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EL INSTANTE

DESPERTAR
1. UN INSTANTE
2. UN NUEVO ORDEN
3. ACEPTACIÓN
4. EL GRUPO
5. LA INFORMACIÓN ES PODER
6. UNA COINCIDENCIA
7. EXPERIMENTOS
8. OFENSIVA - DEFENSIVA
9. LA VERDAD OCULTA
10. UN DON O UNA MALDICIÓN
11. SIN RUMBO
12. LA PRIMERA VEZ
13. EL YIN Y EL YANG
14. EDITH
15. NUEVA VIDA PARA EDITH
16. DOS COMO UNA SOLA
17. STARNBERG
18. DECISIÓN CONJUNTA
19. LA VIDA EN LA COLONIA
20. LA MUERTE EN LA COLONIA
21. PLAN B
22. PLAN C
23. SU LUGAR EN EL MUNDO
1. UN INSTANTE

Tan impertinente como siempre, el despertador cumple con la tarea que le encomendaron. Su pitido
estridente inunda la habitación. Una mano emerge de entre las sábanas para aterrizar con cierta
violencia sobre la inoportuna alarma para silenciarla y seguido se escucha un leve gruñido. Pero es
una batalla perdida porque el despertador no duda en volver a sonar tres minutos después.
Un nuevo golpe devuelve la quietud a una habitación levemente iluminada por el sol. Tras unos
segundos de silencio retira las sábanas, se incorpora y, sentada en el borde de la cama, Alejandra se
frota los ojos. Apenas es capaz de mantenerlos abiertos. Hoy ha dormido a gusto y seguiría
haciéndolo durante un par de horas más. Anoche se fue a dormir un poco más tarde de lo habitual:
ver el episodio de aquella serie, jugar un poco en Internet y leer un par de capítulos del libro que
descansa ahora junto al despertador le llevó más tiempo del esperado. Pero no es momento de
remolonear, es un nuevo día y hay que aprovecharlo.
La luz matutina ya se cuela por entre las rendijas de la persiana. El reloj pasa de las nueve de la
mañana del primer martes de Septiembre. No es un día especial en absoluto aunque nunca se sabe.
Una vez en pie, Alejandra se estira a placer y se frota la cabeza revolviendo aún más el pelo negro
que la caracteriza. No aparenta los veintitrés años que tiene porque apenas sobrepasa el metro y
medio de altura. Su apariencia menuda se completa con su delgadez. Suponer a simple vista que se
trata de una niña de unos quince ó dieciséis años no sería descabellado.
Se envuelve en su albornoz y se dirige a la ventana. Sube la persiana con calma. Parece que hoy hace
sol y no quiere deslumbrarse; aun así no puede evitar entrecerrar sus ojos pequeños y oscuros
conforme la persiana sube y deja entrar más luz. Acto seguido abre la ventana y toma una bocanada
del aire fresco que entra suavemente a través.
Ya podemos empezar el día, piensa para sí mientras exhala un suspiro tapado en parte por el bullicio
callejero.
Sin ninguna prisa se dirige a la puerta de su habitación. Al momento de abrirla y cruzar el umbral, su
padre pasa por el pasillo en dirección a otra habitación.
–Buenos días bella durmiente –dice él con un poco de sorna por la hora a la que su hija se levanta.
–Mh…buenos días papá –responde Alejandra con una voz un poco ronca, pues la pereza todavía
sigue presente en su cabeza.
Alejandra se dirige al lavabo para lavarse un poco la cara. El agua templada no termina de
despejarla del sopor pero sí lo hace los tirones que el cepillo produce al pasarlo por su pelo
dejándolo bien alisado de modo que sus orejas asoman tímidamente entre la melena. Terminado el
tormento del cepillo se dirige a la cocina. Instintivamente toma su taza amarilla y la llena de leche
para introducirla en el microondas.
Mientras la leche se calienta rebusca en uno de los armarios tratando de encontrar las galletas, pero
no hay. Lo que sí encuentra son magdalenas. Dado que no hay nada mejor coge una aun a sabiendas
de que le va a costar terminársela. Alejandra se dispone a desayunar mojando la magdalena en la
leche. Ante ella tiene el periódico del día. Los titulares de la portada no son en absoluto llamativos.
Desde hace tiempo abundan las malas noticias: crisis, paro, contaminación, guerra, corrupción… por
lo que rechaza la idea de echarle una ojeada. Juan Martín, su padre, entra en la cocina con la
intención de hacer alguna pregunta.
–Ahora que ya estás más despejada… ¿Alguna sugerencia para el menú de hoy? –pregunta Juan
Martín–. Tu madre y tu hermano se han ido sin proponer nada.
–¿Qué te parece una ensaladita y algo de pescado?
–¿Sólo eso? –contesta Juan Martín como si hubiera previsto la respuesta–. Tu hermano se va a
quedar con hambre. Y tú deberías comer algo más.
–No papá, ya sabes que no me hace falta más –responde Alejandra manteniendo el tono tras dar un
pequeño bufido–. Como hasta llenarme. Y si Edu se va a quedar con hambre siempre se pueden
añadir más cosas a la ensalada. No sé… maíz o tacos de jamón por ejemplo. También puede comer
más pescado-
–Sí, también es otra posibilidad –contesta Juan Martín recapacitando–. Entonces ya está planteada la
comida de hoy. Por cierto, si vas a ir al gimnasio tendrás que ir en autobús. Tu hermano se ha llevado
el coche para ir a trabajar, y el mío está en el taller.
–Bien, vale. Iré en autobús.
Terminada la conversación, Juan Martín se va hacia el salón para hacer una llamada telefónica. El
comentario que ha hecho sobre las cantidades que Alejandra ingiere ciertamente la ha irritado un
poco. Varias veces se han preocupado por si fuera anoréxica. Eso es lo que la irrita en realidad
porque ella realmente come lo que quiere y necesita y su dieta está bien equilibrada. Ella achaca su
escaso crecimiento a la genética o algo del estilo. A pesar de todo es incapaz de enfadarse con su
padre. Él es el primero en salir en su defensa alegando que las mejores fragancias se guardan en
frascos pequeños. Alejandra no puede escuchar esa frase sin ruborizarse y sonreír tímidamente, por
lo que hace oídos sordos cada vez que la ve venir.
Terminado el desayuno friega su taza y el resto de cacharros que pudiera haber en la fregadera
mientras Juan Martín sigue hablando por teléfono. Parece que su coche estará listo para esta tarde.
Camino de su habitación, Alejandra repasa mentalmente las labores que debe hacer antes de irse.
Una vez determinadas se dispone a vestirse con la ropa que convenientemente dejó preparada la
noche anterior sobre la silla de su escritorio. Como ya sabía que hoy no iba a ir a ningún sitio
especial, optó por un atuendo cómodo y convencional: un pantalón pirata vaquero, una camiseta
amarilla sin mangas con unas letras estampadas y unas zapatillas planas de color oscuro.
Ya completada la tarea se dispone a hacer la cama para después volver al cuarto de baño y terminar
de asearse. De vuelta a su habitación recoge su teléfono móvil, la cartera, el reproductor mp3 y la
bolsa de deportes, que también había preparado la noche anterior. Antes de salir por la puerta de
casa se despide de su padre y comprueba si hay basura que bajar al contenedor.
Dos minutos a pie la separan del portal de su casa a la parada del autobús, suficientes para encender
el móvil y colocarse los auriculares para escuchar música. Ha dejado de lado sus grupos habituales
que cantaban en español para pasarse a grupos de habla inglesa con la intención de acostumbrarse al
idioma. Ha aceptado bien el cambio, encontrando grupos acordes con su gusto. Por desgracia no
termina de entender todas las frases, ya sea por vocabulario o por la velocidad.
El móvil no ha sonado desde que lo ha encendido. Nadie la ha llamado o enviado un mensaje
mientras estaba apagado. Monta en el autobús sentándose en el primer asiento libre que ve junto a la
ventana. Suele tardar una media hora en llegar a su parada y durante el viaje se abstrae en sus
pensamientos mientras observa el movimiento de la calle. Sigue pensando en la idea de buscar
trabajo fuera del país. Tuvo esa ocurrencia con la intención de viajar y ver mundo, aunque le frena
tener que dejar atrás a su familia y amigos; por no mencionar el pavor que le produce pensar que, si
emigra, tendrá que desenvolverse ella sola en un entorno desconocido.
Una imagen la saca de sus cavilaciones: por delante del autobús hay un coche que reconoce porque
pertenece a alguien bien conocido por ella. Es el coche de Emilio, el que fuera su novio hasta hace
escasos meses. Al verlo le sobrevienen recuerdos de los buenos momentos que pasaron juntos.
Recuerdos mezclados con aflicción. La relación se truncó de golpe al descubrirse que Alejandra no
era la única chica con la que Emilio compartía sus momentos. Tratando de contener la emoción y
evitar llamar la atención, desvía su mirada hacia el otro lado del autobús concentrándose en la
música de su reproductor. Por suerte es capaz de retener el par de lágrimas que estaban a punto de
salir aunque es inevitable que apriete sus labios rosados por el dolor emocional. Un gesto de tristeza
modifica levemente su mirada.
Para cuando llega a su parada ya ha logrado superar el pequeño trance. Baja del autobús y se dirige
al gimnasio al que le apuntaron. No fue idea suya, sus padres insistieron en que hiciera ejercicio y
ganara algo de masa corporal contando con la supervisión de un monitor. Una vez dentro del local y
tras saludar a la recepcionista, se dirige a los vestuarios para ponerse ropa deportiva y guardar la
bolsa de deportes en una taquilla.
Con el móvil en la mano entra en la sala donde están todas las máquinas. Hoy no hay mucha gente,
casi todos los presentes son gente habitual del gimnasio entre los que se distinguen: los jubilados:
gente mayor que hace un poco de ejercicio cada día mientras leen revistas o periódicos; gente
corriente: aquellos que acuden para mantenerse sanos; y aquellos que Alejandra suele denominar
para sí los croissants: vigoréxicos que pasan horas ejercitando sus músculos y no dudan en posar
delante del enorme espejo que cubre una de las paredes, tensando sus músculos para regocijo propio.
Cada vez que hacen esas muestras de potencia, a Alejandra le entra la risa porque cuando tensan sus
brazos curvándolos hacia dentro y orientando las manos hacia abajo, realmente parecen croissants.
En gran parte por respeto Alejandra disimula perfectamente la gracia que estos tipos le provocan
aunque también, un poco, por miedo.
Observando la fauna del local, Alejandra busca con la mirada a Enrique, el monitor del gimnasio, un
tipo un poco croissant pero atento y agradable en el trato. Lo localiza hablando con otro croissant
junto a una de las máquinas de musculación. Como Alejandra no pretende interrumpir la
conversación, se queda esperando junto a la puerta a que Enrique termine la animada charla con su
semejante. El monitor se percata enseguida de la presencia de Alejandra y acude a su encuentro.
–¡Hey, Ale! ¿Qué tal? –saluda el monitor del recinto–. ¿Ya te has recuperado del último día?
–Hola Enrique. Ya estoy recuperada, sí ¡Pero hoy no te pases! La última vez tuve agujetas todo el día
–responde Alejandra, bromeando en parte.
–Jajaja. Tranquila, hoy la cosa va a ser más ligera –anuncia Enrique con entusiasmo–. Empieza
haciendo unos estiramientos para calentar mientras te preparo los ejercicios de hoy.
–¡Vale! –responde Alejandra asintiendo con la cabeza.
Enrique se dirige a su mesa para apuntar sobre un papel los ejercicios para hoy. Alejandra, por su
parte, camina hacia las colchonetas para iniciar los estiramientos. Ciertamente el último día fue
agotador y confía que no se repita. Un par de minutos después Enrique vuelve con una hoja en la
mano donde van detallados los ejercicios que debe hacer y la duración e intensidad de cada uno.
Alejandra ojea el papel con cierta esperanza, que pronto se desvanece. Leyendo los ejercicios se
pregunta en qué se ha basado Enrique para decir que eran ligeros.
Bueno, podría ser peor, piensa. Tras dar un pequeño suspiro de resignación, se levanta y dirige sus
pasos hacia la primera de las máquinas con las que debe trabajar hoy. El ejercicio físico no es lo
suyo, le hace sentirse inútil porque se cansa pronto y no tiene fuerza. Sin embargo no puede negar que
el deporte le haya venido bien. Desde que empezara a acudir al gimnasio hace poco más de un mes,
ha mejorado sus capacidades físicas y se mantiene con mejor humor. En cierto modo la reconforta y
la hace ocupar varias horas a la semana en algo productivo que no sea estudiar.
Vibra el móvil. Alejandra se apresura a ver quién la llama. No es una llamada sino un mensaje de
texto enviado por una de sus amigas: Diana. Según dice, esta tarde no puede quedar con ella para
estudiar porque tiene una entrevista de trabajo, pero que después pueden quedar en la terraza de su
bar habitual para tomarse una cerveza. Alejandra le responde con otro mensaje diciendo que no pasa
nada, que se alegra de que le hayan llamado para una entrevista y que estudiará por las dos. Acepta
la invitación y finaliza el mensaje deseándole mucha suerte para la entrevista.
Conforme pasan los minutos y se van completando los ejercicios, el cansancio hace mella. Al
terminar el último de los ejercicios Alejandra descansa un poco y comienza a hacer otra serie de
estiramientos. Según Enrique, éstos son los estiramientos más importantes para que el trabajo
realizado tenga efecto y se reduzca la posibilidad de lesiones, por lo que insiste mucho en ellos.
Alejandra no quiere contrariarle, y desde el primer día los cumple a rajatabla aunque no pueda ni con
su alma. Una vez terminado todo, va donde Enrique para devolverle la hoja y despedirse de él hasta
el próximo jueves. Opta por no comentar nada sobre la dureza de los ejercicios, no cree correcto
decirle cómo tiene que hacer su trabajo.
Sin duda ahora llega el mejor momento de las visitas al gimnasio: la ducha después del ejercicio. No
hay nada más reconfortante para Alejandra que el fluir del agua templada por el cuerpo. A menudo se
toma su tiempo para ducharse y en esta ocasión no va a negarse ese capricho. Una ducha larga le
devuelve parte de energía.
Para cuando sale del gimnasio ya son más de las doce del mediodía. Tiene tiempo de sobra para
volver a casa a la hora de comer, así que decide tomarse un café y seguir pensando en sus ideas antes
de ir a la parada del autobús.
Más o menos una hora después de salir del gimnasio llega a casa. Tras haber vaciado su bolsa de
deportes y ordenado todo todavía falta una hora para empezar a comer. Enciende su ordenador para
ver el correo. Tal vez hoy haya alguna respuesta a sus solicitudes de empleo pero no es el caso. Sólo
hay correo basura. No puede evitar echar un vistazo a su juego online favorito. Es un juego de
construcción y organización que maneja bastante bien. Una de las razones por las que le gusta tanto
dicho juego, aparte de que se le dé bien, es que se puede hablar con gente de todo el mundo. Tras una
comprobación rápida de su ciudad virtual cierra la ventana del navegador y se levanta. Su padre ha
empezado a preparar la comida y ella quiere ayudarle.
Juan Martín ha comprado sardinas como plato fuerte. Él va preparando los ingredientes de la
ensalada y añade maíz siguiendo la sugerencia de su hija. Alejandra, por su parte, se lanza con las
sardinas. Se le ha ocurrido añadirles algún tipo de salsa para acompañarlas. Planea freír las sardinas
rebozadas con harina y hacer una salsa de tomate natural. De un armario y de otro va sacando todos
los ingredientes que se le ocurren para la salsa: tomates, ajo, perejil, cebolla, sal y aceite.
Mientras van preparando la comida, hablan sobre lo acontecido durante la mañana. Casi
exclusivamente es Alejandra quien habla. Juan Martín no tiene mucho que contar: desde que se
jubilara anticipadamente le sobra el tiempo y lo rellena manteniendo la casa y viendo películas: su
hobby favorito. Tal es su afición al cine que hasta tiene algún guión escrito por él pero que todavía
no estaba terminado.
Mientras hablan y cocinan, Marina llega a casa. Es la esposa de Juan Martín y madre de Alejandra y
Eduardo. Al contrario que su marido, todavía no puede permitirse una jubilación anticipada. Tras
saludar e interesarse un poco por sus cocineros va a su habitación para cambiarse de ropa. En la
cocina sigue la conversación. Mientras Juan Martín va poniendo la mesa Alejandra vigila los fuegos,
las sardinas ya están hechas y a la salsa le falta muy poco. El aroma invade la nariz respingona y
suave de Alejandra.
Eduardo llega justo a tiempo. Entra por la puerta con gesto cansado en el momento en que su hermana
extiende la salsa, todavía humeante, junto a las sardinas que reposan sobre un plato. Al igual que su
madre, Eduardo saluda al entrar antes de dirigirse a su habitación para quitarse la ropa de trabajo y
lavarse.
Sentados ya todos a la mesa se disponen a comer. Viendo la comida disponible, Eduardo no puede
evitar dirigir la mirada hacia su hermana para comentar.
–Verdura y pescado… –suspira Eduardo–. El menú ha sido idea tuya ¿verdad?
Antes de que Alejandra pudiera articular una disimulada afirmación, Juan Martín se apresura a
contestar con tono irónico.
–Es lo que ocurre si te vas de casa sin dar ninguna idea –ironiza Juan Martín–. Yo no puedo leerte la
mente para saber qué quieres para comer.
–Ya, bueno… –responde Eduardo–. Sólo era por saber. De hecho tiene buena pinta.
Aunque últimamente ya estaba sentando la cabeza y formalizándose en la vida, no puede decirse que
Eduardo fuera un ejemplo a imitar. Dejó los estudios bien pronto, con diecisiete años, y sin intención
alguna de buscar trabajo. Prefería mucho más salir de fiesta y pasar el día con los amigos, lo cual en
ocasiones le produjo algunos problemas con la policía porque se metía en líos con facilidad. Es de
los que no tienen pelos en la lengua y no vacila en decir lo que piensa, aunque en ocasiones no piense
mucho en lo que va a decir.
A pesar de parecer un mal ejemplo, su labor como hermano mayor fue la correcta. Dejando de lado
el hecho de que sus actos en el pasado fueran reprochables, nunca le faltó tiempo ni voluntad para
proteger y guiar en el buen camino a su hermana pequeña. En respuesta, Alejandra siempre
encontraba el argumento adecuado para defenderle en las agitadas broncas que Eduardo se ganaba a
pulso años atrás. Tan hermanos y tan distintos, si no fuera por los apellidos, nadie aseguraría jamás
que son hermanos. Ni siquiera familiares.
Observando a los cuatro en la mesa puede distinguirse claramente a quién ha salido cada uno de los
hijos. Eduardo, aunque haya heredado el carácter temerario de su padre, conserva muchos rasgos de
su madre. Alejandra, por otro lado, lleva la genética de Juan Martín: ambos con un pelo de color
negro absoluto y complexión ligera. Fue su madre la que le inculcó desde temprana edad el interés
por los distintos campos del conocimiento al comprobar lo observadora que era y la facilidad que
tenía para aprender.
Terminada la comida y recogida la mesa, cada miembro de la familia se retira a sus tareas propias:
Marina se acomoda en su sillón para retomar la lectura del libro que tanto la ha atrapado, Eduardo se
dispone a ver las noticias en televisión, Juan Martín empieza a fregar los platos y Alejandra se va a
su habitación a seguir navegando un poco más por Internet.
Como de costumbre, poco antes de las cuatro de la tarde Alejandra se va a la biblioteca. Acude allí
todas las tardes para estudiar. Ya terminó su carrera de ingeniería el año pasado con un expediente
bastante brillante pero, a pesar de ello y para mejorar su currículum, se ha enfrascado en manejar
inglés a nivel avanzado. Considera básico saber idiomas y cree que añadir algún título le dará más
posibilidades de encontrar trabajo aunque sea fuera del país. La biblioteca está cerca de su casa y la
opción de ir andando es la más sensata.
Una vez ha llegado sube al primer piso. Es más tranquilo que la planta baja aunque por estas fechas
no suele haber mucha gente. Llega a una de las mesas individuales de estudio, frente a la pared, y
abre su mochila sacando los libros, apuntes y bolígrafos necesarios. Se sienta en la silla, se acomoda
y empieza repasando los puntos que estudió el último día.
Tras un rato de estudio, siente cómo una incómoda sensación familiar se aproxima. Desde hace
tiempo y sin razón aparente, unos breves pero fuertes dolores de cabeza perfectamente focalizados la
importunan. Ocurrían con mayor frecuencia cuando todavía estaba en la carrera y los achacaba al
estrés, aunque se siguen repitiendo. Apenas duran unos segundos pero su intensidad es tal que,
cuando debe padecerlos, deja de lado lo que esté haciendo para concentrarse en soportar el dolor
producido por lo que ella llama pinchazos.
De manera instintiva lleva su mano derecha a la cabeza, al punto donde se localiza el pinchazo
mientras aprieta el puño izquierdo con fuerza. Esta vez el dolor es más intenso que otras veces y dura
más tiempo del habitual. Se le hace insoportable. Todos sus músculos están tensos. Aprieta los
dientes. Encorvada sobre la mesa, la mano que tiene sobre la cabeza aprieta con fuerza su cráneo
intentando mitigar de alguna manera pero sin éxito el insufrible torrente que en este momento la
martiriza. Cada segundo que sufre el inexplicable mal se hace eterno como décadas. Afortunadamente
la tortura termina. El dolor empieza a remitir para desaparecer tal como vino. Aún quedan ciertas
remanencias de dolor, minucias en comparación con lo de hace unos segundos.
Alejandra tiene ahora la respiración acelerada. Su mano izquierda está blanca por haber apretado el
puño en exceso. Con la boca semi abierta y los ojos clavados sobre el papel pero observando la
nada empieza a recomponerse del trance. Relaja los músculos de nuevo, algunos de los cuales se le
han acalambrado debido a la tensión a la que han sido sometidos. A pesar del alivio una leve
sensación de mareo se queda con ella.
Tras unos instantes de recuperación cae en la cuenta de que no está sola en la sala y tal vez haya
hecho algún ruido o movimiento molesto para algún otro de los presentes. Como no le gusta
importunar, gira levemente la cabeza a su izquierda para comprobar si alguno de sus vecinos de mesa
se ha percatado de lo sucedido y pedir disculpas si fuera necesario. A su izquierda no hay nadie
sentado. Al momento de comprobar que hacia su derecha sí hay alguien, una leve mueca de
incredulidad seguida de una pequeña sonrisa la relaja. Observa al chico que estudiaba en la mesa de
al lado, el cual ahora está durmiendo con la cabeza sobre su brazo izquierdo extendido sobre la
madera. Alejandra se pregunta para sí cómo alguien puede quedarse dormido de semejante manera y
vuelve a sus asuntos sin darle mayor importancia a lo ocurrido.
Pasan los minutos y el mareo persiste. Ya lleva más de una hora estudiando y decide darse un respiro
a pesar de que el silencio imperante en la sala la invita a continuar. Cree que bajar a la calle y tomar
el aire un poco la aliviará. Se levanta de su silla y se gira para dirigirse a las escaleras cuando una
inconcebible imagen la petrifica.
Inmóvil, observa atónita cómo todos los presentes en la sala de estudio están en la misma situación
que su vecino de mesa: unos sobre las mesas, otros sobre los respaldos de las sillas y unos pocos
tirados en el suelo conforman una vista aterradoramente fatídica. Durante unos pocos segundos ella
se mantiene de pie y completamente estática intentando entender qué ha ocurrido mientras estudiaba.
No ha oído ningún sonido, ninguna voz, nada que la llevara a sospechar que algo había pasado. Con
el corazón desbocado y la respiración entrecortada se da media vuelta hacia su vecino para intentar
despertarlo.
No hay respuesta. El cuerpo del muchacho se zarandea de forma pesada. Alejandra se teme lo peor
pero no se atreve a imaginarlo. Tiene que ser una broma. Tiene que ser una broma, repite
mentalmente tratando de controlarse. Coloca sus dedos sobre el cuello del chico para comprobar las
pulsaciones. El estrés que le ha surgido por el shock impide determinar si realmente tiene pulso o no.
Decide poner la mano sobre el pecho a fin de salir de dudas y no es capaz de registrar nada. Repite
la operación, esta vez haciendo más presión sobre el pecho.
No encuentra nada. Da unos pasos atrás llevándose la mano a la boca para ahogar un grito que ahora
mismo es incapaz de producir. Rápidamente se dirige hacia otro de los estudiantes para hacer la
misma prueba. Sus manos no encuentran latidos. Con el pulso tembloroso saca su móvil para llamar a
emergencias. Necesita tres intentos para marcar el número correctamente.
Un tono. Dos tonos. Ansiosa, espera escuchar una voz al otro lado para dar aviso. Ya son cuatro los
tonos. Cada tono sin respuesta se vuelve eterno como un pinchazo. Tras el sexto tono cuelga para
volver a llamar. Mientras espera una contestación mira al suelo contando los segundos entre tono y
tono para no perder el control sobre sí misma. No le resulta fácil, el acelerado ritmo de su corazón le
hace perder la cuenta. Puede sentirlo agitándose con violencia bajo sus costillas. Sigue sin obtener
respuesta alguna. Llama ahora a la policía y a los bomberos pero obtiene el mismo resultado.
Desiste del teléfono y baja corriendo por las escaleras para pedir auxilio. En la planta baja de la
biblioteca el panorama tampoco es agradable en absoluto y se abre camino esquivando los cuerpos
tendidos sobre el suelo. Se abalanza sobre la puerta de salida y la abre de golpe para salir a la calle
a toda velocidad pidiendo socorro a gritos. Gritos que enseguida se pierden resonando entre las
calles cuando observa la ciudad como nunca antes la había visto.
2. UN NUEVO ORDEN

Los desesperados gritos de Alejandra son lo único que ha alterado la absoluta calma del momento.
La plaza está sumida en un silencio abrumador únicamente interrumpido por el sonido que la cálida
brisa produce al agitar con suavidad las hojas de los árboles. Los viandantes que paseaban a la
sombra de los sauces yacen ahora. Los niños que jugaban cerca de la fuente e inundaban el aire con
sus gritos y risas están en silencio. Ningún movimiento, nada, altera la tranquilidad en la que se halla
la calle. Una tranquilidad en absoluto compartida por Alejandra. Da unos pocos pasos aquí y allá
observando la escena mientras un torrente de preguntas bloquea su cerebro, el cual intenta sin mucho
éxito asimilar la realidad actual.
Su mente consigue liberarse del diluvio de cuestiones que la mantiene ausente cuando piensa por un
momento en su familia. Con el corazón en un puño coloca el teléfono móvil sobre su oído habiendo
marcado ya el número de su casa. Los nervios están a flor de piel y espera impaciente una voz
familiar que la saque de su incertidumbre. Los tonos se suceden uno tras otro sin dar paso a una
respuesta. Preocupada, no duda un ápice en salir corriendo hacia su casa para comprobar por sí
misma que al menos allí todo está bien.
La situación de la ciudad no cambia conforme se aleja de la biblioteca. En las calles siguientes se
repite la misma escena dantesca. Cruza las calles lo más rápido que puede con todos sus sentidos
alerta esperando encontrar algún signo de vida por el camino. No ha guardado su teléfono, de hecho
sigue intentando establecer una comunicación. Su optimismo la lleva a considerar la posibilidad de
que ha habido algún problema de conexión telefónica y por eso no hay respuesta. Aunque realmente
no tiene mucha fe en que sea así.
Tarda pocos minutos en llegar a su calle. Nada de lo que ve ayuda a pensar para bien: más gente
tirada en el suelo, coches que se han estrellado entre sí o contra diversos elementos al desfallecer sus
conductores, un perro que trata de despertar a su amo con la correa todavía en su mano… Alejandra
guarda su teléfono para sacar las llaves. La adrenalina, el cansancio y los nervios no dejan acertar la
llave en la cerradura del portal a la primera, pero tampoco importa porque se abre sin necesidad de
introducir la llave. El ascensor no está disponible y sube por las escaleras. Sólo son dos pisos que
subir y la intriga la consume.
Acelerada como nunca y jadeando abre la puerta de casa para dirigirse rápidamente al salón donde
espera encontrar a su madre leyendo aquel libro en el sillón. Sus peores sospechas no hacen más que
ganar terreno cuando encuentra, en efecto, a Marina sentada en su sillón con el libro entre las manos.
Pero no está leyéndolo. Alejandra llega a su lado, aflorando las primeras lágrimas en sus ojos y se
derrumba al ver a su madre con la cabeza sobre el respaldo del sillón, con una mirada vacía propia
de unos ojos inertes que lo dicen todo.
Alejandra rompe a llorar mientras cae de rodillas apoyándose sobre el reposabrazos del sillón.
Toma la mano de su madre para apretarla entre las suyas. Entre sollozos la llama inútilmente. Las
numerosas lágrimas que discurren sobre sus mejillas terminan cayendo sobre el tapete del
reposabrazos. Su llanto se extiende por toda la casa. Un llanto que, desde lo más profundo de su ser,
libera la rabia padecida ante la impotencia que se siente frente a la muerte de una madre.
Durante varios minutos no se separa del cuerpo de Marina. Ni siquiera suelta su mano todavía cálida.
Para cuando recupera mínimamente la conciencia, sus ojos enrojecidos no disponen de más lágrimas
que derramar. Trata de secarse cara y se levanta para caminar, despacio y temerosa, hacia las otras
habitaciones del piso. Ya sabe de antemano lo que va a encontrarse. Pasa junto a la cocina pero allí
no hay nadie. Llega ahora al estudio de su padre y tampoco encuentra a nadie dentro.
Pasando la mano por la pared alcanza la habitación de Eduardo. Allí está él, tranquilo, descansando
sobre su cama en una siesta de la que ya no despertará. Alejandra se acerca a él para acariciarle la
cara. Al igual que ocurriera con su madre, el dolor doblega su alma. El acto reflejo de llorar le
produce picor en los ojos porque los tiene secos e irritados. Retrocede sin dejar de observar a su
hermano para salir por la puerta y seguir registrando el piso. Busca ahora a su padre por el resto de
habitaciones pero no le encuentra. Recuerda que su coche iba a estar listo para ésta tarde y deduce
que el cuerpo de Juan Martín se ha quedado en el taller, o camino de él.
Completamente derrotada se sienta en el suelo del pasillo apoyando su espalda contra la pared, no
quiere seguir viendo a su familia por ahora. Su mente se queda en blanco con la vista en ninguna
parte. Finalmente se ha rendido a la tragedia. No queda nadie. Se ha quedado sola. Sola en el mundo.
Y lo que es peor, sola en la vida. Se siente abandonada sabiendo que nadie aparecerá para
acompañarla. Tiene la cabeza ocupada por cuestiones que van más allá de su entendimiento, atascada
en un bucle infinito del que no obtiene ninguna respuesta lógica.
Pasado un número indeterminado de minutos un estímulo la devuelve a la tierra. Es un sonido y lo
percibe claramente: alguien está subiendo rápido por las escaleras. Por un momento cree que ya está
empezando a enloquecer y que tiene alucinaciones. No puede evitar asomarse a la puerta de entrada
para ver, sea alucinación o no, a Juan Martín llegar al rellano del piso. Parece agotado. Alejandra se
lanza hacia él aun a riesgo de que sólo sea una ilusión, pero por suerte es real.
Su padre la recibe con los brazos abiertos mostrando lágrimas de alegría y una expresión de
incredulidad. Ambos se dan el abrazo más fuerte y sincero que se puede imaginar. No hay palabras
entre ellos. Juan Martín estrecha a su hija contra él, acariciándole la cabeza. Ella, por su parte, se
aferra contra el pecho de su padre y le agarra con fuerza. No quiere volver a separarse de él.
Tras unos segundos reconfortantes para ambos, entran en el piso. Sin que Alejandra se suelte del
brazo de su padre, éste enseguida se preocupa por el estado del resto de los familiares.
–Hija, estás bien ¿verdad? –pregunta Juan Martín–. No tienes buena cara.
Alejandra asiente secándose las pocas lágrimas que le podían quedar.
–Dime –continúa Juan Martín–. Tu madre y tu hermano…
Al oír la pregunta, Alejandra mira a su padre a los ojos sin decir nada pero con una expresión que
transmite todo lo que Juan Martín quiere saber.
–Está bien. Está bien, pequeña –Trata de consolarla Juan Martín abrazándola de nuevo.
Juan Martín se dirige ahora al salón para dedicar unos últimos momentos a su mujer. Alejandra, un
poco más tranquilizada, no quiere entrar y se suelta del brazo de su padre para esperar en el pasillo.
Juan Martín clava su rodilla a los pies de Marina y extiende su mano hacia el rostro de su mujer. Una
suave caricia cierra sus párpados y continúa por la mejilla y después su brazo. Sin dejar de admirar
su rostro, la mano de Juan Martín alcanza ahora el antebrazo de Marina y se detiene sobre él. Con su
otra mano, coloca la de su mujer de manera que su palma le toque su antebrazo y le acaricie al paso.
Juan Martín continúa moviendo su mano, acercándose a la de Marina. No es capaz de seguir
observándola en ese estado y baja la mirada, tratando de contener su emoción, hacia sus manos ahora
tan próximas. Una rabia irracional invade su corazón y respira profundamente para frenarla. Sabe que
no debe perder el control.
Alejandra le observa desde la esquina en la que se apoya. Aunque su padre sabe disimular bien, ella
entiende perfectamente por lo que está pasando y no soporta verle sufrir de tal manera. Se acerca a él
sin dirigir la mirada a su madre, porque no se atreve a ello, para pasar su brazo alrededor de los
hombros de su padre y ayudarle a levantarse.
Al igual que hiciera su hija, Juan Martín se dirige ahora a la habitación de Eduardo. Alejandra le
sigue como su sombra. Tras unos breves momentos de dolorosa contemplación, Juan Martín toma un
par de sábanas de uno de los cajones para tapar con ellas los cuerpos sin vida de sus familiares.
Bastante tortura es haber conocido su muerte como para además tener que ver sus cuerpos.
Dirigiendo ahora su mirada a su hija y dedicándole una sonrisa de alivio, la guía hacia la cocina
donde ambos toman asiento. Juan Martín está pensativo, apoyando su mentón sobre sus manos y con
la vista perdida. Alejandra, frente a él, es incapaz de contener sus palabras de preocupación.
–Papá ¿Qué está pasando? –pregunta Alejandra tensa.
–No lo sé, hija. No lo sé –responde Juan Martín, orientando ahora su mirada hacia ella–. Pero no
sabes cuánto me alegro de que al menos tú estés bien.
Alejandra le sonríe levemente en agradecimiento y coloca su mano sobre la de su padre, llevándola
sobre la mesa.
–Lo único que sé es que no queda nadie –prosigue Juan Martín volviendo la vista al infinito–.
Estando en el taller hablando con el mecánico, me he mareado y me he caído al suelo, casi pierdo el
conocimiento. Cuando me he recuperado todo el mundo estaba tumbado en el suelo. He llamado a
emergencias y no cogía nadie el teléfono. Después he llamado a casa y tampoco lo cogía nadie. Me
he apurado y he venido corriendo. Hubiese venido en coche, pero no estaba terminado del todo.
Aunque no hubiera llegado muy lejos, todas las calles estaban atascadas.
Las palabras del padre no arrojan nada de luz al problema. Pero relajan un poco a Alejandra.
–Tú estabas en la biblioteca –dice Juan Martín–. ¿Allí ha ocurrido lo mismo?
–Sí. Bueno… parecido –contesta Alejandra–. Mientras estudiaba me ha venido uno de esos
pinchazos que me ha dejado un mareo. Cuando iba a descansar un poco he visto que todos… que
todos estaban…
Alejandra no puede continuar la frase sin emocionarse de nuevo recordando la escalofriante imagen
grabada para siempre en su memoria. Viendo el rostro de su hija, Juan Martín le hace saltarse la
explicación.
–Entonces has llamado a emergencias y nada ¿verdad? –deduce Juan Martín.
Alejandra asiente con la cabeza sin poder afirmar por voz.
–Y después has llamado a casa y tampoco –prosigue Juan Martín–. Y decidiste venir.
–Ha sido horrible. No… no había nadie –explica Alejandra de la mejor manera que puede–. Las
calles estaban en silencio. Cuando he llegado aquí, bueno… Ya no sabía qué pensar. Creía que me
había quedado yo sola.
–Tranquila, tranquila –dice Juan Martín para tranquilizarla–. Ya no estás sola, cariño.
Juan Martín aprieta con un poco más de fuerza la mano de Alejandra. Siente una enorme lástima por
ella. Le duele que su querida hija haya tenido que pasar por todo esto. Aunque por el contrario, está
contento de que siga aquí: Ella sería la primera persona a la que él salvaría si se diera el caso.
Tomando conciencia de la situación Juan Martín sabe que no deben quedarse esperando, que hay que
hacer algo aunque sea para distraer a la mente. Tiene una idea: probablemente fuera de la ciudad no
haya pasado nada y decide llamar a hermanos suyos para dar noticia. Un par de ellos se fueron a
otras ciudades hace tiempo. Uno de ellos vive en Barcelona. Aunque está relativamente cerca, unos
ochenta kilómetros al norte siguiendo la línea de la costa, Juan Martín confía en que allí no haya
ocurrido nada. Marca el número del móvil de su hermano y espera respuesta. Varios tonos dan paso
al buzón de voz. Mala suerte, igual lo tiene en silencio, piensa al colgar tratando de ocultarse a sí
mismo un motivo menos trivial. Prueba ahora con el número de casa sin obtener respuesta.
–Deben estar fuera de casa –dice él en voz alta.
La terrible sospecha se forja en su mente. Por un momento, Alejandra ha albergado esperanza pero el
semblante de su padre y los sucesivos intentos fallidos no tardan en dilapidar ese sentimiento. El
teléfono llama ahora a Madrid, donde vive el otro de los hermanos que se mudaron. No puede haber
afectado tan lejos, piensa Juan Martín ahora. Sus esperanzas caen por tierra conforme los tonos se
suceden para terminar muriendo al saltar la voz del contestador automático. Una voz que últimamente
se está volviendo familiar. Y que genera cierta ira.
Evitando entrar otra vez en un estado melancólico, Juan Martín busca un nuevo quehacer. Empieza a
discurrir y concluye que, en el peor de los casos, la situación no va a mejorar en absoluto. En tal
caso es conveniente prepararse. Si no queda nadie en la ciudad, en consecuencia no hay nadie para
encargarse de todos los sistemas de servicios urbanos. Es cuestión de tiempo que la luz y el agua
dejen de llegar a los edificios.
Sin dudar un momento, ordena a Alejandra que coja papel y bolígrafo para ir apuntando todo lo que
van a necesitar de ahora en adelante. Lo primero en lo que piensa es en el agua, imprescindible para
la vida, por lo que determina que tienen que llenar todos los depósitos, botellas y baldes de los que
dispongan, para tener reservas de agua cuando ésta deje de fluir. El siguiente aspecto a considerar es
la comida pero, suponiendo que no va a haber electricidad, necesitan comida que no precise frío para
mantenerse comestible. Cualquier tipo de conserva les será útil: aprovisionarse de comida es el
siguiente paso, aunque de momento pueden ir consumiendo la que todavía se conserva en el
frigorífico. La falta de electricidad será un gran problema: las linternas y la cocina de gas guardados
en el trastero del ático también son fundamentales. No estaría mal conseguir también pilas eléctricas
y alguna bombona de gas extra por si la situación se prolonga demasiado, recapacita Juan Martín.
Herramientas: siempre está bien tenerlas a mano.
Los aspectos básicos ya están cubiertos. Otros aspectos secundarios como: entretenimiento para las
largas horas de inactividad, medicamentos por si acaso, mantas y ropas de abrigo que aún no hacen
falta o qué hacer con los cuerpos de Marina y Eduardo los deja para más adelante porque no tienen
tanta prioridad.
La lista básica de materiales y prioridades está terminada. Es hora de empezar a moverse. Juan
Martín prefiere distribuir el trabajo en dos días de manera que la búsqueda de comida y fuentes
energéticas la lleven a cabo al día siguiente dejando para hoy el almacenamiento de agua y subir al
trastero. Se dividen las tareas: mientras Juan Martín sube al trastero a por las linternas y la cocina de
gas, Alejandra se ocupa de buscar baldes y llenarlos de agua.
Rebuscando por toda la casa, Alejandra encuentra botellas, cubos y barreños suficientes. Entre tanto
su padre baja del trastero con una pequeña bombona de gas y su accesorio para cocinar, la caja de
herramientas y las linternas. La bombona está medio vacía pero Juan Martín estima que llegará para
varios días; y las linternas no tienen pilas aunque confía en que no hagan falta todavía.
Habiendo dejado todas las cosas en el salón, Juan Martín se dispone a ayudar a Alejandra con el
agua. Se lleva con él uno de los baldes al cuarto de baño, que se ubica casi al fondo del pasillo.
Alejandra, que camina ahora por el pasillo en dirección a la cocina para dejar las botellas llenas, se
queda pasmada al pasar por el salón. Está pálida y boquiabierta, como si hubiese visto un fantasma.
No es para menos. Ante sus ojos desorbitados, la sábana que cubría el cuerpo de su madre sobre el
sillón está en el suelo. Y su madre, o lo que antes era su madre, está de pie frente al sillón. Los
músculos se le congelan y Alejandra deja caer las botellas que llevaba en las manos. Su madre se
gira y descubre su rostro: un rostro más desfigurado que lo que se recordaba. Con la piel en un tono
blancuzco y con diversas manchas, centra su mirada vacía en Alejandra, quien ha entrado en estado
de shock y no puede reaccionar. Su madre se mueve de forma lenta y algo torpe pero empieza a
caminar hacia ella con los brazos extendidos hacia delante y emitiendo unos gruñidos ininteligibles.
De su boca abierta caen hilos de saliva. Alejandra, paralizada por el miedo, no es capaz ni de hablar.
Sin salir de su estado catatónico, la mano de su padre agarra su brazo y tira de ella con fuerza hacia
el pasillo. Alejandra sigue sus pasos sin perder de vista a su madre. Los sonidos extraños son los que
han alertado a Juan Martín, quien tampoco entiende qué pasa pero no permite que su hija corra ningún
peligro. Juan Martín la guía hacia la habitación del matrimonio, al fondo del pasillo.
Avanzando a paso ligero muy cerca ya de la puerta de la habitación, Eduardo o algo que se le parece,
sale con violencia de su habitación con una clara intención de ataque. Juan Martín reacciona rápido y
de un empujón lo devuelve adentro. Lanza a su hija hacia la última de las habitaciones del pasillo y
aguarda un momento frente a Eduardo para ver qué está pasando. Ve cómo el cuerpo de su hijo se
reincorpora para dirigirse hacia él con un gesto poco amistoso y unos gruñidos más fuertes que los de
Marina, la cual sigue avanzando despacio pero constante por el pasillo. En vista de la situación, Juan
Martín opta por la opción segura y sigue a su hija que, sentada en el suelo, no da crédito a lo que ve.
Nada más pasar el umbral, Juan Martín cierra la puerta y trata de bloquearla con la mesa del
escritorio. Los golpes de Eduardo sobre la puerta la hacen vibrar. Juan Martín afianza el escritorio y
se aleja de la puerta para colocarse cerca de su hija y rodearla con sus brazos. Ambos se quedan
expectantes, deseando que la puerta y el escritorio resistan los embistes. Pronto cesan los golpes.
Alejandra sale de su shock al ver un arañazo profundo sobre el brazo de su padre. Es una herida
abierta y de dimensiones considerables que gotea sangre.
–¡¡Papá!! ¡¡Tu brazo!! –exclama Alejandra separándose un poco para observar mejor la herida.
Juan Martín ni se había dado cuenta, probablemente por la adrenalina segregada en el momento. El
arañazo se extiende desde el codo hasta pasada la muñeca sobre el brazo derecho.
–Creo que ha sido tu hermano –responde Juan Martín–. Debe haber sucedido cuando le he empujado.
–¿¿Qué está pasando ahora papá?? –pregunta Alejandra fuera de sí–. ¿¿Qué hacemos?? ¡¡Esto es un
infierno!!
Alejandra está histérica. Su padre, por el contrario, parece bastante más calmado pero es pura
fachada. Su mente va relacionando y deduciendo conceptos que hasta hace unas horas serían propios
de una mente perturbada pero que ahora, visto lo visto, no parecen tan imposibles. De tantas
películas que ha visto, el género de terror nunca le ha llamado mucho la atención. Sin embargo se le
hace inevitable pensar en el fenómeno zombi: los muertos se levantan para atacar y devorar a los
humanos que quedan vivos. El panorama no pinta bien. Sobre todo porque en dicho género de
películas, un ataque como el que ha sufrido supone una infección que no se puede detener y que
terminará por consumirle y transformarle en otro zombi. Si tal cosa sucediera, se convertiría en una
amenaza para Alejandra, algo que no puede permitir.
Juan Martín sacude su cabeza para espantar esas ideas. Simplemente son patrones que se repiten en
un tipo de película. Y dichas películas son producto de la imaginación, nada que pueda demostrarse
que sea así. Pero con su hija en medio no quiere correr riesgos. Decide buscar un refugio por su
cuenta y esperar en solitario para comprobar que sus temores son falsos. Pasado un tiempo
prudencial volvería a casa.
Juan Martín vuelve ahora a la realidad inmediata. Ahora mismo están en una situación muy
comprometida: están sitiados en una habitación sin agua, armas o comida y con dos muertos
vivientes, uno de ellos agresivo, rondando por la casa. Alejandra los oye caminar y gruñir, lo cual la
pone todavía más nerviosa, moviéndose de un lado a otro. Pero se detiene al momento al escuchar a
su padre.
–Tengo una idea –dice Juan Martín–. Sea como sea, esos dos tienen que salir de casa, pero parece
que ni siquiera son capaces de abrir una puerta. Así que tendremos que abrírsela para que salgan.
–Y… ¿Y cómo piensas hacerlo? –pregunta Alejandra temiendo la respuesta.
–Simple: salir, abrir la puerta y llevarlos a la calle –sentencia Juan Martín.
Esa es la clase de respuesta que más temía Alejandra. Abrir la puerta de entrada implica salir de la
habitación y exponerse al peligro de un ataque. Pero aunque Alejandra lo ignore, da la posibilidad a
Juan Martín de alejarse de su hija para hacer su comprobación.
–¡No, no, no! ¿Estás loco? –pregunta Alejandra–. ¿Cómo vamos a salir?
–No –responde Juan Martín con sequedad–. Tú te quedarás aquí y yo los llevaré abajo.
A cada nueva explicación del plan, Alejandra niega con la cabeza.
–No, no, por favor, papá. –niega Alejandra–. No salgas ¡Ya se irán!
Alejandra rechaza rotundamente la idea de volver a separarse de su padre. No quiere volver a estar
sola ni un minuto. Mucho menos si su padre se expone al peligro de esa manera.
–No seas ingenua Ale –se queja Juan Martín–. No tienen ninguna razón para salir, a no ser que yo se
la dé. Te diré lo que vamos a hacer.
Juan Martín se reincorpora con cuidado de no tocar nada con su brazo herido. De pie, busca con la
mirada por la habitación. Perfecto, piensa al ver una silla de madera. Retira las cosas que hay sobre
la silla y la coge sujetando con su brazo izquierdo el respaldo y con la derecha el asiento de manera
que el respaldo queda sobre su costillar izquierdo y las cuatro patas de la silla van por delante de él
a modo de lanza.
–Ahora viene tu parte, Ale –anuncia Juan Martín–. Vas a abrir ésta puerta. Yo saldré con la silla por
delante, me protegerá. Cuando llegue al salón los atraeré a la salida. Abriré la puerta y saldré por
ella para que me sigan. En cuanto los pierdas de vista, ve corriendo a cerrar la puerta de entrada
¿Está claro?
Alejandra está desconsolada. No quiere dejar que su padre se arriesgue tan fácilmente. Pero también
sabe que tiene razón. No tendrían posibilidades si no consiguen asegurar un perímetro mínimo.
–¿Y después qué? –inquiere Alejandra preocupada–. ¿Qué harás cuando te sigan y no puedas volver?
–Me los llevaré hasta la calle –aclara el padre–. Una vez allí los despistaré y buscaré un refugio para
que no centren su atención en este bloque. Mañana por la mañana volveré tranquilamente a casa.
Juan Martín sonríe a su hija tratando de quitar hierro al asunto. Ha ocultado parte de información
para no preocuparla demasiado. Aunque no lo consigue.
–Atenta ahora –dice Juan Martín–. Si por cualquier razón no vuelvo, quiero que te vayas de aquí
cuando se calmen las cosas y que busques a más gente. Si tú y yo estamos vivos, a la fuerza tiene que
haber más personas.
Alejandra está ahora a su lado. Ella no sabe mentir sin que se le note pero es capaz de reconocer una
mentira aunque esté bien hecha. Cree con bastante firmeza que Juan Martín no va a volver. Aun así,
de nuevo con los ojos llorosos, le pregunta si volverá. Juan Martín deja la silla en el suelo para
colocar sus manos sobre la cabeza de su hija. Mirándola a sus ojos enrojecidos responde que se lo
promete para después darle un beso en la frente. Ahora mismo Alejandra no sabe si le está mintiendo
o no.
Alejandra aparta el escritorio y coloca su mano sobre el pomo de la puerta. Juan Martín coge la silla
de nuevo, respira una vez profundamente y le indica a Alejandra que abra la puerta. Con un gesto de
tristeza ella obedece. Mira a su padre por última vez rogándole que desista de su idea. En cuanto la
puerta está abierta, Juan Martín sale a toda velocidad a través con la silla por delante dispuesto a
embestir lo que sea.
Eduardo seguía en el pasillo. El ataque le coge de espaldas y se queda atrapado entre las patas de la
silla. Juan Martín sigue avanzando y de un empujón envía a Eduardo hasta el salón, donde está
Marina. Juan Martín se dirige por el recibidor a la puerta de entrada para abrirla. Sin soltar la silla,
abre la puerta y desde el rellano grita para llamar la atención de los dos peligros andantes. Éstos
actúan según lo esperado y siguen a Juan Martín escaleras abajo. En dicho momento, Alejandra corre
por el pasillo para completar la tarea que debe hacer. En cuestión de segundos cierra la puerta y echa
la llave. Todavía puede oír a su padre dando voces por las escaleras.
Ella se asoma ahora a la ventana del salón que da a la calle del portal. Parece que no sólo Marina y
Eduardo se han alzado, sino que todos aquellos que estaban tendidos en el suelo ahora están en el
mismo estado que su hermano y su madre. Alejandra ve salir a su padre del portal con la silla
todavía en su poder. Sin soltarla empieza a correr calle abajo. No necesita correr rápido porque sus
perseguidores son bastante lentos. Esta ventaja le da tiempo suficiente para volverse hacia la ventana
por la que se asoma Alejandra y mandarle un saludo con el pulgar levantado hacia arriba. El resto de
gente muerta que camina por la calle detecta su presencia y se dirige hacia él. Juan Martín sigue
corriendo calle abajo para doblar la esquina seguido por una turba tenebrosa.
Alejandra cierra la ventana. Retrocede despacio para quedarse en mitad del salón de pie, con la
mirada gacha y el alma deprimida. Su padre ha salido pero no sabe si volverá o no. Conserva una
pequeña esperanza, tal vez se ha equivocado y realmente no le mentía al prometer que volvería, pero
ella no suele fallar en esas cosas. Aun así, se niega a aceptar la derrota: Juan Martín sigue vivo, y
ella sabe que luchará por su vida para poder volver.
Se sienta en el sofá. El día está siendo excesivamente largo y duro. Cierra los ojos tratando de
abstraerse de la realidad pero no es fácil. En realidad se le hace imposible no pensar en todo lo que
ha visto y sentido desde el instante en el que se levantara de la silla de la biblioteca para descansar.
Desde ese instante, ese maldito Instante, la vida ha cambiado por completo. Numerosos flashbacks
atacan su ánimo: la sorpresa en la biblioteca, la visión de una ciudad fantasma, su madre sobre el
sillón y posteriormente de pie, el ataque de Eduardo, la última mirada que su padre le ha dedicado…
Se echa ahora en el sofá colocándose en posición fetal. Susurra el nombre de su padre entre sollozos.
Se ha jugado su vida para que ella conserve la suya. Una pequeña sonrisa se esboza en su cara
mientras revive los momentos alegres que vivió con su padre. Sin querer interrumpir los agradables
recuerdos, en un tono muy bajo, da las gracias a su padre. Gracias por todo lo que ha hecho por ella.
Los minutos van pasando y Alejandra pierde la noción del tiempo. Está enfrascada en sus memorias,
que la protegen de la realidad. En un momento de lucidez echa un vistazo al reloj. Ha pasado bastante
más tiempo del que sospechaba y no le ha venido mal: se siente un poco mejor. Ya son más de las
nueve y media de la tarde. Aunque sea hora de cenar no tiene hambre. Sin embargo sabe que tiene
que comer ya que se acercan tiempos difíciles.
Preparada la cena se sienta a la mesa. Hoy cenará ella sola. No es la primera vez pero esta vez es
distinta. La cena se vuelve insípida al masticarla, todo ha cambiado. Habiendo terminado de cenar
friega los cacharros, todavía hay agua corriente y su sonido es agradable. A estas alturas de la noche
Alejandra suele entrar a Internet. Prueba a abrir el navegador pero, como sospechaba, no es posible
establecer una conexión, la línea está caída. En el televisor se encuentra algo parecido: en muchos de
los canales aparece un cartel pidiendo disculpas por las molestias, ya que tienen problemas técnicos;
en otros canales ni siquiera eso, simplemente aparece una imagen congelada desde hace horas o la
pantalla en negro. No la sorprende en absoluto. Por suerte todavía le quedan los libros.
Opta por retomar la lectura del libro que estaba leyendo, cualquier entretenimiento es bueno. Con el
libro en la mano se sienta en el suelo del recibidor cerca de la puerta de entrada. No ha perdido la fe
en que su padre vuelva y, si vuelve, no quiere hacerle esperar frente a la puerta. Se concentra en su
lectura avanzando en la historia para olvidar momentáneamente la tristeza. Va pasando las páginas
conforme avanza la noche.
Llega a un punto en el que el sueño la hace cabecear y perder el hilo de la historia. Se iría a la cama
a dormir pero no sabe cuándo volverá Juan Martín, por lo que se acomoda como puede cerca de la
puerta. Cierra la luz y trata de conciliar el sueño evitando a toda costa cualquier pensamiento que la
devuelva a la depresión. No es el mejor sitio para dormir, tampoco la mejor postura, pero no tarda ni
un minuto en sucumbir al sueño. El día de hoy ha sido especialmente agotador.
En mitad de la noche un atronador estruendo la saca de su descanso. El sonido viene del exterior y
es tan ensordecedor que resulta excesivamente molesto. Alejandra corre hacia la ventana para ver
qué está pasando. Cuando abre la ventana el sonido se vuelve aún más insoportable. Es el sonido de
un avión. Pero la aeronave está pasando muy cerca de los edificios, demasiado cerca. Alejandra lo
ve alejarse en el cielo nocturno mientras se destapa los oídos para perderlo pronto de vista tras los
edificios de enfrente. De repente otro estruendo da paso a una imagen poco habitual: pedazos del
avión que acaba de estrellarse salen despedidos por los aires seguidos de cascotes y demás
escombros. El suceso la conmociona. Por lo visto ahora el peligro también puede venir del cielo.
De repente siente frío. La noche es fresca y no lleva ropa abrigada. Aunque se ha desvelado pretende
seguir durmiendo en su puesto de guardia, pero mejor con una manta. Con las luces encendidas
camina al pasillo para dirigirse a su habitación y coger una manta y la almohada. Antes de llegar a la
puerta la luz se desvanece. Por la ventana sólo entra más oscuridad porque en la calle tampoco hay
corriente eléctrica. El apagón repentino la ha puesto en tensión. Por un segundo se queda quieta en el
pasillo envuelta en una absoluta oscuridad. De nuevo el miedo hace aparición y con un hilillo de voz
alcanza a pronunciar algo.
–Luz.
Acto seguido un haz potente de luz surge de algún punto cercano a ella e ilumina de sobra todo el
pasillo. El susto provocado la hace dar un brinco hacia delante mientras se da la vuelta para ver de
dónde ha salido esa luz. Con la respiración acelerada y el corazón a mil se da cuenta de que la luz,
que ha menguado en intensidad, se mueve con ella y está a su derecha. Trata de encontrar la fuente
con sus manos dando rápidos aspavientos. Da un paso hacia atrás tanteando la oscuridad. El haz se
mueve rápido y de forma aleatoria.
Casualidad o no, coincide con sus movimientos, lo cual es todavía más perturbador. Sea lo que sea,
lo tiene encima aunque ella no sienta su tacto. Entre aspavientos se da cuenta de que el foco de luz
está en la palma de su mano derecha. Con más miedo que intriga, cesa sus movimientos y acerca la
palma a su cara para inspeccionarla de cerca. La mira de soslayo para no deslumbrarse. Con la otra
mano pasa los dedos por la palma buscando el emisor de luz. Sus dedos sienten su palma y su palma
siente sus dedos, parece que no tiene nada en su mano aunque la luz emitida enrojezca sus dedos.
Ahora realmente cree que se ha vuelto loca. Abriendo y cerrando su mano la intensidad de la luz
varía. No entiende lo que ve, si es que lo que ve es cierto. Cierra completamente su mano y la luz
desaparece. Vuelve a abrir la mano pero ya no hay luz. Se queda un momento pensando en lo que
acaba de ver. Analizando fríamente la situación lo tiene claro: padece alucinaciones.
Trata de recordar cómo ha surgido esa luz. Intenta repetir la experiencia repitiendo cada paso tal
como lo recuerda: se coloca como estaba antes, con las manos hacia abajo y mirando hacia delante.
Lleva las manos abiertas y con voz baja dice “luz”. Y ahí está de nuevo el haz que ilumina rebosante
todo el pasillo. Cierra la mano para hacer desaparecer de nuevo la luz.
Sigue igual de desconcertada. Decide tomar nota de lo sucedido para revisarlo al día siguiente, con
la cabeza más despejada. Entre la oscuridad va hacia su cuarto. No ve nada porque sus pupilas
todavía no se han acostumbrado a la oscuridad pero sabe dónde tiene las cosas. Palpando sobre la
mesa recoge un cuaderno y un bolígrafo. Va hacia el salón donde espera que entre un poco de luz por
la ventana para poder escribir con claridad, pero apenas hay luz suficiente como para ver el papel.
Intentando encontrar la manera de conseguir luz normal se da cuenta de que puede comprobar la
veracidad de lo sucedido con los zombis. Abre de nuevo la ventana y ve entre la penumbra que hay
unos cuantos vagando por la calle. Saca su mano derecha hacia fuera y repite el proceso. Un nuevo
haz surge de su palma iluminando el suelo de la calle. Los zombis se giran y caminan atraídos por la
nueva luz como si fueran mosquitos. Rápidamente Alejandra vuelve a apagar su luz. O su alucinación
es muy severa o realmente produce luz.
Se sienta en el suelo sin sacar una conclusión lógica. Vuelve al problema de escribir a oscuras.
Aunque ahora parece ser capaz de hacer luz, no puede iluminar y escribir a la vez porque es diestra.
Observa ahora su mano izquierda pensando que tal vez pueda iluminar con ella. Abre la palma
izquierda orientándola hacia el cuaderno apoyado sobre sus piernas. Esta vez ni siquiera necesita
pronunciar una palabra, le basta con pensar en el concepto de luz para que ésta surja de su mano
iluminando en exceso el cuaderno. Después de ajusta la intensidad se dispone a escribir:
Me ha salido luz de la palma de la mano al pronunciar la palabra “luz”. He podido variar su
intensidad abriendo y cerrando la mano. Si cierro la mano por completo la luz se va. La luz puede
salir de una mano u otra. Las cosas “gente” de la calle también la ha visto. Parece un foco
potente ¿Alucinación?
Antes de apagar, relee lo escrito. Está bien descrito pero aun así sigue siendo un sinsentido para su
mente. Se tumba ahora en el sofá para volver a coger el sueño pero le es imposible. No puede evitar
seguir dándole vueltas a lo que acaba de ocurrir. Siente la tentación de volver a probar pero declina
la idea. No quiere volverse demasiado paranoica y trata de encontrar otra cosa en la que pensar
mientras busca el sueño. Saltando de un tema a otro termina durmiéndose.
3. ACEPTACIÓN

Pasado un tiempo vuelve a despertar, esta vez en tranquilidad. Los primeros rayos de sol se cuelan
en el interior. Es el mejor momento del día: despertarse sin sobresaltos de ningún tipo y no ser
todavía consciente del nuevo orden en el que vive. Poco dura la tranquilidad. Viendo la luz que entra
se acuerda de su padre.
Corre hacia la puerta, no sin tropezarse con la sábana que aún sigue en el suelo, para observar por la
mirilla. Tal vez Juan Martín haya vuelto y esté fuera esperando. Pero no es así, el rellano está vacío.
Echa un vistazo por la ventana para no llevarse ninguna sorpresa agradable. Allí siguen los zombis,
probablemente los mismos de anoche, dando vueltas sin rumbo. Consigue contar ocho y se apresura a
volver adentro. Tal vez no sea buena idea que la vean. Se gira y se encuentra sobre la mesa el
cuaderno de la noche anterior. Se queda un rato mirándolo, recordando perfectamente lo que sucedió.
En realidad no necesitaba apuntar nada, pero nunca se sabe. Decide no abrirlo todavía. Es mejor
empezar el día con el estómago lleno.
Una vez en la cocina sigue la rutina de siempre: taza amarilla con leche al microondas, pero el
microondas no funciona sin electricidad. Rebusca las galletas por el armario, pero no hay. Así que
otra vez magdalena para desayunar. Esta vez no hay periódico. Ahora echa de menos aquellos
titulares pesimistas propios de un mundo normal. Terminado el desayuno va a fregar pero ya no sale
agua del grifo. Podría utilizar parte del agua almacenada pero cree que es más conveniente reservarla
para la necesidad, no para el lujo.
Tras un poco de aseo, ahora sí se atreve a abrir el cuaderno para leer su anotación. Va leyendo las
palabras con gesto escéptico. Le sigue pareciendo increíble que ella misma lo escribiera. Es un
atentado a la lógica, dice para sus adentros. Y aunque vuelve a sentir la tentación de probar su luz
para demostrarse a sí misma que no existe y que todo fue producto de su imaginación o parte de un
sueño, siente temor de que sea cierto. Lo recuerda todo nítidamente y paso por paso. Tan real y tan
irreal al mismo tiempo. Se frota la cara y se levanta para ir a la cocina. No quiere seguir pensando en
eso y alimentar la paranoia.
Se dispone a hacer algo productivo, algo útil para ir haciendo tiempo. Cree que es conveniente hacer
un inventario de comida sobre todo ahora que el frigorífico no funciona y buena parte de la comida
que hay en él se echará a perder. Se pone manos a la obra sin despistarse por un momento de la
puerta, no vaya a ser que Juan Martín aparezca. Entre labores va pasando la mañana.
Habiendo recogido e indexado todo aún no es la hora de comer. No hay noticias de su padre todavía.
Una vez más vuelve a ver el cuaderno, desafiante sobre la mesa. Con más humor que determinación o
miedo, abre la mano y la alza orientándola hacia la pared y grita bien alto.
–¡Luz!
Palidece y se le desencaja la cara al ver de nuevo el haz maldito que tanta guerra le ha dado. A pesar
de que el sol da luz de sobra, su haz personal ilumina notablemente la pared. Parece que no era una
alucinación ni tampoco un sueño. Esto no le deja lugar a dudas: es capaz de producir luz con la
palma de la mano.
Aceptada la evidencia tras un tiempo de reflexión, cierra la mano porque ya es hora de ir preparando
la comida. Hoy cocinará parte de la comida que había en el frigorífico. Mientras va friendo la carne
en su nueva cocinilla de gas piensa de dónde ha podido salir esta nueva e inusual habilidad. Tiene
bastante claro que la misma razón que volvió a la población a lo que es ahora es la que le ha dado
este don. Se pregunta si su padre, del que todavía no sabe nada, también es capaz de producir luz.
Mientras come continúa discurriendo aunque no llega a aclarar nada nuevo. Después de comer coge
el cuaderno. Esta vez lee su anotación con mucho menos escepticismo. Tacha la última cuestión y
añade una nueva frase relacionando el Instante con su luz. Por un momento ha pensado en magia.
Sabe que la magia no existe pero como últimamente está descubriendo cosas en absoluto normales no
puede rechazar ninguna hipótesis.
Cuando cree que ya le ha dado demasiadas vueltas al asunto para no obtener conclusiones, cambia de
actividad. Le gustaría ponerse a estudiar por seguir la rutina y mantener la calma pero como se dejó
los libros y apuntes en la biblioteca no puede continuar, así que vuelve a la lectura de su libro. Lee
despacio, sabe que le sobra el tiempo y no quiere agotar su entretenimiento demasiado pronto.
Además, una lectura lenta la sumerge mejor en la historia y la relaja haciéndole ignorar las otras
cosas.
Pasan las horas y las páginas se van agotando. No ocurre nada mientras lee, todo está en calma y
cada tanto mira hacia la puerta de entrada confiando en que de un momento a otro un golpe en ella
anuncie la vuelta de Juan Martín. Para su preocupación, la tarde va avanzando sin novedades.
Cada vez que el argumento del libro se vuelve menos intenso piensa en su padre. En ocasiones le
vuelven a la mente los últimos momentos en los que estaba a su lado. A cada hora que pasa cree con
más firmeza que le mintió sobre si volvería. Cada vez que le viene este pensamiento, la dura verdad
se afianza un poco más en su mente y cuando esto ocurre vuelve a centrarse en la lectura para no
deprimirse demasiado. Aunque en el fondo siempre supo que iba a ser así.
–¿Por qué, si no, iba a decirme que me fuera de la ciudad si él no regresaba? Lo dijo porque ya sabía
que no podría volver –se pregunta y se responde Alejandra.
Ahora tiene claro que Juan Martín no va a volver. Y no porque él no lo quisiera sino porque de algún
modo le iba a ser imposible. Conoce a su padre y su forma de pensar. Le mintió porque ella, sin
quererlo, le estaba pidiendo a gritos una respuesta así. Y ella sabe que su padre no podía negarle ese
flaco favor. Ahora mismo, con las ideas claras y la verdad descubierta, Alejandra se arrepiente de
haber actuado de forma tan histérica en esos momentos. Se siente culpable por haber obligado a su
padre a mentirle en un momento tan delicado. La tristeza inunda su corazón. Cierra el libro casi
terminado, no es momento de seguir leyendo. Ahora que ya es consciente de la verdad prefiere
dedicar unos minutos a la memoria de su padre, que hizo todo lo que estaba en su mano para
mantenerla a ella a salvo. Alejandra nunca olvidará el heroico acto que su padre llevo a cabo en los
últimos minutos de su vida.
Su solitario réquiem libera un poco su conciencia del remordimiento que la atenazaba. No puede
decirse que esté completamente recuperada porque acaba de perder a toda su familia pero sí se
siente mejor ahora que lo ha comprendido todo por muy triste que sea. Una vez más ha perdido la
noción del tiempo pero no le importa. La inquietud de su estómago y un vistazo al reloj la llevan a
cenar, ya hace un rato que el sol se ha ocultado.
Hoy también cenará sola, como ayer, no obstante se siente mejor que veinticuatro horas atrás y,
aunque en realidad ahora sí que está sola una nueva fuerza la anima a superar la adversidad,
recuperando parte del optimismo. Tras la cena termina el libro que había dejado a medias y, antes de
iniciar la lectura de un nuevo libro, baraja la posibilidad de seguir las indicaciones de su padre: salir
de la ciudad en busca de más supervivientes.
Se echa a dormir en el sofá. Aunque crea que Juan Martín no va a volver siempre queda una pequeña
posibilidad, nunca se sabe. Busca una postura cómoda para dormir pero no concilia el sueño.
Mientras trata de encontrar descanso va pensando en cómo podría salir de casa y llegar al coche.
Piensa además en lo que debe llevarse consigo.
Su mente va organizando los materiales y especificando los detalles. Lo primero que debe saber es
dónde está el coche porque no es un buen plan salir a la calle y empezar a buscarlo. Esto le da pie a
otra cuestión: decide que hará pruebas al día siguiente desde la ventana para ver el comportamiento
de los zombis y conocer qué causas les motivan a moverse y demás aspectos. De momento sabe poco
al respecto pero lo poco que sabe no es muy alentador.
Cae ahora en la cuenta de que probablemente muchas calles estén atascadas con coches abandonados.
Esto es un problema grave: salir de la ciudad andando es demasiado peligroso. Lo único que cree
que puede hacer es circular, una vez en el coche, por vías de más de un carril o aquellas en las que
haya espacio suficiente para ir sorteando obstáculos.
El plan va cogiendo forma. Para no perder las ideas va apuntando en el cuaderno con ayuda de su luz
los pasos que debe dar y cómo los debe dar. El plan de fuga ya está medianamente definido. Ahora
piensa en qué cosas debe llevarse consigo. Dado que pasearse por la calle no es buena idea, cree que
lo óptimo es llevar todo en un solo viaje hasta el coche, en consecuencia debe elegir bien su
equipaje; no sólo porque más viajes aumentan el riesgo, sino porque no es capaz de llevar mucha
carga, y un exceso de carga la ralentiza elevando otra vez el riesgo.
Así pues determina que ha de llevarse consigo sólo lo más imprescindible. Si por ella fuera se
llevaría todo, pero no puede ser. Al igual que hiciera Juan Martín, prioriza lo importante: una botella
grande de agua y comida que no precise cocinarla porque no puede llevarse la cocina de gas. Aunque
sabe que puede obtener esos recursos allá donde vaya es mejor tenerlos a mano; cuanto menos se
exponga al peligro será mejor para ella. Decide añadir también el libro nuevo para pasar las horas
muertas y el cuaderno en el que está apuntando todo.
Por último añade a la lista unas pocas herramientas y una navaja. Opta por no incluir una linterna ya
que realmente ya no le hace falta. Cualquier otra cosa que necesite la cogerá del entorno cuando le
sea posible. No le vendría mal conseguir algún tipo de arma o algo que pueda utilizarse como tal.
Aunque la navaja pueda ser mortal, no sabe utilizarla como arma y además implica acercarse
demasiado a un zombi, posibilidad que rechaza a toda costa.
Cierra el cuaderno y vuelve a echarse. Sigue buscando el sueño mientras su imaginación va creando
las posibles situaciones que va a encontrarse cuando salga de casa. La excitación y el nerviosismo no
le dejan conciliar el sueño pero poco a poco va relajando su mente para caer finalmente en los
brazos de Morfeo.
Pasan las horas y se despierta de madrugada. Se despierta ella sola, no hay nada que haya alterado la
tranquilidad. Trata de volverse a dormir otra vez sin éxito. Se queda dando vueltas sobre el sofá.
Echa un vistazo al reloj que indica casi las seis de la madrugada. No han pasado muchas horas desde
la última vez que mirase la hora y eso fue antes de ponerse a apuntar sus planes en el cuaderno. Entre
la noche anterior y ésta apenas ha dormido pero no se nota cansada o somnolienta. Cree que su
cuerpo ha reaccionado a la nueva situación en la que se encuentra y está más alerta. Considera que
esa es la razón por la que duerme tan poco pero que, conforme se acostumbre, irá recuperando sus
horas de sueño habituales.
Después de un rato dando vueltas sobre el sofá y aprovechando que empieza a entrar luz, se pone
manos a la obra. Repasa rápidamente las anotaciones que hizo a la noche. Tras un breve desayuno
toma el cuaderno y empieza en una hoja nueva a apuntar lo que sabe sobre los zombis. Sabe que son
lentos pero peligrosos. También sabe que reaccionan ante el movimiento y la luz. Continúa apuntando
cosas que cree que pueden atraerles, como el sonido o distintos tipos de comida.
Ha anotado un montón de cosas que le pueden ser útiles en su investigación. Ahora debe buscar por
la casa para encontrarlas y empezar las pruebas. Se pasa la mañana lanzando cosas por la ventana y
anotando las reacciones que observa. Cuando lanza objetos de todo tipo: balones, libros, un cojín,
bolsas vacías, globos con aire, bolígrafos, aviones de papel… consigue un gran abanico de
reacciones. Sus enemigos son sensibles al movimiento y aquello que se mueva les atrae. Si el objeto
en movimiento deja de moverse mantienen su interés en él hasta que comprueban que es un objeto
inanimado. Tienden a atacar y morder a todos los objetos en los que se fijan.
Los sonidos también les atraen. Cuanto más fuerte es el sonido, más interés demuestran en lo que ha
producido el sonido. Pero si el sonido cesa pierden su objetivo y se olvidan del asunto. Alejandra
también prueba con comida. Lanza distintos tipos para saber qué clase de alimento les atrae. Queda
claro que lo único que les atrae es la carne cruda y la devoran como animales hambrientos.
En un descuido Alejandra se ha dejado ver en la ventana, lo cual provoca que todos los zombis de la
calle se concentren bajo la ventana intentando alcanzar inútilmente a su objetivo. Esta imprudencia le
permite descubrir un par de aspectos más: no hay muchos signos de inteligencia y parece que sienten
aversión por las personas. Se les nota un carácter agresivo.
Alejandra se retira al interior para que se olviden de ella. Desde el salón los oye gruñir en la calle.
Pasa más de una hora hasta que se dispersan, tiempo que aprovecha ella para sacar conclusiones y
comer algo. Una vez disgregados todos, Alejandra tiene una nueva idea. Con varios objetos pequeños
en la mano pretende atacar a los zombis y ver cómo reaccionan. Desde la ventana, y con más cuidado
que antes, va lanzando objetos con malicia a un zombi en particular.
Cada vez que un objeto impacta en su objetivo el sujeto se muestra agresivo y nervioso. No
interactúa con el resto de sujetos pero sí con los elementos que ya había en el entorno o nuevos
objetos que Alejandra le lanza. Parece que la ira le fortalece y agiliza: parece que se les puede
cabrear. El resto de sujetos ni siquiera es consciente de la situación de su compañero y siguen su
aburrida rutina.
Ya es media tarde y Alejandra se queda sin ideas ni objetos que lanzar. Es momento de releer las
anotaciones y obtener conclusiones más o menos bien definidas. La investigación le ha resultado útil,
ahora tiene una idea de cómo llegar hasta el coche sin llamar demasiado la atención. El coche, por
suerte, no está lejos del portal. Lo ha visto desde la ventana aparcado en línea y con posibilidad de
salir. Los coches estrellados y abandonados no le cerrarán el camino, al menos en su calle.
Antes de que se agote la luz diurna va preparando su equipaje. Su mochila se quedó en la biblioteca
pero puede utilizar la de su hermano. Es un poco grande, lo suficiente para meter en ella todo lo que
ha decidido llevarse. Aunque le resulta muy difícil abandonar todas sus pertenencias. Siguiendo sus
propias indicaciones, en la mochila lleva: una botella de agua, espaguetis que cocinará cuando pueda
y magdalenas, el libro de lectura, herramientas básicas, un juego de cubiertos y, como le sobra algo
de sitio, un poco de ropa de recambio. El cuaderno lo meterá antes de irse. Decide que llevará la
navaja en el bolsillo por si acaso.
Se prepara ahora la ropa. Es fundamental que elija ropa adecuada que sea cómoda y le dé un mínimo
de protección. En el armario encuentra lo que necesita: botas de monte, un pantalón vaquero, una
camiseta larga ajustada, una cazadora de cuero y para terminar una gorra. Es todo demasiado básico
pero puede librarla de al menos un arañazo.
Ahora solo falta encontrar algo que funcione como arma. No le hace falta buscar mucho porque
rápidamente recuerda el stick de hockey de Eduardo. Sin duda es perfecto, es un arma fácil de
manejar y que proporciona un mínimo de distancia de seguridad. No es mucha la longitud pero desde
luego es mejor que un cuchillo o la navaja.
Habiendo dejado todo preparado ya en el salón, repasa mentalmente varias veces los elementos para
cerciorarse de que está todo, que no se olvida de nada. Con los últimos rayos de luz solar se pone a
cenar. Hoy empezaría el nuevo libro tras la cena pero está guardado. Además, con la emoción de la
tarde aún no se había dado cuenta realmente de lo que va a hacer mañana; y ahora, con tiempo para
relajarse, empieza a ver la dimensión de su propósito.
Aunque irse de casa y ver mundo es algo que siempre había querido, le da pena abandonar el hogar
para no volver. La nostalgia empieza a aparecer antes incluso de irse. Y además el entorno es
peligroso. Pero está decidida, tarde o temprano tendrá que salir y, como dijo Juan Martín, a la fuerza
tiene que haber más gente. Si se queda sola terminará enloqueciendo.
Además, siente curiosidad por los acontecimientos recientes: saber qué ha pasado con el mundo; y no
menos importante, saber de dónde ha obtenido la capacidad de crear luz. Es algo bastante
perturbador y necesita información al respecto. Poco a poco pasan los minutos y el cansancio la lleva
a tumbarse en el sofá. Confía en que esta noche duerma más horas, va a necesitar estar
completamente descansada mañana. Entre pensamientos va pasando la noche hasta que logra
dormirse.
Por desgracia para ella el descanso dura poco. Se despierta una vez más de madrugada, lo cual
empieza a ser irritante. No sólo por el hecho de dormir poco sino porque le sobran horas y se aburre.
Además sin luz eléctrica se obliga a utilizar la suya, algo que tiene su punto de emoción, pero que
sigue siendo tan inquietante como la primera vez. Para pasar el rato hasta que amanezca vuelve a su
lista de equipaje por si descubre nuevos objetos bastante imprescindibles. Efectivamente cae en la
cuenta de que necesitará un mechero, no viene mal disponer de fuego. También cree que una manta o
un saco de dormir será necesario, pero más adelante, todavía es verano y la temperatura es lo
suficientemente templada. Añade a la lista enseres básicos de aseo y antibióticos.
Después de un rato intentando descubrir objetos necesarios se levanta, ya no aguanta más tumbada.
Aún no amanece pero el aburrimiento se hace pesado. Como no hay apenas nada que hacer se pasea
por la casa. Lleva dos días encerrada y se siente como recluida, quiere espacio y aire. Los nervios
también influyen un poco en su comportamiento. Está nerviosa y se le nota. Cada tanto mira el reloj y
se asoma a la ventana esperando encontrar los primeros rayos del día.
Los minutos pasan lentos pero antes de que la molestia pase a enfado el sol empieza a salir.
Alejandra abre la ventana para que entre la luz. Por fin el nuevo día. Ahora con más calma inicia su
rutina. Tras un breve desayuno completa su equipaje con los nuevos objetos descubiertos. Antes de
vestirse con la ropa que preparó se da una pequeña ducha aprovechando el agua que quedaba de la
reserva.
Ya ha pasado un rato desde que saliera el sol y Alejandra ya está lista para salir. Con toda la ropa
encima, la mochila a la espalda y el stick de hockey en la mano derecha, se coloca frente a la puerta
de entrada. Su mirada demuestra concentración en su propósito. Echa un vistazo atrás para ver por
última vez el que ha sido su hogar durante los veintitrés años de su vida. Con cierta melancolía,
vuelve otra vez la mirada hacia la puerta y respira profundamente. Gira la llave despacio, sin hacer
ruido y coloca su mano sobre el pomo de la puerta.
4. EL GRUPO

