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II.

NOCIONES BÁSICAS DE TEOLOGÍA MORAL FUNDAMENTAL

La actitud de respuesta (diálogo) es un rasgo esencial de toda religión efectivamente vivida,


el hombre sólo llega a la religión cuando ve en lo “santo” un poder que se dirige a él y con
él se puede entablar un diálogo.

Moral y religión son términos que no son sinónimos, una moral puede seguir subsistiendo
cuando la religión ha dejado de ser una fuerza viva.

Si el elemento de respuesta es esencial en la religión, habrá que esperar que una moral sólo
será auténticamente religiosa en la medida en que ofrezca este rasgo.

El tipo puro de moral religiosa es el responsivo, el dialogal, en que el obrar moral es


entendido como contestación a la llamada de una persona santa y absoluta.

La moral arreligiosa es monologal, en la que todas las tareas éticas, todas las normas y
leyes encuentran su centro de convergencia y su sentido en el yo humano, en su perfección.

I. LA RELIGIÓN COMO COMUNIÓN PERSONAL DE DIÁLOGO CON DIOS

La religión es para el cristiano mucho más que un sentimiento, una necesidad, o una
experiencia, mucho más que un simple negocio de la salvación del alma.

Es la comunión personal del hombre con el Dios viviente.

No consiste sólo en cuestiones del alma, en actos.

La religión comienza cuando a la Palabra de Dios, el hombre responde con su palabra. De


aquí brotan dos pilares insustituibles; un Dios personal y la persona creada. También brotan
dos temas obligados; la gloria y el amor de Dios y la salvación del hombre.

Sólo existe autentica comunión personal cuando dos personas se toman seria y mutuamente
en consideración. Se acaba la verdadera religión cuando se suprime un polo.

Estamos llamados a realizar mediante nuestra respuesta nuestra imagen y semejanza a Él.

La religión vive de la oración, el hombre religioso entra en diálogo con Dios a través de la
oración.

La religión es sociedad y comunión con Dios.

II. LA MORAL COMO COMUNIÓN EN LA LLAMADA Y RESPUESTA

La vida moral debe fluir de nuestra vida religiosa, de nuestra relación con Dios.
No basta que la religión ofrezca al hombre la certeza de una sanción a su vida moral; la
moralidad debe ser parte integrante de la religión.

2.1 Moral del propio perfeccionamiento y moral religiosa

Hay tendencias y sistemas morales cuya orientación fundamental no es religiosa, o por lo


menos no descansa sobre la noción de comunión personal con Dios que:
 Imponen al hombre la obligación de perfeccionarse
 La finalidad de la ética-moral es el hombre y su dignidad
 No se niega la existencia de un Dios personal, pero no se le da el lugar básico
que le corresponde en relación con la persona humana y la moralidad.
 Salvan la importancia decisiva de la moral, pues colocan al hombre bajo una
serie de valores y de leyes a los que debe someterse libremente.
 Su razón última es el hombre y su perfeccionamiento.
 El valor de los valores es para él su propio yo, la defensa y endiosamiento de su
dignidad.
 El deber moral se centra en el propio perfeccionamiento.

En el campo religioso se sublima el valor del alma, no se habla de perfeccionamiento


propio, sino de salvación del alma.

La salvación del alma en sentido cristiano no es felicidad individual, no es adentrarse en un


ser impersonal, pero si es comunión de amor con el Dios vivo.

La religión cristiana, siendo comunión personal con Dios, no soporta que el alma humana
sea el punto central de la moral.

La comunión personal con Dios es la única forma que tiene el hombre de entender su
propia religiosidad:
La religión no como medio de auto perfeccionamiento y de salvación.
La santidad de Dios no ha de tomarse como medio para nada.

El mayor peligro para la auténtica vida religiosa proviene de considerar los actos religiosos
y el trato con Dios como si su primera finalidad fuera de procurar alguna ventaja al hombre.

Hay un peligro de dividir la vida en dos; la oración y la participación al servicio divino


conservaran su significado fundamental, serán actos de comunicación amorosa con Dios,
pero la vida moral ya no ostentará ese carácter, sino que correrá más o menos paralela e
independiente, tomando por meta al hombre y su salvación. La vida religiosa y la moral
marcharán separados la una de la otra, no es que la orientación antropocéntrica de la moral
termina también por conducir a una orientación antropocéntrica de la religión, que en
realidad la desintegra.

No es que tachemos de malo el esfuerzo del hombre por perfeccionarse, sino no puede ser
lo primero.
La moral y religión deben tener un mismo centro; la comunión amorosa con Dios en la
comunidad de salvación por Él convocada (la Iglesia).

2.2. Mandamientos y leyes ante la ética dialogal

Los mandamientos y las leyes son seguirán siendo ideas centrales de la moral cristiana; la
predicación de los mandamientos es, por su esencia, teocéntrica y al mismo tiempo lleva el
carácter de respuesta y diálogo, pues el mandamiento incluye absolutamente una idea
religiosa.

Dios mismo en la publicación de la ley en el Sinaí, ofrece el doble tema de la religión; el de


su gloria soberana y el de la revelación de su amor ilimitado (Ex. 20, 2). Los mandamientos
de Dios son la expresión del amor que nos profesa, todos concluyen en el precepto del
amor.

También la ética fundada sobre las leyes presenta plenamente el carácter dialogal de
respuesta religiosa; aunque la expresión de la ley natural, como expresión del orden de la
creación, procede originalmente de la filosofía moral estoica, la ética cristiana, en especial
la de San Agustín, la ha purificado de todo impersonalismo y fatalismo. Para San Agustín
ley significa expresión de la esencia y de la voluntad salvífica de Dios. La ley está inscrita
en el corazón de todo hombre y constituye un llamamiento personalísimo de Dios a cada
uno. También la ley en esencia expresa la voluntad que liga a una comunidad, como
también la solidaridad en los dones recibidos y en los deberes.

La interpretación nominalista de los preceptos y el concepto racionalista kantiano de la ley


han influido, en cierto grado, hasta en la predicación de la moral cristiana.

Para el nominalismo el precepto no se funda sobre la esencia santa de Dios, sino sólo sobre
su voluntad soberana, no hay para que indagar sus fundamentos, ni su intrínseca hermosura,
esto puede ser peligroso. Valdrá más obediencia, cuanto menos aparezca el valor interno de
los preceptos. No es comunión, sino obediencia ciega.

Como signo característico de la moral contemporánea se hace una tremenda contraposición


entre ley y conciencia, entre valor y aspiraciones, entre lo subjetivo y lo objetivo.

Hay que tener en cuenta que estos “polos” no se deben de contraponer sino integrar, tienen
que hermanarse.

Cuando se hace una moral de pura ley se pasan por alto las exigencias que presenta cada
momento actual, la conciencia se degrada a una simple función lógica y la ley se yergue
entre Dios y la conciencia humana como una fuerza impersonal.

2.3. Moral de responsabilidad

Los conceptos de propia salvación, leyes y mandamientos conservan toda su importancia,


pero no deben ser centrales en la moral católica.
Más apropiado nos parece el concepto de responsabilidad, entendido en el sentido religioso,
con carácter dialogal de respuesta. Por ella se expresa mejor la relación personal del
hombre con Dios.

El Dios personal dirige al hombre la palabra, mediante el llamamiento que le hace a


cumplir su divina voluntad, responde el hombre al tomar una decisión y así se
responsabiliza ante Dios. Responsabilidad que significa nuestra respuesta a Dios no es
válida, cuando en nuestra respuesta no va incluido el prójimo, la comunidad humana.

