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Este artículo parte por reconocer la creciente importancia del individuo para la com-
prensión de las sociedades actuales a causa de la expansión de un proceso estructural de
singularización, al mismo tiempo que subraya ciertos impasses presentes en la sociología
a la hora de estudiar la singularidad. En este contexto, y una vez formuladas una serie de
críticas a estas vías, el artículo presenta y desarrolla las maneras en que es posible desde la
individuación dar cuenta, por un lado, a escala del individuo, de las principales pruebas
de un tipo de sociedad, y, por el otro, analizar concretamente las maneras como en este
marco los individuos se singularizan.
This article first focuses on the significant increase of the conception of the Individual in order
to understand contemporary societies, because of the structural process of singularization,
while emphasizing some impasses present in sociology to study the singular. In this context,
the article presents and develops the ways in which it is possible to use individuation as
a study strategy to give account, on the one hand, of the most relevant trials in a specific
society, and on the other hand, to analyze how the individuals constitute themselves as
singular subjects.
* Doctor en sociología EHESS-París. Profesor de sociología Universidad París Descartes, Facultad de Ciencias
Humanas y Sociales – Sorbonne; investigador en CERLIS-CNRS. E-mail: dmartuccelli@nordnet.fr.
a tesis que sostiene que el individuo es una vía relevante para entender las sociedades
contemporáneas, ha adquirido una creciente importancia en las ciencias sociales. Sin
embargo, si el individuo debe ser colocado en el vértice del análisis, ello no supone en
absoluto una reducción del análisis sociológico al nivel del actor. Por el contrario, esta
situación plantea dos grandes interrogantes. Por un lado, es importante comprender por
qué es preciso que la sociología contemporánea le otorgue una tal centralidad analítica;
y por el otro, es indispensable señalar cuál, de entre las distintas estrategias intelectuales
posibles, es la más idónea para responder a este reto histórico.
Desarrollaremos este razonamiento en tres etapas. En un primer momento, presen-
taremos rápidamente un conjunto plural de procesos estructurales de singularización
(en la producción industrial, las instituciones, la sociabilidad…) que generan una nueva
sensibilidad social que invita a acordar un interés particular a las experiencias individua-
les a la hora de analizar los fenómenos colectivos. En un segundo momento, y frente a
esta realidad, subrayaremos ciertos límites presentes en los estudios sobre la socialización
y la individualización. Por último, en un tercer momento, nos esforzaremos en mostrar
cómo desde la individuación es posible desarrollar una perspectiva macrosociológica
susceptible de responder a este desafío.
Desde hace décadas, las sociedades contemporáneas han sido atravesadas por una ten-
dencia estructural central de singularización. Un proceso que alimenta una sensibilidad
social específica que desestabiliza muchas de las maneras habituales de practicar la so-
ciología y de comprender los fenómenos sociales. La expansión de la singularidad en
el mundo actual es el resultado no intencional, y sin embargo central, de un conjunto
dispar de procesos estructurales (Martuccelli 2010). Dentro de los límites de este artí-
culo, presentaremos rápidamente algunos de los principales factores estructurales que la
engendran.
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Realidad mayor del mundo actual, incluso la teoría de los sistemas sociales, en apariencia bien alejada de una
preocupación de este tipo, se ve obligada a reconocer la importancia de la categoría de individuo en las so-
ciedades contemporáneas a medida que los distintos sistemas sociales, al diferenciarse entre sí, individualizan
sus comunicaciones dirigiéndose sucesivamente a ciudadanos, consumidores, trabajadores, estudiantes, etc.
(Luhmann 1995, 2007; Nassehi 2002). Sin embargo, este nivel –el de los individuos– queda por definición
excluido de esta perspectiva, puesto que los individuos pasan a ser considerados como el entorno de los siste-
mas sociales, lo cual no sólo mutila la comprensión analítica sino que, sobre todo, no responde a uno de los
grandes desafíos políticos que se plantean hoy al análisis sociólogico.
de la expansión estructural de la singularidad articula pues, a la vez, un análisis histórico
societal y un modo de percepción de la realidad social. El objetivo es lograr una com-
prensión unitaria de los fenómenos sociales a la escala en la cual obtienen hoy su plena
significación.
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Sobre todo esta dinámica histórica desestabiliza definitivamente la manera como la sociología, a través de la
idea de sociedad, intentó dar cuenta en el pasado de la articulación entre los sistemas y los actores. Para dife-
rentes argumentaciones acerca de la crisis analítica de la idea de sociedad, ver: Touraine 1981 y 2005; Urry
2000; Bauman 2002; Martuccelli 2005; Outhwaite 2006; Dubet 2009.
social. Entre el actor y el sistema la fusión fue incluso, en apariencia, de rigor; a tal pun-
to uno y otro parecían ser como las dos caras de una misma moneda (Dubet 1994). El
triunfo de la idea de sociedad, ya sea por sus articulaciones funcionales entre sistemas o
campos (o por la determinación en última instancia de la cultura por la infraestructura),
y la noción adjunta de personaje social, no significó pues la liquidación del individuo,
sino la imposición hegemónica de un tipo de lectura del individuo. Fue alrededor de esta
pareja como se forjó el auténtico corazón analítico de la sociología.