Le es inevitable pensarse dos veces el abrir la puerta realmente y no es tanto por el riesgo que va a
correr. Cautelosamente se acerca a la mirilla para asegurarse de que el camino está despejado.
Ahora sí, gira el pomo y abre la puerta sobre sus bisagras despacio y sin hacer ruido. Contempla el
rellano, tranquilo y silencioso como si fuera un domingo por la mañana temprano. Algo la frena a
salir y no es sólo el temor. Por un momento se queda pensativa con la mano todavía sobre el pomo.
Da un paso atrás y cierra la puerta con suavidad. Dirigiendo la mirada al suelo se pregunta si
realmente tiene la necesidad de salir. Todavía le queda agua y comida suficiente para varios días.
Pero sabe que no debe ser así, que tiene que salir porque así se lo pidió su padre. Así que vuelve a
abrir la puerta y se enfrenta otra vez al solitario rellano. Vuelve a quedarse mirándolo y, sin saber
muy bien lo que está haciendo, da unos pasos al frente. Atraviesa el dintel en alerta y una vez fuera
conserva la intención de llevar el plan a cabo. Antes de empezar a bajar decide tomar una medida de
seguridad: coge la llave de casa y la mete en la cerradura, pero por el lado exterior. Así, si tiene la
necesidad de volver rápido podrá entrar sin complicaciones.
Cierra la puerta con cuidado y se dirige a las escaleras calculando cada paso que da para no hacer
ruido. Sus oídos están a la expectativa pero no oyen nada que venga de la escalera o de las puertas
de los vecinos. Su vista está clavada en el inicio de las escaleras. A cada centímetro que avanza
aprieta con más fuerza el stick esperando un sobresalto. Cuando alcanza la esquina que tapaba la
vista de las escaleras comprueba que el tramo está vacío, lo cual no la tranquiliza lo más mínimo.
Paso a paso va bajando los escalones con el stick por delante. El rellano intermedio es mucho más
pequeño que los de los pisos. Pegada a la pared, avanza con el oído agudizado como nunca. Por
suerte sigue sin oír nada sospechoso y dobla el rellano. Enfila ahora el tramo para bajar al primer
piso. Todo parece igual de tranquilo y sin zombis a la vista.
Manteniendo las precauciones sigue bajando hasta el portal. Se arma de valor para bajar el último
tramo. Tal vez haya algún zombi de la calle vagando por el portal porque no sabe si su padre se dejó
la puerta abierta. Confía en que la puerta esté cerrada. Termina el tramo y se asoma al portal.
Afortunadamente está vacío y avanza evitando que se la pueda ver desde fuera hasta alcanzar la
puerta donde se queda agachada un momento. Se alza levemente para echar un vistazo por el cristal.
Lamentablemente, el ángulo de visión es reducido y sólo ve a tres zombis. Cambia ahora de posición
para observar el otro lado de la calle donde ve a 4 zombis más, uno de ellos especialmente cerca del
portal. Decide esperar un rato hasta que dicho zombi se aleje y la salida sea menos peligrosa.
Alejandra no lo pierde de vista al mismo tiempo que vigila al resto.
Aunque los zombis sean lentos no paran quietos, parece que no necesiten descansar. Poco a poco y
de modo azaroso el zombi se aleja del portal. Llega el momento crucial de salir a la calle. La
cobardía y el valor mantienen una pugna únicamente ensombrecida por la tensión. Barriendo la calle
con la mirada, Alejandra abre con sumo cuidado la puerta. No es fácil hacerlo en silencio y despacio
con el muelle que la cierra automáticamente pero es capaz de abrir la puerta sin alertar a ninguno de
los zombis. Todavía agachada sale del portal sujetando la puerta, con los ojos completamente
abiertos y los oídos también. Una sola señal de alerta y volverá dentro como un relámpago.
Se aprovecha de los coches aparcados en línea para ocultarse. Del mismo modo que ella no puede
ver a los zombis, ellos tampoco pueden verla a ella. Según su información y si no se han movido
demasiado, tres zombis se interponen entre ella y el coche, que dista unos veinticinco metros. Ellos
están en la calzada por lo que Alejandra cree que mientras avance agachada tras los coches no la
verán.
Y así va avanzando escasos metros hasta que un repentino y cercano sonido se expande por toda la
calle como una explosión bloqueando a Alejandra en su posición. Un gesto en falso por el susto la
tira al suelo.
Tumbada boca abajo sobre las baldosas no tarda en darse cuenta de que ha dejado que la puerta se
cerrara sola con el muelle, produciendo un portazo. Se queda quieta, sin pestañear siquiera,
concentrándose en los sonidos que oye tapados por su propio pulso. Si lo que dedujo el día anterior
es cierto, un sonido momentáneo llamaría la atención de los zombis pero éstos no serían capaces de
dirigirse a la fuente del sonido si no sigue emitiendo.
Ni siquiera se atreve a levantarse y mirar a través de los cristales de los coches para corroborar su
teoría. Pero por suerte sus conclusiones han sido acertadas: ninguno de los siete zombis sabe de
dónde ha venido el sonido y en consecuencia no se dirigen hacia ella.
Ninguno excepto uno. El que antes estaba cerca del portal, en el momento del portazo y la posterior
caída sí que estaba cerca de la acera y al oír el sonido se ha girado y ha subido a la acera desde
donde puede ver a Alejandra, que no es consciente de la situación. El zombi está unos metros por
detrás y sería capaz de alcanzar a Alejandra sin que ésta se diera cuenta si no fuera por la costumbre
que han tomado de gruñir. Y viendo a una persona los gruñidos son más fuertes. Alejandra y el resto
de zombis lo oyen. Un vistazo rápido hacia atrás confirma las sospechas de Alejandra: la han
descubierto.
Rápidamente se levanta y empieza a correr maldiciendo su suerte. Los zombis que se dirigían a su
posición guiados por los gruñidos de su semejante la ven y cambian su dirección. El zombi delator
empieza a seguirla. Aunque Alejandra es capaz de sacarle ventaja parece que ahora se han vuelto un
poco más rápidos. Los tres zombis que se interponían entre ella y el coche todavía están en la
calzada cuando Alejandra pasa a su altura. Está corriendo lo más rápido que puede con la mochila a
cuestas. El vaivén de la mochila amenaza con desequilibrarla mientras busca en su bolsillo las llaves
del coche. Cuando las encuentra, ruega para que el cierre centralizado siga funcionando.
Efectivamente funciona, pero sólo cuando está a escasos metros del coche. Un gesto de tenso alivio
se refleja en su mirada al ver los intermitentes del viejo Volkswagen que indican que está abierto. Al
momento de alcanzar la puerta del copiloto la abre y se lanza dentro del vehículo mientras trata de
girarse para poder cerrar la puerta. La brusquedad de la entrada le ha valido un golpe con la palanca
de cambios en su costado, aunque ahora mismo ni lo nota. Con la mochila todavía a la espalda y el
stick atravesado de un lado a otro del habitáculo, cierra la puerta que le ha permitido entrar y echa el
pestillo centralizado de todo el coche. Se deshace rápidamente de la mochila y la deja en los asientos
traseros, al igual que el stick.
Pasa al asiento del conductor cuando los zombis alcanzan el coche. El manotazo que da sobre un
cristal el primero de los zombis que llega infunde aún más temor en Alejandra, que trata de acertar la
llave en la ranura. Cuando la llave está dentro la gira al instante para arrancar el motor. Al tener la
primera marcha engranada, el coche se catapulta hacia delante golpeando al utilitario estacionado
delante. Los zombis siguen golpeando los cristales y la chapa mientras Alejandra vuelve a arrancar,
esta vez pisando el embrague.
Echa un vistazo a su izquierda al zombi que aporrea el cristal. Su aspecto es de todo menos bonito,
con la piel en un tono pálido con manchas y el rostro algo desfigurado. Con el coche bajo control
engrana la marcha atrás. En una situación normal realizaría un par de maniobras para salir del
aparcamiento. Pero como no es una situación normal gira a tope el volante y suelta el embrague hasta
que el automóvil golpea con virulencia al aparcado detrás. Esta maniobra ha atrapado a uno de los
zombis entre los coches, y aunque la severidad del impacto debería haberle roto órganos y huesos,
éste sigue dando golpes sobre la luna trasera con sus manos ensangrentadas.
Impresionada por la visión de la sangre sobre el cristal, Alejandra gira el volante en sentido
contrario y engrana la primera marcha, lo que le permite salir del aparcamiento. Rápidamente
endereza el volante y corrige la trayectoria del vehículo para no golpear a los coches del otro lado.
El coche se aleja rápido mientras los zombis tratan de alcanzarlo inútilmente.
Sin ni siquiera doblar la esquina de la calle nuevos zombis salen a su encuentro. El elevado régimen
del motor es un reclamo excepcional. Los zombis son temerarios y no ven el peligro por lo que se
lanzan sobre el coche, lo cual dificulta aún más la labor de Alejandra al volante. Después de todo, a
sus ojos siguen siendo personas y su reacción natural es no atropellarlos. Entre zombis y coches
parados, la calle es una prueba de obstáculos. Mientras va esquivando los estorbos estáticos y
móviles, Alejandra busca mentalmente la ruta que pretende seguir según su plan. Es primordial llegar
a una vía de salida a través de calles amplias. Pero con tanto estrés resulta difícil. De hecho, en más
de una ocasión debe retroceder para buscar un nuevo camino.
A pesar de ser su ciudad natal, Alejandra está bastante perdida. Va dando vueltas por las manzanas
buscando calles mínimamente limpias por donde poder pasar. Los continuos vaivenes del coche, la
agresividad y temeridad de los zombis, y su propio pulso, que parece el de alguien con Parkinson, no
hacen sino empeorar su situación mental. El estrés se vuelve insoportable porque no encuentra una
salida clara y empieza a desesperarse.
Durante varios minutos va dando tumbos por la ciudad, de calle en calle hasta que se acerca a un
acceso a la autopista que circunvala la ciudad. No duda en entrar a la autopista para salir de allí.
Aunque sigue habiendo coches estrellados la presencia de zombis es muchísimo menor y apenas se
encuentra un par de grupos. Sigue conduciendo con la angustia todavía en el cuerpo durante unos
pocos kilómetros dejando atrás su hogar.
En un tramo limpio de la autopista se detiene para salir al exterior a respirar y sosegarse. Su mano
temblorosa tarda en encontrar la manilla de la puerta que todavía está cerrada por el pestillo. Tras
dar un vistazo rápido al exterior, abre la puerta y se baja del coche. Sus piernas están débiles y
flaquean, amenazando con no poder mantenerla de pie. Habiendo salido del coche se apoya sobre el
capó para no caer. Aún le dura el sofoco.
Se deja caer para sentarse sobre el suelo mientras observa sus manos que aún siguen temblando por
el estrés. Ahora empieza a sentir el dolor sobre su costado producido por el choque con la palanca
de cambios al saltar dentro del coche. Se queda sentada, recuperándose durante unos minutos
mientras examina la zona del golpe. No hay nada más que enrojecimiento, simplemente le duele por
el golpe en sí, no hay nada roto. Cuando recupera la tranquilidad reanuda la marcha. Dirección:
Barcelona.
Se retira pronto de la autopista para viajar por la carretera general. Aunque cree que en la gran
ciudad será más probable encontrar gente, no descarta la posibilidad de que haya alguien en alguno
de los pueblos que salpican toda la costa. Tampoco pretende ir buscando casa por casa y calle por
calle; supone que el sonido del motor al pasar será un reclamo suficiente para alguien que esté
mínimamente atento. Además, si en algún sitio no hay zombis podría abastecerse con más recursos
tranquilamente.
Va conduciendo despacio, no tiene prisa y nadie la espera; y de esta manera es más consciente de lo
que hay alrededor. Aunque las vistas allí por donde pasa no son muy optimistas. De vez en cuando se
para y observa el mar, que parece ajeno a todo. Es una vista relajante en comparación con el paisaje
ya habitual de la carretera y de los pueblos, donde no hay más vida que la animal.
Uno de los varios pueblos por los que pasa dispone de gasolinera en las afueras. Aunque el depósito
no ha entrado todavía en la reserva no estaría mal llenarlo por si luego no fuera posible. El lugar
parece limpio, no hay zombis a la vista. Despacio, acerca el coche hasta uno de los surtidores y toca
la bocina un par de veces. Cree que si hubiera zombis éstos saldrían atraídos por la bocina. Pero
como no sale nadie a su encuentro considera que la zona es segura. Apaga el motor, abre el pestillo
de la puerta y sale del coche con el stick en la mano. Deja la puerta entornada e investiga los
alrededores sin alejarse demasiado.
Una vez ha comprobado que todo está tranquilo vuelve al surtidor para coger la manguera e
introducirla en la boca del depósito del coche. Aprieta la palanca pero no oye el típico sonido de
bombeo del surtidor ni nota el olor a gasolina.
–Qué tonta eres a veces –se dice a sí misma cuando se da cuenta de que, sin electricidad, las bombas
eléctricas de los surtidores no funcionan. La falta de gasolina no es todavía un problema pero puede
serlo en el futuro. Echa un vistazo a su alrededor por si encuentra un bidón lleno o algo que le pueda
ser útil. Lamentablemente no hay nada pero no puede evitar fijarse en las tapas de los depósitos
subterráneos. Cree que, si es capaz de abrir esas tapas, podrá extraer gasolina de algún modo. Pero
esas tapas están bien aseguradas y no sabe dónde pueden estar las llaves que permitan abrir los
depósitos de manera sencilla. Además necesitaría una bomba manual para extraer el combustible.
Toma nota de su idea en el cuaderno, en el que apunta la necesidad de una bomba manual para estos
casos.
Ya que se ha bajado del coche y el sitio es seguro, cree que puede coger lo que quiera de la tienda de
la gasolinera por lo que considera que merece la pena echar un vistazo dentro. Aunque ya ha
observado la zona deduciendo que no hay zombis, la cautela guía sus pasos. Se acerca a la puerta de
entrada despacio y sujetando el stick con firmeza. Da unos golpes sobre el cristal mientras observa el
interior donde sólo hay estanterías, expositores y un mostrador. Abre la puerta y entra dentro pasando
la mirada por todos los rincones.
La tienda sólo tiene dos pasillos paralelos, y el mostrador está en uno de los extremos. Los pasillos
están limpios, no hay nada ni nadie fuera de lugar. Asegurados los pasillos, poco a poco se acerca al
mostrador detrás del cual solía estar el dependiente. La entrada al mostrador está a un extremo de
éste y allí es a donde se dirige Alejandra. Si detrás del mostrador hay un zombi éste ya habría salido
de ahí pero Alejandra no se fía. Con el stick por delante va acercándose y ganando ángulo de visión.
Cuando ya es capaz de ver que allí no hay nadie expira aire y relaja los brazos. Parece que
efectivamente el lugar es seguro. Aun así, no puede evitar echar vistazos a los pasillos o al exterior
cada tanto para confirmar que sigue siendo un sitio seguro.
Ahora es momento de ver qué hay disponible en la tienda y qué puede serle útil. No hay mucho donde
elegir: bebidas, snacks y aperitivos, herramientas, revistas, juguetes y accesorios y recambios para
automóvil. Sin soltar su arma en ningún momento toma unas pocas bolsas de plástico para ir
metiendo en ellas lo que piensa llevarse. A excepción de un libro de pasatiempos, lo único que se
lleva son bolsas de aperitivos, chocolatinas, patatas fritas, latas de refrescos y botellas de agua que
en su momento estaban frescas dentro de la nevera. Abre una de las botellas y bebe agua de ella pero
lamentablemente ya no está fresca en absoluto. No es un día excesivamente caluroso pero ya echa de
menos la bebida fría.
Al final ha necesitado más bolsas de las esperadas y ahora hay demasiadas para llevarlas de una sola
vez, así que tendrá que hacer más de un viaje si no quiere soltar el stick. Antes de salir con las
primeras bolsas da un vistazo lento al exterior comprobando que nada se mueve o se acerca.
Manteniendo las precauciones lleva todas las bolsas al coche y las deja en el suelo de los asientos
traseros. Con un barreño de agua y un trapo limpia la sangre que los zombis de su calle han dejado
sobre el coche. Antes de subirse al vehículo da un último vistazo a la zona por si ve algo útil que
antes se le haya pasado por alto. Como todo sigue igual y no ve nada nuevo, se monta en el coche y
reanuda la marcha.
Sigue pasando despacio por los pueblos esperando que de un momento a otro una persona salga a su
encuentro pero lo único con lo que se encuentra es con zombis y desastres. Incluso se encuentra con
varios restos calcinados producto de incendios fortuitos posiblemente producidos por coches
estrellados o fuegos accidentales. El día avanza aburrido y pesimista pero las horas corren rápido.
El reloj ya pasa del mediodía. Antes de que Alejandra llegue a la ciudad decide pararse a comer
influenciada por los sonidos de su estómago. Se detiene en un tramo de carretera. Curiosamente,
antes los sitios seguros para pararse eran los pueblos o las áreas de servicio pero actualmente es
justo al revés.
Este descanso eleva un poco la moral de Alejandra. La soledad de la carretera le permite
desconectar un poco de su estado de alerta y bajar la guardia. Por otro lado puede elegir qué comer,
algo que no podía hacer hasta su paso por aquella gasolinera. De todas maneras tampoco hay mucha
variedad, pero algo es algo. Unas patatas fritas y una botella de agua no es una comida muy
saludable, pero al menos es sabroso.
Mientras come empieza a echar de menos el contacto humano. Apenas han pasado tres días desde que
viera a la última persona y ya empieza a mantener conversaciones consigo misma. Se imagina llegar
a Barcelona y descubrir que allí todo sigue igual que siempre. En tal caso su labor sería informar de
lo que ha ocurrido más al sur y explicar los acontecimientos.
Esto le hace caer en la cuenta de que, tanto si en Barcelona hay zombis como si no, si tiene que
explicarlo todo también debería decir que de su palma sale luz si ella quiere. Ignora cuál sería la
reacción de una persona al demostrar su “magia”. Desde luego que se sorprendería, pero también
podría reaccionar a mal y sentir miedo. Ante la duda, Alejandra cree que será mejor no decir nada al
respecto hasta que empiece a haber confianza. Pero todo esto suponiendo que se encuentre a alguien,
lo cual todavía no está claro.
Continúa su viaje hacia la capital sin novedades. A pesar de que se pasea por todos y cada uno de
los pueblos por los que pasa en ninguno de ellos encuentra otra cosa que no sean zombis, lo cual no
aporta ninguna ayuda. Pero Alejandra se mantiene firme en su optimismo, si se viene abajo se acabó
todo porque no hay nadie que pueda darle ánimos. Poco a poco se va acercando a la gran ciudad. Lo
sabe no sólo por los letreros y los kilómetros recorridos, sino por el aumento de encuentros. Cuanto
más se acerca a Barcelona se encuentra accidentes y zombis con más frecuencia.
Ahora mismo, conforme se va acercando al centro, se arrepiente de haberse ido de casa donde no
tenía que preocuparse por estas cosas. Y es que una vez ha entrado ya en Barcelona los problemas se
multiplican. Se le hace difícil conducir por unas calles tan atascadas y abarrotadas de obstáculos.
Evidentemente buscar supervivientes en estas condiciones es casi imposible pero Alejandra no
puede desistir. Confía en poder encontrar aunque sea una persona y para ello pasará varios días en la
ciudad si es necesario.
En algunos momentos de su búsqueda se imagina lo interesante que sería todo si no hubiera zombis.
Sería libre para ir de un lado a otro de la ciudad, entrando aquí y allá sin peligros y haciendo locuras
que de normal no haría por vergüenza. Se sumerge tanto en su imaginación que casi se choca con un
camión atravesado en una de las calles.
Ya es media tarde y no ha tenido éxito todavía en su búsqueda de supervivientes. Aún quedan unas
pocas horas de luz natural pero cree que va siendo hora de buscar un refugio para pasar la noche.
Encontrar un piso libre sería lo idóneo; y aunque dispone de su stick no se ve capaz en absoluto de
neutralizar a un zombi con él. Siempre puede dormir en el coche, no es un sitio cómodo para dormir
pero al menos es seguro y simplifica la búsqueda a encontrar un lugar sin zombis que la molesten.
Como la zona céntrica está más contaminada, un barrio un poco alejado del centro puede ser una
opción más factible. Ya ha desistido por hoy de buscar gente y se centra en observar el entorno para
determinar dónde parar. Alejándose del bullicio se encamina hacia los barrios septentrionales de
Barcelona esperando encontrar algo más de tranquilidad. Si en los barrios no encuentra lo que busca
irá a los polígonos industriales, tal vez allí encuentre la seguridad que quiere.
Siempre que los zombis lo permiten, Alejandra va despacio observando la ciudad esperando
encontrar algo que le llame la atención. Conduciendo todavía por los barrios de repente escucha un
sonido poco habitual. Baja la ventanilla del coche para percibir el sonido con más claridad. El
estómago le da un vuelco e instantáneamente sus sentidos se ponen alerta de nuevo. Está oyendo
repicar campanas.
El sonido inunda por completo las calles, lo cual hace difícil establecer su origen. Por suerte el
sonido es fácil de reconocer: son campanas de iglesia. Acelera el coche creyendo ir en la dirección
correcta mientras intenta encontrar explicaciones al sonido. Sabiendo que no hay electricidad, sólo
una persona puede producir un sonido más o menos regular tal y como lo está oyendo ahora mismo.
Mientras avanza como puede por las calles se fija en los tejados esperando encontrar un campanario
o una cruz cristiana que le dé una dirección unívoca.
Se fija por un momento en los zombis de la zona. La reducida frecuencia acústica de la campana los
despista. El sonido que se refleja en todas las paredes de los edificios no hace sino confundirlos
todavía más y en consecuencia se giran desorientados cada vez que un nuevo repique se expande por
el aire. Alejandra acelera, se está poniendo nerviosa porque todavía no sabe dónde está la campana y
en cualquier momento puede dejar de sonar. La emoción la embarga aunque pueda llevarse un
chasco. Parece que lleva la dirección correcta ya que cada vez escucha la campana con más fuerza.
Por desgracia la calle por la que entra es estrecha y está atascada. Tiene la opción de retroceder y
dar un rodeo pero no quiere perder el rastro de la campana. Además, ya lleva un rato sonando y
puede parar en cualquier momento. Sin pensárselo dos veces apaga el motor, coge el stick y sale
corriendo del coche para saltar los obstáculos. El sonido es cada vez más intenso conforme avanza
corriendo por la calle. No le importan los pocos zombis que salen a su paso y los esquiva
velozmente dejándolos atrás medio aturdidos por el sonido.
Ya está muy cerca, nota un escalofrío de nervios por toda su espalda. Antes de llegar al final de la
calle la campana acalla su monótona melodía. Por un momento Alejandra se para esperando oír algo
de nuevo pero no hay nada. Termina de bajar la calle para llegar a una plaza. Echa un vistazo
alrededor viendo varios edificios rodeando la plaza. Ninguno de ellos parece una iglesia.
Observando los tejados tampoco encuentra ninguna campana. Su mente está acelerada y no le deja
observar con detenimiento cada edificio. Da vueltas sobre sí misma, no sólo para encontrar algo o a
alguien sino para mantener una distancia de seguridad con cualquier zombi que pueda acercarse
ahora que ya no hay sonido que los aturda. No encuentra nada y empieza a considerar la opción de
volver al coche rápido antes de que la situación se vuelva más peligrosa. De repente, una voz la
llama.
–¡Eh! ¡Eh! ¡Aquí, niña! –Se escucha en la plaza.
Alejandra se gira rápida hacia la voz que la convoca. Pronto reconoce la figura de un hombre algo
mayor que le hace gestos para que se acerque rápido a las puertas de un edificio con ventanales
grandes que dista varios metros de su posición. Por un momento Alejandra duda de ir. Da unos pocos
pasos, con cautela, hacia él.
–¡Vamos, joder! –le espeta el hombre–. ¡Antes de que vengan esos putos apestados!
Alejandra obedece y acelera el paso. Antes de alcanzarle, el hombre alza el rifle que llevaba
colgado al hombro y apunta con él en dirección a Alejandra. Ésta se detiene instantáneamente
sobrecogida por la impresión. Un disparo ensordecedor le hace encogerse de miedo.
–¡No te quedes ahí parada! ¡Vamos! –Vuelve a gritar el hombre, que acaba de bajar el arma.
Alejandra alza la vista otra vez para verle de nuevo haciendo gestos para que vaya rápida. Echa un
vistazo atrás para darse cuenta de que este hombre no le apuntaba a ella sino al zombi que se
acercaba por detrás y que ahora yace quieto en el suelo sobre un charco de sangre con la cara
destrozada. Alejandra sube los escalones rápido y llega al encuentro del tirador, que con gesto serio
le pide disculpas por la brusquedad.
–¿Estás bien? Perdona mis modales –se disculpa el tipo–. Pasa adentro.
El hombre la invita a entrar mientras barre la plaza con la mirada para posteriormente pasar dentro él
también. A su paso por la puerta la cierra a cal y canto. Alejandra observa ahora el interior.
Reconoce estar dentro de una iglesia por los largos bancos de madera y los crucifijos y demás
adornos cristianos que pueblan las paredes. El tirador coloca su mano sobre el hombro de Alejandra,
quien todavía sujeta con fuerza el stick entre sus manos. Alejandra se gira hacia él sin ser capaz de
articular una palabra porque todavía le dura el susto.
–Tranquila, esto es seguro –explica el hombre más sosegado–. Sígueme.
El tirador inicia la marcha a través de los bancos dirigiéndose hacia el altar. Alejandra sigue sus
pasos sin perder detalle de todo lo que hay en el recinto. A pesar de que la luz natural ya empieza a
escasear todavía pueden distinguirse todos los objetos religiosos. El tirador alcanza el altar y abre la
puerta que da acceso a la sacristía. Pegada a él va Alejandra. El tirador pasa dentro y Alejandra, que
va detrás, se percata de que hay más gente en la sala. Antes de que pueda dar un saludo a los
presentes, que están ocupados en sus asuntos, el tirador alza la voz mientras se dirige hacia una silla
para sentarse.
–Señores, tenemos visita –anuncia el tirador.
Al momento de oír el aviso, todo el mundo levanta la vista para centrarla en Alejandra que, junto a la
puerta, sostiene todavía el stick por delante de ella con ambas manos y está un poco bloqueada.
Tímidamente saluda con una mano a las seis personas que la acompañan en la sacristía. Algunos de
ellos devuelven el saludo y le dan la bienvenida. Una de las personas, una mujer de unos treinta y
tantos años, se dirige hacia Alejandra sonriente. Va bien vestida con un traje que le da cierto aire
distinguido. Entre su porte y sus maneras parece alguien importante. No tarda en llegar hasta
Alejandra y, poniendo su mano sobre ella, empieza presentándose.
–¡Hola, pequeña! –saluda la mujer–. Bienvenida a nuestra casa. Yo soy Elvira. ¿Cuál es tu nombre?
Mientras va soltando su pequeño discurso cuidando su imagen, esta mujer no se corta en coger el
stick de Alejandra y dejarlo apoyado en la pared.
–Me… llamo Alejandra… Vengo de Tarragona –responde con disimulo, en parte abrumada por la
soltura de Elvira que tiene su mirada fija en ella examinándola.
–¡Vaya, vaya! ¡Desde Tarragona ni más ni menos! –exclama Elvira, con cierto gesto de exageración–.
Me gusta tu nombre. Y dime ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Has venido sola?
–Sí… he venido en coche –contesta Alejandra–. Pensaba que en Barcelona encontraría a alguien…
Parece que el hecho de que Alejandra haya llegado sola desde Tarragona en coche sorprende de
algún modo a Elvira, que sin perder la sonrisa de la cara sigue hablando.
–Bueno, pues ya nos has encontrado –continúa Elvira–. Permíteme presentarte a los demás. Supongo
que ya conoces a José, es nuestro hombre de armas –dice Elvira señalando con la mano al tirador, el
cual dedica un escueto saludo a la recién llegada sin dejar de revisar su arma. Parece que José tenga
unos cincuenta años.
Elvira coge a Alejandra de los hombros desde detrás para ir girándola y seguir presentando al grupo.
La siguiente persona es una señora mayor de una edad similar a la de José y con un pequeño perro en
sus brazos con cara de pocos amigos.
–Aquí tenemos a la señora Cardona y su adorable mascota Calígula –explica Elvira.
Antes de seguir presentando, Elvira se acerca al oído de Alejandra para decirle algo por lo bajo.
–Se llama Úrsula pero insiste en que la llamemos tal como te la he presentado –aclara.
La señora Cardona no saluda, de hecho su perro gruñe por lo bajo mientras observa a Alejandra.
Elvira continúa girando a Alejandra para seguir presentando. Ahora están frente a un hombre joven
de una edad como la de Elvira, con gafas y de aspecto un tanto extraño.
–Éste de aquí es Miguel, es un poco callado pero muy buena persona ¿verdad Miguel? –pregunta
Elvira mientras sonríe a Miguel, el cual devuelve la sonrisa, escondiéndola mientras baja la cabeza.
Antes de seguir presentando, por una de las puertas del fondo aparece un chaval joven de aspecto
socarrón, lleva algunos tatuajes y gafas de sol sobre el pelo en forma de cresta, lo cual desconcierta
un poco a Alejandra. No tendrá más de veinticinco años pero es grande. Dedica una mirada profunda
a Alejandra mientras Elvira modifica el orden de presentación.
–¡Vaya! Aquí tenemos a Christian. Es el que estaba dando golpes a la campana –Una vez más, Elvira
susurra algo al oído de Alejandra–. ¿Qué te parece? Está bien ¿eh?
Antes de que Alejandra pueda pensar en una respuesta fácil y poco comprometedora, Elvira sigue
girándola para continuar con las presentaciones.
–Ahí está Javier –continúa Elvira, sin señalar al presentado ni dirigirle la mirada.
Alejandra le saluda como al resto y Javier, cuya edad será como la de Christian, devuelve el saludo
de la mejor manera posible obviando el menosprecio de Elvira, que rápidamente termina de girar a
Alejandra para presentarle al último de los integrantes.
–Y ahí está Gerardo –dice Elvira–. Un hombre organizado donde los haya.
Alejandra da el último saludo y Gerardo lo devuelve de manera educada volviendo a sus tareas. No
es fácil averiguar la edad de Gerardo ya que su obesidad y su calvicie no juegan a su favor.
–Bueno –sigue Elvira colocándose frente a Alejandra–, supongo que te quedarás con nosotros ¿no?
–Sí, creo que sí –responde Alejandra con una leve risa–. Después de todo, es lo que buscaba.
–Además, ya está oscureciendo y es más peligroso salir –añade José con voz seria mientras va
encendiendo los cirios que dan luz a la sala.
Elvira se dirige ahora a una de las salas contiguas donde atender unos asuntos después de iluminar un
poco la habitación. Alejandra la sigue con intención de saber más.
–Esto… Elvira, sois un grupo numeroso ¿Cómo os encontrasteis? –pregunta Alejandra con
educación–. Sois las primeras personas que veo desde que salí de casa.
Elvira se gira y por un momento piensa en su respuesta.
–Mira, Ale ¿Puedo llamarte Ale? Cuando empezó todo y no sabía dónde ir, me encontré con Javi y
José que estaban como yo. De repente, esos… eh… esa gente… –Elvira no puede evitar pensar en
ellos sin dar una mueca de desagrado– Ay, qué asco dan. Bueno, esa gente empezó a moverse,
corrimos a buscar refugio y llegamos a esta parroquia. Aquí dentro ya estaba la señora Cardona con
su perro, sentada en un banco y con un rosario en la mano. Así que aseguramos todas las puertas y
esperamos a que se fueran esos apestosos pero siempre había unos cuantos fuera. José se encargó de
ellos desde lo alto de la parroquia. Esa misma noche se nos ocurrió tocar la campana por la mañana
y por la tarde para llamar a aquellos que siguiesen vivos. Al día siguiente aparecieron Gerardo y
Miguel juntos, Christian tardó un día más en llegar.
Alejandra va asintiendo con la cabeza mientras escucha la historia. Antes de lanzar otra pregunta
comenta su observación sobre el sonido de la campana.
–¡Oh, vaya! Esa campana es muy útil. Cuando venía me fijé en que el sonido se refleja en las paredes
y despista a los zombis –Alejandra se da cuenta de que es la primera vez que utiliza esa palabra para
definirlos. Por alguna razón se resistía a utilizarla.
–¡Gracias! –responde Elvira algo halagada– Supuse que ese sonido los despistaría, a pesar de que
Javier se negase a hacer ruido.
–Ah… tal vez sería para no llamar su atención –responde Alejandra, buscando una excusa
razonable–. ¿Y qué hacéis aquí o qué pensáis hacer?
–Para ser sincera… –continúa Elvira con un gesto más serio– pensábamos quedarnos aquí un tiempo,
esperando y reuniendo víveres y gente. Si pasado un tiempo no llegaba nadie saldríamos de la ciudad
en busca de un sitio mejor. Pero si como dices en Tarragona estabais igual, creo que no se puede
esperar mucho fuera de aquí.
–Bueno… –dice Alejandra con la voz más apagada– si puedo ayudar en algo… dime.
–¡Ese es el espíritu! No te preocupes, acepto tu ayuda –exclama Elvira contenta–. Pero ya para
mañana, hoy no queda mucho que hacer. Ahora, si me disculpas, tengo cosas de las que ocuparme.
Dicho esto, Elvira se gira y pone su atención sobre los papeles de la mesa dando por finalizada la
conversación. Alejandra entiende que prefiera intimidad y se marcha a donde está el resto del grupo.
Antes de que pueda acercarse a José, que es con quien pretendía hablar un poco para conocerle y
agradecerle la ayuda, Christian se interpone en su camino. Su presencia hace retroceder unos
centímetros a Alejandra. El chico es grande, de hecho parece un poco croissant. Haciendo una
pequeña muestra de prepotencia, acercándose peligrosamente y tomando pose, lanza una invitación a
Alejandra con un tono un poco avasallador.
–Oye nena, supongo que Elvira no te ha dado todavía un sitio donde dormir –dice Christian con
confianza–. Si eso vente conmigo, que tengo sitio de sobra para los dos.
Christian termina el primer cortejo enviando un guiño serio a Alejandra quien, abrumada, logra
escabullirse esquivando el contacto visual.
–Eh…sí, vale, gracias –responde Alejandra.
No quiere desilusionar al pobre chaval pero literalmente no es su tipo. Tras la huida de Alejandra,
Christian se sonríe pensando que simplemente necesita un poco más de tiempo para ganársela. Un par
de intentos más y la tendré en el bote, piensa para él de forma orgullosa. Entre tanto Alejandra llega
hasta donde está José, que sigue afanado en su rifle a pesar de que ya está reluciente.
–Hola José –saluda Alejandra iniciando la conversación. José desvía un momento su mirada hacia
Alejandra, para indicar que presta atención. Pronto vuelve su vista, otra vez, hacia el rifle.
–Gracias por la ayuda de antes –continúa Alejandra–. Y… bueno, lo siento por haberme parado.
Cuando has disparado, me he asustado.
–No hay de qué, es algo que tenía que hacer –responde José sin distraerse–. Respecto al disparo,
comprendo que te asustara pero creo que era mejor así. Si no, tal vez no hubieses reaccionado a
tiempo.
–Bueno, gracias a ti estoy bien jeje… –puntualiza Alejandra–. Por cierto, José, parece que tienes
muy buena puntería ¿no?
–Gracias, se hace lo que se puede –José sonríe ligeramente en agradecimiento–. Yo solía practicar la
caza, por eso tengo un rifle. Solía ir al monte los fines de semana a practicar la caza menor. Supongo
que con los años he ido ganando experiencia.
Alejandra sigue hablando con José preguntándole cosas sobre él, aunque José no es muy
participativo. Sus respuestas son a veces ambiguas, es como si le doliera hablar. También se interesa
un poco por Alejandra: qué hacía, donde vivía… pero no demasiado. Parece un hombre frío y poco
social. Sin embargo se le nota a gusto con la presencia de Alejandra.
Su conversación prosigue hasta que Elvira se asoma por la puerta para dar la orden de preparar una
cena. Durante unos segundos se forma silencio. Antes de que se prolongue demasiado, Javier se
levanta como voluntario y hace señas a Miguel para que le acompañe, de forma que aprenda a
cocinar. Alejandra les acompañaría pero cree que será más un estorbo que una ayuda por lo que se
queda hablando con José.
Por desgracia empiezan a abundar los silencios entre José y Alejandra: José no es muy comunicativo
y Alejandra ya no sabe qué más preguntar. De vez en cuando echa un vistazo a la señora Cardona, la
cual permanece sentada en una silla con el pequeño perro en su regazo. Ésta apenas le dirige la
mirada y cuando lo hace no parece una mirada amistosa. Es como la del perro. Probablemente sólo
sea la expresión de su cara, cree Alejandra, pero tampoco se atreve a salir de dudas todavía.
Forzando un poco la conversación con José los minutos van pasando. En un momento dado Javier
aparece de nuevo diciendo que la cena está hecha. Todos se levantan y van hacia otra de las salas.
Alejandra les sigue y llega a una sala con una mesa larga y varias sillas. En la mesa hay unos cuantos
platos, vasos y cubiertos.
Van tomando asiento mientras Miguel sirve los platos desde una perola grande. La perola contiene
arroz blanco mezclado con tomate frito. Aunque sólo sea arroz al menos es una comida caliente. La
señora Cardona es la primera en recibir plato pero no empieza a comer de él y vela para que los
demás no empiecen hasta que todos tengan el plato servido, incluido el perro, que tiene comida
especial para animales.
Alejandra no se atreve a empezar a comer hasta que lo haga el resto, y hace bien. Con los platos
servidos la señora Cardona bendice la mesa. Parece una bendición estándar pero todos la respetan,
unos más que otros. Alejandra se fija mientras tanto en cómo se han sentado todos. Elvira está en la
parte presidencial de la mesa rectangular, a un lado suyo está la señora Cardona y al otro José. Junto
a José está Gerardo, que tiene a Miguel enfrente de él. Por último, Christian está junto a Gerardo y
Javier al lado de Miguel. Alejandra cree haber elegido bien el sitio pues se encuentra cenando al
lado de Javier y no de Christian. No es que no le caiga bien, pero tal como dio él su invitación
prefiere mantener las distancias. La cena, que no dura mucho, transcurre en silencio.
–Oye, está muy rico el arroz, de verdad –dice Alejandra a Javier para romper el hielo.
–Je… se agradece. El faisán, el caviar y las demás delicatesen las guardamos para mañana –
responde Javier, con tono humorístico–. ¡Eh, Miguel! Alejandra te felicita por tu labor culinaria.
–No, no… si yo… sólo estoy aprendiendo –contesta Miguel sonriendo y bajando la mirada –. Javier
ha hecho casi todo.
–No, ahora en serio –continúa Javier volviéndose hacia Alejandra–. Estamos racionando un poco,
hay que pensar a largo plazo. Por eso no hemos hecho mucho. De hecho, si te quedas con hambre,
coge de mi plato.
–¡No, no, no! –contesta Alejandra halagada rechazando la oferta–. Si tengo más que suficiente con
esto. Pero gracias igualmente.
–Ah, bueno… como quieras –responde Javier–. Pero no dudes en pedir si necesitas más.
–Eso es –interviene Christian–. Si eso pide y te daré.
Alejandra asiente con educación y termina la conversación. Es cierto que tiene más que suficiente
pero todos tienen la misma cantidad aproximada, y sabiendo que ella come menos que la mayoría de
la gente, cree que todos o casi todos se quedarán con algo de hambre. Como para además ir pidiendo
de otros platos.
Unos terminan su plato antes que otros pero ninguno se levanta de la mesa. Si acaso para ir
recogiendo y apilando los platos en un barreño para llevarlos a fregar a otra sala. Por lo visto la
parroquia hacía servicios a la comunidad como comedor social y en consecuencia tiene instalaciones
y equipos adecuados.
–Gerardo ¿Qué más hay que conseguir? –pregunta Elvira buscando la atención del grupo.
–Uf… muchas cosas –responde Gerardo echándose sobre el respaldo de la silla–. Pero por lo menos
ya tenemos lo mínimo. Nos vendría bien tener electricidad así que habrá que buscar un generador. Y
también un vehículo para poder cargar más cosas en cada salida. Una furgoneta es lo mejor, no un
Porsche –enfatiza Gerardo mirando a Christian–. También hay que mantener la recogida de agua y
demás. Y creo que no estaría mal tener más armas de fuego.
–No me parece adecuado –dice José en su tono habitual–. Si no sabes manejarla, es mejor que no la
tengas en la mano, puede ser peligroso.
–Ya, pero… –balbucea Gerardo– yo creo que es mejor si tenemos armas.
–No, no –interviene Elvira–. José lleva razón. Es mejor así–
Gerardo acata la orden sin rechistar. El resto tampoco hace amagos de replicar bajo la mirada de
Elvira y de la señora Cardona.
–Entonces, mañana saldremos tres grupos –anuncia Elvira–: uno a por agua y alimentos, otro a buscar
un generador y otro a por una furgoneta. Mañana decidiremos el resto de detalles. Siguiente asunto:
¿Cómo tocan las guardias esta noche?
Elvira ya conoce la respuesta pero quiere mantener el control de todo. Es José quien da la
información.
–En el primer turno están Javi y Miguel, luego Christian y yo les relevamos.
Alejandra se sorprende de esta medida de seguridad. Tanto que, mientras José sigue hablando, sin
alzar la voz pregunta a Javier. A lo que él, manteniendo la discreción, aclara su duda.
–Sí, nos fijamos que los zombis no duermen. Y aunque nos aseguramos de cerrar bien puertas y
ventanas, la señora creyó conveniente hacer guardias por si acaso entran. Aunque ella no las haga ni
piense hacerlas.
–¿Que no piensa hacerlas? –pregunta Alejandra extrañada– ¿Por qué?
–Porque no forma parte de sus labores, dice –responde Javier con cierta molestia–. Me gustaría a mí
saber cuáles son sus labores.
–¿Algo que comentar, vosotros dos? –dice la señora Cardona llamando la atención de Javier y
Alejandra e interrumpiendo también a Elvira, que es quien hablaba en ese momento.
Javier se calla y vuelve la vista a la señora Cardona al igual que Alejandra, quien por un momento se
queda pensando: bien Ale, bien. Para una vez que te dirige la palabra y es para llamarte la atención.
–No, en absoluto señora- se explica Javier intentando que no parezca una excusa–. Sólo le explicaba
a Alejandra el por qué de las guardias.
La señora Cardona no parece convencerse de ello y mantiene por unos segundos la vista en Javier y
Alejandra mientras gira su cabeza hacia Elvira, que vuelve a hablar al grupo. En el momento en el
que la señora Cardona vuelve ya su mirada a Elvira, Javier hace un gesto con la mano a Alejandra
para indicarle que ya hablarán en otro momento.
–Bueno –dice Elvira terminando su discurso–, creo que ya es momento de descansar. Javier, hoy
friegas tú. Alejandra, ven conmigo, te diré dónde vas a dormir esta noche.
Todos se levantan de la mesa. Miguel acompaña a Javier en su labor ya que luego les toca hacer
guardia juntos. El resto se dirige a un pasillo donde hay varias puertas. La señora Cardona tiene su
propia habitación con cama. Los demás, excepto Elvira, duermen en salas bastante austeras donde
hay poco más que un colchón sobre el suelo y una manta. Cada cual tiene una de éstas salas. Elvira
por su parte duerme en lo que se supone es su despacho, donde también dispone de cama. Cada uno
va entrando en su habitación correspondiente mientras Elvira le muestra a Alejandra el lugar donde
va a dormir.
–No es una suite, pero por lo menos hay algo blando sobre lo que dormir –bromea Elvira.
–No, si está muy bien –responde Alejandra agradecida–. Muchas gracias por todo, Elvira.
–No hay de qué. Toma, quédate tú con ésta vela. Yo ya tengo una linterna para volver. Buenas noches
y descansa, mañana habrá muchas cosas que hacer.
–Vale, gracias. Buenas noches –se despide Alejandra.
Elvira sale de la habitación y cierra la puerta. Aunque su despacho está al lado va hacia él con la
linterna encendida. Ya en intimidad, Alejandra observa la sala con ayuda de la vela. No da mucha luz
y por un momento piensa en emplear la luz de su mano pero alguien podría entrar y no quiere ponerse
en evidencia tal como había decidido. No hay gran cosa en la sala: aparte del colchón, una almohada
y una manta, Alejandra se encuentra con un armario vacío, unas sillas, una pequeña mesa de salón y
unos cuadros en la pared.
Por alguna razón sospecha que ésta noche también va a dormir pocas horas, como viene siendo
costumbre desde el Instante. Y no tiene nada para leer pues la mochila en la que lleva todo está
todavía en el coche. Pero no le queda más remedio que resignarse. Salir en mitad de la noche y a
oscuras podría provocar una falsa alarma a los que hacen guardia.
Alejandra se dispone a dormir dejando la cazadora y el pantalón debidamente doblados sobre una de
las sillas y colocando las botas debajo. Se tumba sobre el colchón y se tapa con la manta. A pesar de
estar sobre el suelo no deja de ser cómodo. Sopla ahora la vela para quedarse envuelta por la
oscuridad en la que pretende encontrar el sueño.
Hasta que lo encuentra va pensando en sus nuevos compañeros mientras escucha a Javier y Miguel
fregando y después caminando de un lado a otro procurando mantener silencio. Piensa en José: se
pregunta si realmente es como se muestra o le pasa algo. Piensa también en Elvira: parece una mujer
simpática y atenta, como Javier, aunque algo debe haber pasado entre ambos para que haya ese
desprecio entre ellos. Tampoco puede evitar pensar en la señora Cardona y su carácter: la verdad es
que ignora el motivo por el cual se comporta de forma tan poco amistosa. De Miguel y Gerardo la
verdad es que sabe poco, mañana intentará entablar conversación con ellos para ir conociéndoles. Y
respecto a Christian, tras lo acontecido, a Alejandra le parece el típico chulo de discoteca, pero sabe
que las apariencias pueden engañar y que sólo ha sido la primera impresión. Entre pensamientos va
cayendo dormida.
5. LA INFORMACIÓN ES PODER

Una vez más se despierta en medio de la noche. Se está un rato dando vueltas sobre el colchón para
ver si concilia el sueño de nuevo pero no es posible. No sabe exactamente qué hora es pero sospecha
que está de madrugada todavía porque no se oye a nadie. Se queda sobre el colchón tapada con la
manta porque su calor es acogedor. En vista de que no va a poder dormirse otra vez no le queda más
remedio que pensar cosas.
Una vez más la oscuridad la invita a sacar su luz aunque no tiene mucho sentido utilizarla cuando ya
sabe lo que hay en la sala. Esa luz… cómo puede haber llegado hasta mí esa habilidad, se pregunta
ella. Pero evidentemente no hay manera posible de saberlo. Y antes de preguntar aunque sea
disimuladamente a cualquiera de sus compañeros, prefiere obtener respuestas por su cuenta. Ahora
que está en una ciudad grande tal vez aquí encuentre respuestas de algún tipo.
La única fuente de información de este tipo, fiable o no, era Internet. Pero Internet ya no existe.
Entonces, ¿dónde buscar?, se cuestiona. Los libros son lo único que queda. Pero no sabe qué clase de
libros pueden tratar un tema así. Si acaso los libros de magia. Ridículo, piensa Alejandra, que sabe
que la magia no existe. Sin embargo no puede encontrar ningún otro tipo de libro que explique el
fenómeno. Así pues, decide que buscará libros sobre magia y demás, a ver si en ellos hay alguna
explicación o algo que despeje alguna duda.
Por un momento piensa que, si en contra de sus creencias es magia, tal vez tenga más habilidades no
descubiertas todavía. Resulta emocionante pensar en algo así ya que las posibilidades son infinitas y
facilitarían muchísimo la vida en este nuevo mundo. Pero no, Alejandra sabe que debe tener los pies
sobre la tierra, nada de sueños y fantasías. Si le toca salir del refugio aprovechará el viaje para
buscar por su cuenta aunque será complicado y peligroso. Esa clase de libros no se encuentra en
bibliotecas, sólo en librerías y tiendas especializadas y sospecha que serán difíciles de encontrar.
Entre fantasías, planes y realidades va consumiendo el tiempo. Se da cuenta de que hay movimiento
por los pasillos. Por lo que puede oír gracias al silencio imperante es que toca el cambio de guardia.
Haciendo un cálculo rápido y aproximado estima que son alrededor de las cuatro de la madrugada.
Javier y Miguel se retiran a un merecido descanso mientras José y Christian toman el relevo.
Alejandra piensa que si mañana vuelve a dormir tan pocas horas como de costumbre se ofrecerá para
hacer guardia. De este modo no se aburrirá y seguro que más de uno agradece poder dormir más
horas: todos salen ganando.
Una vez más, las horas se hacen eternas cuando no hay nada que hacer. Alejandra espera impaciente
el momento de levantarse pero no hay nada que indique que esa hora se acerca. Cuando está a punto
de levantarse por su cuenta, ya que el aburrimiento es supremo, escucha pasos en el pasillo. A ver si
es la hora ya de una maldita vez, piensa Alejandra.
Los pasos se detienen cerca de su puerta. Parece que, sea quien sea, se ha detenido frente a la puerta
de Elvira y está entrando dentro. Aunque ser cotilla no es lo suyo Alejandra pone atención en lo que
oye. Parece la voz de Christian, que ha entrado para despertar a Elvira porque ya está amaneciendo.
Pero según Alejandra va escuchando parece que Christian ha entrado para algo más que para
despertar a Elvira.
–Buenos días, encanto –saluda Christian.
–¿Qué haces? No hace falta que te acerques tanto –responde Elvira dejando ver cierta indignación en
su tono.
–Quería despertarte de forma especial –responde Christian mimoso–. Estás sexy incluso recién
despierta.
–Vale, ya veo por dónde vas, semental ¿Por qué no vas a “despertar” a la nueva? –pregunta Elvira
para deshacerse de él– Vale que sea canija y esté plana, pero tú te tirarías a todo, ¿no? También
puedes probar con la señora Cardona.
–Antes me follaba al perro que a esa bruja –contesta Christian resoplando.
–Menos lobos, caperucita. Tira para fuera –ordena Elvira.
–Vamos, vamos… no me digas que no quieres –dice Christian parcialmente ofendido–. ¿Tú me has
visto?
–Sí, ya te he visto –aclara Elvira–. Venga, sal.
–Bueno, bueno… –dice Christian con suavidad y retirándose–. Luego te veo, jefa.
Terminada la conversación, Christian sale de la habitación. Alejandra ruega para que no entre a
“despertarla” también a ella según la sugerencia de Elvira, cuyo comentario, a pesar de ser cierto, no
deja de ser hiriente para Alejandra. Esas palabras no han hecho sino alimentar el pequeño trauma que
Alejandra tiene respecto a su desarrollo. También le hacen ver la mentalidad de Elvira. Tal vez sólo
ha sido por tener un mal despertar, piensa Alejandra inocentemente. En cualquier caso la percepción
que tiene ahora de Elvira es ligeramente distinta
Efectivamente Christian entra ahora a “despertar” a Alejandra, que no sabe cómo darle largas sin
parecer borde. Christian entra en la habitación para repetir el intento. Mientras se acerca despacio,
Alejandra se levanta para quedarse sentada sobre el colchón con la manta tapándole las piernas, para
decir con voz de recién levantada que ya está despierta. Alejandra se ha esforzado en obtener una
voz fea a ver si así espantaba un poco a Christian, pero ni por esas. Logra sacarle de la sala con la
excusa de que va a vestirse y prefiere hacerlo en intimidad. Por suerte Christian respeta su decisión y
sale de la habitación cerrando la puerta. Alejandra procede rápida para salir cuanto antes.
Saliendo de la habitación se encuentra con algunos compañeros que también acaban de levantarse.
Dando los buenos días les sigue aunque ya supone que van a la misma sala que donde cenaron ayer:
el comedor. El desayuno es escueto, poco más que unas tostadas un tanto acartonadas y algo de café
preparado por José.
Mientras desayuna, Alejandra va hablando con Gerardo. Durante la conversación descubre que
Gerardo tiene tan sólo cuarenta y ocho años aunque en apariencia tenga más. También descubre que
trabajaba en una oficina manejando stocks y personal y que por eso él se encarga de administrar el
almacén de víveres y de determinar qué se necesita. A raíz de esto y del grimoso tacto de las
tostadas, Alejandra recuerda que en su coche hay comida, posiblemente mejor conservada.
–Oye, si no te importa, puedes traerlo para añadirlo al inventario –dice Gerardo viendo una
oportunidad de mejorar la calidad–. Comeríamos algo mejor.
–Por supuesto –contesta Alejandra–. Luego te lo traigo todo para que lo incluyas.
Javier y Miguel son los últimos en levantarse. Parece que hacer guardia y dormir poco les pasa
factura. Viendo sus caras de sonámbulos, Alejandra se avergüenza de no haberse ofrecido antes para
las guardias para que al menos uno de ellos estuviera más descansado. Aparece después Elvira con
la señora Cardona, ambas con un aspecto más cuidado. El pelo despeinado de Alejandra provoca una
mueca de contención en Elvira y, como siempre, un gesto de indiferencia en la señora Cardona, cuyo
perro la sigue de cerca esperando ansioso un desayuno en apariencia más apetitoso que el de los
demás.
Estando todos levantados unos desayunan y otros, habiendo terminado ya, simplemente esperan o se
quedan hablando. Cuando Elvira ha terminado de desayunar se levanta para continuar con el planning
que dejó a medias la noche anterior.
–A ver, necesito un minuto –dice Elvira empezando la explicación–. Esta mañana tenemos cosas que
hacer, así que prestad atención. Como ya dije ayer, hoy saldréis tres grupos con tres objetivos
distintos. Espero que para el mediodía hayáis cumplido. Gerardo y José: vosotros dos iréis al
supermercado de siempre, a seguir trayendo cosas. Ya sabéis, las cantidades de siempre. Miguel: tú
irás con Javier a buscar un generador. Si podéis traerlo, mejor; si no, esperad a que Christian y
Alejandra vuelvan con una furgoneta para cargarlo. Pero para que no volváis con las manos vacías,
podéis ir trayendo cables y luces.
Todos aceptan su trabajo. En vista de que nadie hace ningún comentario, Alejandra, que no ha
dirigido la mirada a Elvira salvo fugazmente, levanta la mano para pedir la palabra.
–¿Sí? ¿Algo que comentar? –pregunta Elvira creyendo que va a escuchar una tontería.
–Que yo sepa, los generadores funcionan con gasolina y las furgonetas con gasoil –explica Alejandra
bajo el escrutinio inquisidor de la señora Cardona–. Para ambos hará falta combustible.
–No es problema –responde Elvira conteniendo una sonrisa orgullosa–. Tenemos todas las
gasolineras de la ciudad para nosotros.
–Ya, pero sin electricidad no funcionan –especifica Alejandra–. En consecuencia no se puede sacar
combustible de los surtidores.
Parece que nadie había caído en la cuenta del problema que ya se encontró Alejandra el día anterior
ya que todos, unos más y otros menos, presentan un pequeño gesto de asombro.
–Si queremos combustible –continúa Alejandra– nos hará falta al menos una bomba de mano o
eléctrica y depósitos o bidones para guardarlo.
–Muy bien –prosigue Elvira al momento–. Ya que tú y Christian vais a volver con una furgoneta,
encargaos de los bidones. Que Javier y Miguel se encarguen de encontrar una bomba ¿Algo más que
añadir?
Tras la negación de Alejandra y el silencio del resto, Elvira da vía libre para que salgan a cumplir
con los objetivos de la mañana. Gerardo se toma su tiempo para levantarse y preparar la carretilla de
la que se ayudan para cargar. Javier y Miguel todavía no han terminado el desayuno pero Christian ya
está de pie esperando a salir por la puerta. En vista de la situación que le espera, Alejandra alarga el
momento de salir argumentando que antes hay que fregar los cacharros que se han utilizado en el
desayuno. Alejandra espera a que Javier y Miguel terminen el desayuno para recoger todo y
llevárselo a la cocina. Excepto Javier nadie presta ayuda; mucho menos Christian, que en vista de
que aún no va a salir se sienta de nuevo con gesto de aburrimiento.
Para fregar disponen de dos barreños con agua, uno de ellos con jabón disuelto. Mientras Alejandra
aclara lo fregado por Javier, éste va hablando.
–Gracias por ofrecerte a fregar –dice Javier agradecido–. Normalmente es trabajo mío. Miguel suele
ayudarme pero me parece que hoy está demasiado cansado.
–Ah, no pasa nada –responde Alejandra restando importancia–. Hay que colaborar en todo.
–Je… eso podrías explicárselo a la señora Cardona –bromea Javier.
–¡Qué dices! –exclama Alejandra–. No se me ocurriría, creo que le caigo mal.
–Lamento decepcionarte pero creo que es así jajaja –ríe Javier ante la pequeña preocupación de
Alejandra–. No te preocupes, casi nadie le cae bien. Por cierto, no esperes que haga nada por nadie
excepto por su jodido perro. Dios... el día que tenga la oportunidad lo mando al mar de una patada.
Ese perro vive mejor que tú o que yo.
–No entiendo por qué no hace nada por el grupo –se pregunta Alejandra–. Si eso es malo para la
convivencia ¿no?
–Pues sí, tienes razón –coincide Javier–. Pero cada vez que le hemos dicho que haga algo, aunque
sea como favor, nos suelta la misma frase, y repito literalmente: “yo no pienso rebajarme a hacer
cosas propias de proletarios”.
Repitiendo las palabras de la señora Cardona, Javier intenta imitar de forma satírica el tono de voz
de la señora Cardona. El humor aportado por Javier provoca una risa en Alejandra, que se mezcla
con la sorpresa de oír una frase así.
–¿Cosas propias de proletarios? –pregunta Alejandra con cierto asombro.
–Sí, sí, como te lo digo. Esa señora sigue viviendo en las épocas de las máquinas de vapor.
Alejandra creía que esas diferencias sociales estaban ya olvidadas, más aún en una situación como la
actual. Pero tras darse cuenta de que no es así se queda sin palabras. De hecho, terminan de fregar sin
cruzar más palabras significativas. Con la labor terminada vuelven al comedor para ir cada uno a
cumplir con su tarea. Se desean suerte esperando volver sanos y salvos de la expedición. Alejandra
vuelve a juntarse con Christian, que sostiene el stick que ella trajo.
–Es mejor que lo lleve yo –dice Christian respecto al stick–. Sé bōjutsu.
Acto seguido de decir esto, Christian hace una especie de malabares con el stick a modo de
demostración.
–¿Que sabes qué? –pregunta Alejandra poniendo la mano delante de ella por si acaso.
–Bōjutsu. Es un tipo de lucha con vara –responde Christian orgulloso.
Alejandra no le da más importancia y le deja llevar el stick. Pensando de forma práctica, sí que es
mejor que lo lleve él porque ella no se ve capaz de saber utilizarlo. Se dirigen a la puerta donde José
escudriña el exterior y les indica que todo está tranquilo y sin zombis. Una vez ya han salido,
Alejandra recuerda que debe coger las cosas del coche.
–Oye, supongo que será mejor buscar si vamos en coche ¿no? El mío está en aquella calle –Señala
Alejandra.
–Por supuesto ¿Qué coche tienes? –pregunta Christian con interés.
–Eh… un Volkswagen blanco –contesta Alejandra.
–¿Polo? ¿Passat? ¿Golf? –interroga Christian.
–¡Sí! ¡Ese! Un golf –responde Alejandra.
–¿De qué año? ¿Motor?
–Jo… pues no sé...
–Jajaja… hay que ver cómo sois las mujeres con los coches –ríe Christian ante la ignorancia de
Alejandra–. Anda, vamos yendo. No te alejes de mí y ten las llaves preparadas.
Christian toma la iniciativa y va por delante sujetando firmemente el stick mientras le da vueltas de
vez en cuando echando la vista atrás para cerciorarse de que Alejandra le sigue de cerca y
llamándole la atención si se aleja demasiado. Cuando llegan a la entrada de la calle en la que está el
coche los primeros zombis hacen aparición.
Christian no duda un instante en lanzarse a por ellos blandiendo el stick, propinando un considerable
golpe en la cabeza del objetivo que ya cae al suelo, si no muerto, al menos fuertemente aturdido.
Parece que Christian disfruta con ello aunque a Alejandra le dé bastante asco. Su gesto de desagrado
no hace sino provocar más risa en Christian, que entre carcajadas no deja de repetirle que no se
separe. No tardan en llegar hasta el coche. Cuando Alejandra lo señala, Christian demuestra
orgulloso sus conocimientos sobre automóviles.
–Hum… Ya veo. Un golf III con acabado GTI, yo diría que del 92 o del 93.
Alejandra no tiene respuesta para eso. Son datos que desconocía y que no le aportan mucho. Ella se
dirige a la puerta del conductor mientras abre con el cierre centralizado. Antes de abrir la puerta se
fija que Christian está a su lado.
–Igual es mejor que me dejes conducir a mí ¿no? –dice Christian poniendo su mano sobre la manilla
de la puerta intentando establecer contacto físico con Alejandra– Me conozco las calles.
Antes de ponerse a hablar por algo tan irrelevante, Alejandra accede en silencio yéndose al otro lado
del coche. Una vez acomodados en el interior, Christian arranca el motor diciendo un comentario con
el cual empieza a colmar la paciencia de Alejandra, ya de par de mañana.
–Jeje… seguro que no lo exprimías como se merece.
Tras lo cual, da un acelerón a fondo para escuchar el rugido del motor. Alejandra no sabrá de coches
pero sí sabe que un motor necesita su tiempo para calentarse y lubricar las superficies en contacto.
Esa clase de acelerones en frío es la que mata un motor.
Aguantando su genio, Alejandra mantiene silencio mientras se deja llevar por las calles de la ciudad
en las que Christian disfruta con su conducción temeraria. Una conducción que en más de una ocasión
les propicia algún susto aunque Christian insista en decir que todo estaba bajo control.
A pesar de lo poco sosegado del viaje parece que Christian sabe por dónde se mueve. Llegan a un
polígono industrial donde Christian espera encontrar un lugar específico: un concesionario de
furgonetas nuevas y de segunda mano. Se bajan del coche para inspeccionar la zona en la que
encuentran un grupo reducido de zombis. Siguiendo las sugerencias de Alejandra, Christian opta por
no enfrentarse y simplemente evitar su encuentro entrando en el concesionario donde sí hace otra
demostración de su técnica bōjutsu eliminando a lo que hasta hace unos días era el dependiente del
local.
Christian ha localizado una furgoneta adecuada: es grande, de reparto, en la que sólo hay una fila de
asientos pero mucho espacio de carga y una plataforma hidráulica para cargar o descargar objetos
pesados. Registrando cajones y armarios encuentran un montón de llaves entre las que debe buscar la
buena. Christian se monta en la furgoneta para comprobar que el depósito está a tres cuartos de
capacidad, lo cual es una ventaja.
Deciden llevarse esa furgoneta y el coche de vuelta. Pero antes deben encontrar bidones para el
combustible. Una vez más Christian, en la furgoneta, guía a Alejandra que conduce ahora su coche.
Tras pasar por unas cuantas naves llegan a una que debía ser un taller o un lugar donde guardaban
camiones y donde hay varios bidones vacíos. Cargan unos cuantos en la furgoneta en la que aún hay
sitio de sobra. Antes de salir ya hacia la iglesia, Alejandra tiene intención de buscar libros.
–Oye, ¿te importa si pasamos por una librería antes de volver? –pregunta Alejandra de buen modo–
Me gustaría coger algunos libros.
La lectura no le apasiona a Christian en absoluto pero quiere ganar puntos con Alejandra por lo que
accede con cierto entusiasmo pretendido. La guía hasta lugares céntricos donde se encuentran las
librerías propias de los grandes almacenes, ya que Christian no conoce más sitios. Estos lugares son
más peligrosos por la mayor afluencia de zombis pero Alejandra está convencida de encontrar
respuestas y esta es una buena oportunidad. Antes de bajarse del coche vacía la mochila, en la cual
meterá todos los libros que pueda.
La puerta automática de cristal impide la entrada al recinto. En este caso la pavonería de Christian es
útil. Aparte de abrir puertas podrá limpiar un poco la zona de zombis para que Alejandra pueda
elegir los libros. Una vez dentro, Alejandra va de cabeza al área de esoterismo para encontrar libros
de todo tipo. Sin perder tiempo va buscando por las estanterías libros que describan y expliquen
hechizos mágicos y demás.
Christian se mantiene al margen. Si la lectura no es de su interés, la lectura de este tipo lo es todavía
menos. Con cierto recelo Alejandra va guardando varios libros en la mochila. Se ha hecho ya con
cuatro libros y de momento cree que tiene suficiente así que indica a Christian que ya pueden irse. La
salida es poco más tranquila que la entrada. Los zombis siguen apareciendo atraídos por el ruido y el
movimiento pero no suponen mayor peligro todavía.
–Gracias –dice Alejandra en reconocimiento por la labor de Christian antes de subirse a los
vehículos.
–Aquí me tienes, siempre que quieras y para lo que quieras –contesta él sonriente.
Monta cada uno en su vehículo y emprenden la vuelta a la parroquia donde ya están todos de vuelta,
ya que son casi las dos del mediodía. Aparcan la furgoneta y el coche frente a la puerta. Antes de
bajarse del coche, Alejandra mete todo lo que puede en la mochila para tapar los libros pero dejando
el que trajo de su casa encima de todo a modo de tapadera sobre la ropa de recambio que oculta
perfectamente los libros de magia. No se olvida de las bolsas que consiguió en la gasolinera para
entregárselas a Gerardo. Por suerte la plaza está despejada y caminar despacio desde el coche a la
iglesia por el exceso de carga no entraña riesgo. Menos aún con José apostado en la puerta con su
inseparable rifle.
Alejandra entra cargada como una mula hasta la cocina para dejar todas las bolsas. Seguido va a su
habitación para dejar allí la mochila guardada dentro del armario. A su vuelta a la cocina se
encuentra a Elvira inspeccionando el contenido de las bolsas.
–Vaya, vaya ¿Y esto de dónde ha salido? –pregunta Elvira contenta y con ironía.
–Lo tenía en el coche. Lo cogí ayer de camino –explica Alejandra–. Gerardo me dijo que podría
añadirlas al inventario.
–¡Ah! Bien, bien –contesta Elvira recogiendo las bolsas–. Déjame a mí. Yo misma lo meteré en la
lista.
Elvira toma las bolsas para llevárselas a su despacho. Parecía más contenta cuando se las ha
llevado. Alejandra vuelve a la sacristía para juntarse con el resto donde espera encontrarse con
Javier para preguntarle qué tal le ha ido pero no le encuentra. Apenas hay nadie y decide hablar con
Miguel, después de todo aún no le conoce y apenas ha cruzado palabras con él.
Miguel no es un chico fácil de tratar, parece excesivamente tímido y retraído. Poco a poco Alejandra
va conociendo detalles sobre él: a sus treinta y dos años trabajaba como programador en una
empresa de informática y software. En la situación actual se siente inútil ya que todos sus
conocimientos y habilidades no son aplicables pero con su voluntad y con ayuda de Javier va
aprendiendo a desenvolverse en la vida.
Hasta que Javier no se asoma por la puerta que da al comedor para avisar que ya se puede comer
nadie se había dado cuenta de que ya había vuelto del almacén y estaba preparando la comida. Pronto
aparecen todos para sentarse a la mesa en la misma disposición que el día anterior.
Esta vez se va comentando lo sucedido durante la mañana bajo la supervisión de Elvira, que felicita
a Christian por haber conseguido una furgoneta adecuada y no duda en criticar el fracaso de Javier a
la hora de encontrar una bomba manual. Al menos han localizado un generador pero no hay palabras
de agradecimiento por ello. Lejos de iniciar un enfrentamiento, Javier opta por mantener la boca
cerrada mostrándose indignado con su expresión. La actitud de Elvira sólo consigue aumentar el
distanciamiento entre ella y Javier y reducir la moral de Miguel.
Parece que los roles están bastante asumidos. Habiendo terminado la comida, Javier y Miguel son los
que se llevan todo para fregarlo. Esta vez con ayuda de Alejandra, que empieza a sentir simpatía por
ambos. Al reunirse de nuevo todos en el comedor, Elvira tiene más trabajo que repartir. Por la tarde,
José, Christian y Javier irán a por el generador, a buscar una bomba y a llenar si es posible los
bidones. No hay nada especificado para el resto.
Tras casi una hora de descanso y reposo, los tres mencionados se marchan con la furgoneta. Antes de
que Elvira aparezca con nuevos trabajos, Miguel y Gerardo optan por dormir una siesta que les
permita recuperar horas de sueño, al menos en el caso de Miguel. Alejandra se queda en el comedor
acompañada de la señora Cardona. Iniciaría una conversación con ella pero como siempre su
semblante no invita a la charla. En el momento en el que Alejandra cae en la cuenta de que podría
empezar a investigar los libros que ha conseguido esta mañana, Elvira aparece desde su despacho.
–Eh, Ale, si no tienes nada que hacer podrías ir limpiando un poco todo esto –sugiere Elvira–. Ya
sabes: limpiar la mesa, barrer, fregar el suelo… esas cosas. En el almacén creo que hay cacharros
para limpieza.
Sin mucho entusiasmo, Alejandra se levanta para cumplir con lo ordenado dirigiéndose al almacén
mientras Elvira vuelve a su despacho. La señora Cardona, por su parte, se va a uno de los jardines
interiores a pasear a su perro. En el almacén Alejandra encuentra lo necesario para empezar a
limpiar. No se ha dado cuenta pero apenas hay almacenado la mitad de lo que trajo de la gasolinera.
A la vuelta al comedor no se esmera mucho en limpiar todo a fondo, en parte por los nervios por
empezar a leer esos libros escondidos en el armario. Termina la labor y guarda los bártulos allí
donde los encontró.
Ansiosa se va a su habitación para sacar la mochila y coger el primero de los libros que su mano
alcanza. Sólo por precaución pretende leerlos con cierto recelo. Para ello no sólo cierra la puerta
sino que coge el libro que trajo de su casa para tapar cualquiera de los otros libros en caso de que
alguien llegue. Además los leerá sentada en el colchón de espaldas a la puerta. Con cuidado de no
hacer ruido coge los dos primeros libros, toma asiento y abre el primero de los libros de magia
manteniendo cerca y abierto el libro de lectura.
6. UNA COINCIDENCIA

Lo que pretende encontrar en los libros es alguna referencia exacta o parecida a la luz de su mano.
Repasa el índice del primer libro por si alguna de las entradas llama la atención: 1 la magia en la
historia, 2 la astrología, 3 el misticismo, 4 principios básicos de la magia,…, 12 reinos de la
magia,…, 26 últimos desarrollos en la magia. El primero de los libros no es de gran ayuda porque
no hay nada que se parezca a lo que Alejandra busca.
Coge otro de los libros y guarda el primero. Con este libro basta leer el título para descartarlo: La
magia en el mundo de Tolkien. Esto me pasa por no leer con detenimiento, piensa Alejandra
mientras va a por el tercero. Como haya cogido un libro sobre Harry Potter…, se teme. Por suerte no
es así. Parece un libro serio, como el primero, aunque abunda mucho más la palabra brujería.
Algunas de las veces que lee dicha palabra se acuerda entre risillas de la señora Cardona.
En el índice tampoco ve nada interesante. Parece que el libro recoge información sobre la brujería
durante la historia: datos, fechas, nombres, referencias… Una vez más, Alejandra da palos de ciego
por el libro. Tanta información extraña es mareante. Uno de los apartados habla de las distintas
disciplinas de la brujería, entre las que se encuentra el manejo de los elementos.
–Fuego… agua… tierra y aire… –enumera Alejandra– No, la luz no es un elemento.
Casualmente otro de los apartados comenta aspectos sobre luminosidad y espejismos. Esto despierta
el interés de Alejandra, que lee con atención las páginas que tratan sobre ello. Lee con emoción
esperando encontrar algo parecido a lo que experimentó.
Obtiene un éxito parcial. Si bien el capítulo describe con bastante detalle conjuros y demás en los
que se obtiene o se juega con la luz, éstos no se parecen mucho a lo que ella obtuvo en su casa. Para
comprobarlo abre su mano para producir ese haz. Efectivamente no tiene que hacer ningún ritual o
serie de gestos para conseguirlo sino que le basta abrir la mano y pensar en ello. Algo que dista
bastante de las descripciones que lee. Además, el libro no dice nada sobre iluminar con la mano. Si
acaso habla de producir bolas de luz o tocar elementos para que la luz se quede en ellos. La escasez
de semejanzas desalienta a Alejandra, que cierra el libro para guardarlo de nuevo.
Coge el último de los libros para ver si en él hay algo mejor. Pero va a ser difícil encontrar lo que
busca en un libro que trata básicamente sobre la magia de las piedras y el tarot. Tira este libro con
desánimo sobre el colchón. Por unos momentos se queda pensando en qué hacer ahora. En estos
libros que ha elegido hay poco o nada de ayuda. Cree que tal vez deba cambiar el género de libro,
pasando de fantasía a ciencia ficción o actividad paranormal. Pero las posibilidades son tan extensas
como la bibliografía disponible. Podría pasarse años repasando libros para no obtener nada claro y
esta posibilidad la abruma.
Se le pasa por la cabeza una idea peregrina. Tal vez lo que sucede es que puede hacer más cosas que
las que aparecen en los libros, solo que no lo sabe aún. También cabe la posibilidad de que los
libros no describen todo lo que se puede hacer. Cualquier posibilidad es válida por improbable y
loca que parezca. Sin coger el tercer libro se pone a recordar lo que ha leído sobre los juegos de luz.
Curiosamente recuerda lo que ha leído palabra por palabra, perfectamente fotocopiado en su
memoria, posiblemente por haberlo leído con un elevado interés.
Va a intentar crear una bola de luz. Según la descripción del libro, se crea una pequeña esfera de luz
desde la mano del sujeto que lo realiza quedándose suspendida en el aire para iluminar todo a su
alrededor. Alejandra sigue las indicaciones que da el libro para producir esa pequeña esfera
luminosa pero no obtiene éxito. No ha surgido nada de su mano abierta. Vuelve a intentarlo esta vez
leyendo directamente del libro por si acaso, pero el resultado es el mismo.
Antes de rendirse y volver a la cordura quiere probar el otro conjuro, el de volver un elemento en un
foco de luz. Al igual que antes va siguiendo los pasos que lee del libro para terminar tocando una
esquina del que ha tirado antes sobre el colchón. Por un momento Alejandra queda cegada por el
repentino destello que surge de la esquina del libro que ha tocado. Un hormigueo se queda durante
unos segundos en su brazo. Pone las manos delante de ella para proteger sus pupilas y recuperar la
vista.
Tapando el foco con las manos, se da cuenta de que la luz que emite ahora el libro es lo
suficientemente potente como para alcanzar medio metro. Con la vista torcida a un lado alarga la
mano para tocar el libro y apagar esa luz. Su mano toca el libro y lo mueve yendo el foco con él, pero
la luz persiste. Alejandra no encuentra la forma de apagarlo.
Sin duda esto es un descubrimiento increíble para ella. Las posibilidades se multiplican
exponencialmente en su imaginación mientras tapa el foco con la mano, que se vuelve roja luminosa
por acción de la luz. Ahora mismo no sabe cuál es su límite, pues ha sido capaz de hacer algo que ya
estaba escrito por alguien y además también ha sido capaz de hacer algo que no estaba escrito. Es
todo tan perturbador y fantástico al mismo tiempo que tarda en reaccionar y darse cuenta de que está
exponiendo sus habilidades de una forma muy comprometedora. Rápidamente mete el libro bajo la
manta para ocultar el foco.
Antes de poder comprobar que la luz no escapa por los huecos de la manta, hecha un bolo ahora, el
pomo de la puerta empieza a girarse. Del susto, Alejandra se revuelve rauda sobre el colchón,
quedando sentada por delante de la manta y mirando hacia la puerta en el momento en que ésta se
abre.
–¡Ah! Estás aquí –dice Elvira, que se encuentra a Alejandra sentada sobre el colchón con cara de
póker.
–¡Sí! ¿Por? ¿Quieres algo? –responde Alejandra tratando de ocultar su tensión de la mejor manera
posible pero sin moverse del sitio.
–Me han dicho que eres ingeniera ¿no? Échanos una mano con el generador.
–¡Vale! ¡Ahora voy!
Elvira se va dejando a Alejandra todavía tensa y sentada. Se queda así unos segundos más esperando
que nadie más aparezca para finalizar su rigor muscular con un largo suspiro preguntándose si Elvira
ha visto algo. Cree que no es así a pesar de que sus palabras hayan sido escuetas y algo forzadas.
Alejandra estaba tan obcecada en sus experimentos que no ha oído nada cuando ha llegado la
furgoneta. Tampoco ha oído los pasos de Elvira acercándose a la puerta antes de abrirla. Echa un
vistazo a la manta antes de levantarse comprobando que efectivamente la luz, todavía persistente,
está prisionera bajo la manta y no es visible desde el exterior. Guarda el resto de libros en la
mochila y sale cerrando la puerta a su paso.
Llega al comedor donde están todos discutiendo, unos más y otros menos, sobre cómo utilizar el
generador. Gerardo la ve y rápidamente se dirige a ella con un montón de preguntas. Alejandra
todavía está con la mente en otro sitio y reacciona únicamente para decir que, las preguntas, mejor de
una en una. Por supuesto es Elvira la primera en plantear algo.
–A ver, Ale, ahora que ya tenemos el generador ¿Qué hacemos con él? –pregunta Elvira.
–Eh… pues no sé –dice Alejandra pensando–. ¿Funciona?
–Sí, funciona –responde José–. Ya lo hemos probado antes de traerlo.
–¿Traía manual o algo? –pregunta Alejandra.
–¿Manual? –pregunta Christian en respuesta– ¿Pero qué manual hace falta para esto? Se arranca y ya
está ¿o qué?
–Entonces supongo que no hay manual –suspira Alejandra echando un ojo a la máquina–. Primero hay
que saber su potencia y si produce corriente alterna o continua.
–Es un generador pequeño de obra –aclara Javier–. Ya he visto de éstos. Producen corriente alterna
y de potencia son un poco escasos pero suficientes.
–¿No los había más grandes? –pregunta Elvira con cierta ironía.
Javier opta por no responder, parece que ha decidido ignorar los comentarios de Elvira.
–Aquí pone que es de unos dos kilovatios –dice Alejandra señalando una de las pegatinas–. Con esto
se puede tener iluminación en varias salas y un frigorífico normal.
–¿A qué esperamos entonces? –pregunta Gerardo ansioso– Montadlo ya.
–Eso no es lo correcto –interviene ahora José–. Supongo que no querrás intoxicarnos con el humo.
–Y el ruido –prosigue Alejandra–. Hay que buscar un sitio ventilado para que no se acumule el humo
y que esté más o menos aislado para que el ruido no nos moleste ni atraiga a los zombis.
–Muy bien. Entonces tú buscarás un lugar adecuado para poner ahí el generador –dice Elvira,
señalando a Alejandra–. Mientras, Javier irá preparando los cables y los focos. Christian: tú sube al
campanario que ya es hora de dar las campanadas. José: tú a la puerta. Miguel: empieza a preparar
una cena. Gerardo: ven conmigo al despacho, necesito hablar contigo.
En un momento, Elvira ha organizado todo aunque no de la mejor manera posible. Alejandra no
conoce el edificio y no sabe bien por dónde empezar a buscar. Miguel todavía no se atreve a cocinar
solo y Javier, que prefiere no hacer nada hasta que conozca la ubicación del generador, acompaña a
Miguel para ayudarle saltándose la orden de Elvira.
Empieza a sonar la campana mientras Alejandra va viendo las salas del piso superior. Todavía dura
la luz natural por lo que no necesita linterna artificial o mágica. Habiendo terminado ya las
campanadas, Alejandra sigue buscando un sitio adecuado. Se cruza con Christian que baja del
campanario.
–¿Quieres que te ayude a buscar, pequeña? –pregunta Christian.
–¡No, no! No hace falta, no –responde Alejandra intentando evitar la aparente ayuda de Christian–. Si
ya he visto algunos sitios adecuados, sólo estoy mirando.
–¿No prefieres mirar conmigo? –propone Christian acercándose.
–No, de verdad que no hace falta –contesta Alejandra retrocediendo un poco–. Creo que alguien te
reclamaba abajo, por cierto.
Dicho esto, Christian sigue su camino. Viendo las intenciones de Christian, Alejandra no ha tenido
más remedio que mentir para evitar una situación aún más incómoda. Todavía no ha encontrado
ningún sitio adecuado y nadie reclamaba a Christian. A pesar de que Alejandra no sabe mentir,
Christian no se ha dado cuenta del engaño y llega a la planta baja preguntando quién le había
reclamado.
Como nadie de abajo le llamaba entra al despacho de Elvira donde se encuentra a ésta y a Gerardo
charlando alegremente mientras picotean de una bolsa de patatas fritas. Como aquí tampoco necesitan
su presencia, Christian sale sin dar mayor importancia a lo que ha visto para sentarse en el comedor
a esperar la cena mientras establece una nueva estrategia para ganarse el favor de Alejandra o de
Elvira. O de ambas.
Entretanto, Alejandra ha encontrado un sitio adecuado para el generador: una sala pequeña y vacía
con una ventana que da a uno de los jardines interiores del edificio. Con un par de arreglos el
generador no molestará a nadie si se ubica ahí. Un tubo debidamente colocado orientará los gases a
la ventana y con un cable con ladrón pueden disponer de tomas de corriente abajo. Baja al comedor
poco antes de que Javier y Miguel aparezcan con varias fuentes repletas de pan tostado con tomate,
aceite y jamón.
Durante la cena, tras la consabida bendición de mesa de la señora Cardona, se habla sobre lo
acontecido a la tarde y sobre los nuevos planes.
–Si ya tenemos generador no sé por qué seguimos alumbrándonos con velas –dice Gerardo
parcialmente molesto.
–Bueno… –responde Alejandra tratando de disculpar– ya he encontrado un sitio para el generador
pero hay que hacer un poco de instalación.
–Entonces habrá un cambio de tareas –dice Elvira–. Mañana Javier se encargará de hacer esas
instalaciones y tú, Ale, te encargarás de recoger, fregar y limpiar. Pídele ayuda a Christian si lo
necesitas.
Aunque necesite ayuda, Alejandra no se la pedirá a Christian, quien tampoco parece muy convencido
de tener que ayudar a Alejandra en esos trabajos. En su opinión de hombre esas son labores propias
de mujeres. Ese comentario le ha valido más de una mirada de desaprobación. Y aunque la señora
Cardona esté de acuerdo con él, no será ella quien se ponga a fregar. Mientras la cena avanza Elvira
sigue repartiendo trabajo.
–Ahora que ya tenemos bomba, José y Gerardo saldrán mañana a llenar un par de bidones –ordena
Elvira–. Christian, tú serás el que vaya al supermercado. Por cierto, Miguel –comenta Elvira con una
mirada de desaprobación–, creo que ésta cena está por encima de nuestras posibilidades ¿no te
parece?
Javier se adelanta a su compañero para responder a Elvira. En realidad es él quien ha decidido qué
se cenaba esta noche.
–Cierto, pero creo que podemos permitírnoslo. Además, teníamos que hacer una pequeña
celebración.
–¿Y qué se celebra, si puede saberse? –pregunta Elvira con curiosidad pretendida.
–Que somos uno más en el grupo –contesta Javier señalando a Alejandra– y que, aunque aún no esté
todo montado, ya tenemos electricidad.
Para Elvira no son razones suficientes, a ella le parece un gasto excesivo de recursos. Manteniendo
la compostura y el tono de voz trata de reafirmar su posición de líder.
–Mira, las decisiones no son trabajo tuyo sino mío. Soy yo quien decide qué se consume y qué se
guarda. Y en vista de los planes que tenemos en mente, nos conviene ahorrar hasta la última miga. Tú
te limitarás a cumplir lo que se te mande.
Todo el mundo guarda silencio. Miguel ni siquiera se atreve a levantar la cabeza. Javier, aunque ha
hecho caso a lo que Elvira ha dicho, se muerde la lengua y sigue comiendo. Para cambiar de tema,
José va nombrando los turnos de guardias de esta noche en los cuales no involucra a Alejandra. Esta
noche estarán primero Miguel y José y después Gerardo y Christian. Alejandra interviene para
incluirse en uno de los grupos.
–Yo también puedo hacer guardias –se ofrece Alejandra–. Creo que os vendrá bien contar con
alguien más para que alguno pueda dormir más horas. A mí no me importa, duermo poco.
Gerardo no duda en cambiarle el puesto a fin de poder dormir tranquilamente. Pero sabiendo que la
noche anterior no hizo guardia, José le frena los pies.
–No, se cambiará por Miguel –opina José–. Se merece descansar.
–Bueno… –contesta Alejandra– también puedes ser tú el que descanse –Refiriéndose a José.
–No, ya está bien así –responde José–. Miguel trabaja más que yo. Si tú no tienes inconveniente y él
tampoco, creo que será la mejor solución.
Las miradas se centran ahora en Miguel. Aunque le sienta mal que alguien haga su trabajo se le hace
difícil negarse a una noche de sueño continuo. Como está indeciso y no contesta, José aplica el refrán
de que quien calla, otorga.
–Como Miguel no tiene inconveniente, Alejandra y yo empezaremos las guardias –sentencia José.
Tras lo cual se restablece el silencio y la cena va tocando a su fin. Los tres de siempre recogen los
platos, fuentes y vasos y se los llevan a fregar. Miguel aprovecha para agradecer el detalle a
Alejandra y ofrecerle su ayuda para lo que necesite en compensación. Alejandra agradece la buena
voluntad de Miguel aunque para ella no suponga ningún esfuerzo hacer una guardia.
Poco a poco todos se van retirando a dormir quedándose José y Alejandra cerca de la puerta de
entrada con un par de linternas.
–Bueno ¿y cómo va esto de las guardias? –pregunta Alejandra.
–Poca cosa –responde José tomando asiento con cansancio–. Solemos quedarnos aquí por si oímos
algún ruido o por si algún apestado de esos se acerca demasiado. De vez en cuando damos un paseo,
por movernos un poco y comprobar todo. Pero nunca ha pasado nada.
–¿Y pasáis las horas muertas así? –pregunta Alejandra temiendo al aburrimiento– ¿O hacéis algo
para entreteneros?
–A veces no hacemos nada, a ratos alguno duerme. Otras veces jugamos a las cartas ¿Es que te
aburres?
–No, no. Es sólo por saber.
Manteniendo la conversación la noche avanza. La plenitud de la luna arroja algo de luz al interior a
través de las vidrieras. Alejandra empieza a sentir frío y recuerda haber dejado su cazadora en el
coche a la mañana. Le gustaría salir a por ella pero salir de noche al exterior puede ser peligroso a
pesar de la luz existente. Aún así, se decide a salir a por ella.
–Oye José, empiezo a notar algo de fresco –dice Alejandra frotándose los brazos–. Me gustaría coger
la chaqueta que está en el coche ¿Te importaría vigilar mientras voy a por ella?
–Pues no me parece muy adecuado eso de salir –dice José torciendo el gesto. –Pero bueno, si la
necesitas vigilaré los alrededores, sí. No te entretengas.
–Gracias. Venga, vamos.
Antes de abrir los cerrojos, ambos agudizan su oído por si oyen algo merodeando cerca. No es el
caso, todo está en calma. Alejandra empieza a girar las llaves con una linterna en la mano mientras
José va preparando su rifle. Abre la puerta despacio para que José salga el primero oteando la plaza
y apuntando con el arma.
Por comodidad, los vehículos están aparcados a ambos lados de la puerta unos pocos metros por
delante, lo cual facilita la labor actual. Alejandra va saliendo con cuidado de no hacer ruido y con la
linterna apagada. José sigue observando la plaza sin bajar el arma. Cuando Alejandra llega al coche
abre la puerta y enciende la linterna para ver mejor el interior. Aunque la situación esté tranquila,
José no pierde la concentración.
Alejandra encuentra su cazadora y sale del coche para ponérsela y cerrar la puerta del vehículo. La
luz de la linterna es llamativa a pesar de la luna llena y un zombi despistado que estaba detrás de la
furgoneta aparece atraído por el foco. La presencia de personas a su alcance le altera y torpemente
corre hacia Alejandra gruñendo. Ambos lo oyen y vuelven su mirada al indeseado visitante.
Por un momento Alejandra se queda paralizada sin saber qué hacer exactamente: si corre hacia la
puerta se acercará peligrosamente al zombi; y si se queda donde está puede torearlo alrededor del
coche pero podría atraer a más como él. La voz de José la hace reaccionar.
–¡Corre, Sandra! –exclama José.
Alejandra obedece sin hacer mucho caso de lo que ha oído. Simplemente necesitaba un estímulo que
la hiciese reaccionar. Por un momento José también se queda paralizado, absorto en su mente
mientras Alejandra pasa como un rayo a su lado para entrar dentro. El zombi cambia de rumbo y se
dirige ahora hacia José, que vuelve a la realidad cuando su enemigo está a poco más de un metro de
él.
José lo neutraliza golpeando con la culata del rifle la cara del zombi, que cae por las escaleras tras
el impacto. José aprovecha el momento para disparar una certera bala en el cráneo del atacante y éste
cae redondo hacia atrás, inerte por fin. Carga de nuevo el rifle mientras observa la plaza para volver
al interior acto seguido y echar los cerrojos.
–¿Estás bien? –pregunta José reponiéndose del susto.
–Sí, estoy bien ¿Y tú? –responde Alejandra con la respiración acelerada.
–También. Ha faltado poco. Ya me parecía a mí mala idea eso de salir…
–Bueno… lo siento. Es que realmente tenía frío.
–No pasa nada. Por suerte estamos enteros, que es lo importante.
–Sí, menos mal.
–Para la próxima espero que no te dejes nada en el coche. O al menos apáñate con una manta​.
En ese momento, Elvira aparece por la puerta que da a la sacristía con una linterna en la mano y algo
exaltada.
–¡¿Qué ha sido eso?! ¡¿Qué ha pasado?!
–Nada, sólo un disparo –responde José manteniendo la voz–. Uno de esos malditos se había
acercado demasiado.
Tras la explicación, Elvira se da la vuelta y se marcha de nuevo a su descanso no muy tranquilizada
por las palabras de José.
–Por cierto… –pregunta Alejandra– ¿Sandra?
José suspira por un momento para contestar con un tono un poco abatido y desviando la vista.
–Sí… Ya ves. Sé cuál es tu nombre pero debo haberme trabado un poco por los nervios…
Alejandra le lanza una mirada de escepticismo. José está escurriendo el bulto y ella lo sabe, por lo
que trata de tirarle de la lengua con suavidad.
–Hum… ¿seguro? –pregunta Alejandra con suavidad.
Una nueva mirada de José revela la verdad en la mente de Alejandra. ¡Pero qué idiota soy! Sandra
debía ser alguien importante para él, piensa Alejandra. Ahora que ella cree saber algo, pregunta a
José con cierto temor, esperando una historia triste.
–José… ¿Quién es Sandra? –inquiere Alejandra.
José no contesta sino que se queda observando el suelo mientras mantiene el silencio y respira
profundamente. Temiéndose lo peor, Alejandra coloca una de sus manos sobre el hombro de José de
forma compasiva tratando de animarlo un poco. Tras un largo rato de incertidumbre para Alejandra,
José toma aire y contesta al fin.
–Sandra era mi hija –aclara José.
El tiempo verbal que José ha utilizado para responder es lo suficientemente explícito para Alejandra
como para entender todo y cierra los ojos compartiendo el dolor de José. Al fin y al cabo ella
también ha perdido a su familia.
–No sabes cuánto lo siento –dice Alejandra rompiendo el incómodo silencio y pasando su mano
sobre el hombro de José.
–Fue todo tan rápido… –suspira José sin moverse– Íbamos en coche por la ciudad, ella conducía. Y
de repente todo se volvió borroso para mí con un dolor increíble, me mareé. Entonces un golpe me
sacudió. Me bajé del coche de la mejor manera que pude y vi que otro coche nos había embestido
por la izquierda… Precisamente en la puerta del conductor. Volví dentro del coche para sacar a
Sandra de allí. Ni me di cuenta de que nadie venía a ayudarme. Aquello fue terrible, había mucha
sangre desparramada por el interior…
José no puede continuar explicando. Alejandra quiere encontrar alguna palabra de ánimo o hacer
algo para evitar repetir ese sufrimiento a José, pero es incapaz.
–Sé cómo te he llamado hace unos momentos –continúa José–. Lo que pasa es que muchas veces,
cuando te veo, veo también a Sandra. Os parecíais mucho.
Ahora mismo Alejandra tiene un conflicto de sentimientos. Por una parte se alegra de que por fin
José haya hablado con sinceridad, parece que no es tan frío como parecía. Por otro lado comparte el
dolor de José, ella no ha tenido hijos pero sí que ha perdido a sus padres y a su hermano, que aunque
no sea lo mismo es parecido. Por último tiene una especie de sentimiento de culpa por recordarle a
su hija aunque sea involuntario y avivar así el pesar de José.
Ambos se quedan destrozados lamentando en silencio la pérdida de los seres queridos. Alejandra
decide poner fin al velatorio buscando un entretenimiento, como hiciera Juan Martín. Por desgracia
no hay mucho que hacer por la noche en una iglesia habiendo zombis en el exterior. Aprovechando la
oscuridad, Alejandra tiene una idea para pasar el rato y entretenerse. Enciende una vela y la coloca
de manera que se pueda jugar con las sombras pero apenas sabe hacer un par de figuras. Por suerte
capta la atención de José, que entiende lo que su compañera de guardia pretende y le sigue el juego.
Por su parte, José sabe hacer muchas más figuras con las sombras y enseña a Alejandra a hacerlas.
El plan de Alejandra ha salido bien y ambos se distraen de sus males durante el resto de la guardia.
Sin que ninguno se dé cuenta llega el momento del relevo y ambos se van a dormir despertando antes
a Gerardo y Christian. Alejandra llega a su puerta y José, antes de ir a su habitación, quiere
despedirse de ella.
–Oye, ha estado bien esta noche –dice José– Me alegro de haber hecho guardia contigo.
–Yo también me alegro –responde Alejandra sonriendo.
–Que duermas bien. Nos vemos mañana.
José se despide de Alejandra pasando su mano por la cabeza de ésta, revolviéndole un poco el pelo
mientras una leve mueca de felicidad se revela en su cara. Alejandra se deja hacer dando las buenas
noches a José. Esta vez, ya tumbada, Alejandra no tarda ni dos minutos en dormirse plácidamente.
7. EXPERIMENTOS

