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1- La distancia temporal. Este punto refleja, una vez más, una de las reflexiones
filosóficas de la historia más extendida, el problema de la objetividad. Desde una
postura historiográfica heredera de la raíz positivista, la distancia permitiría al
historiador llegar a una “mejor objetividad”. Este punto es también trasladable a los
docentes de historia que pretenden trabajar la Historia Reciente en sus aulas.
Como expresa el historiador Federico Lorenz:
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Muy raramente acusarían a un docente de hacer política si trabajara de
un modo crítico y `moderno´ contenidos vinculados a temáticas
decimonónicas o `muertas´ desde el punto de vista de sus actores, pero
es lo que para el sentido común hacemos todo el tiempo quienes
trabajamos historia reciente (Zavala, 2009, p.7).
3- Carácter inacabado del objeto. Con respecto a este punto Franco y Levin la
observan como una “crítica [que] proviene, nuevamente, de las tradiciones
historiográficas herederas del positivismo que suponen que la tarea del historiador
es reconstruir objetivamente la lógica de procesos del pasado que, de alguna
manera, se han `cerrado´” (Franco y Levin, p.16).Por el contrario, el hacer historia
reciente implica repensar la labor y la forma de trabajo del historiador, en palabras
de Julio Aróstegui “el tiempo presente obliga a inevitables reacomodaciones y
ampliaciones del también tradicional oficio del historiador” (Landaeta, p. 61).
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La “memoria”, tal como se la distingue habitualmente de la historia (de los
historiadores), es una noción que ya no plantea problemas. Un uso común se
ha impuesto, sobre todo en Francia desde mediados de la década de 1970, con
los primeros trabajos de los historiadores de la memoria, los cuales, tomando la
memoria como objeto, han generado un “divorcio liberador y decisivo” (Nora,
1978: 400). Entre historia y memoria [sic]. De esta manera, la “memoria” no
designa ya más únicamente la capacidad de un individuo a fijar, a conservar, a
recordar el pasado: evoca, en desorden, todas las formas de presencia de un
pasado (…) (Lavabre, 2009, p.17).
la Historia elige los acontecimientos y los clasifica según las reglas de los
historiadores. Asimismo, la historia comienza donde culmina la tradición y la
necesidad de escribir acerca de un período que ocurre cuando ha pasado
bastante tiempo como para encontrar testigos que conserven algún recuerdo
(Svampa, p. 22).
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Otro de los aportes teóricos fundamentales en el campo del estudio de la
memoria son los realizados por el historiador francés Pierre Nora. Los planteos de
Nora en su obra “los lugares de la memoria” (Nora, 2008), nos permiten retomar la
idea de que la memoria es esencialmente una construcción y que se encuentra
cargada no solamente de información, básicamente recuerdos, sino que también hay
un componente no menos importante que es el del olvido un punto en el que
encontramos conexión con Halbwachs.
Por otra parte, la memoria en tanto construcción colectiva y con una carga
ideológica en su relato, entra en juego con otro concepto con el que opera
generalmente: el de “identidad”. En este sentido, entendemos tal como afirma el
historiador John Gillis, que “la memoria y la identidad guardan un estrecho vínculo
histórico” (Gillis, 1996, p.5), por lo que resulta importante observar que las memorias y
las identidades colectivas van de la mano y que, tal como mencionamos
anteriormente, poseen un factor ideológico. En efecto, somos a partir de los lazos que
nos unen con el pasado y nos reconocemos en esa identidad; en ese sentido Paul
Ricoeur nos otorga una idea firme: “en el plano más profundo, el de las mediaciones
simbólicas de la acción, la memoria es incorporada a la constitución de la identidad a
través de la función narrativa” (Ricoeur, p. 66). La formación de nuestras identidades
como integrantes de una comunidad parte de una historia que nos diferencia de los
“otros”.
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conmemoraciones, según Gillis, fueron cambiando en el correr del tiempo, lo que
antes era reservado a las élites, se fue abriendo y popularizando.
