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Debates sobre la relación entre Historia y memoria

Prof. Mag. Leonardo Guedes


Marrero

“Toda memoria, toda recuperación y


representación de la memoria, implica una
evaluación del pasado” (Achugar, 1997, p. 64)
Introducción

En este breve artículo me propongo abordar algunos debates y reflexiones en


torno a la memoria y su relación con la Historia, centrándome particularmente y en lo
que la extensión del trabajo me lo permite, en lo que podríamos denominar dos ejes
articulados entre sí: el primero, el papel de la memoria en la escritura de nuestra
Historia Reciente y el segundo, los usos políticos de la memoria en la construcción de
relatos políticos identitarios vinculados a nuestra historiografía.

Una discusión disciplinar

Como expresa la socióloga argentina Elizabeth Jelin “la urgencia de trabajar


sobre la memoria no es una inquietud aislada de un contexto político y cultural
específico” (Jelin, 2002, p. 3). Luego de las reaperturas democráticas en la mayoría de
los países latinoamericanos, sobre todo ya entrado el siglo XXI, se consolidó un nuevo
escenario de desafíos teóricos y metodológicos en cuanto al abordaje historiográfico
con respecto al estudio de nuestro pasado reciente para poder comprender los
fenómenos políticos vividos en América Latina. En este sentido, tal como señala la
historiadora Leticia Soler para el caso uruguayo, luego de la apertura democrática
“surgió además una urgencia por estudiar lo vivido” (Soler, 2000, p. 11)

Estos procesos de intensa violencia política como lo fueron las dictaduras


cívico-militares de los años sesenta y setenta en Latinoamérica, implicaron una
profunda reflexión teórica y por ende metodológica entre los historiadores al momento
de intentar narrarlos. A propósito de esto, la historiadora Romané Landaeta expresa
que:

Los hechos ocurridos llevan a replantear la metodología con que nos


acercamos a estos problemas. Es en medio de estas complejidades que desde
nuestro oficio se observa un profundo debate orientado a tratar los temas
vinculados a los pasados recientes (Landaeta, 2018, p. 57).

El estudio de este pasado cercano o reciente ha provocado una serie de


cuestionamientos a la que los historiadores se han tenido que enfrentar y que por
defecto podríamos extrapolarlo también a los docentes de historia que pretenden
“llevar” la Historia Reciente a sus aulas. Si partimos del planteo que realizan las
historiadoras argentinas Marina Franco y Florencia Levin (Franco y Levin, 2007)
podemos sintetizar los cuestionamientos al estudio historiográfico del pasado reciente
en tres grandes “problemas”:

1- La distancia temporal. Este punto refleja, una vez más, una de las reflexiones
filosóficas de la historia más extendida, el problema de la objetividad. Desde una
postura historiográfica heredera de la raíz positivista, la distancia permitiría al
historiador llegar a una “mejor objetividad”. Este punto es también trasladable a los
docentes de historia que pretenden trabajar la Historia Reciente en sus aulas.
Como expresa el historiador Federico Lorenz:

1
Muy raramente acusarían a un docente de hacer política si trabajara de
un modo crítico y `moderno´ contenidos vinculados a temáticas
decimonónicas o `muertas´ desde el punto de vista de sus actores, pero
es lo que para el sentido común hacemos todo el tiempo quienes
trabajamos historia reciente (Zavala, 2009, p.7).

2- Aspectos metodológicos. En este punto encontramos el “problema” de las fuentes.


En palabras del historiador François Bédarida “el problema de la accesibilidad a los
documentos es esencial” (Bédarida, 1998, p.24). Aquí podemos destacar por un
lado la existencia de documentos oficiales a los que no siempre es posible acceder
por parte del historiador y por la posible superabundancia de fuentes como pueden
ser testimonios orales, posters, letras de canciones, materiales clandestinos,
panfletos, cartas personales entre otros. Esto constituye una de las grandes
dificultades metodológicas y una de las críticas más frecuentes a la posibilidad de
llevar a cabo una Historia Reciente. Sin embargo, en vez de verlo como una
debilidad hay que observarlo como una oportunidad en donde la
interdisciplinariedad podría jugar un papel fundamental a la hora de poder llevar a
cabo una producción de conocimiento historiográfico. Por ejemplo: además de la
utilización del método científico tradicional para el análisis del documento escrito
oficial, las otras fuentes deberán ser analizadas con los aportes de la semiótica, la
semántica, la filología, la psicología, la antropología social y la sociología.