Marcar las diferencias entre las relaciones estrictamente religiosas del hombre con Dios y
las religioso-morales, así aparecerá lo que es peculiar de la moralidad considerada como
actitud de respuesta, como una responsabilidad.

a) La vida religiosa, respuesta a la Palabra de Dios


Palabra de Dios y respuesta del hombre, he ahí la religión. Dios, con su Palabra,
se inclina hacia nosotros, a través de Cristo estamos en comunión con Dios.

Las tres virtudes teologales sólo pueden entenderse plenamente miradas en su aspecto
dialogal de Palabra de Dios y respuesta del hombre, por ellas no sólo tornamos hacia Dios,
sino hacia su Palabra. Así como Dios no se nos manifiesta cara a cara, sino solamente
mediante su Verbo, así nosotros tampoco subimos hasta Él, sino por la respuesta a su
Palabra en Cristo, sólo así entramos en comunión con Él.

La virtud de la religión es nuestra respuesta a la gloria de Dios que nos creó, a la gloria de
la redención por la que Cristo nos eleva a Dios, a la gloria de la santificación que el Espíritu
realiza en nosotros.

A diferencia de las virtudes teologales, la religión impone actos exteriores, pero


presuponiendo las virtudes teologales, pues la religión no puede concebirse si no estamos
orientados hacia Dios por la fe, esperanza y caridad.

También la virtud de la religión roza con las virtudes morales, pues la buena conducta
humana no depende únicamente del ejercicio de éstas, sino también del de la religión, ya
que a ella corresponde convertir toda la vida privada y pública, siempre y en todas partes,
en un servicio divino, encaminando todas las obras a mayor gloria de Dios.

b) La vida moral, responsabilidad ante Dios


Las demás virtudes morales se distinguen más esencialmente de las virtudes
teologales que la virtud de la religión, ya que ni es esencial, ni inmediata o directamente
tiene a Dios por objeto, ni incluyen de por sí una respuesta a Dios.

Están relacionadas con la realización del orden creado y miran a las personas, bienes y
valores, y por lo mismo no se les puede aplicar plenamente el concepto de respuesta a Dios
y responsabilidad ante Él.
Una respuesta supone efectivamente una persona a quien se le contesta. Pero cuando al
practicarlas se pone la mira en Dios y se las eleva hasta Él, revisten el carácter de diálogo,
de respuesta a Dios y de responsabilidad ante Él.

El hombre creyente, en el orden y lenguaje de la creación, percibe la voz de Dios, Señor y


creador; pero como hijo de Dios, percibe sobre todo la Palabra de su Padre.

Elevado y sostenido por las tres virtudes teologales, respuesta del hombre a Dios, acepta y
cumple el cristiano sus deberes morales, que miran directamente a lo creado, con la
disposición propia de hijo de Dios.

La vida moral se transforma en responsabilidad de carácter religioso, puesto que es


responsabilidad ante Dios.

Distinción entre moral y religioso

1.- Lo religioso orienta hacia lo divino, hacia Dios, e impone una respuesta. Lo moral está
orientado a realizar el orden de la creación; ello constituye una auténtica respuesta a Dios
por cuanto significa que se toman en serio al prójimo, la comunidad humana, nuestra
misión en el mundo y las personas y los valores creados. Es una respuesta dada cada día
con la misma vida.

2.- El acto religioso es esencialmente acto de adoración. Lo importante de la decisión moral


es la actitud de obediencia respecto a Dios, la respuesta afirmativa dada a su voluntad. Pero
esencialmente la decisión moral es algo más que una simple y fácil respuesta (afirmativa o
negativa a Dios). Supone la búsqueda de la respuesta adecuada y la aceptación de un riesgo.
La decisión moral presupone escuchar humildemente a Dios y aceptar la voluntad del
Creador y Padre. Tomar la decisión supone a menudo vacilaciones o audacias en medio de
una pluralidad de libres posibilidades. El hombre responde, es decir, asume una
responsabilidad en una situación determinada.

3.- El acudir a la autoridad humana no es medio para librarse de la responsabilidad pues


tanto el obedecer como el desobedecer a esta autoridad entrañan responsabilidad. Nadie
puede atreverse a rechazar los medios establecidos por Dios para llegar a conocer su
voluntad: la autoridad, la sociedad, los buenos y prudentes consejeros. Pero el buscar
consejo y el obedecer no pueden nunca significar abandono de la responsabilidad, sino sólo
empleo de los medios disponibles para llegar a una determinación plenamente responsable.
Un punto importante en la obediencia a la autoridad humana es la idea de la
responsabilidad ante la comunidad. A veces, deben de apreciarse los motivos para
desobedecer.

4.- Todo acto moral, además de traducir y desarrollar nuestros valores personales,
compromete nuestra responsabilidad no sólo ante Dios, sino también en cierto modo ante el
prójimo y ante la sociedad en que vivimos y sobre la que irradian no sólo nuestras
decisiones morales particulares sino todo nuestro ser moral y religioso.
5.- En toda decisión moral, pero especialmente cuando peligra la integridad de la vida ética,
el hombre se da cuenta de que su existencia y salvación depende de la respuesta que va a
dar. No hay acción moral que no comprometa, al Dios santísimo no se le puede responder
sin comprometerse. En el acto moral la persona se responsabiliza de sí misma, el juicio
final revelará algún día cuáles fueron estas diversas responsabilidades que se tomaron ante
Dios. El acto propiamente religioso entraña igual responsabilidad, por el percibe el hombre
más inmediatamente que su salvación está ligada a la respuesta que da al Dios santísimo.
Por eso cae en el campo de la teología moral tanto la vida religiosa, como la totalidad de la
vida moral responsable.

2.4. La responsabilidad y la propia salvación

Aunque a nuestro entender la idea central de la moral cristiana no es la salvación del alma,
ni el propio perfeccionamiento, sino la responsabilidad, no ha de pasarse de largo que la
responsabilidad de nuestra propia salvación en cierto modo ocupa el primer puesto:
habiéndose confiado a nuestra responsabilidad, adquiere un valor que está por encima de
todos los valores impersonales.

Pero nuestra propia salvación no está por encima de los intereses del Reino de Dios, ni de la
salvación del prójimo.

Responsabilidad por lo propio pasa delante de la responsabilidad por lo ajeno, toda vez que
sólo podemos disponer libre e inmediatamente cuanto está al alcance de nuestra propia
voluntad.

Responsabilidad y libre albedrío caminan estrechamente unidos. Cuanto más dependa algo
de nuestra libre voluntad, más caerá bajo nuestra responsabilidad inmediata.

Iríamos equivocados si subordináramos al cuidado de nuestros valores personales la


responsabilidad de nuestro prójimo o de los intereses del Reino de Dios, estos intereses no
tienen un valor inferior al de nuestra propia salvación, por lo mismo en nuestra actividad
moral no han de quedarle subordinados, sino que deben serle coordinados.

El punto central común en Dios, la comunión de amor con Él, la responsabilidad ante Él. Es
Dios quien comunica todos estos intereses en un valor igual.

Con esto establecemos una jerarquía de valores, la preocupación por la propia salvación
adquiere mayor profundidad considerada desde un punto de vista de conjunto. La
formación moral y religiosa del hombre se realiza gradualmente por un continuo
crecimiento. Las aspiraciones personales del yo van quedando progresivamente
subordinadas al verdadero orden de valores. Las exigencias de la felicidad y de la
moralidad no coinciden, pero si se llaman mutuamente, el móvil de la felicidad es el gran
aliado del deber moral, a menudo el único que alcanza a hacerse oír en medio del pecado,
es el último eco del llamamiento con que llama Dios a la obediencia y al amor.
La predicación moral y el esfuerzo personal deben proponerse la totalidad del fin que
pretenden conseguir, o sea la plena conversión a Dios, pero en las diferentes etapas de la
evolución moral se ha de buscar en concreto los motivos más eficaces según los casos.