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Adhiero aquí al concepto esbozado por los historiadores Eric Hobsbawm y Terence Ranger en su obra
La invención de tradiciones. En la escritura y reescritura del pasado la formulación de estas tradiciones
inventadas se va constituyendo como elementos identitarios fundamentales de determinada comunidad,
ya sea nacional o de una comunidad específica como la de un partido político y en donde se establece
una apropiación de ese pasado en común. En palabras de Hobsbawm y Ranger: "(...) donde es posible,
normalmente se pretende establecer una continuidad con un pasado histórico apropiado" (Hobsbawm y
Ranger, 1983, p.1).
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Me parece pertinente mencionar los aportes teóricos que el historiador Peter Burke realiza en su obra
"Hablar y Callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia" (Burke, 2001), estableciendo una
relación directa entre el lenguaje y los procesos de memoria, tradición, identidad y política. Esto es de
gran importancia ya que sin lenguaje no hay relato y por lo tanto no hay construcción ni difusión de
memoria.
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reciente y la necesidad de ser abordado científicamente más allá de los temores que
pudiera despertar el historiarlo y enseñarlo:
Por otra parte, como expresa Pablo Pozzi, “la historia oral implica una
revalorización de las fuentes orales frente a la tendencia dominante del documento
escrito, considerando a la oralidad como la forma más antigua de transmisión del
conocimiento histórico” (Svampa, p.21). En este punto resulta importante destacar lo
que expresa la especialista en historia oral Laura Bermúdez sobre el objetivo y
beneficio del trabajo con fuentes orales por parte del investigador:
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La construcción de la memoria colectiva de un país es también mediada por las
concepciones del mundo, la concepción que se tiene del pasado y los factores
ideológicos presentes en el historiador quien es el que elabora el relato. Pensemos un
momento en nuestra historiografía, uno de los elementos de mayor trascendencia en
los inicios de la historiografía nacional, es el concepto de “nacionalidad”. Tal como
señala Ana Ribeiro, "la nacionalidad, la idea de Uruguay como nación misma es
`elaborada´ por los historiadores (…)” (Ribeiro, 1999, p.17). En resumen, producto
esencialmente ficticio resultante de las operaciones historiográficas de los
historiadores.
Como expresa Elizabeth Jelin refiriéndose a los relatos que habitualmente son
conocidos como memoria oficial especialmente aquellos del siglo XIX y XX:
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cuando estuvieron signados por fuerte conflictividad social y política, la instalación de
una historia oficial se torna difícil y problemática” (Jelin, p. 41). Esto se debe
particularmente al nivel de represión y censura a cualquier relato que no posicionara a
los gobiernos dictatoriales a un nivel de privilegio, tal es el caso de los países
latinoamericanos como el Uruguay.
Lo que en todo caso queda claro es que nos equivocamos al creer que el tema
de la dictadura iba a ser tomado como tema de estudio en los medios
académicos en estos años que nos separan de ella, pero en los cuales su
presencia se marca cada día (Soler, pp., 17-18).
Referencias bibliográficas:
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Considero pertinente agregar que finalizada la dictadura cívico militar se dio también una producción
sumamente interesante de relatos testimoniales que tienen que ver con la memoria de los protagonistas
del período y que hacen parte de esa memoria colectiva que integra nuestra Historia Reciente. Por
mencionar algunos ejemplos, encontramos “Las manos en el fuego” del periodista Ernesto González
Bermejo editado en 1985 por Ediciones de la Banda Oriental basado en el relato testimonial del preso
político David Cámpora, o los libros editados por la editorial Tupac Amaru “Historia de los Tupamaros” de
Eleuterio Fernández Huidobro en 1986 y “Adolfo Wasem el tupamaro: Un puñado de cartas”, recopilación
realizada a partir de la correspondencia que tuvo Wasem con sus familiares y amigos por parte de
Sonia Mosquera en 1989 y que fue reeditado en más de una oportunidad en el siglo XXI.
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Achugar, H. (julio-septiembre de 1997). Leones, cazadores e historiadores, a propósito
de las políticas de la memoria y del conocimiento. Revista Iberoamericana,
63(180), 379-387.
Franco, M., & Levin, F. (2007). Historia Reciente. Perspectivas y Desafíos para un
campo en construcción.Buenos Aires: Paidós.
Gourgouris, S. (1993). Notes on the Nation´s Dream-Work. Qui Parle, 7(3), 81-101.
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Lewis, J. (2004). El paisaje de la Historia: Cómo los historiadores representan el
pasado. Barcelona: Anagrama.
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