Está en la página 1de 445

1

2
CRÉDITOS
MODERADORA
Mimi

TRADUCTORAS
Mona
Mimi
AnaVelaM
Guadalupe_hyuga
VanillaSoft
3

CORRECCIÓN
Maria_Clio88
Mimi

REVISIÓN FINAL
Mimi

DISEÑO
Dabria Rose
ÍNDICE
Sinopsis ..................................................................................................................................... 5
Uno ............................................................................................................................................ 7
Dos .......................................................................................................................................... 16
Tres.......................................................................................................................................... 24
Cuatro ..................................................................................................................................... 54
Cinco........................................................................................................................................ 73
Seis .......................................................................................................................................... 90
Siete ...................................................................................................................................... 117
Ocho ...................................................................................................................................... 141
Nueve .................................................................................................................................... 151
Diez........................................................................................................................................ 166
Once ...................................................................................................................................... 180
4
Doce ...................................................................................................................................... 201
Trece ..................................................................................................................................... 217
Catorce .................................................................................................................................. 251
Quince ................................................................................................................................... 269
Dieciséis ................................................................................................................................ 283
Diecisiete ............................................................................................................................... 315
Dieciocho............................................................................................................................... 330
Diecinueve............................................................................................................................. 341
Veinte .................................................................................................................................... 354
Veintiuno............................................................................................................................... 367
Veintidós ............................................................................................................................... 375
Veintitrés............................................................................................................................... 389
Veinticuatro .......................................................................................................................... 418
Veinticinco ............................................................................................................................ 438
Epílogo .................................................................................................................................. 439
Sobre la autora...................................................................................................................... 444
SINOPSIS
Antes de que fuese Big Texas, era Zac el Snack Pack.
Bianca Brannen sabe que el tiempo, en su mayor parte, sana todas
las heridas. Incluyendo esas que tus una vez seres queridos podrían
haberte dado sin querer. (Esas simplemente toman más tiempo).
Piensa que está lista cuando una llamada la lleva de nuevo a la vida
de su viejo amigo. O, al menos, tan lista como es posible para ver al
quarterback titular de la NFO. Antes de las luces, los fans y los millones, él
había sido un niño flaco con un corazón de oro.
Salir de la vida de Zac Travis debería ser fácil. Tan fácil como fue para
él salir de su vida.

5
Para mi mejor amigo
y profesor.
El absoluto amor de mi vida.
Dorian,
este libro y toda mi vida,
están dedicados a tu memoria.

6
UNO
—¡Se corrió la voz! Los Oklahoma Thunderbirds han firmado con el
quarterback Damarcus Williams un acuerdo de dos años por valor de 25
millones de dólares. Este acuerdo se produce semanas después de que la
organización anunciara que Zac Travis quedaría libre en la agencia después
de cinco temporadas en Oklahoma City. Michael B., ¿se ha acabado para
Travis el puesto de quarterback titular en la NFO?
El hombre guapo con un traje gris oscuro en la televisión se enojó
visiblemente antes de inclinarse hacia la cámara.
—¿Lo has visto jugar estas dos últimas temporadas? ¡No sé por qué los
Thunderbirds esperaron tanto tiempo para quitarlo de la lista! Quiero decir,
¿estás bromeando? A lo largo de su carrera, ¡solo ha logrado llevar a un
equipo a los playoffs dos veces! ¿Qué...?
—Blanca, ¿qué estás haciendo?
Mierda.
Apartando la mirada al instante de los subtítulos que parpadeaban en 7
la parte inferior de la pantalla de la televisión a la que había mirado desde
unos cinco metros de distancia, apenas pude pensar en lo que estaba
haciendo antes de que la imagen de un hombre de aspecto familiar con un
uniforme de fútbol gris, blanco y naranja me llamara la atención.
Como él siempre lo había hecho.
—Cambiando de canal —contesté al hombre del otro lado del
mostrador tras el que estaba parada. Levanté el mando en la palma de mi
mano como prueba.
¿Acaba de llamarme Blanca otra vez?
Sabía sin duda alguna que mi nuevo jefe estaba tratando de
atraparme por no trabajar. Siempre merodeando a mi alrededor,
apareciendo de la nada cuando menos lo esperabas. Por suerte,
probablemente solo había estado viendo la televisión durante un minuto.
Lo suficiente para reconocer al hombre del que hablaban los comentaristas
de The Sports Network y ver el comienzo de su discusión.
Mi jefe, uno de mis tres nuevos jefes, si era precisa, me miró fijamente
desde donde estaba al otro lado del mostrador, pensando que mentía o
tratando de averiguar cómo darle la vuelta a lo que había estado haciendo
para tener una excusa para quejarse.
Porque eso era lo que él hacía… muy bien, desafortunadamente.
Tan bien que la mayoría de mis compañeros de trabajo habían
renunciado en el último mes desde que el gimnasio había sido oficialmente
tomado por sus nuevos propietarios. Imbécil 1, Imbécil 2, y el tipo decente
que desafortunadamente nunca estaba cerca y que también podría ser un
imbécil si alguna vez pasara más de cinco minutos en Maio House. Así es
como nos referíamos a ellos, al menos a los que quedábamos.
Está bien, quizá solo éramos Deepa y yo, pero lo dudaba mucho.
—Uno de los miembros me preguntó si podía cambiarlo. —Tampoco
me iba a sentir mal por ello, sobre todo cuando él seguía masacrando mi
nombre después de tanto tiempo de conocernos. Lo corregí al menos diez
veces y se lo deletreé dos veces, tal vez más. Bianca Maria Brannen.
Bianca porque mi hermana me había puesto el nombre, Maria por la
abuela de mi madre, su abuela y Brannen porque... era el apellido de mi
padre—. Y es Bianca. Con una I. No con una L —corregí al hombre que
ahora se encargaba de firmar mis cheques de pago, tocando en vano la
etiqueta con el nombre en el lado izquierdo de mi pecho con una sonrisa
forzada al doscientos por ciento. Respecto a esto último, necesitaba sacarlo
de aquí y llevarlo a su oficina antes de que realmente encontrara algo de
qué quejarse.
Por otra parte, como había aprendido, podía encontrar algo malo en...
bueno, en todo.
8
—¿Necesitabas algo?
Además de una vida y un cambio de personalidad. Tal vez también
múltiples enemas, para sacar lo que había alojado en su culo.
Mi jefe me miró durante un segundo más mientras se apoyaba en el
mostrador detrás del cual me habían contratado hace casi tres años para
trabajar. La recepción de un gimnasio era un lugar en el que había
disfrutado trabajar hasta hace exactamente un mes.
No necesité mirar el frente del mostrador para saber que las palabras
MAIO HOUSE estaban pintadas delante. El mundialmente famoso
gimnasio no había cambiado de nombre cuando se vendió oficialmente
hace unas semanas. Los tres inversores, uno de los cuales era Gunner, el
hombre que no podía recordar mi nombre para salvar su vida, compraron
la marca y el legado detrás de un gimnasio. Maio House había estado en la
familia DeMaio durante setenta y tantos años y había formado docenas de
atletas de clase mundial, empezando con boxeadores cuando abrió, y
ahora atletas de artes marciales mixtas.
La atmósfera había sido genial antes. Los miembros eran casi todos
agradables y me habían gustado mis compañeros de trabajo. Los DeMaio
también habían sido los mejores propietarios y gerentes.
Un día, de repente, el señor DeMaio nos dijo que iba a venderlo.
Había sido el principio del fin. Para el primer viernes después de que
se hiciera oficial la venta, uno de los otros empleados de la recepción, dos
personas que atendían el bar de jugos, y el asistente del gerente habían
renunciado. En la semana siguiente, otros dos empleados de recepción, el
conserje y el gerente del gimnasio de dos años también habían renunciado.
Principalmente por este encantador ser humano.
Él apestaba.
A propósito hice que mi sonrisa fuera aún más grande mientras
esperaba que el jefe más malo que jamás hubiera tenido me dijera si
realmente necesitaba algo.
Porque ambos sabíamos muy bien que no lo hacía. Solo estaba siendo
un micro administrador que amaba acosar a sus empleados, y hoy fue mi
día de suerte. Hurra.
—No —respondió Gunner, el luchador retirado de la United Fighting
League, con esa molesta mirada en blanco que me hizo preguntarme si
había intentado usarla en la jaula en su mejor momento. Lo había
buscado el primer día que me había molestado por beber un batido detrás
de la recepción. “No sé cómo hacían las cosas aquí antes”, había tratado de
decirme la pesadilla dos días después de que había empezado a trabajar
aquí, “pero no se permite comida detrás del mostrador, aunque sea un
batido del bar de jugos. Y tampoco hay descuentos. Pagas el precio que está 9
en la pizarra como todos los demás”.
En primer lugar, ni siquiera me habían hecho un descuento cuando
mi compañero de trabajo me hizo el batido. Lo había comprado por el
precio completo. La única vez que tuve descuentos fue cuando uno de los
gerentes o dueños me lo ofreció en el momento. En segundo lugar, no
había sido como si me lo hubiera bebido delante de los clientes. Había
bebido entre la gente que iba y venía, mientras me agachaba detrás del
mostrador porque tuve que saltarme el almuerzo. ¿Y por qué tuve que
saltarme mi almuerzo? Porque mi compañera de trabajo lo había dejado el
día anterior después de que Gunner se quejara por pedirle llegar tarde
para poder llevar a su hijo al médico.
—No te pago para que estés viendo la televisión, recuérdalo —dijo el
hombre en ese tono que me hizo pelear para no poner los ojos en blanco.
Recuérdalo.
Imbécil.
Sintiendo que mis dedos se curvaban instantáneamente en puños por
sí solos, me costó mantener mi expresión neutra y mis ojos del ancho
normal antes de que lograra decirle a mi jefe tan dulcemente como fuera
humanamente posible, sonriendo sarcásticamente:
—Lo sé. No te preocupes.
De lo que tenía que preocuparse era que le metieran un pie en el culo.
No entendía cómo diablos pasé de disfrutar de trabajar aquí, de mis
compañeros y de la mayoría de los miembros, a sentarme en mi auto,
esperar hasta el último minuto y tener las llaves en la mano un minuto
antes de terminar mi turno. En su mayoría. Incluso había empezado a
revisar el horario para ver qué días se suponía que Gunner iba a venir
para poder prepararme mentalmente.
El molesto imbécil de Gunner golpeó sus nudillos contra el mostrador
una última vez antes de irse. Lo vi rodear el escritorio hacia la puerta que
llevaba al camino que conectaba la parte del gimnasio del edificio en el que
trabajaba con el otro edificio de al lado que albergaba lo que llamábamos
la sección de MMA, ya que la mayoría de las personas que entrenaban allí
eran luchadores.
Necesitaba salir de aquí.
Y un día, pronto, lo haría.
Primero, necesitaba que Deepa encontrara otro trabajo para no
sentirme mal dejándola sola con este imbécil. Había estado hablando de
ello al menos una vez al día, pero aún no se había comprometido a dejarlo
por mucho que odiara soportar a Gunner también. Con suerte, más pronto
que tarde, ella realmente lo haría porque no estaba segura de cuánto
tiempo más iba a durar aquí, incluso ahora que solo trabajaba a tiempo 10
parcial.
Necesitaba hablar con ella de nuevo lo antes posible. Tal vez mañana
por la mañana, cuando se suponía que iba a venir a mi apartamento a
ayudarme. Podríamos mirar las listas de trabajos durante nuestro
descanso. Sí, ese era un buen plan.
¿En qué estaba pensando antes de distraerme?
Una receta. Había estado tratando de elaborar una nueva receta en
mi cabeza. En eso pensaba cuando TSN, The Sports Network, mostró a ese
hombre familiar en la pantalla e inmediatamente fui a buscar el control
remoto para cambiar el canal. Me llevó un segundo volver a donde había
estado por última vez en el tren de las recetas. Los plátanos y el chocolate
eran lo más lejos que había llegado antes de que me distrajera y fuera
absorbida por lo que decían los comentaristas, a pesar de que no era así.
No era como si alguna vez dijeran algo bueno.
Pero en fin.
Todo el tiempo que pasaba pensando había sido mi parte favorita en
este trabajo antes. Era hora de que pudiera trabajar con ideas de recetas
en mi cabeza, sopesando sus pros y contras mientras me pagaban. Me
gustaba salir de casa y había hecho amigos aquí. Había sido una situación
en la que todos salían ganando.
Y entonces llegó Gunner.
Mi teléfono vibró contra mi nalga y miré a mi alrededor para
asegurarme de que el Imbécil 1 no había vuelto a entrar y no estaba
escondido a la vuelta de la esquina, esperando.
No lo estaba. Al menos estaba bastante segura de que no lo estaba.
Al sacarlo, eché un vistazo a la pantalla, esperando un mensaje de mi
hermana, ya que no había sabido nada de ella en todo el día.
No me decepcionó.
CONNIE AMA LA POLLA: ¿Necesito ayudarte a encontrar una cita
para la fiesta de los quince de Lola?
¿No estaba eso… a meses de distancia? ¿Y necesitabas una cita para
la fiesta de cumpleaños de una quinceañera? Claro, esa parte de la familia
se iba a gastar algo así como veinte mil dólares en la fiesta de mi prima
segunda; mi hermana me había llamado para decirme lo tontos que eran
por tirar el dinero de esa manera cuando todos sabíamos que no se lo
podían permitir. Para el quinceavo cumpleaños de Connie, nuestros padres
le habían comprado un auto antiguo que no funcionaba; ella todavía se
quejaba de ello. Para mi decimoquinto cumpleaños, mamá Lupe, mi
abuelita, me había dado dinero para ir a un parque de atracciones en San
Antonio, y mi primo Boogie me había llevado a pasar el día. Yo quería ir a
Disney, pero no había dinero en ese entonces. Mis padres me habían dicho
que me llevarían algún día, pero tenía veintisiete años y seguía esperando 11
que cumplieran esa promesa.
Pero finalmente iba a ir a Disney World este año, y estaba
emocionada. Era mi regalo para mí por haber sobrevivido a Kenny y su
mierda. Iba a celebrar mi futuro con orejas de ratón puestas.
Eché un vistazo para asegurarme de que el espeluznante imbécil de
Gunner no había aparecido aún por arte de magia y envié a mi hermana
una respuesta muy rápida.
Yo: ¿Necesito una cita?
Apenas había metido mi teléfono en el bolsillo cuando vibró con otro
mensaje entrante. Un segundo mensaje llegó antes de que pudiera sacarlo
de nuevo. Pero no eran de mi hermana.
Ambos eran de Boogie.
BOOGIE ES MI FAVORITO: Llámame en cuanto tengas
oportunidad.
BOOGIE ES MI FAVORITO: Por favor, B.
Podía contar con cero dedos el número de veces que mi primo, mi
primo favorito que era básicamente mi hermano y definitivamente uno de
mis mejores amigos, empatado con mi hermana, me había pedido que lo
llamara. Era alérgico a las llamadas telefónicas. Y rara vez me enviaba
mensajes los fines de semana, especialmente ahora que volvía a tener
novia.
Gunner podía aguantarse si me atrapaba; mi primo me necesitaba.
Pulsé el icono del teléfono en el mensaje y me lo puse en la oreja.
Boogie respondió al segundo tono, asustándome aún más. También podía
contar con una mano el número de veces que había respondido a
cualquier llamada de alguien al primer tono. Lo sabía. Había estado con él
mil veces cuando había mirado quién llamaba y luego había pasado veinte
segundos debatiendo si debía o no contestar.
—Bianca —susurró Boogie antes de que pudiera saludar o preguntar
qué pasaba—. Paw-Paw Travis está en el hospital.
—Oh. —Fue lo primero que salió de mi boca, sobre todo porque mi
cerebro todavía estaba obsesionado con necesitar una cita, la receta que
había estado tratando de descubrir, cuánto necesitaba salir de aquí y cuán
imbécil era Gunner. Pero lo entendí rápido. Fui directo al nombre que
había dicho. ¿Paw-Paw Travis? ¿Qué posibilidades había de...?—. Oh,
mierda. ¿Está bien?
Volví a mirar alrededor. La costa aún estaba despejada, por suerte. A
mi lado, la chica nueva que trabajaba en el bar de jugos me miró antes de
apartar los ojos igual de rápido. Nadie quería ser atrapado. No podía
culparla. 12
—No lo sé. —Mi primo mayor se puso a hablar rápidamente,
devolviéndome a la llamada mientras sonaba jodidamente distraído y como
si estuviera silenciando su voz—. La ambulancia se lo llevó hace un par de
horas y dicen que le están haciendo pruebas.
—Lo siento mucho, Boogie. ¿Qué puedo hacer? —pregunté, pensando
que si Paw-Paw había sido una especie de figura de abuelo para mí, había
sido casi como un padre para mi primo, un segundo padre, pero un padre
de todos modos. Por lo que sabía, Boogie seguía yendo a su casa una vez a
la semana para ver cómo estaba, y así había sido desde que se había
mudado a la zona de Austin hace un tiempo.
—Necesito que me hagas un favor —respondió.
Observé la puerta principal mientras un par de miembros regulares
entraban y se dirigían directamente a la mesa de trabajo. Les sonreí a
ambos, sosteniendo el teléfono en mi oreja con mi hombro, y examiné sus
pases.
—Lo que necesites. —No había una sola cosa que no haría por él, o
por cualquiera de mis seres queridos, y tenía muchos.
Paw-Paw incluido.
Nunca olvidaría la amabilidad con la que me había tratado cuando
era más joven. Hacía tiempo que no lo veía, pero la última vez que lo vi, me
había dado un gran abrazo y me había hecho mil preguntas sobre cómo
me había ido desde la última vez que nos vimos, un año antes de eso.
Cuando era pequeña, sacaba monedas de detrás de mis orejas. Para uno
de mis cumpleaños, me había dado un colgante de un flamenco que había
pertenecido a su difunta esposa. Todavía lo tenía en mi joyero.
La culpa llenó mi estómago mientras rezaba en silencio para que
estuviera bien. Si lo estaba, me portaría mejor. Podría visitarlo un poco
más, tal vez cada vez que fuera a ver a Boogie. Podría llamar al menos para
ver cómo se encontraba. Podría enviarle algunos regalos. Boogie se había
quejado no hace mucho de que Paw-Paw seguía intentando hacer
demasiado para su edad.
—… decírselo.
—Que tengan un buen entrenamiento —susurré a los miembros
mientras apartaba el teléfono de mi boca—. Lo siento, Boog. ¿Qué dijiste?
Todavía estoy en el trabajo por otros veinte minutos.
Mi primo repitió:
—Zac no contesta el teléfono. He intentado llamarlo y su madre
también, pero no contesta. ¿Puedes ir a su casa y decírselo?
¿Qué demonios acaba de decir?
¿Quería que le dijera a Zac que su abuelo estaba en el hospital? 13
¿Zac Travis, que había sido el quarterback titular de los Oklahoma
Thunderbirds de la NFO? ¿Del que los presentadores de televisión habían
estado hablando literalmente? ¿El hombre cuya vida salvé cuando éramos
niños?
En serio, ¿qué posibilidades había?
—Por favor, B. No te lo pediría si no tuviera que hacerlo.
Por supuesto, sabía eso. Boogie raramente pedía algo. Así que, por
supuesto, por supuesto, cuando lo hacía sería algo como esto.
—Pero no contesta, y lo he estado llamando sin parar durante la
última hora. Su madre ha estado tratando de llamarlo también y nada. —
Mi primo se habló sin parar, el estrés y la preocupación colgando de cada
sílaba.
Había usado la misma voz cuando mamá Lupe estuvo enferma. Pero
esto era diferente.
Mi primo quería que le dijera a su mejor amigo que su abuelo estaba
en el hospital porque dicho mejor amigo no contestaba al teléfono.
Era así de simple, y tenía mucho sentido.
En cierto modo, no era nada.
Mi primo quería que fuera a decirle a su mejor amigo, a quien había
conocido casi toda mi vida, que me había querido y tratado como una
hermana pequeña hace tiempo, que algo le había pasado a su abuelo, ya
que no contestaba al teléfono. Porque necesitaba saberlo. Por supuesto
que sí. Por supuesto que debería.
No había razón para que dijera que no. No había ninguna razón real
para que dudara. Así que no nos habíamos visto o hablado en casi diez
años; no era como si hubiera pasado porque nos hubiéramos peleado o
porque hubiera hecho algo tonto para hacer las cosas raras.
No. No había ninguna razón real.
Solo yo siendo una cobarde.
Y él… bueno, ya no importaba.
—¿Bianca?
—Estoy aquí —respondí, mirándome en el reflejo del gran espejo que
ocupaba la mayor parte de la pared justo delante de la recepción y el bar
de jugos donde me paraba todo el día. Incluso con el cabello suelto, podía
ver las bolsas bajo mis ojos desde aquí. Me quedé despierta hasta muy
tarde viendo este romance turco en línea anoche, y valió la pena. No era
como si los miembros del gimnasio no me hubieran visto en el trabajo con
tres o cuatro horas de sueño regularmente.
Pero...
¿Por qué tenía que pedir esto de entre todas las cosas? Por otra parte, 14
era un milagro navideño que me hubiera llevado tanto tiempo ponerme en
esta posición en primer lugar: tener que ir a ver a Zac. No era como si
pensara que nunca lo volvería a ver. Solo que no en un futuro cercano. Tal
vez en la próxima década. Desde el momento en que supe que vivía en
Houston, me preparé para el hecho de que mi tiempo estaba llegando a su
fin, y había sido un milagro por sí mismo que mi primo hubiera estado
trabajando fuera del país durante las últimas dos semanas y no hubiera
tenido la oportunidad de venir a visitarlo.
Pero ahora Boogie lo estaba pidiendo.
Yo había tomado mis decisiones, y él también. No había resentimientos.
Ahora, aquí estábamos.
Todo lo que tenía que hacer era transmitirle la noticia. Eso era todo.
No era para tanto.
Contuve un suspiro y le di a mi primo la única respuesta real que
pude.
—Sí, por supuesto que lo haré.
Me encantaría ver a Zac en mejores circunstancias. No es que no lo
hubiera intentado en los últimos diez años. Es que nunca… había
funcionado.
Está bien, tal vez podría haberme esforzado más pero no lo hice. De
acuerdo, quizás no lo había intentado, punto. Porque en mi interior, la
cobarde seguía siendo fuerte en algunas situaciones, pero extra, extra
especialmente cuando se relacionaba con Zac Travis. El tiempo había
curado muchas heridas pero no todas. No las pequeñas con fracturas muy
finas que realmente tocaban la fibra sensible.
Pero el mejor amigo de mi primo necesitaba saber que su abuelo
estaba en el hospital. ¿Y si no respondía al teléfono y yo vivía en la misma
ciudad en la que él entrenaba durante su temporada baja? Probablemente
era el destino.
Una imagen de lo que los comentaristas de The Sports Network
acababan de hablar me pasó por la cabeza.
Oh, bueno.
Haría cualquier cosa por la gente que amaba, y amaba a Paw-Paw
Travis. Y había amado a Zac. A pesar de todo, todavía lo hacía de alguna
manera y, más que probablemente, siempre lo haría.
Pero aunque no lo hiciera, no podía decirle que no a Boogie.
—Salgo pronto del trabajo. ¿Dónde crees que está? —Me las arreglé
para preguntar, ignorando ese bulto de miedo y nervios en mi vientre ante
la idea de volver a verlo después de tanto tiempo, especialmente hoy de
15
todos los días. Pero tal vez él ya sabía qué estaba sucediendo. Que los
Thunderbirds estaban contratando a un nuevo quarterback.
Sí, podría ser eso.
Y, en serio, esto podría ser peor. Ir a verlo, quería decir. Al menos Zac
nunca supo que estaba enamorada de él.
Gracias a Dios.
Simplemente había olvidado todo sobre mí.
DOS
Debería haber ido a casa y haber cenado frente a la televisión.
Me metí en la boca la última uva del vaso de fruta que había
comprado en la gasolinera y me quedé mirando la enorme casa por mi
ventana.
Esta era la casa en la que vivía Zac, según la dirección que Boogie me
había enviado justo después de colgar el teléfono. Revisé dos veces los
números para asegurarme de que eran correctos, y sí, lo eran. Quiero
decir, el código de la verja para entrar en el vecindario también era
correcto… por desgracia.
¿Dónde más esperaría que viviera un millonario? Estaba noventa y
nueve por ciento segura de que no era el dueño de la casa, ya que no se
iba a quedar en Houston por mucho tiempo, pero eso no cambiaba el
hecho de que la renta tenía que astronómica para un lugar como este.
Había visto fotos de la casa de Zac en Oklahoma. Boogie me había enviado
una foto de sí mismo tendido sobre suelos de mármol entre una gran
escalera de hierro y madera, con la cabeza apoyada en su puño, con Zac 16
tumbado en el suelo a su lado en la misma posición. Me había hecho
sonreír.
Cuando había conocido a Zac de verdad, cuando había sido mi amigo,
había ido por ahí en un auto sin aire acondicionado y un parachoques con
tantas abolladuras que las llamaba pecas. ¿Y ahora? La última vez que
Boogie me envió una foto de ellos juntos, estaban en un BMW que
probablemente costaba más que la casa en la que crecí.
Pero había trabajado duro por todo lo que tenía y más. La casa
grande, un buen auto, o tal vez autos, y una atención positiva. Y según mi
opinión actual, también tenía mucha gente a su alrededor.
Por supuesto que sí.
Había estado ocupado todas esas veces que le envié un mensaje y no
había recibido una respuesta, lo sabía. Ese conocimiento tenía que
consolarme como lo hizo hace una década cuando… perdimos el contacto.
Perdimos el contacto. Así es como iba a llamarlo.
Por su aspecto, la casa en la que estaba ahora era tan grande y
probablemente tan lujosa como en la que había estado viviendo en
Oklahoma, de dos pisos, amplia y con una entrada circular. Me sorprendió
un poco ver que estaba llena de autos. También lo estaba la calle de
enfrente.
Tres personas estaban caminando por el sendero frente a la que era
una de las casas más grandes que había visto, y estaban muy bien
vestidos. Detuve mi auto a dos casas gigantes de distancia y esperé que
nadie llamara para que lo remolcaran.
¿Y por qué demonios tenía que hacer una fiesta hoy?
Cerré mi auto y crucé la calle corriendo con mis zapatillas negras,
mirando cada mansión por un segundo.
Tomé mi teléfono y miré la pantalla, comprobando tres veces la
dirección que Boogie me había enviado por mensaje, por si acaso.
Sí, todavía era correcta.
Abrí mi aplicación de mensajes antes de que me olvidara y le envié
uno nuevo a mi hermana. Todavía no me había respondido sobre la
necesidad de una cita para la quinceañera.
Yo: Voy a entrar en una casa en la que nunca he estado. Si no te
envío un mensaje en una hora, llama a la policía. La dirección es 555
Rose Hill Lane.
Me detuve, lo pensé y le envié otro mensaje.
Yo: No invites a nadie que no me guste a mi funeral.
Entonces le envié otro.
17
Yo: Y no te olvides de dejar mi portátil en un pantano si pasa
algo.
Lo pensé por un segundo.
Yo: Y no olvides que eres la única que quiero que limpie mi
mesita de noche. Usa guantes y no me juzgues.
Volví a meter el teléfono en mi bolso cuando me detuve frente a lo que
debía ser una casa de al menos setecientos cincuenta metros cuadrados y
miré la combinación de paredes de ladrillo y piedra, diciéndome que tenía
que hacer esto. Boogie lo había pedido.
Y cuanto antes lo hiciera, antes podría irme a casa.
Por la gran puerta de cristal y hierro, pude ver a un montón de gente
dentro, pero aun así llamé. Y, por supuesto, nadie escuchó, o al menos
fingió no escuchar o mirar.
Toqué el timbre, viendo a la gente pasar el rato un poco más en el
interior, y aun así nada. No entendía por qué había tanta gente. No era su
cumpleaños. Ya llevaba en Houston casi dos semanas. Tal vez era una
fiesta solo por puro gusto. ¿Para celebrar el comienzo de un nuevo capítulo
de su vida sin los Thunderbirds? Si fuera yo, probablemente estaría en mi
sofá comiendo malvaviscos y llorando. Pero, ¿qué sabía yo?
Esperé un poco más, con la esperanza de que alguien mirara… pero
aun así, nadie lo hizo. Un par de los chicos que pude ver dentro eran
enormes, y mi instinto me dijo que tenían que ser jugadores de fútbol
también. Como Zac. Por eso estaba en Houston ahora, porque iba a
entrenar con gente especial o algo así antes de que empezara la
pretemporada. Por los comentarios de mi primo, había estado en unas
largas vacaciones antes de venir aquí.
Me preguntaba qué iba a hacer ahora que ya no estaba con los
Thunderbirds.
Rebotando en las plantas de mis pies por un segundo, miré mi
camiseta de Maio House y decidí que no me importaba una mierda. Llamé
una vez más, y cuando todavía nadie me miró parada allí con
incomodidad, fui por el maldito pomo de la puerta. Tenía que hacer esto.
Lo giré.
Se abrió.
De acuerdo.
Entré, cerrándola detrás de mí y mirando a toda la gente bien vestida
que había dentro. Ninguno de ellos llevaba esmoquin o traje, pero seguro
que no llevaban uniformes de trabajo. De repente deseé haberme puesto
un poco más de lápiz labial antes de salir del auto.
Lo que sea.
La casa se abría en un bonito pero básico comedor formal por un lado 18
y una oficina por el otro. La oficina solo tenía un escritorio, una silla y una
impresora. No había nada colgado en las paredes mientras continuaba
adentrándome en la casa, mirando lo que tenía que ser quién diablos sabe
cuánta gente dispersa por la siguiente parte de la casa de planta abierta
con sus techos abovedados.
Todo el mundo hablaba y había una película en una gran televisión
que estaba montada sobre la chimenea de la sala de estar. Espié a un par
de tipos más que tenían que ser algún tipo de atletas por su estructura
muscular y sus posturas, y uno de ellos me miró a los ojos y me sonrió.
Pero no era el jugador de fútbol que yo buscaba… aunque no me
importaría mirarlo bajo otras circunstancias.
Agarrando mi bolso un poco más fuerte, crucé lentamente la sala,
buscando esa cabeza de cabello claro en un mar de jodidos gigantes.
Traté de mirar cada rostro pero no pude encontrar el que necesitaba.
El que solía conocer.
Aún más nervios se instalaron en mi estómago con cada minuto que
pasaba. Iba a encontrar a Zac, hacer lo que tenía que hacer, y todo iba a
estar bien. Y sí, tenía malas noticias que darle, pero al menos no eran
peores. Sería educado. Quizás nos sonreiríamos el uno al otro, y en su
mayoría la mía sería real.
No tenía nada contra él.
Vería al hombre que conocí, le daría su mensaje y luego volvería a mi
vida. Tal vez lo vería de nuevo en otra década, y tal vez no. Sería más fácil
aceptar y pensar en este momento, al menos.
Me dirigí hacia una puerta corrediza cerca de un rincón para el
desayuno que daba al exterior, notando que se abría y cerraba mientras
los fiesteros entraban y salían. No iba a preguntar si Zac estaba en una
habitación o no a menos que tuviera que hacerlo. Mientras rodeaba a dos
personas que volvían a entrar al mismo tiempo que yo salía, el sonido de
una risa me hizo girar. Lo vi.
Casi hice una toma doble.
En una tumbona, flanqueado entre dos mujeres, había un hombre
que había visto en la televisión hace una hora cuando los comentaristas
habían estado discutiendo su carrera. De quarterback titular de una
pequeña franquicia a… bueno, quién diablos sabía qué ahora. El mejor
amigo de mi primo. Mi viejo amigo.
Visualmente absorbí al hombre que no había visto en persona en
mucho tiempo mientras caminaba, pasando entre y alrededor de grupos de
personas que no me prestaron atención. Siempre hubo… algo en Zac. Algo
para lo que no había exactamente una palabra, era en parte su buena
apariencia, pero sobre todo algo dentro de él que atraía a una persona, que
atraía a la gente. Algo casi magnético, y podía decir que estaba vivo y bien 19
incluso desde la distancia.
Esa era una de las cosas que lo convirtió en un quarterback ideal.
Eso y su enorme corazón.
Por lo menos, había pensado eso en el pasado.
El sombrero de vaquero característico de Zac escondía lo que sabía
que era cabello rubio oscuro con mechones de color caoba y un poco de
castaño. Una de las últimas veces que lo vi en la televisión, había estado
bastante largo. Capté un destello de una brillante sonrisa blanca, una
sonrisa que sabía que constantemente permanecía en su rostro, mientras
hablaba con una de las mujeres sentadas a su lado. Sus largas piernas
estaban estiradas delante de él, cubiertas de vaqueros como siempre.
Incluso cuando éramos niños, no recordaba que llevara shorts a menos
que hubiera estado en la piscina con un largo y holgado bañador que
Boogie siempre había intentado bajar.
Sonreí a un par de personas que me llamaron la atención mientras
me movía entre la multitud que se agolpaba en el patio, y por suerte nadie
me agarró y me preguntó si me había perdido o estaba en el lugar
equivocado.
Los nervios hicieron que mi estómago se sintiera un poco raro, pero
los ignoré. Este era Zac. Lo conocía, lo conocía desde hace más de la mitad
de mi vida. Me había enviado regalos de Navidad durante un tiempo. Lo
amaba, y él me había amado por mucho tiempo. Era el mejor amigo del
hombre que había sido mejor que un hermano para mí.
¿Y qué si Zac era un famoso jugador de fútbol?
¿Y qué si había estado en la portada de las revistas?
¿O había sido el rostro de una franquicia de fútbol?
¿Y qué si una de las últimas veces que lo vi en persona, su novia en
ese momento había aplastado mi preciosa y frágil autoestima en pequeños
pedazos con su sonrisa falsa y palabras duras? Ya no tenía diecisiete años.
Mi autoestima no dependía de las opiniones de otras personas.
Y en realidad, más que cualquier otra pregunta, ¿y qué si no había
respondido a ninguna de mis llamadas o mensajes durante años? Ya lo
había superado, y lo había hecho hace mucho tiempo. No le guardaba
resentimiento por estar ocupado.
Froté mis dedos sudorosos entre sí y apreté mis labios mientras
seguía adelante.
La rubia bonita sentada a su derecha fue la primera en mirarme, y
por suerte, sonrió. La morena a su izquierda no lo hizo. No hizo ningún
tipo de expresión facial, pero había algo en sus ojos que no necesitaba ser
una lectora de mentes para saber que era más como: ¿qué estás mirando,
perra? Pssh. Como si eso fuera intimidante. No conocías el miedo hasta 20
que leías lo que la gente pensaba de ti en Internet.
No fue hasta que mis pies se detuvieron frente a los tres que el
sombrero de vaquero se inclinó y unos ojos azul claro, un azul tan suave y
puro que casi se podría haber llamado azul bebé, se posaron sobre mí,
dirigiéndose hasta mi rostro y quedándose allí.
Me miró, todavía esbozando esa sonrisa que había visto un millón de
veces y era total travesura y buen humor. Al menos no estaba devastado
por lo que había pasado con su antiguo equipo, ¿verdad? Eso era bueno.
Por otra parte, lo había visto sonreír cuando supe que estaba devastado.
Eso era justo lo que hacía.
Me llevó un segundo, pero le devolví la sonrisa, solo una pequeña,
moviendo cuatro dedos hacia él que estaba bastante segura de que no notó
porque su mirada no se movió por debajo de mi cuello.
Y lo primero que le dije a un hombre que me había llevado en sus
hombros, que me había dado paseos por el vecindario de mi abuela en el
manillar de su bicicleta, fue:
—Hola, Zac.
Y no, no, eso no era jodida amargura subiendo por mi garganta.
Parpadeó de nuevo y siguió sonriendo mientras alargaba las palabras
con una voz que se había vuelto más profunda a lo largo de los años.
—¿Cómo te va? —Casual y amigable como siempre. Como el jodido
Zac.
Me puse de puntillas, manteniendo mi mirada en un rostro que, en
persona, podía ver cuánto había madurado. La suavidad que había estado
ahí antes, que había sido toda infantil y linda, había desaparecido en su
mayor parte, dejando una estructura más delgada con pómulos altos y
una mandíbula afilada. Pequeñas líneas finas en las comisuras y a lo largo
de su boca. Tenía treinta y cuatro años, después de todo.
Y era aún más guapo de lo que había sido en su adolescencia o en
sus veinte años, especialmente cuando sonreía como lo hacía entonces.
Torcido. Aun así relajado y amistoso. Big Texas personificado.
Era acogedor.
—Hola —dije con cuidado, todavía observando su impactante rostro
bronceado—. Soy yo.
Yo. Veintisiete, no diecisiete. Mi cabello era largo y suelto. Cuando era
más joven, siempre lo tenía recogido porque no sabía qué hacer con mis
rizos aparte de alisarlos. Ahora también usaba maquillaje. Me depilaba las
cejas. Perdí algo de peso. Pero seguía siendo yo.
Su sonrisa se ensanchó un poco más, pero podía decir, sabía…
—Bianca —dije, alzando mis talones otra vez. 21
Zac parpadeó y aun así…
Miré de uno de sus ojos al otro, tomando el color que aún era tan rico,
y me di cuenta de que… no me reconoció. No… ¿se acordaba? O si lo
hacía, entonces no le importaba una mierda.
No hubo ningún abrazo. Ningún “Bianca. ¡Mierda! ¡Ha pasado tanto
tiempo! ¡Estoy tan feliz de verte! ¿Qué haces aquí?”.
No dejaba de mirarme, sin decir nada pero de forma educada.
Y...
Mi corazón se hundió. No pretendía que lo hiciera. No había pensado
que podría o que lo haría. No quería que lo hiciera, pero se hundió. Al
menos hasta mi estómago. Probablemente hasta los dedos de mis pies.
Porque había sido una de las personas más importantes de mi vida
durante catorce años, y no…
No importaba.
Me encontraba aquí por una razón, y sin importar si me recordaba o
no, eso no cambió nada. No me recordaba, pero yo sí lo recordaba a él.
Nunca había olvidado a Zac. A diferencia de él.
Los dedos de mis pies se curvaron en mis zapatillas y forcé una
sonrisa en mi rostro por pura voluntad, enterrando la decepción
profundamente mientras la esbozaba… Luego enterrándola aún más
profundamente. Dentro y fuera. Hagamos esto.
—¿Puedo hablar contigo en privado?
Una de sus mejillas se levantó un poco más antes de que el hombre
que había estado en mis fiestas de cumpleaños hasta que se fue a la
universidad a los dieciocho años dijera:
—Aww, corazón, podemos hablar aquí mismo, ¿no?
Seguía diciendo corazón. Por supuesto que sí.
Los dedos de mis pies se curvaron un poco más en mis zapatillas
mientras me aferraba a ese “corazón” y me recordaba de nuevo que no
estaba siendo molesta o un inconveniente en ese momento. Estaba aquí
por una razón. Una importante.
—Creo que sería mejor que habláramos en privado. —Traté de
explicarle mientras parte de mi cerebro intentaba aceptar que o bien no me
recordaba o no le importaba si lo hacía. Intenté decirme que no importaba
cuál fuera el caso. Pero iba a optar por la opción A porque la opción B
dolía demasiado, aunque no debería haberlo hecho—. Zac, soy yo. Bianca
Brannen. —Lo intenté de nuevo, por si acaso—. Tu madre ha estado
tratando de llamarte... —Me callé, esperando que lo entendiera. Esperando
que no me forzara a aceptar que sabía quién era yo y que no le importaba,
22
incluso si mi cerebro era consciente de que no se sentía así desde hace
tiempo.
Sin embargo, captó algo, porque su siguiente parpadeo fue lento. Su
mirada se agudizó de repente. Su frente se arrugó.
Era hermoso.
Se sentó derecho y me miró con esos ojos azul claro. Durante mucho
tiempo, pensé que eran los ojos más amables del mundo, y eso decía algo
porque conocía a mucha gente buena. Pero ninguno de ellos tenía los ojos
de Zac, y no tenía ninguna razón para creer que no era esa misma persona
todavía, a pesar de que me dejara como un mal hábito. Boogie no seguiría
siendo amigo suyo si hubiera cambiado demasiado, lo sabía. Mamá Lupe
solía llamarlo mi cielo por una razón. Mi cielo. Porque ella veía las mismas
cosas en él, esa bondad innata. Lo había amado tanto como a sus nietos
biológicos.
Así que me dije dos cosas.
Uno: No estaría triste si no se acordaba de mí.
Dos: No estaría triste si no me quería cerca. Salí de la nada y solicité
su tiempo cuando estaba ocupado. No era como si estuviera siendo malo o
grosero.
Y no podías fingir esos ojos.
Tragué y levanté mis talones otra vez como si me hiciera más alta. Las
palabras se sentían gruesas en mi garganta. Estoy aquí por una razón.
—No estoy tratando de molestarte. Boogie me pidió que viniera.
También te ha estado llamando y...
Este hermoso hombre que había aparecido desnudo en la portada de
una revista hace un par de años se puso de pie en medio segundo. Su
boca se abrió de repente cuando esos ojos azules se movieron por todo mi
rostro rápido, rápido, rápido, y apenas pude oírlo mientras jadeaba,
literalmente jadeaba.
—Espera. ¿Bianca?
Oh.

23
TRES
No podía recordar conocer a Zac. Tampoco recordaba conocer a Mamá
Lupe o a Boogie por primera vez. Mis recuerdos más borrosos y
distorsionados los incluían a todos, como si hubieran existido siempre.
Como si la vida antes de ellos no hubiera sido lo suficientemente
memorable.
En mi cabeza y en mi corazón, siempre habían estado presentes.
Desde el principio. Como mis brazos y mis ojos, estaban… ahí.
Sabía que los había conocido cuando tenía tres años, cuando mis
padres se mudaron a Liberty Hill con Connie de quince años y yo, su, ups,
bebé sorpresa. En algún momento del camino, por lo que sabía el mismo
día que llegamos a casa de mamá Lupe, Boogie y Zac habían estado allí,
junto con algunos tíos y tías que nunca había conocido y que vivían en la
misma calle.
Había sido un mundo completamente nuevo, supongo, pasando de
vivir solo con mis padres y Connie a estar rodeada de todos estos extraños
que eran familia. Según mamá Lupe, yo había encajado de inmediato. 24
Decían que no había sido tímida, pero ahora sabía lo agradables que eran
casi todos los miembros de la familia de mi madre, así que debió ser fácil
acostumbrarme a mi nuevo entorno gracias a ellos.
Se convirtió en un hogar. La casa. La gente.
Mis padres tampoco se quedaron mucho tiempo. Cuando tenía cuatro
años, se habían ido, como si fueran a estar de vez en cuando el resto de mi
vida, salvando el mundo, y nos dejaron a Connie y a mí con mamá Lupe y
el resto de la familia.
Lo que sí recordaba era al chico mandón y moreno que les decía a
nuestros otros primos que se callaran cuando me llamaban “la güera”, la
chica blanca, a pesar de que solo lo era de una parte, imbéciles, y el chico
casi rubio y flaco que siempre estaba en casa de mi abuela. Los dos
siempre fueron amables conmigo. Los recordaba sentados en su sala de
estar, ayudándome a construir mierda con grandes bloques, pero eso era
hasta donde alcanzaba mi memoria cuando pensaba en ellos estando
presentes y allí.
Lo que no recordaba era el día en que supuestamente empujé a Zac
fuera del camino de una víbora cobriza en el patio y aparentemente le
salvé la vida. Todos los demás me lo contaron. Lo que sabía con seguridad
era que el chico rubio y flaco fue siempre, siempre amable conmigo
después de eso.
Ambos eran… mi Boogie y Zac.
Y con el tiempo, pude hacer muchos más recuerdos con ellos después
de eso. Que me enseñaron a montar bicicleta. Que me dejaban ir en sus
bicicletas con ellos, al menos hasta que nos atraparon y mamá Lupe gritó
desde el porche que me bajara antes de que me mataran, aunque no
estaba asustada.
Si no me invitaban y yo lo pedía, siempre me dejaban acompañarlos.
Recordaba eso… nunca me sentí excluida, siempre fui bienvenida por
ellos.
Esos dos, junto con Connie y mi abuela, me hicieron sentir amada y
querida.
A pesar de la brecha en nuestras edades, crecimos juntos. Ellos y yo.
Crecieron más y más y pasaban menos el rato, pero nunca se olvidaron de
mí. No en ese entonces. Ni siquiera el que había pasado de ser un rubio
pálido y flaco a un rubio oscuro y todavía flaco.
Consiguieron licencias y yo conseguí transporte. Cuando había un
partido de fútbol en la escuela, era la chica que salía con su genial primo
mayor. Era la chica a la que saludaba el tipo al que todos los estudiantes y
padres en las gradas animaban.
Y cuando se fueron a la universidad, lloré. Pero aun así volvieron a
25
visitarme, y pude verlos algunos fines de semana y todas las vacaciones.
Y entonces cumplí dieciséis años y me enamoré del chico rubio que
todavía era flaco, pero no tanto, y me trataba como a una hermana
pequeña.
Y… la vida nunca fue la misma después de eso.

Me tomó un segundo, pero le contesté a Zac, aunque me dolía la


garganta y se me revolvió un poco el estómago.
—Sí. Soy yo. Bianca. —Levanté mis dedos de nuevo y le di otro
asentimiento que fue bastante mediocre.
Las pestañas, que estaban entre el rubio y el marrón, cayeron sobre
esos ojos azules claros.
—No —susurró en lo que sonaba como incredulidad. Tal vez hasta
conmoción.
Asentí en respuesta, tan seria como un ataque al corazón.
Esos ojos se movieron sobre mi rostro otra vez justo antes de que
levantara una de esas grandes, grandes manos —traté de no pensar en
cómo había pensado que tenía las manos y pies más grandes que había
visto cuando era más joven—, y puso suavemente la punta de su dedo
índice justo al lado de la esquina de mi boca. Literalmente a dos
centímetros de distancia. Justo sobre el lunar que había odiado cuando
era más pequeña. Había intentado cubrirlo con el maquillaje de mis tías y
Connie al menos una docena de veces.
El dedo de Zac se quedó ahí mientras su mirada se dirigía a la mía y
mi viejo amigo preguntó, todavía básicamente susurrando aturdido:
—¿Enana?
Oh.
¿Realmente no había sabido que era yo?
El calor llenó mi pecho… alivio, era un alivio, solo un poco; podía
admitirlo, ya que le di otra pequeña sonrisa, una sonrisa vacilante si era
honesta.
—Sí. —Fue todo lo que le di, sobre todo porque era todo lo que podía.
Bien, todo lo que haría.
La boca de Zachary James Travis, quarterback profesional y mi viejo
amigo, se abrió de par en par, mostrándome todos esos dientes blancos y
perfectos antes de que la mano que tenía junto a mi labio cayera, y lo
siguiente que supe fue que estaba negando y diciendo en voz alta,
definitivamente muy sorprendido:
—Me estás jodiendo.
26
Negué en respuesta.
Al parecer, esa respuesta era todo lo que necesitaba, porque antes de
que pudiera hacer o decir algo más, Zac dio un paso adelante y, en un
abrir y cerrar de ojos, ese cuerpo de metro noventa estuvo allí. Justo en mi
rostro.
Justo en mi rostro y luego levantándome en un abrazo que hizo que
los dedos de mis pies dejaran el suelo en el tiempo que me tomó parpadear
mientras él decía en voz alta y pareciendo realmente abrumado:
—No puedo creerlo. —Mientras me abrazaba muy fuerte contra él,
contra ese grande y duro cuerpo, muy cerca.
Hace unos años, eso habría aliviado instantáneamente la mayor parte
de la tensión en mi cuerpo.
Se acordaba de mí.
Estaba feliz de verme.
Y no iba a llorar porque no me había olvidado totalmente. O porque no
fuera totalmente indiferente al verme después de tanto tiempo. No iba a
hacerlo.
Pero no me relajé del todo. Porque había pasado casi una década, y
porque aunque entendí que estaba ocupado y tenía cientos de personas
que querían algo de él, no borró el dolor de antes. No borró los recuerdos
de mirar mi teléfono y preguntarme qué había hecho mal para que no
quisiera ser mi amigo después de tanto tiempo.
No era descartable. Yo también tenía una vida. Una vida por la que
me había dejado el culo trabajando. Tenía gente que se preocupaba y me
amaba por una razón, porque me lo había ganado. Pensaba que era una
persona decente, la mayor parte del tiempo.
Y a pesar de todo eso, ignorando la fina fractura de dolor que aún
sentía, todavía lo amaba. Ni por un segundo había dejado de querer lo
mejor para él. No hubo un momento en mi vida en el que no le hubiera
apoyado a pesar de que me había dejado atrás y en el pasado.
Estaba feliz de verme en ese momento, y lo aceptaría.
Levanté mis brazos y los envolví alrededor de su cuello y abracé ese
largo cuerpo con fuerza por todo un segundo, como si lo hubiera
extrañado. Porque lo había hecho. Solo por un momento, presioné mi
frente contra un punto a lo largo de su cálido y suave cuello.
No había ningún daño en eso. Solía abrazarlo todo el tiempo.
No iba a pensar en por qué no nos habíamos visto en tanto tiempo. No
iba a estar triste porque podrían pasar otros diez años antes de que nos
viéramos de nuevo después de esto. Al menos no estaría triste ni un
minuto más.
27
Después de este abrazo y después de lo que necesitaba hacer, la vida
podría volver a la normalidad.
—No puedo creer que seas tú, enana —susurró Zac Travis con esa voz
aún sorprendida, el acento de Texas que había heredado de pasar tanto
tiempo con su Paw-Paw, grueso y dulce. Me abrazó tan fuerte que apenas
podía tocar el suelo. Y sería una maldita mentirosa si dijera que no me di
cuenta de lo duro y musculoso que sentía su pecho presionado contra mí.
Uno de esos largos brazos se aflojó, y lo que tenía que ser su palma se
aferró a la parte posterior de mi cabeza en un gesto que me sorprendió aún
más cuando su rica y familiar risa llenó el oído más cercano a su boca.
—Mierda, no puedo creerlo.
No pude evitar sonreír un poco en su mejilla, todavía en esos
momentos finales que me di para absorber su atención después de tanto
tiempo, justo contra el pecho que había visto desnudo innumerables veces
antes de que tuviera algún vello en él, y me permití saborear su inesperada
alegría.
Cuando me bajó lo suficiente para que pudiera volver a tocar el suelo
con los pies planos, lo miré, todavía sonriendo. Sintiéndome feliz y
sorprendida también.
Aliviada.
El hombre guapo del que me había enamorado cuando era más joven
y tonta me sonrió con una expresión de asombro que iluminó sus rasgos
de una forma contra la que habría apostado mi vida hace un mes. La
mirada de Zac se dirigió a todo lo que tenía debajo del cuello durante una
fracción de segundo antes de que volviera a mi rostro, probablemente
mirando mi camiseta de Maio House, mis simples vaqueros que se
enrollaban en los tobillos porque eran demasiado largos, y mis zapatillas
negras con suela blanca que hacían soportable estar de pie durante ocho
horas al día. Y esa sonrisa blanca y radiante se amplió aún más antes de
que esos fuertes brazos se abrieran a sus lados, su expresión sonrojada,
complacida, sincera y totalmente Zac antes de la NFO.
—No puedo creer que seas tú. ¿Cuándo demonios creciste, eh?
Por supuesto que no podía creer que fuera yo. No me había visto en
mucho tiempo o siquiera mirado.
Y se fue por lo menos la mitad de mi alegría.
Esa era la realidad, una patada en la jodida vagina cuando la
necesitabas y más aún cuando no la necesitabas.
Siguió sonriendo brillantemente con esos ojos celestes recorriendo
todo mi rostro, mientras mi columna vertebral se tensaba y mis hombros
caían ante su comentario.
28
—Enana, eres una adulta —añadió mi érase una vez amigo, sin darse
cuenta de lo que me recordaba.
Pero ya había superado esa mierda. Así que asentí de nuevo y dije, un
poco débilmente:
—La mayor parte del tiempo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —cuestionó Zac con esa misma voz
emocionada, aún inconsciente. Su rostro era anguloso ahora, y de cerca,
sus ojos eran tan amables como siempre. Su dedo se acercó para tocar mi
lunar de nuevo mientras negaba una vez más—. No puedo creer que estés
aquí, viviendo y respirando delante de mí.
Recordé por qué estaba allí.
Empecé a extender la mano hacia la piel salpicada de rubio que
envolvía los músculos duros de su antebrazo antes de detenerme. ¿Qué
demonios estaba haciendo? Bajé la mano a mi lado y me obligué a
encontrarme con esos ojos azul claro para poder decir esto:
—¿Podemos hablar en privado?
La gran sonrisa que aún tenía en el rostro hizo doler mi corazón,
sobre todo cuando miró la mano que había retirado, y parte de ella se
derritió lentamente. Pero asintió después de un momento, su expresión se
volvió entre confusa y vacilante, captando mi humor, podía suponer.
—Donde quieras, cariño. —Aceptó fácilmente.
En otras circunstancias, en otra vida, sus siguientes palabras me
habrían alegrado el día. Me habrían levantado y habrían hecho todo mi
mes. Lo había amado, lo amaba, pero por lo que probablemente eran
cientos de razones diferentes, no nos habíamos visto en casi un tercio de
mi vida.
—¿Cuándo ocurrió esto? ¿Vives aquí? —inquirió como si hubiera
olvidado instantáneamente que quería hablar con él en privado—. Siento
que estoy imaginando esto.
Estoy aquí por una razón. Correcto. Necesitaba saberlo; cuanto antes
mejor. Tenía que mantener el rumbo. En realidad no le… importaba. No
realmente.
—¿Sabes dónde está tu teléfono? —cuestioné en su lugar.
Eso hizo que su sonrisa vacilara solo así.
—No. Se lo presté a alguien. Pensé que lo habían devuelto…
Estaba detrás de mí. Tal vez finalmente había comprendido lo que
había dicho sobre su madre y Boog llamando, sobre ser enviada aquí,
sobre querer hablar con él en privado.
—¿Quieres entrar?
Empezó a asentir antes de parar, cada línea de su cuerpo cayendo.
Sus ojos se movieron entre los míos mientras preguntaba, muy, muy 29
cuidadosamente, la calidez de su expresión desapareciendo en
milisegundos:
—¿Es...? —Su nuez de Adán se movió. Esas largas pestañas de color
arena revolotearon, y el dolor, la preocupación, el terror aparecieron ahí
mientras esa voz brillante y acogedora de hace cuatro minutos
pronunciaba tres palabras—: ¿Es Paw-Paw?
No quería decírselo aquí fuera delante de sus amigos, y no necesitaba
mirar alrededor de su cuerpo para saber que tenía que haber varios pares
de ojos puestos en nosotros. En él. Podía sentirlo. Él también tenía que
saberlo.
—Está en el hospital y le están haciendo pruebas. Eso es todo lo que
sé. Tu mamá y Boogie han estado tratando de llamarte pero… —No has
contestado. Porque le había prestado a alguien su teléfono mientras estaba
celebrando una fiesta. Pero no era como si no pudiera captarlo por su
cuenta.
El hombre que supuse que había pasado la mayor parte de su vida
riendo y sonriendo se puso pálido en medio segundo.
Necesitaba proseguir.
—Boogie me dio tu dirección y me pidió que viniera a buscarte. Llegué
aquí tan pronto como pude —expliqué, mirando el brazo que había estado
colgando libremente a su lado y pensando en tomar su mano como lo
había hecho innumerables veces cuando era pequeña. Excepto que ahora
esos dedos con los que habría entrelazado los míos eran dedos de un
millón de dólares mientras que los míos estaban en el club de los mil
dólares. Pero no tomé su mano. Ya no estábamos allí. Me concentré en ese
rostro delgado y sutilmente llamativo con sus líneas de risa ocultas y sus
labios rosados y esos cálidos ojos azules—. ¿Quieres usar mi teléfono y
llamarlos mientras tanto?
Esos ojos se dirigieron hacia mí, y su nuez de Adán se movió de nuevo
mientras asentía y levantaba una mano para frotar justo entre los
músculos pectorales lo suficiente para que ese toque los hiciera formar un
valle. No había habido ningún músculo allí en el pasado, eso era seguro.
Su cabeza giró hacia la derecha y gritó:
—¡CJ! ¿Puedes llamar a mi teléfono? Tengo que encontrarlo.
—Claro, Big Texas —respondió, quienquiera con el que hubiera
hablado con una voz muy, muy profunda.
Big Texas. Dudaba que aún pensara en mí cuando alguien le llamaba
así. Tenía la sensación de que hace mucho, mucho tiempo que no lo hacía.
Le entregué mi teléfono. Cuanto más rápido lo hiciera, más rápido
podría irme.
—Si suena, ayudaré a buscarlo mientras contactas a tu madre.
30
Esos ojos azules se movieron hacia mí pero estaban total y
completamente distraídos, como si yo estuviera allí pero no lo estuviera.
Tampoco podía decir que lo culpara, no después de cómo iba el día.
Mi pensamiento se confirmó cuando miró a mi teléfono sin verlo. El
hombre radiante y feliz de hace un minuto se había ido por completo, y
pensé que necesitaba un momento. O diez. Pero realmente necesitaba
llamar a su madre o a mi primo.
Y necesitaba ayudarlo a encontrar su teléfono para poder ir a casa.
Me di la vuelta para averiguar a quién le había pedido ayuda y
encontré a un hombre casi directamente detrás de mí con rastas rubias
blanqueadas y platinadas recogidas en una cola de caballo, que tenía un
teléfono en la oreja y que movía la mirada al mismo tiempo. No era muy
alto, no que yo pudiera decir nada, pero estaba muy en forma. Después de
echar un último vistazo a Zac mientras miraba mi celular como si no
recordara cómo usarlo, me enfrenté de nuevo al otro hombre y conseguí su
atención. Dos ojos marrones oscuros me miraron.
—Hola. Si llamas, lo buscaré.
El hombre guapo me miró con un asentimiento, su mirada
deslizándose hacia mi camiseta por un segundo antes de decir:
—Seguiré llamando hasta que lo encuentres.
—Trato hecho.
Llevó mucho tiempo caminar por la casa y la multitud de extraños
para finalmente encontrar un iPhone sonando con una gran grieta en la
pantalla en un medio baño junto a la puerta principal. Resoplé.
Este hombre que solía tener un contrato de ocho cifras tenía un
teléfono con la pantalla rota. No era tan diferente del Zac que yo conocía,
que usaba cinta adhesiva en las rasgaduras de su chaqueta, tenía cartón
pegado a la ventana de su auto durante dos meses después de que una ex-
novia lo rompiera, y siempre pedía el menú de un dólar porque era más
barato que comprar comida en el autoservicio.
Realmente no había cambiado tanto a lo largo de los años. Era
agradable. Si la vida, la gente, los fans y los críticos no lo habían hecho,
tenía la sensación de que nada ni nadie lo haría. Y eso era aún más
agradable.
Se había alegrado de verme, no había duda de eso.
Presioné responder cuando CJ Daniels-White Oaks apareció en la
pantalla.
—Lo encontré. Gracias. —Recibí un gruñido en respuesta y colgué.
El teléfono de Zac vibró y la pantalla se iluminó. Fue algo natural
para mí mirarlo.
NUEVOS MENSAJES DE TEXTO 31
AMY CAMARERARUBIA OKC1: [mensaje con imagen]
Y debajo de eso, había notificaciones más antiguas.
KEISHA RUABOGADADIVORCIO OKC: [mensaje con imagen]
STACY BANQUERAMORENA OKC: Acabo de escuchar sobre...
VANESSA: [dos nuevos mensajes]
AIDEN: Llámame.
TREVOR: ¿QUÉ MIERDA ESTÁS HACIENDO? LLÁMAMAME
Amy. Camarera rubia. OKC.
Keisha. ¿Rubia? Abogada de divorcios. OKC.
Stacy. Banquera morena. OKC.
Y una Vanessa.
Al menos tenía su manera de recordar a las… personas que conocía.
Por un pequeño, estúpido e innecesario segundo, me pregunté si tenía
alguna Bianca en su teléfono. Pero tan pronto como esa pregunta entró en
mi cabeza, la pateé a un lado, lo más lejos posible.
No era asunto mío.

