Está en la página 1de 28

1.

Argumentos del ateísmo (Módulo 1)

1.a. Argumento del mal


El argumento del mal a favor del ateísmo sostiene que la existencia del mal en el mundo es
incompatible con la existencia de un Dios bueno y todopoderoso. Dado que el mal existe,
entonces Dios no existe.

Texto 1: Epicuro: El dilema


“Dios o bien quiere impedir los males y no puede, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede, o
quiere y puede. Si quiere y no puede es impotente, lo cual es imposible en Dios. Si puede y no
quiere, es envidioso, lo que del mismo modo es contrario a Dios. Si ni quiere ni puede, es
envidioso e impotente; por tanto, ni siquiera es Dios. Si puede y quiere, que es lo único que
conviene a Dios, ¿de dónde procede entonces la existencia de los males y por qué no los impide?”1

Texto 2: Paul Henri Thiry: El mal en el mundo contra la bondad de Dios


“En efecto, si este Dios es todopoderoso, si es el autor de todas las cosas, si no se hace nada sin su
permiso ¿Cómo podemos atribuirle bondad en un mundo en el que sus criaturas están expuestas a
males continuados, a enfermedades crueles, a revoluciones físicas y morales y en definitiva a la
muerte? Los hombres solo pueden atribuir bondad a Dios sobre los bienes que reciben, desde el
momento que padecen el mal, este Dios no puede ser bueno para ellos. (…) Dios, nos dicen estos
autores, no es el autor del mal, solo lo permite. ¿No ven que para nosotros es lo mismo cometer el
mal que tolerarlo un Dios que podría evitarlo?”2.

Texto 3: Tomás de Aquino: Argumento de los contrarios


“Parece que Dios no existe. Pues si uno de dos contrarios fuese infinito, el otro se destruiría
totalmente. Ahora bien, bajo el nombre ‘Dios’ se entiende esto, a saber, que es un cierto bien
infinito. Por consiguiente, si Dios existiese, no existiría ningún mal. Ahora bien, hay mal en el
mundo. Por lo tanto, Dios no existe”3.

Texto 4: John Mackie: El problema de la inconsistencia


“En su forma más simple, el problema es este: Dios es omnipotente; Dios es totalmente bueno; y
aun así, el mal existe. Parece haber una contradicción entre estas tres proposiciones, de tal forma
que si dos de ellas fueran verdaderas, la tercera sería falsa. Pero al mismo tiempo, las tres son
partes esenciales de la mayoría de las posiciones teológicas: el teólogo, al parecer, debe adherir y
no puede consistentemente adherir a las tres”4.

1
Epicuro, frag. 374 en John Hospers, An Introduction to Philosophical Analysis, Psychology Press, Londres, 1997, 310.
Traducción: Ignacio Garay.
2
Paul Henri Thiry, barón de Holbach, El cristianismo desvelado, cap. IV, p. 42. en
https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/el.cristianismo.desvelado.pdf .
3
Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 2, a. 3, Club de Lectores, Buenos Aires, 1944.
4
John Mackie, “Evil and Omnipotence”, Mind 64, 1955, 200-212; 200.
Texto 5: Fiodor Dostoiewski: El sufrimiento de los inocentes:
“Toda la sabiduría del mundo es insuficiente para pagar las lágrimas de los niños. No hablo de los
dolores morales de los adultos, porque los adultos han saboreado el fruto prohibido. ¡Que el diablo
se los lleve! ¡Pero los niños…! (…) Comprendo la solidaridad entre el pecado y el castigo, pero ésta
no puede aplicarse a un niño inocente. Que éste sea culpable de las faltas de sus padres es una
cuestión que no pertenece a nuestro mundo y que yo no comprendo. El malintencionado afirmará
que los niños irán creciendo y llegarán a la edad de los pecados, pero el chiquillo que murió
destrozado por los perros no tuvo tiempo de crecer… (…) «Los verdugos padecerán en el
infierno», me dirás. ¿Pero qué valor puede tener este castigo, cuando los niños han tenido también
su infierno?”5.

Texto 6: Fiodor Dostoiewski: Contra el argumento del mal como parte de la armonía universal:
“No quiero que mi cuerpo, con sus sufrimientos y sus faltas, sirva tan sólo para contribuir a la
armonía futura en beneficio de no sé quién. Quiero ver con mis propios ojos a la cierva durmiendo
junto al león, a la víctima besando a su verdugo. Sobre este deseo reposan todas las religiones, y yo
tengo fe. Quiero estar presente cuando todos se enteren del porqué de las cosas. ¿Pero qué papel
tienen en todo esto los niños? No puedo resolver esta cuestión. Todos han de contribuir con su
sufrimiento a la armonía eterna, ¿pero por qué han de participar en ello los niños? No se
comprende por qué también ellos han de padecer para cooperar al logro de esa armonía, por qué
han de servir de material para prepararla. (…) Comprendo cómo se estremecerá el universo
cuando el cielo y la tierra se unan en un grito de alegría, cuando todo lo que vive o haya vivido
exclame: “¡Tienes razón, Señor! ¡Se nos han revelado tus caminos!”; cuando el verdugo, la madre y
el niño se abracen y digan con lágrimas en los ojos: “¡Tienes razón, Señor!” Sin duda entonces se
hará la luz y todo se explicará. Lo malo es que yo no puedo admitir semejante solución. (…) Ahora
que puedo, me niego a aceptar esta armonía superior. Opino que vale menos que una lágrima de
niño, una lágrima de esa pobre criatura que se golpeaba el pecho y rogaba a Dios en su rincón
infecto. (…) Por otra parte, ¿qué armonía es esa que requiere el infierno? Yo deseo el perdón, el
beso universal, la supresión del dolor. Y si el tormento de los niños ha de contribuir al conjunto de
los dolores necesarios para la adquisición de la verdad, afirmo con plena convicción que tal verdad
no vale un precio tan alto. (…) Mi amor a la humanidad me impide desear esa armonía. Prefiero
conservar mis dolores y mi indignación no rescatados, ¡aunque me equivoque! Además, se ha
enrarecido la armonía eterna. Cuesta demasiado la entrada. Prefiero devolver la mía. Como
hombre honrado, estoy dispuesto a devolverla inmediatamente”6.

Texto 7: San Harris: El problema de la teodicea


a gente de fe asegura que Dios no es responsable del sufrimiento de la humanidad. Pero, ¿cómo
podemos entender que se afirme que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay otro
modo, y es tiempo de que los seres humanos razonables lo asuman. Es el viejo problema de la
teodicea, claro, y deberíamos considerarlo resuelto. Si Dios existe, pues no puede hacer nada por
detener las más descomunales calamidades o no le importa hacerlo. Dios, por consiguiente, o es
impotente o es malvado”7.

5
Fiodor Dostoiewski, Los hermanos Karamazov, Ed. Juventud, Barcelona, 2009, 234-243
6
Ibidem.
7
Sam Harris, Un manifiesto ateo, https://laicismo.org/data/docs/archivo_399.pdf.
Texto 8: La objeción en silogismo condicional
“- Si hay un Dios con poder y bondad infinitos, entonces no hay mal.
- Pero hay mal.
- Entonces, no hay un Dios con poder y bondad infinitos”8.

Texto 9: Étienne Gilson: El mal como ocasión para pensar en Dios


“Si hay objeciones filosóficas a la existencia de Dios, ellas vienen después de la afirmación de su
existencia. Esto es verdad incluso de la objeción más temible que uno puede dirigir contra la
existencia de Dios, a saber, la existencia del mal, sea físico o moral. Si es absurdo que haya mal en
un universo creado por un Dios, la experiencia universal, constante e ineludible del dolor, del mal
y de la muerte, debería volver imposible la formación natural de la noción de Dios. El mundo es
demasiado malo, parece, para ser la obra de un creador divino. Ahora bien, no solamente los
hombres piensan a Dios a pesar de la existencia del mal, sino a causa de ella. Ellos piensan
particularmente en Él cuando sufren, cuando tienen temor y particularmente cuando el miedo a la
muerte les inquieta”. Étienne Gilson, L’athéisme difficile, Paris, Vrin, 1979, pp. 57-58.

Texto 10: Tomás de Aquino: El mal como prueba de Dios


“Si el mal existe, Dios existe. Pues no existiría el mal una vez quitado el orden del bien, del cual el
mal es privación. Pero este orden no existiría, si no existiera Dios”9.

Texto 11: C. S. Lewis: La idea de justicia


“Mi argumento contra Dios fue que el universo parecía tan cruel e injusto. ¿Pero cómo tenía esta
idea de lo justo e injusto? Un hombre no llama una línea torcida a menos que tenga alguna idea de
una línea derecha. ¿Con qué estaba comparando este universo cuando lo llamé injusto?... Claro
que podría haber rendido mi idea de justicia al decir que solo era una idea privada y personal.
Pero si lo hacía, entonces mi argumento contra Dios también colapsaba: ya que el argumento
dependía en afirmar que el mundo era realmente injusto, no solo que no resultase complacer mis
antojos”10.

Texto 12: Bertrand Russell: La indiferencia atea ente el mal


“Tal es, en esquema, el mundo que la ciencia presenta a nuestra creencia, aunque en realidad tiene
aún menos propósito y está más vacío de significado. En tal mundo o en ninguna parte nuestros
ideales deben, pues, buscar su nido. Que el hombre es producto de causas que no preveían el fin
que estaban realizando; que su origen, crecimiento, temores, esperanzas, amores y creencias son el
resultado de accidentales colocaciones de átomos; que no hay fuego, heroísmo, intensidad de
pensamiento o sentimiento que pueda conservar una vida individual más allá de la tumba; que los
esfuerzos de todas las épocas, toda la devoción, inspiración y brillo meridiano del genio del
hombre están destinados a la extinción con la muerte del sistema solar, y que todo el templo de las
hazañas humanas inevitablemente debe enterrarse bajo los despojos de un universo en ruinas;

8
Trent Dougherty y Jerry Walls, “Arguments from Evil” en The Routledge Companion to Theism, editado por Charles
Taliaferro, V. S. Harrison, S. Goetz, 369-382; 379. 2013, New York y London: Routledge.
9
Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles, III, BAC, Madrid, 1952.
10
Clive Lewis, El mero cristianismo, Rialp, Madrid, 2009, 56.
todas estas cosas, aunque no sin disputa, son, sin embargo, tan aproximadamente ciertas que una
filosofía que las niega no puede abrigar esperanzas de subsistencia. Sólo en la armazón de estas
verdades, sólo sobre las firmes bases de una inflexible desesperanza, desde ahora en adelante
podrá construirse con seguridad el habitáculo del alma... (…) Breve e impotente es la vida humana.
Lenta y segura, la condenación cae inexorable y atroz sobre la especie. Ciega para el bien y para el
mal, indiferente ante la destrucción, la materia omnipotente sigue su curso, implacable. Al hombre,
condenado hoy a perder a su ser más querido, condenado a pasar él mismo por la puerta de la
muerte, sólo le es permitido abrigar, antes de que caiga el golpe, los elevados pensamientos que
ennoblecen su efímera existencia; desdeñando los cobardes terrores del esclavo del Destino,
venerar el altar que sus propias manos han construido; inflexible ante el imperio del azar,
conservar el espíritu libre de la caprichosa tiranía que gobierna su vida exterior; desafiando
orgullosamente las irresistibles fuerzas que toleran por un momento su conocimiento y su
condenación, sostener a solas, cual Atlas cansado e inflexible, el mundo plasmado por sus propios
ideales a pesar de la marcha destructora de la fuerza inconsciente”11.

Texto 13: La realidad trágica del ateísmo:


“La religión responde al vacío ontológico que descubre todo el que se entera de que va a morir un
día, que su estadía en la tierra está limitada en el tiempo y que la vida se inscribe brevemente entre
dos nadas. Las fábulas aceleran el proceso. Instalan la muerte en la tierra en nombre de la
eternidad en el cielo. Por ello, arruinan el único bien del que disponemos: la materia viva de una
existencia cortada de raíz con el pretexto de su finitud. Ahora bien, dejar de ser para evitar la
muerte es un mal cálculo. Pues dos veces pagamos a la muerte un tributo que hubiese bastado con
pagar una vez. (…) Venir al mundo es descubrir el ser para la muerte; ser para la muerte es vivir
día a día el descuento de la vida. Sólo la religión parece detener el movimiento. En realidad, lo
precipita… (…) [tras el pecado original, los desgraciados descubrieron] el rigor de lo cotidiano, lo
trágico de todo destino, la brutalidad de la diferencia sexual, el abismo que separa para siempre a
hombre y mujer, la imposibilidad de evitar el trabajo pesado, la maternidad dolorosa, la muerte
soberana. (…) Primera lección: si rechazamos la ilusión de la fe, el consuelo de Dios y las fábulas
de la religión, si preferimos querer saber y optamos por el conocimiento y la inteligencia, entonces
lo real se nos aparecerá tal como es: trágico. Pero más vale una verdad que mata de inmediato la
ilusión y permite no perder del todo la vida sometiéndola a la muerte en vida, que una historia que
consuela en el momento, sin duda, pero no toma en cuenta nuestro verdadero bien: la vida del
aquí y ahora”12.