3- Carácter inacabado del objeto. Con respecto a este punto Franco y Levin la
observan como una “crítica [que] proviene, nuevamente, de las tradiciones
historiográficas herederas del positivismo que suponen que la tarea del historiador
es reconstruir objetivamente la lógica de procesos del pasado que, de alguna
manera, se han `cerrado´” (Franco y Levin, p.16).Por el contrario, el hacer historia
reciente implica repensar la labor y la forma de trabajo del historiador, en palabras
de Julio Aróstegui “el tiempo presente obliga a inevitables reacomodaciones y
ampliaciones del también tradicional oficio del historiador” (Landaeta, p. 61).

A propósito del presente, su narrativa y su temporalidad, Bédarida expresa que


“el presente del pasado es la memoria; el presente del presente es la visión; el
presente del futuro es la expectativa” (Bédarida, p.21). Si entendemos entonces a ese
presente del pasado como memoria, encontramos aquí uno de los debates
epistemológicos más relevantes que tiene que ver con la discusión entre la “memoria y
el olvido”.

El abordaje de un estudio del pasado reciente implica, como se ha


mencionado, varios desafíos,

el trabajo del investigador dedicado al estudio del pasado cercano se ve


atravesado por una serie de vinculaciones complejas con un conjunto de
prácticas, discursos e interacciones sociales y de su propio tiempo que lo
obligan a confrontar con perspectivas diversas y a revisar y reelaborar
permanentemente su propia posición y su propia práctica (Franco y Levin, pp.
39-40).

Una de estas vinculaciones complejas expuestas por estas historiadoras es la


relación entre la historia y la memoria que ha generado diversas discusiones en cuanto
a las conceptualizaciones y usos. Para algunos, vistos como conceptos opuestos y
para otros muy vinculados entre sí (Svampa, 2015). Sin embargo, la investigadora
Marie-Claire Lavabre arroja una reflexión interesante sobre lo que en algún momento
significó un gran problema para los historiadores pero que desde las últimas décadas
del siglo XX ha encontrado un cierto consenso respecto a esta relación:

2
La “memoria”, tal como se la distingue habitualmente de la historia (de los
historiadores), es una noción que ya no plantea problemas. Un uso común se
ha impuesto, sobre todo en Francia desde mediados de la década de 1970, con
los primeros trabajos de los historiadores de la memoria, los cuales, tomando la
memoria como objeto, han generado un “divorcio liberador y decisivo” (Nora,
1978: 400). Entre historia y memoria [sic]. De esta manera, la “memoria” no
designa ya más únicamente la capacidad de un individuo a fijar, a conservar, a
recordar el pasado: evoca, en desorden, todas las formas de presencia de un
pasado (…) (Lavabre, 2009, p.17).

Maurice Halbwachs, realizó uno de los trabajos más importantes en el campo


de los estudios de la memoria, La memoria colectiva. Para el sociólogo y psicólogo
francés, la memoria siempre es producto de un constructo social (Halbwachs, 2011), lo
que inevitablemente nos plantea por un lado la existencia de una memoria individual y
por otro, una que es producto de la convergencia de las diversas memorias
individuales; la memoria que llamamos colectiva. Entonces, si la memoria se construye
colectivamente, en definitiva, también forma parte de una "identidad" común.