1 Siglas de Oklahoma City.


Volví a la casa pero no lo encontré en el patio donde había estado.
Cuando su amigo, el tipo de las rastas, me miró, levanté el teléfono roto de
Zac para reconfirmar que lo había encontrado y le di el pulgar con la otra
mano, recibiendo un asentimiento brusco. Ahora, ¿dónde demonios
estaba?
—Creo que se fue a su habitación —gritó la rubia que estaba sentada
a su lado desde el mismo lugar en el que había estado, llamando mi
atención. Señaló hacia arriba.
Ella sabía dónde estaba su habitación. Eso tampoco era asunto mío.
—Todavía hablaba por teléfono —continuó, con su linda voz haciendo
juego con su lindo rostro—. ¿Está bien?
Levanté un hombro. No la conocía. No iba a divulgar los asuntos de
Zac, especialmente a alguien que podría o no tener una descripción en su
nombre en su teléfono. No podía imaginarme conocer o encontrarme con
tanta gente que tuviera que describirlos para seguirles la pista. A lo sumo,
unas pocas personas tenían apellidos debajo mis contactos.
En fin.
—Gracias por decírmelo. —Le ofrecí una pequeña sonrisa que era
genuina porque estaba siendo amable. Me gustaba la gente amable.
Pero ahora tenía que averiguar dónde estaba, recuperar mi teléfono e 32
irme.
—¿De qué conoces a Zac?
Eché un vistazo a la voz desconocida y encontré la otra mitad del pan
de sándwich de Zac, la morena que me había echado una mirada extraña,
que seguía dándome una mirada extraña después de hacer su pregunta.
Le di la única respuesta que podía o quería, especialmente con
alguien que no me daba vibraciones de buena persona.
—Somos familia. —Podía interpretar eso como quisiera.
Su rostro decía que no me creía ni un poquito, pero me importaba
una mierda. Me di la vuelta y volví a entrar después de sonreírle a la otra
mujer. Encontré una escalera cerca de la sala de estar y me dirigí hacia
arriba, mirando todas las paredes blancas que coincidían con las de la
planta baja. No podía oír nada por encima de las voces de abajo mientras
caminaba por el pasillo, mirando a cada habitación abierta.
Cada una era diferente. La primera estaba casi vacía, excepto por una
moderna cama y un vestidor. En la segunda habitación había una réplica
exacta con otra cama de matrimonio y todo nuevo, nunca antes habitada.
La alfombra también estaba impecable.
La tercera habitación que encontré tenía una cama grande que
ocupaba la mayor parte, y había una pantalla plana de tamaño medio
montada en la pared. La puerta del armario estaba abierta por dentro,
pude ver un poco de ropa colgando. En la cama había una camiseta. Y fue
cuando me asomé a esa habitación que escuché la voz de Zac. Pasé por
una gran sala audiovisual con cuatro grandes sillones y un proyector.
También parecía completamente nuevo.
Lo encontré en lo que tenía que ser un dormitorio principal, o al
menos uno de los dormitorios principales en una casa así de grande. Me
sorprendería si no hubiera uno abajo también. Un día que me había
aburrido en el trabajo había mirado los planes de desarrollo para una
nueva urbanización que había pasado conduciendo y algunas de esas
casas no tenían una sino dos suites. Lujosas.
Zac tenía mi teléfono contra su oreja y había una maleta abierta sobre
un colchón de tamaño gigante. Tenía un simple edredón blanco y las
sábanas enrolladas al pie del mismo. Un par de calcetines al azar estaban
junto a unas zapatillas azules y grises. Había un vaso medio lleno de agua
en la mesita de noche más cercana a la puerta del dormitorio… pero eso
era todo, además de una gran cómoda negra contra la pared. Tampoco
había nada en las paredes de esta habitación. Nada personal. Sin cosas.
—Ajá, muy bien —dijo Zac, haciendo contacto visual conmigo cuando
me detuve en el umbral de la puerta antes de que inclinara la cabeza como
si me estuviera haciendo un gesto para que entrara. Una mano estaba
pasando agresivamente por ese cabello rubio oscuro que era exactamente
del mismo tono que recordaba, un poco más largo de lo que normalmente 33
lo había visto llevar en la televisión.
Entré. Había estado en su habitación un par de veces, pero no podía
recordar cómo era. Solo había débiles imágenes de una habitación
desordenada y revuelta que había olido a sudor, a pies y a algún tipo de
colonia que su tía le había dado para Navidad cada año supuestamente.
La nostalgia me golpeó en el estómago por ese chico que quise como a
un hermano y luego como a una fantasía, aunque me decepcionó al seguir
adelante con su vida y dejarme atrás. Pero estaba en el pasado, y lo
comprendía.
Miré mientras Zac se volvía hacia el tocador, sacaba alguna ropa y la
tiraba en la maleta.
Pero lo vi. Lo vi.
Le temblaban las manos.
Estaban temblando mucho.
Mierda.
Dijo “muy bien” y “ajá” un par de veces más mientras echaba más
ropa en su maleta. Y sí, escuché todo el tiempo.
—Estaré allí tan pronto como pueda. Te quiero, mamá.
Su madre.
Estaba agarrando mi teléfono con fuerza mientras terminaba la
llamada y se quedaba ahí. Se había quitado el sombrero de vaquero en
algún momento, esa simple cosa marrón, y su cabello estaba despeinado,
desordenado. Pude ver bajo la luz del dormitorio que estaba muy
bronceado por todo su entrenamiento al aire libre, y se veía más
musculoso de lo que jamás lo había visto. Su torso era esbelto e
interminable, sus hombros muy anchos en persona, esos brazos fuertes
llenos de músculos tensos; me tomó desprevenida.
Pero su rostro...
Me recordó de nuevo el tiempo que había pasado desde la última vez
que lo vi en persona. Estaba a punto de cumplir treinta y cinco años en
unos pocos meses. Podía recordar su decimoséptimo cumpleaños cuando
mamá Lupe, mi abuela y la persona que había cuidado a Zac durante
años, lo había sorprendido después del entrenamiento de fútbol con su
pastel favorito de tres leches hecho con tres tipos diferentes de leche. Ella
había guardado la foto de él soplando las velas ese día, con una enorme
sonrisa en su rostro, en su manto por el resto de su vida. Apenas se me
veía junto a su hombro, toda mejillas y mentón, mirando lo que sabía que
iba a ser un pastel increíble, con Boogie al otro lado de Zac.
Había guardado la foto después de que limpiáramos su casa años
después. La tenía en un cajón en una de mis mesitas de noche. Yo con
una de mis personas favoritas y un amigo de la infancia que se había 34
convertido en una superestrella. Podría contárselo a mis hijos algún día.
Le salvé la vida una vez, también podría contarles.
Bueno, por ahora, mi trabajo estaba hecho. Podía ir a casa, ver más
del romance turco y pensar en mi receta de chocolate y plátano un poco
más. Podía llamar a Boogie mañana y ver cómo le iba a Paw-Paw.
—Zac…
—¿Podrías llevarme a casa?
Me congelé.
¿Quería que lo llevara? ¿Cuando tenía una casa llena de gente?
Sus ojos azules se encontraron con los míos, llenos de preocupación y
angustia y probablemente una docena de otras emociones que no sabía
cómo clasificar o qué hacer con ellas.
—¿Por favor? —pidió Zac en una voz baja que se escabulló
directamente al lugar dentro de mí que se las había arreglado para
aferrarse al amor que tenía por Zac incluso después de tanto tiempo.
El recuerdo de él sorprendiéndome en mi graduación de secundaria,
sosteniendo un globo y saludándome como un lunático mientras me
acercaba a mi familia, me golpeó justo entonces. Él había estado viviendo
en Dallas en ese momento. Me había quedado con los padres de Boogie
durante un par de meses. Me había advertido por mensaje que no estaba
seguro si sería capaz de llegar a tiempo, pero lo hizo.
Había sido una de las últimas veces que nos habíamos visto, pero eso
no importaba.
Había venido cuando no tenía que hacerlo, y ahora...
—Claro —dije, solo un poco reacia, mirando su rostro. Me sorprendió
que se sintiera tan cómodo a mi alrededor como para pedírmelo. Y si me
pregunté de nuevo por qué no se le ocurrió pedírselo a una de las muchas
personas en su casa, o lo que fuera este lugar, me lo guardé para mí. No
era asunto mío, y no me lo pediría a menos que hubiera una buena razón.
Su mano fue a su rostro y arrastró el dorso de la misma por su frente.
No entendía cómo podía seguir pareciendo un niño inocente y un hombre
adulto al mismo tiempo. Tragó con fuerza mientras cerraba la maleta,
sonriendo después, antes de hacer un gesto hacia la puerta.
No estaba llorando, así que era una buena señal, ¿verdad? Eso
significaba que nada podía ser tan malo. Tal vez debería enviarle un
mensaje a Boogie y preguntarle una vez que intercambiásemos los
teléfonos.
Me dirigí al final del pasillo en silencio, bajando las escaleras de la
misma manera. Al final de ellas, me detuve y miré por encima de mi
35
hombro al rostro serio y tenso que estaba ocupado concentrándose en el
suelo. Sus mejillas se veían huecas, esa boca rosa apretada en una fina
línea.
—¿Necesitas hablar con alguien antes de irte? ¿O echar a todo el
mundo o algo así?
El hombre que había conocido alzó la mirada con ojos más
angustiados que amables en ese momento, su frente se frunció.
—No.
De acuerdo. Él sabía lo que hacía.
Asentí antes de entregarle su celular, que había metido en el bolsillo
trasero mientras hablaba con su madre. Lo tomó con una inclinación de
barbilla, y luego me entregó el mío. Seguimos adelante, y no pude ignorar
las miradas de los extraños en la casa mientras veían a Zac llevar su
maleta de mano por todos lados. Si hubiera esperado un equipaje caro con
iniciales y logotipos de diseñadores, me habría decepcionado. Su maleta
era negra y parecía que había dado la vuelta al mundo un par de veces.
Tal vez lo hizo.
—Oye, hombre, ¿a dónde vas? —preguntó un tipo mientras
pasábamos.
Me resultaba familiar…
—Fuera. Nos vemos —respondió distraídamente mi viejo amigo.
Realmente necesitaba saber si había alguna noticia sobre Paw-Paw.
Ninguno de los dos dijo una palabra —en mi caso, no sabía qué
demonios decir—, cuando salimos por la puerta principal, un par de
personas más gritaron saludos a Zac que respondió vagamente y con esa
extraña voz que sonaba como si perteneciera a otro ser humano, un ser
humano que tenía un bloque de hormigón atado a sus pies.
En la calle y en mi auto, abrí el maletero para que dejara su maleta.
Lo cerró mientras lo miraba, con esos pómulos altos estirando su piel.
Molesto y preocupado estaban estampados a lo largo de la superficie. Hace
años, había sabido cuánto adoraba a su abuelo. De la misma manera que
yo adoraba a la madre de mi madre, mi mamá Lupe.
Completa y totalmente, porque así era exactamente como nos habían
querido.
Nunca podría olvidar cómo me sentí cuando ella había tenido su
ataque al corazón. Indefensa. Desesperada. Como si el mundo hubiera
sido retirado de debajo de mis pies.
Tal vez Zac no había sido mi amigo durante casi un tercio de mi vida,
pero había estado ahí para mí una y otra vez durante los dos primeros
tercios. Cuando mamá Lupe murió, me abrazó mientras sollozaba contra
36
él, preocupada por lo que iba a hacer a partir de entonces. Y nunca podría
olvidar que él también había llorado. Había llorado por la mujer que lo
había cuidado durante una década. que le había seguido haciendo
pasteles de cumpleaños incluso después de estar tan ocupado con las
actividades extraescolares que no necesitaba otro par de ojos para
vigilarlo. No podría olvidar que me había prometido entonces que estaría
bien.
Sabía lo que mi abuela y mi primo querrían de mí. Sabía lo que
querrían que hiciera por alguien a quien amaban tanto. Esto no se trataba
de mí y de lo que yo quería y necesitaba.
Así que lo hice. Ofrecí lo único que podía entonces, lo que ellos
querían, pero me preparé para ser rechazada por si acaso.
—Oye —comenté, diciéndome otra vez que me preparara para un
infernal no—. ¿Necesitas un abrazo? Puedes decir que no.
El hombre esbelto y hermoso delante de mí, con el peso de todo un
sistema solar sobre sus hombros, pareció mirarme fijamente por un
momento.
Luego asintió.
Fui yo quien cerró la distancia entre nosotros hasta que lo miré
fijamente, como tantas veces mientras crecía. Habría sonreído si hubiera
sido cualquier otra circunstancia, pero su abuelo estaba en el hospital, no
estaba segura de lo que su madre le había dicho, y él podría o no saber lo
que estaba haciendo con su carrera ahora que su equipo de la
Organización Nacional de Fútbol (NFO) había contratado a otra persona
para su puesto. Además de todo eso, me encontraba confundida y herida y
aliviada al mismo tiempo. Así que me conformé con mirar directamente a
esos ojos que ya no me eran familiares.
Me acerqué de puntillas y deslicé mis brazos alrededor de su cuello.
Era un extraño, pero no lo era, y atraje su calor y la fuerza de su pecho
contra el mío que, en cierto modo, se sintió casi frágil en ese momento.
Y eso me hizo abrazarlo aún más fuerte.
Sí, me había hecho daño. Su distanciamiento me había herido. Pero
no se trataba de eso. Se trataba de algo más atrás, cuando las cosas
estaban bien entre nosotros. Perfectas.
Zac esperó unos segundos antes de devolverme el abrazo y luego me
acercó aún más a su cuerpo, como si yo no fuera una chica que no
hubiera visto en mucho tiempo, como si el tiempo no hubiera pasado y
fuera ayer cuando me veía después de sus partidos de fútbol en la escuela
y me presentaba a quienquiera que estuviera cerca como Enana. Cuando
volvía a casa de visita de la universidad y se tumbaba a ver televisión en
casa de mamá Lupe, lanzándome cojines cuando lo molestaba.
Quería preguntarle qué había dicho su madre, pero no lo hice. 37
Al sentir su pecho expandirse con una respiración tras otra, oyendo
un suspiro aquí, seguido de otro allá, dejé que este momento fuera
suficiente por el momento. Dudé por un segundo antes de deslizar mis
manos arriba y abajo por los músculos de su espalda como lo hubiera
hecho con cualquiera de mis amigos o seres queridos si necesitaran
consuelo. Porque hace un tercio de mi vida, le habría dado un riñón si lo
hubiera necesitado.
Está bien, aun así se lo daría, pero se lo daría a cualquiera si
realmente lo necesitara y solo me tuviera a mí.
Las cosas cambiaban. La gente cambiaba. La vida cambiaba. Lo sabía
y lo aceptaba.
Su teléfono empezó a sonar entonces, rompió nuestra conexión y se
alejó.
Encontré su mirada.
—Vamos. Puedes contestar mientras conduzco.
Zac, que parecía tan feliz de verme hace treinta minutos, se limitó a
asentir como respuesta, el resto de sus rasgos totalmente serios.
Le envié a mi hermana otro mensaje muy rápido antes de entrar en el
auto.
Yo: Voy a Austin. Te avisaré cuando llegue a casa.
El hombre en mi asiento del pasajero habló, pero solo por teléfono con
quien supuse que era su agente, su mánager —que era un tipo llamado
Trevor que había conocido una vez y que pensaba que era un imbécil, que
también era el hombre que le había enviado un mensaje, ahora que lo
pensaba—, mi primo Boogie. Básicamente les había dicho a los dos
primeros que su abuelo estaba en el hospital y que iba a volver a casa para
estar con él.
“No estoy seguro de cuándo volveré”, le había dicho Zac a Trevor,
quien, por lo que había averiguado, no estaba muy contento con su
decisión de dejar Houston. Me las arreglé para oír partes de él
respondiendo a Zac con una voz aguda y diciendo palabras como “tiempo”
y “no puedo permitírmelo” y “¿qué estás haciendo?”. A lo que Zac había
respondido, apretando los dientes y con voz molesta, “es Paw-Paw” y “la
familia es lo primero, Trev” y “sí, está en la casa; no te preocupes por eso”.
Su conversación me había interesado mucho, honestamente. Pero me
recordé de nuevo que no era asunto mío lo que pasó y simplemente le
deseé lo mejor a Zac, como siempre lo haría.
Luego había llamado a alguien que vivía con él, basándome en las
pistas.
“Oye, salí de la casa. Mi abuelo está en el hospital, y tengo que ir a
casa a verlo... Sí... Mira, echa a todo el mundo cuando estés listo. El equipo 38
de limpieza estará allí mañana; los llamé esta mañana, así que vas a estar
bien… Sí. Muy bien. Lo siento, Ceej... Claro. Adiós”.
Después de esas llamadas, Zac casi no dijo nada, incluso cuando me
detuve en una gran gasolinera con el logo de un castor a la salida de
Houston. Se sentó en el auto y me esperó mientras entraba. Compré dos
salchichas en un palito y un par de bebidas, con la intención de compartir
una con el hombre que esperaba en el auto, pero cuando intenté darle
una, me dio una pequeña sonrisa y negó. Tomó la botella de agua que le
había dado.
El Zac que yo conocía nunca habría rechazado una salchicha, o
cualquier comida en realidad. Era solo un recordatorio de que, en cierto
modo, no era la misma persona. Incluso mi estómago con calambres
estaba de acuerdo.
Eso o tenía una dieta muy estricta que no incluía carnes procesadas.
¿Quién demonios lo sabía? Iba a optar por la opción B para hacerme sentir
mejor.
Conduje con las muñecas, con las manos llenas mientras me comía
las dos salchichas porque no se iban a desperdiciar, y escuchamos, o yo
escuché al menos, un podcast sobre afirmaciones y la historia de los
frijoles.
Pero, sí, todo el viaje se pasó sin que nos dijéramos una palabra.
Cuando antes habríamos hablado sin parar de todo y de cualquier cosa. Él
era hablador, y yo también.
Fue solo otro recordatorio de que éramos personas diferentes.
Afortunadamente, no esperaba nada, especialmente no esto, llevarlo
unos cientos de kilómetros a donde crecimos. Por lo menos no tenía que
trabajar al día siguiente. Pensé en quedarme en casa de Boogie, para no
conducir a casa en la oscuridad, pero inmediatamente decidí no hacerlo.
Necesitaba filmar mañana, y Deepa me había advertido que tenía algo que
hacer por la tarde, así que teníamos que empezar temprano.
Las horas pasaron rápido al menos, y Zac finalmente mencionó en
qué hospital estaba Paw-Paw al mismo tiempo que nos acercábamos al
norte de Austin, y tuvimos que usar la aplicación de navegación para llegar
allí ya que no podía recordarlo.
—Estamos aquí —anuncié cuando me detuve frente al centro médico.
Zac levantó la cabeza donde había estado apoyada contra la ventana
durante la última hora y suspiró. Hizo que me doliera un poco el corazón.
Está bien, tal vez más que un poco.
Alargando la mano, la puse en su hombro, dándole una palmadita
rápida por lo que probablemente sería la última vez en mucho tiempo.
39
—¿Necesitas algo más antes de que me vaya? —pregunté con
delicadeza mientras intentaba absorber ese rostro familiar y no familiar
por última vez.
Ya sabes, por los viejos tiempos.
Realmente se había vuelto más guapo. Si cerraba un ojo, parecía que
podía ser la musa de uno o dos príncipes de Disney. Bien por él.
Las esquinas de su boca descendieron mientras fruncía el ceño y
preguntaba con la misma voz baja y dolorida de hace horas:
—¿Te vas?
Bueno… sí. Lo iba a hacer. Pero ahora, con él mirándome todo
extraño y triste...
Tal vez… ¿no?
Mierda.
—Puedo quedarme si quieres. —Ofrecí con dudas antes de pensar en
ello o inventar una excusa para irme. No estaba segura de por qué querría
que yo, de todas las personas, me quedara, pero...
Definitivamente no esperaba el asentimiento con el que me respondió
al instante, eso era seguro.
¿De verdad quería que me quedara?
De acuerdo. Podía. Por un rato. Lo suficiente para dejarlo con alguien
y saludar a mi primo. Nos escribimos mucho, pero hace casi dos meses
que no nos veíamos en persona. Viajar por trabajo le había quitado mucho
tiempo últimamente. También su novia.
Asentí, dándole una pequeña sonrisa que era mayormente incierta,
mientras que por dentro estaba sorprendida como la mierda e igual de
confundida, y conduje para encontrar el estacionamiento, entrando en el
primer espacio abierto lo suficientemente grande para poder salir
fácilmente. Apestaba en estacionar. Y dando marcha atrás. Todos se
burlaban de mí por estacionar a un kilómetro de distancia en todas partes.
Zac no hizo ningún comentario cuando me costó dos intentos
estacionar decentemente.
Pensé en la maleta negra en mi maletero y pensé que la sacaría a
relucir una vez supiera lo que estaba pasando, ya que tenía otras cosas de
las que preocuparse. Zac y yo entramos juntos en el hospital, y no pude
evitar mirar su rostro un par de veces. Tenía las cejas caídas y parecía
cansado. Esperaba, más que nada, que Paw-Paw estuviera bien.
Nadie nos prestó mucha atención mientras caminábamos por el
hospital. Inconscientemente, esperaba que todos en el mundo lo
reconocieran, especialmente en el área de Austin, donde había sido el
héroe de todos durante la mayor parte de su vida. Zac había sido un icono 40
aquí en sus días de universitario. En las ocasiones en que me habían
invitado a salir a comer con ellos en ese entonces, alguien siempre lo había
reconocido e intentaba pagar su comida o comprarle una bebida.
Había sido raro, aunque había sido de la misma manera, a menor
escala, cuando estaba en la escuela secundaria.
Pero cuando pasamos a los empleados de la recepción y a la gente que
se sentaba en las sala de espera, nadie miró dos veces en nuestra
dirección. Por otra parte, Zac era alto pero no demasiado, y delgado y
musculoso, pero no sobrecargado de músculos voluminosos como los
gigantes con los que jugaba. También estaba el hecho de que su cabello no
era llamativo por su tono y longitud. Su rostro era muy hermoso, pero no
había nada en él que obligara a alguien a mirar en su dirección.
Definitivamente tampoco había nada escandaloso en su ropa.
En realidad, parecía un tipo atractivo y corriente.
Excepto que no lo era, no realmente, teléfono roto o no. No iba a
olvidar eso.
Las nalgas de Zac habían sido plasmadas en la portada del número
de anatomía de la TSN, una edición especial de The Sports Network que se
publicaba una vez al año y que presentaba la anatomía… de un atleta
profesional. También conocido como: todos estaban desnudos pero con sus
joyas de la corona ocultas. Había comprado una copia para apoyarlo. Al
igual que millones de personas. Estaba bastante segura de que todavía
estaba guardada en el cajón de mi mesita de noche.
En el ascensor, entramos con una pareja justo cuando el teléfono de
Zac empezó a sonar una vez más. Lo sacó de su bolsillo, echó un vistazo, y
luego lo volvió a poner donde estaba.
Me sorprendió mirándolo y sonreí. Me devolvió la sonrisa, pero no
estaba ni de cerca al mismo nivel que cuando me vio por primera vez hace
unas horas.
—Un viejo compañero de equipo —explicó con una voz que nunca
antes había oído de él, incluso en la televisión con gente que le ponía
micrófonos en el rostro y le preguntaba qué había pasado, todo ello
mientras insinuaba que perder había sido todo culpa suya. Estaba así de
preocupado.
Me conformé con otra inclinación de cabeza mientras me preguntaba
si había sido un “viejo” de Oklahoma o de antes.
Una de sus mejillas se elevó un poco más en una sonrisa un
milímetro más grande que la anterior.
—Gracias por traerme, cariño —dijo con voz cansada y distraída.
—De nada.
Cuando las puertas se abrieron, salí delante de él, siguiendo las 41
señales. Me detuve en el escritorio y firmé con mi nombre, sintiendo a Zac
detrás de mí. Entonces escribí James Travis, decidiendo que su nombre de
pila era demasiado. Nunca se sabía quién podría leer la hoja de registro.
Sabía que yo lo hacía.
—También te apunté —dije mientras me daba la vuelta.
Esos familiares y no familiares ojos azules se deslizaron hacia mí, con
la barbilla baja.
—Gracias —repitió con voz apagada y plana.
Estábamos caminando por una sala de espera cubierta de vidrio
cuando alguien gritó:
—¡Zac! ¡B!
Conocía esa voz. Me encantaba esa voz.
Me di la vuelta, ya sonriendo porque no podía evitarlo a pesar de las
circunstancias. Boogie nos saludó cuando se levantó del asiento en el que
estaba. Con su pantalón entallado y su camisa hecha a medida, tenía que
haber venido directamente del trabajo. Pero una mirada a la sala de espera
me dijo que no estaba solo. Una mujer estaba sentada en el asiento
contiguo al suyo. Ella levantó su mano, y levanté la mía. Su novia.
Bleh.
Mirando hacia otro lado, pude ver a Boogie y Zac abrazarse.
El de treinta y cinco años y el de treinta y cuatro. Fueron los mejores
amigos desde tercer grado, cuando Zac se mudó a Liberty Hill para estar
más cerca de sus abuelos, que por casualidad empleaban al padre de
Boogie en ese momento. Sus padres nunca se habían casado, y no estaba
segura si Zac sabía quién era su padre.
Boogie y Zac se conocieron en casa de mamá Lupe cuando ella había
empezado a cuidarlo después de la escuela mientras su madre trabajaba.
Habían ido a la misma escuela media y secundaria. Incluso cuando Zac
había ido a la universidad en Austin, y Boogie había ido a San Antonio, se
habían visto al menos un fin de semana al mes. Cuando Boogie iba a los
partidos de Zac, siempre venía a recogerme y me llevaba con él. Luego
volvía después de dejarme y pasaba el rato con él… y con quienquiera que
estuviera con ellos.
A diferencia de mi relación con él, nunca había dudado de cuánto
esos dos se preocupaban el uno por el otro, especialmente en situaciones
como esta, en la que estaba bastante segura de que Boogie había venido
directamente al hospital para estar con la familia de Zac. Pero ese era el
tipo de hombre que era mi primo, y era una de las muchas razones por las
que lo quería. Era una de las personas más desinteresadas y leales del
mundo.
Como su tonta novia ya había aprendido.
42
—Está consciente. —Escuché decir a Boogie mientras los dos
hombres se abrazaban—. El doctor cree que sus niveles de azúcar en
sangre han bajado. Pronto sabremos más. Tuvo mucha suerte.
La cabeza de Zac cayó hacia adelante hasta que se apoyó en el
hombro de mi primo, y no me perdí el enorme suspiro de alivio que dejó
salir. Tampoco me perdí su “Buen Señor”.
Mi primo le dio una palmadita en la espalda, fuerte.
—Tu madre está con él. Tienen un límite de dos personas para las
visitas. Estaba preguntando por ti antes. Entra ahí.
Zac asintió, y después de otra palmada en la espalda, lo vi alejarse de
mi primo. Debió mirar a la sala de espera como yo, porque un segundo
después, levantó la mano como yo y la dejó caer casi inmediatamente.
Tal vez Connie y yo no éramos las únicas inseguras acerca de la novia
de Boog.
Eso me hizo sentir un poco menos odiosa.
Luego lo vi mirarme por encima del hombro y decir lo último que
hubiera esperado por segunda vez en un día.
—¿Vienes, enana? ¿Saludas a mamá?
¿Pensó que tampoco la había visto en años?
¿Y cómo podría decir que no a saludar a la señora Travis?
¿Especialmente cuando todavía arrastraba la palabra mamá con ese
acento? No podía, ese era el problema. Límite de dos personas, maldita
sea. Me iría si alguien se quejaba.
Asentí a Zac probablemente por vigésima vez y le di a Boogie un
rápido abrazo y un beso en la mejilla. Hablaríamos más tarde. Incluso
levanté la mano una vez más hacia la falsa pelirroja porque si no lo hacía,
heriría los sentimientos de Boogie.
Zac y yo nos dirigimos por el pasillo a la habitación de Paw-Paw,
siguiendo los números de cada puerta blanca estéril. Un hombre y una
mujer estaban en la estación de enfermeras, y vi a la mujer mirarnos,
bajar los ojos, y luego hacer una doble toma. Bueno, no fui yo quien la
hizo mirar dos veces. Le dio un codazo al hombre en ropa quirúrgica que
estaba a su lado y le susurró algo.
Estaba a punto de decirle algo a Zac, pero me di cuenta de que ser
reconocido era probablemente una vieja noticia para él.
Cerré la boca y la mantuve así cuando Zac miró por casualidad y vio a
su público. Levantó esa gran mano otra vez mientras decía con voz
cansada:
—Buenas noches.
43
La mujer le devolvió el saludo. El hombre no dijo nada.
Debió ser suficiente, porque Zac me miró con el estrés nublando esos
ojos azul claro. Y sería una maldita mentirosa si dijera que una ola de
ternura no me golpeó en ese momento.
—Gracias por venir conmigo —dijo con una débil voz que sonaba
seriamente exhausta, su audiencia olvidada—. Con suerte Paw-Paw estará
despierto. Le encantará verte.
No reprimí una pequeña sonrisa.
—Eso es lo que siempre dice.
Zac estaba mirando hacia adelante cuando preguntó:
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Mmm, no hace tanto tiempo —admití, mirando hacia adelante
también porque quería, no porque no quisiera hacer contacto visual.
Silencio.
Luego:
—¿Cuándo fue la última vez que viste a mamá? —Mi viejo amigo
arrastró las palabras en un tono que me hubiera hecho mirarlo si hubiera
tenido pelotas… pero las mías se quedaron en algún lugar del camino.
Probablemente fuera de su casa.
—No hace tanto tiempo. En la fiesta de cumpleaños de Boogie. En
marzo. Dijeron que estabas en las Bahamas. —Eso, y había visto las fotos
que había publicado en su cuenta de Picturegram. Había una de él en un
yate rodeado de agua azul verdosa con dos compañeros de equipo y cinco
mujeres. Boogie afirmó que había sido invitado a ir pero que no había
podido tomarse el tiempo libre.
Al mirar, noté que Zac hizo la más mínima mueca. Alejé la mirada al
mismo tiempo que él miró.
Señalé la puerta que estábamos buscando.
—Mira, es aquí. —No esperé por él, llamé con suavidad y empujé la
puerta para abrirla lentamente, haciendo un gesto para que él entrara
primero.
Una mujer familiar de cabello rubio oscuro estaba sentada en un
sillón reclinable girado hacia una pequeña televisión en la pared con los
brazos cruzados sobre el pecho. Pero era el anciano que estaba en la cama
de hospital con los brazos a los lados en lo que me centré. Tenía unos
tubos conectados en sus brazos y uno en su nariz, y lo más importante,
sus ojos estaban pegados a la televisión también.
Supongo que no me oyeron llamar, porque en el momento en que Zac
dio cuatro pasos en la habitación de hospital, Paw-Paw Travis jadeó y
sonrió tanto que le ocupó la mayor parte de su rostro arrugado y 44
envejecido. A los ochenta y nueve años, su cabello era blanco y esponjoso,
y normalmente lo tenía peinado y con bonito aspecto.
—Zac —cantó el viejo mientras levantaba la cabeza y mostraba su
boca con dentadura postiza. Sabía que era dentadura postiza porque me
había dejado verla una vez que se soltó. Travis debió verme revoloteando
detrás de su nieto porque exhaló, con esa gran sonrisa aún en su rostro
mientras jadeaba mi nombre en ese grueso acento que incluso ponía en
vergüenza el de Zac—. Bianca.
Al menos me reconoció.
—Hola, Paw-Paw Travis —saludé justo cuando Zac llegó a la cama e
instantáneamente se inclinó, deslizando un brazo bajo la cabeza de su
abuelo sin esfuerzo, su brazo libre curvándose para abrazarlo. Sonreí y no
me perdí el fuerte hipo que se apoderó de Zac mientras decía quién sabía
qué al oído del anciano. Miré a la señora Travis, la hija del señor Travis, y
la vi sentada y sonriendo cansadamente a su padre y a su hijo mientras se
abrazaban—. Hola, señora Travis.
La señora Travis se puso de pie con un suspiro de cansancio y nos
abrazamos. La conocía desde que conocía a su hijo. No habíamos estado
tan unidas cuando yo era pequeña, ella era una figura materna que
trabajaba mucho, y me intimidó una vez cuando literalmente agarró a Zac
por la oreja y lo sacó a rastras de la casa de mamá Lupe, pero a lo largo de
los años, nos acercamos más a través de Boogie.
—Bianca, muchas gracias por traerlo —dijo la mujer.
—No fue nada —respondí, todavía en medio de un abrazo—. ¿Alguna
noticia?
Se echó hacia atrás y bajó la voz lo suficiente como para susurrar:
—Estamos esperando los resultados de las pruebas. Tuvimos suerte
de encontrarlo tan pronto.
—Estoy tan contenta de que esté bien. Estoy segura de que te has
asustado mucho. ¿Necesitas algo? ¿Puedo hacer algo? —pregunté a la
mujer rubia de ojos azules que se alzaba sobre mí. Una vez le pregunté
cuánto medía, y ella se rió y dijo un metro setenta y ocho.
—No, no, estoy bien. Boogie nos trajo algo de cenar antes. —Me
apretó la mano y bajó aún más la voz—. ¿Ha comido mi niño algo?
Su niño. Pfft. Casi me reí.
Ambas miramos hacia la cama y encontramos a Zac estirado en ella
al lado de su abuelo, frente a él, con la cabeza apoyada en sus bíceps
mientras se susurraban el uno al otro. Este hombre adulto en la cama con
su igualmente largo abuelo era bastante adorable; parecían gemelos en el
tiempo. 45
Y a pesar de lo lindo que se veía Zac con Paw-Paw, estaba a punto de
delatarlo a su mamá de todos modos. No estaba segura de haberlo hecho
antes. Esa fue una de las principales razones por las que él y Boog siempre
me dejaban pasar el rato con ellos. Bueno, eso y lo de salvar vidas,
supongo. Los soplones reciben su merecido, perras, Connie me había
enseñado cuando tenía como… cinco años.
Había estado ahí cuando Connie le enseñó a su hija el mismo dicho,
menos la parte de perras, y había impresionado a mi hermana arrastrando
mi pulgar por la garganta mientras lo hacía. Nos habíamos reído mucho de
ello más tarde cuando mi sobrina no estaba. Necesitaba ir a visitarlas de
nuevo pronto.
—No, no conmigo. Ha estado muy preocupado.
—Como debería estar —suspiró, su atención aún centrada en las dos
generaciones de hombres—. Muchas gracias por ir a buscarlo. Boogie dijo
que tuvo que llamar y hacerte salir del trabajo para ir por él.
—No es para tanto. Casi había terminado mi turno cuando llamó. No
fue ningún problema.
Los mismos ojos azul claro como los de Zac, pero en un rostro mucho
más femenino, se deslizaron en mi dirección. La señora Travis era
hermosa. Una mujer hermosa que pensaba y juzgaba y que sabía por
nuestra última interacción que aún no había visto a su hijo en años.
Apuesto a que no había olvidado esa parte.
—Es difícil seguirle la pista hoy en día. Si pudiera encontrar en él la
forma sentar cabeza y quedarse en algún lugar, comprar un lugar propio,
no tendríamos que estar buscándolo todo el tiempo. Dios sabe que le envío
listas de casas cada dos semanas cerca de Paw-Paw y de mí, pero no
quiere echar raíces con nada ni con nadie —explicó en voz baja y con una
expresión exasperada.
Lo único que podía hacer era sonreírle y asentir como si lo entendiera.
Y supongo que, en cierto modo, lo hacía.
Y si ese comentario sobre sentar cabeza con cualquier cosa o
cualquiera no era mi señal para salir de allí, no sabía qué lo era.
—Si está bien, déjame darle un abrazo a Paw-Paw, y me iré de aquí
antes de que se metan en problemas por tener demasiada gente alrededor.
La señora Travis asintió.
Me dirigí a la cama mientras Zac y Paw-Paw continuaban hablando
entre ellos. Tan pronto como el hombre mayor me vio, dejó de hablar y me
dio una sonrisa cansada pero de alguna manera brillante. Su profunda y
dulce voz era débil.
—¿Viniste hasta aquí para ver cómo estoy? 46
—Sabes que lo hice. —Le sonreí antes de mirar a Zac y sentir que una
pequeña parte de mi expresión se desvanecía. Eché una mirada al hombre
mayor—. ¿Te ha gustado el regalo que te he traído, Paw? Fue bastante
difícil de encontrar.
La mano del señor Travis, conectada a unos tubos, se deslizó por la
cama y le dio una palmadita en la cadera cubierta de tela vaquera a su
nieto.
—El mejor regalo que alguien ha encontrado para mí. Bendita seas,
dulzura.
Me incliné hacia adelante y besé al hombre mayor en la mejilla.
Todavía tenía el más mínimo indicio de colonia sobre él. Me gustó.
—¿Necesitas algo?
—Salir de aquí.
Sonreí.
—Le hablaré bien de ti al doctor, ¿de acuerdo? Tal vez te deje salir de
aquí antes. Si no, te sacaremos de contrabando.
—Eso estaría muy bien, dulzura. ¿Cómo va el trabajo? —inquirió con
un bostezo repentino.
Esa fue mi segunda señal para irme.
—Tengo un nuevo jefe, y es un imbécil, pero estoy aguantando. —Bajé
la mano y le peiné el cabello a un lado con mis dedos mientras bostezaba
de nuevo—. Voy a salir de aquí antes de que me echen. No quieren que tu
club de fans se apodere de todo el piso. Si necesitas algo, llámame o haz
que alguien más me llame, ¿de acuerdo?
Su sonrisa se volvió suave, e hice lo posible por seguir ignorando el
par de ojos que me habían apuntado desde el momento en que me acerqué
a la cama.
—Lo haré —aseguró.
Acaricié la mano del señor Travis, sus venas grandes y azules y
púrpuras, mientras Zac se incorporaba un poco.
Bien. Era hora de decir adiós. Y lo iba a hacer bien, porque mamá
Lupe me perseguiría en mis sueños esta noche si no lo hacía.
Y además, la vida era jodidamente corta, y no albergaba ningún
resentimiento. Solo un poco de melancolía agridulce. Eso era todo.
Zac estaba sentado cuando llegué a su lado y no dudé en poner mis
brazos alrededor de las partes de él que podía alcanzar, abrazándolo
también, no muy fuerte pero lo suficiente.
Esos largos brazos que sabía que tenían que ser muy fuertes me
rodearon la espalda al instante. 47
No iba a engañarme; casi suspiré. Realmente había extrañado a este
tipo, a pesar de todo. Pero había una razón por la que los amputados
sobrevivían y prosperaban; se aprendía a vivir sin esos miembros.
Me aparté y sonreí un poco mientras le decía al hombre guapo que me
miraba.
—Tengo que irme a casa. ¿Estarás bien volviendo?
—¿Vas a volver ahora mismo? —preguntó el hombre que no había
visto en casi una década, sorprendiéndome. Una vez más.
Asentí.
—¿No puedes pasar la noche?
Estaba en maldita racha con las sorpresas, ¿eh?
Era bueno saber que podía apreciar la amistad que habíamos tenido
por el resto de mi vida y seguir estando orgullosa de ella. Mi amigo era un
buen hombre para la gente que amaba. Ser famoso y rico era solo la
guinda del pastel. Ese conocimiento me elevó y me mantuvo allí, lo
suficientemente lejos para no estar triste.
Las cosas sucedían por una razón.
—No, lo siento. Tengo que volver a casa. Le diré a Boogie que saque tu
maleta de mi auto para que puedas quedarte aquí —dije rápidamente
antes de ponerme de puntillas y besarlo en la mejilla, como había hecho
con su abuelo. Luego le di otra pequeña sonrisa mientras mis ojos
miraban su rostro por última vez.
La ternura y la nostalgia llenaron mi estómago por un segundo
mientras asimilaba esos rasgos bronceados que envejecían con tanta
gracia, y no pude evitarlo. De verdad no pude mientras tocaba su muslo
con la punta de los dedos por un segundo y soltaba el apodo que no había
usado en mucho tiempo.
—Cuídate, Snack Pack. Estoy súper orgullosa de ti.
Una leve y lenta sonrisa se apoderó de la mitad inferior del rostro de
Zac mientras su mirada se fijaba en la mía, pero fue Paw-Paw quien se rió
de lo que le había llamado.
Antes de ser “Big Texas”, había sido “Zac el Snack Pack”.
Bien.
Era hora de irse.
Di un paso atrás y me despedí con un gesto de los tres.
—Haz lo que te diga el médico, Paw-Paw Travis. ¡Adiós!
—Adiós, Bianca —exclamaron tres voces diferentes. O podrían haber
sido solo dos. No me iba a preguntar mucho sobre eso. Zac parecía
genuinamente feliz de verme al principio, y eso era suficiente.
48
Salí de allí, abriendo la puerta y cerrándola detrás de mí, y luego me
detuve instantáneamente.
Porque justo enfrente de la habitación de Paw-Paw había lo que
parecían diez personas.
Y todos estaban vigilando la puerta como halcones.
Síp, esa señora había reconocido a Zac.
Decidí decirle a Boogie que les advirtiera sobre la multitud que había
en la puerta, aunque eso podría funcionar a su favor. Tal vez serían más
amables con Paw-Paw si sabían quién era su nieto. Deberían ser amables
con él porque era maravilloso, pero lo que fuera que funcionara.
Encontré a mi primo en la sala de espera junto a su novia. Ambos
estaban encorvados escribiendo en sus teléfonos.
—Boogie Baggins, me voy.
Mi primo se levantó con un bostezo. Su camisa blanca estaba
arrugada y su pantalón estaba aún peor; lo único que aún se mantenía
bien eran sus brillantes zapatos negros, su cinturón igualmente brillante y
el caro reloj de lujo Schmancy que se había comprado para su trigésimo
cumpleaños. En la silla libre junto a la que había estado sentado estaban
su chaqueta y su corbata.
Detrás de él, su novia se quedó en su asiento.
—¿No quieres pasar la noche? —preguntó, dándome otro abrazo
cuando estuvo cerca.
Negué contra su hombro por tal vez la millonésima vez en mi vida.
—Voy a filmar mañana —expliqué cuando nos separamos—. Vendré a
visitarte cuando tenga otro fin de semana libre si no estás ocupado.
Quise mirar de reojo a su novia, pero no lo hice. Me había prometido
a mí misma no ser una imbécil. Pero sobre todo, no lo hice porque solo le
haría daño a Boog si lo notara.
Mi primo-hermano suspiró pero asintió. Había estado dejando crecer
su vello facial, y se veía bien.
—¿Estás bien para conducir de regreso?
—Oh, sí. No estoy cansada todavía; todo irá bien.
No dejó de fruncir el ceño, así que le di un empujón a su elegante
zapato de suela roja con la punta de mi zapatilla, con cuidado de no
rayarlo. Me burlé de él durante diez minutos la primera vez que husmeé en
su armario y vi todos sus zapatos caros. Había sido cuando ese meme de
qué son esos había estado sucediendo, y él había estado rodando.
—Baja al estacionamiento conmigo. Zac dejó su maleta en mi
maletero.
49
Desde atrás, su novia dijo, demostrando que había estado
escuchando:
—Esperaré aquí.
Boogie miró por encima del hombro.
—¿Estás segura, nena?
—Sí, cariño —respondió su novia de los últimos dos años.
Sabía que era mala y no me importaba, pero gracias a Dios. Cuanto
menos tiempo estuviera cerca, mejor.
Mi primo me pasó el brazo por encima del hombro después de decir
algo en respuesta. Moví mis dedos hacia ella brevemente, recibiendo una
sonrisa tensa y una inclinación de cabeza, y luego nos fuimos. Le pateé la
parte posterior de su pierna, y me pateó en respuesta. Le di un empujón, y
me devolvió el empujón. Cuando entramos en el ascensor, se volvió hacia
mí y frunció el ceño.
—¿Qué pasa?
—He estado aguantándome un pedo durante la última hora y media,
y me duele el estómago —dije, presionando las palmas de las manos sobre
la parte baja de mi estómago—. He estado tratando de no pensar en ello.
Boogie estalló en risas, poniéndose una mano sobre el rostro.
—¿Qué te pasa? Espera a estar en tu auto para hacerlo.
—Lo estoy intentando —me quejé—. Pero me duele.
Realmente lo estaba intentando. Me excedí comiendo las dos
salchichas y no solo una.
Mi primo seguía riéndose y todavía tenía una mano sobre su rostro
mientras decía:
—Esfuérzate más.
—Solías tirarte pedos sobre mí y a mi alrededor todo el tiempo,
hipócrita. Es una función corporal totalmente natural. Habría algo malo en
mí si no necesitara soltar un gas, Boog. Es tan natural como un eructo.
Como el período. Pero en su lugar sale de tu culo.
Mi primo mojigato cerró los ojos, negó como siempre lo hacía y
cambió de tema. Lo quería. De verdad era el mejor. Nunca quiso hablar de
períodos o funciones corporales o fluidos, a diferencia de mi hermana, que
me daba un informe detallado de su período y de cualquier movimiento
intestinal inusual que pudiera tener, pero sabía que si necesitaba un
tampón, él iría y me compraría diez cajas por cada flujo. Después de eso,
no me miraría a los ojos.
—Cambiando de tema. Gracias por ir a buscarlo. Dijo que alguien
tenía su teléfono y que se había olvidado de él.
Por un segundo, pensé en la rubia bonita y agradable que había 50
sabido dónde estaba su dormitorio. Luego dejé de pensar en ello. Bien por
él. Al menos había sido agradable y no como la última novia que tuve la
mala suerte de conocer. Porque a la mierda esa chica, incluso diez años
después.
—Sí, había un montón de gente en su casa cuando llegué —
comenté—. Entré y tuve que dar vueltas para encontrarlo. Qué incómodo.
Resopló.
—¿Lo sorprendiste?
Me encogí de hombros contra su lado justo cuando las puertas se
abrieron y una mujer mayor entró en el ascensor también.
—Sí, no me reconoció. Le dije mi nombre, pero no comprendió hasta
que usé el tuyo.
Eso hizo que Boogie me mirara. No era la primera vez que alguien no
me reconocía. Ya nos habíamos reído mucho de ello, sobre todo cuando
nuestra tía había jadeado y casi perdido la cabeza hace años. Había sido
después de que yo estuviera en Carolina del Norte por un par de años.
Luego había dicho algún cumplido ambiguo y lo arruinó, pero oh,
bueno…
—De todas formas, me alegro de haberlo visto. —Me alegraba. Una
cosa era verlo en la televisión, pero era totalmente diferente en carne y
hueso. Mejor. Parecía feliz y bien, a pesar de su asunto con los
Thunderbirds, antes de que le diera las malas noticias. ¿Qué más se podía
pedir?
—Te dije que se alegraría de verte.
Lo hizo. Hace años. Pero aun así levanté mi hombro.
—Bueno, ya sabes, ha pasado una eternidad. —Luché contra el
impulso de aclarar mi garganta.
Él sabía parte de lo que pasó. Una parte muy, muy pequeña. Sabía
que yo estaba enamorada de él y que había surgido de la nada, aunque eso
no era realmente cierto, y que había luchado con ello. Le rogué que no
dijera nada y que me dejara superarlo por mi cuenta. Pero eso fue todo.
No era que hubiera dudado nunca de que mi primo me quería más,
pero me lo demostró ese día y todos los días siguientes cuando respetó mis
deseos.
Boogie hizo una mueca que probablemente podría haber visto desde
el final del pasillo.
—Sabes que ambos hemos tenido que trabajar en mantener la
amistad después de todo este tiempo, y no ha sido fácil, especialmente no
cuando estuve en Londres por un tiempo. Estoy ocupado. Él está
ocupado... 51
—Lo sé —interrumpí, sin necesitar, ni querer, que se excusara. Sin
querer escucharlo, honestamente. ¿Cuál era el punto?—. Está bien.
Lo entendía. De verdad que sí. No podía imaginar cuánta gente había
conocido. Cuánta gente quería algo de él.
Y yo solo era… la prima de su mejor amigo. La chica conocida como
enana en su día. La chica que había “salvado su vida” como me lo había
recordado mil veces a lo largo de los años, aunque yo no recordara haberlo
hecho. Y era su fan porque no sabía cómo no serlo. Era una fan de toda la
vida, aunque él se hubiera olvidado de mí.
Porque lo entendía.
Sabía que lo que habíamos tenido de niños había sido real. Me había
querido como a una hermana pequeña, y yo lo había amado en más de un
sentido. Siempre tendría eso.
Y esperaba que él sintiera lo mismo.
Egoístamente, sabía que ayudaba el hecho de no haber pasado los
últimos diez años suspirando por él.
No necesitaba echar un vistazo para saber que mi primo me estaba
dando otra mirada.
Arrugué mi nariz hacia él y afortunadamente, eso pareció lo correcto
porque lo dejó. Al menos por ahora. Tal vez siempre. Con Boogie nunca se
sabía. Me había dejado salirme con la mía con no contactar durante años
a Zac después de que le hubiera insistido.
—Pareces muy cansada, B. ¿Estás durmiendo? ¿O te está afectando el
g-a-s?
La mujer mayor en el ascensor nos miró, obviamente porque sabía
cómo deletrear, y negué hacia Boogie con una sonrisa en mi rostro.
—No, no es el gas. Y estoy durmiendo un poco. Si cuatro horas por
noche, seis días a la semana, cuenta.
Su boca se aplanó, y supe qué me esperaba cuando puso sus manos
en sus caderas como el primo-hermano sobreprotector que era.
—Cuatro horas no es suficiente. Ya hablamos de esto. Necesitas
dormir. Toma un poco de sol mientras estás en ello también. No puedes
estar encerrada en el gimnasio o en tu apartamento todo el día. Pon un
poco de sol en esos brazos pálidos.
Le fruncí la nariz.
Continuó haciendo una mueca hacia mí.
—Hablo en serio. Es importante. Sé que ahora solo trabajas a tiempo
parcial en Maio House, pero apuesto a que sigues haciendo tus cosas de
Lazy Baker durante el tiempo que no estás allí. Pensé que era por eso que
redujiste tus horas. —No se equivocaba—. Por favor, B. De un adicto al 52
trabajo a otro, necesitas hacer tiempo para ti. Adelante, renuncia ahora
que arreglaste las cosas con ese imbécil —añadió—. Y toma un probiótico o
dos para ayudar con el gas.
Dejé de arrugar la nariz y asentí, sonriendo un poco… y presionando
mis manos en la parte baja de mi estómago otra vez. La cosa era que
Connie me había dicho exactamente lo mismo hace un par de días. Y
había visto mi rostro en el espejo últimamente. Estaba cansada. No podía
recordar la última vez que salí de mi casa para hacer algo que no fuera ir
al supermercado o al trabajo.
Tenía razón. Ambos la tenían. Estas dos personas que me querían.
Pero me encantaba trabajar y tener un propósito, así que… lo
resolvería.
Boogie me pateó de nuevo en la parte posterior del muslo como si
supiera exactamente a dónde se había ido mi mente.
—Tengo que ir a Houston para un par de reuniones pronto. ¿Quieres
ir a comer alas?
—¿Contigo? No, estoy bien.
Boogie me pateó una vez más, y me reí. Como si alguna vez fuera a
decir que no a pasar tiempo con él. Por favor.
—Vi uno de tus videos cortos, los de un minuto de duración; apareció
en mi timeline el otro día. Alguien lo compartió. Era el de Connie y tú
tratando de hacer galletas con chocolate y malvaviscos con una parrilla
eléctrica. Me hizo reír.
—¿Te gustó cuando me quemé y grité? —Me reí, pellizcándolo
ligeramente en la parte posterior del brazo—. Voy a hacer galletas de
calabacín para mi próxima receta “saludable”. Vi una receta de pan de
calabacín y me hizo pensar.
Boogie, quien estaba acostumbrado a la comida por la que me había
hecho algo famosa, trató de no mostrar su desencanto pero falló. A lo
grande. Y no pudo ocultar el vago asco en su voz.
—¿Galletas de calabacín, B? ¿En serio? ¿No puedes hacer galletas de
chocolate? —cuestionó mi primo, dejando pasar otra conversación
potencialmente incómoda.
Gracias a Dios.
Asentí lentamente y luego extendí la mano para tratar de meterle el
dedo en la nariz por tal vez la millonésima vez en nuestras vidas.
—Te enviaré algunas por correo. Te las comerás y te gustarán.
Boogie tuvo arcadas mientras se apartaba con una risa que me hizo
extrañarlo tanto en ese momento, que no pude evitar preguntarme si 53
debería regresar a Austin para estar más cerca de él.
O mudarme más cerca de Connie otra vez.
Después de todo, no era como si realmente hubiera algo que me
mantuviera en Houston ahora. Había echado esa razón de mi vida y no me
había arrepentido ni un segundo desde entonces. Pero eso fue lo único que
había hecho bien en toda esa situación.
Necesitaba seguir avanzando, porque seguro que no estaba planeando
retroceder.
CUATRO
Solo había esperado un par de minutos junto a la valla de hierro
forjado que rodeaba mi complejo de apartamentos cuando un familiar y
elegante auto plateado se detuvo detrás de una gran camioneta negra ante
la verja para entrar.
Era mi vecino, el sexy que había oído por fuentes oficiosas que había
roto con su novia hace dos meses. Sabía que un par de vecinos habían
hecho apuestas sobre quién se quedaría con el apartamento cuando
estaba claro que las cosas les iban a ir mal. Aparentemente, él había
ganado.
No estaba exactamente decepcionada, aunque raramente lograba a
ver a Santiago.
Y de repente me sentí un poco agradecida de que, si iba a estar
esperando en el estacionamiento de visitantes a que Boogie viniera a
recogerme, por lo menos me veía tan decente como siempre. Nada me
hacía esforzarme más que pasar el rato con mi primo, que no conocía el
significado de “completo desastre”. Además, había sido un buen día libre. 54
Había filmado no uno sino dos nuevos vlogs para mi canal de WatchTube y
mi cuenta de Picturegram. Y cuando hablé con Deepa de nuevo sobre dejar
Maio House, parecía estar interesada. Entre videos mientras
almorzábamos, ella había empezado a revisar los anuncios en línea de
empresas que estuvieran contratando, y la había visto enviar un par de
correos electrónicos para obtener más detalles. Eso era más de lo que
había hecho las últimas veces que lo mencioné.
Así que, debido a mi buen día y porque ya me había maquillado y me
había arreglado un poco más el cabello por la filmación, me quedé con mi
ropa de “trabajo”, que consistía en una falda y una blusa suelta remetida.
Aunque íbamos a comer alas.
En ese momento, me preocupaba que mi falda se levantara con una
ráfaga de viento y mostrara a todos los que pasaban conduciendo por ahí
mi ropa interior granate.
Específicamente a Santiago, que llevaba dos meses soltero y
posiblemente listo para relacionarse.
Tal vez no fuera tan mala idea.
Estaba pensando en mi ropa interior y Santiago cuando la camioneta
negra cruzó la puerta de entrada y su auto plateado se detuvo en el teclado
numérico en lugar de continuar como todo el mundo.
La ventana se bajó justo antes de que oyera un “¡Bianca!”.
Agradecí a Dios en ese segundo que nunca me hubiera puesto
nerviosa delante de chicos guapos. Las únicas cosas que me hacían sudar
eran el pastel de tres leches y el sorbete de lima.
Y a veces ciertas partes del cuerpo masculino podían hipnotizarme,
pero no por mucho tiempo.
Así que pude levantar mi mano y saludar al hombre de cabello negro
que se asomaba a la ventana de su auto con el antebrazo apoyado en ella.
—¡Hola, Santiago!
—¿Te has quedado fuera? ¿Necesitas un paseo?
Un paseo. Las bromas que podría hacer con eso.
—No, estoy bien. Solo estoy esperando que me recojan. Gracias de
todas formas.
—¿Estás segura? —gritó el hombre que había visto un par de veces
sin camisa cuando llegaba a casa después de una carrera, haciéndome
imaginar su pack de seis por un segundo.
Le di un pulgar hacia arriba y dije:
—Sí, no, está bien. Él está en camino. —Solo me arrepentí un poco de
no entrar en detalles sobre quién era “él”, pero bueno. Habían pasado unos
meses desde la última vez que tuve una cita.
55
Un recuerdo de Boogie diciéndome que saliera más se deslizó por mi
cabeza. Esperaba que no recordara esa conversación, porque no se
alegraría si le decía la verdad. ¿Ir a Target cuenta?
El ayudante del sheriff demasiado guapo esbozó una sonrisa que
habría hecho que una mujer menor le tirara sus bragas.
—¿Estás segura?
Le devolví la sonrisa, y justo cuando abrí la boca, un auto se detuvo
en la entrada del complejo y rápidamente giró a la izquierda para
detenerse directamente en el estacionamiento de visitantes, justo frente a
donde yo estaba parada. Era un auto que definitivamente reconocí.
Un sedán negro de cuatro puertas. El auto de Boogie.
La ventanilla del lado del pasajero fue bajada y algo más familiar
apareció, aunque no era lo que esperaba.
El maldito rostro sonriente de Zac. El maldito rostro sonriente de Zac
con su piel bronceada, pómulos altos y nariz perfecta. Y se veía muy feliz.
—Sube, nos morimos de hambre —dijo el hombre que había visto
semanas atrás.
¿Qué?
La sonrisa de mi viejo amigo se ensanchó un poco, mostrándome más
de esa inmaculada fila de dientes blancos resaltados por las gafas de sol
oscuras que protegían sus ojos y hacían que su piel pareciera aún más
bronceada. Cuando éramos niños, estaba pálido, pero año tras año de
prácticas y ejercicios bajo el sol casi todo el año le habían dado una
increíble capa base. Estaba más bronceado que yo ahora.
—Entra, enana —dijo como si no lo hubiera escuchado la primera vez.
No pude ver a mi primo, pero lo escuché desde el asiento del
conductor.
—Vamos, B. Tenemos hambre.
¿Zac estaba en el auto?
¿Y venía con nosotros?
Había pasado más de un mes desde que dejé a Zac en Austin para ver
a Paw-Paw. Habían pasado semanas desde la última vez que pensé en él, y
mucho menos hablé de él. Cuando pregunté por la familia Travis, Boogie
solo mencionó el estado del anciano, diciendo que había sido dado de alta
del hospital, lo cual era normal. En los últimos años, solo mencionó a su
mejor amigo si yo sacaba el tema o si se habían visto.
Y no había preguntado por él últimamente. Había cambiado de canal
a propósito cada vez que alguien ponía The Sports Network, y había estado
demasiado ocupada últimamente para buscar en otros sitios web de
noticias deportivas las actualizaciones de su carrera. Por lo que sabía, él 56
seguía en Austin o en otra ciudad trabajando con un nuevo equipo. Ni
siquiera sabía si había firmado con alguien.
Lo que sí sabía era que el campamento, el entrenamiento al que iban
antes de que empezara la temporada, ya había empezado.
Y él estaba aquí. En Houston. Otra vez.
Cuando mi primo me envió un mensaje durante su almuerzo para
confirmar que íbamos a comer alas, no dijo una mierda de que Zac vendría
con nosotros.
Y ahora estaba aquí.
En el auto.
Y querían ir a comer.
Conmigo.
Me tomó otro segundo antes de lograr asentir. ¿Qué iba a hacer?
¿Decir que no? ¿Afirmar que tenía migraña? Y entonces recordé con quién
había estado hablando un segundo antes. Echando un vistazo, pude ver a
mi vecino frente al teclado de la puerta, la atención todavía centrada en mi
dirección. Parecía curioso… y estaba bastante segura de que podría
haberme mirado el culo cuando me incliné un poco para asegurarme de
que no me imaginaba que era Zac el que estaba en el asiento del pasajero.
Hm. Levanté una mano y lo saludé.
—Mi transporte está aquí. ¡Nos vemos, Santiago! ¡Gracias por
preocuparte!
Mi vecino asintió, y en el tiempo que me tomó alcanzar la manija del
auto de Boogie y abrirlo, la puerta del complejo se estaba abriendo y la
ventana de su auto estaba levantada. Me metí en el sedán, cerré la puerta
y me bajé la falda por los muslos, al menos hasta el final de los mismos, y
me volví hacia los dos hombres que iban delante.
Inclinándome, envolví un antebrazo alrededor del cuello de Boogie,
fingiendo que lo ahogaba al mismo tiempo, y me apretó el antebrazo.
Luego, como era una adulta y no iba a enloquecer porque Zac estuviera en
el auto, solo dudé durante un milisegundo antes de darle una palmadita
en el hombro, sin notar lo musculosa que era esa parte de su cuerpo.
O que olía a una sutil y cara colonia.
—Hola. No los esperaba a los dos. —Le eché un vistazo a mi primo,
pero estaba mirando hacia adelante, poniendo el auto en marcha mientras
me ponía el cinturón de seguridad.
Podría haberme dado una advertencia, y ambos lo sabíamos, pero de
acuerdo.
Zac se giró en el asiento lo suficiente para darme una buena vista de
ese rastrojo marrón rubio a lo largo de su mandíbula y la pequeña sonrisa
57
que me había dirigido, esa cosa bonita y amistosa que era tan natural para
él como probablemente lo era respirar. Solo estaba siendo él mismo. Y no
era como si hubiera una persona invisible a mi lado a la que le alegrara
ver, tan sorprendente como era que estuviera aquí en primer lugar.
—Boog dijo que no te importaría que los acompañara —informó.
Algo que no era exactamente culpa se asentó en mi pecho, y recordé,
y me recordé a mí misma por si acaso, que esto no era para tanto. Nos
habíamos visto no hace mucho tiempo y había estado bien. Ambos éramos
adultos ahora, así que ir a comer tampoco era nada. Solo dos amigos
poniéndose al día. Un trato de dos por uno: ver a su mejor amigo al que no
veía lo suficiente y verse obligado a verme también, ya que todos
estábamos en la misma ciudad y yo ya tenía planes con dicho mejor
amigo.
Bien. Avanzando. No hay vuelta atrás.
Y eso me ayudó. Hizo que no fuera tan difícil decir:
—No me importa. Es bueno verte de nuevo.
Eso sonó forzado como el infierno a mis propios oídos. Probablemente
a los de Boogie también, ya que usaba la misma voz cada vez que hablaba
con su novia.
Zac sonrió aún más, sin darse cuenta de mi media mentira y de lo
dudosa que sonaba, y Boog me miró por un segundo, con su pequeña
sonrisa en el rostro.
Estaba bien. Era bueno. No era para tanto. Estaba segura de que
debía ser un alivio para mi primo después de tanto tiempo de estar en
medio de nosotros.
—Solo estaba sorprendida. Pensé que eras un extraño al azar a punto
de preguntarme si quería un caramelo. —Al parecer, decidí intentar
bromear, pero todavía había un poco de vacilación en mi voz. ¿Podía
bromear con él? ¿Debería bromear con él? Maldita sea, esto era
complicado. No tenía por qué serlo.
Todo estaba bien.
Zac miró de nuevo hacia adelante, dándome solo la más pequeña
vista de su oreja y la parte de atrás de su cabeza.
—No hay caramelos, pero tengo un poco de cecina en mi bolsa por
aquí —dijo en respuesta.
—Estoy bien —repliqué, encogiéndome. Doblé mis manos en mi
regazo y miré fijamente al lado de la cabeza de Boogie, debatiendo si
patearle el culo o no más tarde. Técnicamente estaba bien, así que no
merecía una patada en el culo.
58
Pero aun así podría haberme avisado para que me preparara
mentalmente.
—¿Hiciste todo lo que querías hacer hoy? —cuestionó mi primo, como
si pudiera leer mi mente.
Todavía estaba mirando su perfil.
—Sí. Fue rápido. —Mirando la cabeza de Zac otra vez, cambié de
tema. No necesitábamos mencionar eso delante de él—. ¿Tus reuniones
fueron bien? ¿Tuviste que tratar con ese tipo que no te gusta?
Boogie asintió, su atención aún hacia adelante.
—No, fue mi día de suerte. Llamó diciendo que estaba enfermo. Tengo
una más mañana por la mañana, y luego me voy a casa por la tarde.
El sonido mi teléfono me hizo suspirar.
MAIO HOUSE
No le había cambiado el nombre a MAIO HOUSE APESTA AHORA,
pero lo haría.
—Lo siento. Espera un segundo —murmuré a Boogie, antes de decir—
: Joder. —En voz baja mientras pulsaba el icono de respuesta.
Asintió mientras la voz de mi jefe respondía con un:
—¿Hola?
No debería haber contestado; sabía que no debería haberlo hecho.
Ninguna persona inteligente contestaba su teléfono cuando llamaban en
un día libre del trabajo. Trabajaba por horas, no con salario. Eso es lo que
me decía a mí misma al menos para justificar no ser una “jugadora de
equipo”.
—¿Hola? —Bueno, si íbamos a entrar en esto, no veía la necesidad de
dar rodeos. Si Gunner llamaba, era solo por una razón específica—.
¿Necesitas algo?
Estaba bastante segura de que no fue mi imaginación que pareció
hacer una pausa y luego preguntó en un tono que yo sabía que era irritado
porque era básicamente el único que tenía.
—Llamaba para ver si podías venir y cerrar esta noche.
No una pregunta, una declaración.
¿Necesitaba mi trabajo? Ya no.
¿Lo quería? Nop.
¿Me sentía obligada a conservarlo porque mi amiga aún trabajaba allí
y me sentí súper culpable dejándola allí sola? Sí.
Pero no podía despedirme por no ir en mi día libre, ¿verdad?
Especialmente después de que ya me quedé hasta tarde dos veces la
semana pasada. Y ayer me regañó por hablar con un miembro durante 59
demasiado tiempo.
—Hola, Gunner. No puedo hacerlo. No estoy en casa y no tengo el
auto, pero iré mañana. —Para mi turno programado. Imbécil.
Casi pregunté qué pasó con quien se suponía que trabajaba; estaba
bastante segura de que era una de las chicas nuevas, pero… bueno, no me
estaba metiendo en esa mierda. No me importaba tanto.
—¿No hay manera de que puedas venir?
Vaya, alguien estaba desesperado. Esto era después de que
despotricara sobre que no trabajáramos ni un segundo más de lo previsto
porque no nos pagaría ni un centavo por los turnos asignados. Entonces,
literalmente veinticuatro horas después de eso, el imbécil número dos, otro
de los dueños, me pidió que trabajara un turno extra. No tenía sentido.
—Sí, no. Lo siento. Realmente no estoy en casa y no lo estaré por un
tiempo. —Hice una mueca a mi regazo.
Gunner respondió con un gruñido, pero como sea. Cosechas lo que
siembras. Sé un imbécil y te tratarán como tal. Dijo:
—Adiós. —Y me colgó.
Ahh, el dulce sabor de tener siempre la razón. Hice una mueca a mi
teléfono antes de dejarlo caer en mi bolso y enfocarme de nuevo en los dos
amigos del frente. Estaban hablando de… ¿Trevor? ¿El mánager de Zac?
—… todavía enojado por tener gente. Hizo que pareciera que había
quemado la casa —dijo Zac con una risa y un movimiento de cabeza—. Me
sigue zumbando el oído.
Seguí espiando, pero el lugar de las alas estaba muy cerca de mi
apartamento y solo tardamos unos cinco minutos en total hasta que
llegamos al estacionamiento. Todos salimos, y tal vez no fue agradable,
pero me aseguré de moverme rápido antes de que Zac saliera del auto. Fui
directa a darle un abrazo a Boogie.
—Maldición, B, ¿te has peinado para mí? —preguntó mi primo
mientras se alejaba.
Gemí al dar un paso atrás.
—Lo arreglé para el trabajo. —Y entonces me pregunté por qué solía
poner algo de esfuerzo en cómo me veía cuando hacíamos cosas—.
¿Coinciden hoy tus calcetines?
Mi primo se rió mientras metía las manos en el bolsillo de su pantalón
de vestir perfectamente planchado. Lo único que no era absolutamente
perfecto en él eran las mangas de su camisa azul que había enrollado
hasta los codos, una estaba ligeramente más alta que la otra. Apostaría
que las arreglaría tan pronto como se diera cuenta de que no estaban
iguales.
60
—Siempre coinciden.
—Siempre siendo sobresaliente —dije con un resoplido justo antes de
que una mano que no era mía o de mi primo cayera sobre mi hombro.
Tuve que recordarme por centésima vez que todo esto estaba bien.
Que no me había invitado a mí misma a estar aquí. Que no era un
inconveniente y que algunas personas se esforzaban mucho por salir
conmigo porque les gustaba.
Y necesitaba superarlo. De verdad que sí.
—Todavía no puedo superar que seas adulta —me dijo Zac un
segundo antes de que su brazo pesado y musculoso me cubriera el hombro
como si fuera algo natural, como había hecho miles de veces hace años, y
su cadera entró en contacto con mi lado. Estaba segura de que hasta su
mejilla se apoyaba en mi cabeza, y mentiría si dijera que no me tensé al
tocarlo. Por su familiaridad. Estaba tan feliz de verme en su casa hace
unas semanas, pero… aun así no tenía sentido para mí. A menos que
fuera una actuación, pero…—. ¿Cómo has estado? —cuestionó, con esta
expresión… con ese tono…
¿Preguntaba sobre las últimas dos semanas o los últimos diez años?
—Bien, ¿tú? —respondí, segura de que podía oír la tensión en mi voz,
así que me aseguré de no mirar a mi primo que me conocía demasiado
bien.
—Bastante bien, niña —contestó el hombre alto, apretándome
cariñosamente contra su costado una vez más. Tomándome desprevenida
también Confundiéndome, si iba a ser totalmente honesta conmigo misma.
Pero todo lo que se necesitó fue un vistazo al rostro sonriente de mi
primo, algo en sus ojos parecía un poco raro, pero lo ignoré, para
recordarme mis prioridades. Sobre quién era yo y qué querría mamá Lupe
para mí: ser amable y bondadosa con alguien a quien había amado mucho
aunque no me hubiera amado mucho o nada en mucho tiempo.
Esperé un segundo, luego levanté mi brazo para envolver la mitad de
su espalda, los dedos se curvaron sobre sus costillas inferiores antes de
darle un abrazo lateral por un segundo.
Y esa fue mi señal para entrar a comer y apartarme. Dejaría que él y
mi primo hablaran la mayor parte del tiempo. Eso estaba bien para mí.
Podría ponerme al día con Boogie en otro momento.
—Bueno, tengo hambre —dije, tratando de mantener mi tono ligero.
No me perdí la mirada de soslayo que Boogie me disparó mientras me
deslizaba por debajo del brazo de Zac como un pez, mostrándole una breve
sonrisa antes de entrar en el restaurante. El lugar era pequeño, y
habíamos estado allí juntos un montón de veces en el pasado. La camarera
no hizo mucho más que mirar a mi primo en su ropa de trabajo, a Zac en
sus vaqueros oscuros y su camiseta blanca lisa, y a mí antes de llevarnos 61
a una cabina. Me deslicé a un lado primero, Boogie junto a mí, y Zac se
sentó frente a nosotros.
Podía hacer esto.
Y Zac, afortunadamente, decidió molestar a mi primo mientras abría
su menú y preguntó:
—¿Por qué esa mirada tonta en tu rostro, Boog?
Eché un vistazo. Tenía una expresión extraña en su rostro cuando
tomó el menú, como si no fuera a pedir lo mismo que siempre. ¿Se veía
raro porque yo estaba siendo rara? Había algo en sus ojos cuando
estábamos afuera…
Mi primo no levantó la vista cuando le enseñó a su mejor amigo el
dedo medio.
Zac se rió.
Preocupada de que fuera yo quien le causara esa expresión extraña, le
di un codazo a Boogie.
—Me gusta esa mirada tonta en tu rostro.
Y una de mis personas favoritas en el mundo me devolvió el codazo de
una manera que decía que no era la causante de nada antes de levantar
su otra mano y enseñarle otro dedo medio al hombre frente a nosotros.
Y eso hizo reír a Zac, el sonido rico y familiar todavía. Como en los
viejos tiempos. Pero no como en los viejos tiempos.
Concentrándome en mi menú, me recordé de nuevo que todo esto
estaba bien, que no iba a mirar fijamente al rostro de Zac o, mucho menos,
sacar a relucir nada del pasado. No iba a arruinar la cena con mi primo.
Iba a hablar sobre el resto de mi día y mi semana y…
—Iba a esperar hasta después de que termináramos de comer, pero la
mirada tonta en mi rostro es porque planeaba pedirles que estuvieran en
mi boda, y no estaba seguro de cómo hacerlo.
Sí, nuestros dos codos se cayeron del borde de la mesa —el mío y el
de Zac— y, por alguna maldita razón, nos miramos directamente. De su
azul claro a mi muy oscuro azul. Como en el pasado, cuando estábamos a
punto de tomarle el pelo a Boogie por algo.
Y fue entonces cuando levantó la cabeza.
Atrapado.
Su expresión facial no era una de dolor o incluso tristeza. Todavía
tenía demasiada cara de bebé para ser realmente bueno en poner
expresión seria, pero era más... resignación. Nos conocía a los dos lo
suficientemente bien para tener una idea de lo que estábamos pensando.
Que era: ¿quieres casarte con ella? De todas las personas en el mundo… de
62
todas las mujeres con las que había salido durante años… ¿ella?
Pero no dijo nada. No explicó ni se disculpó. Había tomado una
decisión, y todos los demás tenían que vivir con ello.
Mi primo, el hombre que era básicamente mi hermano, que había
estado ahí para mí más a menudo que mi propio padre, se iba a casar.
Con alguien que no lo merecía.
Mierda.
—¿Felicidades? —dije, tratando de que no sonara como una pregunta
y fallando porque… bueno, porque todavía no podía creer que se fuera a
casar, punto, mucho menos con alguien que no me gustaba. Si alguna vez
hubiera fantaseado con ello, me habría imaginado que se casaría con
alguien que me gustara tanto como lo hacía el marido de mi hermana.
—Felicidades —dijo Zac, sonando un poco más convincente que yo.
Al menos no solo Connie y yo odiábamos a la novia de Boogie. Futura
esposa. Lo que sea que fuera ahora. Me hizo sentir un poco más justificada
en mi desagrado ver que Zac tampoco parecía muy entusiasmado.
—Gracias —respondió Boogie.
Me rasqué la nariz, y Zac simplemente se sentó ahí. Ninguno de los
dos tuvo las pelotas de hacer una mueca, probablemente porque ambos
estábamos siendo observados.
La lengua de Boogie se clavó en la parte interior de su mejilla y
continuó haciendo constante y completo contacto visual con uno de
nosotros todo el tiempo mientras seguía hablando.
—Voy a hacer esto y ambos estarán en la boda, de mala gana o no —
afirmó Boogie antes de llevar el menú a su rostro y esconder la mayor
parte. Desde el otro lado, añadió—: Planeamos hacerlo en febrero, en
nuestro aniversario. Márquenlo en sus calendarios. —Recitó de un tirón
una fecha específica a principios de mes.
¿Ya habían planeado esto con antelación? ¿Qué demonios? ¿Y en
febrero?
Y debería haberme sorprendido, pero no lo hizo, cuando Zac se hizo
eco.
—¿Febrero?
—Sí, febrero. Aún no se lo he dicho a mi madre, ni a nadie —terminó,
aún centrado en el menú.
Y eso hizo que mis pensamientos se detuvieran en su lugar.
Por mucho que me disgustara su novia, bueno... Boogie era mi
favorito. Primo favorito. Hombre favorito. Compañero de Pictionary
favorito. Era mi hermano de otra madre. Y no había manera de que se
casara sin que yo estuviera cerca. 63
Aunque pensara que era un millón de veces demasiado bueno para la
mujer con la que se casaba.
Pero lo más importante era que Boogie había estado ahí para mí
desde el momento en que mis padres se mudaron a casa de mi abuela y
cada segundo desde entonces.
Incluso si esto era un error, era su error. Me dejaría cometer varios
por mi parte. Era solo otra razón por la que no podía decirle nada sobre el
matrimonio.
Estuve allí, lo hice, lo jodí y me arrepentí.
Además, más que nada, mi primo era un buen hombre. Uno de los
mejores. Y conocía su corazón. Si decía que había perdonado a como se
llamara, de verdad lo había hecho. Hasta los huesos.
Así que, era o bien apartar a mi primo o aceptarlo. Si las cosas no
funcionaban… bueno, yo también iba a estar ahí para eso. En las buenas
y en las malas. Como él siempre había estado para mí. La prima pequeña a
la que siempre trató mejor que a una hermana.
Justo cuando abrí la boca para decirle a Boogie que me apuntaba,
Zac se inclinó hacia adelante sobre la mesa.
—Mira, si quieres casarte con Lauren, entonces estaré a tu lado. —El
hombre largo estiró su columna vertebral mientras levantaba un codo y lo
colocaba en la parte posterior de la cabina, extendiéndose a lo largo de
ella. Dios mío, ¿cuándo demonios le crecieron esos músculos del pecho?
No recordaba haberlos visto tan claramente antes, ni siquiera en las fotos
que publicó en Picturegram en alguna playa del mundo. Me obligué a
enfocarme en su rostro de príncipe de Disney mientras continuaba—. Ya
sabes por qué siento lo que siento, pero sabes que quiero lo mejor para ti.
—Esos ojos azules se deslizaron hacia mí y las pequeñas líneas en las
esquinas de los mismos se arrugaron cuando me miró al rostro, lento y
persistente de una manera que me hizo preguntarme por qué me miraba
tanto—. Queremos lo mejor para ti porque eres el mejor. Lo mismo que tú
querrías para nosotros, ¿verdad, enana?
Sentí que mis fosas nasales se ensanchaban mientras miraba de un
lado a otro entre los dos mejores amigos de siempre. Dos opuestos casi
completos en todos los sentidos físicos. Alto y no tan alto. El atleta y el… lo
que fuera que hiciera. Me lo había explicado una docena de veces y todavía
no lo entendía. Administrar riqueza, lo que fuera que eso significara.
Dos personas que se amaban y valoraban mucho.
Quienes querían lo mejor para sí mismos y siempre lo habían hecho.
En cierto modo, era como Connie y yo. No teníamos sentido en el
papel, pero teníamos total sentido en persona.
Porque la gente que te quería realmente quería lo mejor para ti, y por 64
eso había apoyado a Zac a lo largo de los años aunque me hubiera hecho
daño y no tuviera ni idea de que lo había apoyado todo el tiempo. Así que...
—Bien. —Estuve de acuerdo, dando un codazo a mi primo otra vez—.
Nos encanta tu rostro de tonto, Boog. Mientras seas feliz, eso es lo que
importa. —Dios, eso había sido difícil de decir. Realmente no me gustaba
Lauren, pero no era yo quien se casaba con ella, y afortunadamente,
nunca había parecido odiar lo unidos que estábamos Boogie y yo, así que
le daría eso.
Boogie, sin embargo, exhaló aliviado. Era todo oscuro, de cabello corto
y un rostro de bebé por siempre, con su ropa de adulto, una camisa
abotonada a la que solo le faltaba la corbata que usaba para el trabajo. Y
mi primo dijo, con una voz que pude escuchar era tensa:
—Sí, eso es lo que quiero. Lo saben.
Por supuesto que sí. Nadie quería casarse y que sus seres queridos se
molestaran por ello. Merecía tenernos animando, pero considerando las
circunstancias… ¿esto era mejor que nada? Sentía no sentir que todavía
quería algo mejor para él.
Zac y Boogie asintieron, y me quedé sentada mirando.
Cuando los ojos oscuros de mi primo se movieron hacia mí, le di una
sonrisa que sabía que era más falsa de lo que hubiera querido, pero
esperaba que fuera lo suficientemente genuina. Si Zac podía hacerlo, yo
también. Aunque él no pudiera, yo lo haría, porque podría hacer cualquier
cosa por Boogie. Y estar en su boda era lo de menos. Había sobrevivido
tres meses trabajando para Gunner. Había pasado cinco años en una
relación con alguien que en realidad no conocía. Había leído comentarios
mezquinos sobre mí. Tenía metas y algunos sueños. Podía manejar
cualquier cosa.
Incluyendo pero no limitándome a esto. Así que le di un golpecito.
—Soy demasiado vieja para ser la chica de las flores, por cierto —
dije—. Así que estoy un poco decepcionada de que me hayas hecho esperar
tanto tiempo.
Eso hizo que mi primo negara con una gran sonrisa en su rostro.
—Lo siento, B.
Le devolví la sonrisa, me recosté en la cabina y miré a Zac, que seguía
despatarrado en su lado de la cabina con una sonrisa perezosa en su
rostro… mirándome.
Todavía mirándome.
Le eché una mirada y mantuve una pequeña sonrisa; me devolvió una
grande que podría haberme hecho sentir un poco mal por no ser más
amable y tratar de hacerle mil preguntas para que pareciera que quería
ponerme al día con él. 65
La razón por la que no lo hice fue porque me imaginé que ya sabía la
mayor parte de sus asuntos. No tenía mucho que preguntar, excepto qué
estaba haciendo, pero eso tenía que ser un tema delicado.
—¿Zac va a ser tu padrino? ¿Voy a ser tu madrina asistente?
Mi viejo amigo se rió, pero fue Boogie quien dijo:
—¿Madrina asistente?
—Sí. Tal vez ustedes dos ya tenían un plan elaborado. No sé si se
escupieron en las manos y las estrecharon para hacer un trato. Tal vez es
solo una cosa de chicas.
Eso hizo que mi primo me diera una expresión de horror.
—¿Qué? ¿Connie y tú se escupieron en las manos y las estrecharon?
¿Para ser damas de honor?
—Diablos, sí, lo hicimos. Pensé que lo sabías. Por eso fui su dama de
honor cuando tenía trece años. Hicimos un trato.
—No sé qué les pasa a ustedes dos.
Resoplé antes de decidir qué iba a ordenar. Era lo que siempre pedía:
alas con salsa barbacoa de miel. Qué rico. El spray quitamanchas estaba
listo junto a mi lavadora. Y había usado una camisa que no era tan
importante si terminaba con salsa por todas partes. Porque podría. Dejé
caer mi menú y le sonreí a mi primo.
—Lo mismo que te pasa a ti. Ahhhh, perra.
Boogie se quejó.
Le pinché el hombro, manteniendo mi mirada en él en vez de en el
hombre de enfrente.
—Así que, dime, quiero decir a nosotros, más sobre esta boda.
—¿Dijiste que la celebrarán en febrero? —preguntó Zac de nuevo.
Mi primo se puso tenso y puso otra expresión de tonto que me hizo
entrecerrar los ojos.
—Sí. Pensamos en hacerlo antes, pero queremos hacerlo en nuestro
aniversario para mantener la fecha igual y…
Y lo vi, porque estaba mirando a Boogie, vi su ojo hacer ese pequeño
tic entonces, y lo supe. LO SUPE.
Así que susurré, porque no podía creer lo que acababa de ver y lo que
ese movimiento implicaba:
—Boogie, ¿está embarazada?
Su ojo hizo el movimiento de nuevo.
Incluso Zac dejó caer su menú. Era tan dramático. Y tal vez hubiera
sonreído bajo cualquier otra circunstancia.
66
Mi primo maldijo en voz baja.
—Es un secreto. No pueden decírselo a nadie.
Puse mi mano sobre la mesa y sentí que mis ojos se ensanchaban.
JODIDA MIERDA.
—No puedo prometer eso. Sabes que no puedo tener secretos con
Connie.
Boogie puso los ojos en blanco mientras gemía.
—Bien, puedes decírselo a Connie —Entonces se lo diría a su marido,
pero no iba a mencionarlo.
—Oh, gracias a Dios —murmuré, aliviada y algo más que no estaba
totalmente segura de cómo procesar todavía.
Luego dijo las palabras que yo había esperado por ese pequeño tic de
su ojo.
—Pensé que querría casarse pronto, pero fue su idea hacerlo en
nuestro aniversario. Lauren espera para finales de marzo.
Zac y yo nos miramos de nuevo, con los ojos bien abiertos, como si lo
hubiéramos practicado o algo así, y no estaba segura de cómo me sentía al
respecto. Así que no iba a sentir nada.
—¿Ya están haciendo eso otra vez? —preguntó mi primo, y eso me
recordó a cuando éramos mucho más jóvenes y siempre habíamos hecho
eso, solo nos mirábamos al mismo tiempo. Siempre me había hecho sentir
especial, o al menos, me había recordado que lo que habíamos tenido era
real, que habíamos sido amigos.
No olvidaría que eso fue hace mucho tiempo.
—No se lo he dicho a mi madre —admitió Boogie, y eso hizo que Zac y
yo nos centráramos en él con un parpadeo. Frunció el ceño—. Todavía no.
Más tarde.
Lo miré con los ojos muy abiertos mientras levantaba las manos y
curvaba los dedos índice y medio en comillas.
—Más tarde.
Por mucho que amara a mi tía y apreciara todo lo que había hecho
por mí, incluyendo el dejarme vivir con ella mientras terminaba la escuela
secundaria y poco después, no podía decir que no entendía por qué no se
lo había dicho todavía. Nunca había conocido a nadie más católico que mi
tía. Se iba a desmayar al oír que su precioso bebé iba a tener un bebé, o le
iba a pegar con una chancla por el hecho de que había dejado a alguien
embarazada fuera del matrimonio. Suenan las alarmas.
—Tu mamá sabe cómo sumar, Boog, lo sabes, ¿no? —cuestionó el
hombre de ojos azules, su boca se torció en un lado con diversión.
Boogie hizo una mueca justo cuando una camarera llegó a la mesa. 67
Me sonrió al sonreírle.
—Hola, me llamo Clary, y seré su camarera hoy. ¿Les gustaría
empezar con alguna bebida? Tenemos… hijo de puta.
Sí, su mirada se había movido hacia Boogie mientras hablaba y había
terminado en Zac, al igual que su discurso.
La mujer miró fijamente al hombre al otro lado de la cabina. El
hombre que le sonreía, todo inocencia y amabilidad.
—¿Cómo va todo? —preguntó alegremente.
—¿Puedo...? —Aclaró su garganta y puso una gran sonrisa en su
rostro mientras sus ojos brillaban y pareció temblar por un segundo de
emoción o nervios o lo que fuera—. Hola, lo siento mucho. ¿Podría...? ¿Te
importaría...? ¿Puedo tomar una foto, Zac? Soy una gran admiradora. Lo
he sido desde tus días en Austin.
Asintió, levantando una mano para cepillarse el cabello rubio oscuro
a un lado.
—Claro que sí, pero, ¿podemos esperar hasta que termine de cenar?
—Guiñó el ojo y vi a la incauta mujer desmayarse al instante.
—Sí, sí. Muchas gracias —dijo rápidamente antes de dar la vuelta y
dar dos pasos antes de detenerse. Luego se dio la vuelta y volvió a
acercarse, negando—. No sé lo que estaba haciendo —admitió alterada, y
le volví a sonreír—. ¿Qué puedo servirles de beber? Lo siento.
Fui la primera cuando ninguno de los dos hizo un movimiento para
hablar.
—Un margarita de la casa, por favor.
Mi primo pidió cerveza artesanal y Zac dijo:
—Agua para mí, por favor, y gracias.
Pero la realidad de lo que Boogie dijo realmente se hundió entonces.
No el matrimonio con una mujer que sentía que no lo merecía. No el hecho
de que me hubiera pedido que no le dijera a su madre, quien iba a perder
la razón de todas formas, sino la parte anterior a eso. La parte de por qué
se iba a casar, tal vez en primer lugar.
Su novia, prometida, lo que sea, estaba embarazada.
Con el hijo de mi Boogie.
Mi Boogie estaba teniendo un mini Boogie. Una niña Boogie. Un niño
Boogie. ¿Quién lo sabía? ¿A quién le importaba? El punto era que era un
mini Boogie.
Y tal como me había sentido cuando Connie estaba embarazada de
mis sobrinos, la alegría, esta pura, pura alegría llenó toda mi alma. Y
68
apenas logré que las palabras sonaran más fuertes que un susurro
mientras decía:
—Vas a tener un bebé.
Y decía todo acerca de Boogie que no se hubiera preocupado
inicialmente por el hecho de que no habíamos llorado de felicidad en el
instante en que había implicado que su mujer estaba embarazada. Que
ahora que nosotros, o yo, nos habíamos dado cuenta de lo que había
dicho, se sentía como el mayor regalo que me habían dado en un tiempo.
¡Alguien con la mitad de su composición genética iba a nacer!
—¡Boogie! —susurré-siseé antes de unir mis manos delante de mis
tetas—. ¡Mierda!
Mi maravilloso y asombroso primo sonrió al instante. Feliz. Nervioso,
siempre podía notar cuándo estaba nervioso. Pero sobre todo, estaba feliz.
Muy feliz.
—Lo sé. —Estuvo de acuerdo.
Alcancé su antebrazo y lo sacudí.
—Oh, Dios mío —murmuré.
—Oh, Dios mío —respondió mi primo.
—¿Es un niño? ¿Es una niña? ¿Lo sabes?
Negó.
—Todavía no. Pronto.
Puse las palmas de las manos contra mis mejillas y abrí la boca de
nuevo en un grito silencioso, y volvió a sonreír.
—Sabes, me tomó un segundo, pero acabo de darme cuenta de lo que
dijiste. No pensé en ello —murmuró Zac, sonando como si estuviera
aturdido en ese momento también—. ¿Voy a ser tío otra vez?
¿Otra vez? No tenía hermanos, no que yo supiera.
Su padre nunca había estado en la foto, punto. Por eso tenía el
apellido Travis. Nunca nadie hablaba de él.
—Sí —respondió mi primo, todavía sonriendo mucho.
Zac se deslizó fuera de la cabina como jodida agua y se inclinó por las
caderas antes de descender repentinamente y abrazar a Boogie, quien se
movió de lado después de una fracción de segundo y le devolvió el abrazo.
Eran tan lindos que me mató.
Abrazados y cariñosos y haciendo estos ruidos de chico feliz mientras
se daban afecto el uno al otro.
La camarera llegó justo cuando Zac se sentó de nuevo en la cabina,
dándome otra gran sonrisa radiante que devolví durante un segundo antes
de mirar a mi primo en su lugar.
69
—¿Les gustaría empezar con un aperitivo? ¿O saben lo que quieren?
Recité mi orden, y también lo hicieron los otros dos mientras ella
dejaba nuestras bebidas, mientras miraba furtivamente a Zac literalmente
cada segundo. Sin embargo, tuve que reconocérselo. No se lo había
contado a ninguno de sus compañeros de trabajo, aunque sabía muy bien
quién era él. ¿Para que no la molestaran por servirle? ¿Para que fuera la
única en conseguir una foto? ¿Quizás solo por ser amable y darle
privacidad?
Le di un codazo a mi primo mientras la camarera le decía algo a Zac.
—Psst.
Me miró.
—Solo estoy soltando esto, pero Connie dijo que hacer Kegel antes de
dar a luz era lo mejor que podría haber hecho, así que tal vez eso es algo
que Lauren debería investigar —susurré.
Boogie frunció el ceño.
—¿Hacer qué?
—Kegel —repetí. ¿Cómo diablos no sabía lo que eran los ejercicios
Kegel?
—¿Qué es eso?
Parpadeé.
—¿Se supone que debo saber qué es eso?
Asentí.
Boogie se dirigió a su mejor amigo justo cuando se puso el vaso de
agua en los labios. La camarera se había marchado.
—¿Sabes lo que es eso?
—¿Qué es qué? —preguntó Zac antes de tomar un sorbo.
—Bianca dijo que Lauren debería empezar a hacer Kegel.
El agua salpicó el borde del vaso una fracción de segundo antes de
que una gran risa saliera de Zac y resonara por todo el pequeño comedor.
Sonreí un poco; luego sonreí aún más ante el rostro confuso de
Boogie.
Pero los ojos de Zac estaban sobre mí cuando preguntó:
—¿Le dijiste eso?
Asentí, sintiendo que mi sonrisa caía un poco. No quería que Zac lo
escuchara, pero…
—¿Debería hacer una búsqueda para averiguar qué es?
Zac y yo dijimos al mismo tiempo:
—Sí. —Y nos sonreímos justo antes de que alejara la mirada de 70
nuevo.