Texto 14: Agustín Echavarría: El problema del mal


“Se entiende habitualmente por “problema del mal” la dificultad especulativa de hacer compatible
la existencia del mal en el mundo con la afirmación de la existencia de un Dios omnipotente, sabio
y bueno. Aunque se trata de uno de los problemas más antiguos de la filosofía, conserva una
perenne actualidad, y ha suscitado grandes debates en el último medio siglo, sobre todo en el seno
de la tradición de la filosofía analítica de la religión.

11
Bertrand Russell, El culto de un hombre libre, en: Misticismo y Lógica y otros ensayos, Buenos Aires, Paidós, 1975,
60 y ss.

12
Michel Onfray, Tratado de ateología. Física de la metafísica, Ed. de la Flor, Buenos Aires, 2008,
90-93.
¿Cómo es posible que exista el mal, si hay un Dios bueno, sabio y todopoderoso? ¿Cómo puede un
ser tal permitir los horrores que cotidianamente experimentamos en el mundo? En esta entrada se
analizarán estas preguntas en sus diferentes formulaciones y variantes. Se expondrán también
algunas de las principales alternativas de solución propuestas a lo largo de la historia de la
filosofía, haciendo una valoración crítica de cada una de ellas. Por razones de brevedad y de
relevancia en el debate actual, se dará una cierta preeminencia (aunque no exclusividad) a los
planteamientos del problema y las soluciones provenientes de la tradición de la filosofía analítica.

Contenido
 1 Formulación del problema
o 1.1 El problema lógico del mal o argumento “global”
o 1.2 El problema evidencial del mal o argumento “local”
 2 Respuestas al problema del mal
o 2.1 La devaluación de los atributos divinos
 2.1.1 Devaluación de la omnipotencia
 2.1.2 Devaluación de la bondad
o 2.2 Respuestas al problema del mal desde el teísmo clásico
 2.2.1 Teodicea y defensa
 2.2.2 La teodicea optimista
 2.2.3 Defensa del libre arbitrio
 2.2.4 La defensa del libre arbitrio expandida
 2.2.5 El teísmo escéptico
 3 Argumentos teístas a partir del mal
o 3.1 La definición de “mal” y sus implicaciones
o 3.2 La permisión del mal
 4 Bibliografía
 5 Cómo Citar
 6 Derechos de autor
1. Formulación del problema ↑
La formulación más antigua del problema del mal de la que se tiene noticia es la que Lactancio
atribuye a Epicuro, y está formulada a modo de un pseudo-cuatrilema: “O bien Dios quiere
suprimir los males y no puede, o bien puede y no quiere, o bien ni puede ni quiere, o bien quiere y
puede; si quiere y no puede, entonces no es omnipotente, lo cual es impropio de Dios; si puede y
no quiere, entonces no es bueno, lo cual tampoco conviene a Dios; si no puede ni quiere, entonces
no es ni omnipotente ni bueno, con lo cual no es Dios; finalmente, si puede y quiere, ¿de dónde
procede el mal?” (Lactantius 1844, 120B-121A). Según Rovira (2009, 123), no se trata de un
auténtico cuatrilema, porque mientras las tres primeras alternativas conducen a una contradicción
entre la misma noción de Dios y la existencia del mal, la cuarta deja abierta la posibilidad de evitar
esa contradicción, a condición de que se encuentre una plausible explicación al origen del mal.
Otra formulación clásica del problema es la presentada por Boecio: “Si Dios existe, ¿de dónde
provienen los males? Por otra parte, ¿de dónde proceden los bienes, si Dios no existe?” (Boethius
1984, 9). En este caso, la creencia en la existencia de Dios y en la no existencia de Dios se
presentan prima facie en igualdad de condiciones frente a evidencia de la existencia del mal, por
estar este contrabalanceado por la existencia del bien, que reclama un origen causal.
Ninguna de estas formulaciones clásicas apunta inequívocamente a la conclusión de la no
existencia de Dios. No obstante, el problema del mal es presentado con mucha frecuencia como el
principal argumento a favor del ateísmo. Conviene entonces analizar el problema en su
formulación expresamente ateísta. Las formulaciones del problema que intentan concluir la no
existencia de Dios a partir de la no existencia del mal pueden clasificarse según dos criterios
diferentes.
Según que intenten establecer su conclusión de manera apodíctica o, por el contrario, de manera
meramente probable, los argumentos ateístas a partir del mal pueden ser “deductivos” o
“inductivos”. Son “deductivos” aquellos argumentos que pretenden probar que la existencia de
Dios es absolutamente incompatible con la existencia del mal, sea del mal tomado en general, sea
considerando algún tipo de mal en particular. A su vez, son “inductivos” aquellos argumentos
que, aunque admiten que la existencia del mal no elimina por completo la posibilidad de la
existencia de Dios, afirman que la existencia del mal aporta mayor evidencia en contra de la
existencia de Dios que a favor de su existencia.
Por otra parte, si se toma como criterio de clasificación de los argumentos ateístas a partir del mal
el que tomen como punto de partida la existencia del mal en general o la existencia de algún tipo o
especie de mal en particular, encontramos por un lado el llamado “problema lógico del mal”, y por
otro el llamado “problema evidencial del mal”. Como se verá, esta clasificación se solapa de algún
modo con la anterior, pero, dado que esta última es más difundida y aceptada, se adoptará aquí
como criterio de exposición.

1.1. El problema lógico del mal o argumento “global” ↑


Se llama habitualmente “problema lógico del mal” a todo argumento que plantea que se da una
contradicción lógica entre el concepto mismo de Dios y la existencia del mal en general. Por tomar
como punto de partida la existencia del mal tomada universalmente, sin entrar en consideraciones
acerca de los tipos de mal, o su cantidad y cualidad, se le ha llamado también “argumento global”
(van Inwagen 2006), por contraposición al argumento “local” que se expondrá más adelante.
Una formulación paradigmática del problema lógico del mal es la presentada por Tomás de
Aquino, inmediatamente antes de formular las famosas cinco vías para probar la existencia de
Dios: “Parece que Dios no existe. Pues si uno de dos contrarios fuese infinito, el otro se destruiría
totalmente. Ahora bien, bajo el nombre ‘Dios’ se entiende esto, a saber, que es un cierto bien
infinito. Por consiguiente, si Dios existiese, no existiría ningún mal. Ahora bien, hay mal en el
mundo. Por lo tanto, Dios no existe” (Summa Teologiae I q2 a3 obj. 1). Se trata de un argumento
global, porque plantea que bastaría la existencia de un mal (cualquiera sea) para probar la no
existencia de Dios, y se trata de un argumento “lógico”, porque postula que se da una
contradicción directa entre la naturaleza de Dios como Bien absoluto, y la existencia del mal.
En el siglo XX, el argumento fue reeditado con gran impacto en el ámbito de la filosofía analítica
por John L. Mackie, en los siguientes términos: “En su forma más simple, el problema es este: Dios
es omnipotente; Dios es totalmente bueno; y aun así, el mal existe. Parece haber una contradicción
entre estas tres proposiciones, de tal forma que si dos de ellas fueran verdaderas, la tercera sería
falsa. Pero al mismo tiempo, las tres son partes esenciales de la mayoría de las posiciones
teológicas: el teólogo, al parecer, debe adherir y no puede consistentemente adherir a las tres”
(Mackie 1955, 200). Esta formulación da pie a dos diferentes variantes del argumento, a las que
Trent Dougherty y Jerry Walls (2013, 379) han llamado argumento “anti-teísta simpliciter” y
“argumento contra los atributos de Dios”. El argumento anti-teísta simpliciter, que concluiría
directamente la no existencia de Dios, es formulado por estos autores del siguiente modo:
 Si hay un Dios con poder y bondad infinitos, entonces no hay mal.
 Pero hay mal.
 Entonces, no hay un Dios con poder y bondad infinitos.
El argumento contra los atributos de Dios concluiría simplemente la negación de alguno de los
atributos que el teísmo clásico predica de Dios. Dougherty y Walls lo formulan así:
 Si Dios fuera completamente bueno, querría eliminar el mal.
 Si Dios fuera todopoderoso, podría eliminar el mal.
 Pero hay mal.
 Por tanto, si hay un Dios, él no debe ser completamente bueno o todopoderoso.
También según Dougherty y Walls, este argumento, en cualquiera de las dos formulaciones,
descansa sobre una premisa no explicitada, a saber, la que postula lo siguiente: “si Dios pudiera y
quisiera eliminar el mal, este sería eliminado por completo, o bien nunca habría existido”. Como se
verá más adelante, la mayor parte de las respuestas al problema del mal que no quieren abandonar
los atributos divinos del teísmo clásico, enfocan sus argumentos en la negación de esta premisa no
explicitada. En este sentido, la formulación del problema lógico del mal de Tomás de Aquino
arriba presentada resulta la más radical, porque supone directamente que es la naturaleza divina la
que, en caso de existir, excluiría de suyo la existencia del mal, y no simplemente algún atributo
suyo como su poder o su voluntad.

1.2. El problema evidencial del mal o argumento “local” ↑


Se llama habitualmente problema “evidencial” del mal a todo argumento que, sin negar que sea
posible la co-existencia de Dios y el mal, esgrime la existencia de cierto tipo de males, o de ciertas
instancias particulares de males, como evidencia contraria a la existencia de Dios. Por tomar como
punto de partida la existencia de ciertos males en concreto, se le ha llamado también “argumento
local” (van Inwagen 2006). Los males concretos a los que apela este argumento reciben la
calificación de “horrendos”, “gratuitos” o “injustificables”, dando a entender que se trata de un
tipo de males que de suyo no admiten la ordenación directa a ningún bien ulterior.
El argumento evidencial o local adopta a su vez dos formas. Por una parte, adopta una
formulación “deductiva”, cuando presenta la existencia de males “horrendos”, “gratuitos” o
“injustificables” como una evidencia que excluye por completo la posibilidad de la existencia de
Dios. La formulación deductiva más conocida del argumento evidencial ha sido presentada por
William Rowe (1979, 336), y se expresa en los siguientes términos:
 Existen ejemplos de sufrimiento intenso que un ser omnipotente y omnisciente podría
haber impedido, sin que se perdiesen algunos bienes mayores, y sin permitir algunos males
equivalentes o peores.
 Un ser omnipotente, omnisciente y totalmente bueno impediría que ocurriese todo
sufrimiento intenso, a menos que no pudiera hacerlo sin que se perdiesen grandes bienes, o
sin permitir algunos males equivalentes o peores.
 Por consiguiente, no existe un Dios omnipotente, omnisciente y totalmente bueno.
El éxito del argumento depende, naturalmente, de la posibilidad de detectar ejemplos inequívocos
de sufrimiento intenso, tales que se pueda concluir de modo inapelable que son del todo
“injustificables”, o que no pueden ser ordenados a ningún bien ulterior. Como se verá, este
requerimiento abre un flanco para una crítica al argumento.
Por su parte, los argumentos evidenciales de tipo “inductivo” no pretenden concluir que la
existencia de males “horrendos” excluye por completo la posibilidad de la existencia de Dios, pero
afirman que estos males proporcionan una evidencia en contra de la existencia de Dios, que es más
fuerte que la evidencia con que contamos a favor de su existencia. A su vez, los argumentos
inductivos pueden ser de tipo “probabilístico” o “explanatorio”.
El argumento evidencial inductivo es “probabilístico” cuando pretende establecer, dada la
existencia de males horrendos, la no existencia de Dios como una conclusión más probable que su
contraria, mediante un cálculo de probabilidades. La formulación más conocida de este argumento
ha sido presentada también por William Rowe (1996). Según Rowe, así como todo ateo sensato
debe admitir que la probabilidad de que exista Dios es mayor que 0, del mismo modo todo teísta
sensato debe admitir que la probabilidad de que existan males horrendos y de que
simultáneamente exista Dios, es menor a 1. Así, la posición atea y la teísta parten de una cierta
igualdad de condiciones. A partir de esta suposición, el argumento se desarrolla como sigue:
 Dada la proposición P: Ningún bien que conozcamos justifica que un ser omnipotente,
omnisciente y perfectamente bueno permita E1 y E2 (donde E1 y E2 son instancias de
sufrimiento particularmente horrendo que sabemos que han ocurrido).
 Y la proposición G: Dios existe
 Si asumimos que: Pr(G) = Pr(∼G) = Pr(P) = Pr(∼P) (igualdad de condiciones)
 Y asumimos que: Pr(G) > 0 (concedido por ateos sensatos)
 Y asumimos que: Pr(P/G) < 1 (concedido por teístas sensatos)
 Pr(P/G) < Pr(P/∼G) → Pr(G/P) < Pr(G/∼P) (Teorema)
 ∼G → P (Por la definición de P)
 Pr(P/∼G) = 1. (Por lo dicho en 5)
 Pr(P/G) < Pr(P/∼G). (Por lo dicho en 3 y 6)
 Pr(G/P) < Pr(G/∼P), es decir, P desmiente (relativamente) G. (Por 4 y 7)
En definitiva, el argumento pretende establecer que la probabilidad de que existan males
injustificados y que simultáneamente exista Dios es inferior a la probabilidad de que haya males
gratuitos y que no exista Dios.
Por su parte, el argumento evidencial inductivo adopta una forma “explanatoria” cuando pretende
establecer que, frente a la existencia del mal, el ateísmo es una explicación más simple y
satisfactoria que el teísmo. El argumento, utilizado clásicamente por Hume y, más recientemente,
por Paul Draper (1989), apela a una “inferencia a la mejor explicación”: dado un
determinado corpus de evidencias, las diferentes hipótesis que dan cuenta de las mismas deben ser
juzgadas en función de dos variables: su poder explicativo y su simplicidad. En estas condiciones,
el argumento sostiene que el “naturalismo” tiene mayor poder explicativo que el teísmo frente a la
existencia del mal en el mundo, y es también una explicación más simple que aquél.
La formulación clásica de Hume es la siguiente: “Hay cuatro hipótesis que pueden ser trazadas
con respecto a las causas primeras del universo: que estas están provistas de perfecta bondad, que
están provistas de perfecta malicia, que son opuestas y ambas tienen bondad y malicia, que no
tienen ni bondad ni malicia. Fenómenos mezclados jamás pueden probar los dos primeros
principios, que no tienen mezcla. Y la uniformidad y estabilidad de las leyes generales parece
oponerse al tercero. Por consiguiente, el cuarto parece ser mucho más probable” (Hume 1779, 212).
En definitiva, dada la mezcla de bien y mal que encontramos en la realidad, la suposición de que
las causas del universo son neutras desde un punto de vista valorativo –afirmación propia del
naturalismo– resulta una explicación mucho más simple y adecuada que el teísmo.

