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Moral y religión son términos que no son sinónimos, una moral puede seguir subsistiendo
cuando la religión ha dejado de ser una fuerza viva.
Si el elemento de respuesta es esencial en la religión, habrá que esperar que una moral sólo
será auténticamente religiosa en la medida en que ofrezca este rasgo.
La moral arreligiosa es monologal, en la que todas las tareas éticas, todas las normas y
leyes encuentran su centro de convergencia y su sentido en el yo humano, en su perfección.
La religión es para el cristiano mucho más que un sentimiento, una necesidad, o una
experiencia, mucho más que un simple negocio de la salvación del alma.
Sólo existe autentica comunión personal cuando dos personas se toman seria y mutuamente
en consideración. Se acaba la verdadera religión cuando se suprime un polo.
Estamos llamados a realizar mediante nuestra respuesta nuestra imagen y semejanza a Él.
La religión vive de la oración, el hombre religioso entra en diálogo con Dios a través de la
oración.
La vida moral debe fluir de nuestra vida religiosa, de nuestra relación con Dios.
No basta que la religión ofrezca al hombre la certeza de una sanción a su vida moral; la
moralidad debe ser parte integrante de la religión.
La religión cristiana, siendo comunión personal con Dios, no soporta que el alma humana
sea el punto central de la moral.
La comunión personal con Dios es la única forma que tiene el hombre de entender su
propia religiosidad:
La religión no como medio de auto perfeccionamiento y de salvación.
La santidad de Dios no ha de tomarse como medio para nada.
El mayor peligro para la auténtica vida religiosa proviene de considerar los actos religiosos
y el trato con Dios como si su primera finalidad fuera de procurar alguna ventaja al hombre.
No es que tachemos de malo el esfuerzo del hombre por perfeccionarse, sino no puede ser
lo primero.
La moral y religión deben tener un mismo centro; la comunión amorosa con Dios en la
comunidad de salvación por Él convocada (la Iglesia).
Los mandamientos y las leyes son seguirán siendo ideas centrales de la moral cristiana; la
predicación de los mandamientos es, por su esencia, teocéntrica y al mismo tiempo lleva el
carácter de respuesta y diálogo, pues el mandamiento incluye absolutamente una idea
religiosa.
También la ética fundada sobre las leyes presenta plenamente el carácter dialogal de
respuesta religiosa; aunque la expresión de la ley natural, como expresión del orden de la
creación, procede originalmente de la filosofía moral estoica, la ética cristiana, en especial
la de San Agustín, la ha purificado de todo impersonalismo y fatalismo. Para San Agustín
ley significa expresión de la esencia y de la voluntad salvífica de Dios. La ley está inscrita
en el corazón de todo hombre y constituye un llamamiento personalísimo de Dios a cada
uno. También la ley en esencia expresa la voluntad que liga a una comunidad, como
también la solidaridad en los dones recibidos y en los deberes.
Para el nominalismo el precepto no se funda sobre la esencia santa de Dios, sino sólo sobre
su voluntad soberana, no hay para que indagar sus fundamentos, ni su intrínseca hermosura,
esto puede ser peligroso. Valdrá más obediencia, cuanto menos aparezca el valor interno de
los preceptos. No es comunión, sino obediencia ciega.
Hay que tener en cuenta que estos “polos” no se deben de contraponer sino integrar, tienen
que hermanarse.
Cuando se hace una moral de pura ley se pasan por alto las exigencias que presenta cada
momento actual, la conciencia se degrada a una simple función lógica y la ley se yergue
entre Dios y la conciencia humana como una fuerza impersonal.
Marcar las diferencias entre las relaciones estrictamente religiosas del hombre con Dios y
las religioso-morales, así aparecerá lo que es peculiar de la moralidad considerada como
actitud de respuesta, como una responsabilidad.
Las tres virtudes teologales sólo pueden entenderse plenamente miradas en su aspecto
dialogal de Palabra de Dios y respuesta del hombre, por ellas no sólo tornamos hacia Dios,
sino hacia su Palabra. Así como Dios no se nos manifiesta cara a cara, sino solamente
mediante su Verbo, así nosotros tampoco subimos hasta Él, sino por la respuesta a su
Palabra en Cristo, sólo así entramos en comunión con Él.
