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33ª Conferencia.

La feminidad
​ Sigmund Freud
– 1916-1918 –

Masculino y femenino es la primera diferencia que ustedes hacen cuando se


encuentran con otro ser humano. En ambos sexos se han formado órganos que sirven
exclusivamente a las funciones genésicas, y es probable que se hayan desarrollado a
partir de una misma disposición en dos diferentes configuraciones. La ciencia hace
notar que partes del aparato sexual masculino se encuentran también en el cuerpo de
la mujer, y viceversa. Pero en una persona esta presente solo una clase de productos
genésicos. Aquello que constituye la masculinidad o la feminidad es un carácter
desconocido que la anatomía no puede aprehender.

Estamos habituados a referirnos a lo masculino como lo activo y a lo femenino como


lo pasivo.
Podría intentarse caracterizar psicológicamente la feminidad diciendo que consiste
en la predilección por metas pasivas. Pero esto no es lo miso que pasividad. Puede ser
necesaria una gran dosis de actividad para alcanzar una meta pasiva. Su propia
constitución prescribe a la mujer a sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone; esto
favorece que se plasmen mociones masoquistas. El masoquismo es auténticamente
femenino.
El psicoanálisis no pretende describir qué es la mujer, sino indagar cómo deviene,
cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual.

Abordamos la indagación del desarrollo sexual femenino con dos expectativas:


● Que la constitución ha de plegarse sin renuencia a la función.
● Que los cambios decisivos ya se encaminan antes de la pubertad.
Entre el varón y la niña, la diferencia en la conformación de los genitales es
acompañada por otras desemejanzas corporales. También surgen diferencias en la
disposición pulsional. La niña pequeña es por regla general menos agresiva y porfiada,
se basta menos a sí misma, parece tener mas necesidad de que se le demuestre
ternura, y por eso ser más dependiente y dócil.
Los dos sexos parecen recorrer de igual modo las primeras fases del desarrollo
libidinal. La niña pequeña es como un pequeño varón. Parecen que en ella todos los
actos onanistas tuvieran por teatro el clítoris como equivalente del pene. En la fase
fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora. Pero con la vuelta hacia la
feminidad el clítoris debe ceder a la vagina su sensibilidad y con ella su valor.
El primer objeto de amor del varoncito es la madre. También para la niña tiene que
ser la madre. Ahora bien, en la situación edípica es el padre quien ha devenido objeto
de amor. Por lo tanto, con la alternancia de los periodos la niña debe trocar zona
erógena y objeto.
No se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón – madre
preedípica.
Los vínculos libidinosos de la niña con la madre son muy diversos. Atraviesan por las
tres fases de la sexualidad infantil y cobran los caracteres de cada una de ellas. Fue la
madre quien a raíz de los menesteres del cuidado corporal provocó sensaciones
placenteras en los genitales, y acaso hasta las despertó por primera vez.
¿A raíz de qué se va a pique esta potente ligazón – madre de la niña?
Esta destinada a dejar sitio a la ligazón – padre. El extrañamiento respecto de la
madre se produce bajo el signo de la hostilidad, esta ligazón acaba en odio.
De los reproches a la madre, el que se remonta mas atrás es el de haber
suministrado poca leche al niño. Pero cualquiera que haya sido la situación real, es
imposible que el reproche este justificado. Parece mas bien que el ansia del niño por su
primer alimento es lisa y llanamente insaciable.
La próxima acusación a la madre se aviva cuando el siguiente hijo aparece en su cuna.
La madre no quiso o no pudo dar mas leche al niño porque necesitaba el alimento para
el recién llegado. Pero el amamantamiento no es lo único que enemista al niño con el
indeseado intruso y rival; igual efecto traducen todos los otros signos de cuidado
materno. Las exigencias de amor de los niños no tienen medida, exigen exclusividad.
Una rica fuente para la hostilidad del niño hacia su madre la proporcionan sus
múltiples deseos sexuales, que casi nunca pueden ser satisfechos. Todos estos factores
(las postergaciones, los desengaños de amor, los celos, la seducción con la prohibición
subsiguiente) adquieren eficacia también en la relación del varoncito con su madre,
pero no son capaces de enajenarlo del objeto – madre.
Ese factor especifico que se da en la niña, reside en el complejo de castración. La
muchacha hace responsable a la madre de su falta de pene y no le perdona ese
perjuicio.
El complejo de castración en ella se inicia con la visión de los genitales del otro sexo. Se
siente gravemente perjudicada, y cae presa de la envidia del pene. Se aferra por largo
tiempo al deseo de llegar a tener algo así, y aun en épocas en que su saber de la
realidad hace mucho desecho por inalcanzable el cumplimiento de este deseo, el
análisis puede demostrar que se ha conservado en lo inconsciente.
El descubrimiento de su castración es un punto de viraje. De ahí parten tres
orientaciones:
1. Inhibición sexual o neurosis.
2. Alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad.
La niña se rehúsa a reconocer la castración y mantiene su quehacer clitorídeo y busca
refugio en una identificación con la madre fálico o el padre. Lo esencial es que en este
lugar del desarrollo se evita la oleada de pasividad que inaugura el giro a la feminidad.
3. Feminidad normal.
Con el abandono de la masturbación clitorídea se renuncia a una porción de
actividad. Ahora prevalece la pasividad, la vuelta hacia el padre se consuma con ayuda
de mociones pulsionales pasivas. El deseo con que la niña se vuelve hacia el padre es el
deseo del pene que la madre le ha denegado y ahora espera del padre. La situación
femenina solo se establece cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo del
hijo.
El complejo de Edipo del varoncito anhela a su madre y querría eliminar a su padre.
Se desarrolla a partir de la fase de su sexualidad fálica. La amenaza de castración lo
constriñe a resignar esta postura, el complejo de Edipo es abandonado y se instaura
como su heredero un severo superyó. En la niña, el complejo de castración prepara al
complejo de Edipo en vez de destruirlo; por el influjo de la envidia del pene, la niña es
expulsada de la ligazón madre. Ausente la angustia de castración, falta el motivo que
esfuerza al varón a superar el complejo de Edipo. Ella permanece dentro de este por un
tiempo indefinido, después lo deconstruye y aun así lo hace de forma incompleta.

Hemos llamado “libido” a la fuerza pulsional de la vida sexual. La vida sexual esta
gobernada por la polaridad masculino – femenino; esto nos sugiere considerar la
relación de la libido con esa oposición. Pero existe solo una libido, que entra al servicio
de la función sexual tanto masculina como femenina. No podemos atribuirle sexo
alguno.
Adjudicamos a la feminidad un alto grado de narcisismo, que influye también sobre
su elección de objeto, de suerte que para la mujer la necesidad de ser amada es más
intensa que la de amar.
Las condiciones de la elección de objeto de la mujer se vuelven a veces irreconocibles
por obras de las circunstancias sociales. Cuando puede mostrarse libremente, se
produce a menudo siguiendo el ideal narcisista. Si ella ha permanecido dentro de la
ligazón – padre, elige según el tipo paterno. Esto debiera asegurar un matrimonio
dichoso. Pero muy a menudo interviene otro desenlace. La hostilidad que se dejo atrás
alcanza a la ligazón positiva y desborda sobre el nuevo objeto. El marido, entra con el
tiempo en posesión de la herencia materna. Entonces ocurre que la mujer se llena con
la lucha contra su marido.
La identificación – madre de la mujer permite discernir dos estratos:
● Preedípico: ligazón tierna con la madre y la toma por arquetipo.
● Posterior: derivado del complejo de Edipo, quiere eliminar a la madre y
sustituirla junto al padre.

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