Pasamos el resto de la cena hablando de la boda de Boogie y su bebé.


Después de que se quejara y gimiera tras su búsqueda para averiguar
qué eran los ejercicios de “Kegel”: ejercicios del suelo pélvico. Incluso yo
explicándole en voz baja que los hombres también los hacían, no lo hizo
gemir menos. Probablemente tampoco ayudó que Zac se partiera de risa
todo el tiempo que Boogie y yo peleamos por eso. ”Todos deberían
hacerlos” no era lo suficientemente legítimo para él.
En fin.
Si pensaba que estaba sorprendida por el bebé y la boda, Zac parecía
aún más sorprendido por ello. Su sonrisa nunca flaqueó, me di cuenta,
incluso cuando disminuía mis propias sonrisas cuando se encontraron con
las suyas.
Afortunadamente, no fue hasta que volvimos al auto de mi primo que
la conversación pasó a algo más que un bebé y una boda. Lo que nunca
salió a relucir, me daría cuenta horas después, era lo que estaba pasando
con Zac y su carrera.
—B, ¿has pensado en más recetas? —preguntó Boogie al azar, unos
tres segundos después de que todos nos abrocháramos el cinturón.
—Sí, un par —respondí vagamente, mirando la parte de atrás de la
cabeza de Zac. Me había mirado mucho mientras comíamos, esas largas
miradas a mi rostro, y un par de veces, me permití preguntarme qué
pensaba. Entonces intenté ser adulta y me recordé que no importaba—.
¿Te dije que Connie vendrá el mes que viene y traerá a Guillermo?
Guillermo era mi sobrino favorito, mi único, y uno de los invitados
favoritos de mis televidentes. Iban a venir de visita para que pudiera filmar
un par de videos para mi canal conmigo. Más de un par si podíamos
lograrlo, pero no lo esperaba. Las cosas siempre salían mal cuando venían.
Era parte de su atractivo, además de ser adorable y genial.
—¿Van a venir el fin de semana?
—Síp.
—No lo he visto en mucho tiempo. Dime cuándo, y veré si puedo
hacer que funcione con Lauren.
Me costó mucho esfuerzo no gruñir ante su nombre. Pero iba a hacer
todo lo posible. Porque: bebé Boogie. Me pregunté cómo se iba a ver y a
actuar. Esperaba gustarle.
—¿Eres una chef o algo así, enana? —cuestionó Zac, girando
ligeramente en su asiento para poder verme detrás de él.
—No, no lo soy —respondí antes de mirar por la ventana. No estaba 71
segura de cuánto sabía, pero estaba bastante segura de que no sabía nada
de mi vida. Y hasta cierto punto, prefería mantenerlo así. No era como si
tuviéramos tiempo, de todos modos, para entrar en lo que había hecho con
mi vida en los cinco minutos que teníamos hasta llegar a mi apartamento.
Así que cambié de tema—. Oye, Boog, ¿vas a ir a los quince años de Lola?
Mi primo se quejó.
—No quiero, pero estoy seguro de que terminaré allí. ¿Quieres
quedarte en mi casa?
—Está bien. Connie y yo probablemente vamos a compartir una
habitación de hotel —contesté, todavía mirando por la ventana.
La culpa era una perra, sin embargo.
Y me sentí mal por apenas responder a la pregunta de Zac. Y por
apenas hablar con él. El problema era que no sabía qué preguntarle o
incluso cómo tratarlo a pesar de que no había hecho nada más que
sonreírme. ¿Cómo van las cosas? Tal vez terrible. ¿Sabes lo que estás
haciendo? Un gran trabajo recordándole que básicamente había sido
liberado de un equipo con el que había estado durante cinco temporadas.
¿Cómo está tu abuelo? Recordémosle que Paw-Paw había estado en el
hospital y estaba muy preocupado.
Nada de esto parecía un buen tema.
Y realmente, realmente no teníamos tiempo.
Antes de que se me ocurriera algo, mi primo dio la vuelta a su auto en
mi complejo de apartamentos y puso el código para entrar. La única razón
por la que me ofrecí a reunirme con él fuera fue porque tenía hambre y
solo quería irme en lugar de esperar a que pasara por la puerta. En poco
tiempo, estaba frente a mi edificio.
Desabrochándome el cinturón de seguridad, me desplacé al centro del
asiento trasero y le di a mi primo otro abrazo de cuello desde atrás.
—Adiós, Boog. Gracias por la cena. Que tengas una buena reunión
mañana. Te enviaré un mensaje sobre la llegada de Connie y Guillermo.
Me dio una palmadita en el codo.
—Envíame un mensaje cuando entres.
—Asegúrate de decirle a Lauren sobre los ejercicios de Kegel. Oh,
diablos no, no me pongas esa expresión.
Hizo algunos ruidos que no me hicieron sentir tan segura de que
fuera a hacerlo, pero como sea.
Contuve la respiración y giré a la derecha para ver a Zac inclinado en
su asiento lo suficiente para mirarme con esos ojos azul claro y ese rostro
perfecto. Su sonrisa era amplia. Le di una pequeña sonrisa mientras la
culpa me devoraba. Al acercarme a él, puse mi mano en su antebrazo.
—Adiós, Zac. Fue un placer verte de nuevo tan pronto. Cuídate, ¿de 72
acuerdo?
La mano que no se apoyaba en su muslo sostuvo la mía en su
antebrazo, y su mirada se clavó en mí, su frente ligeramente fruncida
como si estuviera confundido o pensando en algo. Pero las comisuras de
su boca aún se inclinaban un poco en esa sonrisa eterna de Zac.
—Estoy muy contento de haberte visto, niña —dijo, seria y
lentamente.
Por un segundo, pensé que iba a decir más.
Y en el siguiente segundo, decidí que no necesitaba oírlo decir nada
más.
Retiré mi brazo, le di una palmadita y luego a Boogie una vez más, y
abrí la puerta.
—¡Adiós! ¡Conduce con cuidado! —La cerré de golpe antes de que
ambos terminaran de decirme que me cuidara también.
Y como la cobarde que aparentemente era, subí corriendo las
escaleras de mi apartamento y me pateé el culo por ser tan mala.
Pero realmente había sido para mejor.
CINCO
—… no les pago para hablar entre ustedes.
Miré a Deepa, mi compañera de trabajo, empleada y amiga, y vi que
no eran solo mis fosas nasales las que se estaban dilatando. Las suyas
también. Nos habíamos estado mirando fijamente a los ojos durante los
últimos dos minutos.
Dos minutos que nunca recuperaría.
Dos minutos que consistían en mirarnos para no tener que mirar a
nuestro jefe mientras nos regañaba. Otra vez. Pensarías que me habría
acostumbrado después de dos meses, pero no. Tampoco Deepa por la
facilidad con la que su expresión se había quedado en blanco en el
momento en que él empezó a hablar.
El hombre nos regañaba apoyado en el mostrador, continuando
divagando una y otra vez, todo porque había salido mientras hablábamos
de este miembro, uno de los chicos de la MMA, con el culo más redondo
que ninguna de nosotras había visto nunca. Cada vez que entraba,
73
hablábamos de lo majestuosa que era la cosa… y de si era real o no.
Así que sí, por supuesto que lo discutíamos. Todo el mundo notó esa
cosa. Incluso diría que era hipnotizadora. Implantes o no, era algo
especial.
Y por supuesto, fue entonces Gunner pasó y nos atrapó.
Porque habíamos estado demasiado distraídas hablando y mirando
para notar la apertura de la puerta lateral. Nos habíamos vuelto muy
buenas en tenerlo vigilado y hacer que pareciera que estábamos ocupadas
para no ser atrapadas. Como habíamos sido. Como putas novatas.
—Ya hemos hablado de esto antes. —Gunner seguía adelante, sin
darse cuenta de que ambas lo estábamos ignorando tanto como era
humanamente posible.
Nos habíamos vuelto muy buenas en esa cosa de entrar por una oreja
y salir por la otra.
Deepa y yo nos llevamos bien desde que nos conocimos justo después
de que me contrataran. Era mi mejor amiga del trabajo, y me ayudaba
unas horas a la semana en mi apartamento cuando filmaba. Nos
conocimos cuando ella tenía dieciocho años, y me recordó mucho a mí a
su edad: joven, sola en un lugar diferente al que había crecido, y tratando
de salir adelante. Pero era hija única de un padre soltero que vivía
demasiado lejos para visitarla regularmente. Me sentía protectora con ella,
y quería lo mejor para ella.
Era la única persona en Maio House que sabía de mis “negocio
adicional”. Pero tan amigables como habíamos sido antes, porque ella era
la única razón por la que no había dejado el gimnasio como muchos de
nuestros compañeros de trabajo, nada nos había unido más en los últimos
meses que nuestro odio mutuo por la misma persona: Gunner.
—Se les paga por trabajar, no para estar paradas charlando —se
quejó nuestro nuevo jefe—. Si necesitan más cosas que hacer, háganmelo
saber. Y si no quieren trabajar, entonces también me parece bien. El
McDonald's de abajo está contratando. Han puesto un cartel.
Lo odiaba.
Y deseaba saber el código Morse para poder decírselo a Deepa con mis
párpados.
—¿He sido claro?
¿Había dejado claro que nos pagaban por trabajar en recepción, y en
el caso de Deepa en el bar de jugos, y que no podíamos dejar el mostrador
para hacer otras cosas?
No confiaba en mí misma, así que asentí, al igual que mi amiga.
—Es un negocio, señoras. No lo tomen como algo personal. Un día, si 74
tienen suerte, tal vez una de ustedes será dueña de un negocio y
entenderán a qué me refiero —continuó el imbécil.
Si este idiota supiera.
Podía tragarse su consejo condescendiente.
Yo era mi propio negocio. Y la única razón por la que seguía aquí era
por las decisiones tontas que había tomado en el pasado, financieras y
personales.
Hace unos días, después de llegar a casa de cenar con Zac y Boogie,
me acosté en la cama y pensé en mi futuro más de lo que lo había hecho
en un tiempo. Pensé en lo que quería. Pero, sobre todo, pensé en lo que
soñaba, después de castigarme por ser tan fría con Zac y no responder a
sus preguntas o hacer las mías.
Por no decirle lo que había estado haciendo con mi vida los últimos
años.
No había empezado a filmar videos de mí cocinando a propósito.
Simplemente había… sucedido.
Hasta donde podía recordar, siempre me había gustado hacer cosas
en la cocina. Era algo que había heredado de todo el tiempo que había
pasado con mamá Lupe. Había sido nuestro tiempo de unión. Nuestro
tiempo feliz. Incluso nuestro tiempo triste. Algunos de mis recuerdos
favoritos habían sido en su casa, haciendo empanadas y pasteles y mole y
guisado. Incluso había comprado un libro de cocina irlandesa para que yo
pudiera hacer algunas cosas que a la familia de mi padre le hubieran
gustado… si todavía tuviera alguna. Y cuando no habíamos estado
cocinando, nos había encantado ver programas de entrevistas con
segmentos de cocina. Nos dábamos maratones con Emeril. Ella lo había
hecho divertido y como un programa de televisión cuando hacíamos cosas
juntas, me había absorbido y se convirtió en un lugar de confort y amor.
Cuando había un montón de otras cosas en mi vida que no podía
controlar, siempre había sido capaz de elegir lo que hacía; eso era algo
para lo que no tenía que depender de otras personas.
Y además, estar en la cocina me hizo sentir más cerca de la mujer que
había adorado y que tanto extrañaba. Ella me había dejado un legado. Una
forma de seguir sintiéndola.
Así que sí, me encantaba hacer cosas que pudiera comer. Siempre lo
hice. Me encantaba comer.
Una noche, hace unos siete años, después de haber tenido un mal día
en el restaurante en el que había sido camarera y teniendo solo un par de
cosas en la nevera para hacer la cena y nada de dinero para ir a comprar
más comestibles hasta el día de pago, fue cuando ocurrió. Fue entonces
cuando la primera semilla de una idea fue plantada en mi cabeza. Mirando 75
hacia atrás, solo había sido lo suficientemente valiente porque Connie y su
familia no habían estado en casa para verme. Habían estado de vacaciones
visitando a la familia de Richard.
Antes de que pudiera convencerme de no hacerlo, lo había hecho.
Había subido un video a WatchTube por puro gusto. Por diversión. Pasta
de pepperoni, lo llamé, porque todo lo que tenía era pasta, rodajas de
pepperoni y restos de queso parmesano en paquetes. Me llevó un mes
conseguir cinco visitas. Un mes después, subí otro en el cumpleaños de
mamá Lupe, solo para ella. Esa vez, había sido su pastel de tres leches
favorito, una receta que conocía desde hace años. Recibí veinte visitas y
veinte pulgares de mis familiares después de enviar el enlace a Connie y
Boogie. Mi novio de entonces, ese idiota, me sugirió que siguiera
haciéndolos.
Nadie me dijo que apestaba o que era incómodo o un inconveniente,
así que seguí adelante, porque me emocionaba ver comentarios
agradables, aunque fueran de parientes y de mi ex. Me habían hecho
sentir bien. A la persona complaciente en mí le gustaba hacer feliz a la
gente y disfrutaba haciéndoles reír aún más. Había luchado con mi
autoestima durante tanto tiempo que era agradable, para mí, sentirme…
bien.
Y lenta pero seguramente, esas vistas subieron y subieron y subieron
a lo largo de los años.
No era una Emeril o una Rachel, sino que era una Bianca. Una Lazy
Baker2. La Lazy Baker.
Había pasado de publicar un video cuando me apetecía, a un video a
la semana, y después de un tiempo, dos a la semana. Lo había hecho por
diversión hasta que finalmente empecé a verlo como un negocio, lo cual
fue una decisión estúpida de la que me di cuenta años después porque
podría haber estado ganando mucho dinero. Era un futuro potencial. Mi
futuro. Uno brillante que disfrutaba haciendo a pesar de los
inconvenientes.
Entonces el imbécil de mi ex intentó quitármelo.
Pero seguía siendo mío.
Tal vez no estaba en la situación ideal en la que quería estar todavía,
gracias a toda su mierda, pero estaba avanzando, lento pero seguro. Con el
plan B, el plan C y el plan D. Y nada de eso significaba que tuviera que
tomarme un tiempo libre sin hacer nada. El plan B, el plan C y el plan D
me estaban esperando.
Y finalmente iba a ir de vacaciones a Disney World porque me iba a
llevar allí.
Plan B: tener un mejor sitio web. (Aún no había decidido algunos
detalles menores en el diseño).
76
Plan C: publicar un libro de cocina. (Tenía hechas más de la mitad de
las recetas que planeaba compartir).
Plan D: diversificarse en algo más que la publicación de videos en
línea. (Pero este era el plan más aterrador y que no estaba segura de ser lo
suficientemente valiente para ir tras él).
Había más planes, pero por ahora, esos eran los más importantes.
Iba a hacer esto, por mí.
Sin embargo… nada de eso importaba en ese momento mientras
estaba ocupada.
Ocupada escuchando a este imbécil de ser humano.
Gunner golpeó el mostrador finalmente cuando ninguna de nosotras
dijo una palabra, y esperaba que supiera que ambas le estábamos
llamando imbécil en nuestras cabezas. No era como si no hiciéramos las
cosas por las que nos pagaban. Lo hacíamos. Habían sido literalmente dos
minutos de mirar un gran culo mientras no estábamos ocupadas.
Apostaría a que él también lo miraba cada vez que ese tipo pasaba.

2 Lazy Baker: Un término acuñado por los comediantes Jimmy Pardo y Mike Schmidt,
que se usa para reemplazar o describir cualquier cosa que sea 11. La lógica detrás de esto
es que una frase común usada por los panaderos para describir 13 productos de
panadería es Bakers Dozen "Docena más Uno", y el término "Panadero perezoso" implica
que el panadero era perezoso hasta el punto de que solo hizo 11 piezas de productos.
Además, sabía con seguridad que Gunner iba a su oficina y jugaba al
Tetris. Entré allí dos veces antes, mientras se encontraba en el baño y vi la
pantalla de su ordenador. Hipócrita.
—Vuelvan al trabajo. —Tuvo el descaro de gritar sobre su hombro
mientras se alejaba como si no acabara de pasar cinco minutos intentando
patearnos el culo con sus palabras.
—Dios, lo odio, joder —murmuró Deepa cuando desapareció entre las
filas de las máquinas.
Seguí observando para asegurarme de que no volviera a estar a la
vista.
—Espero que pise un Lego.
Resopló y le sonreí a la chica unos años más joven que yo.
—Empecé a trabajar en mi currículum como dijiste. Voy a enviar por
correo electrónico a un par más de esos negocios que encontramos. Cruza
los dedos.
—Bien. Antes de renunciar, podemos esparcir un montón de Legos
por toda su oficina y rezar por lo mejor —dije en voz baja.
Las dos nos reímos y volvió al trabajo un segundo después cuando un
miembro del gimnasio se acercó al mostrador y pidió una bebida.
77
Irritada, pasé mi mano por debajo de mi teclado y saqué mi celular.
Había un mensaje. Pero no era el nombre de Connie el que aparecía en mi
pantalla.
Había un mensaje de un número que no reconocí. De hace media
hora al parecer. Me aseguré de que Gunner no estuviera cerca y luego
desbloqueé la pantalla y lo leí.
512-555-0199: Hola
De acuerdo.
No respondí. Pero cuando mi teléfono vibró cinco minutos después,
cuando todavía no estaba ocupada, eché otro vistazo. Había otro mensaje
del mismo número.
512-555-0199: ¿Me estás ignorando?
¿Ignorando? Respondí.
Yo: Nuevo teléfono, ¿quién eres?
Treinta segundos después llegó una respuesta.
512-555-0199: Snack pack
¿Snack pack?
¿Zac?
Habían pasado tres días desde que Boogie me había recogido y
habíamos salido a comer. Tres días desde que vivía con el pesar de no
haber sido más amable con mi viejo amigo cuando intentó preguntarme
sobre mi vida. Y dos días enteros desde que hojeé su cuenta de
Picturegram mientras estaba sentada en el baño.
No era que no siguiera a Zac en línea y no lo hubiera seguido por
años. Vi todos sus post. Pero aun así me había desplazado y detenido en
algunas de sus fotos, especialmente en las que había recortado
cuidadosamente a la mujer que estaba sentada a su lado. Siempre era
obvio. No era asunto mío, y el noventa y nueve por ciento de las veces no
me retorcía el estómago como cuando era una chica que se había
enamorado de la última persona en el mundo con la que podía tener una
oportunidad por un millón de razones diferentes.
Luego había salido de la aplicación, recordándome que me alegraba
de haberlo visto y que estaba muy feliz por el éxito que había tenido. A
pesar de los contratiempos, pero todo el mundo pasaba por ellos.
Se lo merecía todo. Me había motivado a seguir mi propio corazón,
aunque mi sueño fuera una centésima parte del suyo. Pero si cada
persona comparara su sueño con el de otra persona, nadie soñaría nunca.
De todos modos, aparte de un mensaje de Boogie sobre la posibilidad
de que viniera a visitarme cuando mi hermana estuviera aquí, no había 78
pensado mucho en ello, está bien, en Zac, desde entonces.
Así que lo último que esperaba era que me enviara un mensaje.
Y fue exactamente cuando llegó otro mensaje.
512-555-0199: Zac, enana.
¿Creía que había olvidado quién era Snack Pack? La cosa era que no
tenía su número en mi teléfono desde hace cinco años, si no más. Se me
había caído el celular en el retrete y tuve que empezar de nuevo con mis
contactos. Estaba segura de que no había estado a punto de pedirle su
número a mi primo. No lo había necesitado.
Me aseguré de que nadie me prestara atención y le envié un mensaje.
Podría no recibir una respuesta pero… no sería la primera vez, y al menos
sabría que lo había intentado. Era mi elección, y sabía lo peor que podría
pasar: No volver a saber nada de él.
Había estado allí, había hecho eso, y tenía la pegatina en el
parachoques.
Además, todavía me sentía como una imbécil, y odiaba saber que
había actuado de esa manera. Pensaba que era mejor que eso. Y solo
quería saber que siempre lo había intentado. A diferencia de él.
Yo: Hola, Zac
Ya está. Eso no fue necesitado ni inconveniente ni demasiado
familiar.
Mi teléfono vibró un minuto después, y si mi corazón se saltó un
pequeño latido, bueno, era tonto, y no necesitaba prestarle atención de
todos modos.
512-555-0199: Hola, cari.
512-555-0199: ¿Estás libre después del trabajo?
No sabía qué decía de mí que notara que había usado “cari” lo
suficiente como para que se grabara en su teléfono en lugar de “cariño”.
Pero lo más importante, ¿cómo supo que yo estaba en el trabajo? Y
ahora que lo pensaba, ¿había tenido mi número o se lo había pedido a
Boogie?
¿Sabes qué? No necesitaba respuesta a ninguna de esas preguntas.
Porque de todos modos le había llevado diez años recordar que yo
existía.
Pero al menos esta vez, estaba preparada para lo que podría pasar a
continuación. No sería una conmoción para mi sistema otra vez. Sabía
dónde estaba parada, y esa sería la diferencia entre el ahora y el antes.
Pero sobre todo, no quería ser una imbécil.
79
Yo: Sí. [emoticón sonriente] ¿Necesitas algo?
Eso estaba bien, ¿verdad? Eso me parecía. Eso esperaba. Tal vez un
poco frío y blablablá, pero bueno.
Respondió cinco minutos más tarde, pero me tomó veinte minutos
más después de eso leerlo porque alguien vino y se inscribió en una
membresía de mes a mes.
512-555-0199: Solo quiero verte si tienes tiempo para mí.
De acuerdo. ¿Así que quería ponerse al día? Todo bien. No había sido
muy amable con él, pero todavía lo estaba intentando, lo que era muy
propio de él, o al menos de como solía ser. Y eso me hizo sentir un poco
peor.
Pero…
Se lo buscó, no yo. El hecho era: no lloré hasta dormirme por la noche
porque había dejado de preocuparse por mí. ¿Y si quería volver a mi vida,
aunque fuera solo por un par de horas?
Eso también estaba bien.
Expectativas.
Y él quería a mi primo. Y tal vez lo vería de nuevo durante la boda de
Boogie. Sería mejor que me acostumbrara a la idea.
Me asomé de nuevo para asegurarme de que no había moros en la
costa y respondí.
Yo: Salgo a las 4. Avísame cuando estés libre. [emoticón
sonriente] Sin presión.
Sin presión. Una cara sonriente. ¿Muy pasivo-agresivo?
Tardé tres minutos en obtener una respuesta.
512-555-0199: Ven cuando salgas del trabajo.
¿Qué?
Yo: ¿Hoy?
512-555-0199: Sí
Sí.
Por un breve segundo, pensé en todas las cosas que necesitaba hacer
en casa. Lavar la ropa, seguro. Preparar la comida para un par de días.
Responder algunos correos electrónicos. Y pensar en algunas ideas más
para las próximas recetas. Ver otro episodio o dos de la serie turca a la que
estaba enganchada...
Pero una imagen de mamá Lupe se instaló en mi cerebro en ese
momento, específicamente una imagen de Zac junto a ella en su vigésimo
primer cumpleaños con su brazo sobre sus hombros, tan encorvado que 80
su mejilla descansaba sobre su cabeza. Ella lo había amado muchísimo.
Y sabía lo que ella querría que hiciera.
También sabía lo que me mantendría despierta por la noche y lo que
no.
Mierda.