La virtud de la religión es nuestra respuesta a la gloria de Dios que nos creó, a la gloria de
la redención por la que Cristo nos eleva a Dios, a la gloria de la santificación que el Espíritu
realiza en nosotros.
También la virtud de la religión roza con las virtudes morales, pues la buena conducta
humana no depende únicamente del ejercicio de éstas, sino también del de la religión, ya
que a ella corresponde convertir toda la vida privada y pública, siempre y en todas partes,
en un servicio divino, encaminando todas las obras a mayor gloria de Dios.
Están relacionadas con la realización del orden creado y miran a las personas, bienes y
valores, y por lo mismo no se les puede aplicar plenamente el concepto de respuesta a Dios
y responsabilidad ante Él.
Una respuesta supone efectivamente una persona a quien se le contesta. Pero cuando al
practicarlas se pone la mira en Dios y se las eleva hasta Él, revisten el carácter de diálogo,
de respuesta a Dios y de responsabilidad ante Él.
Elevado y sostenido por las tres virtudes teologales, respuesta del hombre a Dios, acepta y
cumple el cristiano sus deberes morales, que miran directamente a lo creado, con la
disposición propia de hijo de Dios.
1.- Lo religioso orienta hacia lo divino, hacia Dios, e impone una respuesta. Lo moral está
orientado a realizar el orden de la creación; ello constituye una auténtica respuesta a Dios
por cuanto significa que se toman en serio al prójimo, la comunidad humana, nuestra
misión en el mundo y las personas y los valores creados. Es una respuesta dada cada día
con la misma vida.
4.- Todo acto moral, además de traducir y desarrollar nuestros valores personales,
compromete nuestra responsabilidad no sólo ante Dios, sino también en cierto modo ante el
prójimo y ante la sociedad en que vivimos y sobre la que irradian no sólo nuestras
decisiones morales particulares sino todo nuestro ser moral y religioso.
5.- En toda decisión moral, pero especialmente cuando peligra la integridad de la vida ética,
el hombre se da cuenta de que su existencia y salvación depende de la respuesta que va a
dar. No hay acción moral que no comprometa, al Dios santísimo no se le puede responder
sin comprometerse. En el acto moral la persona se responsabiliza de sí misma, el juicio
final revelará algún día cuáles fueron estas diversas responsabilidades que se tomaron ante
Dios. El acto propiamente religioso entraña igual responsabilidad, por el percibe el hombre
más inmediatamente que su salvación está ligada a la respuesta que da al Dios santísimo.
Por eso cae en el campo de la teología moral tanto la vida religiosa, como la totalidad de la
vida moral responsable.
Aunque a nuestro entender la idea central de la moral cristiana no es la salvación del alma,
ni el propio perfeccionamiento, sino la responsabilidad, no ha de pasarse de largo que la
responsabilidad de nuestra propia salvación en cierto modo ocupa el primer puesto:
habiéndose confiado a nuestra responsabilidad, adquiere un valor que está por encima de
todos los valores impersonales.
Pero nuestra propia salvación no está por encima de los intereses del Reino de Dios, ni de la
salvación del prójimo.
Responsabilidad por lo propio pasa delante de la responsabilidad por lo ajeno, toda vez que
sólo podemos disponer libre e inmediatamente cuanto está al alcance de nuestra propia
voluntad.
Responsabilidad y libre albedrío caminan estrechamente unidos. Cuanto más dependa algo
de nuestra libre voluntad, más caerá bajo nuestra responsabilidad inmediata.
El punto central común en Dios, la comunión de amor con Él, la responsabilidad ante Él. Es
Dios quien comunica todos estos intereses en un valor igual.
Con esto establecemos una jerarquía de valores, la preocupación por la propia salvación
adquiere mayor profundidad considerada desde un punto de vista de conjunto. La
formación moral y religiosa del hombre se realiza gradualmente por un continuo
crecimiento. Las aspiraciones personales del yo van quedando progresivamente
subordinadas al verdadero orden de valores. Las exigencias de la felicidad y de la
moralidad no coinciden, pero si se llaman mutuamente, el móvil de la felicidad es el gran
aliado del deber moral, a menudo el único que alcanza a hacerse oír en medio del pecado,
es el último eco del llamamiento con que llama Dios a la obediencia y al amor.