2. Respuestas al problema del mal ↑


A lo largo de la historia de la filosofía se han presentado innumerables intentos de responder al
problema del mal en las diversas formulaciones arriba enunciadas. Sin pretensión de
exhaustividad, conviene hacer una exposición sistemática de las distintas respuestas siguiendo un
hilo conductor conceptual. Con este fin, se utilizará como criterio de clasificación de las respuestas
el cuatrilema de Epicuro, exponiendo las distintas soluciones al problema según las distintas
opciones que, sin negar la misma existencia de Dios, presentan los extremos del argumento. Según
este criterio, las diferentes opciones para dar respuesta al problema son tres: a) negar la
omnipotencia de Dios; b) negar la bondad divina; c) afirmar los atributos divinos del teísmo
clásico, e intentar explicar el origen del mal, dando una explicación plausible de las razones que
Dios puede haber tenido para su permisión.

2.1. La devaluación de los atributos divinos ↑


Las dos primeras alternativas de solución al problema del mal que permite la formulación de
Epicuro consisten en la negación, o al menos la atenuación o redefinición, de alguno de los
atributos divinos afirmados por el teísmo clásico, a saber, la omnipotencia o la bondad. A estas dos
alternativas de solución se las puede tratar en común, en tanto que ambas constituyen una cierta
“devaluación de los atributos divinos”. En ambas alternativas se paga el precio de reducir de algún
modo la perfección divina, para hacerla compatible con la existencia del mal. La devaluación de los
atributos divinos supone así la aceptación de la contradicción presentada en la formulación
“lógica” del problema del mal: dado que habría una contradicción entre el concepto tradicional de
Dios y la existencia del mal, es necesario modificar aquel concepto para sortear esa contradicción.
Conviene analizar ambas propuestas en detalle.

2.1.1. Devaluación de la omnipotencia ↑


Una primera alternativa de solución al problema del mal mediante devaluación de sus atributos
consiste en tratar de mitigar, negar o redefinir el poder de Dios, de tal manera que la posibilidad
de eliminar por completo el mal del mundo quede fuera del alcance del poder real de Dios. Esta
alternativa tiene a su vez tres diferentes variantes: a) simple negación de la omnipotencia divina;
b) kénosis de la omnipotencia divina; c) omnipotencia mitigada.
La primera opción, a saber, la simple negación de la omnipotencia divina, fue sostenida
explícitamente por Hans Jonas en su libro, Il concetto di Dio dopo Auschwitz. Ante el horror de los
campos de exterminio nazis, este autor considera inaceptable la imagen de un Dios todopoderoso
que, pudiendo eliminarlo, permanezca impasible frente al sufrimiento humano: “Estrictamente
conectada con el concepto de un Dios sufriente y un Dios cambiante está la idea de un Dios que
nos cuida, que no es lejano y distante y cerrado en sí mismo, sino implicado en aquello de lo que se
preocupa. […] Afirmamos a este propósito, para legitimar nuestra imagen de Dios, el tener que
renunciar a la doctrina tradicional de la absoluta, ilimitada omnipotencia divina” (Jonas 1991, 30-
31).
Según Jonas, el mismo concepto de omnipotencia es contradictorio en sí mismo, ya que una
potencia absoluta carecería por completo de objeto: “Potencia total, absoluta, significa potencia que
no está limitada por nada, ni siquiera por la existencia de cualquier cosa en general, extraño a ella
y distinto de ella. […]. La potencia absoluta no tiene por eso, en su soledad, ningún objeto sobre el
cual poder obrar. Pero, como potencia privada de objeto, es potencia privada de poder, potencia
que se niega a sí misma” (Jonas 1991, 32).
La segunda alternativa es sostenida por los representantes de distintas formas de “teología del
proceso”, entre ellos John Polkinghorne y Jürgen Moltmann (1973). Estos autores entienden el acto
de creación de Dios como una kenosis, “abajamiento” o “renuncia” de Dios a su omnipotencia, que
tendría por finalidad dejar lugar a la acción de las criaturas. En este contexto, el mal surgiría en la
medida en que Dios ha decidido no ejercer su poder para que la criatura pueda obrar con
autonomía: “Kenosis de la omnipotencia. Esta afirmación se centra en que Dios permite que lo
creado sea y actúe, de tal modo que, mientras que todo lo que pasa es permitido por la providencia
general de Dios, no todo lo que sucede está de acuerdo con la voluntad de Dios, o es producido
por la providencia divina especial. Entender esto es básico para la interpretación de la historia
evolutiva como un hacerse a sí misma de la creación. Entender esto es también básico para la
afirmación de la teodicea de que Dios no quiere el acto de un asesino o la fuerza destructiva de un
terremoto, pero permite que ambas cosas sucedan en un mundo en el que el poder divino está
deliberadamente auto-limitado para permitir un espacio causal para las criaturas” (Polkinghorne
2001, 102).
La tercera posición, la “mitigación” de la omnipotencia, es sostenida por teólogos como Andrés
Torres Queiruga, quien defiende la idea de que, aunque Dios es omnipotente, eso no significa que
pueda evitar el mal, porque el mal, en todas sus formas (mal físico y mal moral) es una
consecuencia necesaria de la limitación de las criaturas, y, por consiguiente, es una consecuencia
necesaria de la creación del mundo. Dios puede hacer todo aquello que no implica contradicción,
pero un mundo sin mal es algo contradictorio: “Mostrando que no se trata de que “Dios no
puede”, sino de que “no es posible” un mundo sin mal y de que “es absurdo” pensar eso, la
omnipotencia no sólo no aparece como enemiga de la bondad, sino que asegura su plena
coherencia teórica y hace ver la posibilidad de su realización definitiva” (Torres Queiruga 2001,
183). Según Torres Queiruga, un mundo sin mal es imposible, porque el mal tiene su raíz en la
finitud, que es inherente a las criaturas en cuanto tales: “[…] el mal, cuando la finitud –meramente
física o libremente culpable– lo produce, no es ni querido ni permitido por Dios, sino opuesto a su
intención y soportado con nosotros y por nosotros” (Torres Queiruga 2011, 334).
La devaluación de la omnipotencia divina puede parecer una solución simple y atractiva para
quienes quieren resaltar un aspecto de mayor cercanía de Dios al hombre frente al escándalo del
mal. No obstante, las posiciones expuestas no están exentas de ciertas dificultades especulativas.
En primer lugar, la definición que Hans Jonas presenta de la omnipotencia de Dios, y que se
presenta como un concepto contradictorio, no responde al concepto que clásicamente ha sostenido
el teísmo sobre este atributo divino. Tradicionalmente, por omnipotencia se ha entendido, por una
parte, que Dios puede crear aquello que no implica una contradicción (Tomas de Aquino, Summa
Theologiae I q25 a3); por otra parte, que todas las cosas están sujetas al poder de Dios. En ninguna
de estas dos acepciones el concepto de omnipotencia supone que el poder de Dios sea desnudo o
indeterminado, como sugiere Jonas. Según el teísmo clásico, siempre que Dios ejerce su poder, crea
o produce “algo” determinado, pero eso no significa en absoluto un límite a la omnipotencia. El
concepto de omnipotencia no está sometido entonces a la contradicción que Jonas le atribuye. Por
otra parte, al renunciar a la omnipotencia divina, Hans Jonas termina transformando su concepto
de Dios en el de un principio inmanente, que no se distingue del mundo. Como dice el propio
Jonas: “En el principio, por una decisión inescrutable, el fundamento divino del ser decide
entregarse a la casualidad, al riesgo, a la multiplicidad infinita del devenir. Y lo hace de un modo
total, sin reservas: abandonándose a la aventura del espacio y del tiempo, la divinidad no guarda
nada para sí; ninguna parte permanece indemne e incontaminada, para poder gobernar, dirigir y
por último garantizar desde el más allá la errabunda metamorfosis de su destino en la creación. El
espíritu moderno es el resultado de esta absoluta inmanencia.[…] Dios debe haber renunciado al
propio ser; debe haberse despojado de la propia divinidad para recuperarla de nuevo en la odisea
del tiempo, cargada de cuanto ha recolectado en la experiencia no previsible del devenir” (Jonas
1991, 23-24). Ahora bien, un Dios tal, es incapaz de gobernar la historia de modo providente, de
dirigir las cosas hacia el bien y, por tanto, de acompañar y consolar al hombre en medio del
sufrimiento, que es precisamente aquello por lo que Jonas clama.
En segundo lugar, la tesis de la kenosis o renuncia de Dios a su omnipotencia, resulta altamente
problemática. En primer lugar, porque si la omnipotencia es un atributo esencial de Dios, es
imposible que Dios se despoje de él, como si se tratara de una cualidad accidental. Pero, en un
sentido más fundamental, porque en la concepción tradicional del teísmo Dios no necesita dejar de
ejercer su poder para que las criaturas obren. Por el contrario, siendo Dios el creador, su poder
causal es el fundamento del poder causal de las criaturas, de tal suerte que Dios no simplemente
las “deja” actuar, sino que proporciona a cada criatura el poder de actuar conforme con la
naturaleza propia de cada criatura (Tomás de Aquino, Summa Contra Gentiles III 88; De potentia q3
a7).
En tercer lugar, la posición de Torres Queiruga tiene la dificultad de identificar expresamente el
mal con la limitación inherente a toda criatura. Como dice el propio autor, “[…] para
lo finito realizarse es devenir, de suerte que el límite constituye también barrera e impedimento:
permite la realización, pero es igualmente fuente de insatisfacción y de conflicto. […] Cabe incluso
afirmar que en esta perspectiva incluso la “negación” que supone la finitud, se convierte de algún
modo en privación. En el sentido siguiente: dado que la posición en la existencia supone por sí
misma la tendencia a la plenitud, el límite intensivo reviste cierto carácter de carencia,
insatisfacción y aun en cierto modo de contradicción. Por eso hay un punto de verdad en lo que
Leibniz llamó –impropiamente– “mal metafísico”, en cuanto que el choque con la finitud es la
causa de que, en definitiva, se acabe también generando el mal real y efectivo: recio sufrimiento
físico o concreta miseria moral” (Torres Queiruga 2011, 109). En conclusión: “[…] en definitiva, es
en la finitud de las creaturas donde reside la razón de su impotencia para impedir la separación y
contradicción de los dos principios, con las devastadoras consecuencias de la aparición del mal”
(Torres Queiruga 2011, 109). Como se verá más adelante, el mal fue tradicionalmente considerado
en el teísmo clásico como una privación o ausencia de bien debido a una naturaleza determinada,
pero no como una mera negación o ausencia de un bien en general. Al identificar privación con
negación, es decir, mal con limitación y, al ser los límites una condición necesaria para la existencia
de cualquier ente finito, el mal se vuelve una realidad necesaria e inextirpable, perdiendo entonces
su carácter dramático y volviéndose superflua toda acción, divina o humana, contra él.
Por todas estas razones, la devaluación de la omnipotencia divina no parece la respuesta más
adecuada al problema del mal, ya que lejos de solucionarlo, lo vuelve insoluble. Esta posición
comienza como un reclamo de mayor sensibilidad frente al problema del mal, pero se convierte
finalmente en una resignación desesperada frente a su existencia. Si Dios es un principio
inmanente que no se distingue del mundo, o si debe despojarse de su omnipotencia para dejar
obrar a las criaturas, o si, finalmente, el mal es una consecuencia inevitable de la finitud, entonces
Dios no nos puede liberar del mal. Y si Él no puede, nadie puede hacerlo. Un Dios que sea cercano,
capaz de acompañar al hombre en el sufrimiento y liberarlo del mal, antes que excluir la
omnipotencia, la requiere.