Cuatro horas más tarde, estaba llegando a una casa que parecía aún
más grande sin trescientos autos estacionados en la entrada y frente a la
calle. Había autos en la entrada pero solo dos, un Mercedes nuevo y un
Jeep rojo.
Estacioné en la calle después de hacer un giro en U, me dirigí al
camino y le envié un mensaje a Zac para que supiera que estaba allí. No
estaba nerviosa. Tampoco me dolía el estómago. Había tenido horas para
aceptar el hecho de que iba a pasar el rato con él, como conducir
físicamente hasta su casa y pasar un rato con él en persona. Porque me lo
había pedido.
Y planeaba disculparme por cómo había actuado.
Bien, quizás estaba un poco nerviosa, pero solo un poco.
Y en realidad, mis nervios venían de que no quería hablar de ciertas
cosas. Pero eso era todo.
En la puerta, toqué el timbre y esperé, bajando la mirada para ver si
había respondido; no lo hizo. Sin embargo, ni siquiera treinta segundos
después, alguien se acercó a la puerta de vidrio y hierro. Alguien que no
podía ser Zac por lo bajo y fornido que parecía ser.
Recordé que durante sus días en Dallas, había vivido con un jugador
de renombre durante un par de años. Hacia el final de esa situación fue
cuando fue liberado de ese equipo, los Three Hundreds. Boogie me había
dicho que había tenido problemas durante ese tiempo; eso había sido
cuando él había estado trabajando en Londres durante mucho tiempo.
Había sido antes de que Zac fuera seleccionado para jugar en Oklahoma.
La puerta se abrió y el tipo que había llamado al teléfono de Zac, el de
las rastas rubias platinadas, se quedó allí, con las cejas oscuras ya
levantadas y apuntadas hacia mí.
Levanté mi mano y le ofrecí una sonrisa, una verdadera sonrisa.
—Hola de nuevo. —Extendí mi mano—. Soy Bianca.
El tipo musculoso miró mi mano. La miró durante tanto tiempo que
esperaba que simplemente siguiera mirándola, pero finalmente la tomó,
estrechándola despacio, mientras decía, con la voz más profunda que
81
probablemente hubiera oído, aparte de la de esos anuncios de seguros:
—CJ.
CJ, claro.
—¿Está Zac aquí?
—Está arriba.
Mi teléfono sonó en ese momento exacto y bajé la mirada para ver que
era un mensaje.
512-555-0199: Dame 5. Lo siento.
Le mostré la pantalla, lamentándome por un segundo por no haber
guardado su número de teléfono y porque probablemente no lo haría,
cuando lo miré de nuevo y lo encontré todavía observándome extrañado.
—Dijo que terminará en cinco minutos. ¿Puedo esperarlo dentro? A
los mosquitos les gusto mucho.
CJ asintió, con una expresión todavía cuidadosa y casi cautelosa,
pero se hizo a un lado.
Entré, notando lo limpio que estaba el lugar, y esperé que quien
estaba segura de que también era jugador de fútbol se dirigiera a la parte
principal de la casa antes de seguirlo, contemplándolo todo ahora que no
estaba buscando a través de una masa de gente a Zac para darle malas
noticias.
Por supuesto, la casa estaba tan vacía como la recordaba.
Solo había los muebles más básicos. Nada en las paredes. Todo era
tan… vainilla. Y tan diferente de Zac y su actitud acaparadora por lo que
podía recordar. Su auto había sido un desastre. Por otra parte, esto era
probablemente solo un alquiler que compartía fuera de temporada, así
que, ¿por qué tendría toques personales?
Tal vez algún día le preguntaría a Boogie sobre la situación.
Iba a hacer esto bien. Era una mujer madura, y podía manejar esta…
amistad. Sabía en lo que me estaba metiendo. Me había hecho preguntas.
Se había alegrado de verme. Estaba lista y dispuesta a ser la clase de
amiga para él que era para todos los demás, por el tiempo que él estuviera
cerca.
Bueno, hasta cierto punto.
El pasado había sucedido, y estaba en donde pertenecía: en el
pasado. Vives y aprendes, y cosas por el estilo. Una vez terminara aquí, iba
a volver a casa y vivir mi mejor vida.
Como había hecho.
Una respiración fortificante más tarde, agarré la bolsa en mi mano
cuando llegamos a la muy blanca cocina. No dudé en preguntarle al
hombre que conocí brevemente hace semanas: 82
—CJ, ¿quieres un bollo?
El hombre se detuvo en el proceso de sentarse en un taburete que ya
había sido colocado alrededor de la isla de la cocina, y no me perdí la
forma en que sus ojos se dirigieron a la bolsa en mi mano.
La sostuve un poco más alto.
—Prometo que no están drogados, y tienen arándanos. Aceite de coco
también. Son de tamaño mini. —Este no era mi primer rodeo con el
escepticismo. Mi sobrino actuó como si hubiera tratado de darle arsénico
la única vez que le ofrecí bollos con romero… y terminó comiendo cuatro
una vez les dio la oportunidad y dejó de tener arcadas antes de meterse
algo en la boca. Nunca volvió a dudar de mí después de eso.
Sí, la mirada de CJ todavía se estrechó de todos modos.
Así que seguí adelante.
—Se los doy a mis compañeros de trabajo, pero lo olvidé, y para
cuando me acordé… —Mis compañeros de trabajo favoritos ya se habían
ido, y ya no tenía ganas de compartir, sobre todo porque no quería que
Gunner tuviera ninguno, así que todos se los iban a perder. Pero dejé de
hablar porque este tipo CJ no necesitaba oír todo eso.
Entrecerró sus ojos aún más e hice que los míos se ampliaran más
para no sonreír. Jesús, me estaba haciendo trabajar por ello. De acuerdo.
Bueno, por suerte, era una cobarde, pero no era una desertora. Los
bollos estaban buenos. Solo tenían seis ingredientes y tardaron unos diez
minutos en hacerse, que eran dos de los requisitos más importantes de las
recetas que probaba. Y era una que había hecho hace años y que acababa
de perfeccionar un poco más, así que eran incluso mejores que la versión
original. Los bollos de arándanos estarían en el libro que quería publicar
algún día en un futuro próximo, también conocido como plan C.
—Son mini bollos. Casi galletas. Bgalletas, supongo. Me comeré uno
si tú...
La forma en que la hermosa cabeza del hombre se echó hacia atrás,
con sus ojos abiertos, fue lo que me hizo callar.
Entonces, sus siguientes palabras me mantuvieron en silencio.
Chasqueó los dedos.
—Sé por qué me resultas familiar —comentó CJ, con la mirada aguda.
Uh…
—Nos conocimos hace unas semanas por un segundo —le recordé. No
era la primera vez que alguien se olvidaba de conocerme, pero...
Negó al instante y dijo con esa voz profunda que parecía estar en
desacuerdo con el hecho de que no medía ni un metro ochenta:
83
—Eres la Lazy Baker, ¿no?
La Lazy Baker.
No sé quién demonios se sorprendió más, él o yo, porque estaba
bastante segura de que chillé:
—¿Has visto mis videos? —Al mismo tiempo que la expresión
entrecerrada de sus ojos desaparecía de su rostro y me señaló con el dedo.
—Eres tú.
Asentí porque, sí, era yo. Era la Lazy Baker, o al menos ese era mi
canal de WatchTube. Y Picturegram. Y el sitio web, que estaba bien por
ahora pero pronto sería aún mejor.
Puse las manos sobre mi corazón mientras lo miraba boquiabierta,
porque era así de elegante.
¡Conocía mi canal!
CONOCÍA MI CANAL.
—La otra noche me pareciste familiar. —Sonrió de repente, con todos
sus dientes blancos y brillantes y una sonrisa que convirtió su rostro en lo
contrario del hombre serio que me había dejado entrar.
—¿Lo hiciste? —Solo me habían reconocido en persona tal vez como…
cinco veces. Cinco veces en más de seis años.
Era mi cabello. Siempre lo llevaba recogido y lo alisaba cuando hacía
videos en vez de rizado y suelto como en la “vida real”, y usaba mucho más
maquillaje en ellos. Eso, y como dijo un espectador, no tenía exactamente
un rostro memorable. “Es sexy, ¿¿¿pero no entiendo por qué???” otro
espectador había escrito después de ese primer comentario.
Y eso era genial. Un verdadero estímulo para el ego que era internet.
Pero en fin.
—Acabo de ver ese en el que tu hermana y tú intentaban hacer la
copia de los camarones con miel y nuez hace un par de días —admitió este
jugador de fútbol, sonriendo de una manera que me desconcertó cuando
sus manos se dirigieron a sus caderas y negó en lo que parecía ser
incredulidad otra vez. ¡Incredulidad! ¡Hacia mí!—. Intenté hacer tu receta
de pan de plátano hace una semana.
¿Había hecho mi pan de plátano?
Me cagaba encima cada vez que alguien me decía que lo hicieron,
¿pero ahora?
Mi rostro ya me dolía por sonreír, e iba a ignorar las lágrimas
tratando de burbujear en mis ojos como reacción. Me había reconocido.
Había hecho mis recetas.
Este podría ser uno de los mejores momentos de toda mi vida.
84
—Acabas de hacer todo mi mes —dije, bastante segura de que había
pronunciado las palabras, todavía sosteniendo mis manos contra mi pecho
mientras trataba de mantenerme serena. Quise darle un abrazo, pero ya
sabes, tal vez la próxima vez.
Si alguna vez nos volvíamos a ver.
—¿Quieres un bollo entonces? —susurré, todavía emocionada por él
habiendo hecho mi pan de plátano.
Esta vez, el buen hombre no dudó en asentir mientras me miraba
fijamente.
Le disparé otra sonrisa que probablemente me hizo lucir como una
loca y caminé hacia la isla, destapando la tapa del recipiente de vidrio y
sosteniéndola hacia él.
Había literalmente regocijo en sus ojos. Casi me desmayé.
Observé su rostro como una psicópata mientras masticaba
pensativamente. ¡Sabía quién era yo! Le extendí el recipiente, sintiéndome
ligera como una pluma de repente. No podía creerlo.
—Toma más. Los traje para Zac, pero puedes comer la mitad.
No esperó. Mi nuevo mejor amigo, que no sabía que era mi mejor
amigo, agarró tres bollos/galletas de arándanos más y los sostuvo en una
mano mientras se alimentaba con la otra en pequeños bocados prolijos
que me hicieron sonreír como una idiota por dentro y por fuera. Pero era
adecuado, y no me avergonzaba.
Podía sentirme levantando mis talones de nuevo. Todavía feliz. Tan
jodidamente feliz que iba a ser feliz por el resto del mes, al menos. Tal vez
toda mi vida.
—¿También juegas al fútbol?
CJ asintió mientras masticaba su bollo.
—Para los White Oaks. Receptor. Maldición, estos son buenos.
¿Realmente hay romero en ellos?
Los White Oaks eran el equipo de fútbol profesional de Houston. No
eran los mejores, y la mayoría de las veces tampoco eran los peores. La
mayoría de lo que sabía era que se trataba de un equipo nuevo y su
quarterback era joven. No podía decir cuántos años tenía CJ; tenía un
rostro que podía pasar por veintidós o treinta y cuatro años. Lo que sí
sabía era que me gustaba.
—Sí. Gracias. ¿De dónde eres?
—Filadelfia, originalmente. Luego pasé cuatro años en Austin.
Eso me hizo reaccionar. ¿Así fue como conoció a Zac? ¿Algún tipo de
ex-alumno algo?
85
Aunque no tuve la oportunidad de preguntar.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo el otro hombre, todavía mirando
mis pequeños bollos.
Le ofrecí el recipiente otra vez.
—Claro.
Tomó dos más mientras parecía pensar en ello por un segundo antes
de lanzarse.
—¿De verdad inventas las recetas en el momento?
Recibía esa pregunta un montón, y me refería a un montón. Había
construido a mis espectadores con la idea de que iba mayormente a ciegas
en cada episodio, específicamente para que me vieran fallar. Se me ocurría
algo que quería hacer y lo intentaba con la cámara grabando todo el
tiempo. Algunos días, eran recetas originales. Algunos días trataba de
hacer versiones más saludables de comida rápida y platos de restaurante,
con menos ingredientes, y seguía mi instinto. Algunos días, hacía cosas
que no eran exactamente saludables pero que eran caseras. Había probado
casi todo. Cuando Guillermo, mi sobrino, venía a visitarme, hacíamos
episodios de cocina para niños, y funcionaba. Hacer las cosas sin un plan,
usando menos de diez ingredientes, y tratando de hacerlo lo más fácil
posible era lo mío. “Si no está roto, no lo arregles”, era mi lema la mayor
parte del tiempo.
—Tengo muchas ideas en mi cabeza, pero al final improviso. A los
suscriptores les gusta cuando fallo en algo. Esos videos suelen ser los
mejores, especialmente si tengo a alguien en ellos conmigo.
No tenía un montón de “estrellas invitadas”. Casi todas las personas
que se unían durante mis episodios eran miembros de la familia. El
pequeño porcentaje que no lo era consistía en otros video-bloggers que me
contactaron, y el resto eran amigos y familiares que lo pedían. Habría
invitado a más gente, pero la idea de dejar entrar a extraños a mi
apartamento iba en contra de todas las lecciones que había aprendido
viendo Law and Order. Era otra razón por la que quería alquilar un estudio
donde pudiera filmar por separado. Ese era el plan E. Un plan para un
futuro lejano.
CJ gruñó alrededor del pequeño bollo que se había metido en la boca.
—Estos son mis favoritos. —Me miró con una sonrisa mientras comía
otra galleta—. Zac no habla mucho de nadie más que de su mamá o de su
Paw-Paw, pero nunca dijo nada de ti.
Por supuesto que no.
—Estoy bastante segura de que no sabe nada de… eso. El otro día fue
la primera vez que lo vi en diez años —admití.
CJ puso expresión pensativa, pero retiró el taburete entre el que
86
había planeado sentarse y el que yo tenía al lado. Le hizo un gesto.
Tuve que usar la barra de soporte en la parte inferior para sentarme,
de frente a él. Iba a tener que preguntarle a Connie si sabía quién era CJ y
restregarle que lo había conocido, si lo sabía.
—Crecimos juntos. Éramos de la misma ciudad. Es el mejor amigo de
mi primo —expliqué para que no pensara que yo era BIANCA
CABELLONEGROGIMHOU. Prefería no ser nada en su teléfono, lo que era
más que probable, basado en cómo había ido la última década. No era que
estuviera molesta por ello.
Y ahora quería cambiar de tema.
—¿Cuánto tiempo llevas jugando aquí en Houston? —Rara vez veía el
fútbol, y cuando lo hacía, era solo cuando Zac jugaba. Pero nunca iba a
admitirlo en voz alta.
—Desde que los White Oaks se unieron a la organización. Me
reclutaron. —CJ se rascó la nuca, los bíceps se flexionaron bajo su
camiseta y todo—. Eres más pequeña en persona de lo que pareces.
Resoplé mientras ponía la palma de mi mano sobre el granito blanco
salpicado con remolinos de gris y marrón. Era una bonita encimera.
Duradera. Si alguna vez tuviera un estudio solo para filmar, querría algo
así. El de mi apartamento era solo blanco, pero aun así me encantaba.
—Al principio, cuando empecé a publicar cosas en internet, la gente
decía que parecía una enana. Que apenas podían verme, así que ahora uso
tacones. Grandes y viejos de plataforma, para que no parezca que todavía
estoy en la secundaria. —Honestamente, me había acostumbrado a los
chistes sobre mi altura desde que tenía como… ocho años. No eran nada
nuevo. Ya ni siquiera eran molestos. No era tan baja.
CJ levantó una ceja impresionada al mismo tiempo que se llevaba
otro bollo a la boca.
—¿Cuánto mides?
—¿Cuánto mides?
Su gran e inesperada risa me hizo sonreír un segundo antes de que el
sonido de la voz de Zac se oyera en la cocina. Estirándome a un lado, miré
a mi alrededor y lo encontré parado en la puerta que había aprendido la
semana anterior que conducía a una escalera. La misma escalera que
conducía al piso de arriba.
Estaba al teléfono, mirando en nuestra dirección. Pude ver eso. Y
estaba discutiendo. Podía oírlo todo.
—¿… es el problema? Estoy haciendo lo que tengo que hacer —espetó
en voz baja, la irritación obvia en su tono. En vaqueros y camiseta marrón
claro, Zac se paraba con una mano en el marco de la puerta y la otra a su
87
lado en un puño.
Cuando hicimos contacto visual, lo saludé.
Me hizo un pequeño asentimiento antes de alzar el puño y levantar el
dedo índice.
Alguien estaba en una llamada importante. Bien. No hay problema.
—No, lo acordamos. No. —Volvió a agachar la cabeza para refunfuñar
en el receptor. Lo tenía prácticamente presionado contra su boca. Así fue
como supe que estaba enojado. Había tenido conversaciones como esa con
mi ex. Le vi meter una mano en su largo cabello rubio oscuro mientras se
quejaba—: ¡No es culpa mía!
Vaya.
Volviéndome para enfrentar a CJ, le sonreí. Me devolvió la sonrisa.
—Por qué debería tener que… —La voz de Zac se escuchó por un
segundo, pero cuando volví a mirar en la dirección en la que estaba, había
desaparecido. Pero todavía podía oírlo.
—Trevor sigue enojado con él por la fiesta —dijo CJ de la nada.
¿Qué fiesta? ¿La de hace semanas?
—Espero que alguien lo contrate. Le queda mucho por hacer.
Levanté la vista para encontrar a mi nuevo mejor amigo mirando el
recipiente de bollos frente a mí. Los empujé hacia él de nuevo y lo vi quitar
la tapa y sacar dos más. Quería preguntarle si sabía algo que yo no, pero
cuando no sabías nada, que era exactamente la cantidad de conocimiento
en mi cerebro sobre Zac y su carrera, todo era información; aun así
mantuve la boca cerrada.
Si Zac quería que lo supiera, me lo diría él mismo, ¿verdad? No es que
estuviera esperando nada. ¿Y no acababa de decirme a mí misma
literalmente que me metiera en mis propios asuntos hace como quince
minutos?
Por suerte y por desgracia, no tuve que reflexionar acerca de ello
demasiado porque el teléfono de CJ empezó a sonar. El tono de llamada
debía significar algo, porque lo siguiente que supe fue que estaba echando
su taburete hacia atrás, diciendo:
—Gracias por los bollos, Bianca.
Todo lo que conseguí fue decir:
—De nada, CJ. —Antes de que saliera por la puerta y subiera las
escaleras.
Bueno, eso fue interesante.
Me había alegrado todo el día.
Me giré de nuevo para mirar hacia donde Zac había desaparecido. Ya
no podía oírlo. Tal vez solo quería algo de privacidad para terminar una 88
conversación que no sonaba muy agradable. Tenía sentido. Podía esperar.
Mientras estaba sentada, saqué mi teléfono y abrí mi aplicación de
correo electrónico, pensando que podría trabajar mientras esperaba.
Personas al azar me enviaban mensajes todo el tiempo con varias
preguntas de cocina, especialmente cuando trataban de modificar una de
mis recetas, y me esforzaba por responder a todos. La mayoría de las veces
lo hacía mientras estaba en el baño, pero no tenía sentido quedarme
sentada sin hacer nada, ¿verdad?
Respondí un correo electrónico. Dos. Tres. Cuatro. Cinco, seis, siete,
ocho, nueve, diez, y después del decimoquinto, de hace dos días, que había
contestado, miré el reloj del microondas que estaba frente a mí… había
pasado casi una hora.
La decepción me golpeó como un mazo justo en el centro del pecho.
¿Olvidó que me encontraba aquí?
Algo caliente e incómodo cubrió mi esternón, y me volví de nuevo para
ver si había vuelto y solo hubo… silencio. Una jodida ilusión, sabía que lo
era. Lo sabía.
En silencio, tan en silencio como pude, me levanté del taburete al que
se había amoldado mi culo y fui hacia la escalera.
A menos que tuviera una capa de invisibilidad, no estaba allí. Algo
que podría haber sido su voz flotó por las escaleras. Me había hecho una
señal con el dedo para pedirme que lo esperara…
Pero eso fue hace una hora.
¿Quién diablos hablaba por teléfono tanto tiempo? Bien, quizá mi
hermana y yo, pero colgaría si tuviera algo que hacer o alguien estuviera
de visita.
Probablemente es algo muy importante, mi cerebro trató de razonar.
Pero…
Tenía cosas que hacer. Y al parecer también Zac.
Cosas que no me incluían después de todo.

89
SEIS
Pasé todo el viaje hasta la tienda haciendo todo lo posible para no
sentirme decepcionada por lo que había sucedido en la casa de Zac.
Más bien… lo que no había sucedido.
Pero como la mayoría de las cosas, era más fácil decirlo que hacerlo,
como cuando mi resolución de Año Nuevo fue despertarme a las cinco de
la mañana todos los días para hacer ejercicio antes de mi turno. No había
tomado en consideración que rara vez me acostaba antes de las dos de la
mañana.
La verdad era que me decepcionaba cuán decepcionada estaba.
Era más lista.
Había ido allí con la intención de disculparme y no lo había hecho.
Porque me habían olvidado. No era la primera vez en mi vida.
Me dolía el estómago sin importar cuánto “entendiera” que Zac era
“famoso” y probablemente tenía un montón de cosas que hacer. Estaba 90
ocupado con su propia vida. Estaba ocupada con mi vida y, por supuesto,
él estaba incluso más ocupado que yo. Me había invitado cuando pensó
que tenía un momento, ¿y no sabía yo que surgían cosas? Por supuesto
que sí. Hubo muchas ocasiones en las que tuve que parar o irme
directamente a casa del trabajo porque algo le había sucedido a mi sitio
web, o si recibía un correo electrónico sobre un error que alguien había
encontrado en un video o una publicación y tenía que hacerlo control de
daños.
Me dije que Zac me había pedido que fuera porque quería verme.
Y me sentía decepcionada porque literalmente lo había visto durante
unos cinco segundos y a distancia.
Si no hubiera estado sucediendo algo, habría bajado. Pero conocí a CJ
y me reconoció, e incluso había preparado una de mis recetas. Eso debería
haber sido suficiente. Habría sido más que suficiente en cualquier otra
situación.
Pero a mi estómago, y a mi corazón, no les importaba una mierda.
Porque esa capa parecida a la melaza de “mi amigo me había
abandonado” realmente no desapareció en la carretera o durante mi visita
a la tienda de comestibles.
Decirse algo y creerlo eran dos cosas totalmente distintas.
Pero la llamada que llegó a mi teléfono mientras estaba en la fila de la
caja había ayudado. Un poco.
Me había sorprendido muchísimo cuando mi teléfono empezó a sonar
mientras cargaba mis compras en la cinta transportadora y eché un
vistazo para ver 512-555-0199 parpadeando en la pantalla.
Miré el número por un segundo y pensé en no contestar. Pero lo hice
de todos modos, porque no era una idiota. Porque había querido
intentarlo.
Simplemente no iba a poner mucho peso en ninguna de mis
interacciones con Zac, sobre todo porque no iba a esperar nada.
Si no tenías expectativas, no te decepcionaban.
Antes de que pudiera cuestionarme, contesté al teléfono… y seguí
cargando mis compras.
—¿Hola? —No era como si no supiera que era él, pero mis
sentimientos estaban un poco heridos a pesar de ser más lista.
—Aww, cariño, lo siento mucho. —La voz que todavía era familiar
porque la había oído en la televisión sonó por la línea justo cuando dejé mi
crema de vainilla en la cinta transportadora.
Hice una mueca y alcé la mirada para ver al cajero observándome.
Forcé una sonrisa. 91
—¿Estás cerca? ¿Puedes volver?
¿Volver a su casa?
Una parte de mí estuvo tentada a decir que sí. Me hubiera gustado
hablar con él. Escuchar esa voz que se había sentido como un cálido
abrazo en su día. Mirar un rostro que me había sonreído lo que se sentía
como cien mil veces. Quizás oír una risa que había oído casi tanto. Y decir
lo siento por estar tan rara en la cena.
Pero, ¿de qué tendrías que hablar realmente? ¿Cuál es el punto? Mi
cerebro trató de susurrar… y no podía ignorarlo exactamente.
Mi corazón dio este pequeño y doloroso giro que traté de ignorar, pero
no lo logré.
Me había dejado sola en el piso de abajo durante casi una hora.
Después de invitarme. Yo tenía mierda que hacer.
Le sonreí al empleado detrás de la caja registradora una vez más
mientras terminaba de cargar el resto de mis cosas pesadas: leche y una
bolsa de patatas.
—Ya no estoy por allí. —No estaba amargada porque apenas se
estuviera dando cuenta ahora de que me había ido—. Y ahora voy a pagar
en la tienda de comestibles. ¿Puedo llamarte cuando termine? —Tuve que
parpadear cuando otra oleada de decepción atravesó mi pecho por haber
sido olvidada. De nuevo.
Era mi culpa por sentirme de esta manera, y dependía de mí buscar
la forma de superarlo. Había ido allí con las mejores intenciones,
queriendo compensar cómo me había comportado, y maldita sea, iba a
hacerlo. Hasta un punto.
—Por cierto —comenté—, te dejé unos bollos en la encimera. No son
de tamaño completo, pero… si no te gustan, dáselos a CJ.
Ahí, sin presión sobre él. Si no le gustaban, al menos a su compañero
de casa sí. No tendría que sentirse mal por no disfrutarlos. Además, se los
mencioné en lugar de dejar que se pudrieran en la encimera. Mírame
intentando ser madura.
Hubo un instante de silencio, y luego otro, y fruncí el ceño mientras le
entregaba mis bolsas de la compra al empacador y preguntaba:
—¿Estás ahí?
—Sí —respondió mi viejo amigo después de un segundo—. Lo siento
mucho, cariño. ¿Seguro que no puedes regresar? Puedes poner tus cosas
en el refrigerador…
No quería ser esta persona, ¿verdad? La que se enojaba mucho
cuando era más lista, cuando él no me debía una jodida cosa. Podía ser 92
educada y aun así cuidarme. Hacer lo que fuera mejor para mí. Lo había
intentado, y eso tenía que ser suficiente. En todo caso, esto era solo otra
señal de cómo esta amistad entre nosotros no estaba destinada a ser.
Podía leer las señales. Les había cerrado los ojos un montón de veces
en mi vida, pero ya había aprendido la lección. Solo porque cierras los ojos
y finges que algo no está ahí, no hace que desaparezca.
—Gracias, pero tengo algo que hacer. —Preparar la cena y ver
televisión. Dudé por un segundo—. Cuídate, ¿de acuerdo?
Hubo otra pausa, luego:
—Pensé que me ibas a llamar cuando llegaras a casa.
Sí, había estado mintiendo cuando me ofrecí. Pero era lo mejor. Para
mí, y probablemente para él también. No necesitaba perder el tiempo. Por
lo que parecía, tenía suficiente mierda con la que lidiar.
Así que aunque no quería, aunque dolió un poco, lo dije porque iba a
ser amable, porque ya no guardaba resentimiento por el pasado.
—Hablaré contigo más tarde, Zac.
Más tarde. Correcto. Quizás ambos sabíamos lo que de verdad quería
decir.
Hubo una suave exhalación que apenas pude oír antes de:
—Lo siento, enana.
Enana.
Ahí estaba de nuevo ese apretón, y esa vez, dolió. Solo un poco, pero
más que suficiente.
—Lo sé. Todo está bien. Nos vemos.
Hubo un sonido de fondo con el que no supe qué hacer antes de oír:
—Adiós, Bianca. —Y luego colgué.
No había mucho más que decirnos, ¿verdad?
Ambos lo habíamos intentado. Algunas cosas simplemente no estaban
destinadas a ser.

—¿Hiciste qué?
En la pantalla de mi teléfono, pude ver a mi hermana inclinarse hacia
su cámara y mostrarme sus dientes.
—Conseguí algunas de esas tiras blanqueadoras. ¿Qué piensas?
Lo que de verdad pensaba era que la boca de Connie ahora podría
iluminar un campo de minigolf luminiscente.
—Con, creo que esas cosas desgastan tu esmalte, pero tus dientes se
ven bien —dije mientras terminaba de cortar la cebolla blanca que había 93
comprado hace una hora—. No van a ser tan bonitas como las dentaduras
postizas que vas a terminar teniendo si sigues usando esas cosas.
—¡Eso es lo que dije! —intervino mi cuñado, que había estado sentado
a su lado en el sofá, justo en el borde de la pantalla. Apenas podía ver su
rodilla en ese momento, pero antes se había inclinado hacia la cámara y
me preguntó cuándo estaba planeando ir de visita.
Vi la cabeza de mi hermana girar lentamente hacia la derecha, hacia
donde él estaba. Lo miró fijamente.
—Cielo, solo te estamos cuidando. —El hombre que se había casado
con mi hermana hace catorce años, el padre de sus dos hijos, intentó dar
marcha atrás. Ya sabía exactamente qué expresión apaciguadora le estaba
dando; lo había visto en persona demasiadas veces—. Te amaría con tres
dientes, pero, por favor, no me lo pidas. Podría reírme si empiezas a silbar
entre ellos.
Resoplé. Mi hermana siguió mirándolo.
Doce años mayor que yo, Connie había sido más una figura materna
para mí que una hermana durante la mayor parte de mi vida. Empatada
con Boogie, era mi mejor amiga.
A pesar de la diferencia de edad entre nosotras, habíamos consolidado
nuestro vínculo durante las docenas de veces que ella había golpeado mi
ventana en medio de la noche para poder entrar a hurtadillas. Me había
ganado su lealtad al no delatarla nunca, principalmente porque siempre
había pensado que era el ser humano más genial, pero también porque, de
acuerdo con lo que nuestra mamá había dicho un par de veces cuando
había estado cerca, cuando salí del útero nos habíamos enamorado.
Habíamos seguido enamoradas. No hace mucho, Connie había dicho
algo sobre cómo había criado a tres hijos y no planeaba tener más. Había
dado a luz a dos de ellos y sabía que yo era la tercera. La primera. Su bebé
de práctica. Desde que tengo memoria, ella siempre había sido mi roca.
Incluso más baja que yo y, en serio, básicamente un hobbit digamos,
porque me hallaba por debajo del promedio, pero ella lo llevaba a un nivel
completamente nuevo, también era una fuente regular de entretenimiento.
Y era muy adorable, loca o no.
En la pantalla, parpadeó hacia su marido.
Él hizo algo que pareció como si se retorciera.
Ella parpadeó de nuevo.
Y él de nuevo pareció retorcerse.
La extrañaba. Y a su esposo. Y a sus hijos.
—¿Escuchan eso? —dijo mi cuñado de repente, poniéndose de pie—.
Creo que mi teléfono está sonando. Déjenme ir a buscarlo. 94
Solté un bufido.
—¡Mentiroso!
Al mismo tiempo, mi hermana murmuró:
—Cobarde.
Y luego las dos nos reímos y nos levantamos el pulgar a través de
nuestras cámaras cuando el micrófono captó de parte de mi cuñado:
—¡No estoy mintiendo! ¡Estoy bastante seguro de que lo escuché!
Estaba mintiendo totalmente.
Y nos hizo reír más.
Richard hacía algunas tonterías de vez en cuando, pero era increíble.
Después de mi hermana y mi primo, probablemente era mi tercera persona
favorita. Cobarde o no.
Me había ganado desde el principio. No todos los hombres estarían
locos por su cuñada mudándose con ellos durante años, pero él fue el
primero en mencionarlo después de la muerte de mamá Lupe. Ni una sola
vez en los años que viví con ellos me hizo sentir mal o extraña o no
deseada.
Había una razón por la que mi hermana se quedó con él y todas sus
mudanzas a lo largo de los años mientras estaba activo en el ejército.
Sin embargo, en la pantalla, Connie casi instantáneamente se puso
seria cuando volvió a mirar a la cámara y preguntó:
—Ahora que el entrometido se ha ido, ¿me vas a decir qué te molesta
o tendré que adivinar?
Maldición. Sabía que debería haber esperado para conversar por video
con ella. ¿Qué más esperaba?
Afortunadamente, terminé de cortar las cebollas al mismo tiempo que
me lanzó su pregunta, así que tuve una excusa para dejar mi cuchillo en
la tabla de cortar. Sabía que era mejor no intentar mentirle. Pero tampoco
quería que tuviera la historia completa. Zac Travis me invitó y luego me
plantó. ¡Pero no es para tanto porque parecía que tenía una llamada
importante! Sí, eso la haría volar directa desde Killeen en plan psicópata, a
horas de distancia. Dios no permitiera que nadie me lastimara, mental,
emocional o físicamente.
Mi hermana nunca me había dado una razón para dudar de que
vendría inmediatamente a ayudarme si alguna vez la necesitaba. E incluso
cuando no la necesitaba. Niños a cuestas a las tres de la mañana y todo.
Era mi heroína.
Y tal vez Zac sin querer había herido mis sentimientos, pero no estaba
dispuesta a delatarlo cuando una parte de mí entendía que se había
95
disculpado y que lo que había sucedido no había sido planeado.
Lo había visto varias veces a lo largo de los años y no quería hacer las
cosas incómodas. Ella nunca había estado tan unida a él o a Boogie como
yo, pero no eran extraños totales. Había vivido con nuestra abuela durante
algunos años antes de mudarse una vez terminó sus estudios básicos en
la universidad comunitaria local.
—Se suponía que debía salir con un amigo, pero me dejó plantada. No
es para tanto, pero reaccioné exageradamente y me molesté.
Ojos más claros que los míos me miraron desde el otro lado de mi
tablet mientras los entrecerraba. No nos parecíamos del todo. Su cabello
era lacio; el mío era tan rizado como era humanamente posible. El suyo
era claro como el de nuestro padre, y el mío era oscuro como el de nuestra
madre. Ella siempre había sido linda y pequeña, y yo ganaba peso con solo
mirar una galleta Chips Ahoy. Connie siempre había sido guapa y popular
y gustado a los chicos. ¿Yo? No tanto. Al menos no hasta principios de mis
veinte.
Pero no me estaba creyendo completamente; podía decirlo por su
expresión facial.
—No es para tanto —insistí. Eso hizo que me pusiera los ojos en
blanco, lo que me hizo cambiar de tema de inmediato—. Dime, ¿has
hablado con tus padres últimamente? No me han enviado correos
electrónicos o mensajes de video en más de una semana.
Eso hizo que mi hermana me lanzara una mirada antes de gruñir.
Afortunadamente, dejó pasar lo de “tus padres”.
—Sí. Mamá me envió un correo electrónico ayer…
—¡Mamá! ¡Mami! ¡Creo que me pegué los dedos! —gritó una voz desde
algún lugar en el fondo—. ¡Ayy! ¡Mamá! ¡Ayúdame!
Mi hermana suspiró instantáneamente, levantó una mano y se
pellizcó el puente de la nariz por un segundo antes de lanzarme una
mirada plana.
—Quiero que pienses en este momento si alguna vez decides tener
hijos, enana. Piénsalo larga y duramente. —Un lado de su boca se levantó
en una media sonrisa que significaba que nada bueno estaba a punto de
salir de su boca—. Largo y duro es lo que me metió en esta situación.
Arrugué la nariz y me tapé las orejas con las palmas.
—Nop. Estás cruzando la línea. Ya te lo dije antes, Richard está en la
categoría de “Nunca quiero oír hablar de eso”.
Se rió.
—Déjame ocuparme de esto. Te quiero. Adiós —dijo Connie antes de
terminar la llamada solo después de que también me despidiera.
Todavía estaba tratando de deshacerme de su “demasiada
96
información” cuando abrí mi despensa y saqué las latas de frijoles que iba
a necesitar para la sopa que estaba preparando para la cena, porque
podría comer sopa para el almuerzo y la cena y ser feliz por el resto de mi
vida, cuando sonó el timbre.
Ah, diablos.
A pesar de que el complejo en el que vivía tenía una verja que requería
un código de acceso para entrar, y aunque la solicitud estaba prohibida de
acuerdo con los letreros colocados en cada entrada, de vez en cuando la
gente aún lograba entrar. La semana pasada, alguien que sostenía
panfletos y se ofrecía a hablar con cualquiera que quisiera escuchar acerca
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo había llamado a mi puerta. La
única razón por la que revisé la mirilla por adelantado fue porque había
escuchado voces fuera de la puerta, específicamente la voz de mi vecino
Santiago, y había sentido curiosidad. Y ni siquiera me avergonzaba admitir
que me había tumbado en el suelo durante cinco minutos después.
Por otra parte, fingía que no estaba en casa cada vez que alguien que
no conocía llamaba a la puerta. Incluso cuando eran las Girl Scouts
intentando vender galletas. No tenía fuerza de voluntad.
Así que podías decir que sabía que era mejor no gritar a quien
estuviera tocando el timbre.
Dejé mi lata junto al horno holandés que estaba a punto de usar y me
moví lo más silenciosamente posible hacia la puerta. Boogie había
intentado decirme una vez que podías ver sombras moverse a través de la
mirilla desde el exterior cuando se usaban, pero no le creí del todo. Dejé de
creer en todo lo que decía cuando tenía trece años y trató de decirme que
besar a los chicos hacía bebés.
Sí, había encontrado los condones de Connie dos años antes y tuve
esa conversación con ella. Mi hermana me había enseñado sobre los
pájaros y las abejas usando una zanahoria y una rosquilla de canela.
Había una razón por la que éramos tan cercanas. Me lo decía todo.
Cualquier cosa que no estuviera relacionada con su esposo, porque lo
veía demasiado y simplemente no quería imaginarme cosas.
En fin, una rápida mirada a través de la mirilla me llevó de estar de
puntillas a caer sobre mis talones, luego volví a ponerme de puntillas para
asegurarme de que no me había imaginado el rostro al otro lado inclinado
hacia el techo.
No estaba viendo cosas.
Era Zac.
¿Cómo diablos había…?
Esa era una pregunta estúpida. Obviamente, solo había una persona
que podía o le habría dado mi dirección. Pero, ¿por qué la había pedido? ¿Y
qué estaba haciendo aquí? 97
A través de la mirilla lo vi inclinarse hacia adelante, y ni siquiera un
segundo después, el timbre sonó de nuevo.
De acuerdo.
—¡Un segundo! —exclamé, frunciendo el ceño antes de quitar el
pestillo y luego la cerradura inferior y abrir la puerta con cuidado para
enfrentar al hombre que había sido mi amigo hace mucho tiempo. Un
hombre que estaba muy, muy ocupado. Y eso me alegraba mucho.
No me voy a tomar nada personalmente. No voy a estar herida. No voy
a estar más decepcionada de lo que ya he estado, me recordé mientras
forzaba un poco una sonrisa casual en mi rostro.
—Hola —dije a Zac, haciendo una mueca de dolor por dentro por lo
mediocre que sonaba mi saludo.
El hombre de cabello rubio sucio con su rostro recién afeitado me
lanzó una sonrisa que parecía cautelosa mientras sus ojos, de un azul
celeste casi perfecto, se clavaban en los míos. No pude evitar notar su
ropa: vaqueros, una camiseta y botas de cowboy gastadas.
—Hola, cariño —dijo, arrastrando las palabras.
¿Qué diablos estaba haciendo aquí?
Debió haber notado que estaba sorprendida por su presencia, porque
siguió adelante, observándome con esos ojos. Una comisura de esa boca
rosada se curvó, no tenía la boca más llena, pero estaba bien formada y
era bonita, y también levantó uno de esos hombros anchos y preguntó:
—¿Tienes un minuto para mí, cariño? —Intentó adularme, le
reconocería eso—. ¿Porfa?
Un flashback repentino de mi abuela quejándose de dejar que Zac se
saliera con la suya surgió de la nada.
Y la entendí completamente. Ahora. Tantos jodidos años después. Era
esa sonrisa y la seriedad en su rostro, pero sobre todo esa maldita sonrisa,
lo que me atraía a pesar de todo.
Se encontraba aquí, y era Zac, y tal vez hubiera herido mis
sentimientos por olvidarme, pero…
Estaba aquí. Siendo todo… él mismo, o al menos mostrándome las
partes que habían formado a la persona que conocía.
Las partes importantes.
Maldición.
Iba a estar bien. No iba a mostrarle que me había lastimado, porque
sabía… de alguna manera… que no había tenido la intención de hacerlo.
El mundo era un lugar pesado y yo tenía una espalda delicada.
Además, si alguien tenía que sentirse mal, era yo por cómo me había 98
comportado en primer lugar.
Sus cejas se arquearon.
—Así que… ¿sí?
Así que… ¿sí?
Me hice a un lado e indiqué a Zac que entrara.
—Claro. Adelante.
Su sonrisa se amplió.
Sí, había una razón por la que mamá Lupe lo había amado y por la
que estuve tan enamorada de él, como amiga y más, en el pasado.
—Estaba en medio de preparar la cena —expliqué, haciendo señas a
Zac para que me siguiera hacia la isla que separaba la cocina de la sala de
estar. Tenía dos taburetes alineados a lo largo—. ¿Quieres algo de beber?
Tengo agua, Pepsi y limonada rosa en polvo.
Cuando me mudé por primera vez hace un año y medio, no había
comprado demasiadas cosas para la sala de estar porque el depósito en
este lugar había sido muy caro. Había un sofá cama, una silla que solo
estaba ahí porque pensaba que era linda, porque seguro que no era
cómoda, y una televisión que mi hermana y su familia me habían
comprado, diciendo que era mi regalo de cumpleaños y Navidad durante
los próximos dos años. No había estado bromeando. Para Navidad, me
había regalado una tarjeta con una imagen de la televisión. Lloré por lo
mucho que me reí. Tenía viejos posters de películas de Mulan y El Rey León
enmarcados en mi pared que un amigo me había regalado.
La cocina era la razón por la que me mudé a este costoso complejo en
primer lugar. Hice un recorrido y supe que esto era lo que quería. Con
armarios blancos, cajones extraíbles, encimeras de granito blanco, azulejos
subway azul claro para salpicaduras, electrodomésticos de acero
inoxidable y una linda isla en el medio, inmediatamente imaginé filmar
video-blogs en la cocina pequeña pero perfecta. Había sido amor a primera
vista.
Un día, tal vez podría comprar una casa con una hermosa y gran
cocina. Pero me conformaría con alquilar un estudio para filmar. Algún
día.
—Tomaré un poco de agua —respondió Zac, devolviéndome al
presente y haciendo que dejara de admirar mi cocina.
Asentí mientras agarraba un vaso limpio y lo llenaba con el filtro de
agua en la mesa en el que había gastado mucho dinero, cuando el sonido
de él retirando un taburete me indicó lo que estaba haciendo. Ponerse
cómodo. Efectivamente, estaba sentado al otro lado de la encimera,
dándome otra sonrisa con los labios apretados cuando puse el vaso frente
a él y lo empujé un poco más cerca. 99
Zac se veía… raro. Sus cejas de color marrón claro estaban tensas, su
frente estaba arrugada y las líneas a lo largo de su boca eran profundas, y
no me gustó. Solo me desagradó parcialmente que no me gustara.
—¿Estás bien? —pregunté directamente, mirando su rostro fuerte y
bronceado.
Realmente todavía parecía una especie de príncipe de cuento de
hadas.
Un príncipe de cuento de hadas al que muchas mujeres querían hacer
cosas muy sucias, según algunos de los comentarios en sus publicaciones
de Picturegram. Había leído algunos después de que saliera su número en
TSN Anatomy, el que contenía sus nalgas desnudas… y su cosa. Pensé que
me gustaba la mierda sucia. No comparado con algunas personas.
—Aparte de sentirme como una mierda por lo que hice, claro, cariño
—respondió, devolviéndome al momento, esos ojos azul bebé se clavaron
en mí mientras levantaba el vaso y tomaba un sorbo.
Quiero decir… si quería sentirse terrible….
No me perdí la forma en que lo miró antes de tomar otro sorbo y
lamer esos labios rosas de algodón de azúcar.
—¿Esta agua es deliciosa o me lo estoy imaginando?
Por supuesto que iba a hacer esto difícil.
Solté un bufido, y eso me valió la mitad de una sonrisa de un rostro
guapo.
—Sí. Es una máquina de ósmosis inversa. Filtra todo.
Esa mirada azul bajó rápidamente al cristal.
—Tienes que escribirme el nombre —dijo después de tomar otro
sorbo, y juro por mi vida que pegó sus labios un poco—. Esto es bueno,
enana.
Hablar de filtros de agua estaba bien y era seguro. Eso funcionaba
para mí.
—Lo haré. Vale cada centavo.
—¿Cuánto costó?
Había mentido a todos los demás sobre el precio, pero… había visto
fotos de su último auto. Qué auto conducía ahora, no tenía ni idea.
Pensarías que el mismo, pero algunos de los chicos de MMA en el gimnasio
compraban un auto nuevo como cada tres meses para las mierdas y las
risitas. Nunca se sabía. Además, solo podía imaginar la cantidad de dinero
que probablemente gastaba en alimentarse, o más bien, en que otras
personas lo alimentaran.
—Trescientos dólares, pero puedo conseguirte un código de
descuento. —No necesitaba saber que tenía un código de descuento que 100
promocionaba todo el tiempo que la compañía me había dado. Dejaba el
filtro de agua en la encimera para que se pudiera ver en casi todos los
videos que grababa. La publicidad no era gratuita. Durante mucho tiempo,
dejé de incluir patrocinadores, personas que me pagaban para anunciar
sus productos, en mis videos. Estaba tratando de compensarlo ahora.
—¿Dijiste trescientos dólares? —El maldito millonario tacaño se
atragantó con su sorbo.
Le di la espalda cuando me di la vuelta con un resoplido que no había
esperado hace diez minutos, ni hace una hora, ni hace cinco años.
Este hombre había sido mi amigo a pesar de nuestra diferencia de
edad. Se había preocupado por mí. Sabía que, durante mucho tiempo, me
había querido.
Y era por eso que su distancia me había herido tanto.
Pero incluso después de todo este tiempo y… todo, seguía siendo el
mismo tacaño que esperó seis meses para reemplazar la ventana de su
auto porque “la cinta adhesiva funciona bien”.
Así que me sorprendí al murmurar:
—Puedes pagarlo. —Como lo haría si hubiéramos seguido siendo
amigos.
Si hubiéramos seguido siendo amigos.
Necesitaba detenerme y simplemente… tomar esto por lo que era.
Realmente lo hacía. Una visita rápida y amistosa como se suponía que
hubiera sido la mía. Estábamos reconectando.
—Jesucristo —farfulló Zac, llamando mi atención—. Por trescientos
dólares, beberé de la manguera —afirmó, incluso cuando lo escuché tomar
otro sorbo.
Agarré mi abrelatas, negando mientras lo enganchaba en una de las
latas que necesitaba. Podía hacer esto. Podía hablar con él como lo haría
con cualquier persona amigable que entrara al gimnasio. No era tímida.
Nunca lo había sido.
Podía hacer esto por las personas que amaba.
—¿Vives aquí sola? —cuestionó Zac.
—Sí. —No necesitaba saber toda la historia. Abrí una de las latas de
frijoles, la palabra aquí rebotando en mi cabeza un poco más—. Me gustó
mucho la cocina —expliqué, como si eso significara algo para él. Por una
fracción de segundo, me pregunté si CJ le había mencionado mi canal de
WatchTube, pero no era como si importara. No iba a mencionarlo.
A menos que preguntara, supuse.
—Seguro que es una buena cocina.
—Por lo que estoy pagando, debería serlo. —Mirando por encima de 101
mi hombro, no tuve que obligarme a sonreírle a mi viejo amigo que estaba
sentado allí con los codos sobre la encimera y la barbilla apoyada en una
palma, esos ojos azul claro en mí, resaltando contra su guapo rostro, y
ahora que realmente lo veía bien, cansado.
¿No había estado durmiendo? ¿O simplemente estaba cansado y
estresado? No había escuchado una palabra sobre lo que estaba pasando
con su carrera desde ese primer día.
Una esquina de esa linda boca se elevó, recordándome nuevamente al
chico que había conocido y amado que siempre había sido nada más que
amable y bueno conmigo… hasta que básicamente desapareció.
—¿Sin compañero de cuarto?
—No —expliqué mientras vertía los frijoles en un colador y me movía
hacia el fregadero para enjuagarlos—. Esta es la primera vez que vivo sola,
pero me gusta. —Aclaré mi garganta, queriendo cambiar de tema—. Tu
compañero de casa, CJ, parecía agradable.
—Sí, es un buen tipo. —Fue el turno de Zac de soltar un suspiro que
ni siquiera intentó sofocar a pesar de que estaba de espaldas a él—. Lo
siento mucho por haberte dejado plantada, enana —dijo mi viejo amigo
inesperadamente, directo y al grano, con una voz clara que logró sonar
genuinamente arrepentida.
Podía hacer esto.
—Está bien —comencé a decir, volviéndome hacia él. Estaba negando.
Las líneas de sus ojos se arrugaron profundamente mientras fruncía el
ceño.
—No, no lo está. Fue una auténtica mierda, cariño, y lo siento
muchísimo. Mamá me hubiera dado una paliza por hacerle eso a
cualquiera, pero especialmente a ti. Estaba hablando por teléfono con mi
agente. Me metí en un lío por ignorar sus llamadas durante un tiempo,
cuando estaba en Liberty Hill, y se molestó mucho. No es una excusa, pero
lamento no haber podido colgar el teléfono con él antes —explicó Zac en
un torrente de palabras, como si tuviera que sacarlo—. Ya tenía a Trevor
respirando en mi cuello y no podía posponer a mi agente por mucho más
tiempo.
¿Se había metido en problemas? ¿Porque su agente estaba tratando
de ponerlo en un nuevo equipo o algo así y no había estado respondiendo
sus llamadas? ¿O qué?
Continuó, mostrando más y más piezas del chico-hombre que se
había ganado mi lealtad y amor hace tanto tiempo.
—¿Perdonarás a tu viejo Snack Pack? —preguntó de esa forma tan
Zac que era todo azúcar y honestidad y esa sonrisa que podría matar a un
dragón mientras me miraba desde debajo de sus pestañas.
Mi viejo Snack Pack. 102
Ah, mierda.
No había terminado.
—La próxima vez, puedes escuchar mientras soy regañado, si quieres.
Mi agente es un profesional y Trev también lo hace muy bien. Podría dar
algunas clases sobre cómo destrozar a la gente cuando uno ya está
deprimido.
Parpadeé de nuevo.
Nunca había sido el tipo de persona que guardaba mucho rencor.
Incluso Connie dejaba ir las cosas bastante rápido. Probablemente era
culpa de nuestros padres, honestamente. Su corazón blando era la razón
por la que eran buenos médicos. Nuestra abuela, en cambio, se había
acordado de todo y no te permitía olvidarlo.
Pero todo sobre ese cuerpo largo aquí en mi apartamento, porque era
muy alto y todos sus músculos eran tan interminables y marcados como
sus huesos, parecía arrepentido y honesto. Sincero. Esos ojos suyos eran
amables y reales.
Nunca escuchaba lo que esos presentadores de televisión decían
sobre él, que era inmaduro y poco confiable, que nunca había alcanzado
su máximo potencial.
La cosa era que mi primo no seguiría siendo el mejor amigo de un
imbécil.
Y Zac no estaría aquí si no le hubiera importado una mierda dejarme
plantada.
Todo eso me decía algo.
Esta era mi elección, perdonar o no. No había vivido mi vida
esperando que me recordara. Y las razones que hubiera tenido… bueno,
las había tenido.
Así que dependía de mí y sabía lo que me decía mi corazón. Un
corazón que podía escuchar el susurro silencioso de mi abuela. Un
corazón que reconoció lo que mis ojos podían ver.
—Sí, te perdono. —Exhalé, diciéndolo totalmente en serio, hasta mis
pies descalzos—. Gracias por explicarlo.
Era la verdad y me hizo sentir mucho mejor; era un poco molesto
cuánto mejor. Lo miré de nuevo por encima del hombro y vi que había
dejado caer las manos y estaba sentado recto en el taburete, con el rostro
serio.
Su mirada también vagó lentamente por mi rostro.
Me volví hacia la encimera. También podría hacer mi parte.
103
—Oye, hablando de cosas por las que pedir disculpas, lamento no
haber sido muy amable cuando salimos a comer. Estaba… sorprendida de
verte. —Y siendo mezquina. Sobre todo eso. Aunque eso no salió de mi
boca—. Lo siento.
—No hay nada en el mundo por lo que disculparte, chica.
Eso me hizo sentir más como una mierda. Pero como no quería hablar
de ello más de lo necesario, lo aceptaría. Así que cambié de tema, porque
lo estaba intentando, maldita sea.
—Entonces… ¿resolviste las cosas con tu agente al menos?
—Un poco —respondió—. Todavía está enojado, pero lo estamos
arreglando. Ya no puedo marcharme inesperadamente.
Antes de que pudiera detenerme, antes de que el resto de mi cuerpo
pudiera alcanzar la distancia, no, la expectativa de no esperar nada, mi
boca actuó primero como siempre lo hacía con personas que conocía, o al
menos con las que me sentía cómoda.
—Tienes que decirle a Paw-Paw que deje de hacer tonterías y
asegurarte de que no se caiga de nuevo, ¿eh? ¿Para que no tengas que irte
de repente? —cuestioné, mirándolo por encima del hombro.
Eso lo hizo esbozar una sonrisa que hizo que sus codos volvieran a la
encimera de la isla. Su barbilla de forma cuadrada también aterrizó en la
base de su amplia palma. Pero fueron esos ojos furtivos, sutiles y
calmantes los que se iluminaron. Familiar y viejo y natural. Como si no
hubiera ido a ninguna parte en una eternidad.
Señor, ¿cómo se suponía que iba a guardar rencor cuando me miraba
así? No lo hacía. Así que era bueno que no hubiera sido el plan.
Luego me dirigió otra sonrisa que podría haber debilitado las rodillas
de cualquier otro.
—Lo sé, cariño. Tiene que dejar de actuar como si fuera un anciano
frágil.
Sonreí, y Zac me dio una gran sonrisa, una sonrisa completa que hizo
que el resto de su rostro se iluminara aún más cuando se rió.
Sí, había una razón por la que lo había extrañado. Siempre había sido
tan amable, y siempre nos habíamos llevado tan bien.
Y si ese hubiera sido el caso porque había sentido que me debía algo
por algo que no recordaba haber hecho… lo que sea. No iba a pensarlo
demasiado. Estaba perdonando, y me sentía… bien al respecto. Bien por
eso. Por el tiempo que durara esto, ¿verdad? Me volví hacia la comida que
había preparado y dije:
—Boogie me dijo que ahora está en casa y que está bien.
—Se encuentra bien. Lo retuvieron durante la noche como medida de
precaución —explicó Zac—. Estuvo muy feliz de verte. 104
Abrí la bolsa de col rizada que había comprado y eché un poco en el
colador para enjuagarla bajo el grifo.
—Espero que sepa que me encanta verlo. Y a tu madre. Te juro que se
ve igual que cuando éramos niños. —Contuve la broma sobre nuestra
diferencia de edad justo cuando estaba a punto de salir. Después de todo,
había pasado mucho tiempo.
Hubo un momento de silencio mientras me concentraba en las
verduras de hoja verde, pero Zac se aclaró la garganta y habló de nuevo,
sonando un poco diferente cuando lo hizo.
—¿Vas a hacer algo el resto del día? Pensé que habías dicho que
tenías planes o algo así.
Bueno, eso volvió a morderme el culo muy rápido.
—Planes para hacer cosas aquí. Mañana tengo que trabajar. ¿Tú?
Por suerte, o era demasiado educado o se sentía muy mal por dejarme
plantada como para señalar que mentí.
—No. Mi único plan era ponerme al día contigo, cariño —dijo
arrastrando las palabras—. Todavía no puedo creer que vivas aquí. Nadie
me dijo una palabra. —Hubo una pausa y luego—: No puedo superar que
no te reconociera. ¿Cuántos años tienes ahora? ¿Veintisiete?
Sabía por qué nadie lo había hecho. Porque en diez años, obviamente
nunca se había esforzado lo suficiente para ver cómo estaba, porque
podría haber preguntado y no lo había hecho. Si le hubiera importado. Y
eso era lo incorrecto en lo que pensar.
Estaba dejando ir esa mierda.
Se encontraba aquí ahora. Intenté no aferrarme a cosas así,
especialmente cuando era obvio que lo estaba intentando ahora.
Y si él podía intentarlo, yo también.
Expectativas.
Este hombre me había recogido de la escuela una o diez veces.
—Bueno, si quieres sopa para cenar, puedes quedarte. Sin embargo,
no sé si encaja en tu plan de alimentación. Lleva salchicha —dije,
principalmente esperando que se negara porque tenía planes, como una
cita o algo… tal vez con esa linda rubia.
Así que me sorprendió muchísimo por centésima vez desde que nos
vimos hace semanas cuando Zac dijo:
—Me encanta la sopa.
Le había encantado todo en el pasado.
—¿Salchicha, frijoles y col rizada? 105
Este tonto dijo:
—Mm-hmm. —Y no pude evitar mirarlo de nuevo. Estaba tomando
otro sorbo de agua, mirando el vaso como si se viera extraño o estuviera
tratando de averiguar si había magia en él.
Ser lindo era algo natural para algunas personas.
—Pensé que tendrías planes —comenté, solo parcialmente
arrepintiéndome mientras encendía la hornilla debajo de mi horno
holandés.
Pero Zac no dudó en responder.
—Te lo dije. Pasar un tiempo contigo era mi único plan, enana.
Ahí estaba otra vez.
Y tal vez eso me hizo sentir lo suficientemente bien para poder seguir
bromeando con él, intentando volver a ese terreno en el que habíamos
construido una amistad de la infancia de catorce años. Se elevó dentro de
mí como una ola contra la que no tenía ninguna posibilidad. Era
demasiado natural, y ya lo había reprimido lo suficiente durante el día en
el trabajo y las últimas veces que nos habíamos visto.
—Bueno, genial, soy una suertuda entonces —repliqué con sarcasmo,
como lo habría hecho si él fuera Boogie o Connie.
Zac se echó a reír, el sonido ronco, intenso, brillante y familiar.
—Solías estar tan emocionada de pasar tiempo conmigo.
Sí, eso fue agradable. Así que lo tomé y continué.
—Bueno, sí, porque todos mis amigos vivían lejos, y solo estaban
Boogie, Connie y tú cerca —expliqué inexpresiva mientras esperaba a que
la olla se calentara. Iba a tardar unos minutos—. Entonces Connie se fue y
solo quedaron ustedes dos.
Eso me ganó otra de esas risas roncas y brillantes que se sentían
como vieja ropa interior cómoda.
—¿Estás intentando decirme que algunos de mis mejores recuerdos
fueron una mentira?
Realmente me había encantado pasar tiempo con él y Boogie en ese
entonces, y él lo sabía. No necesitaba confirmar nada. Lo miré.
—No quieres que conteste a eso. No voy a romper tu corazón hoy, pero
si fuera tú probablemente no le haría ninguna pregunta a tu madre sobre
el hada de los dientes o Santa pronto, ¿de acuerdo?
Fue el turno de este tonto de parpadear. E incluso fue tan lejos como
para levantar una mano y colocarla en el centro de su pecho.
—¿Estás tratando de decir…?
Era tan jodidamente difícil evitar resoplar, pero si quería bromear…
106
bueno, eso también era algo natural para mí. Mantuve mi rostro tranquilo.
—Creo que esta es una conversación que necesitas tener con ella. Lo
siento.
Mi amigo de hace tanto tiempo jodidamente se rió a carcajadas. Movió
la cabeza como… si estuviera muy feliz. Por estar a mi alrededor.
Y me gustó. Me gustó mucho más de lo que debería.
—Ah, cariño, te extrañé muchísimo y yo… —Zac se interrumpió.
Pero sabía lo que estaba a punto de decir. Al menos mi instinto lo
hacía.
Te extrañé muchísimo y ni siquiera lo sabía. Eso era lo que había
estado a punto de decir. Ya sabes, porque se había olvidado de mí. De lo
contrario, habría preguntado o vuelto a ponerse en contacto en algún
momento a lo largo de los años. Todo lo que hubiera necesitado era una
llamada telefónica. Un “hola” por mensaje.
Enfrenté la estufa y eché un poco de aceite en el horno holandés,
mordiéndome el interior de la mejilla mientras lo hacía.
Había estado ocupado.
Y estaba bien. Yo también había estado ocupada. Tenía una vida.
Pero nada de eso cambió el extraño silencio que llenó esa fracción de
un segundo antes de que Zac comenzara a decir:
—Bianca…
No quería escucharlo. Me iba a centrar en lo bueno. En el aquí.
—Así que, ¿le recetaron medicamentos a Paw-Paw? Boogie no me lo
dijo —interrumpí.