El “salva tu alma” debe impulsar al hombre a adoptar una actitud moral ante Dios, que sea
una verdadera respuesta, una moral en la que quepa toda la vida.

La intranquilidad del alma no es aún el amor a Dios, pero es el resorte que la impulsa hacia
Él. Felicidad y propio perfeccionamiento constituyen una finalidad moral, pero no la
última, la llamada a la puerta no constituye nunca el verdadero mensaje.

III. RESPONSABILIDAD Y SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO

En el seguimiento de Jesucristo se realizan perfectamente los caracteres esenciales de la


religión compendiados en la comunión amorosa con Dios, igualmente los de la moral,
polarizados en la responsabilidad.

1.- El fundamento del seguimiento de Cristo es la incorporación del discípulo a Él, por
medio de la gracia. Pero el efectivo seguimiento se realiza por la unión existencial con Él
mediante los actos de amor y de obediencia.

La estructura dialogal y salvífico-social de la doctrina moral cristiana hay que considerarla


desde el punto de vista de Cristo en su divina persona, Él es el Verbo del Padre y la
respuesta al Padre, de ambos por vía de espiración procede el Amor sustancial; el Espíritu
Santo. Cristo Verbo encarnado del Padre es a la vez la Palabra definitiva del Padre a
nosotros los hombres y la respuesta plena que la cabeza de la humanidad renovada da al
Padre.

Seguir a Cristo es ligarnos a su Palabra, por la gracia y por el don de su amor Jesucristo nos
libra consigo.

2.- Estar en Cristo quiere decir ser admitido en su Reino, significa que, por razón de la
incomprensible solidaridad con el pueblo de su alianza, se participa en esta alianza
portadora de salvación, de todos los miembros entre sí y hasta donde es posible con la libre
aceptación de una común y recíproca responsabilidad.

Ser miembro del cuerpo de Cristo exige de cada cristiano en particular la consagración
responsable de toda su persona con todas sus fuerzas individuales, a los intereses de Cristo,
a la comunidad y al prójimo.

La palabra de responsabilidad recíproca de cada uno de los redimidos y de responsabilidad


personal de cada cual por su prójimo a causa de su participación en la alianza del amor.

3.- La ley y los mandamientos son en el seguimiento de Cristo sobremanera vivificantes y


hermosos, pues ellos lo son todo en cuanto poderes impersonales que se sitúan entre Dios y
el hombre. La ley de Cristo, el mandamiento nuevo, es una misma cosa con el amor de
Cristo por nosotros.

Los mandamientos vienen como gracia; los llaman a la responsabilidad personal y a la


responsabilidad en la medida de la gracia y sobrepasan el mínimo de los mandamientos del
Sinaí y de la mera ley natural. Por su gracia Cristo mismo es nuestra ley, su Espíritu realiza
en nosotros el amor, que es la plenitud de la ley.

4.- El valor humano del propio perfeccionamiento y el valor sobrenatural de la propia


salvación no entran en el seguimiento de Cristo como valores centrales, más en él se
realizan en forma excelente.

El cristiano no considerará ese seguimiento como un medio de alcanzar la propia salvación


más ante el amor del Salvador, la salvación del alma se presenta como una ineludible
exigencia. Antes al cristiano atraían más las promesas del Maestro que su amor, siguiendo
al Señor esto cambia.

El seguimiento de Cristo nos es posible porque en Él, el Verbo, estriba nuestra semejanza
con Dios que vuelve a restablecerse mediante su redención. En la realización del
seguimiento de Cristo es donde se manifiesta esta nuestra semejanza con Dios. Del mismo
modo que toda semejanza supone un modelo, así la teología moral debe señalar en todo a la
vida cristiana la palabra original en la que por la que el hombre hecho a semejanza de Dios
vive y es capaz de responder.

IV. PARA UNA TEOLOGÍA MORAL FUNDADA SOBRE EL MISTERIO DE


CRISTO

4.1 El objeto

Precisar el objeto es el primer decisivo trabajo de toda reflexión científica. La ciencia se


transforma en manipulación ideológica cuando no se tiene el conocimiento de la prioridad
del objeto en el estudio y desarrollo del método. Esto se precisa correctamente solo
respetando la especificidad propia del objeto. Es una exigencia de la reflexión y de la
epistemología actual.

Para la moral tradicional de característica manualística el objeto son las leyes teóricamente
o casuísticamente formuladas.

El Vaticano II en O.T. 16 nos dice que la moral “debe mostrar la excelencia de la vocación
de los fieles en Cristo” que se concretiza en una caridad que mueve a fructificar para la vida
del mundo.

Algunas preguntas:
1.- ¿La teología moral va concentrada en el estudio de las normas éticas en vista de su
fundación y precisación o debe considerarse tal estudio sólo como una parte, aunque
fundamental?
2.- ¿La experiencia moral es fundamentalmente una experiencia normativa o el dato
normativo es sólo uno de los elementos que la componen?

3.- ¿Cómo iniciar la reflexión para que no resulte un conjunto de propuestas para su objeto?
La respuesta a la primera pregunta se debe proceder en la perspectiva de una teología moral
que aunque teniéndola fundamental no se limite al desarrollo-tratado sólo de las leyes.
Estas de hecho tienen necesidad de ser asumidas por la conciencia de la persona y
proyectadas al interno de una historia personal y comunitaria, que pone siempre ulteriores
elementos a valorizar.

Según San Alfonso María de Ligorio tal asunción-proyección va vista no como un


elemento secundario o que cuenta poco, sino como lo que constituye formalmente la
moralidad.

Se trata de una dinámica compleja y no siempre ágil, que permanece ahora más difícil de
las difusas manipulaciones a las que nos encontramos puestos y a las obras de los medios.
Darlo por hecho a reducirlo a simple información es una ingenuidad cargada de graves
consecuencias.

Sin una relación constante de escucha y verificación en la observancia de las normas


pierden significatividad y no logran evitar el riesgo del formalismo.

La teología moral deber ser modelada a partir de la experiencia moral y más


concretamente de la experiencia moral vivida en la comunidad cristiana. Esto no se
interpreta como distante en la observancia de las leyes, sino como la necesidad de precisar
su fundamentación. No significa caer en una aproximación fenomenológica que transforma
en principio el hecho dominante. Se quiere sólo evidenciar que las normas constituyen solo
una parte, aunque fundamental de la vida moral y por eso su tratamiento tiene necesidad de
una correcta colocación en el conjunto de la teología moral.

La insistencia del Vaticano II por una teología moral de la vocación en Cristo es ahora
válida, aunque se deba dar el debido espacio a la problemática de las normas.

Moral en perspectiva más fenomenológica;


a) la experiencia moral aparece sobre todo marcada de la apreciación de un valor
propio y peculiar, el hombre concreto como persona en sí mismo y por sí mismo, también
en relación con otras personas conscientes de la intersubjetividad actuando con su dignidad
irrepetible e inalienable, según una mayor o menor fidelidad al sentido auténtico de su vida.

b) tal valor no es un hecho ya dado, sino el objeto de una elección libre que tiende
dinámicamente a realizarlo a través de un proyecto ininterrumpido. Esta tarea se convierte
con el significado esencial de la existencia humana de transformarse en obligación, el deber
en sentido estricto.

c) purificada de cada elemento accesorio la experiencia moral aparece entonces en


relación perene entre el yo libre y el sentido que el busca e intenta dar a la propia
existencia. En la opción moral el yo se construye a sí mismo y se proyecta según un ideal
axiológico que lo trasciende y al cual se esfuerza por adecuarse más o menos
perfectamente, con mayor o menor suceso.