Como siempre pocas horas de sueño bastan para que Alejandra se despierte de nuevo. Abre los ojos
y todavía no hay luz natural porque aún no ha amanecido. Sabiendo que no se va a dormir de nuevo
va a apuntar su nueva habilidad en el cuaderno. Justo al pensar en ello se da cuenta que ya no había
luz cuando se fue a dormir y sacó el libro de debajo de la manta. Tumbada boca abajo e iluminando
el cuaderno lo justo con su mano, apoyado sobre el colchón, va escribiendo después de la
explicación de la primera habilidad:
Se puede dejar la luz sobre un objeto, como si se pegara a él. La luz es intensa y no se puede
cambiar ni apagar. No sé cuánto dura.
Repasa lo escrito. La explicación es correcta con lo que ha visto por lo que cierra el cuaderno,
guarda todo bien y apaga la luz para volver al colchón y descansar un poco más. No hace nada
mientras espera a que llegue el momento de levantarse aunque tiene grandes tentaciones de seguir
leyendo el libro de brujería para probar más cosas. Confía en que hoy no haya mucho trabajo y
disponga de tiempo e intimidad suficiente para seguir investigando.
Para cuando Christian entra a “despertar” a Alejandra, ésta ya se ha levantado y se ha vestido en
previsión de lo que iba a pasar. El desayuno de hoy parece tan apetitoso como el del día anterior.
Podría jurarse que las tostadas son las mismas, no así el café al menos. Alejandra se encuentra con
Javier y éste le pregunta a ver cómo ha ido la guardia mientras desayunan, lo mismo que Miguel, que
vuelve a agradecer a Alejandra el cambio. Se nota que el descanso le ha venido bien a Miguel.
Repitiendo la rutina del día anterior, cuando todos están ya presentes en el comedor Elvira vuelve a
anunciar la distribución de trabajos para la mañana que ya empieza. Aunque recoger y fregar sean
ahora labores exclusivas de Alejandra, cuenta con la ayuda de Javier y Miguel, que no tienen
inconveniente en ayudar a la última componente del grupo.
Después de un rato de reposo cada cual se va a sus labores. Javier y Miguel empiezan a subir el
generador adonde Alejandra les ha indicado, Elvira se va a su despacho, Christian tiene pereza y va
estirando el momento de salir al supermercado, Alejandra se va a buscar los cacharros de limpieza y
Gerardo y José empiezan a prepararse para ir a por combustible. El susto de Gerardo al ver el zombi
de la noche anterior tendido sobre el suelo junto al coche es monumental, lo cual produce cierta risa
en José que le explica la razón por la que ese cuerpo está ahí.
Como siempre no hay trabajo para la señora Cardona, cuya labor parece ser la de pasearse por el
recinto con su perro. A veces entra al despacho de Elvira, otras veces sale a los jardines interiores y
otras tantas veces repasa lo limpiado por Alejandra. Cada vez que ocurre esto último, Alejandra se
echa a temblar porque después de la inspección siempre hay una o más críticas. Las primeras veces
Alejandra acepta de buen grado los comentarios, pero en las siguientes ya empieza a desesperarse.
Sobre todo si la base de la crítica es algo inapreciable o trivial. Y en ninguna de las ocasiones la
señora Cardona se ofrece a ayudar. Cuando Alejandra se atreve a pedirle un poco de ayuda para
mover la mesa del comedor, la respuesta de la señora Cardona es tajante.
–Yo no voy a mancharme haciendo un trabajo que no es acorde a mi clase. Además, ya deberías
saber hacerlo tú sola.
Dicho lo cual, se marcha con su perro de vuelta a los jardines con la frente bien alta dejando atrás a
Alejandra atónita por los aires de superioridad que tiene la señora Cardona. Recordaba las
explicaciones de Javier respecto a ella, pero escucharlo con sus propios oídos era todavía más
chocante si cabe. Para rematar la faena, Alejandra se da cuenta de que al irse, la ya no tan adorable
mascota de la señora Cardona se ha ido paseando sobre el suelo ya fregado dejando sus huellas bien
marcadas. Antes de empezar a hacer mala sangre por el asunto, Alejandra prefiere olvidarlo y
dejarlo correr pasando de nuevo el mocho sin mucho entusiasmo sobre la parte ensuciada.
Alejandra va ahora al despacho de Elvira, la última sala por extremar, y abre la puerta. Se encuentra
a Elvira sentada tranquilamente en el sillón tras el escritorio con un libro en la mano.
–¿A ti no te han enseñado a llamar a la puerta? –pregunta Elvira dejando ver que la interrupción la ha
molestado.
–Eh… perdón… Vengo a limpiar –responde Alejandra cortada.
La pregunta de Elvira le pilla a Alejandra con el pie cambiado. Evidentemente no se esperaba un
recibimiento así, menos aún sabiendo que entra para limpiar. En vista de que Elvira no se mueve de
su sitio ni contesta, Alejandra se ve obligada a preguntar.
–Entonces… ¿puedo limpiar aquí o no?
–Está bien –accede Elvira dando un resoplido–. Dame un par de minutos y puedes empezar.
Elvira se levanta perezosamente del sillón dejando el libro cerrado sobre la mesa. Mientras tanto,
Alejandra espera de pie junto a la puerta con los cacharros en las manos. Por un par de segundos
Elvira se queda de pie observando a Alejandra.
–¿Te importaría esperar fuera? –pregunta Elvira con el mismo tono de molestia.
Alejandra obedece y sale fuera y Elvira llega hasta la puerta para cerrarla. Un minuto después sale
del despacho indicando a Alejandra que ya puede limpiar pero que no hace falta que se esfuerce
demasiado, que con limpiar el suelo es suficiente. Por su parte Alejandra tampoco tiene intención de
limpiar mucho más ya que después de barrer y fregar el resto de la planta baja está algo cansada.
Termina pronto de limpiar el suelo, sobre todo recordando aquellas palabras ofensivas de Elvira de
la mañana anterior.
Vuelve al almacén para dejar los utensilios de limpieza en su sitio. Va con muchos nervios ya que
ahora dispone de algo de tiempo para encerrarse en su habitación y seguir leyendo el revelador libro
de brujería. Por suerte Elvira ha vuelto a su despacho sin dar más órdenes, así que tiene vía libre.
Sigue las mismas precauciones que el día anterior pero esta vez presta más atención a los sonidos del
exterior. Vuelve a las páginas sobre luminosidad y avanza en su lectura. El siguiente hechizo parece
interesante. Habla sobre la posibilidad de recoger y almacenar energía solar para después liberarla
en forma de esfera de luz, pero a diferencia de la anterior, ésta esfera también da calor aparte de luz.
A pesar de contar con una ventana en la sala, la luz solar no llega directa. Alejandra quiere probarlo
pero tiene claro que no le va a ser posible hacerlo en la habitación.
Se le ocurre subir a la azotea, donde seguro que consigue luz solar, pero no puede arriesgarse a subir
con el libro sabiendo que Javier y Miguel están en el piso de arriba instalando el generador. Si
Alejandra subiera con el libro ellos podrían verlo y empezar a sospechar algo, así que se dispone a
leer la descripción completa del conjuro para intentar recordarlo y poder hacerlo bien. Se toma su
tiempo leyendo con calma y atención cada palabra.
Cuando ya lo ha leído varias veces guarda todo de nuevo y sale en dirección a las escaleras. Al
llegar al primer piso se encuentra a Miguel tirando cable por el suelo. Alejandra no puede evitar
pararse para preguntar cómo va el asunto.
–¡Vaya! –exclama Alejandra– ¿Qué tal? ¿Os apañáis bien?
–Sí, sí –responde Miguel con su timidez habitual–. Vamos bien, Javier lo tiene todo controlado. La
salida de humos ya está hecha.
Al sonido de las voces, Javier aparece para interesarse por Alejandra y explicar también los avances
conseguidos.
–Tampoco es para tanto –dice Javier quitando importancia–. ¿Cómo te va, Ale?
–Ah, bien, bien –responde Alejandra–. Ahora que ya he terminado iba a subir a descansar un poco.
Ya sabes, a tomar el aire.
–Me parece muy bien –dice Javier–. Todos tenemos derecho a descansar ¡Ah! Antes de que te subas
quería preguntarte algo sobre el cacharro este.
–Tú dirás ¿Qué quieres saber?
–Sí, mira… Dijiste que con éste generador se puede tener un frigorífico y luz en varias salas. Lo que
quiero saber es concretamente la potencia del frigorífico y de las bombillas en las que habías
pensado.
–Pues… déjame pensar un poco.
Alejandra va haciendo unos cálculos aproximados en su cabeza para dar una respuesta a Javier.
Supone que en base a lo que ella le diga, ellos harán la instalación correspondiente colocando más
terminales o no.
–A ver, el generador tiene dos kilovatios –empieza Alejandra–, suponiendo que se pierde algo por
mal rendimiento y por longitud de los cables, calculo que se puede instalar un frigorífico normal, de
los de casa, que suelen ser de doscientos vatios. Y por las bombillas, había pensado en focos de
ciento cincuenta vatios. Si usamos de esos se pueden poner unos diez. Aunque igual son un poco
excesivos ¿no? También se puede poner otro frigorífico y menos iluminación.
–Jaja, pues igual sí que son un poco exagerados esos focos –contesta Javier–. Yo creo que con un par
de los de ciento cincuenta vatios vamos bien. Para salas pequeñas se pueden usar de menos potencia.
–Sí, mejor –coincide Alejandra–. Ya haré los cálculos según lo que tengamos disponible.
–Estupendo, pero no tengas prisa, ya iremos montando. Además, no es plan de tener el generador
funcionando a pleno gas todo el día.
–Je je… vale. Tienes razón. Bueno, yo sigo subiendo, ¡antes de que aparezca Elvira y me dé más
trabajo!
Los tres se ríen tras el comentario de Alejandra y los dos chicos vuelven al trabajo mientras
Alejandra reanuda su camino. Sube con calma para no levantar ninguna sospecha y llega a la azotea
donde el sol ilumina con toda su fuerza. Antes de hacer nada repasa los pasos que debe dar. Al igual
que la vez anterior, lo recuerda todo perfectamente palabra por palabra.
Así pues, empieza el proceso tal como lo lleva grabado para terminar con las palmas abiertas
orientadas al sol, como si estuviera recogiendo energía. Se queda en esta posición durante unos
segundos. No siente nada especial pero continúa con el asunto.
Una vez terminado debería haber creado una esfera luminosa con la energía que ha absorbido. Pero
no surge nada. Un nuevo fiasco para la lista. Piensa en volver a bajar y seguir leyendo pero eso
restaría credibilidad a su excusa para subir a la azotea, ya que no han pasado ni tres minutos desde
que pasara donde Javier y Miguel.
Por lo tanto, está “condenada” a quedarse un rato más. Rato que aprovecha para descansar realmente.
Elige un sitio con sombra y se sienta sobre el suelo apoyándose contra la pared. No puede evitar
pensar en sus nuevas habilidades y en los misterios que el libro le reserva. También piensa en el por
qué de su nueva condición y en lo que puede acarrearle, tanto ventajas como desventajas. Las
respuestas pueden ser infinitas y no tiene ni idea de cuál sería la verdadera. Además no supondrían
una gran ayuda ahora mismo.
La furgoneta se aproxima, se puede oír el motor desde lejos. Alejandra se levanta para verla llegar a
la puerta de la iglesia. Christian también ha venido en la furgoneta, por lo visto han pasado a
recogerle y así hacer más fácil el transporte de víveres. Desde la azotea, Alejandra observa cómo
van descargando todo y también vigila por si algún zombi se aproxima demasiado.
Va a la planta baja cuando ya han descargado todo y no queda nadie fuera. Están todos en la nave de
la iglesia viendo los recursos conseguidos. Gerardo y José han llenado dos bidones enteros, uno de
gasolina y otro de gasoil, lo que supone doscientos litros de cada combustible. Alejandra pregunta a
José cómo han conseguido abrir las tapas. La facilidad de la solución que han empleado es casi
insultante: bastaba con buscar las llaves por la oficina.
Por su parte, Christian tiene una pequeña sorpresa para todos. Aparte de coger lo habitual ha añadido
unas botellas de whisky, ron, vodka y cerveza para animar el ambiente aprovechando que se va a
tener disponible un frigorífico. Cuando Elvira le pregunta la razón por la cual ha añadido dichas
bebidas, Christian dice que pretende organizar un poco de fiesta en la que ya solo falta la música.
Las reacciones de los compañeros no son muy entusiastas. Ninguno de ellos ve práctico organizar
una fiesta. Mucho menos si incluye música que puede atraer a indeseados, y alcohol, que también
tiene su peligro. De todos modos, Gerardo no descarta incluir las botellas en el inventario porque le
gusta la idea de echar un trago de vez en cuando sin pasarse demasiado.
–Que, tenemos electricidad ya ¿no? –pregunta Elvira con interés ansiando esperar una respuesta
afirmativa.
-No… aún no –responde Miguel con algo de temor, ya que Javier no está por la labor–. Pero no falta
mucho... Sólo ir bajando los cables y… distribuirlos.
Mientras responde, Miguel echa un vistazo a Javier, que asiente levemente indicando que ha
respondido bien.
–Pues no sé a qué esperáis –comenta Elvira disgustada–. A ver si lo acabáis para hoy.
Javier y Miguel vuelven al trabajo con pereza. Elvira no les da ningún respiro y Alejandra siente
lástima por ellos. Cuando ya han subido, Alejandra se dirige a Elvira, que ya se marchaba de vuelta
al despacho mientras José y Gerardo empiezan a sacar algo de gasolina a una garrafa.
–Perdona Elvira pero… ¿no crees que estás siendo un poco dura con ellos? –pregunta Alejandra.
Elvira se gira para contestar, la pregunta de Alejandra no le ha sentado bien.
–En absoluto niña. Se lo toman todo con calma y aquí hay que arrimar el hombro para todo. No se
puede tolerar ese comportamiento.
–Ya… pero…
–Ni pero ni nada –interrumpe​–. Si les das una mano te cogen el brazo entero.
Alejandra iba a hacer un comentario sobre la escasa aportación de la señora Cardona pero prefiere
guardárselo visto el carácter de Elvira para ciertas cosas. Gerardo y José han escuchado la
conversación y éste último hace un comentario al respecto cuando Elvira ya se ha ido.
–Déjalo, no merece la pena ponerse a discutir ahora.
–No, claro –responde Alejandra algo indignada–, pero es que es verdad, trabajan todo el día y sólo
reciben broncas. No me parece justo.
José no tiene respuesta para eso. A él tampoco le parece justo del todo pero alguien debe hacer el
trabajo y la estrategia de grupo que siguen todavía funciona. Gerardo, por su parte, no hace ningún
comentario sobre el tema. Él está cómodo en su situación de tesorero. Que se sepa es la única labor,
aparte de salir, que lleva a cabo, la cual no le supone un gran esfuerzo ni mucho menos.
Todavía es mediodía y Alejandra se vuelve a su habitación antes de que surja una nueva labor que
hacer y retoma su actividad de investigación con el libro. Para llevar un poco de orden va marcando
en el libro los conjuros que puede y no puede hacer y así saber cuáles han sido ya probados. Dado
que el de absorción de luz solar no funciona, sigue leyendo para probar otro nuevo.
Del mismo modo que puede jugar con la luz para iluminar, puede emplearse para oscurecer. Existe
algo similar al foco que permanece sobre un objeto, pero en este caso absorbe luz en vez de emitirla
consiguiendo así extender oscuridad a su alrededor. El concepto no le queda muy claro a Alejandra.
Se imagina que se creará una esfera de oscuridad alrededor del punto que toque, algo contrario a lo
último que hizo. Como no está segura de qué va a conseguir si realmente funciona, se coloca frente al
armario abierto y deja el libro que va a tocar dentro. Leyendo las instrucciones termina tocando el
libro.
Sorprendentemente la parte de éste que ha tocado desaparece de su vista y los alrededores de dicha
parte se quedan difuminados. El efecto visual es muy curioso y parpadea un par de veces para
percibir bien lo que ocurre. No es que se pueda ver a través, es que simplemente queda envuelto en
oscuridad y lo que ve no es más que tinieblas que pierden intensidad conforme aumenta la distancia
al punto tocado.
Alejandra acerca su mano y ésta se introduce en la esfera negra ocultándose poco a poco. No se nota
ninguna sensación extraña. El alcance de la esfera es de pocos centímetros. Alejandra retira su mano
y prueba ahora a iluminar la oscuridad y ver qué pasa. Crea la luz de su palma y la orienta a la esfera
oscura. Con la mano casi cerrada apenas se ve nada, conforme abre la mano el libro se va haciendo
más visible pero menos que de normal. Alejandra deduce que la oscuridad generada absorbe la luz
pero tiene un límite. De igual modo que cuando se crea un foco de luz, no se puede variar la
intensidad ni apagar la negrura.
Cierra el armario con el libro dentro para ocultarlo. Por suerte la sombra no alcanza el exterior.
Toma su cuaderno para apuntar lo acontecido y darle un nombre. Empieza ahora a nombrar sus
habilidades para identificarlas rápidamente. La primera de ellas, la luz que surge de su mano recibe
el nombre de Linterna; la segunda, aquella en la que la luz permanece sobre un objeto la llama Foco y
ésta última la nombra como Oscuridad.
Guarda el cuaderno bajo la manta y mira la hora. Todavía falta un rato para comer así que sigue
avanzando en sus experimentos. Con el tiempo del que dispone le da para terminar el apartado de
juegos de luz. Entre todos los conjuros posibles obtiene una nueva habilidad:
Destello: aparece un flash por encima de mí que dura muy poco y supongo que produce ceguera
por unos momentos. Hace falta comprobarlo mejor.
Alejandra no puede definir bien su radio de acción dada la escasa duración del flash. Echa un vistazo
ahora al armario y comprueba que la oscuridad sobre el libro ya ha desaparecido. Tras lo cual,
guardando todo de nuevo, sale al comedor pues ya se acerca la hora de comer.
Esta vez Elvira lleva más control sobre lo que se cocina para no exceder las normas de austeridad.
Se pasea de vez en cuando por la cocina para comprobar que se cumple lo ordenado. Javier, Miguel
y Alejandra llevan a cabo la tarea esta vez ayudados por José, que permanece con ellos. Si bien
apenas ayuda porque no es necesario, al menos consigue que Elvira deje de pasarse por allí y da algo
de conversación.
La comida transcurre con la tensión habitual parcialmente disimulada con temas de conversación
poco sustanciales a excepción del concerniente a la electricidad: a pesar de la baja moral de Javier y
Miguel, la instalación está casi completa quedando sólo distribuir y colocar bien los cables en la
planta baja. Algunos se alegran del avance realizado y otros se quejan del tiempo que se ha
necesitado para conseguir algo básico. Hoy Elvira apenas tiene órdenes que dar, tan sólo que se
complete la instalación eléctrica y otras cosas de menor importancia.
Con la comida acabada llega el turno de Alejandra. Aun escasos de energía, Javier y Miguel la
ayudan como siempre y entre los tres terminan pronto de fregar todo. De vuelta a la mesa se
encuentran un debate abierto. Sin saber bien cómo ha empezado, cada cual está explicando según su
entender el origen de lo que está ocurriendo. Toman asiento mientras Gerardo es el que habla.
–Ya digo yo que esto es un experimento fallido de las farmacéuticas o una cosa así. Esos cabrones
fueron los que extendieron el rumor de la gripe A que luego resultó ser un timo.
–¡Qué va! –exclama Christian– Es cosa de los americanos seguro. Siempre están metiendo la gamba
en todo.
–¿Para qué? –pregunta José en respuesta a Christian– No tiene sentido que hagan una cosa así sin
propósito. Yo sólo diré que todavía no he visto un sólo zombi chino, negro o moro.
–Claro que tienen un propósito –dice Christian defendiendo su teoría–. Ahora esto se ha convertido
en su campo de juegos para matar zombis.
Por un momento se hace silencio solamente interrumpido con cierta solemnidad por la señora
Cardona.
–Es obra de Dios. Nos ha elegido para cumplir su voluntad.
–¿Y qué voluntad es esa? –pregunta Gerardo con ironía– ¿Ver cómo unos zombis se nos echan
encima?
–¡No seas blasfemo! –le espeta la señora Cardona– Los planes divinos de Nuestro Señor no pueden
conocerse.
Alejandra asiste medio perpleja al trivial debate observando las reacciones de unos y de otros.
Desvía su mirada por un momento a Javier, que se vuelve hacia ella haciendo un gesto de locura en
referencia a los participantes en la discusión. Con una seña la invita a retirarse a otro sitio más
tranquilo y ella acepta. Ambos se levantan de las sillas mientras Elvira habla y pregunta a Miguel por
su opinión. Todos están tan volcados en sus argumentos que no se dan cuenta del abandono. Todos
excepto la señora Cardona, que no pierde detalle de nada. Se marchan de la sala cuando es Miguel
quien expone su idea basada en una colonización alienígena, lo cual produce ciertas carcajadas en
algunos.
–¿Se está bien en la azotea? –pregunta Javier conociendo la respuesta.
–¡Sí! Se está muy bien allí si te pones a la sombra –responde Alejandra.
–Entonces igual subimos ¿no? ¿Te apetece?
–Bien, subamos… Oye ¿te aburría esa discusión?
–Más que aburrirme, la veo inútil. Creo que no tiene sentido ponerse a discutir por algo de lo que no
tenemos ni idea. Yo sé que no tengo ni idea sobre el origen de todo, al igual que ellos, pero se
empeñan en defender unas teorías a veces absurdas.
–Ya… si yo tampoco tengo ni idea. Y todo es tan raro que puede ser cualquier cosa.
–Eso es. El caso es que se emocionan discutiendo, no sé por qué. De hecho no es la primera vez que
hablan del tema. El problema es que hasta se cabrean unos con otros.
–¿En serio? –pregunta Alejandra perpleja.
–Sí, sí. La otra vez intervine para bajar los humos y poner paz y casi salgo cobrando yo, que no le
doy ni le quito la razón a nadie.
Alejandra no tiene más que un gesto de asombro por lo que Javier cuenta. Le suena ridículo
enfrentarse entre semejantes por algo en lo que no pueden influir. Javier comparte esa idea y por eso
ha preferido retirarse. Una vez en la azotea buscan un sitio con sombra para sentarse, reposar y
seguir hablando. La curiosidad le pica a Alejandra y lanza su pregunta, esperando que no moleste a
Javier.
–Perdona por la indiscreción pero… ¿Qué pasa entre Elvira y tú?
Javier sonríe con sarcasmo antes de contestar.
–Lo que pasa es que tiene más cara que espalda ¿Te ha contado cómo la encontramos José y yo?
–Sí… bueno, a medias. Me dijo que os encontrasteis los tres y al poco empezaron a levantarse todos
los zombis.
–La verdad es que no fue así. La encontramos después de que se levantaran. De no ser por nosotros
posiblemente habría acabado mal. Se había encerrado en una tienda y había varios zombis fuera
queriendo entrar. José y yo fuimos eliminándolos hasta dejar la entrada libre. Nos la encontramos
cagada de miedo tras el mostrador. De ahí vinimos a la iglesia y nos encontramos a la señorona.
–Ah… vaya… –Esta nueva versión sorprende a Alejandra. Que Elvira tenga miedo de los zombis es
normal y también explica que nunca haya salido.
–¿Y de la campana? –pregunta Javier– ¿Dice que lo de la campana es idea suya?
–Sí, eso dijo ¿Es que no fue idea suya?
-Para nada. Fue idea de José. Ella no quería hacer ruido. De hecho ni siquiera quería moverse de
donde estaba por si había más zombis dentro de la iglesia. José tuvo que quedarse con ella mientras
yo registraba todo el interior. Estaba bastante histérica.
Alejandra prefiere callarse la versión que le dio Elvira respecto a la campana para no irritar más a
Javier.
–Ya ves –dice Javier tras un pequeño silencio–. Le gusta apuntarse los tantos de otros. Cuando ya se
calmó, se autoproclamó la jefa de todo y empezó a dar órdenes y a organizar a su manera. Y si das
una idea buena o mala, si no coincide con la suya la ridiculiza. Para rematar, hizo buenas migas con
la señorona. No sé cómo, pero se llevan bien.
–¿Tan… grave es la situación?
–¿Grave? ¡Qué va! Sólo lo grave que quieras que sea. Ya te habrás fijado que ignoro
sistemáticamente sus comentarios. Ya me encaré con ella una vez y montó un pollo monumental. Así
que no pienso entrar al trapo lo más mínimo de aquí en adelante. El día que me canse del todo me iré
y punto.
–Entiendo... Mejor solo que mal acompañado ¿no?
–Pues sí, así es. Bueno ¿y qué hay de ti? ¿Qué me cuentas? ¡Que llevamos aquí varios días y apenas
te conozco! Jajaja.
Alejandra se relaja ahora que el tema de conversación ha cambiado a algo menos irritante para
Javier. Responde a las preguntas de Javier dándose a conocer. Se encuentra contenta hablando con
él, no se conocen mucho pero empiezan a tener confianza para hablar de cualquier asunto.
Recordando anécdotas e historias de sus vidas van pasando las horas. La conversación se alarga y
nadie les reclama abajo, donde por lo visto están entretenidos.
A lo largo de la conversación Alejandra va descubriendo la historia de Javier. A sus veinticinco
años residía en el barrio desde hace un tiempo, aunque vivía solo. Se marchó de casa en cuanto la
edad se lo permitió porque la situación con su familia era insostenible. Desde que se marchara del
hogar paterno se ganaba la vida de forma honrada trabajando duro allí donde hubiese un puesto de
trabajo. El hecho de no tener más estudios que los básicos no fue un impedimento para que saliera
adelante. El Instante le cogió en la soledad de su casa. Debido al malestar que le produjo bajó a la
calle a airearse donde se encontró el desastre.
Es a media tarde cuando Miguel sube hasta la azotea buscando a Javier para continuar con su trabajo.
Elvira les ha metido prisa para poder tener luz a la noche. Javier se despide resignado para cumplir
con la tarea. Alejandra se queda en la azotea por un rato más. Se queda pensando en cómo ha estado
hablando con Javier. El tono humorístico que le da a todo es siempre agradable. Durante las horas
que han estado hablando se ha sentido feliz, en una nube alejada de todo mal. Tras dar un suspiro se
da cuenta de que seguramente tenga una expresión atontada, así que se levanta para bajar y reunirse
con Javier y Miguel con la excusa de ayudarles.
Ninguno de los dos acepta su ayuda por educación pero sí la invitan a quedarse con ellos. Alejandra
se alegra de que su presencia no sea una molestia y trata de mantener una conversación con ambos,
aunque como siempre Miguel es el menos hablador de los tres. Colocan bombillas en la nave de la
iglesia, en la sacristía, en el comedor y en la cocina, donde también llevan corriente al frigorífico.
Como la hora de la cena se les echa encima, colocarán más bombillas mañana. Cada sala tiene su
interruptor pero el frigorífico no porque lleva toma directa.
Ultimando los detalles se ha generado cierta expectación. Todos están ansiosos por comprobar que el
invento funciona. Cuando Javier da por terminada la última bombilla coge una garrafa con gasolina y
sube al cuarto del generador mientras el resto espera abajo. Cuando Javier termina de llenar el
depósito del generador da un aviso de que ya está todo listo. Coge la cuerda para arrancar el
generador y tira de ella con fuerza.
El generador arranca agitándose para después estabilizarse a un régimen mientras se oyen de fondo
gritos de alegría. Javier baja al comedor donde se encuentra a todos contentos bajo las bombillas que
proporcionan la luz que tanto habían echado de menos en los días anteriores. El júbilo por el logro
conseguido es compartido por todos. Aun siendo difícil, puede apreciarse que la señora Cardona se
alegra también. Javier llega con todos para acercarse a Miguel y Alejandra y chocar su mano con las
suyas sonriendo de satisfacción y admirando por un momento los insignificantes focos. Alejandra
habría celebrado con Javier el éxito de una forma un poco más efusiva, pero la vergüenza le puede.
Tras unos minutos de celebración, Elvira vuelve a poner orden para continuar con las tareas. Dada la
hora que es va siendo hora de hacer la cena. Envía a Christian a golpear la campana mientras José
vigila desde la puerta de entrada, manda a Alejandra y a Miguel a la cocina para que empiecen a
preparar la comida y ordena a Gerardo y a Javier llenar el frigorífico con lo que vean en la despensa
que pueda necesitar frío. Cada cual va a su tarea con fuerzas renovadas tras el resultado obtenido con
el generador.
En los viajes del almacén al frigorífico, Gerardo aprovecha el momento para dejar un par de botellas
de whisky y ron refrescando, hoy pretende tomarse una copa tras la cena. Apenas hay nada en la
despensa que necesite ser llevado al frigorífico, por lo que lo llenan sobre todo con agua y demás
bebidas. Aprovechan la nevera para hacer cubitos de hielo y congelar carne envasada al vacío.
Suena la campana Mientras Gerardo y Javier van yendo y viniendo. En la cocina Miguel está más
hablador de lo normal, posiblemente debido a la satisfacción de haber conseguido su objetivo.
Además está más participativo en las acciones, según él necesitaba un estímulo positivo. Alejandra
se alegra del optimismo de Miguel.
La cena de hoy es tan austera como debe pero no importa, se considera un banquete ahora que ya no
necesitan velas. Hoy todos están más animados y habladores. Ya cerca del final Elvira se levanta
para organizar el día siguiente.
–Bien, creo que ya hemos cumplido todos los objetivos que teníamos pendientes. Gerardo ¿algo más
que nos haga falta?
–De momento no se me ocurre nada, si acaso conseguir más armas –contesta Gerardo–. El día que
nos veamos apurados no podemos contar con un único rifle.
–No –responde Elvira–. Ya dijimos que eso entraña peligro.
–Habría que mejorar la seguridad del edificio –dice José–. La noche anterior un apestado llegó hasta
la puerta; y las ventanas están simplemente cerradas, sin nada que les aporte más rigidez.
–¿Qué propones? –pregunta Elvira con curiosidad.
–Tapiar las ventanas para que sea más difícil entrar, con eso además conseguiremos que no salga la
luz a través –explica José–. También habría que reforzar las puertas de entrada. Esos apestados no
son unas lumbreras pero si se juntan varios podrían echarlas abajo. Y si lo hacemos bien se pueden
montar barricadas delante de las puertas y de los muros que dan a los jardines, que no son muy altos.
–No está mal… –dice Elvira con agrado– Todavía no ha pasado nada grave pero nunca se sabe.
¿Alguna idea más?
Ante las negativas de los comensales, Elvira planifica el trabajo del día siguiente.
–Bien. Entonces Javier, Christian y José saldréis con la furgoneta para buscar herramientas y
materiales para fortificar todo. Gerardo y Miguel iréis a por más víveres. Recordad que ahora
tenemos frigorífico y funciona. Si tenéis necesidad coged el coche de Alejandra. Y tú, Alejandra, ya
sabes cuál es tu trabajo.
–Respecto al coche… –comenta Alejandra.
–Supongo que no te importará que lo utilicemos –dice Elvira asumiendo estar en lo cierto.
–¡No, no! Es solo que tiene el depósito casi vacío.
–Ya no –responde Gerardo sonriente–. Te lo hemos llenado a la tarde.
–¡Ah! No tenía ni idea, gracias –responde Alejandra.
–Y ya para terminar, las guardias –continúa Elvira–. Si no me equivoco hoy descansan José y
Christian. Quedáis Javier, Miguel, Gerardo y Alejandra. Organizaos como queráis. Me basta con que
cumpláis los turnos por parejas.
–Si necesitáis ayuda, despertadme –dice José.
–Bueno, pues yo voy en el primer turno si no tenéis inconveniente –dice Javier–. Ale ¿te apuntas?
A Alejandra le falta tiempo para dar una respuesta afirmativa pero comedida para no descubrirse. Le
ha hecho ilusión que Javier pensara en ella antes que en el resto. Sabiendo que va a hacer guardia
con Javier recoge todo y se va a fregar más contenta. No es que esta noche vaya a hacer algo especial
pero sí que pasará más tiempo él.
Empiezan la guardia cerca de la puerta con las luces apagadas pero con las linternas en la mano. Es
Javier quien inicia el diálogo ya que Alejandra no sabe de qué hablar. Los temas que tratan son
variados, desde tópicos a asuntos más trascendentales. En algunos momentos Alejandra se abochorna
por dentro cuando debe pedirle a Javier que repita lo que ha dicho ya que a veces se queda
extasiada.
En un momento dado, mientras es Alejandra quien habla, Javier coge la mano de ella al tiempo que le
pide silencio. Por un instante, Alejandra se bloquea y por supuesto guarda silencio. Observa a Javier
que, tras unos segundos de concentración, exhala el aire que tenía contenido para hablar al fin.
–Falsa alarma, pensaba que se acercaba un zombi de esos.
En momentos como éste, Alejandra agradece la oscuridad reinante ya que así no puede apreciarse el
notorio sonrojo fruto de una ilusión incompleta. A pesar del pequeño fiasco se queda con la
sensación que le ha producido el contacto de una mano con la otra. Una vez más se queda extasiada
con la mirada perdida, lo que provoca la curiosidad de Javier.
–Eo ¿estás aquí? –pregunta Javier agitando la mano frente a la cara de Alejandra.
–¿Eh? ¡Ah! Sí, sí, sigo aquí. Es solo que… nada. Me he embobado pensando.
–¿Y en qué pensabas?
–En… nada interesante, cosas mías.
Javier prefiere no indagar y finaliza el pequeño interrogatorio. Cosas mías, cosas mías… , piensa
Alejandra con ironía. ¿Por qué no le dices nada? No es tan difícil. Pero es que…, se lamenta
después. Antes de volver a pasmarse de nuevo pensando, Alejandra retoma la conversación donde se
había quedado antes de la interrupción. Con ello consigue salir parcialmente de sus pensamientos. Si
bien sigue abstrayéndose de vez en cuando, lo que empuja a Javier a hacer alguna pequeña gracia al
respecto. Por supuesto no es algo que irrite a Alejandra, sabe que es sano reírse de una misma y sabe
también que se está distrayendo demasiadas veces. Con esfuerzo logra mantener la concentración en
la charla durante el resto de guardia.
El tiempo pasa rápido y llega el momento del relevo. Una pequeña despedida antes de ir a dormir
devuelve a Alejandra a su estado de ensimismamiento. Se echa a dormir imaginando diferentes
situaciones que podrían haber pasado si se hubiese lanzado a decirle algo a Javier hasta que se
duerme.
8. OFENSIVA - DEFENSIVA

Ya empieza a ser preocupante el hecho de dormir poco. Hoy también se despierta antes de la hora.
Alejandra empieza a pensar que el Instante ha modificado su ritmo de sueño reduciéndolo a unas tres
horas para conseguir un descanso casi completo. Por un lado es una ventaja ya que así dispone de
más tiempo de actividad, pero si por el contrario no hay nada que hacer se ahoga en el aburrimiento.
Aprovecha la intimidad para actualizar sus anotaciones en el cuaderno iluminándose con la mano.
Esta vez describe la habilidad que produce la bola de tinieblas ya que el día anterior no escribió la
descripción:
Oscuridad: se crea una esfera de oscuridad y esconde lo que quede contenido en ella. En los
bordes de la esfera los objetos quedan simplemente difuminados. Alcance escaso, duración
indeterminada. Parece el contrario a Foco. La esfera absorbe la luz pero puede saturarse y
terminar revelando lo que contiene si se ilumina demasiado.
Cuando ha guardado el cuaderno, lo normal es que Alejandra se ponga a pensar en su magia y sienta
tentación de leer más del libro pero esta vez centra su mente en Javier y en cómo puede atraer su
atención. No quiere precipitarse y actuar a lo loco. Su reservado carácter se lo impide y todavía le
duele el desengaño que sufrió con Emilio. La combinación de sensaciones la lleva a pensar todo tipo
de cosas, algunas disparatadas.
Hoy espera en la cama a que alguien entre a despertarla ya que no es Christian quien hace guardia. Es
Miguel quien irrumpe en su habitación para dar el aviso de que ya es de día. Es difícil averiguar
dónde acaba la educación y empieza la timidez del muchacho ya que apenas abre la puerta para ni
siquiera entrar, sino alzar un poco la voz hasta que oye la de Alejandra en respuesta.
En el desayuno de hoy tampoco hay rastro de las magdalenas que Alejandra trajo. Las estarán
guardando para cuando estas tostadas decidan irse por su cuenta, bromea Alejandra en su mente
mientras observa una de las rebanadas entre sus dedos. Se alegra por un instante cuando ve a Javier
aparecer por la puerta, momento en el que se da cuenta de que aún no se ha cepillado el pelo y debe
tenerlo completamente alborotado. Trata de adecentarlo un poco pasando la mano por encima pero
no consigue gran cosa. Javier la ve pasándose la mano por la cabeza como lo hacen los gatos, lo que
es ciertamente gracioso. Alejandra le saluda con una sonrisa comprometida conocedora del aspecto
que tiene por las mañanas.
Bromas aparte, el desayuno transcurre con normalidad así como las labores posteriores. Hoy Elvira
no necesita repetir las órdenes ya que todos saben lo que tienen que hacer. Todos excepto las tres
mujeres salen de la parroquia para cumplir los objetivos. Hoy Alejandra trabaja más relajada porque
no hay rastro de la señora Cardona criticando aquí y allá su manera de limpiar. Alejandra se
preocupa porque todavía no ha entablado conversación con ella de manera seria, pero es que sus
aires de superioridad tampoco invitan a hacerlo. Tal vez le pase algo parecido a lo que le pasaba a
José. Posiblemente esté resentida por algún hecho pasado y por eso se muestra de esa manera tan
suya. Igual en el fondo es una señora majísima. O igual no, piensa Alejandra. En cualquier caso, esta
mañana no va a descubrirlo. Tiene una cita pendiente con su libro y sus secretos.
Afortunadamente limpiar hoy es más fácil que ayer precisamente por haber limpiado ya ayer, lo cual
proporciona más tiempo para la investigación en su habitación. El capítulo de juegos de luz queda
atrás y da paso a otro parecido que trata sobre el sonido. Siguiendo la analogía, según el libro
pueden producirse sonidos dentro de un radio. No se describe el tipo de sonido que puede
producirse, el libro tan sólo menciona ilusiones sónicas.
Esta vez Alejandra no sigue las indicaciones del libro. Tal como lo consiguiera con Linterna
simplemente pensará en el sonido que quiere producir y el punto aproximado en el que quiere que
suene. Como no quiere complicarse demasiado elige el ladrido de un perro como referencia.
Toma aire y se concentra en el armario cerrado, que es donde quiere que se produzca el sonido. Se
asusta por un momento cuando del armario surge un “¡Guau!” como si un perro estuviera encerrado
dentro. Dado el realismo del sonido realmente duda de si ahí dentro hay un perro. Antes de ir a mirar
decide probar otro sonido que, con toda seguridad, no podría venir de un armario. Un caballo no
cabe en un armario, piensa. Se concentra de nuevo para escuchar ahora un relincho de caballo en el
mismo sitio en el que antes había oído el ladrido. Alejandra se relaja sabiendo ahora que, como no
puede haber un caballo en el armario, el ladrido que ha oído antes lo ha producido ella.
En el momento en el que va a apuntar la nueva habilidad, la puerta de su habitación se abre.
–Ale ¿he oído a un caballo? –pregunta Elvira con gesto serio.
–Un… ¿caballo? –pregunta Alejandra en respuesta con una ceja levantada.
–Sí, un caba… es igual.
Elvira se va cerrando la puerta para volver a su despacho. Alejandra se ríe por lo bajo de la broma
que sin querer ha gastado a Elvira. Esto promete, piensa Alejandra sonriendo levemente con malicia.
Antes de perder la concentración y divertirse un poco a costa de Elvira opta por apuntar en el
cuaderno:
Sonidos: puedo crear sonidos en un entorno cercano. Por el momento un ladrido y un relincho. El
relincho lo ha oído Elvira en otra sala contigua. Hay que probar más sonidos.
De repente cae en la cuenta de que había un apartado dedicado a los elementos. Los ojos se le abren
como platos con la idea de controlar los cuatro elementos conocidos. Pasa las hojas rápido para
llegar a la entrada de Elementalismo. Antes de empezar a leer piensa que, si es capaz de hacer algo,
puede ser peligroso hacerlo en un sitio cerrado. La azotea está bien, piensa para sí. Sería más
adecuado salir y alejarse de la parroquia para evitar riesgos respecto a la magia pero eso la expone a
los zombis y es algo que quiere evitar a toda costa. Por un momento duda si subir o no. La intriga
vence a la sensatez en esta ocasión y enfila las escaleras con el libro y el cuaderno en la mano. Por
suerte no se encuentra a nadie de camino.
Llega a la azotea y los nervios no la dejan pensar bien. Está tan ansiosa por experimentar que casi
olvida asegurar la puerta de salida para que nadie entre de improviso. Echa un vistazo a la plaza por
si alguno de los vehículos ha llegado antes de ponerse a leer la primera de las secciones. Es la que
trata sobre el elemento tierra. Se salta toda la introducción y demás para llegar a la parte de acción
donde se explica qué se puede hacer con la tierra.
El apartado no es muy extenso, de hecho apenas puede hacerse gran cosa. Se describen las técnicas
para conseguir crear muros, fosos, zanjas, refugios y para transformar la tierra. Como la terraza no es
el mejor lugar para hacer pruebas de este tipo decide pasar al siguiente elemento, y la tierra da paso
al aire.
Este elemento da algo más de juego que la tierra siempre que los conjuros que se describen puedan
realizarse. El aire contempla muchas más posibilidades: muros de aire, purificación del aire, vuelo,
creación de vientos, generar vacío, escudo de aire y más. Aunque pretenda seguir un orden, la
posibilidad de volar desata su imaginación y sus tentaciones.
Se queda de pie y deja el libro en el suelo. Cierra los ojos para concentrarse en el deseo de elevarse
y volar. Con los ojos cerrados no siente nada extraño. Vaya, para uno que molaba…, se lamenta en su
mente. Al momento, abre los ojos para ver todo desde el mismo punto de vista de antes. Sólo cuando
va a agacharse a recoger el libro se percata asustada que éste está más lejos que antes. Si bien sus
pies sólo están unos centímetros sobre el suelo, la percepción actual la desubica completamente y
amenaza con hacerla caer. La caída es inevitable, acompañada de varios aspavientos para evitar
perder inútilmente el equilibrio. Alejandra espera golpear el suelo con su trasero, pero tal cosa no
sucede.
Echa la vista abajo para comprobar que se ha quedado “sentada” en el aire. Su rostro se ilumina de
felicidad al comprobar que es cierto que está levitando, suspendida por una fuerza invisible que le
permite no tocar el suelo. No se siente ingrávida pero simplemente flota en el aire. Decide poner fin
al experimento antes de darse cuenta de que, al hacerlo, ahora sí que va a golpearse contra las
baldosas. Aunque la altura sea escasa, el golpe en la rabadilla le produce una sensación a medio
camino entre el dolor y la risa, es una mezcla de ambas.
–Jaja ayayay… mi culo… ¡Otra vez! ¡Otra vez!
Se levanta rápida a pesar de la incómoda sensación producida por la caída. Esta vez sin cerrar los
ojos vuelve a centrar su mente en elevarse para conseguirlo al momento. En esta ocasión observa
cómo todo a su alrededor se mueve hacia abajo casi un metro. Detiene su ascenso a voluntad para
preocuparse en no perder el equilibrio como antes. Tan pronto como piensa en moverse hacia
delante, avanza unos pocos metros mientras mantiene la vertical sin mover un solo músculo.
Se detiene de nuevo para moverse hacia atrás. Prueba a girarse mediante pensamiento y gira respecto
a su eje vertical, tal como había planeado. Piensa ahora en girar respecto a un eje horizontal de modo
que pueda quedarse tumbada boca abajo en el aire. Dada su posición actual no puede evitar levantar
la cabeza para ver al frente y colocar el puño derecho por delante de ella.
–¡Superwoman!
En cuanto lo dice empieza a avanzar por el aire como lo hiciera Superman en las películas, pero
bastante más despacio. En realidad no avanza muy rápido, lleva una velocidad como la de caminar.
Se detiene antes de estrellarse contra la pared y vuelve a su posición vertical para cesar el
experimento.
Esta vez cae sobre sus pies librándose de un segundo golpe en su rabadilla. Echa un vistazo rápido a
la puerta para comprobar que sigue cerrada y otro a la plaza para ver que aún no ha vuelto nadie.
Apunta y describe el hallazgo en su cuaderno:
Vuelo: capacidad de elevarme y volar en cualquier dirección a una velocidad más que prudente.
Se controla mediante pensamiento. Hay que hacer muchas pruebas con éste. ¡Y mola!
Se le ha hecho difícil escribir con tanta excitación. Le gustaría seguir practicando y ganar experiencia
con ésta habilidad y ver sus límites. Pero no tiene tiempo que perder porque aún quedan muchas
técnicas más que probar. Dado que lo más interesante del elemento aire ya está hecho, ahora sí que
seguirá un orden.
El siguiente en ponerse a prueba es el muro de aire. El libro dice que, ante el sujeto que lo invoque,
se crea un muro de aire turbulento de ciertas dimensiones que resta mucha movilidad a cualquiera
que lo atraviese o que variará la trayectoria de manera impredecible de algo lanzado a través de él.
–Pues vaya porquería de muro…
A pesar del escaso interés que suscita debe probarse. Alejandra se concentra en crear dicho muro.
Cuando cree haberlo conseguido, trata de buscar un muro que en apariencia debería ser invisible
puesto que se trata de aire tan sólo. Mueve sus manos alrededor como los mimos tratando de sentir
una pared de aire agitado. A pesar de dar varios pasos alrededor del punto sobre el cual cree haber
creado dicho muro no encuentra nada. Por lo tanto tacha este hechizo en el libro.
El siguiente en ser probado es la purificación del aire. El libro dice que el sujeto que lo realiza
podrá respirar en una atmósfera tóxica o carente de oxígeno. Como no hay nada parecido en la azotea
pasa al siguiente en la lista: creación de vientos. Este también puede ser interesante…, piensa. Si
realmente es capaz, el libro especifica que Alejandra podrá generar corrientes de aire, desde brisas
hasta tornados según la experiencia que tenga. Se lleva una gran desilusión al comprobar que no es
capaz de provocar ni la más ligera brisa si no es soplando con sus propios pulmones.
La generación de vacío y el escudo de aire tampoco dan resultado así como los siguientes, lo cual es
un poco desalentador. Pero Alejandra no pierde la emoción, sobre todo después de haber volado.
Ahora toca cambiar de elemento y el aire da paso al fuego.
Las posibilidades que otorga el ígneo elemento no son mucho más amplias pero algunas de ellas son
peligrosas. El primero de los conjuros es muy básico y consiste en la simple creación y manejo de
una llama sobre las manos del sujeto. Algo que no surte efecto en absoluto: otro hechizo tachado.
El siguiente es, con diferencia, mucho más interesante: una bola de fuego. Se trata de un conjuro
ofensivo consistente en una bola de fuego de diámetro indeterminado y que puede lanzarse creada
entre las manos del sujeto. Temerosa de lo que pueda surgir, Alejandra acerca sus manos como para
sostener una pelota pequeña entre ellas. Piensa en la idea de una bola de fuego entre sus manos.
Se asusta cuando una diminuta esfera de fuego aparece entre sus manos. Alejandra da un salto atrás al
tiempo que separa las manos dejando caer la pequeña canica de fuego al firme. Cuando ésta llega al
suelo, explota sin hacer ruido expandiendo llamas unos centímetros alrededor del punto de impacto.
Tras dar un nuevo paso atrás por precaución, observa que las llamas se apagan a los pocos segundos
ya que no han encontrado nada para prender.
Este hallazgo la hace preocuparse. Hasta ahora todo lo que ha aprendido a hacer eran cosas más o
menos útiles para desenvolverse en la nueva vida. Pero la bola de fuego pone de manifiesto que éste
don que Alejandra tiene ahora puede ser ofensivo y peligroso para las personas. Todavía ignora el
alcance que puede tener la bola ya que el libro especifica que puede lanzarse y no da dimensiones de
ningún tipo. Ahora que sabe que puede hacerlo, Alejandra quiere repetir la prueba.
Vuelve a juntar sus manos para crear una nueva bola de fuego. Mantiene sus manos quietas
observando entre ellas las llamas en forma esférica. Empieza separando poco a poco las manos para
ver cómo la pequeña bola va aumentando su diámetro hasta un límite. La bola ha alcanzado unos diez
centímetros de diámetro y no crece más aunque Alejandra siga separando las manos.
Manteniendo la mano izquierda quieta, mueve su mano derecha para dejarla bajo la bola. Retira
ahora su mano izquierda y comprueba que la bola levita sobre su mano derecha. Se percata de que la
bola reduce su tamaño si cierra la mano, al igual que ocurría con Linterna. Desvía ahora su mirada al
frente, donde puede ver los edificios del otro lado de la plaza. Lleva la mano derecha hacia atrás
para lanzar la bola hacia delante con fuerza. Una vez ha sido lanzado, el fuego se aleja volando sobre
la plaza como un balón para explotar, como antes, a una distancia indeterminada.
Dada la importancia del suceso, Alejandra está mucho más seria que antes y da buena cuenta en su
cuaderno:
Bola de fuego: se puede crear una bola pequeña de fuego y puede lanzarse. Si impacta, las llamas
se expanden y duran 2-3 segundos. Si no impacta, se expandirá a una distancia todavía no
conocida. Parece peligroso.
El siguiente de los conjuros no es menos inquietante. Bajo el nombre de rayo ígneo, se describe la
técnica para que, de la mano del sujeto, se obtenga un rayo de fuego semejante a un lanzallamas. Si la
bola de fuego podía ser peligrosa, el rayo ígneo lo es más. Por suerte, o por desgracia, Alejandra no
obtiene éxito con él.
Los conjuros ofensivos dan paso a los defensivos entre los que figuran dos. Uno de ellos es el muro
de fuego. De manera similar al muro de aire, el libro estipula que se crea frente al sujeto un muro
cuadrado de fuego de unos cuatro metros de lado y metro y medio de profundidad y de duración
limitada. El otro, llamado círculo flamígero, crea un círculo protector de fuego alrededor del sujeto.
Alejandra decide no probarlos ya que podría originar un incendio, lo cual no es en absoluto
recomendable.
El último de los elementos es el agua, con el que también se pueden conseguir resultados muy
prácticos. El primero de los conjuros habla sobre la creación de agua a partir de la humedad del aire.
Alejandra lee con atención las indicaciones y se dispone a probar.
Junta sus manos formando un hueco y dejando una abertura en la parte de abajo. Se concentra y
enseguida empieza a notar cómo la humedad se acumula entre sus manos dando lugar a las primeras
gotas de agua. El procedimiento se acelera y ya empieza a caer un pequeño chorro de agua desde sus
manos. El chorro cae sobre las baldosas y salpica alrededor. Pronto detiene el proceso en vista de
que funciona. Secándose las manos en el pantalón apunta:
Agua: puede conseguirse agua juntando las manos. El agua cae. Hay que probar si el agua es
potable. El libro dice que se obtiene de la humedad del aire.
Antes de que pueda pasar al siguiente, se percata de que uno de los vehículos está llegando. Puede
oír el motor acelerado aproximándose. Se asoma al murete y ve cómo su coche se acerca rápido a la
iglesia. Seguro que es Christian quien conduce, teme ella. Pero se equivoca, Christian había salido
con José y Javier yéndose todos ellos en la furgoneta. Eran Miguel y Gerardo quienes cogerían el
coche si lo necesitaban.
Es Gerardo quien aparece por la puerta del conductor una vez el coche se ha parado bruscamente
cerca de la entrada. Si hay algo que pueda disculpar la temeridad de Gerardo en este momento es la
prisa que se toman él y Miguel en bajarse con las manos vacías. Aporrean la puerta para que les
abran mientras vuelven continuamente la mirada a la calle por la que han llegado. Alejandra mira
también hacia la calle por la que han venido y se queda de piedra al ver una horda de zombis con un
objetivo más que claro.
No hay tiempo para pensar. Alejandra se va de la azotea tan rápida como puede para abrirles la
puerta y dejar entrar a Miguel y Gerardo si es que Elvira o la señora Cardona no han oído los
desesperados golpes sobre la puerta. Para cuando llega a la entrada, los perseguidos ya están dentro
y a salvo asegurándose de que la puerta está bien cerrada. Están nerviosos y no aciertan a hablar con
claridad. Enseguida cunde el pánico cuando la noticia es transmitida; excepto en la señora Cardona,
que no hace sino alejarse tranquilamente hacia la sacristía con el perro en sus brazos.
–¿Y ahora qué hacemos? ¡¿Qué hacemos?! –exclama Elvira.
–¡Si tuviéramos más armas como dije…! –se queja Gerardo.
Alejandra sabe que podría utilizar la Bola de Fuego para defenderse o probar a crear muros de fuego
o tierra, si funcionan, para bloquear la entrada pero eso supondría exponerse completamente. A pesar
de todo, es una opción que guardará como último recurso si sus vidas corren peligro.
Los zombis se aproximan, se les puede oír gritar y gruñir como si estuvieran al lado. Gerardo se
apresura a colocar varios bancos de la iglesia frente a las puertas como barricada con ayuda de
Miguel. Elvira no hace más que moverse de un lado a otro, histérica y aterrorizada. Alejandra
permanece pensativa sopesando las opciones que tiene. Por suerte, se le ocurren un par de ideas para
resistir cuando los apestados empiezan a golpear la puerta.
–¡Elvira! Sube a la campana a dar golpes –ordena Alejandra–. Igual el sonido los aturde y con suerte
Javier y los demás quizás lo oigan también.
Entre el miedo y los nervios, a Elvira le cuesta reaccionar. Sólo inicia la marcha cuando las puertas
empiezan a temblar por los embistes. Gerardo y Miguel se apresuran a mantener los bancos en su
sitio apuntalando las puertas de entrada. No hay mucho más que se pueda hacer. La señora Cardona
ha desaparecido y sólo queda Alejandra para hacer algo. Tiene que encontrar la manera de
neutralizar a los zombis para que no echen las puertas abajo.
–¡Ahora vuelvo! –dice Alejandra mientras se va a las escaleras.
–¿Dónde vas? ¡Necesitamos ayuda! –grita Gerardo, que se afana en mantener las puertas cerradas.
Pero no recibe contestación. Alejandra ya se ha ido con la idea de lanzar cosas desde alguna ventana.
En el primer piso no hay ventanas lo suficientemente próximas a la entrada pero en el segundo piso
sí. De hecho la ventana está casi sobre la entrada, sólo un par de metros a un lado de ésta. Ahora
debe encontrar objetos lo suficientemente contundentes. A excepción de unos pocos muebles
pequeños no hay nada que pueda servir. Con la ventana abierta de par en par, observa cómo las
campanadas han perdido eficacia. Si bien aquella vez pudo ver a los zombis completamente
aturdidos por el sonido, en esta ocasión apenas se distraen.
Empieza a lanzar los primeros muebles. Los cajones de un armarito son lo primero en caer. El
primero de los cajones cae de lleno en el grupo de invasores y se parte en varios pedazos. Dos de los
tres zombis que han recibido golpe caen al suelo pero el resto continúa intentando forzar la entrada.
El siguiente cajón en caer consigue un resultado similar: dos zombis menos. Con el tercero y último
de los cajones sólo consigue eliminar a uno. Sin más cajones que poder tirar es el turno del armarito.
Es más grande y más pesado que un cajón por lo que, apuntando bien, consigue reducir a dos zombis
más.
Aún quedan muchos zombis que matar. Más de quince son los que siguen en pie amenazando con
entrar. Cada tanto alguno más aparece por las calles colindantes atraído por el ruido. Alejandra se
vuelve dentro buscando más objetos que lanzar. Un grupo de taburetes es lo único que queda ya que
el resto de muebles es demasiado pesado para ella. Sin duda, lanzar un piano de pared por la ventana
conseguiría un resultado magnífico pero no tiene fuerza como para levantarlo lo más mínimo.
Vuelve a la ventana con los taburetes y observa que el grupo instigador ha aumentado. Si no repelen
pronto la invasión el ruido atraerá a muchos zombis más y en tal caso quizás ni con la Bola de Fuego
pueda salvarse. Empieza a arrojar los taburetes centrándose en los grupos más numerosos con la idea
de alcanzar más cráneos. Algunos impactan y otros no. Los taburetes no tienen un gran efecto y es
necesario encontrar más mobiliario arrojadizo.
Vuelve su vista dentro y sigue buscando pero no hay nada en la sala que pueda servir. Sale al pasillo
y mirando alrededor encuentra un banco de madera y un sillón. Monta el banco sobre el sillón y
arrastra ambos hasta la ventana.
Se asoma de nuevo y desespera viendo cómo siguen llegando más zombis. Vienen a cuentagotas pero
son incansables. Por suerte los escombros de los muebles y los cuerpos caídos entorpecen un poco a
los recién llegados. Coge ahora el sillón con ambas manos y lo coloca sobre la repisa de la ventana
con mucho esfuerzo. Es pesado y debe empujarlo con fuerza para que caiga sobre la entrada. Aunque
el hueco de la ventana es grande, es difícil empujarlo bien y el sillón cae a un lado de las puertas
matando sólo a un par de zombis. Con el banco consigue una mayor puntería. Cae justo ante la puerta
donde los zombis golpean y empujan, destrozando a cinco de ellos. Por desgracia los siguientes
toman el relevo y Alejandra se queda otra vez sin objetos que lanzar.
Se va de nuevo al pasillo. Ahora sí que no quedan muebles. ¡Los cuadros de las paredes!, piensa al
verlos. No son muchos, sólo hay dos cuadros grandes de retratos de santos y alguno pequeño. Los
coge todos y se los lleva de nuevo a la ventana junto con un espejo. Si esto no funciona, ya no sabe
qué más probar. Coge el primero de los cuadros, es pequeño y puede lanzarlo con una mano.
Lo arroja con fuerza e impacta sobre una cabeza abriéndola como un huevo. El desdichado zombi cae
desparramando todo sobre el suelo y sobre sus compañeros. El siguiente cuadro en ser lanzado
también es de los pequeños. Lo lanza igual que antes pero esta vez no alcanza ninguna cabeza. Ahora
va el espejo. Es de un tamaño similar a los retratos grandes y pesa una barbaridad. Lo lanza como
puede y alcanza a tres de los zombis.
Es el turno de los santos. Aunque Alejandra no sea creyente espera una pequeña ayuda por su parte.
El primero en servir es San Agustín. Lanza el cuadro tal como hiciera con el espejo pero al ser
bastante más ligero, el lienzo actúa de ala y varía repentinamente la trayectoria del retrato hacia la
plaza y alejándolo del objetivo. El otro es San Judas Tadeo, patrón de los imposibles. En vista del
resultado anterior, Alejandra lo lanza de manera distinta para evitar el efecto obtenido. No sólo el
cambio de lanzamiento es infructuoso, sino que además se vuelve en su contra. El retrato vira en
dirección contraria al anterior y vuela hacia una de las ventanas junto a la puerta impactando sobre el
cristal y haciéndolo saltar en muchos pedazos.
–¡Mierda, mierda! ¡No me jodas! –se queja Alejandra nerviosa.
Alejandra se va corriendo a las escaleras. Va hasta la entrada para comprobar que el retrato no ha
golpeado ni a Gerardo ni a Miguel.
–¡¿Qué coño haces?! –pregunta Gerardo exaltado sujetando los bancos.
–Perdón, lo siento –se excusa Alejandra–. Les lanzaba cosas desde la ventana para matarlos pero ese
cuadro se ha desviado.
–¡¿Para matar a quién?! –dice Gerardo con ironía mirando el cuadro– ¿A ellos o a nosotros? Encima
con un cuadro de Judas…
Viendo que ambos están bien y aún pueden resistir las embestidas, Alejandra se va de nuevo
escaleras arriba esperando encontrar más mobiliario ignorando el último comentario de Gerardo.
Tal vez sea momento de usar la Bola de Fuego…, piensa mientras busca infructuosamente por las
salas. Pero… podría iniciar un incendio, teme. Vuelve a las escaleras para subir a la azotea. Tal vez
el libro contenga algún hechizo más que sea ofensivo pero menos peligroso que la Bola de Fuego. El
libro está abierto donde lo había dejado. Pasa la vista rápidamente por todos los conjuros de agua
pero no hay nada que sea útil. Las hojas van avanzando y Alejandra no se molesta en leer con
detenimiento, apenas lee el nombre y poco más para saber de qué trata cada uno.
Encuentra uno que podría funcionar. Se trata de un rayo eléctrico que surge por invocación del sujeto.
Alejandra se coloca en el extremo de la azotea y se asoma. Su posición es cercana a la de las
puertas, unos pocos metros a un lado. Se apoya en el murete y extiende su brazo derecho hacia la
entrada, con la mano abierta. De repente un relámpago sale de su mano y alcanza a la turba de
zombis. El rayo afecta a varios de ellos, que caen al suelo convulsionándose. Alejandra está
dispuesta a repetir el ataque pero su brazo se ha quedado como anestesiado con un hormigueo
intenso. Además, la vista se le ha nublado y le flaquean las piernas. Se esfuerza para mantenerse en
pie y seguir repeliendo el asedio. Antes de recomponerse y volver a apuntar con su mano, oye un
nuevo motor que se acerca rugiendo.
El sonido del motor es fuerte y continuo y los zombis desvían su atención hacia él. Alejandra los
imita y comprueba que la furgoneta se acerca desde el otro lado de la plaza con cierta velocidad. El
frontal de la furgoneta así como parte de la chapa de uno de los lados están abollados y manchados
de sangre. El vehículo se detiene a varios metros de los zombis y de él se bajan José, Javier y
Christian, todos ellos armados con tablones y herramientas. Ante la provocación, los zombis cambian
su objetivo y abandonan las puertas para correr hacia los refuerzos que mantienen su posición,
cerrada entre ellos.
Los primeros zombis en alcanzarles reciben un generoso golpe cada uno, alguno de ellos incluso
pierde la cabeza por la contundencia del impacto. Tras la primera tanda, el grupo de hombres se
separa unos pocos pasos entre sí para seguir repartiendo palos. Por suerte ya no quedaban muchos
zombis y, comunicándose y protegiéndose entre ellos, consiguen tumbarlos a todos. Sin perder el
tiempo, José y Christian rematan a los electrificados que siguen tendidos en el suelo con espasmos.
Javier vuelve a montar en la furgoneta para acercarla a la entrada.
Alejandra ya ha empezado a bajar las escaleras. Se detiene un momento para avisar a Elvira que ya
no hace falta continuar dando golpes a la campana y sigue bajando. Una vez en la nave de la iglesia,
echa una mano a Gerardo y Miguel para retirar los bancos y abrir las puertas. Christian entra el
primero mientras Javier y José siguen de espaldas a la puerta vigilando que ningún zombi más se
acerque. A la señal de Miguel, ambos se giran y entran cerrando las puertas tras ellos.
–¿Pero qué cojones pasa hoy? –pregunta José alterado.
–No lo sé –responde Gerardo–. Pero están muy agresivos.
–¡Ya te digo! –dice Christian– Si no he atropellado a cien no he atropellado a ninguno.
–No te pases –le corrige José–. Que más de diez no había.
–Bueno, pero todos estamos bien ¿no? –pregunta Javier– No hay nada que lamentar.
Todos asienten, no ha habido daños personales y están ya a salvo en el refugio.
–Bueno, ahora tenemos una ventana abierta –menciona Gerardo disgustado.
–¿Y eso? –pregunta José sorprendido– ¿Han sido los apestados?
–No… –responde Alejandra medio avergonzada– He sido yo. Estaba tirando cosas para matarlos
y…
–¡Y casi nos mata a nosotros! –prosigue Gerardo demostrando enfado.
–Bueno, bueno –interrumpe Javier tratando de bajar los humos–. Se ha cargado a unos cuantos. Nos
ha facilitado el trabajo. Cuando oímos la campana pensábamos que ya os habían invadido.
–¿Y dónde está Elvira? –pregunta Christian.
Justo en ese momento Elvira aparece en la sala junto a la señora Cardona, de la que no se ha sabido
nada hasta ahora. Ambas aparentan serenidad, algo muy distinto a lo que transmitía Elvira hace un
rato pero nada nuevo en la señora Cardona.
–Ah…- Respira Christian– Menos mal que estás bien.
Elvira no hace ningún gesto de agradecimiento. Lo disimula bien pero por dentro sigue tensa como un
animal acechado. Para desviar la atención enseguida empieza a dar órdenes.
–Si habéis conseguido herramientas y materiales ya podéis empezar a fortificar todo, empezando por
las ventanas. Tú, Alejandra, ve a la cocina y no rompas nada más.
Bastante abochornada estaba ya Alejandra como para recibir un comentario así. Se marcha a la
cocina ligeramente cabizbaja. De camino, Javier le dedica un par de gestos para quitar hierro al
asunto. Una pequeña sonrisa asoma en el rostro de Alejandra sabiendo que al menos alguien la
defiende. Mientras Alejandra se aleja, Elvira escucha lo que la señora Cardona le dice de cerca a
modo de chismorreo o secreto, y Elvira asiente.
Mientras Alejandra se dedica a cocinar, los demás excepto Elvira y la señora Cardona se afanan en
limpiar y recoger todo. Con ayuda de palas y tablones empujan los cadáveres al centro de la plaza.
La idea es quemarlos empleando gasolina para evitar plagas y enfermedades derivadas de la
descomposición. Utilizan también escombros de los muebles que Alejandra utilizó para frenar el
ataque como base para mantener el fuego. La pira arde majestuosa despidiendo un humo oscuro y
bastante pestilente.
De vuelta al interior comienzan las labores de mejora. A pesar de los ataques que han sufrido han
tenido suerte. Disponen de chapas metálicas y tablones de madera así como taladros y otras
herramientas que facilitan enormemente el trabajo. Lo primero en ser protegido son las ventanas,
atornillando chapas y tablones por el lado exterior. Sólo las ventanas de la planta baja reciben
protección.
Es hora de comer y Alejandra llama a todos a la mesa. Los trabajos en el exterior avanzan despacio,
por el momento tres ventanas están tapiadas. El resto se hará por la tarde. En la mesa los ánimos
están agitados.
–A ver, pero qué ha pasado hoy –pregunta Elvira.
–Ataques indiscriminados –responde José–. Deben estar cabreados o algo. Saltaban a la mínima y
parecían más salvajes.
–Cierto, nosotros ni siquiera nos hemos podido bajar del coche –coincide Gerardo.
–Entonces no habéis traído nada –recrimina la señora Cardona.
–Bueno, ¿y todo esto por qué? –pregunta Elvira de nuevo adelantándose a Gerardo, quien ya iba a
contestar de mal tono a la señora Cardona.
–Pues… –interviene tímidamente Miguel– ¿Tienen hambre?
–¡Pero qué dices, tarado! –exclama Elvira, quien considera esa opción como irrelevante.
–No es tan absurdo –opina Javier–. ¿Acaso alguien sabe lo que comen?
–Yo sí –responde Alejandra tras un breve silencio.
–A ver: cómo lo sabes, listilla –pregunta Gerardo incrédulo.
–Antes de salir de casa hice pruebas –explica Alejandra–. Lancé todo tipo de comida para ver qué
les movía. Sólo comían carne cruda, no les interesa si está hecha. Cuando me vieron en la ventana se
olvidaron de la carne y se quedaron mucho rato bajo mi ventana gruñendo.
El dato aportado no es en absoluto optimista para los oyentes y se hace un pequeño silencio sólo
interrumpido por la ignorancia de Christian.
–¡Pues que se vayan a una carnicería a hincharse!
–Tú no escuchas ¿verdad? –ironiza Gerardo– Ha dicho que se olvidaron de la carne cuando la vieron
a ella en la ventana.
–¿Insinúas que son nuestros depredadores? –pregunta Elvira algo atemorizada.
–Eso parece… –comenta Javier.
–¡Pues estamos jodidos! –se queja Gerardo– ¡Os dije que necesitamos armas!
–¿Y qué habrías hecho con tú con un arma hace un rato? –dice José girándose hacia Gerardo– Seguro
que habrías abierto las puertas de par en par y te habrías liado a tiros como si fueras Rambo.
El silencio de Gerardo confirma la imaginación de José, que continúa argumentando mientras eleva
el volumen en contra de la idea de Gerardo.
–Ahí afuera hemos quemado, si no he contado mal, más de veinte de esos hijos de puta. Si los dejas
entrar, necesitarías una ametralladora para no tener que recargar. Todo ello siempre que se quedasen
juntos pero ya sabemos que se mueven a lo loco. Además me he fijado que no sienten dolor y no se
paran ante nada, por lo que el único blanco efectivo es la cabeza o el cuello. Si gozas de tan buena
puntería gustoso te cedo mi arma. Pero como no tenemos una ametralladora, los apestados no se
quedan esperándote a que recargues, no se mueven juntos para facilitar el trabajo y tú no tienes tan
buena puntería, creo que si hubieras tenido un arma habrías condenado a todos los que estabais
dentro de esta puta casa.
El tono de voz de José, su contundente argumentación y su expresión facial, más seria que de
costumbre, enmudece el recinto. Él mismo rompe el silencio provocado para dar un último apunte
sobre la situación actual en la que se encuentran.
–Hablando de armas… yo me he quedado sin balas.
–Genial… –suspira Elvira contrariada.
El silencio vuelve a reinar en el aire. La crítica situación en la que se encuentran ahora no ayuda a
pensar con claridad. Sus únicas bazas favorables son las reservas alimentarias de las que disponen y
el refuerzo de los huecos, que aún no está completado.
–Habrá que conseguir más balas –dice Elvira– y creo que tener algún arma extra no estaría de más,
José. Sé que la idea no te gusta, pero no podemos depender de un único rifle.
–No te falta razón –responde José con un tono más calmado–. Pero creo que antes de coger un arma
deberíais aprender a utilizarla correctamente.
–¡Venga! ¿Quién no sabe cómo se utilizan? –pregunta Christian envalentonado– ¿Es que nadie ha
visto pelis de tiros?
–Anda, cállate, que te estás cubriendo de gloria –le ordena Elvira.
–Conozco una tienda –dice José–. Está aquí, en Barcelona. Creo que allí podremos conseguir todo lo
que necesitemos de armas.
–Entonces irás esta misma tarde –ordena Elvira–. Mientras el resto se queda aquí terminando la
fortificación. La elección de armas la dejo en tus manos.
–Convendría que le acompañara alguien –recomienda Javier.
–¡A mí me gustaría ir! –se adelanta Christian emocionado por la noticia de disponer de armas.
–No, tú mejor te quedas –opina José–. Tu fuerza va bien para cerrar las ventanas.
–Cierto –coincide Elvira–. ¿Alguien más voluntario para ir?
–Alejandra ¿Tú tendrías inconveniente en acompañarme? –pregunta José.
No supone un inconveniente para ella el hecho de acompañarle, lo que sí la desanima es la reciente
irascibilidad de los zombis callejeros dado el creciente peligro que supone salir al exterior, máxime
sin armas. Pero antes de que pueda decir nada, Elvira se le adelanta.
–Claro que no tendrá inconveniente. Aquí no podrá hacer gran cosa… Mejor que vaya contigo.
Aunque Alejandra pensaba aceptar la invitación de José ahora sí que no tiene posibilidad de
rechazarla. Una de las últimas cosas que quiere ahora mismo es un enfrentamiento con Elvira.
–Vale, iré contigo –responde Alejandra poco convencida por la idea.
–Bien, entonces todos tenemos trabajo para hoy –dice Elvira terminando ya el debate–. Es muy
importante cumplir los objetivos, nuestra seguridad depende de ello.
El almuerzo termina poco después. Alejandra tiene la ayuda habitual de Javier y Miguel para recoger
y fregar pero hoy no hay conversaciones, ni siquiera con Javier. Alejandra está pensativa. Se
pregunta por qué José le ha preguntado a ella en primer lugar. Enseguida cae en la cuenta de que,
aunque él no lo sepa, no podía haber elegido a nadie mejor ya que ella dispone de sus propias armas
para salvaguardar sus vidas si hiciera falta. Por supuesto espera no tener que recurrir al rayo
eléctrico o a la Bola de Fuego. Todo esto le hace acordarse de que ha dejado el libro y el cuaderno
abiertos en la azotea. Si alguien subiera podría verlo y descubrirlo todo.
Con cierto temor en el cuerpo se apresura a terminar rápido de fregar para poder subir a la azotea
antes que nadie. Cuando llega arriba respira tranquila. Todo sigue igual que como lo había dejado.
Antes de recoger todo y volver abajo cree conveniente apuntar la novedad:
Relámpago: se puede crear un rayo eléctrico. Como mínimo alcanza unos 20 metros. Ha afectado
a varios zombis neutralizándolos con la descarga. Creo que la electricidad también me ha
afectado: después de lanzar el rayo me han fallado las fuerzas.
Ahora sí, cierra libro y cuaderno y baja a su habitación para guardarlo todo debidamente en el
armario. Seguido vuelve al comedor donde José la espera con su rifle descargado colgado del
hombro y el stick de hockey en la mano.
–Si ya estás preparada podemos salir –dice José entregando el stick a Alejandra–. Cuanto antes
salgamos, antes volveremos.
–Sí, bien. Vamos –responde ella.
9. LA VERDAD OCULTA

Alejandra y José se van hacia la puerta y se despiden del resto, que están trabajando ya en las
ventanas pero con un ojo en la plaza temiendo otro ataque. Se montan en el coche y Alejandra cede a
José el puesto de conductor ya que es él quien sabe dónde está la tienda. Enseguida se inicia el
diálogo en el viaje.
–¿Dónde está esa tienda que dices? –pregunta Alejandra.
–En el centro –responde José–. Vendían de todo. Siempre relacionado con armas, claro.
–Oye, no es por nada pero… ¿por qué me has dicho que te acompañara?
–Pensaba que querrías salir de allí por un rato. Gerardo no parece muy contento contigo, Elvira
tampoco, como la señora Cardona. Bueno… es que ella nunca está contenta con nadie. Creí
conveniente sacarte un poco de paseo para relajarte. Además, no me gustaría salir con el cabeza
hueca de Christian.
Ahora que ya lo sabe, Alejandra se siente mejor. No veía la lógica en la elección de José ya que a
ojos de cualquiera ella es casi la menos apta para un trabajo de este tipo. Se alegra de que José
pensara en ella. En ocasiones sus atenciones le recuerdan las que Juan Martín tenía también con ella.
–No te preocupes –prosigue José–. No vas a correr peligro. Simplemente necesito que estés con los
ojos bien abiertos para avisarme si pasa algo. Lo demás es cosa mía. Conocía al dueño de la tienda,
estuve allí muchas veces y sé dónde están las cosas. Con un poco de suerte será coser y cantar.
El optimismo de José consigue reducir la tensión de Alejandra. Aunque ahora ella ya sabe que es
capaz de defenderse en un ataque nunca está de más escuchar buenas noticias. El viaje continúa. José
conduce lo mejor que puede intentando evitar encuentros violentos con los zombis. Una vez más,
Alejandra tiene dudas que resolver.
–Por cierto, ¿por qué insistías tanto en no buscar más armas? –pregunta Alejandra.
–Lo de las armas es una cuestión delicada –responde José–. Las armas están diseñadas para matar,
ya lo sabes. Son peligrosas... Bueno, me corrijo: las armas no son peligrosas. Las personas que las
empuñan las vuelven peligrosas con su ignorancia, sus paranoias, sus fantasías… ya sabes. Ya has
visto antes la idea que tenía Gerardo. Para usar un arma hay que conocerla bien, su funcionamiento y
sus problemas y averías. Y para utilizarla en un entorno como éste hay que pensar bien las
consecuencias, con la cabeza fría y previendo todas las posibles situaciones. Yo no lo sé todo sobre
las armas pero sí tengo cierto conocimiento que alguno ignora. Por eso me resistía a regalar armas
como si fueran caramelos. Podía ser muy peligroso.
–Oh. Vaya, visto así se entiende mejor.
–Aun así al seboso de Gerardo no le faltaba razón. Unas cuantas armas facilitan mucho la
supervivencia.
–Ya, cierto. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes ¿no?
José asiente. Se están acercando ya al lugar. José explica a Alejandra el plan inicial: se quedarán en
el coche como reclamo. Una vez los zombis se hayan percatado de su presencia los guiarán desde el
coche a un lugar más alejado y volverán rápido a la tienda. Cree que eso les dará tiempo suficiente
como para entrar y armarse.
Cuando ya han limpiado la zona, se bajan del coche y José indica a Alejandra que vaya tras él y no se
separe.
–No lo olvides, los ojos bien abiertos y los oídos también –recuerda José a Alejandra–. Que nos la
estamos jugando muy seriamente.
Tras la confirmación de Alejandra se acercan a la puerta del establecimiento. No es necesario forzar
la cerradura porque afortunadamente está abierta. Si estuviera cerrada, el local sería impenetrable.
Entran dentro, despacio y con silencio. José observa el entorno con una calma tensa. Va girándose y
observando con el rifle en sus manos, a pesar de estar descargado sigue siendo un arma útil.
Alejandra se centra más en los lados y en la puerta, vigilando la retaguardia, siempre con el stick
bien sujeto. Observa también los productos que la tienda ofrecía. De cara al público había ropa
militar, accesorios, cuchillos…
Con la voz baja, José ordena avanzar. Espera encontrar todo lo que buscan en el almacén de la
trastienda, tras la puerta que da acceso más allá de los mostradores. La cautela guía los pasos de
José avanzando poco a poco sin dejar un solo rincón sin escudriñar.
Alcanzan la puerta y José gira el pomo despacio. Al ser una sala cerrada sólo encuentra oscuridad.
Cierra de nuevo la puerta con mucha calma e indica a Alejandra que busque una linterna. Una vez ya
tiene una linterna en su poder se la entrega a José, que vuelve a abrir la puerta. Hace ráfagas con la
linterna en el interior, sin entrar, esperando reconocer el sonido de un zombi alertado por la
repentina luz.
No se oye nada y repite la operación esta vez dando un golpe sobre la puerta. Sigue sin escuchar
ningún sonido por lo que deduce que la sala está deshabitada. Alejandra coge otra linterna más
grande y entran en la sala. Una vez dentro y sin separarse van alumbrando todo. El almacén se
compone de estanterías donde todo está en cajas. Ahora que saben que no corren peligro, José
empieza la segunda parte del plan.
–Te diré lo que vamos a hacer. Primero quiero que busques dos mochilas, creo que están por aquella
zona –dice José, señalando con la luz el lugar–. Mientras, yo voy buscando munición y armas.
Alejandra sigue las indicaciones y busca mochilas adecuadas. Las encuentra justo donde José lo
había indicado. Coge dos de ellas y las lleva donde está él, que ya ha empezado a recargar su rifle.
–Muy bien, Ale. Mira, en esta estantería están las balas que necesitamos. Ve llenando una mochila
con ellas, pero no te pases o pesará demasiado.
Alejandra obedece e introduce cajas de balas en la mochila mientras José se va a buscar armas. No
hay mucho donde elegir. Parece que todavía no les había llegado el encargo, piensa José con el ceño
fruncido. Se fija en una de las baldas. Hay varias cajas en las que se puede ver dibujada el arma que
contienen: Glock 17 de calibre 9 mm.
–Ale, pásame la otra mochila.
–Ahí va –responde Alejandra lanzando la mochila.
Mientras Alejandra sigue metiendo cajas de munición, José coge las cinco cajas de pistola que hay y
las mete en la mochila junto con unas pocas cajas de munición para su rifle. Se reúne de nuevo con
Alejandra y echa un vistazo al contenido de las bolsas.
–Ya hay suficientes. Yo llevaré esa mochila, que pesa más. Tú lleva ésta –dice José intercambiando
las bolsas.
–Si pesa demasiado se puede redistribuir la carga –propone Alejandra.
–No, creo que podré tranquilamente. Vamos saliendo.
Nada más abrir la puerta del almacén José se detiene de golpe. Un zombi estaba merodeando cerca
de la tienda y acaba de ver a través del escaparate cómo un apetitoso humano está a unos pocos
metros de distancia. José vuelve a cerrar la puerta del almacén y Alejandra empieza a preocuparse
por el imprevisto parón.
–José… ¿Qué pasa? –pregunta Alejandra escamada.
Antes de que José pueda responder, un repentino ruido de cristales rotos da la respuesta a Alejandra.
–Ahí lo tienes –dice José–. Un cabrón de esos nos ha visto y parece que quiere saludarnos.
Un golpe sobre la puerta que bloquea José corrobora las intenciones del visitante. Enseguida nuevos
golpes tratan de abrir la puerta.
–¿Y qué podemos hacer ahora? –pregunta Alejandra preocupada.
–Hay que matarlo, pero no sé cómo. Está demasiado cerca.
De repente, un flashback irrumpe en la mente de Alejandra. Recuerda el momento en el que ella y su
padre se encerraron en la habitación cuando empezó todo aquel maldito día.
–¡Ya lo tengo! –dice José sacando a Alejandra de su doloroso recuerdo– Deja la mochila en el suelo
y alúmbrame.
Con la linterna en la mano Alejandra da luz a José, quien mientras aguanta la puerta como puede saca
una de las pistolas de su caja y empieza a introducir balas en el cargador.
–¿Sabes cómo se utiliza? –pregunta José a Alejandra refiriéndose a la pistola ya cargada.
–No, no tengo ni idea ¿Qué pretendes? –pregunta Alejandra desconfiada.
–Voy a abrir la puerta lo justo para que se ponga a tiro y tú le dispararás.
–¡¿Qué?! ¡¿Yo?!
–Sí. Yo mantendré la puerta abierta lo justo para que se deje ver pero sin dejarle entrar. Tú te
colocarás ahí y le apuntas a la cara.
–Pero… pero… ¡No sé cómo hacerlo! ¡Y seguro que fallo! –exclama Alejandra retrocediendo un par
de pasos.
–Ten calma, yo te explico ahora cómo tienes que hacerlo. Y si fallas no te preocupes. Aquí tenemos
balas de sobra.
–Pero… no… yo no…
–Atiende: coge el arma como lo hago yo ahora, con las dos manos, está ya lista para disparar. Con tu
dedo índice, cada vez que aprietes el gatillo saldrá una bala. Sólo tienes que apretar el gatillo. Para
apuntar tienes que ver este saliente de aquí, el que está al final del cañón, en la ranura de la mira. Y
justo detrás de eso el objetivo al que quieres dar ¿Lo tienes?
–Eh… sí… creo que sí. Pero…
–¡Perfecto! Ten la pistola y colócate. Cuando me digas abriré la puerta. Por cierto, ten cuidado con el
retroceso.
Alejandra se coloca en el punto que José le ha indicado. Sostiene el arma con las dos manos y apunta
al quicio de la puerta pero ahora mismo tiene un pulso pésimo y la respiración muy acelerada. El
cañón de la pistola baila arriba y abajo. Alejandra apunta tal como José le ha enseñado. Mientras
espera la señal de Alejandra, José toma posición para retener mejor la puerta cuando la deje abierta.
–¡Ya! –grita Alejandra.
Al oír la indicación, José afloja un poco y enseguida el zombi se deja ver a través de la ranura de
pocos centímetros que se ha descubierto. Alejandra puede ver los ojos del atacante clavados ahora
en ella. Unos ojos que transmiten mucha ira a pesar de estar muertos. El zombi es capaz de introducir
uno de los brazos para intentar dar alcance a su inminente ejecutora. José aprovecha la intrusión para
empujar con más fuerza y atrapar el brazo de forma que el zombi no pueda escaparse.
Alejandra está hiperventilando y sin darse cuenta aprieta el gatillo. El casquillo sale despedido
cuando el fogonazo de la detonación ilumina todo repentinamente. El ensordecedor disparo retumba
por ambas salas y el retroceso casi hace que Alejandra se golpee en la cara con el arma.
Ha fallado el tiro. El zombi sigue empujando y José pide a Alejandra que vuelva a dispararle.
Vuelve a apuntar como antes y aprieta el gatillo de nuevo pero no dispara. Ha olvidado soltarlo tras
el primer disparo. Dándose cuenta de ello, apunta otra vez y en esta ocasión dispara voluntariamente.
Un segundo casquillo sale volando y Alejandra devuelve el arma rápidamente a la posición inicial
con la idea de seguir apuntando. José siente que ya no hay nada que empuje la puerta excepto el
propio peso del zombi ya muerto del todo que cuelga del brazo atrapado. Alejandra sigue con la
mirada fija al frente y con la pistola en sus manos lista para ser disparada de nuevo. Se ha quedado
momentáneamente sorda por la violencia de los disparos pero puede oír la voz de José como si
estuviera lejos.
–¡Ya está! ¡Ya está! ¡Muy bien! –la felicita José manteniendo la puerta– Ahora respira y deja la
pistola en el suelo con tranquilidad. Ya ha acabado.
Alejandra tarda unos segundos en reaccionar y obedecer. Su ritmo respiratorio se ha normalizado un
poco pero sigue en estado de shock. Cuando deja la pistola en el suelo, José se afana en alcanzarla
sin liberar la puerta. Con la pistola ya en su mano, indica a Alejandra que retroceda un poco y libera
la puerta. El brazo muerto alcanza el suelo con el resto del cuerpo. José se cerciora de que el
atacante realmente está muerto y, para asegurarse, da una patada a la cabeza agujereada del zombi.
No se mueve, no reacciona. Definitivamente está fulminado. José abre la puerta completamente y
saca las mochilas, el rifle y el stick fuera evitando tocar el cadáver. Desde la sala exterior extiende
su mano para llamar a Alejandra y ayudarla a salir. A ella todavía le dura el susto y se mueve
despacio con la vista fija en el cuerpo que hasta hace pocos segundos trataba de alcanzarla.
Una vez coge la mano de José pasa rápida a la primera sala temiendo que el zombi se levante y la
atrape. Antes de volver a cargar las cosas José coloca su mano sobre la cara de Alejandra y la gira
con suavidad para que encuentre su mirada.
–Eh, lo has hecho muy bien –dice José mirándola a los ojos.
Alejandra no responde, ni siquiera asiente o gesticula. El rigor todavía domina su rostro pero al
menos ya empieza a enfocar la vista y escuchar con claridad.
–Será mejor irse antes de que aparezcan más –propone José desviando la mirada al exterior.
Sin responder, Alejandra coge la mochila más ligera y el stick mientras José también carga sus bultos
y guarda la pistola en uno de sus bolsillos ya con el seguro puesto. José se acerca a la puerta y
observa el exterior. Parece que todo está limpio. Echa un vistazo atrás y observa a Alejandra, que
está medio desorientada, para darle las últimas indicaciones.
–Cuando abra la puerta iremos corriendo al coche, que está abierto. No mires atrás, no mires a los
lados. Fíjate sólo en el coche. Yo iré detrás de ti.
Alejandra asiente. Ahora mismo la ansiedad y el estupor entorpecen demasiado su cerebro como
para plantear dudas o problemas. El coche puede verse desde la puerta. No son ni diez metros lo que
les separa del vehículo.
–¡Vamos allá! –grita José abriendo la puerta.
Él sale primero y Alejandra detrás. José se hace a un lado y deja correr a Alejandra. En cuanto suelta
la puerta, José coge su rifle con las dos manos listo para disparar a lo que sea que aparezca.
Siguiendo las indicaciones, Alejandra corre como puede sin desviar la vista del coche.
Un alarido proveniente de la izquierda no la distrae pero sí eleva su tensión. Ya casi ha alcanzado la
puerta. Suena un disparo cuando pone su mano en la manilla de la puerta. Antes de meterse en el
coche se gira. Ve cómo José, girado a un lado, desaloja el casquillo usado de su rifle. El tiro que se
ha escuchado antes ha sido efectivo y el zombi del alarido cae al suelo.
Pero aún queda otro que se mueve rápido hacia José acercándose por su retaguardia desde el otro
lado. Este zombi ha sido más listo ya que aún no ha sido descubierto por José. Alejandra grita para
advertir a José del peligro inminente. José se gira con el arma todavía sin cargar cuando el atacante
está ya muy cerca de él. Alejandra lanza su stick en dirección al zombi. Golpea a éste sobre su
costado derecho distrayéndolo momentáneamente. El tiempo justo para que José termine de afianzar
el cerrojo del rifle y disparar acto seguido a bocajarro en la cara del agresor.
El no muerto cae al suelo. José se agacha un momento para recoger el stick que le ha dado las
décimas de segundo más importantes de su vida.
–¡Vámonos ya! –grita Alejandra.
Su voz desesperada hace a José desistir del stick. José vuelve al coche corriendo mientras Alejandra
se mete al habitáculo pasando la mochila al asiento de atrás. José abre su puerta y lanza el rifle a los
asientos traseros dejando su mochila a Alejandra, que ya ha girado la llave arrancando el motor. José
cierra la puerta y acelera alejándose del lugar antes de que aparezcan más zombis.
–Bienvenida a la Tierra –bromea José–. ¿Todo bien?
–Que… que… ¿qué? –tartamudea Alejandra empezando a aterrizar.
–Hace un momento estabas en la inopia.
–Ah… ¿sí? –contesta Alejandra frotándose la cara.
–Pues sí. Por suerte has reaccionado justo en el momento adecuado. Te debo la vida.
–¡Qué va! No ha sido para tanto... ¿no?… Si acaso estamos en paz por la vez de aquella noche.
–Jaja, vale, como quieras ¿No querías recoger el stick?
–Que le den. Ya volveremos otro día ¿Estás bien?
–Sí, más vivo que nunca ¿Y tú?
–También. Bueno, me noto un poco rara…
–Normal. No todos los días se dispara por primera vez.
–¡Es verdad! ¡No me acordaba!
Vuelven hacia la iglesia. Van con calma mientras no se encuentran a nadie. De camino José va
recordando a Alejandra todo lo que ha sucedido. Refrescando su memoria, Alejandra recuerda todo y
se asombra por lo que ha hecho. Todavía le tiembla el pulso recordando los momentos de tensión.
Por suerte, a su llegada las cosas están tranquilas en la plaza y los trabajos en las ventanas continúan
aunque la llegada provoca cierta distracción. José y Alejandra se suman al trabajo y antes de acabar
el día ya han cubierto todas las ventanas de la planta baja. Como ya empieza a ponerse el sol
continuarán al día siguiente con las puertas.
El rato que tienen antes de cenar lo aprovechan para aprender el uso de las armas. José explica con
detalle el funcionamiento de la pistola, sus fallos comunes y algunas normas básicas. Acuerdan
guardarlas en un sitio concreto y utilizarlas como último recurso aunque aquellos que salgan al
exterior se las llevarán durante la incursión.
Las guardias nocturnas deberían ser ahora más tranquilas contando con que las ventanas ya no son un
punto débil. Sin embargo los ruidos y alaridos que los zombis emiten ahora tienen un grave efecto
psicológico. Se están volviendo más salvajes y agresivos y el estrés aumenta entre los
supervivientes.
En los días siguientes la situación no mejora. Los roces entre los compañeros empiezan a ser más
acusados, que sumado al severo racionamiento impuesto, no hace sino empeorar mucho la calidad de
vida. Algunos días se vuelve imposible volver con provisiones del exterior incluso portando armas.
Algunos ataques son realmente intensos, siendo rechazados poco antes de que las puertas reforzadas
y las ventanas tapiadas terminen cediendo. Cada vez es más difícil obtener combustible, alimento,
municiones y materiales.
Por suerte para Alejandra todavía no ha necesitado de su magia para mantener la integridad del
grupo. Sin embargo sus experimentos han quedado relegados a un segundo plano y los avances han
sido casi nulos. Las labores de mantenimiento de todo el recinto ocupan casi todas las horas del día y
apenas le queda tiempo de intimidad. Por otro lado va estrechando su relación con Javier aunque
todavía no ha sido capaz de reunir el valor necesario para lanzarse a mostrarle sus sentimientos o al
menos dejarlos entrever.
De manera extraña, durante tres días Alejandra ha dormido las horas que dormía antaño. Ello sería
una buena noticia si no fuera porque durante dichos días no disponía de sus habilidades, ni siquiera
era capaz de producir luz con la mano. Ya se había hecho a la idea de sus capacidades y perderlas
repentinamente la hizo volverse un poco esquiva y antisocial. Algo de lo que sus compañeros se
percataron aunque pocos mostraron preocupación por ello. Para ella era como si se hubiese vuelto
mucho más vulnerable.
Ya han pasado más de veinte días desde el Instante. En las mentes de muchos empieza a rondar la
idea de abandonar el lugar y encontrar un sitio mejor vistas las circunstancias: no llega nadie nuevo y
la vida se endurece. Elvira, que es consciente de todo, también empieza a pensar en ello; pero la
señora Cardona opina que es mejor quedarse ya que al estar en un templo cristiano, están bendecidos
por Dios.
Durante una de las sobremesas se debate la idea de irse con sus opciones disponibles. No hay
consenso en absoluto y cada voz intenta sobresalir entre las demás. En estas discusiones la señora
Cardona suele marcharse ya que no soporta, según dice, las continuas blasfemias y herejías de ciertas
personas. Suele ser Elvira quien defiende el argumento de la señora Cardona de quedarse en la
iglesia.
Las distintas opiniones se suceden una tras otra, en ocasiones a la vez no llegando a ningún punto
claro. De repente se abre la puerta del comedor. La señora Cardona aparece, esta vez sin el perro en
sus brazos, gritando.
–¡Un súcubo! ¡Es un súcubo! ¡Una enviada del demonio! –chilla señalando a Alejandra y agitando el
cuaderno donde apuntaba todos sus descubrimientos.
Se hace el silencio. Tras observar a la señora Cardona, agitada como nunca antes se la había visto,
todos vuelven su mirada a Alejandra, quien guardaba silencio como era habitual. Alejandra
enrojecería por la atención volcada sobre ella pero esta vez palidece de miedo. No recuerda haber
dejado el cuaderno a la vista sino donde siempre, bien oculto en la mochila en el interior del
armario.
Sea como fuere, parece que la señora Cardona ha descubierto su secreto. Alejandra nunca se habría
esperado una situación así. El miedo la paraliza y no es capaz de responder. Por suerte Javier es el
primero en contestar y ridiculizar la acusación.
–Ya está. Ya ha terminado de volverse loca –dice Javier desviando la mirada al grupo.
–¡Cállate, hippy! –grita la señora Cardona.
–¿Qué es un súcubo? –pregunta Christian.
–¡Un súcubo es una mujer venida del infierno para llevarse las almas de los hombres con malas
artes! –explica la señora Cardona sin perder a Alejandra de vista.
–¿Malas artes? –dice Christian riéndose– Me gustaría haber visto esas malas artes.
La colleja que Gerardo propina a Christian le hace ver lo inapropiado del comentario.
–Cálmese, señora –dice José –¿Le parece norm…?
–¡Silencio! –grita de nuevo la señora Cardona– ¡Aquí está una de las pruebas! ¡Escrito de su puño y
letra!
La señora Cardona lanza el cuaderno sobre la mesa mientras avanza hacia Alejandra con un crucifijo
en la mano por delante de ella.
–¿No es así, pequeña hija de Satanás? –pregunta de forma alterada la señora Cardona a Alejandra.
La señora Cardona está desbocada. Alejandra ni se atreve a negar con la cabeza. El ímpetu con el
que la señora Cardona le ha lanzado la pregunta la levanta de la silla para retroceder un par de
pasos. Mientras, Elvira ojea las anotaciones del cuaderno donde figuran también las conclusiones de
las pruebas que Alejandra hizo en su casa.
–Alejandra… ¿Qué es esto? –pregunta Elvira con gesto preocupado.
Pero Alejandra no puede responder: está ocupada esquivando los golpes de crucifijo que la señora
Cardona intenta darle mientras se santigua continuamente. Enseguida Javier y Miguel se levantan para
retener a la señora Cardona, que ante la inmovilización, saca a relucir otro argumento a favor de su
acusación.
–¡Soltadme! ¡A vosotros dos ya os ha engañado y por eso la defendéis!
–¿Engañar? ¿Pero de qué cojones hablas vieja chiflada? –pregunta Javier que empieza a perder la
paciencia.
–Intentabas seducirle ¿verdad, golfa? –pregunta la señora Cardona a Alejandra– Y casi lo consigues.
Ahora es José quien se interpone entre la señora Cardona y Alejandra tratando de apartar al perrito
de la señora que no deja de ladrar a los pies de la acusada. La señora Cardona se agita y se zafa de
Miguel, que no se atrevía a hacer demasiada fuerza.
–¡Ah! Si el obispo Pelayo estuviera aquí… –lamenta la señora Cardona– ¡Él sabría sacar de vuestras
almas el mal que esa arpía os ha metido!
–¡Cállate de una puta vez, vieja loca! –grita Javier tratando de retenerla.
–¡Alejandra! –grita Elvira– ¡Explícanos esto ahora mismo!
Miguel trata de coger al perro de la señora Cardona pero éste no se deja y continúa ladrando a los
pies de Alejandra. José se mantiene entre Alejandra y la señora Cardona cerrando el paso para que
no le ponga las manos encima.
El crucifijo que la señora Cardona sostenía vuela ahora hacia Alejandra. Ella no lo esquiva. Ni
siquiera reacciona al golpe. Se ha llevado las manos a la cabeza tapándose la cara con los brazos y
flexionando levemente las rodillas para evadirse del estrés y el acoso que está padeciendo.
Durante un momento se siente en paz. El ruido desaparece y con él el estrés. Se mantiene unos
segundos en su posición disfrutando de la calma que acaba de alcanzar. Es un instante placentero
pero sabe que debe enfrentarse al problema y solucionarlo de la mejor manera posible aunque aún no
sepa cómo.
Se yergue y descubre su cara abriendo los ojos para empezar a hablar pero algo raro ocurre. El
silencio que escuchaba no se debía a la evasión mental, es un silencio real. Todo el mundo en la sala
se ha quedado enmudecido y congelado con un pavoroso gesto de sorpresa.
10. UN DON O UNA MALDICIÓN