2.1.2. Devaluación de la bondad ↑


Una segunda alternativa de solución al problema del mal mediante devaluación de sus atributos
consiste en atribuir a Dios el origen del mal. En esta alternativa no se trata simplemente de decir
que Dios “no es bueno” o que “es malo”; consiste más bien en remarcar el carácter “insondable” de
los juicios de Dios, afirmando que nuestros conceptos de “bien” y “mal” no son aplicables
directamente a la conducta divina, dejando un margen para la equivocidad. Este tipo de respuesta
es frecuente en cierta tradición teológica que acentúa la soberanía del gobierno divino, como
sucede en los primeros teólogos protestantes.
Así, para Lutero, quien sostenía que la omnipotencia divina anula por completo la libertad
humana, nuestra inteligencia, que está corrompida por el pecado, es insuficiente para descifrar el
sentido de los juicios de Dios, de tal forma que lo que vemos como “malo” quizás no lo sea a los
ojos de Dios: “Así, [Dios] esconde su clemencia y su misericordia bajo la ira eterna, la justicia bajo
la iniquidad. Esta es la fe en grado sumo, creer que es clemente aquél que salva a tan pocos y
condena a tantos, creer que es justo el que con su voluntad nos hace necesariamente condenables
[…]. Por tanto, si pudiera comprender la razón de aquello, de cómo Dios es misericordioso y justo,
el que muestra tanta ira e iniquidad, no sería necesaria la fe” (Luther 1959, 7-21).
En el mismo sentido, Calvino sostenía que Dios, que gobierna la creación con decretos inmutables
e insondables de su voluntad, es en última instancia el autor tanto de las acciones buenas como de
las malas, de la virtud como del vicio, de la salvación como de la condenación, de tal suerte que no
debe decirse que “permite” el mal, sino que Él es su autor: “[...] Dios no solamente ha previsto la
caída del primer hombre, y en ella la ruina de toda su posteridad, sino que así la ha querido. […]
Algunos recurren aquí a la diferencia entre la Voluntad y la Permisión, diciendo que los inicuos
perecen porque lo ha permitido Dios, pero no lo ha querido. Pero, ¿por qué diremos que él lo
permite, sino porque lo quiere? […] no es verosímil que sea por la sola permisión y no por la
ordenación de Dios que el hombre se hace merecedor de la condenación” (Calvin 1960, 441-442).
En la misma tradición, el influyente místico alemán Jakob Boheme consideraba que hay que situar
en Dios la raíz última tanto de lo positivo como de lo negativo, de la perfección como de la
imperfección de las cosas, de la luz como de la oscuridad. Según Boehme, existe una “dualidad”
originaria de principios que es de alguna forma “anterior” a Dios, de tal suerte que Dios mismo
está afectado por esa dualidad, y no puede crear sin reflejarla o plasmarla en su obra. El mal,
proveniente de esa dualidad originaria, sería un ingrediente esencial e inevitable de la
manifestación de la gloria de Dios en la creación: “[...] el mal y el bien provienen de un
fundamento único, bajo la forma de luz y de tinieblas, de vida y de muerte, de gozo y de dolor
[…]. Ya que en el mundo exterior se ve a la luna y a las tinieblas y, además, el sufrimiento y el
dolor, y que todo eso proviene del Misterio eterno como del mundo interior espiritual, y el mundo
interior espiritual proviene del Verbo que se engendra y habla eternamente, debemos ponernos a
considerar cómo del bien proviene un mal eterno que no tiene, sin embargo, ningún principio en el
bien […]” (Boehme 1990, 431).
En la misma línea, el filósofo italiano contemporáneo Luigi Pareyson sostiene que el mal está de
alguna manera en el mismo Dios, en la medida en que la bondad de Dios es fruto de una decisión,
y no está garantizada de antemano. Según Pareyson, Dios se engendra a sí mismo mediante un
acto de libertad, y al engendrarse a sí mismo, elige el bien por sobre el mal. El mal es una
posibilidad real inherente a toda libertad, incluso la divina, de manera que, antes de su elección,
existía el riesgo de que Dios eligiera la nada. El mal existe en Dios como una posibilidad
rechazada, pero esta posibilidad del mal se refleja, como una oscuridad o sombra, en el carácter
ambiguo de la libertad de la criatura. Si la criatura puede elegir el mal, es porque esa posibilidad
preexiste ya en Dios: “[…] hablar de la presencia del mal en Dios, es una expresión ciertamente
desconcertante, pero a mi juicio inevitable, además porque no resulta comprometida la positividad
divina: no es para nada una demonización de Dios […]. Sí es necesario admitir que diciendo “el
mal en Dios” se alude a un aspecto oscuro en la esencia divina que es una confirmación de la
ambigüedad originaria, que es un aspecto opaco, que cae en la abisalidad insondable de Dios”
(Pareyson 1995, 56).
Al igual que la devaluación de la omnipotencia, la devaluación de la bondad está sujeta a enormes
dificultades especulativas. En efecto, si bien y mal tienen su origen último en Dios, si forman
ambos parte de la manifestación de Dios en la creación, el mal se vuelve una realidad inevitable y
necesaria, perdiendo así su carácter dramático. Se cae entonces en una suerte de maniqueísmo, que
convierte al bien y al mal en principios últimos de la realidad. De esta manera, la distinción entre el
bien y el mal se desdibuja, volviéndose estos nombres denominaciones en gran medida arbitrarias.
La devaluación de la bondad divina resulta entonces una respuesta insatisfactoria para el
problema del mal que, lejos de solucionarlo, lo disuelve.
2.2. Respuestas al problema del mal desde el teísmo clásico ↑
Descartadas las alternativas de renunciar a la concepción clásica de los atributos divinos, sólo
queda explorar las posibilidades de respuesta al problema del mal que ofrece el teísmo clásico. Se
trata de explorar la última opción que deja el cuatrilema de Epicuro, a saber, admitir los atributos
tradicionales de Dios, omnipotencia y bondad, y tratar de ofrecer una explicación plausible del
origen del mal. En este sentido, las propuestas más frecuentes de compatibilizar la sabiduría, la
bondad y la omnipotencia de Dios con la existencia del mal se pueden clasificar, de manera
general en dos tipos diferentes de argumentación: la llamada “teodicea” y la llamada “defensa”.
Conviene analizar brevemente estos dos tipos de discursos.

2.2.1. Teodicea y defensa ↑


El término “teodicea” es un compuesto de los vocablos griegos theós (Dios) y diké (justicia), que
etimológicamente significa “justificación de Dios”. El término apareció por primera vez con la
publicación de los Ensayos de teodicea acerca de la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del
mal (Amsterdam, 1710), de G. W. Leibniz. En su origen, el término estuvo asociado a la posición de
Leibniz de defensa de la inocencia de Dios frente al mal, ante las objeciones de Pierre Bayle en
su Diccionario histórico y crítico (1697). En la actualidad, el término “teodicea” es utilizado en dos
sentidos, uno más amplio y otro más específico.
En sentido amplio, el término “teodicea” se utiliza como sinónimo de cualquier respuesta teísta al
problema del mal, es decir a todo intento discursivo de exculpar a Dios de la existencia del mal,
ofreciendo una explicación plausible sobre las razones por las que Dios lo permite, pero sin afirmar
de modo taxativo que tales han sido efectivamente las razones. En un sentido estricto, se suele
llamar “teodicea” a todo intento de explicar cuál es la razón por la que efectivamente Dios permite
el mal (Plantinga 1974, 27-28). En este sentido más estricto, se usa el término “teodicea” como un
tipo de solución respuesta al problema del mal, para distinguirlo de una mera estrategia de
“defensa”.
En el contexto del problema del mal, el término “defensa” también se puede entender en un
sentido estricto y en un sentido amplio. En sentido estricto, se llama “defensa” a todo intento de
simple bloqueo del argumento “lógico” del mal, es decir a todo intento de mostrar únicamente que
no hay incompatibilidad lógica entre la existencia de Dios y la existencia del mal. En un sentido
más amplio, Peter van Inwagen sostiene que una defensa es “[…] la idea de una historia que
contiene a ambos, Dios y los males que actualmente existen, una historia que es presentada no
como verdadera, sino como ‘verdadera hasta donde sabemos’” (van Inwagen 2006, xii).
Aunque en su uso suele haber un cierto solapamiento semántico entre los términos “teodicea” y
“defensa”, se puede decir que la diferencia entre ambos tipos de discurso es de carácter
principalmente dialéctico. Mientras que la primera tiene un carácter más constructivo y
propositivo, la segunda limita sus pretensiones a bloquear las objeciones ateístas basadas en el
mal. En cualquier caso, desde el punto de vista argumental, ambas formas de respuesta al
problema del mal impugnan de alguna manera la asunción del argumento ateísta según la cual “si
Dios pudiera y quisiera eliminar el mal, este sería eliminado, o nunca habría existido”.