Esto nos permite coger el núcleo de la experiencia moral; que no es reducible a una de las
tantas experiencias normativas, aunque ella tenga un componente normativo. Veritatis
splendor nos dice“«Se le acercó uno...». En el joven, que el evangelio de Mateo no
nombra, podemos reconocer a todo hombre que, conscientemente o no, se acerca a Cristo,
redentor del hombre, y le formula la pregunta moral. Para el joven, más que una pregunta
sobre las reglas que hay que observar, es una pregunta de pleno significado para la vida.
En efecto, ésta es la aspiración central de toda decisión y de toda acción humana, la
búsqueda secreta y el impulso íntimo que mueve la libertad. Esta pregunta es, en última
instancia, un llamamiento al Bien absoluto que nos atrae y nos llama hacia sí; es el eco de
la llamada de Dios, origen y fin de la vida del hombre. Precisamente con esta perspectiva,
el concilio Vaticano II ha invitado a perfeccionar la teología moral, de manera que su
exposición ponga de relieve la altísima vocación que los fieles han recibido en Cristo 14,
única respuesta que satisface plenamente el anhelo del corazón humano. Para que los
hombres puedan realizar este «encuentro» con Cristo, Dios ha querido su Iglesia. En
efecto, ella «desea servir solamente para este fin: que todo hombre pueda encontrar a
Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida»”.

En la experiencia moral el sentido y los valores entran en diálogo con las normas, la
intencionalidad, con las exigencias de la historia, el yo con las necesidades de los otros. En
ella se expresa el ser sujeto de la persona, sujeto responsable en un diálogo con los otros y
con Dios.

La experiencia moral nos manda siempre, en último análisis a la conciencia como el lugar
en el cual toma su concreto valor, una conciencia no cerrada en sí misma, sino abierta a la
reciprocidad con las otras conciencias, en búsqueda constante de la verdad, en escucha y
acogida de la Palabra. No se pierde de vista la reciprocidad entre las personas y la
comunidad: las dos son sujetos de la experiencia moral, al interno de esta reciprocidad
aparece clara la importancia del ministerio magisterial.

La experiencia moral es una experiencia de:


1.- Subjetividad; es decir, de libertad, donde reconozco como efectivamente mía (y
por lo tanto plenamente humana) la experiencia de la que soy protagonista, pero sobre todo
objeto.
2.- Proyectualidad; todo aquello que es humano (realizarse, construir cualidad,
hacer justicia) dice siempre futuro y liberación en una relación dialéctica y compleja con el
presente, visto como posibilidad pero también como límite, interpretando con la memoria
viva del pasado.
3.- Sentido; es el reconocimiento de la verdad como verdad que exige decisiones y
elecciones, es la manera con la cual la verdad es encontrada por el hombre en su totalidad
de persona.
4.- Solidaridad y comunión; no es auténtica, ni tampoco realista una cualidad
humana de la vida que se cierra en las perspectivas estrechas del singular, del mismo modo
no es posible una búsqueda y un reconocimiento efectivamente humano de la verdad sin la
reciprocidad de las conciencias.
5.- Concreción; a las decisiones del hombre está estrechamente ligada no solo la
cualidad humana de su vida, sino el futuro de la humanidad y del planeta.

En la experiencia moral vivida por la comunidad cristiana los trazos anteriormente


mencionados adquieren significados y horizontes nuevos, que la teología moral no puede
dejar de estudiar:
1.- Subjetividad; de hecho viene vivida como consubjetividad sacramental con
Cristo, es decir como gracia.
2.- Proyectualidad; se carga de los horizontes de la resurrección, sin perder lo
concreto del presente.
3.- Sentido; viene reconocido en Cristo como misterio de salvación para el singular,
la humanidad entera, toda la historia.
4.- Solidaridad y comunión; se vinculan en la Iglesia, sacramento de comunión en
el servicio desinteresado a la humanidad entera.
5.- Concreción; lo concreto del empeño de liberación y de construcción de la
historia es dado y sabido por el conocimiento de la condición escatológica de toda la
realidad.

La referencia a la experiencia moral no puede reducirse a una afirmación de principio,


debemos siempre partir de la experiencia moral de hecho de hecho vivida por la comunidad
cristiana local, evidenciando tanto los desafíos y los aspectos problemáticos como las
esperanzas y posibilidades, deberá meterse en diálogo con otras experiencias.

4.2. Una metodología teológica

Es necesario que la teología moral sea efectivamente teológica.

Su especificidad nos la recuerda Juan Pablo II en Veritatis splendor “Cuanto se ha dicho


hasta ahora acerca de la teología en general, puede y debe ser propuesto de nuevo para la
teología moral, entendida en su especificidad de reflexión científica sobre el Evangelio
como don y mandamiento de vida nueva, sobre la vida según «la verdad en el amor» (Ef 4,
15), sobre la vida de santidad de la Iglesia, o sea, sobre la vida en la que resplandece la
verdad del bien llevado hasta su perfección. No sólo en el ámbito de la fe, sino también y
de modo inseparable en el ámbito de la moral, interviene el Magisterio de la Iglesia, cuyo
cometido es «discernir, por medio de juicios normativos para la conciencia de los fieles,
los actos que en sí mismos son conformes a las exigencias de la fe y promueven su
expresión en la vida, como también aquellos que, por el contrario, por su malicia son
incompatibles con estas exigencias». Predicando los mandamientos de Dios y la caridad de
Cristo, el Magisterio de la Iglesia enseña también a los fieles los preceptos particulares y
determinados, y les pide considerarlos como moralmente obligatorios en conciencia.
Además, desarrolla una importante tarea de vigilancia, advirtiendo a los fieles de la
presencia de eventuales errores, incluso sólo implícitos, cuando la conciencia de los
mismos no logra reconocer la exactitud y la verdad de las reglas morales que enseña el
Magisterio.
Se inserta aquí la función específica de cuantos por mandato de los legítimos pastores
enseñan teología moral en los seminarios y facultades teológicas. Tienen el grave deber de
instruir a los fieles —especialmente a los futuros pastores— acerca de todos los
mandamientos y las normas prácticas que la Iglesia declara con autoridad. No obstante los
eventuales límites de las argumentaciones humanas presentadas por el Magisterio, los
teólogos moralistas están llamados a profundizar las razones de sus enseñanzas, a ilustrar
los fundamentos de sus preceptos y su obligatoriedad, mostrando su mutua conexión y la
relación con el fin último del hombre. Compete a los teólogos moralistas exponer la
doctrina de la Iglesia y dar, en el ejercicio de su ministerio, el ejemplo de un asentimiento
leal, interno y externo, a la enseñanza del Magisterio sea en el campo del dogma como en
el de la moral. Uniendo sus fuerzas para colaborar con el Magisterio jerárquico, los
teólogos se empeñarán por clarificar cada vez mejor los fundamentos bíblicos, los
significados éticos y las motivaciones antropológicas que sostienen la doctrina moral y la
visión del hombre propuestas por la Iglesia.” (110)

Que sea teología es una de las instancias mayormente remarcadas por el Concilio Vaticano
II.