La predicación moral y el esfuerzo personal deben proponerse la totalidad del fin que
pretenden conseguir, o sea la plena conversión a Dios, pero en las diferentes etapas de la
evolución moral se ha de buscar en concreto los motivos más eficaces según los casos.
El “salva tu alma” debe impulsar al hombre a adoptar una actitud moral ante Dios, que sea
una verdadera respuesta, una moral en la que quepa toda la vida.
La intranquilidad del alma no es aún el amor a Dios, pero es el resorte que la impulsa hacia
Él. Felicidad y propio perfeccionamiento constituyen una finalidad moral, pero no la
última, la llamada a la puerta no constituye nunca el verdadero mensaje.
1.- El fundamento del seguimiento de Cristo es la incorporación del discípulo a Él, por
medio de la gracia. Pero el efectivo seguimiento se realiza por la unión existencial con Él
mediante los actos de amor y de obediencia.
Seguir a Cristo es ligarnos a su Palabra, por la gracia y por el don de su amor Jesucristo nos
libra consigo.
2.- Estar en Cristo quiere decir ser admitido en su Reino, significa que, por razón de la
incomprensible solidaridad con el pueblo de su alianza, se participa en esta alianza
portadora de salvación, de todos los miembros entre sí y hasta donde es posible con la libre
aceptación de una común y recíproca responsabilidad.
Ser miembro del cuerpo de Cristo exige de cada cristiano en particular la consagración
responsable de toda su persona con todas sus fuerzas individuales, a los intereses de Cristo,
a la comunidad y al prójimo.
El seguimiento de Cristo nos es posible porque en Él, el Verbo, estriba nuestra semejanza
con Dios que vuelve a restablecerse mediante su redención. En la realización del
seguimiento de Cristo es donde se manifiesta esta nuestra semejanza con Dios. Del mismo
modo que toda semejanza supone un modelo, así la teología moral debe señalar en todo a la
vida cristiana la palabra original en la que por la que el hombre hecho a semejanza de Dios
vive y es capaz de responder.
4.1 El objeto
Para la moral tradicional de característica manualística el objeto son las leyes teóricamente
o casuísticamente formuladas.
El Vaticano II en O.T. 16 nos dice que la moral “debe mostrar la excelencia de la vocación
de los fieles en Cristo” que se concretiza en una caridad que mueve a fructificar para la vida
del mundo.
Algunas preguntas:
1.- ¿La teología moral va concentrada en el estudio de las normas éticas en vista de su
fundación y precisación o debe considerarse tal estudio sólo como una parte, aunque
fundamental?
2.- ¿La experiencia moral es fundamentalmente una experiencia normativa o el dato
normativo es sólo uno de los elementos que la componen?
3.- ¿Cómo iniciar la reflexión para que no resulte un conjunto de propuestas para su objeto?
La respuesta a la primera pregunta se debe proceder en la perspectiva de una teología moral
que aunque teniéndola fundamental no se limite al desarrollo-tratado sólo de las leyes.
Estas de hecho tienen necesidad de ser asumidas por la conciencia de la persona y
proyectadas al interno de una historia personal y comunitaria, que pone siempre ulteriores
elementos a valorizar.
Se trata de una dinámica compleja y no siempre ágil, que permanece ahora más difícil de
las difusas manipulaciones a las que nos encontramos puestos y a las obras de los medios.
Darlo por hecho a reducirlo a simple información es una ingenuidad cargada de graves
consecuencias.
La insistencia del Vaticano II por una teología moral de la vocación en Cristo es ahora
válida, aunque se deba dar el debido espacio a la problemática de las normas.
b) tal valor no es un hecho ya dado, sino el objeto de una elección libre que tiende
dinámicamente a realizarlo a través de un proyecto ininterrumpido. Esta tarea se convierte
con el significado esencial de la existencia humana de transformarse en obligación, el deber
en sentido estricto.