—Así que… ¿qué has estado haciendo? —inquirió Zac media hora
más tarde después de hablar sobre la salud de Paw-Paw y contar un par
de historias más sobre él que nunca antes había escuchado que me
hicieron reír.
Y lo más importante, eludir nuestro pasado.
¿Qué he estado haciendo? ¿En lugar de, cómo ha sido la vida en los
últimos diez años? No era la única en terreno extraño, y eso estaba bien.
No quería que las cosas se pusieran incómodas después de su último
comentario sobre no darse cuenta de que me había extrañado.
Sabía que no estaba intentando lastimarme recordándome de nuevo
que no nos habíamos visto en tanto tiempo —y definitivamente no por qué
era eso—, pero… estaba eligiendo no dejar que eso me molestara.
Y si todavía era un tema un poco doloroso, esa mierda era mi culpa.
Pero honestamente, en serio, era lo más fácil del mundo perdonar a 107
Zac por casi cualquier cosa cuando hablar con él era como ponerse unos
calcetines favoritos a juego que habían sido separados por una secadora
mágica durante meses. Si quería ser menos técnica, como andar en
bicicleta. Era tan simpático y tonto y hablar con él era demasiado…
Natural. Pasar el rato con él, hablar con él, era simplemente… fácil.
De alguna manera, eso era molesto y agradable al mismo tiempo.
—¿Trabajas en un gimnasio? Creo que ese es el último lugar donde
Boogie me dijo que estabas. —Había continuado con las preguntas
después de contarme que Paw-Paw Travis lo llamó a las seis de la mañana
para preguntarle cómo comprar unas gafas de sol que había visto en la
televisión y que lo ayudarían a conducir de noche.
Habían pasado seis años desde que debería haber dejado de conducir,
pero eso no lo había detenido, al parecer. Paw-Paw declaró que solo quería
conducir por el rancho.
Espera.
Me tomó un segundo procesar su pregunta. ¿Boogie le había dicho
dónde trabajaba? No recordaba haber mencionado nada al respecto en el
auto cuando fuimos a cenar.
¿Le había preguntado a Boogie?
¿Sabía del gimnasio pero no de mi canal de WatchTube?
—Sí. Trabajo unas horas a la semana en la recepción de Maio House
—respondí mientras recogía un montón de salchichas y verduras de mi
plato y reflexionaba sobre eso. Era suficiente información sin ser
demasiada—. Es un gimnasio en un edificio y el edificio de al lado es para
MMA y esas cosas.
Por el rabillo del ojo, pude ver que me miraba mientras tragaba su
comida. Nos habíamos trasladado al sofá de la sala de estar, pero la
televisión no estaba encendida. Tenía un vaso de limonada rosa a mi lado
en la pequeña mesa auxiliar.
—¿Haces MMA? ¿Cuánto tiempo llevas allí?
Me moví, inclinando mi culo hacia esa esquina para enfrentarlo un
poco mejor. Su perfil era nítido bajo la iluminación del ventilador del
techo, pero parecía relajado, encorvado y hundido en el sofá marrón café
que había heredado de un amigo de mi primo, con sus miembros largos y
piel que se había bronceado más y más cada año. Tenía un codo apoyado
en el brazo del sofá y sostenía su propio bol en el aire en su palma.
—No. De ningún modo. Llevo allí unos tres años, pero los propietarios
originales lo vendieron no hace mucho y no me agrada mucho la gente
nueva. —O en absoluto—. Con suerte no estaré allí por mucho más
tiempo.
¿Por qué había dicho eso en voz alta? 108
Desafortunadamente, estaba prestando atención.
—¿Cuál es el plan después de eso?
Comí otra cucharada de salchicha y esperé hasta que me la tragué
para decir vagamente:
—No lo sé. Estaba jugando con la idea de mudarme, pero solo he
empezado a pensar en ello. Ya veremos. —No se lo había mencionado a
nadie, pero si él se lo mencionaba a Boogie, no sería para tanto.
Probablemente hablaría con él más temprano que tarde de todos modos.
Los ojos de Zac se movieron rápidamente hacia mí cuando la palabra
con “m” salió de mi boca, y todavía estaban allí cuando terminé. Esas cejas
de color marrón claro se fruncieron; no eran realmente gruesas, pero
tampoco finas. Eran perfectas para su rostro. Honestamente, todo en él
funcionaba en conjunto en un chico bonito pero de alguna manera todavía
varonil.
—¿Mudarte a otro apartamento o a otro lugar?
—Lejos —respondí, subiendo mis piernas al sofá para que mis pies
también estuvieran plantados sobre él y pudiera equilibrar mi plato sobre
mis rodillas. ¿Cuánto debería decirle?—. Me gusta Houston, pero
realmente no tengo a nadie aquí más que a algunos amigos. Y antes me
gustaba mi trabajo, pero ahora no. Connie vive en Killeen. Boogie está en
Austin… —Me detuve—. En fin, ya veremos. Todavía me quedan algunos
meses más en mi contrato de arrendamiento para decidir. ¿Estás… bien en
Houston por ahora? ¿Estás pensando en ir a otro lugar? ¿De vuelta a
casa?
Tal vez debería haberme callado y no preguntar nada sobre su futuro.
Su sonrisa era tensa y me hizo sentir mal.
—Todo está bien hasta ahora. Todavía estoy trabajando con un
entrenador aquí. —Sin embargo, el hombro que encogió dijo todo lo demás,
pensé—. ¿Supongo que lo has oído?
¿Sobre no continuar con los Thunderbirds? ¿Sobre qué demonios
estaría preguntando si no? Asentí, dejando eso en su campo.
Ladeó la cabeza en silencio. El tiempo suficiente para que entendiera
que no quería hablar más de su carrera, y no podía culparlo. Yo no lo
haría. Apostaba a que todos querían hablar con él al respecto. Tenía que
ser molesto.
—Estamos arreglando las cosas —dijo después de un rato, la cuchara
todavía raspando los lados del bol blanco.
Ah. No era asunto mío preguntar.
—No lo sé, cariño. Entre nosotros, tal vez me retire.
109
Casi escupí mi comida. Sabía con certeza que me atraganté porque la
salchicha se fue por el conducto equivocado y tuve que tomar un sorbo de
mi limonada antes de farfullar:
—¿Retirarte? —De la misma manera que solía decir piojos.
Zac se inclinó, su mano fue hacia el cojín entre nosotros, una
expresión de preocupación en su perfecto rostro.
—¿Estás bien?
Asentí, tosiendo un poco incluso después de un gran trago de
limonada ácida, que él había rechazado.
Siguió frunciendo el ceño y estaba bastante segura de que se inclinó
un poco más.
—¿Estás segura, cariño? Tu rostro está todo rojo. ¿Quieres un poco
de mi agua?
Le di un pulgar hacia arriba incluso mientras tosía un poco más.
No parecía convencido, pero se acomodó en el sofá y tomó su plato,
poniéndolo en su regazo, pero no empezó a comer de nuevo. Solo me miró
preocupado.
Así que, aunque no era asunto mío, volví a preguntar, sin ahogarme
con un poco de salchicha esa vez:
—¿Dijiste que estás pensando en retirarte? —No me lo había
imaginado, ¿verdad?
Sus ojos azules se posaron en mí.
—Escuchaste esa parte, ¿eh?
—Sí. —¿Quería retirarse? Solo pensar en la palabra en mi cabeza se
sentía repugnante.
Su respuesta fue levantar sus hombros anchos y bajar la mirada a su
cena.
—Estoy pensando en eso.
Esto no es asunto tuyo, Bianca. No te incumbe.
—¿Por qué? —cuestioné antes de poder detenerme.
—Las cosas no están yendo exactamente como las planeé, cariño —
declaró con calma, de manera uniforme. Casi con… ¿resignación?—. Es
julio, y no tengo exactamente un equipo esperándome, ¿sabes?
Un recuerdo de ese maldito segmento en el programa deportivo hace
un mes pasó por mi cabeza. ¿Se acabó para Zac Travis como quarterback
titular de la NFO?
Perras.
Tenía una opción y sabía que lo hacía. Mantener la boca cerrada y 110
compadecerme de él. Decirle que tenía toda la vida por delante para hacer
lo que quisiera. Decirle que el fútbol no lo era todo.
O… no.
Porque, ¿cómo diablos podía estar considerando abandonar su sueño
ahora? ¿Después de tanto tiempo? ¿Cómo?
No es asunto tuyo, Bianca, mi cerebro intentó decirme por
millonésima vez.
Y claro, tal vez no lo era, definitivamente no lo era, pero, ¿cómo podía
considerar seriamente retirarse?
¿Estaba loco?
¿Se lo había dicho a alguien más? Esa era una pregunta estúpida, por
supuesto que probablemente lo había hecho. ¿Por qué me lo diría Boogie si
lo hubiera hecho? No había ninguna razón. Podía ver a Boog diciéndole
que todo saldría bien.
Pero no estaba bien.
Y antes de que pudiera detenerme de nuevo, pregunté:
—¿Es eso lo que quieres?
Esos anchos hombros suyos se levantaron.
Podía tomar eso como un no, ¿verdad?
—¿Qué piensan tu agente y tu mánager? —Seguí con las preguntas
como si tuviera algún derecho a conocer las respuestas.
Esa mirada de ojos azules se movió hacia mí mientras tomaba más
frijoles y col rizada de una manera que parecía bastante distraída.
—Están… preocupados.
Señor, me estaba haciendo trabajar por ello.
—¿Acerca de…?
No es asunto tuyo. No es asunto tuyo. No es…
Vi su vacilación, vi la forma en que sus ojos se movieron hacia un
lado por una fracción de segundo, y vi cómo esa mandíbula salpicada de
rubio y marrón ceniza hacía este pequeño y extraño movimiento, pero me
respondió de todos modos.
—Les preocupa que sea demasiado mayor.
¿Demasiado mayor?
Hizo un sonido del que no supe qué pensar.
—No he terminado aún. Al menos no siento que lo haya hecho. Hay
otras cosas… Ha sido otra mierda con el primer entrenador en Oklahoma.
Acabamos en malos términos. No nos entendíamos.
Ohhh. 111
—Pero no todo el mundo lo entiende o lo ve de esa manera. No era el
lugar adecuado para mí. —Metió esos largos dedos en su cabello, echando
esos mechones multicolores hacia atrás, lejos de su frente—. Ahora…
estoy aquí. Trevor y mi agente piensan que otros equipos preferirían
contratar a alguien joven —finalizó Zac—. Alguien para construir un
equipo y todo eso.
Parpadeé, golpeé el mango de la cuchara contra mi nariz y lo miré. A
esa nariz de príncipe de Disney y la silueta de su boca y el resto de su
hermoso rostro…
¿Qué diablos le pasaba?
—¿Están preocupados porque ya no eres “joven”? ¿Creen que otros
equipos no te querrían porque eres mayor? ¿Y decrépito? —Quiero decir…
lo estaba pidiendo, ¿no?
Parpadeó. Se quedó boquiabierto y se sentó derecho en mi sofá.
Ofendido. ¿O tal vez estaba herido? ¿Conmocionado?
Jesús, ayúdame. Quizás los tres.
—Solo tengo treinta y cuatro —dijo básicamente en un tono que
podría haber herido mis sentimientos hace una década. Ojos más abiertos
de lo habitual, o al menos lo que yo consideraba “habitual” basado en las
expresiones que normalmente lo veía hacer ante la cámara. Sí, se sentía
insultado—. ¿Por qué estás haciendo que suene como si llevara un
andador?
Parpadeé de nuevo, luchando como un maldito infierno para evitar
reírme, porque realmente lo estaba haciendo demasiado fácil. Demasiado
fácil. Y demasiado divertido, a pesar de que se había vuelto loco con su
charla sobre retirarse.
—Solo estoy interpretando lo que dijiste.
Su boca todavía estaba un poco abierta mientras sus cejas se
juntaban, cien por ciento ofendido/sorprendido/herido.
Pero no triste al menos.
Así que no pude evitarlo. Resoplé.
—Oye, tú eres el que está celebrando una fiesta de autocompasión. Se
sintió como una invitación. Eres el que insinúa que eres un anciano y todo
eso. —Muy bien. Y allí estábamos volviendo a la joven Bianca que había
tratado a Zac como a Boogie, bromeando y tomándole el pelo y normal.
Pero se lo merecía. Lo estaba pidiendo.
No había planeado exactamente meterme en eso, pero los viejos
hábitos tardan en morir. Y había cosas peores en el mundo que hacer que
meterse con Zac Travis cuando estaba siendo dramático. Podría tomar
drogas. 112
Zac parpadeó de nuevo, pensando. Me di cuenta de que estaba
jodidamente pensando.
Y luego, luego, lo miré con una expresión que decía eres un idiota.
Porque esa Bianca era la Bianca más joven también. De acuerdo, y la
Bianca adolescente y adulta, especialmente cuando estaba con gente en la
que confiaba y me sentía extra cómoda.
Mi corazón estaba en una página diferente a mi cerebro, y eso estaba
bien.
Entonces, y solo entonces, su boca se curvó. Luego negó con una risa
que sonó como si lo sorprendiera.
—De acuerdo, bien. Hiciste tu punto, chica. No soy viejo. Sé que no lo
soy. Otros equipos pueden sentirse así, pero yo no. Eso es lo que estaba
intentando decir. No he terminado aún.
—No eres tan viejo —aclaré, intentando provocarlo para salir de su
pequeño mundo, poco a poco.
—No. No soy viejo, punto. —Me dio una mirada de soslayo que hizo
que sus mejillas se crisparan—. No realmente.
Pero era demasiado tarde. También estábamos en esto ahora, y esto
era demasiado familiar. Demasiado fácil.
—¿Estás seguro de que todavía puedes manejar lanzar una pelota
unos pocos metros?
Se rió, y fue ligero y asombroso, y no podía haber esperado lo feliz que
me hizo eso.
—¿Unos metros?
Mi respuesta fue encogerme de hombros.
Esa sonrisa torcida suya apareció.
—No recuerdo que fueras tan molesta.
—No recuerdo que fueras tan quejica y negativo. —Recogí un poco
más de frijoles y verduras en mi cuchara antes de agregar—: El Zac de
diecisiete años le estaría diciendo a Vejestorio Zac ahora mismo que
debería dejar de llorar porque algunas personas podrían no creer en él.
¿Recuerdas cuántos problemas te dio la gente en la universidad? ¿Cómo te
dijeron que estabas demasiado delgado en ese entonces? El joven Zac te
diría que lo aguantes y aproveches cada oportunidad que se te brinde,
incluso si eso significa volver a ser suplente. O sustituto. Quién sabe, tal
vez uno de estos jóvenes se lastime y te llamen y te pidan que te hagas
cargo. Solo digo. Si los equipos piensan que ni siquiera quieren
considerarte en primer lugar porque ahora estás en la treintena, no les des
más opción que fijarse en ti. Publica tus entrenamientos en las redes
113
sociales. Aprovecha tu plataforma en Picturegram. Muestra a todos que
todavía lo tienes, e incluso si no sucede nada, al menos sabrás que lo
intentaste. El Zac de diecisiete años te estaría chasqueando los dedos para
que fueras por ello y lo sabes —dije con una sonrisa.
No se rió ni sonrió ante mi comentario como esperaba.
Tal vez había presionado demasiado dada la expresión que había
comenzado a dirigirme antes de girar lentamente la cabeza hacia la
pantalla de televisión apagada. No dijo nada durante mucho tiempo, solo
me preocupé un poco de que se enojara ahora.
Quiero decir, no éramos realmente amigos. Ya no. Lo habíamos sido.
Y no era la misma persona que solía ser capaz de bromear y decirle
mierda porque estaba muy segura de nuestra amistad, o al menos del
afecto que él sentía por mí por lo que había hecho por él.
Pero le había dicho la verdad y no me retractaría. Si no lo volvía a ver
después de esta noche, al menos tendría el recuerdo de mí desafiándolo
sobre el futuro si empezaba a sentir pena por sí mismo. Mamá Lupe había
pensado que había caminado sobre el agua y, a los ojos de Paw-Paw, Zac
no podía equivocarse.
También pensé que él era bastante genial, pero eso no significaba que
iba a sentarme y darle la razón o hacerle pensar que retirarse estaba bien.
Y si querías algo, no abandonabas cuando te encontrabas con un
obstáculo, no si realmente significaba algo para ti. Insistías y lo saltabas.
No me importaba lo que dijeran. No tenía la mayor audiencia en
WatchTube, y eso no significaba que no me esforzara al máximo con cada
video que publicaba. No era menos que otra persona porque tuviesen más
que yo, y no era mejor porque tuviera más que otras personas. Tenía
ambición por mí misma. Por mi futuro.
Y justo cuando abrió la boca para decirme que me ocupara de mis
propios asuntos, o quién diablos sabe qué, sonó su teléfono.
Mi viejo amigo, que había venido para ponerse al día conmigo, me
lanzó una mirada rápida que no supe cómo interpretar, antes de sacarlo
del bolsillo en el que lo había metido y hacer una mueca a la pantalla.
¿Es una chica?, preguntó mi cerebro, sabiendo que no tenía por qué
preguntarme eso, plenamente consciente de que no necesitaba esa
pregunta respondida.
—Es mi agente otra vez —informó Zac en el tiempo que tardó en
volver a sonar el tono de llamada, aunque no tenía que explicar nada—.
Espero que esto no sea embarazoso —murmuró, sonando distraído.
—¿Recuerdas esa vez que vomitaste buñuelo sobre ti mismo porque te
subiste a una montaña rusa justo después de comerlo? Eso fue
embarazoso. No ser reprendido.
114
Su mirada se posó en la mía, y esa boca suya se inclinó hacia un
lado.
—¿Recuerdas eso?
Asentí. ¿Cómo podría olvidarlo? Boogie y yo nos habíamos reído un
par de años atrás cuando fuimos a un carnaval con Connie y los niños y
vimos un puesto de buñuelos. Ni siquiera habíamos necesitado decirnos
nada. Ambos nos echamos a reír de la nada.
—Olvida que sucedió —dijo con una pequeña sonrisa disimulada que
me hizo sentir mejor acerca de su reacción a mi maldita charla antes de
tocar la pantalla y acercarse el teléfono a la oreja—. ¿Sí, señor?
Enfrentando mi televisión apagada para darle un poco de privacidad,
di un par de bocados más mientras él no decía nada. Recoger, masticar,
repetir. Esta sopa estaba buena.
Compartí la receta hace un par de años en uno de mis vlogs. Los
frijoles, las salchichas y las verduras eran una receta de la abuela
Brannen que adapté y modifiqué hace un tiempo de memoria. Nunca
conocí a la abuela Brannen, la mamá de mi papá, pero él me dio sus
tarjetas de recetas para mi cumpleaños cuando tenía dieciséis años.
También tenía muchas propias que modificaba cuando no tenía todos los
ingredientes para otras recetas que me gustaban. También tenía un
montón de mamá Lupe, pero la mayoría siempre se sentían demasiado
personales para compartirlas.
¿Tal vez podría modificarlo un poco con un par de ingredientes y
publicar una receta actualizada? ¿Como una variación, si tenías cosas
diferentes en tu refrigerador?
—No lo digas —respondió Zac de una manera que me hizo mirar hacia
él. Estaba mirando la pantalla de mi televisión. Corrección: a través de la
pantalla de mi televisión. Su barbilla cubierta de barba incipiente estaba
tensa y se parecía a algo en una estatua—. ¿Es eso cierto?
Oh-oh. Podría pensar en mis cosas más tarde.
Siguió mirando hacia adelante, y seguí mirándolo, al perfecto
contorno de su rostro, tratando de captar cualquier pista que pudiera
dejar porque quería saber qué estaba diciendo su agente. ¿Malas noticias?
¿Buenas noticias?
—Sí — continuó Zac, sin darme nada.
Eché un vistazo a una de sus grandes manos y vi que sus dedos
golpeaban su muslo.
Eran malas noticias, ¿no?
Luego respiró hondo, asintió a nadie y dijo con voz tensa:
—Por supuesto que sí. Estaré allí. —Respiró hondo de una manera que
me hizo querer respirar hondo también—. Entendido. Sí. Gracias.
115
Colgó.
¿Estaré allí?
Miré a mi viejo amigo y canté “Dímelo, dímelo, dímelo” en mi cabeza,
con la esperanza de proyectar el mensaje en su mente sin tener que
solicitarlo verbalmente. Porque de hecho no iba a preguntarle. Si quería
decírmelo, genial. Si no lo hacía, también estaba bien. Estaba pisando la
línea con cuidado.
Esa hermosa mandíbula esculpida se giró hasta que sus ojos celestes
se clavaron en los míos. Sin embargo, el aliento gigante que inhaló me
preocupó.
Pero sus palabras no lo hicieron cuando preguntó con una voz
extraña, casi distorsionada:
—¿Enana?
Dejé mi plato en la mesa lateral para darle toda mi atención, lista
para darle un abrazo si lo necesitaba. Y lo quería. Y no dolería si él no.
—¿Sí?
Su nuez de Adán se balanceó cuando tomó otra respiración profunda
por la boca antes de soltarla por la nariz. Aún apretaba sus manos en
puños.
—O alguien no cree que soy demasiado mayor o eres mi amuleto de la
suerte. Conseguí una sesión de entrenamiento con los Miami Sharks.

116
SIETE
—¿Te has enterado?
—¿Enterarme de qué? —cuestioné mientras me desplazaba por la
hoja de cálculo que Gunner prácticamente me había arrojado cinco
minutos antes. Estaba lleno de nombres de miembros anteriores que
habían cancelado sus membresías por una razón u otra. Quería que los
llamara cuando tuviera la oportunidad.
Ya sabes, porque me pasaba todo el día sin hacer nada.
Estaba bastante segura de que si Deandre, el último gerente del
gimnasio, o Lenny o el señor DeMaio, los dueños anteriores, me hubieran
pedido que hiciera llamadas telefónicas al azar, lo habría hecho incluso si
me sentía incómoda, pero como era este idiota el que lo pedía, mi cerebro
quería odiarlo por principio. Había sido aún más idiota desde el día en que
no había aceptado su solicitud de ir y cerrar en mi día libre. Hace apenas
dos días, había revisado el cajón debajo del ordenador en el que trabajaba
y había tirado todos los bolígrafos de colores que me encantaba usar
porque “no eran profesionales”. 117
Me había costado mucho no tirar su almuerzo ese día.
—Están filmando un anuncio al lado hoy. —Por al lado, Deepa se
refería al edificio de MMA junto al que trabajábamos—. El equipo de
cámara llegó mientras estabas en tu hora de almuerzo —explicó en un
susurro. No necesité mirarla al rostro para saber que estaba tratando de
no mover los labios.
Ya sabes, para no meternos en problemas. Porque a eso había llegado
la vida por aquí. Tu jefe tirándote papeles y no atreverte a hablar porque
no querías ser atrapada.
Apenas logré contenerme en frotarme la ceja y suspirar.
—¿Bianca? ¿Me has oído?
—Lo siento. ¿Qué dijiste? ¿Están filmando un anuncio?
—Sí, en el edificio de al lado. Vi al equipo de cámara y escuché a
Gunner por teléfono. Quizás no sea un anuncio de televisión, sino que
podría serlo para alguna promoción en línea. Pensé que querrías ir a ver,
pero ya sabes quién está allí.
—Eso es genial. —Me pregunté qué tipo de equipo estaban usando.
Tal vez podría encontrar una razón para escabullirme allí muy rápido y
echarle un vistazo. No es que necesitara ningún equipo nuevo ya que
acababa de comprar una nueva cámara 4k no hace mucho, pero sería
interesante ver qué estaban usando. Algo muy caro, apostaría.
—¿Estás bien?
Me aseguré de no mirarla cuando respondí:
—Sí. Simplemente no quiero llamar a estas personas. Si quisieran
unirse al gimnasio de nuevo, lo harían. Se van a molestar, ¿sabes?
Por el rabillo del ojo, la vi asentir, y estaba bastante segura de que
también me miró antes de decir en voz baja:
—Bianca, no necesitas quedarte aquí, si solo lo estás haciendo por
mí. Sé que no necesitas este trabajo.
La miré e hice una mueca. Me había dicho lo mismo la semana
pasada en mi apartamento.
—No empieces de nuevo…
El sonido de la puerta principal abriéndose me hizo erguirme, lista
para escanear el llavero de alguien, así tendría una excusa para no
comenzar a revisar la estúpida lista.
Pero tan pronto como la sonrisa apareció en mi rostro, se desvaneció.
Y permaneció apagada cuando los cuatro hombres se acercaron al
escritorio detrás del cual estaba trabajando. El de la izquierda era un 118
hombre corpulento y musculoso con un diminuto mohawk. El tipo del
medio se elevaba sobre el que estaba a su lado, en altura y tamaño. Tenía
el cabello rapado y los dientes más blancos que jamás había visto mientras
se reía de lo que fuera que acababa de decir el grandote. Pero no fue
ninguno de los dos hombres musculosos los que borraron la sonrisa de mi
rostro. O el hombre mayor con el cabello salpimentado y con un traje que
gritaba caro.
Fue el hombre a la derecha quien me hizo mirar en blanco mientras el
grupo se detenía frente a mi escritorio.
Ese cabello rubio oscuro.
Esos ojos que podrían describirse como azul celeste.
Un rostro tan delgado que resaltaba los pómulos altos, la mandíbula
definida y un mentón que solo se había vuelto más lindo con el tiempo.
Una boca que tenía una sonrisa increíble.
Una sonrisa que actualmente se estaba apoderando del resto de esos
rasgos que conformaban un rostro que era impresionante.
Inolvidable.
Pero sobre todo, era familiar.
Y no pude jodidamente evitar ponerme de puntillas, inclinarme hacia
delante y decir un nombre que había pronunciado no hace siquiera ni una
semana cuando había salido de mi apartamento.
—¿Zac?
Maldito Zac, con pantalón de chándal y una camiseta blanca, y sobre
todo, una expresión de sorpresa, pero feliz, en su rostro.
—¿Cariño?
Desde su lugar en el mostrador, Deepa jadeó, y estaba bastante
segura de que susurró:
—¿Ese es…?
Pero no podía procesar el hecho de que sabía que ella era una
fanática del fútbol, y que no le había hablado de Zac, porque estaba
demasiado ocupada sorprendiéndome de que estuviera aquí.
Lo saludé con la mano y luego sonreí a los hombres que lo
acompañaban. Inclinándome contra el mostrador, levanté la barbilla.
¿Cuáles eran las posibilidades?
—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirí.
Había dejado mi apartamento hace una semana en una especie de
trance. Distraído. ¿Quizás sorprendido? Terminó su comida, se ofreció a
119
ayudarme a lavar los platos, le dije que no, y entonces se fue después de
darme un abrazo rápido, diciendo que necesitaba hacer algunos planes y
llamadas. Me aseguré de decirle otra vez que se cuidara y de desearle
buena suerte con el entrenamiento que tenía programado en Miami.
Quiero decir, me había sorprendido y alegrado por él. Por supuesto, pensé
que se sentiría de la misma manera ya que literalmente habíamos estado
hablando de eso, de sus posibilidades y su futuro.
Esa noche me había acostado pensando que me alegraba que hubiera
venido y me hubiera mostrado esas partes de él que esperaba que todavía
estuvieran allí. Había sido fácil resignarme a la idea de volver a verlo en el
futuro. Quizás para la boda de Boogie. No solo unos días después.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con una gran sonrisa en su
rostro radiante.
—Trabajo aquí.
Esas cejas de color castaño claro se elevaron, su expresión de
satisfacción y sorpresa se hizo aún más brillante mientras su mirada se
desviaba hacia el mostrador frente a mí, deteniéndose en el logo pintado
en el frente. Tenía que estar leyendo MAIO HOUSE escrito a lo largo.
—Claro que trabajas aquí, ¿eh? Me olvidé del nombre hasta ahora.
¿Qué estaba haciendo todavía aquí en Houston? ¿Había hecho ya su
entrenamiento en Miami?
Antes de que pudiera pensarlo demasiado, mi viejo amigo bajó la
barbilla y extendió los brazos a los lados en un gesto universal.
—¿No quieres que te vean conmigo en público?
Ehh… ¿no realmente?
Pero, ¿cuán malo sería para mí no recibir un abrazo de él?
Pensé en Gunner por un segundo. Pero... a la mierda.
Rodeando el mostrador, caminé directamente hacia el hombre con el
rostro familiar y envolví mis brazos alrededor de su cuello mientras me
abrazaba, todo cálido y recién duchado por su olor. Me abrazó con fuerza,
básicamente atrayéndome hacia la extensión de un pecho que se sentía
tan duro como había imaginado.
Olía bastante bien también.
Pero aun así me alejé rápidamente y volví a preguntar:
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Estamos haciendo un video para una organización benéfica. —Eso
no me dio noticias de lo que había sucedido con los Miami Sharks, y eso
estaba bien.
—Zac —suspiró exasperado el hombre mayor que había entrado con
él. Lo miré con su traje gris a medida, camisa blanca y corbata rosa claro. 120
Ni siquiera estaba mirando a Zac, sino al teléfono en el que estaba
ocupado escribiendo.
Zac me hizo una mueca que no pude descifrar antes de darnos la
vuelta para mirar a los otros hombres. Me guiñó un ojo.
—Bianca, este es Dwight y este es Kevin —dijo, refiriéndose a los dos
chicos más grandes—. Y este es Trevor, mi mánager. Puedes llamarlo Trev.
Todos ustedes, esta es Bianca. —Su atención volvió a mí al mismo tiempo
que su mano aterrizó en la parte superior de mi cabeza de una manera que
me recordó a como lo había hecho a menudo mientras crecía—. Nos
conocemos desde hace veintitantos años.
Veinticuatro, pero está bien, no hay necesidad de ser técnico.
Estaba bastante segura de que Deepa soltó un grito ahogado, pero no
la miré. Iba a tener que dar algunas explicaciones después de esto.
Llegaría allí.
Le tendí la mano al tipo más grande porque era el único que me
sonreía.
—Encantada de conocerte.
—¿Cómo te va? —respondió el hombre, tomando mi mano en una que
era tres veces más grande que la mía. Y eso decía algo, porque yo no era
una persona enorme, pero tenía manos bastante grandes.
—Bien, gracias. —Me volví hacia el otro chico y estreché la suya
también. Era grande, pero no tanto como el otro—. Hola.
—Hola.
Luego me volví hacia el hombre mayor, Trevor, y le tendí la mano
también porque dudaba mucho que recordara haberme conocido hace
años.
Miró mi palma extendida, y luego yo también. ¿Había algo mal en
ella?
Y fue entonces cuando Zac se acercó, agarró la mano de su mánager
de donde había estado colgando libremente a su costado y la extendió
hacia mí.
Tomó todo lo que había en mi alma mantener expresión seria cuando
deslicé mi mano en la suya casi flácida, solo alzada por Zac, que todavía la
sostenía y la movía hacia arriba y hacia abajo con brusquedad mientras
sacudía la mía. Lo miré y pude ver lo delgada que era su boca… porque
también estaba tratando de no reír. Lo había visto hacer la misma
expresión un millón de veces en el pasado.
Sacudimos un poco más, mucho más de lo necesario o normal, hasta
que el otro hombre finalmente me dio un apretón suave en la mano y
aparté la mía de la suya con una mirada a Zac con ojos risueños.
121
Y pensó que yo era una pesada.
Supongo que había tenido razón acerca de que Trevor no era
agradable por los recuerdos que tenía.
—Hola —dije, luchando por mi maldita vida para no sonreír—. Mucho
gusto. —Excepto que no realmente.
—¿Necesitas que mueva tu boca también o…? —Mi amigo se calló, y
no supe hasta entonces cuán difícil iba a ser no reírme de lo grosero que
estaba siendo este hombre y que no era inaudito por la forma en que Zac
estaba actuando. Esa era la única razón por la que no hirió mis
sentimientos.
Algo me dijo que esto era normal para él. Eso, y Zac ya me había
dicho que este hombre era capaz de no ser muy amable. ¿Por qué diablos
estaba todavía con él? Tal vez algún día podría introducir la pregunta en
una conversación con Boogie. Probablemente lo sabría.
El hombre mayor le dirigió a Zac una mirada de disgusto que me
habría resultado insultante si no hubiera sentido que era así con todos.
—Hola —dijo Trevor con todo el entusiasmo de alguien a punto de
hacerse una colonoscopia sin el uso de drogas—. Ya nos conocimos. Eras
la que le salvó la vida.
¿Recordaba eso?
Zac se volvió para mirarme entonces, con los ojos azules brillantes y
esa maldita boca torcida hacia un lado como si también estuviera
sorprendido de que Trevor me recordara. ¿Quizás no recordaba que nos
habíamos conocido? No estaba segura y no tuve la oportunidad de
pensarlo mucho porque la expresión divertida que le estaba lanzando a su
mánager me borró la memoria.
—Zac, esta es mi amiga Deepa —dije, haciendo un gesto detrás de mí.
Ella chilló y saludó.
Zac esbozó su sonrisa educada y la saludó brevemente antes de
volverse hacia mí.
—¿A qué hora sales, enana?
—Cuatro. —Casi le pregunté a qué hora terminaría, pero decidí no
hacerlo. No quería que asumiera que estaba preguntando porque quería
pasar el rato.
Sin embargo, antes de que ninguno de los dos pudiera decir otra
palabra, la puerta lateral que conducía al exterior se abrió. Mi corazón dio
un vuelco porque no quería que me atraparan y me regañaran.
Afortunadamente, apareció un rostro que no reconocí. La mujer se detuvo
al ver a los cuatro hombres parados allí y dijo:
—Oh. Están aquí. Genial, vamos. Empezaremos. 122
Le sonreí a Zac y me alejé un paso de él cuando Trevor le dijo algo a la
mujer que no pude oír del todo.
—Bueno, diviértanse. Fue un placer conocerlos a todos.
Zac sonrió y, maldita sea, no pude evitar sonreír.
—Te enviaré un mensaje más tarde, chica —me dijo.
Me encogí de hombros, no quería que se sintiera obligado a hacerlo si
se olvidaba o tenía otros planes. No había manera en el infierno de que él
pensara que asumí que nos veríamos con regularidad. Ya estaba
sorprendida de que nos hubiéramos visto tanto como nos habíamos visto.
¿Tres veces en menos de dos meses? Ni siquiera podía ver a los miembros
de mi propia familia con tanta frecuencia.
Además, no tenía ni idea de lo que estaba pasando con él y el fútbol.
Pero esa debía haber sido la forma incorrecta de responder porque no
me perdí la forma en que sus ojos se entrecerraron, solo un poco, pero lo
suficiente. Fui salvada de cualquier pensamiento que tuviera en la cabeza
cuando su mánager gritó:
—¡Zac!
Esos ojos azules se posaron en mí, todavía pensativos, mientras daba
un paso atrás.
—Te escribiré luego.
Seguro que lo haría, pero aun así le di una sonrisa esa vez.
—Si tienes tiempo y quieres. Ten un buen día.
La expresión pensativa que estaba haciendo no fue a ninguna parte
cuando se dio la vuelta y se dirigió hacia sus amigos y mánager, dándole
una palmada en la espalda a Trevor. Todos siguieron a la mujer por la
puerta y entraron al edificio adyacente al que yo trabajaba. Pensé que Zac
podría haber echado un vistazo por encima del hombro por última vez,
pero no estaba segura ya que terminó en medio de sus amigos, o
quienquiera que fueran.
Dándome la vuelta, diciéndome que no debería esperar una mierda,
encontré a Deepa parada en el mismo lugar en el que había estado ante la
barra de jugos, con los labios entreabiertos.
Y frente a ella, había un miembro regular que reconocí haciendo lo
mismo.
Fue él quien preguntó:
—¿Conoces a Zac Travis?
Y fue Deepa quien preguntó:
—¿Cómo conoces a Zac Travis?
Bueno, me había metido directamente en esa mierda. Regresé a la
123
recepción antes de que mi suerte se acabara y Gunner reapareciera.
—Crecimos juntos. —O al menos tan juntos como dos personas con
una diferencia de edad de siete años podrían.
Afortunadamente, más o menos, la misma puerta por la que Zac
había entrado se abrió, y ambas intentamos instantáneamente parecer
ocupadas. Tomé el teléfono del trabajo y miré la lista que me había dado
Gunner, y por el rabillo del ojo vi a Deepa ponerse en cuclillas y hacer
como si estuviera revisando un estante. Por qué, no tenía ni idea, pero
parecía ocupada y tuve que esforzarme por no hacer una mueca.
Sabía que me iba a llenar de preguntas más tarde.
—Entiendo —comencé a decir en el receptor a pesar de que no había
nadie en el otro extremo—. Muchísimas gracias por su tiempo. Espero que
tenga en cuenta Maio House si alguna vez regresa.
Hombre, era buena.
Y afortunada, porque justo cuando terminé mi perorata de mierda, vi
a Gunner en mi visión periférica, deteniéndose justo frente al escritorio en
el momento en que volví a colocar el teléfono en la base.
El idiota golpeó el mostrador y me tomó mucha paciencia no poner los
ojos en blanco y mirarlo impasiblemente.
—¿Cómo van las llamadas?
—Bien. —Mantuve mi rostro estoico—. ¿Necesitas algo?
—¿Puedes quedarte hasta tarde hoy?
—No, no puedo.
Su mandíbula se movió un poco hacia un lado.
—¿No hay ninguna forma?
—No. —Me ofreció un puesto de tiempo completo justo después de
que la gente empezara a renunciar, y le dije que era un gran no. Porque lo
era.
Su mandíbula se movió un poco más.
—Sabes, es muy desafortunado que parezca que nunca puedes
quedarte cuando se te necesita —dijo el idiota, notando mi estado de
ánimo e ignorando descaradamente el hecho de que me había quedado
hasta tarde recientemente.
Excepto en los días que lo pidió.
—Me quedé una hora más ayer y hace tres días… —Me detuve,
llamándolo imbécil con mis ojos.
—¿De qué me sirve eso hoy?
Y la gente se preguntaba qué llevaba a las personas normales y
agradables al asesinato en primer grado. 124
Siempre había sido una jugadora de equipo, pero él era un dolor en el
culo, simplemente no podía encontrar en mí hacerle un favor. Los dos días
que me quedé hasta tarde habían sido después de que ya se hubiera ido,
de lo contrario también habría dicho que no. El nuevo subdirector, que
había sido contratado después de que todos los demás renunciaran,
estaba bien, pero ninguno de nosotros tenía ninguna confianza en que nos
protegiera contra la ira de Gunner.
Por otra parte, no era mi problema que no hubieran contratado a
suficiente gente nueva. Había visto a algunos venir a la entrevista y no
estaba segura de por qué casi ninguno regresó. O tal vez habían sentido la
maldad en él y no habían aceptado las posiciones para las que habían
optado.
—Estoy seguro de que puedo encontrar a alguien que esté dispuesto a
hacer horas extras si tú no lo estás.
Aquí íbamos de nuevo.
Mantuve el rostro impasible y dije:
—Estoy segura de que puedes.
Imbécil.
Eso jodidamente lo selló. Contra viento y marea, iba a salir de este
lugar.
Iba a buscarle otro trabajo a Deepa en otro lugar. Si me aburría en
casa, podría aprender un pasatiempo. Quizás podría aprender un idioma.
Ser voluntaria.
Gunner hizo una mueca, claramente irritado, y señaló las hojas que
tenía frente a mí.
—Asegúrate de completar esa lista antes de irte.
Ni siquiera me molesté en darle una falsa sonrisa dulce, en lugar de
eso, me conformé con asentir. Solo una vez. No se merecía más que eso.
Y, por suerte, unos tres segundos después de terminar de quejarse a
Deepa sobre mantenerse ocupada, mi teléfono vibró con un mensaje
entrante.
Lo miré en el segundo en que se alejó lo suficiente.
Era Zac. Otra vez.
512-555-0199: ¿Estás libre esta noche?
¿Esta noche?
Yo: Sí.
¿Por qué?
Respondió a mi pregunta con su siguiente mensaje.
125
512-555-0199: ¿Puedo pagarte para que me lleves a un
concesionario?
Frunciendo el ceño, alcé la mirada para asegurarme de que nadie me
prestaba atención y luego le envié un mensaje.
Yo: ¿¿Pagarme??
¿Y por qué me preguntaría a mí y no a Trevor o CJ o alguna de las
otras trescientas personas que aparentemente conocía?
512-555-0199: Con dinero.
Hice una mueca hacia mi pantalla y lo pensé por un minuto.
Yo: Despierta. No vas a pagarme. Puedo llevarte. Avísame cuando
quieras ir.
512-555-0199: ¿Estás segura?
Quiero decir, no lo estaba, pero… lo estaba.
Podía hacerlo, así que lo haría. Si podía hacer algo por los demás, al
menos seres humanos decentes, sin contar a Gunner porque era un idiota,
entonces lo hacía. Así de sencillo.
Yo: Sí.
El chasquido de dedos me hizo alzar la mirada.
Deepa me estaba fulminando con la mirada.
—Creo que tienes que dar algunas explicaciones.
Mierda.

—Hola, CJ.
CJ me sonrió mientras abría la puerta.
—Hola, Bianca. —Su mirada fue directamente a mis manos.
Mis manos vacías.
—No traje ningún aperitivo. No he filmado todavía —expliqué—. Estoy
planeando hacerlo al final de la semana.
Porque era verdad.
Después de esa última conversación con Gunner, supe que tenía que
salir del gimnasio. Necesitaba sacar a Deepa de allí. Tenía buen corazón,
era inteligente y detallista, pero había un par de personas en las que no
confiaba o con las que era demasiado amigable. Se había mudado a
Houston para ir a la escuela, pero sabía que no se había inscrito para el
próximo semestre de otoño. Estaba pendiente de ella porque no conocía a
nadie más que lo hiciera además de su madre, pero…
Tenía que elegir mis batallas, como estaba segura de que Connie tuvo 126
que hacer conmigo montones de veces.
Sabía lo afortunada que había sido porque, a pesar de que mis padres
no habían estado muy activos en mi vida, había tenido otras personas que
dieron un paso al frente y me hicieron responsable. Eso me afianzó.
Cuanto mayor era, más me daba cuenta de lo importantes que eran cosas
como esa.
Por eso en parte no la dejaba, sabiendo que el único miembro de su
familia estaba a unos cientos de kilómetros de distancia.
En todo caso, estaba mucho más agradecida de tener algo
esperándome fuera del gimnasio.
Odiar a mi jefe era agotador. Había partes buenas y malas en
concentrar todo mi tiempo en The Lazy Baker, como en todos los trabajos.
La gente hablaba muchas mierdas en la sección de comentarios y en las
redes sociales, era mucho trabajo ya que yo lo hacía casi todo, y ahora era
muchísimo más estresante. No lo había sido hace años. Pero eso fue antes
de que empezara a verlo más como mi futuro y menos como un
pasatiempo divertido que hacía aparte.
“No existía el trabajo perfecto”, me dijo Boogie un día cuando recibí
uno de los primeros comentarios desagradables en mis videos y me
encontró llorando.
Pero si me iba a enojar, al menos sería en mis propios términos.
Y aunque nunca había empezado a hacer vlogs con expectativas
reales, no significaba que no fuera a llevarlo al siguiente nivel si podía. No
desperdiciabas oportunidades en la vida… al menos yo no lo haría.
Así que iba a hacer esta mierda y hacerlo bien.
Parte de eso era terminar de armar mis recetas y finalmente contratar
a un fotógrafo para mi libro de cocina. También necesitaba ver la
posibilidad de renovar mi sitio para poder tener más espacio para los
ingresos publicitarios en él. Por último, también necesitaba dar pasos más
conscientes sobre el negocio, porque no había aprovechado mi alcance
hasta casi demasiado tarde. No me lo había tomado lo suficientemente en
serio durante mucho tiempo.
Pero eso era mierda para pensar en el trabajo o en casa. Mi plan B, C,
D y todos los posteriores. Mi futuro.
En fin.
Estaba bastante segura de que el hombre, que ahora que lo volvía a
ver sin nervios tenía que tener mi edad, grandes ojos marrones y un par de
cicatrices de acné quístico en las mejillas, asintió una vez.
—¿Qué vas a hacer?
Entré y esperé a que cerrara la puerta detrás de mí.
—Estoy modificando una vieja receta de sopa y estaba pensando en 127
intentar hacer brownies.
—¿Brownies? —preguntó el compañero de casa de Zac mientras nos
dirigíamos hacia la cocina. Tenía que medir uno setenta y ocho, uno
ochenta como máximo.
Vi una figura masculina que salía disparada de la cocina en dirección
a la esquina donde estaban las escaleras. ¿Quién diablos había sido eso?
Estaba bastante segura de haber visto un pantalón gris y una camisa
blanca. ¿No era eso lo que Trevor llevaba antes? Me pregunté, pero volví a
centrarme en la pregunta de CJ.
—Sí, pero no quiero usar huevos.
CJ genuinamente hizo un sonido de “hmm” a mi lado.
—¿Qué vas a usar en su lugar? ¿Un huevo de linaza?
¿Un huevo de linaza? ¿Cuántos de mis videos había visto? No los
usaba tan a menudo. Lo miré.
—Nah. Estaba pensando que los plátanos podrían funcionar para
integrarlo todo. ¿Qué piensas? —cuestioné cuando nos detuvimos en la
sala de estar y en el área de la cocina. Zac no estaba cerca. Le había
enviado un mensaje en el camino, pensando que era mejor avisarle en caso
de que estuviera ocupado y necesitara dejarme plantada antes de que
llegara. Pero me había respondido y no había dicho nada sobre estar
ocupado.
Estaba bien. Estaba genial. Tal vez estaba en el baño.
El jugador de fútbol —había olvidado buscarlo o preguntarle a Connie
sobre él— apoyó el culo en el respaldo del sofá color paja y me miró con
sus ojos castaños oscuros.
—Tampoco usaste huevos en tu receta de pan de plátano, y al menos
quedó bien en el video. No funcionó para mí, pero apuesto a que integraría
todos tus ingredientes.
—¿No funcionó para ti?
—No soy bueno en la cocina —dijo con seriedad—. Deberías probar
con los plátanos.
¿Cuántas cosas había arruinado antes?
—Creo que lo haré. Y quiero intentar no usar harina tampoco.
—¿No hay harina para los brownies?
Le sonreí.
—Todo el mundo usa harina para los brownies. Tengo que intentar
hacerlos diferentes de alguna manera.
—Por una razón —dijo el compañero de casa de Zac, sonando muy 128
escéptico.
—Sí, pero no quiero… Aww, no pongas esa expresión. Estaba
pensando en usar mantequilla de cacahuete o tal vez mantequilla de
almendras por algunas grasas saludables… pero probablemente
mantequilla de cacahuete porque más personas la tienen en sus
despensas.
—Me gusta la mantequilla de cacahuete. —Algo de escepticismo
desapareció de su rostro y sus ojos dejaron de estar tan entrecerrados—.
¿Entonces no vas a usar chispas de chocolate?
Negué.
—No. Quiero reducirlo a menos de cuatro o cinco ingredientes. —
Todas mis recetas eran lo más sencillas posible. Eso era parte de mi “cosa”
con mis recetas.
Arrugó la nariz y eso me hizo sonreír de nuevo.
—El cacao en polvo será demasiado amargo si está pensando en
usarlo.
Cacao en polvo. Mira a este tipo. Iba a hacer que me desmayara.
—Sí, lo sé. Sin embargo, el cacao en polvo podría estar bien y es más
fácil de encontrar.
CJ me dirigió una expresión pensativa e incrédula, pero asintió
después de un momento.
—Si son decentes, los traeré —ofrecí.
—¿Qué vas a traer?
Me volví para encontrar a Zac cruzando la sala de estar, recién
duchado y sonriéndome. Llevaba su atuendo habitual, su rostro recién
afeitado.
—Brownies sin harina, pero solo si son decentes. —Le di una mirada
a su compañero de casa.
CJ gruñó, enderezándose del sofá en el que estaba apoyado.
—Con plátanos y sin chispas de chocolate —me recordó, haciendo
que pareciera casi una acusación.
Zac se detuvo frente a mí, y solo me congelé por un segundo antes de
levantar la mano y poner mis brazos alrededor de su cuello, los suyos
envolviendo mi cintura mientras nos abrazábamos con fuerza. Dando un
paso atrás después de un segundo, sonreí a Zac incluso mientras le decía
a CJ:
—Tal vez estarán muy buenos. ¿Quién sabe?
Eso hizo que CJ hiciera ruido con la nariz.
129
—¿Como la primera vez que trataste de hacer Funyuns3?
Dejé de reírme.
El otro hombre esbozó una sonrisa.
—Llenaste de humo tu cocina la primera vez, y la segunda vez
escupiste lo que hiciste.
Podía sentir la mirada de Zac en mi rostro mientras murmuraba:
—Hay algunas cosas que debes dejar a los profesionales. —Me había
olvidado por completo de llenar de humo la maldita cocina. Ese fracaso de
Funyuns caseros había sido mi primer error en mi apartamento. Para ser
justos, incluso la segunda vez habían sido bastante repugnantes, como
papel de lija espolvoreado con ajo y cebolla en polvo. Me rendí después de
eso. Cualquier magia que pusieran en los aperitivos era un secreto y
debería mantenerse así.
CJ se rió disimuladamente al mismo tiempo que Zac preguntó en un
tono confuso, esos ojos azul claro moviéndose entre su compañero de casa
y yo:
—¿Ustedes dos ya se conocían?
Fue CJ quien respondió.

3 Es un aperitivo de maíz con sabor a cebolla.


—No. —La pausa que hizo me dio tiempo suficiente para mirar al otro
hombre—. ¿No viste ese video?
¿No le había dicho a CJ que estaba bastante segura de que Zac no
sabía nada de mi vlog? Bueno, estaba destinado a suceder con el tiempo,
especialmente con lo mucho que nos habíamos estado viendo. Me rasqué
la mejilla y me agaché con cuidado, fingiendo atarme la zapatilla mientras
me daba un par de segundos para averiguar cómo diablos iba a explicar
esto.
—¿Qué video? —inquirió mi viejo amigo.
Hice una mueca hacia mi zapatilla negra, pero su compañero de casa
me ganó de nuevo.
—El de los Funyuns.
—¿Cuál de los Funyuns? ¿Te refieres al aperitivo?
Sí, no tenía ni idea.
Me tomé mi tiempo para terminar el nudo que no había necesitado ser
atado en primer lugar.
—En su vlog —respondió CJ por mí—. The Lazy Baker.
Mierda. Bueno, ahí estaba la verdad. Me puse de pie y al instante
atrapé los ojos azules que se habían dirigido hacia mí.
130
Zac frunció el ceño un poco.
—¿Qué? ¿En WatchTube?
—Sí.
De acuerdo, definitivamente no había sido así como esperaba que
sucediera, pero supongo que podría haber sido peor.
De acuerdo, no estaba segura de cómo podría haber sido peor, pero
estaba segura de que había una manera.
Había omitido algo importante a propósito cuando me había
preguntado específicamente cómo me había ido la vida. Para ser justos, no
había pensado que nos volveríamos a ver tan pronto. Pero ninguna de esas
excusas importaba en ese momento porque fui atrapada de la peor
manera.
Entonces Zac me miró y me sentí como si midiera ocho centímetros.
Por lo que tenía que ser la vigésima vez desde que nos habíamos visto,
me encogí de hombros de nuevo, como si no fuera para tanto, a pesar de
que una parte de mi instinto se dio cuenta de que… bueno, él podría no
pensar que no era para tanto que hubiese omitido a propósito una gran
parte de mi vida.
O tal vez era solo mi culpa por no decírselo a propósito cuando había
tenido muchas oportunidades para hacerlo.
Había tenido buenas intenciones, pero eran difíciles de explicar.
Mentir tenía la capacidad de hacer que una persona se sintiera como
un pedazo de mierda; a veces un pequeño pedazo de mierda, a veces un
pedazo de mierda gigante, pero no obstante un pedazo de mierda. Y ahora
yo la pequeña pedazo de mierda tenía que reconocer lo que había hecho:
no decirle algo que era importante para mí. Muy importante para mí.
Porque había sido una imbécil.
—Tengo un canal WatchTube, Zac. Grabo videos y los subo —intenté
explicarle al hombre confundido que me miraba—. Pruebo a hacer cosas,
comida, por diversión.
De acuerdo, eso fue una exageración. Tenía un horario. Publicaba
videos el mismo día y a la misma hora todas las semanas. Todos tenían
aproximadamente la misma duración. Escogía mi ropa y la planchaba
antes de filmar. Hacía mi maquillaje con cuidado. Alisaba mi cabello.
Pasaba horas editando cada video. Respondía cientos de correos
electrónicos y comentarios a la semana. Trabajaba en mi sitio web con
regularidad. Regateaba con patrocinadores que querían que promocionara
sus productos en mis videos.
Había ganado dinero con eso y un poco me había hecho un nombre.
Y casi lo había perdido todo. Mantenerlo había tenido un costo muy
alto. Había vaciado mi cuenta bancaria. Por eso no había pensado en dejar 131
el gimnasio hasta hace poco.
Ese hermoso rostro se giró hacia mí aún más, con las cejas fruncidas,
y por la mirada en sus ojos me di cuenta de que realmente estaba
pensando en lo que acababa de explicar.
—¿Por qué no lo sabía?
Porque no había preguntado por mí en años, pero no dije eso. Solo me
encogí de hombros. De nuevo.
—En realidad no se lo cuento a nadie a menos que lo mencionen. Solo
una persona en mi trabajo lo sabe: la chica que te presenté. —Me rasqué
la nariz de nuevo—. No es importante —insistí.
Por el rabillo del ojo, vi el rostro de CJ arrugarse.
—¿No tienes un millón de suscriptores?
No estaba ayudando, no estaba ayudando en absoluto, y la expresión
que le disparé lo transmitió.
—Más o menos. —Era más que eso ahora, pero…
El ceño de Zac se hizo aún más profundo, y había algo en sus ojos
que hizo que mi estómago se encogiera.
—¿Horneas en los videos? —preguntó.
—Hornea, prepara comidas, aperitivos, pero no se para mucho a
pensar las recetas y las estropea de vez en cuando —explicó CJ, todavía
sin ayudarme, pero probablemente pensando que sí.
Bendito fuera su corazón.
Bueno, me había provocado esto yo misma, y tenía que admitirlo.
—Las invento sobre la marcha, y no escribo nada hasta que estoy
frente a la cámara —confirmé. Siempre me molestaba muchísimo que la
gente asumiera que destrozaba recetas a propósito—. Sin embargo,
estropear es parte de lo que les gusta a los espectadores. A la gente le
gusta ver fracasar a otras personas. —Mis videos más vistos eran sin lugar
a dudas los de mis fracasos.
El rostro de Zac todavía estaba fruncido mientras sacaba su teléfono
de su bolsillo.
—¿Estás en WatchTube?
¿Tenía que decirlo así? ¿Totalmente sorprendido?
—Sí, y en Picturegram, pero no es para tanto. En serio, no necesitas
verlo. La mayoría de los videos son muy cortos y me hacen maldecir
cuando me equivoco. No te estás perdiendo ninguna…
—¿Cómo se llama? The Lazy… —interrumpió mi viejo amigo mientras
se concentraba en su teléfono. 132
—The Lazy Baker —respondí, pero mi corazón todavía se aferraba al
hecho de que había estado haciendo mis videos durante años, y si Zac
hubiera preguntado genuinamente por mí… bueno, Boogie probablemente
se lo habría contado todo. Se lo había contado a otras personas y, al
parecer, le había dicho a él otras cosas.
Maldición. Eso dolió un poco. Podía admitirlo.
De acuerdo, quizás más que un poquito.
Esos ojos azules se encontraron con los míos, y de repente esperé que
no pudiera decir por mi expresión lo que estaba pensando. ¿Cómo no
pudiste preguntar por mí en tanto tiempo, Snack Pack? ¿Eh? ¿Cómo?
Pero si pudo, no se centró en eso, porque lo siguiente que preguntó
fue:
—¿Te llaman The Lazy Baker?
Bueno. Bien. De acuerdo. Forcé una pequeña sonrisa en mi rostro
mientras asentía.
—No hago nada que sea demasiado complicado o que tenga
demasiados ingredientes.
Y afortunadamente, por suerte, uno de mis más viejos amigos —mi
más viejo amigo con el que honestamente no estaba relacionada por
sangre—, miró otra vez su teléfono mientras tocaba la pantalla, tecleando
quién sabe qué.
—Lo encontré… Jesucristo, enana. ¿No es para tanto? ¡Dice que tiene
más de cuatrocientos videos subidos aquí! —exclamó con un movimiento
de cabeza y con tanta sorpresa en su tono que no pude evitar sentir
orgullo por lo que había construido, por lo que había hecho y por lo que
había luchado. Tal vez no le había importado lo suficiente para preguntar
sobre mí, pero yo lo había intentado. Por mí. Por mamá Lupe. Había hecho
todo lo posible y había personas que estuvieron orgullosas de mí y felices
por mí todo el tiempo durante el camino.
Tal vez me avergonzaba hablar de eso, de mencionarlo
principalmente, pero estaba orgullosa de mí misma y no iba a permitir que
el que se olvidara de mí me hiciera sentir pequeña ahora. No lo hacía. La
vida era buena a pesar de la pequeña mierda que podía cambiar para
hacerla incluso mejor.
Para calmar ese dolor en mi pecho y alejarlo, me incliné sobre él y
miré su teléfono. Había seis millones de visitas en el primero.
—Eh, no todos tienen tantas visitas. Ese se volvió viral porque mi
madre me incendió el cabello cuando intentamos hacer crème brûlée.
Ese había sido un día agridulce. Mi madre había estado tan feliz… y
entonces no supe de ella durante un mes después de eso. Ni siquiera podía 133
decir que era la primera o la última vez que sucedió. Lo mismo de siempre.
Esos ojos azules se deslizaron hacia mí.
Y CJ siguió sin ayudar.
—El que hiciste con tu primo, creo que estabas haciendo algunas
galletas sin hornear, ese también tuvo muchas visitas.
Sabía exactamente de qué video estaba hablando, y aún más placer
llenó mi cuerpo.
No había nada por lo que sentirse mal. De verdad que no.
Zac parpadeó, inconsciente, y le sonreí, intentando superar este dolor
de una vez por todas. No es para tanto, me repetí, esperando creerlo
cuanto más lo dijera y lo pensara.
—Sí, porque las escupió. —Conteniendo la respiración y luchando por
controlar el no-dolor del que todavía estaba huyendo, intenté llamar la
atención de Zac. No es su culpa. No quiso hacerme daño—. Sabes lo
dramático que puede ser Boogie.
Pero la expresión en el rostro de Zac —sorpresa mezclada con tal vez
confusión o algo parecido— fue como una patada en la parte posterior de
mis rodillas.
—Nunca dijo una palabra —admitió con una voz que se había vuelto
baja—. Me contaba que te había visto o que estabas bien, pero eso era
todo.
¿En serio? Boogie nunca había dicho una mierda sobre Zac
preguntando por mí. Ni una sola vez. Por otra parte… él me conocía mejor
que nadie y habría sabido que no quería oírlo. Las acciones hablaban más
que las palabras todos los días de la semana.
Tuvo todas las oportunidades para descubrirlo por sí mismo.
Levanté el hombro, enderezándome un poco más.
—En serio, no es tan importante. Estoy segura de que tienes mejores
cosas que hacer con tu tiempo.
CJ hizo un ruido mientras se levantaba.
—Atrapé a Amari viendo uno el otro día entre sets mientras
entrenábamos.
Aww. Eso me hizo animarme.
—¿Es alguien que ustedes dos conocen?
Fue Zac quien respondió con voz todavía rara.
—Sí. Un novato. Es un receptor que ha estado atrapando la pelota
para mí. Fue seleccionado por los White Oaks. 134
Sí, no tenía ni idea de quién estaba hablando. Solo había visto el
draft, donde cada equipo de la NFO escogía nuevos jugadores para sus
organizaciones, un año. El año que Zac había estado allí.
—¿Qué video debería ver primero?
Dije, “Ninguno” al mismo tiempo que CJ respondía, “Las galletas con
chispas de chocolate sin hornear”.
—Maldita sea, CJ —solté antes de poder detenerme—. Lo siento, CJ.
Lo dije en serio, pero aun así lo siento.
El hombre se rió por primera vez desde que lo conocí, y fue tan
profundo como su voz.
—Estamos bien. Pero ese es mi favorito. Deberías ver ese.
A mi lado, y básicamente encima de mí, Zac pulsó en el cuarto video
por abajo cuando dije:
—De verdad que no necesitas hacerlo.
Su dedo índice se detuvo en la pantalla, y no estaba segura si me
imaginé el dolor en su tono de voz cuando preguntó:
—¿No quieres que los vea?
—No es eso. —En cierto modo lo era, y estaba bastante segura de que
ambos lo sabíamos—. Son solo videos tontos, ¿y no tienes que ir al
concesionario o algo así? —No estaba segura de lo que tenía que hacer. No
estaría comprando un auto si no estuviera seguro de dónde terminaría,
¿verdad? Tampoco había visto pruebas de que tuviera un auto aquí.
Agachó la cabeza, sus ojos azules moviéndose entre los míos antes de
darme una pequeña sonrisa que parecía mucho más herida de lo que
hubiera esperado. O deseado.
—¿Qué tal uno y nos vamos?
¿Tenía que ir y hacerme sentir mal?
—Bueno. —Maldición—. Está bien… solo uno.
Me dirigió otra pequeña sonrisa que definitivamente era apagada
mientras su dedo tocaba el botón de reproducción de su pantalla.
Y me encogí a lo grande interiormente.
—¡Hola, amigos! Soy Bianca, The Lazy Baker, y hoy estoy aquí con un
invitado muy especial, ¡mi primo Boogie!
Oh, Dios, quería que lo detuviera, y tuve que obligarme a mirar su
rostro.
Zac sonreía débilmente.
—Hola. —La voz de Boogie se escuchó por el altavoz.
—Hoy vamos a intentar hacer galletas con chispas de chocolate sin 135
hornear. ¡Deséennos suerte! Como con todas mis recetas, vamos a intentar
hacer esto con la menor cantidad de ingredientes posible para comenzar.
Nuestro primer ingrediente será…
—Anacardos salados —intervino Boogie.
—Una taza de anacardos salados y… redoble de tambores, Boog…
—¿Dátiles?
—Sí, Boog, dátiles de Medjool. Confía en mí. Estoy pensando en… 225
gramos. También podría utilizar todo el paquete para que no se estropeen.
Y todo fue cuesta abajo después de eso.
Pero lo que me hizo sonreír fue la risa que brotó de Zac durante la
versión larga del video de cuatro minutos. Había un video rápido de un
minuto de duración que había subido a Picturegram poco después que era
más un clip destacado.
Para cuando el producto final salió del congelador, quince minutos
más tarde, había lágrimas en los ojos de Zac y, lo más sorprendente, en un
momento deslizó un brazo alrededor de mis hombros y prácticamente me
tuvo como rehén contra su cálido costado mientras Boogie se atragantaba.
—Maldita sea, B, esto sabe a culo.
No necesitaba mirar la pantalla para saber que me había estado
poniendo roja en ese momento mientras respondía, avergonzada como
siempre lo estaba y siempre lo estaría cuando algo salía jodidamente atroz:
—¿Cuánto culo has probado?
Pero cuando Zac se limpió los ojos, bueno… no me importó en
absoluto, especialmente cuando me miró con sus brillantes ojos azules y
negó.
—Chica, me olvidé de esa boca. —Una comisura de su boca se elevó—
. Eres adorable.
Oh.
Bien.
Le di una pequeña sonrisa. Iba a dejar pasar el comentario de
“adorable”.
—Quiero decir, todo va cuesta abajo a partir de ahí, así que no creas
que el resto mejora.
—Jodidamente dudo eso, cariño. —Zac miró directamente a mi alma
entonces, su brazo todavía rodeándome—. Lo dudo mucho.