Alejandra los observa a todos. Apenas se mueven. Incluso la señora Cardona, encolerizada un
segundo antes, está boquiabierta y paralizada. Gerardo y Christian se han levantado de las sillas para
acercarse al igual que Elvira, quien está espeluznada.
–¡Os… os lo dije! –dice la señora Cardona con voz temblorosa y recogiendo a su perro.
–¿Dónde… dónde…? –pregunta Miguel confuso.
Las palabras que se escuchan desconciertan a Alejandra. No entiende qué está pasando para que
todos se hayan quedado así de pasmados.
–Se ha… esfumado –dice Elvira que sin querer da la respuesta.
¿Esfumado? ¿Cómo que esfumado?, piensa Alejandra que no comprende nada en absoluto. De
repente todos retroceden de golpe. Alguno de ellos incluso lanza un corto grito de impresión mientras
señala de nuevo a Alejandra, que ahora entiende todavía menos lo que ocurre.
–¡Ahí está! –grita Christian.
–Pero… ¿de… de qué habláis? –balbucea Alejandra desconcertada.
Y nadie responde, sólo puede oírse a la señora Cardona que ha juntado sus manos para rezar
pidiendo a Dios misericordia para librarles del demonio.
–Javi… ¿qué pasa? –pregunta Alejandra estremecida mientras avanza un paso hacia él.
–No te acerques… –responde Javier con gesto de temor al tiempo que retrocede como los demás al
paso dado por Alejandra.
La idea de que Alejandra sea un súcubo o cualquier otra criatura extraña no es tan absurda ahora
incluso en una mente atea como la de Javier. Las piezas empiezan a encajar tras lo visto. Javier había
notado hacía un tiempo algo en Alejandra, algo que le llamaba la atención para bien. Lo mismo
pasaba con Miguel, que sólo tenía ojos para Elvira hasta que empezó a entablar conversaciones más
a menudo con Alejandra, aunque sabía disimularlo bien. Ambos se sienten engañados y confusos,
como quien despierta de la anestesia.
Y lo mismo sucede al resto de los supervivientes. Ahora, tras la aparente bondad e indulgencia
características de Alejandra, creen que se escondía un ser antinatural con intenciones desconocidas
que había engañado a todos.
José no es ajeno a todo esto, cree ahora que el recuerdo que Alejandra le producía de su hija Sandra
era artificial e intencionado y orientado a tergiversar su mente para dominarlo.
Todos y cada uno de ellos se siente traicionado. Y siente miedo también. Un miedo irracional a lo
desconocido surgido tras presenciar cómo alguien a quien consideraban una persona normal
desaparece de un plumazo de su vista para volver a aparecer como si tal cosa.
Por supuesto todos quieren saber cómo ha ocurrido, quieren escuchar argumentos racionales que
expliquen el acontecimiento. Pero las palabras de acusación de la señora Cardona tienen ahora un
peso infinito en la mente de cada persona.
Todos están paralizados, incapaces de moverse o hablar por temor. Alejandra también está
paralizada viendo la reacción horrorizada de aquellos a los que consideraba, como poco,
compañeros. Con la mirada busca entre los rostros una sola muestra de simpatía. Sólo las oraciones
y peticiones de la señora Cardona ahuyentan el silencio. Un silencio que permitiría escuchar los
latidos acelerados de cualquiera de los presentes.
–¡Debemos actuar en nombre del Señor y destruir la manifestación del maligno! –grita la señora
Cardona– ¡Es una acción necesaria para salvaguardar la integridad de nuestras almas!
No todos reaccionan al llamamiento. Sólo Elvira es capaz de responder de palabra apoyando la idea
de la portavoz del cristianismo. Ante la aprobación de Elvira, Christian llega de un salto hasta la
silla de José, donde estaba apoyado su rifle. Lo coge y avanza con él hacia Alejandra, apuntándola
con el arma. La desdichada chica está al borde del colapso y no se mueve por temor a la reacción de
Christian.
De repente la mano de José levanta el cañón y arrebata el arma al joven al tiempo que le empuja
lejos. Es ahora José quien toma el control del rifle orientando de nuevo el arma de fuego hacia
Alejandra; quedándose el extremo del arma a pocos centímetros de su cara. Alejandra no puede
hacer nada más que observar muy de cerca el cañón del arma y esperar su ejecución. Está pendiente
de las intenciones de José, que mantiene la posición durante unos segundos.
–¡¿A qué esperas?! ¡Mátala! –grita Elvira.
Su voz es la única, junto con la de la señora Cardona, que exige el fusilamiento. El resto de voces
están silenciadas.
A pesar de oír las órdenes con claridad, José se toma su tiempo. Él tiene sus propias ideas y duda de
hasta qué punto es cierta la acusación de la señora Cardona. Después de que Elvira repita por
segunda vez su mandato, José le habla a Alejandra con gesto adusto y tono seco, sin desviar el arma
de su cara pálida.
–Quiero que te vayas. Vete y no vuelvas o nos obligarás a defendernos. No sé quién eres y no quiero
saberlo. Sólo quiero que te marches. Coge lo que necesites y abandona esta ciudad. Respeta nuestras
vidas y nosotros respetaremos la tuya.
José finaliza su petición sin mostrar la más mínima expresión. Su tenso rostro se mantiene pegado a
la culata del rifle. Alejandra ha escuchado el mensaje pero todavía no se atreve ni a asentir.
–Por favor… –insiste José con un tono más cálido ablandando levemente su semblante.
El silencio sepulcral se mantiene cuando Alejandra gira levemente su cabeza buscando con la mirada
el cuaderno abierto sobre la mesa. Empieza a caminar despacio para que José mantenga la calma.
Conforme avanza los demás se mueven para mantener las distancias y José la sigue de cerca a su
espalda.
–¡¡Mátala!! –chilla de nuevo Elvira apartándose del camino de Alejandra.
–Continúa –dice José con serenidad.
Poco a poco, Alejandra alcanza el cuaderno y lo recoge despacio. Indica que irá ahora a su cuarto a
recoger todo. José se muestra de acuerdo. En la habitación, introduce su ropa y demás en la mochila
y se la lleva en la mano porque José no le permite echársela a la espalda. La tensión y los nervios de
Alejandra están sometidos por el imperante desasosiego que le produce tener un arma apuntándola a
la espalda. Unas pocas lágrimas se derraman por sus mejillas.
De vuelta al comedor no queda nadie. Siguen avanzando y Alejandra recoge las llaves de su coche.
Llegan hasta la nave de la iglesia, que es donde se han reunido todos los demás. Alejandra se detiene
de golpe al ver que Gerardo ha cogido una de las pistolas y la está apuntando hacia ella. José se da
cuenta de la situación.
–¿Qué haces, Gerardo? –pregunta José sin apartar el arma de Alejandra.
–¡Lo que tú no tienes valor para hacer! –grita Gerardo.
–No seas imprudente –le recomienda José–. Está dispuesta a irse sin más.
–¿Y a ti quien te ha asegurado eso? –inquiere Gerardo.
–Nadie. De la misma manera que nadie le ha asegurado a ella que no la mataremos en cuanto salga
por la puerta –explica José–. Ha aceptado nuestras condiciones y se marcha pacíficamente. Nosotros
también debemos cumplir las condiciones.
–¡Esas eran tus condiciones! ¡No las nuestras! –se queja Elvira.
–Son las condiciones más ventajosas para todos –argumenta José–. Aquí todos tenemos algo que
perder. Y si mantenemos la calma no habrá que lamentar ninguna pérdida.
–¡Ya lo ha poseído! –grita la señora Cardona señalando a José– ¡La está protegiendo!
–No –responde José al momento–. No hay posesiones ni hay nada. Si como dices es una enviada del
diablo no podría estar aquí.
–¡Tú no conoces las limitaciones del maligno! –dice la señora Cardona.
–Tampoco conocemos las de ella, ni lo que puede llegar a hacernos o las consecuencias que puede
acarrearnos. Por eso creo que lo mejor es que se vaya en paz.
Unos breves momentos de silencio añaden más tensión al ambiente. José está convencido de que su
actitud es la correcta. Por otro lado, Gerardo no tiene más argumentos para discutir con José pero
tampoco tiene intención bajar el arma convencido por las pruebas de la señora Cardona.
–Estás dispuesta a respetar el trato ¿verdad? –pregunta José a su objetivo.
Alejandra asiente despacio y sin moverse del sitio mientras sus ojos encharcados se desbordan. Sabe
que un gesto en falso puede ser fatal, tanto por la cautela de José como por la demencia de Gerardo.
La señora Cardona comenta por lo bajo con Elvira, que termina transmitiendo a Gerardo lo
concluido. Parece que dan su brazo a torcer permitiendo la salida de Alejandra.
–Como nos la juegue, yo mismo me encargaré de hacértelo pagar –amenaza Gerardo a José.
–Y si es una trampa y me hacéis faltar a mi palabra, yo también os lo haré pagar –amenaza José en
respuesta.
Alejandra empieza a caminar muy despacio. No quiere irse aunque sabe que no le permiten quedarse.
Paso a paso se acerca a las puertas de entrada, que Christian acaba de abrir, seguida de cerca por
José y Gerardo, éste último algo más alejado y pendiente también de los movimientos de José.
Alejandra pasa bajo el dintel y empieza a bajar las escaleras. Los dos hombres armados no avanzan y
se quedan justo a las puertas pero manteniendo la posición con Alejandra en sus puntos de mira.
Ella no echa la vista atrás en ningún momento salvo al montarse en el coche. Puede ver a todos
observando cómo está a punto de marcharse escudados tras los dos tiradores. Alejandra se gira de
nuevo para entrar en el vehículo. Ahora teme que la aparente clemencia de Gerardo sea realmente
una trampa. Por el retrovisor podría verle todavía apuntándola al igual que José pero no se atreve a
hacerlo. Arranca el motor e inicia la marcha.
El Volkswagen blanco se aleja lentamente por la plaza. Desde las puertas de la iglesia los tiradores
no bajan la guardia ni siquiera para vigilarse entre ellos. Escuchan cómo el sonido del motor se va
reduciendo conforme se aleja. Todavía se oye el ronroneo cuando ya han perdido el coche de vista.
En este momento parece que ni siquiera los zombis se atreven a molestar respetando el destierro que
Alejandra se ha visto obligada a aceptar bajo pena de muerte. Cuando ya apenas se puede escuchar el
motor desde la iglesia, sus puertas se cierran.
Alejandra conduce sin un rumbo claro. En realidad no está prestando ninguna atención a la carretera.
Todavía tiene la mente ofuscada. Pasados unos minutos de marcha en direcciones aleatorias detiene
el coche. Hasta ahora no ha sido capaz de secarse las lágrimas de la cara.
Trata de hacer un balance objetivo de la situación actual en la que se encuentra pero un torbellino de
sentimientos ciega su juicio. No es capaz de asimilar la terrible reacción que ha suscitado
descubrirse. Se siente abandonada y hundida. Nadie se había puesto de su lado, nadie la había
defendido, ni siquiera le habían concedido el beneficio de la duda.
Tan sólo José había mostrado cierta comprensión pero estaba guiado por el miedo y la cautela.
Todos pensaban que soy mala…, piensa deprimida. Alejandra no cree que sea malvada, al menos no
tanto como sugería la acusación de la señora Cardona. Pero no sabe qué pensar. Tal vez tengan razón
y me haya convertido en un demonio.
La idea le rompe el alma y maldice. Se maldice a sí misma, maldice el Instante, maldice sus
habilidades, maldice su suerte… Maldice todo lo que hizo o dijo mientras un torrente cargado de
imágenes con los rostros desencajados de temor hacia ella ataca de forma cruel su mente.
Finalmente rompe a llorar de nuevo cuando recuerda a Javier. Se le hace extremadamente doloroso
el rechazo provocado en él. No puede culparle por ello pero se arrepiente de haber sido cobarde:
cobarde por no haberse sincerado con él cuando tuvo la oportunidad y cobarde por no haberse
defendido antes de que el rifle terminara en manos de Christian y todo se les fuera de las manos.
Ahora cree que todo ha sido culpa suya, que ella es la única responsable de su situación por no haber
dicho la verdad desde el principio. Lo que hizo fue ocultar la verdad, un gesto maligno que empuja a
su mente a aceptar las fantasías de la señora Cardona.
El tiempo no corre para Alejandra, sigue sentada con las manos en el volante y dando mil vueltas a
cosas lógicas y absurdas. Le duele la cabeza de tanto pensar y no concluir nada. Por un momento
vuelve a la realidad. Los zombis no han hecho todavía acto de presencia pero la tarde avanza y le
conviene encontrar un refugio para la noche. Es primordial que se apresure antes de que se ponga el
sol, sobre todo porque tiene que empezar de cero.
Se marcha de la ciudad. La probabilidad de encontrar zombis fuera del entorno urbano es menor y lo
sabe. Detiene el vehículo en una solitaria carretera de las afueras, hoy dormirá en el coche. Por
desgracia no tiene nada: ni comida ni agua ni ropa de abrigo.
El sol se pone en el horizonte y no quiere seguir machacándose la cabeza con paranoias, sólo quiere
descansar y relajarse. Y el libro es el único entretenimiento del que dispone. En el asiento de atrás la
comodidad es, si cabe, mayor.
Para alcanzar la novela primero debe sacar el cuaderno de la mochila. Al verlo, se queda con él en
la mano. Ahí tiene el origen de su exilio. Algo que podía considerar un don y que se ha convertido en
una maldición. Antes de volver a atorarse con locuras lo lanza hasta el salpicadero. Pero no le es tan
fácil librarse de las influencias, sobre todo porque no puede leer un libro si no tiene luz. Dispone de
la iluminación interior del coche pero no quiere gastar la batería. Lo cual sólo le deja la opción de
iluminarse con la mano.
Le supone mucho reparo utilizar ahora su magia pero hace el esfuerzo ya que el aburrimiento será
peor aún. En cortos momentos logra distraerse del todo y lo agradece. El hambre y la sed empiezan a
volverse molestos cuando el firmamento muestra un sinfín de estrellas que estaban ocultas hasta que
desapareció la luz artificial.
Antes de que las necesidades de comer o beber se hagan todavía más insoportables, Alejandra opta
por dormir. Le cuesta encontrar la postura dentro del coche y los momentos hasta el sueño se plagan
de pensamientos raros que Alejandra se esfuerza en ahuyentar. Finalmente el merecido descanso
llega.
El hambre y la sed atacan de nuevo en cuanto Alejandra abre los ojos. Se gira buscando vanamente el
sueño de nuevo. Está empezando a considerar la opción de volver a la ciudad para buscar algo de
alimento. Pero todavía es de noche y no se atreve a merodear por las calles. Por lo tanto, debe
encontrarse un entretenimiento para matar las horas hasta que salga el sol. Puede optar por seguir
leyendo pero leer demasiado es canso y puede aburrir. Así pues no quedan muchas opciones. Y tiene
muchas cosas en las que recapacitar.
Ya ha pensado en volver a la iglesia y presentarse en son de paz para tratar de explicar lo que pueda
y que le permitan quedarse. Pero recordando la comprometida expulsión y las amenazas le entra un
escalofrío y rechaza rotundamente el plan. No le llama en absoluto la atención la posibilidad de
recibir un balazo.
Lo que sí que hará será volver a la ciudad a abastecerse como pueda de todo lo que necesite. A pesar
de que le pidieron expresamente que abandonara la ciudad, es un riesgo que debe correr. Sólo tiene
su coche y su magia, de la que reniega. Considera que un poco de precaución será suficiente para no
cruzarse con ninguno de ellos. Aun así queda el problema de los zombis. Aunque apenas salió de la
parroquia recuerda la violencia de los asedios al edificio. Los zombis estaban mucho más coléricos
y agresivos que en el primer ataque que sufrieron.
Aunque empieza a apuntar cosas que cree que debe conseguir, enseguida se detiene. Todavía no sabe
a dónde va a ir ni dónde va a vivir. Cuando salió de su casa lo hizo para buscar a más gente, tal como
le pidió su padre. Pero desde que parece que la gente no reacciona muy bien a las cosas nuevas, no
tiene pinta de ser un objetivo a seguir.
Ahora lo ve claro: ésta es la oportunidad que necesitaba para salir a ver mundo. No hay nada que la
ate a su tierra. De hecho, la han expulsado de su tierra. Quién sabe si lejos de allí la vida sigue como
si nada hubiera pasado. Es algo que cree que debe comprobar.
Lo tiene decidido. Vivirá allí donde el entorno no sea hostil. Con un poco de suerte incluso podrá
evitar el ocultar su condición especial. Y hasta que encuentre su Tierra Prometida viajará viendo el
mundo desde la perspectiva de alguien que busca su lugar en él.
Ahora ya puede empezar a anotar lo que necesita. El optimismo inculcado por su nueva vida eleva su
moral. No sabe cuánto tiempo puede llevarle su búsqueda, probablemente mucho. Si va a vivir como
una nómada va a necesitar todo tipo de artículos portátiles. La solución más práctica es buscarse un
vehículo adaptado. Una autocaravana es lo más apropiado porque suelen disponer de todas las
instalaciones necesarias para vivir, aunque le da pena deshacerse de su viejo Golf. Contando con una
autocaravana casi todos los problemas se solucionan solos y su paso por Barcelona se limitaría a
buscar alimento, combustible y herramientas.
Planificando su vuelta a la ciudad vuelve a la triste realidad. Va a necesitar armas para asegurarse la
supervivencia en la recolección. Si en los primeros días del nuevo mundo los zombis ya eran
peligrosos, ahora lo son mucho más. Cree que aún pueden quedar armas en la tienda a la que la llevó
José. Pero hasta que no entre dentro no tendrá nada con lo que defenderse.
Nada excepto sus propias manos. Aunque no le guste, sabe que sus manos son mucho más de lo que
aparentan. Ahora mismo le proporcionan la luz que necesita, también pueden darle agua y defenderla
de casi cualquier cosa si así lo quisiera. Y todavía puede haber más cosas que desconoce.
–Tal vez… tal vez no deba dejarlo de lado… –suspira.
Aunque le moleste, las habilidades descubiertas son de gran utilidad. Pero ahora no quiere pensar en
ello. Decide emplear su poder por esta vez y olvidarse de ello en cuanto sea autosuficiente.
Ahora ya sabe lo que tiene que hacer: lo primero será pasar por la armería. Una vez pueda
defenderse buscará una autocaravana. Cuando la haya encontrado la revisará e irá a por todo lo
demás que necesite, donde se incluye alimento y combustible.
Habiendo terminado de apuntar echa un vistazo a las hojas centrales donde apuntaba cada poder
descubierto y los relee. Su gesto serio demuestra el dilema que le suponen. Justo antes de cerrarlo
escribe el último descubrimiento:
Invisibilidad.
No anota nada más. Queda poco para que amanezca y se cambia de sitio pasando al asiento
delantero. Irá con calma hacia la ciudad, calcula que ya habrá amanecido para cuando llegue. Sus
estimaciones son acertadas, los primeros rayos asoman entre las nubes cuando empieza a callejear.
El primer sitio en visitar es la armería. Tarda un poco en llegar hasta el lugar ya que la otra vez era
José quien conducía y conocía el camino. Hoy los zombis están tan agresivos como viene siendo
habitual últimamente. Mientras conduce no son un gran problema pero cuando tiene que bajarse del
coche no se atreve a hacerlo porque son varios y están cerca.
Repite la estrategia que siguió José llevándoselos lejos con el coche. Habiéndolos dejado atrás
vuelve hasta el establecimiento pero para cuando se baja del vehículo un pequeño grupo de
apestados se acerca. Es ahora o nunca, esta vez está sola y tiene que defenderse por sí misma para
sobrevivir.
Se arma de valor y mantiene la posición cerca de la puerta del Golf. Estira su brazo derecho
abriendo la mano en dirección al grupo atacante. Un potente Relámpago sale despedido hacia los
zombis y se ramifica justo delante de ellos. Eran pocos y una sola descarga ha sido suficiente para
derribarlos. Se quedan agitándose sobre el suelo excepto uno de ellos, que simplemente se queda
tendido. Esta vez Alejandra no ha sentido esa debilidad que surgió cuando lanzó el primer
Relámpago.
Aprovecha la tranquilidad momentánea para ir hacia la tienda. Observa el interior con cuidado antes
de entrar. El local está vacío y sucio, pero vacío al fin y al cabo. Sabe que las armas, si las hay,
estarán en el oscuro almacén. Sin perder detalle de lo que pueda suceder fuera en la calle se acerca a
la puerta. Golpea sobre la madera como hiciera José y ante la silenciosa respuesta abre la puerta
despacio.
La oscuridad la recibe tan misteriosa como siempre. Por no ponerse a buscar linternas ahora
empleará su Linterna para iluminarse el camino. Cuando ya está dentro cierra la puerta y utiliza Foco
para poder disponer de ambas manos. Coloca la luz en lo alto de una de las estanterías del centro y
empieza a buscar.
Ya no queda mucho de armamento. Descarta las escopetas porque, aparte de no saber cómo se
utilizan, parecen pesadas e incómodas. Busca pistolas y tampoco va a ponerse a elegir pues no tiene
ni idea de cuál puede ser mejor o peor. La primera caja que encuentra contiene una CZ 75 de calibre
nueve milímetros.
–Esta servirá, es parecida a las otras.
Con la pistola en la mano debe buscar balas. Aún quedan cajas con balas del calibre necesario.
Habría sido buena idea haber entrado con su mochila, así podría cargar varias cajas. Sin embargo
puede coger una de las que vendían en la tienda. Son demasiado grandes para lo poco que piensa
meter pero no es un problema.
Viendo las estanterías donde se almacenan las mochilas se encuentra con que también hay más cosas.
Curiosea un poco las baldas y piensa en cogerse algo de la ropa que vendían. No es que sean prendas
muy agradables a la vista pero sin duda son cómodas y prácticas. Siendo tan útiles como parecen,
Alejandra guarda una de cada. Añade también un par de botas. Aunque tienen pinta de ser pesadas la
sensación que le proporcionan tras probar uno de los pares la convence para quedárselas.
–Lo raro es que haya encontrado de mi talla –se extraña.
Ahora la mochila pesa bastante más de lo esperado y no sobra tanto espacio como antes. Puede
resultar un problema a la hora de salir incluso con la pistola cargada y lista. El Foco todavía da luz
pero no hay nada más que pueda ser de interés por lo que es hora de irse.
Abandona el almacén con cuidado de no hacer ruido y no llamar la atención. Pero las precauciones
son poco útiles. El grupo de zombis que había alejado antes con el coche está ahora en la calle frente
a la tienda. Vagabundean buscando el bocado que antes les había dado esquinazo.
Los zombis están algo dispersos y atacar a uno alertaría a los demás. Alejandra es consciente de ello
y no quiere meterse en un lío del que tal vez no pueda salir. Todavía no la han visto y quiere
aprovechar esa ventaja de algún modo. Agachada tras el mostrador trata de encontrar la manera de
llegar hasta el coche sin daños.
Entonces recuerda sus investigaciones con los zombis en su casa. Son sensibles al sonido y cree que
un reclamo atraerá su atención. La clave está en conseguir que el sonido aparezca lejos del coche
para que tenga tiempo de llegar hasta él. Una vez más, aunque no le guste, su magia puede ayudarla a
lograr su objetivo.
Necesita un sonido continuo y lo más alejado posible del vehículo. Ahora mismo la imaginación está
un poco escasa. Sólo se le ocurre el sonido de un motor como señuelo válido. Ahora necesita un
punto donde ubicar el sonido. Se asoma tímidamente por el mostrador para buscar dicho punto. Elige
como lugar el buzón que está al otro lado de la calle y se concentra en producir el sonido allí.
Pronto los zombis pican con el cebo y se mueven rápidos al lugar desde el cual surge la ilusión
sonora. Pero algo no va bien. En vez de cruzar la calle hacia el buzón van hacia la tienda donde está
Alejandra acechando. Se concentran todos en un punto indeterminado a medio camino entre el buzón
y la tienda donde no hay nada. Enseguida los zombis se ponen nerviosos por no encontrar nada a
pesar de que el sonido persiste.
Alejandra vuelve a esconderse preguntándose qué ha podido pasar. Se ha concentrado en el buzón y
lo ha observado mientras generaba el sonido. Pero por lo visto éste no ha llegado hasta el lugar
planeado. Parece que lo del sonido tiene un radio de acción limitado, piensa.
Ahora sí que tiene un problema. Los zombis se han vuelto a dispersar pero ahora están más cerca y
más nerviosos por el engaño. Una vez más rechaza la posibilidad de atacar. De repente cae en la
cuenta de que todavía le queda un as en la manga. Tal vez funcione o tal vez no, pero la invisibilidad
parece un medio seguro para salir de allí con vida. Se esfuerza en obtener otra solución pero no es
capaz.
Finalmente se resigna y se concentra en desaparecer. Cuando cree haberlo conseguido pasa la mano
por delante de sus ojos. La sensación que le produce no ver su extremidad, a pesar de que sabe que
la mueve, es muy incómoda. Siente lo mismo que aquellas personas los primeros días tras perder un
miembro, que creen que todavía sigue ahí e incluso lo sienten a pesar de que ya no existe. Desvía la
mirada buscándose las piernas y el cuerpo pero sólo puede ver el suelo. Un último vistazo atrás para
comprobar que la mochila tampoco es visible confirma que ya puede salir.
Se alza despacio, a pesar de ser invisible tiene miedo. Se queda un rato de pie tras el mostrador
observando cómo los zombis la ignoran a pesar de que alguno pase su mirada por la tienda. Parece
que funciona como esperaba.
Empieza a moverse con lentitud, pretende no hacer ningún ruido para no llamar la atención. Alcanza
la salida del establecimiento, está cerrada pero sólo tiene que empujar la puerta. Con mucha calma
empuja la puerta sin perder de vista a los zombis deteniéndose cada vez que un mínimo sonido sale
de las bisagras.
A pesar de que no le lleva demasiado tiempo se le hace eterno. Cuando ya está abierta y sale, la
cierra con el mismo cuidado sin dar la espalda a la calle, no quiere repetir el error que cometió
cuando se fue de su casa.
Ahora echa un vistazo a los zombis. Se mueven de forma caótica por el lugar y no es fácil prever sus
trayectorias. Además, algunos de los zombis electrificados ya se han levantado. A Alejandra le late
el corazón a mil y se esfuerza en controlar su respiración intentando que no se acelere demasiado.
Ahora mismo saldría corriendo como una exhalación al coche pero eso sería demasiado
comprometido.
No puede quedarse allí todo el día así que va dando los primeros pasos observando a cuantos zombis
puede. Empieza a acercarse a la tropa errante. Si antes se la comían los nervios ahora la devoran. Se
le empieza a hacer difícil controlar el ritmo de respiración mientras avanza pasando cerca de los
apestados.
De repente siente que algo sucede. A su paso los zombis se quedan extrañados como si notaran algo
cerca. Se giran continuamente buscando aquello que les desconcierta. Algunos de ellos pasan muy
cerca de Alejandra tratando de encontrar el origen de la perturbación. Alejandra tiembla ahora como
un flan sin detener su avance mientras los quejidos y ruidos de los zombis aumentan a sus espaldas.
Ya no queda ninguno por delante de ella, están detrás habiéndose acercado todos ellos al camino que
Alejandra ha seguido. Aunque aparentemente el peligro es un poco menor, el ritmo cardíaco y
respiratorio de Alejandra sigue desbocado.
El coche está ya muy cerca y cuando Alejandra extiende su brazo para abrir la puerta se percata de
que la invisibilidad se extiende un poco más allá de ella misma. Antes de tocar siquiera la manilla de
apertura ésta ha empezado a desvanecerse. Toca la manilla para ver qué ocurre y comprueba que
desaparece extendiéndose el desvanecimiento parcial a la puerta. Puede verse a través el movimiento
de varillas que libera el cerrojo cuando se tira de la manilla.
Con la puerta abierta es el momento de introducirse en el vehículo. Si lo hace rápido producirá
ruido, que es justo lo que no quiere. Se quita la mochila, que sigue siendo invisible, y se inclina para
dejarla en el asiento del copiloto. Conforme aleja la mochila de ella, se va haciendo visible. Desvía
su mirada a los zombis mientras deja la mochila en el asiento para cerciorarse de que no se dan
cuenta.
Despacio entra en el coche y se sienta. Acerca la puerta del coche al hueco pero no la cierra del todo
para no llamar la atención. Es un poco difícil porque, cogiendo el tirador, la puerta se desvanece en
parte y no está claro cuándo va a golpear el marco. Ahora llega el momento de arrancar el motor. La
invisibilidad no puede ayudarla a disimular el ruido ni a arrancar ya que es complicado coger una
llave, un volante o una palanca si no es capaz de encontrar su propia mano.
Ahora Alejandra está un poco más calmada. Es el momento de repetir la astucia del señuelo sonoro.
Esta vez ubicará el sonido en la tienda. Confía en poder enviar a los zombis lo más lejos posible
para así tener tiempo suficiente para arrancar y salir. Va a utilizar el mismo sonido que antes. Con
suerte disimulará bien el sonido real.
Suena un motor cerca de la tienda. Los zombis acuden veloces al reclamo y se revuelven justo ante la
entrada del local. Alejandra aprovecha la oportunidad y gira la llave que previamente había cogido.
El sonido real se impone al falso y los zombis se giran. Salen raudos hacia el vehículo. A Alejandra
le cuesta agarrar la palanca de cambios y engrana cuando los agresores están ya muy cerca. Suelta el
pedal del embrague y el coche se agita violentamente pero no avanza. Ha olvidado quitar el freno de
mano y el motor se ha calado.
Maldice continuamente mientras los nervios la devoran de nuevo. Los zombis ya han alcanzado el
vehículo y lo golpean aunque no vean a nadie dentro. Esta vez los golpes son más contundentes que
cuando se marchó de su casa. Alejandra trata de encontrar la llave de nuevo para arrancar. Ruge el
motor, pero su sonoridad se ve ensombrecida por los cristales rotos de una de las ventanas de atrás.
Es, casualmente, la ventana que Alejandra tiene justo detrás. Por reflejo ella se inclina hacia delante
para evitar que el brazo que ahora registra el interior la alcance. Esta vez sí, libera el freno de mano
y acelera llevándose por delante a los dos zombis que golpeaban el capó. Uno de ellos cae por un
lado y el otro desaparece por debajo. Un violento bache acompañado de sonidos desagradables
confirman que el desdichado zombi ha sido atropellado.
Mientras se aleja lo más rápido que puede, Alejandra trata de recuperar el aliento. El estrés
repentino de la situación le ha hecho olvidarse de todo cuando ya estaba a salvo, volviéndose visible
de nuevo. Sin detenerse, echa un vistazo atrás para ver el cristal roto. El asiento está lleno de
fragmentos de la ventanilla y también hay rastros de sangre. Revisa el asiento y el suelo esperando no
encontrar nada de más.
Ahora que la situación está bajo control debe pasar al siguiente punto: la autocaravana. Alejandra no
sabe dónde puede encontrar un vehículo de esas características hasta que recuerda el polígono
industrial donde cogieron la furgoneta. Confía encontrar alguna autocaravana en el mismo sitio ya que
había muchos tipos de furgón.
Se le hace complicado encontrar el camino. Hace ya un tiempo que fueron allí y no recuerda bien la
ruta. Tras varios rodeos y equivocaciones llega al polígono correcto. Reconoce algunas de las naves
y a partir de ahí llega hasta al concesionario en cuestión. Esta zona está bastante más tranquila. Sólo
aparecen unos pocos zombis solitarios atraídos por el movimiento.
Están todavía algo lejos y, antes de ponerse a apuntar, Alejandra recuerda que los disparos son muy
sonoros. En esta ocasión no considera la posibilidad de que atraiga a más zombis sino a sus antiguos
compañeros. Si oyen disparos tal vez se acerquen pensando que es otra persona. Si eso ocurriera
podrían verla y entonces habría conflicto. Así que se guarda la pistola y entra en la nave confiando en
que los solitarios zombis la pierdan de vista.
El comercio está vacío. Todavía está el cuerpo del dependiente, aquel que Christian tumbó de un
golpe. Más bien sólo queda parte de él. Hace ya semanas de aquello y la descomposición ha
avanzado liberando un apestoso hedor. Tapándose la nariz, Alejandra sale de allí por una puerta que
da a la parte trasera de la parcela. Fuera del edificio se encuentra con un amplio parque de vehículos
industriales y demás, pero ninguna autocaravana.
Sin embargo, hay una furgoneta algo apartada que llama la atención. Dista un poco de ser el típico
vehículo comercial para transportes. Los accesorios exteriores que incluye así como el color
metalizado la diferencian de cualquier otra furgoneta. A juzgar por la matrícula es un vehículo nuevo,
o casi. Se acerca a ella con cautela ya que no conviene bajar la guardia aunque parezca que está a
salvo. Da una vuelta alrededor del vehículo comprobando que todo está en orden. Volkswagen
California puede leerse en el portón trasero, seguido de algunos acrónimos. Trata de echar un
vistazo al interior pero los cristales tintados se lo impiden.
Va a probar suerte en la puerta del conductor. Fácilmente se abre en cuanto tira de la manilla. La
puerta revela el interior de la furgoneta. El puesto del conductor parece el de un avión, con miles de
palancas, relojes y ruedas. Alejandra se sube para inspeccionar también la parte de atrás. La
sorpresa es mayúscula al descubrir la mesa, los armarios, cajoneras, el fregadero, la cocina... La
cara de felicidad que luce es indescriptible. Le ha tocado la lotería y no se lo cree.
Antes de empezar a manosear todo se baja para investigar su nueva casa desde todos los ángulos.
Abre la puerta lateral descubriendo la entrada a la parte trasera desde donde se accede a los fuegos y
la mesa con mayor facilidad. Levantando el portón trasero se encuentra con más armarios, un toldo
para colgar del portón abierto y un depósito, posiblemente para almacenar agua. Vuelve a la puerta
lateral para entrar dentro y maravillarse con lo que acaba de encontrar.
Se sienta en el sillón y ahora sí empieza a toquetear todo. Abriendo cajones y armarios descubre
platos, vasos y cubiertos así como una bombona de gas. Hay bolsillos y compartimentos repartidos
por todo el interior y en ellos encuentra todo tipo de cosas útiles para la vida en la furgoneta.
Echa ahora un vistazo al techo, donde se ven unos pestillos. Son los que mantienen la litera cerrada.
Alejandra recuerda haber visto antes algo así. Liberando previamente los pestillos empuja la
estructura hacia arriba y el techo se eleva dejando una abertura para poder acceder a la cama. Se
sube y comprueba su comodidad. A pesar de estar alucinada por la emoción, ve que unos cables
bajan del techo y después se esconden tras la pared del interior. Dado que arriba no encuentra
bombillas ni nada eléctrico, se pregunta para qué son esos cables.
Devuelve el techo a su posición normal y se coloca de pie sobre el asiento del copiloto, con la puerta
abierta. Los cables que había visto antes son los que llevan corriente eléctrica desde las placas
solares instaladas en el techo hasta la batería de almacenamiento oculta en algún lugar del interior.
Definitivamente esa furgoneta lo tiene todo. Alejandra ya sabe qué vehículo va a llevarse consigo
siempre que encuentre las llaves y tenga combustible. Registrando desde el asiento del conductor
encuentra las llaves guardadas en el parasol. En el momento de comprobar el combustible no hay
tanta suerte: el depósito está casi completamente vacío.
Lejos de desanimarse, Alejandra ya sabe cómo solucionarlo. Su coche todavía tiene gasolina
suficiente como para dar varias vueltas por la ciudad, por lo que simplemente saldrá a buscar
combustible para traerlo de vuelta en bombonas. Lo cual le recuerda que debe buscarse una bomba
para extraer el gasoil.
Se marcha del concesionario evitando a los zombis que ya se habían acercado y merodeaban cerca
de la entrada sin ser capaces de encontrar la puerta. En otro polígono cercano encuentra garrafas y
bombas en una gran superficie dedicada al bricolaje. Aquí hay algo más de actividad hostil pero
Alejandra sale airosa del paso despistando a los zombis con sonidos.
Cuando llega a una gasolinera recuerda la facilidad con la que José y los demás consiguieron abrir
las tapas. Tras deshacerse del zombi que está dentro registra todo en busca de las llaves. Cuando ya
están en su poder, emplea la bomba manual para llenar las dos garrafas de veinte litros mientras
vigila los alrededores. Le lleva un rato y mucho esfuerzo rellenar las dos bombonas. Por suerte nadie
la ha molestado, habría sido peligroso disparar o lanzar un rayo en una gasolinera a pesar de que no
haya olor a carburante.
De vuelta al concesionario las cosas siguen en orden. Esta vez sí se hace cargo de los zombis que se
habían quedado allí a la entrada ya que cargar con las dos garrafas la ralentiza mucho. En vez de
emplear Relámpago utiliza Bola de Fuego desde cierta distancia. Ha esperado a que los zombis se
hayan alejado un poco del edificio para que las llamas no se propaguen. Prepara la bola y la lanza
esperando acertar. Sus dos objetivos están bastante cerca el uno del otro y la bola alcanza a uno de
ellos. Al igual que en aquella ocasión, en la azotea de la iglesia, la bola se expande al impactar en la
diana y alcanza al segundo blanco.
Pronto empieza a arder la ropa transformando a los zombis en antorchas móviles. Alejandra se
mantiene en su sitio junto al coche esperando que sus enemigos caigan pronto, al menos antes de que
la alcancen. Son capaces de avanzar varios metros tras la inflamación quedándose a poca distancia
de Alejandra, que no pierde detalle de lo sucedido. Cuando ya han caído al suelo las llamas
continúan devorando los cuerpos sobre el asfalto.
Ahora Alejandra ya puede entrar al concesionario con las garrafas. Cuando llega a la furgoneta y
rellena el depósito empieza a buscar la salida. El patio trasero del concesionario tiene una única
salida cerrada por una recia verja metálica. La verja es corredera y se abre con la ayuda de un motor
eléctrico. Obviamente no funciona. Si quiere salir de allí con la furgoneta ha de encontrar la manera
de abrir dicha valla.
Sólo se le ocurren dos maneras: una es derribarla y la otra es forzarla a moverse por las guías. Dado
que la primera opción es más ruidosa y violenta, opta por tirar de la verja en la dirección de los
carriles. Pero ella no tiene fuerza como para empujar por sí sola así que tiene que ayudarse de alguno
de los múltiples vehículos que tiene al alcance. Enganchando unas cadenas a un furgón el trabajo se
hace muy fácil.
Ahora ya puede salir con su nueva casa rodante. Rodea el edificio y se detiene a la entrada donde
está el viejo coche. Coge de él todas sus cosas y las carga en la furgoneta. También pone en
funcionamiento todos los sistemas del vehículo. En este momento, cuando ya se ha montado de nuevo,
le da pena abandonar el Golf. Pero no le queda más remedio: no le va a ser más útil que la furgoneta
y no puede llevarse ambos.
Se marcha del polígono. Ya ha cumplido dos de los tres objetivos que tenía. Ahora ya solo le falta
abastecerse. Vuelve a la gasolinera donde había llenado las garrafas para seguir cogiendo
combustible. Aparte de llenar el depósito del vehículo, llena también las garrafas que
convenientemente había guardado. Le darán un poco más de autonomía en caso de no encontrar gasoil
más adelante.
Ya solo le queda abastecerse de provisiones y cosas que le puedan hacer falta. Conduciendo por las
afueras se encuentra con un hipermercado en el que seguramente se encuentre bastantes problemas
pero también todo tipo de cosas necesarias.
Aparca la furgoneta entre los vehículos abandonados y se dirige a una de las entradas cuyas puertas
han sido forzadas. Todo está tranquilo, demasiado tranquilo, cree ella. Avanza con pasos cortos
ojeando todo a su alrededor con la pistola en las manos. La verdad es que no se oye nada, ni un solo
sonido altera la quietud fúnebre que gobierna el ambiente cargado con un hedor insoportable.
Atraviesa el paso de las cajas registradoras entrando a la zona comercial donde todo está colocado
en estanterías. Alejandra esperaba encontrarse un elevado número de zombis deambulando por las
galerías, pero nada más lejos de la realidad.
Lo que se encuentra en su lugar es un elevado número de cadáveres dispersos por todos los sitios,
unos en un estado de descomposición más avanzado que otros. Lo que sí es común en todos ellos es
que no murieron de forma plácida. Con el rostro tapado para evitar el nauseabundo olor, Alejandra
se mueve por los pasillos evitando tocar los cuerpos o cualquiera de sus restos. Parece evidente que
días antes eran zombis que alguien mató.
No le suena que sus ex compañeros llegaran hasta aquí aunque tampoco mencionaron nunca a dónde
iban y ella nunca les acompañaba en dicha tarea. Pero eso no es un dato relevante y no quiere
entretenerse demasiado. Prefiere apresurarse para poder irse de la ciudad lo más pronto posible
antes de que alguien la vea.
Se queda unos minutos pensando qué puede coger. De repente, durante sus reflexiones, algo o alguien
la pone en alerta de nuevo. Alejandra ha escuchado algo y presta atención. Centrándose en sus oídos
reconoce voces, más de una persona ha entrado y hablan entre ellas. No es fácil saber qué dicen ya
que mantienen un tono reducido.
Alejandra está empezando a ponerse nerviosa, cree posible que la hayan encontrado y hayan
decidido darle caza tal como amenazaron. Se mantiene quieta buscando el arma con su mano mientras
trata de obtener toda la información posible escuchando. Parece que sólo son dos personas, dos
hombres. Suenan lejos porque parece que han entrado por las puertas del otro lado.
Siguen hablando, quién sabe si estableciendo el plan de ataque. Cuando las voces se apagan
empiezan los pasos. Aún es más difícil escucharlos. Alejandra cree que se han separado ya que sólo
puede oír los pasos de una persona. No sabe qué hacer: si se mueve tal vez la oigan o la vean pero si
se queda quieta terminarán encontrándola.
Una de las personas está acercándose, ha acelerado el paso y se escucha más fuerte por momentos.
Ahora sí que no tiene tiempo para pensar. Su perseguidor se acerca por la fila de cajas registradoras
que queda a su derecha. Si quiere esconderse tendrá que ir a su izquierda pero hay varios metros
hasta el final de las estanterías y correr sería demasiado ruidoso. No le quedan muchas alternativas:
una es enfrentarse y atacar en respuesta. Pero no puede hacer eso, no tiene una mente tan fría como
para matar a una persona.
Sólo hay una salida posible: esconderse. Y Alejandra tiene ahora una técnica perfecta para
conseguirlo. Se envuelve en invisibilidad y se mantiene como una estatua, traga saliva y espera a que
su captor aparezca por el extremo del pasillo. A pesar de no ver sus propios brazos, desconfía y
mantiene la pistola en sus manos apuntando a la entrada de la galería. Los pasos se hacen cada vez
más sonoros pero parece que no va a llegar nunca.
Finalmente un hombre pasa por delante Alejandra. Lleva paso ligero, va armado con una ballesta y
porta una mochila a la espalda. El hombre no se detiene y sigue su camino echando un vistazo rápido
al pasillo, vacío para sus ojos.
Esto es chocante para Alejandra, que baja el arma entendiendo que el peligro ha pasado. Por un lado
es un alivio que nadie venga a matarla pero le inquieta que haya más gente. Se mantiene invisible y
ajena a todo pensando que ha estado a punto de disparar a alguien que probablemente solo busque lo
mismo que ella, creyendo que venía a matarla. Se me está yendo de las manos, es lo primero que
piensa.
Entre tanto, el hombre camina de vuelta aparentemente con la mochila cargada. Cuando pasa,
Alejandra avanza unos pasos con la intención de mostrarse y entablar conversación, así no tendría
que vivir sola. Pero un pensamiento la detiene. Todavía está herida por el rechazo sufrido. Tarde o
temprano estas nuevas personas descubrirían su condición especial y probablemente todo acabaría
mal. Incluso cabe la posibilidad de que no sean tan indulgentes como José. Aunque no sea visible, el
rostro de Alejandra se entristece con los recuerdos.
Prefiere dejar que se vayan, ignorantes de que ella estaba también allí. Alejandra cree que es lo
mejor. Se asoma por el extremo de la estantería comprobando que los dos hombres ya se han reunido
para marcharse. Cuando salen por la puerta, Alejandra anula Invisibilidad y espera unos pocos
minutos de margen inmersa en el silencio.
Ahora es el momento de abastecerse pero no sólo de víveres: ya que tiene la oportunidad cogerá todo
lo que necesite a corto o largo plazo. Necesita un carro para llevarse las cosas, donde hay de todo:
comida, bebida, productos de primeros auxilios e higiene, algo de ropa nueva, un ordenador portátil,
música y películas, algunos libros… incluso un cuaderno nuevo. No sabe cuándo volverá a tener una
oportunidad así.
La salida es complicada. Manejar un carro lleno hasta los topes se vuelve difícil con un suelo
sembrado de cuerpos. Antes de salir al aparcamiento con el carro se cerciora de que no hay nadie. Le
alivia poder descubrirse la cara y respirar aire cuando ya ha salido. Carga todo en la furgoneta y lo
organiza para marcharse.
11. SIN RUMBO

Cuando se monta en la furgoneta y empieza a buscar la salida de la ciudad no echa la vista atrás.
Apenas siente remordimiento por abandonar todo. Está convencida de su propósito y emocionada por
empezar a cumplir el plan que se ha propuesto.
Sale de la ciudad sin incidentes ni encuentros. Tras un rato conduciendo por carreteras solitarias
pobladas únicamente por vehículos estrellados, detiene su marcha. El paisaje es limpio, con pocos
árboles y un gran campo de visión. Es un buen lugar para detenerse y descansar. Aprovecha también
para comer tomándose todo con calma porque no hay prisa en absoluto.
Después de la comida se ocupa de la furgoneta organizando todo mejor para saber bien dónde tiene
cada cosa. Se toma su tiempo para probar el ordenador que ha cogido, puede ser muy útil para pasar
horas muertas. Se lo ha llevado sabiendo que puede cargarlo en la furgoneta.
Se pone de nuevo en ruta cuando ya es media tarde pasando despacio por los pueblos que atraviesa.
No lleva un rumbo fijo, simplemente sigue la carretera allí donde la lleve. Antes de que anochezca se
detiene de nuevo en una zona tranquila, prefiere aprovechar la luz natural que todavía queda para
bajarse del vehículo y estirar las piernas paseando sin alejarse demasiado y con la pistola encima.
Espanta los problemas propios de la soledad con música mientras cocina y cena. Hoy el día ha sido
intenso y la ha agotado, el sueño pronto empieza a empujar a Alejandra a dormir. No le hace mucha
gracia dormir en la litera, sus paredes son de tela nada más, mucho más frágil que la chapa de la
carrocería. Pero dormir abajo supone desmontar muchas cosas para poder extender el colchón.
Así pues alza el techo de la furgoneta y se cambia de ropa para subir a dormir llevándose una
linterna para iluminarse. Ahora que empieza a ser autosuficiente no necesita de la luz de su mano.
Al día siguiente se despierta de buen humor, ha descansado mucho, sobre todo después de volver a
dormirse dándose la vuelta tras despertar momentáneamente abrigada con el calor mantenido por la
manta. Hasta que no se despeja lo suficiente como para abrir los ojos no se da cuenta de que ya es de
día. Es algo que se le hace extraño porque siempre se despierta cuando aún no ha amanecido y le
recuerda a aquellos días en la iglesia en los que no tuvo magia. Se dispone a comprobarlo con
Linterna y efectivamente no sale luz de su mano.
Sin levantarse se queda pensando. Si en esta ocasión los poderes no vuelven no tendrá nada que
ocultar pero estará más indefensa y será más vulnerable. Como no quiere estropearse la mañana con
estas cosas se levanta y empieza sus actividades. Un poco de aseo, desayuno, unos pequeños
paseos… El sol está casi en lo alto cuando la furgoneta reemprende el viaje.
La música ameniza el camino. Al paso por un pueblo Alejandra reduce la marcha creyendo que
debería echar un pequeño vistazo. Pasando con calma por las calles sin bajarse de la furgoneta, los
zombis enseguida surgen de cualquier rincón. Obligan a Alejandra a acelerar para evitar daños. Ella
dispone de la pistola, la tiene al alcance de la mano pero prefiere evitar usarla. Cuando se ve en
necesidad de disparar se da cuenta de que no es capaz de acertar ni un solo blanco teniendo que
acelerar más e incluso atropellar a algún zombi para poder salir del paso.
Pronto se marcha del pueblo en vista de que no puede hacer mucho. Cuando ya se ha alejado lo
suficiente y vuelve a encontrarse un lugar despejado y tranquilo se detiene. El estómago empieza a
inquietarse. Un rato después la comida sobre el plato es ligera ya que no hay necesidad de
empacharse.
Después de comer Alejandra se queda pensando otra vez. Cuando ha pasado por el pueblo no se ha
atrevido ni a bajarse del vehículo; y cuando ha disparado ha sido peor que no hacer nada. De hecho
los disparos atrajeron a más apestados. Recuerda haberse sentido expuesta e incapaz de hacer frente
a sus enemigos. Algo que no sintió el día anterior en la armería o en el concesionario. El día anterior
sintió miedo pero tenía medios propios para salvarse. Una vez más, el dilema de su poder ronda por
su cabeza.
Es algo útil, de eso no le cabe duda. Pero por experiencia sabe que provoca rechazo en el resto de
personas. Además todavía puede escuchar a la señora Cardona culpándola y señalándola con el
dedo. Verdaderamente sus palabras han calado hondo en la mente de Alejandra, que se estremece
temiendo que todo o parte de la acusación sea cierta. Suspira y se sienta. Debe aclarar sus ideas para
poder seguir adelante.
Buena parte de la tarde la pasa divagando, debatiendo consigo misma qué actitud debe tomar ante su
peculiaridad. Cada tanto se olvida de todo y se entretiene, ya sea avanzando unos kilómetros o
jugando con el ordenador. Las reflexiones se extienden a la noche acompañando a su mente hasta el
mismo momento de dormirse.
El día siguiente repite la rutina matinal pero pronto vuelve a retomar sus cavilaciones. El día anterior
no concluyó nada y quiere llegar a una solución de una vez. Mientras conduce, evita cualquier
acercamiento a la civilización, no quiere distracciones, sólo aquellas que pueda detener como la
música o el entretenimiento.
Enseguida sus pensamientos empiezan a tocar temas trascendentales y filosóficos. Se le plantea un
dilema moral para el que no tiene salida. Para aclarar sus ideas escribe las ventajas y desventajas
que le supone tanto aprovecharse de su poder como intentar olvidarlo. No se le hace fácil. A pesar
de que no quiera distraerse le es inevitable entretenerse más de la cuenta. Completa las listas
comparativas para cuando cae la noche pero no las revisará hasta el día siguiente con la cabeza más
despejada.
En efecto, por la mañana tiene la cabeza más despejada pero no es hasta poco antes de comer cuando
retoma en serio las reflexiones. Pasado un rato, con el estómago lleno, llega finalmente a una
conclusión que ya temía desde el primer día: no puede apartar ese poder de su vida. Si bien sigue
teniendo miedo del rechazo, la ayuda que le proporciona es inestimable. Incluso podría ayudar a
otras personas a sobrevivir si lo emplea correctamente, lo cual no es un acto de maldad propio de un
demonio.
A pesar de haber llegado ya a una decisión, Alejandra no está muy contenta. Aceptar su magia
implica tener que mostrarla en público siempre que encuentre a un grupo de gente con la que vivir.
Sin duda eso centrará la atención en ella, algo que le produce cierto pavor. Pero no puede negar su
propia condición así que lo sensato es sacar partido de la situación presentada. Si se emplea en
buscar el bien de los demás probablemente la acepten. Además así podrá tener la conciencia
tranquila sabiendo que hace lo que está en su mano para ayudar a quien lo necesite.
Ahora que ya se ha aclarado puede centrarse en otros asuntos como el de perder su poder cada cierto
tiempo. En previsión de que podría perder la cuenta en el paso de los días, hacía una marca en el
cuaderno por cada día que pasaba. Ahora no es tan necesario teniendo el ordenador. Gracias a ello
sabe que ya está en Octubre y que han pasado treinta y dos días desde el Instante. La primera vez que
se quedó sin magia fue cuando habían pasado trece días, estando los tres días siguientes sin poder
hacer nada. En esta ocasión se está repitiendo el patrón trece-tres.
–Debe ser un ciclo o algo… –deduce.
Conforme pasen los días y vuelva a acercarse al cierre del lapso comprobará si se repite la pauta.
Siempre y cuando mañana vuelvan los poderes, ya que está en el tercer día sin.
Ahora que ya acepta su propia condición es el momento de investigar y aprender todo sobre lo que es
capaz de hacer. Aún le cuesta, pero empieza a ver con otros ojos su viejo cuaderno tan lleno de
secretos. Leyendo las descripciones que ella misma apuntó se da cuenta de una curiosidad. La
primera vez que utilizó Relámpago se debilitó y lo achacó al propio rayo eléctrico; pero hace pocos
días en la armería no sintió debilidad. Es un dato curioso que tiene que esclarecer.
Aún quedan horas de sol y convendría aprovecharlas de algún modo. Ya que está dispuesta a
investigar sería adecuado adelantar trabajo. No le es posible hacer magia en absoluto pero al menos
sí puede ir extrayendo información del libro de brujería.
En el ordenador puede escribir más rápido y lo aprovecha haciendo una lista de todo lo que debe
probar. No se le olvida añadir aquellos conjuros de los que pasó de largo cuando todavía estaba en
la iglesia. También, en otro documento aparte, reescribe aquellos hechizos que sabe que funcionan
junto con sus descripciones.
La labor de recolección de información se extiende más allá de la noche. Es ya tarde cuando
Alejandra cierra el ordenador. Ha recogido muchos hechizos, quizás demasiados para ir probando,
pero eso es algo que tendrá que hacer mañana. Por hoy ya ha terminado y antes de echarse a dormir
se relaja un poco leyendo, tratando de calmar los nervios que le produce saber que mañana puede
obtener grandes logros.
Alejandra se despierta en mitad de la noche. Parece que vuelve a su nueva rutina de dormir poco ya
que no es capaz de conciliar el sueño de nuevo, una señal de que la magia ha vuelto. Algo que
enseguida comprueba con Linterna. Efectivamente la tenue luz surgida de su mano confirma la
recuperación de poder.
Aunque haya pasado muchos veranos de camping no recordaba tan tenebrosas las noches en la
naturaleza. La oscuridad extiende su manto infinito hasta donde la vista alcanza y el viento y los
animales nocturnos llenan de sonidos el vacío visual. El verano ya había acabado hace unos días y se
nota: el hecho de retirar la manta precisa de cierto valor para enfrentarse al frío nocturno.
Ahora, mientras se va templando poco a poco para poder salir de la cama, se pregunta qué dirección
tomar. Todavía no sabe a dónde va en realidad. Cuando inició el viaje se limitó a seguir la carretera
sin más. Si sigue la carretera ya sabe a dónde llegará. Como todos los caminos llevan a Roma, en
este caso todos los caminos llevan a la capital: Madrid.
Cuando pensó en salir a ver mundo esperaba llegar más lejos, visitar Europa. Pero ya que está a
medio camino de la capital pasará por allí y comprobará la situación. Sin embargo, antes de llegar
tiene que hacer muchas comprobaciones: pruebas de sus habilidades apreciando los detalles y
características para obtener el mejor resultado de cada una. Es importante que conozca sus
limitaciones antes de precipitarse.
Sale al exterior en cuanto empieza a amanecer. Un breve paseo con ropa de abrigo precede a un
desayuno caliente que invita a disfrutarlo con calma. Alejandra cree que debe avanzar unos
kilómetros más, al menos hasta que el sol suavice un poco más la temperatura. Pasa un buen rato
hasta que se templa el ambiente.
La fortuna ha querido que Alejandra encuentre un buen sitio para detenerse junto a un río. Todavía
tiene agua más que suficiente en el depósito, pero lo que en realidad necesita es darse un baño. Las
semanas anteriores no había descuidado su higiene en exceso pero era imposible bañarse o ducharse,
teniendo que lavarse con toallas húmedas para ahorrar agua. Las ocasiones están para aprovecharlas
y no va a perder la oportunidad de chapotear un rato por muy fría que esté el agua.
Se cambia de ropa poniéndose el bañador que sabiamente había cogido en aquel hipermercado
previendo una situación así. También se guardó una toalla en consecuencia. Habiendo aparcado la
furgoneta cerca, se aproxima a la orilla del río descalza porque olvidó coger chancletas o sandalias.
Va envuelta en la toalla y estando ya a pocos metros del agua cualquier atisbo de calor que podía
tener desaparece dejándole un escalofrío incómodo.
Ahora no tiene tan claro aquello de bañarse aunque el agua esté fría. Sin deshacerse de la toalla mete
los pies en la corriente. El agua corre tan gélida que lo nota en los huesos. No llega a tiritar pero el
frío se extiende al resto de su cuerpo. Hace un amago de entrar más en el río pero en cuanto el agua
moja partes de su piel que antes estaban secas retrocede los pasos avanzados. Podría estar toda la
mañana haciendo y deshaciendo los pasos para intentar entrar al agua.
–Vamos, entra… de los cobardes nada se ha escrito.
Coge aire y deja caer la toalla a la orilla para lanzarse al agua y sumergirse. Nada más hundirse el
frío la cala hasta los huesos. Emerge rápida a la superficie para darse la vuelta y salir pero antes de
hacerlo recapacita. La entrada al agua suele ser la parte más difícil; una vez se aclimate a ella la
estancia en el río se hará más llevadera. Para no perder temperatura se pone a nadar y a moverse,
siempre sin alejarse de la orilla.
Pasados unos pocos minutos el frío atenazador se suaviza aunque sigue notándose cierto frescor.
Ahora que ya puede quedarse más rato quieta dentro del agua puede lavarse bien. Se retira la parte
superior del bañador para poder frotarse a pesar de no tener jabón. Se mantiene con el agua hasta el
cuello aunque en apariencia no hay nadie que pueda verla.
Cuando termina de lavarse ya apenas nota frío. Ahora que está en el agua puede poner a prueba
algunos de los hechizos que el día anterior apuntó. Por desgracia había varios y no los recuerda
todos. Si quiere probarlos todos tendrá que salir del agua y arrancar el ordenador donde están
recogidos. Pero si sale del agua y espera a que arranque el portátil la vuelta al río va a ser igual de
dura que la primera vez, así que probará sólo aquellos que recuerda. El resto los intentará en otro
momento.
De los tres que se le ocurren, el primero es el manejo del agua, con el que se pueden controlar las
corrientes y crear formas con el líquido elemental. Ni lo uno ni lo otro es capaz de obtener si no es
chapoteando. El segundo de los conjuros le da la posibilidad de tener una visión submarina perfecta
ya que especificaba que el sujeto puede ver con claridad bajo el agua. Al abrir los ojos bajo el agua,
la visión borrosa y de pocos centímetros de alcance revela el fracaso en la prueba.
Parece que el agua no me da mucho juego, piensa Alejandra cuando ya sólo le queda uno por probar.
El último de los que recuerda hablaba de poder respirar bajo el agua. En vista de los nulos éxitos
obtenidos, Alejandra opta por probar éste conjuro desde la orilla por si acaso tampoco funciona. Se
arrodilla en el margen del río, sobre la toalla, lo suficientemente cerca como para poder hundir su
cara en el agua. Por costumbre ha tomado aire antes de sumergirse y debe expulsarlo antes de hacer
la prueba. Cuando ya tiene los pulmones vacíos del todo, tensa sus músculos para poder alejarse
rápida del agua si empieza a ahogarse.
Empieza a aspirar por la nariz muy despacio, no quiere tragar agua en exceso. Extrañamente, la
desagradable sensación de tener un líquido circulando por las vías respiratorias no aparece. Sin
embargo Alejandra siente cómo sus pulmones se van llenando poco a poco, alejando el ímpetu de
necesitar aire. La impresión es tan sorprendente que Alejandra invierte la corriente para sentir de
nuevo las burbujas discurriendo por el exterior de sus mofletes tratando de llegar a la superficie.
Todavía no siente necesidad de respirar otra vez, podría aguantar unos segundos más con la cara
bajo el agua pero vuelve a aspirar una vez más y comprueba que efectivamente sólo es aire lo que
entra a sus pulmones.
Como tiene el cuerpo mojado y expuesto al aire, enseguida saca su rostro del río y se pone de pie
para taparse con la toalla expulsando el aire que ha robado al agua. Se alegra de haber obtenido un
logro pero se apresura a volver a la furgoneta para secarse y vestirse mientras el ordenador va
cargando los programas.
Después de actualizar en el ordenador la lista de habilidades que puede hacer con Respiración,
Alejandra se percata de lo particularmente bonito que es el sitio que ha escogido para detenerse. El
agua del río fluye tranquila, emitiendo un relajante sonido al esquivar las rocas redondeadas y
erosionadas por el paso del tiempo y que sobresalen rompiendo el cristalino reflejo de un sol, el cual
pretende colarse por entre las ramas de los altos chopos, mecidos suavemente por la débil brisa que
agita las pocas hojas caducas que empiezan a poblar el suelo, alfombrado por un manto verde de
hierba corta que acaricia la piel con un mimo maternal.
Es, sin lugar a dudas, un sitio perfecto para quedarse al menos un día. Alejandra espera terminar
pronto sus pruebas y tener tiempo suficiente para disfrutar del paraje en el que se encuentra.
Tras contemplar un rato el paisaje deleitando sus sentidos y su mente, coge el ordenador y sale de la
furgoneta para empezar los ensayos.
12. LA PRIMERA VEZ

Las pruebas se suceden una tras otra, algunas de ellas resultan exitosas y otras no. Para no
sobrecargarse Alejandra deja unos minutos de descanso entre intentos. Aquellos conjuros que dan
resultado pasan a la lista de posibles con una descripción del efecto obtenido y un nombre
característico para una identificación rápida. Aquellos con los que no obtiene ningún resultado son
simplemente borrados de cualquier lista en la que estén.
Aún quedan algunos por probar y Alejandra ya siente cansancio. No sabe qué hora es pero ya se nota
hambrienta así que vuelve a la furgoneta para empezar a hacerse la comida. Antes había colocado el
vehículo al sol para recoger energía con las placas solares y ahora el interior es más cálido. Disfruta
del almuerzo con el calor del interior acompañado de música tranquila. Ahora que los platos están
vacíos se echa sobre el sillón y se acurruca con la idea de echar una pequeña siesta.
Pocos minutos después se despierta. Lo mismo que le ocurre por las noches sucede ahora: con poco
tiempo obtiene el descanso necesario. Tras la pequeña siesta se reincorpora al trabajo y no
interrumpe la actividad hasta terminar la lista. Había muchos hechizos que probar pero pocos son los
que surten efecto. Cuando ya ha terminado, la lista en el ordenador queda:
Linterna: surge luz de la palma de la mano. La intensidad de la luz depende de lo abierta que esté
la mano. Cerrando la mano desaparece la luz.
Foco: posibilidad de hacer que un punto sea emisor de luz. La luz queda sobre el objeto y lo
acompaña si se mueve. Larga duración, más de 10 minutos.
Oscuridad: contrario a Foco. Surge oscuridad sobre el punto que se toca y absorbe la luz
ocultando todo lo que entre en su radio.
Destello: flash de luz cegadora.
Sonidos: creación de sonidos en un entorno cercano. Deben ser sonidos simples y el alcance no
excede de los 10-12 metros.
Vuelo: movimiento en el aire a velocidades bajas.
Bola de Fuego: bola de llamas que puede lanzarse y explota expandiendo las llamas. Las llamas
duran pocos segundos si no encuentran nada para quemar.
Condensación: posibilidad de condensar agua del aire entre las manos para consumo.
Relámpago: rayo eléctrico de largo alcance (más de 20 metros). Puede extenderse y ser mortal.
Invisibilidad: ser invisible. La invisibilidad se extiende a aquello que pueda tocar.
Respiración: es posible respirar bajo el agua.
Muro de Tierra: surge un muro denso de tierra delante. Tamaño grande, unos 3-4 metros de largo
y de alto. Tiene más de un metro de fondo y no desaparece.
Foso: se abre un pozo en el suelo de varios metros cuadrados. Sólo funciona sobre terreno
natural. Permanece. Unos dos metros de profundidad.
Muro de Fuego: aparece un muro de fuego de tamaño como el de tierra. Dura pocos minutos y el
fuego puede extenderse.
Altavoz: aumenta considerablemente la voz.
Hologramas: aparecen imágenes tridimensionales y pueden moverse según quiera. Requiere algo
de concentración en la imagen o desaparece.
Frío y Calor: pueden calentarse/enfriarse líquidos y sólidos mediante contacto con las manos. El
agua puede hervir y congelarse.
Muro de Hielo: aparece un muro de hielo macizo. El hielo permanece pero va deshaciéndose.
Rayo de Hielo: como el rayo eléctrico. Congela aquello sobre lo que impacta creando una capa de
hielo fino alrededor.
Estudio: aprendizaje de textos con exactitud perfecta, no afecta a la comprensión. Requiere
concentración durante la lectura.
Telequinesia: se pueden mover y sostener en el aire objetos ligeros con la mente.
Alejandra repasa emocionada sus nuevas habilidades aunque muchas hayan resultado infructuosas.
Aún quedan varias por probar pero no puede llevarlas a cabo porque requieren la presencia de otra
persona: silencio, multilenguaje, telepatía con todas sus variantes… Otros sin embargo hablan de la
posibilidad de regeneración y curación, pero no está dispuesta a automutilarse para comprobarlo.
Una vez más el cansancio ha hecho aparición. Se siente débil como aquella vez que lanzó
Relámpago. Esto es algo que le hace pensar ya que ha aparecido con dos conjuros distintos. Para ella
cabe la posibilidad de que, haciendo estas acciones, consume energía y por ello siente agotamiento.
–De algún sitio tiene que salir la energía necesaria para hacer estas cosas… –piensa en alto.
No le se ocurren más causas posibles dada la poca experiencia que tiene. Afortunadamente ya está
todo probado, al menos todo lo que puede comprobar por sí misma y ahora puede descansar en la
orilla del río. Se tumba cerca del agua y cierra los ojos dejándose llevar por las melodías de la
naturaleza. Coordina su respiración para ralentizarla y relajarse. Cualquier anomalía podría sacarla
de su ensueño pero la suerte está de su lado y nada altera la paz. Ninguna voz, ningún sonido de
pasos o de motores.
El día va llegando a su fin. La temperatura desciende lentamente conforme el sol empieza a retirarse
por el horizonte. Ya ha habido descanso suficiente para Alejandra y se levanta para dirigirse a la
furgoneta y empezar a cenar. Aún siente fatiga pero por ello no va a dejar las cosas sin hacer.
Después de limpiar y recoger todo se echa en los sillones de la furgoneta para seguir leyendo la
novela que tenía empezada.
La noche cae y los bostezos empiezan a repetirse con frecuencia, que acompañados de ciertos
escalofríos llevan a Alejandra a subirse a la cama para taparse bien con la manta y dormir. El día ha
sido productivo y agotador.
El rato que debe pasar desde que se despierta hasta que amanece se hace, a veces, muy largo. Podría
bajarse y hacer algo para variar, y aunque quedarse tumbada bajo las sabanas es placentero, tanto
rato de inactividad es aburrido e irritante. Pero salir de la furgoneta en medio de la noche es algo un
poco aterrador y para quedarse en la parte de abajo mejor espera en la cama. No obstante sabe que
es algo que debe corregir, no puede estarse así toda la vida.
Poco antes de que el sol empiece a asomarse se baja de la cama porque empieza a notar un poco de
hambre. Se sirve de Foco para iluminar el interior y poder hacerse un desayuno. Poco a poco la
pequeña despensa de la furgoneta se ha ido vaciando. Ya sólo queda suficiente alimento para un par
de días y no quiere arriesgarse demasiado.
Mientras almuerza, el sol empieza a destellar por el horizonte. Alejandra determina que hoy
conducirá hasta llegar a Madrid. Se ha tomado demasiados días para cubrir los algo más de
quinientos kilómetros que separan Madrid de Barcelona y ya va siendo hora de avanzar. Está un poco
ansiosa ya que es muy probable que se encuentre con más gente allí.
Madrid era una ciudad grande con más de seis millones de habitantes en su área metropolitana, por lo
que a la fuerza alguno debe de quedar con vida. Ya ha rechazado la idea de que allí la vida siga sin
novedad ya que en todos los días que ha estado en la carretera ningún vehículo se ha cruzado en su
camino. No es algo que pueda atribuirse a la casualidad porque estar cinco días con sus cinco noches
en la carretera y no cruzarse con nadie no es normal.
Antes de emprender la marcha aprovecha para coger agua del río y disfrutar un poco más de la paz
que se respira en ese sitio alejado de todo peligro y estrés. Sólo podría mejorarse si no estuviera
sola, si hubiera alguien más con quien compartirlo.
–Tal vez vuelva… algún día… –se dice a sí misma.
Arranca el motor y vuelve a la carretera. El camino está despejado, por lo visto no era una carretera
muy concurrida, no se encuentra ni un solo vehículo en los arcenes o cerca del asfalto. Los pueblos
por los que pasa parecen pueblos fantasma, como si hubieran sido abandonados tiempo antes de que
el mundo empezara a pudrirse.
Hasta que no llega a una carretera de segundo orden no empieza a tener encuentros. Ninguno de ellos
con personas, sólo con restos calcinados o no y con zombis desperdigados. En los tramos de
carretera lleva una velocidad moderada por si acaso algo o alguien hace aparición llamado por el
sonido del motor. En los pueblos hace lo mismo pasando despacio por las calles pero sin dejar que
los zombis se le acerquen demasiado. Podría detenerse en alguna de las poblaciones por las que pasa
para abastecerse pero prefiere hacerlo en la capital, ya que allí es mucho más probable que se cruce
con personas. También ha pensado en detenerse por el camino e ir aniquilando zombis para
practicar y mejorar sus técnicas pero teme que pueda verse desbordada y llegar al agotamiento antes
de acabar con todos los que puedan aparecer.
Los kilómetros van sumándose al contador de la furgoneta mientras los carteles indicativos de la
carretera anuncian poco a poco la llegada al destino. Justo en la frontera de la provincia, al pie del
cartel que da la bienvenida, Alejandra se detiene para comer. Mientras se alimenta establece su ruta
aunque no tiene mucho que planear. Sólo había estado un par de veces antes en Madrid y no conoce
la ciudad, si acaso los lugares céntricos de los que conserva recuerdos. Como no sabe por dónde es
mejor o peor ir, simplemente irá callejeando hasta que se canse.
A pesar de la música la soledad empieza a hacer estragos. Alejandra se descubre varias veces a sí
misma hablando sola como si alguien la acompañara. Trata de no agobiarse por ello pero lleva
haciéndolo varios días.
Enseguida retoma el viaje y pronto empieza a ver los rascacielos al fondo orgullosamente erguidos
entre el resto de edificios del barrio financiero. Aunque puedan verse todavía está a varios
kilómetros de allí. Alejandra lo ignora pero desde que la mayor parte de la humanidad se ha sumido
en un caos animal el aire es mucho más limpio y en consecuencia el alcance de visión ha extendido.
Al poco tiempo siguiendo la carretera empiezan a aparecer nombres de localidades próximas a la
capital: Azuqueca de Henares, Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz, Barajas… Para poder
acercarse a la ciudad sin perderse, Alejandra debe abandonar la carretera y entrar en la red de
autovías que rodean la capital.
En vista de la dificultad que supone conducir por dichas autovías tal vez habría sido mejor seguir por
las carreteras de menor grado. Por lo visto aquí el Instante también vino de repente ya que hay
infinidad de vehículos de todo tipo estrellados y abandonados, algunos de ellos en mitad de los
carriles. La conducción se hace difícil no sólo por los obstáculos, sino también porque en todos
aquellos coches viajaba gente. Gente que ahora es zombi y sigue deambulando libremente hasta que
se dan cuenta de que tienen visita.
Muchas de las salidas de la autovía están bloqueadas, entre ellas las que llevan a calles y avenidas
que Alejandra conoce. No es un buen plan bajarse de la furgoneta y retirar los obstáculos por lo que
sigue su camino esperando encontrar una salida despejada. Siguiendo el camino la densidad de
obstáculos empieza a reducirse, razón por la cual Alejandra se alegra confiando en que en el próximo
desvío pueda salir del anillo de asfalto.
No tiene mucho sentido mirar por los retrovisores cuando el único vehículo que se mueve por la
carretera es el propio pero algo ha llamado la atención de Alejandra en los espejos. Busca con la
mirada algo entre todos los coches plantados en la vía que pueden verse en el reflejo del retrovisor.
Efectivamente hay algo que se mueve.
Alejandra sigue su camino sin apartar la vista de la retaguardia salvo para mantener la trayectoria
correcta. Enseguida se despejan las dudas cuando empieza a distinguirse un vehículo bastante grande
serpenteando entre los obstáculos. Ahora que lo ha reconocido, Alejandra se centra en la carretera
que tiene por delante. Está segura de que la han visto pero mantiene su velocidad y apaga la música.
Cada tanto echa un nuevo vistazo por el retrovisor comprobando que el vehículo que la sigue se está
acercando. Está empezando a ponerse un poco nerviosa ya que desconoce las intenciones que puedan
tener los ocupantes de dicho coche.
Antes de que pueda darse cuenta su perseguidor está ya muy cerca. Es una camioneta de estilo
americano, gigante y con la parte de atrás abierta. Alejandra actúa como si no los hubiera visto
esperando que le hagan una seña o se pongan a su lado. Confía en que no sean hostiles, sin embargo
está alerta por lo que pudiera pasar. Pronto la camioneta la alcanza colocándose a la izquierda, a la
par de la Volkswagen. El motor ruge poderoso y Alejandra desvía la mirada a su izquierda para
encontrarse con el comité de bienvenida.
Tres personas van montadas, todas ellas hombres. Dos van sentados en la cabina y el tercero, más
joven que los otros dos, va de pie en la parte trasera agarrado a la barra que soporta los faros de
largo alcance que asoman por encima del techo del habitáculo. El conductor mantiene la vista al
frente viendo de reojo los movimientos de la furgoneta, seguramente para mantenerse cerca pero no
colisionar. El copiloto y el que va de pie observan la furgoneta y a su ocupante, quien espera una
señal o algo. Alejandra todavía desconoce sus intenciones.
Sin mostrar ninguna expresión, el copiloto saca la mano por la ventanilla para agitar su mano hacia
arriba y hacia abajo alternativamente indicando a Alejandra que frene. Alejandra asiente dando a
entender que quiere cooperar. Levanta el pie del acelerador y frena con suavidad hasta detenerse. La
camioneta hace lo mismo y se queda cruzada en el carril que ocupa la furgoneta, habiendo parado
unos metros por delante de ella. Sus tres ocupantes se bajan.
Todos ellos van armados y avanzan con paso tranquilo observando los alrededores. Dos de ellos
rondarán los treinta y tantos años, el que parece más joven quizás llegue a los treinta. Todos visten
ropa de camuflaje y llevan armas automáticas, algún tipo de ametralladora; además de portar pistolas
y cuchillos en el cinto. El que ha hecho la seña de frenar camina el primero por delante de los otros
dos, que le flanquean. Alejandra se mantiene en su asiento con las manos sobre el volante, la primera
marcha engranada y el motor encendido, sólo por precaución.
Conforme se acercan, Alejandra piensa que es un buen momento para probar Telepatía. Se centra en
el que parece el líder, el que avanza el primero, y empieza a escuchar una voz dentro de su cabeza:
no parece una de esos ladrones, a ver quién es. Viendo que funciona, o eso parece, Alejandra cambia
pronto de objetivo centrándose ahora en el que camina a la izquierda de su jefe: esa furgona parece
la del chino. Pasa ahora a ver qué piensa el último de los aparecidos, el único cuya mirada no está
centrada en Alejandra o su furgoneta: ¿Eso son zombis? Joder, no distingo una mierda.
Antes de que el primero de ellos alcance la puerta de Alejandra ella ya ha bajado la ventanilla y
echado el pestillo de las puertas. Uno de los escoltas se queda con el jefe mientras que el otro sigue
caminando y echando un vistazo a la furgoneta rodeándola.
–Hola –saluda el cabecilla mientras se enciende un cigarrillo.
–Hola –contesta Alejandra.
–Tu cara me suena… ¿No nos hemos visto antes? –pregunta él liberando el humo aspirado en la
primera calada.
–Pues… no, lo dudo. Acabo de llegar hac…
–¿Llegar de donde? –le interrumpe el fumador.
–De Barcelona –responde Alejandra abrumada por la rapidez de la pregunta.
–Aaah… vaya, vaya, vaya ¿Es que allí también estáis tan jodidos como aquí?
–Más o menos. Eso parece.
Alejandra no es capaz de seguir leyendo mentes. El jefe del grupo se apresura en lanzar preguntas
muy seguidas. Parece que quiere sonsacar información con sus interrogaciones y no da muchas
muestras de creer lo que Alejandra le cuenta. El otro hombre, el que cubre las espaldas de su líder,
mantiene su mirada fija en Alejandra con el arma bien cogida desconfiando de cada respuesta. Y el
tercero aún no ha aparecido de nuevo.
–Y dinos… –continúa el jefe mientras da otra calada– ¿Has venido sola?
–Sí –asiente Alejandra observando al líder y a su guardaespaldas.
–¿Estás segura? A mí me ha parecido ver una sombra moviéndose ahí detrás.
–Detrás no hay nadie, te lo aseguro –responde Alejandra con su mejor tono, temiéndose problemas.
–Entonces no te importará que echemos un vistazo dentro ¿no? –sugiere el jefe.
–La verdad es que sí. Es mi casa y no suelo dejar entrar a desconocidos. Espero que no os moleste.
A pesar de dar su cara más inocente y el tono más suave que ha podido, Alejandra cree que se la
acaba de jugar dando una respuesta así. Los nervios no le dejan encontrar las palabras adecuadas
para mantener las distancias. Pero como desconfía de las pretensiones de estos hombres, dejarles
entrar equivale a ofrecerse ella misma en bandeja si sus intenciones son malignas.
–¡Bueno, bueno! Tampoco hay que ponerse así –ironiza el jefe entre risas–. ¿Qué te trae por aquí?
–Me he ido de Barcelona buscando un sitio tranquilo pero necesito rellenar la despensa.
–¡Te lo dije! –grita el guardaespaldas apuntando su arma a Alejandra– ¡Es una de ellos!
–No… no sé… ¡no sé de qué hablas! –balbucea Alejandra tratando de defenderse.
–Tranquilo gatito, baja ese arma –ordena el jefe a su colega.
–No me fío… –responde él pero obedeciendo la orden.
–Verás –dice el cabecilla dirigiéndose a Alejandra con un tono un poco infantil–: nosotros tres
somos parte de un grupo mucho mayor. Estamos muy ocupados limpiando la ciudad. Pero hay cierta
gente, unos insolidarios todos ellos, que vienen de fuera a robarnos los recursos con violencia y nos
vemos obligados a defendernos. Nosotros queremos vivir en paz con ellos pero no hacen caso.
Nuestros dominios llegan hasta la M-40, que es precisamente donde estamos ahora. Mi perrito
guardián, aquí presente, cree que eres de esa gente malvada… y no lo eres… ¿verdad?
Alejandra niega con la cabeza. No se cree ni la mitad de la historia que acaban de contarle pero no
quiere llevar la contraria ni aparentar ser una amenaza, todo lo contrario.
–Pero por supuesto nosotros podemos ayudarte, yo te creo –sigue el jefe–. No somos malos ¿verdad?
–Pregunta a su compañero, quien niega en rotundo mostrando su mejor sonrisa–. No somos malos –
continúa volviéndose hacia Alejandra–, pero tampoco somos tontos. Como bien sabrás todo tiene un
precio. Supongo que eso lo entiendes ¿no?
–Sí… Pero… –responde Alejandra.
–¿Pero? –pregunta el hombre con curiosidad.
–No llevo dinero o…
Las sonoras carcajadas del hombre asustan a Alejandra, que enseguida se da cuenta de la razón que
ha provocado tanta risa en su interlocutor.
–¡No pasa nada! –grita el hombre tirando la colilla al suelo tras una última calada– ¡Tú nos firmas un
cheque y vamos al banco a cobrarlo! O si no por transferencia bancaria... ¡Incluso por Paypal!
Las sátiras no hacen sino avergonzar más a Alejandra, que cierra los ojos por un momento apretando
los dientes por lo poco acertado de su comentario.
–A ver, preciosa. El dinero no tiene ningún valor, al menos aquí. No vale ni para limpiarse el culo.
Créeme, lo he probado y no sirve. Sabes lo que es el trueque ¿verdad?
–Sí –afirma Alejandra nerviosa.
–¡Entonces ya podemos negociar! ¿Qué necesitas?
–Pues… sólo comida, creo.
–¿Sólo? ¿Y armas? ¿Agua? ¿Combustible? ¿Alcohol? ¿Medicamentos? ¿Recambios? … ¿Escolta?
Alejandra niega con la cabeza. Ya cree tener todo lo que le ofrece aunque la última de las ofertas la
hace sospechar. En cualquier caso tampoco quiere nada más de ellos, sólo quiere marcharse cuanto
antes.
–Vale, pues sólo comida –prosigue el jefe–. Estás de suerte, tenemos de todo. ¡Hasta comida
congelada! La cuestión es… ¿Qué puedes ofrecernos tú que necesitemos?
–No sé… balas, ropa… un portátil, libros… –dice Alejandra mientras repasa mentalmente lo que
lleva.
Nada de lo que ofrece satisface al negociador, que niega continuamente con la cabeza, con los ojos
cerrados y el semblante serio a cada oferta de Alejandra.
–Es difícil acertar… ¿Qué necesitáis? –pregunta Alejandra.
–Vaaamooos… ¡Usa tu imaginación! Seguro que se te ocurre algo.
Alejandra se pone a discurrir y enseguida empieza a pensar mal de ellos. Como no quiere
precipitarse y ellos no quieren responder, la mejor manera de saber la verdad es leer el pensamiento
de todos ellos, no por cotilleo sino para conocer la respuesta. Incluso de aquel que estaba
desaparecido por detrás de la furgoneta y ahora, expectante, se ha acercado a su jefe. Alejandra
observa al líder centrando su mirada en la suya. La expresión de felicidad bien disimulada del
hombre no augura nada bueno. Lo primero que escucha en su mente es suficientemente revelador:
todos estamos en posición. O acepta por las buenas o le dolerá. Vaya si le dolerá.
Alejandra parpadea y traga saliva. No le gusta en absoluto lo que acaba de oír. Debe encontrar una
forma de huir antes de que se le echen encima. La respiración se acelera al igual que el ritmo
cardíaco. Se apresura a responder antes de que se impacienten.
–Eh… es igual… Si todavía me queda para un par de días jeje… Gracias de todas formas, ya… ya
buscaré en otro sitio…
–Oh no… no me digas eso –contesta el jefe con gesto entristecido–. ¿Seguro que no quieres nada?
El hombre que acaba de aparecer, el que estaba por detrás, desaparece de nuevo al ver la leve señal
que su jefe, astutamente, le ha hecho cuando Alejandra no podía verlo.
–¡No, no! De verdad… –insiste Alejandra– Muchas gracias por vuestro ofrecimiento.
–Estás… ¿segura? –pregunta él medio sonriente mientras saca un nuevo cigarrillo para encender.
Antes de que Alejandra pueda dar una nueva evasiva, un sonido de aire a presión acompañado de
cierto desnivel la hace descubrir la posición del hombre desaparecido. Sin tener tiempo de
reaccionar, el sonido se repite al igual que el desnivel. En este caso a la altura de la rueda trasera
derecha. Entre tanto, el guardaespaldas del cabecilla se ha ido moviendo paulatinamente,
colocándose frente a la furgoneta. Terminando de encender su cigarrillo el jefe alza la vista de
nuevo, sonriente, para despejar cualquier duda.
–Me parece que ahora sí que necesitas ayuda de verdad.
Sólo queda una salida. Alejandra pisa el acelerador a fondo y suelta el embrague. La furgoneta
cabecea y sus ruedas delanteras empiezan a chillar tratando de acelerar el vehículo. El
guardaespaldas salta a un lado para evitar ser atropellado. Alejandra gira el volante para no chocar
con la camioneta. Logra esquivarla mientras aumenta la velocidad pero el manejo de la furgoneta está
seriamente comprometido con las ruedas del eje trasero pinchadas. La zaga de la Volkswagen
bailotea de un lado a otro a merced de unos neumáticos en los que ya no se puede confiar.
Los tres hombres se apresuran a subirse a la camioneta para darle caza. Se montan tal como estaban
antes: el guardaespaldas conduce, el cabecilla va de copiloto y el desaparecido se sube a la caja
abrazándose al soporte de los faros para sujetarse. Alejandra trata de correr lo más que puede pero
debe corregir continuamente la trayectoria de su vehículo, algo que le resta mucha velocidad.
Enseguida se oye el rugido del motor de la camioneta seguido de un chillido de ruedas. Un vistazo al
retrovisor muestra a la camioneta acercándose velozmente como un depredador tras su presa. La
furgoneta sigue balanceándose torpemente cuando le dan alcance y se colocan a la par. El cabecilla
grita desde su ventanilla con el arma en la mano al igual que el hombre que va de pie.
–¡No nos obligues a hacerlo por las malas! ¡Déjate! ¡Seremos buenos!
Alejandra hace caso omiso centrándose en mantener la trayectoria recta. La camioneta arremete
contra la Volkswagen para echarla de la carretera. Alejandra gira a la derecha para evitar la colisión
pero los neumáticos pinchados siguen dando problemas zarandeando la casa rodante de forma
peligrosa. Recuperada la trayectoria, un vistazo rápido a la izquierda revela a Alejandra las
intenciones de sus atacantes. El cabecilla empieza a preparar su arma para disparar y el que va de
pie ya está apuntando, esperando a obtener un blanco mientras se mantiene sujeto a la barra.
Alejandra saca su mano izquierda por la ventanilla y lo primero que pasa por su mente es
Relámpago. El rayo eléctrico alcanza a la camioneta en su carrocería y extiende la electricidad por
todo el vehículo, el cual actúa como una jaula de Faraday y mantiene aislados de la corriente a los
ocupantes del habitáculo. Pero no ocurre lo mismo con el que va de pie que, agarrado a una barra
metálica del exterior, sufre en sus carnes los amperios generados por la mano de Alejandra. Su
cuerpo queda sin vida pegado a la barra a la que se abrazaba debido a las quemaduras provocadas.
Desgraciadamente para Alejandra el motor de la camioneta sigue funcionando y ésta se mantiene a la
par. Sus dos ocupantes ignoran la muerte de su compañero pero son conscientes de que han sido
atacados. Alejandra vuelve a mirar a la izquierda porque el rugido del motor sigue golpeando sus
tímpanos. El cabecilla ya ha sacado la ametralladora por la ventanilla y trata de buscar la rueda
delantera en su mira.
Un nuevo rayo, ésta vez de hielo, surge de la mano de Alejandra e impacta sobre el hombro derecho
del atacante. El rayo da lugar a la expansión del hielo y llega a alcanzar la mano y la cara del jefe
congelando no sólo la piel sino también parte del interior. El dolor que el hombre siente bajo su piel
le hace soltar la ametralladora y ésta cae a la carretera. A pesar de haber ya dos individuos
neutralizados la camioneta sigue acosándola, por lo que Alejandra decide poner fin a la persecución
con una Bola de Fuego.
Por desgracia no le da tiempo. Se acercan a una zona bastante más congestionada con vehículos
abandonados y accidentados y debe frenar ya que no puede esquivar tantos obstáculos a esa
velocidad. El conductor de la camioneta aprovecha la ocasión para ponerse por delante y cruza la
camioneta de manera que él pueda disparar por su ventanilla. Alejandra frena en seco quedándose a
muy poca distancia de la camioneta que todavía sigue derrapando y no se detiene hasta que no ha
dado un giro de ciento ochenta grados, quedándose frente a frente con la furgoneta.
No hay tiempo para pensar y Alejandra quiere acabar con esta pesadilla. El conductor de la
camioneta se baja con la ametralladora en las manos dispuesto a acribillar a Alejandra, que acaba de
sacar de nuevo la mano por la ventanilla, esta vez con la palma abierta y orientada al cielo.
Conforme ella eleva la mano, un soberbio Muro de Fuego crece instantáneamente desde el suelo
atrapando en su interior a la camioneta, al cabecilla que trataba de romper el hielo en la cabina y al
conductor que acababa de bajarse.
Los gritos de dolor provocados por las salvajes llamas acompañan a los desesperados aspavientos
de los dos hombres-antorcha, que arden como cerillas empapadas en gasolina tratando inútilmente de
apagar el fuego que rápidamente los devora. El jefe ni siquiera es capaz de bajarse de la camioneta
antes de morir mientras que el conductor apenas puede avanzar unos pocos pasos antes de caer
fulminado.
El fuego empieza a extenderse por el interior de la camioneta y el cadáver del conductor arde justo
delante de la furgoneta de Alejandra. Ella asiste perpleja al cálido espectáculo. Cuando puso a
prueba el Muro de Fuego un par de días antes lo hizo sobre el asfalto para que nada se prendiera
fuego. Pero ahora puede comprobar la potencia de su ataque aunque la visión sea más que
desagradable. Tanto el Muro de Fuego como el Rayo de Hielo son más potentes de lo que pensaba.
Lo último que quiere ahora es meterse en más líos así que reanuda la marcha esquivando las llamas
para seguir avanzando por la autovía. Está asombrada y asustada por lo que acaba de hacer y sale de
la vía en la primera salida que se encuentra. No le importa a dónde la lleve, sólo quiere alejarse y
esconderse por si realmente aquellos hombres pertenecían a un grupo aún mayor y ahora, viendo la
columna de humo, se presenten en el lugar y clamen venganza.
La conducción sigue siendo igual de complicada que antes. Aunque el número de obstáculos se haya
reducido considerablemente los neumáticos traseros siguen pinchados y Alejandra sabe que no puede
llegar muy lejos en esas condiciones. Tras encontrar un lugar un poco apartado se baja y comprueba
los daños.
Los neumáticos han sido rajados a cuchillo y no tienen solución. Además la furgoneta lleva una única
rueda de recambio y por supuesto no es suficiente. Así pues, no tiene muchas posibilidades entre las
que elegir: o abandona la Volkswagen y se busca otra nueva o sale a buscar ruedas en buen estado
para montarlas. Cree que tuvo muchísima suerte encontrando aquella furgoneta y se resiste a
abandonarla tan fácilmente por lo que se decanta por la segunda opción.
Traza un plan que consiste en esconder la furgoneta y buscarse otro vehículo para poder moverse. Ya
que estará de expedición buscará también comida, por lo que se lleva la mochila para poder llenarla.
Podría llevarse también las ruedas pinchadas para cambiar los neumáticos pero desconoce
completamente el proceso para hacerlo. Así que confía en encontrar alguna furgoneta parecida de la
que poder obtener las ruedas enteras. Se apunta en un papel los datos referentes a los neumáticos y a
las llantas aprovechando sus conocimientos teóricos al respecto. Por último, si va a robar ruedas
necesita herramientas por lo que introduce en la mochila el gato hidráulico y una llave de cruz para
soltar la tornillería.
Decide ir primero a por las ruedas ya que aún le quedan víveres para un tiempo. Si tiene suerte podrá
irse de Madrid sin necesidad de buscar alimento. La cuestión ahora es dónde buscar todo lo que
necesita. Si empieza a moverse por las carreteras comarcales es muy probable que acabe
perdiéndose, lo que puede llegar a convertirse en un verdadero problema. Aparte de las carreteras
comarcales le queda la M-40, la autovía en la que se ha producido el fatal desenlace. Buscar
vehículos allí será muy fácil y las posibilidades de perderse son casi nulas ya que simplemente
tendría que recordar el desvío por el que entraría. Pero todo yin tiene su yang: la facilidad que le
brinda la M-40 representa también un gran peligro ya que podría tener otro encuentro bastante más
hostil que el anterior.
Finalmente se pone en marcha dirigiéndose al sur para alejarse aún más de la columna de humo que
desprende la camioneta calcinándose. Aparca su furgoneta en una entrada de la autovía y se baja
tomando nota del número del desvío. Sube caminando por el carril de entrada con la mochila a
cuestas esperando poder encontrar un coche abierto y en estado mínimamente decente para poder
moverse.
Todos ellos están estrellados, unos con más daños que otros. En muchos de ellos todavía están los
cadáveres de los ocupantes que murieron en el impacto. Alejandra se niega a tocar los cuerpos
parcialmente descompuestos por lo que sigue avanzando a pie. Se mantiene atenta a sus sentidos por
si alguien se acerca pero todo lo que encuentra son zombis y más zombis que tiene que neutralizar
con Relámpagos. Todavía no ha visto ninguna furgoneta parecida a la suya.
Los pocos coches que encuentra más o menos limpios y en disposición de poder moverse están sin
combustible. Ninguno de ellos conserva una sola gota para poder arrancar. El tiempo avanza y ella
sigue caminando bajo un sol parcialmente oculto por nubes. Caminar por una vía tan extensa se hace
insoportablemente aburrido ya que el paisaje avanza muy lento y apenas varía.
Finalmente, dentro de un embrollo de coches apelotonados vislumbra una furgoneta como la suya. A
pesar de estar accidentada y bastante desmejorada, Alejandra confía en poder obtener un par de
ruedas en condiciones. Se acerca corriendo porque ya estaba empezando a ponerse nerviosa por no
encontrar nada. Se deshace de los zombis que pululan por el lugar y enseguida saca sus anotaciones
sobre los datos de los neumáticos.
Los códigos coinciden y Alejandra respira con tranquilidad. Echa un vistazo rápido a las cuatro
ruedas para comprobar su estado y al interior del vehículo para no llevarse ningún susto. Dadas las
abolladuras del frontal será más fácil sacar las ruedas del eje trasero.
Pero cuando se agacha a colocar el gato hidráulico se da cuenta de un problema en el que no había
pensado antes. De los cinco tornillos que lleva cada llanta uno es de seguridad, esto es, un tornillo
con cabeza única y especial que no puede desenroscarse si no es con la llave que va a juego.
Sabiendo que el interior está deshabitado Alejandra lo revisa a fondo buscando por todos y cada uno
de los cajones y bolsillos. Sin embargo la búsqueda es infructuosa a pesar de haber inspeccionado
todo.
Al momento de sentarse abatida en el asfalto recuerda la rueda de recambio. Esa rueda simplemente
va alojada en un compartimento y no lleva tornillos de ningún tipo, por lo que cree que puede
llevársela y cumplir su objetivo añadiendo la rueda de recambio de su propia furgoneta.
Efectivamente la rueda de recambio no va atornillada de forma especial y puede sacarla. Revisa su
estado así como los códigos y todo está bien.
De vuelta por la autovía empujando la rueda, vuelve a acordarse de los tornillos de seguridad pero
esta vez de los de su furgoneta. Nunca se ha fijado pero es más que probable que también lleve. En
tal caso tendrá que buscar la llave en la furgoneta. Si dicha llave no está, todo lo que ha estado
haciendo ahora sería en balde. Espera poder encontrarla cuando llegue.
Cuando llega a la furgoneta deja la rueda que traía y la mochila tiradas en el suelo y echa un vistazo a
las llantas. Efectivamente llevan tornillo de seguridad. Suspira y se lanza a buscar por el interior.
Revisa todo de forma rápida ya que la noche se le está echando encima y quiere tener todo hecho
para cuando la oscuridad lo cubra todo. Finalmente encuentra la llave maldita en un hueco de la
guantera del copiloto.
Lamentablemente ya se ha hecho tarde y cambiar las ruedas puede llevarle un buen rato por lo que
decide hacerlo al día siguiente por la mañana para poder marcharse ya de allí. El sol ya se ha
ocultado y Alejandra cierra todo quedándose en el interior preparando una cena algo más frugal que
de costumbre.
Hoy mantiene más precauciones que de normal por si acaso hay represalias. Con la música apagada y
la luz justa para ver, no deja de prestar atención a sus oídos para actuar en el caso de que algo la
alerte. Sin embargo sólo los sonidos de la fauna local llegan a sus oídos acompañados de vez en
cuando por algún grito de zombis.
Todavía está tensa y asustada cuando se sube a la cama. No sólo por la posible venganza que pueda
llegar sino por lo que ha hecho con sus propias manos. Por más que quiera evitarlo las palabras de la
señora Cardona siguen atacando su ánimo con fuerzas renovadas. Está empezando a mostrar ciertos
síntomas de esquizofrenia paranoide manteniendo discusiones consigo misma.
–¡Has matado! ¡Joder! ¡Has matado a tres personas! ¡Lo has hecho con tus propias manos!
Alejandra se da media vuelta intentado apagar esa voz que escucha en su cabeza.
–Muertos… ardiendo por tu culpa –insiste la voz–. ¡A sangre fría! Asesina… ¿Acaso sabías lo que
pretendían? ¿Lo que querían de ti?
–¡Cállate! ¡Déjame en paz! –grita Alejandra a su conciencia encorvándose sobre el colchón y
empujando su cabeza sobre la almohada.
–Eran inocentes… ¡y lo sabes! ¿Qué pasa? ¿Que ahora te da igual matar zombis que personas? ¿Le
estás cogiendo gusto?
–¡No! ¡No! ¡No! ¡Desaparece! –grita ella agitando sus manos en el aire.
–Arderás en el infierno. Aquella vieja de Barcelona sabía de lo que hablaba. Eres una encarnación
del Mal que sólo trae destrucción ¡Mereces morir en el fuego como esos hombres a los que has
robado la vida!
–¡No! Yo no… no… ¡Yo no quería hacerlo! –dice Alejandra entre sollozos tapándose la cara con las
manos.
–¿A quién pretendes engañar? No has dudado ni un segundo en atacarles para eliminarlos. Eran
personas, lo mismo que tú antes de convertirte en lo que eres ahora.
–¡Cállate! ¡Sigo siendo yo!
–Jajajajaja, nooo… Tú ya no existes. Tu alma se ha volatilizado con la de esos hombres a los que
has dado muerte. Ya no eres persona, no vales una mierda.
–¡Calla! Vete… yo sólo me defendía…
–¡Mientes! Podías haberte defendido de otras formas menos peligrosas, pero elegiste la más salvaje.
–Es… cierto… Podía haberlo hecho mejor... Podrían seguir vivos…
–Pero están muertos por tu mano.
–Diossss… ¡soy un monstruo! ¡Lo siento! ¡No quería que acabase así!
–¡Los quemaste vivos!
Alejandra se enrosca todavía más pareciendo una pequeña pelota estremecida bajo la manta y
apretando con fuerza la almohada intentando bloquear los flashbacks del Muro de Fuego. El colchón
está considerablemente mojado debido al continuo lloro de Alejandra, atormentada por su propia
conciencia y castigada con las imágenes del recuerdo.
Grita de impotencia y de dolor en el alma. La muerte violenta de una persona no es para tomárselo a
la ligera. Mucho menos si se trata de tres personas que además han fallecido gracias a las
habilidades especiales de Alejandra, aquellas que precisamente ella pretendía utilizar para el bien
de las personas. Por el momento no cree haber ayudado a nadie sino todo lo contrario. En Barcelona
sembró el temor y la desconfianza sacando lo peor de algunos. En Madrid la cosa ha ido a peor.
Por un momento casi escapa de la caótica espiral en la que se hunde, pero pronto recae.
–Sólo quiero dormir… –dice Alejandra con un hilo de voz.
–¿Cómo puedes dormir sabiendo lo que has hecho?
–¡Aléjate! –grita Alejandra agitándose violentamente. Sus convulsiones la llevan a golpearse contra
el techo de la litera. Además se golpea a sí misma en un acto irracional tratando de acallar a su
propia conciencia.
Para ahuyentar los pensamientos tararea una canción, la primera que le viene a la mente: la melodía
de presentación de un programa televisivo de su infancia. La repite continuamente mientras piensa en
algo sencillo que nada tenga que ver con lo sucedido: la idílica orilla del río. Mantiene la
concentración en la imagen y en la música. Con mucho esfuerzo la escena del río se mantiene
inalterable con todos sus detalles, en ocasiones contaminados con fuego, y la melodía se repite
continuamente y empieza a perder el sentido con gritos de fondo. Por suerte su mente desconecta y
termina durmiéndose tarareando todavía la canción.
Aunque se haya dormido, la lucha con su conciencia continúa durante el sueño provocándole
pesadillas muy angustiosas y muy poco descanso. Dichas pesadillas son tan vívidas y horripilantes
que se despierta continuamente en mitad de la noche con una muy mala sensación en el estómago y en
la cabeza. Varias veces cree seguir en la pesadilla cuando se despierta y hasta que se da cuenta de la
realidad se agita y revuelve tratando de escapar de sus alucinaciones.
13. EL YIN Y EL YANG

