meros “artefactos literarios” o “estructuras narrativas en prosa”, para usar las
fórmulas provocativas de Hayden White. En lo referido a la memoria, ¿se alude al ejercicio
del recuerdo? De ser así, quizás estén en juego aquellas “artes de la memoria”, examinadas
por Yates y por Rossi, que eran estrategias para recordar, o por el contrario se haga
mención a una suerte de ejercicio espontáneo, regido en buena parte por el azar, como en
el caso de la película El asalto. Habría también que decidir si esos actos de memoria son
individuales o hay dimensiones colectiva en ellos –que es la opinión aquí expresada-,
retornando al debate que abrió Halbwachs

46
Uno de ellos es Lowenthal, en la obra que se ha citado, en particular en páginas 274 y siguientes
Así, por ejemplo, de tratarse de la primera opción que se expuso para la historia
queda claro, por ejemplo, que no hay posibilidades de establecer contactos con la memoria,
sea cual sea el sentido que se le atribuya a esta última. En cambio, si se siguen otros
itinerarios, uno de los factores que habilita la suposición de la existencia de vínculos es que
ambas, desde el presente con el cual están irremediablemente entramadas, remiten al
pasado, que por definición está ausente. En parte, la tarea del historiador contribuye a
representar algún tramo de ese pasado ausente; la representación, es sabido, mantiene un
doble estatuto ya que reclama, para poder ser ejecutada, de una ausencia que ella misma
anula o atenúa –parcial y simbólicamente- al consumarse. También la memoria consiste en
un ejercicio de representación de este tipo, sólo que, aún si se entiende que inevitablemente
lleva las marcas del grupo de pertenencia, en principio él resulta íntimo. Se dibuja entonces
una diferencia central, que no debe olvidarse: la memoria y sus resultados operan y tienen
existencia más allá de que sean comunicados. La historia, en tanto actividad intelectual, por
el contrario, termina siempre con la producción de algún texto, de algún discurso si se
prefiere. De no ser así, las prácticas ejecutadas –la investigación en el archivo, por ejemplo-
no tienen relevancia para nuestro punto.

Al mismo tiempo, la circunstancia de que ambas son objeto y territorio de lucha


favorece la suposición de que efectivamente se encuentran de alguna manera ligadas. No es
esa una lucha entre una historia y una memoria social, como se dijo, sino entre diversas
interpretaciones del pasado en la que se mezclan elementos de ambas. Agrupamientos
sociales, partidos políticos, tradiciones ideológicas, sectores profesionales o burocráticos,
franjas militantes de una institución, etnias o géneros, reparticiones estatales son algunos de
los participantes en esos conflictos. Basta evocar las polémicas recientes que tuvieron lugar
en Francia en torno a lo que se llamó la judicialización del pasado, un proceso que según
sus críticos habría comenzado con la ley Gayssot, sancionada en 1990, que reprimía la
negación del exterminio de judíos en la Segunda Guerra definiendo así un nuevo delito, y
culminado –hasta el momento- con la que, en 2005, estableció que los programas de estudio
debían reconocer “el rol positivo de la presencia francesa en ultramar, especialmente en
África del Norte”47. Muchos de los actores aparecen involucrados: el parlamento, cuyos
miembros definen como delitos la expresión de determinadas interpretaciones históricas;
historiadores que se quejan por ello mientras otros permanecen al margen o respaldan la
decisión; grupos políticos que también se manifiestan; los medios de comunicación que
dan estado público a las distintas posiciones. En este caso, las cuestiones de historia están
involucradas, pero también las de la memoria, entramadas firmemente con la discusión
sobre el Holocausto y, en un movimiento que está en alza, con la guerra de Argelia. Y
resulta también claro que no se encuentran en juego los aspectos académicos solamente,
sino que los legisladores consideraron los efectos públicos que la opinión de un historiador
tendría en torno a las imágenes admitidas acerca de los campos de concentración o de la
colonización francesa .

Este tipo de tensiones son recurrentes cuando se trata de la memoria y la historia. Así,
por ejemplo, durante los encuentros que, en torno a 1994 y 1995, se celebraron en Europa
en razón de cumplirse el cincuentenario de la fase final de la Resistencia y de la Segunda
Guerra, según ha planteado Joutard, fueron muy frecuentes los malos entendidos entre los
testigos y los historiadores. “Los primeros acusaban a los segundos de no comprender en
absoluto una realidad que no han conocido y de robarles su historia”; los historiadores a su
vez no conseguían convencerlos de que su propia visión no disminuía el mérito de los
resistentes, sino que permitía pasar “de la memoria a la historia”. Ese mismo ciclo de
encuentros parece ser el que cobijó el evento que, celebrado en Italia, suscitó las reflexiones
de Eric Hobsbawm, uno de los participantes, con las que se abría este escrito. Agregaba
Hobsbawm, en un artículo que de todas maneras suena excesivamente confiado en las
capacidades de los historiadores, que son vistos como un bloque socioprofesional
homogéneo: “¿cómo podíamos dejar de observar que nuestro tipo de historia no sólo era
incompatible con el suyo [, el de los sobrevivientes y sus descendientes,] sino que, además,
en algunos aspectos la perjudicaba?”48