136
Zac actuó un poco raro durante todo el viaje hasta el concesionario de
automóviles. No podía señalar exactamente lo que estaba haciendo que
fuera extraño, especialmente porque no conocía totalmente esta versión
adulta de él, pero había una tensión que era similar a la última vez que
nos vimos en mi apartamento. Y era demasiado cobarde para preguntarle
qué estaba pensando.
En cambio, me había conformado con preguntarle qué iba a hacer en
el concesionario… pero me había guardado la cuestión sobre por qué me
llevaba a mí en lugar de a otro.
—Lo dejé hace un par de semanas para que lo revisen. Hubo un
problema con el sistema eléctrico —respondió—. Necesito recuperarlo en
caso de que tenga que mudarme en el último minuto.
Mudarse en el último minuto. Porque firmó con otro equipo, supuse.
—Oh —dije, intentando hacer que pareciera que no era muy
entrometida sobre los detalles—. ¿No te dieron uno de alquiler?
Por el rabillo del ojo, lo vi encogerse de hombros.
—Me ofrecieron uno, pero Trev nunca está, así que uso su auto
cuando lo necesito.
Eso todavía no explicaba por qué no pidió un auto para llevarlo, o por
qué no le preguntó a CJ ni a nadie más, pero… ¿tal vez era porque mi vida
parecía la menos ocupada o importante? Ese era un pensamiento
malicioso.
—Así que… —Me detuve, diciéndome por milésima vez que su carrera
no era asunto mío, pero iba a preguntar de todos modos—. ¿Puedo
preguntar cómo fue tu prueba en Miami?
Estaba mirando por la ventana cuando respondió:
—Bien.
Bien.
Eso fue lo que jodidamente obtuve. Debería haberme callado y sumar
dos y dos.
Zac suspiró y se frotó la frente.
—No me iban a fichar. Lo supe en el momento en que llegué.
Simplemente me estaban usando como una amenaza para que su actual
quarterback aceptara menos dinero. Fue una maldita pérdida de tiempo.
Hice una mueca, arrepintiéndome de haberlo mencionado.
—Lo siento.
El hombro más cercano a mí se elevó.
—Todo está bien. Al menos pagaron mis gastos de viaje y pude ver a
algunas personas que conozco. 137
—Bueno, espero que apesten este año por hacerte eso.
Estaba bastante segura de que lo oí resoplar un poco, pero eso fue
todo lo que me dio.
Así que durante el resto del viaje, me guardé mis preguntas y bromas
y en su lugar encendí la radio. El concesionario no estaba lo
suficientemente cerca para molestarme en iniciar un podcast. No fue hasta
que me detuve y lo miré expectante, pensando que iba a salir y que podría
continuar con mi día, que me dijo:
—¿Quieres entrar conmigo en caso de que no esté listo?
Bueno… está bien. Asentí.
Estacionamos y entramos. Zac ni siquiera había dado tres pasos
dentro del edificio cuando un hombre se dirigió directamente hacia él.
—Hola, señor Travis, gracias por venir. Como le dije por teléfono,
hubiéramos estado más que dispuestos a llevarle el auto.
Entonces, ¿por qué…?
Mi viejo amigo estrechó la mano extendida del hombre.
—Eso no es necesario, pero se lo agradezco. ¿Está listo?
—Sí, señor, solo necesitamos que firme las reparaciones. Si no le
importa, nuestro director general va a estar presente mientras reviso la
documentación con usted… con el propósito de satisfacer al cliente.
Con el propósito de satisfacer al cliente. Claaaro. Apostaba a que eso
era normal.
El hombre le presentó al director general a Zac y comenzaron a
dirigirlo a una de las oficinas más cercanas antes de que Zac se detuviera.
—Vamos, enana.
¿Quería que fuera con él?
—Necesito orinar, pero te esperaré aquí afuera. —Tenía correos
electrónicos que responder.
—¿Estás segura?
Asentí y le devolví la sonrisa cuando me dirigió una mientras se
dirigía a la oficina, y no pasé por alto que el piso de la sala de exposición
se había llenado de repente de empleados cuando hace un minuto no
había nadie. Y todos miraban casualmente en la dirección en la que
habían desaparecido los tres hombres.
Problemas de los ricos y famosos.
Tras una visita al baño, vi un puesto de refrigerios y me dirigí hacia
138
allí, agarrando una de las botellas de agua de cortesía justo cuando oí:
—Hola.
Había un hombre y una mujer detrás de mí.
—Hola.
Fue la mujer la que sonrió y fue directa al asunto.
—¿Crees que a Zac Travis le importaría tomarse una foto con
nosotros?
El hecho de que lo llamaran por su —en su mayoría— nombre
completo hizo que fuera muy difícil para mí no sonreír. Era raro.
—No lo creo.
Asintieron y les sonreí, esperando que dijeran algo más, pero no lo
hicieron. Y se puso incómodo. Así que saqué mi teléfono y abrí mi
aplicación de correo electrónico, totalmente consciente de que ambos me
estaban mirando y susurrándose entre ellos.
Probablemente pensaron que era su asistente, considerando las
mujeres con las que había sido visto en el pasado.
Rubias bonitas.
Pelirrojas bonitas.
Morenas bonitas.
Sí, no tenía un tipo mientras fueran bonitas. Todavía llevaba mi
uniforme, mi maquillaje se había corrido por lo mucho que me irritaba
Gunner y solo había dormido cuatro horas la noche anterior.
No era exactamente su tipo.
Este pequeño dolor atravesó mi corazón, pero lo ignoré.
Sin embargo, las chicas bajas con cabello negro eran el tipo de
algunos hombres. Cinco chicos me pidieron que me casara con ellos a lo
largo de los años. A cuatro de ellos nunca los había conocido, y de hecho
había considerado casarme con uno de ellos.
Y fue en ese momento que el alto texano salió de la oficina, se inclinó
hacia un lado como si me hubiera visto al otro lado del edificio y gritó:
—¡Enana!
Sí, enana. Esa era yo. La chica de los sueños de los hombres.
Fruncí el ceño mientras me dirigía hacia él, los dos empleados
entrometidos siguiéndome, susurrándose el uno al otro.
—Eso fue rápido.
Su sonrisa fue cómplice.
—Lo hicieron muy fácil.
Le levanté las cejas y sus dos cejas castaño claro se alzaron hacia mí. 139
—Apuesto a que sí, señor Especial. Disculpa —bromeé, sintiéndome
bastante poco entusiasta al respecto.
—Estás disculpada.
Nos sonreímos el uno al otro y fue agradable. Familiar. Bueno.
Más que bueno.
—¿Hola, señor Travis? —exclamó la mujer con la que había estado
hablando antes.
Zac se volvió hacia ella y le ofreció una sonrisa educada, la misma
que me había dado antes de descubrir quién era hace semanas.
—¿Sí, señora?
La mujer se sonrojó ante la palabra con “s”.
—¿Le importaría tomarse una foto con nosotros, por favor?
—Claro —respondió mi amigo—. ¿Los dos o solo uno?
—Para nosotros —dijo el hombre cuando la mujer respondió con:
—Ambos. —Se miraron el uno al otro antes de que el hombre dijera:
—Ambos.
—Puedo tomarla —ofrecí.
Para cuando les devolví sus teléfonos a las dos personas, había más
empleados que querían una también, así que tomé más por ellos. Fue una
sesión de fotos sin parar por un segundo. Podría haber echado un vistazo
al culo de Zac una o dos veces mientras lo hacía, preguntándome…
Sin embargo, en el instante en que terminó, después de despedirse de
casi todos los que había conocido con saludos, apretones de manos y
algunos guiños, se acercó, sonriendo firmemente.
Le devolví la sonrisa.
—Me gusta lo amable que todavía eres con la gente.
Se detuvo justo delante de mí.
—¿Por qué no lo sería, cariño? Todos son buena gente. Lo menos que
puedo hacer es tomar algunas fotografías. No me cuesta nada.
—Bueno, estoy segura de que hay gente que no sería tan amable al
respecto. —Incliné la cabeza hacia atrás para contemplar ese rostro
extremadamente hermoso que me dio una pequeña sonrisa torcida
mientras sus ojos se movían sobre los míos por segunda vez ese día, como
si estuviera tratando de recordarlo o algo—. ¿Puedo preguntarte algo
personal?
—Claro que sí.
—Es bastante personal —advertí. 140
Zac ladeó la cabeza.
—Dudo que me preguntes algo que no me hayan preguntado ya un
millón de veces, chica.
Bien entonces.
—¿Tuvieron que pegar con cinta tus bolas cuando hiciste esa
publicación de anatomía?
La boca de Zac se abrió, y juraría que incluso sus mejillas se
sonrojaron instantáneamente, y por un momento o dos, literalmente no
dijo ni hizo nada más que mirarme.
Y luego soltó una carcajada que también me hizo reír.
—Bianca Brannen, Dios mío…
Me estaba riendo tanto que no estaba segura de que me entendiera.
—¡Te pregunté! ¡Te lo advertí!
Zac balbuceó durante todo el camino fuera del concesionario, dividido
entre reír y mirarme con incredulidad antes de reír un poco más.
Nunca respondió a mi pregunta.
OCHO
—Amigos, ¡es oficial! ¡Bryce Castro está FUERA! Los Houston White
Oaks emitieron un comunicado anoche. Según los informes, Castro sufrió
una lesión en el codo en un accidente en el interior de su casa. Se espera
que esté fuera al menos seis meses. Esta es una noticia devastadora para
un equipo tan joven…
—Jodido infierno, estamos malditos —le murmuró a su amigo el
hombre apoyado en el mostrador un poco a mi izquierda mientras todos
leíamos los subtítulos en la pantalla de televisión más cercana a nosotros.
Supuse que el empleado del bar de jugos había cambiado de canal
mientras yo estaba en el baño.
—¿Cómo alguien se lastima el codo en su casa? —replicó el amigo del
miembro con un movimiento de cabeza.
Los observé con atención mientras alcanzaba el control remoto, que
había sido puesto en su lugar, listo para cambiar de canal si los
comentaristas comenzaban a hablar de Zac. No estaba segura de que
fueran a hacerlo en primer lugar, pero estaba preparada. Ayer mismo, 141
entré al trabajo después del almuerzo para ver que los comentaristas de
TSN estaban hablando de él probando para un equipo en San Diego.
Me alegré mucho por él y por su siguiente oportunidad.
Y todavía me sentía muy, muy culpable por no haberle hablado de mi
negocio de Lazy Baker. No había dicho una palabra más al respecto
mientras caminábamos hacia donde había estacionado mi auto. En
cambio, todo lo que hizo fue seguir riéndose de mi pregunta sobre la cinta
y sus bolas, y luego me dio un gran abrazo y me invitó a volver a su casa.
Sin embargo, tenía cosas que necesitaba hacer y lo rechacé.
Me había enviado dos mensajes desde entonces, lo que honestamente
todavía me había sorprendido muchísimo. Pero no había mencionado nada
sobre otro entrenamiento.
El primer mensaje había sido:
512-555-0199: Vi tu video de pastel de almendras. ¿Es tan bueno
como parecía? ¿Y era ese el flamenco de Maw-Maw?
Me hizo sonreír… y me dio un poco de náuseas. Que viera mis videos
era agradable, pero me hacía sentir cohibida. Muy cohibida.
Le respondí que el pastel era realmente bueno, la receta iba en mi
libro, y que si tenía tiempo, tal vez le haría un poco la próxima vez que nos
viéramos. También confirmé que el colgante de flamenco que había
prendido en mi delantal había pertenecido a su abuela.
No me había enviado un mensaje después de eso.
Dos días después, recibí otro mensaje.
512-555-0199: Paw-Paw me dijo que te diera las gracias por el
rompecabezas y la tarjeta. Dijo que lo llames cuando tengas
oportunidad.
El mensaje había llegado mientras me encontraba ocupada en el
trabajo y me había olvidado de responder. Pero había llamado a Paw-Paw
de camino a casa desde el trabajo al día siguiente, y oí a Zac de fondo
diciéndole que me saludara. Al parecer, había regresado a Liberty Hill.
Y eso fue lo último que supe de él. Al menos hasta ayer cuando se dio
a conocer la noticia de su entrenamiento.
Así que ahora todo lo que sabía era que estaba en San Diego, con
suerte consiguiendo otra oportunidad. Lo más probable era que no volviera
a Houston si las cosas funcionaban. Y eso estaba bien. Era genial. La
pretemporada estaba programada para comenzar en aproximadamente
una semana. Era un momento crucial para todos. Necesitaba firmar con
alguien y tenía que hacerlo pronto. Quería eso para él, incluso si
significaba… bueno, lo que fuera que significara. Que no volveríamos a
142
vernos por un tiempo.
Sin presión sobre él ni nada. Toda su vida colgaba de la balanza de
un entrenamiento… prueba, como fuera que se llamara.
—¿Qué mierda van a hacer ahora? —La voz de uno de los miembros
me sacó del recuerdo del día anterior.
Miré al chico de espaldas a mí antes de plasmar una sonrisa en mi
rostro cuando un miembro totalmente diferente entró por las puertas,
escaneando su pase con un rápido “Hola, Bianca”, que logré devolver
distraídamente.
Después de eso, miré el reloj digital en la pared. No sabía a qué hora
se suponía que iba a empezar su entrenamiento, pero…
Dudé por un segundo… pensando en eso… luego decidí ir por ello.
Eché un vistazo alrededor del gimnasio, asegurándome de que Gunner no
estuviera a la vista, y luego saqué mi teléfono de debajo del teclado. Solo
tomó un segundo escribir un mensaje.
Luego lo borré y escribí otro.
Él había venido. Se había disculpado. Había hecho suficientes
preguntas sobre mi pasado para parecer genuino. Por alguna extraña
razón, me había pedido que lo llevara al concesionario en lugar de a su
mánager, a su compañero de casa o a uno de sus cientos de amigos en
Houston.
Los amigos se apoyaban y de verdad quería intentar hacerlo mejor, al
menos esta última vez.
Sobre todo porque, por la forma en que habían ido las cosas el día
que lo llevé al concesionario, no era la única que pensaba que nuestra
amistad era como andar en bicicleta. Algunas cosas eran fáciles. Y había
algunas personas en la vida con las que simplemente… hacías clic si
tenías la oportunidad. Daba la casualidad de que Zac era una de las
personas más agradables que jamás había conocido. Simplemente no
olvidaría que se llevaba bien con todos.
Y yo también, en su mayor parte, menos con Gunner, pero a nadie le
gustaba.
Así que iba a seguir animando a mi amigo, decidí, y le envié el
mensaje.
Yo: Aún lo tienes, viejo.
¿Ves? No estaba redactado para que se sintiera obligado a responder,
y si no lo hacía, no me decepcionaría. No lo hice la penúltima vez que no
me respondió. Era lo suficientemente bueno y estaba complacida. Lo había
intentado.
Por suerte, me las arreglé para guardar mi teléfono debajo de mi
teclado unos tres segundos antes de que la puerta lateral se abriera y
143
Gunner, el imbécil controlador, entrara con uno de los otros nuevos
propietarios siguiéndolo.
Agarré una pila de folletos que estaban encima del mostrador y
comencé a enderezarlos para que no pareciera que solo estaba parada allí.
Ya sabes, porque organizar y volver a apilar las cosas consumía mucho
tiempo. Correcto.
Iba a salir de aquí. Un día pronto, maldita sea.
Justo cuando comencé a enderezar la siguiente pila, panfletos para
entrenamiento personal, por el rabillo del ojo vi a Gunner y al otro dueño
imbécil dirigirse directamente hacia el escritorio. Por algún milagro, los dos
miembros que habían estado ocupados hablando sobre los White Oaks
dijeron algo sobre el equipo que llamó la atención de Gunner en el segundo
exacto en que él e Imbécil #2 se detuvieron frente al mostrador.
Ni siquiera miró en mi dirección antes de darse la vuelta para mirar la
televisión que los miembros estaban viendo; Imbécil #2 hizo lo mismo.
—De ninguna maldita manera —murmuró Gunner, con los ojos
pegados a la pantalla.
—¿Está fuera? —preguntó Imbécil #2, como si no pudiera leer el
titular en la pantalla donde decía Castro sufre una lesión en el codo, 6
meses fuera.
—¿Qué demonios? Fisher está bien, pero no es Castro —murmuró
Roy, refiriéndose a alguien que se llamaba Fisher. ¿El quarterback
suplente? Hace años, Houston tenía un equipo llamado Fire, pero se
cambiaron a Carolina del Norte. Afortunadamente, antes de que alguien
pudiera extrañarlos demasiado, habían nacido los White Oaks.
Mantuve la mirada hacia adelante, oyendo la leve vibración de mi
teléfono e intentando desconectar de los dos idiotas que esperaba que no
estuvieran presentes en caso de que los comentaristas comenzaran a
hablar de Zac. Y así fue como pasé los siguientes quince minutos: tratando
de mantener mi rostro neutral mientras hablaban de quarterbacks y los
White Oaks.
En todo caso, me iba a considerar afortunada de que el quarterback
lesionado fuera una distracción suficiente para que los imbéciles 1 y 2
olvidaran lo que fuera por lo que habían venido, y se fueran cuando uno de
los chicos de MMA entró y llamó su atención. Lo siguieron hasta el edificio
de al lado. Gracias a Dios.
Fue entonces cuando volví a sacar mi teléfono, entre llegadas de
miembros, y vi un mensaje.
512-555-0199: Ese voto de confianza…
512-555-0199: Gracias, cariño
144
Pensé en qué más quería decirle por un segundo antes de enviarlo.
Yo: Diría buena suerte, pero no la necesitas. XOX.
Ahí. Más mensajes que no ejercían presión en absoluto. Y llevaría ese
XOX sobre mis hombros con orgullo. Hablaba en serio. Una parte de mí
pensó que tampoco sería desagradable en base a la cantidad de abrazos
que me había dado la semana anterior. Si esta era la última vez que
intercambiábamos mensajes por un tiempo, al menos pondría mi amor y
apoyo.
En un mundo donde la gente vivía para criticarse unos a otros, al
menos esperaba que supiera que había algunas personas que siempre
estarían orgullosas de él. Que siempre lo apoyarían. Quizás no éramos
personas perfectas, pero nadie lo era. Ambos lo habíamos intentado,
ahora, y eso era algo.
Mi trabajo como su amiga estaba hecho.
Esperaba de verdad que lo ficharan.

—¿Necesitas mi ayuda para encontrar una cita o qué? —preguntó mi


hermana horas después, justo cuando finalmente me las arreglé para
dejarme caer en el medio de mi sofá con un plato de sobras de carne de
res, quinua y sopa de patata. Cruzando las piernas debajo de mí, flexioné
los dedos de los pies para que me dolieran un poco menos después de un
día laboral de doce horas. La empleada que se suponía que vendría
después de mí había llamado, y dado que era Deepa la que trabajaba en el
bar de jugos, me ofrecí a quedarme para que no estuviera totalmente
jodida.
Pero ahora estaba cansada y lamentando parcialmente mi decisión;
me dolían mucho los pies, los hombros y la espalda baja. Ya no estaba
acostumbrada a trabajar largas jornadas, solo unas pocas horas aquí y
allá. Lo bueno era que tenía libre mañana.
Hundiéndome profundamente en el sofá, me metí un poco de comida
en la boca y, con la misma llena, gruñí:
—En realidad, no creo que necesite una cita. Es una jodida fiesta de
los quince, Connie, no… Ni siquiera sé para qué demonios necesitas una
cita. Nada. Puedo ir a cualquier parte sola.
—Bianca —murmuró mi hermana, algo sonando de fondo. Tenía que
haber retirado su teléfono de su rostro porque su grito fue ahogado—.
¡Yermo! ¿Qué diablos estás haciendo ahí arriba? ¿Breakdance? ¡No te
atrevas a romper el yeso de nuevo!
Resoplé en el teléfono y esperé hasta que pude oír su respiración
antes de preguntar:
145
—¿Rompió el yeso?
Resopló algo que sonó como mierda en voz baja antes de volver a la
línea.
—¿No te envié una foto? Lo hizo la semana pasada. Metió todo su
maldito pie en la pared.
Me reí.
—Amo a ese niño. Dile que se grabe y me lo envíe.
Eso la hizo gemir.
—Le dio una patada a Tony en el rostro hace una semana cuando
vinieron y le causó un ojo morado.
Imaginarme a mi pequeño primo Tony con un ojo morado me hizo
resoplar de nuevo. Tony era un dolor en el culo y siempre lo había sido.
—Podría estar metido en el crack, Con, y Tony probablemente
necesite otra patada en el rostro. En fin, realmente no creo que necesite
una cita. Podría estar allí durante una hora o dos como máximo antes de
que alguien me ponga de los nervios y me escape.
Mi hermana no dijo nada por un segundo antes de soltar:
—Apuesto por la tía Licha.
—Yo también. —Un recuerdo de la última vez que vi a esa tía me vino
de repente, y resoplé de nuevo—. ¿Qué te dijo la última vez que la vimos?
¿Que tenías que empezar a usar crema debajo de los ojos?
Mi maldita hermana gruñó.
—No, eso fue antes, hace dos Navidades. La última vez, en la boda de
Maggie, se me acercó, me tocó la barbilla y me preguntó si dos no eran
suficientes.
Tuve que agarrar mi bol con fuerza para no derramarlo mientras me
reía a carcajadas. Sí, eso era exactamente lo que había sucedido.
—Cállate.
No lo hice.
—No olvides que se acercó a mí y me pellizcó el estómago e intentó
darme unas pastillas para quemar grasa que había pasado de contrabando
—dije… sabiendo que definitivamente ella había soportado cosas peores.
Me había quedado al otro lado de la habitación mientras la tía que ambas
siempre habíamos temido la había acorralado, y la había dejado para
sufrir sola.
Sobre todo porque ella habría hecho lo mismo si hubiera sido yo a
quien hubiera acorralado.
Al menos una de nosotras había salido ilesa. 146
Aun así.
Jodidamente me reí ante el recuerdo de la tía Licha tocando la
barbilla de Connie mientras mi hermana la miraba con molestia, haciendo
todo lo posible por ser educada y no apartar su mano como realmente
quería.
—¿Así que quieres que la tía Licha se ponga criticona sobre envejecer
y no tener novio?
Me reí mientras masticaba mi comida.
—Simplemente está celosa porque estoy soltera y tengo toda mi vida
por delante.
—Así es. Vi al tío Rudy en ropa interior aquella vez, ¿recuerdas? Ella
se lo ha estado perdiendo. A lo grande.
Ambas nos reímos a carcajadas.
—¡Maaaaaaaamá! ¡Lo olvidé! ¡Necesito llevar pastelitos a la escuela
mañana! ¿Puedes hacer unos pocos? —gritó mi sobrina desde algún lugar
en el fondo.
Connie gruñó en la línea.
—Jodida mierrr… Enana, te llamo más tarde.
Ambas sabíamos que no iba a volver a llamarme.
Pero me reí.
—Está bien, sé amable con mi chica. Adiós.
—Adiós —dijo. Oí parcialmente, “Luisa, qué…”, antes de que colgara.
Sonreí para mí mientras presionaba play en el control remoto y me
acomodaba para ver otro episodio del drama turco que aún no había
terminado.
Sin embargo, tan pronto como terminé de comer, agarré mi ordenador
portátil y revisé la lista de recetas en las que había estado trabajando
lentamente para el libro que esperaba publicar. Algún día.
No, algún día no. Pronto. Lo publicaría yo misma ya que ninguno de
los agentes a los que había enviado consultas había respondido, lo había
decidido hace meses.
Y ese día fue lo que me mantuvo trabajando en mi ordenador,
reescribiendo un par de resúmenes en la parte superior de las recetas que
planeaba usar porque no tenía ganas de hacer mucho más.
Al menos hasta que me desmayé en el sofá con mi ordenador portátil.
Me desperté con una sacudida y revisé mi pantalla, diciéndome que no
esperaba que Zac me hubiera enviado un mensaje con una actualización, y
eso era mayormente cierto. No estaba esperando. Solo deseaba tener
buenas noticias. 147
Pero no había un mensaje. Tampoco había actualizado su cuenta de
Picturegram, me enteré después de haber revisado mi feed. No había nada
sobre él o San Diego ni nada.
Dedos cruzados.
Después me fui a dormir.

Sin embargo, tres días después, me encontré estacionando mi auto en


un lugar libre frente a la casa en la que vivía Zac. No quise hacerlo en la
entrada circular. Había tres autos estacionados allí, incluido el BMW que
había ido a recoger, y no quería bloquear a nadie.
Agarrando la gran bolsa aislante que usaba cuando compraba cosas
frías en la tienda, sopesé el peso de los cuatro recipientes que había
dentro: dos eran para el yogur helado que había hecho el día anterior y los
otros dos eran de pastel. Dos para Zac y dos para CJ. Sin presión.
Me sorprendió muchísimo cuando la noche anterior había estado
modificando la receta del pastel de almendras que más o menos había
hecho muy bien en un video hace un par de años, el mismo por el que Zac
había preguntado, cuando mi teléfono sonó con un mensaje entrante.
Como el destino.
512-555-0199 me había devuelto la mirada en la pantalla de mi
teléfono. Junto con un mensaje de:
¿Estás libre?
Y así fue como me encontré caminando por el jardín delantero para
llegar a los adoquines que conducían a la puerta principal antes de tocar el
timbre y dar un paso atrás para esperar. No me sorprendió ver
aproximarse a una figura familiar. Saludé.
El rostro levemente sonriente de CJ me saludó mientras
desbloqueaba y abría la puerta.
—Hola, CJ.
—¿Cómo te va? Adelante. —Inclinó la cabeza hacia el interior de la
casa.
—Bien. ¿Cómo estás? —cuestioné, entrando y extendiendo mi mano.
CJ bajó la barbilla mientras la estrechaba.
—Todo bien. —Cerró la puerta—. Zac gritó que tardaría un minuto.
Lo seguí por el pasillo hasta la sala principal.
—De acuerdo. —Abriendo la cremallera de la bolsa en mi mano, saqué
los dos recipientes que había traído solo para él con “CJ” escrito en una
nota en la parte superior y se los entregué cuando nos detuvimos en la 148
cocina—. Toma. Te traje un yogur helado que hice. Es de fresa. El otro
tiene pastel de fresas y almendras. —Sonreí—. Tenían fresas congeladas a
la venta y me volví un poco loca.
Esos ojos marrones se iluminaron y no perdió ni un segundo antes de
quitármelos de la mano. Estaba bastante segura de que tampoco me
estaba imaginando el hecho de que los atrajo contra ese amplio pecho
escondido debajo de una camiseta gris de la universidad y los sostuvo allí.
—¿Es tan bueno como tu crema excelente?
¿También había hecho mi crema excelente? ¿De qué otra manera
sabría que era buena? Le preguntaría más tarde. Tal vez. Si había un “más
tarde”.
—Es diferente, pero es bueno, creo. Pero soy parcial.
Estaba bastante segura de que de verdad acercó incluso más los
recipientes contra su pecho.
—Gracias. —Sus ojos marrones se posaron en su yogur helado—. ¿Lo
hiciste para un vlog?
—Sí. El pastel de almendras es uno que hice antes; solo cambié un
par de cosas en la receta original.
—¿Tú misma?
Asentí.
—No tengo a nadie que pueda hacer una conmigo pronto. —Y como
no tenía vergüenza, le sonreí—. Si alguna vez quieres hacer una, avísame.
Pero sin presión.
El hombre musculoso parpadeó.
—¿En serio?
—Hablo en serio si tú hablas en serio. Cuando quieras, pero no tienes
que hacerlo.
CJ asintió, pero me di cuenta de que estaba pensándoselo.
O tal vez estaba pensando que estaba loca.
—Lo siento, enana. —Se oyó a través de la sala de estar y en la
cocina.
Sintiéndome exultante porque CJ insinuó que había hecho mi receta
y sonaba muy interesado en protagonizar un video como invitado, y
también un poco mal porque pensé que Zac no había recibido buenas
noticias sobre el equipo en San Diego desde que regresó aquí, miré a Zac,
que cruzaba la sala de estar en dirección a la escalera trasera, y le di a mi
viejo amigo una sonrisa que era incluso más grande que cualquiera de las
que le había dado antes.
Aquí. Ahora. Intentándolo. Ese era mi lema con este chico de ahora en
adelante. El pasado todavía estaba en su mayoría en el pasado. 149
—Está bien —grité, absorbiendo la expresión brillante de su rostro e
intentando no notar cómo le quedaba su vieja camiseta universitaria,
mostrando ese torso largo y musculoso.
Sonreía cuando se acercó a mí y ambos nos estiramos al mismo
tiempo. Mis brazos fueron por su cuello, poniéndome de puntillas, y esos
brazos largos y fuertes se envolvieron alrededor de mi espalda,
atrayéndome hacia su pecho, dejándome experimentar la sólida sensación
de todos esos músculos delgados y duros desde su garganta hasta sus
caderas, presionados contra mí. Estaba bastante segura de que incluso su
mejilla se presionó contra la cima de mi cabeza.
Me abrazó tan fuerte como yo a él, y sabía que no me había
imaginado la respiración profunda que dejó escapar justo antes de decir en
la cima de mi cabeza:
—Seguro que das los mejores abrazos.
—Tú también. —Porque era verdad. Eran tan cálidos y fuertes.
Fui yo quien retrocedió entonces, pero fue él quien mostró esos
bonitos dientes blancos mientras me miraba.
—Llegué tarde y me duché muy rápido. Lo siento por eso.
—No pasa nada. CJ estaba…
Bajando sobre mis pies, me volví. CJ se había ido. También su yogur
helado y su tarta de almendras.
De acuerdo.
Chasqueé los dedos.
—Te traje unos trozos de ese pastel de almendras por el que
preguntaste y un helado casero. Bueno, es una especie de helado, es yogur
helado. Si lo quieres. Pero si no lo quieres o no te gusta, está bien. CJ
podría comérselo. También le traje un poco, pero supongo que se lo llevó.
Zac había empezado a fruncir el ceño a la mitad de mi parloteo, y
para el final era un ceño en toda regla, desaparecido todo rastro del rostro
sonriente que me había estado dirigiendo cuando entró en la cocina.
—¿Qué? —pregunté.
Su ceño era solo un poco sutil.
—He querido preguntar, ¿qué pasa contigo?
—¿Qué quieres decir?
Zac levantó ambas manos en el aire, el índice y el dedo medio hacia
arriba y formando comillas.
—Si lo quieres…
¿Qué? 150
Continuó con las comillas.
—Si quieres… tienes mejores cosas que hacer con tu tiempo —repitió,
lanzando palabras que sabía que había usado con él en las últimas veces
que habíamos estado juntos, pero que no me había dado cuenta de que de
hecho lo había notado.
Mierda.
Zac ladeó la cabeza.
—¿Qué pasa con todo eso, cariño? —inquirió, sonando muy, muy
cuidadoso de repente.
Doble mierda.
NUEVE
—Quería preguntarte el otro día cuando dijiste algo, pero se me olvidó
—continuó arrastrando las palabras, definitivamente pensativo,
mirándome muy de cerca de esta manera que era demasiado observadora.
¿Había sido tan obvia?
Esos ojos azul claro se volvieron aún más atentos, y no podía confiar
en la forma en que una esquina de su boca se deslizó un poco hacia un
lado.
Me rasqué la punta de la nariz.
—Nada.
Sí, esa sonrisa torcida cayó por completo como una jodida mosca en
un abrir y cerrar de ojos, y no estaba lista para lo que salió de su boca a
continuación.
—He estado pensando mucho en eso, sabes.
¿Pensando mucho en qué? 151
—Te vi seguirme en Picturegram.
Sí, fue por ello. Con una voz demasiado tranquila y con esa mirada
penetrante dirigida directamente hacia mí.
¿Cómo sabía que lo seguía en línea? ¿Me había buscado finalmente?
—¿Por qué no me dijiste que vivías aquí? Lo último que supe fue que
estabas en Carolina del Norte con Connie —prosiguió, pero por alguna
razón, aunque me estaba mirando, no se sentía apuntado en mi
dirección… más bien en general, como si fuera la primera vez que
realmente pensaba en eso—. ¿Por qué tampoco me lo dijo nadie, chica?
Y eso no hirió exactamente mis sentimientos. Si había algo que había
aprendido a través de los vlogs en los últimos años, eran mis límites para
las cosas que realmente podían lastimarme. Ya no me encogía ante la
gente que criticaba mi apariencia o personalidad, pero me había dolido
durante semanas en el pasado. Muchos comentarios me habían robado el
sueño. La gente mala me había hecho querer renunciar una o diez veces.
Cincuenta. Un centenar. Mil.
Y ahora…
Bueno, ahora, Zac tomándose diez años para cuestionar qué había
roto nuestra amistad, tenía la capacidad. Hasta un punto. Solo porque me
había obligado a aceptar la realidad en mi corazón durante los años.
Todo lo que logré hacer fue darle una sonrisa torcida, principalmente
porque no sabía cómo responderle.
No, simplemente no quería responderle.
El hombre despreocupado que me acababa de sonreír hace unos
minutos, enarcó esas cejas castañas, su expresión cautelosa, su voz
cuidadosa, tratando de sonar despreocupado pero simplemente… no.
—¿Por qué es eso?
Me rasqué la sien, esperando poder enfrentar esto.
—¿Porque no habíamos hablado en diez años?
Dios, era la peor.
Pero, ¿qué quería que dijera? ¿Quería fingir que el pasado no había
sucedido? ¿Quería fingir que no había ignorado mis mensajes durante casi
dos años hasta que me di por vencida?
¿Y por qué estaba empezando a sudar?
Pensé que había superado esto. Solo pensé que ambos íbamos a
seguir adelante y fingir que no había sucedido. Eso me habría parecido
bien. Mejor que bien. Era fácil.
Los ojos de Zac se entrecerraron.
—Te conozco desde que tenías tres años, enana. Tu primo es lo más 152
parecido que tengo a un hermano —declaró firmemente como si yo no
supiera todo esto—. ¿Por qué no me dijo que estábamos en la misma
ciudad?
Porque no habías preguntado por mí en una eternidad. Porque me
hiciste daño cuando tenía diecisiete años y te olvidaste de mí. Pero sobre
todo, porque él sabía que no quería verte, y tal vez Boogie nos quiere a los
dos, pero me quiere más a mí.
Pero me tragué mis palabras, me tragué mi corazón y pensé que era
una adulta y no tenía nada que ocultar. Sabía cómo habían ido las cosas,
¿y si él quería sacar el tema? Bueno, también era un hombre adulto y
ambos podíamos asumir la responsabilidad de nuestras acciones.
—No quería molestarte después de tanto tiempo.
Tanto tiempo. Casi una década, ¿y no seguía jodidamente doliendo
eso sin importar cuánto me dijera que no era así? No quería hacer esto. No
quería hablar de esto.
Pero Zac no estaba en la misma página.
—¿Molestarme? —preguntó lentamente.
—Estás ocupado.
Sus ojos se entrecerraron.
—¿Molestarme, Bianca?
¿Tenía que decirlo así? ¿Y de verdad quería hacer esto? ¿Con ese tono
y esa expresión y todo?
—¿Hablas en serio? —cuestionó como si pudiera leer mi jodida mente.
De acuerdo, al parecer él quería hacer esto. Muy bien.
—Sí, molestarte. Sé que estás ocupado. Sé que tienes muchas cosas
en la cabeza y que siempre estás conociendo gente y la gente siempre
quiere cosas de ti… —Y, puta mierda, eso sí dolía—. Sabía que estabas
aquí y no quería molestarte. No vi razón ya que tienes bastantes cosas
sucediendo en tu vida.
Y tal vez, solo tal vez, podría haber preguntado por mí una o dos veces,
pero podría haber intentado encontrarme por su cuenta. Descubrir cómo me
estaba yendo por su cuenta. Podría haberme… enviado un mensaje. Esa
parte era su culpa.
El hombre que me había sonreído tan ampliamente hace un segundo
había desaparecido.
Quería esto, ¿verdad? Tal vez no le diría —no podría— todo, pero
podría darle algo. La mitad.
—No quería que te sintieras obligado a verme ni nada por el estilo. —
De acuerdo, eso no estuvo tan mal—. No nos hemos visto en diez años,
Zac. No quería irrumpir en tu vida. Todo el mundo sabe que estás 153
ocupado, saben que yo estoy ocupada, y que no habíamos pasado tiempo
juntos en una eternidad. No habíamos hablado en tanto tiempo que estoy
segura de que Boogie no pensó que te importaría que estuviéramos cerca.
Y se encontraba fuera del país cuando llegaste aquí.
Al parecer, solo escuchó parte de lo que dije.
—¿Crees que verte sería una obligación? —inquirió, todavía hablando
lentamente y frunciendo el ceño.
Bueno, cuando lo ponía así… Quería la verdad, ¿no? No iba a asumir
toda la culpa.
—Sí —confirmé—. Sí, lo hago. Te has sentido obligado hacia mí desde
lo de la serpiente. —No me dolió admitirlo. Lo había aceptado.
Pero parpadeó.
—No. Quiero decir, sí, pero no…
Solo lo miré y vi sus cejas caer en una expresión dura.
—He preguntado por ti.
Me costó mucho no resoplar. ¿Cuánto lo había intentado realmente?
Podría haberme buscado en cualquier jodido momento. No era como si
escondiera mi existencia.
—He preguntado por ti un montón de veces desde que dejaste de
responder a mis mensajes.
¿Desde que dejé de responder a sus mensajes? ¿En qué tipo de
realidad alternativa estaba viviendo?
Pero tenía que responder porque estábamos en esto y no me iba a
esconder. Me había equivocado de alguna manera. Lo había molestado
demasiado cuando había estado ocupado; podía asumir la responsabilidad
por ello. Pero eso era lo peor que había hecho, y me iría a la tumba
pensándolo.
—¿Desde que dejé de responder a tus mensajes? No es así como
sucedió. No solo desaparecí, Zac. He estado aquí. —Traté de sonreírle, pero
fracasé muy miserablemente porque esto dolía mucho—. Veo a Paw-Paw
una vez al año y solo he visto a tu mamá unas pocas veces. —No sabía por
qué ninguno de los dos nunca se lo había mencionado. Pero no lo hicieron.
Me escabullía de las conversaciones que giraban en torno a él, evitándolas
para poder evitar hablar de verlo. Más bien no verlo. No quería hablar de
eso o hacer que pareciera un gran problema.
Al final del día, había sido decisión de Zac no ponerse en contacto
conmigo.
No en años.
Había estado ocupado. Lo entendía. ¿Por qué se habría preocupado y
se habría sentado allí preguntándose cómo estaría su vieja amiga cuando
tenía tantos nuevos? No era como si yo me preguntara cómo les iba a mis 154
amigos de la escuela.
Pero eso había sido diferente, susurró la voz en mi cabeza. Y sabía que
ella, esa voz, tenía razón. Pero…
Esto no era lo que había querido o por qué había venido. No quería
hablar de eso. Todo lo que quería era seguir adelante, estar bien con como
estábamos ahora.
Pero al parecer, Zac quería hablar de eso después de tanto tiempo.
—¿Por qué no nos hemos visto?
Solo eres una niña. Zac tiene mejores cosas que hacer, cariño. ¿Lo
entiendes? Ahora está en la NFO. Tiene personas más importantes con las
que pasar el tiempo. No te lo tomes como algo personal.
Las palabras resonaron en mi cabeza una vez y luego dos mientras la
nuez de Adán de Zac se movía otra vez frente a mí.
Pero eso no había sido todo, ¿verdad? Solo había sido el comienzo. La
punta del iceberg.
Que me ignorara sucedió después, después de que la semilla fuera
plantada, regada y germinada.
No pude evitarlo; me puse a la defensiva. Por la joven Bianca que
había amado demasiado a su amigo. Eso era lo máximo de lo que había
sido culpable.
—¿Me preguntas por qué?
Esa barbilla de vello rubio se hundió.
—Porque no habíamos estado en la misma ciudad al mismo tiempo en
años —dije, que también era parte de ello, y tampoco la totalidad. Me
había asegurado de que no lo estuviéramos. Siempre que jugaba en
Houston, iba a visitar a Connie para tener una excusa para no estar si
Boogie venía a la ciudad a verlo. Sabía que mi hermana era plenamente
consciente de lo que estaba haciendo, pero eso era solo porque me conocía
demasiado bien.
Pero esa excusa no fue suficiente para él al parecer.
—Pero, ¿por qué? Sé que tenías que haber venido de visita. —Respiró
hondo y lo noté, noté que estaba pensando, pensando y pensando,
pensando en mí y en él y en cómo habían pasado diez años de alguna
manera y no se había dado cuenta—. Solíamos vernos todo el tiempo —
dijo, como si yo no lo supiera—. Entonces, de un segundo a otro,
desapareciste de mi vida, te mudaste al otro lado del país y no te vi ni supe
de ti en una eternidad.
Uh.
Algo caliente y punzante apareció en mi garganta, pero lo ignoré. Al
menos me esforcé por hacerlo. Porque no era de eso de lo que quería
155
hablar ahora ni nunca.
—Sí, cuando las cosas eran menos complicadas nos veíamos mucho.
He estado ocupada. Has estado ocupado. Me mudé a Carolina del Norte
porque no tenía ningún otro lugar al que ir después de graduarme de la
escuela secundaria, Zac. —Porque mis padres habían decidido irse tan
rápido como habían llegado, y mi abuela había sido enterrada, y yo no
había querido vivir con mis tías y tíos por mucho tiempo.
A diferencia de él, nunca lo había olvidado; seguí adelante con un
agujero en forma de Zac en mi corazón.
Y había sido al revés. Él había desaparecido de mi vida. Nada de esto
había sido culpa mía.
Pero su “¿Y?” me cortó directamente en el centro. Profundo e
implacable.
—Antes de que te fueras, te envié un mensaje y nunca me
respondiste. Luego dejaste de venir con Boogie, y sé que pregunté, pero no
recuerdo qué dijo. Pregunté por ti. Él me dijo que te mudaste. No tú.
Más bien, pensó que me había enviado un mensaje, pero no lo había
hecho. Y si había preguntado por mí, entonces tal vez Boogie le había dado
alguna respuesta tonta que había aceptado y había seguido adelante con
su vida. Sin querer detalles. Sin preocuparse más.
Querido Dios, eso dolió un poco. Pero era mierda. Pura y absoluta
mierda.
Y con seguridad no era mi culpa.
—Intenté contactar contigo. Una y otra vez. Las amistades van en
ambos sentidos —dije con una voz que sonaba tan pequeña que me dolió
aún más.
Lo pude ver en sus rasgos. En sus ojos. Seguía pensando.
Procesando. ¿Intentando recordar qué? ¿Si estaba mintiendo? ¿O
intentando descifrar su culpa en todo esto?
¿Por qué no podíamos simplemente… seguir adelante? Joder, me
había convencido a mí misma de hacerlo. Me había dicho que esto estaba
bien tal como estaba. Que podía seguir adelante, pero todo lo que estaba
haciendo era lastimarme. Hacerme sentir pequeña y olvidada, dos cosas
que nunca había querido volver a sentir. Como si no hubiera importado lo
suficiente, y tal vez todavía no… aunque la parte razonable de mi cerebro
sabía que eso no era cierto.
Pero el hombre feliz y sonriente todavía estaba desaparecido mientras
sus ojos se movían entre los míos, buscando y buscando.
—Lo intenté. —Carraspeó—. Intenté enviarte mensajes. Lo juro,
cariño. Sé que lo hice. Yo…
156
Lo que sea que hubiera en mi pecho explotó, ocupando más y más
espacio, y esto no era lo que había querido… pero así era la vida. Dándote
lo que querías y no querías sin importarle una mierda.
—No lo hiciste. —Ah, mierda. Bueno, aquí estábamos—. No me
respondiste durante años, Zac. Tampoco respondiste mis llamadas. Nunca
recibí nada de ti y lo intenté. —Y fue mucho más difícil de lo que jamás
hubiera imaginado levantar mi hombro y hacer que pareciera que cuando
sucedió, no me había molestado. Pero no iba a recrearme en esto, maldita
sea. No iba a hacerlo. No era olvidada. Yo importaba—. Mira, fue hace
mucho tiempo. Ya no es importante.
—No. —Se puso aún más recto, haciendo que nuestra diferencia de
altura fuera mucho más evidente cuando tuvo que bajar su barbilla para
mirarme—. Sí importa. Sé que te envié mensajes. No habría ignorado
ninguno de tus mensajes.
Levanté mis cejas mientras me dolía el pecho. Porque lo había
extrañado. Porque sabía sin duda alguna que lo había intentado. No fui yo
la que desapareció. Olvidó.
Él sí, y me lo estaba recordando. Hiriéndome.
Sin querer.
Pero aun así lo estaba haciendo.
Lo había amado, pensado muchísimo en él, y me había dejado atrás…
para seguir sus sueños, seguro.
Pero aun así había olvidado.
Después de todas las veces que puse los ojos en blanco ante mis
padres cuando irrumpían en mi vida o en la de Connie una vez al año,
actuando como si les hiciera muy felices estar allí y que no importaba que
nunca lo estuvieran… él había hecho lo mismo en cierto modo.
—No —repitió, mirándome con esos suaves ojos azules—. No lo habría
hecho. Tal vez me hubiera tomado un minuto responderte a un mensaje,
pero habría… —Su boca se abrió y se cerró. Incluso sus fosas nasales se
ensancharon. El rosa tiñó sus mejillas y negó agresivamente—. Me habría
puesto en contacto contigo, cariño. No lo habría olvidado…
Cerró la boca.
En ese instante, cerró la boca.
Porque se dio cuenta entonces. Lo había hecho. Quizás no hace diez
años, pero a lo largo del camino lo había hecho.
Porque había dejado de preguntar por mí en algún momento.
Tal vez en su imaginación me había respondido o enviado un
mensaje. Quizás una vez, quizás dos. Pero había sucedido. Quizás había
tenido toda la intención de devolverme la llamada, pero eso tampoco había 157
sucedido. Había dejado de ponerme en contacto, pero solo después de que
él lo hiciera.
Y sí, eso dolió. Dolió mucho. Tanto que aspirar un aliento y contenerlo
y mirarlo a los ojos porque no me permitiría hacer menos. Yo era Bianca.
Era The Lazy Baker. Y creaba mi propio destino. Tomaba mis propias
decisiones.
Quizás algunas personas se olvidaron de mí, me superaron o nunca
tuvieron espacio para mí en primer lugar.
Pero jodidamente lo había intentado. Con todos ellos. Con cada
persona, me había esforzado.
Y por algún maldito milagro, mi teléfono sonó en ese momento.
No dudé. No esperé. Metí la mano en mi bolso y saqué mi teléfono,
mirando el rostro pensativo y perturbado de Zac mientras lo hacía.
BOOGIE ES MI FAVORITO apareció en la pantalla y me encontré con esos
ojos azul celeste cuando presioné el icono verde y acerqué el teléfono a mi
rostro.
Lo había intentado con él, con Zac, y me lo llevaría a la tumba.
—Hola, Boog —respondí con cautela, encontrándome con la mirada
de Zac de frente.
—B, estoy conduciendo, pero tengo una pregunta rápida para ti —dijo
mi primo. Había tanto ruido de fondo que podía decir que estaba
conduciendo—. ¿Conoces algún camarógrafo en Austin?
El alivio llenó mi estómago. Me preocupaba que hubiera pasado algo
malo para que volviera a llamar.
—Mmm, no. Pero conozco a algunas personas en Houston que
podrían hacer un gran trabajo si están dispuestas a conducir hasta allí —
contesté—. ¿Para qué? Tu… —Casi me atraganté con la palabra. Había
tratado de no pensar intencionadamente en que se iba a casar desde que
dio la noticia, pero el recordatorio de que se casaba con alguien a quien no
le tenía cariño a pesar de que estaba esperando a mi futuro sobrino o
sobrina y darme cuenta de que necesitaba superarlo… agrió mi estómago.
Pero este era mi primo, que era el hombre más cercano que tenía en
mi vida, así que iba a aguantar todo tipo de mierda por él.
Incluso si una parte de mí moría por dentro.
Esta era su vida y sabía lo que estaba haciendo. Casarse con una
imbécil infiel. Una imbécil infiel a quien había perdonado.
En serio.
—¿Para tu boda? —solté finalmente.
O hice un gran trabajo ocultando la tensión en mi voz o fingió no 158
oírla.
—Sí, para la boda. —Dijo algo, pero no sonó como si fuera para mis
oídos, y estaba bastante segura de que estaba hablando con su
prometida—. Entonces déjame llamar por aquí, y si no puedo encontrar a
nadie, te llamaré para obtener esos números. Contactamos con una
compañía, pero están reservados con mucha antelación.
Atrapé la mirada de Zac. Me estaba mirando fijamente, con la frente
arrugada y los labios apretados.
—Los buenos siempre lo están. Avísame, sin embargo —dije.
Hubo más susurros, luego:
—Está bien, gracias, B.
Hice una pausa.
—Oye, ¿ya le contaste a tu madre sobre el bebé?
Hizo un sonido que casi salió como un bufido.
—Sí. Me golpeó en la cabeza y luego me dio un abrazo. Está
emocionada.
—Espero que te golpeara fuerte.
Mi primo se rió.
—Apuesto a que lo haces. Te enviaré un mensaje más tarde, ¿de
acuerdo?
—Está bien, te quiero, adiós.
—También te quiero. Nos vemos —dijo mi primo justo cuando Zac
estiró su mano.
—Uh, espera un segundo, Boogie —murmuré antes de entregar
lentamente mi teléfono.
Zac lo tomó, encontrándose con mi mirada mientras decía por el
auricular:
—¿Boog? Soy Zac… Sí, estamos pasando el rato. Tengo una pregunta
para ti que me está molestando. ¿Por qué no me dijiste que enana vivía en
Houston? ¿Qué? No… —Dejó de hablar, apartó el teléfono de su rostro y
dijo—: Me ha colgado.
—¿Boog te ha colgado?
Esos ojos azul claro se movieron rápidamente hacia los míos.
—Sí. Dijo que no iba a meterse en medio de esto y que ambos
necesitábamos solucionarlo solos y colgó.
Parpadeé.
Parpadeó. 159
Bien.
Supongo que debería haberlo visto venir. Ni siquiera podía decir que
culpara a mi primo. Esto era entre Zac y yo, y no merecía estar atrapado
en medio de esto más de lo que ya lo había hecho.
Mierda.
Mi mano fue a mi nuca mientras lo miraba a los ojos de nuevo, la
resignación bombeando constantemente por mi sangre.
—Mira, Zac, no quiero pelear contigo. Todo eso fue hace mucho
tiempo y…
¿Por qué diablos estaba negando?
—¿Qué?
Zac dio un paso hacia adelante, con el ceño fruncido en su rostro
suave.
—Tampoco quiero pelear contigo, cariño, pero eso no es lo que
estamos haciendo.
—Estaba bastante segura de que eso era lo que habíamos estado
haciendo.
Esas cejas rubias oscuras se alzaron.
—No, estábamos discutiendo lo que pasó.
—¿Discutiendo?
—Sí.
—Zac…
—Bianca.
Froté mi nuca un poco más.
—Mira… —Lo intenté de nuevo, pero me interrumpió otra vez
mientras daba un paso adelante y clavaba su mirada en la mía, con
expresión decidida.
—¿Es por eso que has estado actuando como tú misma a veces y
como si fuéramos extraños el resto del tiempo? —cuestionó en voz baja—.
¿Por lo que no querías hablarme de tu Lazy Baker? ¿Por lo que casi no has
querido contarme nada?
¿Actuando como yo? ¿Qué? ¿Bromeando con él? ¿Y de verdad
necesitaba señalar el hecho de que había sido cautelosa y se había dado
cuenta?
—¿Es qué por qué? —Fue lo que escogí decir primero.
Esa linda barbilla se elevó un poco mientras miraba mi rostro
demasiado de cerca. Tuve que luchar contra el impulso de meterme el
cabello detrás de la oreja mientras esos ojos azul claro vagaban por mi
160
rostro como lo habían hecho desde que empezamos a vernos de nuevo.
—Que pienses que nunca te respondí a los mensajes.
Mi pecho dolió.
—¿Es por eso que estás tan tensa a mi alrededor, cariño? ¿Por lo que
siempre dices adiós como si fuera la última vez que vas a verme?
¿También había notado eso?
La ceja arqueada que me estaba dirigiendo decía: “Sí, lo noté”.
Y mi rostro decía: “¿Qué quieres que diga?”.
Y ahí estábamos. En un punto muerto. Porque yo no había hecho
nada malo, y en su cabeza, lo único malo que había hecho era olvidarse de
mí. Con el tiempo. Porque prácticamente había jurado que me había
enviado un mensaje y que yo no había respondido. Porque había
preguntado por mí, supuestamente, y nadie le había dado detalles.
Sí, eso todavía dolía. Pensarlo una y otra vez no ayudaba a aliviarlo.
No realmente.
En absoluto.
Zac dio un paso más cerca y sentí algo ligero rozar mi antebrazo.
—Enana, no sé qué diablos pasó, pero sé que no hay forma de que no
te hubiera respondido un mensaje en algún momento. Y lo juro por la vida
de Paw-Paw, también me puse en contacto contigo y nunca recibí
respuesta. Pensé que estabas ocupada, pensé que también estabas de
duelo por mamá Lupe dado que te habías mudado para estar con Connie
después de terminar la escuela y te estabas instalando. Sé que te envié un
mensaje para ver cómo estabas. Hirió mis sentimientos cuando tampoco
tuve noticias tuyas, chica, pero pensé que tal necesitabas un poco de
espacio. Tal vez no querías un recordatorio como yo…
Sí, todavía dolía.
—Pero lo juro por la tumba de Maw-Maw, tal vez me hubiera tomado
mi tiempo si hubiera estado ocupado o algo así para responderte, pero no
hay maldita manera de que hubiera hecho algo así por mucho tiempo.
¿Por qué dolía más cada palabra que salía de su boca?
—¿Estás segura de que me estabas enviando un mensaje y no a otra
persona? ¿Estás segura de que no te olvidaste de mí?
Y eso me hizo mirarlo fijamente.
—A menos que cambiaras tu número en ese entonces, yo tenía el
mismo con el que siempre te estaba contactando, Zac. —Pero eso de
repente me hizo pensar. ¿Había cambiado su número y se había olvidado
de decírmelo? No era como si hubiera recibido algún mensaje diciendo que
el número ya no estaba activo… pero eso había sido hace tanto tiempo,
¿había existido eso en aquel entonces?
161
¿Eso tenía sentido?
—He cambiado mi número de un par de veces, cuando alguien ha
averiguado que es el mío, pero no recuerdo hacerlo en mucho tiempo —
prosiguió, mirándome con esa expresión intensa que se sentía como un
eclipse—. Sé que te lo habría dicho si lo hubiera cambiado y tus mensajes
hubieran estado ahí. Lo sé.
Pero no lo había hecho.
Sabía sin ninguna duda en mi mente que le había enviado mensajes.
Si se había olvidado de decírmelo, o a Boogie, eso era una cosa, pero
simplemente no tenía sentido. En ese entonces nos enviábamos mensajes
una vez por semana. No habría estado al final. No se habría olvidado de mí
en un mes si hubiera seguido explotando su teléfono.
Y, Dios mío, eso realmente dolió como loco.
No quería hacer esto. No quería volver a sacar a colación esta mierda.
No quería hablar más de esto. Estaba hecho. No había nada que
pudiéramos hacer para retroceder en el tiempo.
—Mira, no sé qué pasó, pero sé que te envié mensajes. Una y otra vez.
No todos los días ni nada, sino como solíamos hacer, ¿sabes?
Parecía que quería creerme.
—Y nunca respondiste a mis mensajes, Zac. No mentiría sobre eso.
Literalmente no tengo ninguna razón para hacerlo —dije, porque no quería
que pensara que lo había estado contactando desesperadamente. Él podía
hacer lo que quisiera, incluso si eso involucraba no tener tiempo para mí.
Pero no iba a ser culpada por ninguna mierda—. Incluso al mudarme con
Connie y Richard, no habría estado tan ocupada como para no haber
respondido tus mensajes. Eras mi amigo y te quería. Lo pasé mal después
de la muerte de mamá Lupe y tuve que vivir con los padres de Boogie un
par de meses antes de terminar la escuela, pero… te digo la verdad. Lo
intenté. Solo pensé…
En ese momento de mi vida, después de tener que mudarme de la
casa de mi abuela dos meses antes de mi graduación de la escuela
secundaria, cuando Connie había estado viviendo en Carolina del Norte,
Boogie había estado muy ocupado con el trabajo, Zac había estado en
Dallas y mis padres… mis padres se habían ido de nuevo, había sido el
momento más difícil de mi vida. Quería a mi tía y a mi tío, pero no habían
sido la mujer que me había criado, ni siquiera mi hermana mayor.
Mudarme tan lejos para estar con Connie había sido aterrador, pero
realmente había sido mi única opción entonces. Podría haberme quedado
con mi tía y mi tío, pero no había querido quedarme más tiempo del
necesario.
Y entonces lo de Zac había sucedido, y se había sentido como lo 162
apropiado para hacer.
Había alcanzado mi límite de pérdida y dolor entonces.
Miré hacia el techo por un segundo cuando sentí que mis ojos se
humedecían y mi nariz comenzaba a ponerse un poco rara también. Aspiré
y me obligué a bajar la mirada mientras le decía otra cosa que era
parcialmente verdad.
—Pensé que ya no querías ser mi amigo.
Sus rasgos se suavizaron y estaba bastante segura de que lo vi
morderse el labio inferior por un segundo antes de que su frente se
arrugara de nuevo mientras negaba.
—En ningún momento de mi vida he dejado de querer ser tu amigo —
replicó con voz afligida—, y sé que no mentirías, chica. —Su mirada era
sólida y firme—. Pero tienes que creer que no te habría ignorado, y
tampoco mentiría sobre eso. No te mentiría, punto.
Bueno, podía creerlo, porque había sucedido.
Pero…
—No me crees.
Ah, mierda.
—Creo que crees que no habrías hecho eso, pero… —lo hiciste—… te
escribí mensajes y te llamé, y esa es la verdad.
—Te habría respondido, enana —insistió.
Pero no lo había hecho. Porque yo habría respondido.
—Estaba ocupado en ese entonces. Todo era una locura, pero yo… —
Tragó saliva y, de nuevo, supe lo que estaba pensando. Lo que quería decir
pero no quería decir. No te habría olvidado, pero lo hizo.
De lo contrario, se habría esforzado más por comunicarse conmigo a
lo largo de los años.
Quizás le había preguntado a Boogie sobre mí.
Quizás había pensado en mí de vez en cuando al principio, cuando
estaba imaginando responderme, pero después de un tiempo, lo había
olvidado.
Y ambos lo sabíamos.
Y en cierto modo, me alegré de que no se estuviera obligando a
pronunciar esa afirmación.
Habría sido peor.
Así que cuando me miró con sus tensos ojos azul claro, no supe qué
decirle, cómo consolarlo, porque honestamente, yo también necesitaba un 163
poco de consuelo. Sin embargo, no era por culpa; era solo por la realidad.
Por la pérdida.
—Mira, ya no importa, ¿de acuerdo? No tiene sentido… señalar con el
dedo. —Porque ambos sabíamos a quién señalaba el dedo más grande.
Joder, no era a mí.
Zac miró fijamente.
—No, sí importa, cariño. A mí me importa. No he visto tu rostro en
diez malditos años, y no entiendo por qué, y cuanto más lo pienso, más me
enoja.
Levanté mis cejas.
Continuó.
—Solías abrazarme todo el tiempo, meterte conmigo todo el tiempo. —
Su boca se tensó y aplanó—. Ahora me tratas como si apenas nos
conociéramos; apenas bromeas conmigo.
—Bromeo contigo. —Eso sonó débil incluso para mí.
Negó y soltó un suspiro que hizo que sus labios emitieran un sonido
de pedorreta.
—Enana, tengo mi corazón aquí. —Hizo un gesto hacia su cuello—. Y
me estoy enojando.
—¿Conmigo?
—No, cariño, no contigo. Con… todo. Conmigo mismo. —Su mirada se
elevó y dejó escapar otro aliento—. ¿Cómo demonios ocurrió eso? No lo
entiendo.
¿Qué quería que dijera?
Esos ojos azules se movieron de nuevo hacia mí, y esa vez suspiró,
sus hombros cayendo de la misma forma que cuando le había dicho sobre
Paw-Paw, deprimido y triste e inseguro.
Y honestamente, no me gustó nada.
—No es de extrañar que me mires así —declaró en voz baja.
Los latidos de mi corazón estaban en mi garganta, pero pregunté de
todos modos, sabiendo que no debería, sabiendo que era malo hacerle
sentir peor.
—¿Así cómo?
Su nuez de Adán se balanceó.
—Toda amable como una extraña. Bromeando conmigo y luego
recordando que no quieres hacer eso. —Zac apartó la mirada por un
momento—. Me perdí diez años de tu vida, chica. Ni siquiera te reconocí al
principio. Pensé que no podría sentirme más como un pedazo de mierda de
lo que lo hice la otra noche, pero lo hago.
164
Él había perdido diez años, pero yo también había perdido diez años
de los suya.
Y esa había sido mi elección.
Suspiré y di un paso más cerca de él, más cerca de ese cuerpo alto y
delgado que estaba segura que tenía que ser el fondo de pantalla en
cientos de celulares de mujeres. De ese rostro que realmente merecía estar
en la portada de revistas con mucha más frecuencia. Agarré su cálido
antebrazo y dije:
—Yo también podría haber contactado contigo, pero mis sentimientos
estaban heridos. —Era la verdad. Pero no quería que se centrara
demasiado en eso—. Lo siento, Zac. Honestamente, pensé que ya no me
querías cerca. —Eso era verdad también, incluso más que mi primera
declaración, y eso era suficiente drama para mí. Suficiente tristeza. No
quería hablar de la otra mierda; esto era lo suficientemente agotador. E
incluso tenía menos sentido mencionar eso que esto.
Lo sabía.
Así que le di más honestidad. Le di una pequeña parte de mí que
sabía que había estado reprimiendo a su alrededor. Por mi seguridad.
—También me perdí tu rostro grande y tonto, Snack Pack.
Sus ojos se agrandaron. Esas pestañas oscuras, casi rubias, cayeron
lentamente sobre ellos. Y esa boca suya se abrió ligeramente.
¿Con sorpresa?
Le di una pequeña sonrisa a cambio. Una sonrisa que quería
agrandar, pero la contuve por un segundo más. Para asegurarme. Para no
sobrepasarme.
Y entonces parpadeó y me dio un pedacito de sí mismo también.
—Podrías haber dicho “rostro tonto”. Sabes que soy sensible acerca de
mi gran cabeza —dijo Zac inexpresivamente, en voz baja, casi vacilante.
No pude evitarlo; asentí hacia él.
—Te queda bien tu gran cabeza, si eso te hace sentir mejor.
Su boca se curvó un poco más.
—Lo hace. Gracias, cariño.
Mi sonrisa se amplió a pesar de las alarmas de advertencia resonando
en mi cabeza que intentaban recordarme lo que era esto, cuáles deberían
ser mis expectativas.
Pero la sonrisa de Zac era como una de esas flores que florecen a
cámara lenta en el canal de naturaleza.
Solo me odiaba parcialmente por amarla… no porque lo amara de esa
manera, sino porque todavía me importaba mucho. Y a veces era más fácil
no preocuparse por las personas, al menos las personas que no estaban 165
tan interesadas en ti como tú en ellas.
—Podemos ser amigos cuando los dos tengamos tiempo, si eso
funciona para ti —dije suavemente, intentando darle una sonrisa—.
Porque no estaba bromeando acerca de tu gran cabeza.
Algo en él vaciló por un momento, estaba en sus ojos, pude verlo, pero
una fracción de segundo después, abrió los brazos.
Di el paso hacia ellos. Como adulta, como una Bianca mayor.
Me atrajo hacia él, hacia su pecho, hacia su vida, supongo.
Zac Travis me abrazó y dijo:
—Te extrañé mucho, Little Texas.
Algo en mí se deshizo ante el nombre que no había usado en tanto
tiempo.
En tanto, tanto tiempo.
Con mi mejilla contra su pecho, le dije la verdad.
—También te extrañé mucho, Big Texas.
DIEZ
Lo que tenía que ser una de sus manos de un millón de dólares
palmeó la parte posterior de mi cabeza y me gustó. Me gustó mucho.
—Ah, cariño. Va a tomar un tiempo para que mi corazón no esté
destrozado porque no querías que supiera que vivimos tan cerca el uno del
otro.
Me eché hacia atrás un poco, mirando esa barbilla salpicada de vello
rubio y castaño claro, y levanté mi dedo índice. Se lo metí en la nariz,
como en los viejos tiempos, y no me sorprendió que no se sintiera
inapropiado. Todavía se lo hacía a Boogie, Connie y a mi sobrina y sobrino.
Seguí diciéndole la verdad.
—Simplemente no quería ser una molestia o alguien más que quiere
algo de ti. Eso es todo. —Al menos eso tenía una precisión del noventa y
nueve por ciento.
De acuerdo, el noventa por ciento, pero, ¿quién mantenía la cuenta?
Solo yo. 166
Su nariz se arrugó y no estaba segura de cómo interpretar su atenta
mirada. Quería moverme nerviosamente, quería estar cohibida por tenerlo
tan cerca que podía ver todas mis imperfecciones. Las cejas que llevaban
una semana de retraso para ser depiladas. El labio superior tampoco
estaba en su mejor momento. Las bolsas debajo de mis ojos por el sueño
que solo recuperaba una vez a la semana.
Zac había estado rodeado de mujeres hermosas, bonitas y lindas toda
su vida. No era como si esa realidad fuera nueva para mí.
No era fea, bueno, no tan fea de todos modos. Podía tener citas
cuando quisiera… había tenido citas cuando quise.
Así que hizo que fuera más fácil tenerlo justo en mi rostro,
absorbiendo mis rasgos porque quería ver si estaba mintiendo o porque
todavía estaba tratando de recordar cómo me veía.
—Me preocupaba por ti todo el tiempo después de irme a la
universidad, ¿lo sabías?
Me estaba matando.
—También me preocupaba por ti, ¿lo sabías? Todavía me preocupo
por ti cada vez que juegas. Te amaba, todavía lo hago. —Cállate—. Pero
estabas ocupado y tenías otras cosas de las que preocuparte. No te guardo
rencor por eso. —Me estremecí—. Mucho. Sabía que, cuando te fueras, el
mundo se iba a expandir para ti. O al menos, lo entendí una vez que crecí.
—Después de haber llorado al principio, pero él no necesitaba saber eso.
Solo tenía once años por aquel entonces.
Además, no quería tocar demasiado los años posteriores a eso. No
había querido molestarlo, esa parte era absolutamente cierta. No había
querido ser la persona que su ex novia me había acusado de ser. Pero
había habido una razón por la que la idea de que pudiera ser una molestia
para mi viejo amigo se había formado en primer lugar.
Por una fracción de segundo, pensé en esa chica con largo cabello
castaño que me había dado esta pequeña sonrisa falsa y despreciable,
justo antes de hacerme sentir diminuta. La chica que me había arrancado
la autoestima y la había pisoteado con la punta de su zapato. La duda era
algo terrible para cualquiera.
Con suerte habría sufrido de ladillas en algún punto en el paso de los
años.
Zac no me dijo nada durante tanto tiempo que no estaba segura de
que fuera a hacerlo a pesar de su gran abrazo. Siguió mirándome y
mirándome un poco más hasta que finalmente sus hombros parecieron
relajarse.
Esperé, sin saber qué demonios estaba pasando por su cabeza ahora,
ya que ya me había equivocado. O tal vez lo había entendido bien y luego
él había cambiado de opinión. 167
Esto era confuso.
Afortunadamente, él ya no me confundía exactamente.
—También te amo todavía, enana —dijo Zac con un suspiro, todavía
mirándome demasiado de cerca y con cuidado. Una comisura de su boca
se curvó solo un poquito.
En otra vida, habría matado porque esas palabras tuvieran un
significado diferente.
Pero las aceptaría ahora, las envolvería en papel de seda y las
guardaría en un lugar seguro.
Le sonreí, y tomó un segundo para que el otro lado de su boca se
curvara también, todo reacio e inseguro. Demasiado cuidadoso.
A mi ex le había tomado un año decirme que me amaba. No había
visto a Zac en diez años, pero solo le tomó semanas decirme las mismas
palabras, con un significado diferente, pero aun así significaban lo que
significaban. Lealtad. Amistad. Afecto. Esas tres cosas estaban
básicamente grabadas en su ADN.
¿Cómo podría no amarlo? Incluso si esta mierda era confusa.
Zac alzó una mano para pasarla por su mejilla derecha.
—Diez años pasaron volando, chica —suspiró, su suave mirada azul
persistente, inmóvil e inquebrantable—. Aún no puedo creer que haya sido
tanto tiempo.
—Está bien.
—No, no lo está —suspiró una vez más, pasando una mano por su
rostro otra vez antes de alzar un dedo y tocar con la punta un lunar justo
bajo el borde de mi boca—. Realmente no te reconocí. —Ladeó su cabeza
rubia, y no estaba mirando a nada más que a mis ojos cuando preguntó—:
¿Cuándo te volviste tan linda, eh?
Eso habría sido una daga para mi maldito corazón cuando era
adolescente, pero ahora… ahora sabía lo linda que era.
No era como si todavía pensara que existía algún universo alternativo
en el que a Zac le gustaba de alguna otra manera que no era como lo hacía
actualmente, porque incluso eso, en este punto, era una especie de
milagro. Y estaba bien. Estaba totalmente bien.
Me sentí bastante orgullosa de mí misma cuando una sonrisa se
deslizó por mi boca con relativa facilidad, y levanté un hombro.
—Dejé de usar tanto gel en mi cabello y aprendí que se suponía que
no debía cepillarlo. Ejercicio, cuatro años de retenedores transparentes,
maquillaje. Connie dice que tampoco puedo agradecerle a la pubertad, ya
168
que comenzó como cinco años tarde.
Esa idiota. Casi me reí pensando en la forma en que ella lo había
dicho, ahora que lo pensaba. Pero no lo hice.
La expresión de Zac se volvió un poco divertida entonces, pero esa
pequeña sonrisa gradual se mantuvo en su lugar.
—Nah, siempre fuiste linda, cariño.
Linda. Otra vez. Sin embargo, todavía sonreí, tomando su cumplido
por lo que era. Este hombre había salido con modelos —Boogie me había
susurrado sus nombres cuando me mostró fotos de ellas— y con una
actriz o dos. Tampoco podía olvidar esas.
—Boogie y tú eran los únicos que decían eso —admití. Mi hermana y
mi abuela, e incluso mis padres cuando estaban cerca, siempre me habían
dicho que era bonita, pero la belleza estaba en los ojos del que miraba. Lo
sabía de primera mano por algunos de los chicos del gimnasio. La mayoría
de los sexys eran tipos muy agradables y normales, pero un par de ellos
habían resultado ser unos enormes imbéciles arrogantes que me hicieron
animar al chico con el que iban a pelear porque quería que aprendieran
una lección de humildad.
Atractiva, no lo era… o la mitad del tiempo no lo era. Pero eso pasaba
con todo el mundo. Al menos eso es lo que me iba a decir a mí misma.
Este hombre que estaba intentando ser mi amigo de nuevo me dio
una sonrisa un poco más brillante que la anterior.
—Te dije que los chicos eran tontos por aquel entonces.
Resoplé y se sintió natural. Correcto.
—Todavía lo son.
La sonrisa de Zac se torció en un parpadeo, y pude ver el afecto brillar
detrás de sus ojos. Y eso también fue natural y correcto. Familiar.
—¿Cuándo lo perdiste, enana?
Por qué mi virginidad fue lo primero que me vino a la cabeza, no tenía
ni jodida idea. Entonces lo entendí. Eso. El peso. La “grasa de bebé”, como
me había aferrado a llamarla.
—Tomó algunos años, pero… tachan. —Resoplé y me encogí de
hombros—. Estoy feliz.
Esa sonrisa muy blanca que había sido producto de tres años de
aparatos ortopédicos según Boogie, porque en mi cabeza se sentía como si
él solo los hubiera tenido durante un par de meses, me iluminó con toda
su fuerza.
—Ser feliz se ve bien en ti. —Sus fosas nasales se ensancharon un
poco—. Eres algo, chica.
169
Algo.
Teniendo en cuenta todas las mujeres que había visto, las mujeres
muy hermosas que había visto, iba a tomar su cumplido por lo que era: se
había preocupado por mí, y cómo me veía nunca le había importado. Era
un cumplido de un hombre maravilloso que me había dicho que no
permitiera que los chicos tontos me afectaran. Que había ido a la escuela a
recogerme con Boogie cuando yo tenía dieciséis años, frunciendo el ceño
todo el tiempo porque Boogie le había dicho que estaba molesta porque
este chico me había llamado con un nombre feo ya que no le permití copiar
mi tarea y me había afectado.
—Gracias, Snack Pack —dije con sinceridad, aferrándome a ese
recuerdo, él exigiendo que les dijera quién me había hecho llorar. Nunca se
lo dije, pero intentó mucho sacármelo. Él y Boogie—. Así que —me encogí
de hombros por enésima vez—, ¿quieres un poco de yogur helado?
Me dio una mirada de soslayo que decía: “¿Tú qué crees?”.
Le sonreí y se lo entregué.
—Oye, ¿era Trevor al que vi correr arriba cuando llegué?
—Estoy seguro de que lo era. Está aquí esta semana. La mayor parte
del tiempo está en Los Ángeles, a veces en Nueva York, y de vez en cuando,
hace algunas visitas a domicilio a los otros dos jugadores que tiene solo
para asegurarse de que no metan la pata.
—¿CJ y tú lo dejaron quedarse aquí? ¿O es la casa de CJ y te deja
quedarte aquí? —inquirí finalmente, intentando resolver esta mierda.
—Esta es la casa de Trevor. Su casa de “Houston”. —Usó comillas en
el aire y movió las cejas—. Es de League City. —Ese era un suburbio en las
afueras de Houston—. Solo pasa aquí una semana al mes, si acaso. Deja
que CJ y yo nos quedemos aquí.
Ohhh. Eso explicaba un poco las cosas. La escasez de mobiliario. El
hecho de que la casa pareciera nueva, porque en realidad nadie vivía aquí.
—No sirve de nada gastar dinero quedándome en algún lugar cuando
no estaré allí por mucho tiempo, ¿sabes?
Algo remoto y triste se deslizó por mi pecho lentamente. Dios,
esperaba que las cosas le fueran bien. Esperaba que pudiera establecerse
por el resto de su carrera y ser feliz.
Entendí lo que quería decir. Lo había seguido lo bastante de cerca
para entenderlo. Lo habían liberado en Dallas una vez, y ahora Oklahoma
había dicho, “Nos vemos”. Tenía un pequeño recuerdo de haber escuchado
a Zac decirle a Boogie hace años lo mucho que él y su madre se habían
mudado por Texas antes de volver a vivir con los padres de ella.
Mantuve la boca cerrada y mis pensamientos para mí.
—No tan mal, ¿eh? —terminó, pero no me gustó la forma en que lo 170
preguntó.
Debería contárselo a Boogie, hacer que se asegurara de que estuviera
bien de verdad. Ese era el territorio del mejor amigo, no el territorio de la
persona que no había visto o recordado en diez años.
Iba a quedarme en mi línea. Conocía mi línea y me sentía cómoda en
la misma. Todavía no le había preguntado sobre su prueba en San Diego.
Una parte de mí esperaba que lo mencionara él, pero le daría una
oportunidad. O al menos un ratito.
—Me alegra que pienses que vivir en esta casa tan grande no es tan
malo —dije con expresión seria, esperando animarlo un poco mientras
tanto—. Estoy segura de que es difícil acomodarse en el dormitorio
principal.
Me miró por un segundo. Entonces su risa escapó de él, lenta y
perezosa. Pero incluso sus rasgos se iluminaron.
—Quiero decir, estos suelos de madera no son de mármol, viejo. No sé
cómo pueden soportarlo tus sensibles pies.
Gimió, pero pude ver esos dientes blancos relucientes, y fue
agradable. Muy agradable.
—De acuerdo. Me lo merecía. —Miró hacia el techo abovedado, esas
mejillas delgadas se ensancharon con la sonrisa todavía en su rostro, una
gran sonrisa—. Este lugar es más grande que cinco de las casas en las que
crecimos, ¿eh?
—Síp. Sabes que solo estoy jugando contigo. Sé que ahora estás
acostumbrado a las cosas buenas de la vida. Boogie me mostró algunas
fotos de la casa en la que vivías en Oklahoma. Has trabajado duro por todo
lo que tienes. No es necesario que te disculpes por poder comprar cosas
bonitas o por no querer comprar una casa. Si pudiera pagarlo, también
viviría en un lugar tan agradable.
—Esa casa en Oklahoma era solo de alquiler. —Su sonrisa se hizo un
poco más pequeña mientras seguía mirando hacia el techo con sus vigas
de madera, así que no estaba esperando su siguiente pregunta—. ¿Por qué
nunca viniste de visita con él, enana? ¿De verdad pensaste que no quería
verte?
Y otra vez eso. Todavía no estaba dejando pasar esto por completo.
Mierda.
Sin embargo, no quería mentirle.
—Prácticamente.
No aprecié la expresión que puso.
Así que hice una mueca.
—Sabes, estás poniendo toda la culpa sobre mí cuando podrías 171
haberme visitado también. —Si hubieras recordado que estaba viva.
Afortunadamente, no había mucha amargura en el pensamiento. Solo un
poco. Eso estaba bien—. No cambié mi nombre ni entré en protección de
testigos ni nada, ya sabes.
Estaba de buen humor. Estaba avanzando. No iba a permitir que esto
afectara a nuestra amistad.
Ya no.
Zac instantáneamente cerró la boca, parpadeó y luego la volvió a
abrir. Su mirada se posó totalmente en mí entonces, y le tomó un segundo,
pero finalmente dijo:
—Sabes, nadie me habla así excepto Boogie y Trevor. —Hizo una
pausa—. Y mi madre.
Ah. Más familiaridad.
Me puse de puntillas, extendí la mano y le di un golpecito en su nariz
todavía recta.
—No sé sobre Trevor, pero el resto de nosotros te conocemos desde
que llevabas calzoncillos, así que…
El maldito Zac se rió de nuevo, e hizo que algo cálido estallara en mi
estómago.
—Todavía lo hago.
Resoplé.
—Por favor, dime que todavía tienen al pequeño Spiderman.
Zac negó.
—Es el gran Spiderman ahora.
Este idiota.
Ambos nos reímos, fuerte, y todavía se estaba riendo a carcajadas
cuando agregó:
—Maldita sea, te extrañé, enana. A ti y a esa boca.
Te extrañé, enana. Calidez y no poca tristeza llenaron mi pecho. No
pude evitar decirle la verdad.
—Lo sé. También te extrañé. Espero que no pasemos otros diez años
sin vernos.
Tal vez no era lo perfecto que decir, pero la mayor parte de la sonrisa
de Zac no se desvaneció después, al menos. Al parecer, él también lo
estaba intentando.
—Eso no va a pasar de ninguna manera —aseguró, mirándome
directamente a los ojos—. Entonces, ¿tienes planes para hoy?
—Grandes planes. —Me encontré con su mirada—. Tengo que ir de
compras. ¿Tú? 172
—Podría hacer algunas compras.
—¿Compras tus propios alimentos?
Fue su turno de parpadear.
—¿Qué? ¿Crees que le pago a alguien para que haga lo que puedo
hacer yo mismo?
—Bueno, sí. Son como cinco dólares. Simplemente soy exigente con
mis productos. —Lo miré más de cerca que antes y susurré—: ¿Tienes
problemas financieros? Porque hace unos años, me endeudé mucho con la
tarjeta de crédito y me tomó un tiempo, pero la pagué, ¿y por qué sonríes
así?
Sí, estaba sonriendo y ni siquiera se molestó en tratar de ocultarlo.
—¿Sonriendo cómo?
—Como un idiota —repliqué.
Zac jodidamente se carcajeó y me hizo reír.
—Tengo mucho. Lo prometo.
Bien entonces.
—¿Y? ¿En serio? ¿De verdad quieres ir? —La idea de que fuera a la
tienda de comestibles a comprar prácticamente me dejó alucinada. La idea
de que quisiera ir conmigo a comprar comestibles lo llevó a otro nivel.
No era que me importara.
Esa mano grande y rápida salió de la nada para tocar mi nariz antes
de que pudiera esquivarlo.
—Cuenta conmigo, cariño. Un chico también tiene que comer.