No hay mal que por bien no venga. Los continuos despertares prolongan en el tiempo el descanso
necesario retrasando la hora del despertar definitivo a partir del cual ya no puede dormirse otra vez.
De hecho se despierta pocos minutos antes de que amanezca. Aun así, la noche ha sido larga y le
cuesta reaccionar. Se despierta cansada y desorientada, la mala sensación del estómago ha
desaparecido pero no la de su cabeza, que tiene una jaqueca monumental.
Se baja de la cama de forma torpe y bebe un trago de agua. Se queda un rato de pie recordando las
escalofriantes y surrealistas imágenes mentales que conserva de las intensas pesadillas. Sacude su
cabeza para borrar esos recuerdos, lo cual agrava su dolor de cabeza. Echa un vistazo por la ventana
para observar el cielo. El sol aún no ha salido pero ya empieza a iluminar la bóveda celeste en el
horizonte. Se cambia de ropa y comprueba su despensa para hacer tiempo poniendo música de fondo.
En cuanto el sol aparece ella sale de la furgoneta y observa el paisaje. Todo sigue igual que ayer.
Se pone manos a la obra tras comprobar que todo está tranquilo sin zombis ni peligros. Saca la rueda
de recambio de los bajos de la furgoneta y empieza a soltar los tornillos cuando el gato hidráulico ya
está en su sitio. Alejandra trabaja con el gesto serio y la mente en otra parte. Esta vez no grita ni se
revuelve pero la discusión continúa y a veces se detiene para cerrar los ojos y resistir a una recaída.
Tras terminar con una de las ruedas pasa a la otra repitiendo las operaciones. Cuando finalizan las
reparaciones guarda sus herramientas y se marcha dejando las ruedas pinchadas allí.
Esta vez se dirige hacia el norte pero por carreteras secundarias, no quiere volver a la M-40 y ver de
nuevo los restos de la camioneta. Conduce sin detenerse, ya se reabastecerá más adelante. La música
suena a través de los altavoces pero no consigue distraerla. Se aleja de la capital dirigiéndose hacia
Burgos. A pesar de que el día ha empezado con el cielo despejado las nubes grises ocultan el sol y
dan una imagen más apropiada del otoño.
Recorre kilómetros con la vista en la carretera y la mente enfrascada. Un cartel indicativo le llama la
atención. Por allí cerca hay un pantano: el embalse de Pedrezuela. Ya que se ha alejado lo suficiente
de Madrid cree adecuado acercarse y darse un baño, tal vez así logre librarse aunque sea un poco de
esa conmoción que la martiriza. Toma el desvío y avanza hasta encontrar la enorme masa de agua.
Siguiendo la carretera de la orilla busca un lugar adecuado para dejar la furgoneta y poder
zambullirse.
Llegando por la carretera, a la derecha queda el pantano después de unos metros de hierba y tierra. A
la izquierda hay un bosque que se extiende a ambos sentidos del camino. Estando la furgoneta ya
estacionada se pone el bañador y sale dejando la toalla en la orilla para saltar al agua. Esta vez no le
importa el gélido frío envolviendo su piel. Es más, es una distracción eficaz para su mente.
Mantiene su temperatura nadando y moviéndose por el agua. Después de un rato de entretenimiento
interrumpe su actividad. Ha oído algo y cree reconocer el sonido. Efectivamente empieza a
escucharse un motor pero no puede saberse por donde aparecerá.
Alejandra empieza a nadar para acercarse a la orilla pero no a donde dejó la toalla sino a otra parte
donde la vegetación le proporciona cierta cobertura. Observa la carretera desde su posición
esperando encontrar con la vista el vehículo que parece que se acerca. Poco tarda en hacer aparición
el vehículo acercándose por la misma carretera por la que llegó Alejandra, quien se mantiene
inmóvil en su escondite.
El vehículo en cuestión es grande, es un todo terreno. Avanza despacio y se detiene en cuanto sus
ocupantes ven la Volkswagen aparcada cerca del agua. El automóvil se detiene detrás de la furgoneta
y sus cuatro ocupantes se bajan. Todos ellos van armados, lo cual recuerda a Alejandra a los
asaltadores de la M-40.
–No puede ser ¿Me han seguido? ¿Desde tan lejos? –se pregunta Alejandra por lo bajo.
Sospecha que sean compañeros de los hombres que la atacaron el día anterior y ahora busquen
vengar a sus colegas caídos. Sus actos y su forma de actuar no hacen sino alimentar más la teoría. El
cauteloso registro que hacen de la furgoneta, siempre con las armas por delante, hacen temer a
Alejandra que efectivamente vayan tras ella. De algún modo han estado siguiéndola y reconocen la
furgoneta, esperando al momento adecuado para acercarse y atacar.
Ahora los hombres están reunidos y hablando. Alejandra trata de escuchar lo que dicen pero a tanta
distancia le es imposible. Intenta leer la mente de cualquiera de ellos pero el mismo problema se le
presenta: está demasiado lejos. De haberlo conseguido sabría concretamente qué buscan y para qué,
determinando así si realmente su teoría es cierta. No tiene claro qué hacer hasta que no conozca los
planes de los recién llegados. No se atreve a salir porque podría acabar todo muy mal pero teme que
no se marchen hasta cobrar su pieza.
Los hombres empiezan a dispersarse. Uno de ellos se monta en el todo terreno y se lo lleva, otro de
ellos se adentra en el bosque del fondo, otro se queda cerca de la furgoneta oteando y el último se
acerca a la orilla para observar desde ahí el pantano. Éste último va donde está la toalla pero
enseguida camina de nuevo acercándose a los matojos tras los cuales Alejandra se ha escondido.
Ella se sumerge y empieza a bucear para alejarse y ocultarse bajo el agua. Aun con los ojos abiertos
no se puede ver con claridad bajo el agua y antes de arriesgarse a asomarse para respirar opta por
emplear Respiración para poder mantenerse sumergida. Libera aire poco a poco para que las
burbujas no alerten al perseguidor. El hombre se mantiene de pie ojeando lentamente todo el pantano
en busca de Alejandra. Bajo el agua, ella no puede distinguir mucho pero puede vislumbrarse la
figura del hombre con la ametralladora en la mano.
Finalmente el hombre se retira y Alejandra aprovecha, pasados unos segundos, para acercarse de
nuevo a las hierbas y poder observar la situación. Al asomarse comprueba que el todo terreno ha
vuelto y los tres hombres que se habían bajado vuelven a montarse. Dando media vuelta, el coche se
aleja por la carretera ocultándose tras la pequeña loma poblada de árboles que queda por delante.
Alejandra desconfía. Si realmente van tras ella duda que se hayan ido. Cree que se han escondido
entre los árboles para esperar a que aparezca. En tal caso no podrá irse de allí con la furgoneta, ya
que seguro que disparan en cuanto la vean aparecer. Se queda en el agua pensando en cómo escapar
sin ser vista y sin recurrir a la violencia. Finalmente se le ocurre una idea magnífica que le será útil
para determinar las intenciones de esos tipos.
Recuerda ser capaz de generar imágenes que pueden moverse, lo llamó Hologramas. Su plan consiste
en crear un holograma suyo y hacerlo caminar tranquilamente desde el agua hasta la furgoneta. Si
esos hombres están al acecho reaccionarán y se descubrirán ellos mismos, entonces Alejandra podrá
determinar un nuevo plan en consecuencia. Ahora debe concentrarse en obtener una imagen suya
realista con movimientos acompasados y naturales, de lo contrario puede no obtener el resultado
esperado.
Centra su mente en su propio fantasma haciéndolo aparecer en el agua cerca de la toalla como si
hubiese emergido después de bucear. Lo mueve despacio dado que una imagen por sí sola no es
capaz de generar olas y mover el agua. Todavía no hay signos de los hombres. Alejandra sienta a su
fantasma en la orilla, momento que ella aprovecha para volverse invisible y salir del agua, de esta
forma puede acercarse a su imagen ya que no puede controlarla si se aleja demasiado. Aun así,
mantiene una cierta distancia para mantenerse a salvo de las balas que espera atraer con el fantasma.
Alejandra se queda junto a la carretera donde cree que las balas no la alcanzarán. Ahora que ya tiene
un punto desde el que poder ver y controlar su Holograma, lo hace levantarse y avanzar hacia la
furgoneta. Alejandra no puede desviar su vista del fantasma para observar el bosque en busca de
movimiento.
El fantasma empieza a aproximarse tranquilamente a la furgoneta cuando un disparo rasga el aire.
Para dar realismo, el fantasma se tira al suelo por unos segundos para después ponerse de rodillas
con las manos en alto. Una ráfaga de balas surge de una de las ametralladoras y el fantasma vuelve a
tumbarse. Los impactos de bala en el suelo levantan la tierra.
Cuando las balas dejan de volar, el fantasma se yergue de nuevo temeroso. Dos de los hombres
aparecen de entre los árboles apuntando con sus armas y ordenando a la imagen de Alejandra que
esté quieta. Los hombres avanzan hacia su presa pero si se acercan demasiado o si disparan desde
cerca pueden descubrir el engaño. Alejandra no puede permitirlo y decide hacer correr al fantasma,
que rápidamente se levanta y huye hacia el agua. Por muy buena puntería que puedan tener los
tiradores no pueden herir a una imagen falsa y el Holograma llega hasta la orilla para saltar al agua
para bucear y alejarse.
En el momento de la zambullida Alejandra ha hecho desaparecer el Holograma y ninguno de los
tiradores se ha dado cuenta de que no ha habido salpicaduras. Corren hacia la orilla para buscar su
objetivo en el agua. Los dos hombres que seguían ocultos aparecen también de entre los árboles con
el paso ligero para ayudar a sus compañeros a encontrar su blanco. Ahora que Alejandra es
consciente de todo puede establecer otro plan, uno que a poder ser no involucre muerte.
Con los tiradores distraídos en la orilla, Alejandra corre por la carretera hasta dar la curva tras la
loma donde se encuentra el todo terreno aparcado. Como ahora ella no está a la vista, anula su
invisibilidad y empieza a asegurarse su huida. Las puertas del coche no tienen el pestillo echado y
Alejandra puede entrar dentro donde encuentra un cuchillo que le será de gran utilidad.
No hacen falta extensos conocimientos de automoción para poder inutilizar un coche. Sabiendo que
cada cosa tiene su razón de ser, cortando todos los cables y conductos que puede confirmará la
imposibilidad de poder utilizar el vehículo de nuevo evitando así que la persigan cuando se monte en
la furgoneta.
Lanza el cuchillo lejos cuando ya ha terminado de sabotear los circuitos. Ahora debe atraer de nuevo
a los tiradores para poder arrancar la furgoneta y marcharse sin recibir un sólo balazo. Retoma la
invisibilidad para poder moverse y hace reaparecer a su fantasma, que hará de señuelo. Lo hace
aparecer tras unas rocas cercanas al agua. Echa un vistazo a los hombres que siguen buscando en la
superficie del pantano y están acercándose a ella por la orilla. Alejandra envía a su falso yo
corriendo hacia el bosque de manera que los hombres puedan verlo. Enseguida uno de ellos lanza la
voz de alarma y todos salen rápidos tras el cebo. Alejandra hace desaparecer el fantasma cuando éste
ya se ha internado entre los árboles.
Ahora que los asaltadores se alejan de la orilla y se meten en el bosque, Alejandra tiene su
oportunidad. Corre manteniendo la invisibilidad y recoge su toalla para ir veloz a la furgoneta. Echa
un vistazo rápido a todo el exterior comprobando que no hay trampas ni sabotajes. Presta atención
por un momento a sus oídos intentando determinar la posición de los hombres pero no consigue nada.
Anula su invisibilidad y se monta en la furgoneta. En cuanto arranca el motor, da media vuelta y huye
por la carretera deshaciendo el camino por donde vino.
Los hombres armados oyen también el motor de la furgoneta y enseguida se dan media vuelta. Llegan
a la carretera cuando la furgoneta ya está lejos como para disparar y se dirigen a su vehículo para
seguir la persecución. Ninguno de ellos se da cuenta de los charcos del suelo producidos por los
distintos fluidos de los sistemas del vehículo. Intentan arrancar el motor pero ni siquiera tiene
electricidad. Alejandra puede oír desde lejos los insultos y las injurias que le dedican. Una leve
sonrisa de satisfacción asoma en su rostro.
Continúa su viaje hacia el norte. El tiempo que ha estado acechada le ha liberado la mente. Ahora
que puede tranquilizarse, su conciencia vuelve a la carga. Aún así Alejandra está contenta: su plan ha
salido a la perfección y no ha necesitado emplear magia ofensiva pero las tres vidas que se llevó
todavía son una carga demasiado pesada.
Ya ha avanzado bastantes kilómetros desde que dejara el pantano. Le conviene parar no sólo porque
ya empieza a tener hambre sino porque aún no se ha reabastecido de comida y combustible y empieza
a tener necesidad de ambas cosas. Uno de los pueblos por los que pasa tiene gasolinera y, a juzgar
por el estado general de las cosas y por la cantidad de zombis que aparecen, juraría que por allí aún
no había pasado nadie desde el Instante. Es algo que le supone más trabajo pero asegura el poder
encontrar lo que busca.
Se acerca a la gasolinera y se deshace con Relámpagos de todos los zombis que van apareciendo.
Cuando dejan de aparecer más apestados se centra en buscar y recoger todo aquello que necesita. De
la gasolinera tan sólo puede coger combustible y un poco de agua en botellas, insuficiente para llenar
el depósito de agua de la furgoneta. Sacar todo el gasoil que necesita le lleva un buen rato ya que la
capacidad del depósito de la furgoneta es más que considerable.
Para obtener alimento se mueve por el pueblo a pie. La comida es más fácil de encontrar ya que
puede encontrarse tanto en tiendas como en casas. Por desgracia ya ha pasado mucho tiempo desde el
inicio del nuevo orden y la mayor parte de los alimentos ya no son aptos para consumo.
Finalmente de un lado y de otro va obteniendo todo lo que quería encontrar. Los zombis siguen
apareciendo poco a poco pero de forma continua y Alejandra decide alejarse de ese pueblo para
poder comer con tranquilidad.
No se aleja demasiado porque no es necesario. Una vez más, las carreteras solitarias son los lugares
adecuados para detenerse. A pesar de ser ahora su hogar, pasar demasiadas horas en la furgoneta es
agobiante y Alejandra necesita moverse por lo que después de comer da un paseo por los
alrededores. Su propia conciencia sigue castigándola, por suerte con menos severidad.
Durante la caminata empieza a echar de menos el trato con las personas. Empieza a darse cuenta de
los problemas de su viaje siendo el principal, al menos de momento, la soledad. Un problema difícil
de solucionar si se tienen en cuenta sus habilidades y el lógico rechazo que provocan.
Después de un largo rato de asueto vuelve al vehículo para continuar el viaje. La euforia por la
ingeniosa huida del pantano ya ha desaparecido y Alejandra sigue con su mente en otro sitio, lo cual
la hace avanzar despacio y dar rodeos innecesarios. Se le echa la noche encima y acampa cerca de la
ciudad de Soria. Cumple la rutina habitual de cena y lectura para entretenerse antes de echarse a
dormir. Aunque su estado mental ha mejorado sensiblemente no puede dejar de dar vueltas a su
actuación en Madrid continuando con el cargo de conciencia.
Las pesadillas siguen molestándola durante la noche evitando un descanso continuo. Sin embargo se
despierta menos veces que la noche anterior y para cuando despierta de forma definitiva la luna sigue
reinando en el cielo. Es consciente de haber avanzado pocos kilómetros la tarde anterior y por ello
reanuda la marcha a pesar de la oscuridad después de un desayuno ligero y algo de aseo.
Conduciendo en las tinieblas se da cuenta de que está más concentrada en la carretera, lo cual la
ayuda a no pensar demasiado en lo que no debe. Rodea la ciudad de Soria y continúa devorando
kilómetros llegando a Logroño cuando ya empieza a haber suficiente luz natural a pesar de lo nublado
del día. El cuentakilómetros sigue corriendo mientras la furgoneta pasa de largo por pueblos y
pequeñas ciudades. El clima empeora conforme avanza hacia el norte encontrándose una lluvia poco
intensa pero permanente.
Siguiendo la carretera empieza a acercarse a la siguiente ciudad: Pamplona. O Iruña, según indican
algunos carteles. Apenas sabe nada de dicho lugar, tan sólo que es capital de provincia, nada más.
Decide entrar para cambiar un poco de paisaje. No pretende bajarse de la furgoneta y hacer turismo
en parte por la climatología, pero visitar la ciudad puede ser una actividad entretenida, por lo menos
distinta a la rutinaria visión de una carretera en medio de la nada.
Se adentra en las calles céntricas. Las vías están más o menos despejadas de obstáculos, como si
alguien se hubiera molestado en mover a los lados los vehículos abandonados para dejar un camino
libre. La presencia de cuerpos de zombis tendidos en el suelo confirma la sospecha: hay
supervivientes en la ciudad. Alejandra mantiene la cautela esperando un posible ataque.
Conduce lentamente por una avenida amplia cuando de repente distingue a lo lejos a una persona.
Está de pie sobre la mediana que separa los carriles de sentidos contrarios. En su mano izquierda
lleva un paraguas para resguardarse de la lluvia mientras agita la mano derecha saludando al
vehículo forastero.
Antes de llegar a su altura, Alejandra se asegura de tener la pistola a mano. Detiene la furgoneta
cuando alcanza al superviviente. Es un hombre con una edad de treinta años o casi. También va
armado, en apariencia sólo con una pistola que está amarrada al cinturón. Alejandra baja la
ventanilla y enseguida el hombre del paraguas saluda.
–¡Buenas!
–Hola –responde Alejandra.
–Tú no eres de por aquí ¿no? –pregunta él.
–No, la verdad es que no –contesta ella con un poco de aspereza.
–Vaya, entonces… ¡Bienvenida a Pamplona! Yo soy Víctor.
–Gracias. Yo me llamo Alejandra.
–Tanto gusto, Alejandra ¿A qué se debe tu visita? –pregunta Víctor mientras extiende su mano para
estrechar la de Alejandra.
–Pues… intento encontrar un nuevo sitio para vivir –contesta Alejandra respondiendo con su mano al
saludo de Víctor.
–Ah ¿Y cómo va la búsqueda? ¿Has encontrado ya algo?
–No, aún no he encontrado nada.
–Qué pena… Pues aquí no se está tan mal. Vale, sí, hay zombis, pero también tenemos aparcamientos
de sobra jajaja.
La broma hace gracia a Alejandra, que sonríe educadamente. Antes de poder continuar la
conversación, Víctor interrumpe el diálogo para echarse a un lado y lanzar un silbido hacia el otro
lado de la avenida. Acto seguido aparece de detrás de unos arbustos un perro y corre al encuentro de
Víctor, que coloca su mano sobre el cuello del animal en cuanto llega hasta él. Alejandra no sabe
mucho de perros pero el tamaño y aspecto generales del animal son a tener en cuenta. Durante esos
segundos de silencio Alejandra aprovecha para leer la mente de Víctor esperando conseguir
información suficiente como para conocer sus planes pero lo único que obtiene es la melodía de un
anuncio televisivo que por lo visto Víctor tiene metida en la cabeza.
–Perdón por la interrupción –dice él– pero es que tenía al pobre perro ahí mojándose y yo aquí de
cháchara.
–¿Es tuyo? –pregunta Alejandra refiriéndose al perro.
–Sí, así es.
–¿Lo tenías de antes o te lo encontraste?
–Mh… ni lo uno ni lo otro. Lo cierto es que él me encontró a mí.
–¿En serio? ¿Él a ti?
–Pues sí. Y de no ser por él igual no estaría vivo ahora.
–¿Y eso por qué?
–El día que pasó todo, por la tarde, yo caí inconsciente en la calle. Lo siguiente que recuerdo es a mi
amigo intentando despertarme. No sé por qué me buscó ni cómo me encontró, pero lo hizo y me
despertó. Entonces vi que todo el mundo estaba tirado en el suelo pero enseguida empezaron a
levantarse y a perseguirme. Si no llega a ser por él me habría despertado demasiado tarde.
–Pues sí. Te despertó justo a tiempo.
–Desde luego… ¡Ah! Joder, qué despistado estoy. Mira, yo vivo ahí dentro –dice Víctor, señalando
el recinto amurallado que queda a la derecha de la avenida–. ¿Por qué no vamos dentro? Estaremos
resguardados de la lluvia.
–Eh… no, no, gracias. Si yo ya me iba, tengo que seguir.
–¿Qué prisa hay? El mundo está parado. Por favor, insisto en que entres.
Alejandra se resiste a entrar porque todos los encuentros que ha tenido recientemente no han
terminado bien y sospecha que en ésta ocasión no va a haber diferencias. Vuelve a intentar leer el
pensamiento de Víctor: ay, espero que acepte. Así tengo un poco de compañía.
Tras un pequeño silencio y en vista de lo averiguado, Alejandra cree que puede equivocarse respecto
a sus sospechas por lo cual acepta la invitación de Víctor aunque mantendrá la cautela en todo
momento.
–Vale, vayamos dentro –dice Alejandra.
–¡Genial! Mira, por esa puerta de ahí delante puedes entrar con la furgoneta. Si esperas un segundo te
abro las puertas.
Tras la indicación, Víctor se aleja caminando en compañía de su perro en dirección a la única
entrada visible de las murallas. Alejandra le sigue despacio con la furgoneta. Cuando llegan a los
portones, Víctor entra y abre las dos grandes puertas de madera que cortaban el paso e invita a
Alejandra a pasar. El paso es de sobra amplio para el vehículo. Alejandra se introduce con cuidado.
Hay algunos metros hasta la salida del túnel y no hay más iluminación que la natural. Cuando la
furgoneta ya ha pasado por la entrada las puertas se cierran de nuevo acompañadas del sonido de los
pestillos.
Finalmente Alejandra sale del túnel encontrándose con un amplio recinto donde hay edificios
construidos en piedra, árboles grandes, zonas verdes, bancos, otros vehículos… Debía ser una
especie de parque. Detiene la furgoneta cerca de la entrada esperando una nueva indicación de su
anfitrión, que enseguida la alcanza. Le indica que puede aparcar bajo uno de los porches que hay a la
derecha. Alejandra apaga el motor y se apea sin olvidar su pistola.
–Bueno… pues esto es mi casa –dice Víctor–. Bienvenida a la ciudadela de Pamplona.
–Gracias ¿Vives aquí tú solo?
–Sí, pero no está nada mal. Este sitio se defiende solo. La única entrada es por la que hemos pasado;
el resto son murallas y, como puedes ver, aquí tengo todo lo que necesito.
–Desde luego, con semejante superficie… Preguntaba porque como he visto más coches…
–Ah sí. Son míos. Me gusta mucho el automovilismo y por eso me los quedé. De vez en cuando salgo
a correr y divertirme con ellos. Pero pasemos dentro, estaremos mejor.
Víctor lidera el camino abriendo la puerta del edificio. Pasan por una sala bastante vacía tras la cual
hay una segunda sala con un aspecto mucho más acogedor con sillones, sofás, una mesa y una
chimenea con fuego. Toman asiento y entre tanto Víctor va explicando a Alejandra cómo es la vida
dentro de la fortaleza.
Las murallas mantienen a cualquier intruso alejado y la puerta de entrada siempre está cerrada a
menos que Víctor haya salido, siempre en compañía del perro. En los jardines ha montado una huerta
para tener alimento de continuo. Además, dentro de uno de los edificios tiene un corral con unos
pocos animales de granja. En cuanto al agua, se sirve de un camión cisterna para recoger agua de un
manantial que hay varios kilómetros al norte en las montañas. Víctor se pasa casi todo el día tras las
murallas.
–¿Hay más gente en la ciudad o sólo estás tú? –pregunta Alejandra.
–Hay más. Pero ya somos muy pocos –explica Víctor–. Tan solo quedamos cinco. Antes había más
gente pero ya desaparecieron.
–¿Se marcharon?
-No… los… eh… devoraron –responde Víctor con cara de circunstancia.
–Oh, vaya… lo siento mucho… no pensé que… –Hasta ahora Alejandra no sabía exactamente qué
veían los zombis de interesante en las personas. Parece que ahora está más que claro.
–Tranquila, no pasa nada. Es ley de vida.
–¿Y por qué no vivís todos los que quedáis aquí? Podríais defenderos mutuamente y así no vivirías
solo.
–No es necesario ya. Cada uno tiene su pequeña fortaleza. Ese aspecto ya está cubierto. Además,
solemos vernos a menudo e intercambiamos cosas. Para comunicarnos entre casas utilizamos
emisoras de radiofrecuencia. En cuanto a la compañía, siempre tendré a mi fiel amigo –Explica
Víctor haciendo mención al perro, el cual descansa a un lado del sillón cerca del fuego–. Pero entre
tú y yo –continúa Víctor inclinándose hacia delante y ocultando sus labios al perro con la mano–,
creo que a veces me ignora y me da la razón como a los locos.
–Ah… pues… ¡puede ser! –contesta Alejandra, que no esperaba una afirmación así.
–Bueno, dejemos de lado mis tonterías ¿Qué me cuentas de ti?
Alejandra explica a Víctor algunas cosas de su vida omitiendo las partes más comprometidas de su
historia reciente, como las habilidades especiales y los nefastos encuentros que ha tenido. La
conversación continúa y Alejandra empieza a vislumbrar ciertos detalles de locura leve en su
anfitrión, la mayor parte de ellos mezclados con un sentido del humor ciertamente especial pero
efectivo. En un momento dado, tras dar un vistazo al reloj, Víctor exclama saltando del sillón.
–¡Hostia puta! ¡Si enseguida hay que comer!
–Ah… pues entonces igual ya me voy, que ya te habré entretenido demasiado tiempo.
–En absoluto. De hecho iba a proponerte que te quedaras a comer.
–¿Qué? ¡No, no! No es necesario. No quisiera ser una molestia.
–¿Molestia? ¿De qué? Nada, nada. Eres mi invitada e insisto. Voy a la cocina a empezar ya.
Antes de que Alejandra intente rechazar de nuevo el convite, Víctor ya se ha ido para ponerse manos
a la obra. Por un lado ella aún no se fía del todo de él pero si sus sospechas son falsas y Víctor no es
hostil, tampoco quiere ser una molestia. En cualquier caso Víctor no va a aceptar un no por respuesta
y Alejandra no ve correcto marcharse de allí sin despedirse. Así pues sigue los pasos de Víctor para
echar una mano en la cocina y vigilar sus actos.
–¡Cómo! –exclama él sonriente al verla entrar en la sala– ¿Desde cuándo el invitado entra a la
cocina?
–Me quedaré a comer con una condición –dice Alejandra–, que es que me dejes ayudarte aquí.
–Mh… ¡Vale! Trato hecho.
Parece que la proposición de Alejandra no le ha disgustado sino todo lo contrario. Enseguida
empieza a darle indicaciones de las cosas que tiene que hacer. Alejandra obedece cumpliendo las
peticiones de Víctor. Mientras tanto ella le observa. Se percata de que él ya no lleva la pistola y ha
debido dejarla guardada en algún otro sitio. Viéndole trabajar, Alejandra empieza a desestimar sus
sospechas.
Pronto descubre el plato fuerte: costillas de cerdo asadas con patatas y con ajo. Continúan la
conversación mientras se van asando las costillas y las patatas en el horno de leña. Poco antes de que
estén ya hechas, Víctor prepara el primer plato: una ensalada con salmón, queso fresco y nueces
picadas. Justo después de poner la mesa en la sala de la chimenea, Víctor saca un plato con pienso
para el perro.
En la mesa hay de todo: aparte de la ensaladera y la fuente con las costillas también hay platos de
sobra, servilletas, vasos, varias bebidas distintas y pan en abundancia. Empiezan a comer los tres a
la vez. Alejandra ha empezado ya a olvidarse de sus dudas sobre Víctor, que sigue interesándose por
su invitada. La comida transcurre con temas de conversación variopintos, todos ellos satirizados con
cierta locura por los comentarios de él.
Alejandra se ha visto obligada a comer algo más de la cuenta ante la insistencia de Víctor, que
también parece empachado. Los restos de las costillas se los da al perro que no tiene nombre.
Alejandra ha empezado a coger algo de confianza con Víctor ahora que sus sospechas ya se han
borrado después del magnífico banquete. Después de retirar todos los cacharros de la mesa, Víctor
se enciende un cigarrillo para redondear el festín sentándose de nuevo en el sillón. El perro se tumba
a su lado, otra vez cerca de las brasas que quedan en el hogar.
–Dime –pregunta Víctor–: ¿cómo es ese lugar que quieres encontrar?
–Pues… simplemente tiene que ser un lugar en el que me sienta bien, donde esté a gusto, sin peligros
ni demasiadas preocupaciones.
–Uf… No quiero desilusionarte pero creo que lo tienes difícil. Visto el panorama por aquí creo que
tendrás que ir lejos.
–Sí, es algo que ya temía pero tengo todo el tiempo del mundo.
–Ahí tienes razón. Supongo que ese lugar tiene que estar libre de zombis.
–Sí, claro, son una amenaza a tener en cuenta.
–Cierto, lo son. Sin embargo creo que ellos no son la peor amenaza de todas.
–¿Entonces cuál es?
–Cualquier persona –sentencia Víctor apagando el cigarrillo consumido.
–¿Qué quieres decir?
–Fíjate. Los zombis son como animales. Bueno, no; mi perro es más listo que cualquiera de ellos. Su
mente parece ser muy simple con un objetivo muy determinado y eso los hace predecibles. No
obstante las personas somos mucho más inteligentes, para empezar somos capaces de mentir y ocultar
información y nuestros objetivos son muy variados, algunos insospechados. Y hay gente que es capaz
de hacer cosas muy malas para conseguirlos.
–Bueno, sí… pero…
–Ya no hay peros. Antes había leyes que frenaban esas actitudes. Y esas leyes eran la representación
escrita de la conciencia de la sociedad. Pero ya no queda sociedad, así que ya no quedan leyes. La
única ley que queda es la del más fuerte, por lo que una persona puede ser más peligrosa que un
zombi. Y el nivel de peligro de alguien viene determinado por su propia conciencia, que es su propia
ley.
A Alejandra le cuesta un poco seguir las ideas de Víctor y se ve en la obligación de preguntar aunque
tema quedar como alguien de escaso entendimiento.
–¿Pero por qué alguien querría hacer daño a otra persona? –pregunta Alejandra.
–No tiene que ser daño exclusivamente pero será para conseguir sus objetivos, que pueden ser de
todo tipo –Explica Víctor–. Si una persona quiere algo que otra persona tiene y no le supone un
problema ético robársela, se la robará. No tiene por qué ser así de simple, claro. Sin embargo, como
digo, ya sólo queda una ley común, que es la del más fuerte. Cada cargo de conciencia que tengas te
debilita frente a otra persona si ésta no tiene la misma conciencia que tú.
–¿Entonces tienes que ser malo en esta vida?
–No, tampoco hay que irse hasta ese extremo. Yo no creo ser malo y no me va tan mal.
–Ah, bueno, ya empezabas a asustarme… –suspira Alejandra relajada tras tensarse durante un
momento.
–Jajaja tranquila, respira. Simplemente hace falta un equilibrio ¿Conoces el yin y yang?
–Sí, es ese círculo con una parte blanca y otra negra.
–Sí, eso. Puede representar muchas cosas pero siempre cosas opuestas: día y noche, salud y
enfermedad, frío y calor... La filosofía taoísta dice que describe cualquier dualidad fundamental y
complementaria.
–El Bien y el Mal.
–Efectivamente, es una dualidad fundamental y complementaria. Bueno, digamos que la blanca es el
Bien y la negra es el Mal, o al revés, da igual. Pero para que exista el blanco también debe existir el
negro, es decir: para que exista el Bien debe existir el Mal. De lo contrario, si el Mal desaparece el
Bien también y viceversa. Cada uno necesita a su complementario porque si no deja de existir como
tal. Pierde su definición.
–¿Es lo que decías del equilibrio?
–Todavía no. De lo anterior se deduce que blanco y negro, Bien y Mal, siempre van a existir y que
nunca algo será completamente bueno o completamente malo.
–¿Entonces todo está en equilibrio?
–No, y de hecho creo que es muy difícil alcanzar ese equilibrio. En la típica imagen de yin y yang
ambas partes están equilibradas, pero en la realidad no tiene por qué ser así. Una parte puede ser
más grande que la otra.
–Y todo eso es aplicable a las personas…
–Pues sí, en teoría ese principio es aplicable a todo, personas incluidas. Cada persona tiene su yin y
yang ético. El desequilibrio que puede haber entre ambas partes es lo que nosotros reconocemos
como maldad o bondad en una persona.
Alejandra empieza a entender lo que Víctor quiere transmitirle. El tema le interesa ya que
recientemente ha tenido ciertos problemas parecidos.
–Vale, ya veo a dónde quieres llegar –dice Alejandra–. Lo que quieres decir es que hay que tener
cierta maldad.
–¡Eso es! –exclama Víctor– En el mundo que teníamos antes la parte de la maldad estaba mal vista y
se buscaba minimizarla porque había sistemas y organizaciones que nos lo permitían, en teoría. Pero
el mundo de ahora es bien distinto y hay que adaptarse a él.
–Pero aun así habrá un límite o algo… ¿no?
–No lo sé. No llego a tanto. Yo diría que el límite lo pones tú. Supongo que para llegar hasta aquí, a
Pamplona, habrás pasado por varios sitios y habrás visto cosas ¿no? Me imagino que te habrás
cargado a algún zombi.
–Eh… bueno, sí… a alguno.
–¿Te supuso un cargo de conciencia el matarlos?
Alejandra no puede evitar acordarse de los tres asaltadores de Madrid con los que se topó días atrás.
–Pues… unos más que otros… –contesta Alejandra demostrando remordimiento.
–Me imagino que todos ellos te estaban atacando o iban a hacerlo.
–Sí –asiente ella.
–Pues que no te duela haber hecho lo que hiciste, aunque tampoco sé qué hiciste concretamente.
–¿Por qué?
–Porque así es como se sobrevive. Si no los hubieses matado, seguramente no estaríamos teniendo
esta conversación ahora.
–Pero matar es un acto de absoluta maldad.
–No. Recuerda que nada es absoluto. Y matar por necesidad no es maldad, es supervivencia. Defensa
personal si lo prefieres llamar así. ¡Pero ojo! Otra cosa muy distinta es matar por gusto o por
capricho. Ahí es donde una de las partes del yin yang es mucho mayor que la otra. Y eso sí que es un
problema en la ética personal.
–Vaya, nunca lo había visto así.
–Pues así es como lo veo yo. Si te ves en la obligación de matar para sobrevivir, hazlo y ten la
conciencia tranquila porque habrás hecho lo que debes para seguir viviendo, que es el objetivo
principal de cualquier ser vivo.
–Incluso… ¿personas? –pregunta Alejandra temerosa de la reacción de Víctor.
–Si son una amenaza mortal y no hay más remedio, pues también –responde él manteniendo la
tranquilidad–. Yo nunca he tenido que hacerlo pero supongo que debe ser muy duro. Tampoco es plan
de ir matando a cualquiera que te mire mal.
–No, claro que no.
–Ahí ya la cosa se vuelve delicada. Después de todo, yo creo que la muerte debe ser de las últimas
soluciones porque no hay manera de deshacerla.
Alejandra empieza a abstraerse en su mente. El punto de vista de su anfitrión respecto a la defensa
personal le hace abordar su problema de conciencia desde otra perspectiva. A pesar de lo visceral y
simplista de las ideas de Víctor, cree que hay bastante verdad en sus palabras. Cuando los tres
hombres de la M-40 la detuvieron fue para aprovecharse de ella de algún modo y no dudaron en
forzarla a ello pinchando sus neumáticos y persiguiéndola posteriormente con ametralladoras. Algo
que podría entenderse como una amenaza seria.
Cuando se da cuenta de que lleva demasiado rato pensando, redirige su vista a Víctor, que la observa
desde su sillón.
–No te comas demasiado la cabeza –dice él–. Lo que te he contado del yin y el yang es sólo una
opinión personal. La teoría es mucho más extensa y compleja. Pero que hay que hacer cosas feas para
sobrevivir en estos tiempos que corren, eso sí que es verdad.
–Sí… creo que tienes razón.
Finaliza la conversación y ambos se quedan pensativos, aislados en sus propias mentes. Apenas
quedan brasas encendidas en la chimenea y el perro está dormido sobre el suelo. Tras un largo rato
de meditación, Alejandra decide que es momento de marcharse.
–Bueno, creo que ya va siendo hora de que me vaya –dice Alejandra poniéndose en pie.
–Oh… y yo que esperaba que te quedases a cenar… –responde Víctor simulando tristeza.
–No estaría mal, pero aunque tenga todo el tiempo del mundo, hay mucho mundo que ver.
–Jajaja, bien dicho. No te entretengo más.
Ambos se levantan y salen al porche donde comprueban que todavía sigue lloviendo. Antes de
subirse a la furgoneta, Alejandra se despide de Víctor.
–Muchas gracias por tu hospitalidad, Víctor.
–No hay de qué ¡Qué menos!
–No, en serio. Ha sido un rato agradable y una comida increíble. Hacía tiempo que no comía así.
–Nah… gracias a ti por aceptar la invitación ¡Por cierto! ¿Necesitas algo para tu viaje?
–Ah, no, no. Ya has hecho bastante por mí.
–Espera un momento, ahora vuelvo.
Víctor entra de nuevo en el edificio, seguramente para coger algo y entregárselo a Alejandra.
Mientras tanto, ella se monta en la furgoneta y arranca el motor. Enseguida reaparece Víctor con una
bolsa repleta de cosas en la mano.
–Toma, llévate esto, te vendrá bien –dice Víctor extendiendo el brazo que sostiene la bolsa.
Entrega la bolsa a Alejandra y ella inspecciona el contenido descubriendo una enorme hogaza de pan,
embutidos, conservas y carne.
–¡No! No puedo aceptarlo –dice Alejandra.
–Claro que puedes, no seas tonta. Si yo tengo la despensa llena de estas cosas.
–Vale… está bien, me lo llevaré. Muchas gracias otra vez.
–Jeje… no hay de qué otra vez, Alejandra. Voy a abrirte las puertas.
Víctor se aleja de la furgoneta para adentrarse en el túnel de entrada. Alejandra mueve su furgoneta
hasta quedar frente a la boca del túnel. Espera ahí hasta que Víctor le hace una seña para que avance
estando las puertas ya abiertas. Cuando la furgoneta ya empieza a asomar a la calle, Alejandra se
detiene para bajar la ventanilla y despedirse definitivamente de Víctor.
–¿Y a dónde vas a ir ahora? –pregunta él adelantándose.
–Pensaba ir hacia el norte, a Francia.
–Pues que tengas un magnífico viaje. Mándame una postal cuando encuentres tu sitio perfecto, jajaja.
–¡Sí! Jeje… lo haré.
–Si alguna vez vuelves a pasar cerca de Pamplona, hazme una visita. Ya sabes dónde encontrarme.
–Descuida, vendré a verte.
–Bueno, pues nada, que tengas buena suerte en tu búsqueda, espero verte pronto con buenas noticias.
–Gracias Víctor, muchas gracias ¡Hasta la vista!
Finalmente Alejandra vuelve a la avenida y se aleja poco a poco de la puerta de las murallas donde
Víctor sigue de pie observando a la Volkswagen alejarse mientras agita su mano en señal de
despedida. Alejandra le observa desde el retrovisor y responde sacando su mano por la ventanilla.
Cuando la furgoneta llega al final de la avenida, Víctor vuelve dentro de la ciudadela y cierra los
portones.
De vuelta a la soledad, Alejandra sigue las calles esperando salir pronto a la carretera. Se alegra de
haber conocido a Víctor ya que su hospitalidad le ha sido muy agradable, hacía tiempo que no estaba
con alguien tranquilamente. Además sus ideas sobre el Bien y el Mal pueden ayudarla mucho a
sobrellevar el trance de Madrid y a olvidar a la señora Cardona y sus acusaciones.
14. EDITH

Pamplona queda atrás. Ya empiezan a verse numerosos carteles indicando la dirección de Francia en
las carreteras. La lluvia no arrecia y se hace necesario prestar atención al camino ya que el paisaje
montañoso empieza a ser predominante, lleno de curvas y pasos estrechos. El cielo tormentoso
otorga aún más belleza a las vistas con unas laderas cubiertas de bosque y hierba frondosa, en
ocasiones salpicadas con pequeños pueblos de montaña y caseríos. Los nombres de algunos de los
pueblos que quedan a los lados de la carretera son extraños de pronunciar, propios de la lengua
vasca: Zabaldika, Antxoritz, Agorreta…
Aún sigue recordando la filosofía de Víctor ya que le ha supuesto un enorme alivio. Sin embargo
sabe que no debe tomarlo al pie de la letra y que debe recapacitar en ello para sacar sus propias
conclusiones. Dada la más que tranquila actitud que él tenía ante cualquier cosa, Alejandra cree que
podría haberle explicado lo referente a sus habilidades, tal vez no se habría escandalizado en
absoluto. Pero ya es tarde para volver y averiguarlo.
La conducción cautelosa de Alejandra no la lleva muy lejos antes de que el sol deje de iluminar a
través de las nubes y se detiene a pasar la noche ya que lleva varias horas al volante si se tiene en
cuenta todo el día. Acampa a un lado de la carretera tras pasar el alto de Erro y el posterior pueblo
de mismo nombre. No ha visto muchos zombis en los pueblos anteriores pero la escasa luz, la
proximidad de los árboles y la interminable lluvia no la animan en absoluto a salir de la furgoneta ni
para estirarse. No tiene hambre debido al excesivo banquete del mediodía y por ello tan sólo picotea
un poco y bebe agua mientras lee.
Cuando cree haber leído suficiente se cambia de ropa y se sube a la cama. Antes de encontrar el
sueño recapacita sobre lo aprendido con Víctor. Está empezando a tranquilizarse respecto a su
actuación en Madrid, sin embargo sigue afectada por ello.
Las pesadillas continúan acompañándola en sus sueños sacándola del descanso. La adversa
climatología exterior no ayuda a la relajación y Alejandra encuentra ciertas dificultades para volver
a dormirse aunque siempre termina sucumbiendo. Finalmente llega el fatídico momento en el que ya
no puede dormirse de nuevo pero sigue siendo de noche.
La lluvia ha cesado pero no puede reanudar la marcha. No hasta que no se seque el exterior de las
paredes de la litera. Desayunando recuerda no haber actualizado la lista del ordenador con Telepatía.
Así pues enciende el portátil para añadir el último descubrimiento.
Telepatía: es posible leer el pensamiento de un blanco. Hay que comprobar más posibilidades.
Ya que no puede hacer gran cosa hasta que la lona de la litera se seque, se pone a ver una película en
el portátil. Dado su estado general de ánimo la comedia es el género más indicado. Lo malo de las
películas de ésta clase es que duran menos de lo habitual y para cuando acaba tan sólo está
amaneciendo.
Alejandra sale al exterior y comprueba el estado de la lona. Por suerte el material es bueno y ya solo
le queda un poco de humedad. Como no quiere seguir estancada en el mismo sitio más tiempo pliega
el artefacto y vuelve a la carretera. Sigue su viaje al norte pasando por pueblos muertos y de nombre
complicado, subiendo y bajando montañas. El día avanza gris y con niebla y Alejandra mantiene las
precauciones por la escasa visibilidad.
Avanzando poco a poco por la carretera llega a Roncesvalles. Un diminuto pueblo que no le llama
mucho la atención excepto por una enorme construcción de piedra que despunta entre la neblina a su
derecha. Es un edificio majestuoso y no puede evitar acercarse. No se baja de la furgoneta por temor
a lo que pueda salir de entre la niebla pero puede leer claramente: Real Colegiata de Santa María.
La arquitectura eclesiástica no es uno de sus grandes intereses pero la grandiosidad de ésta
construcción en particular la hechiza.
Moviéndose con cuidado por los accesos observa todos los detalles a la vista y se fascina, creyendo
haber ido a la Edad Media si se obvian algunos pormenores. El resplandor misterioso que le otorgan
su tamaño y la niebla estremece y al mismo tiempo cautiva a Alejandra que observa todo pegada al
cristal. Siente tentación de bajarse y hacer la visita a pie dado que todo está sumido en un silencio
absoluto pero la cautela se impone y declina la idea de bajarse de la furgoneta.
Se marcha de Roncesvalles para evitar la tentación de apearse de la Volkswagen, donde se siente a
salvo. Sigue avanzando por una carretera que se retuerce continuamente en la ascensión a los
pirineos, las montañas que dan paso al país vecino: Francia. Pasan un buen rato y muchos kilómetros
hasta que Alejandra cree haber llegado a la frontera. Antes de seguir su camino decide bajarse del
vehículo mientras siga en lo alto de unas montañas tan elevadas para observar un paisaje que en
pocas ocasiones ha podido contemplar. La mala suerte ha querido que el campo de visión sea
terriblemente reducido por las nubes.
Tras respirar profundamente y estirarse, Alejandra vuelve a la furgoneta para iniciar el descenso.
Ignoraba si la frontera estaba precisamente donde se ha parado pero ya empieza a ver algunos
nombres en francés y la nomenclatura de la carretera ha cambiado. El descenso es igual de
controvertido que la ascensión aunque la climatología ha mejorado sensiblemente.
Finalmente llega a una especie de valle entre montañas alcanzando Saint Jean du Pied de Port. El
aspecto de la ciudad no es nada acogedor, encontrándose la misma situación que en todos los lugares
por los que pasó en España. Alejandra albergaba una pequeña esperanza pensando que más allá de
las fronteras cabía la posibilidad de encontrar civilización pero sólo queda la sombra de lo que fue.
Se marcha de la ciudad pronto siguiendo el norte habiendo parado exclusivamente para recoger un
mapa y así poder situarse en él. Se dirige de nuevo hacia montañas pero en ésta ocasión no es
necesario subir ya que la carretera sigue paralela al río que discurre entre los picos.
Se detiene a comer y aprovecha el tiempo estudiando el mapa. Planea llegar hasta París al menos, no
necesariamente en un día, y para ello debe mantener una orientación norte-noreste avanzando por el
centro de Francia hasta llegar a la capital. En caso de encontrarse con alguien, espera poder
comunicarse de algún modo a pesar de no saber nada de francés con el fin de no llegar a
malentendidos.
Retoma la marcha en la dirección planeada. Hace un avance considerable llegando hasta Grignols, en
la región de Aquitania. Desde que dejara atrás las últimas montañas puede avanzar a mayor
velocidad ya que a partir de ahí el paisaje es bastante más llano. Atraviesa Grignols,
encontrándoselo en la situación más normal últimamente. Aun le quedan unas pocas horas de sol pero
prefiere detenerse, como siempre, a una distancia prudencial de cualquier sitio donde pueda
encontrar peligros.
Echando mano de los recuerdos cree que varias de sus habilidades han ido ganando en potencia en
los últimos días, sobre todo Relámpago y Telequinesia, que son los que más ha utilizado. Esto le
hace pensar en la posibilidad de mejorar sus técnicas con el objetivo de que sean más eficientes.
Todo ello siempre y cuando las habilidades sean susceptibles de mejorar. Para determinarlo ha de
hacer pruebas y llevar un registro de los límites y así poder comprobar si realmente es posible elevar
la potencia.
Pretende ejercitarse cada día y analizar diversos parámetros según la habilidad entrenada llevando
un historial en el ordenador para poder encontrar incrementos de algún tipo. En el tiempo que le
queda hasta la hora de cenar hace las primeras pruebas, iniciando así las tablas únicas para cada
técnica. Cada tabla está centrada en una habilidad concreta porque las características a medir son
distintas: radio de acción y duración en Foco y Oscuridad, alcance de Linterna, alcance con Sonidos,
velocidad en Vuelo, tamaño y fuerza de Bola de Fuego, cantidades en Condensación, efecto y alcance
de Relámpago, tamaño de los distintos Muros, duración y calor generado con Muro de Fuego,
volumen alcanzado con Altavoz, límites en Frío y Calor, tamaño de la imagen en Hologramas,
alcance y espesor del hielo generado con Rayo de Hielo y masa elevada o movida con Telequinesia.
Después de las anotaciones termina el día de la forma habitual. La creencia de que la magia le
consume energía cobra fuerza. Hoy también ha sentido agotamiento antes de dar por concluidas las
pruebas del día. Podría considerarlo como verdad pero aún está aprendiendo y estableciendo sus
límites. En realidad todavía le quedan conjuros que probar.
Durante la noche continúa despertándose pero ya no es tanto por las pesadillas sino por el frío.
Alejandra se despierta tiritando y encogida por la helada sensación. Es capaz de ahuyentarlo
calentando la manta pero dicho calor enseguida se pierde y se repite el problema.
Cuando ya se despierta de forma irreversible lo tiene claro: avanzará siguiendo el litoral, donde
posiblemente las temperaturas sean más suaves. Dada su posición se moverá a la costa atlántica. El
otoño sigue avanzando y en días venideros el clima puede endurecerse. Seguir la costa le hará tardar
más de la cuenta para llegar a París. Pero en apariencia no tiene inconveniente alguno en tomarse más
tiempo, aunque día sí y día también habla sola como si alguien la acompañara. Necesita gente con
quien poder hablar.
Enseguida arranca el motor incluso antes de desayunar para que empiece a funcionar la calefacción.
El frío la cala hasta los huesos, lo cual no hace sino determinar aún más su nueva ruta. Enseguida
sale de nuevo a la carretera cuando aún falta casi una hora hasta que salga el sol. Avanza en
dirección norte-noroeste y se acerca a Burdeos. El sol empieza a salir revelando el estado de dicha
ciudad, que no es en absoluto prometedor. Continúa avanzando pasando a la orilla norte del estuario
de la Gironda. Hay muchos pueblos y villas a ambos lados pero ninguno de ellos alberga vida
inteligente. Para el mediodía llega hasta Marennes, a pocos kilómetros de la bahía de Vizcaya.
Es un lugar con cierto encanto y vista la hora Alejandra se detiene tras encontrar un sitio algo
apartado y tranquilo. La visión del mar es relajante ahora que el fresco apenas se nota. Antes de
ponerse a comer hace pruebas para sus estadísticas. Aunque tenga reservas, hoy se alimenta con parte
de lo que Víctor le dio en la despedida. A pesar de haber pasado ya dos días desde entonces, el pan
sigue tierno y la carne mantiene un gran sabor. Es un pequeño detalle que Alejandra agradece porque
no es habitual poder comer así de bien.
A pesar de todo una extraña sensación la acompaña desde que se detuviera. Tiene la impresión de
que alguien la observa. Tal vez sea un espejismo o tal vez no, pero por si acaso y de forma
disimulada echa vistazos a los alrededores en busca de alguien. En momentos de aparente cordura se
olvida de la paranoia achacándola a la soledad. Pero la sensación de estar siendo observada sigue
presente en cada minuto.
Si realmente hay alguien cerca, Alejandra no quiere perder la oportunidad de encontrarse con dicha
persona pero no sabe cómo encontrarla o qué decirle, en parte porque ella no sabe francés. Se pasa
un rato pensando qué hacer y al final decide esperar a que esa persona, si existe, se lance a un
encuentro. Mientras tanto ella actuará como si no supiera nada.
Para pasar el rato y aparentar normalidad, después de comer revisa todas sus pertenencias haciendo
una lista de lo que debe reponer. Comida hay más que suficiente y combustible y agua todavía quedan
pero debe encontrar más cosas como artículos de limpieza e higiene, otra manta y ropa de invierno,
aceite, especias y demás elementos para cocinar… Si tiene que salir a buscar dichas cosas tal vez
encuentre algún rastro de presencia humana. Se aleja de la furgoneta para satisfacer las necesidades
con la mochila a la espalda y la pistola guardada.
No lejos de donde ha aparcado hay un supermercado. Efectivamente encuentra pruebas de que
alguien ha pasado por allí: zombis muertos, puertas forzadas y estanterías saqueadas en las tiendas.
Alejandra se preocupa de coger lo que necesita sin dejar de prestar atención al entorno por si algo,
humano o no, se acerca.
La expedición resulta infructuosa en cuanto a encuentros y vuelve a la furgoneta. A la vuelta todo
sigue igual. El resto de la tarde se lo pasa leyendo después de haber guardado todo lo que ha
obtenido. Alejandra decide quedarse a pasar la noche y parte del día siguiente esperando que su
observador, si es que existe, decida presentarse.
Durante la noche se despierta cada poco tiempo confiando en poder descubrir al fisgón. En esta
ocasión es una ventaja el tener que dormir poco para descansar, ya que así puede estarse casi toda la
noche de guardia y al mismo tiempo estar descansada para el día siguiente. Los sonidos de la noche
son variados pero ninguno despunta o llama la atención entre los demás. La noche termina con
Alejandra despierta en su cama, ligeramente abatida por no haber obtenido éxito. Le hubiera gustado
tener un encuentro con alguien porque se siente sola desde hace tiempo.
El sol empieza a iluminar la tierra. Cada día que pasa sus rayos calientan menos el aire pero todavía
se nota su influencia. Alejandra se pasa la mañana esperando tener suerte con sus sospechas. Se baña
en la playa, lee, pasea… Pasa el rato con la sensación de estar perdiendo el tiempo tontamente.
Durante la comida empieza a recapacitar si tal vez la sensación es producto de la soledad extrema
que padece. Si así fuera estaría realmente perdiendo el tiempo.
Finalmente decide marcharse a media tarde. Durante su salida del núcleo urbano intenta encontrar
desesperadamente a alguien pero no hay nadie que salga a su encuentro o dé una mínima muestra de
presencia y Alejandra continúa su viaje hacia el norte siguiendo la costa.
En los días siguientes hasta el final de la primera parte de su ciclo de poder el avance es pequeño,
llegando hasta las proximidades de Vannes, en la región de Bretaña. No obstante todos los días ha
ido practicando para empezar a buscar resultados de mejora. Los encuentros han sido nulos,
únicamente zombis y animales domésticos que han formado manadas. Ha visto rastros de vida
humana pero no se ha encontrado con ninguna persona. Realmente no había nadie o nadie quería
encontrarse con ella. Los problemas derivados de la incomunicación ya son habituales en su día a
día. Por suerte sigue manteniendo la noción de la realidad.
Durante los tres días que se queda sin poder no viaja. Se siente desprotegida cuando sus habilidades
especiales la abandonan quedándose con una pistola como única defensa. Siempre se preocupa de
detenerse en un lugar seguro y tranquilo donde no le falte lo necesario; y cuando sabe que va a perder
su magia escoge el lugar con especial cuidado. En los tres días en los que no se mueve del sitio
aprovecha a estudiar las tablas en las que ha recogido los datos de sus pruebas.
Observando los números y las anotaciones y con ayuda de algunos gráficos de ordenador se da
cuenta de que algunas de sus habilidades son capaces de perfeccionarse. Foco y Oscuridad mantienen
la misma duración pero su radio de acción se ha incrementado considerablemente llegando a unos
pocos metros de alcance. Los sonidos que puede producir pueden ubicarse un poco más lejos y ser
más elaborados. Cree haber ganado cierta velocidad con Vuelo, aunque según el gráfico la mejora es
muy leve. La Bola de Fuego ha ganado en tamaño y potencia, llegando a medir veinticinco
centímetros de diámetro y manteniendo un alcance similar. Relámpago es ahora más poderoso, o al
menos eso parece ya que es imposible de medir. El Muro de Fuego sigue durando el mismo tiempo,
sin embargo parece ser que la energía que desprende es mayor, aun así es algo muy difícil de
determinar. El Rayo de Hielo también mantiene su alcance, no obstante el hielo generado tras el
impacto es de mayor grosor, alcanzando en los últimos días los dos centímetros. Y por último, es
capaz de mover y sostener objetos un poco más pesados con Telequinesia. Así como antes sólo era
capaz de mover objetos cercanos de pocos gramos, ahora puede llegar a sostener casi un kilogramo a
más distancia, nunca mayor de unos dos metros. Para el resto de habilidades no hay mejora
apreciable ya que los datos recogidos se mueven muy cerca de la media.
Fuera de las anotaciones y las estadísticas, Alejandra se ha percatado de otro aspecto. Con el paso
de los días de entrenamiento la sensación de agotamiento tardaba más en llegar. Lo cual no hace sino
respaldar la creencia de que el uso de sus habilidades le consume energía y que mediante práctica
continua ha conseguido ampliar su fondo. Los descubrimientos sobre potenciación y resistencia al
cansancio son bastante reveladores y se alegra por ello.
Pero todo tiene su inconveniente. Desde que es consciente de su poder, Alejandra se vale de él para
sobrevivir y salir adelante y en los días sin magia se siente demasiado expuesta. A pesar de contar
con un arma como defensa apenas sabe utilizarla y emplea demasiadas balas para poder matar a un
único zombi.
–Demasiado ruido y gasto para un único objetivo. El día que me ataquen varios… Sí, sí, ya sé que
debo mejorar.
Cree que es algo que también debe mejorar mediante entrenamiento. Lo que la frena a entrenar más a
menudo con su pistola es la aparente dificultad para encontrar munición. Provisiones y combustible
es algo fácil de encontrar en cualquier lugar pero no las balas o las armas. El patrón trece-tres se
repite continuamente pero tal vez algún día su magia desaparezca y no vuelva más. Si eso ocurriera
estaría prácticamente indefensa por lo que cree conveniente ejercitarse y adquirir destreza con la
pistola. Decide que en cuanto recupere su poder saldrá a buscar munición para empezar a hacer
prácticas de tiro.
Los tres días de reposo pasan lentos a pesar de haberse buscado una ocupación. Tal como se
propuso, cuando empieza de nuevo su ciclo personal desmonta el campamento y sale a buscar
armerías o algo del estilo. Se acerca a Vannes y pasa buena parte del día registrando las calles pero
no obtiene éxito. Se mueve también por los alrededores por si hay suerte, pero tampoco. Para acabar
el día reposta combustible y agua y continúa con sus pruebas. Pasará la noche cerca de la costa por
el tema de las temperaturas nocturnas.
Viendo el mapa decide ir al día siguiente sin bordear la costa moviéndose hacia el noreste por el
interior hasta alcanzar de nuevo el litoral en la zona de Saint-Malo, ya que son aproximadamente un
centenar de kilómetros.
La noche transcurre de la forma habitual. El estado mental de Alejandra ha mejorado respecto a los
sucesos de Madrid y se nota a la hora de poder dormir. Al amanecer reanuda la marcha en la
dirección planeada. Aprovecha el paso por los pueblos para buscar armerías. Tras recorrer unos
cuarenta kilómetros, en las proximidades de Ploërmel, cree ver una pequeña base militar.
Sin nada que perder, gira el volante y enfila hacia el conjunto de edificios. Conforme se acerca al
lugar sus sospechas se aclaran. A juzgar por las construcciones, vehículos y demás, parece que
realmente es una base. Es más que probable que allí encuentre lo que anda buscando. Ahora que
vuelve a tener magia no repara en bajarse de la furgoneta. Se apea llevando la mochila y la pistola
consigo pero no por seguridad sino para saber qué tipo de bala buscar.
Pocos zombis salen a su encuentro. A pesar de ello se toma todas las precauciones cuando entra al
que parece ser el edificio principal. Tras el registro debe salir al exterior para poder encontrar el
polvorín y de hecho le lleva un buen rato dar con él, además entrar en él no parece ser algo fácil. Lo
de volar una cerradura a balazos es algo que sólo ocurre en las películas, o al menos con ésta no es
posible. No hay ventanas ni ningún otro acceso: la construcción está enterrada y la puerta es el único
paso al interior.
Las opciones son escasas: encontrar la llave o derribar la puerta. Echando un vistazo alrededor cree
poder derribar la puerta sirviéndose de uno de los camiones que hay allí aparcados. Aunque
Alejandra no sepa conducir un camión cree que no será muy distinto de un coche, al menos eso
espera. Encontrar las llaves del camión resulta relativamente fácil y enseguida logra arrancarlo.
Llevarlo frente a la entrada del arsenal resulta un poco más complicado.
Para evitar sufrir daños personales decide embestir la puerta con la zaga del camión. La primera
arremetida es lenta, para tantear. En la segunda golpea con más fuerza sin conseguir derribar la
puerta. Lo mismo ocurre en la tercera. Le hacen falta varios intentos con sus correspondientes
sacudidas en la cabina para que la estructura empiece a ceder.
Varios intentos después y con un mareo considerable la puerta se rinde dejándose caer dentro del
depósito de armas. Alejandra aparta el camión y comprueba el estado general. La puerta ha caído al
oscuro interior donde no puede verse nada. El camión, a pesar de salir victorioso de los embistes,
también ha sufrido daños considerables. Llega el momento de explorar el interior. Alejandra coge
una piedra del suelo y coloca Foco sobre ella para lanzarla dentro e iluminar todo. El arsenal es más
extenso de lo que parecía y lanza más piedras luminosas para que la luz abarque todo el espacio
posible.
Empieza a bajar por las escaleras con Linterna atenta a todo lo que se puede oír. No ha habido ruidos
sospechosos al lanzar las piedras pero toda precaución es poca. El polvorín está lleno y en él hay de
todo: balas, armas automáticas, granadas, bengalas, morteros… Un sinfín de artefactos mortales que
harían las delicias de cualquier aficionado al tema bélico. No puede saquearlo todo por dos razones
principales: demasiado peso y experiencia nula. Así pues sólo se lleva todas las balas que puede del
calibre que necesita. A la salida se detiene un momento: le pica la curiosidad por las granadas de
mano y coge una.
–Igual que las de la tele, ¿no te parece? –Sonríe y se lleva unas cuantas consigo, más como juguete
que como arma.
De vuelta a la carretera enseguida se detiene de nuevo en medio de la nada. Está ansiosa por empezar
a practicar y quiere entrenar hasta la hora del almuerzo. Coloca objetos a distintas distancias pero
todos bastante cerca y empieza a disparar. Los tiros resuenan por la llanura uno tras otro. Como
siempre la puntería es pésima pero, sabiendo que las cosas no se aprenden en dos minutos, mantiene
su motivación y sigue disparando.
Tras un rato y varias balas después pone fin al entrenamiento. Antes de comer debe entrenar las otras
habilidades y así lo hace para asegurar el hábito y seguir alimentando las estadísticas. Sin haber
terminado de comer una tormenta llega para quedarse y Alejandra debe refugiarse en la furgoneta. La
lluvia es copiosa e invita a la relajación observando cómo el pasto verde y los árboles reciben el
líquido elemental. Minutos después la intensidad del aguacero disminuye y Alejandra retoma la
marcha bajo una lluvia muy ligera.
Está cerca de Rennes, capital de la región de Bretaña, y como tal, Alejandra espera poder encontrar
a alguien allí. La densidad de zombis aumenta considerablemente al tiempo que se acerca,
encontrándose decenas de ellos conforme va entrando en las calles. A pesar del aparente abandono
hay muchos cadáveres, lo cual la hace pensar en la presencia de supervivientes. Rennes es una
ciudad grande y registrar todas las calles puede llevarle tiempo. Se le ocurre una idea y es llamar la
atención de manera que si queda alguien con vida salga a buscarla. Así pues trata de encontrar un
sitio algo despejado para poder bajarse de la furgoneta y dejarla a salvo dado el plan que tiene en
mente.
Llega hasta un pequeño parque del centro junto al canal de Saint-Martin. Se baja de la furgoneta con
la mochila cargada y corre hacia los árboles. Trepar no es lo suyo y llega hasta la copa de la
majestuosa encina valiéndose de Vuelo. Algunos zombis la han visto y en consecuencia la han
seguido pero tampoco son capaces de trepar quedándose a los pies del árbol gruñendo a su merienda.
Ha llegado el momento de hacer ruido y Alejandra sabe cómo. Afianzada ya entre las gruesas ramas
a varios metros del suelo abre la mochila para sacar de ella una de las granadas que había cogido en
el polvorín. No sólo conseguirá hacer ruido sino que además aprenderá a usar las granadas
comprobando también su potencial.
Retira el pasador de seguridad tirando de la anilla pero manteniendo la espoleta en su sitio. Echa un
vistazo al grupo de zombis que se ha juntado a sus pies y deja caer la granada por detrás de ellos, a
unos pocos metros del árbol. Al dejarla caer, el muelle de la espoleta activa el mecanismo de
detonación. Alejandra se agarra con fuerza a las ramas para no perder el equilibrio si la explosión es
demasiado violenta. Aferrada al árbol cuenta los segundos desde que ha soltado la granada hasta que
ésta explota.
Cuenta unos siete segundos hasta que la detonación rompe la relativa calma creando una nube de
humo y tierra. Alejandra se asoma de nuevo para ver los efectos. El radio de acción de la granada es
bastante limitado dado que ninguno de los zombis ha muerto. Si quiere que los lanzamientos sean
mortales debe dejar caer las granadas allí donde los zombis están, pero se niega a hacer estallar un
explosivo a los pies del árbol que la mantiene a salvo. Los zombis están pendientes de ella y no se
moverán del sitio. Alejandra es consciente de ello y debe encontrar la forma de engañarlos para que
se muevan hacia la próxima granada que tire.
La combinación de dos habilidades mágicas puede ser útil. Creando un Holograma allí donde
aterrice la granada conseguirá el cebo para que los zombis se acerquen, pero todos ellos no pierden
de vista a la lanzadora de granadas y no van a desviar su atención a algo que aparezca por detrás. La
segunda habilidad a utilizar es Invisibilidad. Si ella desaparece los zombis no tienen razones para
seguir mirando a lo alto del árbol y pueden centrar su atención en el fantasma.
Con una nueva granada en la mano aplica la Invisibilidad. Los zombis reaccionan según lo esperado
y pierden el norte dispersándose. Acto seguido, Alejandra lanza la granada ya activada y observa su
trayectoria. Poco antes de que se detenga crea el Holograma de ella misma allí donde cree que la
granada va a quedarse. Al momento de hacer aparición el fantasma, los primeros zombis lo ven y
corren hacia él llamando la atención del resto. Varios de ellos alcanzan la ilusión óptica y tratan de
atacarla pero sus zarpazos son al aire mientras los más alejados todavía están llegando. De repente el
mecanismo de detonación llega a su fin dando lugar al estallido de la carga.
Los cuerpos de los zombis que ya habían llegado hasta el fantasma salen volando hacia atrás y
empujando a aquellos zombis que aún estaban llegando. Vuelan por los aires algunos pedazos de
carne y miembros. Es un espectáculo asqueroso y grotesco pero extrañamente divertido. El
Holograma ha desaparecido y los zombis que no han fallecido se levantan del suelo. Algunos de
ellos han quedado cojos o mancos pero no parece importarles. Es curioso que apenas brote sangre de
los miembros cercenados.
Desde la seguridad del árbol y de la invisibilidad, Alejandra se maravilla de la efectividad de la
granada con cebo. A pesar de la dificultad que supone su transparencia, busca una nueva granada de
la mochila porque pretender repetir. En esta ocasión emplea un sonido en vez de una imagen como
cebo. Vuelve a tirar la granada como lo hiciera con la anterior ubicando el sonido donde el
explosivo se detiene.
Dado que ahora hay menos zombis vivos, los más afectados por la explosión vuelan hacia atrás
cuando la granada estalla. Quedando tan pocos y tan heridos, una última granada termina por sembrar
el jardín de cadáveres y pedazos de ellos. Alejandra cancela su invisibilidad ya que no quedan
zombis cerca.
Escasos minutos pasan hasta que una nueva oleada de zombis hace aparición. Ahora que ya ha
probado las granadas, Alejandra prefiere guardarlas y probar suerte con la pistola liándose a tiros
con todos los zombis que golpean el árbol y tratan de treparlo. La mejora de su puntería ha sido muy
leve por el escaso entrenamiento que lleva pero poco a poco va matándolos uno a uno.
De repente y de la nada, los zombis empiezan a caer como moscas bajo el fuego de una
ametralladora. Alejandra enseguida establece el origen de los disparos varios metros por delante del
árbol, donde un tipo aprieta gustoso el gatillo. Cuando el último de los apestados cae, el hombre se
acerca tranquilamente al árbol buscando con la mirada a Alejandra.
–Salut! Ça va bien? –pregunta él.
Alejandra no tiene ni idea de francés y hace una mueca de desconocimiento. El hombre repite la
interrogación mientras Alejandra intenta entender qué puede significar lo que el hombre le pregunta.
–¡Hola! Digo que si estás bien –dice él[1].
Aún más desconcertante. Alejandra le ha escuchado hablar en francés otra vez pero entiende al
visitante como si le hablara en su propia lengua.
–Eh… ¡sí, sí! Estoy bien –responde ella en francés; todavía más perturbador si cabe.
–¿Qué haces ahí arriba? –pregunta el hombre.
–Pues… nada. Solo entrenaba un poco –contesta Alejandra tras un silencio para centrarse.
–Vaya… desde un árbol…esa me la guardo para probar yo también. Por cierto, ya puedes bajar si
quieres.
Alejandra recela por un momento de bajarse del árbol vista la envergadura del arma de él. El hombre
se percata de ello y enseguida reacciona.
–¡Oh! Tranquila –dice bajando el arma–. No te haré nada.
Ella se fía en parte y baja del árbol. Lleva tiempo sin encontrarse con nadie y no quiere estropear un
encuentro después de trece días de soledad. Baja con precaución de no caer y sin perder de vista al
hombre, quien se mantiene quieto con el arma reposando sobre la culata en el suelo.
–¿Vives aquí? –pregunta Alejandra.
–Sí. Desde el primer día. Tú eres de fuera ¿verdad?
–Sí, jeje… He llegado hace poco y como me empezaba a aburrir me he subido ahí.
–Jajaja ¡Vaya formas de divertirte tienes! ¿Las explosiones de antes eran cosa tuya?.
–Pues… sí. Espero que no te hayan asustado o algo… No han sido una molestia ¿no?
–¡Qué va! ¡En absoluto! Pero no es normal escuchar explosiones, por eso he venido a ver qué pasaba.
Tus disparos han terminado de orientarme.
–Ya, claro.
–Oye, espera un momento que avise a mis colegas.
Dicho esto, saca un walkie talkie de uno de los bolsillos para hablar a través de él. La calidad del
sonido es mala y Alejandra no alcanza a oír bien las respuestas.
–Eh, soy yo –dice el tipo a través del aparato–. Ya está. Ya sé de qué eran esas explosiones.
Para Alejandra no es posible entender las respuestas a través del comunicador por el ruido derivado
de las transmisiones.
–Acabo de encontrarme a una persona aquí en el parque ganando puntos desde un árbol –explica el
hombre antes de escucharse una respuesta tapada por ruido de interferencias–. Vale, ahora le
pregunto –Se gira de nuevo hacia Alejandra–. Dicen mis amigos que si quieres venirte a echar unos
tragos o algo.
–Eh… bien, vale –contesta ella. Para cuando al fin se encuentra con personas no va a rechazar una
invitación. Tal vez sea éste el lugar que esperaba encontrar a pesar de los zombis.
–Dice que sí, que acepta. Ahora vamos para allá. Cierro –El hombre da por finalizada la
retransmisión y guarda el walkie talkie de nuevo en el bolsillo–. Bueno, pues entonces podem…
¡Huy! Que no me he presentado. Mi nombre es Henri, tanto gusto.
–Yo soy Alexandra.
Estrechan sus manos de forma educada. Desde el árbol las perspectivas cambian y ahora, con los
pies en el suelo, Alejandra se da cuenta del tamaño de Henri. Su mano podría cubrir de sobra el
rostro de ella, de hecho la mano de Alejandra queda completamente oculta bajo la de Henri. Si no
mide dos metros de altura debe estar cerca y Alejandra debe alzar la vista para poder verle la cara
parcialmente oculta por una barba oscura y frondosa. A pesar del aspecto dejado de la barba el corte
de pelo está cuidado, siendo el pelo castaño del cráneo más corto que el de la barba. Aparentemente
no lleva más armas que la ametralladora y su ropa parece normal, adecuada al clima de la zona.
–Ya podemos ir si quieres –propone Henri–. ¿Tienes vehículo o…?
–No te preocupes, tengo coche, sí.
–Ah, bien, entonces sígueme y te guío hasta casa.
Dicho esto, Henri se da media vuelta y se dirige a la scooter que ha dejado aparcada. Alejandra se
dirige a la furgoneta y se monta. Henri enseguida llega a su lado.
–¡Joder! ¡Cómo mola la furgoneta! –exclama Henri entre risas que rompen el hielo– Igual nos tienes
que invitar tú a nosotros.
–Jeje, gracias, pero es un poco apretada para varias personas.
–Igual el tragamantecas de Pierre no cabe jajaja. Bueno, dejémonos de bromas, yo voy delante,
sígueme.
–Descuida, yo te sigo.
Henri toma la delantera y Alejandra le sigue. No sabe mucho sobre sus anfitriones, de hecho no ha
empleado Telepatía para indagar un poco ni pretende utilizarla. Simplemente espera encontrarse con
un grupo normal de gente con el que pasar un buen rato, o unos días incluso.
Henri avanza por las calles del centro de Rennes despacio para que Alejandra pueda seguirle con
facilidad. Llegados a un punto donde los cadáveres abundan, Henri se detiene suavemente y
Alejandra también. Él señala uno de los edificios y toca la bocina de la moto. Alejandra se mantiene
expectante y de una de las ventanas del edifico se asoma una persona que enseguida vuelve dentro.
Henri se baja de la moto y apaga el motor indicando a Alejandra que haga lo mismo.
–Ya hemos llegado –dice Henri–. Aquí vivimos, en pleno centro de la ciudad. No está mal ¿eh?
–No, desde luego que no –responde ella bajándose de la Volkswagen y cerrando todo.
Enseguida, la persona que se había asomado a la ventana aparece en el portal abriendo la puerta.
Henri invita a Alejandra a ir hacia allí y ambos entran dentro. Vista la decoración y los materiales
del interior parece una zona lujosa de la ciudad. Mármol y maderas nobles dan vida al interior del
portal aunque el estado general peca de cierto descuido. El portal da paso a las escaleras, hay
ascensor pero evidentemente no funciona. Por suerte sólo es un piso de subida. Henri va delante y
abre la puerta de entrada al piso cerrándola cuando no queda nadie fuera.
–Vamos al salón, allí estarán todos –dice Henri guiando los pasos de Alejandra hacia la sala en
cuestión.
Por lo visto el salón está casi al lado opuesto de la entrada y pasan ante varias habitaciones, algunas
con la puerta cerrada y otras no. Alejandra no puede ver nada con semejante persona delante de ella
hasta que Henri se aparta una vez han llegado al salón. Una vez allí descubre al resto de
supervivientes y Henri enseguida comienza las presentaciones.
–Aquí están todos, haciendo el vago como siempre. El flaco de la ventana es Armand. Esa masa fofa
del sofá que apenas puede respirar es Pierre.
–Oye –se queja Pierre–, a ver si voy a tener que zurrarte de nuevo –dice entre las carcajadas de los
demás.
–Eso será si puedes levantarte en menos de diez minutos –responde Henri–. Bueno, ya sólo queda
Serge, aquel de ahí. Señoritas, ésta es Alexandra, la responsable de las explosiones de antes.
Alejandra saluda un poco cohibida al personal. Esperaba encontrarse un grupo un poco más
heterogéneo. Armand, que está apoyado en la ventana parece mayor y es flaco como un silbido y su
altura da una impresión de mayor delgadez. El pelo negro y algo largo acompañado de unos bigotes
extensos y afilados que parecen sacados del cine le dan un aspecto ciertamente siniestro.
Si la herencia genética es un juego de azar, Pierre debe estar completamente gafado. Su obesidad es
más que notable, y acompañada de la calvicie que padece, no hace sino redondear lo grotesco de su
rostro que ya es de por sí difícil de mirar. Parece un capricho cruel de la naturaleza.
Por último, Serge es sin duda el más joven de los presentes. Su altura es como la de Alejandra lo
mismo que la delgadez, aparentemente fruto de la hiperactividad ya que no para quieto. Su aspecto
general recuerda ligeramente a Christian a excepción de que Serge no es un croissant y no puede
llevar cresta ya que lleva la cabeza rapada.
Henri toma asiento y cede el sillón a Alejandra, que se sienta en él. A excepción de Serge, ninguno
de los anfitriones se ha movido del sitio. Enseguida Henri llama la atención de Serge para que traiga
algo de beber. Desaparece por la puerta y enseguida vuelve con unas cuantas cervezas en la mano
entregando una a cada persona. Abren las botellas y brindan sin razón aparente. Enseguida empiezan
las preguntas para romper el hielo tanto en una dirección como en la otra. Por su parte, Alejandra
omite ciertos detalles comprometedores dando a conocer tan sólo las anécdotas normales. Si es caso,
ya dirá la verdad más adelante.
En cuanto a los anfitriones, Pierre de cincuenta y un años es el más suelto a la hora de hablar. Afirma
ser camionero y haber viajado por toda Europa en su camión. Secándose continuamente el sudor de
la frente en la ropa cuenta que el Instante le cogió en París y que huyó de allí encontrándose al resto
en Rennes. Henri no cuenta mucho de sí mismo, según dice no hay casi nada que contar, tan sólo que
tiene treinta y cinco años, vivía en Rennes y estaba en el paro.
Armand tampoco es hablador y dice ser un vividor que saltaba de trabajo en trabajo para poder
mantener su adicción a las drogas con las que ha convivido durante sus cincuenta y tres años. Serge
habla mucho pero nunca dice nada en concreto. Lo de la hiperactividad parece que se extiende
también al habla. De entre todas las frases a medio acabar Alejandra deduce que el chico de
diecisiete años todavía estaba en el instituto pero que el estudiar le parecía inútil y quería abandonar.
Las cervezas corren una tras otra. Alejandra no quiere pasarse y no bebe ni la mitad que ellos. El
ambiente general es bastante agradable. Entre ellos abundan piques y bromas continuas, sobre todo
en lo referente al entretenimiento. Según puede entenderse de Serge, ellos cuatro compiten
continuamente como en un videojuego ganando puntos al matar zombis o haciendo carreras por las
calles de la ciudad.
–Ya lo sabes ¿no? –dice Serge– El record es mío. Sólo mío ¿En cuánto está? Os gano a todos de
calle. Creo que llevo más de 200. Soy el zombie killer número uno. Y tú vas el último, jaja –
Dirigiéndose a Pierre–. Ni en tres vidas me alcanzas.
–¡Calla niño! –responde Pierre– Que ni siquiera sabes conducir.
–Jajaja ¡Cierto! –ríe Henri.
–¡Haces trampas! –se queja Serge sobre Pierre– Tramposo. Dame un coche como el tuyo y te gano.
Juegas con ventaja. Te crees muy listo.
–Y una mierda –alega Pierre–. La primera y última vez que te dejé el coche lo estrellaste en la
primera curva.
–Qué risas aquel día –recuerda Armand–. La cara de susto que tenía el chaval era para foto ¡Si aún
quería darse a la fuga el tonto de él! Jajaja.
Las carcajadas inundan la sala seguidas de un pequeño silencio enseguida cortado por una nueva
anécdota de Serge con los coches.
–¡O aquella vez que quemó un motor porque se le olvidaba cambiar de marcha! –dice Henri.
–¡Ya te digo! Jajaja –ríe Pierre–. El muy capullo aún decía que no tiraba jajaja.
–¡Bah! Ya dijimos que lo que contaba puntos era matar zombis –responde Serge tratando de restar
importancia al asunto–. Más de doscientos llevo yo ¿Cuántos llevas tú?
–Bueno, vale… jejeje, ahí ganas tú –dice Pierre con condescendencia.
–Por cierto, Alexandra –interviene Henri–. Tú no tienes mucha puntería ¿no?
–Ya sabes –se adelanta Serge–. El mejor soy yo. El mejor con diferencia.
–Bueno… la verdad es que no –responde Alejandra.
–Joder ¿y cómo has llegado tan lejos? –pregunta Pierre.
–Yo… es que prefiero evitar los conflictos –contesta Alejandra desviando la mirada.
–¡Seguro que no ha matado ni a cinco! ¿A que no? –ríe Serge.
–Pues para evitar conflictos no es bueno subirse a un árbol –dice Henri–. Y por cierto, ya te digo yo
que ha matado a más de cinco.
–¿Qué eran esas explosiones? –pregunta Armand.
–Granadas –responde ella–. Quería probarlas.
–¡Granadas! –exclama Serge– ¡Joder! ¡Yo también quiero de eso! ¿Dónde hay?
–Sí… lo que te faltaba a ti –bromea Pierre–. ¿Y son efectivas las granadas?
–Si los zombis están muy cerca, entonces sí –contesta Alejandra.
–Joder… ¡Y tanto! –exclama Henri– ¡Si había brazos y piernas por ahí desperdigados cuando he
llegado!
–Bueno… jeje… ya he dicho que estaba de pruebas.
Las botellas de cerveza están vacías y Henri y Serge se las llevan para traer más. Armand sale a la
terraza para fumarse un porro y Pierre se mueve torpemente sobre el sofá a fin de cambiar de postura.
Alejandra se percata de que todavía tiene en la mano la botella de cerveza vacía. Por no dejarla en la
mesa o que alguno de sus anfitriones tenga que hacer otro viaje, se levanta para llevarla ella misma
hasta la cocina donde supone que está la basura y las cervezas frías. Avanza por el pasillo hasta lo
que parece ser la puerta de la cocina por la que salen Henri y Serge con las manos llenas de
botellines frescos.
–¿Dónde vas? –pregunta Henri algo más serio.
–A tirar esta botella. Lo siento, he olvidado dárosla –dice Alejandra mostrando la botella.
–Ah, no, no. Vuelve al salón, ya la tiramos luego –responde Henri.
–No, hombre, si ya que estoy aquí la tiro.
–No. Vuelve al salón, anda.
Henri ha cambiado su tono. Habla más serio y se coloca frente a Alejandra bloqueando el paso con
su corpulencia. Alejandra lo toma como un juego y aprovechando la amplitud del pasillo encuentra
un hueco por el que colarse tras Henri. Tras el regate, Alejandra espera desde el hueco de la puerta
de la cocina a que Henri se dé la vuelta.
–Jeje, no podías cubrir todo el pasillo –ríe ella.
Henri la observa en silencio y con los ojos abiertos de una forma que da incluso miedo. Alejandra
borra la sonrisa de su cara creyendo haber ofendido a Henri de algún modo y se gira para entrar a la
cocina.
Al desviar su mirada a la sala, Alejandra se encuentra la razón por la cual Henri no quería que ella
pasase. En la pared opuesta a la puerta y sentada en el suelo se encuentra a una chica muy joven, con
una cadena con candado rodeando su cuello. Su aspecto desmejorado y su expresión no hacen
necesario leerle la mente para imaginar las penurias por las que ha debido pasar. Alejandra echa un
nuevo vistazo a Henri y a Serge, quienes se mantienen quietos esperando la reacción de Alejandra.
Sin pensárselo dos veces, Alejandra entra rápida en la cocina y cierra la puerta echando todos los
pestillos que encuentra. La voz de Henri pone enseguida en alerta a los otros dos hombres.
–¡¡Está en la cocina!!
Enseguida se oyen pasos acelerados en el pasillo junto a la voz de Henri que ordena a Alejandra a
abrir la puerta. Ella hace caso omiso y se aleja de la puerta para acercarse despacio a la cautiva.
Está sentada, apoyada contra la pared y con la vista, parcialmente tapada por el largo pelo castaño y
revuelto, fija en Alejandra.
–Pero qué… quién… –trata de preguntar Alejandra.
–Tenías que haber huido –responde la chica–. Ahora ya es demasiado tarde.
Alejandra echa un vistazo a la cadena y el candado buscando la posibilidad de liberación pero sin
las llaves no va a ser posible ya que en el otro extremo la cadena está atada con otro candado a una
tubería de acero. Mientras tanto, la mano de Henri golpea la puerta instando a Alejandra a abrirla. Es
ahora la voz de Armand la que se escucha a través de la puerta cuando los golpes cesan.
–A ver, Alexandra, que aquí no está pasando nada raro. Abre la puerta y lo hablamos para
explicártelo.
Tras ver cómo la chica, conocedora de lo que va a ocurrir, niega con la cabeza a la sentencia de
Armand, Alejandra responde.
–¿Pero tú te crees que soy idiota? ¡No pienso abrir la puerta!
–Tranquila –responde Armand–. Por las circunstancias te has hecho una idea equivocada.
–Mienten… –dice la chica en voz baja– No esperes nada bueno de ellos. Tienes que irte como sea.
–Si después de que te expliquemos la historia quieres irte, lo entenderemos –dice ahora Henri.
–Tú y yo –dice Alejandra a la chica– nos iremos ahora mismo de aquí.
–Eso es imposible –responde ella–. No te van a dejar huir, mucho menos conmigo. Vete tú.
–¡Echad la puerta abajo! –grita Serge.
–Vamos Alex –insiste Armand–. No podemos estarnos así todo el día.
–¡Nos iremos las dos! –Grita Alejandra– Más os vale hacerlo por las buenas.
–Me parece que no estás en disposición de exigir nada –replica Armand mientras se oye un sonido
mecánico de arma–. Estamos dispuestos a dejarte marchar si quieres, pero Edith se queda.
–Mienten… mienten… –Repite continuamente la chica entre sollozos.
Pasan unos segundos de silencio en los que Alejandra trata de encontrar una estrategia a seguir para
salir indemne del paso y llevarse consigo a Edith pero las posibilidades son muy escasas teniendo en
cuenta la cadena que retiene a la prisionera. Henri enseguida se impacienta y trata de echar la puerta
abajo.
–¡A la mierda! –grita Henri justo antes de embestir la puerta.
El primer embiste casi derriba la puerta dejándola medio desencajada. Una segunda embestida
termina de romper las maderas y la puerta cae sobre el suelo. Henri es el primero en entrar seguido
de Serge y Armand, ambos dos armados.
Alejandra reacciona y lanza un Relámpago a los intrusos. No desarrolla toda la potencia que puede
porque no quiere matarlos sino sólo aturdirlos para neutralizarlos. El rayo impacta de lleno sobre
Henri y éste cae al suelo entre espasmos. El rayo se diversifica llegando hasta Serge y Armand, que
también se desploman afectados por la descarga. Nunca antes había lanzado un Relámpago en un sitio
cerrado y el rayo se ha extendido también a los objetos y electrodomésticos que hay en la cocina.
Todo rezuma electricidad.
No hay rastro de Pierre. Los otros supervivientes han quedado inconscientes en el suelo pero ni
siquiera se oye la respiración del gordo. Alejandra se acerca hasta el hueco de la puerta esperando
oír algo que delate la posición de Pierre pero sólo hay silencio. Se asoma fugazmente al pasillo por
si puede verle pero el pasillo está vacío. Con un calambrazo previo, coge la pistola que llevaba
Armand y sale a buscar a Pierre activando antes la Invisibilidad.
Avanza despacio por el pasillo para no hacer ruido. Llega hasta el salón y entra en él pero Pierre no
está allí. Mientras sigue en el salón ve cómo Pierre avanza despacio por el pasillo con una escopeta
en dirección a la cocina. Alejandra le sigue a un par de metros. Cuando Pierre llega a la puerta de la
cocina se detiene y toma aire para voltearse y hacer aparición en la sala con el arma por delante pero
sólo se encuentra a Edith. Momento que Alejandra aprovecha para disparar a la pierna de Pierre.
El hombre gordo cae al suelo entre quejidos. Ha soltado el arma y se ha llevado las manos a la
herida de la pierna. Alejandra vuelve a ser visible y se acerca a Pierre sin dejar de apuntarle.
–Zorra… –dice Pierre.
–¿Dónde están las llaves del candado? –pregunta Alejandra.
–¿Qué haces disparando a tus semejantes? –pregunta Pierre– ¿Quién te crees que eres?
–Responde –insiste Alejandra–. Dónde… están… las llaves.
–Así no vas a ir a ningún…
Un nuevo disparo de Alejandra sesga la frase de Pierre. La bala ha impactado sobre el suelo cerca
del gordo.
–Si sigues sin contestar la siguiente bala te irá a los huevos –amenaza Alejandra– ¿Dónde están las
llaves?
–Está bien… –suspira Pierre– No hay llaves. Las tiramos lejos hace tiempo. Pueden estar en
cualquier sitio.
Tras oír la respuesta Alejandra pasa sobre Pierre, el cual no hace nada mientras tiene a Alejandra
cerca. Pasando entre los cuerpos tendidos, Alejandra va recogiendo todas las armas para dejarlas
lejos del alcance de Pierre o de los demás y llega hasta Edith. Echa un vistazo al candado del cuello.
Es un candado típico de arco y cuerpo plano. Debe haber alguna manera de poder abrirlo sin llave
pero no sabe cómo. Trata de hurgar con cubiertos en la cerradura pero no hay resultado. Alejandra
sabe que el mecanismo de estos candados es simple pero no dispone de herramientas ni destreza para
poder forzarlo.
El cilindro en el que se introduce la llave lleva unos taladros donde van alojadas las clavijas. Las
hendiduras de la llave mueven las clavijas y empujan, a través de los arietes, los muelles que hacen
mantener la posición a las clavijas. Cuando la llave correcta está dentro del cilindro unas clavijas se
han desplazado más que otras según el ranurado de la llave pero el extremo de dichas clavijas en
contacto con los arietes coincide en una línea, justo a ras del borde del cilindro. En ese momento es
posible girar el cilindro donde está la llave y así se libera el enganche o pestillo que bloquea el arco
del candado. Un muelle es el encargado de mover el arco cuando el enganche lo libera quedando así
el candado abierto.
Buscar la llave puede llevarle horas, incluso días. Demasiado tiempo antes de que los hombres se
recuperen de la descarga. Lo mismo ocurre si quiere romper el candado o la cadena. Edith increpa a
Alejandra para que se marche antes de que sea tarde otra vez pero Alejandra tiene una última opción
que probar. Tal vez Telequinesia pueda serle útil.
Con un cuchillo en la mano, Alejandra centra su mirada en la cerradura del candado, sólo puede ver
la primera clavija pero sabe que puede haber hasta cuatro más visto el tamaño del candado. Con
Linterna ilumina bien la ranura y con la mente va hundiendo las clavijas una a una para comprobar
que son cuatro las que hay en total, ya que la quinta no es sino un pasador que sujeta al cilindro en su
posición.
Debe concentrarse profundamente en las clavijas para poder mover más de una al mismo tiempo y
tanto la insistencia de Edith en que se marche como las palabras de Pierre no la ayudan en absoluto a
mantener dicha concentración. Se le hace difícil mover y mantener las cuatro clavijas y necesita
muchos intentos para encontrar la posición correcta de cada clavija. Con la punta del cuchillo dentro
de la cerradura trata continuamente de girar el cilindro cuando cree haber dado con la combinación
de posiciones correcta.
En un determinado momento tras muchos intentos fallidos, el cuchillo empieza a girar el cilindro.
Alejandra pierde la concentración en las clavijas pero el cuchillo puede seguir girando el
mecanismo. Finalmente, el “clac” típico anuncia la liberación del arco del candado. Edith ya había
desistido de echar a Alejandra y ante el sonido de la libertad recupera la atención. Alejandra gira el
arco y deja el cuchillo en el suelo sacando los eslabones. Se levanta y echa un vistazo a Pierre y los
demás. Edith se lleva las manos al cuello despacio creyendo ser capaz de poder liberarse de su
atadura. Cuando la cadena se desliza libre por su pescuezo no se lo puede creer y se queda sentada
llorando por una alegría ensombrecida.
–Nos vamos –dice Alejandra empuñando de nuevo la pistola.
Edith se levanta, está débil y torpe por el entumecimiento pero puede mantenerse de pie. Durante
todo el tiempo, Pierre ha estado intentando reanimar a sus colegas. En un momento de concentración
durante la liberación de Edith, Pierre ha encontrado una pequeña navaja de muelle en un bolsillo de
Armand y la ha escondido en su mano. Antes de empezar a salir, Alejandra coge las armas que ha
requisado antes y las tira por la ventana para asegurarse de que ninguno de los hombres pueda
alcanzarlas.
Edith no se atreve a pasar cerca de sus captores y Alejandra debe pasar delante para dar cuenta de
que siguen inconscientes, todos excepto Pierre. Alejandra se mantiene cerca de Pierre apuntándole
con la pistola para que no haga nada raro mientras Edith sale al pasillo.
–¿Vas a dejarnos así? –pregunta Pierre a Alejandra cuando ésta pasa a su lado.
–¿Quieres que te traiga una mantita? –bromea Alejandra mientras se da la vuelta para marcharse.
En un arrebato de agilidad improbable, Pierre saca la hoja de la navaja y la clava en la pierna
izquierda de Alejandra. Ella grita de dolor y cae hacia delante recibiendo una nueva puñalada en la
pierna. Edith se da la vuelta y coge a Alejandra del brazo para arrastrarla lejos del alcance de Pierre
antes de que le aseste un tercer navajazo. Mientras Edith la arrastra, Alejandra vacía el cargador de
la pistola sobre Pierre. Pocas balas impactan en el objetivo pero aquellas que lo logran liberan
grandes chorros de sangre sobre las paredes y el suelo.
Alejandra tira la pistola ya descargada y se lleva las manos a la pierna cuya sangre ya ha empapado
el pantalón. El dolor es intenso y la bloquea. Fugazmente recuerda haber leído en el libro de brujería
la posibilidad de curación y sanación, era algo que tenía que probar pero no se atrevía a auto herirse
para ello. No tiene nada que perder y, antes de que Edith coloque sobre las heridas un jirón de su
ropa para taponar, Alejandra se descubre la pierna y coloca sus manos sobre una de las heridas
concentrándose en cerrarla. Los tajos son pequeños pero profundos y tras un par de minutos de
concentración retira las manos para ver si hay progreso.
En comparación con el otro, el tamaño de la brecha se ha reducido aunque aún queda por cerrar.
Vuelve a imponer sus manos sobre la herida para terminar de cerrarla. Edith se ha apartado y asiste
perpleja al milagro que Alejandra está obrando. Cuando la primera herida está ya cerrada, Alejandra
pasa sus manos a la segunda herida y repite el proceso. La hoja de la navaja no sólo ha cortado vasos
sanguíneos sino que además ha seccionado músculos, por eso la recuperación es lenta y requiere
tiempo. Continuamente retira las manos de la herida para comprobar el estado y no se levanta hasta
que las heridas quedan completamente cerradas.
Al ponerse de pie el dolor apenas existe y la movilidad de la pierna es la correcta dando a entender
que el músculo está reparado. Edith observa confusa a Alejandra de pie como si no le hubiera
pasado nada y mirando de reojo la pierna que hasta hace nada sangraba y ahora no muestra más que
un par de pequeñas cicatrices difíciles de ver.
Alejandra pensaba marcharse de allí sin más pero después del dolor sufrido no quiere dejar las
cosas así. Lanza un Rayo de Hielo al suelo cerca de la puerta de entrada para bloquearla y dejarla
abierta. Impregna con su sangre el pasamanos y las paredes mientras baja por las escaleras seguida
por Edith, que no entiende lo que Alejandra está haciendo. Al llegar al portal, Alejandra sigue
dejando sangre suya por todos los sitios que puede y lanza otro Rayo de Hielo para bloquear la
puerta del portal. Ya en la calle termina de limpiarse las manos sobre el pantalón al tiempo que silba
alto y grita con Altavoz llamando a los zombis.
Dirige sus pasos hacia la furgoneta y Edith la sigue como su sombra. Con las llaves en la mano,
Alejandra abre la furgoneta y se gira a Edith.
–Yo me voy de aquí ¿Vienes conmigo? –pregunta Alejandra.
–Eh… pues… sí, supongo.
–Sólo si quieres ¿eh? No te obligo a nada.
–Sí. Me voy contigo.
–Genial. Entonces sube.
Ambas se suben a la furgoneta y el motor arranca. Alejandra espera a que los primeros zombis hagan
aparición para marcharse de allí asegurándose de que los apestados entran al portal. La dirección a
seguir ahora no importa, simplemente hay que alejarse de la ciudad.
El silencio reina en la furgoneta hasta que llegan a una carretera donde Alejandra se detiene. Se gira
hacia Edith y, antes de que pueda articular una sola palabra, Edith se echa sobre ella para darle un
efusivo abrazo. Ella aprieta con fuerza hundiendo su cara sobre el hombro de Alejandra, quien no se
lo esperaba. Ella responde al abrazo para reconfortarla pasando su mano sobre la cabeza de Edith.
Para cuando Edith empieza a aflojar y volver a su sitio, una mancha de humedad ya se ha extendido
sobre el hombro de Alejandra. Edith vuelve a su asiento secándose la cara pero con una expresión
más tranquila.
–¿Estás bien? –pregunta Alejandra.
–Sí… es sólo que… –responde Edith.
–No pasa nada. Lo entiendo.
Una muy corta sonrisa de agradecimiento asoma en el rostro de Edith.
–¿Puedo hacer algo por ti? –pregunta Alejandra.
–No. Ya has hecho más que de sobra sacándome de allí y aún no te lo he agradecido.
–Bueno, al final no ha sido para tanto –responde Alejandra quitándole importancia.
–¿Cómo que no? ¡Si hasta te han herido!
Alejandra ya se había olvidado de eso. No sólo de las heridas sino también de la rápida
cicatrización, de los Rayos de Hielo, del Relámpago… Una demostración bastante completa de sus
habilidades. Con cierta incapacidad para mirar a Edith tras darse cuenta de ello trata de dar una
respuesta.
–Eso… bueno… es… eh… es una larga historia.
–Entiendo –responde Edith llevando su mano a la puerta de la furgoneta–. Supongo que éste es un
buen sitio para bajarme. Me… imagino que querrás seguir tu camino.
–¡No! –se apresura a responder Alejandra– En realidad, me preguntaba… me preguntaba si querrías
acompañarme.
Edith retira su mano de la puerta. Aunque su gesto no cambie mucho puede verse un enorme alivio a
través de sus ojos claros e instantáneamente tiene una respuesta para Alejandra.
–¡Pues claro que quiero! –responde con alegría.
–¿De verdad? –pregunta Alejandra emocionada por la respuesta recibida.
–¿Cómo no iba a querer? Me has sacado del infierno y eres la única amiga que me queda.
Alejandra no encuentra palabras para expresarse pero la alegría que refleja su rostro es más que
suficiente para transmitir su emoción a Edith. Un nuevo abrazo, esta vez mutuo, alivia las almas de
las dos nuevas amigas. Ambas derraman unas pocas lágrimas de alegría absoluta sabiendo cada una
de ellas que ya no está sola. Después del abrazo recíproco llega el momento de organizarse.
–Bueno… –dice Edith– ¿Y a dónde viajabas?
–Pues… ¡no lo sé! jajaja. La verdad es que viajaba buscando un buen lugar donde quedarme y
empezar.
–¡Suena interesante!
–Jeje… no te creas, es bastante aburrido. Hay zombis por todos los sitios, créeme.
–Da igual, seguiremos buscando las dos.
Alejandra reanuda la marcha, quedan muy pocas horas de día pero prefiere alejarse de Rennes lo
más posible. Conduce sin saber hacia dónde se mueven, en consecuencia ha perdido su ruta hacia la
costa y se dirigen ahora al este. El sol empieza a ocultarse cuando llegan a las proximidades de Le
Mans.
Durante el viaje se han ido conociendo. Edith era natural de Rennes y todavía estudiaba ya que sólo
cuenta con dieciséis años de vida aunque aparenta alguno más. Según cuenta, se refugió en casa
durante varios días y salió de allí cuando el hambre empezaba a ser un problema. En la calle se
encontró con Serge y éste se mostró muy amistoso. Una vez llegó al piso donde Alejandra la
encontró, la forzaron a quedarse. En aquel momento Pierre aún no estaba pero los demás sí. Aunque
Edith se haya explayado contando sus historias, Alejandra cree que todavía se calla algunas cosas a
juzgar por algunos gestos de Edith a la hora de relatar.
Con el campamento establecido a las afueras, Alejandra explica a Edith algunos rudimentos sobre la
vida en la furgoneta, sólo lo concerniente a cenar y dormir ya que apenas quedan unos pocos rayos de
sol. Mientras cenan y después es Alejandra quien cuenta su historia hasta el momento actual. En esta
ocasión no omite ningún detalle: su padre Juan Martín, la vida en Barcelona, sus descubrimientos
sobre el poder, los sucesos de Madrid, la charla con Víctor, los problemas de la soledad… no quiere
tener secretos con Edith. Cada anécdota resulta especialmente interesante para Edith, que no pierde
detalle. A pesar de ello tiene una gran curiosidad por las habilidades de Alejandra.
–Pero… ¿de dónde han salido? ¿Por qué? –pregunta Edith.
–No lo sé –responde Alejandra–. No tengo ni idea, sólo sé que puedo hacerlo.
–¿Y qué cosas puedes hacer?
–Aparte de las que ya has visto, en el ordenador hay una lista.
Alejandra coge el ordenador y lo enciende para enseñarle a Edith la lista. Entre tanto, sigue
explicando sus experiencias.
–De hecho –continúa Alejandra– aún sigo descubriendo habilidades nuevas.
–¿En serio?
–Sí. Por ejemplo, lo de cerrar heridas lo he descubierto hoy ¡Y también he descubierto que puedo
hablar francés! Para mí también es increíble, jeje.
–¿Me estás diciendo que no sabías hablar francés hasta hoy? ¡Si me estás hablando en francés ahora
mismo!
–Jaja. Raro ¿verdad? Es algo que tengo que estudiar más a fondo. Ah, mira, ésta es la lista.
Alejandra pasa el portátil a Edith, que trata de entender lo que está escrito; pero como Alejandra lo
escribió en español y Edith no entiende dicho idioma, enseguida le devuelve el ordenador.
–Ya que estoy con el ordenador aquí –dice Alejandra– creo que actualizaré la lista. Dame un par de
minutos.
–Sí claro, lo que haga falta.
Alejandra aprovecha a coger también el libro de brujería yendo enseguida a donde encontró
Multilenguaje para saber cómo funciona exactamente. De lo que va leyendo saca sus propias
conclusiones plasmándolas en la lista definitiva.
Multilenguaje: puedo comunicarme en cualquier idioma siempre que haya cerca alguien que lo
entienda. Parece una variación/aplicación de Telepatía en la que comparto el conocimiento de un
idioma con la persona con la que hablo.
De ahí salta rápido a la parte de curación y demás donde lo que el libro explica es de gran ayuda
confiando en que sea cierto lo que dice. Según está escrito en el libro no sólo pueden repararse vasos
sanguíneos y heridas abiertas sino que también se puede reparar cualquier tipo de materia orgánica
del cuerpo: tejidos, órganos, huesos, músculos, tendones, nervios y articulaciones. Tanto roturas
como congelaciones o quemaduras pero no envenenamientos. Incluso es posible actuar como
intermediario en una transfusión sanguínea. Demasiada fantasía veo yo aquí, piensa Alejandra. Al
menos la parte de reparación de vasos sanguíneos, tejidos y músculos sabe que es cierta porque ya ha
sido comprobada.
Reparación: posibilidad de regeneración de piel, venas/arterias y músculos de forma acelerada.
Hay más posibilidades a comprobar.
Con la lista actualizada guarda los cambios y cierra el ordenador. Edith no ha dejado de observarla
mientras escribía en el ordenador.
–Alexandra… ¿En serio que esa gente de Barcelona se asustó y te echaron? –pregunta Edith en
cuanto Alejandra le presta atención.
–Sí. Tal cual.
–¡Qué imbéciles! ¡Si tú eres un sol!
–Jaja ¡gracias! Pero creo que Pierre no pensaba lo mismo que tú.
–¡Que se joda! Se lo merecía.
–Je… Bueno, creo que va siendo hora de dormir ¿no te parece?
–Como tú digas. Eh… ¿Puedo pedirte un favor? –dice Edith bajando el tono.
–Claro, tú dirás.
–¿Puedo… dormir contigo? –pregunta la chica mostrando cierta vergüenza en su cara.
–Pues… sí, claro… ¿por qué no? –responde Alejandra algo descolocada por la pregunta.
–Es que… –trata de explicarse Edith– No quiero estar sola por la noche…
Ahora Alejandra entiende el motivo. Cree que Edith no quiere sentirse sola en los momentos en los
que la guardia está baja. Sabe que en la litera hay sitio de sobra y no le importa compartirla en
absoluto, sobre todo si Edith siente esa necesidad.
–Sin problema, Edith. Pero si te despiertas por la noche y no me ves, no te preocupes. Estaré aquí
abajo. Yo es que duermo poco, no llego a dormir más de cuatro horas.
–Vale. Muchas gracias. Pensaba que te lo podrías haber tomado a mal –responde Edith aliviada.
Alejandra se cambia de ropa para subir a la litera. Edith no tiene nada para cambiarse. La ropa con
la que ha venido está en muy mal estado y muy sucia, seguramente de muchos días sin lavar. La ropa
de más que lleva Alejandra no le vale, no es de su talla. Edith es más alta que Alejandra y, aunque
también es delgada, las cosas de Alejandra se le quedan pequeñas.
Se suben ambas a la litera. El espacio es reducido pero suficiente para dos. Se dan las buenas noches
y Alejandra apaga la pequeña linterna de mano. Se da media vuelta para quedarse sobre su costado
mirando hacia la pared. Se preocupa de arrimarse bien al extremo para dejar a Edith espacio
suficiente.
Alejandra está buscando el sueño cuando de repente la mano de Edith pasa sobre su hombro y coge
la suya al tiempo que suelta suavemente el aire inspirado. Parece que reconforta a la chica. Alejandra
responde cogiendo la mano de Edith, y así se queda hasta dormirse.
15. NUEVA VIDA PARA EDITH