Halbwachs plantea además la existencia de una "memoria autobiográfica" y


otra "histórica" (Halbwachs, 2011) que es, a los propósitos de este trabajo, la que nos
interesa particularmente. Esta “memoria histórica”, es presentada por Halbwachs como
un producto de los acontecimientos del pasado que el individuo no experimentó
personalmente. En definitiva, esta memoria se construye y reconstruye a través de las
lecturas y aportes colectivos sobre ese pasado. De esa forma, los individuos
interactúan constantemente entre estas memorias logrando fundamentalmente una
integración con un grupo social. En palabras del historiador español José Carlos
Bermejo “la memoria colectiva no es memoria más que en el sentido metafórico del
término (…) en realidad su naturaleza es la de un hecho ideológico que sirve como
instrumento de cohesión social” (Bermejo, 1994, p.169). En suma, si seguimos el
razonamiento de Halbwachs, partimos de la base que la memoria no es un relato que
refleja exactamente lo sucedido, sino que está mediada por intereses sociales y de
poderes que la van construyendo colectivamente. Daniel Villalba plantea que para
Halbwachs:

la Historia elige los acontecimientos y los clasifica según las reglas de los
historiadores. Asimismo, la historia comienza donde culmina la tradición y la
necesidad de escribir acerca de un período que ocurre cuando ha pasado
bastante tiempo como para encontrar testigos que conserven algún recuerdo
(Svampa, p. 22).

En este sentido, entendemos a la memoria histórica como la narración de un


relato que se construye ideológicamente. Tal como expresa Lukács, “la narración es
una manifestación de la `ideología´ en el discurso” (White, 2011, p.475) a lo que
deberíamos sumarle las palabras del historiador Hayden White sobre que la narrativa
“es no solo el único medio de producción ideológica sino también un modo de
conciencia, una forma de ver el mundo que lleva a la construcción de una ideología”
(White, p.475). El carácter ideológico del relato de la memoria queda bastante claro en
el fin que le otorga el historiador Jacques Le Goff a la conservación de la memoria
histórica:

La memoria, a la que atañe la historia, que a su vez la alimenta, apunta a


salvar el pasado sólo para servir al presente y al futuro. Se debe actuar de
modo que la memoria colectiva sirva a la liberación, y no a la servidumbre de
los hombres (Le Goff, 1991, p.183).

3
Otro de los aportes teóricos fundamentales en el campo del estudio de la
memoria son los realizados por el historiador francés Pierre Nora. Los planteos de
Nora en su obra “los lugares de la memoria” (Nora, 2008), nos permiten retomar la
idea de que la memoria es esencialmente una construcción y que se encuentra
cargada no solamente de información, básicamente recuerdos, sino que también hay
un componente no menos importante que es el del olvido un punto en el que
encontramos conexión con Halbwachs.

Nora nos advierte sobre la desaparición de la memoria tal cual se concebía. En


la actualidad, los ámbitos de memoria son remplazados por lo que él llama "lugares de
memoria". En este punto, según él, la historia presenta un gran protagonismo en esa
"destrucción" de la memoria. En este sentido expresa: “(...) la historia, trabaja con un
criticismo destructor de memoria espontánea. La memoria siempre es sospechosa
para la historia, cuya misión verdadera es destruirla y reprimirla. La historia es
deslegitimación del pasado vivido" (Nora, p. 21). Este punto encuentra conexión con
algunos de los planteos que ha realizado el filósofo francés Paul Ricoeur en donde
“concibe a la memoria no como ruptura y opuesta a la historia sino como continuidad”
(Svampa, p.22). La historia aparece también como mediadora de la memoria llevando
a cabo muchas veces una historicización de la misma, en palabras de Ricoeur:

el proceso de historicización de la memoria, volcado en favor de la


fenomenología hermenéutica de la memoria, aparece estrictamente simétrico
del proceso por el cual la historia ejerce su función correctiva de verdad
respecto a una memoria que ejerce continuamente, para con ella, su función
matricial (Ricoeur, 2003, p. 306).

Retomando el concepto de "lugares de memoria", estos surgen como un


refugio de esa memoria que ha sido desplazada por el historicismo de la sociedad
modernizada. Estos lugares poseen, según Nora, tres dimensiones que coexisten: un
material, otra simbólica y finalmente una funcional. Siguiendo este planteo, la memoria
se aferra a los lugares: "desde los lugares más naturales, ofrecidos por la experiencia
concreta, como los cementerios, museos, aniversarios, a los lugares más
intelectualmente elaborados" (Nora, p.37).