2.2.2. La teodicea optimista ↑


Entre las respuestas teístas más difundidas al problema del mal encontramos en primer lugar la
posición que podríamos llamar “teodicea optimista”. Se puede calificar como optimista a toda
doctrina que sostenga que la existencia del mal contribuye a que el mundo sea mejor o más
perfecto que lo que sería sin él. En este sentido, puede calificarse como teodicea optimista toda
posición que comparta los siguientes rasgos:
1. Holismo: consiste en la afirmación de que la perfección del universo creado, considerado como
un todo, es la razón última de la permisión del mal.
2. Consecuencialismo: en este contexto, consiste en la justificación de la existencia del mal basada
en el hecho de que este es un “medio” o, al menos, una conditio sine qua non instrumentalizable
para obtener la mayor perfección del universo.
3. Optimismo: consiste en la afirmación de que existe una relación directa entre el carácter óptimo
de la obra de Dios –es decir, entre la proporción y cantidad de bienes y males existentes en el
universo–, y la bondad o perfección “moral” del obrar divino.
El autor más representativo y paradigmático de esta posición es, sin lugar a dudas, G. W. Leibniz.
Para el filósofo de Leipzig, siendo Dios sumamente perfecto, bueno y sabio, debe actuar del mejor
modo, de lo que se sigue que el mundo efectivamente creado debe ser el mejor de los mundos
posibles: “De la suprema perfección de Dios se sigue que, al producir el universo, Dios ha elegido
el mejor plan posible, donde se da la máxima variedad con el máximo orden; donde el terreno, el
lugar y el tiempo están lo mejor dispuestos; donde el máximo efecto es producido por los medios
más simples; donde se da el máximo de poder, el máximo de conocimiento, el máximo de felicidad
y de bondad en las criaturas que de ello puede admitir el universo” (Leibniz 2010, 348).
Esta afirmación tiene consecuencias directas con respecto a la existencia del mal en el mundo.
Según Leibniz, el mal puede clasificarse en tres especies diferentes, el “mal metafísico”, el “mal
físico” y el “mal moral”: “El bien y el mal metafísico consiste en general en la perfección e
imperfección de las cosas, incluso de las que no son inteligentes [...]. El bien y el mal físico se aplica
en general al bienestar y malestar de las sustancias inteligentes, y a esto se refiere el mal de
pena [...]. El bien y el mal moral se aplica a las acciones virtuosas y viciosas, y a esto se refiere elmal
de culpa: y en este sentido, el mal físico suele proceder del mal moral, aunque no siempre en los
mismos sujetos; […]” (Leibniz 2012, 448). Ahora bien, aunque no todos los mundos posibles
contienen males (físicos y morales), muchos de ellos sí. En concreto, el mejor mundo posible
incluye muchos males: “[…] aunque el mal físico y el mal moral no sean necesarios, basta con que,
en virtud de las verdades eternas, sean posibles. Y como esta región inmensa de las verdades
contiene todas las posibilidades, es necesario que haya una infinidad de mundos posibles, que el
mal forme parte de muchos de ellos, y que incluso lo contenga el mejor de todos; y esto es lo que
ha determinado a Dios a permitir el mal” (Leibniz 2012, 110).
No se puede entonces reprochar a Dios la existencia de los males, porque si Dios no hubiera creado
este mundo, el mejor de los posibles (con todo el mal que contiene) había obrado mal Él mismo;
Dios estaba “moralmente obligado” a crear este mundo: “[...] si Dios no hubiera elegido la mejor
serie del universo (en la que interviene el pecado), habría admitido algo peor que todo el pecado
de las criaturas, porque habría suprimido su propia perfección y, lo que se sigue de ahí, la de los
demás. En efecto, la perfección divina no debe apartarse de elegir lo más perfecto puesto que lo
que menos bueno contiene la naturaleza del mal” (Leibniz 2012, 455). El mundo que Dios ha
creado es aquel que contiene aquella mínima proporción de mal que sirve de “medio” o al menos
de condición sine qua non para obtener la mayor cantidad de perfección en el universo, como las
disonancias, que, reconducidas a la armonía, aumentan la belleza de la melodía: “[...] al elegir Dios
lo mejor posible, no se le puede objetar limitación alguna de sus perfecciones; y en el universo no
sólo el bien supera al mal, sino que además el mal sirve para aumentar el bien” (Leibniz 2012, 251).
Para Leibniz, en consecuencia, Dios no “quiere” el mal, ni es su autor, sino que lo “permite”, en
cuanto es su causa “indirecta” (no podría crear el mundo sin incluir esos males): “Por lo que se
refiere al pecado o al mal moral, aunque ocurra muchas veces que puede servir de medio para
obtener un bien, o para impedir un mal diferente, no es esto lo que le convierte en objeto suficiente
de la voluntad divina, o en un objeto legítimo de la voluntad creada; es necesario que sea admitido
o permitido únicamente en tanto que es considerado como una consecuencia cierta de un deber
indispensable, de tal manera que el que no quisiera permitir el pecado de otro, faltaría a lo que se
debe a sí mismo; [...]” (Leibniz 2012, 111).
Aunque en la actualidad nadie parece suscribir la posición de Leibniz en los exactos términos
expuestos arriba, no obstante existen reformulaciones de la teodicea optimista, como la de Alvin
Plantinga. Este autor, luego de haber sostenido una estrategia de “defensa” frente al problema del
mal, ha pasado en años recientes a sostener una teodicea “supralapsaria”, es decir, una posición
según la cual la decisión de Dios de permitir el mal es anterior a la caída del hombre por el pecado
original. Según Plantinga, entre los mundos que Dios podría haber elegido crear, aquellos mundos
en los que Dios toma naturaleza humana por medio de la Encarnación para redimir a la
humanidad son más perfectos y “elegibles” que aquellos en los que esto no se da. Ahora bien, “[…]
una condición necesaria para la redención es el pecado y el mal. Pero todos los mundos altamente
elegibles contienen pecado y mal y el sufrimiento consiguiente a ellos. No se puede tener un
mundo cuyo valor exceda L sin pecado y mal; el pecado y el mal son una condición necesaria del
valor de cada mundo posible realmente bueno. O Felix culpa, efectivamente!” (Plantinga 2004, 12).
La existencia del mal resulta entonces una condición para la perfección del mundo que Dios ha
decidido crear.
Ahora bien, estas teodiceas optimistas, como intentos de respuesta al problema del mal, presentan
grandes dificultades argumentales. En primer lugar, aunque es verdad que el universo es más
perfecto con la existencia de ciertos seres cuya existencia implica la existencia de ciertos males (por
ejemplo, la existencia del león es un cierto bien que implica la muerte del ciervo), hay un tipo de
males que, si no existiesen, el universo podría ser más perfecto, porque privan a algunos del Bien
absoluto. En efecto, clásicamente llamado “mal moral de culpa”, el mal libremente cometido por
agentes racionales, no confiere ninguna perfección al universo y les priva a los sujetos que lo
cometen de su propia perfección. Como explica Tomás de Aquino, “[…] si ningún hombre hubiese
pecado, todo el género humano habría sido mejor; porque aun cuando la salvación de uno fuera
ocasionada directamente a partir de la culpa de otro, sin embargo aquél podría haber conseguido
la salvación sin aquella culpa; sin embargo, ni estos males ni aquellos contribuyen per se a la
perfección del universo, porque no son causas de la perfección, sino ocasiones” (Scriptum super
Sententiis I d46 a3 ad6).
En segundo lugar, en el caso particular de Leibniz, la idea misma del “mejor de los mundos
posibles” resulta quimérica. Por un lado, porque no hay un único modo de crear las cosas que sea
el más adecuado para manifestar la sabiduría y la bondad divinas. La perfección de Dios no
depende en absoluto del mundo, ni mucho menos de un modo concreto de realizar su obra. Por
otro, porque la perfección de la acción de Dios no se agota en ningún efecto, ya que toda criatura es
perfectible o mejorable; Dios, absolutamente hablando, siempre puede hacer las cosas mejores que
lo que actualmente son (Tomás de Aquino, Summa Theologiae I q25 a6).
En tercer lugar, este tipo de posiciones convierten, sin quererlo, a Dios en el autor último del
mal. Al decir que el mal es condición sine qua non para la perfección del universo, Dios se convierte
en la causa indirecta de todo el mal que acontece en el mundo, sea mal físico o mal moral, de tal
modo que ya no puede decirse que Dios simplemente “permite” el mal. Por estas razones, las
teodiceas optimistas no ofrecen una respuesta satisfactoria al problema del mal.

2.2.3. Defensa del libre arbitrio ↑


En las últimas décadas ha alcanzado gran popularidad dentro del teísmo de tradición analítica la
así llamada “defensa del libre arbitrio”, como respuesta al problema del mal. Se le llama
habitualmente “defensa”, porque en términos generales sus principales impulsores no pretenden
hacer una “teodicea”, es decir, no pretenden explicar cuál es la razón por la que Dios ha decidido
permitir el mal, sino simplemente mostrar que, dada la existencia de la libertad humana, la
existencia del mal y la existencia de Dios son “lógicamente compatibles”. En este sentido, la
defensa del libre arbitrio se presenta como una respuesta concreta al “problema lógico” del mal.
En líneas generales el argumento propone que para evitar por completo el mal, o crear un mundo
en el que sólo hubiese bien, Dios tendría que suprimir nuestra libertad, o hacernos obrar como
autómatas. Según los autores que defienden esta posición, un sujeto es “significativamente libre” si
tiene la posibilidad de elegir posibilidades alternativas, y esto implica la posibilidad de elegir el
bien o el mal. Según Alvin Plantinga, quien formuló por primera vez el argumento bajo esa
denominación, si Dios produce o causa que un individuo haga A, entonces éste deja de
hacer Alibremente. Como sostiene Plantinga, “Dios puede crear criaturas libres, pero Él no
puede causar o determinarlas a hacer sólo lo que es correcto. Porque si Él lo hace, entonces ellas no
son al fin y al cabo significativamente libres; no hacen lo que es correcto libremente. Para crear
criaturas capaces del bien moral, por consiguiente, Él debe crear criaturas capaces de mal moral; y
Él no puede dar a estas criaturas la libertad para hacer el mal y al mismo tiempo impedirles
hacerlo. Tal como han resultado las cosas, lamentablemente, algunas de las criaturas libres que
Dios ha creado han errado en el ejercicio de su libertad; esta es la fuente del mal moral. El hecho de
que las criaturas libres algunas veces hagan el mal, sin embargo, no cuenta en contra de la
omnipotencia de Dios, ni contra su bondad; porque Él podría haber impedido que ocurriera el mal
moral sólo removiendo la posibilidad del bien moral” (1974, 166-167). En definitiva, Dios no podría
actualizar un mundo en el que los hombres eligieran siempre el bien, es decir, un mundo que
contuviera únicamente bien moral y no mal moral, y en el que estos sujetos fueran libres en un
sentido significativo: “[…] estaba más allá del poder de Dios mismo crear un mundo que
contuviera bien moral pero no mal moral. Bajo estas condiciones Dios podría haber creado un
mundo que no contuviera mal moral solamente creando un mundo sin personas
significativamente libres” (Plantinga 1973, 551-552).
En la particular versión de Plantinga, la defensa del libre arbitrio implica además la tesis de la
“depravación trans-mundial”. Según Plantinga, Dios tiene lo que el escolástico jesuita Luis de
Molina (1535-1600) llamaba “ciencia media”, es decir, tiene presciencia de los contrafácticos de la
libertad, mediante el cual sabe qué es lo que cada individuo posible haría, en caso de ser puesto en
determinadas circunstancias. Ahora bien, con esta ciencia, Dios sabe con certeza que hay algunos
individuos que en todos los mundos posibles serán puestos en circunstancias tales que cometerán
libremente al menos algún pecado (o acción mala), es decir, estos individuos tienen “depravación
transmundial”, ya que pecan en todos los mundos posibles. Si esto es así, concluye Plantinga, Dios
no podría actualizar un mundo con tales individuos libres sin permitir que exista efectivamente el
mal. Por tanto, la existencia de Dios y la existencia del mal no presentan ninguna contradicción.
No obstante, no todas las versiones existentes de la “defensa del libre arbitrio comparten este
último supuesto (véase Swinburne 1998 y van Inwagen 2006). Más aun, en el caso de Swinburne,
aunque él mismo utilice la expresión “defensa del libre arbitrio” para calificar a su posición, su
argumento se presenta más como una “teodicea”, ya que afirma que los grandes bienes que son
posibles en virtud del ejercicio del libre albedrío (la virtud, la amistad, la relación con Dios) son la
razón efectiva por la que Dios ha decidido permitir el mal (Swinburne 1998, 82).
La defensa del libre arbitrio tiene grandes virtudes explicativas como respuesta al problema del
mal. En líneas generales, en el ámbito de la filosofía de la religión de tradición analítica hay un
amplio consenso en considerar que esta estrategia argumental ha dado por zanjado el “problema
lógico” del mal. Es perfectamente verosímil pensar que Dios, al crear seres libres, asume el riesgo
de que estos obren contra de su propia naturaleza. Dado el carácter defectible de la voluntad
creada, al hacer a las criaturas libres, Dios abriría con ello la posibilidad de la existencia del mal
“moral”, es decir, del mal proveniente de la voluntad libre. En tal sentido, el bien que las criaturas
libres representan para el universo es un bien más alto que el precio que se paga por ello. La
posibilidad de que las criaturas puedan entrar, en virtud de su libre arbitrio, en relación de
amistad con Dios, bien vale la posibilidad de todo el mal que ellas puedan producir.
No obstante, en su formulación habitual, la defensa del libre arbitrio tiene también claros
inconvenientes. En la formulación de Plantinga, la tesis de la “depravación transmundial” supone
un cierto determinismo teológico, en la medida en que la ciencia divina sería el fundamento
determinante de todos los posibles cursos de acción de las criaturas, de modo que, una vez que
Dios ha decidido crear un determinado mundo, las criaturas contenidas en él no pueden obrar de
manera diferente a como está determinado por la “ciencia media”. Más aun, resulta difícil exculpar
a Dios de ser el autor del pecado de sus criaturas en esta perspectiva.
Por otra parte, el incluir la posibilidad de elegir el mal como un rasgo inherente a la libertad
entendida en un sentido significativo, presenta también algunas dificultades. Según el teísmo
clásico, una libertad “perfecta” no podría dejar de querer el bien, como es el caso de los
bienaventurados y de Dios mismo, quien es libre pero no puede elegir el mal. Como dice Tomás de
Aquino, “[…] el querer el mal no es libertad, ni parte de la libertad, aunque sea un signo de la
libertad” (De veritate q22 a6). En este sentido, la libertad de la criatura es flexible al mal no por ser
libertad, sino por ser una libertad finita.
Por último, la defensa del libre arbitrio resulta incompleta, en cuanto no responde al problema
“evidencial” del mal. Más concretamente, resulta una respuesta adecuada para dar cuenta de la
posibilidad del llamado “mal moral”, producido por criaturas libres, pero no da cuenta de los
males físicos o, más ampliamente, de los “males de factura no humana”.