Esto nos permite coger el núcleo de la experiencia moral; que no es reducible a una de las
tantas experiencias normativas, aunque ella tenga un componente normativo. Veritatis
splendor nos dice“«Se le acercó uno...». En el joven, que el evangelio de Mateo no
nombra, podemos reconocer a todo hombre que, conscientemente o no, se acerca a Cristo,
redentor del hombre, y le formula la pregunta moral. Para el joven, más que una pregunta
sobre las reglas que hay que observar, es una pregunta de pleno significado para la vida.
En efecto, ésta es la aspiración central de toda decisión y de toda acción humana, la
búsqueda secreta y el impulso íntimo que mueve la libertad. Esta pregunta es, en última
instancia, un llamamiento al Bien absoluto que nos atrae y nos llama hacia sí; es el eco de
la llamada de Dios, origen y fin de la vida del hombre. Precisamente con esta perspectiva,
el concilio Vaticano II ha invitado a perfeccionar la teología moral, de manera que su
exposición ponga de relieve la altísima vocación que los fieles han recibido en Cristo 14,
única respuesta que satisface plenamente el anhelo del corazón humano. Para que los
hombres puedan realizar este «encuentro» con Cristo, Dios ha querido su Iglesia. En
efecto, ella «desea servir solamente para este fin: que todo hombre pueda encontrar a
Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida»”.
En la experiencia moral el sentido y los valores entran en diálogo con las normas, la
intencionalidad, con las exigencias de la historia, el yo con las necesidades de los otros. En
ella se expresa el ser sujeto de la persona, sujeto responsable en un diálogo con los otros y
con Dios.
La experiencia moral nos manda siempre, en último análisis a la conciencia como el lugar
en el cual toma su concreto valor, una conciencia no cerrada en sí misma, sino abierta a la
reciprocidad con las otras conciencias, en búsqueda constante de la verdad, en escucha y
acogida de la Palabra. No se pierde de vista la reciprocidad entre las personas y la
comunidad: las dos son sujetos de la experiencia moral, al interno de esta reciprocidad
aparece clara la importancia del ministerio magisterial.
Que sea teología es una de las instancias mayormente remarcadas por el Concilio Vaticano
II.
La opción para que sea teología de todo el discurso no significa para nada renunciar a las
exigencias de la cientificidad propias de la reflexión ética. Se trata en cambio de dar
nosotros una posterior especificación y apertura que la haga capaz de permanecer
efectivamente ministerial en relación al propio objeto.
La articulación de las ciencias constituye un empuje de esta perspectiva, hay que empeñarse
para que la propuesta venga articulada respetada con criterios propios de las ciencias.
Hay algunos datos conciliares que nos invitan a una teología moral de:
* la historia de la salvación fundada sobre el misterio de Cristo y nutrida
incesantemente de la Sagrada Escritura.
* la vocación es decir, no una moral del límite o de mandamientos, sino de la
plenitud y de la libertad.
* de un actuar que no sea un simple hacer o un simple aplicar, sino un fructificar
cargado del valor de la subjetividad.
* con un horizonte que se abra al mundo entero, superando las tentaciones de las
reducciones individualistas.
El proceso interpretativo es un camino que procede por grados a niveles, cada uno de ellos
presenta una propia especificidad, también se hace la relación entre ellos. Es necesario:
1.- precisar un camino interpretativo claro en la determinación y en la colocación de
los diversos niveles.
2.- modelarlo a la luz de las instancias de la indispensable interdisciplinariedad (a
nivel sea de las ciencias humanas como de disciplinas teológicas).
3.- respetar los niveles a los cuales pertenecen las diversas afirmaciones, evitando
trasposiciones que terminaran inevitablemente forzando y falseando.
4.- no absolutizar los datos de ningún nivel, sino conservarlos siempre en la
circularidad que los liga a aquellos de los otros.
5.- no perder jamás de vista la prioridad de la realidad en las observaciones de cada
interpretación.
Concretamente la propuesta ética, que así viene elaborada, se articula sobre 3 niveles:
1.- el camino para llegar y hacer experiencia del significado.
2.- los criterios que permiten de relacionarlo con la realidad.
3.- Entonces determinar sobre todo las observaciones de las problemáticas más
graves y urgentes, normas más específicas.