Es este proyecto intelectual el que ha entrado progresivamente en crisis desde hace
décadas. El modelo aparece cada vez menos pertinente a medida que la noción de una
sociedad integrada se deshace y que se impone (por lo general sin gran rigor) la represen-
tación de una sociedad contemporánea (bajo múltiples nombres –postindustrial, mo-
dernidad radical, segunda modernidad, posmodernidad, hipermodernidad…) marcada
por la incertidumbre y la contingencia.
Es en este contexto que debe comprenderse la crisis de la idea del personaje social en
el sentido preciso del término –la homología más o menos estrecha entre un conjunto de
procesos estructurales, una trayectoria colectiva (clasista, genérica o generacional) y una
experiencia personal. Si muchos sociólogos continúan aún trabajando, incluso implíci-
tamente en el marco de este modelo, progresivamente, empero, esta elegante taxinomia
de personajes revela un número creciente de anomalías y de lagunas. Los individuos
no cesan de singularizarse y este movimiento de fondo se independiza de las posiciones
sociales, las corta transversalmente, produce el resultado imprevisto de actores que se
conciben y actúan como siendo ‘más’ y ‘otra cosa’ que aquello que se supone les dicta su
posición social. Los individuos, ante la sorpresa de muchos analistas, se rebelan contra
los casilleros sociológicos (Bourdieu 1993, 1997).
Por supuesto, la corrupción de la taxonomía general es un asunto de grados y jamás
un asunto de todo o nada. Sin embargo, la inflexión es lo suficientemente fuerte como
para invitar a que se cuestione la voluntad de entender, si no exclusivamente, por lo
menos mayoritariamente, a los individuos desde una estrategia que otorga un papel
interpretativo dominante a las posiciones sociales (en verdad, a un sistema de relacio-
nes sociales), en el seno de una concepción particular del orden social y de la idea de
sociedad.
La perspectiva de la socialización no sale indemne de este proceso. Si los individuos
siguen siendo socializados a través de factores culturales, la socialización opera en un
contexto social en el cual la cultura posee cada vez más un rol ambivalente. Ella ya no es
más solamente la garante del acuerdo durable entre el actor y la sociedad (como lo fue en
mucho en las sociedades culturalmente cerradas o en la tesis del personaje social), sino
que aparece como un agente permanente de diferenciación.
Nada atesta mejor esta inflexión que el cambio de rol analítico que se le otorga pro-
gresivamente –y a veces subrepticiamente– a la socialización. A través de etapas analíticas
diversas, tiende a reconocerse no solamente la idea de la existencia de una pluralidad de
culturas en el seno de una misma sociedad, sino también que esta disimilitud de orienta-
ciones culturales no pueden más que hacer de la socialización el pivote de la integración
de la sociedad. En función de sus grupos de pertenencia, subculturas, generaciones, sexo
y trayectorias personales, los individuos son fabricados de manera muy disímil por la
socialización. Destaquémoslo: es la toma en cuenta de las facetas diacrónicas de la socia-
lización en el marco de sociedades altamente diferenciadas (Berger y Luckmann 1968),
lo que está en la raíz de las concepciones más abiertamente conflictuales de la socializa-
ción, en los estudios sobre la neurosis de clase (Gaulejac 1987) o las inflexiones recientes
que conoce en Francia el disposicionalismo, en especial bajo la forma de un conjunto
heterogéneo de hábitos sociales con fuerte variación interindividual (Kaufmann 2001,
Lahire 1998).
Esquematizando en exceso, es posible afirmar que a diferencia de la versión canónica
del personaje social, estas miradas sociológicas, sobre todo cuando se centran a nivel del
individuo, no pueden sino constatar un sinnúmero de ‘anomalías’ o de ‘disonancias’. La
diversidad prima sobre la homogeneidad. El estudio de la socialización conoce un cam-
bio analítico sustancial y tal vez definitivo. Ayer la socialización fue concebida como uno
de los principales mecanismos de la integración de la sociedad (era gracias a ella que se
producía la adecuación entre el actor y una posición social); hoy, la socialización aparece
como un formidable mecanismo de fragmentación –cada individuo es el fruto de una
serie cada vez más contingente de diferentes experiencias de socialización. La singulari-
dad se impone como una evidencia.
Sin embargo, frente al proceso de singularización, la socialización aparece, rápida-
mente, como una vía sin salida. Y en el fondo terriblemente tautológica. ¿Qué hay de
nuevo en afirmar que en una sociedad altamente diferenciada los individuos son plu-
rales? Pero, sobre todo, ¿qué es lo que una estrategia de estudio en ‘profundidad’ de los
individuos de este tipo es capaz de enseñarnos acerca de la sociedad? Si esta perspectiva,
en sus versiones más radicales, abre a un conjunto de interesantes discusiones con la psi-
cología, e incluso al estudio exhaustivo de retratos altamente personalizados, todo ello se
hace en detrimento de una mirada macrosociológica. Aquí, cómo no advertirlo, el riesgo
es bien real de que la sociología termine reduciéndose al solo nivel de los individuos. En
verdad, a los procesos de incorporación y transmisión cultural.
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