2.2.4. La defensa del libre arbitrio expandida ↑


Las dificultades de la defensa del libre arbitrio para dar cuenta de los males de factura no humana
–es decir, aquellos males que, a simple vista, no proceden del mal uso de la libertad– llevaron a sus
principales impulsores a formular una serie de hipótesis tendientes a vincular de distintas formas
esta clase de males con el libre arbitrio. Esta serie de hipótesis se conocen bajo el nombre de
“defensa del libre arbitrio expandida”. Conviene analizar algunas de las diferentes variantes en
que se presenta esta propuesta.
Alvin Plantinga ha sugerido que, si bien no se puede vincular la existencia de los males físicos con
la libertad humana, no hay que descartar la posibilidad de que haya “alguna” libertad que
intervenga en el origen de estos males, aunque no sea la humana ni la de Dios. En este sentido, ha
intentado dar una respuesta al problema apelando a la tradicional idea de la existencia de criaturas
racionales superiores al hombre: “Satanás, según dice la doctrina tradicional, es un poderoso
espíritu no-humano que, junto con una multitud de otros ángeles, fue creado mucho antes de que
Dios creara al hombre. A diferencia de la mayoría de sus compañeros, Satanás se rebeló contra
Dios y desde entonces causa cuantos estragos puede. El resultado es el mal natural. Así, el mal
natural que encontramos se debe a las acciones libres de espíritus no-humanos” (Plantinga 1974,
58).
Richard Swinburne, por su parte, ha propuesto el argumento de la “necesidad del conocimiento”.
Afirma este autor que la posibilidad de los males “físicos”, o males producidos por la naturaleza,
es necesaria, si en el mundo debe haber una regularidad que permita al hombre tener el
conocimiento de la naturaleza que le permita ejercer positivamente su libertad. Para que seamos
verdaderamente libres, para poder obrar bien o mal, debemos saber qué efectos buenos o malos
pueden seguirse de nuestras acciones en la naturaleza, y para eso, es necesario que la naturaleza se
comporte de forma regular, que a determinadas causas sigan siempre determinados efectos. Ahora
bien, esa regularidad hace posible que se produzcan efectos nocivos no queridos: “Si los hombres
han de tener la oportunidad de causar serios males para sí mismos o para otros por acciones o
negligencia, o de prevenir que ocurran, y si todo el conocimiento del futuro se obtiene por
inducción normal, esto es, por inducción a partir de pautas de sucesos semejantes en el pasado,
entonces a los hombres o a los animales tienen que haberles ocurrido serios males naturales”.
(Swinburne 1979, 211).
A su vez, Peter van Inwagen adopta una estrategia compleja. Por una parte, presenta un relato
verosímil “hasta donde podemos saber”, según la cual el mal físico es consecuencia del mal uso de
la libertad por parte de los primeros hombres, que desembocó en un desequilibrio entre el hombre
y la naturaleza. Supuesta esta condición de desequilibrio, el hombre necesita ser “rescatado” por
Dios. Ahora bien, para que el hombre experimente la necesidad de ser rescatado por Dios y vuelva
libremente hacia Él, tiene que vivir en un mundo con “horrores”, es decir, con males físicos a
simple vista injustificables. A partir de aquí, van Inwagen presenta un argumento basado en la
“vaguedad” de la cantidad y cualidad de horrores. Supuesto que es necesario que existan horrores
(para que el hombre se vuelva hacia Dios), no puede trazarse una línea clara de cuántos y cuáles
deben ser los horrores que son necesarios y suficientes para los efectos del plan de Dios: “No hay
una mínima cantidad de horrores consistente con el plan de reconciliación de Dios, pues la
prevención de cualquier horror en particular no podría tener ningún efecto en el plan de Dios”
(van Inwagen 2006, 106).
Esta última afirmación de van Inwagen tiene una virtud argumental innegable. En efecto,
independientemente de cuáles puedan ser las razones de la permisión de los “horrores” en
general, si hay una razón para permitirlos, no puede haber un límite que Dios esté moralmente
obligado a respetar en esa permisión. Ahora bien, el hecho de que los defensores del libre arbitrio
deban ensayar tantas diferentes hipótesis para explicar la presunta vinculación entre la libertad
humana y la existencia de los males físicos, muestra que el punto principal de esta clase de
argumentación es insuficiente. Las hipótesis de vinculación de los males naturales con la libertad
son ciertamente posibles, y pueden tener algún grado de verosimilitud. De hecho, la fe cristiana
afirma taxativamente esta vinculación mediante la apelación al pecado original como origen de
todos los diferentes males en el mundo. Ahora bien, como argumentación meramente filosófica, las
defensas expandidas del libre arbitrio no dejan de ser explicaciones ad hoc para salvar una
inconsistencia inicial de su planteamiento. Y es que a la defensa del libre arbitrio le falta encontrar
una raíz metafísica común, que explique cómo son posibles todas las clases de mal, tanto el mal
moral, procedente de la voluntad libre, como los males producidos por la naturaleza.

2.2.5. El teísmo escéptico ↑


En las últimas dos décadas ha alcanzado una gran aceptación dentro de la tradición analítica una
propuesta de respuesta al problema del mal autodenominada como “teísmo escéptico”. Esta
posición se enmarca claramente, desde un punto de vista argumental, dentro de la categoría de
“defensa”, ya que no propone una respuesta positiva a la pregunta de por qué Dios permite el mal,
sino que se limita a mostrar que el anti-teísta no tiene razones para negar que exista tal razón. Esta
posición se presenta como una opción más “económica” que la defensa del libre arbitrio, en la
medida en que responde simultáneamente al problema lógico y al evidencial, sin tantas
suposiciones ni hipótesis ad hoc.
El teísmo escéptico fue propuesto por primera vez por Michael Bergmann (2001), como respuesta a
la formulación evidencial del argumento de Rowe. Bergmann acusa a Rowe de cometer una
inferencia indebida, en la medida en que pasa sin justificación de la proposición “Ningún bien que
conozcamos justifica que un ser omnipotente, omnisciente y perfectamente bueno permita E1 y
E2”, a la proposición “Ningún bien justifica que un ser omnipotente, omnisciente y perfectamente
bueno permita E1 y E2”. En otros términos, del hecho de que nosotros “no veamos” o no
comprendamos la razón por la que Dios permite el mal, no se sigue que esa razón no exista en
absoluto.
Michael Almeida y Graham Oppy (2003) han replicado al argumento de Bergmann mediante una
reducción al absurdo moral, sosteniendo que si el teísmo escéptico fuese verdadero, nunca
sabríamos cuándo tenemos que prevenir algún mal, ya que frente a cada mal particular podríamos
estar inadvertidamente en presencia de un medio indispensable para alcanzar un bien mayor. El
propio Bergmann y Michael Rea (2005) replicaron a esta objeción mediante un argumento que
supone una cierta desconexión entre el orden especulativo y el práctico: “Hasta donde yo sé,
consideradas todas las cosas, hay alguna razón (en el presente desconocida o al menos no
apreciada por mí) para permitir E; aun así, yo sé que tengo que prevenir E”.
Una respuesta más efectiva a la objeción de Almeida y Oppy podría ser afirmar que uno de los
bienes que Dios persigue al permitir el mal, es que nosotros nos comportemos de modo tal que
procuremos evitarlo. En cualquier caso, tanto el planteamiento inicial como las respuestas a las
objeciones presentadas por los impulsores del teísmo escéptico revelan que su posición asume un
presupuesto consecuencialista. En efecto, frente a la evidencia de “horrores”, apelar a nuestra
ignorancia para afirmar que desconocemos cuál es la razón que Dios ha tenido para permitirlos
supone admitir que para que Dios permita algún mal debe haber alguna justificación de ese mal en
particular.

3. Argumentos teístas a partir del mal ↑


Una estrategia menos explorada por el teísmo, pero no por ello menos efectiva frente al problema
del mal, es la de intentar inferir la misma existencia de Dios a partir de la existencia del mal. No es
estrictamente una respuesta al problema del mal como tal, sino una reformulación completa de la
cuestión, que transforma el problema del mal en el “problema del ateísmo”. Este contra-argumento
intenta situar la carga de la prueba en el ateo, en la medida en que la misma existencia del mal no
tendría explicación alguna sin apelar a la existencia de un primer principio trascendente de toda la
realidad.
Dougherty y Walls (2013) han compilado recientemente varios argumentos teístas basados en
distintos aspectos de la realidad que están implicados en la misma existencia del mal, tales como el
orden del mundo, el conocimiento moral, etc. De estos argumentos, el más interesante es aquél que
sostiene que la misma aserción “hay sufrimiento injustificado en el mundo” tiene precondiciones e
implicaciones que sólo resultan explicables apelando a argumentos clásicos a favor de la existencia
de Dios: “hay”, hace referencia a la “existencia”, “sufrimiento”, hace referencia a la “conciencia”,
“mundo”, hace referencia al “orden”; ahora bien, la existencia, la conciencia y el mundo son tres
puntos de partida clásicos para argumentos a favor de la existencia de Dios.
Este tipo de argumentaciones teístas tienen una clara ventaja por sobre otras estrategias
argumentales como la “teodicea” o la “defensa”, que conviene enumerar:
a) En primer lugar, con estos argumentos no se intenta compensar la evidencia del mal con otras
evidencias a favor de la existencia de Dios, sino que se toma la existencia del mal como evidencia
de la existencia de Dios.
b) En segundo lugar, se corta de raíz el problema del mal en su formulación tanto deductiva como
inductiva. En efecto, este argumento no sólo muestra que la existencia del mal es lógicamente
compatible con la existencia de Dios, sino que sería imposible concebir el mal si no existiera Dios.
Por lo mismo, la misma probabilidad de que exista el mal y no exista Dios es igual a cero.
c) En tercer lugar, esta clase de argumentos no suprimen el debate sobre el mal, ni la necesidad de
dar una respuesta a las preguntas fundamentales, tales como “¿cómo Dios no es autor del mal?”
“¿Qué significa que lo ‘permite’?”, etc. En este sentido, esta clase de argumentación permite al
teísta afrontar el problema central de la teodicea con mayor libertad, sin comprometer en cada
hipótesis la sostenibilidad racional del teísmo.
d) Por último, esta clase de argumentación conduce directamente a la consideración de un asunto
fundamental, a saber, la pregunta por la naturaleza misma del mal.
En efecto, entre los argumentos teístas a partir del mal, la formulación más clásica, y al mismo
tiempo la más clara, es la presentada por Tomás de Aquino en los siguientes términos: “Si el mal
existe, Dios existe. Pues no existiría el mal una vez quitado el orden del bien, del cual el mal es
privación. Pero este orden no existiría, si no existiera Dios” (Summa Contra Gentiles III 71). La
particularidad de esta formulación es que asume la clásica definición del mal como “privación”.
Esta definición tiene una extraordinaria fecundidad especulativa en relación con el problema del
mal, que conviene explicar en detalle.

3.1. La definición de “mal” y sus implicaciones ↑


Uno de los principales problemas de la mayor parte de las posiciones teístas examinadas en
secciones anteriores (“teodicea” y “defensa”), es la falta de una definición clara de la noción de
“mal”. Como ha señalado recientemente Sam Newlands, luego de la severa crítica que sufrió la
clásica definición agustiniana del mal como privatio boni a lo largo del s. XVII, no ha surgido
ninguna alternativa a esta definición entre los autores que defienden el teísmo; por esta razón
sugiere que tal definición debe ser rehabilitada, ya que no puede darse ninguna definición
alternativa sin caer en un maniqueísmo. En efecto, si no se acepta que el mal es un cierto tipo de
no-ser (como es la privación), habrá que atribuir su origen a Dios mismo, principio de todo ser, o
admitir dos principios de la realidad, uno del bien y otro del mal. Ahora bien, muchos autores son
reacios a comprometerse con la definición del mal como privación, por considerar que reduce el
mal a mera apariencia, negando el poder y el dramatismo con que se manifiesta en el mundo. R.
Swinburne, por su parte, ha confundido la clásica definición del mal como privación con la
doctrina hegeliana que postula que la misma finitud es una mal (Swinburne 1998, 32).
Esta clase de objeciones adolecen de una falta de comprensión del auténtico significado de la
clásica definición del mal como privación. En primer lugar, hay que tener en cuenta que esta
definición supone la tesis metafísica clásica de la identidad entre el “ente” y el “bien”. En efecto, se
llama “bueno” a todo aquello que es apetecible. Pero algo es apetecible si tiene alguna perfección
deseable para un sujeto. Ahora bien, toda cosa tiene tanto de perfección cuanto tiene de ser. Por
tanto, todo ente, en cuanto tal (es decir, en cuanto tiene ser) es apetecible y, por tanto, es bueno
(Tomás de Aquino, Summa Theologiae I q5 a1). Por tanto, el mal no puede ser más que un cierto no-
ser.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que al decir que el mal es un cierto no-ser, no debe creerse que
el mal es sinónimo de mera ausencia de perfección. No toda carencia de perfección es de suyo un
mal, sino que es necesario establecer una distinción entre la ausencia “privativa” y la meramente
“negativa”. Como explica Tomás de Aquino, “[…] el mal implica la remoción del bien. Pero no
cualquier remoción de bien se llama mal. Pues puede tomarse la remoción del bien ya
privativamente, ya negativamente. Por consiguiente, la remoción del bien tomada negativamente,
no tiene razón de mal, de otro modo se seguiría que aquellas cosas que de ningún modo son,
serían malas; y además, que cualquier cosa sería mala, por el hecho de que no tiene el bien de otra
cosa, de tal forma que el hombre sería malo porque no tiene la velocidad de la cabra o la fortaleza
del león. Pero la remoción del bien tomada privativamente se llama mal, así como la privación de
visión se llama ceguera”. (Summa Theologiae I q48 a3).
Así, las carencias propias de los límites que constituyen a una cosa en su propia naturaleza son
meramente “negativas”, mientras que aquellas carencias que privan al sujeto en el que radican de
alguna perfección que le correspondería tener en virtud de su naturaleza, se llaman “privativas”.
El carecer de alas no es un mal para un hombre, porque no corresponde a su naturaleza el poder
volar, mientras que la ceguera sí es un mal para el hombre, ya que por naturaleza debería estar
provisto de la capacidad de ver. El mal no es entonces una mera negación, es decir, cualquier
ausencia de bien o perfección, sino que es propiamente la privación de un bien debido, esto es, la
ausencia de una perfección que a un sujeto le corresponde por naturaleza poseer.
Ahora bien, la definición del mal como privación sólo puede ser entendida correctamente en el
contexto de una metafísica creacionista, en la cual todo ente finito está compuesto de dos co-
principios: la perfección recibida de Dios –el acto de ser– y el sujeto que recibe esa perfección –la
esencia finita–. Sólo puede haber auténticamente “privación” o ausencia de perfección debida, allí
donde hay composición metafísica. En efecto, para que un determinado sujeto pueda estar
“privado” de la perfección que le es debida de acuerdo con su naturaleza, el sujeto no debe ser
idéntico a la perfección que posee. Como explica Tomás de Aquino, “[…] el bien que está
compuesto de sujeto y perfección, disminuye en virtud del mal, en cuanto quita la perfección y
permanece el sujeto; como la ceguera priva de la visión, y disminuye al ojo que ve, y está en la
sustancia del ojo, o también en el animal mismo como en su sujeto. Por lo cual si hay algún bien
que es acto puro y no tiene ninguna mezcla de potencia, como es Dios, en tal bien de ningún modo
puede haber mal” (De malo qI a2).
Por lo mismo que la criatura no se identifica con su ser, tampoco su esencia se identifica ni con su
obrar, ni con los principios próximos de su obrar, es decir, con sus potencias operativas. Esta no
identidad entre la esencia y las operaciones hace que la criatura no sea un ser “clausurado”, sino
ontológicamente “abierto”, que puede y debe conquistar más ser o perfección a través de sus
acciones. Pero, por eso mismo, también puede perder perfección o ser, introduciendo defectos o
faltas en sus acciones, y desviándose del fin señalado por su naturaleza.
En este contexto, decir que el mal es privación no significa entonces negar absolutamente su
realidad, sino afirmar que éste no tiene una entidad “positiva”, que carece de toda forma y
naturaleza, y que no es capaz de subsistir por sí mismo, sino sólo como una mutilación en el ser de
los entes. El mal subsiste en y actúa por medio de aquellos sujetos a los cuales corrompe y, por tanto,
toda su realidad y su eficacia procede de estos bienes. En tal sentido, el mal es peor y se manifiesta
con más crudeza cuanto mayores son los bienes que corrompe. Su dramatismo estriba
precisamente en el carácter corrosivo y parasitario de su modo de existencia.