Alejandra ya no se despierta durante la noche. Duerme algo más incómoda por la falta de espacio
pero el descanso es continuo y reparador. En el momento del despertar la mano de Edith ya se ha
retirado. Alejandra se bajaría abajo pero no quiere dejar sola a Edith que duerme tranquilamente, sin
embargo sabe que aún falta un buen rato hasta el amanecer y va a aburrirse.
Aprovecha para pensar y organizar. Ahora son dos en la furgoneta y Edith ha llegado con las manos
vacías. No es una molestia pero hay que buscar cosas para ella. Lo primero que se le pasa por la
cabeza a Alejandra es un baño. Quién sabe cuánto tiempo estuvo Edith atada y sin poder lavarse.
Pobrecilla…, piensa Alejandra imaginando su pasado. El siguiente tema a abordar es evidente: ropa.
La que traía Edith estaba hecha una porquería: rota y sucia. Dado que no pueden compartirla habrá
que ir a buscar prendas para ella. Alejandra tal vez aproveche la ocasión también. Poco más hace
falta, si acaso reaprovisionarse de todo lo habitual: agua, comida y combustible.
El tiempo pasa y no hay nada más en lo que pensar. Alejandra decide bajarse para pasar el rato
leyendo. Sale con cuidado para no despertar a Edith y una vez abajo retoma su lectura. Pasado el
rato, nota cómo la furgoneta se agita debido al movimiento de Edith. Los meneos se vuelven cada vez
más intensos, parece que está teniendo pesadillas. Alejandra decide despertarla antes de que se haga
daño o rompa algo y se asoma por el hueco. Busca uno de los pies de Edith bajo la manta para
agitarlo y despertarla. Edith se despierta ya sobresaltada y del miedo sentido durante el sueño se
incorpora. Todavía no está acostumbrada a la furgoneta y se da un soberbio golpe en la cabeza con el
techo de la litera que enseguida la devuelve al colchón.
Edith se lamenta en bajo por el porrazo llevándose las manos al lugar del impacto. El momento ha
sido gracioso pero Alejandra no puede reírse.
–¿Estás bien? –pregunta Alejandra.
–Pero qué… –se pregunta Edith confusa.
–Acabas de darte un golpe con el techo –responde Alejandra–. Tenías una pesadilla y te he
despertado porque te agitabas demasiado.
–¿En serio? –pregunta Edith aturdida por el golpe sin abrir apenas los ojos.
–Sí, pero puedes volver a dormir si quieres. Todavía es de noche.
–¿Tú no vienes?
–No, yo ya no duermo más por hoy, ya sabes.
–Mh… vale…
Dicho esto, Edith se da media vuelta y vuelve a dormirse. Alejandra vuelve a los sillones de la
furgoneta para seguir leyendo. Sabiendo ahora que no ha pasado nada grave se ríe por lo bajo de lo
gracioso del incidente.
Empieza a amanecer y Alejandra siente hambre. Se prepara un desayuno aunque Edith todavía sigue
durmiendo. Después del tentempié observa el mapa. Comprueba que efectivamente Le Mans no está
cerca de la costa norte, que es por donde quería moverse pero ya está cerca de París, a poco más de
ciento cincuenta kilómetros.
El sol sigue subiendo tras las nubes y Alejandra decide despertar a Edith porque ya va siendo hora
de moverse. Desde que la despertara en mitad de la noche no ha vuelto a tener pesadillas, al menos
no tan intensas y se despierta en calma dando vueltas bajo la manta por la pereza. Alejandra insiste
continuamente mientras prepara algo de comer para Edith. Ella tarda un rato en bajarse. Lo hace
envuelta en la manta alegando que siente frío si sale de ella, algo normal dado que apenas lleva ropa
encima.
Mientras Edith desayuna Alejandra le va contando el plan del día que básicamente consiste en
proveerse. Edith está de acuerdo, incluso está contenta. Comprar ropa es algo que ya le gustaba y
ahora que se puede coger todo lo que se quiera cree que se lo va a pasar en grande. Así pues con
todo recogido se acercan a Le Mans. Lo ideal sería bañarse primero y después proveerse pero Edith
no tiene nada limpio que ponerse para después de lavarse por lo que deben cambiar ligeramente el
orden de las cosas. En realidad tampoco tiene ropa de baño y lógicamente no va a bañarse desnuda.
A las afueras de la ciudad, cerca de un polígono industrial, hay un centro comercial. A Alejandra no
le hace mucha gracia entrar allí porque supone que va a estar infestado de zombis, sobre todo viendo
la cantidad de vehículos que hay aparcados en el exterior; pero Edith insiste en que allí podrán
encontrar lo que necesitan. Con más temor que convencimiento Alejandra accede. El aparcamiento
está bastante lleno de coches, sin embargo pocos zombis deambulan por el lugar aunque no es difícil
imaginar dónde pueden estar los demás. Antes de bajarse de la furgoneta, Alejandra coge la pistola y
se la entrega a Edith.
–Llévala tú, a mí no me hace falta –dice Alejandra.
–¿Crees que tendré que utilizarla? –pregunta Edith recogiendo el arma.
–No lo sé. Es probable, así que por seguridad, llévala. Por cierto ¿sabes usarla?
–Pues… –titubea Edith.
Por el gesto que presenta Edith, Alejandra entiende que su amiga no ha utilizado un arma en su vida.
En consecuencia guarda la pistola de nuevo. Podría explicarle el funcionamiento pero podría ser muy
arriesgado aventurarse a matar zombis con tan poca experiencia con las armas.
–Bueno –sigue Alejandra tras guardar la pistola–, procura mantenerte cerca de mí ¿vale?
–¡Dalo por hecho!
La respuesta de Edith, a pesar de ser entusiasta, deja entrever cierto miedo a la situación que se les
puede presentar. Se bajan finalmente de la furgoneta y Alejandra la cierra. Edith lleva la mochila y se
mantiene pegada a Alejandra tal como le pidió; y observa todo alrededor para avisar si algún zombi
se acerca. Alejandra, por su parte, hace lo mismo avanzando despacio y en silencio entre los coches
para no llamar la atención. Pueden verse y oírse a varios apestados dispersos por el aparcamiento
vagando sin rumbo dado que no se han percatado de la visita. El sigilo es primordial, un único
sonido más alto de lo conveniente y todos los zombis se les echarán encima.
Serpentean entre los coches aparcados y estrellados cuidándose mucho de no dejarse ver. Están ya
cerca de las puertas de entrada y hay un espacio vacío en medio donde se les puede ver fácilmente.
Las puertas son automáticas pero están abiertas. Puede verse a través de las cristaleras que dentro
hay más zombis errantes.
Alejandra empieza a pensar qué hacer mientras se mantiene agachada. Si tiene que defenderse usará
Relámpago porque es eficaz, poco ruidoso y no entraña tanto riesgo como la Bola de Fuego. Sin
embargo sigue sin hacerle ninguna gracia entrar al edificio, no tiene ni idea de cuántos enemigos
puede haber dentro. Tal vez se vea desbordada cuando ya es demasiado tarde y no haya vuelta atrás.
Pero por el momento debe preocuparse en llegar hasta las puertas sin que se les vea. No hay mucho
donde elegir, si estuviera sola se apañaría perfectamente con Invisibilidad pero debe contar también
con Edith, que muestra cierto nerviosismo. Finalmente opta por lo instintivo: correr.
Transmite el plan a Edith, que pregunta asustada si no se le ocurre nada mejor. Alejandra se asoma
por encima de los coches buscando el momento idóneo para echar a correr. A la señal, ambas salen
corriendo hacia la entrada y pasan el umbral. Sabiendo que todavía las pueden ver desde fuera a
través de los cristales, Alejandra sigue corriendo con Edith pisándole los talones hacia delante,
donde hay algunos zombis que ya las han visto.
Alejandra lanza la primera descarga y con ella alcanza a cuatro infectados bastante próximos entre
ellos pero todavía quedan dos más que estaban más alejados del primer grupo. Alejandra espera a
que se acerquen para tener que utilizar Relámpago sólo una vez y no dos. A lo lejos hay más y
también se han dado cuenta y echan a correr hacia las dos forasteras.
–¡Busca una tienda! –ordena Alejandra a Edith– Yo voy detrás de ti y te cubro.
Edith se adelanta observando los escaparates esperando encontrar una tienda de ropa deportiva, que
es lo que necesita ahora. Instintivamente ha salido en otra dirección distinta a la de los zombis que se
acercan pero enseguida se encuentra de frente con más, un grupo numeroso. Un nuevo Relámpago
aparece. Pasa cerca de Edith e impacta sobre el grupo de zombis. Ninguno queda de pie pero a Edith
ahora le zumban los oídos por la electricidad. Se queda quieta por el susto hasta que Alejandra la
empuja para que siga buscando. Alejandra está concentrada en observar hacia delante y hacia atrás
ya que los zombis que las persiguen empiezan a ser numerosos.
–¡Allí! –grita Edith que acaba de encontrar un establecimiento dedicado al deporte.
Enseguida entra en la tienda y Alejandra va detrás comprobando de un vistazo rápido que el local es
seguro. Rápidamente se da la vuelta para ver cómo los zombis que las persiguen son ya legión. Es
una turba enfurecida con un objetivo claro y Alejandra no se ve capaz de reducirlos a todos con un
par de Relámpagos. Edith está rebuscando por la tienda y puede llevarle unos minutos encontrar lo
que quiere. Demasiado tiempo.
Alejandra retrocede unos pasos entrando en la tienda sin dejar de ver el inminente ataque. Sólo se le
ocurre una solución provisional y es bloquear la entrada. Para ello extiende su brazo con la mano
abierta moviéndola de abajo a arriba para crear frente a la puerta un Muro de Hielo. Por suerte la
generación de muros es rápida y la helada pared se completa antes de que los primeros zombis
lleguen a la entrada.
Alejandra sabe que el suelo soportará bien el peso del muro. En su día hizo cálculos al respecto
contando con las medidas del muro y un dato aproximado de la densidad del hielo. El muro tiene un
peso superior a las veinte toneladas pero éste se distribuye en una superficie amplia. De todas
maneras este muro es visiblemente menor que los que consiguió anteriormente. Es imposible que los
zombis lo vuelquen pero cabe la posibilidad de apartarlo cuando empiece a derretirse y el agua
reduzca la fricción entre el hielo y el suelo. El muro está bien colocado: su anchura excede a la de la
puerta y no es posible el paso entre el muro y el escaparate.
La situación parece estar bajo control por el momento. Ahora que puede, Alejandra se centra en
Edith preguntándole si ya ha cogido algo. Ella niega con la cabeza mientras sigue registrando las
estanterías y los colgadores. De vez en cuando Alejandra devuelve la vista al muro para asegurarse
de que se mantiene firme a pesar de la insistencia de los zombis en destruirlo. Ella también se pone a
buscar para ganar tiempo. Edith enseguida da una voz cuando encuentra bañadores.
–¿Cuál te gusta más de estos dos? –pregunta Edith sosteniendo dos bikinis distintos.
–¡Qué más da! –responde Alejandra por el superfluo dilema– ¡No vas a hacer un desfile!
Por no elegir, Edith introduce ambos en la mochila. Ahora cambia de expositor para buscarse ropa
de calle, Alejandra va con ella. Cogen un chándal y un par de camisetas para Edith asegurándose a
simple vista de que son de su talla. También añaden zapatillas. Tras guardar todo en la mochila,
Edith se la echa a la espalda.
–Bueno ¿y ahora qué? –pregunta Edith al juntarse con Alejandra.
–El muro aguantará un rato más –contesta Alejandra acercándose al muro–. Está empezando a
derretirse pero aún queda mucho hielo aquí.
–¿Tenemos que esperar a que se deshaga? Esos zombis se nos van a echar encima.
–No, busquemos otra salida. Vamos a la trastienda.
Alejandra va delante y abre la puerta que da a la segunda sala. Afuera había luz suficiente pero
dentro no hay nada por donde pueda entrar luz y la oscuridad es absoluta. Alejandra coge un
bolígrafo de la caja registradora y coloca Foco en él para lanzarlo dentro de la trastienda. Cierra la
puerta por si hay algún zombi dentro, algo poco probable ya que no ha salido ninguno después del
ruido que han estado haciendo fuera, pero tampoco es algo imposible. Dado que no hay ningún ruido
sospechoso en la trastienda ambas chicas pasan adentro. Alejandra recoge el bolígrafo para ir
iluminando allí por donde vaya. El resultado del entrenamiento es más que evidente y el alcance de
Foco ya es considerable. Pronto encuentran una segunda puerta.
–Supongo que dará a galerías y pasillos internos -dice Alejandra–. Ten cuidado. Puede haber más
zombis.
Edith se coloca detrás de Alejandra agarrándose a sus hombros. Alejandra avanza con el bolígrafo en
lo alto iluminando el pasillo. La galería es igual de oscura y se extiende a derecha e izquierda. Como
no saben hacia dónde tienen que ir eligen un camino al azar. Alejandra estaba en lo cierto,
efectivamente es un pasillo por el que entraba la mercancía a las tiendas y en consecuencia tienen
acceso a todos los establecimientos que hay a ese lado.
El ambiente está en silencio, lo que indica la no presencia de zombis pero ninguna de las dos está
tranquila. Alejandra cree que por algún sitio tiene que estar el muelle de descarga de los camiones.
Si llegan hasta allí podrán volver a la furgoneta sin tener que cruzarse con la muchedumbre que
posiblemente siga golpeando el Muro de Hielo. En el exterior también había zombis pero cree
recordar que eran menos.
El pasillo termina quedando sólo un montacargas y escaleras hacia abajo. La presencia del
montacargas alienta a Alejandra a pensar que están en el buen camino. Bajan por las escaleras y tras
pasar una puerta encuentran los muelles de carga, cuyas persianas están bajadas. Sigue sin haber
rastro de zombis pero los nervios se mantienen a flor de piel.
Las persianas no están aseguradas y pueden abrirse manualmente. Es Edith quien hace el esfuerzo
mientras Alejandra sostiene la luz y se prepara por si al otro lado hay zombis. En cuanto la persiana
asciende, la luz entra en la sala y Edith retrocede unos pasos. Por suerte no hay ninguna amenaza
porque el recinto, a pesar de ser al aire libre, está vacío y vallado.
Sin embargo es una zona distinta a la de aparcamiento y ninguna de las dos ha sabido orientarse, en
consecuencia no saben dónde está la furgoneta. Alejandra encuentra pronto un plan y da instrucciones
a Edith.
–Ahora cerraremos esa persiana. Tú esperas aquí mientras yo voy a buscar la furgoneta. Como puedo
hacerme invisible me puedo mover con facilidad sin que me vean.
–¿Vas a dejarme sola? –pregunta Edith asustada– ¡¿Y si vienen los zombis?!
–Espero que no aparezcan –responde Alejandra no muy convencida–. Por si acaso, súbete a ese
contenedor de camión. Ellos no te alcanzarán.
–¿En serio no puedo ir contigo? –insiste Edith.
–Es que creo que es más seguro así.
–No tardes, por favor.
Edith se resigna a obedecer. Cierran la persiana bajo la cual han pasado y Alejandra ayuda a Edith a
trepar a lo alto del contenedor. Alejandra se lleva la mochila consigo y se dispone a saltar la valla.
Se le hace un poco difícil y, medio avergonzada por su torpeza después de varios intentos fallidos,
pasa al otro lado con Vuelo. Ya al otro lado se marcha para observar e intentar ubicarse. El muelle
está en el lado opuesto al parking del centro comercial.
En cuanto Alejandra ve al primer zombi activa su Invisibilidad para no correr riesgos. Los zombis de
la calle siguen dispersos, de hecho ha salido alguno más desde el interior del centro comercial. Si
Alejandra se monta en la furgoneta y arranca, los zombis lo oirán e irán tras ella por lo que una vez
más debe buscar un reclamo que distraiga su atención mientras ella se aleja.
Llega hasta la furgoneta, deja dentro la mochila y recoge la pistola. Confía en que la idea que acaba
de ocurrírsele funcione. Manteniéndose invisible se mueve entre los coches alejándose lo más que
puede de su Volkswagen. Estando ya lo bastante lejos pero todavía dentro del parking dispara contra
la ventanilla de uno de los coches aparcados. El sonido del disparo oculta el de los cristales rotos
pero no a la alarma del coche, que empieza a pitar mientras se encienden los intermitentes del
vehículo. Viendo que funciona, Alejandra se va corriendo de vuelta a la furgoneta mientras los
zombis corren como posesos al señuelo. Deshace la Invisibilidad y se monta para marcharse a
recoger a Edith.
Llega hasta los muelles de carga a tiempo. Los zombis no han hecho aparición y Edith se alegra
enormemente, a pesar de temblar como un flan, de volver a ver a Alejandra. Se baja del contenedor
mientras Alejandra espera en la furgoneta. La francesa se encuentra con el mismo problema que
Alejandra para saltar la valla por lo que Alejandra se baja y pasa con Vuelo al otro lado para ayudar
a Edith. En cuanto ambas dos están en el lado exterior, se montan y se marchan de allí.
Edith respira tranquila por fin mientras se marchan del centro comercial en busca de un río o lago.
Confiesa haber pasado miedo, pidiéndole a Alejandra que no vuelva a alejarse tanto. Alejandra se
ríe educadamente para no molestar a Edith pero cree que ella debe acostumbrarse al peligro.
Se mueven por las afueras de la ciudad para evitar encuentros y poder detenerse. Les lleva un buen
rato pero finalmente llegan hasta el río La Sarthe. Tras encontrar un acceso que les lleva hasta el
cauce y librarse de los pocos zombis que merodeaban por el lugar, Edith se prepara para el baño. Se
cambia de ropa mientras Alejandra espera fuera observando el sitio. Se encuentran en una amplia
zona verde a las orillas del río, un lugar bastante tranquilo muy del gusto de Alejandra.
Edith hace aparición envuelta en la toalla de Alejandra y llevando los botes de jabón en la mano.
Alejandra la acompaña hasta la orilla donde la adolescente deja todo en el suelo. Le basta meter un
pie en la leve corriente para echarse atrás debido a lo frío del agua. Alejandra insiste en que se tire
de golpe pero Edith se niega alegando que no hace tanta falta bañarse. Después de unos minutos de
tira y afloja, en un momento de descuido, Alejandra empuja con fuerza a Edith, que cae como un saco
al agua.
–¡Asquerosa hija de…! –grita Edith en cuanto emerge.
Alejandra no sabe si Edith ha dejado la frase a medias por respeto o por el frío pero entre carcajadas
recomienda a Edith que se mueva para generar calor. En venganza, Edith trata en vano de salpicar a
Alejandra desde el agua y enseguida empieza a nadar para no perder temperatura. Tras varios metros
de natación, Alejandra lanza el bote de champú a Edith.
Mientras una se enjabona la otra se da pequeños paseos para hacer tiempo. Cuando Edith da por
concluido el baño, Alejandra la espera en la orilla con la toalla extendida para que se envuelva con
ella. En cuanto Edith llega hasta su compañera, libera el agua que maliciosamente se había guardado
en la boca para intentar devolver la jugarreta. Alejandra está ágil pero le es imposible evitar una
parte del chorro. Liberado el líquido, Edith se envuelve rápida en la toalla y ambas vuelven entre
risas a la furgoneta. Alejandra vuelve a esperar fuera mientras Edith se seca y se viste.
Para cuando sale, Alejandra ya ha decidido que se quedarán allí a comer. Edith se va secando el pelo
como puede mientras Alejandra empieza a preparar el almuerzo.
–Tenías que haberte metido al río conmigo –dice Edith–. Habría podido ahogarte un poco bajo el
agua jeje.
–Jaja ¿Todavía con eso? –pregunta Alejandra– En cualquier caso te habrías aburrido de tenerme
sumergida. Puedo respirar bajo el agua.
–¿Qué? ¿Que puedes respirar bajo el agua?
Alejandra asiente sonriendo.
–Joder… –sigue Edith– ¡Si además puedes volar! ¡No me acordaba!
–Sí, eso también, aunque no es gran cosa.
–¿Cómo que no? El rayo eléctrico, el que hace hielo, ser invisible, el muro de hielo, volar… ¡Si
puedes hacer lo que quieras! No sé para qué necesitas una pistola.
–Pues ya ves, la necesito porque hay algo que no te he contado.
–¿Y qué es? –pregunta Edith con curiosidad.
–La magia no está siempre –dice Alejandra más seria–. Cada tanto desaparece y luego vuelve. El
tiempo en que no está no puedo hacer nada especial y no tengo nada para defenderme.
–Vaya… pues sí que la necesitas entonces.
–Así es, pero todavía tengo que practicar ¡Tengo muy mala puntería!
–Tranquila… seguro que yo disparo peor ¿Y ya sabes cuándo tienes magia y cuándo no?
–Sí, llevo un control de los días y el patrón se repite.
–Bueno… si luego vuelve… Por cierto, el tiempo de no magia no me entenderás al hablar ¿o sí?
–¡Vaya! –exclama Alejandra sorprendida– Pues no había caído en la cuenta. Pero me temo que no,
que ese tiempo no tendré ni idea de lo que me digas.
–Pues es un problema porque yo no sé nada de español
–Ni yo de francés ¿El inglés como lo llevas?
–Bueno… ahí está… –responde Edith desviando la mirada.
–¡Pues no nos queda otra! O con inglés o por señas, y eso último no se me da nada bien.
–No te apures, Alex, ya nos entenderemos de algún modo.
Durante la comida Alejandra explica a Edith que todavía les queda por recoger muchas cosas. A
Edith no le gusta la idea de repetir la experiencia del centro comercial pero Alejandra insiste en la
necesidad. Hoy ha acabado lo que quedaba de la comida que le dio Víctor y queda poco almacenado,
lo mismo que el agua y el gasoil. Además hay que buscarle más ropa a Edith.
Después de comer vacían la furgoneta para ver qué tienen y qué necesitan. Alejandra se deshace de
algo de ropa que guardó anteriormente ya que no la ha utilizado y posiblemente no la vaya a utilizar.
Una lista sobre papel refleja las necesidades a cubrir.
Con todo apuntado y los bártulos guardados de nuevo en su sitio, deshacen el camino hecho por la
mañana para volver al mismo centro comercial. Según Alejandra es el único que conocen
mínimamente y en el que posiblemente hay menos zombis debido a los ya eliminados previamente.
Llegan al aparcamiento de antes y el coche sobre el que Alejandra disparó ya ha dejado de pitar. En
consecuencia los zombis se han dispersado de nuevo y han aumentado en número. Alejandra confía
en que se deba a que todos o casi todos los zombis que estaban en el interior hayan salido atraídos
por la alarma. Sin duda facilitaría mucho las cosas. Utilizar un coche como cebo para los zombis es
una buena idea y Alejandra quiere explotarla.
Dejando a Edith a salvo en el interior de la furgoneta, Alejandra se baja y va hacia un grupo de
coches aparcados. Varios zombis la han visto y salen tras ella. Un disparo activa la alarma del coche
que ha elegido como objetivo. Con la alarma ya sonando, Alejandra se vuelve invisible para no
distraer a los zombis y preparar un ataque. Se espera un rato hasta que todos los zombis han llegado
hasta el coche-trampa.
Es entonces cuando lanza un Relámpago sobre la multitud confiando en que con un único Relámpago
sea suficiente. Efectivamente ningún apestado queda en pie aunque algunos siguen moviéndose por la
electricidad mientras están tendidos en el suelo. Por no correr riesgos, Alejandra lanza un segundo
Relámpago para rematar a los que quedan coleando con la alarma del coche como música de fondo.
Ahora el parking está vacío y Alejandra vuelve tranquila a la furgoneta donde Edith la espera
aplaudiendo alegremente por la actuación. Insiste en entrar ya pero Alejandra es más cautelosa y
experta y cree que puede seguir habiendo zombis dentro del edificio. Por esa razón mueve la
furgoneta hasta casi la misma entrada mientras pide silencio a Edith.
Asomándose tímidamente por el cristal de la ventanilla, Alejandra genera un Holograma suyo tras las
cristaleras de la entrada acompañado de un sonido llamativo. Cuando aparece la imagen, Edith
necesita tocar a Alejandra para saber cuál de las dos es la real.
Poco tiempo hace falta para que empiecen a aparecer los primeros zombis. El señuelo se mantiene
varios segundos para seguir atrayendo a más. Efectivamente todavía quedaban muchos zombis dentro
y cuando ya son multitud alrededor del fantasma, Alejandra lo hace desaparecer.
Acto seguido baja la ventanilla y lanza un silbido. Todos los zombis se giran en la misma dirección y
Alejandra empieza a acelerar poco a poco. Lo que pretende es alejarlos a todos juntos del edificio
para poder eliminarlos. Mantiene una velocidad reducida para que puedan seguirla y es a la entrada
del aparcamiento, en el lado opuesto a dicha superficie, cuando Alejandra acelera más para alejarse
de sus perseguidores y ganar tiempo.
Detiene la furgoneta y se baja de ella al tiempo que empieza a preparar una Bola de Fuego. Durante
sus entrenamientos ha aprendido que no necesita ambas manos para generar la bola. Edith observa
asombrada el tamaño de la esfera, que ya llega a medir casi treinta centímetros de diámetro.
Alejandra lanza la Bola de Fuego hacia el centro del grupo que corre hacia ella y hace blanco.
La bola estalla violentamente y sus llamas se expanden sobre los zombis prendiendo a casi todos.
Los que están más cerca del punto de impacto se carbonizan en cuestión de muy pocos segundos. A su
alrededor la gran mayoría arde y los que no empiezan a arder al estallar la bola lo hacen al acercarse
a sus compañeros en llamas. A pesar de que el fuego los consume los zombis siguen avanzando y
Alejandra debe subirse a la furgoneta de nuevo para alejarse más. Por el retrovisor comprueba que
todos van cayendo.
La furgoneta se queda aparcada cerca de las puertas de entrada. Alejandra va delante y Edith la sigue
con la mochila a su espalda. Ya no quedan casi apestados y devolverlos al descanso eterno es fácil.
De hecho Alejandra no necesita lanzar Relámpagos potentes para rematarlos.
Enseguida empieza a notarse el entusiasmo en Edith, quien a cada momento se aleja más de
Alejandra sin saber a qué tienda entrar primero. Para cuando entra en una, Alejandra casi la ha
perdido de vista. Incluso pasa un momento de apuro cuando entra en la tienda y no ve a Edith por
ninguna parte hasta que aparece corriendo por detrás de unos expositores con innumerables perchas
con ropa en las manos.
–¡¿Pero a dónde vas con todo eso?! –pregunta Alejandra todavía exaltada por el apuro anterior.
–¡A probármelo, por supuesto! –contesta Edith emocionada con tanta ropa para elegir.
Y antes de que Alejandra pueda salir de su asombro para volver a preguntar, Edith ya ha
desaparecido dentro de un probador. Cuando sale, lo hace llevando un vestido marrón de punto con
manga larga, muy otoñal.
–¿Qué te parece? –pregunta Edith girándose frente al espejo.
–Muy bonito, y te sienta muy bien –responde Alejandra–. Y además me parece muy innecesario.
–¿Innecesario? –pregunta Edith mientras sigue observándose sin entender aparentemente lo que
Alejandra quiere decirle.
–Sí –responde Alejandra seria–. No sé para qué quieres eso.
–¡Venga! No me digas que a ti no te gustan estas cosas.
–Claro que me gustan pero ¿tú crees que… ¡Oye!
Alejandra está hablando sola. Edith ha vuelto a desaparecer pero no en los probadores sino buscando
más ropa. Aparece de nuevo por detrás de Alejandra con unas pocas prendas en la mano y se las
entrega.
–Para ti –dice Edith pasando las perchas a Alejandra–. Vamos, pruébatelo todo, que tienes un
armario más aburrido que un telediario.
Alejandra echa un vistazo escéptico a lo que Edith le ha dado y de entre todas, saca una percha en
particular.
–No pienso ponerme esto –dice Alejandra con gesto adusto sosteniendo la percha en la que cuelga un
vestido de encaje muy corto y negro con mucha transparencia.
–Jajaja ¡Seguro que te queda de miedo! –ríe Edith– Con ese pelo negro que tienes y la piel
blanquita… –insinúa elevando sus cejas para convencer– ¡Si parece que está hecho especialmente
para ti!
–¡¿Pero tú crees que yo voy a estar defendiéndome de los zombis con este vestido?!
–Vaya… es verdad –recapacita Edith–. ¡Te quedaría mucho mejor la lycra!
Alejandra agacha la cabeza abatida por la respuesta. Y la siguiente sugerencia de Edith no la ayuda a
recomponerse.
–¡O cuero también! Sí, sí… algo así ceñido, apretado… En negro mejor.
Alejandra alza la vista únicamente para dar un comentario irónico.
–Y unos tacones enormes y afilados ¿verdad?
–¡Sí! –se emociona Edith de entusiasmo sin captar la ironía.
Alejandra agarra a Edith del brazo para detenerla porque ya iba corriendo a buscar zapatos de tacón
para Alejandra. Tal vez Edith esté jugando pero Alejandra no sabe hasta qué punto es juego o no por
lo que cree que debe aclarar alguna cosa.
–A ver, Edith. No vamos a una fiesta, no vamos a una cena de empresa, no vamos a una discoteca ni
nada parecido. Entonces ¿para qué necesitas ropa elegante y bastante incómoda para lo que
queremos?
–Bueno… no sé… a mí siempre me ha gustado vestir bien… y como ahora podemos coger lo que
queramos… –responde Edith bajando el tono y la mirada.
–Sí, lo que queramos, cierto. Pero primero lo que necesitamos ¿no te parece? –puntualiza Alejandra,
que ya había empezado a molestarse– Si tienes que huir de un peligro mortal ¿qué es mejor? ¿Huir
rápido o con elegancia?
–Rápido, claro.
–¿Crees que un vestido te da más movilidad y protección? –pregunta Alejandra dejando toda la ropa
a un lado.
–Bueno… depende.
–Ya te digo yo que no. Sobre todo porque llevas las piernas al aire y eso no es mucha protección la
verdad. Además, enseguida estaremos en Noviembre y cada vez hará más frío. Y vivimos en una
furgoneta, no hay sitio para tantas cosas.
–Tienes razón –dice Edith frotándose el brazo donde Alejandra la había agarrado–. Lo siento, me he
dejado llevar.
–Tranquila, no pasa nada –responde Alejandra quitándole importancia y pasando su mano por la
espalda de Edith–. No tenías por qué saber estas cosas pero me he alterado. Yo también me he
dejado llevar un poco.
Ambas se reconcilian y Edith se cambia de nuevo y recoge la mochila que había dejado tirada
mientras Alejandra vigila la entrada. El sentido común de Alejandra se impone al compulsivismo
estético de Edith y llenan la mochila con ropa para las dos mucho más apropiada para los días
venideros.
Aunque Edith asegura estar bien y que no pasa nada, Alejandra la nota un poco más retraída y
melancólica desde la aclaración sobre la ropa. Sin embargo no quiere presionar ni leer la mente de
Edith de forma furtiva aunque pueda hacerlo. No le parece bien invadir la intimidad de su
pensamiento.
A la salida del centro comercial Alejandra se da cuenta de un pequeño fallo en su estrategia con los
zombis. Ha dejado el coche-trampa con la alarma sonando y en consecuencia han llegado más no
muertos de los alrededores. Por suerte están concentrados alrededor del coche y ni siquiera necesita
matarlos para poder marcharse.
No tienen necesidad de alejarse demasiado para seguir encontrando recursos. Sin salir del polígono
industrial encuentran varias gasolineras donde repostar. Alejandra ya conoce el procedimiento y
puede hacerlo de forma relativamente rápida mientras Edith va guardando la ropa dentro de los
cajones de la furgoneta. Cuando ya han terminado se lanzan a la búsqueda de un supermercado antes
de que acabe el día.
Encuentran uno no muy lejos. Es una gran superficie donde el panorama es similar al del centro
comercial. Alejandra se ve en la obligación de repetir su estrategia para limpiar la zona aunque
siempre queda algún zombi despistado en el interior. El carro se va llenando de provisiones. Ya han
pasado casi dos meses desde el Instante y la mayor parte de la comida está podrida, lo que despide
un magnífico olor nauseabundo. Por suerte las conservas se mantienen y Alejandra suele abrir
siempre una lata de lo que vayan a coger para comprobar su estado. Dado que ya no queda mucho gas
de cocina en la furgoneta, Alejandra se afana en encontrar bombonas nuevas. En momentos en los que
puede, Edith desliza dentro del carro algunas cosas que no estaban en la lista y que posteriormente se
preocupa de esconder bien cuando ya están metiendo todo en la furgoneta.
El plan del día se ha completado. Edith insiste en volver al centro comercial para seguir jugando con
la ropa pero Alejandra se niega diciendo que, si acaso, ya volverán al día siguiente. Queda poco
tiempo para que caiga la noche y Alejandra conduce de vuelta a la orilla del río La Sarthe donde han
estado a la mañana. Aprovechando los últimos rayos de sol Alejandra entrena sus habilidades e
introduce nuevos datos en el portátil para ver el progreso. Hoy es Edith quien se preocupa de cocinar
preparando algo simple y ligero.
–¿Puedo pedirte un pequeño favor? –pregunta Alejandra al terminar la cena.
–Sí, claro. Tú dirás –contesta Edith.
–¿Me ayudas a comprobar mi magia?
–No irás a lanzarme un rayo a ver qué pasa ¿no? –pregunta Edith temerosa.
–¡No, no! Es sólo que todavía tengo que descartar algunas de las cosas que dice el libro y para ello
necesito a otra persona. Pero no es nada peligroso, no te preocupes. Esas cosas las dejo para los
zombis.
–Bueno… vale ¡Pero ten cuidado!
Alejandra explica a Edith las pruebas que debe hacer, casi todas referentes a variaciones de
Telepatía, lo cual hace a Edith inquietarse. Las pruebas comienzan y tras cada experimento
intercambian las impresiones generadas al respecto. Aquellos experimentos con resultado positivo
entran a la lista definitiva de Alejandra.
Con estas pruebas ha completado sus investigaciones sobre lo que puede o no puede hacer quedando
aparte las referentes a heridas y regeneración y alguna otra. El libro ya no da más de sí y a la lista se
añaden tan sólo dos nuevas habilidades. La descripción de Telepatía se hace más extensa.
Telepatía: es posible leer el pensamiento de un blanco. También puedo comunicarme con el
blanco de modo que escucha en su cabeza lo que quiero transmitirle. Se pueden transmitir
pensamientos, imágenes y sonidos.
Temor: variación de Telepatía que puede inducir miedo en la mente del blanco. Alcance, duración
y efectividad indeterminados todavía.
Quietud: los sonidos que pueda generar por mí misma no se puede oír: voz, palmas, golpes a
cosas… Pero yo sí soy capaz de oír lo que llegue de fuera.
–¿Ves? –dice Alejandra cerrando ya el portátil definitivamente– No ha sido para tanto.
–Lo del miedo realmente daba miedo. En serio, me asustabas aunque no hicieras nada. Pero me
alegro de que hayas progresado.
–Gracias. No habría podido hacerlo sin ti. Ya no tienes miedo ¿no?
–No, ya no tanto como antes. Aunque no sé si eso te hace mucha falta ¡Tiras un par de rayos y asustas
a cualquiera! –exclama Edith imitando los gestos de Alejandra lanzando Relámpago.
–Jaja. Cierto. Bueno, con esto igual puedo evitar el tener que lanzar rayos.
–Ah, bien pensado ¡Siempre le encuentras la ventaja a todo!
–Como el yin y el yang, todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes –responde Alejandra sonriente.
Sin nada que hacer o de lo que hablar, aún es algo pronto para dormir. Alejandra lee su libro y Edith
se entretiene con el ordenador. Tras un rato de ocio dentro de la furgoneta, las dos se suben a la litera
a dormir. Edith vuelve a coger la mano de su compañera para buscar serenidad. Alejandra se gira
para quedarse de frente a Edith y pregunta guardando la mano de Edith entre las suyas.
–Edith. A la tarde, cuando estábamos cogiendo ropa y eso ¿de verdad que no te pasaba nada?
–No… bueno… cuando me has agarrado del brazo… –Edith se toma su tiempo para continuar– Es
algo que en Rennes pasaba a menudo y…
–¡Ay! ¡Lo siento! ¡Perdona! Me había alterado pero no quería hacerte sentir mal.
–¡No te preocupes! Ya no es más que un mal recuerdo. Y no hay nada que perdonar. Recuerda que tú
me sacaste de allí.
–Sí, es verdad, pero aún así no quiero hacerte sentir mal.
–Cálmate. Contigo no puedo sentirme mal.
Y tras un pequeño abrazo guardan silencio de nuevo con la mano de Edith entre las de Alejandra. El
frío de la noche se mantiene a raya gracias al calor mantenido por la manta. A cada día que pasa los
sueños son más reparadores para ambas chicas y su amistad se va reforzando.
16. DOS COMO UNA SOLA

Al día siguiente, tras un baño en el río y un paseo por el centro comercial del día anterior llegan
hasta París, el objetivo al que Alejandra quería llegar. La capital gala también padeció el Instante y
en consecuencia sus calles están infestadas. Alejandra sabe que por probabilidad debe haber
supervivientes pero Edith recela todavía de encontrar a personas nuevas aún contando con el apoyo y
protección de Alejandra. A ella le apena no poder visitar los monumentos y edificios típicos de París
pero no quiere forzar a Edith a encontrarse con gente.
Alejandra ya no sabe a dónde ir. Esperaba haber encontrado ya un lugar a estas alturas del viaje pero
no ha habido suerte. Dado que ninguna de las dos tiene preferencias de ningún tipo, después de un par
de días cerca de la capital empiezan a vagar por el este de Francia, de pueblo en pueblo, mientras no
ven otra cosa que zombis. En estos días Alejandra sigue practicando sus habilidades en busca de
mejora al tiempo que practica el tiro con la pistola al igual que Edith, que ya ha aprendido a
disparar.
No es hasta el quinto día de turismo por los pueblos orientales de Francia cuando tienen un encuentro
en las proximidades de Dijon. La casualidad ha querido que en la misma carretera se crucen dos
vehículos: aquel en el que viajan Alejandra y Edith y un todo terreno viejo que viene de frente. Edith
se pone nerviosa e insta a Alejandra a dar la vuelta, ya que es demasiado tarde para esconderse.
Alejandra trata de tranquilizar a Edith porque el encuentro es inevitable. Poco a poco Alejandra
reduce la velocidad conforme se acerca al vehículo extraño, que parece estar haciendo lo mismo.
Finalmente quedan los vehículos ventanilla frente a ventanilla. Antes de detenerse definitivamente
han podido ver que al volante del coche viaja un hombre que aparentemente va solo. Estando ya
frente a frente, Alejandra estima que tendrá unos cincuenta años y su aspecto le recuerda vagamente
al de José. Las ventanillas bajan y empiezan los saludos.
–¡Buenísimos días! –saluda el hombre alegremente.
–Hola –responden las dos chicas.
–Me llamo José ¿Qué tal estáis?
–Yo soy Alexandra y ésta es Edith.
–¡Tanto gusto, Alexandra y Edith! Qué suerte encontrar personas al fin. Es algo muy difícil
últimamente ¿verdad?
Tras la presentación van las preguntas típicas: de dónde venís, a dónde vais, qué hay en otras
ciudades… Edith guarda silencio durante toda la conversación dejando a Alejandra la labor de
charlar con José. El diálogo no le deja tiempo a Alejandra para leer la mente del hombre que, según
cuenta, vivía en las montañas de Suiza pero que emigra de allí porque el invierno llegará pronto y
busca un clima más templado cerca de la costa atlántica, pero que no descarta llegar hasta Andalucía
si lo necesita. Las noticias que Alejandra transmite sobre lo que hay en el oeste de Francia le
desalientan un poco.
–No pensaba que estaba tan mal la cosa –se queja José–. Igual tengo que cambiar mis planes. Por
cierto, no sé si ya me lo habéis dicho ¿a dónde vais vosotras?
–A buscar a familiares de ella que viven en Alemania –contesta Edith por sorpresa.
–Ah, vaya ¿Y dónde viven? –pregunta José a Alejandra.
–En Berlín –contesta improvisadamente Alejandra sin poder disimular apenas la mentira.
–Pues os quedan muchos kilómetros aún, jeje –dice José.
–Sí… unos cuantos… –coincide Alejandra entre risas forzadas porque se ha puesto nerviosa por
mentir.
–Decidme la verdad –prosigue José–. ¿Os importa si os acompaño unos kilómetros? Esta soledad me
está matando.
–El caso es que… –titubea Alejandra.
–… es que vamos juntas –dice Edith en buen tono arrimándose a Alejandra– Y preferimos viajar
solas, ya sabes…
Alejandra no se gira ni varía su expresión para no levantar sospechas pero todos sus pensamientos y
músculos se quedan bloqueados por la respuesta de Edith, quedando un único “¡¿Qué?!” de asombro
en su cabeza.
–Ah, vale, vale… jajaja. Entiendo –contesta el hombre–. ¡Bueno, en ese caso ya no os molesto más!
Que tengáis suerte en vuestra búsqueda.
–Gra… gracias… igualmente –contesta Alejandra todavía recuperándose de la impresión.
El hombre se despide igual de alegre que cuando ha llegado y reanuda su camino. Alejandra sube la
ventanilla y se gira hacia Edith.
–¡¿Que vamos juntas?! ¡¿Y te me arrimas así?! ¡¿Qué hacías?! Ay… ay… qué habrá pensado de
nosotras.
–Jajaja. Sí, no se me ocurría otra cosa para darle largas –se excusa Edith–. Como tú seguías
hablando… Por cierto ¡te has puesto muy roja!
–¡Normal que esté roja! –se queja Alejandra.
–Jajaja. ¿Por qué? ¿Es que pretendes conquistarme? –bromea Edith.
–No ¡Es que yo no sé mentir y me has metido en una trola más grande que esta furgoneta!
–Jeje… tranquila, tú tampoco me gustas de ese modo ¿Así que no sabes mentir?
–En absoluto. Siempre se me descubre cuando miento –contesta Alejandra un poco avergonzada por
lo que el hombre haya podido pensar.
–¡Pues espero que él no lo haya descubierto! –dice Edith entre risas.
–Más nos vale porque si no es así tenemos un problema –responde Alejandra mirando por el
retrovisor.
–Con lo maja que eres y además no puedes mentir ¡Si es que eres un ángel! –exclama Edith.
–Ya, ya… gracias, pero la próxima vez vigila esas mentiras porque yo no puedo respaldarlas –dice
Alejandra arrancando de nuevo.
Y el día transcurre en normalidad. Avanzan hasta Besançon donde se detienen y esperan quedarse
hasta el día siguiente. El frío se ha vuelto cada vez más intenso y en consecuencia invita a quedarse
dentro de la Volkswagen, emplazada cerca del río en el noreste de la ciudad.
Si durante el día sienten frío, por la noche notan congelación. Tanto es así que Alejandra ya no se
baja de la litera cuando se despierta por no quedarse expuesta al frío, lo cual es una agradable
sorpresa para Edith aunque el aburrimiento haga agonizar a Alejandra. Cuando viajaba sola solía
entretenerse de vez en cuando en asuntos íntimos aprovechando la soledad pero ahora no se atreve a
llevar a cabo dichos asuntos por la falta de intimidad.
Pero para sorpresa la que se llevan a la mañana siguiente al bajarse de la litera y observar por las
ventanillas el paisaje cubierto por una capa blanca. Durante la noche ha nevado, consecuencia de una
corriente fría que llega desde el norte; de hecho sigue nevando por la mañana y Alejandra se
preocupa en encontrar un refugio antes de que la nieve les impida mover la furgoneta, habiendo
retirado previamente toda la nieve que ha quedado sobre el techo para poder plegar la litera.
Nunca antes había tenido la necesidad de conducir sobre nieve y se toma excesivas precauciones.
Por suerte aún se distinguen los caminos y no necesitan irse lejos para encontrar una pequeña nave
industrial donde poder entrar con la furgoneta y resguardarse mínimamente de las inclemencias. Con
las puertas cerradas y el interior asegurado, ambas se quejan del frío y Edith se inquieta por el
problema de la nieve.
–¿Qué vamos a hacer ahora? –pregunta Edith preocupada– Si sigue nevando hará más frío y no
podremos movernos de aquí.
–Cierto –contesta Alejandra–. Por suerte aún queda comida abundante para varios días. Espero que
la nieve no dure mucho. Si la situación se prolonga tendremos que salir a por más comida.
–¿Con éste frío? ¡Pero si tengo hasta el culo helado! –se queja Edith.
Alejandra coge las manos de Edith y las rodea con las suyas para emplear Calor y templarse, lo cual
alivia un poco a Edith, quien enseguida deduce el origen del calor.
–No me lo digas –dice Edith–. También puedes producir calor.
–Y frío –añade Alejandra–. Pero creo que eso último no nos conviene ahora. De todas maneras no
puedo estar dando calor todo el día. Hay que buscar otra fuente de calor.
Dejando de lado las manos de Edith, Alejandra empieza a buscar por la nave. Antaño era un pequeño
taller y está lleno de herramientas, cajas, metales y demás. Con ayuda de un serrucho empieza a
cortar la madera de uno de los palés que hay tirados por el suelo. Amontona varias maderas en una
de las partes despejadas y busca ahora la forma de darle fuego.
–¿Por qué no le echas combustible de las garrafas? –pregunta Edith.
–Es gasoil –contesta Alejandra–. No arde fácilmente y menos con este frío. Tendría que ser gasolina
pero no tenemos.
Por no complicarse la vida, Alejandra prepara una pequeña Bola de Fuego para lanzarla a la pila de
madera. La madera seca prende con facilidad y produce unas llamas suficientes para que las dos
chicas puedan acercarse y calentarse.
Cuando ya han alcanzado cierto equilibrio térmico, Alejandra vuelve a la furgoneta a por algo de
comer. Enseguida vuelve con Edith junto al fuego. Se pasan el día así, alimentando continuamente el
fuego con madera para mantener la temperatura. Las aberturas del techo dejan escapar el calor pero
también el humo. Cada tanto desvían su mirada al exterior para comprobar desanimadas que la nieve
persiste. Alejandra tiene cierta preocupación: es cierto que tienen comida y agua abundantes pero no
sabe cuánto durará la nieve. Si se prolonga demasiado pueden verse en un apuro.
Llegada la noche se van a dormir cuando se apagan las brasas que quedan de la fogata. Alejandra
procura calor al colchón y a la manta con su magia para poder al menos echarse a dormir y no tiritar
de frío.
Al despertar de nuevo, Alejandra no se teme nada bueno debido al intenso frío que se siente fuera de
la manta. En momentos como éste se arrepiente profundamente de no haber seguido la línea de la
costa, revolviéndose continuamente para encontrar recovecos templados bajo la manta. Edith se
despierta de vez en cuando en parte por el frío y en parte por el movimiento de Alejandra, que cada
tanto produce calor para sobrellevar la noche.
Por la mañana ambas se quedan en la litera, están de mal humor por la pésima noche que han pasado
y ninguna tiene el valor suficiente para bajarse y hacer un fuego. Empezando a sentir ya algo de
apetito, Alejandra se decide a bajar dejando a Edith tiritando sobre el colchón. Ya sólo por salir de
la manta se ha perdido buena parte del calor que había debajo.
Rápidamente prepara un nuevo fuego para templarse y calienta su desayuno con sus manos. La suma
de ambas cosas es reconfortante y recupera el humor. Edith sigue en la litera jurando y maldiciendo y
Alejandra insiste en que baje. Un vistazo por la ventana corrobora los temores de Alejandra. No sólo
la nieve persiste sino que ha caído más alcanzando una cota considerable. Y debido al frío nocturno
se ha congelado parte del agua del depósito de la furgoneta.
Una nueva mañana que pasan sentadas junto al fuego con varios forros de ropa encima. No es hasta
después de comer cuando Edith tiene una idea para olvidarse del frío. Entra en la furgoneta y sale de
nuevo con las manos ocupadas llevando dos botellas de whisky.
–¿De dónde ha salido eso? –pregunta Alejandra extrañada.
–Del supermercado, evidentemente –contesta Edith sonriente–. Es whisky del bueno ¿eh? Las cogí
cuando no mirabas.
–¿Se puede saber para qué lo querías?
–No sé, para alegrar un poco los ratos muertos, supongo. Pero vamos, que ahora mismo igual nos
ayudan a combatir el frío.
–Pues disfrútalo, yo no bebo whisky –dice Alejandra volviéndose hacia el fuego de nuevo.
Edith se sienta otra vez y abre una de las botellas echando un trago que le hace olvidar el frío, bien
por el calor que le aporta, bien por la devastación que el whisky le produce en la garganta. Retira la
botella y la deja en el suelo agitando la cabeza y con cara de asco por la sensación producida.
Alejandra la observa desde su sitio arrimado al fuego. Espera en Edith una reacción negativa por la
alta graduación de la bebida espirituosa pero sólo encuentra entusiasmo en la respuesta de la chica
francesa, quien dice que funciona muy bien.
Pasan el rato hablando mientras Edith echa tragos esporádicos para mantener la temperatura.
Alejandra siente envidia porque Edith asegura no notar ya el frío y sin embargo ella misma está
envuelta como una cebolla en los múltiples forros que lleva y sintiendo el frescor todavía.
Finalmente se decide a probar un trago del brebaje y se repiten los efectos del primer trago de Edith:
devastación en la garganta y calor.
Sigue avanzando la tarde y los sorbos por necesidad pasan a ser tragos por gusto. Edith está
visiblemente más parlanchina y las risas empiezan a ser más abundantes. Ya han perdido la cuenta de
los tragos pero la primera botella de whisky está medio vacía. Ya no están sentadas junto al fuego
sino que se mueven por todo el local de aquí para allá jugando y enredando las cosas que hay. Están
claramente afectadas por la bebida.
–¿Ves cómo ahora se está bien? –pregunta Edith trabándose con las palabras y echando un nuevo
trago.
–Ya te digo –contesta Alejandra recogiendo la botella–. Ni rastro del frío ¡Y tú aún querías ponerte
ropa bonita! Jajaja. Te habrías helado.
Esa frase le hace recordar algo a Edith y se le ilumina la cara con la idea que le ha surgido. Entra a
la furgoneta, no sin tropezarse, para aparecer de nuevo con aquel vestido negro que le ofreció a
Alejandra.
–¡Te lo vas a probar ahora mismo! –ordena Edith.
–¡No me digas que lo cogiste! –ríe Alejandra– Ni de coña me lo pienso poner.
–¡Si no te lo pruebas hoy duermes sin manta! –amenaza Edith entre risas acercándose a Alejandra.
–¡No, no, no! –contesta Alejandra retrocediendo– ¡No se te ocurrirá!
Edith no responde, simplemente mantiene una expresión de malicia y lleva a Alejandra al interior de
la furgoneta tirándole el vestido para que se lo ponga y cerrando la puerta.
–Jejeje ¡Hasta que no te lo pongas no sales de ahí! –grita Edith.
Observando el vestido, Alejandra entiende que es bonito y le gusta aunque es más corto que lo que
hubiera deseado. Nunca se pondría algo así pero por efecto del alcohol y del buen humor que están
teniendo hoy accede al chantaje de Edith. Se quita la ropa para ponérselo. Quitándose todos los
forros empieza a notar el frío de nuevo pero siendo sólo para un momento no le importa.
Abre la puerta de la furgoneta para aparecer con su nuevo vestido frente a Edith, que estando sentada
junto al fuego empieza a reírse, y de la risa se cae al suelo entre carcajadas. Alejandra, sin bajarse
de la furgoneta, también se ríe en parte por la caída de Edith y lo contagioso de su risa y en parte
también por vergüenza. Continuamente trata de bajarse el vestido y taparse ya que apenas no le llega
ni a la mitad del muslo y a pesar de ser de manga larga las transparencias están por todos los lados.
Cuando Edith se recupera ligeramente del ataque de risa elogia el aspecto de Alejandra, que ya había
pasado de su blanco natural al rojo bochornoso.
–¡Un par de detalles más y serías una gótica auténtica! –grita Edith desde el suelo.
–Ay... –se lamenta Alejandra– ¿Para qué te habré hecho caso?
–En serio Alex ¡estás preciosa! ¡Te sienta de miedo! ¡Tienes que quedártelo!
–¡Y una mierda! –grita Alejandra riendo– Ya hemos hecho la tontería, ya me lo puedo quitar ¡A mí
esto no me pega!
Y sin esperar la respuesta de Edith, cierra la puerta de la furgoneta para volver a sus atuendos
habituales. Sale de la furgoneta todavía enrojecida y coge la botella para templarse de nuevo.
–Pues yo sigo pensando que está hecho especialmente para ti –insiste Edith mientras Alejandra se
sienta al lado.
–Que no, que no –Niega Alejandra con la cabeza–. A mí eso no me va.
–Jajaja. Te creo ¡Qué graciosa estabas roja perdida bajándote el vestido todo el rato!
Un nuevo trago de Edith da por finalizada la primera botella. Tras un pequeño momento de silencio y
en un tono más calmado y serio, Edith pregunta, no sin trabarse.
–Oye Alex… ¿me has leído alguna vez la mente?
–No –responde Alejandra abriendo la segunda botella–. No quiero y no debo. Es algo que sólo hago
con gente de la que dudo. Tú eres una buena persona y confío en ti.
–¿Lo hiciste con Pierre, Armand, Serge o Henri?
–Tampoco. Se mostraron muy majos todo el rato y yo llevaba tiempo sin encontrarme con nadie y no
quería estropearlo. Luego ya supe que me equivoqué.
Después de dar un generoso trago y coger aire, Edith empieza a explicarse entre silencios, mirando al
suelo.
–Es que… allí pasaron cosas que… bueno, ya te…
Edith no es capaz de terminar las frases y bebe de nuevo y aprieta sus manos con fuerza encogiéndose
con cada recuerdo. Alejandra empieza a darse cuenta de la situación a pesar de no ser capaz de
mantenerse erguida con facilidad. Se acerca a Edith y la abraza con fuerza cuando ésta rompe a llorar
dando palabras sueltas. Alejandra no puede hacer otra cosa que intentar tranquilizarla con palabras
de ánimo y enseguida quiere conocer la verdad, para lo cual emplea Telepatía sobre Edith.
Al instante encuentra flashbacks de los días que Edith pasó en Rennes con aquel grupo. La intensidad
de los recuerdos transmite incluso sensaciones a Alejandra. Siente la violencia, el abandono, el
dolor, la intimidación, el miedo, el asco, la humillación, el terror… todo ello mezclado con las
imágenes del recuerdo de Edith: una perspectiva demasiado personal de las continuas violaciones a
las que fue sometida.
Alejandra lo siente todo en su mente y bajo su piel compartiendo el sufrimiento de Edith, que sigue
llorando por todo lo que se vio obligada a pasar mientras se comprime sobre sí misma para intentar
defenderse de algo que lleva dentro y le acompañará toda su vida en su memoria. Alejandra siente
incluso el daño que le produjo la navaja de Armand cuando hizo un tajo en el muslo de Edith una
noche de borrachera; y acompaña a Edith en su lamento porque siente todo como si fuera sobre ella
misma apretando a la atormentada adolescente con más fuerza entre sus brazos.
Ambas se desequilibran y caen al suelo pero no se inmutan por ello sino que siguen unidas tratando
de sosegar sus almas como si fueran una sola. Alejandra entiende ahora perfectamente la insistencia
de Edith en que se marchara sin ella.
Pasan minutos hasta que el duelo termina. Se separan unos centímetros y se reincorporan secándose
las lágrimas. Alejandra ya ha salido de la mente de Edith, que ya se siente más aliviada, siendo la
francesa consciente de que su compañera ya conoce toda su historia. Edith siente vergüenza por
haber permitido que Alejandra accediera a algo tan personal e infernal. No quería compartir ese
dolor con su salvadora porque a nadie se le puede desear tal tormento pero es bien cierto que la ha
ayudado.
Edith recoge la botella y bebe y Alejandra bebe después, ambas para pasar el disgusto. Pero no es
como el frío, no hay bebida que haga olvidarlo. Alejandra ayuda a Edith a levantarse, deja la botella
a un lado, le hace ponerse la ropa que antes había dejado y se la lleva a la entrada. Abre la puerta y
ambas se quedan observando el paisaje en el que la inmaculada nieve lo iguala todo con un blanco
polar bajo el gris del cielo nublado. Guardan silencio mientras ven cómo el viento arrastra las motas
de nieve suelta.
Es una imagen tranquila y relajante a pesar del frío, algo muy en contraste con lo reciente. Alejandra
no ha soltado a Edith, abrazándola desde un lado y compartiendo la invernal estampa. Los corazones
se relajan y las mentes se tranquilizan. Vuelven al interior cuando Edith así lo pide, sentándose de
nuevo junto al fuego del que sólo quedan ya las brasas. Edith simplemente observa el rojizo de la
madera quemándose mientras Alejandra la observa a ella sintiendo una enorme aflicción.
–No dejaré que vuelva a pasarte algo igual –sentencia Alejandra, pero Edith no responde–. Hijos de
puta… Ahora me arrepiento de no haberlos castrado a tiros uno a uno antes de abandonarlos a los
zombis.
–¿Y de qué hubiera servido? –pregunta Edith sin desviar la mirada– El daño ya estaba hecho. Ahora
sólo hay que superarlo y olvidarlo.
Y dicho esto Edith entra en la furgoneta para poner música. Vuelve junto al fuego y sonríe a
Alejandra mientras recoge de nuevo la botella y la alza para brindar. Alejandra se alegra del
aparente optimismo de Edith. Si por ella misma fuera se hubiera quedado agazapada en un rincón
oscuro y silencioso; pero no es así en Edith, que no clama venganza porque no le reportaría nada y
prefiere pasar página.
Enseguida se desvía el tema de conversación a asuntos menos tristes o trascendentales mientras el
nivel de la botella sigue bajando. Las horas pasan y cae la noche y ninguna de las dos chicas se
percata de ello porque ya estaban completamente borrachas desde hace rato, incapaces de
mantenerse en pie. Cuando ya no quedan brasas encendidas la oscuridad reina en el ambiente y el
cansancio y el sueño atacan ferozmente los ánimos. Tras muchos esfuerzos llegan hasta la litera. Se
cambian de ropa, o eso creen, para echarse ya a dormir. Sigue haciendo frío pero el alcohol hace
estragos y pronto se duermen medio destapadas.
Es de noche cuando Alejandra se despierta. Siente frío por lo mal que se tapó hace unas horas y
también siente incomodidad por lo mal que se puso el pijama. Pero todo esto es secundario frente al
dolor de cabeza, a lo revuelto de sus tripas y al malestar general, consecuencia de una tremenda
resaca. Es plenamente consciente de que no va a poder dormirse de nuevo pero no quiere salir de la
litera, en parte porque el mareo que la acompaña amenazaría seriamente su estabilidad de pie.
Pero las circunstancias la obligan a bajarse. Su estómago está agitado y amenaza con revolverse más
con el fuerte olor a bodega que se ha quedado dentro de la furgoneta. Alejandra se baja de la
furgoneta sintiendo todavía la borrachera en el cuerpo. Hace ruido y tira todo tipo de cosas pero
Edith duerme como un tronco.
Dando tumbos llega hasta la puerta habiéndose tapado previamente. Abre la puerta y sale a la
oscuridad reinante apoyándose en la pared de la nave para vomitar. Tan sólo expulsa un líquido
blanquecino de sabor amargo y fuerte y así se queda un minuto más o menos, escupiendo saliva para
quitarse el mal sabor de boca mientras nuevas convulsiones tratan de expulsar más líquido. El frío le
sube desde los pies, desnudos sobre la nieve, y vuelve dentro cuando ya no siente sus pisadas.
Recoge maderas para hacer un nuevo fuego y se sienta junto a las llamas. Con un vistazo alrededor
encuentra las dos botellas de whisky que tanto mal le han hecho. Una está completamente vacía y la
otra está a medias. Nunca más… nunca más…, piensa mientras se pregunta cómo fue capaz de beber
tanto.
Pasa un rato junto al fuego y después se viste más adecuadamente, no sin tropezar y golpearse con
todo lo que tiene cerca. Coge algo ligero de comer de la furgoneta y se vuelve al fuego para calmar el
estómago y los temblores. Siente la garganta como si se hubiera tragado estropajos de acero y con
una sed terrible. Apenas ha tragado la primera galleta que había cogido y el estómago se revuelve de
nuevo llevándola otra vez al exterior para vomitar una vez más, esta vez con algo sólido para
expulsar.
Aunque el estómago no tiene mucho que sacar, el intestino sí; y pasan pocos minutos hasta que tiene
que volver a salir, esta vez para comprobar los efectos laxantes de la bebida. Si no se diera prisa
hubiera sido tarde. No recordaba una resaca así en su vida.
Agonizando en el suelo cerca del fuego pasa las horas recordando lo que puede del día anterior.
Recuerda el momento de empezar y a partir de ahí sólo hay grandes lagunas de memoria con
recuerdos fugaces. Lo que recuerda con total nitidez es el momento en el que entró en la mente de
Edith pero no se entretiene en ello porque sino debe salir al exterior otra vez.
La noche acaba y da paso al día, un día igual de frío que los anteriores pero sin más nieve que la que
ya había caído. Alejandra no se mueve, sigue en su sitio cerca del fuego esperando no empeorar
mientras Edith continúa durmiendo. Es a media mañana cuando Edith se levanta y se encuentra a
Alejandra tirada en el suelo con varias capas de ropa encima y con una cara de pocos amigos. La
situación de Edith tampoco es para tirar cohetes pero está visiblemente mejor que Alejandra, en gran
parte por haber dormido muchas más horas. Edith se ríe con suavidad ya que también le duele mucho
la cabeza y está sensible pero al menos es capaz de moverse con más soltura. Acompaña a Alejandra
junto al fuego y juntas van uniendo las piezas del día anterior. Hoy es Edith quien cuida de Alejandra,
quien no siente fuerzas ni para cambiar de postura.
Hasta el final del día Alejandra no es capaz de moverse ni de comer algo suave. Hasta entonces ni se
ha meneado de su sitio riendo y sufriendo las bromas de Edith sobre su resaca. Ya de noche
Alejandra se va pronto a dormir por el cansancio a pesar de no haber hecho nada en todo el día.
Ahora que ya está más recuperada, en la cama recuerda lo vivido leyendo la mente de Edith. Se
encoge de miedo recordando lo visto y sentido preguntándose cómo es capaz Edith de sobrellevarlo
con tal aparente facilidad. Enseguida Edith la acompaña y se duermen, el día ha sido inútil pero muy
largo.
A la mañana siguiente Alejandra se despierta tarde, cuando ya es de día. A su lado está Edith ya
despierta y la saluda.
-Bonjour, Alex-
Alejandra no responde, sólo mantiene un gesto de desconcierto.
–Pourquoi faites-vous ce visage? Ne comprenez-vous pas? –pregunta Edith.
Y Alejandra sigue sin responder manteniendo el mismo gesto. Alejandra se da cuenta y Edith
también. La primera parte del ciclo ha terminado y Alejandra ya no es capaz de entender el francés,
mucho menos de hablarlo. Con un inglés muy poco fluido y muchos gestos logran entenderse el resto
del día aunque la imposibilidad de hablar con soltura merma enormemente la comunicación.
El quinto día de Noviembre es ligeramente menos fresco que los anteriores, parece que la corriente
fría ya ha pasado y ahora las nubes dan lugar a lluvia en vez de nieve. Sabiendo que no es fácil
entablar una conversación, cada cual se entretiene como puede con lo que tienen disponible. Así es
como pasan ese día y el siguiente: a cubierto esperando que la nieve desaparezca y pasando el rato
tontamente. Sin embargo cada una es consciente de la otra. A pesar de que Telepatía no puede
funcionar sus mentes están bastante sincronizadas, pensando en ocasiones como una sola.
En el decimoquinto día del ciclo el clima se vuelve menos agresivo. Sigue lloviendo pero la
temperatura se suaviza y el agua de lluvia se lleva a la nieve. Es una buena noticia ya que los
caminos empiezan a despejarse lo cual alegra a las dos chicas, aburridas de esperar en un recinto
cerrado. Han tenido suerte de que sólo hayan sido cinco días de aislamiento aunque dispusieran de
víveres para más tiempo.
Esto hace pensar a Alejandra. En el invierno debe elegir bien por dónde moverse para facilitarse la
existencia. José, el suizo, probablemente vivió toda su vida allí en las montañas pero ahora huía de
allí ante la amenaza del invierno en busca de sitios más templados. Es algo a tener muy en cuenta ya
que una mala elección en esta materia puede llevarlas a un destino fatídico a manos de algo tan
simple como el clima. Buscarse un refugio para una temporada y hacer acopio de alimentos y fuentes
de energía es una idea que quiere madurar desde que viera el primer copo de nieve cinco días atrás.
La noche sigue al día y en la cama Alejandra sigue dudando sobre qué hacer. Si mañana tienen suerte
podrán irse de allí. La cuestión es a dónde. Pasar por Alemania simplemente para evitar los Alpes y
terminar en algún país mediterráneo le parece una buena idea para pasar el invierno. No hay planes
más allá de la susodicha estación porque puede pasar cualquier cosa hasta entonces.
La mañana les trae buenas noticias. Después del desayuno echan un vistazo al exterior y se alegran al
ver cómo la lluvia, todavía presente, se ha llevado casi toda la nieve que quedaba. Sin mediar
palabras o gestos, ambas se ponen a recoger todo para marcharse. Antes de salir definitivamente,
Alejandra ojea el mapa para saber hacia dónde ir. La furgoneta sale de la nave y se mueve hacia el
este. Alejandra y Edith están muy contentas, no sólo por poder moverse al fin sino por cuánto se ha
reforzado su amistad y vinculación durante los cinco días de aislamiento.
17. STARNBERG

Besançon es la primera ciudad por donde pasan. Alejandra quiere seguir la ruta que a grandes rasgos
planificó la noche anterior: pasar por Alemania para rodear los Alpes y después bajar hacia el mar
Mediterráneo. Continúan sin detenerse en Mulhouse, la siguiente gran ciudad en el camino, muy cerca
ya de la frontera con Alemania.
Habiendo pasado ya al país germano se encuentran con un sistema montañoso delante. Allí se
detienen para comer. Edith se aplica en los fuegos mientras Alejandra estudia el mapa. Normalmente,
subir una montaña por carretera no es ningún reto pero sabiendo que ha podido nevar Alejandra
prefiere rodear las montañas. Rodearlas por el sur es mucho más rápido aunque siga habiendo
montes de menor altitud. Evitar las montañas yendo hacia el norte asegura un paso mucho más llano
pero considerablemente más largo. Como no sabe cual escoger deja la elección a Edith, que elige ir
por el norte. Cuando Alejandra le pregunta, como puede, por los motivos para elegir ese camino,
Edith responde que le da igual uno que otro.
Después de la comida Edith bromea sobre la posibilidad de beber un poco de whisky, a lo cual
Alejandra responde negando con la cabeza y con cara de miedo para mayor risa de Edith. Pasado un
rato vuelven a la carretera y emprenden la marcha hacia el norte.
Recorridos unos cien kilómetros alcanzan el límite septentrional del sistema montañoso y se acercan
a Pforzheim. Alejandra no tiene ahora ningún interés en establecer contacto con gente nueva, y no por
la ausencia de poder, que ya es el último día, sino porque está a gusto con Edith y tampoco quiere
empujarla a conocer gente nueva si no se siente preparada. Es por ello que no entra en la ciudad ni se
detiene u observa con detenimiento los pueblos. Tampoco entran en Stuttgart, la siguiente gran ciudad
alemana que encuentran. Es ya pasado Ulm, en dirección este desde las montañas que han rodeado,
cuando se detienen para pasar la noche cerca del río Danubio. La noche, así como lo ha sido el día,
sucede en tranquilidad y calma.
El insomnio vuelve a la vida de Alejandra, síntoma inequívoco del poder que ya está de vuelta. Sigue
haciendo frío porque el cielo está despejado permitiendo que la mitad visible de la luna ilumine
vagamente el terreno. Alejandra no siente miedo hoy y por ello sale al exterior aprovechando la poca
luz que el satélite puede reflejar. Pequeños paseos siempre cerca de la furgoneta le ayudan a pasar el
rato escuchando el fluir del agua de un Danubio caudaloso. Ya no le importan los sonidos nocturnos,
se ha acostumbrado a ellos y a muchas cosas más que antes podrían quitarle el sueño. Se siente
revitalizada tras tantos kilómetros pero el frío es insistente y pasado un rato vuelve a la furgoneta a
resguardarse y a pasar el tiempo hasta que se haga de día.
Edith agradece el desayuno ya preparado cuando se levanta mientras Alejandra se baña en el río a
pesar de, casi literalmente, helarse por ello. El sol presente invita a tomarse las cosas relajadamente
y disfrutar del día sin prisas. Parten tarde ya que nadie las espera y pueden llegar hasta el mar en un
solo día.
Alejandra planea entrar en Múnich para reabastecerse después de comer. En los días de sitio en
Dijon no hubo consumo de gasoil pero sí de agua y comida y conviene tener la despensa llena
siempre que sea posible. Llegan a la metrópolis alemana por el noroeste. Se centran en buscar
supermercados y grandes superficies pero hay algo que ven repetidamente mientras callejean y las
distrae de su objetivo.
Es una señal, una simple flecha azul, gruesa y pintada a mano con spray o a brocha presente en
múltiples paredes y en todos los carteles indicativos de carreteras. A sus pareceres, es una señal
inequívoca de un lugar en el que hay gente. Y a juzgar por la cantidad de flechas que ven, los pocos
zombis “vivos” que hay y la cantidad de lugares saqueados, deducen que el grupo de gente en
cuestión debe ser numeroso y con recursos.
Alejandra se emociona con la idea de curiosear pero Edith no tanto. Alejandra defiende su idea
alegando que tal vez sea éste el lugar que estaba buscando y que no puede marcharse sin
comprobarlo. Dejan de lado el abastecimiento para seguir las flechas. El rastro las lleva fuera de la
ciudad hacia el sur siguiendo el cauce del río y alejándose unos pocos kilómetros de la urbe. Están
en el buen camino porque sigue habiendo flechas azules en una única dirección. La carretera las lleva
hacia Starnberg pero el camino a seguir se desvía de la carretera para entrar a un paso de tierra
donde múltiples pisadas y marcas de neumáticos confirma la presencia humana. El desvío se
encuentra justo antes de un denso bosque.
Siguiendo el camino sin asfaltar llegan hasta un vallado metálico de cierta altura coronado con
alambre de espinos. El vallado se interrumpe donde corta al camino con una puerta doble. Las
puertas están abiertas y pasada la valla hay cinco hombres uniformados como soldados y armados
haciendo señas para que la furgoneta avance. Edith se pone nerviosa pero mantiene la compostura
confiando en Alejandra, que hace a la furgoneta avanzar despacio.
En cuanto la Volkswagen está dentro del recinto las puertas se cierran de nuevo para mayor
nerviosismo de Edith. Alejandra trata de tranquilizarla asumiendo que cierran las puertas por
seguridad. Alejandra detiene la furgoneta cuando uno de los hombres se acerca a ella. Parece algo
mayor pero tanto su aspecto general como su rostro son imponentes y, para Edith, intimidatorios.
También va uniformado como el resto pero ciertas distinciones lo hacen diferente.
Conforme se acerca escudriña el interior del vehículo con unos ojos penetrantes como flechas y
resguardados por unas cejas negras muy espesas a juego con la barba y el pelo. En su mano lleva una
carpeta sobre la cual hay una hoja. El resto de hombres se mantiene en su sitio con las armas en la
mano y gesto tranquilo.
–¿Nombres? –pregunta el hombre a las chicas en lengua germana y con voz grave.
Aunque Alejandra entiende perfectamente lo que acaba de escuchar ha preferido hacerse la
despistada como si no supiera alemán, ya que así no debe dar explicaciones de por qué unos días sí y
otros no es capaz de entender cualquier idioma. Por lo tanto y para no prolongar el silencio mientras
mantiene cara de desconcierto y responde en inglés.
–No hablamos alemán.
El interrogador llama a uno de los otros hombres para que le traduzca. Mientras, Alejandra se gira
para ver cómo la tensión de Edith se mantiene con una respiración un tanto acelerada y coloca una
mano sobre su pierna. Mano que rápidamente Edith coge con la suya. Enseguida uno de los soldados
llega junto al interrogador y traduce al inglés las preguntas del hombre barbudo.
–¿Nombres? –pregunta el soldado en inglés.
–Alexandra y Edith –responde Alejandra señalando, y el hombre de la carpeta toma nota.
–¿Edad y procedencia? –Vuelve a preguntar el soldado.
–Ella es de Rennes, tiene diecisiete. Yo soy de Tarragona y tengo veintitrés –responde otra vez
Alejandra.
El soldado traduce la respuesta al apuntador, quien no deja de clavar su mirada en la de Alejandra
excepto para escribir. La presión que ejerce sobre Alejandra le hace pensar dos veces antes de leer
las mentes.
–¿Profesión? –pregunta el soldado de nuevo.
–Estudiante –refiriéndose a Edith– e ingeniera.
Tras la traducción, el hombre de la mirada inquisidora apunta y devuelve su vista hacia Alejandra
con un leve gesto de escepticismo mientras da la siguiente pregunta para traducir.
–¿Venís buscando a alguien?
–No –responde Alejandra–. Hemos llegado siguiendo las flechas azules.
El hombre apunta la respuesta y da por finalizado el interrogatorio mientras se separa unos metros
dando unas órdenes a uno de los soldados. Dicho soldado indica a Alejandra que mueva la furgoneta
para apartarla del camino hacia un claro que hay a un lado. El hombre de las preguntas se mantiene
aparte hablando en alemán por radio intercambiando información.
–Bajaos y esperad en aquel cobertizo –dice, en inglés, el soldado que les ha indicado que se
apartaran del camino señalando una rudimentaria choza de madera al otro lado del camino.
–No, gracias. Preferimos esperar aquí –responde Alejandra.
–Insisto en que bajéis –repite el soldado–. Debemos registrar el vehículo por seguridad.
–Si lo que buscáis son armas, esto es todo lo que tenemos –dice Alejandra mientras se agacha para
recoger la pistola oculta bajo el asiento.
El soldado reacciona y alza su ametralladora para apuntar a Alejandra con ella gritando que se
detenga. El resto de soldados y el interrogador se giran hacia la furgoneta por la voz de alarma.
Alejandra se mantiene quieta observando al soldado que la apunta, con la mano aún a medio camino.
Edith tiembla en su asiento como un flan sin articular palabra. Enseguida se aproxima de nuevo el
interrogador haciendo exclamaciones y preguntas en alemán.
–¿Qué cojones pasa aquí? –pregunta en cuanto llega hasta la furgoneta.
–Ha dicho que sólo llevan un arma mientras se agachaba a cogerla –responde el soldado en alemán–.
Tal vez sea un truco, señor. Se han negado a bajarse.
–Gilipollas… –dice el interrogador por la reacción del soldado– Estas dos no son capaces ni de
matar un gato ¡Traduce lo que yo diga y baja ese arma!
El soldado obedece y baja el arma atento a las palabras de su superior para traducirlas.
–¿Qué lleváis ahí? –pregunta el interrogador, seguido de la traducción.
–Sólo una pistola –responde Alejandra sin moverse.
–Sácala despacio –ordena el hombre de mirada perspicaz–. Y déjala junto al cristal.
Alejandra simplemente asiente tras escuchar la orden en inglés moviéndose despacio para que
mantengan la calma. Por los nervios le cuesta encontrar la pistola, lo cual hace fruncir el ceño
todavía más al interrogador. Cuando la tiene cogida por el cañón se reincorpora despacio sin perder
de vista a sus vigilantes alzando la mano con la pistola y dejándola sobre el salpicadero de la
furgoneta.
Cuando la pistola reposa ante el cristal y ya ha alejado su mano de ella, Alejandra libera el aire que
mantenía en sus pulmones por la tensión. Poco le queda ahora del valor que sentía en la madrugada
de ese mismo día. Ahora que la pistola ha quedado a la vista el interrogador sigue hablando,
necesitando al traductor para transmitir sus órdenes.
–Esta colonia es un sitio seguro donde no os harán falta las armas. Por eso debemos registrar vuestro
vehículo por si sois una amenaza. Así que bajad. Ahora.
Alejandra decide obedecer. No ha tenido tiempo ni valor para leer la mente del interrogador, y en el
caso de que realmente sea un sitio seguro no quiere empezar su estancia en él con mal pie. Alejandra
le dice a Edith que se baje y ella obedece quedándose en todo momento a su lado mientras los
soldados acceden al interior para efectuar el registro.
Ahora que no hay tanta atención sobre ellas, Alejandra busca con la mirada al interrogador para
leerle la mente. Lamentablemente ha debido desaparecer por algún sitio para continuar su
retransmisión y Alejandra no puede encontrarle.
–Alex, tengo miedo. Esto no me gusta –dice Edith en voz baja.
–Ten calma –le pide Alejandra–. Colaboremos con ellos un poco más. Si vemos que esto no nos
gusta nos vamos ¿vale?
Edith asiente aferrándose al brazo de Alejandra mientras observan vagamente a través de los
cristales tintados de la furgoneta el progreso del registro. La inspección termina cuando el
interrogador aparece de nuevo. Uno de los soldados lleva en sus manos el racimo de granadas y la
abundante munición que Alejandra recogió en Francia y que ya había olvidado. El interrogador lo
examina y da órdenes a sus soldados.
–Devolvedlo todo dentro. Dejaremos el vehículo en la nave. Ya sabéis a dónde debéis llevar a estas
dos –ordena él mientras entrega una hoja con anotaciones a uno de los soldados.
Cuando dos de los soldados se acercan a Alejandra y Edith para llevárselas hacia el camión en el
que los hombres han llegado, Alejandra pregunta qué pasa con su furgoneta viendo que los otros dos
hombres se dirigen a ella para montarse.
–Vamos a esconderla –explica el soldado–. Así no llama la atención. Subid al camión.
Alejandra obedece por no llevar la contraria llevándose consigo a Edith y subiéndose a la parte
trasera del camión preguntándose de quién sería la atención atraída por la furgoneta. El camión
también es de aspecto militar y en cuanto las dos se han subido el toldo se baja. Los dos soldados se
montan en la cabina y arranca el motor para iniciar la marcha. El viaje es bastante corto pero muy
incómodo y plagado de baches.
Para cuando Alejandra logra una posición estable ya es momento de bajarse. El toldo se eleva y la
luz vuelve al interior de la parte trasera del camión. Los soldados les piden que se bajen. Desde esta
nueva situación Alejandra puede ver al fondo, desde donde han venido, un conjunto de casas de
madera bastante rudimentarias.
Los hombres guían a las chicas hacia el edificio que ahora tienen a sus espaldas. En contraste con los
otros éste está hecho de hormigón, tiene dos plantas y las ventanas están aseguradas con barras de
acero. Sin tiempo para hacer ninguna pregunta, los hombres llevan a las dos chicas adentro. Uno va
por delante y abre la puerta de entrada al edificio, Alejandra le sigue, Edith va detrás y el otro
soldado completa la fila. Habiendo pasado el umbral la puerta se cierra de nuevo.
El interior revela bastante lujo. La puerta da a un paso estrecho de tan sólo metro y medio de longitud
tras el cual hay un enorme salón alumbrado de forma tenue con bombillas. A la izquierda hay una
barra de bar de varios metros de longitud forrada en piel negra. Tras la barra hay una enorme
estantería donde reposan las botellas de bebida. La barra tendrá unos cinco metros de largo.
Enfrente de la barra, a la derecha de la entrada, hay un espacio casi vacío donde tan sólo hay unas
pocas mesas de bar, de esas mesas altas donde una persona puede apoyarse estando de pie. Al fondo,
más allá de la barra y las mesas hay múltiples sofás, sillones y mobiliario variado donde hay cuatro
mujeres, dos hablan entre ellas pero las otras dos no. Todo está hecho con maderas nobles y
materiales de calidad.
Después de cerrar la puerta, el soldado que iba delante da un grito para llamar la atención de las
chicas que ya estaban allí. Todas se giran mientras los dos hombres se van hacia la barra de bar para
servirse ellos mismos un trago dejando a la vista de las anfitrionas a las dos chicas nuevas, que no
saben qué hacer. Una de las chicas que estaba en silencio se levanta y acude a su encuentro. Sin duda
es guapa y tiene un porte elegante pero lo más llamativo no es su físico o su forma de caminar, sino la
indumentaria que lleva. Algo que hace sospechar a Alejandra pero que a Edith le hace temblar. La
chica en cuestión es joven, a simple vista no llega a los veinticinco años y va tapada únicamente con
ropa interior. Pero no son prendas que se utilicen en el día a día sino lencería diseñada para atraer
las miradas y resaltar las virtudes del cuerpo femenino. A su paso, los dos soldados giran sus
cabezas para admirarla y uno de ellos, en alemán, habla a la anfitriona.
–¡Eh, Ruth! No te molestes, no hablan alemán, sólo inglés ¡Y prepárate para esta noche! ¡No sabes
las ganas que te tengo! Jajaja.
Ruth hace caso omiso a las palabras del hombre dando una leve mueca de asco cuando él ya no
puede verla. Llega hasta Alejandra y Edith con una expresión neutra aunque intente forzar una sonrisa
de bienvenida. Puede vislumbrarse mucha tristeza y preocupación a través de sus ojos azules.
Habiendo escuchado la apreciación del soldado acerca del idioma, Ruth saluda en inglés a las dos
chicas nuevas y las invita a que la sigan para sentarse en los sofás. Alejandra la sigue y Edith va con
ella, a su derecha para evitar acercarse a los dos hombres que beben en la barra atentos a todos los
movimientos de Ruth. Toman asiento y Alejandra observa a las otras tres mujeres, bastante jóvenes,
que hay allí. Todas ellas están vestidas de forma provocativa, lo que eleva la tensión de Edith y
confirma las sospechas de Alejandra.
Adelantándose a las presentaciones, Alejandra pregunta en inglés algo cuya respuesta es más que
obvia mientras se oyen pequeños gritos, gemidos y otros sonidos indeterminados en el piso superior.
–¿Qué es este sitio?
Nadie responde. Las dos chicas que antes hablaban ahora guardan silencio. Todas desvían la mirada
dejando que el ambiente hable por sí solo mientras los soldados beben y conversan a lo suyo en la
barra. La respuesta implícita en el silencio de las mujeres es suficiente para Alejandra, quien
enseguida muestra su intención de levantarse para irse de allí.
–A la mierda –dice Alejandra–. Nos vamos.
Antes de que pueda levantarse. La chica que está sentada a su lado extiende su brazo para evitar que
se levanten dando razones para no hacerlo.
–No, no es una buena idea. Hazme caso, no os conviene.
–¿Por qué? –pregunta Alejandra mosqueada– ¿Es que no nos podemos ir?
–No os lo permitirían –contesta Ruth–. Nosotras tampoco estamos aquí por gusto ¿sabes?
–Elke también quiso marcharse –continúa la que ha extendido el brazo–, pero ni siquiera pudo llegar
a la alambrada. Desde entonces esa puerta de ahí sólo se abre con llave –comenta señalando la
puerta de entrada del edificio en el que están.
–Me da igual, me abriré paso entre ellos en cuanto la puerta se abra –contesta Alejandra.
–Es inútil –responde en alemán otra de las chicas que está algo apartada y sentada en el borde de un
sillón y con la mirada perdida–. Si os atrapan huyendo os darán una paliza y os traerán de vuelta. Si
no pueden atraparos simplemente os matan a tiros, como a Elke y a Ralf.
Ruth se levanta para acercarse a la chica que acaba de hablar y que mantiene la vista en el infinito.
Entre tanto, Alejandra hace otro amago de levantarse y una vez más la chica sentada a su lado frena
sus intenciones extendiendo su brazo.
–No, por favor –ruega la chica–. No más sangre. Aunque seas capaz de matar a esos dos de ahí aún
quedan muchos más y las noticias vuelan en este sitio. No tendrías posibilidades. Intentar escapar a
lo loco es un suicidio.
Alejandra se frena por las advertencias. Cree que podría escapar con Edith ayudándose de sus
técnicas, algo que todas estas chicas desconocen. Tampoco quiere empezar una pelea ahora mismo
sobre todo porque todos los soldados que ha visto van armados y no sabe cuántos hay. Sin embargo
se resiste a quedarse y padecer las consecuencias, sobre todo por Edith, que está muy tensa y
nerviosa a pesar de no entender apenas nada de lo que se habla.
Un tercer soldado aparece por la puerta que está al fondo del salón, a la derecha de la entrada pasada
la zona de las mesas. Aparece con una expresión de felicidad abrochándose la bragueta y enseguida
se percata de las nuevas incorporaciones. Desvía su camino hacia la barra para acercarse a los sofás.
–Vaya, vaya –dice entusiasmado el hombre, en alemán, acercándose a Edith–. Qué tenemos aquí.
Extiende su mano para acariciar el pelo de Edith y rápidamente Alejandra interviene apartando la
mano del hombre y frustrando su intento de tocarla.
–¡Wow! –exclama él apartando la mano– ¡Tranquila gatita! –Y se marcha hacia la barra riendo y
pidiendo un vaso.
–Si sigues así… –le dice a Alejandra la chica que tiene al lado– pronto intentarán hacerte más dócil.
Si no cumples tu trabajo se toman la molestia de enseñártelo del modo malo. Hace unos pocos días
uno de ellos quiso subir conmigo, él estaba completamente borracho. Tanto que ni siquiera podía
sujetársela. Como no fue capaz de conseguir nada se cabreó y me dio una paliza. Todavía me duele.
Por cierto, mi nombre es Sonja.
–Es una pena, lo siento de verdad –dice Alejandra con sinceridad–, pero no podemos quedarnos.
Nos iremos esta misma noche.
–Como quieras… –suspira Sonja– Pero que conste que ya te hemos advertido del peligro.
–¿Esta noche? –pregunta Edith en francés– ¿Por qué no nos vamos ahora mismo Alex? Sácanos de
aquí ¡Puedes hacerlo!
–Sí, lo sé, Edith –responde Alejandra–. Pero no ahora, hay demasiada gente. Esperaremos a la noche
para aprovechar la oscuridad.
–Por cierto –añade Sonja–, no esperes que por la noche haya más facilidades. Aquí siempre hay
mercenarios y otros vigilan día y noche la alambrada, las puertas y todo el interior. Si alguien te ve
fuera del edificio enseguida saltan las alarmas y se te echarán encima. O eso o disparan.
A pesar de su ímpetu, Alejandra no sabe cómo planificar la salida. Si estuviera sola se valdría de
Invisibilidad para moverse y encontrar la salida pero con Edith eso no funcionaría. Además tampoco
sabe cómo salir por la puerta sin que se les vea ni conoce ninguna otra salida del edificio. Para
complicar más la situación está desorientada, no sabe exactamente por dónde han venido ni conoce
remotamente la ubicación de su furgoneta.
Buscando el modo de fugarse no se ha percatado de que una nueva chica ha bajado del piso superior
y se ha sentado enfrente de ella. Cuando Alejandra le dedica una mirada, ella saluda en inglés y
Alejandra devuelve el saludo mientras los tres soldados que estaban en la barra se marchan.
–Yo soy Sara –dice la recién aparecida–. ¿Cómo os llamáis?
Cada una da su nombre en respuesta.
–¿De dónde venís? –pregunta Sara.
–Ella de Francia y yo de España –contesta Alejandra.
–¡Vaya! –exclama Sara en español– Yo soy de Madrid –El hecho de volver a oír su lengua natal
sorprende a Alejandra y Sara lo nota–. Sí, a mí también se me hace raro hablar en español –continúa
Sara​–. Ya pensaba que se me iba a olvidar. Así que vosotras también habéis caído en la trampa ¿no?
–Sí, pero por poco tiempo –responde Alejandra convencida–. Esta noche nos iremos.
–Ya… –suspira Sara con gesto triste– Eso mismo dijimos todas y sin embargo aquí seguimos.
–Excepto Elke ¿no? –pregunta Alejandra.
–Ya veo que te lo han contado –contesta Sara–. No pudo esperar y le salió demasiado caro.
–¿Esperar a qué? –pregunta Alejandra extrañada.
–A tener una oportunidad –responde Sara sonriente–. Llegará un momento en el que la situación dé un
vuelco y la aprovecharemos. Hasta entonces sólo podemos aguantar.
Alejandra observa en silencio la expresión de Sara que transmite cierta confianza dando a entender
que se guarda un as bajo la manga.
–Sólo os pido que aguantéis –prosigue Sara–. Después de que Elke se fugara colocaron la cerradura
en la puerta y nos ha complicado las cosas. Si intentáis escapar nos pondrán más trabas.
–Lo siento… No puedo dejar que le pase nada malo –responde Alejandra mirando a Edith.
–Os lo pido por favor –dice Sara acercándose a Alejandra–. Nosotras también queremos salir de
aquí ahora mismo, hemos tragado mucha mierda pero tenemos que esperar al momento adecuado
manteniéndonos unidas.
Alejandra duda. No quiere quedarse en la colonia ni por ella misma ni por Edith pero las palabras de
Sara, sinceras según su intuición, la empujan a colaborar aun sin saber exactamente cómo. Alejandra
se mantiene en silencio debatiendo si únicamente proteger a Edith o ayudar a Sara con el plan que
parece tener. Sara se retira hacia atrás mientras Alejandra sigue pensando cuando la puerta vuelve a
abrirse. Entran varios soldados, cuatro en total. Uno de ellos se acerca hasta los sofás para dar
ciertas instrucciones en alemán.
–¡Atención! –grita el hombre– El señor Volker quiere conocer a las dos chicas nuevas. Que se
preparen enseguida.
Dicho esto sale afuera acompañado de otro de los soldados que acaban de llegar. Los dos restantes
se quedan en la barra de bar un rato antes de subir a las habitaciones superiores con la chica que
elija cada uno.
–¿Volker? –pregunta Alejandra en español– ¿Quién es Volker?
–Venid conmigo y os lo voy explicando –dice Sara mientras se levanta.
Alejandra no se mueve del sitio y en consecuencia Edith tampoco, resistencia pasiva. Viendo que no
colaboran, uno de los soldados se adelanta para obligarlas a cooperar. Enseguida coloca su mano
sobre Alejandra y ésta se gira con un miedo visible pero dispuesta a dar pelea para defenderse. Sara
se apresura a coger la mano de Alejandra y tira de ella dejándola de pie. Sin soltarle la mano,
arrastra a Alejandra hacia la puerta por donde ha bajado Sara antes y Edith las sigue.
Al pasar bajo el umbral, a la izquierda quedan escaleras que suben pero ese no es su camino. La
puerta da a un pasillo donde hay más salas separadas por tabiques. Sara gira y entra a una sala que
está a la derecha llevándose consigo a Alejandra. La sala es como un armario gigante donde hay
infinidad de ropa, toda del mismo tipo, de infinitos colores, tallas y diseños. En cuanto están dentro
Sara se gira sosteniendo la cara de Alejandra entre sus manos.
–Mira, no sé qué plan tienes en mente –dice Sara acelerada– pero nosotras estamos preparando una
rebelión. Si te fugas esta noche nos lo joderás todo tanto si salís vivas, que lo dudo, como si no. Ya
lo tenemos bastante difícil, no nos compliques más la situación. Necesitamos que hagáis ese
sacrificio que todas nosotras hemos estado haciendo.
Alejandra no sabe qué hacer. Le aterra la idea de quedarse, máxime después de acceder a los
recuerdos de Edith. Pero también recuerda la decisión que tomó muchos días atrás de ayudar con su
magia a todo aquel que lo necesitara. Y es evidente que estas chicas necesitan ayuda.
–Tanto si esta noche os fugáis como si no –dice Sara interrumpiendo las cavilaciones de Alejandra–
tenéis que ir ahora con Volker y no conviene hacerle esperar. Tenéis que cambiaros de ropa.
Alejandra ya ha tomado su decisión y se gira, bastante abatida, hacia Edith para pedirle algo.
–Edith… sé lo que te prometí, pero tenemos que hacer el esfuerzo. Sólo hasta que caiga la noche.
Entonces nos iremos.
–No, Alex… vámonos ahora –contesta Edith entre sollozos.
–¡No podemos! –responde Alejandra– Son demasiados incluso para mí y nos cogerían. Por favor,
Edith, yo me arriesgué para sacarte de allí. Ahora es tu turno para demostrar lo que vales. Hemos de
sacrificarnos las dos.
Edith se toma su tiempo pero finalmente asiente levemente sin levantar la cabeza y Alejandra la
abraza repitiéndole al oído que sólo hasta que caiga la noche.
–No puedo culparte por querer huir –interrumpe Sara–. Yo también lo haría.
–¿También hablas francés? –pregunta Alejandra girándose después de separarse de Edith.
–Español, inglés, francés y alemán –puntualiza Sara–. Pero eso no es importante ahora.
Sara se gira y empieza a buscar por los percheros mientras Alejandra se vuelve hacia Edith dándole
ánimos. Sara vuelve de nuevo con ropa para ambas dos.
–Esto para ti y esto otro para ti –dice Sara entregando una percha a cada una de las chicas. Viendo lo
que cuelga de su percha, a Alejandra se le cae el alma a los pies.
–¿No hay nada que tape más? –pregunta Alejandra completamente desmotivada.
–De tu talla no –responde Sara–. Cambiaos rápido. Os espero fuera. Elegid vosotras el calzado.
Alejandra y Edith se quedan en la sala cuando la puerta se cierra al paso de Sara. Por un momento
ambas se miran hasta que Alejandra empieza a quitarse la ropa culpándose por su más que
desacertada idea de seguir las flechas azules. Cuando ya le queda poco que quitarse da la espalda a
Edith por vergüenza y le pide perdón por obligarla a hacer algo que no quiere pero Edith no
responde, simplemente se desviste despacio intentando prolongar la agonía.
Alejandra empieza a ponerse su conjunto: un pequeño camisón blanco, todo transparente y abierto
por delante cuya longitud es muy reducida, acompañado de un tanga del mismo color y nada más.
Edith sigue desvistiéndose en silencio mientras Alejandra la rodea dándole la espalda para no
descubrir su escaso desarrollo ahora tan a la vista. Va a la parte donde están almacenados los
zapatos más al fondo de la sala.
Aunque el conjunto de Edith sea más grande tampoco es capaz de esconder nada. Es una malla
enrejada negra que dispone de aberturas en lugares muy específicos. Cuando Edith ya se lo ha puesto
se gira temblando y tapándose lo mejor que puede con las manos para ir donde Alejandra a coger
calzado. Alejandra se ha buscado los zapatos con menor tacón posible. Edith no se molesta en elegir
y recoge unas sandalias negras. Ninguna de las dos se atreve a mirar a la otra a la cara.
Después de coger aire, Alejandra se planta frente a la puerta y la abre para volver a taparse
enseguida. Allí están Sara y Sonja esperándolas con dos mantas grandes en las manos.
–Ponéoslas encima y taparos bien con ellas –dice Sara entregando las telas.
Las dos obedecen tapándose al instante mientras Sonja se preocupa de cepillarles el pelo de la forma
más rápida y sencilla que puede.
Cuando han terminado, Sara las guía hasta el salón y de ahí a la puerta de entrada del edificio sobre
la que da dos golpes con la mano para llamar a los dos soldados que esperan fuera. Abren la puerta y
Sara se hace a un lado indicando a Alejandra que salga ya que ella no puede ir más allá de la puerta.
La mirada de Sara trata de transmitir compasión.
Las dos chicas salen y un soldado señala el camión en el que han venido para que se suban a la parte
de atrás. Alejandra aprovecha el momento para observar el entorno encontrando una pequeña
superficie con arbustos y matorrales cerca de la puerta a la derecha. El toldo cae cuando las
asustadas chicas ya se han subido. El viaje transcurre en un silencio sepulcral con Alejandra
observando a Edith, sintiendo una enorme culpa por haberla conducido a esta situación.
El camión se detiene y el toldo se levanta de nuevo. Después de bajarse son guiadas por los dos
hombres hacia una enorme casa de madera. También es un edificio de dos plantas pero tanto la
decoración exterior como su aspecto general dan a entender que se trata de una finca importante. La
puerta está abierta y los soldados las llevan dentro.
–Subid por esa escalera y pasad a la sala del fondo –indica en alemán uno de los soldados señalando
la escalinata–. Cuando hayáis terminado volved aquí.
Dadas las instrucciones, los soldados cierran la puerta y esperan dentro de la casa. Alejandra
empieza a caminar y Edith la sigue como un alma en pena. Suben las escaleras siguiendo la
indicación y se dirigen a la habitación del fondo cuya puerta está entornada. Sin soltar su manta,
Alejandra abre la puerta encontrándose al que supone que es Volker.
Lo que Alejandra se encuentra nada más abrir la puerta es a un tipo algo mayor y aparentemente alto
que luce una barriga cubierta de pelo. Está desnudo sobre un montón de cojines de diversos tamaños
y colores. Sin mediar palabra, Volker invita a las chicas a entrar y ellas acatan la orden cerrando la
puerta tras de sí.
Más de cerca puede apreciarse que el hombre está parcialmente calvo, siendo de color oscuro el
pelo restante de su cabeza. Lleva una barba mal arreglada de varios días que redondea un aspecto
cochambroso sumado a unos gestos más propios de alguien que está colocado por alguna sustancia
estupefaciente. En su mano lleva una pequeña bandeja de plata con tres hileras de un polvo blanco
que enseguida ofrece a Alejandra y a Edith. Ellas rechazan la invitación negando con la cabeza por lo
que el hombre empieza a esnifar las tres rayas de a saber qué tipo de droga.
Cuando ya no queda una sola mota tira la bandeja a un lado y con su mano indica a las chicas que se
retiren las mantas. A Alejandra le cuesta obedecer pero todavía le cuesta más a Edith y Alejandra se
ve obligada a descubrir despacio a la francesa ante los gruñidos de impaciencia del hombre. Ambas
chicas tratan de taparse lo mejor que pueden mientras tiemblan como nunca antes lo habían hecho.
–Vamos… Empezad… –dice Volker en alemán, como puede porque está visiblemente afectado por
la droga y con la voz propia de alguien que no ha tragado saliva en horas.
Alejandra no entiende lo que ha querido decir concretamente y Edith ni siquiera ha entendido el
significado de las palabras por lo que ambas se mantienen quietas esperando una aclaración.
–Empezad entre vosotras, hostia –repite el hombre agitando la mano violentamente.
Pero ninguna puede moverse. Están demasiado asustadas como para colaborar aunque Alejandra
haya entendido el mensaje. Volker se impacienta por la pasividad de sus concubinas y se pone en pie.
Torpemente se acerca a ellas para empujarlas con fuerza una contra la otra. El simple contacto de la
mano de Volker sobre su piel hace que tanto Alejandra como Edith se estremezcan de verdadero
terror.
Alejandra hace un leve gesto para pedir un mínimo de tiempo y Volker vuelve a sus cojines. Mientras
Alejandra explica a Edith lo que Volker quiere, éste empieza a acariciar su flácido miembro al
tiempo que se deleita con las vistas. Alejandra está a punto de abrir su mano para electrificar a
Volker y no tener que rebajarse a sus exigencias. Sin embargo no se siente capaz de hacerlo porque
asesinar al líder equivaldría a buscarse su propia muerte o la de Edith en la posterior reyerta. Sólo
puede someterse ya que Volker dispone de un arma a su alcance.
Edith se gira hacia Alejandra y ésta hacia Edith. Se acercan entre sí mirándose la una a la otra,
viendo cada una el miedo de su compañera. Sus corazones laten muy acelerados por la tensión y el
desasosiego. Edith coloca la mano izquierda en la cintura de Alejandra y la mano derecha sobre el
brazo izquierdo de su cómplice. Alejandra, por su parte, coloca sus brazos alrededor del cuello de
Edith, sobre los hombros. Lentamente acercan sus caras hasta casi tocarse las puntas de sus narices.
Ambas hacen amagos de besarse, acercándose y alejándose descoordinadamente hasta que al final
sus labios se tocan.
Un simple e inocente beso tiene lugar, corto como un suspiro y mezclado con la entrecortada
respiración tras el cual se separan. Edith se sorprende de la suavidad de los labios de Alejandra y
viceversa. Desvían su mirada hacia Volker, quien pide más. Las chicas repiten la acción dándose
pequeños besos fugaces mientras se sujetan la una en la otra. Edith puede sentir el temblor en el
cuerpo de Alejandra y ésta nota las elevadas pulsaciones de Edith transmitidas desde su yugular.
Un nuevo vistazo de Alejandra hacia Volker la hace separarse de Edith. Salvadas por la casualidad o
inmersas en un problema aún mayor, Volker yace sobre los cojines con su cara orientada al techo. El
hombre ha cesado toda acción y Alejandra se preocupa de que esté inconsciente o algo peor.
Despacio, se acerca al hombre esperando encontrar signos vitales mientras Edith se mantiene en su
sitio. Cuando Alejandra llega hasta los cojines encuentra lo que busca no sin darse un susto. Un
ronquido de Volker acompañado de una pequeña convulsión despeja las dudas sobre su estado.
Alejandra coloca su mano sobre su frente para relajarse respirando con más tranquilidad aunque su
corazón siga acelerado. Vuelve donde Edith y recoge su manta para ponérsela encima.
–Creo que ya nos podemos ir –indica a Edith, quien también se tapa con la otra manta.
Alejandra abre la puerta y llama a los soldados para que suban. Se presentan arriba para comprobar
la situación y uno de ellos se acerca a Volker para comprobar que está vivo.
–Puto yonki… ¡Está hasta el culo de esa droga! –ríe el soldado que llega junto a Volker– Ya
podemos irnos.
Vuelven a la entrada acompañando a las chicas para llevárselas de vuelta a la otra casa. Si en el
viaje de ida el silencio era sepulcral, ahora es además tenso. Tanto Alejandra como Edith mantienen
la cabeza gacha pensando en lo que han debido hacer unos momentos antes. Cuando entran otra vez
en su nuevo hogar, Sonja se sorprende de lo rápido que han vuelto.
–¿Qué ha pasado? –pregunta Sonja en inglés– No es normal que estéis de vuelta tan pronto.
–Se ha quedado dormido –contesta Alejandra sentándose en el sofá junto a Edith aún con las mantas
encima.
–¿En serio? –exclama Sonja– No sabéis la suerte que habéis tenido. Es el tipo más raro y asqueroso
que he visto nunca. Ruth y Nadin pueden contaros cosas de él. Bueno, A Ruth mejor no le preguntéis,
le sabe malo recordar esas cosas.
–Entiendo ¿Dónde están las demás? –pregunta Alejandra viendo que en el bar no hay nadie y en los
sofás solo estaban Sonja y la chica de la mirada perdida, en la misma posición y con la misma
expresión.
–Están arriba con los últimos mercenarios antes de la cena.
–¿Por qué los llamáis mercenarios? –pregunta Alejandra– ¿Es que no son soldados?
–¿Soldados? Pff… para nada, ya les gustaría –contesta Sonja–. Son todos gente corriente que ha
aceptado las condiciones. Si acaso, el único militar es Sven. Ya lo reconocerás.
Esta respuesta es un pequeño alivio para Alejandra de cara a la fuga. El hecho de que no sean
soldados profesionales, aunque lo aparenten, supone que son menos diestros con las armas y su
disciplina es mucho menos profesional. Alejandra pregunta a Sonja por la chica del sillón, la que no
habla, y Sonja cuenta su historia.
Su nombre es Heidi y tiene dieciocho años aunque aparente menos. Su aspecto es muy similar al de
Alejandra excepto por lo claro de sus ojos y su pelo, de un amarillo pálido. Ella ya estaba aquí
cuando Sonja llegó, de hecho se cree que es la primera que trajeron a ese lugar. Sonja cuenta, según
le contaron a ella, que Heidi llegó a la colonia cuando aún no estaba formada del todo con un chico
joven llamado Ralf. Al día siguiente de llegar intentaron fugarse, Ralf murió a tiros y a ella la
trajeron aquí junto con Berta.
Alejandra se sobrecoge con la historia de Heidi mirándola con lástima. Heidi por su parte nunca
suele hablar, ni siquiera moverse. Suele esperar en el sillón hasta que algún mercenario se la lleva.
Cuando termina vuelve a su sillón de nuevo.
Alejandra pregunta ahora por Berta, ya que Sonja la ha nombrado pero no sabe quién es. Sonja aclara
que Berta es la chica con la que ella estaba hablando cuando Alejandra y Edith han llegado: la chica
de pelo castaño ondulado y pecas en la cara. Sonja cuenta sobre Berta que al principio trabajaba
fuera labrando la tierra y que después la trajeron aquí con Heidi. Vivía en Siena y estaba de viaje
cuando llegó el Instante. Sonja no lo sabe con claridad pero cree que tiene veinticinco años.
–Al resto creo que ya nos has visto a todas –termina Sonja mientras Berta aparece–. ¡Huy no! Me he
olvidado de Nadin.
–Ah, cierto. Ya la he oído nombrar un par de veces –indica Alejandra.
–A Nadin me parece que no la has visto todavía –prosigue Sonja–. Y creo que no la verás mucho.
Parece estar bastante a gusto en su situación. De hecho le gusta, le gusta todo y no tiene inconveniente
en ir donde Volker. La reconocerás fácil, suele tontear con los hombres y lleva el pelo rapado, muy
corto.
Después de las historias que cuenta Sonja, ella pregunta a Alejandra por su historia y la de Edith.
Alejandra va explicando mientras el resto de chicas van apareciendo, Nadin la última, para
acercarse a escuchar. Alejandra por supuesto omite los detalles referentes a su poder contando
únicamente lo que ahora se considera normal. Alejandra termina su relato y los hombres que había se
marchan.
Este es, según Sara, uno de los pocos momentos en los que se quedan solas: la hora de la cena. Sonja
se levanta y desaparece por la puerta del fondo para preparar algo de comer para todas. El resto se
queda en el salón y se terminan las presentaciones. Todas saben hablar inglés lo suficiente como para
poder comunicarse sin mayores problemas excepto Heidi y Nadin. Heidi no habla y Nadin
simplemente hace un comentario en alemán resaltando el parecido entre Heidi y Alejandra diciendo
que ésta última parece la versión morena de Heidi.
Un poco después Sonja reaparece llevando dos platos grandes sobre los que hay tortilla. Berta
insiste en que coman rápido ya que pronto empezarán a venir mercenarios y no habrá tiempo para
cenar. Antes de que se vacíen los platos, Sara pide a Alejandra y Edith que la sigan escaleras arriba
para explicarles el sistema que siguen.
El tramo final de las escaleras da a la mitad de un pasillo que recorre el edificio de un lado a otro.
Sara entra en una de las salas donde el lujo brilla por su ausencia y las dos novatas la siguen
envueltas en sus mantas. La ventana está asegurada por barras de acero en su exterior. En el interior
no hay mucho: un camastro amplio, una silla donde hay dos mantas y una mesita de noche junto al
camastro en cuyos cajones hay un arsenal de condones y toallitas.
–Aquí es donde trabajamos y después dormimos –explica Sara–. Las mantas son sólo para dormir, si
se mancha algo que sea el colchón. En los cajones de la mesilla hay condones, de uso obligado, y
toallitas húmedas para limpiaros después. Creo que también suele haber lubricante. Todos los restos
los tiráis al cubo que tiene que estar por aquí, en alguna parte. Cerrad la puerta de la sala que vayáis
a utilizar, cuando hayáis terminado salís de la habitación dejando la puerta abierta y volvéis abajo.
Si os hace falta, hay servicio al fondo.
Alejandra asiente tragando saliva y Edith tan sólo observa el sitio desconsolada, conocedoras las
dos de lo que se les avecina.
–Lamento que estéis aquí –dice Sara–. Sé que os iréis esta noche pero al menos tenéis que conocer
las normas de funcionamiento. Por cierto, no olvidéis que siempre que haya penetración debéis usar
condón. Nadie sale ganando si no lo utilizáis.
Tras la explicación vuelven a la planta baja y Sara guarda las mantas que las nuevas llevaban
encima. Alejandra se sienta en el sofá y Edith a su lado, ambas tapándose avergonzadas y
temblorosas. Alejandra siente una enorme cobardía frente a las demás por su aniñada anatomía,
aunque en esta situación tal vez sea una ventaja.
18. DECISIÓN CONJUNTA