Por otra parte, la memoria en tanto construcción colectiva y con una carga
ideológica en su relato, entra en juego con otro concepto con el que opera
generalmente: el de “identidad”. En este sentido, entendemos tal como afirma el
historiador John Gillis, que “la memoria y la identidad guardan un estrecho vínculo
histórico” (Gillis, 1996, p.5), por lo que resulta importante observar que las memorias y
las identidades colectivas van de la mano y que, tal como mencionamos
anteriormente, poseen un factor ideológico. En efecto, somos a partir de los lazos que
nos unen con el pasado y nos reconocemos en esa identidad; en ese sentido Paul
Ricoeur nos otorga una idea firme: “en el plano más profundo, el de las mediaciones
simbólicas de la acción, la memoria es incorporada a la constitución de la identidad a
través de la función narrativa” (Ricoeur, p. 66). La formación de nuestras identidades
como integrantes de una comunidad parte de una historia que nos diferencia de los
“otros”.

Gillis en su obra Conmemorations.The politics of National Identity, estudia el


papel de las conmemoraciones en la lucha de determinados grupos en modificar el
pasado para sus propios objetivos. En este sentido, la conmemoración resulta no
solamente una herramienta constructora de memorias colectivas sino también como
herramienta política y por qué no, de poder. En este sentido, retomando los planteos
de Nora, podemos plantear una asociación entre la conmemoración y el lugar de
memoria, un espacio de recuerdo y también de identidad. Los procesos de

4
conmemoraciones, según Gillis, fueron cambiando en el correr del tiempo, lo que
antes era reservado a las élites, se fue abriendo y popularizando.

De esa forma, los espacios, esos lugares de memoria cargados de simbolismo


y datos históricos compuestos de una recuperación de elementos históricos,
tradiciones y tradiciones inventadas1, pasan a ser un lugar de reflexión y de unión de
determinados grupos sociales que refuerzan y reconfiguran su identidad, arrojando
como resultado una pluralidad no solamente de identidades sino también de
memorias2. En este sentido, Gillis plantea el valor de dicha pluralidad expresando que:

En esta era de identidades plurales, más que nunca necesitamos tiempos


civiles y espacios civiles, ya que son esenciales para los procesos
democráticos mediante los cuales individuos y grupos se reúnen para discutir,
debatir y negociar el pasado y, a través de este proceso, definir el futuro
[traducción mía] (Gillis, p. 20).

En este sentido, las operaciones historiográficas, entendidas como lo plantea


Michel de Certeau (De Certeau, 1993), tienen un papel fundamental en la construcción
de esos relatos que le otorgan un sentido a las conmemoraciones y que son, en gran
parte, articuladores de las memorias e identidades que integran las comunidades,
entendiéndolas como “objetos de disputas, conflictos y luchas” (Svampa, p.23).

En este marco parece que el rescate de la memoria y la historia reciente


conlleva una complejidad epistemológica más profunda de lo que parece en un inicio,
producto de las diferentes dimensiones que traen consigo a lo que se le debe sumar
un difícil “escenario político” que está presente tanto en la investigación como en la
enseñanza

(…) la historia reciente convoca conflictos y enfrentamientos éticos y políticos


de tal índole que hacen del ineludible debate terminológico una cuestión de
luchas declaradamente políticas. Así, existe un conjunto de discusiones y
desacuerdos que surgen, por un lado, de la fuerte connotación de algunos de
los conceptos frecuentemente utilizados para la interpretación de ese pasado y,
por el otro, del hecho de que la historiografía suele utilizar con pretensión
heurística determinadas categorías que son las utilizadas por los propios
actores de ese pasado cercano para significar su propia experiencia (Franco y
Levin, p.58).