La opción para que sea teología de todo el discurso no significa para nada renunciar a las
exigencias de la cientificidad propias de la reflexión ética. Se trata en cambio de dar
nosotros una posterior especificación y apertura que la haga capaz de permanecer
efectivamente ministerial en relación al propio objeto.

La articulación de las ciencias constituye un empuje de esta perspectiva, hay que empeñarse
para que la propuesta venga articulada respetada con criterios propios de las ciencias.

Debemos preocuparnos de asegurar a la reflexión y a la propuesta moral;


1.- Fundamentación; de las afirmaciones, a nivel sobre todo de experiencia,
después de lectura científica y filosófica y entonces de interpretación teológica, de manera
que nos permita que puedan ser verificadas.

2.- Objetividad; de manera que la verdad pueda ser reconocida y aceptada en


cuanto tal, prescindiendo de quien la formula y sobre todo escapándose de cualquier
imposición y manipulación. Las afirmaciones reciben así la nota de universalidad, también
en relación con aquello que permite su fundamentación.

3.- Evidencia y gradualidad; de los diversos pasos, evitando “saltos” que


contrasten con la claridad del proceder científico, será así posible llegar a una organicidad
de toda la propuesta que permite tomar correctamente el valor de las singulares
afirmaciones en el conjunto del discurso, sin caer en una sistematización ideológica de los
datos, manteniendo la relación constante con la vida.

4.- Lenguaje y comunicación; sin caer en una especie de hermetismo teológico-


moral: ocurre que la cientificidad no haga perder de vista la significatividad que es
indispensable si se quiere que la propuesta pueda llegar efectivamente a la comunidad y
singulares conciencias.
La concreta articulación de estos criterios e instancias está hecha según las exigencias
propias de los modelos teológicos con los cuales es necesario trabajar para una mejor
ministerialidad a la concreta comunidad cristiana.

Hay algunos datos conciliares que nos invitan a una teología moral de:
* la historia de la salvación fundada sobre el misterio de Cristo y nutrida
incesantemente de la Sagrada Escritura.
* la vocación es decir, no una moral del límite o de mandamientos, sino de la
plenitud y de la libertad.
* de un actuar que no sea un simple hacer o un simple aplicar, sino un fructificar
cargado del valor de la subjetividad.
* con un horizonte que se abra al mundo entero, superando las tentaciones de las
reducciones individualistas.

La fundamentación cristológica nos lleva a:


1.- decir sí al misterio de Cristo y a su actual presencia como resultado en la historia
mediante el Espíritu, es necesario fundar y reportar a esta presencia toda la imperatividad
moral.
2.- ella exige fe que lee la historia hasta encontrar la presencia del Resucitado que
da sentido a nuestro actuar; caridad que dada por el don de vida nueva, responde con
solidaridad; esperanza que dada por la luz de la cruz se hace cargo de las exigencias de
liberación y de gradual construcción de la plenitud.
3.- va subrayada la ontología cristológica que el bautismo realiza en cada uno de
nosotros con la consecuencia dinámica sacramental en la cual toda nuestra vida se
encuentra inserta.
4.- la dimensión eclesial se pone ahora como fundamental, el construir Iglesia debe
ser propuesto como criterio imprescindible para el discernimiento cristiano.

La instancia de la comunicabilidad y de la universalidad de las normas éticas es ciertamente


fundamental para la teología moral, esto puede recibir una respuesta positiva en un discurso
teológico que, evitando cualquier radicalización fundamentalista, articule mejor el diálogo
y el anuncio, el compartir y el testimonio, el caminar juntos y adoptar el ulterior horizonte
de sentido y de plenitud abriéndonos a Cristo con su ministerio pascual.

Las perspectivas de unidad/diferencia del “ágape” en las relaciones con el “eros” y de


“respecto/purificación” de la fe en las relaciones de la razón práctica desarrollada por
Benedicto XVI en Deus caritas est constituyen un punto de referencia precioso.

4.3. Una metodología hermenéutica

El componer de manera constructiva estas diversas instancias, en un contexto complejo y


diversificado como el nuestro, orienta hacia elecciones metodológicas capaces de meter en
relación más que distinguir, separar u oponer. La perspectiva histórico-hermenéutica
aparece en la búsqueda de posibilidades, difícilmente encontrable en otros percursos
metodológicos.
La metodología histórico-hermenéutica permite delinear un camino que reporta
fructuosamente la necesidad de los principios y de las normas;
1.- permite a la propuesta ética evitar riesgos contrapuestos de la ideología, que
pretende sobreponerse a la vida, y de los diversos sociologismos que se reducen a la simple
legalización-legitimación de datos de hecho.
2.- hace posible una afirmación de la trascendencia de la verdad ética sin hacerla
perder la relación con la historia y la misma vida cotidiana, en cuanto expresión del sentido
que la dinamiza.
3.- permite hacer que el reconocimiento de la historicidad de las formulaciones
éticas no desemboquen en relativizaciones de la misma verdad.
4.- hace posible la encarnación de los valores en los diversos contextos, asegurando
su significatividad e incidencia.
5.- estimula a un sí a la verdad como constante búsqueda, sin hacerla perder la
riqueza del pasado, sino dando una ulterior profundidad y apertura.

Es necesario madurar el conocimiento de que todo texto ha de ser interpretado; colocado en


su contexto, precomprenciones, para la teología moral son importantes las motivaciones, ya
que si lo aislamos lo privamos de una correcta interpretación.

El proceso interpretativo es un camino que procede por grados a niveles, cada uno de ellos
presenta una propia especificidad, también se hace la relación entre ellos. Es necesario:
1.- precisar un camino interpretativo claro en la determinación y en la colocación de
los diversos niveles.
2.- modelarlo a la luz de las instancias de la indispensable interdisciplinariedad (a
nivel sea de las ciencias humanas como de disciplinas teológicas).
3.- respetar los niveles a los cuales pertenecen las diversas afirmaciones, evitando
trasposiciones que terminaran inevitablemente forzando y falseando.
4.- no absolutizar los datos de ningún nivel, sino conservarlos siempre en la
circularidad que los liga a aquellos de los otros.
5.- no perder jamás de vista la prioridad de la realidad en las observaciones de cada
interpretación.

A la luz de todos estos datos el camino interpretativo puede articularse de la siguiente


manera:

1.- reconstrucción atenta de la experiencia vivida, colocándola en el propio contexto


y abriéndola a la confrontación sea sincrónica, sea diacrónica.
2.- los datos que las ciencias evidencian los factores y los procesos, buscando no
absolutizar estos de ninguna manera.
3.- la lectura sapiencial-filosófica para tomar la unidad o el qué cosa, empeñándonos
en meter en fecunda relación los datos de la reflexión tradicional y aquellos de la búsqueda
actual.
4.- la lectura propiamente ética que tiene que tomar el significado.
5.- la lectura sapiencial y aquella ética van continuadas sirviéndose de los
instrumentos propiamente teológicos (Sagrada Escritura, Tradición, Magisterio, signos de
los tiempos).
A través de tal camino interpretativo es posible llegar a precisar de manera significativa y
fundada la propuesta ética. Ella tiene siempre necesidad de regresar a la experiencia viva,
para vivificar en ella su validez. Se realiza un proceso circular que se mantiene
constantemente vivo, en tal circularidad va colocada la competencia de la conciencia para
cuando es, ya sea el momento elaborativo, como aquel aplicativo de las normas y se carga
pastoral sobre todo el proceso, que la teología moral debe valorizar de manera adecuada.