Pasan pocos minutos hasta que llegan los primeros mercenarios. Son dos y ni siquiera se detienen en
la barra de bar donde Sonja atiende. Uno de ellos se apresura a llamar a Ruth para que le acompañe
arriba y ella, tras un suspiro de resignación, se levanta y le sigue. El segundo se toma más tiempo
para decidir mientras Nadin le acaricia el cuerpo.
–¡Berta! –grita el hombre– Vente con Nadin y conmigo.
–Eh, soldado, no seas egoísta –le espeta Sara en alemán al mercenario antes de que Berta se ponga
en pie–. Quédate con Nadin, aunque creo que es demasiada mujer para ti.
–Oh, venga, Sara… –se queja Nadin– No seas aguafiestas. Deja que suba con nosotros. Lo
pasaremos bien.
Una seca negación de Sara es suficiente para que el mercenario acepte lo que tiene subiendo al piso
superior acompañado de Nadin, que va frustrada por la idea de no poder divertirse con Berta
también.
–¿Pero qué le pasa a esa? –pregunta Alejandra desconcertada.
–Ella es así –responde Sara–. Lo mismo le da ir con hombres que con mujeres. Parece que nació
para esto. De hecho dice llevar el pelo así de corto para limpiárselo más fácilmente.
Alejandra puede imaginarse de qué se limpia Nadin. Más hombres llegan, esta vez son cinco, pero en
vista de que Ruth ya está arriba optan por echar un trago antes. Alejandra y Edith están de espaldas a
la entrada y ni se atreven a moverse para no llamar la atención. Sonja sirve los vasos y los hombres
beben, hablan y ríen rifándose a las chicas. De lo que hablan, Alejandra entiende sin duda que sus
preferidas son Nadin por su predisposición y Ruth por su atractivo. Verdaderamente su belleza es su
perdición en un sitio como éste.
De repente la puerta de entrada se abre de golpe. Alejandra no se atreve a mirar pero un tipo enorme
acaba de hacer aparición. Su cuerpo musculado y su cara de facciones marcadas sobresaliendo entre
el humo del puro que sostiene en la boca le da un aspecto fiero y aterrador. Con una voz grave saluda
a gritos a los mercenarios que ya estaban allí y le exige a Sonja no un vaso sino la botella entera de
la cual echa un muy generoso trago sin pestañear mientras el resto de hombres le anima. Deja la
botella en la barra y acompaña en la conversación al resto comentando sus victorias sobre los
zombis y las “ingeniosas” formas de matarlos. Sonja se escabulle un momento de la barra para
acercarse a Alejandra y decirle que ese es Sven.
Alejandra se gira levemente para intentar reconocerlo y enseguida vuelve a su posición original
palidecida por el tamaño del mercenario, imponente e intimidatorio a los ojos de cualquiera mientras
se bebe el whisky como quien bebe agua. Tras unos pocos minutos de conversación y risas, con el
puro ya terminado, Sven abandona la barra para acercarse a los sofás.
–¡He oído que tenemos carne fresca en este antro! –grita Sven con su vozarrón– ¿Dónde están?
Sven llega hasta los sofás y se queda quieto un momento frente a Alejandra y Edith, a un par de
metros de ellas. Observa a ambas, sobre todo a Edith y empieza a avanzar hacia la adolescente, quien
no se atreve a alzar la vista. Por el contrario, Alejandra sí observa el avance de Sven hacia su amiga
viendo en el anguloso rostro del militar un atisbo de sonrisa malévola.
Justo antes de que Sven llegue hasta Edith, Alejandra se pone de pie y se coloca torpemente entre
Sven y Edith desviando la atención del gigante sobre ella. Por un momento Sven tuerce la mirada y
enseguida sonríe de nuevo aceptando lo que se le ofrece. Coge a Alejandra del brazo y se la lleva
hacia las escaleras cuando Edith reacciona y ve cómo Alejandra es casi arrastrada literalmente por
una mole con un objetivo claro. De camino a las escaleras Alejandra tropieza por la velocidad que
lleva y por su escasa experiencia con los tacones. Sven reacciona al momento tirando del brazo de
Alejandra y dejándola colgando en el aire.
–Gra… gracias –acierta a decir Alejandra completamente asustada.
Sven no responde, simplemente coge a Alejandra rodeándola a la altura de sus costillas para
llevársela bajo el brazo riendo. Sven no la suelta hasta que no entra en la primera sala del piso
superior que ve libre cerrando la puerta a su paso.
Alejandra se queda de pie completamente inmóvil excepto por el estremecimiento mientras Sven
empieza a desabrocharse el pantalón. El gigante se sienta en el borde del camastro y ordena a
Alejandra que se acerque y se arrodille. Alejandra obedece sin poder dejar de observar el enorme
miembro de Sven, proporcional al resto del cuerpo del mercenario.
Clava sus rodillas en el suelo apoyándose en las de Sven. Un fuerte olor le llega desde la entrepierna
del hombre, tan fuerte que por un momento deja de respirar. Antes de que pueda volver a coger aire,
Sven coloca su mano sobre la nuca de Alejandra y la empuja hacia él forzando a Alejandra a abrir la
boca para que el miembro se abra paso a través. Sven mantiene a Alejandra atragantada durante unos
pocos segundos en los cuales ella intenta desesperadamente empujar para alejarse y coger aire.
Cuando Sven deja de hacer fuerza su órgano abandona la boca de Alejandra empapado en la saliva
de ella. Dos hilos cuelgan uniendo el glande con los labios de Alejandra. Con el tiempo justo para
que Alejandra tosa y coja aire, Sven vuelve a repetir la acción, esta vez moviendo la cabeza de
Alejandra alternativamente hacia delante y hacia atrás haciendo que sus labios acaricien el falo.
Alejandra no puede abrir más su mandíbula y aún así el pene de Sven apenas puede entrar aunque el
hombre se esfuerza igualmente en penetrar lo más hondo que puede.
Alejandra vuelve a sentir la necesidad de aire y coloca sus manos sobre el vientre de Sven para
empujar con toda su fuerza. Pero hasta que Sven no quiere Alejandra no puede liberarse y el
movimiento continúa. Cuando Sven deja de retener a Alejandra, ésta cae hacia atrás por la fuerza que
ella misma estaba haciendo. Los ojos se le han encharcado por el apuro experimentado y tose
tratando de recomponerse.
–Vete, niña inútil –dice Sven con desprecio–. Y que suba una mujer de verdad.
A Alejandra le cuesta reaccionar y se siente horriblemente mal. Un cúmulo de sensaciones y
sentimientos negativos la acompaña mientras se levanta y se va camino de las escaleras. Baja paso a
paso porque las piernas le flaquean y se siente desorientada, en shock. Llega abajo y se sienta en el
sofá mientras es Sara quien sube sin necesidad de recibir indicaciones. Alejandra sólo alza la vista
un segundo para ver a Heidi: impasible como siempre en su sillón y con la vista perdida.
Todavía no se ha recuperado del todo cuando se da cuenta de que Edith no está a su lado. Todos sus
males pasan a un segundo plano cuando busca con la mirada a Edith y no la encuentra.
–Muy noble tu gesto de antes –le dice Sonja volviendo a los sofás–. Pero por desgracia ha sido para
nada. Ya se la han llevado arriba.
El corazón se le detiene por un momento y cierra los ojos con fuerza reprimiendo sus enormes deseos
de empezar a lanzar Relámpagos por doquier y no dejar títere con cabeza. Los brazos de Sonja la
rodean mientras ésta le habla.
–Cálmate, ya ha pasado. La primera vez es la peor.
Sonja se retira a la barra donde la llaman para seguir sirviendo vasos. El malestar vuelve a
Alejandra, que se siente completamente revuelta. Se levanta y se dirige a las escaleras. Habiendo
llegado al piso superior busca el servicio al fondo del pasillo escuchando gemidos y crujidos de
cama conforme pasa delante de alguna de las puertas cerradas. Tras alguna de ellas esta Edith.
Cuando llega al servicio se echa sobre la taza de wáter y vomita sintiendo el asco que ha sentido
antes con Sven. El vómito se mezcla en el agua con sus lágrimas derramadas por ella misma y por
Edith, a la que ha traído de vuelta a los abismos.
Alejandra vuelve abajo esperando encontrarse a Edith de nuevo. Sin embargo sólo está Heidi; Berta
y Sonja han subido también. Los mercenarios no suelen escoger nunca a Heidi por su extrema
pasividad y su escaso entusiasmo, por lo que uno enseguida se acerca a Alejandra para llevársela
arriba en cuanto aparece por la puerta.
La guía por el pasillo del piso superior cogida por la cintura, acariciándole las nalgas y buscando
con sus dedos un recoveco por el que colarse para desagrado de Alejandra. Cuando entran a una
habitación el mercenario cierra la puerta y se quita la ropa. Empuja a Alejandra para que se tumbe
boca arriba sobre el colchón y enseguida se le echa encima.
El mercenario no se complica la vida y retira la ropa de Alejandra con una delicadeza sólo
equiparable a la elegancia que rezuma. Antes de que empiece, Alejandra le para los pies para sacar
un condón y el lubricante, viendo que le va a hacer mucha falta. Con enorme vergüenza y repulsión
abre ligeramente sus piernas para aplicarse la sustancia viscosa mientras el mercenario espera para
que sea ella quien le ponga el condón. No es la primera vez que lo hace pero su temblor no le facilita
enfundar el pene ansioso del soldado con el plástico.
En cuanto el hombre ve que el condón está en su sitio, abre las piernas de Alejandra y se echa encima
apoyándose sobre su mano izquierda mientras que con la derecha guía su miembro buscando el
agujero adecuado. Al momento de encontrarlo empuja despacio pero con firmeza abriéndose paso en
el interior de Alejandra, quien sufre en silencio el dolor que le produce. El hombre da un muy
pequeño gemido de gusto y mueve su cintura hacia atrás para volver a empujar otra vez.
Enseguida acelera el ritmo y Alejandra se queda rígida intentando sofocar el daño por el excesivo
roce agarrándose al colchón. El mercenario permanece ajeno al malestar de su pequeño juguete,
soportándose sobre sus manos y echándose encima de ella poco a poco para terminar mordisqueando
y lamiendo su cuello. Alejandra siente el frío que la respiración acelerada del hombre produce sobre
su piel ahora humedecida con la saliva ajena.
El hombre se molesta por la escasa cooperación de Alejandra y coge sus manos para llevarlas a su
espalda. Alejandra mueve sus manos despacio, casi inconscientemente, por la espalda del
mercenario que ya está empezando a sudar. Alejandra no abre los ojos en ningún momento pero sabe,
sintiendo la respiración del mercenario, que está muy cerca y quiere besarla. Efectivamente el
hombre literalmente se come los labios de Alejandra mientras mantiene un ritmo cada vez un poco
más acelerado.
Transcurre un tiempo indeterminado en esta situación, con el joven hombre sobre Alejandra
bombeando sus músculos en busca del placer. Un tiempo demasiado extenso para una y demasiado
corto para otro hasta que el hombre siente cómo se aproxima su orgasmo. De manera instintiva se
separa de Alejandra pero la coge del pelo y del cuello mientras cierra los ojos y se acelera
desmesuradamente empujando con gran energía hasta que libera el fluido dentro de la funda de
plástico. El mercenario queda extasiado por un momento y se deja caer sobre la pobre chica que
apenas puede respirar con tanto peso encima.
El hombre se eleva un poco y saca su miembro de las irritadas entrañas de Alejandra. A ella le duele
pero queda supeditado por otras sensaciones peores, similares a las que sintió cuando entró en la
mente de Edith. El mercenario se quita el condón y lo tira al suelo quedándose de rodillas sobre el
colchón frente a Alejandra, viendo como cierra lentamente sus temblorosas piernas.
–Tienes que limpiarlo después de haberlo utilizado ¿no? –dice el hombre señalando su miembro
pringoso.
Pero Alejandra no se mueve, ni siquiera es capaz de soltar lágrimas de impotencia. El tipo se
impacienta y tira de Alejandra para acercar su boca al falo. Coloca su mano sobre los carrillos de
Alejandra para forzarla a abrir la boca y restriega el miembro, ahora más blando, sobre los labios de
Alejandra e introduciéndolo también en su boca para que quede más limpio.
Dándose por satisfecho, el hombre suelta a Alejandra que se queda arrodillada sobre el colchón
mirando al infinito mientras el hombre comienza a vestirse. Cuando él ha terminado abre la puerta y
se marcha dejando la puerta abierta. Alejandra se queda inmóvil por unos minutos oyendo pero no
escuchando lo que proviene de las habitaciones de al lado, sintiéndose peor que nunca consigo
misma, sucia no sólo por el sudor del hombre que acaba de beneficiarse de ella; pero no alcanza a
llorar por ello.
Cuando por fin reacciona busca las toallitas para limpiarse y después deja todo recogido moviéndose
despacio como un zombi sin rumbo. Se arregla lo poco que tiene para arreglarse y sale al pasillo en
dirección a las escaleras. De camino se junta con Berta que la acoge en sus brazos para hacerle más
llevadero, si es que es posible, el trance.
De vuelta al salón algunas chicas ya están de vuelta y Heidi ha desaparecido. Al poco rato aparece
Edith por la puerta del fondo de camino a los sofás. Alejandra se pone de pie para recibirla pero ella
pasa de largo sentándose lejos y sin decir una sola palabra, simplemente mirando al suelo. A
Alejandra se le parte el alma en dos.
Las horas pasan en la casa de citas y los mercenarios van y vienen continuamente mientras beben,
fuman y hacen uso de los servicios que las chicas están obligadas a dar. Es ya por la madrugada
cuando quedan unos pocos en la barra y alguno en el piso de arriba. Sara se acerca a Alejandra para
decirle que el día ha acabado y que probablemente ya no vendrán más hombres.
–Id a dormir –recomienda Sara–. Si viene alguno ya nos ocuparemos nosotras. En el vestidor tenéis
ropa mejor para dormir. Allí también está la ropa con la que habéis venido. Os hará falta. Espero que
tengáis suerte.
Efectivamente no llegan más cuando Alejandra y Edith se han ido a dormir. Alejandra no puede
dormir hoy. No después de la noche experimentada y es ahora, en soledad, cuando revela su
sentimiento intentando entender cómo las otras seis chicas son capaces de aguantar. También piensa
en Edith y su actitud. Alejandra entiende perfectamente que esté muy disgustada con ella y pasa las
horas revolviéndose entre las mantas encogiéndose de miedo y repugnancia.
En mitad de la noche se levanta para iniciar la fuga. Todo está a oscuras y con Linterna ilumina lo
mínimo para caminar sin tropezar con nada. Cuando llega a la puerta de Edith la abre y se la
encuentra sentada y encogida en el suelo, más o menos tal como se la encontró en Rennes. Al ver a
Alejandra, Edith se levanta y sale sin decir nada yendo las dos a la planta baja para vestirse y huir.
Cuando llegan a la puerta Alejandra intenta pensar cómo abrirla. La puerta es recia y se abre hacia
dentro pero los mercenarios son confiados y no hay pestillo, sólo el resbalón la mantiene cerrada. No
es posible forzarlo introduciendo algo para empujar el pasador pero la Telequinesia puede y la
puerta se abre pronto.
Tras un vistazo rápido las dos se apresuran a llegar a los arbustos que Alejandra vio durante el día.
Manteniéndose alerta avanzan por las tinieblas de la noche cerrada ocultándose siempre que pueden
detrás de árboles y matas. En un momento determinado Alejandra se detiene cuando están ocultas tras
varios árboles.
–¿Sabes conducir? –pregunta Alejandra a Edith con la voz más baja posible.
–No ¿Es que tú no puedes? –pregunta Edith manteniendo el volumen.
–Sí que puedo, pero es que… –Alejandra no sabe cómo explicarse a Edith, que quiere conocer el
motivo de la pregunta de Alejandra– El plan a seguir es que te vayas.
–¿Qué? ¿Yo sola? ¿Y tú qué? –pregunta Edith, que no entiende.
–Yo me quedo –contesta Alejandra seria–. Esperaba poder llevarte hasta la furgoneta para que te
marcharas y me esperaras lejos.
–¡¿Que te quedas?! –exclama Edith.
–¡Ssshhh! Baja la voz –dice Alejandra–. Sí. Me quedo. Estas chicas necesitan ayuda y yo me prometí
ayudar a quien lo necesitara. Ahora que sé lo que hay aquí no puedo irme tranquila. Pero tampoco
puedo obligarte a que te quedes.
–¿Pero tú estás loca? ¿Después de lo que hemos tenido que pasar aún quieres volver?
–Ya lo sé. No es fácil, no me lo recuerdes. Pero esto es algo por lo que ellas tienen que pasar cada
día y eso yo no se lo deseo a nadie. Así que tú te vas y yo me quedo. Te llevaré lejos y después
volveré aquí.
–Puedes ayudarlas sin tener que estar aquí.
–Eso no se sabe. Tras una fuga lo ponen todo más difícil.
–No importa. ¡Puedes volverte invisible, por si no te acuerdas! Vámonos las dos.
–Tú te irás y yo me quedaré. No tienes que volver a pasar por esto, Edith. Tal vez ni se den cuenta de
que te has ido pero si me voy yo se notará. Tengo que quedarme.
Transcurre un rato de silencio en el que Alejandra se queda dándose cuenta de lo que supone su
decisión.
–Yo también me quedo –afirma Edith convencida.
Alejandra se queda increíblemente sorprendida por la respuesta de Edith ya que la tarde anterior ella
insistía continuamente en que se marcharan sin esperar a la noche.
–Tú no tienes por qué quedarte –contesta Alejandra–. Vete ahora que puedes y nos reuniremos más
adelante.
–Te equivocas, Alex. Sí que tengo razones para quedarme. Una es que no pienso separarme de ti. La
otra es que creo que lo he entendido todo: del mismo modo que tú me salvaste, ahora soy yo quien
debe ayudar también. Tú siempre quieres ayudar y yo sería egoísta si no lo hiciera. Está claro que
tengo una deuda contigo.
–¿Pero qué deuda ni qué…? No seas loca y aprovecha.
–Aquí la loca eres tú, pero estás loca por una buena razón y yo me quedo contigo.
–¿Estás segura de lo que dices? Si volvemos ya no hay marcha atrás.
–Sí, estoy segura. Ya he estado una vez en el infierno y he salido de él. Puedo volver de nuevo, sobre
todo si tú te tiras a él de cabeza para salvar a más gente. Tienes mi apoyo en todo lo que hagas, tanto
si nos hundimos en la miseria como si salimos ganando.
Alejandra se queda completamente reconfortada por la respuesta de Edith, que demuestra un valor
inusitado y una amistad férrea con ella. La felicidad que Edith le ha inspirado la lleva a abrazarla
con fuerza y Edith, por supuesto, devuelve el abrazo.
–De mayor quiero ser como tú –bromea Edith.
–No digas tonterías –responde Alejandra cariñosamente.
El abrazo se prolonga reforzando más, si cabe, el aprecio que se tienen la una a la otra. Cuando se
separan, Alejandra pregunta a Edith por cómo estaba antes cuando pasó de lado frente a ella. Edith
responde que se sentía mal y que efectivamente estaba disgustada con Alejandra por haberla
conducido a tal situación pero que ahora, entendiéndolo todo mejor, se arrepiente de haberse
mostrado tan fría y distante.
Con las decisiones tomadas y las diferencias arregladas, deshacen el camino hecho para volver al
prostíbulo. Edith entra pero Alejandra se queda fuera. Pretende aprovecharse de la oscuridad y la
tranquilidad para curiosear por la colonia y recoger información de todo tipo. La información es
poder y puede serles de utilidad para la rebelión de Sara.
Poco antes del amanecer, Alejandra vuelve a la casa esperando que nadie esté despierto. En la
entrada no hay ningún vehículo ni se oyen voces ni ruidos dentro por lo que entra por la puerta
manteniendo siempre el silencio. Deja su ropa donde la cogió y donde está la que llevaba Edith y
vuelve a su habitación esperando dormir lo suficiente como para aguantar un día más en un lugar
olvidado donde la perversión y la maldad es la rutina.
19. LA VIDA EN LA COLONIA

Amanece en la colonia pero no es hasta pasadas un par de horas, ya cerca de las diez de la mañana,
cuando comienza la vida en el burdel. Las chicas se levantan más o menos a la vez y desayunan en el
salón lo que quede en la despensa. Cuando Sara ve a Alejandra se queda extrañada por un momento,
al igual que el resto de chicas.
–Ni siquiera pudisteis abrir la puerta ¿verdad? –pregunta Sara a Alejandra en inglés.
–Sí que pudimos –contesta Alejandra–. La abrimos para salir y después volvimos a abrirla para
entrar.
–¿Entonces? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué seguís aquí? –preguntan casi todas extrañadas.
–Nos pareció mal marcharnos sin más –responde Alejandra–. Es algo que os complicaría las cosas y
no podemos abandonaros aquí.
–Creo que yo me hubiese ido sin mirar atrás… –dice Berta avergonzada.
La puerta de entrada se abre y unos pocos mercenarios entran llevando cajas. Es el suministro diario.
Dejando las cajas sobre la barra claman cerveza y Berta acude a servirles. Aunque vaya en pijama,
los mercenarios no pueden evitar mirar a Berta con cierta lascivia. Sara ordena empezar a limpiar
todo de la noche anterior y se lleva a Alejandra consigo para recoger las cajas y llevarlas a la
despensa dejando a Edith que se ocupe con las demás de la limpieza.
–Tú escondes algo –dice Sara a Alejandra en español una vez están ya en la despensa a salvo de
oídos curiosos–. Nadie volvería aquí. Debisteis encontrar algún problema.
–En absoluto –contesta Alejandra–. Lo decidimos estando ya fuera del edificio. Podemos ayudaros y
lo haremos. Parece que no estás muy contenta de vernos aquí de nuevo.
–Sí que lo estoy. Bueno, ya sabes… cuando os despedí ayer esperaba no volver a veros por aquí, ya
me entiendes ¿Cómo conseguisteis abrir la puerta? Es imposible de forzar ¡Y menos dos veces!
–Ah. Los buenos magos no revelan sus trucos –Sonríe–. Pero aproveché la escapada para
inspeccionar un poco la colonia.
–¡Eso es estupendo! ¿Te costó mucho abrir la puerta? ¿Qué viste fuera?
–La puerta puede abrirse en un momento. Fuera no pude ver gran cosa. Sé que hay varias atalayas de
vigilancia, un grupo de casas de madera, un par de naves…
–Pues ya es bastante. Desde que Elke se fugara no hemos podido ni siquiera salir al exterior ¿Crees
que puedes volver a hacerlo?
–Sí, por supuesto, pero no es fácil con tanto mercenario yendo y viniendo. De todas maneras necesito
saber qué progresos habéis hecho y qué ideas tienes en mente.
–Eso lo hablaremos en otro momento. Ahora salgamos o se mosquearán.
De camino, Sara pregunta a Alejandra por la noche anterior cuando Sven se la llevó pero ella
prefiere no hablar del tema. Cuando llegan al salón se separan para sumarse a los trabajos de
limpieza. Dichos trabajos consisten en limpiar y ordenar todo: barrer, fregar vasos y suelos, lavar la
ropa utilizada, sacar la basura, ordenar las habitaciones… El mantenimiento de la casa corre de
cargo de las chicas así como la preparación de las comidas. Los mercenarios traen diariamente los
suministros de lo que haga falta.
Alejandra se percata de las molestias de Sonja al moverse debido a aquella paliza que recibió. Sonja
hace un gesto de dolor tocándose las costillas del lado izquierdo cada vez que hace un mal
movimiento. Alejandra se acerca a Sonja ofreciéndole ayuda para calmar su dolor. Sonja no cree que
pueda ayudarla mucho pero se deja hacer. Alejandra coloca sus manos donde Sonja siente el dolor y
espera unos minutos moviendo las manos por la zona. Aun sin tener idea de cómo avanza la
situación, Alejandra retira las manos creyendo que ya está arreglado. Sonja hace pruebas
moviéndose y efectivamente ya no siente molestia preguntando a Alejandra dónde aprendió a hacer
algo así. Alejandra sonríe dando respuestas vagas y ambiguas.
Los mercenarios que han traído los suministros insisten en subir al piso de arriba de par de mañana
pero Sara se impone argumentando que no son horas y que ahora están ocupadas limpiando, algo que
ya está casi completamente hecho. Consigue echarles de la casa exigiendo que traigan agua para
llenar los depósitos y gasoil para la calefacción. Ante la curiosidad de Alejandra, Sara le explica
que en la casa tienen electricidad, agua fría y caliente, calefacción e incluso ducha. Cuando los
mercenarios se marchan, Sara, Ruth y Sonja suben al piso superior e invitan a Alejandra y Edith a
que las acompañen.
–Como ya habéis visto –empieza Sara en inglés cuando ya están arriba–, Alexandra y Edith se
quedan. Pueden abrir la puerta con facilidad y Alexandra ha investigado los alrededores.
–Un momento –dice Alejandra–, ¿El resto no sube?
–No –responde Ruth–. Berta nos apoya pero no quiere conocer ningún detalle para no irse de la
lengua sin querer, Nadin no tiene ningún motivo para rebelarse y Heidi… bueno, ya la has visto.
–Pero… ¿son de fiar? –pregunta Alejandra.
–Sí –responde Sara–. Todas han prometido guardar el secreto. Bueno, a lo que iba. Alexandra y
Edith quieren ayudarnos con nuestro plan.
–¡Genial! –exclama Sonja– Aunque seguimos igual que antes. Ellos siguen siendo muchos más y
además siempre están armados.
–Así es –dice Sara dirigiéndose a Alejandra–. Es imposible vencerles por la fuerza por lo que
tenemos que seguir otra estrategia. Basta matar a uno para que el resto reaccione.
–Pensamos en envenenarlos –dice Sonja–. Todos excepto Volker pasan por aquí. Echar en la bebida
algún tipo de veneno de efecto retardado sería perfecto pero no hay nada que funcione. Lo único que
podemos echar es lejía y su efecto no es muy retardado que digamos. Además nunca están todos aquí
en la misma noche.
–Por desgracia así es –prosigue Sara–. Por eso tu habilidad para salir nos es muy útil. Podrías
investigar toda la colonia para saber qué hay. Con suerte podrías incitar a la gente de las casas a
rebelarse también.
–También podría sabotearles, a los mercenarios me refiero –añade Alejandra–. Incluso aturdirlos o
matarlos pero eso prefiero no hacerlo.
–¿Matarlos? –pregunta Ruth sorprendida– No son soldados profesionales, pero discúlpame, no te
veo capaz de matar.
–No… no sería la primera vez –contesta Alejandra bajando la mirada mientras Edith asiente dándole
la razón.
–Increíble… –dice Sara– Con razón estabas tan dispuesta a escapar ayer por la tarde.
–Tampoco creo que sea necesario matarlos –opina Sonja–. La mayoría de ellos son gente corriente
que trabaja de mercenarios.
–¿Gente corriente? –le pregunta Ruth molesta– Uno te dio una paliza por si no lo recuerdas. Y mira
cómo nos tratan. A mí eso no me parece corriente.
–Ya… eso, ya me entiendes… algunos son peores que otros –se explica Sonja.
–Es igual –interviene Sara–.Siguen siendo demasiados incluso para eso. Y matarlos de uno en uno no
es viable. La opción del sabotaje es más adecuada. Pero de momento dependemos de la información
que Alexandra pueda conseguir para elaborar bien un plan. Así que ya sabes Alex, en cuanto haya
oportunidad saldrás a inspeccionar.
–Bien, vale, pero… ¿qué tengo que buscar? –pregunta Alejandra.
–Lo que sea –contesta Ruth–. Cualquier cosa puede ser útil. En función de lo que averigües
podremos definir estrategias.
Alejandra asiente y la reunión se da por concluida. Las chicas van bajando por separado por si ha
entrado algún mercenario mientras debatían. Antes de bajar, Alejandra pregunta a Sara por Volker ya
que el día anterior no le explicó nada sobre él. Sara responde que es un tipo muy raro, extraño y
peligroso. Por lo poco que ella sabe, Volker es el líder de la colonia y consume todo tipo de drogas,
algunas de las cuales sintetiza en su propia casa para él. Por Ruth sabe que Nadin también suele
consumir.
De vuelta al salón efectivamente han llegado unos cuantos hombres pero por el momento están
tranquilos limitándose únicamente a beber cerveza, y aunque manifiestan que las chicas podrían ir
mejor vestidas ahora que han llegado, ellas hacen caso omiso centrándose en los trabajos que quedan
pendientes o aparentando hacer algo. Pero como es habitual, Nadin está siempre dispuesta.
Ya no quedan trabajos por hacer para dar largas a los mercenarios pero por suerte la puerta de
entrada se abre como la noche anterior y Sven entra.
–El señor Volker va a dar un discurso –dice Sven con su voz grave–. Dejad esas cervezas y
vayamos.
Los mercenarios se quejan alegando que están en su día libre y no están obligados a acudir. Todas
las quejas se cortan de golpe con un manotazo de Sven sobre la barra que hace temblar las botellas.
–¡Si el señor Volker nos llama, acudimos! ¿Queda claro? –dice Sven alzando la voz y dejando
después un silencio absoluto.
Ningún mercenario presenta inconveniente, ni siquiera el que estaba arriba con Nadin, que ya baja
corriendo por las escaleras. Todos los mercenarios se van tras Sven, obedientes, y en cuanto la
puerta se cierra Sara se gira a Alejandra para decirle que salga también. Alejandra se va al vestidor
para cambiarse tan rápida como puede y enseguida está de vuelta en la entrada para salir. Todas las
chicas quedan expectantes para averiguar cómo se abre la puerta.
Alejandra hace un poco de teatro tratando de ocultar sus acciones para dar una credibilidad
razonable y la puerta queda libre. La abre levemente para comprobar que nadie permanece fuera y en
vista de que hay vía libre sale y la puerta se cierra tras ella. Sin alejarse de la puerta se vuelve
invisible aprovechando que ahora ni siquiera las chicas pueden verla desde las ventanas y echa a
correr hacia las casas de madera del fondo, donde cree que tendrá lugar el mencionado discurso.
Efectivamente no se equivoca. Los habitantes de las casas se han reunido en un punto intermedio
entre las humildes edificaciones. Alejandra se mantiene al margen del grupo para no descubrirse y
para recuperar el aliento. Aún no hay rastro de Volker pero sí hay algunos mercenarios en la zona y
desde su posición cuenta una veintena, todos ellos armados y expectantes.
Ahora que su respiración se ha normalizado, Alejandra se acerca más al grupo manteniéndose
invisible. Estando más cerca observa a la gente, hay de todo: hombres y mujeres de cualquier edad,
desde niños a ancianos. Aun siendo mediodía todos ellos parecen cansados y tal como llevan la ropa
se intuye una completa falta de recursos. A juzgar por las manchas de la mayoría de ellos podría
decirse que trabajan el campo. No hay que desviar mucho la mirada para ver campos de cultivo
alrededor de las casas para comprobar la teoría. Lo extraño es no ver máquinas agrícolas sino
herramientas rudimentarias y algún animal de tiro.
Alejandra sigue observando al personal cuando llega uno de los camiones con telas de camuflaje del
que se bajan varios mercenarios. Al poco llega otro camión y se detiene delante del grupo de gente.
De él se bajan Sven, el interrogador que estaba en la entrada el día anterior y otro hombre más, y
todos ellos se quedan cerca del camión.
Cuando la gente guarda silencio Volker aparece de entre la oscuridad de la caja del camión pero no
se baja sino que se queda de pie, arriba, por encima del resto. Va vestido con ropa normal, algo
sucia, y el mismo aspecto que el día anterior.
–Hermanos y hermanas –dice Volker iniciando su discurso en alemán de forma pausada y alzando las
manos–. Sintámonos felices por un nuevo día de vida. Han llegado a mi conocimiento vuestras quejas
sobre las condiciones en las que vivimos. Creedme cuando os digo que soy plenamente consciente de
la situación. Todos vivimos en el mismo escenario y en las mismas condiciones. No es ninguna
falacia que nuestros soldados gozan de algún privilegio pero esto es así por necesidad, no es ningún
capricho. Lo admito: gozan de privilegios exclusivos. Pero no podemos olvidar que seguimos
respirando gracias a ellos, que nos protegen a nosotros y a la colonia, algunos de ellos dando su vida
por la nuestra. Todavía quedan demasiados peligros en el exterior y no hace falta que os lo recuerde,
guardad silencio para comprobar que sigue habiendo no muertos más allá de nuestra frontera.
Volker guarda silencio y cierra los ojos. Prestando un poco de atención pueden oírse zombis un poco
lejos pero en cualquier dirección.
–Así es, hermanos y hermanas –continúa Volker–. Cada día que seguimos vivos es gracias al trabajo
conjunto. Cada cual lucha desde su puesto por la supervivencia de todos nosotros, desde el que mata
a los no muertos que intentan invadirnos hasta el que trabaja la tierra para conseguir alimento. Todos
navegamos en la misma dirección y con el mismo objetivo: sobrevivir. Pronto, en cuanto nuestros
valientes guerreros logren limpiar la ciudad todavía infestada, nos trasladaremos para poder vivir
como las personas que somos y para poder disponer de los recursos que nos merecemos. Pero hasta
entonces sólo puedo pediros unidad. Y si las cosechas son buenas y las cuentas lo confirman, es
posible que la semana que viene se aumente la ración diaria de alimento.
El discurso de Volker se prolonga ensalzando las labores de los mercenarios y llamando a la
humildad, algo que él mismo dice dar ejemplo. Volker acompaña sus palabras con gestos y
entonaciones exagerados hasta cierto punto tratando de enfatizar lo que dice; pero continuamente da
ánimos y, en apariencia, buenas noticias, algo que alivia ligeramente los apagados rostros de la gente
que le escucha y que parece aceptar lo que Volker dice.
Termina su discurso explicando que tiene mucho trabajo que hacer. Se vuelve al interior de la caja
del camión pidiendo paciencia y deseando bondades a todos. Sven y sus dos socios suben también a
la caja del camión y éste abandona el lugar.
Alejandra se queda cerca del grupo escuchando las reacciones que la perorata ha suscitado. Aunque
no conozca bien a Volker ha intuido varias mentiras en su discurso. Sin embargo la población parece
bastante convencida por las palabras del orador.
Los mercenarios que se han quedado piden a la gente que vuelvan a sus trabajos. En vista de ello
Alejandra cree que debería volver ya al burdel; pero viendo que Volker se ha ido con Sven y los
otros dos cree que puede curiosear un poco más. Se pone a correr de nuevo evitando la muchedumbre
en dirección a la casa de Volker, que es hacia donde ha salido el camión.
Llega agotada pero a buen puerto. En la entrada está el mismo camión con dos mercenarios en la
cabina. Entrar por la puerta es imposible sin llamar la atención de alguien a pesar de Invisibilidad,
así que rodea la casa para colarse por una de las ventanas del lado opuesto a la entrada. Una ventana
cerrada no es problema para ella si emplea Telequinesia. Una vez dentro del edificio se vale no sólo
de Invisibilidad sino también de Quietud para poder moverse libremente.
La voz de Sven guía los pasos de Alejandra en el buen camino. Llega hasta un salón lujoso donde se
han reunido los cuatro hombres, que brindan con copas y continúan en alemán una conversación ya
empezada antes de que la espía llegara.
–Sólo un par de barrios más y la ciudad estará limpia –dice Sven satisfecho mostrando un mapa con
marcas.
–Bien, magnífico –contesta Volker–. Pero recuerda dejar algunos vivos, tienen un gran efecto. Aun
así hay que esperar a que entre más gente en la colonia.
–Sin duda –comenta el tipo que estaba en la entrada de la colonia el día anterior–. Apenas hemos
pasado del centenar de personas. Eso no nos deja mucho para cada uno.
–Eh, Lothar, ¿quieres un poco? –pregunta Volker al tipo de la entrada ofreciéndole un poco de polvo
blanco. Después de servirse ambos, Volker se gira hacia el otro tipo– ¿Cómo van las provisiones?
Espero que sigan quedando cosas hipoproteicas.
–Sin problema, aún quedan –contesta el tipo–. Pero necesito que Sven traiga más munición y
combustible.
–Ya le has oído –dice Volker mirando a Sven–. Por cierto, Tilo, llévate esto para los próximos días,
creo que ya he dado con las cantidades correctas. Cuatro gotas por cada diez personas serán
suficientes para que no vuelvan a rechistar –explica Volker entregando a Tilo un pequeño frasco.
–¡A ver si es verdad! –se queja Lothar– Esta puta semana me han tocado mucho los huevos.
–Tranquilidad, caballeros –dice Volker–. De momento todo está funcionando según lo planeado. Si
queréis desfogaros ya sabéis a dónde tenéis que ir.
–Había novedades, ¿no? –pregunta Tilo con curiosidad.
–Sí –contesta Sven–. Pero no se qué cojones les pasa, cada día follan peor. Volker, mira a ver si
puedes crear algo que las anime.
Alejandra cree haber oído ya suficiente y no quiere seguir escuchando. Además, hace ya un rato que
se fue del burdel y posiblemente ya haya mercenarios allí por lo que sale de la casa por donde entró
para volver corriendo, pensando de camino en todo lo que ha oído.
Llega completamente exhausta a la casa con barrotes en las ventanas. Sigue siendo invisible porque
hay varios vehículos en el exterior y dentro se oyen voces de mercenarios. Todavía no puede entrar
porque si los hombres ven que la puerta se abre sola sospecharán algo, por lo que da una vuelta
alrededor de la casa buscando un sitio por el que colarse.
Tras dar una vuelta entera no encuentra nada pero un nuevo vehículo con más mercenarios llega hasta
la entrada. Alejandra aprovecha para colarse dentro también cuando el último mercenario pasa bajo
el umbral.
Efectivamente dentro hay bastantes mercenarios bebiendo y a Alejandra se le hace difícil esquivarlos
a todos pero finalmente se las arregla para llegar hasta el vestidor sin que nadie se percate de su
paso.
Desde el vestidor echa un vistazo a los sofás donde están Edith, Heidi y Berta pero Alejandra busca
a Sara para contarle lo averiguado. Edith, soy yo, transmite Alejandra a la francesa con Telepatía.
Estoy en el vestidor; cuando Sara vuelva dile que venga, ordena Alejandra. Edith mueve su cabeza
intentando buscar a Alejandra con la mirada pero como no puede verla finalmente asiente esperando
que Alejandra haya visto su afirmación. Alejandra espera en el vestidor quitándose parte de la ropa
que llevaba.
Sara aparece en el salón justo cuando Edith sube con un hombre y rápidamente le dice que vaya al
vestidor. Sara se gira y entra en la sala para encontrarse con Alejandra, que estaba parcialmente
oculta entre la ropa pero que ante la llegada de Sara se descubre.
–¡Joder! ¿Dónde te habías metido? –pregunta Sara– ¿Y cómo has entrado con tanto mercenario?
–Eso no importa ahora –contesta Alejandra–. He estado espiando a Volker y a sus tres socios. Tengo
mucho que contarte.
–Bien, pero ya nos lo contarás luego –responde Sara–. Cámbiate y ve al salón, que hoy no damos a
basto. Tu ropa de ayer todavía está secándose así que búscate otra cosa. Yo voy fuera-.
Alejandra arde en deseos de contar todo lo que ha oído fuera pero Sara tiene razón, no pueden
ponerse a hablar ahora porque hay muchos mercenarios y casi todos tienen la misma idea en mente
ahora mismo. En el vestidor apenas encuentra ropa de su talla y se resigna a ponerse algo todavía
más destapado que lo del día anterior.
Después de coger aire y armarse de valor sale al salón a esperar su turno. Hoy hay demanda y no hay
ninguna chica cuando sale por lo que pronto un mercenario la coge para llevársela arriba.
Es una mañana agitada con una media de cuatro hombres por chica antes de la hora de comer.
Alejandra se da cuenta de que Sonja tenía razón: algunos hombres son peores que otros y la primera
vez es la peor, aunque las siguientes no son mucho mejores. Ahora el dolor físico es más notable,
posiblemente porque ya se ha hecho a la idea de dónde ha decidido quedarse y su mente está
endureciéndose frente a las adversidades. Algo parecido pasa con Edith. Como es lógico, está
visiblemente más entristecida pero al menos ya no se retrae tanto como el día anterior. Parece que
también ha aceptado su nueva condición de objeto sexual para colaborar de forma encubierta en la
rebelión.
Durante las horas de comida no suele haber más que unos pocos hombres en la barra. Las chicas se
niegan a ejercer y han conseguido que se respete su decisión. Con la excusa de reordenar las
habitaciones, la cúpula de la resistencia se reúne en el piso superior para que Alejandra explique
todo lo que ha visto.
Al finalizar el relato, Ruth dice creer conocer a Volker, más bien su historial. Ella estudiaba derecho
en Múnich y a menudo les presentaban casos reales. En uno de ellos estaba el caso de un tal Garin
con varias causas pendientes en distintos juzgados por movimiento sectario y manipulación. Ruth
recuerda que los procesos aún no se habían celebrado y que el acusado estaba bajo arresto
domiciliario a la espera de juicio. Ruth dice que la insistencia en los alimentos bajos en proteínas, el
excesivo trabajo físico por la falta de maquinaria y la administración paulatina de sustancias extrañas
son técnicas orientadas a debilitar la mente de la persona, algo que Garin solía hacer.
Con las descripciones que Alejandra ha dado, tan fieles como ella las recuerda, Ruth tiene bastante
claro que Garin sobrevivió al Instante y cambió su nombre para no levantar sospechas y que ahora
emplea sus conocimientos para algún fin oculto, ya que no tiene sentido molestarse en manipular
mentes para nada. Cuando Ruth termina, Sara expone las mentiras que cree haber descubierto en
Volker.
–Según lo que ha visto Alexandra –dice Sara–, la gente de ahí fuera vive en condiciones pésimas.
Por mucho que Volker diga que él también, todas sabemos que no es así. También ha dicho que
Múnich sigue infestada y sin embargo sabemos que sólo quedan dos barrios invadidos.
–Eso es cierto –añade Alejandra–. Cuando pasamos por Múnich no vimos ni cuatro zombis en pie.
Pero pidió a Sven que dejara unos pocos vivos porque tienen un gran efecto.
–¡Claro! –exclama Ruth– Juega con trampas y mentiras, es lo suyo. Seguro que todo el discurso fue
una gran mentira. Para eso necesita una dieta pobre en proteínas: para debilitar las mentes de la gente
y que no le cuestionen.
–Ahora que lo dices… –concreta Alejandra– Volker le dio a Tilo un frasco con un líquido dentro
diciendo que tres o cuatro gotas, no me acuerdo bien, por cada diez personas sería suficiente para
que no se quejaran.
–Pero todos los días pueden oírse a los zombis y los disparos –dice Sonja.
–Teatro –expresa Sara–. Tan sólo teatro para mantener la sensación de peligro. Por eso insiste en la
seguridad que proporciona la colonia y los mercenarios. Las cosas van encajando. Toda esta farsa
está montada para que la gente se quede aquí y crea ciegamente en Volker.
–Entonces lo tenemos difícil –se lamenta Ruth–. No podemos contar con el apoyo de la gente. Ni
siquiera saben que existimos. Quién sabe si incluso le defenderían si nos rebeláramos.
–Joder, cada día que pasa estamos más jodidas –se queja Sara–. Bueno, al menos ya sabemos que
Volker miente más que habla, que no podemos esperar apoyo de la gente, que Sven sale al exterior a
buscar cosas, que Tilo controla los almacenes y que Lothar es un yonki y tiene contacto con la gente.
Esta noche espero que tengáis ideas nuevas con lo que acabamos de saber.
–He olvidado decir algo –añade Alejandra–. Antes de irme oí a Sven decir que… bueno, que cada
día trabajamos peor y le ha pedido a Volker que cree algo para animarnos.
–¿Nos quiere drogar a nosotras también? –pregunta Ruth indignada.
–Será por eso que Nadin siempre está tan predispuesta… –sugiere Sonja.
–Podría ser –dice Sara con gesto preocupado–. Tened cuidado.
La reunión concluye y las chicas se separan empezando a hacer lo que habían dicho que iban a hacer
en el piso superior. Entretanto, abajo están Berta, Heidi, Nadin y Edith cocinando aunque Heidi,
como de costumbre, apenas colabora. Alejandra se reúne con Edith, que está ansiosa por conocer los
progresos.
–¿Lo tenéis ya todo planeado? –pregunta Edith emocionada.
–En absoluto –responde Alejandra negando con la cabeza–. No es tarea fácil.
–¿En serio? Pensaba que contigo aquí sería coser y cantar. Sigo pensando que de un plumazo lo
arreglas todo.
–No es tan simple, Edith. Hay más problemas de los que parece.
Después de comer no pasa mucho rato hasta que más hombres llegan al edificio. No tantos como a la
mañana pero sí unos cuantos e igual de animados que antes. Alejandra trata de reconocer las caras
para ir contándolos y aproximar un número de mercenarios pero son muchos rostros que recordar y
no siempre sabe quién entra y quién sale.
En un momento determinado de la tarde Lothar entra para llamar a Ruth y Nadin ya que Volker quiere
verlas. Ruth blasfema echando pestes mientras que Nadin se emociona por ir de nuevo a la casa del
líder. Son sus favoritas y suele llamarlas a menudo. Lothar aprovecha el viaje quedándose y al rato
sube con Berta. Edith y Sonja también están arriba y Alejandra se queda sólo con Sara y Heidi.
–Oye –dice Alejandra a Sara–. ¿Es cosa mía o Ruth está siempre de mal humor?
–No, no es cosa tuya –responde Sara–. Tiene un mal carácter. Ya te lo puedes imaginar, está muy
solicitada.
–Ya me he fijado. Siendo tan guapa es normal que la quieran tantos.
–Pues sí. Pero sufre verdadero asco estando aquí. Imagínate lo que significa para ella quedarse aquí
siendo una lesbiana convencida. Por eso está tan desesperada por huir. Pero tiene cabeza y valor
suficientes como para resistir.
Alejandra no puede responder a eso, sólo resoplar imaginándose en una situación similar.
Doblemente duro.
–Aún hay más –continúa Sara–. Ha desarrollado cierto apego por Heidi. Siempre está detrás de ella
vigilándola y animándola como puede, aunque ya te habrás dado cuenta de eso. En fin, creo que ya
nos toca subir otra vez. Luego me cuentas qué tal lo lleváis Edith y tú.
Dicho esto Sara se levanta para acompañar al mercenario que la llama y Alejandra hace lo mismo
aunque no tenga ninguna intención. El cansancio y el desgaste ya son incómodos. Alejandra no estaba
acostumbrada a tanto ajetreo y empieza a sentir las consecuencias.
Saliendo ya de la habitación en la que acaba de estar, Alejandra se detiene frente a la puerta de otra
habitación que se está abriendo y de ella sale un hombre. Dentro puede oírse la voz de Berta.
–¿Estás orgulloso de lo que haces? –pregunta Berta con un hilo de voz.
–Y eso qué le importa a una puta –responde el hombre marchándose.
Alejandra no puede evitar entrar en la habitación que el mercenario acaba de abandonar y allí se
encuentra a Berta con gesto abatido sentada sobre la cama.
–¿Estás bien? –pregunta Alejandra entrando en la habitación con paso lento.
–Más o menos –responde Berta en su lengua natal mientras aparta la mirada e inicia un lloro–. Es que
ya estoy muy cansada de todo esto… Todos los días son iguales... sin descanso… Intento encontrar a
alguien que todavía… conserve dignidad o… algo. Pero sólo obtengo respuestas como esas o
silencios.
–Calma, calma –dice Alejandra rodeándola con los brazos–. Pronto acabará todo y sólo quedará un
mal recuerdo.
–Es fácil decirlo... Llegaste aquí ayer… todavía tienes fe y fuerza... Yo ya no sé ni cuantos días llevo
encerrada.
Después de un momento de silencio, Alejandra recomienda a Berta que vaya al baño u otro sitio sólo
para no volver al salón. Berta fue la primera que llegó al prostíbulo junto con Heidi. Es normal que
se sienta completamente perdida pero es algo que a Alejandra le preocupa ya que la salud mental de
las dos más veteranas está considerablemente afectada por su situación. Es cuestión de tiempo que el
resto de la plantilla llegue al mismo estado mental.
De vuelta en el salón, Edith, Sara y Heidi están ya allí y quedan unos pocos mercenarios. Al poco
rato vuelven Ruth y Nadin. La del pelo rapado llega entusiasmada con un gesto de enorme felicidad
mientras que Ruth aparenta todo lo contrario, con una cara mezcla de asco y tremendo enfado. A su
paso dejan un olor fuerte y en absoluto agradable y ambas van de cabeza a ducharse.
Los hombres que las han traído quieren subir pero Sara se lo prohíbe diciendo que ya es la hora del
descanso, algo que no les convence mucho. Finalmente Sara logra echarlos a todos para que Berta
pueda salir. Mientras se hace la cena, las rebeldes se reúnen otra vez en el piso superior ahora que
Ruth ha salido de la ducha.
–Vaya cara traías –dice Sara en inglés a Ruth–. ¿Qué ha pasado?
–Calla, no me hagas hablar de eso que no quiero –responde Ruth todavía visiblemente muy molesta–.
Vayamos al grano.
–Sí, mejor –dice Sonja–. ¿Qué ideas tenéis? A mí se me ha ocurrido que ahora que sabemos que
Volker puede hacer drogas y esas cosas, podemos envenenar o al menos neutralizar a los
mercenarios si le robamos algún producto de los suyos.
–Pues yo he pensado en que Alexandra recoja unos alicates cuando salga –opina Ruth–. Y con ellos
romper la alambrada una noche y salir corriendo.
–¿Eso no es un poco a la desesperada? –pregunta Sara.
–Pues como nuestra situación: desesperada –contesta Ruth.
–Bueno, esa opción también la consideraremos –dice Sara para no irritar más a Ruth–. Yo he
pensado en atajar el problema de raíz y acabar con Volker, siempre que Alexandra pueda hacerlo.
Así terminamos al menos con una fuente de problemas.
–Ah, no, no, no –se queja Ruth–. Ese dejádmelo a mí. Yo me encargaré de él ¿Tú has pensado en
algo, Alex?
–Bueno… –empieza Alejandra– Lo de matar no me parece la mejor idea porque enseguida habría
represalias por algún sitio. Sería capaz de hacerlo, sí. Pero matar a uno o a varios haría saltar las
alarmas y empezarían las sospechas.
–¿Y no podrías hacerlo sin que se enteren ni siquiera los vigilantes? –pregunta Sara.
–Sí, claro que sí –contesta Alejandra–. Pero tendría que parecer completamente accidental para que
no empezasen a investigar. No vale matar a cuchillo o a tiros porque sería demasiado evidente. Y lo
mismo ocurre con los sabotajes. Y si al final decidimos matar a alguno, hay que elegir bien a quién
porque en adelante el resto se andará con más cuidado
–¿Y a quién sugieres de mandar al otro barrio? –pregunta Sara.
–Precisamente he sugerido no matar –responde Alejandra–. Hazme caso, es algo muy malo. Pero si
no hay más opciones… Volker es para Ruth, sabemos que Sven es el que se mueve por la ciudad y es
el más peligroso, luego está Tilo que parece que trabaja con los almacenes y las existencias y
después está Lothar, que no sé muy bien lo que hace.
–Yo iría a por Sven –opina Ruth–. Es el que más peligro entraña y sin él tal vez no se vean capaces
de salir a por cosas.
–No creo que sea lo mejor –argumenta Sara–. La ciudad la tienen casi bajo control por lo que Sven
ya no les hace mucha falta. Yo iría a por Lothar, ese tipo es capaz de sonsacarte cualquier cosa y
quitándolo de en medio nos cubrimos las espaldas por si quieren investigar.
–En cualquier caso –interviene Alejandra–, yo sigo prefiriendo el sabotaje. Si se hace bien
podríamos incitar a la población a rebelarse por su cuenta.
–Yo no lo veo tan claro –dice Ruth–. Por lo que has visto esta mañana están cansados y mal
alimentados, seguramente se resignen.
–Bueno, el tema todavía está en el aire –interrumpe Sara–. Alex, esta noche volverás a salir. Si
puedes, me gustaría que echaras un vistazo a los almacenes por si se puede conseguir algo de allí; y
también a los exteriores más allá de la alambrada por si al final decidimos huir a la desesperada.
La convocatoria concluye y las reunidas bajan al salón para cenar. Todas tienen un hambre atroz
después del día tan largo pero comen poco porque no les conviene hincharse justo antes de la hora
punta.
Una noche más de sexo, asco, sudor y humillación en la que la afluencia es máxima. Incluso hacen
aparición los tres lugartenientes de Volker. Con tanta gente son inevitables las peleas entre borrachos
y por unanimidad los echan fuera para que se partan la cara a gusto. Es ya tarde cuando todos se van,
unos por su propio pie y otros casi inconscientes por el alcohol, y Alejandra no espera mucho para
volver a salir.
Estando ya afuera y alzándose unos metros con Vuelo descubre que la alambrada más cercana está
detrás del burdel y pasa al exterior. Investiga los alrededores entre los gruñidos y las voces de
zombis. Es normal que se encuentre a unos pocos por los alrededores dada la proximidad del sonido,
lo que no es normal es que dichos zombis estén encadenados a rocas y árboles. No le hace falta
pensar mucho para saber que a esto se refería Volker diciendo que conseguían un gran efecto.
Alejandra los mata a modo de pequeño sabotaje pero sólo a los que tiene cerca, podría rodear toda
la colonia para matarlos a todos pero le llevaría demasiado tiempo. Tal vez otro día.
Se adentra de nuevo en la colonia para encontrar los almacenes. Supone que son las dos naves
agrícolas que están algo alejadas del conjunto de cabañas de la población. Por desgracia las puertas
están bien afianzadas con candados de gran seguridad, no como el que retenía a Edith en Rennes.
Aunque en las partes altas de las naves hay ventanales, la escasa luz no permite ver qué hay dentro y
Alejandra no puede entrar a través de ellos porque implicaría hacer demasiado ruido, bien cuando se
rompe el cristal o cuando los pedazos de éste caen.
Sin ideas para poder entrar, vuelve a su edificio porque empieza a llover. Pero antes pasa por las
cabañas donde vive la gente comprobando que efectivamente viven en condiciones pésimas. Las
casas son básicas, constando tan sólo de paredes, suelo, techo, puertas y ventanas. Dentro duermen
hacinados sin más cosas que ropas de abrigo para pasar las noches. No disponen de agua ni
electricidad. Realmente viven engañados. Si supieran cómo vive Volker, aquel que decía que vivía
en las mismas condiciones que ellos, hace ya tiempo que lo habrían ajusticiado como se merece.
Vuelve a casa empapada y llena de barro, y aunque se descalce antes de entrar es inevitable manchar
el suelo. Después de cambiarse limpia disimuladamente sus marcas de barro y agua intentando no
eliminar la suciedad de la noche anterior para que no quede raro.
Está yendo a su habitación por el pasillo del piso superior cuando se encuentra una puerta abierta que
no lo estaba al irse. Por precaución se vuelve invisible para pasar por delante echando un vistazo
rápido al interior.
Es la habitación donde dormía Heidi, pero ella no está en la cama sino sentada en el suelo junto a la
puerta y Alejandra no la ve hasta que no termina de pasar por delante. Alejandra se bloquea por un
momento. A pesar de la escasa luz se puede ver un débil brillo de líquido un poco denso en el suelo,
es un pequeño charco oscuro que rodea a Heidi. Al momento Alejandra se vuelve visible para entrar
y coger los antebrazos de Heidi a la altura donde se ha hecho varios cortes amplios con el pequeño
cuchillo que hace poco había cogido de la cocina y ahora está en el suelo.
Heidi reacciona al contacto alzando la vista con una cara muy pálida y unos ojos rojos por la
irritación. Alejandra ha colocado sus manos para intentar cerrar la hemorragia sobre los tajos que
Heidi se ha hecho para quitarse la vida. Los minutos que dura la sanación no hay una sola palabra y
ambas se observan en la oscuridad. Heidi siempre estaba ausente, siempre con la misma cara. Pero
esta vez su expresión dista mucho de la ausencia transmitiendo a Alejandra con su mirada toda la
impotencia, tristeza y desconsuelo que la estaban consumiendo. Alejandra entiende bien las razones
que han llevado a Heidi a tomar una decisión tan drástica pero no puede permitir que la lleve a cabo.
Aun creyendo que las heridas ya están cerradas, Alejandra no suelta los brazos de Heidi más que
para llevarse el dedo índice a la boca para pedirle, sin palabras, silencio absoluto. Alejandra ayuda
a Heidi a levantarse y le quita el pijama sucio de sangre, ya que Heidi está débil como para
mantenerse en pie ella sola.
Después de limpiarse Alejandra las manos con el pijama de Heidi, se quita su pijama para dárselo a
ella y le ayuda a ponérselo. Heidi se queda sentada en la cama mirándose los brazos y viendo las
débiles cicatrices que le han quedado mientras Alejandra limpia con el pijama sucio la sangre del
suelo.
Cuando la tela no absorbe más, Alejandra baja y esconde las pruebas para deshacerse de ellas al día
siguiente. De paso deja el cuchillo en la cocina, se pone otro pijama y coge agua y un trapo para
terminar de limpiar todo. A su vuelta, Heidi sigue igual que antes, sentada en la cama con la misma
expresión de tristeza de antes. Alejandra termina de limpiar el suelo y baja de nuevo para tirar el
agua y esconder el trapo sucio. Siempre en el mayor silencio posible.
Vuelve donde Heidi y la ayuda a tumbarse. Recuerda la primera noche que pasó con Edith y cree que
no puede dejar a Heidi sola. No sólo porque a Edith le reconfortaba el contacto de su mano y supone
que a Heidi también le hará bien, sino porque puede volver a intentar un suicidio. Por lo tanto,
Alejandra se mete también en la misma cama quedándose tras Heidi, que está mirando a la pared.
Alejandra pasa su mano hacia delante para encontrar la mano de Heidi tal como Edith hizo aquella
noche, pero no encuentra respuesta de la chica del pelo pálido. Sin embargo la oye respirar, lo que
disipa las dudas sobre sus funciones vitales. Esa noche Alejandra apenas duerme por estar alerta y
despertarse a cada movimiento o sonido de Heidi.
20. LA MUERTE EN LA COLONIA

Debido al poco descanso, por la mañana Alejandra no se despierta hasta que Berta no abre la puerta
y las llama para levantarse. Berta se sorprende un poco por encontrarse a las dos aparentemente más
jóvenes en la misma cama pero lo disimula. Heidi no dice una sola palabra y Alejandra tampoco y
bajan al salón.
En un determinado momento, Heidi se acerca a Alejandra para decirle algo de cerca, una escena muy
poco habitual. Alejandra escucha y asiente repitiendo el gesto de silencio de la noche anterior.
Se repite la rutina de ayer y durante el desayuno llega el suministro diario. Hoy hay bastantes cajas
de más ya que se repone el alcohol consumido días atrás. Después del desayuno unas limpian y
ordenan todo en la planta baja y el resto sube al piso superior para una nueva reunión, aunque la
curiosidad va antes.
–¿Qué hacías durmiendo con Heidi? –pregunta Sonja a Alejandra– ¿Es que estuvisteis…?
–¡No! Qué va –contesta Alejandra entreviendo las ideas de Sonja–. Es sólo que… bueno, no tiene
nada que ver con eso pero tampoco puedo decíroslo. No me parece bien contároslo cuando a ella le
he pedido silencio al respecto.
–Vamos, Alex –dice Sara–. No te hagas de rogar. Aquí no hay secretos.
Alejandra duda por un momento. Lo que Heidi le había dicho antes es que no contara nada a nadie.
Pero Alejandra tiene miedo de que Heidi vuelva a intentarlo cuando ella no esté por lo que, aun
faltando a su palabra, algo que le cuesta mucho hacer, se decide a contar lo que ocurrió.
–Necesito que guardéis esto, que no salga de aquí –empieza Alejandra guardando pausas entre
frases–. Ayer, cuando llegué por la noche me encontré la puerta de Heidi abierta. Dentro estaba ella.
Tenía un cuchillo de la cocina en la mano.
Alejandra guarda silencio y el resto también, sorprendidas. No hace falta contar más para que la
historia se explique sola. Ha variado ligeramente el suceso para no tener que decir que fue capaz de
cerrar varios cortes en muy poco tiempo.
–Me cago en la niña… –perjura Ruth conteniendo su emoción– ¡Es porque ayer vino Tilo y se la
llevó! ¡A saber qué coño le hizo ese hijo de puta!
–Necesito que seáis discretas –pide Alejandra–. Le prometí no contaros nada.
–De acuerdo –contesta Sara–. Pero es evidente que tenemos que avanzar. Cada día que pasa aumenta
las probabilidades de que suceda algo como lo de Heidi.
–Me temo que no es sólo ella –añade Alejandra–. Ayer Berta también estaba muy hundida. No ha
llegado al extremo de Heidi pero creo que ha perdido toda esperanza.
–Entonces no divaguemos más –exige Ruth–. ¿Qué viste ayer Alex?
–Salí fuera, más allá de las verjas –responde Alejandra–. Vi que alrededor de la alambrada hay
zombis atados. También vi las casas donde vive la gente. No tienen nada, pero nada de verdad.
Intenté entrar a los almacenes pero las puertas tienen candados de seguridad y no puedo forzarlos. Y
eso es todo lo que vi.
–Esta misma noche matas a Tilo –dice Ruth enfurecida–. No quiero volver a verlo cerca.
–Cálmate –le pide Sara–. Eso hay que planearlo, hay que elegir bien el objetivo.
–Espera –interviene Alejandra–. Tal vez no sea mala idea. Me juego lo que sea a que es Tilo quien
tiene las llaves de los almacenes. Matándole conseguiré las llaves y podré entrar a los almacenes. Si
además hago desaparecer sus inventarios y libros de registros podré robar cosas sin que se note.
–¡Vaya! –exclama Sonja– ¡Muy bien pensado! Pero antes hay que saber dónde están esas llaves y
esos inventarios.
–Las llaves las lleva siempre él –aclara Sara–. Pero los inventarios no sé donde los guarda. Tal vez
en los propios almacenes o en su cabaña.
–Lo que sea –insiste Ruth–. Pero de esta noche no pasa.
La discusión termina y todas miran a Alejandra confiando en que sea capaz de hacer bien el trabajo.
Las chicas cumplen sus obligaciones en las habitaciones y después bajan para continuar limpiando y
ordenando. Dado que hoy había mucho más género que almacenar, los trabajos de limpieza se
retrasan ligeramente.
Para cuando terminan de limpiar vienen más hombres y el suelo vuelve a ensuciarse ya que la lluvia
iniciada en la madrugada persiste y las botas de los mercenarios arrastran barro y agua al interior.
Por mucho que Sara se queje, ninguno de los hombres muestra cuidado para no manchar demasiado y
enseguida piden a las mujeres que se arreglen para trabajar en lo suyo. Ellas, sin poder dar más
excusas, obedecen.
La mañana es más tranquila que la anterior. Alejandra se percata de que ninguna de sus compañeras
pierde de vista a Heidi aunque intenten disimularlo. Edith pregunta a Alejandra por las novedades, se
estremece cuando escucha la historia de Heidi y se alegra por el plan. Alejandra pasa la mayor parte
de la mañana, mientras puede, pensando cómo llevar a cabo la ejecución y que parezca accidental.
Un Relámpago puede ser la solución.
En la hora de comer sigue habiendo mercenarios en la barra pero las conspiradoras no se reúnen ya
que no hay noticias que contar. Alejandra pregunta a Ruth por Tilo. Ruth había dicho por la mañana
que la culpa de que Heidi se haya vuelto tan autodestructiva es porque Tilo había estado con ella el
día anterior. Ruth dice que bajo la apariencia de Tilo se esconde un monstruo.
Tilo es estirado, callado y en apariencia tranquilo. Parece más un contable que un mercenario con sus
gafas, su sobriedad y alguna cana. Pero todas las chicas evitan a toda costa su mirada, incluso Nadin.
Esto es así porque los gustos sexuales de Tilo son bastante extremistas y él disfruta con el
sufrimiento ajeno. Básicamente es un sádico. De un tiempo a esta parte Tilo sólo escogía a Heidi y
Ruth sospecha que es un pedófilo que escogía siempre a Heidi por su apariencia.
Esto es algo malo para Alejandra ya que físicamente se parece a la víctima favorita de Tilo. Pero
bien pensado puede ser una ventaja. Cuando Tilo fue el día anterior al burdel no se percató de la
presencia de Alejandra porque ésta ya estaba arriba. Pero ahora Alejandra cree que puede llevar a
cabo su ejecución hoy mismo en una habitación si Tilo vuelve. Ya ha encontrado la manera de hacer
que parezca un accidente y matarlo con mercenarios cerca es arriesgado pero también es una gran
coartada.
Después de comer, cuando ya llegan más mercenarios, Alejandra se va al vestidor. Si hay suerte Tilo
volverá de nuevo y Alejandra no quiere dejar pasar la oportunidad. Busca ropas y accesorios que
infantilicen más su aspecto. Alejandra planea que, si las sospechas de Ruth son ciertas, Tilo la
escogerá a ella antes que a Heidi y podrá cometer la ejecución. Escoge el pequeño camisón blanco
del otro día, pero esta vez va descalza para dar menos altura. Con un par de coletas en el pelo y
pellizcándose cada tanto los mofletes consigue redondear una apariencia más tierna. Un buen cebo
para que Tilo caiga en la trampa.
Cuando aparece en el salón, Edith se sorprende y casi se ríe por cómo va su amiga, lo cual no ayuda
a Alejandra a sobrellevarlo con naturalidad. Evidentemente la curiosidad le pica a la francesa y
pregunta pero Alejandra no responde y Edith desvía el tema. No hay rastro de Tilo cuando Alejandra
debe subir por primera vez en la tarde. Tampoco hay rastro del pederasta a la vuelta al salón y debe
dar dos servicios más antes de que la presa llegue al edificio. Alejandra estaba esperando en la
barra, sirviendo, y sonríe muy levemente cuando ve que es Tilo quien abre la puerta. Enseguida
desvía su mirada a otro lado vigilando de reojo las reacciones de Tilo y esperando llamar su
atención.
El hombre llega a la barra donde hay más mercenarios bebiendo y pide cerveza. Es el momento de
Alejandra para venderse con su aspecto pero no sabe cómo hacerlo sin resultar artificial por lo que
actúa como siempre. Uno de los hombres que estaba bebiendo le dice a Alejandra que salga de la
barra y que suba con él pero parece que la estrategia de Alejandra ha funcionado ya que Tilo anula la
invitación del mercenario con una seca negación dando a entender que Alejandra es para él.
Tilo se toma su tiempo para beberse la cerveza observando a Alejandra mientras ésta sirve más
tragos nerviosa por la atención volcada, lo cual eleva el interés de su inminente víctima. Una escueta
señal de Tilo la saca de la barra para que camine delante de él en dirección a una habitación libre.
Tilo enseguida cierra la puerta quitándose de encima la bolsa de piel que ha traído colgada al
hombro. La deja sobre la silla mientras ordena a Alejandra que se desnude. Tilo se da la vuelta para
sacar las cosas que trae en la bolsa mientras Alejandra se mantiene de pie tras el tipo que desvela
todos los artilugios y herramientas que llevaba guardados: un repertorio propio de un tupper sex
retorcido.
Sospechando que no se han obedecido sus órdenes, Tilo se da media vuelta y se encuentra a
Alejandra de pie frente a él. Tilo alza su mano para dar un tortazo a Alejandra y casi la tira al suelo
mirándola con el ceño fruncido. El agresor se da la vuelta de nuevo sacando más trastos.
En ese momento Alejandra salta sobre la espalda de Tilo agarrándose a su cuello y colocando su
mano derecha sobre la boca del hombre. En cuanto Tilo abre su boca Alejandra lanza un Rayo de
Hielo dentro. El rayo alcanza el final del paladar de Tilo y el hielo empieza a expandirse obturando
todas las vías, tanto respiratorias como sanguíneas. Tilo se revuelve y se zafa de Alejandra, que cae
al suelo y enseguida se levanta otra vez para evitar que el hombre alcance la puerta ya que ahora es
incapaz de respirar o hablar.
El forcejeo los lleva a ambos al suelo y Alejandra trata de retenerlo como puede mientras le lee la
mente a través de los ojos. Tilo, tumbado boca arriba, trata de defenderse con el poco oxígeno que le
queda mientras Alejandra rebusca en la memoria de Tilo la ubicación de los inventarios.
Finalmente Alejandra no ve nada en la mente de Tilo, sólo oscuridad, síntoma de que su mente ha
dejado de existir. Por suerte ha encontrado el paradero de dichos libros antes de que fuese
demasiado tarde. El ruido del forcejeo se ha oído más allá de las paredes de la habitación pero eso
era algo habitual en Tilo y no ha levantado ninguna sospecha.
Alejandra se separa del cadáver y respira hondo. Ha sido duro y no se alegra de haber hecho lo que
ha hecho pero no tiene ningún remordimiento por su acción. Enseguida busca las llaves de los
almacenes y las encuentra en el cuello de Tilo colgando de una pequeña cadena. Recoge las llaves y
la cadena y ahora debe buscar un sitio para esconderlas. Como no sabe qué reacciones puede haber
en cuanto se conozca la muerte de Tilo, debe encontrar el mejor escondite para su botín y no hay
muchos sitios en la habitación donde esconder unas llaves. Alejandra rasga el colchón por debajo
haciendo un agujero mínimo para poder esconder las llaves empujándolas hacia dentro. El agujero
hecho en el colchón queda escondido por las lamas del somier al devolver el colchón a su sitio.
De vuelta al cadáver, es el momento de preparar su inocencia en el asunto. Coloca sus manos sobre
el cuello de Tilo para generar calor y hacer desaparecer el hielo del interior. Se asegura antes de que
Tilo no tenga pulso. Mientras el hielo desaparece Alejandra ha visto esposas entre los artilugios que
Tilo traía, perfectas para su coartada.
Hay varios juegos pero con dos tiene suficiente. Se echa en la cama boca arriba colocándose una
esposa en cada muñeca. Ata una de las esposas a la esquina del somier. En teoría ahora no puede atar
la otra esposa a la otra esquina pero se ayuda de Telequinesia para hacerlo. Finalmente Alejandra
queda boca arriba sobre la cama con los brazos estirados e inmovilizados.
Ahora es el momento definitivo donde Alejandra sabe que debe hacer la actuación de su vida para
dar la credibilidad necesaria. Resulta fácil preparar unas lágrimas recordando todo lo vivido en tan
poco tiempo últimamente. Forzando un leve estremecimiento, empieza a gritar en español pidiendo
socorro y ayuda agitándose sobre el colchón. Hasta que no grita que Tilo está en el suelo no se oyen
pasos acelerados en el exterior.
Sara es la primera en aparecer, teniendo que empujar el cuerpo sin vida de Tilo para poder abrir la
puerta completamente. Al segundo aparecen también mercenarios que han seguido a Sara por la prisa
que ella se ha dado en subir. Un buen grupo se amontona dentro de la habitación y en el pasillo
mientras Alejandra pide desesperada que la liberen. Cuando Sara empieza a buscar las llaves de las
esposas los mercenarios le impiden hacerlo obligándola a dejar todo como está mientras avisan por
radio a Sven y Lothar. Sara forcejea con los mercenarios junto con Ruth, algo que les vale un par de
tortazos a cada una.
Finalmente se impone la decisión de los mercenarios pero Sara puede al menos acercar una manta a
Alejandra para taparla y quedarse a su lado. Enseguida llega Lothar hasta la habitación del crimen y
da un vistazo rápido a la situación. Para cuando ordena que todo el mundo salga de la habitación
llega también Sven. Sara se resiste a salir y Sven la lleva de forma literal fuera de la habitación y la
puerta se cierra, quedándose dentro Alejandra inmovilizada, Lothar y Sven.
Lothar se acerca al cuerpo de Tilo buscando en él marcas de algún tipo y registrando sus bolsillos
mientras Sven pregunta a Alejandra por lo sucedido con gesto de enfado.
–Ha… ha empezado a toser y… –empieza Alejandra, en español– …y después se ha llevado las
manos al pecho…
–¡Habla bien! –grita Lothar acercándose a Alejandra– ¡Sabemos que entiendes alemán!
La reacción de Lothar realmente asusta a Alejandra, que se aplasta ella sola contra el colchón
mirando a Lothar y a Sven como si no entendiera lo que dice.
–¿Cómo le has matado? –pregunta Lothar a Alejandra coaccionándola con su mirada– ¿Dónde están
las llaves de Tilo?
Pero Alejandra no responde para mantener su aparente ignorancia respecto al idioma, manteniendo su
expresión de miedo y desconcierto y agitando de vez en cuando las esposas. Lothar repite sus
preguntas cogiendo con fuerza la mandíbula de Alejandra forzándola a hablar y tratando de
escudriñar la verdad en sus ojos. Alejandra cierra los ojos liberando más lágrimas, esta vez de
verdad.
Lothar se mantiene firme por unos instantes hasta que decide soltar la quijada de la chica apresada y
retira la manta. Lothar empieza a buscar las llaves que Tilo llevaba en el cuello. Rebusca en el suelo,
bajo la cama, en la silla, incluso entre las piernas de Alejandra sin ninguna delicadeza. Ella ruega en
silencio para que no vea la abertura del colchón que ha tratado de disimular lo mejor posible.
Lothar se rinde y deja de buscar. Le dice a Sven que baje a buscar a Sara para traducir. Cuando Sven
sale por la puerta, Lothar coge a Alejandra del cuello y aprieta.
–Podemos acabar en un momento –dice Lothar–. Podría matarte y decir que te ha dado un ataque por
el estrés ¿Es eso lo que has hecho con Tilo? ¿Le has matado para robarle las llaves?
Alejandra no puede contestar. Cierra los ojos y llora. Su respiración se acelera a pesar de que el
paso del aire está parcialmente obstruido. Su estremecimiento es completamente real. Ahora mismo
está a merced de Lothar ya que le es imposible siquiera orientar las manos hacia él. Lothar no afloja
hasta que Sara y Sven llegan a la habitación y Alejandra tose por la falta de aire. En cuanto Sara
entra se lanza a por Alejandra pero Lothar la detiene antes de dar dos pasos hacia la cama.
–Estás aquí para traducir. Nada más –sentencia Lothar de forma adusta–. Pregúntale cómo le ha
matado.
–¡¿Pero cómo va a matarlo si está esposada a la cama?! –pregunta Sara desquiciada– ¡Es imposible!
Además ella es la mitad que Tilo, no habría podido con él.
–Limítate a obedecer –dice Sven completamente serio–. Cómo le ha matado.
Sara traduce y Alejandra responde entrecortadamente que ella no ha sido, que ya estaba atada cuando
Tilo se ha desplomado y no pudo hacer nada, y Sara traduce al alemán. La respuesta no convence a
Lothar que pregunta ahora por las llaves. Alejandra responde que no sabe nada de ninguna llave.
Lothar empieza a perder la paciencia creyendo que todo es mentira. Saca su revólver y apunta con él
a Alejandra.
–Si no quiere hablar –dice Lothar serio y tranquilo amartillando el arma–, que se lleve su secreto a la
tumba.
–¡¿Pero estás loco?! –pregunta Sara colocándose delante de Lothar y haciendo aspavientos apelando
a su sentido común– ¿Cómo puedes pensar que lo ha matado? ¡Ha sido un accidente o una muerte
natural! ¿No ves que está esposada y no se puede mover?
Pero Lothar no responde y mantiene su arma apuntando sobre Alejandra, que ahora mismo piensa en
lo fácil que hubiese sido matar a Tilo por la noche. Paradójicamente, es Sven quien hace que Lothar
entre en razón.
–Venga Lothar, demos parte a Volker de todo esto –le pide Sven cogiéndole el arma.
Pero Lothar no suelta el revólver fácilmente y una bala escapa por el cañón. En el piso de abajo se
hace el silencio tras el disparo y en el piso de arriba también. Sara y Alejandra enseguida se miran a
sí mismas esperando no encontrar ninguna sorpresa desagradable. Por suerte Sven ya había desviado
el arma lo suficiente y la bala queda incrustada en la pared.
–Lástima… –se queja Lothar por el tiro perdido.
Lothar guarda su revólver y Sven recoge el cuerpo de Tilo para llevárselo. Los dos hombres se
marchan y Sara se vuelve hacia Alejandra para abrazarla. Las dos tiemblan por el miedo
experimentado.
–Creo… creo que tenía que haber esperado a la noche –dice Alejandra en español, todavía
aterrorizada.
–¿Me estás diciendo que…? –pregunta Sara confusa– Me da igual, no quiero saberlo.
Tratando ya de recomponerse, Sara busca las llaves de las esposas para liberar a Alejandra. En el
piso de abajo se ha congregado un gran número de mercenarios que murmuran entre ellos por el
suceso. Cuando llegan Sven y Lothar se hace el silencio y Lothar da instrucciones. Esta noche el
burdel está cerrado y un grupo entero de mercenarios se queda de vigilancia quedando prohibidos la
bebida y el disfrute. Nueve mercenarios se quedan y el resto se marcha. Lothar y Sven van directos a
la casa de Volker a notificarle y debatir el asunto. Al poco bajan Sara y Alejandra, ésta última
envuelta en la manta y escondiendo las llaves que ya ha recogido.
–¡Eh! ¿A dónde vais? – pregunta uno de los mercenarios acercándose raudo.
–¡No nos toques los cojones! –le grita Sara muy alterada– ¡Vamos a cambiarnos de ropa! ¡Si tienes
algún puto problema se lo cuentas a Lothar!
Y sin esperar una contestación Sara guía a Alejandra hacia el vestidor, donde Alejandra esconde
bien las llaves y se pone el pijama. A la salida, el resto de chicas preguntan por lo ocurrido y
también les transmiten las órdenes de Lothar respecto al toque de queda. Sara y Alejandra están ya
más tranquilizadas y todas se alegran de que estén bien, sobre todo Edith. En grupos de dos van a
cambiarse de ropa. Los mercenarios se mantienen vigilantes a cada movimiento y antes de la cena
Lothar vuelve con un nuevo grupo.
–Relevo –dice Lothar en cuanto entra–. Recoged todo lo que haya en la cocina. De ahora en adelante
nos encargaremos de traer la comida hecha.
El grupo de sustitución se queda con órdenes estrictas de hacer guardia y pasar la noche en vela.
Múltiples miradas se cruzan entre las chicas. Alejandra eligió un mal momento para matar a Tilo. La
perseverancia de Lothar ha hecho que Volker haya decidido aumentar el confinamiento dentro del
burdel. Ahora la comida viene de fuera ya preparada y todas las que están al día de las noticias
saben que dicha comida estará manipulada. Además, debido a la guardia de los mercenarios,
Alejandra no puede salir esta noche a los almacenes. En realidad ni siquiera pueden hablar de temas
interesantes porque los hombres se enterarían. Se respira una calma tensa en un ambiente plagado de
silencios.
Llega la cena, separada entre la de las chicas y la de los mercenarios, lo cual termina de confirmar
ciertas sospechas.
–Pff… verdura hervida, no me sorprende en absoluto –dice Ruth–. Sin embargo mira ellos, comen
carne también.
Nadie replica al comentario. De hecho algunas no comen alegando que no tienen hambre. Para matar
las horas y reducir el pesimismo general, Sonja saca sus instrumentos de trabajo. Antes del Instante
trabajaba en una peluquería y se dispone a recortar y adecentar el pelo de todas aprovechando
también para charlar de temas triviales para romper el silencio y amenizar la noche.
Pasan las horas con hambre y aburrimiento y con los nueve hombres alerta no dejando ningún
momento de intimidad a ninguna de las chicas hasta que ordenan apagar las luces y mandarlas a
dormir. Los mercenarios se dividen: cuatro se quedan en la planta baja, dos de ellos durmiendo y los
otros dos despiertos mientras que en la planta superior, en el pasillo, se quedan los otros cinco, todos
ellos despiertos.
Durante la noche todas piensan en su futuro y ninguna tiene pensamientos optimistas, ni siquiera
Edith. Es cuestión de tiempo que acaben sucumbiendo. Están convencidas de que Lothar no
descansará hasta descubrir que Tilo fue asesinado y entre tanto todas ellas se irán debilitando por las
sustancias que Volker introduce en la comida, ya que no pueden estar eternamente sin comer. La
rebelión es ahora una contrarreloj donde la idea de Ruth de huir a la desesperada es casi la más
apropiada. Tan sólo Sara y Alejandra conocen la verdad sobre la muerte de Tilo pero cualquiera de
todas ellas sabe que se preparaba una revuelta y tarde o temprano la presión de Lothar revelará la
verdad.
Alejandra se esfuerza en obtener un nuevo plan en sus largas horas de desvelo. Sabe que el tiempo
corre en su contra y eso no es bueno. Si la vigilancia se mantiene en el prostíbulo no tendrá ningún
momento para poder salir a los almacenes y es más que probable que Lothar ya haya cambiado los
candados de las puertas. Cuenta con su magia para poder escapar como último recurso pero se niega
a que Volker y el resto sigan viviendo. Además no es fácil asegurar la huida de un grupo de ocho
personas si hay más de una veintena mercenarios detrás. Y luego queda Lothar. Está convencido de
que Alejandra fue la asesina y ella teme la clase de interrogatorio que le tiene preparado habiendo
visto que no dudó en disparar y lamentarse por haber fallado.
Durante la noche Alejandra no obtiene ideas por la incertidumbre ya que no sabe cuánto puede durar
esa situación de presidio. En cuanto sale de su habitación para ir al servicio enseguida se levantan
los mercenarios como perros de presa preguntando qué hace y a dónde va. Están visiblemente
molestos por el trabajo que les ha tocado hacer y por no haber podido disfrutar de una noche más de
sexo y alcohol por lo que fuerzan a Alejandra a hacer un servicio rápido antes de que vuelva a su
habitación.
De vuelta en su cuarto con un mal sabor de boca, Alejandra echa un vistazo a la ventana,
concretamente a los barrotes del lado exterior. Son barras gruesas de acero y están bien ancladas,
son imposibles de forzar ni siquiera con las herramientas que no tiene. Se tumba en la cama de nuevo
pensando en cómo podría acabar ella sola con todos los mercenarios que se le pusieran delante. El
día del discurso contó una veintena, luego llegaron más, supone que algunos no fueron por tener que
quedarse en sus puestos de vigilancia y añade unos pocos suponiendo que estaban pero no los vio.
Contando, llega tranquilamente a la treintena si engloba también a Sven y a Lothar. Aun matando a
varios a la vez enseguida llegarían más ya que todos cuentan con radio para comunicarse. Quiere
encontrar un modo de encontrar la libertad sin tener que hacerse invisible a los ojos de todos. Por
mucho que haya aceptado su condición, sigue siendo muy reticente a mostrarse.
La actividad empieza pronto en el burdel, antes de lo habitual. Los mercenarios suelen empezar el
día a primera hora de la mañana y levantan a las chicas para que bajen al salón. Los hombres están
bastante disgustados en general mientras esperan órdenes nuevas. Ruth pregunta por los ruidos de
anoche y Alejandra calla al respecto. Uno de los mercenarios mantiene una conversación con el
exterior a través de la radio. Volker, Sven y Lothar han estado reunidos buena parte de la noche y
todavía no han concretado soluciones.
21. PLAN B