3.2. La permisión del mal ↑


La definición del mal como privación permite también dar una respuesta al problema de su
permisión por parte de Dios. Por una parte, por su composición metafísica, las criaturas son
naturalmente falibles, y pueden entonces decaer en su acción. Por tanto, la creación misma no era
posible sin que existiese la posibilidad del mal. Como explica Tomás de Aquino, “[...] la perfección
del universo requiere que existan algunas cosas que puedan decaer del bien; de lo cual se sigue
que estas algunas veces decaen. Ahora bien, en esto consiste la noción del mal, a saber, que algo
decaiga del bien. Es evidente que por eso se encuentra el mal en las cosas, como también la
corrupción, pues también la misma corrupción es cierto mal” (Summa Theologiae I q48 a2).
Por otra parte, aunque Dios pudiese, con su potencia absoluta, evitar la realización efectiva del mal
en el mundo, corresponde a la providencia divina el tratar a cada criatura según su propia
naturaleza, y concurrir a las acciones de estas según el modo falible de cada una de ellas. En este
sentido, con carácter general, la permisión del mal responde al respeto de Dios por la naturaleza
falible de las criaturas: “[…] dado que no es propio de la providencia el destruir la naturaleza, sino
cuidarla como dice Dionisio en el c. IV de Los nombres de Dios, la naturaleza misma de las cosas trae
consigo el que aquellas cosas que pueden decaer, algunas veces decaigan” (Tomás de
Aquino, Summa Theologiae I q48 a2 ad3). Si Dios suprimiese de antemano la posibilidad de todos
los males, no sólo destruiría las naturalezas de las criaturas, sino que eliminaría muchos bienes que
se siguen de que las criaturas ejerzan sus acciones en el mundo: “[…] se quitarían muchos bienes si
Dios no permitiese que existiera ningún mal; pues el fuego no se generaría si no se corrompiese el
aire, ni se preservaría la vida del león sin la muerte del asno” (Tomás de Aquino, Summa
Theologiae I q48 a2 ad3).
Ahora bien, este principio general debe ser aplicado de manera analógica a las distintas clases de
males. En efecto, no es igual el caso de los males físicos o de naturaleza, en los que la destrucción
de unos seres contribuye a la perfección de otros, que el caso del mal moral libremente cometido,
que no añade ninguna perfección ni a quien lo comete ni al universo en su conjunto: “Hay algunos
males que si no existiesen el universo sería más perfecto, a saber, aquellos que privan de mayores
perfecciones que la que se adquiere a partir de ellos, como sucede especialmente en los males de
culpa, que privan a alguno de la gracia y de la gloria, y confieren bien a otro por comparación, o
alguna razón de perfección que si no se diera, podría obtenerse la perfección última, así como sin
el acto de paciencia en las persecuciones padecidas alguno podría alcanzar la vida eterna” (Tomás
de Aquino, Scriptum super Sententiis I d46 q1 a3 ad6).
Así, aunque Dios pudiera ser causa indirectamente del mal físico, en cuanto quiere aquellos bienes
que no podrían obtenerse sin éste, no obstante no puede ser causa ni directa ni indirectamente del
mal moral, cuya causa primera es el uso deficiente de la libertad por parte de la criatura. De esta
forma, aunque Dios, como Creador, es causa del ser y de la perfección de las acciones de las
criaturas libres, no es causa de las privaciones introducidas libremente por éstas: “[…] debe decirse
que aunque Dios sea el primer principio de toda moción, algunas cosas son movidas por Él de tal
modo que también ellas se mueven a sí mismas, como las que tienen libre arbitrio: las cuales, si
estuvieran en la debida disposición y orden debido para recibir la moción en virtud de la cual son
movidas por Dios, se seguirían buenas acciones, que se reducirían totalmente a Dios como su
causa; en cambio, si decaen del debido orden, se seguirá una acción desordenada, que es la acción
de pecado; y así, lo que hay allí de acción, se reducirá a Dios como su causa; en cambio, lo que hay
allí de desorden o deformidad, no tiene a Dios como causa, sino solo al libre arbitrio. Y por eso se
dice esto, que la acción de pecado proviene de Dios, pero el pecado no proviene de Dios”(Tomás
de Aquino, De malo q3 a2).
En esta perspectiva, el mal conserva su carácter dramático, en la medida en que es visto siempre
como una herida en el ser, como algo contrario a la voluntad originaria de Dios y a sus fines, como
algo realmente contingente, que no debió haberse producido. No obstante, una vez producido el
mal por el concurso deficiente dela voluntad creada, este mal puede servir de ocasión para que la
providencia obtenga a partir de él bienes mayores: “[…] cuando la criatura impide a causa de su
propio defecto [la consecución] de aquel fin, sin embargo no por ello Dios deja de realizar en ellas
aquella bondad de la cual es capaz; y esto es casi como su segunda intención, y se llama voluntad
consecuente” (Tomás de Aquino, De veritate q23 a2). La existencia del mal no se opone entonces al
gobierno providente de Dios, que no se reduce a ejecutar un plan prefijado de antemano, sino que
interactúa realmente con sus criaturas, respetando su obrar libre”13.

1.b. Argumento de la libertad:


El argumento de la libertad a favor del ateísmo sostiene que es incompatible la libertad
humana con la existencia de un Dios providente y omnisciente. Dado que somos libres,
entonces Dios no existe.

Texto 15: Boecio: Argumento de la incompatibilidad entre la omnisciencia divina y la libertad


humana
“Me parece que hay absoluta oposición y repugnancia entre la presciencia universal de Dios y la
existencia del libre albedrío. Porque si Dios todo lo prevé sin que pueda equivocarse,
necesariamente ha de verificarse lo que la Providencia ha previsto. Luego si desde toda la
eternidad conoce no solamente los actos sino también los propósitos y la voluntad de los hombres,
no existe el libre albedrío, puesto que no se verificarán más que los actos y propósitos conocidos
por la infalible presciencia de Dios. Si los acontecimientos pudieran seguir una ruta diferente de la
prevista, la presciencia del futuro no sería firme, sino más bien una conjetura incierta; y parece
cosa impía atribuir esto a la divinidad. [...] Luego ni en los actos ni el propósito humano existe
verdadera libertad, puesto que la inteligencia divina que todo lo prevé infaliblemente los encadena
y relaciona entre sí de tal modo que necesariamente los conduce a un fin determinado”14.

Texto 16: Boecio: Respuesta al argumento de la incompatibilidad entre la omnisciencia divina y


la libertad humana 1.
“De manera que esta presciencia divina no transforma ni la naturaleza ni las propiedades de las
cosas: estando presentes ante Dios, él las contempla como un día serán en el tiempo (…) De donde
resulta que no es conjetura sino conocimiento cierto y verdadero el que Dios tiene de que un
acontecimiento se haya de producir en el tiempo, sabiendo además que no ha de ocurrir en virtud
de necesidad alguna. (…) Porque si se conoce un hecho, éste no puede menos de ser como se
conoce, pero esto no implica necesidad absoluta de que el hecho exista. (…) porque ya se
comprende que nada hay que obligue a un hombre a caminar cuando lo hace voluntariamente,
aunque mientras está caminando, necesariamente se verifica el hecho de que camine. Del mismo
modo, si la Providencia ve un hecho en el presente, necesariamente se ha de dar tal hecho, aunque
por su naturaleza no implique ninguna necesidad. Ahora bien, Dios ve simultáneamente presentes
los futuros libres; los cuales, por consiguiente, con relación a la mirada divina son necesarios, por
ser conocidos por la ciencia de Dios; pero considerados en sí mismos, no pierden el carácter de
libres, propio de su naturaleza”15.

13
Echavarría, Agustín.2018."El problema del mal". En Diccionario Interdisciplinar Austral, editado por Claudia E.
Vanney, Ignacio Silva y Juan F. Franck. URL=http://dia.austral.edu.ar/El_problema_del_mal.
14
Boecio, La consolación de la filosofía, Ediciones Perdidas, retamar, 2005, 156.
15
Boecio, La consolación de la filosofía, Ediciones Perdidas, retamar, 2005, 167.
Texto 17: Boecio: Respuesta al argumento de la incompatibilidad entre la omnisciencia divina y
la libertad humana 2.
“Puedes modificar tu resolución; pero como la Providencia en su certidumbre eternamente
presente sabe que tú tienes esta facultad, prevé también si tú vas a hacer uso de ella y en qué
sentido; por lo cual te es imposible esquivar la divina presciencia, como tampoco te es posible huir
de las miradas del que actualmente te está viendo, si bien es tu libre voluntad la que te dirige en
las diferentes acciones que ejecutas”16.

Texto 18: Maritain: La libertad como motivación del ateísmo


“Un hombre no se convierte en ateo absoluto como consecuencia de una encuesta acerca del
problema de Dios llevada por la razón especulativa. Sin duda algo influyen en él las conclusiones
negativas que le procuran las formas más radicales de filosofía racionalista o positivista, ni
tampoco deja de considerar la vieja y acariciada vulgaridad que pretende que la explicación
científica nos ha librado pura y simplemente de la existencia de Dios. Pero todo esto es para él un
medio de defensa de segunda mano, no el motivo propulsor y determinante. Ni estos pretendidos
argumentos filosóficos, ni ese manido lugar común los somete a examen crítico sino que los da por
buenos. Cree en ellos. ¿Y por qué? En virtud de un acto interior de libertad, en cuya producción
compromete su personalidad entera […]. El punto de partida del ateísmo absoluto es en mi
opinión un acto fundamental de elección moral, una crucial determinación libre. Si un hombre, en
el instante que delibera sobre sí mismo y toma posición respecto de sí y de la total dirección de su
propia vida, confunde el tránsito a la edad adulta con el rechazo no sólo de las dependencias de la
infancia, sino de toda subordinación; si contempla así el rechazo de toda ley trascendente como un
acto de madurez moral y de liberación, y si se resuelve a abordar el bien y el mal en una
experiencia total y absolutamente libre, volviendo totalmente la espalda al último fin y a toda ley
procedente de lo alto, tal determinación moral libre, relacionada con los primeros valores de la
existencia, significará que Dios es rechazado por este espíritu de la totalidad de su universo
personal de vida y pensamiento”17.