Es necesario relacionar las instancias del diálogo con aquellas del anuncio, es indispensable
que la relación con las fuentes y el uso de los instrumentos propiamente teológicos sean
siempre hermenéuticamente correctos, descartando siempre toda tentación fundamentalista.
4.4 La ministerialidad
109. Toda la Iglesia, partícipe del «munus propheticum» del Señor Jesús mediante el don
de su Espíritu, está llamada a la evangelización y al testimonio de una vida de fe. Gracias
a la presencia permanente en ella del Espíritu de verdad (cf. Jn 14, 16-17), «la totalidad de
los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2, 20. 27) no puede equivocarse cuando
cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la
fe de todo el pueblo cuando "desde los obispos hasta los últimos fieles laicos" presta su
consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres».
Para cumplir su misión profética, la Iglesia debe despertar continuamente o reavivar la
propia vida de fe (cf. 2 Tm 1, 6), en especial mediante una reflexión cada vez más
profunda, bajo la guía del Espíritu Santo, sobre el contenido de la fe misma. Es al servicio
de esta «búsqueda creyente de la comprensión de la fe» donde se sitúa, de modo específico,
la vocación del teólogo en la Iglesia: «Entre las vocaciones suscitadas por el Espíritu en la
Iglesia —leemos en la Instrucción Donum veritatis— se distingue la del teólogo, que tiene
la función especial de lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez
más profunda de la palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por
la Tradición viva de la Iglesia. Por su propia naturaleza, la fe interpela la inteligencia,
porque descubre al hombre la verdad sobre su destino y el camino para alcanzarlo.
Aunque la verdad revelada supere nuestro modo de hablar y nuestros conceptos sean
imperfectos frente a su insondable grandeza (cf. Ef 3, 19), sin embargo, invita a nuestra
razón —don de Dios otorgado para captar la verdad— a entrar en el ámbito de su luz,
capacitándola así para comprender en cierta medida lo que ha creído. La ciencia
teológica, que busca la inteligencia de la fe respondiendo a la invitación de la voz de la
verdad, ayuda al pueblo de Dios, según el mandamiento del apóstol (cf. 1 P 3, 15), a dar
cuenta de su esperanza a aquellos que se lo piden».
Para definir la identidad misma y, por consiguiente, realizar la misión propia de la
teología, es fundamental reconocer su íntimo y vivo nexo con la Iglesia, su misterio, su
vida y misión: «La teología es ciencia eclesial, porque crece en la Iglesia y actúa en la
Iglesia... Está al servicio de la Iglesia y por lo tanto debe sentirse dinámicamente inserta
en la misión de la Iglesia, especialmente en su misión profética». Por su naturaleza y
dinamismo, la teología auténtica sólo puede florecer y desarrollarse mediante una
convencida y responsable participación y pertenencia a la Iglesia, como comunidad de fe,
de la misma manera que el fruto de la investigación y la profundización teológica vuelve a
esta misma Iglesia y a su vida de fe.
110. Cuanto se ha dicho hasta ahora acerca de la teología en general, puede y debe ser
propuesto de nuevo para la teología moral, entendida en su especificidad de reflexión
científica sobre el Evangelio como don y mandamiento de vida nueva, sobre la vida según
«la verdad en el amor» (Ef 4, 15), sobre la vida de santidad de la Iglesia, o sea, sobre la
vida en la que resplandece la verdad del bien llevado hasta su perfección. No sólo en el
ámbito de la fe, sino también y de modo inseparable en el ámbito de la moral, interviene el
Magisterio de la Iglesia, cuyo cometido es «discernir, por medio de juicios normativos
para la conciencia de los fieles, los actos que en sí mismos son conformes a las exigencias
de la fe y promueven su expresión en la vida, como también aquellos que, por el contrario,
por su malicia son incompatibles con estas exigencias». Predicando los mandamientos de
Dios y la caridad de Cristo, el Magisterio de la Iglesia enseña también a los fieles los
preceptos particulares y determinados, y les pide considerarlos como moralmente
obligatorios en conciencia. Además, desarrolla una importante tarea de vigilancia,
advirtiendo a los fieles de la presencia de eventuales errores, incluso sólo implícitos,
cuando la conciencia de los mismos no logra reconocer la exactitud y la verdad de las
reglas morales que enseña el Magisterio.