47
Véase ROUSSO, H: “Mémoires aubsives”, publicado en Le Monde, 24 de diciembre, 2005; disponible en la
web.
48
Los artículos citados son los que siguen: JOUTARD, Ph.: “El testimonio oral y la investigación histórica
francesa: ¿progreso o declive?”, Historia y Fuente Oral, Barcelona, número 14, 1995; HOBSBAWM, E.: “La
historia de la identidad no es suficiente” [1994], en Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1998, p.268. Al
mismo suceso se refiere PORTELLI, A.: “O massacre de Civitella Val di Chiana (Toscana: 29 de
Es difícil dudar, entonces, de que la cuestión de la relación historia-memoria resulta
complicada; todavía más argumentos están disponibles para sumar en favor de alguna de
las posiciones, pero en cualquier caso, se avanzaría poco más allá de la petición de
principios. Una salida operativa de la situación tal vez encuentre apoyo en la referencia a
algunas observaciones clásicas, así como en líneas de trabajo que ya se están llevando
adelante, delineando un programa de investigación que se proponga como objetivo el
estudio histórico de las representaciones que los grupos sociales se hacen de su pasado y de
los vínculos que establecen con él. La historia, en tanto producción erudita y complejo
institucional, la enseñanza de la disciplina y la evocación del pasado por otros medios en la
escuela –que hace más de un siglo se ha hecho ya un fenómeno de masas-, pero también la
memoria, en lo que tiene de social, están involucradas en ese objeto de estudio. El desafío
consistiría, además, en poner las disputas por el pasado en el centro de la interpretación.

Esta afirmación no sólo es una exposición de preferencias temáticas o una apuesta


acerca de la relevancia de cierto problema; significa al mismo tiempo que la memoria no es
concebida como un discurso alternativo, inferior ni superior, al de la historia. Historia y
memoria son aquí dos modos de referencia al pasado que cuentan con mecanismos, modos
y cualidades particulares y diferenciados; ambas, como se señaló, constituyen el núcleo de
los procesos a investigar. Pero la historia, en tanto saber que intenta establecer una
distancia crítica y que exhibe un anhelo de explicación, integra el conjunto de prácticas
intelectuales utilizado para llevar adelante esa investigación. Puede que esa capacidad
explicativa, luego de las observaciones del giro lingüístico, deba pensarse acotada; ella, sin
embargo sigue funcionando como un horizonte deseable aún bajo la forma, más modesta,
del hallazgo de respuestas a los problemas planteados.

Para la Argentina de los últimos años, ha sido decisivo desde el punto de vista político y
cultural el desarrollo de los trabajos de la memoria, que en buena parte ha consistido en la
recuperación de la palabra de las víctimas del terrorismo de Estado o de los activistas y

Junho de 1944): mito, política, luto e senso comun”, en: DE MORAES FERREIRA, M. y
AMADO, J.: Usos y abusos da história oral, Río de Janeiro, Fundacao Getulio Vargas, 1998.
militantes de los años sesenta y setenta. Esos trabajos tienen, por otra parte, impacto en el
plano judicial; juicios por la verdad, archivos y comisiones de la memoria forman parte de
esta trama institucional, orientada en gran parte al establecimiento de las violaciones a los
derechos humanos en tiempos de la dictadura. Sin embargo, a la hora de esta reflexión
puede ser de utilidad el torno a un apunte que Primo Levi propuso acerca de los campos
de concentración, citado en otras ocasiones: “para un verdadero conocimiento del Lager,
los mismos Lager no eran un buen observatorio”49. Este planteo vuelve a dar relevancia a
una actividad más compleja y en un sentido más comprometida desde el punto de vista
intelectual que la de cumplir con un imprescindible deber de memoria, como es organizar
interpretaciones históricas, al menos tal algunos las concebimos, que se propongan
comprender y hacer comprender, para apelar a una fórmula tan conocida, las causas de los
procesos sociales que sacudieron a esta sociedad. Es de esperar que aún más historiadores
asuman esa tarea.

49
Cfr. LEVI, P. : Los hundidos y los salvados, , p.17

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