Concretamente la propuesta ética, que así viene elaborada, se articula sobre 3 niveles:
1.- el camino para llegar y hacer experiencia del significado.
2.- los criterios que permiten de relacionarlo con la realidad.
3.- Entonces determinar sobre todo las observaciones de las problemáticas más
graves y urgentes, normas más específicas.

Es necesario relacionar las instancias del diálogo con aquellas del anuncio, es indispensable
que la relación con las fuentes y el uso de los instrumentos propiamente teológicos sean
siempre hermenéuticamente correctos, descartando siempre toda tentación fundamentalista.

No puede olvidarse que sujeto de la interpretación es la comunidad cristiana animada por


el Espíritu Santo y articulada en ministerios; es indispensable que el trabajo teológico sea
dado del conocimiento de las diversas instancias-competencias a comenzar de aquella
propia del magisterio, tal como lo dice Veritatis splendor “compete a los teólogos
moralistas exponer la doctrina de la Iglesia y dar, en el ejercicio de su ministerio, el
ejemplo de un asentimiento leal, interno y externo, a la enseñanza del Magisterio sea en el
campo del dogma como en el de la moral. Uniendo sus fuerzas para colaborar con el
Magisterio jerárquico, los teólogos se empeñarán por clarificar cada vez mejor los
fundamentos bíblicos, los significados éticos y las motivaciones antropológicas que
sostienen la doctrina moral y la visión del hombre propuestas por la Iglesia.” (110)
También los laicos como lo menciona Gaudium et spes “Los laicos, que desempeñan parte
activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo,
sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en
medio de la sociedad humana.” (43)

4.4 La ministerialidad

Es un aspecto particularmente subrayado en los textos magisteriales analizados.

Veritatis splendor lo menciona de la siguiente manera:

109. Toda la Iglesia, partícipe del «munus propheticum» del Señor Jesús mediante el don
de su Espíritu, está llamada a la evangelización y al testimonio de una vida de fe. Gracias
a la presencia permanente en ella del Espíritu de verdad (cf. Jn 14, 16-17), «la totalidad de
los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20. 27) no puede equivocarse cuando
cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la
fe de todo el pueblo cuando "desde los obispos hasta los últimos fieles laicos" presta su
consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres».
Para cumplir su misión profética, la Iglesia debe despertar continuamente o reavivar la
propia vida de fe (cf. 2 Tm 1, 6), en especial mediante una reflexión cada vez más
profunda, bajo la guía del Espíritu Santo, sobre el contenido de la fe misma. Es al servicio
de esta «búsqueda creyente de la comprensión de la fe» donde se sitúa, de modo específico,
la vocación del teólogo en la Iglesia: «Entre las vocaciones suscitadas por el Espíritu en la
Iglesia —leemos en la Instrucción Donum veritatis— se distingue la del teólogo, que tiene
la función especial de lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez
más profunda de la palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por
la Tradición viva de la Iglesia. Por su propia naturaleza, la fe interpela la inteligencia,
porque descubre al hombre la verdad sobre su destino y el camino para alcanzarlo.
Aunque la verdad revelada supere nuestro modo de hablar y nuestros conceptos sean
imperfectos frente a su insondable grandeza (cf. Ef 3, 19), sin embargo, invita a nuestra
razón —don de Dios otorgado para captar la verdad— a entrar en el ámbito de su luz,
capacitándola así para comprender en cierta medida lo que ha creído. La ciencia
teológica, que busca la inteligencia de la fe respondiendo a la invitación de la voz de la
verdad, ayuda al pueblo de Dios, según el mandamiento del apóstol (cf. 1 P 3, 15), a dar
cuenta de su esperanza a aquellos que se lo piden».
Para definir la identidad misma y, por consiguiente, realizar la misión propia de la
teología, es fundamental reconocer su íntimo y vivo nexo con la Iglesia, su misterio, su
vida y misión: «La teología es ciencia eclesial, porque crece en la Iglesia y actúa en la
Iglesia... Está al servicio de la Iglesia y por lo tanto debe sentirse dinámicamente inserta
en la misión de la Iglesia, especialmente en su misión profética». Por su naturaleza y
dinamismo, la teología auténtica sólo puede florecer y desarrollarse mediante una
convencida y responsable participación y pertenencia a la Iglesia, como comunidad de fe,
de la misma manera que el fruto de la investigación y la profundización teológica vuelve a
esta misma Iglesia y a su vida de fe.

110. Cuanto se ha dicho hasta ahora acerca de la teología en general, puede y debe ser
propuesto de nuevo para la teología moral, entendida en su especificidad de reflexión
científica sobre el Evangelio como don y mandamiento de vida nueva, sobre la vida según
«la verdad en el amor» (Ef 4, 15), sobre la vida de santidad de la Iglesia, o sea, sobre la
vida en la que resplandece la verdad del bien llevado hasta su perfección. No sólo en el
ámbito de la fe, sino también y de modo inseparable en el ámbito de la moral, interviene el
Magisterio de la Iglesia, cuyo cometido es «discernir, por medio de juicios normativos
para la conciencia de los fieles, los actos que en sí mismos son conformes a las exigencias
de la fe y promueven su expresión en la vida, como también aquellos que, por el contrario,
por su malicia son incompatibles con estas exigencias». Predicando los mandamientos de
Dios y la caridad de Cristo, el Magisterio de la Iglesia enseña también a los fieles los
preceptos particulares y determinados, y les pide considerarlos como moralmente
obligatorios en conciencia. Además, desarrolla una importante tarea de vigilancia,
advirtiendo a los fieles de la presencia de eventuales errores, incluso sólo implícitos,
cuando la conciencia de los mismos no logra reconocer la exactitud y la verdad de las
reglas morales que enseña el Magisterio.
Se inserta aquí la función específica de cuantos por mandato de los legítimos pastores
enseñan teología moral en los seminarios y facultades teológicas. Tienen el grave deber de
instruir a los fieles —especialmente a los futuros pastores— acerca de todos los
mandamientos y las normas prácticas que la Iglesia declara con autoridad. No obstante los
eventuales límites de las argumentaciones humanas presentadas por el Magisterio, los
teólogos moralistas están llamados a profundizar las razones de sus enseñanzas, a ilustrar
los fundamentos de sus preceptos y su obligatoriedad, mostrando su mutua conexión y la
relación con el fin último del hombre. Compete a los teólogos moralistas exponer la
doctrina de la Iglesia y dar, en el ejercicio de su ministerio, el ejemplo de un asentimiento
leal, interno y externo, a la enseñanza del Magisterio sea en el campo del dogma como en
el de la moral. Uniendo sus fuerzas para colaborar con el Magisterio jerárquico, los
teólogos se empeñarán por clarificar cada vez mejor los fundamentos bíblicos, los
significados éticos y las motivaciones antropológicas que sostienen la doctrina moral y la
visión del hombre propuestas por la Iglesia.

111. El servicio que los teólogos moralistas están llamados a ofrecer en la hora presente es
de importancia primordial, no sólo para la vida y la misión de la Iglesia, sino también
para la sociedad y la cultura humana. Compete a ellos, en conexión íntima y vital con la
teología bíblica y dogmática, subrayar en la reflexión científica «el aspecto dinámico que
ayuda a resaltar la respuesta que el hombre debe dar a la llamada divina en el proceso de
su crecimiento en el amor, en el seno de una comunidad salvífica. De esta forma, la
teología moral alcanzará una dimensión espiritual interna, respondiendo a las exigencias
de desarrollo pleno de la "imago Dei" que está en el hombre, y a las leyes del proceso
espiritual descrito en la ascética y mística cristianas».
Ciertamente, la teología moral y su enseñanza se encuentran hoy ante una dificultad
particular. Puesto que la doctrina moral de la Iglesia implica necesariamente una
dimensión normativa, la teología moral no puede reducirse a un saber elaborado sólo en el
contexto de las así llamadas ciencias humanas. Mientras éstas se ocupan del fenómeno de
la moralidad como hecho histórico y social, la teología moral, aun sirviéndose
necesariamente también de los resultados de las ciencias del hombre y de la naturaleza, no
está en absoluto subordinada a los resultados de las observaciones empírico-formales o de
la comprensión fenomenológica. En realidad, la pertinencia de las ciencias humanas en
teología moral siempre debe ser valorada con relación a la pregunta primigenia: ¿Qué es
el bien o el mal? ¿Qué hacer para obtener la vida eterna?

