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Danza y género: ¿cómo baila la deconstrucción?

I. Volviendo sobre la pregunta de qué cuerpo es el que baila danza contemporánea, fui a ver la primera parte del
ciclo “Solos o acompañados” sobre danza y género en Matucana 100. Un ciclo que se enrola entre solos y dúos,
en pequeño formato y que se presenta en el microcine: una pequeña caja negra. Un ciclo es una instancia que
podría entregar una idea panorámica sobre un tema -o bien- demasiada información que no permite ser filtrada.
Por eso, no sería sencillo delimitar un panorama sobre la relación entre la danza y el género solo a partir de allí.
La relación entre la danza y el género posee históricamente carácteres propios que van más allá de la historia
particular del feminismo y la emancipación de la mujer. Resaltan momentos donde son las mujeres bailarinas y
creadoras fundamentales, bisagras de acontecimientos artísticos muy importantes para el desarrollo de la danza
y el nacimiento de la danza contemporánea. La historia de la danza es una historia de mujeres: solo en el siglo XX
podemos nombrar a precusoras de la danza moderna como Isadora Duncan, Mary Wigman y Loie Fuller; a Pina
Bausch que tuvo una basta trayectoria que surge siguiendo la pista del moderno y se desarrolla en la danza
contemporánea; y finalmente a la generación de la Judson Church Teather de los años setenta en Estados
Unidos, con artistas como Yvonne Rainer y Trisha Brown, incluyendo dentro de ese grupo a la creadora chilena
Carmen Beuchant. Estos son solo algunos ejemplos que atraviesan a grandes rasgos una pincelada de la historia
reciente.

II. El que un arte sea protagonizado por mujeres no significa que sea necesariamente un arte feminista. Si no que
simplemente somos mayoría de género en este terreno donde además se asocia histórica y culturalmente la
presencia masculina a la homosexualidad. Es decir, el género es un factor que ha determinado culturalmente a la
danza, al mismo tiempo que la cultura ha normado este factor respecto de la danza y en la mirada que se tiene
sobre ella. Estos dos procesos han ido entretejiéndose, cosificando límites y alimentando sus posibilidades en
una secuencia en espiral que parece no tener fin.

Puesto que un espacio donde predominan mayoritariamente mujeres no asegura relaciones antipatriarcales -
como tampoco anti-autoritarias-, no exime de actitudes machistas, ni se aleja de las estructuras que oprimen
nuestros cuerpos. Son estas acciones y actitudes las que se han relevado a la luz de las circunstancias a partir de
la violencia histórica que se ha ejercido sobre nuestros cuerpos en la sociedad, evidenciando la necesidad de un
cambio, y que como en todo espacio y campo, en la danza se requiere prestar atención: revisar y actualizar. El
que estas cuestiones muchas veces suenen repetitivas des-agencia su contenido e importancia, pero es
importante subrayar que existe una minucia pendiente para la danza en reconocer dónde se encuentran, cómo
se identifican y cuáles son las acciones, actitudes y lenguajes que estructuralmente condicionan la continuidad
de la opresión heteronormativa en la danza en sus diferentes espacios: la escena, los procesos de creación, la
enseñanza y sus vínculos institucionales.
Este proceso minucioso es la base para una trasformación política muy importante que ninguna disciplina
artística debiera ignorar y que tiene que ver con una instancia de renovación que permita sacar a la luz
inconformidades históricas y malas prácticas dentro de los vínculos artísticos de trabajo y creación.

III. En este contexto, el ciclo sobre danza y género de Matucana 100 lleva a escena tres propuestas disímiles
entre sí, que abordan temáticas que atañen al género desde una mirada universal respecto de las vicisitudes que
conlleva vivir en una sociedad marcada por el sexismo. La primera aborda el vínculo entre mujeres, montando
una especie de sororidad desde la deformación corporal, desdibujando los límites de la individualidad para
construirse en modo colaborativo. A pesar de su importancia, el relato pierde agencia al reforzar quizás
inconscientemente la norma de los cuerpos que bailan. La siguiente propuesta exhibe un cuerpo que sobrepasa
lo humano, subvirtiendo esta norma y por lo tanto, el orden estético del bailarín. Es interesante destacar la
atmósfera creada por el intérprete, que permite atravesar el horizonte de lo visual haciendo aparecer
sensaciones potentes en la audiencia a partir de la pugna interna que vive su cuerpo, un cuerpo abyecto cercano
a la humanidad en su forma y en la manera de hacernos llegar cierta empatía. Finalmente la tercera muestra es
el marco danzado de una relación heternormada. Real y contingente, aunque predecible, se vuelve fundamental
al visibilizar una problemática de vida o muerte que nos obliga a pensar otras maneras de relacionarnos.
En estas propuestas hay una mirada hacia lo global, más que sobre la particularidad de la disciplina. Pareciera, a
partir de allí, que la danza piensa en el género como una problemática social, más que como un problema que le
afecta a sí misma, pero es probable que esto sea solo el reflejo de un atisbo posible, acorde a un momento
donde hay una latencia y se está procesando mucha información que espera por salir.
Sería difícil afirmar que estas puestas en escena no poseen un carácter político, primero puesto que su
intencionalidad está mediada por el contexto de un ciclo que tiene un propósito claro: visibilizar una temática
que además de contingente, intersecta la política y el cuerpo en un horizonte donde se vuelven una sola cosa.
Justo allí la danza se pone bajo la lupa y tiene el desafío de pronunciarse sobre algo que le es propio y que
históricamente le pertenece: el cuerpo. Atenta a una posible avalancha, creo que el primer atentado debiera
producirse sobre el estado de comodidad en el que se aloja el cuerpo que baila. Pensar y destruir el género, la
contextura corporal y el consentimiento en el contacto son tres cosas importantes que podrían generar grietas
fundamentales que rompan ese espiral en el que gira la danza y sus históricas concepciones.

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