Se inserta aquí la función específica de cuantos por mandato de los legítimos pastores
enseñan teología moral en los seminarios y facultades teológicas. Tienen el grave deber de
instruir a los fieles —especialmente a los futuros pastores— acerca de todos los
mandamientos y las normas prácticas que la Iglesia declara con autoridad. No obstante los
eventuales límites de las argumentaciones humanas presentadas por el Magisterio, los
teólogos moralistas están llamados a profundizar las razones de sus enseñanzas, a ilustrar
los fundamentos de sus preceptos y su obligatoriedad, mostrando su mutua conexión y la
relación con el fin último del hombre. Compete a los teólogos moralistas exponer la
doctrina de la Iglesia y dar, en el ejercicio de su ministerio, el ejemplo de un asentimiento
leal, interno y externo, a la enseñanza del Magisterio sea en el campo del dogma como en
el de la moral. Uniendo sus fuerzas para colaborar con el Magisterio jerárquico, los
teólogos se empeñarán por clarificar cada vez mejor los fundamentos bíblicos, los
significados éticos y las motivaciones antropológicas que sostienen la doctrina moral y la
visión del hombre propuestas por la Iglesia.
111. El servicio que los teólogos moralistas están llamados a ofrecer en la hora presente es
de importancia primordial, no sólo para la vida y la misión de la Iglesia, sino también
para la sociedad y la cultura humana. Compete a ellos, en conexión íntima y vital con la
teología bíblica y dogmática, subrayar en la reflexión científica «el aspecto dinámico que
ayuda a resaltar la respuesta que el hombre debe dar a la llamada divina en el proceso de
su crecimiento en el amor, en el seno de una comunidad salvífica. De esta forma, la
teología moral alcanzará una dimensión espiritual interna, respondiendo a las exigencias
de desarrollo pleno de la "imago Dei" que está en el hombre, y a las leyes del proceso
espiritual descrito en la ascética y mística cristianas».
Ciertamente, la teología moral y su enseñanza se encuentran hoy ante una dificultad
particular. Puesto que la doctrina moral de la Iglesia implica necesariamente una
dimensión normativa, la teología moral no puede reducirse a un saber elaborado sólo en el
contexto de las así llamadas ciencias humanas. Mientras éstas se ocupan del fenómeno de
la moralidad como hecho histórico y social, la teología moral, aun sirviéndose
necesariamente también de los resultados de las ciencias del hombre y de la naturaleza, no
está en absoluto subordinada a los resultados de las observaciones empírico-formales o de
la comprensión fenomenológica. En realidad, la pertinencia de las ciencias humanas en
teología moral siempre debe ser valorada con relación a la pregunta primigenia: ¿Qué es
el bien o el mal? ¿Qué hacer para obtener la vida eterna?
Es un ministerio que no se debe de entender limitado sólo a las ciencias, se trata de hacer
que la profundización, el anuncio y la realización práctica de la verdad salvífica de parte de
la comunidad cristiana sean siempre claramente radicadas en las fuentes y significativas
para nuestro mundo.
Aparece así toda la importancia de la dimensión pastoral, a la luz del modo de ser pastor de
Cristo, marcada profundamente por la encarnación y la cruz.
La separación entre la vida y la propuesta teórica que a menudo se constata exige una
lectura particularmente atenta, no puede ser apriorísticamente interpretada como expresión
del retardo de la vida en relación con los valores, esto es verdadero pero no podemos
olvidar que en muchas ocasiones se dan propuestas en retardo o inadecuadas.
El Vaticano II es muy fecundo para la moral cristiana y para su estudio sistemático, aportó
orientaciones para la vida práctica de los cristianos, una nueva orientación metodológica
para el estudio y elaboración de la moral formuladas y una nueva conciencia y énfasis sobre
muchos temas.
Implicaría tanto el modo de entender al ser humano, como a Cristo, a su Iglesia y las
esperanzas y responsabilidades del cristiano.
Concepción antropológica;
Ser humano en cuanto imagen de Dios (GS 12c, 4a, 34ª)
Antropología integral
Conciencia libre, capaz, última norma de moralidad.