112. El teólogo moralista debe aplicar, por consiguiente, el discernimiento necesario en el


contexto de la cultura actual, prevalentemente científica y técnica, expuesta al peligro del
pragmatismo y del positivismo. Desde el punto de vista teológico, los principios morales no
son dependientes del momento histórico en el que vienen a la luz. El hecho de que algunos
creyentes actúen sin observar las enseñanzas del Magisterio o, erróneamente, consideren
su conducta como moralmente justa cuando es contraria a la ley de Dios declarada por sus
pastores, no puede constituir un argumento válido para rechazar la verdad de las normas
morales enseñadas por la Iglesia. La afirmación de los principios morales no es
competencia de los métodos empírico-formales. La teología moral, fiel al sentido
sobrenatural de la fe, sin rechazar la validez de tales métodos, —pero sin limitar tampoco
a ellos su perspectiva—, mira sobre todo a la dimensión espiritual del corazón humano y
su vocación al amor divino.
En efecto, mientras las ciencias humanas, como todas las ciencias experimentales, parten
de un concepto empírico y estadístico de «normalidad», la fe enseña que esta normalidad
lleva consigo las huellas de una caída del hombre desde su condición originaria, es decir,
está afectada por el pecado. Sólo la fe cristiana enseña al hombre el camino del retorno
«al principio» (cf. Mt 19, 8), un camino que con frecuencia es bien diverso del de la
normalidad empírica. En este sentido, las ciencias humanas, no obstante todos los
conocimientos de gran valor que ofrecen, no pueden asumir la función de indicadores
decisivos de las normas morales. El Evangelio es el que revela la verdad integral sobre el
hombre y sobre su camino moral y, de esta manera, instruye y amonesta a los pecadores, y
les anuncia la misericordia divina, que actúa incesantemente para preservarlos tanto de la
desesperación de no poder conocer y observar plenamente la ley divina, cuanto de la
presunción de poderse salvar sin mérito. Además, les recuerda la alegría del perdón, sólo
el cual da la fuerza para reconocer una verdad liberadora en la ley divina, una gracia de
esperanza, un camino de vida.

113. La enseñanza de la doctrina moral implica la asunción consciente de estas


responsabilidades intelectuales, espirituales y pastorales. Por esto, los teólogos moralistas,
que aceptan la función de enseñar la doctrina de la Iglesia, tienen el grave deber de educar
a los fieles en este discernimiento moral, en el compromiso por el verdadero bien y en el
recurrir confiadamente a la gracia divina.

Si la convergencia y los conflictos de opinión pueden constituir expresiones normales de la


vida pública en el contexto de una democracia representativa, la doctrina moral no puede
depender ciertamente del simple respeto de un procedimiento; en efecto, ésta no viene
determinada en modo alguno por las reglas y formas de una deliberación de tipo
democrático. El disenso, mediante contestaciones calculadas y de polémicas a través de los
medios de comunicación social, es contrario a la comunión eclesial y a la recta
comprensión de la constitución jerárquica del pueblo de Dios. En la oposición a la
enseñanza de los pastores no se puede reconocer una legítima expresión de la libertad
cristiana ni de las diversidades de los dones del Espíritu Santo. En este caso, los pastores
tienen el deber de actuar de conformidad con su misión apostólica, exigiendo que sea
respetado siempre el derecho de los fieles a recibir la doctrina católica en su pureza e
integridad: «El teólogo, sin olvidar jamás que también es un miembro del pueblo de Dios,
debe respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo
la doctrina de la fe».

Es un ministerio que no se debe de entender limitado sólo a las ciencias, se trata de hacer
que la profundización, el anuncio y la realización práctica de la verdad salvífica de parte de
la comunidad cristiana sean siempre claramente radicadas en las fuentes y significativas
para nuestro mundo.

Es importante no perder jamás esta marca de servicio en todo el trabajo teológico-moral; se


debe esta no sólo en incesante escucha y búsqueda, sino que se tendrá en cuenta de no caer
en propuestas moralísticas que sustituyan a la conciencia.

Emergen así competencias y límites a concretizar;


1.- trabajar para un clima de diálogo y de confrontación serena entre los diversos
componentes de la comunidad cristiana, que en el más amplio contexto social, indicando la
reciprocidad de las conciencias como indispensable camino para llegar a la verdad.
2.- una relación sincera con el magisterio eclesial, por cuando corresponde ya sea al
proceso de elaboración de la propuesta como de su mediación para que llegue
salvíficamente a las conciencias de los fieles.
3.- el estímulo profético, que es siempre una tarea de la que no puede prescindir la
teología moral, va siempre acompañado de la aceptación sincera de la verificación pastoral
que es tarea de los pastores.
4.- denunciar con ánimo todas las clausuras que puedan caracterizar la praxis de
comunidades locales o de movimientos, cerrazones que no valoran las riquezas de los otros.
5.- estimular un constante equilibrio de las preocupaciones éticas; en el pasado se ha
insistido mucho sobre las problemáticas privadas (sobre todo de la sexualidad), por lo cual
hoy es indispensable subrayar también las instancias sociopolíticas, sin caer en nuevos
olvidos.
6.- permanecer siempre fieles a la elección preferencial por los pobres y los últimos,
poniéndose desde su angulación, sea en la lectura de las problemáticas, como en la
elaboración de la propuesta.

Aparece así toda la importancia de la dimensión pastoral, a la luz del modo de ser pastor de
Cristo, marcada profundamente por la encarnación y la cruz.

La referencia a San Alfonso María de Ligorio se ve fecunda, su madurez como moralista en


la pastoral misionera entre los abandonados, su propuesta viene elaborada de la luz de la
fragilidad que marca su experiencia de vida:
1.- la teología ya elaborada en constante relación circular con la praxis pastoral,
considerándola como punto de partida y como lugar de verificación.
2.- dejarse indicar por la pastoral las problemáticas sobre las cuales llevar
mayormente el esfuerzo de búsqueda y de reflexión.
3.- viene desarrollada una escucha sincera de la realidad superando toda tentación
de aproximación moralista y dejándose guiar por la certeza de la presencia del Espíritu.
4.- la elaboración de la propuesta moral viene hecha preocupándose que ella pueda
llegar salvíficamente en lo concreto de la vida; lenguaje, perspectiva, argumentación deben
ser efectivamente significativos.
5.- no dar jamás descontados los valores que están a la base de la elaboración de las
normas, dato que siempre más a menudo la crisis ve en los valores, también porque se hace
más fuerte la manipulación consumista de parte de los medios.
6.- realizar una relación constructiva y constante con la catequesis moral, poniendo
el respeto de la diversidad que especifica sea la teología, sea la catequesis.
7.- sin repetir las radicalizaciones de la casuística, es necesario entrar en lo concreto
de la vida y no pararse en la sola enunciación de los principios, no para sustituir sino para
ayudar el indispensable discernimiento de la conciencia en lo vivo de las situaciones.