No pasa mucho rato hasta que traen el desayuno. Aunque casi todas sospechen que el alimento esté
adulterado tienen mucha hambre y no dejan nada de sobra. El menú se limita a leche y pan tostado, un
desayuno pobre pero un desayuno al fin y al cabo. No hay relevo ni nuevas órdenes. Los hombres que
han traído el desayuno se marchan diciendo que los jefes han vuelto a reunirse y las chicas se quedan
sentadas en los sofás pasando el rato.
En la casa de Volker se debate cómo seguir adelante sin Tilo pero también se sigue discutiendo si su
muerte fue provocada. Lothar insiste en que fue así pero ninguno ha sido capaz de encontrar ningún
tipo de prueba en el cadáver. Evidentemente tampoco han encontrado las llaves de Tilo pero eso no
es ya un problema porque las cerraduras de los almacenes han sido cambiadas. Lothar insta en
interrogar a fondo y presionar para que la verdad salga a la luz pero Volker sabe que es algo que no
pueden permitirse. Cada día que la casa de citas esté cerrada la moral de los hombres empeorará, al
igual que su obediencia. Volker insiste en volver a la normalidad y observar los acontecimientos. No
puede dejar que Lothar actúe libremente porque acabaría matando a varias chicas, algo muy
impopular entre la soldadesca de la colonia. Volker se escuda en que ahora la comida de las chicas
se prepara fuera y eso les da la posibilidad de controlarlas mejor.
Respecto al trabajo de Tilo, el delegado del grupo de mercenarios que Tilo tenía a su cargo ocupa su
lugar y ya se ha puesto a trabajar en ello elaborando un nuevo inventario completo y comparándolo
con el anterior. Lothar no está contento con la decisión tomada y asegura que investigará por su
cuenta, algo que Volker le prohíbe.
Las noticias llegan hasta el prostíbulo. Los mercenarios que están allí se alegran de que se pueda
volver a beber pero antes deben acudir a una ceremonia para despedir a Tilo, formalidad que Volker
llevará a cabo. Antes de marchar al sepelio, los mercenarios exigen a las chicas que estén
preparadas para cuando vuelvan. En cuanto pasan unos segundos desde que la puerta se cierra y ya
no se oyen hombres fuera, montones de preguntas y comentarios surgen a la vez dentro del local.
Alejandra se desentiende de todo y va a cambiarse de ropa para salir llevándose también las llaves y
el pijama sucio de Heidi junto con el trapo, esto último escondido.
–¡¿Pero a dónde vas?! –pregunta Sonja preocupada– ¡Van a volver enseguida!
Alejandra sólo responde que tiene que comprobar un par de cosas y que estará de vuelta antes que
ellos. Sin esperar contestación alguna sale por la puerta y se vuelve invisible en cuanto puede. Tira
el trapo y el pijama fuera de la verja dejándolo todo escondido.
De vuelta al interior de la colonia su único objetivo son los almacenes. Tiene que comprobar si las
llaves que posee siguen siendo útiles, de no ser así tiene que deshacerse de ellas lo antes posible ya
que es la única prueba palpable de culpabilidad. En las naves no hay nadie así que no pierde el
tiempo y va directa a los cerrojos pero no le hace falta siquiera probar las llaves ya que los
candados son visiblemente distintos a los anteriores. Alejandra se cabrea y maldice y vuelve
corriendo a la casa antes de que se quede sin tiempo. Entre tanto, Sara se ha reunido con Ruth y Sonja
para contarles la versión real respecto a la muerte de Tilo. Aunque no sepa cómo pudo Alejandra
matar a Tilo, sabe que lo mató y robó las llaves.
Alejandra llega con tiempo de sobra. Antes de entrar entierra las llaves fuera de la colonia para que
nunca se descubran. En cuanto entra por la puerta, Edith la manda al piso superior donde están las
demás. Antes de subir Alejandra se pone de nuevo el pijama por si los mercenarios llegan antes de
que ellas bajen.
–¡Menuda la que has liado! –se queja Ruth en cuanto Alejandra entra– Ahora me dirás que las llaves
ya no valen ¿no? ¿Qué te costaba esperar a la noche?
Alejandra sólo puede asentir con la cabeza, bajando la mirada por su mala decisión.
–Calma, calma –pide Sara–. Ahora hay que mirar hacia delante, no hacia atrás. La situación es
crítica. Creo que ya no podemos andarnos con florituras y sólo nos quedan dos salidas: huir o luchar.
Y yo propongo luchar.
–¡No tendremos ninguna posibilidad! –grita Ruth– ¿Piensas matarlos a polvos?
–No digas tonterías –replica Sara–. Tendremos posibilidades si tenemos cualquier arma. Aquí es
cuando están con la guardia baja, incluso borrachos perdidos, y siempre suben solos con nosotras.
Sólo hay que acabar con ellos uno por uno en las habitaciones. Para cuando empiecen a darse cuenta
ya tendremos las llaves de la puerta y sus armas.
–¿No son demasiados? –pregunta Sonja– En cuanto se oiga el primer disparo, incluso antes, se
descubrirá todo y entonces ya no podremos hacer mucho. No sé cómo piensas salir adelante.
–Para hacer eso sale más a cuenta fugarse y ya –opina Ruth.
Pero Sara no tiene tiempo de explicar su plan porque ya están llegando mercenarios. Así que la
reunión concluye sin tener todavía una solución. La mañana es ajetreada. El hecho de que la noche
anterior estuviera el local cerrado ha impacientado a los hombres y quieren desquitarse. Lothar
también pasa un buen rato en la casa observando y registrando todo a pesar de que Volker se lo
prohibiera. Tener a Lothar cerca inquieta a todas las chicas, sobre todo a Alejandra.
La mañana es insufrible pero pasa rápida debido al exceso de trabajo. Al mediodía, mientras esperan
la comida, el número de hombres desciende; pero no es posible celebrar otra reunión ya que dos
mercenarios han sido designados por Lothar para vigilar los movimientos dentro del burdel. La
comida ya hecha llega y todas comen aun creyendo saber que se están condenando con cada bocado.
La tarde es igual de atareada que la mañana, lo cual deja a todas exhaustas. A última hora Lothar
vuelve para hablar con los vigilantes, quienes transmiten a su jefe todo lo observado. Lothar les da
ciertas indicaciones sobre Alejandra, Ruth y Sara a modo de tener especial cuidado con ellas ya que
parecen ser las más activas. Después de una cena pobre llega la hora punta y todas están cansadas
pero no pueden negarse a trabajar. Incluso Nadin nota la fatiga. Otra noche más en el apestoso local.
Los vigilantes de Lothar hacen cambio cuando el lugar queda vacío, quedándose a pasar la noche.
Esta vez Alejandra no sale al servicio bajo ningún concepto.
Por la noche cree que ya va siendo hora de apartar las formalidades y desplegar todo su potencial.
Edith ha insistido continuamente en que actúe de una vez sin importar el qué dirán pero si le hiciera
caso todavía le queda otro problema. Ella podría sobrevivir fácilmente pero el resto no y se niega a
correr un peligro innecesario. Si siguiera el plan de Sara, es más que probable que muera alguien que
no debe y eso es algo que no quiere por lo que madura un plan alternativo. Además, se niega a que la
muerte vuelva a actuar mediante sus manos.
A la mañana siguiente se levantan según el horario habitual. Llega el desayuno pero no hay relevo y
los centinelas, cansados, deciden irse a dormir. Momento que aprovechan las chicas para reunirse de
nuevo. Alejandra se lanza la primera con su plan.
–Lo de luchar no es viable –empieza Alejandra–. Estamos en clara desventaja. Sin armas yo puedo
ocuparme de unos cuantos pero aún quedarían muchos más y hay muchísimo riesgo-
–Pero no podemos quedarnos aquí más tiempo –contesta Sara.
–Lo sé –dice Alejandra–. No pienso dejar que Volker se vaya de rositas. Por eso propongo huir y
refugiarnos en Múnich. Eso nos dará tiempo para pensar bien un plan, para coger lo que necesitemos
y para recuperar energía y confianza.
–Me gusta –asiente Ruth satisfecha por la idea al igual que Sonja.
–Pero tampoco es fácil –continúa Alejandra–. No sabemos cómo está la ciudad ni qué podemos
encontrar allí. Además tendremos que escondernos bien porque seguro que saldrán tras nosotras en
cuanto vean que nos hemos fugado. Por eso hace falta que consigamos aquí todo lo que podamos y
que sea de primera necesidad.
–Lo único que podemos llevarnos de aquí son las mantas y el alcohol –dice Sara–, aunque eso
último puede no ser muy útil.
–Bien. Las mantas nos las llevaremos porque son indispensables –prosigue Alejandra–. Estamos ya
en Noviembre y hace frío. También necesitaremos comida, al menos para un par de días y también
nos hará falta una linterna. Evidentemente huiremos de noche y creo que la luna está menguando.
–Olvidas un detalle –interviene Ruth–. Aquí ya no queda comida que llevarse y va a ser imposible
robarla, más que nada porque tenemos vigilancia las 24 horas del día y porque entrar en los
almacenes sigue siendo imposible para nosotras.
–Ahí tienes razón –admite Alejandra–. Esa es la parte débil del plan. Dependemos de los momentos
sin vigilancia como éste para poder conseguirlo todo.
–¿Por qué no huimos ahora mismo? –pregunta Sonja.
–Porque no tendríamos tiempo ni de pasar la alambrada –responde Alejandra–. Por la noche es
cuando disponemos de horas para poner tierra de por medio y llegar hasta Múnich. Además la
oscuridad nos protegerá. Pero tampoco huiremos esta noche porque si nos vamos con las manos
vacías igual nos morimos de hambre. Recuerda que saldrán a cazarnos y tendremos que escondernos,
quién sabe por cuánto tiempo.
–Pues espero que no tardemos demasiado en conseguir todo –suspira Sara–. No nos sobra el tiempo.
Todas coinciden en el apunte de Sara. Finalizan la reunión antes de que vuelva algún mercenario.
Alejandra se va al servicio, hoy empiezan esos días de renovación en su interior y está preocupada.
Ya ha preguntado al resto y le han dicho que lamentablemente ese no es ningún impedimento para
seguir trabajando, que los hombres ya sabrán encontrar alternativas.
Cuando baja al salón se encuentra con Lothar y otros dos centinelas nuevos. Lothar no le dirige la
palabra pero sí una mirada antipática mientras camina por los pasillos registrando las salas.
Alejandra se sienta en el sofá con el resto y obedece cuando Lothar ordena que se cambien de ropa.
Otra mañana más de trabajo agotador. Efectivamente los hombres saben encontrar otras opciones
cuando llega la menstruación haciendo que Alejandra descubra las luces, y sobre todo las sombras,
del sexo anal. Por suerte esa clase de información corre rápido y Alejandra queda algo desplazada
del servicio ocupando la barra la mayor parte del tiempo. El día avanza y no surge ninguna
oportunidad de poder salir. Siempre hay hombres bebiendo y siempre están dos de vigilancia. Lothar
pasa de vez en cuando para comprobar todo e informarse.
Transcurren dos días más sin posibilidades de salir. Sólo abandonan el edificio aquellas chicas a las
que Volker llame. En una ocasión llama a Nadin y a Edith en vez de a Ruth. A la vuelta Edith está
pálida de la impresión y no quiere hablar de lo sucedido, ni siquiera con Alejandra.
Con el paso del tiempo todas se han resignado a comer lo que les traen. Se preocupan de lo que
pueda estar escondido en la comida pero las cantidades se han reducido y el aporte energético que
proporcionan es escaso. La degradación ha sido paulatina pero efectiva. Al final del séptimo día
desde que Alejandra y Edith llegaran el ánimo está muy mermado y los nervios están a flor de piel
por no haber hecho ningún avance.
Todas están cansadas y abatidas y Alejandra no es ajena a la situación. A pesar de estar menos
solicitada estos días sigue trabajando y eso le produce molestias. Además, cada tanto puede hablar
disimuladamente con alguna otra sobre la fuga y sólo recibe más presión ya que la impaciencia se
hace insoportable y la presencia de mercenarios a todas horas no inspira ningún optimismo.
Lothar sigue yendo cada día varias veces. Parece que su plan está dando resultado ya que está
llevando a las chicas al agotamiento y eso debilita sus mentes. Alejandra entiende ahora el
comentario de Berta de que ya no recuerda cuántos días lleva ya que todos los días son iguales e
igualmente duros.
A la mañana del octavo día obtienen un respiro. Según se oye, tres mercenarios murieron el día
anterior en una incursión en Múnich y Volker honrará su memoria incluyéndolo dentro del discurso
que tenía programado. Si por Lothar fuera, los vigilantes se quedarían en el burdel pero eso entraría
en conflicto con la orden de Volker de no investigar, por lo que las chicas se quedan solas el rato que
dure el discurso. En cuanto no queda ningún hombre dentro Alejandra se cambia para salir.
–Por favor, consigue todo en este viaje –pide Sara–. A saber cuándo volvemos a tener una
oportunidad así. No la desaproveches.
Alejandra asiente y sale por la puerta. Como siempre se vuelve invisible y echa a correr. Mientras
todo el mundo está reunido pasa por los almacenes pero evidentemente están cerrados. Sin embargo
la comida tiene que cocinarse en algún lugar y Alejandra va ahora a registrar las casas de madera
esperando que alguna de ellas sea la cocina de la colonia y encuentre en ellas algo de alimento para
poder llevarse.
La gente se ha congregado donde la otra vez, en un punto intermedio entre las casas. Por suerte las
casas están algo alejadas entre sí y hay varios metros desde la muchedumbre hasta dichos edificios.
Alejandra echa vistazos por las ventanas hasta dar con el sitio donde se preparan los platos.
Con cuidado pasa al interior y empieza a registrar. Hay cocinas de gas, mesas, un horno de leña y
armarios y cajoneras. Registrando los armarios encuentra bolsas de tela y coge dos para poder
acarrear todo lo que pueda. Sobre las mesas hay pan hecho del día y en los armarios no hay gran
cosa, sobre todo especias y condimentos pero también hay un par de botes con carne dentro. Son
tarros que contienen salchichas. A Alejandra le gustaría poder llenar más las bolsas pero no quiere
correr riesgos y coge los dos tarros y varios pedazos de pan. Registrando los cajones recoge unas
tijeras recias confiando en que se pueda romper con ellas la alambrada. Se echa las bolsas al hombro
y sale del edificio vigilando que nadie se percate de una puerta que se abre y se cierra sola.
Vuelve al prostíbulo con tiempo de sobra y se encuentra a todas las chicas expectantes. Enseguida
preguntan qué ha conseguido pero Alejandra no se detiene y se va hasta la antigua cocina del local.
Sara y Ruth van detrás queriendo saber qué ha conseguido.
–No he podido coger más que esto –dice Alejandra abriendo la bolsa.
–Vaya –responde Sara un poco contrariada–. La verdad es que no es mucho. Los almacenes estaban
cerrados, ¿verdad?
–Da igual –interviene Ruth–. Nos iremos con esto.
–Creo que sí –dice Sara–. No podemos seguir esperando. Esta noche nos marchamos. No hay linterna
ni alicates para la alambrada pero ya nos apañaremos de algún modo.
Alejandra esconde la bolsa de la mejor manera posible y acompaña a las otras dos al salón donde
Sara anuncia en inglés la noticia que tanto estaban esperando mientras Ruth vigila por la ventana.
–¡Atención! Escuchadme todas. Esta noche nos iremos. No hagáis ninguna tontería y no os
descubráis. En cuanto se apaguen las luces a la noche estad atentas porque no hay tiempo que perder.
No salgáis de la habitación hasta que alguna de nosotras os abra la puerta.
Sara repite el mensaje esta vez en alemán y las chicas tratan de contener su alegría por la noticia.
Sara habla con Alejandra indicándole que ella se encargará de los vigilantes ya que parece ser la
más indicada para ello. De vuelta al salón, Sara exige tranquilidad y un completo disimulo ya que no
van a tener muchas oportunidades. Edith se acerca a Alejandra felicitándola anticipadamente por el
logro ahora que ya están tan cerca de volver a la libertad. Esta era la única noticia que podía
devolverles las fuerzas necesarias para seguir un día más.
Cuando el discurso de Volker termina varios mercenarios van a beber. Lothar y Sven van con ellos y
brindan por sus compañeros caídos mientras las chicas se visten adecuadamente. Conforme salen del
vestidor tienen que subir ya a las habitaciones. Alejandra está hoy en su último día del ciclo
menstrual y por ello debe seguir las rutinas alternativas en la habitación. Las molestias que le
produce han ido a más pero después de todo no deja que eso la deprima. Aun así sigue siendo una
mañana ajetreada. Incluso Lothar y Sven suben a las habitaciones.
Durante la hora de comer no se queda nadie en el burdel, sólo los vigilantes y enseguida les llega el
relevo. A cada momento falta menos para que caiga la noche. Por lo que se puede ver a través de las
ventanas el día está nublado pero no amenaza lluvia.
–¿Crees que podremos matar a Lothar antes de irnos? –pregunta Sara a Alejandra en un momento de
intimidad.
–¿Es necesario? –pregunta Alejandra– Creo que es irrelevante de momento. Se puede hacer, pero eso
nos restará tiempo y nos expondría demasiado.
–Lo decía porque se volverá más loco en cuanto sepa que no estamos –responde Sara–. El tipo es
muy listo, un enemigo a tener en cuenta, más que Sven. Por eso te decía de matarlo.
–Tienes razón, sí. Si tanto te preocupa tengo una idea –dice Alejandra–: cuando la verja esté abierta
salid y os vais. Yo me quedo y saboteo todo lo que pueda antes de salir. Siempre que todo vaya bien,
claro. Si la cosa funciona no podrán volver a Múnich en unos días.
–Joder… justo lo que nos hacía falta –contesta Sara–. Si crees que eres capaz de sabotear sin que te
descubran, por mí adelante. Pero no pierdas mucho el tiempo, no queremos que te quedes atrás.
Desde luego eres una caja de sorpresas.
–¡Huy! Si yo te contara… –ríe Alejandra dando la conversación por finalizada.
Después de comer pasa un rato hasta que llegan los primeros mercenarios. Las chicas están en los
sofás, esperando a que las llamen mientras hablan entre ellas, incluso Heidi da algunas palabras.
Al rato llegan más mercenarios pero ninguno de ellos parece tener intención de subir. Todos se
quedan en la barra o en las mesas bebiendo poco y charlando. Más de una se alegra del descanso
pero Ruth, Sara y Alejandra están nerviosas. No es una situación normal, por lo general no pasan más
de veinte minutos hasta que el primero se lanza desde que llega allí. Ciertas miradas entre ellas
alimentan las sospechas. Tal vez no sea nada, sólo casualidad, piensa Alejandra para mantenerse en
calma.
La puerta se abre de nuevo y entran más mercenarios. Lothar es el último en entrar. Saluda a la
concurrencia y habla con los centinelas, lo habitual. Después de una breve charla, Lothar camina
hacia los sofás donde se mantiene otra conversación. Se queda de pie tras el sofá que queda de
espaldas a la entrada y espera con los brazos cruzados a que se haga el silencio que necesita. Cuando
todas las chicas callan y giran su mirada hacia él, Lothar saca su mano derecha.
–Tú, tú y vosotras dos venid conmigo –dice Lothar señalando a Sara, Ruth, Nadin y Alejandra.
22. PLAN C

Las mencionadas obedecen y se levantan, todas con el pulso acelerado por lo poco normal de la
situación. La confusión reina entre las chicas. Lothar empieza a caminar hacia la puerta entre el grupo
de mercenarios que guardan silencio y le abren paso. Lothar abre la puerta de entrada y sale fuera
donde hay dos mercenarios más esperándole. Las nombradas le siguen mirándose entre ellas y
preguntándose para sus adentros qué está pasando. Lothar sigue caminando hacia el interior de la
colonia, las chicas le siguen y los dos hombres que esperaban fuera cierran la marcha.
Ruth está muy nerviosa porque cree que las han descubierto y transmite su nerviosismo a las demás.
Por mucho que pretenda ocultarlo, Sara también está muerta de miedo esperando una ejecución
inminente y Alejandra experimenta cosas parecidas.
Llegados al interior de un pequeño grupo de árboles, Lothar se detiene y se gira ordenando a las
chicas a formar una fila una junto a la siguiente. Los dos hombres que las acompañan se quedan a los
lados de Lothar.
–Sé que planeabais huir esta noche –dice Lothar con extrema seriedad–. Por supuesto no puedo
permitíroslo. Pero tampoco os puedo dejar vivir porque volveríais a intentarlo. Hay que dar ejemplo
de mano dura.
El miedo cunde en la fila de las cuatro ahora que ha quedado claro que Lothar estaba al tanto de la
fuga y pretende ejecutarlas como castigo y ejemplo al resto. Todas tiemblan de miedo y frío
intentando saber en qué han fallado. Ninguna tiene palabras que decir.
–¡Dijiste que no habría represalias! –grita Nadin mientras las otras tres se giran hacia ella alucinadas
por su respuesta y entendiendo claramente que ha habido una traición dentro del grupo.
–¡Oh, vaya! –exclama Lothar– Es cierto, prometí que no habría represalias.
Y dicho esto saca su revólver y descerraja un disparo en el cráneo de Nadin, que cae al suelo con un
agujero desde la frente hasta la nuca por donde brotan sangre y otras cosas.
En efecto Nadin habló con Lothar por la mañana cuando éste subió a las habitaciones para contarle
que habría una fuga esta noche. La razón que ha llevado a Nadin a cometer traición es el miedo. No
el miedo al fracaso y a su propia muerte, sino el miedo a la muerte de Volker. El líder ofrecía drogas
en cada orgía que organizaba y Nadin, una de sus favoritas, gustaba de consumir. Nadin no estaba
informada del todo respecto a la fuga y pensaba que sus compañeras atentarían contra Volker antes
de huir, lo cual la dejaría a ella sin el único camello en muchísimos kilómetros a la redonda.
Además, si la rebelión posterior resultase fructífera, muchos mercenarios morirían y sin ellos Nadin
no podría alimentar su ninfomanía. Como pago por el chivatazo, Nadin pidió que no se matara a
nadie.
–En fin –continúa Lothar sin guardar su arma–, ahora que Nadin ya no existe no hay promesa que
cumplir. Nunca me han gustado las chivatas. Pero antes de acabar con todo esto aún estáis a tiempo
de confesaros ¿Matasteis a Tilo?
–¡Te guardaré un sitio en el infierno hijo de puta! –grita Ruth que acaba de salir del shock.
–Como quieras –responde Lothar dirigiendo su arma hacia Ruth.
–¡Yo! –contesta Alejandra adelantándose a la ejecución– Yo le maté.
–Es todo lo que necesitaba saber –responde Lothar tras un breve silencio.
Lothar da unos pasos hacia atrás quedándose a la misma altura que los mercenarios a unos tres
metros de las chicas, dos de las cuales ya se han resignado a morir. Lothar alza el revólver
apuntándolo a Ruth y mofándose diciendo que le reserve un buen sitio allí abajo.
Alejandra reacciona al fin para evitar la muerte de Ruth. Eleva sus dos manos con las palmas
abiertas para crear entre ellas y los mercenarios dos Muros de Tierra. El suelo tiembla durante la
rápida generación de las paredes y todos se quedan obnubilados por el acontecimiento sobrenatural.
Una pared de ocho metros de largo y cuatro de alto queda erguida entre ambas partes.
Todos se quedan quietos, incluso Sara y Ruth que podrían aprovechar para huir. Ninguno puede
explicarse el origen de la muralla que en apenas unos segundos se ha construido sola. Alejandra da
unos pasos al frente y salta para llegar a lo alto del muro con Vuelo mientras se vuelve invisible.
Sara y Ruth presencian los dos nuevos acontecimientos pero los tres hombres no han sido capaces de
ver nada y ahora, bajo la mirada de la invisible amenaza, corren hacia un lado para rodear el muro.
Antes de que puedan llegar al extremo, Alejandra libera el Relámpago que ha estado guardando
durante varios días y que le parece mucho más potente de lo habitual. La descarga eléctrica alcanza a
los tres hombres y se extiende a los árboles cercanos. Alejandra ha liberado tanta energía que el rayo
deja marcas en la corteza de dichos árboles. Los cuerpos electrificados caen al suelo soltando humo
y Alejandra vuelve al suelo junto con Sara y Ruth tornándose visible.
–¿Qué… ha sido…? –acierta a preguntar Sara boquiabierta.
–¡No hay tiempo! –dice Alejandra– ¡Os lo explicaré pero ahora venid conmigo!
Alejandra corre hacia el extremo del muro para dar la vuelta mientras Ruth y Sara se miran entre sí
sin entender nada en absoluto. Ayudándose con una rama Alejandra separa el revólver de Lothar de
sus manos chamuscadas y lo recoge. Apunta al cielo y da tres disparos al aire esperando unos pocos
segundos entre disparo y disparo cuando Sara y Ruth llegan a su lado.
–Ahora estamos oficialmente muertas –dice Alejandra a las otras dos chicas, que a juzgar por sus
caras no parece que escuchen lo que Alejandra dice–. Quedaos aquí un momento mientras me
encargo de los tipos que están en la casa.
–Espera –dice Ruth, que apenas puede hablar con claridad–. ¿Qué… eres?
–Lo siento, es muy largo de explicar –dice Alejandra tras echar la vista a un lado y suspirar–. Pero
prometo contároslo todo.
Tras hacer la promesa, Alejandra deja el revólver y va corriendo hacia la casa. Sara y Ruth la siguen
y Alejandra les ordena quedarse entre los árboles para que no las vean. Alejandra se queda junto a la
puerta del edificio y llama golpeando con su puño mientras Ruth y Sara observan todo desde su
posición oculta.
Alejandra se vuelve invisible y crea un sonido que imita la voz de Lothar ordenando a los hombres
que salgan. La puerta se abre y empiezan a salir hombres. Alejandra se hace a un lado para que no la
alcance el Relámpago que está preparando. Cuando la puerta se cierra por sí sola Alejandra cree que
ya han salido todos, ya que antes no ha podido contarlos.
Desde una distancia prudencial lanza un nuevo Relámpago al grupo de hombres que se preguntaba
dónde está Lothar. Todos caen al suelo entre gritos y espasmos. Alejandra lanza un segundo
Relámpago para rematar a los que puedan quedar vivos.
Alejandra abre la puerta para encontrarse una mala sorpresa. No todos los mercenarios habían
salido. Dos de ellos estaban detrás de la barra sacando cervezas para celebrar anticipadamente la
supresión de la fuga. Alejandra lanzó el Relámpago antes de que estos dos tipos pudieran abrir la
puerta y, ante los gritos de sus compañeros en el exterior, se han ido a los sofás para tomar rehenes.
Lo que Alejandra se encuentra es a Sonja y a Edith cogidas del cuello tras las cuales se escudan los
dos hombres, uno armado con una pistola y el otro con un cuchillo, ambos amenazando la vida de
Sonja y Edith.
Alejandra se queda quieta pensando qué hacer. Uno de los mercenarios ya ha dado aviso por radio
de una revolución y el walkie talkie no deja de sonar oyéndose continuas voces y órdenes a través de
él. Alejandra debe reaccionar rápido porque enseguida llegarán refuerzos con Sven entre ellos y Sara
y Ruth siguen fuera.
Alejandra crea un fantasma suyo justo delante al tiempo que se vuelve invisible. Mantiene al
fantasma estático mientras ella avanza cautelosamente hasta los sofás donde están los hombres que
ordenan continuamente al fantasma de Alejandra que se acerque. A pesar de estar completamente
asustada por el contacto del filo en su garganta, Edith sabe que la Alejandra que se ve en la puerta es
falsa y se prepara por lo que pueda pasar. El hombre que está encañonando la sien de Sonja se pone
nervioso por la pasividad del fantasma y desvía su arma hacia él. Tras el primer disparo Alejandra
alcanza la pistola y se la arrebata volviéndose invisible como ella.
La sorpresa del mercenario desarmado hace que todos se giren hacia él y Edith aprovecha para
liberarse de su captor. Sonja no ha sido capaz de reaccionar pero Alejandra coloca el cañón de la
pistola sobre el costillar del mercenario y dispara. El hombre suelta a Sonja mientras el otro trata de
conseguir otro rehén.
Estando el mercenario herido en el suelo, Alejandra se vuelve visible para disparar contra el otro,
que también cae cuando una bala atraviesa su tórax. Alejandra no pierde el tiempo y dispara dos
veces más, una en el cráneo de cada mercenario. Sin tiempo para reencuentros, tira la pistola al suelo
y sale a la puerta para llamar a Sara y Ruth mientras recoge todas las armas que puede de los
mercenarios electrificados en el exterior de la casa.
Ya pueden verse y oírse varios vehículos acercándose. Todos los mercenarios de la colonia
responden a la orden de Sven y acuden al prostíbulo para detener la rebelión. Habiendo recogido
apenas cuatro ametralladoras, Alejandra entra dentro del local donde ya están Sara y Ruth y ordena
apuntalar la puerta. Las que todavía pueden reaccionar empujan uno de los sofás para evitar que la
puerta se abra.
Ninguna de las chicas sabe qué hacer ahora y todas miran a Alejandra esperando un plan. Antes de
que pueda empezar a explicarse, dos mercenarios golpean la puerta intentando abrirla mientras otros
disparan a los cristales de las ventanas para romperlos.
Ruth no espera a nada y coge una de las ametralladoras para apostarse en una ventana y disparar
aunque apenas conozca el funcionamiento de un arma. Al momento hay tiros de respuesta y Ruth se
agacha para evitarlos.
–¡Entonces lucharemos! –grita Sara envalentonada mientras coge otra de las ametralladoras y se
dirige a una segunda ventana.
Sonja y Edith recogen las dos ametralladoras que quedan y suben al piso superior para disparar
desde allí. Berta y Heidi apenas pueden reaccionar, quedándose escondidas tras los sofás que no se
han utilizado para apuntalar. Alejandra se queda en el centro del salón pensando qué puede hacer. La
puerta es la única salida y no piensa abrirla porque los mercenarios se colarían dentro. Además no
pueden ganar en un tiroteo porque las balas de las que disponen son muy pocas y en el exterior los
hombres se protegen tras los vehículos.
De repente una explosión las desorienta a todas. Los mercenarios han lanzado dos granadas contra la
puerta y la explosión la ha desencajado del marco. Al poco explota la segunda granada. Alejandra
llama a todas para que suban al piso superior. Una nueva granada cae junto a la puerta y termina de
volarla desmontando también el sofá que estaba apuntalando. Sara y Ruth corren hacia las escaleras
llevándose a Berta y Heidi. Alejandra se vuelve invisible cuando nuevas granadas caen dentro del
salón.
Se aleja corriendo para colocarse cerca de la puerta cuando las granadas explotan donde estaban los
sofás. Alejandra prepara una Bola de Fuego y se asoma por el hueco de la puerta. Puede ver a varios
mercenarios protegidos tras los vehículos disparando al piso superior para cubrir la entrada de otro
grupo que se acerca corriendo a la puerta. Alejandra se gira y se coloca frente al hueco de la puerta
para lanzar la Bola de Fuego sobre el grupo que pretende entrar.
Ninguno de los mercenarios puede reaccionar a tiempo y esquivar las llamas y la Bola de Fuego
impacta sobre uno de ellos extendiéndose al resto. Alejandra vuelve al salón para buscar el cuchillo
del hombre que había tomado a Edith como rehén para salir con él y no gastar demasiada energía ya
que debe mantenerse invisible. Una nueva granada cae al interior y explota cerca de ella.
La onda expansiva la tira al suelo y le deja un molesto pitido en los oídos. Por unos segundos no
puede oír nada más que el estridente sonido. Afortunadamente la metralla de la granada no la alcanza
pero tanto su cuerpo como su cabeza están magullados.
Un nuevo grupo de hombres entra en el local. Alejandra los ve pero ellos no pueden verla y rebusca
el cuchillo en el suelo. Los hombres van registrando el salón rincón por rincón de forma rápida y en
cuanto uno se acerca a donde está Alejandra, ella clava la hoja invisible en el cuello del mercenario.
El hombre grita mientras se desangra entre chorros rojos que surgen a borbotones de su pescuezo. El
resto se gira hacia él pero no pueden ver a nadie más. Alejandra se mueve rápida por el salón para ir
matando uno por uno a los hombres que no saben cómo reaccionar ante un enemigo etéreo. Uno de
ellos logra escapar por la puerta de entrada gritando que en el interior no hay nadie pero que todos
los que entran van muriendo.
Sven, que está atrás del todo, no da crédito a lo que oye y ordena al resto que entre. Ya sólo quedan
nueve mercenarios con él y ninguno de esos nueve se atreve a entrar. Los hombres tienen miedo de
morir a manos de algo extraño y tiran sus armas al suelo en vista de todos los cadáveres que ya hay.
Alejandra se asoma por la puerta para ver a los hombres de rodillas con las manos en alto gritando
que se rinden. Pero también puede ver a Sven con un puñado de granadas en la mano, todas sin la
espoleta listas para explotar. Sven lanza el manojo de granadas al interior de la casa y saca su
cuchillo. Alejandra se agacha para protegerse de las explosiones y al levantarse de nuevo Sven
choca con ella al intentar entrar corriendo en la casa.
Debido al contacto Sven retrocede un paso cuando escucha el quejido de Alejandra y ve un rastro de
sangre sobre la hoja de su arma blanca. En el choque, el cuchillo de Sven ha tajado accidentalmente a
Alejandra y le ha producido en el antebrazo una herida longitudinal. Aunque Sven no pueda ver a
Alejandra, sí puede ver la sangre que salta desde su brazo y por un momento duda de lo que está
viendo.
Alejandra ha caído al suelo por el golpe y enseguida se lleva la mano derecha al brazo herido. Alza
la vista para ver a Sven acercarse lentamente y le lanza un Relámpago con la mano izquierda. El rayo
no impacta en el objetivo y se pierde en el aire. Sven, que acaba de ver brotar sangre y electricidad
de la nada, opta por huir. Guarda su cuchillo y se sube a una de las motocicletas para salir de allí tan
rápido como puede.
Alejandra se mantiene invisible y entra al interior para llamar al resto de chicas para que bajen. Sólo
Sara y Ruth aparecen y Alejandra se deja ver otra vez mientras trata de cerrarse la herida. Alejandra
ordena a Sara que vigile a los hombres rendidos y le dice a Ruth que la acompañe mientras se monta
en uno de los todo terreno.
–¿A dónde vamos? –pregunta Ruth al subirse.
–¿No decías que Volker era para ti? Pues a eso vamos.
Alejandra acelera dirigiéndose a casa de Volker, a donde sospecha que Sven ha huido. Conduce tan
rápido como puede por los caminos sin asfaltar mientras explica a Ruth la situación. De camino se
cruzan con la gente de las casas atraídos por las explosiones y los disparos y completamente
ignorantes de las circunstancias. Alejandra los esquiva y pasa de largo porque no quiere que Volker
y Sven huyan de la colonia.
Cuando llegan a la casa de Volker, Alejandra aparca el todo terreno sobre la moto en la que Sven ha
huido. Las dos se bajan del vehículo y Alejandra pide a Ruth que se esconda, que ella misma se
encargará de sacar a Volker.
Alejandra entra en la casa siendo invisible ya que no sabe qué puede encontrarse. Enseguida escucha
pasos que se aproximan y por su izquierda se acercan Volker y Sven.
–¿A dónde vas, Garin? –pregunta Alejandra.
Los dos hombres se detienen ante la voz mientras Volker trata de encontrar a Alejandra con la mirada
o la intuición.
–Ya te he visto sangrar una vez –grita Sven sacando su cuchillo–. Sólo puedo decir que es algo que
me gustaría ver de nuevo.
Alejandra aparece unos metros por delante de los dos hombres y Sven no duda en lanzar su cuchillo
contra Alejandra en milésimas de segundo. El cuchillo vuela y atraviesa el pecho de Alejandra
clavándose en la pared que queda detrás. Sven ha intentado matar a un fantasma ya que Alejandra
había leído la mente de Sven con anterioridad previendo una reacción similar.
–Has fallado –dice Alejandra cuando recoge el cuchillo de la pared antes de hacer desaparecer al
fantasma.
Sven está nervioso ya que ahora no sabe por dónde puede venir un ataque. El cuchillo ha
desaparecido así como el fantasma. Volker, sin embargo, cree que está alucinando por la última raya
esnifada. Sin previo aviso, el cuchillo de Sven empuñado por Alejandra se clava en la yugular del
gigante hiriéndolo de muerte. Sven cae sobre su rodilla llevándose la mano a la herida para intentar
tapar inútilmente la hemorragia. Alejandra se vuelve visible, esta vez de verdad, para coger a Volker
del brazo y llevarlo fuera dejando a Sven dentro para que muera desangrado.
Volker se zafa fácilmente de Alejandra y ella le electrocuta levemente con un Relámpago. Volker cae
al suelo aturdido por la descarga y Alejandra trata de arrastrarlo afuera. Ruth se acerca para ayudar a
arrastrar a Volker hasta el todo terreno. Logran subirlo a los asientos traseros y se marchan de vuelta
al prostíbulo destruido. A su paso cerca de las casas el número de curiosos ha aumentado y empiezan
a correr detrás del todo terreno.
Cuando el vehículo llega a la casa, Ruth saca a Volker para dejarlo junto a los mercenarios rendidos
que se mantienen quietos y callados bajo la vigilancia de Sara y Edith. La francesa se alegra
enormemente de volver a ver a Alejandra viva después de todo lo ocurrido pero tiene una mala
noticia.
–Sube arriba –le dice Edith–. Sonja está herida.
Alejandra no pierde el tiempo y llega a la habitación donde están Berta, Heidi y Sonja, ésta última
tumbada en el suelo rodeada y manchada de sangre.
–Cuando hemos subido… –dice Berta sollozando– estaba en el suelo y… sangraba. No… no hemos
podido hacer nada… Hace un momento que ha…
Alejandra se lamenta por la muerte de Sonja. Berta se agacha para llorar la pérdida junto con Heidi,
que también se ha entristecido por ello. A Alejandra se le encoge el corazón al ver el cadáver de la
chica que siempre demostraba tener una actitud positiva a pesar de haber sufrido tanto como las
demás.
Aunque no haya leído nada al respecto, impone sus manos sobre Sonja para intentar resucitarla. Trata
de conseguirlo y no pierde la concentración en su objetivo. Lamentablemente nada varía. El cuerpo
de Sonja se mantiene inerte a pesar de los esfuerzos. Finalmente Alejandra se aparta de Sonja
completamente abatida.
Alejandra coge una manta para extenderla sobre el cuerpo sin vida de Sonja y al momento empiezan
a oírse voces en el exterior. Baja rauda mientras Berta y Heidi se quedan arriba. Al llegar abajo, se
encuentra con una muchedumbre confusa y desconfiada de gente que ha seguido el todo terreno. Sara
intenta explicar de la mejor manera posible la realidad de la colonia pero la gente no calla y algunos
están muy disgustados por el trato que su líder y los mercenarios están recibiendo a pesar de no saber
quiénes son las revolucionarias.
Ruth enseguida pierde los nervios por el caos gritando que Volker era un mentiroso y un manipulador
que les drogaba y engañaba. Volker todavía está aturdido y no puede responder, por lo que Ruth se
dirige a los mercenarios.
–¡Si tenéis algo que decir, éste es el momento, cerdos! –grita Ruth.
Todos los mercenarios hablan a la vez formando un batiburrillo de respuestas pero todos coinciden
en que lo que las chicas dicen es cierto. Algo que desconcierta todavía más a la gente aunque todavía
los hay que siguen defendiendo al líder.
–Si les apuntáis con armas dirán lo que queráis que digan –Se oye de fondo entre la multitud.
–¡Tira el arma! –grita Ruth a Sara mientras trata de reincorporar a Volker– ¡Ahora confiesa hijo de
puta! –ordena Ruth al aturdido líder.
Volker sigue demasiado aturdido como para hablar con claridad pero por lo poco que se le entiende
desmiente las acusaciones de Ruth, quien monta en cólera. Sin embargo, uno de los mercenarios se
levanta para hablar.
–¡Es cierto! Todo lo que ella ha dicho es cierto. Volker manipulaba la comida y mentía sobre la
situación. Apenas quedan zombis en Múnich y los que se oyen de fondo son los que capturamos para
crear sensación de miedo y peligro. Volker nos prometió la ciudad y un número de civiles para cada
uno a cambio de nuestra lealtad.
Las palabras del mercenario provocan un murmullo entre la gente que no sabe qué creer. De vez en
cuando surgen nuevas preguntas entre el gentío. Una de las más repetidas es por qué se permitió
semejante montaje.
–Volker os engañaba para manteneros ocupados y cansados –responde el mercenario–. Con sus
discursos os tenía comiendo de su mano ¡Pero nosotros no podíamos poner en duda sus planes!
Aquellos que se atrevían a discutirle o negarse a seguir su plan eran ejecutados en el exterior y luego
aquí dentro se decía que habían muerto en un ataque zombi. Eso fue idea de Lothar.
–¡No mientas! –grita Ruth– ¡Vosotros no podíais rebelaros porque no queríais! Perderíais vuestros
lujos si alteraseis el orden.
–¿Y quiénes son esas mujeres? ¿De dónde han salido? –pregunta la gente.
–¡Nosotras hemos salido de esta casa! –responde Ruth señalando el prostíbulo– Aquí nos traían
secuestradas y nos mantenían recluidas para que tipos como éste se divirtieran a nuestra costa.
¡Mirad las ventanas, todas tienen barrotes para que no pudiéramos escapar!
–Si eráis las putas seguro que sacabais algo a cambio –dice otra voz.
Ese último comentario le hace recordar a Alejandra que todavía lleva la ropa del burdel, algo que no
deja nada a la imaginación. Se ha dado cuenta ahora después de haber estado delante de tanta gente
de una forma tan descubierta. El sonrojo producido por la enorme vergüenza llegada de forma súbita
la lleva a entrar para taparse un poco más.
–No –responde Sara adelantándose a Ruth–. No obteníamos nada. Sólo dolor y humillación. ¡Nos
retenían aquí contra nuestra voluntad! ¡Cuando una intentó escapar la mataron a tiros!
–Es verdad –contesta el mercenario dando la razón a Sara–. Estaban recluidas para completar
nuestro trato con Volker. Se las traía aquí de forma oculta porque no debíais conocer su existencia ya
que en esta casa como en la de Volker hay electricidad y agua corriente. Si queréis, id a comprobarlo
a la casa de Volker. En el sótano encontraréis su laboratorio.
Éste último dato provoca murmullos más intensos y ciertas caras de furia contra Volker. Un grupo se
marcha para comprobar las palabras del mercenario mientras Alejandra sale ya con ropa normal y
unas mantas para que sus compañeras se tapen. Del grupo de gente que se ha quedado sale un hombre
mayor que se acerca a Sara.
–Si empezamos a discutir no llegaremos a ningún lado –dice el hombre–. Queremos reunirnos con
vosotras para decidir qué hacer a partir de ahora.
–Por supuesto –responde Sara–. No hay por qué llevarse mal. Estaremos encantadas de colaborar
con vosotros.
–Me parece bien –contesta el viejo–. Reunámonos dentro de una hora donde las casas.
El hombre se retira y se lleva consigo a la gente que se había quedado. Ahora que todo está en calma,
Edith puede por fin abrazar a Alejandra con efusividad. Cuando Lothar se las llevó fuera y se
escucharon los tres disparos, Edith realmente había temido por Alejandra y hasta este momento no
había podido transmitirle su preocupación. Sara y Ruth se acercan a Alejandra.
–Bueno –dice Sara–. ¿Y ahora qué?
–No sé –responde Alejandra–. Habrá que esperar a ver qué se dice en esa reunión.
–Sí, eso creo yo también –apunta Sara–. Pero empiezo a pensar, o más bien quiero pensar, que este
puede ser ahora un buen sitio para quedarse a vivir.
–Alex… –interviene Ruth– Creo que tienes que contarnos algo.
–Oh… vaya… es cierto –contesta Alejandra bajando la mirada–. Sí. Todas esas cosas las hice yo.
–Eso ya lo hemos visto –dice Sara–. La cuestión es cómo, o por qué ¿Es que Hogwarts existe y
estudiaste allí?
–¡No! –ríe Alejandra– Hasta hace poco tiempo ni siquiera creía en la magia. Pero desde que empezó
todo he ido descubriendo habilidades especiales. No sé por qué puedo hacerlas, pero ya que las tenía
decidí aprenderlas y utilizarlas, por eso nos quedamos.
–¿No crees que hubiera sido mejor haber hecho esto desde el principio? –pregunta Ruth con
curiosidad.
–Probablemente –responde Alejandra suspirando con pena–. Sonja seguiría viva... ¡Pero no es fácil
matar a personas! ¡Se hace muy duro! Ya sabéis que es algo que quería evitar a toda costa.
Además… produzco miedo en la gente…
–No pasa nada –dice Sara animando a Alejandra–. Estaba claro que nuestra libertad no nos saldría
gratis. De no ser por ti no lo habríamos conseguido.
–Eso es cierto –coincide Ruth.
–Ya, pero Sonja… –continúa Alejandra culpándose de su muerte.
–Déjalo –dice Ruth abrazándola–. No te atormentes por eso. Lo hecho, hecho está. Y lo has hecho
bien, mejor que nadie. No olvides que nos has salvado a Heidi, a Sara y a mí y nos has liberado a
todas a pesar de Nadin. Nadie habría llegado tan lejos.
Alejandra sonríe levemente en agradecimiento aunque no pueda evitar derramar unas pocas lágrimas
por Sonja. Edith no estaba al tanto de la traición y Alejandra le cuenta las novedades. Heidi y Berta
salen por fin al exterior mitigando su lamento al encontrarse a todas las demás vivas.
–Disculpad –interrumpe un mercenario–. Necesito hablar con vosotras.
–Y tú qué quieres –dice Ruth de mal tono.
–Nos hemos rendido –continúa el mercenario–. Pedimos perdón y compasión. Teníamos las manos
atadas, no podíamos hacer nada pero estamos arrepentidos y queremos ayudar en lo que sea
necesario.
–Ya veremos qué hacemos con vosotros –contesta Ruth–. Lo decidiremos con la gente.
–Una cosa más –continúa el mercenario–. Hay un destacamento en Starnberg. Cinco de los nuestros y
cinco civiles. Se ocupaban de obtener pescado en el lago. Creo que sería conveniente que les
comunicara la nueva situación para que vuelvan en son de paz, sin problemas.
–Está bien –responde Sara tras un par de miradas–. Transmitidles las novedades. Pero cuidadito con
lo que les dices.
El mercenario saca su walkie talkie para hablar con el destacamento y hay respuesta. Sara ordena a
los hombres que se levanten para ir hacia las casas. Todos marchan hacia el núcleo de viviendas. En
el prostíbulo ya sólo quedan los cuerpos sin vida, los escombros y las armas.
Cuando vencidos y vencedores llegan hasta las casas la expectación continúa. Al poco llega el grupo
de gente que había ido a casa de Volker y todos traen instintos asesinos contra el líder derrocado.
Entre unos y otros logran refrenar a la turba enfurecida.
Al poco aparece de nuevo el hombre mayor que ha hablado antes con Sara. Llega acompañado de
unas pocas personas más y llama a las chicas para que vayan con ellos. No ha pasado una hora pero
todos están listos para reunirse. Ahora es la gente de las casas la que vigila a los mercenarios
rendidos y a Volker mientras las chicas entran a una de las casas, que es donde se celebra la reunión.
Todos toman asiento en las camas mientras se enciende un fuego en la chimenea. Las chicas
comprueban que efectivamente esa gente vivía con lo mínimo. Después de las presentaciones, los
habitantes de las casas preguntan a las chicas por la historia verdadera. Sara es la portavoz y
responde que ya han contado todo pero repite la historia para que no haya dudas. Cuando acaba, el
hombre mayor cuenta la historia desde el punto de vista que tenían y después explica sus planes de
futuro.
–Hemos decidido quedarnos aquí y autogobernarnos –dice el hombre mayor cuyo nombre es Heinz–.
Aprovecharemos las infraestructuras que hay aquí para seguir adelante. Por supuesto estáis invitadas
a quedaros si así lo queréis. Creo que la revolución ha sido cosa vuestra y debemos estaros
agradecidos ya que nosotros nunca nos habríamos dado cuenta de lo que pasaba.
–Creo que hablo en nombre de todas si digo que estaremos encantadas de poder quedarnos con
vosotros –contesta Sara–. Por supuesto participaríamos en las labores y en la organización.
–Magnífico –responde Heinz alegrado por la respuesta–. Precisamente ahora íbamos a debatir la
reorganización de todo esto. Antes era Lothar quien decía qué debía hacerse. Pero me imagino que
Lothar ya no podrá decir nada.
–No. Lothar ya no existe –responde Sara–. Lo mismo que Tilo. Pero de Sven no sé nada.
–Creo que Sven tampoco está ya –apunta Alejandra–. La última vez que le vi estaba en la casa de
Volker agonizando.
–Entiendo –responde Heinz pensativo–. Así que tenemos que partir de cero.
–Yo sugiero echar un vistazo a los almacenes –dice Alejandra–. Creo que hay más cosas de las que
creéis. Si no me equivoco hay más comida y combustible que lo que Volker decía. Se puede ir a
Múnich a por maquinaria para facilitar el trabajo.
–¿Múnich no está todavía infestada? –pregunta la mujer que está junto a Heinz.
–Creo que no –responde Alejandra–. Sven dijo que sólo quedaban un par de barrios invadidos. Lo
señaló en un mapa que él tenía.
–Entonces nos conviene encontrar ese mapa –dice Heinz–. Nos dirá dónde es más seguro buscar.
–Así es –contesta Sara–. También sabemos que Tilo llevaba los inventarios de existencias y que los
guardaba en los mismos almacenes.
Heinz dice a uno de sus acompañantes que salga y forme un grupo para registrar los sitios y encontrar
todos esos documentos.
–¿Y qué hacemos con esos hombres? –pregunta Sara refiriéndose a los mercenarios– Dicen que se
han rendido, que están arrepentidos y que quieren enmendarse.
–En realidad son vuestros prisioneros –dice Heinz–. Ya que se han rendido ante vosotras es decisión
vuestra qué hacer con ellos. Pero si no tenéis ideas yo propongo que trabajen. Todas las manos son
pocas.
Sara echa un vistazo a Alejandra ya que ella ha sido la artífice de la rendición demostrando ser un
enemigo peligroso e imbatible. Alejandra asiente ante la propuesta de Heinz y Sara lo transmite.
–¿Guardáis el mismo castigo para Volker? –pregunta Heinz.
–Sí –responde Ruth ante la mirada de sorpresa de Alejandra y Sara–. Tenía otros planes para él pero
prefiero dejarlo pasar. Creo que no sería capaz de matarle.
–Muy sensato –apunta Heinz–. Una persona no debe decidir sobre la vida de otra. Volviendo a la
organización, sugiero que de momento se mantenga la rutina hasta que tengamos todo lo necesario y
haya un poco de orden. Aunque creo que es primordial dar entierro a todos los cuerpos que han
quedado. Ahí tenéis un trabajo para vuestros prisioneros.
–Antes de nada –interrumpe Sara–, creo que nosotras nos hemos quedado sin casa. En la que
estábamos hasta ahora ha quedado bastante destruida ¿Dónde podemos dormir ahora?
–Como podéis ver aquí no nos sobra sitio –responde Heinz–. Id a la casa de Volker. Supongo que
allí tendréis sitio para todas. Id a la otra casa a recoger lo que queráis.
–Gracias –contesta Sara–. Allí ha quedado el cuerpo de una amiga. Nos gustaría darle un entierro
digno.
–Lamentamos vuestra pérdida –dice Heinz–. Por supuesto respetamos vuestra decisión. Pediré a
alguien que os ayude con ello.
Se hace el silencio en la reunión. Ya no queda nada que debatir por lo que se levanta la sesión y
todos salen fuera. En el exterior espera un grupo de gente diciendo que los que estaban en Starnberg
ya han vuelto pero que los mercenarios que los traían han huido en el camión. Heinz pide a un grupo
de gente que acompañe a las chicas y que se lleven consigo a los mercenarios y herramientas para
cavar. Heinz se queda para organizar y esperar los inventarios y el mapa.
Cuando el grupo llega hasta el antiguo burdel, los mercenarios reciben la orden de abrir una fosa
para enterrar los cuerpos. Sara pide que se haga una tumba algo apartada para Sonja. Las chicas
entran al edificio para recoger lo que pueda hacerles falta. Pero no hay mucho y enseguida salen.
Antes de marchar a la casa de Volker, Sara indica dónde hay cuatro cuerpos más: los de Lothar,
Nadin y dos mercenarios. Dejando los cabos atados, las chicas se van y el resto de gente se queda:
los mercenarios cavan y el resto les vigila. Llegadas a la casa de Volker se encuentran el cuerpo de
Sven en el exterior y ninguna quiere preguntar a Alejandra cómo pudo vencerle. Dentro se encuentran
a varias personas registrando todo y Sara les explica que por el momento ellas se alojarán ahí.
Ellas registran las habitaciones por su cuenta pero ninguna entra en la sala donde Volker solía
recibirlas. No hay camas para todas pero al final se acomodan acordando compartir cama algunas de
ellas. Alejandra se marcha para buscar su furgoneta y acercarla. Allí tenía ropa y demás cosas que
podría compartir. Edith la acompaña y el resto se queda.
–Parece que al final has encontrado tu sitio ideal –dice Edith mientras caminan hacia la nave.
–Bueno… –contesta Alejandra– Aún falta mucho para que sea un sitio ideal pero parece que va por
el buen camino.
De vuelta en la casa con la furgoneta Edith, que ya se ha cambiado, reparte las ropas que llevaban en
la Volkswagen. De un modo u otro todas se apañan con lo que hay y terminan sentadas en los sillones
y sofás del salón de la nueva casa. Descansan y recapacitan en silencio sobre lo acontecido.
Están felices por haber logrado su objetivo pero ninguna lo demuestra. A pesar de ser ya libres, sus
almas están afligidas por el modo en el que han llegado a su meta. A última hora de la tarde Heinz se
presenta en la casa.
–¿Cómo va todo por aquí? –pregunta el anciano– ¿Tenéis todo lo que necesitáis?
–Sí, sí. Todo va bien –responde Ruth–. ¿Han aparecido ya los inventarios y el mapa?
–Sí, ya lo tenemos todo –contesta Heinz–. Quería comentaros unas cosas. Los cuerpos los
enterraremos mañana porque ya no queda luz para continuar hoy. Eso sí, los hemos reunido todos
cerca de la fosa. Lo decía por vuestra compañera, ya que queríais algo especial para ella… También
deciros que la gente quiere, digamos, celebrar el cambio y se están preparando hogueras. Supongo
que os gustaría venir. Y por último y lo más importante, mañana se celebrará una asamblea por la
mañana para decidir nuestro futuro. Estaría bien que acudierais ya que vosotras también formáis
parte de la comunidad.
–Bien. Nos apuntamos a todo –dice Sara–. Enseguida saldremos.
–Estupendo. Os esperamos allí –termina Heinz despidiéndose hasta entonces.
–No estaba mintiendo ¿no? –pregunta Ruth con recelo cuando Heinz ya se ha ido.
–¿Cómo puedes pensar eso? No tiene sentido –le replica Berta.
–¡Qué sé yo! –exclama Ruth– Yo ya no me fío de casi nadie.
–No. No mentía –sentencia Alejandra–. Estaba siendo sincero.
Pasado un tiempo salen de la casa protegidas del frescor nocturno para reunirse con la muchedumbre.
Las hogueras son pequeñas pero numerosas y la multitud se mantiene cerca del calor. Aunque la
noche sea respetuosa hace frío ya que falta poco más de un mes para el invierno. La gente habla y
comenta moviéndose de aquí para allá. Las chicas se quedan algo apartadas ya que no conocen a
nadie. Heinz se les acerca para llevarlas hasta una de las hogueras donde hay más gente. El hombre
mayor les explica que esta noche todos cenarán carne y pescado a la parrilla después de haber visto
lo que se ocultaba en los almacenes.
Algunas personas se acercan preguntando si han sido ellas quienes han derrotado a Volker. A
Alejandra y las demás les da la sensación de que estas personas están empezando a ver que
realmente Volker era un parásito que había llegado al poder para aprovecharse de ellos. Se oyen
palabras de agradecimiento y elogio. Las chicas suelen desviar los halagos a Sara, Ruth y Alejandra,
ya que ellas han sido quienes han llevado las riendas. Y Sara y Ruth a su vez desvían los halagos a
Alejandra, la mano operante de la revuelta. Ella, por su parte, se quita méritos atribuyéndolos a la
suerte o al trabajo en grupo. En el fondo es una victoria, sí. Pero ninguna de ellas está especialmente
contenta por ello. Es una victoria amarga.
Esta noche la comida tiene un sabor distinto, especial. Mejor que otras veces a pesar de lo
rudimentario del entorno y la absoluta carencia de especias. Durante el austero banquete se oyen
animadas conversaciones pero las chicas no suelen participar en ellas y se retiran pronto, casi sin
terminar de cenar, aduciendo que quieren descansar. Ni Heinz ni nadie se opone a la retirada ya que
entienden perfectamente que quieran descansar.
Una vez llegan a la casa se echan a dormir. Tras muchos días para algunas, ésta es la primera noche
en la que pueden dormir con tranquilidad. Alejandra comparte su cama con Edith por la carencia y
enseguida se duerme después del día más largo de su vida.
Cuando se despierta de nuevo en mitad de la noche debido a su condición, se abriga y baja al salón.
Allí se queda en un sillón, en la oscuridad, dándose cuenta de la amargura de la victoria. Víctor tenía
razón en sus teorías. Algunas personas pueden ser peores que los zombis hasta límites
insospechados. Alejandra piensa que tal vez esté ahí la amargura, aunque también puede estar en el
hecho de que ha sido necesario emplear la fuerza e invocar a la muerte para recuperar un derecho
básico, inherente a pesar del nuevo orden del mundo. Los sucesos de Madrid ya quedan lejos y las
palabras de Víctor han sido de ayuda pero cada muerte violenta pesa sobre el corazón de Alejandra.
No por el hecho de matar a un semejante, que sigue siendo difícil de superar, sino por tener la
necesidad de hacerlo para poder vivir. Se le hace muy duro aceptar una realidad tan sombría.
Pasado un rato Sara aparece también por allí, al igual que Heidi más tarde, y se unen a la silenciosa
reunión porque no pueden dormir después de tantos días de estrés físico y mental. En silencio pero en
compañía dejan pasar los minutos. Las tres están abstraídas en sus pensamientos y los triviales
comentarios que puedan surgir esporádicamente a menudo son respondidos por leves gestos o más
silencio.
–Es muy triste que tengamos que haber llegado a esto –se lamenta Alejandra.
–Lo sé –responde Sara–. Nunca me habría imaginado que acabaría a tiros para poder escapar de un
puticlub en el que me retienen y vencer a un maníaco drogadicto y manipulador. Suena muy
surrealista.
–Y tener que enfrentarnos entre personas –añade Heidi.
–Lo que más me duele es que podría haber salvado a Sonja si no me hubiera ido a por Volker –dice
Alejandra.
–-Creo que no podrías haber hecho nada –contesta Sara–. Que yo sepa no eres cirujana. De haberte
quedado con Sonja, Volker y Sven habrían huido.
–Te equivocas –le corrige Alejandra–. Sí que podría haber hecho algo.
–Es imposible –dice Sara confusa–. Berta me ha dicho que sacaba mucha sangre. No podrías haber
cerrado una hemorragia así. No podrías… ¿no?
–La noche en la que… empieza a decir Heidi– Bueno, la noche en la que cogí el cuchillo… las cosas
no pasaron tal como las contó Alexandra.
Alejandra mira a Heidi con cierta vergüenza por haber contado algo que dijo que mantendría en
secreto.
–No te preocupes –le dice Heidi a Alejandra amistosamente–. Sabía que lo contarías por si volvía a
intentarlo. Ruth me impidió el segundo intento y ahora me alegro de que se lo contaras.
–¿Qué pasó entonces? –pregunta Sara con curiosidad.
–Ella llegó algo más tarde –continúa Heidi refiriéndose a Alejandra–. Me encontró cuando ya había
empezado. En aquel momento pensaba que era un sueño o una alucinación pero en unos segundos
cerró las heridas que me hice.
Heidi enseña sus brazos a Sara para que vea las débiles cicatrices que le quedaron como prueba de
que lo ocurrido fue real. Sara se queda perpleja por la verdadera historia y dedica una mirada
compasiva a Alejandra ahora que sabe que podría haber hecho algo por ayudar a Sonja.
–No te sientas mal –dice Sara a Alejandra–. No sabías que Sonja estaba herida. Además, si Sven
hubiese huido tal vez nos hubiera atacado más adelante.
–Eso es cierto –responde Alejandra–. Pero aún así…
–Déjalo –contesta Sara–. Nadie puede reprocharte nada. Ni siquiera Sonja lo hubiera hecho.
Se hace un momento de silencio solamente interrumpido por un único comentario que representa las
esperanzas de cualquiera.
–Bueno, espero que de ahora en adelante todo salga bien –suspira Alejandra.
Ya no hay contestaciones, sólo dos leves asentimientos, y no se escucha ninguna palabra más hasta
que comienza el primer día de una nueva vida para toda la gente de la colonia de Starnberg.
23. SU LUGAR EN EL MUNDO

Otro día típico de otoño: cielo nublado, lluvias leves, temperaturas bajas… Por suerte la calefacción
sigue funcionando y en la casa se mantiene una temperatura más agradable que en el exterior. Las
chicas que dormían bajan una por una encontrándose a las tres que han trasnochado en los sillones
con mala cara por las conversaciones que han tenido durante la noche. Berta, Ruth y Edith están más
descansadas que sus compañeras pero no mucho más animadas y pronto acompañan al resto en los
sillones preguntando cómo han ido pasando la noche.
No hay mucho que comentar y esperan a que el día se temple para salir al exterior después de comer
algo de la comida que Volker guardaba en su casa. Se dirigen a las casas donde la actividad ya ha
empezado. Uno de los que andan por allí les indica que los mercenarios ya han sido enviados a
enterrar los cuerpos y las chicas van hasta el burdel para despedirse por última vez de Sonja.
Cuando llegan se encuentran a los mercenarios echando tierra en la enorme fosa donde descansan los
cadáveres de sus compañeros caídos. Habían sacado el cuerpo de Sonja y ahora está con la manta
encima junto a una pequeña tumba apartada de la fosa, a los pies de un árbol. Uno de los vigilantes
de los mercenarios ordena a dos de los presos que se retiren e inhumen a Sonja. Ellos obedecen y las
chicas simplemente observan afligidas cómo la tierra va sepultando a su difunta amiga paletada a
paletada.
Estando ya toda la tierra echada los mercenarios vuelven a la fosa. Ruth recoge una rama recia y la
clava al frente del montón de tierra que sobresale. Las demás recogen hojas y algunas flores que
pueden encontrar para unirlas y colocarlas sobre la rama vertical. Es todo lo que pueden hacer. Se
quedan de pie frente a la rudimentaria sepultura en silencio.
Unas se retiran antes que otras y todo el mundo vuelve hacia las casas cuando los mercenarios
terminan de rellenar la fosa. Ya se ha congregado un número considerable de gente donde solían
reunirse y se ha dispuesto una tarima elevada para Heinz ya que parece que él es quien organiza todo.
Unos minutos después parece que ya ha llegado todo el mundo. Heinz se sube a la plataforma para
empezar a hablar. Comienza describiendo la situación actual en la que se encuentran, de lo qué
disponen y qué necesitan; algo que ya casi todos saben pues las noticias han volado. Explica también
que es necesario establecer un grupo de dirección ya que el número de personas viviendo allí es
considerable.
Entre la gente se oyen propuestas de disgregación y que cada grupo se encargue de las cosas por sí
mismo. Heinz escucha las ideas para defender después que estando unidos y coordinados se
aprovecha todo mejor, pero que el que quiera es libre de irse. Heinz, como buen anciano, se basa en
la experiencia para razonar y demostrar con educación. No tarda en convencer a la gente de que la
combinación del trabajo de todos es la opción más sensata.
–En tal caso –dice Heinz– es necesario elegir a un grupo de personas que se encargue de dirigir ¿Hay
alguien dispuesto a ofrecerse?
Se hace el silencio, nadie contesta ni alza la mano para ofrecerse para un puesto de tanta
responsabilidad hasta que unas voces piden que sean las chicas quienes dirijan la colonia porque
ellas han sido capaces de sobreponerse al régimen impuesto. Sin embargo ninguna de ellas está por
la labor y se niegan, no se sienten capaces de manejar algo tan grande.
Heinz las llama para que suban y hablen. Sin embargo sólo Sara se atreve a subir llevándose consigo
a Alejandra casi a la fuerza y muy nerviosa por las más de cien miradas que ahora se vuelcan sobre
ella y Sara. Aunque las dos se suban al entablado sólo Sara habla cuando Heinz le cede la palabra.
–Bueno… –empieza Sara sin saber muy bien como escabullirse– Agradecemos la confianza que
parecéis tener en nosotras pero no podemos aceptar el cargo. No tenemos experiencia en estas cosas,
todas somos jóvenes, algunas tan sólo han sido estudiantes en toda su vida. No… no sabríamos por
dónde empezar. Ya sé que dijimos que ayudaríamos en la reorganización pero creemos que sería
mejor que alguien más experto en estos temas sea quien lleve las riendas. Pero gracias de todos
modos, de verdad, por confiar en nosotras.
La excusa de Sara era previsible tanto por Heinz como por la gente. No sorprende pero les entristece
levemente. Heinz vuelve a repetir la pregunta y una vez más nadie responde.
–En tal caso… –dice Heinz– yo me ofrezco. Si alguien no está conforme que lo comunique, por
favor. En cualquier caso dentro de un mes se repetirá ésta asamblea para que salgan nuevos
voluntarios ¡Con suerte hasta podremos celebrar elecciones!
La gente acepta de buen grado la toma de cargo de Heinz. El hombre mayor se baja de la tarima entre
aplausos por ser el único que se atreve a aceptar el reto. Enseguida envía a todos a seguir trabajando
para no perder el tiempo. Entre tanto él irá formando su grupo de mando.
La gente se retira a sus quehaceres excepto las chicas y los mercenarios, que no tienen un trabajo
asignado. Heinz enseguida se acerca a los mercenarios para enviarles a los establos a ayudar a los
que estén allí. Acto seguido se acerca a las chicas ya que tiene algún trabajo para ellas.
–Si os veis en disposición tengo algo para vosotras –dice Heinz–. He pedido que cualquier menor de
edad no esté obligado a trabajar. Si no os importa podríais haceros cargo de ellos. No es necesario
que vayáis todas. También había pensado en elaborar un censo para conocer las aptitudes de cada
vecino y un nuevo inventario para hacer las cosas con la cabeza, no con el corazón.
–Lo que haga falta –contesta Sara–. Nos dividiremos para hacer esas tres cosas.
–Perfecto –responde Heinz–. Con el censo hecho podré configurar un grupo de mando adecuado y
con el inventario sabremos qué tenemos que buscar en Múnich. Yo estaré en aquella casa pensando
en varias mejoras y en cómo salir de este lío, jajaja.
Después de dar un par más de indicaciones Heinz se retira.
–Bueno, ¿cómo nos dividimos? –pregunta Ruth.
–A ver, son tres cosas –enumera Sara–: censo, guardería e inventario. Edith y Berta son las que peor
llevan el alemán, por lo que lo del censo mal; y estar con los niños igual también ¿no?
–Yo prefiero ir con Alexandra –dice Edith en inglés.
–No te pongas celosa –bromea Ruth–. Hay que distribuirse bien.
–No pasa nada –dice Alejandra–. Ya haré el inventario con ella. Lo haré en el ordenador.
–Pues ya podéis empezar –responde Sara–. Creo que os llevará un buen rato.
Alejandra y Edith se marchan a la furgoneta a por el portátil mientras el resto acuerda cómo
distribuirse. Finalmente van Sara y Heidi a hacer el censo y Ruth y Berta a entretener a los niños.
Con el ordenador ya en marcha se dirigen a los almacenes para empezar.
Les lleva tiempo contabilizar las existencias de todo lo que hay, que no es poco. Hay infinidad de
artículos, de unos más que de otros, pero Alejandra pone especial énfasis en la comida, el agua y el
combustible siempre contando a la baja por si acaso. Se pasan la mañana entera en el almacén
contando y apuntando. Para el mediodía Sara y Heidi ya han completado el censo incluyendo nombre,
edad, especialización, procedencia y otros aspectos; y se reúnen con Heinz para que él estudie los
datos.
Todavía se sigue el modo de trabajo rutinario. No es algo que alegre a la gente, que esperaba
cambiar de vida, pero al menos ahora tienen esperanzas de que la cosa vaya a mejor. Heinz da la
orden para que se empiece a cocinar y con la comida hecha todo el mundo toma un descanso. Por la
tarde continúa elaborándose el inventario pero como Sara y Heidi han terminado su trabajo se
quedan con Heinz barajando las múltiples posibilidades. Alejandra y Edith terminan su labor a media
tarde y se unen a la reunión.
En la colonia hay gente de todos los ramos profesionales. Heinz determina que es necesario mejorar
las viviendas y construir nuevas casas, algo de lo que pueden ocuparse los arquitectos, ingenieros y
profesionales que hay. También planean que, al día siguiente, saldrán a Múnich a recoger
maquinaria, vehículos, materiales, aparatos y generadores eléctricos. Todo en aras de mejorar la
calidad de vida y de trabajo en la colonia.
Heinz transmite los planes y novedades a la gente cuando se reparte una cena bastante menos festiva
que la del día anterior. Ya ha elaborado un grupo de gente para que colabore con él. En su mayoría
son gente mayor cuyas capacidades físicas no son equiparables a las del resto de la población por lo
que son más aptos en la toma de decisiones.
Este grupo de gente se encargará de dirigir la seguridad, controlar el nivel de existencias, organizar
expediciones a Múnich y Starnberg, diseñar nuevas infraestructuras, gestionar el trabajo dentro de la
colonia, establecer nuevos objetivos y velar para que se cumplan los objetivos establecidos. Bajo su
mando queda el resto de la gente, a los que se intenta dar el trabajo más acorde con su profesión
anterior. Heinz queda por encima de todos ellos intermediando entre todas las partes que conforman
la colonia y vigilando su buen funcionamiento.
Las chicas trabajan ahora en áreas distintas entre sí. Sara, como trabajaba de secretaria en Múnich
ahora colabora con Heinz asesorando, debatiendo y comunicando sus decisiones al resto de grupos.
Ruth estudiaba derecho y ahora se dedica a la enseñanza manteniendo así a los niños ocupados, algo
que nunca había hecho pero que, según dice, le reconforta mucho. Heidi y Edith nunca antes habían
trabajado y no tienen experiencia laboral por lo que han acabado en la cocina de la colonia. Edith
también está aprendiendo junto con Berta la lengua germana porque ninguna de las dos podía
defenderse con ella. Berta trabajaba en Italia como dependienta de una tienda y ahora centra su
esfuerzo en el control de existencias. Alejandra, aunque no tenga experiencia laboral como ingeniera,
ha entrado a trabajar con el grupo de diseño de infraestructuras aprendiendo rápido el oficio.
Mediante el trabajo organizado de todo el mundo y solventando con buen juicio las pequeñas
diferencias que surgen en el día a día, Heinz logra encarrilar la situación. En pocas semanas han
logrado disponer de electricidad y calefacción en todas las casas, han llenado los almacenes en
previsión para el invierno, se ha mejorado la moral de la población y siguen progresando para llevar
una vida digna. De vez en cuando llega gente nueva a la colonia para quedarse guiados por las
mismas flechas azules que llevaron a Alejandra y Edith hasta allí pero que ahora representan algo
muy distinto a lo que había antes.
Conforme se acerca el invierno la vida se hace más difícil por el frío. Aun así, a falta de cuatro días
para la llegada de la última estación, Heinz cumple y celebra una nueva asamblea para que los
voluntarios salgan a relevarle. Algunos se ofrecen sólo por darle un descanso al viejo. Pero en vista
de los sustanciales cambios vividos en tan sólo un mes la población pide a Heinz que siga al frente.
Los días en los que Alejandra no tiene poder trata de mentir lo mejor que puede para no salir de casa
a trabajar. No por pereza sino por no querer dar explicaciones. A pesar de que se ha ganado el
respeto de todos y la admiración de varios sigue teniendo miedo al rechazo que puede provocar la
verdad, ya que no tiene otra manera de explicar que durante trece días es capaz de hablar alemán con
un vocabulario técnico y durante tres días no entiende ni siquiera una frase simple. Sólo las chicas
conocen la verdad sobre Alejandra pero no hablan demasiado sobre ello ya que es un tema que
Alejandra prefiere evitar.
Todos los progresos y mejoras que se van consiguiendo no son gratuitos, son fruto de largas jornadas
de duro trabajo con menos recursos de los habituales. Aun disponiendo de electricidad y
combustible, tratan de reducir su consumo lo máximo posible. Cada vez es más difícil encontrar
fuentes de energía en Múnich y ese es un problema muy importante. Todos los días se trabaja en la
colonia, es agotador para cualquiera. Cuando las chicas vuelven a la casa están exhaustas, unas más
que otras. Algunas incluso se llevan trabajo para hacer pero siempre encuentran unos minutos para
charlar.
El invierno trae consigo la nieve y los avances en la colonia se ralentizan. Las nevadas dificultan el
trabajo de campo en cualquiera de las labores y Heinz decreta detener casi todos los trabajos, algo
que proporciona días libres a casi todo el mundo. También se ha distribuido comida, agua,
combustible y madera en las casas para que no sea necesario salir al exterior. Edith, Heidi y Ruth
tienen días de descanso pero las otras tres no. Alejandra puede seguir trabajando en la casa
continuando con los cálculos y los diseños, Sara sigue reuniéndose con Heinz y Berta debe ir cada
día a los almacenes ya que continuamente se pregunta en las casas si necesitan algo.
La nieve perdura un par de semanas. En consecuencia los niveles de los almacenes se van reduciendo
paulatinamente. Berta está preocupada por ello pero Sara dice, según Heinz, que eso era algo
previsible y que mucho debe durar la nieve para que empiece a ser un problema serio.
Durante las nevadas, en las horas de descanso al abrigo de la casa las conversaciones son variadas.
Edith le cuenta a Alejandra que Heidi está empezando a mejorar. Se nota en su carácter y su forma de
actuar, ahora es mucho menos reservada que antes y es más participativa. Edith también cuenta a
Alejandra sus progresos con el lenguaje, avanza rápido pero aún comete muchos errores. Por último,
y en mayor privacidad, Edith confiesa que un chico le llama la atención. No le resulta fácil contarlo y
enrojece por desvelarse, a lo que Alejandra se ríe.
–¡Pensaba que éramos pareja! –bromea Alejandra fingiendo celos.
–No! Aquello fue una excusa. Pero… si quieres… siempre estaré para ti –dice Edith acercándose a
Alejandra para devolver la broma.
–¡Calla, calla! –ríe Alejandra– Bastante tuvimos aquel día con Volker.
–¡Vaya! Ni me acordaba de eso. Tampoco fue tan desagradable ¿no?
–No, no lo fue en absoluto. Pero por suerte ahí se quedó la cosa.
–Desde luego –ríe Edith–. Más vale que se durmió o lo que fuese…
–Por cierto –dice Alejandra–, aquel día que tuviste que venir aquí con Nadin… ¿qué pasó?
–Uff… –resopla Edith echándose hacia atrás– Sólo te diré que aquel día aprendí muchas cosas.
–¿Te pasó algo malo? –pregunta Alejandra.
–No, casi todo lo hacía Nadin. Pero no sabes la cantidad de cosas que le cabían dentro a esa chica.
De todo, hazme caso, de todo. Yo sólo tenía que ayudar a acertar en el agujero que quería.
–¿Ayudarle a Nadin?
–No, ella ya sabía bien dónde meter.
–¿Entonces a quién? A Volker, ¿no? –pregunta Alejandra poniendo ya un gesto de asco.
–No –dice Edith negando con la cabeza ante la confusión de Alejandra–. ¡A su perro!
Alejandra se echa atrás en el sillón llevándose las manos a la cara y sintiendo un escalofrío
imaginando vagamente la situación.
–¡Aaah! ¡Qué asco! –grita Alejandra– Agh… ¿Tuviste que tocarlo?
Y Edith asiente sintiendo otro escalofrío al recordar la sensación de aquel momento.
–No sólo eso –continúa Edith–. Cuando el perro terminó se fue. Entonces Volker me ordenó algo en
alemán y yo no le entendí, por supuesto. Pero Nadin me miró de forma cochina ofreciéndome lo que
el perro le había dejado.
Alejandra se encoge en el sillón porque se le está empezando a poner mal cuerpo con la historia.
–No sé que querían exactamente –prosigue Edith– pero les dije que ni de coña. Así que yo me quedé
en un rincón sin molestar a nadie y ellos fueron a lo suyo.
–Joder… cómo se puede… –dice Alejandra recomponiéndose– ¡Agh! ¡Con un perro! Normal que
volvieses pálida. Y normal que Ruth quisiera matarlo, a saber lo que ha tenido que soportar.
Edith enseguida desvía el tema para no seguir sintiendo repulsión, es algo que prefiere olvidar.
Con el paso de los días la nieve se va retirando poco a poco aunque el frío sigue presente. Tan
pronto como es posible se retoman las actividades. Ya han cambiando de año pero la gente ha
perdido la noción de los días. Ya no quedan fechas señaladas en el calendario porque no hay
calendario en el que señalar. La vida se rige ahora sin agendas ni relojes, tan sólo observando el sol
y la naturaleza.
Para escapar un poco de la rutina, Alejandra pregunta por los cumpleaños de todas sus compañeras y
los apunta ya que, de las seis chicas, ella es la única que lleva la cuenta de los días gracias al
ordenador. El cumpleaños más próximo es el de Heidi, a mitades de Enero.
No es una mala idea y el día anterior al cumpleaños de Heidi Alejandra chiva la información al
resto. Les hubiera gustado preparar al menos un regalo simbólico pero lo único que pueden hacer es
felicitarla y prestarle ayuda en cualquiera de las tareas que Heidi tiene. Ella agradece enormemente
el detalle diciendo que no tenían que haber hecho nada especial.
Una segunda nevada azota la región cuando aún quedaban restos de nieve de la anterior. Los trabajos
se suspenden de nuevo y la gente vuelve a vivir de lo almacenado las semanas anteriores. El
temporal no es más duro que el que padecieron hace poco pero algunos no son capaces de
sobrevivirlo.
Volker fallece durante una de las frías noches. Los pocos médicos y sanitarios que hay en la colonia
no pueden hacer nada para evitarlo. Es el frío lo que físicamente ha matado a Volker pero lo que en
realidad había acabado con su vida es la droga que consumía. Al ser derrotado se le privó de las
sustancias que ingería habitualmente. Su laboratorio fue desmantelado y todo lo que en él había fue
destruido. Sin posibilidad de obtener aquello de lo que ya dependía, su organismo se trastornó y le
debilitó abriendo las puertas a infecciones y virus.
Nadie en la colonia lamenta la muerte de Volker, ni siquiera los mercenarios. Su cuerpo es enterrado
sin lápida ni ningún tipo de señal cerca de la fosa. Los mercenarios no lamentan su muerte, sin
embargo se aprovechan de ello para reclamar mejores condiciones de vida. Los barracones en los
que los mercenarios dormían, ya que se pasaban casi todo el día fuera o en el burdel, ya disponían
previamente de calefacción y electricidad. Pero la dieta que siguen ahora se ha empobrecido en
cierto sentido y el volumen de trabajo que tienen ahora es mucho mayor que antes. En consecuencia
están descontentos de su situación y exigen cambios.
Heinz se reúne con las chicas para debatir al respecto. Todas se quedan indignadas con la actitud de
los mercenarios y no entienden cómo pueden ser exigentes. A Ruth se le calienta la cabeza y termina
por ir hasta los barracones para abroncar a los mercenarios por su cuenta.
Cuando Ruth irrumpe de un portazo en el barracón empieza a dar voces y no da tiempo a los
mercenarios a responder. Les pregunta, gritando, cómo son capaces de exigir nada siendo
prisioneros. A pesar del trabajo que tienen, Ruth dice que viven mejor que el resto de gente cuando
Volker estaba al mando. Se atreve a decir que viven infinitamente mejor que ella y sus compañeras
cuando estaban en el prostíbulo. Sin dar tiempo a contestaciones, Ruth se marcha diciendo que se
rindieron incondicionalmente y que se decidió no matarles, aunque fuera algo que mucha gente
quería.
Enseguida llegan Heinz, Sara y Alejandra. Se encuentran a Ruth ya de vuelta a pocos metros del
barracón y con un enfado más que visible. Ruth no quiere hablar con nadie y vuelve a la casa junto
con los otros tres. La decisión es unánime en la casa: los mercenarios rendidos seguirán viviendo
como hasta ahora.
Heinz y Sara transmiten la decisión a los mercenarios al día siguiente. Ellos argumentan que el
castigo se está desproporcionando y que no son respetados lo más mínimo por el resto de la gente.
Tanto Heinz como Sara tienen razones de sobra para rebatir cualquier explicación de los
mercenarios, ya sea sobre austeridad o sobre desprecio. A regañadientes los presos aceptan las
condiciones pero porque no les queda otro remedio.
Ninguna de las chicas puede evitar preocuparse por las intenciones de los mercenarios. Así como
ellas planearon fugarse y pudieron dar la vuelta a la situación, creen que los hombres recluidos
también hayan pensado en fugarse o algo peor. Los vigilados son ahora los vigilantes y viceversa y
Alejandra no va a cometer el mismo error que permitió que las chicas pudieran organizarse: la
subestimación. Lothar fue el único que no subestimó las posibilidades de Alejandra y el resto, al
menos las imaginables. Tras el asesinato de Tilo, Lothar actuó en consecuencia y eso entorpeció
seriamente los planes de Sara. Sin embargo Alejandra puede actuar como una espía perfecta
valiéndose de Invisibilidad y Telepatía.
Alejandra transmite su plan a Sara para que ella y Heinz estén al tanto. No describe su forma de
hacerlo, naturalmente, tan sólo dice que investigará y vigilará a los mercenarios para descubrir, si la
hay, una conspiración o un plan de fuga. Durante varios días Alejandra deja parcialmente de lado sus
trabajos de ingeniería para acechar desde la invisibilidad a los mercenarios. Los observa y escucha
cuando están en su barracón y cuando están trabajando, observando movimientos y leyendo mentes en
busca de evidencias.
Descubre que los presos no mentían cuando decían que la gente no les respeta en absoluto. Es lógico
que sea así, pero reprochable en cualquier caso. En casi todo momento permanecen vigilados por
personas armadas que los tratan con menosprecio. También descubre que algunos de los mercenarios
están más descontentos que otros y anhelan la libertad pero no encuentra pruebas de que tengan un
plan ni nada parecido.
Alejandra comparte sus descubrimientos con Heinz. El hombre suspira aliviado pero con cierto
desasosiego. En su opinión es lógico que echen de menos la libertad y tomará medidas respecto al
desprecio que padecen confiando en que así desaparezcan las tentaciones de fuga. Sin embargo teme
que se rebelen por lo que pide a Alejandra que siga espiando, ahora tan sólo para prever un plan de
complot.
Poco a poco las semanas avanzan y el clima empieza a mostrarse menos amenazador. En una de sus
noches de insomnio Alejandra está sentada en un sillón pensando en nada hasta que Sara la
acompaña.
–Desde luego duermes poco –dice Sara en español.
–Sí. Es lo malo. No sabes lo que me aburro a veces –contesta Alejandra.
–Bueno… no se puede tener todo en esta vida, aunque tú estás más cerca que cualquiera.
–No, claro. A veces me pregunto cómo habría sido todo si no tuviera este poder.
–Yo no quiero imaginarlo. Posiblemente no hubieses llegado hasta aquí. Y si hubieras llegado aún
seguiríamos en aquella casa infernal o estaríamos ya bajo tierra.
–No. No creo que hubiese ido tan lejos. Me parece que no me hubiera atrevido. Ni siquiera habría
llegado a conocer a Edith.
–Edith… Esa chica te admira y no es para menos. Sois muy amigas ¿verdad? Como uña y carne.
–Sí. Ya conoces su historia y todo lo que le pasó. Cuando salimos de Rennes ella no tenía a nadie y
yo tampoco. Y la soledad se me hacía insoportable. Tuve suerte de juntarme con una persona tan
simpática.
–Es muy maja, eso es verdad. Por cierto, ¿por qué has llegado hasta aquí? Hasta Alemania, quiero
decir, y pasando por Rennes, que está muy lejos.
–Tuve que irme de Barcelona. Por suerte sólo me echaron de allí. Entonces decidí buscar un sitio
tranquilo donde poder vivir.
–¿Por suerte sólo te echaron? A mí no me parece muy afortunado que te echen de un sitio estando el
mundo como está.
–Era eso o morir. De las siete personas con las que viví aquellas semanas, tres querían matarme y
otras tres no pudieron decidir porque estaban alucinados. Sólo uno dijo que me fuera
inmediatamente. Siempre con las armas de por medio.
–¿Y por qué querían matarte? ¿Qué les hiciste?.
–Nada. Simplemente mantuve mi secreto hasta que se descubrió. Por aquel entonces yo todavía
estaba aprendiendo a hacer cosas. Entonces cierta señora dijo que yo era una enviada del infierno y
que tenían que matarme. Por eso no me gusta contar mis cosas. Causan miedo y rechazo.
–Tonterías. Seguro que era gente de mente estrecha que no te dio la oportunidad de demostrar lo que
vales. Tienes un corazón de oro, no dejes que nadie te diga lo contrario.
–Gracias, Sara. Pero sufrí mucho por ello. Me querían matar por ser distinta en algo que ni siquiera
se ve. Incluso aquellos con los que mejor me llevaba retrocedían dos pasos si yo avanzaba uno. Por
eso quería encontrar un sitio tranquilo donde no tenga necesidad de hacer nada especial para
sobrevivir.
–¿Entonces por qué te quedaste aquí cuando pudiste huir con Edith aquella noche?
–Ya te lo dije, me parecía mal huir y complicaros todavía más vuestro trabajo. Además, cuando opté
por no renegar del poder, que es algo que me costó mucho decidir, me prometí también ayudar con
ese poder a cualquiera ya que me siento en la obligación de hacerlo si está en mi mano.
–Lo que yo decía… un corazón de oro. Y no importa las veces te lo hayamos dicho ya pero no sabes
cuánto te agradecemos que te hubieses quedado. Sin ti no hubiéramos logrado nada.
Alejandra sonríe en agradecimiento por el cumplido y devuelve su vista al infinito.
–¿Sabes? –dice Alejandra– Me pregunto si lejos de aquí la vida sigue como si nada hubiera pasado.
Si esto es tan sólo una pesadilla que se ha extendido en estos países.
–No tengo ni idea –responde Sara–. Ya has visto más mundo que yo y me parece que no te has
encontrado nada bueno. Pero creo que en algún rincón todo sigue igual que siempre.
–Tal vez. Pero más bien creo que en el resto del mundo no hay más que colonias como ésta dirigidas
por tipos como Volker.
–¿Por qué no lo compruebas?
–¡Vaya! ¿Me estás echando? –pregunta Alejandra simulando enfado.
–¡En absoluto! Jajaja. No sabes lo que me alegro de que estés aquí. Pero tienes la capacidad para
salir adelante en cualquier situación. Tienes fuerza e inteligencia de sobra como para enfrentarte a
cualquier problema y salir adelante. Y, tal como dices, seguro que hay más colonias como ésta donde
la gente necesita una ayuda especial.
–Creo que por desgracia tienes razón en eso último.
–Quién sabe, igual hasta encuentras el origen de todo.
–Eso es algo que siempre me he preguntado pero nunca he logrado resolver. Estoy segura de que mi
poder y los zombis tienen el mismo origen ¿Pero quién querría algo así? Un mundo apenas poblado
por personas…
–No lo sé, es muy macabro y retorcido.
El silencio vuelve a inundar la sala. Alejandra sigue dando vueltas a las cosas. Desde que ocurriera
el Instante, la colonia de Starnberg ha sido lo más parecido a la civilización que ha encontrado. La
colonia es ahora un sitio próspero gracias a su intervención. Aún queda mucho trabajo que hacer,
pero el lugar ideal que quería encontrar está formándose a partir de las cenizas de un pequeño
infierno ya apagado.
Sin embargo su conciencia no está tranquila. Alejandra es coherente con sus palabras y su promesa
personal. Es más que seguro que hay más sitios con problemas y, aunque eso no le quite el sueño, no
le parece adecuado quedarse en la colonia. Según su razonamiento sería una actitud egoísta:
desentenderse de todo lo demás cuando ya ha alcanzado lo que quería.
Además también tiene curiosidad por el Instante y sus consecuencias en ella. Le gustaría encontrar
alguna respuesta a aquello que tanto le ha cambiado la vida para bien o para mal. Y por supuesto, si
es posible, encontrar a la mano responsable del extenso genocidio llevado a cabo en tan poco
tiempo. Si tiene suerte tal vez encuentre un lugar limpio donde la Historia se detuvo tiempo atrás.
Todo esto es algo que ya había estado pensando desde antes.
–¿Sabes qué? –dice Alejandra– Creo que no me corresponde quedarme aquí a ver la vida pasar. Que
no debo detenerme. Mi destino está posiblemente en otro sitio.
–¿Me estás diciendo que te vas a marchar? –pregunta Sara preocupada.
–Bueno, bueno –contesta Alejandra–. Eso es algo que tengo que decidir.
–Es que lo has dicho de una forma tan firme…
–Sí… jeje, igual lo he exagerado un poco. No estoy convencida de ello, pero…
–¿Pero? –pregunta Sara tras el silencio acercándose a Alejandra– No me dejes con la intriga ¿Pero
qué?
–¿Por qué tengo este poder, Sara? –pregunta Alejandra un poco confusa quedándose en silencio tras
la interrogación– Bueno, espera, corrijo ¿Para qué tengo este poder?
–Pues… no sé –responde Sara descolocada por la pregunta–. Supongo que para… ¡Ah! Espera,
espera. Creo que ya veo lo que piensas. Crees que tienes la obligación de salir y ayudar. Una nueva
superheroína.
–Lo de heroína lo has dicho tú. Pero sí, algo parecido. Sin embargo yo estoy bien aquí. Me gustaría
quedarme para poder vivir en paz y sin cosas raras saliendo de mis manos. Viviendo como una
persona normal. Pero sigo sin ser normal y no sé qué hacer. La cabeza me dice que me quede porque
ya he conseguido lo que quería pero el corazón no me deja quedarme aquí. Estoy hecha un lío, no sé
qué tengo que hacer ahora.
–Vaya, desde luego es un dilema muy serio –contesta Sara volviendo al sillón–. Creo que no puedo
ayudarte mucho. No puedo ponerme en tu situación. Tienes tantas posibilidades que mi imaginación
no las abarca todas para poder pensar en tu lugar. Creo que deberías preguntarte qué pierdes y qué
ganas yéndote o quedándote.
–Ya lo he hecho –dice Alejandra–. No he concluido nada.
–¿Y por qué no haces ambas? –pregunta Sara.
–¿Ambas? ¿Cómo?
–Por temporadas. Sales y cumples con tu conciencia. Cuando te canses o eches esto de menos
vuelves para descansar y relajarte. También tienes que pensar en ti misma, no sólo en los demás.
Aquí te esperaremos siempre con los brazos abiertos. Cuando te hayas recuperado vuelves a salir.
Así hasta que tu corazón y tu cabeza lleguen a un consenso.
–¿Y si me pasara algo lejos de aquí y no pudiese volver?
–¡No seas pesimista! De todas las personas que he visto en mi vida tú eres con diferencia la mejor
preparada para esto ¿Qué podría detenerte?
–Muchas cosas. Puede pasar cualquier cosa y no poder volver aquí.
–Puedes hacer frente a todo y lo sabes. Creo que ya sé cuál será tu decisión respecto a este tema.
–¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes? ¿Cuál será mi decisión?
–La decisión es tuya. No te la puedo decir yo.
Alejandra se calla y vuelve a sus pensamientos. Sara guarda silencio también dejando que su amiga
vaya hilando poco a poco sus ideas y ordenando sus prioridades. Sara conoce de antemano la
decisión de Alejandra porque hay ciertas cosas que no se pueden ignorar. Y un corazón de oro brilla
demasiado como para esconderlo.

[1] El hombre sigue hablando en francés pero la habilidad Multilenguaje funciona. La mente de
Alejandra traduce simultáneamente el idioma del interlocutor y le permite hablar en el mismo idioma;
pero su conocimiento sobre dicho idioma se limita al que posee el interlocutor. En adelante, las
conversaciones serán en el idioma natural del interlocutor, traducidas si Alejandra puede hacer
magia siempre que no sea en inglés, idioma que ella puede entender e irá siempre traducido.

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