Autonomía del orden temporal y su adecuación a la misma vocación del hombre
sobre la tierra (AA 7)
Conciencia es el sagrario del hombre (GS 16)
Conciencia cristocéntrica;
Cristo el modelo y consujeto del comportamiento moral de los cristianos.
Él inauguró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su
obediencia realizó la redención. (LG. 3)
Él nos comunicó su soberana libertad para que venzamos el reino del pecado
(LG 36)
Es el Hombre enviado a los hombres (DV 4)
Ejemplificó y urgió el mandamiento del amor al prójimo y estableció la caridad
como distintivo de sus discípulos (AA 8)
Deber ético del cristiano se resume en el testimonio de Cristo; hacer aparecer el
hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera (AG 21)
Comportamiento moral del cristiano es definido como el seguimiento de Cristo
(GS 40)
Misterio del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.
Dignidad de lo humano y su definitiva revelación en Cristo.
Oferta de un nuevo estilo de vida.
Eclesiología;
De comunión.
No es posible vivir, ni anunciar el mensaje de Jesús desde el individualismo y el
aislamiento.
Índole comunitaria de la vocación humana.
Resonancia eclesial de todo comportamiento.
Llamada al diálogo (GS. 64)
Conciencia escatológica;
La Iglesia como Pueblo de Dios peregrinante que va anunciando y anticipando
el Reino de Dios (LG. 8, 48)
Conclusiones de esta conciencia de itinerancia; agradar al Señor, actuación
moral de los cristianos presentada con categorías que evocan el dinamismo y la
esperanza, la creatividad y osadía, la santidad y la creyente conversión (LG. 8)
Acusación de vivir cristianismo alienante; la esperanza escatológica no merma
la importancia de las tareas temporales sino que más bien proporciona nuevos
motivos de apoyo para su ejercicio (GS. 21, 39)
Cuatro perspectivas con más presencia del Espíritu que marcan una orientación clara para
la catequesis y el estudio de la moral cristiana.
1.- Atención a la dignidad del hombre creado a imagen de Dios, ser social por naturaleza,
quebrado por el pecado, superior al universo entero, capaz de decidir su propio destino (GS.
12-15)
2.- Énfasis sobre la conciencia como núcleo más sagrado del hombre y base para el diálogo
ético que une a los creyentes con los demás hombres. Aunque se puede vivir una ignorancia
invencible, la conciencia puede verse entenebrecida por el hábito del pecado por la
cautividad de las pasiones. (GS. 16-17)
4.- Exigencia del bien común, que no suprime, sino que realza la dignidad y el respeto
debido a toda persona (GS 28). Denuncia toda forma de discriminación de la persona (GS
29), evoca la obligación de acercarse a los marginados y condena una larga serie de
modernas inmoralidades (GS 27).
5.- Valor y autonomía de la actividad del hombre en el mundo, así como el valor
humanizador del trabajo (GS. 33-34). Trabajo a la luz de la fe deformada por el pecado
(GS. 36-39), redimida por el misterio pascual, llamada a la plenitud final. Hay un principio
ético fundamental basado en la orientación humana del progreso (GS. 35), criterio de
eticidad el ser humano y su realización plenas.
Metodología conciliar;
1.- fundamentada en una antropología religiosa bastante completa.
2.- sensibilidad hacia el cambio sociopolítico y familiar.
3.- perspectiva ecuménica en la búsqueda de la verdad en materias morales.
4.- concepción de la vida moral como una unidad basada en el amor de Cristo.
5.- orientación pastoral de la teología y apertura a las ciencias empíricas.
6.- énfasis en la libertad de investigación y expresión.
7.- competencia de los laicos en las decisiones éticas concernientes al mundo
secular.
8.- carácter vocacional de la moralidad cristiana y fundamentación del imperativo
sobre el indicativo.
1.- la moral cristiana comparte con las éticas seculares los interrogantes más profundos
sobre el significado último de la actividad humana y sobre su calificación moral.
4.- la moral cristiana cuenta con la luz de la Revelación, que no anula ni sustituye, sino que
motiva y completa las exigencias que el hombre había ya percibido por su propia razón
moral.