La separación entre la vida y la propuesta teórica que a menudo se constata exige una
lectura particularmente atenta, no puede ser apriorísticamente interpretada como expresión
del retardo de la vida en relación con los valores, esto es verdadero pero no podemos
olvidar que en muchas ocasiones se dan propuestas en retardo o inadecuadas.

V. LA TEOLOGÍA MORAL EN EL CONCILIO VATICANO II

El Vaticano II es muy fecundo para la moral cristiana y para su estudio sistemático, aportó
orientaciones para la vida práctica de los cristianos, una nueva orientación metodológica
para el estudio y elaboración de la moral formuladas y una nueva conciencia y énfasis sobre
muchos temas.

5.1 Una nueva conciencia

Implicaría tanto el modo de entender al ser humano, como a Cristo, a su Iglesia y las
esperanzas y responsabilidades del cristiano.

Concepción antropológica;
 Ser humano en cuanto imagen de Dios (GS 12c, 4a, 34ª)
 Antropología integral
 Conciencia libre, capaz, última norma de moralidad.
 Autonomía del orden temporal y su adecuación a la misma vocación del hombre
sobre la tierra (AA 7)
 Conciencia es el sagrario del hombre (GS 16)

Conciencia cristocéntrica;
 Cristo el modelo y consujeto del comportamiento moral de los cristianos.
 Él inauguró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su
obediencia realizó la redención. (LG. 3)
 Él nos comunicó su soberana libertad para que venzamos el reino del pecado
(LG 36)
 Es el Hombre enviado a los hombres (DV 4)
 Ejemplificó y urgió el mandamiento del amor al prójimo y estableció la caridad
como distintivo de sus discípulos (AA 8)
 Deber ético del cristiano se resume en el testimonio de Cristo; hacer aparecer el
hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera (AG 21)
 Comportamiento moral del cristiano es definido como el seguimiento de Cristo
(GS 40)
 Misterio del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.
 Dignidad de lo humano y su definitiva revelación en Cristo.
 Oferta de un nuevo estilo de vida.

Eclesiología;
 De comunión.
 No es posible vivir, ni anunciar el mensaje de Jesús desde el individualismo y el
aislamiento.
 Índole comunitaria de la vocación humana.
 Resonancia eclesial de todo comportamiento.
 Llamada al diálogo (GS. 64)

Conciencia escatológica;
 La Iglesia como Pueblo de Dios peregrinante que va anunciando y anticipando
el Reino de Dios (LG. 8, 48)
 Conclusiones de esta conciencia de itinerancia; agradar al Señor, actuación
moral de los cristianos presentada con categorías que evocan el dinamismo y la
esperanza, la creatividad y osadía, la santidad y la creyente conversión (LG. 8)
 Acusación de vivir cristianismo alienante; la esperanza escatológica no merma
la importancia de las tareas temporales sino que más bien proporciona nuevos
motivos de apoyo para su ejercicio (GS. 21, 39)

Cuatro perspectivas con más presencia del Espíritu que marcan una orientación clara para
la catequesis y el estudio de la moral cristiana.

No hay que caer en un reduccionismo antropológico en el que se dé un fariseísmo que no


tenga en cuenta a Cristo, un individualismo que ignore la comunidad y un evasión de la
realidad que desconozca el carácter itinerante de la Palabra de Dios.
5.2 Un nuevo acento sobre los temas morales

Gaudium et spes es un verdadero tratado de teología moral fundamental.

1.- Atención a la dignidad del hombre creado a imagen de Dios, ser social por naturaleza,
quebrado por el pecado, superior al universo entero, capaz de decidir su propio destino (GS.
12-15)

2.- Énfasis sobre la conciencia como núcleo más sagrado del hombre y base para el diálogo
ético que une a los creyentes con los demás hombres. Aunque se puede vivir una ignorancia
invencible, la conciencia puede verse entenebrecida por el hábito del pecado por la
cautividad de las pasiones. (GS. 16-17)

3.- Importancia de la índole comunitaria de la vocación humana y repercusiones morales


del fenómeno de la socialización (GS. 24-25, 30). La justicia y la caridad exigen una mayor
atención a las necesidades sociales y un mayor cultivo de la responsabilidad y participación
social.

4.- Exigencia del bien común, que no suprime, sino que realza la dignidad y el respeto
debido a toda persona (GS 28). Denuncia toda forma de discriminación de la persona (GS
29), evoca la obligación de acercarse a los marginados y condena una larga serie de
modernas inmoralidades (GS 27).

5.- Valor y autonomía de la actividad del hombre en el mundo, así como el valor
humanizador del trabajo (GS. 33-34). Trabajo a la luz de la fe deformada por el pecado
(GS. 36-39), redimida por el misterio pascual, llamada a la plenitud final. Hay un principio
ético fundamental basado en la orientación humana del progreso (GS. 35), criterio de
eticidad el ser humano y su realización plenas.

6.- Matrimonio y familia.

5.3 Una nueva metodología


Tanto para la elaboración de juicios morales como para la enseñanza de teología moral.

Metodología conciliar;
1.- fundamentada en una antropología religiosa bastante completa.
2.- sensibilidad hacia el cambio sociopolítico y familiar.
3.- perspectiva ecuménica en la búsqueda de la verdad en materias morales.
4.- concepción de la vida moral como una unidad basada en el amor de Cristo.
5.- orientación pastoral de la teología y apertura a las ciencias empíricas.
6.- énfasis en la libertad de investigación y expresión.
7.- competencia de los laicos en las decisiones éticas concernientes al mundo
secular.
8.- carácter vocacional de la moralidad cristiana y fundamentación del imperativo
sobre el indicativo.

a) Formación del juicio moral;


Es un contexto que evoca preguntas muy inquietantes:
sociedad plural
muchos se hacen las mismas preguntas
entorno vital ampliado gracias a la técnica y a la ciencia
influencia de la secularización
hombre al centro

Situar la moral cristiana en el abanico de éticas seculares.

1.- la moral cristiana comparte con las éticas seculares los interrogantes más profundos
sobre el significado último de la actividad humana y sobre su calificación moral.

2.- la Iglesia reconoce su menesterosidad y pobreza también en este terreno. La fe cristiana


no le ofrece fáciles respuestas sobre los interrogantes que la ciencia plantea a los hombres
de hoy y tampoco ofrece respuestas prefabricadas sobre la valoración ética de muchos
pasos dados por la técnica.

3.- la moral cristiana reconoce la validez de la reflexión filosófica y aún de la humana,


sabiduría para la valoración ética de cualquier situación, acepta la normatividad misma de
lo creado y la identidad de sus contenidos y objetivos con los presentados por las éticas
seculares.

4.- la moral cristiana cuenta con la luz de la Revelación, que no anula ni sustituye, sino que
motiva y completa las exigencias que el hombre había ya percibido por su propia razón
moral.

Lo específico es la revelación, la luz de Cristo.

b) Normas para la enseñanza moral

1.- rango de exposición científica.


2.- nutrida por la Sagrada Escritura.
3.- subraye más lo positivo que lo negativo. No es la ciencia de los pecados, sino que
muestre la excelencia de la vocación, con una dimensión dialogal, de respuesta.
4.- subrayar el carácter cristocéntrico y eclesial de la vocación y la responsabilidad ética.
5.- amor como punto central y principio organizador “frutos de caridad en la comunidad”.
6.- de respuesta a la vida del mundo, abrirse.
7.- diálogo con las ciencias.
8.- fuerza profética.

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