Si alguien me hubiera dicho hace dos semanas que iba a ir a una


tienda de comestibles con Zac, que llevaba mis bolsas reutilizables sobre
uno de sus hombros mientras intentaba pasar desapercibido con una
gorra de béisbol naranja y blanca baja sobre su cabeza, habría pensado
que estaban llenos de mierda.
Sobre todo porque todavía no podía creer que este tacaño no estuviera
dispuesto a pagar un par de dólares para que otra persona comprara sus
alimentos.
Me había asegurado de mencionar eso no menos de tres veces más en
el viaje hasta allí, un viaje que consistía en mí detrás del volante porque al
parecer alguien no “quería conducir” y porque mi auto tenía “un maletero
más grande”. Quiero decir, no me importaba, pero si tuviera que elegir
entre mi Honda Accord o su auto de lujo, habría elegido el suyo. Sobre
todo porque nunca había estado en algo más caro que el Audi de Boogie.
173
Y si quería arriesgar su vida siendo secuestrado pasando el rato con
el resto de la plebe, esperaba que su mánager tuviera acceso a su cuenta
bancaria por el dinero del rescate, porque no iba a arriesgar mi vida
salvándolo de una situación de secuestro. Llevaba vivo más tiempo que yo.
Me quedaba mucho por lo que vivir.
También le dije eso, lo que le hizo reír.
—Nah, nadie me reconoce nunca —afirmó.
—¿Y tienes una lista o solo vas a comprar cosas al azar? —pregunté
más tarde mientras tomaba un carrito grande en la entrada de la tienda.
Zac se había burlado de mí por mi trabajo de mierda estacionando durante
todo el camino.
Estaba ocupado tomando uno de tamaño medio con dos cestas, una
pequeña en la parte superior y una más grande en la parte inferior. Me
guiñó.
—Sin lista. Todo vendrá a mí.
—Ajá. —Porque eso siempre funcionaba. Estaba jugando con el fuego
que provocaba no comer algo de antemano.
Al escuchar el sarcasmo en mi voz, esa boca casi fina esbozó una
sonrisa.
—Tengo esto, chica. ¿Qué vas a comprar?
Empujé mi carrito hacia los productos agrícolas primero, como
siempre hacía.
—Tengo una lista bastante larga. —Volviéndome sobre mi hombro,
levanté mi teléfono para mostrarle mi aplicación de notas y vi sus ojos
ampliarse.
Empujó su carrito hacia adelante para caminar a mi lado.
—La última persona que conocí que usaba tantos comestibles fue un
ala defensiva de ciento veintisiete kilos.
—No como mucho fuera, y siempre se pasa alguien y come en mi
casa.
Me miró.
—¿Quién?
Me encogí de hombros cuando comencé a agarrar apio, cayendo
directamente en esa cómoda trampa de “te conozco y me siento cómoda así
que voy a bromear contigo”. No necesitaba saber que estaba hablando de
Deepa.
—Gente.
Zac tardó un segundo en reírse, pero lo hizo mientras dejaba su
carrito y se acercaba, recogiendo una bolsa de zanahorias baby para las
174
que esperaba que tuviera un plan y que no se echaran a perder.
Esperé hasta que se detuvo a mi lado, recogiendo aguacates y
probando cuán duros eran, para cuestionar gentilmente:
—Así que… ¿puedo preguntarte sobre…? —Me volví para asegurarme
de que no había nadie cerca. No lo había—. ¿Cómo fueron las cosas en
San Diego, o prefieres no hablar de eso?
Podía sentir la sorpresa emanando de él. Solo duró alrededor de un
segundo, pero estaba allí y luego desapareció.
—Puedes preguntar, cariño. Nadie más lo hace. —Bajó la voz—. Fue
bien. Había otro chico allí, pero no me quedé con buena sensación. No
espero nada.
Esos hijos de puta. Esperaba que perdieran todos los partidos de esta
temporada. Le eché un vistazo a su rostro, pero me atrapó y forcé una
sonrisa.
—Eso apesta. San Diego es caro para vivir de todos modos.
—Sí, tienes razón. —No me gustó nada la forma en que ladeó la
cabeza—. Todavía tengo algo de tiempo.
No mucho, estaba segura de que ambos lo sabíamos, pero ninguno de
los dos lo admitió. La temporada iba a comenzar en poco tiempo.
No me sorprendió que cambiara el tema de conversación hacia mí.
—¿Tuviste un buen día en el trabajo?
—Solo pensé en dejarlo dos veces. Eso es lo mejor que consigo ahora
—admití, colocando cuatro aguacates en las bolsas de algodón que usaba
para mis productos.
Se inclinó y me quitó la bolsa de la mano, sacó dos y los puso en su
carrito.
—¿Qué está pasando con tu jefe de nuevo?
Lo miré, me incliné como él acababa de hacer, recuperé uno y dije:
—Déjame enseñarte cómo elegirlos.
Así que le enseñé a hacerlo, señalando la punta y contándole todo
sobre mi truco de la bolsa de papel para hacerlos madurar. Una vez tomó
tres propios que eran tan buenos como los que yo había encontrado,
respondí a su pregunta sobre mis jefes.
—Son nuevos, tres de ellos. Compraron el gimnasio en el que trabajo,
pero dos de ellos son básicamente socios silenciosos. El otro es solo un
imbécil, pero es así con todos, así que me hace sentir un poco mejor que
no sea solo yo. Todavía lo odio bastante.
—¿No ganas suficiente dinero con tu canal de WatchTube?
Lo miré mientras empujábamos nuestros carritos hacia las cebollas,
175
pero fui la única en agarrar una.
—Sí. Ahora. Lo he hecho durante los últimos dos años, pero antes,
fluctuaba demasiado y no quería renunciar hasta estar segura de que
podía seguir viviendo de mis patrocinadores y del dinero de los anuncios —
expliqué. Todavía había muchas otras cosas de las que no le había
hablado que mi instinto sabía que con el tiempo surgirían—. Algunas otras
cosas sucedieron en ese momento, pero es complicado y una larga
historia. Te lo contaré en otro momento. De todos modos, quiero dejarlo
ahora, pero mi amiga Deepa que conociste…
—¿La joven?
Asentí
—Me siento mal dejándola allí, así que estoy esperando que encuentre
otro trabajo para que yo pueda irme también. También trabaja para mí,
ayudándome con cosas cuando grabo mis videos, pero no es suficiente
para pagarle a tiempo completo. Lo edito yo todo. —Tuve que aprender sola
hace dos años, pero eso era más de lo que necesitaba saber en ese
momento.
Arqueó una ceja.
—¿Tienes una asistente?
—Algo así. —Le di un codazo—. Solo para pequeñas cosas. Lo hago
casi todo yo misma. —Porque ya no confiaba en que otras personas me
ayudaran, pero eso era parte de la historia que era demasiado complicada
de explicar en la tienda de comestibles—. Así que renunciaré más pronto
que tarde. No estoy muy preocupada por eso. Creo que estoy demasiado
emocionada por el viaje que tengo en un par de meses para preocuparme
por el gimnasio demasiado.
—¿Qué viaje?
—Voy a Disney World en octubre.
—¿Con Connie?
—No, sola —respondí—. Es mi viaje de redención con doce años de
retraso. Estoy muy emocionada.
—Recuerdo que siempre hablabas de ir algún día. —Me dirigió una
cálida sonrisa antes de que pareciera pensar en algo que lo puso
reflexivo—. Chica, ¿dónde están tus padres ahora?
No me sorprendió mucho que le hubiera llevado tanto tiempo
preguntar por ellos. Por supuesto que recordaría los conceptos básicos de
mi relación con ellos. O al menos, tenía una idea de cómo habían sido
siempre, lo cual consistía en dejar a sus hijas con su abuelita mientras se
iban a hacer lo suyo.
—Están en Nicaragua ahora mismo en un viaje de misioneros. Mi
madre me envió un correo electrónico hace un par de días y dijo que cree 176
que estarán allí al menos otros dos o tres meses.
Sus dedos tamborilearon sobre el asa del carrito y solo podía
comenzar a imaginar lo que estaba pensando.
—No estaba seguro si seguían viajando todo el tiempo o no. —Fue
todo lo que dijo… con una voz tensa que elevó un poquito mi corazón.
—Sí, lo hacen —repliqué. Me había acostumbrado a que estuvieran
lejos todo el tiempo. Por otra parte, me había acostumbrado para cuando
tuve seis años.
Bueno, en su mayor parte.
No quería hablar más de ellos y estaba segura de que él
probablemente tampoco.
—He terminado aquí, vejestorio, ¿necesitas algo más? ¿Quieres que
nos separemos? —ofrecí con una voz mucho más alegre de lo que
realmente me sentía.
—Te seguiré.
De acuerdo.
—Voy por camarones ahora.
Zac asintió en respuesta y me siguió. Vi al hombre familiar detrás del
mostrador y lo saludé cuando hicimos contacto visual.
—Hola —me saludó el empleado, rodeando la barra detrás de los
refrigeradores alineados con carnes y pescado fresco—. ¿Cómo te va? ¿Qué
necesitas hoy?
—Un kilo de ese camarón pelado, por favor —dije al empleado,
mostrándole una sonrisa—. ¿No está Anthony hoy?
El hombre mayor me sonrió mientras abría la puerta de la nevera y
metía la mano.
—No, es su día libre. Le alegrará toda la semana si le digo que
preguntaste por él.
Resoplé mientras Zac venía a pararse a mi lado.
—Aww. Déjalo en paz.
Los ojos del empleado se deslizaron hacia mi compañero y puso
expresión de sorpresa. Solo me había preguntado al menos diez veces
durante el último año si todavía estaba soltera y normalmente a eso le
seguía que intentara ofrecerme a su más joven, pero muy lindo,
compañero de trabajo como material de novio.
—¿Te has echado novio?
—No. —Forcé una sonrisa en mi rostro—. Zac, este es George. George,
Zac.
177
Los ojos de George se entrecerraron un poco y tuve la sensación…
Zac me dio una palmada en el hombro.
—¿Cómo te va?
Tuve una oportunidad de cambiar de tema y la aproveché.
—George, ¿cómo están tus hijos? ¿Tu hija ingresó a la escuela de
enfermería que estaba esperando?
Eso fue suficiente distracción para que mi amigo del supermercado
me contara todo sobre el último drama escolar de su hija. A la gente le
gustaba contarme cosas y a mí me gustaba escuchar. Así que
afortunadamente, me las arreglé para conseguirle a Zac un pedido de
chuletón también, sin ser detectado. Le dije a George que lo vería más
tarde y prácticamente arrastré a Zac fuera de allí antes de que el otro
hombre se diera cuenta de por qué podría haber pensado que le resultaba
familiar.
—¿Estás seguro de que nunca nadie te reconoce? —inquirí cuando
estábamos lo suficientemente lejos para que no nos oyeran.
Zac tomó un paquete de espaguetis sin mirar realmente al frente.
—Bueno… a veces. No a menudo. —Arqueó una ceja—. ¿A ti?
—Nah. Seis veces, incluido CJ.
Asintió y su boca se movió hacia un lado por un momento antes de
cuestionar:
—Nunca pregunté. ¿Tienes novio?
Negué.
—No, soy mi propio novio. —Y ya que hablábamos del tema…—.
¿Tienes novia? ¿Esa rubia el día de tu fiesta era tu novia?
—¿La rubia el día de mi fiesta…? —preguntó y miró al techo,
pensativo.
Este tonto no tenía ni idea de quién diablos estaba hablando. Luego lo
confirmó básicamente leyendo mi mente.
—No sé de quién estás hablando —dijo después de un momento, en
realidad pareciendo avergonzado—. Y no, no hay novia. No hay nada. No
tengo tiempo para ese tipo de compromiso.
Resoplé.
—”Tener tiempo”, de acuerdo —repliqué con sarcasmo.
Me dio un codazo y abrió la boca para decirme quién sabe qué, justo
cuando su teléfono empezó a sonar. Lo sacó y leyó lo que estaba en la
pantalla, maldiciendo en voz baja. Sus ojos azules me miraron justo antes
de que murmurara:
178
—Es Trevor, mi mánager. —Como si no supiera quién era—. Un
segundo… ¿Qué pasa, Trev? ¿Te acaba de llamar? —cuestionó Zac con el
ceño fruncido, haciendo contacto visual conmigo.
Le sonreí y me volví hacia las filas de frijoles enlatados un poco más
allá del pasillo, sin prestar atención.
—No… Sí… Hablaremos de eso cuando regrese a la casa en un
momento. Estoy en la tienda con Little Texas… Little Texas… Bianca. Te la
presenté cuando hicimos ese anuncio, ¿recuerdas? No. ¿Qué? ¿Infracción de
copyright? —Zac dejó escapar un suspiro y estaba bastante segura de que
puso los ojos en blanco—. ¿Quién crees que inventó mi apodo, Trev? Ella
siempre fue Little Texas; entonces empezó a llamarme Big Texas.
Apartó el teléfono de su rostro, tecleando algo en la pantalla, y se
acercó a mí, preguntando en voz baja:
—Enana, ¿cuántos años tenía cuando empezaste a llamarme así?
Sabía que estaba escuchando a escondidas, y más tarde eso me haría
reír. Sostenía dos latas de frijoles negros cuando me volví hacia él y le dije
a Trevor:
—Yo tenía ocho años. Zac comenzó a llamarme Little Texas porque
tenía esta camiseta que usaba todo el tiempo con la bandera de Texas.
Para Navidad, traté de dibujar un Big Texas en una camiseta, y fue
entonces cuando comencé a llamarlo así. —Miré a Zac y arqueé las cejas—
. ¿Por qué? ¿Quieren empezar a pagarme por derechos de autor por
inventar su apodo?
Zac inclinó el rostro hacia el techo y tuve que pellizcarme la nariz
cuando Trevor tartamudeó:
—No. Solo preguntaba. Zac, quítame del altavoz en este segundo.
—Solo bromeaba sobre los derechos de autor. —Me reí, viendo a mi
viejo amigo cerrar los ojos mientras también se reía.
—¡Zac! —siseó el mánager antes de ser interrumpido por Zac
quitándolo del altavoz.
Pero aún pude oír a Zac responder:
—Ella solo bromeaba, Trev. No era como si alguna vez hubiéramos
hecho camisetas con Big Texas en ellas.
—Pero deberían —grité antes de volverme hacia los frijoles.
—Bianca acaba de decir que deberíamos. Quizás una vez que esté en
otro equipo…
Una vez que estuviera en otro equipo. Sonreí ante su optimismo. Me
alegraba que no hubiera vuelto a ser todo “¡Ay de mí, podría tener que
retirarme!”. Me alegraría no volver a encontrarme con ese Zac.
—Sí, hablaremos de eso más tarde… No. No quiero hablar de eso 179
ahora. ¿Quieres algo de la tienda? —Zac tomó otro paquete de pasta y lo
tiró en su carrito.
Zac habló por teléfono durante uno o dos minutos más.
Me pregunté de qué quería hablar su mánager y por qué Zac no
quería mencionarlo frente a mí.
Y no me permití estar decepcionada cuando inmediatamente me
preguntó si tenía camisetas de The Lazy Baker.
No tenía.
Me preguntó por qué no, y le dije la razón: porque no lo había
pensado.
No mencionó nada más sobre su llamada telefónica con Trevor
durante el resto de nuestras compras o el viaje a casa.
Boogie era su mejor amigo, no yo.
Y eso estaba bien.
Simplemente no podía permitirme olvidarlo.
ONCE
—Sí, está vomitando de nuevo —dijo mi hermana Connie por teléfono
mientras terminaba de ordenar mis compras una semana después.
Hice una mueca mientras cerraba la puerta del refrigerador de un
codazo.
—Oh, mierda, echó un poco en sus zapatos. ¡Asco! ¡B, tengo que
colgar! ¡Lo siento!
—No, no lo sientas. ¡Espero que se sienta mejor! ¡Dile que le quiero! —
grité por el auricular mientras oía a mi sobrino Guillermo vomitando de
fondo en la gasolinera en la que se habían detenido.
—De acuerdo, adiós —dijo Connie antes de colgar al instante.
Mi pobre sobrino. Al parecer, Luisa, mi sobrina, había estado diciendo
desde el día anterior que no se encontraba bien. Mi sobrino había dicho
que se sentía bien, pero una hora después del viaje de Guillermo y Connie
desde Killeen para pasar el fin de semana conmigo, había ido cuesta abajo
muy rápido. Yermo comenzó a vomitar en el lado de la carretera, y luego 180
vomitó un poco más en la gasolinera donde se detuvieron. Al parecer,
Richard, el marido de mi hermana, la había llamado para decirle que Luisa
también había comenzado a vomitar. Así que, por supuesto, se dieron la
vuelta y regresaron a casa.
Tenía sentido. Y si arruinó un poco los dos videos que había planeado
filmar mañana, bueno, cosas que pasaban. Solo esperaba por su bien que
mejoraran pronto. Lo resolvería.
Habían pasado cerca de dos meses desde la última vez que alguien
había venido y sido mi “invitado”, y eso era porque había estado
presionando para hacer uno con Guillermo y Connie. Dejé mi teléfono y
pensé en mis opciones. Boogie tenía planes, lo sabía. Pensé en un par de
amigos que estaban al tanto de lo que hacía, pero no se morían por estar
frente a la cámara. Necesitaba la ayuda de Deepa para hacer otras cosas
fuera de la pantalla, así que no podía ayudar en eso. Mis padres tampoco
estaban cerca, aunque eran los refuerzos de los refuerzos de los refuerzos.
Era realmente de último minuto intentar encontrar a alguien,
especialmente cuando tenía todos los ingredientes que iba a usar listos. Ya
había limpiado mi cocina y tampoco quería desperdiciar eso.
¿A quién más podría pedírselo?
Lo pensé mientras preparaba una cena rápida de pasta, aceite de
oliva, parmesano, pimiento rojo y algunas sobras de brócoli y pechuga de
pollo. Y fue mientras comía frente a la televisión, viendo otro episodio del
romance turco del que me estaba poniendo al día, que se me ocurrió la
idea de la nada.
Y al igual que con la mayoría de las cosas aterradoras en mi vida, me
pregunté: ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Me tomó dos minutos encontrar la cuenta de Picturegram de CJ y
otros dos minutos escribir y luego reescribir el mensaje que quería
enviarle.
THELAZYBAKER: ¡Hola, CJ! Por casualidad, ¿conoces a alguien (o
2 personas) que pueda estar interesado en hacer un video conmigo
mañana? Puedo pagar con comida o con un poco de dinero.
Directo y al grano. Perfecto. Las posibilidades eran que probablemente
tuviera tantos mensajes que el mío quedaría enterrado, pero valía la pena
intentarlo. Quizás, en el peor de los casos, ¿podría reciclar un video
antiguo? Si mi sobrino se sentía mejor, ¿podría intentar cambiar de turno
con algunas personas e ir a Killeen la semana próxima? Sabía que tenía
que trabajar el sábado. Algunos de mis seguidores se quejarían, pero
algunos se quejaban de todo. Una vez alguien se había quejado del color
de mi camisa; había herido sus pobres, sensibles y pequeños ojos, según
ellos.
Quiero decir, no podía hacer mágicamente que alguien apareciera
para estar en uno conmigo. 181
Por un diminuto segundo, pensé en Zac… pero estaba ocupado. Me
había enviado mensajes un par de veces desde el día que habíamos estado
comprando comestibles, pero por las fotos que publicó en su Picturegram,
estaba ocupado haciendo ejercicio y cualquier otra cosa en la que
trabajara durante su tiempo libre del fútbol. Me alegraba que publicara
más material de entrenamiento en sus cuentas, como sugerí hace
semanas.
Pero no quería molestarlo o hacerlo sentir culpable para que hiciera
esto por mí. Porque sabía que si le decía que estaba en una situación
difícil, se ofrecería. Y eso, más que contactar a CJ, me hacía sentir como si
me aprovechara de él.
Además, CJ había insinuado que estaba interesado en aparecer en
uno de mis vlogs, ¿no? Y si decía que no, no pasaba nada. Ya estaba
ocupado con su propia pretemporada. Pero tal vez, solo tal vez, conocería a
alguien que estaría interesado.
Una hora después, cuando mi teléfono sonó, me sorprendió
muchísimo cuando vi el icono de Picturegram en la pantalla y el
identificador de Picturegram de CJ en letras pequeñas al lado: CJDANIELS
NUEVO MENSAJE.
En el peor de los casos, iba a decir que no, que no conocía a nadie, y
eso sería todo. No pasaba nada. Abrí la aplicación y fui a mis mensajes
directos.
CJDANIELS: Hola. ¿A qué hora mañana?
Oh, mierda.
Le respondí de inmediato.
THELAZYBAKER: ¿10 am? Honestamente, tengo todo el día.
Normalmente grabo durante el día, pero puedo hacerlo en cualquier
momento. [emoticón sonriente]
Estaba releyendo lo que le escribí cuando me llegó una respuesta.
No te emociones. Es posible que todavía no conozca a nadie.
CJDANIELS: De acuerdo.
¿De acuerdo?
Bueno, al menos no fue un “no”. ¿Qué más podría significar? ¿Quizás
iba a preguntarle a alguien por mí?
Esperé hasta que terminó el episodio del programa turco y luego me
levanté y cargué el lavavajillas. Esperé hasta que lo tuve todo listo,
preparado para comenzar esta noche en caso de que usara un par de
platos más, y luego fui a revisar mi teléfono. La luz parpadeó y vi que la 182
pantalla mostraba que tenía un nuevo mensaje de Picturegram.
CJDANIELS: ¿Cualquiera puede hacerlo?
THELAZYBAKER: Sí, siempre que quieran y estén de acuerdo con
que lo publique cuando esté listo.
Los que piden no pueden elegir. Su respuesta llegó de inmediato.
CJDANIELS: De acuerdo.
CJDANIELS: ¿Dónde?
THELAZYBAKER: Mi apartamento [emoticón sonriente]
THELAZYBAKER: [dirección en Maps]
THELAZYBAKER: ¿Pensaste en alguien que pudiera estar
interesado?
Era agresivo, pero… necesitaba saberlo para poder planificar.
CJDANIELS: Amari y yo. Llevaremos comida. ¿Eso está bien?
¿Él?
THELAZYBAKER: ¡SÍ! ¿Estás seguro?
CJDANIELS: Sí. Bien, nos vemos a las 10.
Jodida MIERDA. Eso no era lo que esperaba. Esa no había sido mi
intención… principalmente. Habría aceptado a cualquiera que conociera
que estuviera interesado. Simplemente no quería decirle a nadie más que
no supiera a qué me dedicaba.
No necesitaba hacerlo, y tal vez debería decirle que no se sintiera
obligado, pero…
Sería una idiota si arruinara algo bueno. Y no era una idiota. Bueno,
la mayoría del tiempo no lo era.

Estaba esperando abajo en la verja diez minutos antes de lo previsto.


CJ me había enviado un mensaje en Picturegram diciendo que estaba en
camino y no quería que se perdiera tratando de encontrar mi apartamento.
Era un poco complicado la primera vez, y como me estaba haciendo un
gran favor, no quería que se enojara conduciendo y luego decidiera irse.
Todavía no podía creer que viniera a hacer esto conmigo, no porque
fuera un jugador de fútbol profesional, sino porque no me debía nada. Si
había aprendido algo en los últimos años, era que la mayoría de las
personas no solían hacer cosas buenas a menos que obtuvieran algo a
cambio.
Y, literalmente, no podía pensar en nada que él pudiera obtener al
hacer esto. Tenía muchos más seguidores en Picturegram que yo. Al
parecer, era uno de los jugadores más populares de los White Oaks. 183
Lo mínimo que podía hacer era que no se arrepintiera de haberme
hecho un favor tan grande.
Un jeep rojo giró de repente y se detuvo en el camino de entrada al
complejo, y reconocí el auto como uno que había visto antes en el camino
de entrada de Trevor. Efectivamente, la ventana bajó y apareció un rostro
familiar al otro lado. Me acerqué trotando y saludé con la mano.
—Hola, CJ.
—Hola. —Me sonrió.
Alguien en el asiento del pasajero se inclinó hacia adelante y levantó
una mano. Era un hombre al que nunca antes había visto.
También levanté una mano.
—Hola —exclamé antes de volver a centrarme en CJ—. Puedo
subirme atrás y darte indicaciones si quieres.
—La puerta detrás de mí está abierta —dijo en acuerdo,
desbloqueando las puertas.
Me tomó un segundo abrir —congelada porque Trevor estaba sentado
en el otro asiento trasero con una expresión de impaciencia pegada en su
rostro mientras me miraba—, y entrar.
—Hola, Trevor —saludé al hombre mayor.
—Hola —respondió y luego miró su teléfono.
De acuerdo. Bueno, eso había ido bien. Esperaba que no fuera el
“amigo” que quería participar en el video, pero también lo aceptaría si no
había otra opción.
Me incliné hacia adelante para darle a CJ el código para entrar al
complejo. Cuando se abrieron las puertas, le di unas palmaditas en el
hombro.
—Muchas gracias por venir —comenté antes de volverme hacia el
hombre en el asiento del pasajero mientras la mirada de Trevor parecía
hacer un agujero en mí.
El hombre en el asiento del pasajero tenía su cuerpo inclinado hacia
el centro del jeep, sus ojos castaños oscuros clavados en mí. Estaba
sonriendo. Ampliamente.
Extendí mi mano hacia él.
—Hola. Soy Bianca.
El hombre, que por fin pude ver que tenía un rostro muy guapo, que
era casi tan guapo como el de Zac, que estaba cubierto de piel marrón
claro, cejas oscuras y una sonrisa que parecía casi tan amigable como…
bueno, la de Zac, casi, tomó mi mano y la estrechó.
—Sé quién eres —replicó con una sonrisa blanca cegadora—. Soy 184
Amari —dijo el extraño, soltando mi mano y confirmando que era el
hombre del que me había hablado CJ. Era otro jugador de fútbol, que
había entrenado con Zac antes de que la temporada hubiera comenzado, si
recordaba correctamente.
Sonreí, luego comencé a dar instrucciones sobre cómo llegar al
apartamento. CJ encontró un estacionamiento para visitantes cerca, y
esperé hasta que todos salimos del auto y los guié hacia mi apartamento.
—Realmente no puedo agradecerles lo suficiente por venir a hacer
esto —exclamé para que pudieran oírme. Eché un vistazo a Trevor, que
hoy vestía pantalón oscuro y una camisa de botones gris claro con las
mangas arremangadas mientras se paraba allí con una expresión vigilante
en su rostro—. Si cambian de opinión, les juro que pueden echarse atrás
en cualquier segundo. No tienen que hacer nada que no quieran.
Preguntar fue un tiro a ciegas, no esperaba nada. —Sonreí a los tres y solo
Trevor no me devolvió la expresión—. En serio. Sin presión en absoluto.
CJ se removió, y noté que llevaba en una camiseta negra y vaqueros
oscuros, su única joya era un pesado reloj de oro. Se veía bien.
—No puedo cocinar para salvar mi vida —dijo de repente.
Tuve que pensar en eso por un segundo.
—Está bien. Probablemente gritaría y me cubriría la cabeza si alguien
me lanzara una pelota de fútbol. Y solo vamos a estar haciendo el tonto.
Está bien. —Me volví hacia el hombre mayor, necesitando prepararme—.
Trevor, ¿también querías estar en uno?
El hombre mayor bostezó antes de responder:
—No. Solo estoy aquí para asegurarme de que no lo obliguen a hacer
pornografía o algo más estúpido.
Parpadeé y tuve que asegurarme de haberlo oído correctamente.
Sí.
—Nop. Lo prometo. No hay mierda extraña. Eso es los martes. —
Parpadeé de nuevo—. Estoy bromeando. Tengo una LLC, un contador y
una cuenta bancaria comercial real. Tengo una cuenta SEP IRA.
Él no pensaba que fuera divertida y no era la primera vez que alguien
no lo hacía. Oh, bueno.
Dándome la vuelta, me dirigí hacia las escaleras que subían al
segundo piso.
—CJ, ¿te gustó el yogur helado?
—Me lo comí todo ese mismo día.
Sonreí.
—Casi me comí el de Zac también, pero llegó antes que yo.
185
Ese tonto nunca me había dicho que se lo comió, mucho menos si le
había gustado.
—¿Comiste yogur helado? —cuestionó Trevor de la nada.
CJ asintió.
—Me queda un poco si lo quieres, Trevor. Tiene sabor a fresa —ofrecí
al hombre tenso.
Hizo una pausa para pensar en ello.
—Me encanta la fresa.
Apostaba a que sí.
—Es tuyo. CJ, ¿tienes alguna solicitud para lo que quieres?
No vaciló.
—Pan de plátano. Si preparas yogur helado en el futuro, también
tomaré un poco.
Le haría los dos. Era lo mínimo que podía hacer.
—¿Amari?
—Cualquier cosa.
Llegamos a mi planta; mi puerta era la segunda. Abriéndola, los dejé
pasar, dándoles a Amari y Trevor una sonrisa extra cuando entraron.
Deepa y yo ya habíamos preparado casi todo alrededor de mi cocina.
Lo teníamos controlado. Filtro de difusión cubría mis ventanas todo el año,
atenuando la luz natural que entraba. Por lo general, tenía las
contraventanas cerradas de todos modos, pero me gustaba la consistencia
de dejar el filtro. Eso, y era una vaga.
Mi cámara estaba configurada para capturar la isla y la estufa,
resaltadas por dos cajas de luz suave colocadas en extremos opuestos.
Una estaba a la izquierda y otra a la derecha, inclinadas hacia abajo en
ángulos de cuarenta y cinco grados hacia donde normalmente me paraba.
Ya habíamos revisado los micrófonos LAV para asegurarnos de que el
audio fuera bueno.
Me había asegurado de que las baterías de mi cámara estuvieran
cargadas, y por el aspecto de Deepa frente a mi ordenador portátil, estaba
revisando las tarjetas de memoria para asegurarse de que no estuvieran
llenas. A pesar de que ya le había advertido quién vendría, todavía pareció
saltar un poco, y sabía que no me estaba imaginando que su sonrisa era
más grande de lo normal cuando le presenté a CJ y Amari. Ambos fueron
amables con ella. Trevor… lo que sea. Le hablaría de él más tarde.
Conduje a mis invitados hacia la cocina, dándome cuenta de lo
pequeña que se veía con los dos en ella. Nos las arreglaríamos. Uniendo
mis dedos, los puse debajo de mi barbilla y dije:
186
—Estoy tan feliz de que estén aquí. De verdad. Gracias.
Fue Amari quien replicó:
—De nada. A mi madre le va a encantar. ¿Puedo decir “hola, mamá”?
—Sí, a toda tu familia. Lo que quieras. —Reboté sobre las puntas de
mis pies—. Así que, no estoy segura de cuánto tiempo tienen, y puedo
adaptarme a ustedes. No quiero acaparar más de lo necesario. ¿Quieren
hacer uno con nosotros tres al mismo tiempo? ¿Quieren hacer uno cada
uno? Tengo cuatro recetas listas que podemos hacer. Conseguí los
ingredientes para todas. A veces podemos terminar un video en una hora,
pero eso es muy, muy raro, y a veces lleva tres o cuatro horas,
dependiendo de si tenemos que empezar de nuevo y parar.
Se me ocurrió la idea de tener cuatro recetas diferentes listas a las
nueve de la noche anterior y tuve que hacer un viaje rápido de último
minuto a la tienda de comestibles. ¿Y si no les gustaba la mantequilla de
cacahuete? La idea de los cereales de arroz con mantequilla de cacahuete
no funcionaría en ese caso. O, ¿y si preferían hacer una comida? Compré
mierda para intentar hacer pollo dulce crujiente. También había estado
pensando en una idea de tarta de queso con lima durante un tiempo.
Había ido cuesta abajo desde allí. No quería arruinar la situación
preguntando o siendo exigente, así que en su lugar, me preparé. De
cualquier manera, me parecía bien cualquier cosa que los chicos dijeran
que querían hacer. Un video. Dos videos. Medio video. Lo que fuera.
Cereales de arroz con mantequilla de cacahuete. Bocaditos de tarta de
queso con lima. Pollo dulce crujiente. O bizcocho. Mi gusto por lo dulce
estaba en su máximo esta semana.
—¿Qué piensan? —pregunté a ambos, intentando darles mi sonrisa
más despreocupada—. Lo que sea que funcione para ustedes, funciona
para mí. Todavía pueden echarse atrás también. Mis sentimientos no
serán heridos.
—Quiero hacerlo, pero te advertí que no soy bueno en la cocina a
menos que se trate del microondas —dijo CJ.
Amari encogió dos hombros perfectos.
—No tengo prisa. Lo que sea que quieras hacer funciona para mí.
—Lo que sea que ustedes quieran. Ya revisamos tres micrófonos, pero
no es necesario que los usemos todos.
—Podemos hacer uno juntos ahora, y si no sale mal, ¿podría hacer
otro después? —cuestionó CJ.
Ni siquiera intenté ocultar mi entusiasmo.
—Cuando quieras —dije.
Trevor bostezó de nuevo mientras se paraba a un lado de mi cocina.
187
Había estado tan callado que olvidé que estaba allí, pero estaba junto a
Deepa mientras ella hacía lo que fuera que estaba haciendo en mi
ordenador portátil.
—¿Filmas videos de cocina? —inquirió.
Si quería simplificarlo tanto…
—Algo así.
—¿Para ganarte la vida?
CJ suspiró, pero asentí.
—Aún no es mi trabajo a tiempo completo, pero lo será. Puedes
buscar The Lazy Baker si quieres.
El hombre mayor levantó y bajó las cejas, con suspicacia, noté, pero
aun así buscó en su bolsillo su teléfono. Me pregunté qué diablos estaba
pensando. ¿Que estaba mintiendo? Pero nunca lo sabría porque cuestionó:
—Hm. ¿Hay algún lugar donde pueda sentarme a esperar?
—En la sala de estar está bien —respondí antes de volver a centrarme
en los dos hombres—. Así que, ¿quieren arruinar una receta entonces?
¿Juntos?
Amari sonrió.
—Hagamos una juntos. Si es mala, quiero que CJ también vomite.
Mi sonrisa se desvaneció y los miré a ambos con los ojos
entrecerrados.
—Miren, eso pasó una vez.
Pero cuando todos nos reímos, supe que esto iba a ser bueno.