Texto 19: Friedrich Nietzsche: El súper hombre contra Dios


“Ese Dios ha sido vuestro mayor peligro, hombres superiores. Desde que yace en su tumba, habéis
resucitado. Sólo ahora llegará el gran mediodía. Sólo ahora se convierte en señor el hombre
superior. ¿Entendéis lo que os digo, hermanos míos? ¿Os asusta? ¿Sienten vértigo vuestros
corazones? ¿Veis que se abre un abismo delante de vosotros? ¿Se ha puesto a ladraros el perro del
infierno? ¡Muy bien! Pues, ¡adelante, hombres superiores! Sólo en ese momento va a parir el monte
del futuro. Dios ha muerto. Ahora nosotros queremos que viva el superhombre”18.

Texto 20: Friedrich Nietzsche: La voluntad de crear contra Dios


“Si existieran los dioses, ¿cómo iba yo a poder soportar el no ser uno de ellos? Luego no hay
dioses. Aunque, realmente, soy yo el autor de esta conclusión, es ella la que me deduce a mí: a ella
debo su existencia. (…) El querer os hará libres: esa es la verdadera doctrina sobre la voluntad y la

16
Boecio, La consolación de la filosofía, Ediciones Perdidas, retamar, 2005, 174.
17
Jacques Maritain, Significación del ateísmo contemporáneo, 3-4 en
http://www.jacquesmaritain.com/pdf/12_FyR/09_FR_Atei.pdf.
18
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Nogal, Madrid, 1986, 268.
libertad que os enseña Zaratusta. ¡Lejos de mí el cansancio de los que ya no quieren, no valoran, ni
crean! También en el conocer siento tan sólo el placer de mi voluntad de crear y de devenir, y si mi
conocimiento es inocente, es porque en él hay voluntad de crear. Esta voluntad me ha alejado de
Dios y de los dioses. ¿Qué iba yo a poder crear si hubiera dioses?”19

1.c. Argumento del ocultamiento divino


El argumento del ocultamiento divino a favor del ateísmo sostiene que si Dios existiera,
debería poder ser conocido con cierta facilidad por todo aquél que tuviera la buena
voluntad de conocerlo. Dado que hay personas con buena voluntad de conocerlo que no
encuentran buenos argumentos a favor de su existencia, entonces Dios no existe.

Texto 21: Schellenberg: Argumento del ocultamiento divino


“[…] una relación personal es una relación consciente y recíproca, y una relación consciente y
recíproca es una en la que uno reconoce que uno mismo está. Dados estos hechos, claramente uno
no puede ni siquiera comenzar una relación personal sin creer que la otra parte existe. Ahora bien, la
creencia, como la mayor parte de los filósofos contemporáneos aceptaría, es involuntaria, en el
sentido de que uno no puede elegir creer algo en un momento determinada con sólo intentarlo.
Por consiguiente, al no revelar su existencia, Dios está haciendo algo que hace imposible a Anna el
participar en una relación personal con Dios en el momento relevante con sólo intentarlo, y esto,
de acuerdo con nuestra definición de apertura, es precisamente lo que está implicado en el que
Dios no esté abierto a tener tal relación con Anna en ese momento”20.

Texto 22: Schellenberg: Argumento del ocultamiento divino formalizado


“(1) Hay personas que son capaces de relacionarse personalmente con Dios que sin embargo, sin
culpa propia, no creen.
(2) Si existiera un Dios personal que es insuperablemente grande, no existirían esas personas.
(3) Por consiguiente, no existe un Dios tal.

Defensa de la premisa (2)

(2a) Si hay un Dios personal insuperablemente grande, entonces hay un Dios personal que es
insuperablemente amoroso.
(2b) Si hay un Dios personal que es insuperablemente amoroso, entonces para cada persona H y
todo tiempo t, si H es capaz de relacionarse personalmente con Dios en t, está al alcance del poder
de H en t el hacerlo (i.e., querer hacerlo, con sólo elegirlo), a menos que H esté culpablemente en
una posición contraria en t.
(2c) Para cada persona humana H y todo tiempo t, H tiene en su poder en t el relacionarse
personalmente con Dios, sólo si H cree que Dios existe en t.

19
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, Nogal, Madrid, 1986, 104-105.
20
John L. Schellenberg, “Divine Hiddenness and Human Philosophy”, in Green and Stump (eds.), 2016, Hidden
Divinity and Religious Belief: New Perspectives, New York: Cambridge University Press; 13–32; 23.
(2d) Por consiguiente, si existiera un Dios insuperablemente grande, entonces para cada persona
H y todo tiempo t, si H es capaz de relacionarse personalmente con Dios en t, H cree en t que Dios
existe, al menos que H esté culpablemente en una posición contraria en t.

Reformulación:

(4) Necesariamente, si Dios existe, entonces él ama perfectamente a cuantas personas finitas haya.
(5) Necesariamente, si Dios ama perfectamente a cuantas personas finitas haya, entonces, para
cada persona finita S y todo tiempo t, Dios está en t abierto a una relación consciente,
positivamente significativa y reciproca con S en t.
(6) Necesariamente, si para cada persona finita capaz S y todo tiempo t, Dios está en t abierto a
estar en una relación consciente, positivamente significativa y recíproca con S en t, entonces, para
cada persona finita capaz S y todo tiempo t, no se da el caso de que S en t se encuentre, sin
resistencia por su parte, en un estado de no creencia en relación con la proposición ‘Dios existe’.
(7) Hay al menos una persona finita capaz S y un tiempo t tal que S está o estuvo en t, sin
resistencia por su parte, en un estado de no creencia en relación con la proposición ‘Dios existe’.
(8) Por consiguiente, no se da el caso de que Dios exista”21.

Texto 23: Faure: La discrepancia de opiniones como forma ocultamiento


“Pero no ha sido así, puesto que unos lo ignoran, otros lo niegan y otros, en fin, establecen
competencias poniendo unos dioses frente a otros. ¿Y en estas condiciones, no estimáis sensato
pensar que no ha hablado a nadie y que las múltiples revelaciones que se le atribuyen son otras
tantas imposturas, o, más aun, que si no ha hablado más que a unos pocos, ha sido porque era
incapaz de hablar a todos? Siendo así, yo le acuso de impotencia. Y si no queréis que le acuse de
impotencia le acusaré de injusticia. ¿Qué pensar de un Dios que sólo se hace visible a un reducido
número y se esconde para los otros? ¿Qué pensar de ese Dios que dirige la palabra a unos y para
otros guarda el más profundo silencio?”22.

1.d. Argumento de la maldad de la religión.


Según este argumento, si Dios existiera, impediría los males producidos por las religiones
y las personas religiosas. Pero, las religiones y las personas religiosas causan muchos
males, por lo tanto, Dios no existe.

Texto 24: La maldad de los religiosos


“Si la existencia de Dios, más allá de su forma judía, cristiana o musulmana, impidiera, por poco
que fuera, el odio, la mentira, la violación, el saqueo, la inmoralidad, la malversación, el perjurio, la
violencia, el desprecio, la maldad, el crimen, la corrupción, la pillería, el falso testimonio, la
depravación, la pedofilia, el infanticidio, la canallada, la perversión, habríamos visto no a los ateos

21
Ibidem.

22
Sebastián Faure, Doce pruebas de la inexistencia de Dios, en
https://memoriasyminutos.files.wordpress.com/2009/06/doce-pruebas-de-la-inexistencia-de-
dios-sebastian-faure.pdf (consulta julio 2018)
–puesto que son intrínsecamente viciosos–, sino a los rabinos, curas, papas, obispos, pastores,
imanes y con ellos a sus fieles, a todos sus fieles –y son muchos…– practicar el bien, sobresalir en
la virtud, predicar con el ejemplo y demostrarle al perverso sin Dios que la moralidad se encuentra
de su lado: que respetan punto por punto los Diez Mandamientos y obedecen los mandatos de los
suras elegidos, y por lo tanto no mienten ni saquean, no roban ni violan, no levantan falsos
testimonios ni matan –mucho menos fomentan atentados terroristas contra Manhattan o
expediciones punitivas en la franja de Gaza y no ocultan las prácticas de sus curas pedófilos–.
¡Veríamos, entonces, que sus comportamientos impecables y ejemplares serían capaces de
convertir a los fieles a su alrededor! En lugar de eso…”23.

Texto 25: Los males producidos por la religión


“Si la religión cristiana es un freno para los crímenes ocultos de los hombres, si obra efectos
saludables sobre algunos individuos, estas ventajas tan raras, tan débiles, tan dudosas, ¿Pueden ser
comparadas a los males visibles, seguros e inmensos que esta religión ha producido sobre la tierra?
¿Algunos oscuros crímenes prevenidos, algunas conversiones inútiles para la sociedad, algunos
arrepentimientos estériles y tardíos, algunas fútiles restituciones, pueden entrar en la balanza cara
a cara con las disensiones continuas, con las guerras sangrantes, con las espantosas matanzas,
persecuciones y crueldades inauditas que la religión cristiana ha sido causa y pretexto desde su
fundación?. Por un pensamiento secreto que esta religión ahoga, arma naciones enteras para su
destrucción recíproca, lleva el incendio a un millón de fanáticos, perturba las familias y los estados,
riega la tierra con lágrimas y con sangre. Que el sentido común decida, después de eso, qué
ventajas procura a los cristianos la «buena nueva» que su Dios ha venido a anunciarles.” Paul
Henri Thiry, barón de Holbach, El cristianismo desvelado, p. 157. Hemos utlizado la versión
digital disponible en
https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/el.cristianismo.desvelado.pdf (consulta: julio
2018)

Texto 26: Augusto Comte-Sponville: La falacia detrás del argumento


“Deliberadamente, dejo de lado todo lo que se puede reprochar a las religiones o a las Iglesias,
desde luego siempre imperfectas, y a menudo detestables, incluso a veces criminales, pero cuyos
errores no afectan al meollo de la cuestión. La Inquisición o el terrorismo islamista, por no tomar
más que dos ejemplos, ilustran claramente la peligrosidad de las religiones, pero nada dicen acerca
de la existencia de Dios. Por definición, toda religión es humana. Que todas tengan las manos
ensangrentadas podría volvernos misántropos, pero no sería suficiente para justificar el ateísmo,
que, por su parte, históricamente, tampoco estaría exento de reproches, especialmente en el siglo
XX, ni de crímenes”24.

1.e. Argumento de la necesidad psicológica de Dios


Según este argumento a favor del ateísmo, Dios no existe realmente, sino que es un
invento puramente imaginario para llenar una necesidad psicológica.

23
Michel Onfray, Tratado de ateología. Física de la metafísica, Ed. de la Flor, Buenos Aires, 2008, 66-67.

24
Augusto Comte-Sponville, El alma del ateísmo, Paidós, Buenos Aires, 2009, 89.
Texto 27: Comte: Demasiado bueno para ser real
“Estoy a favor de Dios, como la mayoría de la gente, quiero decir que preferiría que existiese; pero
esto no es una razón suficiente para creer en él, e incluso es una muy fuerte para negarse a hacerlo.
(…) Precisamente es esto lo que hace sospechosa a la religión: ¡es demasiado bella, como suele
decirse, para ser cierta! (…) Dios es demasiado deseable para ser verdad; y la religión, demasiado
reconfortante para ser creíble”25.

Texto 28: Feuerbach: Dios es una proyección humana


“La esencia divina no es otra cosa que la esencia humana o, mejor dicho: la esencia del hombre sin
límites individuales, es decir, sin los límites del hombre real y material, siendo esta esencia
objetivada, o sea, contemplada y venerada como si fuera otra esencia real y diferente del hombre.
Todas las determinaciones de la esencia divina son por ello determinaciones de la esencia
humana”26.

Texto 29: Karl Marx: La religión es el opio del pueblo


“La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así
como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo. Se necesita la abolición de la
religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real. La
exigencia de renunciar a las ilusiones sobre su condición es la exigencia de renunciar a una
condición que necesita de ilusiones. La crítica a la religión es, por tanto, en germen, la crítica del
valle de lágrimas, cuyo halo lo constituye la religión”27.

Texto 30:
Francisco Conesa, “El nuevo ateísmo: exposición y análisis”, en Scripta Theologica, Vol. 43,
Número 3Pamplona, 2011, 547-592.

Lecturas complementarias:
Roldán J. P., El Nuevo Ateísmo y el problema del mal ¿Un discurso racional acerca del mal?, conferencia
pronunciada en el VII Congresso Brasileiro de Filosofia da Religião en la Universidad Pontificia
Católica de San Pablo. São Paulo en octubre 2017. Disponible en
https://www.academia.edu/36574588/El_Nuevo_Ate%C3%ADsmo_y_el_problema_del_mal_Un
_discurso_racional_acerca_del_mal (consulta agosto julio 2018).

Mura, Gaspare.2018."Ateísmo". En Diccionario Interdisciplinar Austral, editado por Claudia E.


Vanney, Ignacio Silva y Juan F. Franck. URL=http://dia.austral.edu.ar/Ate%C3%ADsmo

25
Augusto Comte-Sponville, El alma del ateísmo, Paidós, Buenos Aires, 2009, 133-135
26
Ludwig Feuerbach, La esencia del cristianismo, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1941, 134.

27
Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2010, 3-4.

También podría gustarte