Estos conflictos y enfrentamientos éticos y políticos son parte de esas disputas


y luchas por el pasado. La historia reciente es un campo de construcción, de debates y
enfrentamientos, pero también es, una respuesta al cambio social y a los desafíos del
análisis del cambio social” (Aróstegui, 1998, p. 17). En relación con esto, el historiador
José Pedro Barrán llevó a cabo una reflexión sobre el estudio de nuestro pasado

1
Adhiero aquí al concepto esbozado por los historiadores Eric Hobsbawm y Terence Ranger en su obra
La invención de tradiciones. En la escritura y reescritura del pasado la formulación de estas tradiciones
inventadas se va constituyendo como elementos identitarios fundamentales de determinada comunidad,
ya sea nacional o de una comunidad específica como la de un partido político y en donde se establece
una apropiación de ese pasado en común. En palabras de Hobsbawm y Ranger: "(...) donde es posible,
normalmente se pretende establecer una continuidad con un pasado histórico apropiado" (Hobsbawm y
Ranger, 1983, p.1).
2
Me parece pertinente mencionar los aportes teóricos que el historiador Peter Burke realiza en su obra
"Hablar y Callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia" (Burke, 2001), estableciendo una
relación directa entre el lenguaje y los procesos de memoria, tradición, identidad y política. Esto es de
gran importancia ya que sin lenguaje no hay relato y por lo tanto no hay construcción ni difusión de
memoria.

5
reciente y la necesidad de ser abordado científicamente más allá de los temores que
pudiera despertar el historiarlo y enseñarlo:

El riesgo de enseñar la historia presente (sic) no es nada frente al riesgo de no


enseñarla. Porque entonces se deja libre el terreno a todas las otras fuentes,
empezando por los partidos políticos, que intentarán dar su visión del pasado.
Todo el mundo lucha por su visión del pasado. El pasado no es un terreno del
cual un partido político o una ideología puedan prescindir. [...] Ud. corre el
riesgo de dejarle a esas fuentes de información partidarias, ideológicas,
periodísticas (...) la articulación de una visión del pasado, que no tenga ni por
asomo algo de cientificidad (Markarian y Yaffé, 2013, p. 249).

En palabras de la historiadora Elena Hernández Sandoica, “la irrupción de la


memoria como obligación ética en nuestro tiempo es, por tanto, una forma de abordar
el presente que proporciona herramientas potentes –la mayoría de matriz
hermenéutica– para una crítica de la historia académica” (Hernández Sandoica, 2018,
p. 393). Esta irrupción, nos lleva a repensar el oficio del historiador, el rol que este
debe ocupar en la sociedad actual y, por ende, el espacio que el mismo tiene en el
aula a través de la transposición didáctica llevada a cabo por los educadores. En este
sentido, el historiador John Lewis expresa que:

De modo que el método del historiador consiste en hacer accesible el pasado,


no es demasiado diferente de los medios por los cuales el individuo hace
soportable el pasado: hay muchas cosas que eliminamos, ya consciente, ya
inconscientemente, de la misma manera que hay muchas otras cosas que
deliberadamente escogemos destacar (Lewis, 2004, p.178).

En otras palabras, la especialidad histórica posee un método de trabajo claro


para el estudio de la memoria histórica: la historia oral (Bermejo, 1994). Es esta la que
“trata de recuperar la memoria de las gentes” (Bermejo, p. 169). Sin dudas, esto
implica una vez más un nuevo posicionamiento del historiador y su metodología, ya
que como señala Thompson, “es un método que siempre ha sido esencialmente
interdisciplinario, una especie de cruce de caminos entre la sociología, la antropología,
la historia y los análisis literarios y culturales” (Thompson, 2017, p.17). En esta línea
teórica, la historia oral pasa a ser una herramienta que en palabras de Villalba nos
permite la “aproximación a los sectores sociales `sin historia´” (Svampa, p.21).

Por otra parte, como expresa Pablo Pozzi, “la historia oral implica una
revalorización de las fuentes orales frente a la tendencia dominante del documento
escrito, considerando a la oralidad como la forma más antigua de transmisión del
conocimiento histórico” (Svampa, p.21). En este punto resulta importante destacar lo
que expresa la especialista en historia oral Laura Bermúdez sobre el objetivo y
beneficio del trabajo con fuentes orales por parte del investigador:

es el de mostrar los rostros, los gestos, la forma de vida, y el sentir de un


tiempo pasado, es decir, la doble función de generar fuentes orales para la
investigación y construir una vía para la construcción y reconstrucción de la
identidad personal y grupal (Bermúdez, 2017, p. 14).

Finalmente, resulta necesario en esta breve exposición teórica detenernos un


momento en uno de los elementos que si bien he mencionado al pasar tal vez no ha
quedado suficientemente explícito, y tiene que ver con los conflictos políticos y las
relaciones de poder en torno a la memoria y más específicamente con los usos
políticos de esta.

6
La construcción de la memoria colectiva de un país es también mediada por las
concepciones del mundo, la concepción que se tiene del pasado y los factores
ideológicos presentes en el historiador quien es el que elabora el relato. Pensemos un
momento en nuestra historiografía, uno de los elementos de mayor trascendencia en
los inicios de la historiografía nacional, es el concepto de “nacionalidad”. Tal como
señala Ana Ribeiro, "la nacionalidad, la idea de Uruguay como nación misma es
`elaborada´ por los historiadores (…)” (Ribeiro, 1999, p.17). En resumen, producto
esencialmente ficticio resultante de las operaciones historiográficas de los
historiadores.

El historiador Carlos Zubillaga, en su obra Historia e historiadores en el


Uruguay del siglo XX, realiza un estudio en los procesos de formación de los
colectivos historiográficos nacionales y hace un análisis interesante sobre "la historia
como discurso del poder", evidenciando por un lado la relación entre el pasado y los
intereses del presente en la producción del conocimiento histórico y por otra parte,
destacando que gran parte de los "primeros" historiadores nacionales considerados
pre-profesionales como Bauzá o Luis Alberto de Herrera poseían un desempeño
simultáneo de la función intelectual y la función política” (Zubillaga, 2002: 63).

El papel de los historiadores en la formulación de aquellos relatos que llevaron


a cabo la construcción de nuestra memoria histórica resulta fundamental para
comprender cómo se fue construyendo nuestra identidad como nación, sobre todo si
partimos de la idea de que la “nación es puramente una ficción”, o como expresa
Stathis Gourgouris, la nación "es una institución imaginaria de una sociedad dada en
cuya fantasía todos son cómplices [traducción mía]" (Gourgouris, 1993, p. 87).

La lucha por el pasado es una disputa política y en ese sentido podemos


observar una puja por la apropiación de este a través de toda nuestra historiografía
que, tradicionalmente, al menos durante el siglo XIX y el XX, estuvo muy vinculada a la
historia de los partidos políticos y a la construcción identitaria de los mismos como
parte de un relato histórico nacional. En este sentido, el historiador uruguayo José
Rilla, ha realizado una obra fundamental para comprender ese proceso a la que llamó
La actualidad del pasado. Usos de la historia en la política de partidos del Uruguay
(1942-1972). Rilla plantea que la política uruguaya gira en torno a una política de los
partidos políticos nacionales. En este sentido, los relatos historiográficos fueron
esenciales en sus construcciones identitarias y le dieron un sentido social y político. Es
en estos relatos, en donde el pasado es utilizado para otorgarles una identidad propia
mediada por las configuraciones y reconfiguraciones que los historiadores hacen del
pasado. Esto es muy claro, sobre todo en la construcción de lo que conocemos
habitualmente como memoria oficial, que son como expresa Pollak, “intentos más o
menos conscientes de definir y reforzar los sentimientos de pertenencia y fronteras
sociales entre colectividades [Traducción mía]” (Pollak, 1989, p.9).

Como expresa Elizabeth Jelin refiriéndose a los relatos que habitualmente son
conocidos como memoria oficial especialmente aquellos del siglo XIX y XX:

Como toda narrativa, estos relatos nacionales son selectivos. Construir un


conjunto de héroes implica opacar la acción de otros. Resaltar ciertos rasgos
como señales de heroísmo implica silenciar otros rasgos, especialmente los
errores y malos pasos de los que son definidos como héroes y deben aparecer
«inmaculados» en esa historia (Jelin, p. 40).

Ahora bien, la situación con el relato de la “memoria oficial” en el pasado


reciente es un poco más compleja. En este sentido Jelin señala que “con relación a la
historia de acontecimientos contemporáneos o cercanos en el tiempo, especialmente

7
cuando estuvieron signados por fuerte conflictividad social y política, la instalación de
una historia oficial se torna difícil y problemática” (Jelin, p. 41). Esto se debe
particularmente al nivel de represión y censura a cualquier relato que no posicionara a
los gobiernos dictatoriales a un nivel de privilegio, tal es el caso de los países
latinoamericanos como el Uruguay.

Luego de finalizada la dictadura en Uruguay, el abordaje de este período


histórico fue realizado mayoritariamente por trabajos de corte no historiográfico. A
propósito de esto Leticia Soler señala que “fueron por entonces los politólogos quienes
hicieron los mayores aportes. A ellos les debemos además las primeras
periodizaciones e interpretaciones sobre la dictadura” (Soler, p. 15) 3. En el ámbito
historiográfico, fueron los historiadores Oscar Bruschera, Gerardo Caetano y José Rilla
los primeros en editar libros sobre ese pasado reciente.

Bruschera realizó su aporte a la historiografía de la Historia Reciente a través


de “Las décadas infames: Análisis político 1967-1985”, ejemplar que vio la luz en 1986
a través de la editorial Linardi y Risso y que poseía una tapa muy alusiva a una época
de represión y silencio. En ella figuraban dos hombres, uno de perfil y con mordaza y
otro de espaldas con el oído tapado. Como expresa Soler, el libro de Bruschera se
proponía “llenar un hueco informativo y lo hace de la forma más amplia posible dadas
las dificultades para llegar a la documentación que por formar parte de la historia
reciente la misma entraña” (Soler, p.16). Por su parte, Caetano y Rilla lo hicieron con
“Breve historia de la dictadura” un ejemplar que buscó dar cuenta a través de una base
documental de los procesos institucionales que se dieron entre 1973 y 1985 entre ellos
las características y fracaso del proyecto militar y la transición hacia la reapertura de
las instituciones republicanas.

Esta escasez de producción historiográfica inmediatamente después de


finalizada la dictadura nos propone una reflexión interesante ya que habría que
esperar algunos años más para que en el siglo XXI se diera una producción más
significativa de trabajos que abordaran nuestro pasado reciente. Esto, sin lugar a
duda, también convierte este punto en un objeto de estudio teórico y metodológico que
implica a esta asignatura.

A propósito de lo expresado, creo que es pertinente finalizar con la opinión de


la historiadora Leticia Soler respecto a la escasez de producción historiográfica sobre
la dictadura y ese difícil pasado reciente de nuestro país:

Lo que en todo caso queda claro es que nos equivocamos al creer que el tema
de la dictadura iba a ser tomado como tema de estudio en los medios
académicos en estos años que nos separan de ella, pero en los cuales su
presencia se marca cada día (Soler, pp., 17-18).

Referencias bibliográficas:

3
Considero pertinente agregar que finalizada la dictadura cívico militar se dio también una producción
sumamente interesante de relatos testimoniales que tienen que ver con la memoria de los protagonistas
del período y que hacen parte de esa memoria colectiva que integra nuestra Historia Reciente. Por
mencionar algunos ejemplos, encontramos “Las manos en el fuego” del periodista Ernesto González
Bermejo editado en 1985 por Ediciones de la Banda Oriental basado en el relato testimonial del preso
político David Cámpora, o los libros editados por la editorial Tupac Amaru “Historia de los Tupamaros” de
Eleuterio Fernández Huidobro en 1986 y “Adolfo Wasem el tupamaro: Un puñado de cartas”, recopilación
realizada a partir de la correspondencia que tuvo Wasem con sus familiares y amigos por parte de
Sonia Mosquera en 1989 y que fue reeditado en más de una oportunidad en el siglo XXI.

8
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