Cinco horas, varios kilos de alitas congeladas y ocho galletas de una


caja más tarde, estaba tumbada en mi sofá.
Sola.
CJ, Amari y Trevor se habían ido hace media hora, dándome las
gracias por haberlos invitado a participar. Bueno, al menos CJ y Amari lo
habían hecho. Trevor, a quien atrapé mirándonos con mucha atención,
murmuró un adiós que sonó casi genuino, especialmente después de que
le diera el resto de mi yogur helado con sabor a fresa. Y después de que
leyera el formulario de autorización que pedí a CJ y Amari que firmaran.
Y habían prometido volver y hacer otro video “cuando quisiera”.
Deepa se fue diez minutos después que ellos. Me había dado un
abrazo y me había dicho que todavía no podía creer que hubieran venido a
participar. Yo tampoco.
Habíamos limpiado mi congelador después de los veinte minutos que 188
les había tomado —porque básicamente había monitoreado a CJ y Amari
en acción— mezclar los ingredientes, dejar caer la “masa” para los
bocaditos de tarta de queso con lima en la sartén para panqueques en la
que CJ había colocado revestimientos. Luego habíamos vagueado en la
cocina durante los veinticinco minutos que habían tardado en hornearse,
cuarenta y cinco minutos en templarse, y luego otra hora —que deberían
haber sido más bien cuatro, me di cuenta después—, para ponerlos en el
refrigerador para que se enfriaran.
No estuvo mal. No estuvo nada mal.
Durante ese tiempo, escuché el estómago de Amari gruñir y les
pregunté si querían comer. No me sorprendió ni un poquito cuando
asintieron. Deepa y yo siempre tomábamos un descanso para almorzar
mientras las cosas se horneaban o una vez terminábamos si era algo
rápido. Lo que me sorprendió fue que Trevor se animara ante la mención
de la comida. Sabía que había una razón por la que había comprado el
paquete familiar gigante de alitas congeladas cuando salieron a la venta.
Realmente había sido un buen día.
Y ahora estaba editando un poco el video y debatiendo si intentar o no
meter otro. Era mucho más trabajo, y mucho más arriesgado, filmar sin la
ayuda de Deepa, pero había parecido bastante nerviosa, así que le había
dicho que se fuera a casa. Además, no era como si realmente tuviera algo
más que hacer. Y todo el equipo aún estaba configurado, por lo que solo
necesitaba hacer algunos ajustes antes de comenzar.
Me daría otros diez minutos antes de decidir realmente si hacerlo o no
a pesar de la hora de la tarde que era. Quiero decir, ya estaba maquillada,
había planchado mi ropa la noche anterior por si acaso, y tenía los
ingredientes.
Sí, diez minutos más. Volví a empezar el video desde el principio.
—Hola, Lazy Bakers. Hoy volvemos con dos invitados muy especiales.
—En la pantalla, tamborileé con las manos sobre la encimera de granito de
color claro que estaba a unos tres segundos de parecer demasiado
pequeña.
Fue entonces cuando CJ y Amari entraron directamente a la toma
para pararse a cada lado de mí, CJ con una expresión plana y fría que
calentó mi corazón a lo grande porque había sentido su nerviosismo, y
Amari al otro lado con la expresión más grande y tonta en su rostro. Hice
un gesto a mi izquierda en el video.
—Mis dos nuevos amigos, CJ Daniels y Amari…
El momento de oh mierda estaba por todo mi rostro en el video.
Había pensado en detenerme y reiniciar, pero traté de no hacerlo
porque parecía menos auténtico. Me enorgullecía de hacer las cosas con la 189
mayor fluidez posible. Con metidas de pata y todo.
Incluso cuando esas metidas de pata me incluían por no saber el
nombre de alguien por primera vez. Supongo que eso era lo que obtenía
por invitar a alguien a quien apenas conocía a participar.
En la pantalla, mi cabeza se volvió hacia Amari, y mi rostro apenas
logró no volverse totalmente rosa cuando esbocé la sonrisa más tonta, me
rasqué la punta de la nariz y pregunté:
—¿Eh, Amari? ¿Cuál es tu apellido?
El maldito CJ a mi lado perdió su mierda y comenzó a reír. Fuerte. En
la pantalla, me volví para mirarlo con una gran sonrisa justo antes de
empezar a reírme también.
—Lo siento mucho, Amari. —Me reí a carcajadas.
El resto del video salió bastante bien; parecían un poco nerviosos,
pero lo hicieron muy bien, diciendo algunas cosas aquí y allá mientras
todos hacíamos pequeñas modificaciones en la misma receta para ver cuál
salía mejor. Habíamos terminado con bocaditos de tarta de queso con
lima. Los míos habían sido los mejores. Los de CJ eran bastante
gelatinosos ya que había optado por omitir el huevo, y Amari le había
agregado demasiado azúcar a los suyos; CJ y yo nos habíamos quejado
ante su expresión súper plana.
Fue duro, pero el potencial estaba ahí. Solo necesitaba otras… cuatro
horas para terminar de editarlo. Por lo general, esperaba hasta otro día
para comenzar, pero los chicos parecían demasiado emocionados y querían
ver un poquito de algo.
Sonó mi teléfono. Lo tomé y me sorprendió un poco el nombre que
apareció en la pantalla. Aunque me hizo sonreír.
Respondí.
—¿Qué pasa, vejestorio?
Su risa alcanzó directamente mi oído.
—Enana. ¿Estás en casa? ¿Estás libre?
—Hola, sí y no.
—¿Qué estás haciendo?
—Viendo porno.
No dijo nada.
—Estoy bromeando. Estoy editando un video ahora mismo. Estaba
pensando en filmar otro. —¿Debería contarle sobre CJ y Amari ? Quiero
decir, ¿supongo que por qué no?—. CJ y Amari… Villanueva se fueron
hace un rato.
Quiero decir, no era como si hubiéramos tenido un trío. 190
Por la pequeña pausa en su extremo, me pregunté si eso era lo que
estaba pensando. O tal vez estaba pensando en mi broma sobre el porno.
Nah.
Probablemente ni siquiera pensaba que tenía vagina.
—¿Por qué? ¿En qué estás pensando? —cuestioné cuando su silencio
se prolongó demasiado.
Para darle crédito, no dudó en ese momento ni preguntó qué habían
estado haciendo. Dijo:
—Te llamaba para ver si tenías hambre.
¿Debería… invitarlo? No tenía que hacer otro video. Podría tomarme el
resto de la tarde libre.
—Comí hace un rato. Podría hacerte un sándwich o dos si quieres. ¿O
querías ir a algún lugar a comer?
Hubo otra pausa antes de que dijera, con su habitual voz feliz:
—Me comeré un sándwich.
—Entonces ven. El código de la puerta es 321125, Snack Pack. —
Aunque ahora sabía que mi primo ya se lo había dado la otra vez que
había venido.
—Te veo en unos diez minutos, cariño.
—Bien, conduce con cuidado —dije antes de que se despidiera y
colgáramos.
Ni siquiera quince minutos después, alguien llamó a mi puerta.
Efectivamente, Zac se hallaba al otro lado. Sonreí cuando lo dejé entrar.
Me besó en la mejilla, atrapándome desprevenida durante
aproximadamente un segundo, y me las arreglé para plantar uno en su
propia mejilla.
—¿Dónde diablos estabas, calle abajo? —inquirí mientras cerraba la
puerta.
Se rió un poco, mirándome con esos ojos azul celeste. Con una
camisa blanca abotonada, un chaleco negro, pantalón de vestir negro y
zapatos de vestir brillantes… se veía bastante increíble. Un amigo muy
guapo.
¿Había estado en una cita? ¿Tan temprano?
—A unos tres kilómetros. El dueño de los White Oaks me invitó a
almorzar —dijo con cuidado.
—¿El dueño?
Asintió, su expresión seria.
—¿Eso es algo bueno?
191
—Podría ser.
Agarré su antebrazo.
—¿Dedos cruzados entonces?
Su sonrisa era pequeña, como si estuviera intentando mantenerla así
a propósito, como si no quisiera emocionarse demasiado.
—Sí, sí, ya veremos. Todo el equipo es joven como Ceej…
Levanté ambas manos y crucé ambos pares de dedos por él. Si no
quería hablar mucho de eso o gafarlo, lo entendía. Luego pensé en lo que
había dicho por teléfono.
—¿Pensé que habías dicho que tenías hambre?
—Sí —respondió—. Tenía un chef elegante y todo, pero eran
aperitivos. Juro por mi vida que el plato de pescado que tenía era del
tamaño de un dólar de plata con algo marrón que parecía excremento de
ciervo y que sabía a eso.
—No sé cómo sobreviviste.
—Yo tampoco —replicó antes de seguirme a la cocina. La había
limpiado mientras estábamos horneando los bocaditos de tarta de queso.
Lo heredé de mamá Lupe, la necesidad de mantener las cosas limpias. No
podía dormir sabiendo que había platos sucios en el fregadero, pero lo
bueno era que era la única que normalmente comía, así que no había
mucho. No había trescientos platos provenientes de tener una gran
familia—. Su esposa, su quinta esposa, según él, me dijo cosas bastante
inquietantes cada vez que tuvo la oportunidad.
—¿Como cuáles? —No podía dejarlo así.
Nuestras miradas se encontraron mientras abría la puerta de mi
horno y sacaba las cuatro rebanadas de pan que había puesto allí un
momento después de que él llamara. Zac hizo una mueca mientras ponía
la bandeja de galletas encima de las agarraderas que había dejado sobre la
encimera.
—Mencionó alguna fiesta de disfraces que van a celebrar pronto
donde todo vale.
Le hice una mueca por encima del hombro y asintió, con los ojos muy
amplios y tontos.
—Dijo que debería ir. Luego mencionó que él se acuesta a las nueve la
mayoría de las noches.
Parpadeé. Él parpadeó.
No pude evitarlo. Realmente no pude.
—¿Es difícil ser guapo?
Y este idiota estaba totalmente impasible cuando respondió:
192
—Mucho.
Sí, no pude evitarlo. Resoplé.
—Con qué carga tienes que vivir.
Zac se rió.
—Soy cosificado todos los días.
—Me lo creo.
—Eh, es difícil a veces ser tomado en serio —replicó—. ¿Sabes lo
mierda que me siento cuando algunas mujeres me dicen lo guapo que soy?
Algunas me han dicho de la nada cómo me vería… —Dejó de hablar.
Saqué una bolsa de rosbif en rodajas y lo miré.
—¿Cómo te verías qué?
—Es gráfico —advirtió.
Volví a poner los ojos en blanco mientras abría la bolsa, sacaba una
rodaja y la enrollaba como un cigarrillo.
—Por favor, no me hagas decirlo. —Le di un mordisco y mastiqué. Me
hizo un gesto con los dedos para que me acercara, y lo hice.
—¿Decir qué? —cuestionó mientras me arrebataba la rodaja de la
mano y ponía el resto en su boca.
Muy bien, así que volvimos a este punto de nuestra amistad.
Compartiendo comida. También me parecía bien.
—Sabes qué. —Traté de ser evasiva, todavía masticando—. Sé cómo
nacen los bebés.
Zac parpadeó.
—Salen por los culos.
Se echó a reír, atragantándose con el rosbif que tenía en la boca. Su
rostro se puso rojo y todo. Eso era lo que conseguía por robar mi carne.
—No puedo creer que él intentara engañarte con eso —dijo con un
jadeo.
Una vez, después de que hubiera intentado contarme que los bebés
ocurrían al besarse, Boogie, mi querido y amado Boogie, había tratado de
decirme que los bebés salían por el culo. Palabra por palabra. Si mi
memoria no me fallaba, Zac había estado rodando por el suelo riéndose
después.
Pero Connie ya me había dicho la verdad, así que había puesto los
ojos en blanco y me había ido.
—Es tan tonto. —Me reí—. Si lo vemos juntos de nuevo, recuérdame
preguntarle si dejó embarazada a Lauren haciéndole cosas a su culo.
193
Zac aulló, inclinándose hacia adelante y apoyando su frente en mi
hombro mientras me paraba allí.
Lo olí.
Olía bien, como a colonia cara.
En realidad, conociendo su culo tacaño, probablemente era algo que
su madre le compraba todos los años para Navidad o su cumpleaños.
—¿Con quién demonios has estado pasando el rato estos últimos diez
años? —inquirió contra mi hombro, su cabeza un peso agradable y
reconfortante sobre mí.
—Con gente a la que les gustan los culos, obviamente.
Su cálido resoplido de risa golpeó mi cuello por un segundo, y tuve
que quedarme muy, muy quieta mientras se reía un poco más.
Después de un segundo, me aparté y me puse a terminar sus
sándwiches, agregando carne, un poco de mayonesa, un poco de rábano
picante y una rodaja de queso cheddar. Maldita sea, se veían bien. Mi
estómago gruñó con apreciación. Luego, dejé con cuidado el plato sobre la
encimera y lo acerqué al hombre que todavía estaba riéndose.
Pero no lo suficiente para no darse cuenta de que tenía comida frente
a él. Dio un gran mordisco.
—Mmm, esto es bueno. —Esos ojos azules se clavaron en mí mientras
tomaba otro bocado—. ¿Qué hiciste hoy? —preguntó, sonando casual.
Agarré su otro sándwich, le di un pequeño mordisco a la esquina y lo
dejé, esperando hasta tragarlo antes de responder.
—Filmé hoy.
Estaba bastante segura de que no era mi imaginación cuando una de
sus cejas se arqueó un poco.
—¿Uno de cocina?
—Sí. Por eso CJ y Amari estuvieron aquí. Fueron mis estrellas
invitadas.
Arrastró su plato más cerca de él, tomando otro gran bocado, como si
eso me impidiera tomar otro bocado. Estaba bueno.
—CJ no dijo nada al respecto ayer. No lo sabía.
—Le pregunté en el último minuto. Mi sobrino se enfermó de camino
a visitarme el fin de semana, y tuvieron que dejarme plantada, así que le
pregunté.
—No sabía que tenías su número. —Ya llevaba la mitad del primer
sándwich.
—No lo tenía. Le envié un mensaje en Picturegram —admití—. Fue un 194
tiro a ciegas, y le preguntó a Amari. Estuvieron aquí hasta hace poco.
Trevor vino con ellos para asegurarse de que no intentaba que hicieran
porno. Sus palabras, no las mías.
—¿Trev?
Asentí.
Tomó otro bocado.
Alcancé su otro sándwich y tomé uno también antes de volver a
dejarlo.
—¿Qué? —pregunté.
Zac no vaciló.
—Podrías haberme preguntado.
—No quería molestarte por su número. No esperaba que en realidad
dijera que sí.
Ladeó la cabeza, dándome un vistazo de la línea marcada de su
mandíbula.
—No me estás molestando. —Parpadeó—. Lo que quise decir es que
podrías habérmelo pedido. Lo habría hecho contigo.
Oh.
Pero al parecer no había terminado.
—Puedo hacer el otro contigo —dijo mientras tragaba—. Si quieres.
Dijiste que estabas pensando en hacer otro, ¿verdad?
—Sé que lo harías —repliqué—. Pero no quiero aprovecharme de ti. Le
pregunté a CJ porque había hecho que pareciera que podría estar
interesado en hacerlo, y es un fan. —Un fan. Esa era literalmente la
mierda más extraña que alguna vez pude pensar o decir. Yo. Fans.
Alucinante.
—También soy un fan.
Parpadeé.
Zac finalmente tomó el sándwich al que le había dado un bocado y
comió por la parte por la que yo lo había hecho antes de decir:
—Soy tu fan. Uno grande. El más grande de Houston. —Una mejilla
se elevó mientras comía—. Lo soy. ¿Vas a hacer otro hoy o no?
—Lo había pensado —dije con sinceridad—. Pero estás aquí. Y mi
asistente se fue, por lo que lleva más tiempo hacer las cosas sin ella. Y las
cosas siempre salen mal cuando no tengo a alguien que se asegure
constantemente de que el audio no se corte repentinamente o que la
batería de la cámara no se agote de la nada. Puede esperar hasta mi
próximo día libre.
Zac puso expresión pensativa mientras tragaba lo que había comido. 195
—Haz uno mientras estoy aquí. Sé estar callado. Si me enseñas,
puedo ayudar.
Hice una mueca.
Hizo una mueca en respuesta.
—¡Lo hago! —declaró con una pequeña risa—. Me puedo sentar en la
sala de estar como un buen chico y mirar.
—Pssh.
Sonrió.
—Está bien, pero puedo hacerlo, lo prometo. —Su sonrisa se
transformó en una suave—. También quiero verlo.
Lo miré por un segundo antes de preguntar:
—¿Estás seguro? Probablemente tomará tres horas. No estoy segura
de cuánto tardará el pan en hornearse.
Sus ojos se iluminaron.
—¿Vas a hacer pan?
—Bizcocho.
Este tonto se humedeció los labios como yo lo hacía cuando alguien
de la familia hacía tres leches. Me reí.
—¿Estás seguro de que no te importa?
—Estoy seguro.
Le di una mirada.
—Está bien… si insistes.
Comió un poco más y asintió.
—¿Qué hay que hacer?
—Cambiarme, revisar el LAV, eh, el micrófono, revisar la iluminación
y arreglar mi cabello.
—Comeré mientras te cambias y te ayudaré. ¿Sí?
Podría hacerlo todo por mi cuenta más fácilmente, pero asentí.
—De acuerdo. Entonces voy vestirme.
Esos ojos azules se movieron de mi rostro hacia abajo y viceversa en
un segundo.
—¿Por qué? ¿No puedes ponerte lo mismo?
—Nop. Lo hice una vez y la gente se dio cuenta. —Me encogí de
hombros—. Dame diez minutos. Vuelvo enseguida.
Afortunadamente, ni siquiera me tomó diez minutos quitarme la
camisa y ponerme otra blusa. La parte inferior no importaba porque nadie 196
podía verla al otro lado de la isla. Todo lo que hice fue limpiar mi rostro,
volver a aplicar un poco de delineador de ojos y lápiz labial, y pensé que
estaba lista para comenzar. Mi rostro no se había puesto demasiado
aceitoso ya que Amari había sacado los bocaditos de tarta de queso del
horno.
Zac estaba en la cocina con el plato contra el pecho y el dedo índice
presionando la superficie para recoger las migas. Me miró y me dio una
sonrisa divertida.
—¿Qué? —pregunté, tratando de no cohibirme.
—Aww, cariño, te ves dulce como el azúcar.
Pestañeé hacia él con sarcasmo. Dulce era agradable. Era lo que diría
un amigo.
—Gracias.
—¿Cuánto tiempo te lleva hacerle eso a tu cabello?
—Depende de lo húmedo que esté —respondí. Estaba hablando de
alisarlo—. Sin embargo, al menos media hora. ¿Por qué? ¿No te gusta?
—Me gusta de todas las formas en que lo usas —dijo con una
sonrisa—. ¿Me puedo sentar en la sala de estar y mirar?
Asentí.
—¿No te pondrá nerviosa?
—Ya no me pongo nerviosa haciendo esto. Solo me cohíbo al ver mis
vlogs con otras personas. —Levantando mi mano, le di un golpecito en la
punta de su nariz—. Y, Snack Pack, solía tirarme pedos frente a ti. No creo
que pudiera ponerme nerviosa frente a ti ni si lo intentara. Lo siento.
Se rió.
—Y solías culpar a Boogie por eso.
Fue mi turno de reír.
—Hay más fiambre en la nevera. Solo ayúdame a tener la iluminación
correcta primero, ¿quieres?
—Por supuesto. Lo que sea que necesites.
Entre los dos, nos tomó aproximadamente media hora conseguir la
iluminación correcta. Se puso a hurgar en mis ventanas y tuve que
explicarle por qué tenían papel adherido. Luego ajustamos la cámara y le
pedí que se quedara ante la isla para asegurarme de que no hubiera
sombras extrañas. Si hubiera estado sola, me hubiera llevado mucho más
tiempo. Zac se trasladó a la sala de estar, apoyándose en el sofá, de frente
al respaldo, hacia el área de la cocina, de rodillas, con los antebrazos
apoyados en él mientras miraba.
—¿Estas bien? —inquirí, dándole un pulgar hacia arriba mientras
presionaba el botón de grabación en mi cámara y comenzaba a rodear la 197
isla para ubicarme en mi lugar.
—Estoy bien —gritó cuando terminó de instalarse.
De acuerdo.
No estaba nerviosa, me recordé mientras inhalaba profundamente y
luego exhalaba. Era como entrar en una personalidad con mucho menos
equipaje del que tenía. Había construido este negocio por mi cuenta y tenía
que creer en mí misma. Era competente. Era inteligente. Y podía hacer
esto.
Me concentré en la cámara y comencé.
—¡Hola, Lazy Bakers! Hoy tengo una receta especial en el menú que
espero que salga bien. Hoy voy a hacer todo lo posible para hacer un
bizcocho de arándanos y naranja justo a tiempo para…
—Ooh —susurró Zac desde su lugar en el sofá.
Mierda.
Parpadeé hacia la cámara y pude sentir que mi boca comenzaba a
temblar.
Serénate. Serénate.
Cerré los ojos y resoplé, los volví a abrir y miré hacia el techo.
—De acuerdo, necesito empezar de nuevo.
Todavía estaba mirando hacia arriba cuando escuché a mi viejo amigo
preguntar:
—¿Pudiste oírme?
Me reí y no pude evitar sonreír ante el rostro sonriendo
inocentemente, flotando sobre el respaldo del sofá.
—Sí, me hiciste reír. Está bien. Empezaré de nuevo.
—Ups.
—Ups mi culo. Bien. Empezaré de nuevo muy rápido. —Rodeé la isla
y me dirigí hacia mi cámara para borrar la grabación.
—Me gusta cómo comienzas cada video —comentó Zac mientras
estaba ocupada—. Suenas bien, cariño . Tu cocina se ve realmente genial.
—¿Sí? Algún día me gustaría alquilar un estudio para filmar, pero
creo que esto es lo suficientemente bueno por ahora.
—Es más que suficiente para mí. —Hubo una pausa—. ¿Ese es el
delantal de mamá Lupe?
Me volví para mirarlo, sorprendida —cuando no debería haberlo
estado—, y dije:
—Sí. ¿Lo recuerdas?
Asintió, su expresión se volvió bastante agridulce. 198
—No lo usaba muy a menudo, solo en vacaciones.
—Sí. Siempre fue mi favorito —admití, de repente extrañando mucho
a mi abuelita—. Como… si fuera a suceder magia cuando se lo ponía. —
Bajé la mirada y pasé mis manos por la parte delantera del delantal
naranja a cuadros que tenía tres coloridas flores cosidas justo en la
esquina de mi pecho. Lo lavaba a mano cuando era necesario—. Me hace
sentir como si estuviera cerca de mí cuando hago esto, como si estuviera
orgullosa. —Al levantar la vista, encontré la boca de Zac esbozando una
pequeña sonrisa.
Asintió.
—Sí, Little Texas, estaría muy orgullosa de ti. Le encantaría verte
usarlo —suspiró—. Estaría muy orgullosa de ti por todo esto.
Levantando un hombro, sonreí.
—Gracias, Big Texas.
—La extraño mucho.
Sus palabras apretaron mi maldito corazón.
—También la extraño mucho —admití—. Todo el tiempo. —Luego me
di la vuelta y volví a pulsar el botón de grabación—. Está bien, voy a llorar.
Déjame empezar de nuevo primero.
—Entendido. Me callaré.
Le di otro pulgar hacia arriba y rodeé la isla para detenerme en el
lugar. Respiré hondo otra vez, cerré los ojos y luego los volví a abrir antes
de echar los hombros hacia atrás y comenzar de nuevo.
—¡Hola, Lazy Bakers! Hoy tengo una idea especial que quiero probar.
¡Bizcocho de naranja!
Su voz se oyó desde la sala de estar.
—¿Pensé que estabas haciendo bizcocho de arándanos y naranja?
Dejé de hablar y levanté la mirada para posarla en el rostro sonriente
de Zac alrededor del borde de la cámara, directamente frente a mí.
—Sí. Maldición. Está bien, a la mierda, déjame empezar de nuevo.
—Puedes hacerlo —animó.
Sonreí, me sacudí y luego me concentré de nuevo. Podía hacer esto.
De acuerdo. Simplemente continuaré. Lo eliminaré más tarde.
—¡Hola, Lazy Bakers! Tengo una idea muy especial que quiero probar
hoy. ¡Vamos a hacer bizcocho de arándanos!
—Bizcocho de naranja y arándanos —corrigió Zac de nuevo.
Cerré la boca.
199
—¡Mierda!
—Sabes que eres muy buena en esto, cariño. Es un nombre largo.
Todo un trabalenguas. Bizcocho de naranja y arándano. —Trató de
apaciguarme mientras yo quería golpearme por arruinar el nombre de
nuevo.
—La última vez, maldita sea. No voy a empezar de nuevo —aseguré,
rodeando la isla, borrando la grabación y empezando de nuevo—. Me estás
distrayendo. No recuerdo la última vez que tuve que empezar de nuevo
tantas veces.
—Mamá ha dicho lo mismo muchas veces.
—Estoy segura de que lo ha hecho. Estoy segura de que tampoco ha
sido la única.
Su silencio me dijo que estaba pensándolo.
—Sí, tienes razón. No lo es.
Me reí.
—Está bien, voy a empezar de nuevo. —Me detuve detrás de la
encimera—. De acuerdo. Sin parar. Puedo hacer esto.
—Puedes hacer cualquier cosa, Little Texas —dijo mi amigo con un
serio asentimiento desde donde todavía estaba en el sofá—. Una toma,
puedes hacerlo.
—Una toma, puedo hacerlo. —Sacudí los hombros, apreté los labios,
mantuve la cabeza en alto y volví a ello—. ¡Hola, Lazy Bakers! ¡Hoy tengo
una idea especial que quiero probar justo a tiempo para el otoño! ¡Bizcocho
de naranja y arándanos!
—Perfecto —susurró Zac.
Mierda. Me eché a reír.
—¡Maldita sea, Zac!
—¿Qué hice? ¿Fui tan ruidoso? ¿Me pudiste oír? Estoy totalmente
metido en esto. Eres tan profesional. Todo es tan genial. Creo que estoy un
poco celoso de que CJ haya hecho esto antes que yo.
Sus palabras abrazaron mi corazón y tuve que hacer una pausa. De
verdad había pensado que se había ofrecido a participar solo por ser
amable.
—Zac, ¿quieres aparecer en el video?
Ni siquiera lo dudó. Dijo al instante:
—Está bien. —Y en el tiempo que me tomó parpadear, se levantó y se
acercó.
Muy bien.
De acuerdo. 200
No más empezar de nuevo, ¿verdad?
Me quedé mirando fijamente a la cámara. No más empezar de nuevo.
—Bueno, hoy tenemos un invitado especial.
El hombre alto y delgado vino a pararse a mi lado, su maldita cadera
chocando conmigo un poco.
Resoplé e intenté controlarme.
—Mi amigo de toda la vida…
—Y fan número uno —intervino.
Parpadeé hacia la cámara y luego lo miré.
—Y fan número uno, perdón, Zac Travis.
—Hola —saludó a la cámara, obligándome a volver a concentrarme en
lo que estábamos haciendo.
—Y hoy, justo después de que le dé un micrófono y un delantal a Zac,
vamos a hacer bizcocho de naranja y arándanos.
—Justo a tiempo para el otoño —añadió Zac en voz alta, mirándome
al mismo tiempo que yo alzaba la mirada.
Nos sonreímos el uno al otro.
—Para nuestros ingredientes de hoy, usaremos…
DOCE
Si alguna vez me preguntara cómo acabé en el auto de Zac de camino
a Austin para la quinceañera de mi prima Lola…
Hubiera estado en la mierda, porque no estaba segura de cómo
diablos había sucedido en realidad. Un minuto había estado empacando
mi bolsa y alguien había estado llamando a mi puerta. Al minuto
siguiente, Zac estaba en mi apartamento, con ropa deportiva húmeda,
preguntándose qué estaba haciendo y si quería almorzar.
Entonces, una hora y tres sándwiches más tarde, estaba tirando su
equipaje de mano en la parte trasera de su auto mientras yo hablaba con
CJ sobre su declaración sobre ser un cocinero terrible. Al parecer, su
madre tampoco había sido una gran cocinera y lo heredó.
En fin.
Ahora, horas, dos podcasts, una lista de reproducción de éxitos
clásicos y algo de K-pop por el que Zac se había quejado, más tarde…
detuvo su auto en el estacionamiento del hotel que había reservado hace
201
semanas. Un hotel que tuve que reservar porque al parecer había tanta
familia en la ciudad que nadie más que mi prima se había molestado en
invitarnos a quedarnos con ellos. Tenía dos tías y tres tíos, y todos tenían
casas completas. Incluso entonces, Boogie solo tenía un apartamento de
una habitación, así que…
A decir verdad, me sentía aliviada de que nos quedáramos en otro
lugar en vez de compartir el baño con otras ocho personas que no tenían
sentido de privacidad o espacio personal. Yo compartía cama con Luisa y
Connie iba a compartir cama con su hijo. Su marido se quedaba en casa
porque tenía que trabajar.
Zac iba a alquilar su propia habitación… para venir con nosotras a
una quinceañera.
Zac Travis iba a ir a una fiesta de quinceañera.
—¿Seguro que quieres hacer esto? —pregunté por décima vez
mientras caminábamos desde el auto hacia la entrada del hotel. Había
estacionado literalmente en el lugar más alejado de la entrada. Su
razonamiento era que no quería que nadie estacionara cerca de él.
Zac resopló, arrastrando su maleta. También había intentado tomar
la mía, pero se la había quitado.
—Chica, ¿cuántas veces he estado con tu familia?
—Muchas. Pero eso fue en el pasado, antes de que te convirtieras en
el señor Pez Gordo —expliqué, tirando de mi maleta también.
Gruñó.
—No estoy exactamente en un equipo en este momento.
—¿Y? —No necesitaba incitarlo a que se sintiera mal por sí mismo.
Podía hacerlo bastante bien por su cuenta—. Por ahora. Para algunas
personas eso no significa que no sigas siendo el señor Pez Gordo.
Eché un vistazo y vi una pequeña sonrisa en su rostro.
—¿Pero no para ti?
—Nah. —Le di un codazo—. Pero, hablando en serio, me preocupa
que vayas a ser acosado. ¿Le dijiste a Boogie que venías? ¿Y estás seguro
de que no quieres quedarte en casa de Paw-Paw?
Me devolvió el codazo, ligeramente.
—Se lo dije. Se ofreció a dejarme dormir en su sofá, pero…
—¿Cómo diablos podrías dormir en su sofá? Tiene ese estúpidamente
corto que compró porque le gustó su apariencia.
—No lo he visto.
—Bueno, no te pierdes gran cosa. Dormí allí una noche y me desperté
a la mañana siguiente con dolor de hombro y espalda. Probablemente 202
necesitarías un realineamiento después. —Le di un codazo de nuevo—. ¿Ya
sabes? ¿Porque eres viejo?
Eso hizo que me mirara.
—Lo entiendo. Y sí, no tiene sentido quedarse en casa de Paw-Paw
porque todos están en Lubbock el fin de semana. Mamá va a matarme por
no decirle hasta el último minuto que iba a venir, pero está bien.
Probablemente lo mataría por eso. Me había dicho que intentaba
volver a casa una vez al mes, si no se quedaba con ellos una larga
temporada durante la temporada baja. Estaba segura de que tenía que
sentirse al menos un poco decepcionado de que su familia no estuviera en
la ciudad, pero no había pensado en invitarlo porque… bueno,
probablemente tenía cosas que hacer. No había dicho nada más sobre los
White Oaks y yo no había tenido el valor de mencionarlo.
—¿Por qué no te quedas con la familia de todos modos? —cuestionó—
. Recuerdo esa vez que fuimos a Corpus Christi con mamá Lupe y nos
metió a ocho en una habitación, ¿te acuerdas?
Me reí.
—Nadie nos invitó, y no, no lo recuerdo. ¿Boogie tuvo que acurrucarse
contigo toda la noche en el suelo?
—Solo la mitad de la noche.
Resoplé.
—Bueno, si cambias de opinión y no quieres ver a todos, corre. Le dije
a Connie que vendrías, pero eso es todo.
Fue su turno de reír justo cuando llegamos a las puertas correderas
del vestíbulo.
—¿Sabes qué? ¿Quieres que reserve tu habitación a mi nombre?
Ustedes los famosos suelen hacer eso, ¿no? ¿Para que sus fans no sepan
dónde se van a quedar?
—¿Nosotros los famosos? Déjalo —gimió—. Pero sí, eso es lo que… se
hace. O haces que tu asistente lo reserve, o el asistente de tu mánager.
—¿Ves? Dame tu tarjeta de crédito.
Zac me lanzó una mirada mientras sacaba de su bolsillo trasero con
su mano libre su billetera —una azul marino de aspecto nuevo— y me
golpeaba en la parte superior de mi cabeza con ella antes de que se la
arrancara de la mano. Luego traté de despedirlo.
—Lárgate, chico, de lo contrario, perderá el propósito si alguien te
reconoce.
Sus cejas se elevaron al mismo tiempo que una sonrisa se extendía
por su boca.
203
—¿Largarme?
—¿Irte? ¿Salir pitando?
Este tonto se rió.
—Vete. No le muestres tu rostro a nadie. No necesito que te
secuestren.
Me dio un golpecito en la nariz antes de dar un paso atrás y agarrar
mi maleta para llevársela.
Solo tomó un segundo registrarme con mi reserva y un segundo más
para conseguir otra habitación dos puertas más allá de la que estaría
compartiendo con Connie y los niños. Con cuatro llaves diferentes en la
mano, caminé penosamente hacia Zac y le entregué la suya.
—Aquí tienes. Está en el mismo piso que la nuestra, solo un par de
puertas más allá.
—¡PEQUEÑA B!
Mis hombros cayeron y me di la vuelta lentamente, emocionada e
irritada al mismo tiempo. Por otra parte, eso describía bastante bien mi
relación con Connie por completo. No podía vivir con ella y no podía vivir
sin ella.
Una mirada hacia la puerta me hizo encontrar a mi hermana mayor
arrastrando su culo por las puertas corredizas de cristal con lo que tenían
que ser tacones de doce centímetros como si estuviera intentando ganar
una medalla de oro. Connie podía correr más rápido con tacones que sin
ellos, eso era un hecho. Impresionante también. Al menos eso pensaba.
Tan pronto como estuvo lo suficientemente cerca, dije:
—No en público, Con. Palabra por palabra, eso es lo que pensé que
acordamos. No llamarme Pequeña B en…
—¡Nadie está escuchando! —declaró el cuerpo de metro cincuenta un
segundo antes de que se arrojara sobre mí, con los brazos alrededor de
mis hombros, las piernas rodeando mis muslos—. Te he extrañado.
Gruñí.
—Dios mío, bájate.
No lo hizo.
Simplemente me abrazó más fuerte y sentí que comenzaba a
inclinarme hacia atrás con su peso.
—Zac, por favor, ayúdame —dije con un jadeo, más allá del punto de
intentar apartarla porque sabía que no lo haría.
Hubo una risa detrás de mí antes de que dos manos se deslizaran
debajo de mis axilas. Entonces algo que tenía que ser su pecho también
apareció detrás de mí.
204
—Te tengo —dijo por encima de mi cabeza, en realidad soportándome.
El calor de su cuerpo se filtró por mi camisa.
—También te extraño, novilla. ¿Puedes apartarte ya? —gemí,
abrazándola con la misma fuerza y sintiendo mi espalda protestar por su
peso. Era una persona pequeña, pero Dios mío, era pesada.
Bueno, eso y que el mayor peso que yo levantaba era un horno
holandés de hierro fundido.
—Hola, tía Bianca —dijo una voz familiar desde algún lugar detrás de
mi hermana.
La aparté al instante y me volví hacia mi sobrino, abrazándolo. Había
crecido algunos centímetros desde la última vez que nos vimos.
—Hola, tía B —dijo otra voz.
Abracé a mi sobrina también, haciendo ruidos de asombro por lo
linda que era su ropa, y los abracé a ambos de nuevo. Connie había
abrazado a Zac mientras saludaba a mi sobrina y sobrino, y los encontré
mirándonos. Ambos sonreían.
Aunque Zac no había estado muy unido a Connie a pesar de que solo
se llevaban cinco años, ella todavía había estado allí el tiempo suficiente,
poniendo los ojos en blanco y hablando mierda con él y Boogie en la
periferia. Básicamente, él había presenciado u oído todo tipo de cosas. Y
sabía que la había visto al menos un par de veces a lo largo de los años.
—¿Tienen hambre? ¿Quieren dejar nuestras cosas y luego ir a casa de
tía Meche a comer, ya que es lo menos que pueden hacer por ser groseros?
—¿Compraron comida o alguien la preparó? —inquirí, queriendo
asegurarme de que no me iba a poner en una situación de la que ir a un
restaurante me salvaría. Amaba a este lado de mi familia, pero a veces
mencionaban cosas que realmente no quería escuchar. Por eso le había
advertido a Zac que lo más probable era que no me quedara en la fiesta
más de un par de horas.
—Todo el mundo llevó algo —explicó Connie—. Excepto nosotros.
Me tomó un momento procesar lo que estaba insinuando.
—No —dije con un jadeo cuando lo hice.
Mi hermana asintió.
—Va a traer tres leches.
Bueno, mierda. Eso lo decidió. Podría escuchar cualquier cosa por un
rato si eso significaba pastel de tres leches.
—Está bien, hagámoslo.
—¿Quién hizo tres leches? —preguntó Zac con sospecha, pendiente de
cada palabra.
Había olvidado que le encantaba tanto como a mí, o al menos solía 205
hacerlo.
—La esposa de Rico.
—¿Rico el del tatuaje en el cuello?
¿El tatuaje en el cuello que eran unos labios que me hacían reír cada
vez que los veía?
—Síp.
Parpadeó.
—Vámonos.
Nos subimos a su BMW… después de que corriera hacia el asiento
delantero antes de que Connie intentara robarlo. Dado que ella ni siquiera
sabía lo que él conducía en primer lugar, no fue una competencia.
—Jodida tramposa —comentó jadeando mientras se deslizaba en el
asiento trasero.
—Me pregunté si ustedes dos eran las mismas… y es bueno ver que
no han cambiado ni un poco —dijo Zac con una voz alegre mientras
arrancaba el auto al mismo tiempo que los niños cerraban las puertas de
golpe.
Eché un vistazo a mi hermana en el asiento trasero y ambas nos
encogimos de hombros.
No habíamos cambiado mucho. Su esposo, Richard, había suspirado
sobre nosotras sin parar durante el tiempo que viví con ellos. Connie
podría estar llegando a los cuarenta, y yo podría estar cerca de los treinta,
pero cuando estábamos juntas, era como si compensáramos el hecho de
no haber sido niñas pequeñas a la vez, así que íbamos a hacerlo de ahora
en adelante.
—El tío Boogie dice que están atascadas en los doce —intervino mi
sobrino—. Entonces mamá dice que él tiene once y se ríe.
—¿Qué te he dicho sobre el tío Boogie? —preguntó Connie.
—¡No voy a decirlo! —afirmó Guillermo.
Me volví hacia Zac y pude verlo mirando al frente, apretando los
labios.
—Dime —le susurré a mi sobrino, quien negó—. ¿Le dirás a Zac?
Volvió a negar.
—Es una mala palabra —explicó.
—Por favor. Dime. No le diré a Boogie que lo dijiste.
El niño de diez años pareció pensarlo.
—Te daré cinco dólares.
Por el rabillo del ojo, vi a mi sobrina de ocho años moverse hacia 206
adelante y soltar:
—Mamá dice que el tío Boogie es un imbécil. ¿Puedo tener los cinco
dólares?
Zac se atragantó, empecé a carcajearme y Connie se rió incluso
después de decir:
—Es la única vez que puedes decir esa palabra, Luisa. —Luego me
miró y añadió—: Dime que estoy equivocada.
—Sí, puedes quedarte con los cinco. Estás equivocada. —Me reí—. Y
es solo un poco imbécil. No uno total.
Zac se rió entre dientes mientras conducía, y escuchamos a Guillermo
y Luisa discutir durante todo el viaje hasta la casa de nuestra tía. Por
supuesto, había unos cien autos estacionados en la calle. Encontró un
lugar unas casas más abajo. Salimos y vi el auto de Boogie mientras nos
dirigíamos a la casa de dos pisos en la que había estado unas cien veces
durante mi vida. La misma en la que viví cuando terminé la secundaria y
decidía qué iba a hacer después.
En la puerta principal, Connie tocó el timbre una vez y luego la abrió,
sin molestarse en esperar.
—Quiero ir a comer primero y luego saludar a todos —dije por encima
del hombro—. ¿Quieres venir o vas a buscar a Boogie?
—Comida —respondió Zac de inmediato, haciéndome sonreír.
Excepto por un par de niños acaparando la sala de estar que nos
saludaron con la mano en lugar de levantarse para darnos un abrazo, casi
no había nadie en la casa. Punto para nosotros. Por lo que parecía, todos
estaban afuera. Mi tía y mi tío habían instalado una cama elástica en la
parte de atrás… a pesar de que aún no tenían nietos. En la cocina, agarré
una pila de platos de papel y los repartí.
Connie siguió a sus hijos, observando lo que tomaban y agregando
más a sus platos. Zac me siguió a buscar comida. Justo cuando iba a
poner un trozo de pastel en un pequeño plato de papel, surgió de la nada
un borrón de cabeza oscura. Un chico al que reconocí como Tony corrió
hacia el tres leches y metió la mano en la bandeja, recogiendo un buen
puñado y metiéndoselo directamente en la boca.
—Eww, Tony, no uses tu mano. Te ayudaré si quieres. Ponlo en un
plato —me quejé, pensando que podría cortar la parte donde habían
estado sus deditos sucios. En serio, estaban sucios. La última vez que lo
vi, meses atrás, se había estado sacando mocos de la nariz y
comiéndoselos.
El niño, probablemente de nueve, se burló de mí mientras empezaba
a retroceder.
—Ocúpate de tus propios asuntos —dijo antes de salir corriendo. 207
Jadeé incluso cuando mi sobrino exclamó:
—¡Mamá!
Mirando al pequeño idiota, solo pude negar.
—Hoy voy a pelear con un niño. Puedo sentirlo.
Algo cálido aterrizó en mi nuca y supe sin mirar que era la mano de
Zac.
—Tienes aproximadamente el mismo tamaño que uno, así que
adelante.
Lo miré con expresión seria.
—¿Sabes qué, Zac?
Esos ojos azules estaban clavados en los míos mientras replicaba con
voz arrastrada, serio, demasiado serio para el brillo en sus ojos:
—Dime, cariño.
—Eres un dolor en el culo.
Su risa llenó mis oídos mientras apretaba mi nuca de nuevo.
—¿Quieres que pague a tu sobrina para que lo haga tropezar?
Lo pensé por un segundo antes de asentir.
—Si no, tal vez mi sobrino pueda darle una patada en el rostro de
nuevo.
Alzó una ceja divertida.
—¿Quiero saber cómo sucedió eso?
Connie intervino mientras colocaba la comida en el plato de Luisa,
usando sus dedos como comillas.
—Breakdance.
—¡Mamá! ¡Fue breakdance! ¡Lo juro! —insistió mi sobrino.
Connie le guiñó un ojo.
—Sigue diciéndote eso. Ni siquiera estoy un poco enojada contigo.
—Pero estabas enojada conmigo por el agujero en la pared.
—Eso fue diferente.
—¿De quién es ese niño? —cuestionó Zac.
—¿Te acuerdas de Chuy?
Puso expresión pensativa y luego negó.
Rodé un hombro hacia atrás.
—Eh. Es su hijo.
208
—¿Ojos bizcos? ¿Cabeza gorda? ¿Cuerpo pequeño? —ofreció Connie
antes de fruncir el ceño—. No importa, eso es como la mitad de nuestros
primos.
—¿Qué lo es? —preguntó una voz familiar de la nada.
Era Boogie. Me di la vuelta y lo encontré viniendo desde la sala de
estar, sosteniendo una pila de platos vacíos y usados.
—Ojos bizcos, cabezas gordas y cuerpos pequeños —respondió mi
hermana.
Gimió mientras avanzaba, dejando caer los platos en una gran bolsa
de basura negra antes de acercarse. Me abrazó, luego a Zac, y finalmente
se dirigió hacia los niños.
Luisa estaba en medio de darle un abrazo cuando le dijo:
—Tío Boogie, te llamé imbécil, pero te quiero, y la tía Bianca me pagó
cinco dólares por decirlo.
Mi primo parpadeó y capté un indicio de su sonrisa antes de que
extendiera su mano.
—Dame la mitad.
—¡No!
—¿Dame un beso entonces?
Ella suspiró, pero le dio una palmada en los hombros con sus
manitas y le dio un beso en la mejilla. Pero no me perdí cómo Boogie
añadió otro abrazo. Iba a ser tan buen padre, podía sentirlo.
Y eso me recordó que tenía que empezar a tratar de ser más amable
con su futura esposa la próxima vez que la viera, lo que afortunadamente
no iba a ser hoy porque estaba trabajando en Nueva York o algo así.
Salimos, y apenas había cruzado la puerta corrediza de cristal que
Boogie había abierto para nosotros cuando oí:
—¡Ah, mierda! ¡Las güeras están aquí!
Connie y yo nos miramos.
—¿Zac? ¿Eres tú? —gritó la misma persona. Estaba bastante segura
de que era mi primo con el tatuaje en el cuello. No importaba la cantidad
de veces que Boogie le hubiera dicho que dejara de llamarnos las güeras,
las blancas, ya que éramos mitad, todavía lo hacía. Cabrón.
Y al más puro estilo Boogie, murmuró:
—Diablos, cállate, Rico.
Lo quería.
Pero todavía grité:
—No estés celoso de que mi español sea mejor que el tuyo, Rico. — 209
Pensarías que después de tanto tiempo dejaría de señalar que nuestro
padre era irlandés, pero nop. Aún decía algo al respecto cada vez que lo
veíamos.
No dijo nada en respuesta.
—¡Bianca! —chilló uno de mis primos pequeños de la nada, y apenas
tuve tiempo de dejar mi plato de pastel y tamales antes de que un
cuerpecito golpeara la parte de atrás de mis piernas—. ¿Vendrás a saltar
en la cama elástica conmigo?
Bajando la mirada, encontré a mi prima de seis años con sus brazos
alrededor de mí, parpadeando hacia mí con sus profundos ojos marrones.
Llevaba coletas, una más alta que la otra, y le faltaban dos dientes
delanteros. Era jodidamente adorable, y no tenía ni idea de cómo estaba
relacionada con el demonio come-pasteles que estaba dentro.
—¿Por favor? —suplicó.
Bueno, mierda. La miré y supe que solo había una respuesta.
—Sí. Dame un segundo, ¿de acuerdo?
Asintió y alcé la mirada para encontrar a Zac observándome, con una
pequeña sonrisa en su rostro.
—Protegeré tu comida, no te preocupes.
Estaba bastante segura de que oí a Connie reírse por lo bajo mientras
me rodeaba.
Saludé a todos muy rápido —incluso al insufrible de Rico— mientras
mi prima tiraba de mí hacia la cama elástica, y una vez que terminé, la
perseguí, agradeciendo a Dios por haberme puesto zapatillas. Ya había
otros dos primos allí, sudorosos y riendo. Pero la niña de seis años con la
que había jugado la última vez que habíamos estado en casa de mi tía,
siguió tirando de mis vaqueros, diciendo:
—¡Hazlo otra vez! ¡Hazlo otra vez!
Eso.
La voltereta hacia atrás.
—No sé… —dije mientras saltaba un poco—. ¿No podemos solo
saltar?
—¡No! ¡Por favor! —suplicó.
Literalmente había hecho gimnasia durante unos tres meses hace
veinte años.
—Por favor —suplicó un poco más.
Sabía que me iba a arrepentir, de verdad que sí.
—Está bien, déjame intentarlo —cedí, ya odiándome, pero sin estar 210
segura de cómo podría librarme cuando ella estaba chillando.
Así que lo hice, con un niño de siete años, una de seis y uno de cinco
animándome.
Bueno, intenté hacer una voltereta hacia atrás.
Y mi espalda dijo nop.
Aterricé.
Pero nop.
—Oh, Dios mío —susurré para mí mientras rodaba sobre mi espalda,
jadeando por aire porque de alguna manera un tirón en mi espalda baja
me hacía incapaz de jodidamente respirar.
—¿Estás bien? —musitó mi pequeña prima mientras se paraba sobre
mí.
—¿Estás muerta? —preguntó el primo mayor.
—Quiero estarlo —respondí con un gemido.
—¿Quieres que vaya por Connie? —cuestionó el mismo primo mayor.
Oh, diablos, no. Era la última persona que quería que viniera a ver
esto y se riera de mí por intentar hacer una voltereta hacia atrás que no
tenía ni razón ni experiencia suficiente para hacer.
—Estoy bien, solo denme un segundo —gruñí, aún tumbada allí,
sobre mi jodida espalda.
—¿Enana? —Una voz familiar vino de la nada—. ¿Estás bien?
Bueno, Zac era ligeramente mejor que Connie. Moví mi cabeza hacia
un lado para verlo parado en el extremo opuesto de la cama elástica a por
donde habíamos entrado. No tenía una expresión de preocupación en su
rostro, pero era algo.
—Sí, ya sabes, creo que caí un poco mal sobre mi espalda.
Me di cuenta de que las comisuras de su boca se levantaron.
—¿Solo un poco?
—Sí, solo un poco.
Sus labios todavía temblaban por tratar de no sonreír o reír cuando
preguntó:
—¿Necesitas ayuda?
—Eso estaría bien.
Luego sonrió, y antes de decirme lo que estaba haciendo, sus manos
fueron a mis tobillos y me arrastró por la cama elástica hacia el borde. Me
incorporé tanto como pude una vez que mi culo golpeó el borde de metal,
pero sus brazos se deslizaron por debajo de la parte posterior de mis 211
rodillas y hombros, y me levantó en sus brazos, sonriendo todo el tiempo.
Bueno, al menos hasta que se giró, se arrodilló y me bajó hasta el
césped allí mismo, donde la mayor parte de la cama elástica nos impedía
ser vistos por todos en la terraza.
—Inclínate hacia adelante —dijo en el segundo en que estuve abajo.
Lo hice y gruñí todo el tiempo. Estaba bastante segura de que
también gimoteé.
Se rió entre dientes.
—Estás bien; te dio un tirón. Me pasa todo el tiempo. Relájate.
¿Relajarme?
Sus dedos se clavaron en mi espalda baja un segundo después, y
gruñí directamente mientras amasaba mis músculos.
—Fue una voltereta hacia atrás bastante impresionante —comentó
desde atrás mientras masajeaba un poco más mi espalda, y gemí de
nuevo. Dolía, pero se sentía bastante bien al mismo tiempo. Pero sobre
todo dolía.
—Espero que lo fuera, en caso de que no pueda caminar mañana,
maldita sea.
—Estarás bien —aseguró un segundo antes de que sus manos fueran
debajo de mi camisa y tocaran mi espalda desnuda.
Solo me congelé por un segundo antes de relajarme y dejar que
siguiera haciéndolo. Quiero decir, él recibía masajes todo el tiempo. ¿Qué
era un poco de piel desnuda? No era como si estuviera tocando mi culo ni
nada.
—Gracias —dije con otro gruñido.
—De nada —replicó, todavía moviendo esos dedos increíblemente
fuertes justo encima de la banda de mis vaqueros. Esperaba que la raja de
mi culo no asomara—. Tienes que tener cuidado para no hacerte daño.
Esperé hasta que cambió el movimiento que estaba haciendo y se
trasladó a un lugar ligeramente diferente.
—Gracias por venir a salvarme —dije, tratando de ignorar la
sensación de sus cálidos dedos.
Y el impulso de temblar por ellos.
Sus pulgares presionaron profundamente a lo largo de mi columna e
hice una mueca.
—Estaba más preocupado por ti cayendo por el lado y rompiéndote
un brazo.
—Solo me rompí la espalda, no es para tanto.
Su resoplido de risa fue bajo mientras seguía masajeándome.
212
—¿Zac?
—¿Hmm?
—¿Quién vigila nuestra tres leches si estás aquí?

Sentí un peso cálido moverse detrás de mí, un aliento caliente


soplando contra mi nuca.
—¿Estás despierta? —susurró la voz.
Estaba de lado, sosteniendo mi teléfono cerca de mi rostro mientras
respondía:
—No.
Connie clavó sus nudillos en un lugar de mi columna y chillé cuando
me dio en un punto sensible.
—¿Estás despierta ahora? —Se rió a centímetros de mi cuello.
Moviendo mi mano detrás de mí, intenté apuntar a su brazo, pero se
hallaba demasiado cerca y agarró mi puño con ambas manos,
manteniéndolo en su lugar para que no pudiera darle.
—Dios mío, ¿por qué harías eso? Todavía me duele la espalda,
monstruo. ¿Qué estás haciendo?
—Ah, estás bien. Te vi ponerle hielo. Luisa se está duchando —
susurró. Su hijo se había desmayado en la otra cama. Había sido el
primero en ducharse y había estado profundamente dormido para cuando
yo terminé.
—¿Estás bien? —inquirí, apagando la pantalla y rodando sobre mi
espalda con cuidado, con otro gruñido, para verla bien. Zac había
trabajado en mi espalda durante al menos cinco minutos, asegurándome
todo el tiempo que estaría bien más tarde, pero todavía me dolía. Me había
dirigido a su auto como si necesitara un bastón… y se habían burlado de
mí todo el tiempo por eso.
Con el cabello mojado y despeinado, y sin maquillaje, se veía como
una versión de Connie que no había visto desde que era demasiado joven
para maquillarse. Nuestros padres no la habían dejado hasta que cumplió
los dieciséis. Bueno, mamá Lupe no la había dejado hasta que cumplió
dieciséis años, más bien.
—Estoy bien. —Soltó mi mano e intentó clavarme los nudillos de
nuevo, pero esta vez fue mi turno de tomar su mano y asegurarme de que
no pudiera darme otra vez. Arqueó las cejas—. ¿Qué pasa contigo?
—Nada, estoy bien. El trabajo apesta, pero todo lo demás va bien. —
Sonreí.
—¿Me vas a hacer preguntar o me lo vas a decir? 213
Parpadeé.
—¿Decirte qué?
Suspiró.
—¿Qué está pasando contigo y…? —Subió y bajó sus cejas.
—¿Quién? —Intenté pensar en lo que había hecho esa noche.
Después de llegar a casa de mi tía y casi romperme la espalda, todos
nos habíamos sentado alrededor de la mesa y hablado, mierda sobre todo.
En el buen sentido, no de la forma malvada en que nuestra tía lo hacía.
Uno de mis primos había traído a su amigo, pero el tipo se había
sentado al otro lado de la mesa y no había hecho más que saludarlo. Había
estado demasiado ocupada hablando con Zac, Boogie, mi hermana y los
niños para hacer más. Y habíamos hablado mucha mierda durante ese
tiempo, incluso los niños añadieron sus propias bromas, había sido muy
divertido.
Así que… literalmente no tenía ni idea de qué demonios estaba
hablando.
Y era evidente que no me creía.
Pero luego me di cuenta de que tenía que haber estado consumiendo
drogas en el baño cuando dijo:
—Zac.
—¿Zac? —La miré—. ¿Te drogas?
—No hace quince años.
Resoplé y pellizqué su rostro.
Agarró mi mano y la metió debajo de su barbilla.
—No estoy bromeando. ¿Qué está pasando con ustedes dos?
—Nada.
¿Había… hecho algo? ¿Lo había mirado raro? Me gustaba Zac. Me
gustaba mucho.
Pero eso era todo.
Pero ella no iba a dejarlo ahora.
—Ustedes dos han estado saliendo mucho.
Mantuve mi rostro tranquilo.
—Porque somos amigos y vivimos en la misma ciudad. Siempre
hemos sido amigos.
—Eso fue hace diez años.
—¿Cuál es la diferencia ahora y entonces?
214
—Exactamente. Eso fue hace diez años y unos cientos de chicas
atrás.
Bueno, eso se sintió mal, y podría haber pasado sin la imagen mental.
—Sí, pero no ha conocido a ninguna de esas chicas desde que tenían
tres años como a mí.
Arrugó la nariz.
—Sí, eso no es lo que quiero decir y lo sabes.
—Sí, pero sabes que siempre nos hemos llevado bien.
—Y era lindo cuando eras más joven, pero ahora…
—¿Ahora qué?
—Ahora parece un poco sospechoso.
No me gustó a dónde iba esto y sabía que tenía que cerrarlo lo antes
posible.
—Tú pareces un poco sospechosa —murmuré.
Connie puso los ojos en blanco.
—Solo dime la verdad.
—No pasa nada —susurré, levantándome un poco para mirar por
encima del hombro y asegurarme de que mi sobrino estaba dormido.
Lo estaba.
—Es solo mi amigo. —Tragué—. Y sé que no me ve así, Con. Creo que
se siente solo o algo así. Probablemente todavía siente que me debe desde
que le “salvé la vida” hace un millón de años. Y rara vez me habla de
fútbol. Tampoco pregunto mucho sobre eso. Probablemente le guste
alejarse de eso a veces.
Eso hizo que el rostro de mi hermana se suavizara.
—Solo somos amigos. No estoy siguiéndolo como un cachorro. Me
llama. Me invita a su casa. Lo dejo en paz. Se pasa por casa a veces —
expliqué en otro susurro justo cuando el agua de la ducha se cortaba—. Y
nos llevamos muy bien. Como siempre lo hemos hecho.
—B, no lo decía solo por ti. Por él también. Sé que me lo habrías dicho
si lo hubieras invitado, pero sé que no lo habrías hecho.
—Bueno, sí. Se invita a sí mismo. Me gusta; lo extraño. Sabes que
tengo algunos amigos, conozco a mucha gente, pero es diferente con Zac.
Fue como ponerse unos viejos zapatos que encajaban muy bien.
—¿Estás segura?
Fue mi turno de poner los ojos en blanco.
—Sí, estoy segura. No soy su tipo, Con. Solo le estaba recordando
cuando solía tirarme un pedo a su alrededor no hace mucho tiempo. Le 215
quiero, pero ahora solo sueño con cosas que puedo hacer que sucedan por
mi cuenta.
—O conmigo.
Sonreí.
—O contigo.
—No pregunto porque me preocupen tus sentimientos, B. Lo sabes,
¿verdad? Solo quiero saber si hay algo que no querías contarme.
—Nop.
Su rostro se volvió pensativo de nuevo.
—Nop —repetí.
Suspiró.
—Sin embargo, se llevan tan bien… No sé, B. Supongo que sería lindo
si las cosas fueran diferentes. —No estaba segura de a qué se refería con
diferente. ¿Qué? ¿Si Boogie no fuera su mejor amigo? ¿Si yo fuera mayor o
más guapa? ¿O si él fuera diferente y quisiera algo serio?
—Bueno, solo estamos destinados a ser amigos, y no hay nada más.
Dudo que alguna vez hiciera algo para arruinar la relación más larga que
ha tenido.
—Bien, lo que sea. Sería bueno tener algunas entradas para el palco,
si sabes a lo que me refiero. —Me dio un codazo.
Me reí.
—Estoy segura de que si se lo pides, te conseguiría entradas.
—Probablemente lo haría, ¿verdad?
—Creo que sí.
—Las entradas para el estadio serían geniales.
La miré.
—Las entradas para el palco serían mejores.
—Eres un monstruo.
—Tu mamá es un monstruo.

216
TRECE
Estábamos en el lugar del evento cuando Boogie se detuvo frente a las
puertas dobles que conducían al salón de baile y levantó los brazos para
impedir que siguiéramos avanzando.
Me encontraba al final de nuestro pequeño grupo: los niños, Connie,
Zac, mi primo y yo… intentando no cojear por mi estupidez. Había
decidido usar zapatos nuevos sin amoldarlos, como una novata, e iba a
necesitar una tirita lo antes posible. En el segundo en que nos
sentáramos, iba a quitarme estas perras y robarle una o dos a Connie.
Siempre tenía un montón en su bolso. Más temprano en el día, antes de la
misa de los quince de Lola, habíamos ido al centro comercial y Guillermo
se había caído de culo en el estacionamiento, requiriendo dos.
—¿Qué estás haciendo, Boog? Necesito quitarme estos zapatos antes
de que mis dedos empiecen a sangrar —me quejé en cuanto vi lo que
estaba haciendo.
—Sí, Boog, ¿qué estás haciendo? —repitió Connie mientras sostenía
su teléfono contra su rostro—. No, mamá, estoy hablando con Boogie — 217
dijo en el auricular.
La había estado mirando de reojo y escuchando a escondidas su
conversación durante todo el viaje al lugar del evento. Había intentado
llamar a mi madre mientras estábamos en el centro comercial, pero no
había respondido. Todo lo que había querido era ver cómo estaba. No me
había devuelto la llamada, pero había llamado inesperadamente a Connie.
Había gritado un “hola” en el auto y recibí un “hola, mi amor” a cambio.
No había puesto los ojos en blanco. Había dejado de hacer eso hace
mucho tiempo.
—¿Pensé que pronto empezarían a servir comida? —intervino Zac
mientras se detenía a mi lado, llevándome de vuelta a lo que estaba
haciendo Boogie.
Hice todo lo posible por no mirar a Zac, especialmente después de la
conversación que había tenido con mi hermana la noche anterior.
Y, especialmente, no cuando estaba vestido con un elegante traje azul
oscuro que se ajustaba a su cuerpo como si hubiera sido hecho a su
medida, lo que probablemente había sido, y una camisa blanca. La peor
parte era que se había cepillado el cabello en algún momento desde que
habíamos desayunado esa mañana; después había ido a casa de Boogie y
había pasado horas jugando Call of Duty o algo así. Cuando mi sobrina
había abierto la puerta después de que él hubiera tocado y había entrado
en nuestra pequeña y desordenada habitación, había sentido que algo en
mí tartamudeaba por un segundo. Pero había reprimido esa mierda a
pesar de que había silbado y le había preguntado si su mamá le había
preparado la ropa.
La verdad era que se veía muy bien, como un príncipe pero mejor.
Y, desafortunadamente, tenía un grupo de parientes lejanos sin
vergüenza que me estaba preparando mentalmente para tener que
aguantar, acercándose y adulándolo. Quiero decir, podían hacer lo que
quisieran, y él también.
—Un segundo —dijo Boogie antes de dejar caer los brazos—. Necesito
que me prometan algo.
Después de mirar a su alrededor como si hubiera alguien más con
quien pudiera estar hablando, Connie preguntó:
—¿Quién?
Nuestro primo nos señaló con el dedo… a Con y a mí.
Parpadeé.
—¿Qué? ¿Por qué yo?
—El baile… —comenzó a decir antes de que Connie resoplara.
—No vas a hacer eso de nuevo. Vamos a sentarnos —murmuró ella, 218
empujándolo a un lado y luego diciéndole algo a nuestra madre por
teléfono.
Señalé a Boogie y saqué la lengua cuando pasamos junto a él,
dirigiéndonos hacia una mesa cerca de una de las cuatro hermosas
paredes cubiertas de cortinas, justo en el borde del salón.
Afortunadamente, llegamos temprano y no había tanta gente en el salón.
La mayoría de nuestra familia era impuntual, pero todos queríamos
aprovechar la comida gratis. Bueno, al menos algunos de nosotros lo
hacíamos. No podía hablar por Zac, pero estaba bastante segura de haber
visto un paquete de cecina en el bolsillo de su chaqueta.
Nos sentamos a la mesa, Zac se sentó al otro lado de Boogie, justo a
mi lado. Mi sobrino estaba a mi otro lado.
—No, escúchenme —comenzó de nuevo nuestro primo mientras se
acomodaba en su silla—. Hay ciertas cosas que nadie quiere ver,
especialmente yo. Así que ustedes dos deben controlarse.
—No sé de qué estás hablando. Bianca, ¿sabes de lo que está
hablando? —cuestionó Connie mientras acercaba su silla y cruzaba las
manos sobre el mantel lavanda con lentejuelas. Ya había terminado de
hablar, supongo. Eso había sido rápido.
Negué mientras movía mi silla hacia adelante también y agarré la
servilleta que había sido doblada en forma de cisne, lista para usar esa
mierda en el segundo en que la comida comenzara a ser servida, pronto,
pensé.
—Nop, no tengo ni idea de lo que está hablando.
En realidad, estaba bastante segura de que sí, sobre todo porque
recordaba lo que había sucedido la última vez que Connie y yo habíamos
estado en una fiesta familiar que tenía alcohol y una pista de baile. No me
arrepentía de nada.
—Y una mierda —murmuró Boogie antes de encogerse—. Lo siento,
niños.
Connie y yo resoplamos. Como si no hubieran oído cosas peores cada
dos horas de sus vidas. Oh, Boogie.
—Y una M —se corrigió y prosiguió—. Tienen que comportarse esta
noche. Hay niños presentes; esto no es una boda. Nada de tootsie roll…
No sé qué decía de mi hermana y de mí que ambas jadeáramos.
Zac intervino, volviendo esa suave mirada azul hacia mí con una
expresión divertida en su rostro.
—Eres demasiado joven para saber cómo hacer el tootsie roll —
comentó con una sonrisa.
Le di una sonrisa inocente.
219
—¿Lo soy?
Boogie nos ignoró y continuó.
—Todavía estoy marcado desde la boda de Chato. Nada de eso esta
noche.
Zac no había dejado de mirarme con expresión curiosa, como si no
creyera lo que decía mi primo, así que me encogí de hombros.
—¿Por qué siento que no me están escuchando? —inquirió Boog.
—Yo sí. —Palmeé mi servilleta de cisne—. ¿Fue el baile Hammer?
¿Fue eso lo que te marcó? Porque le dije a Connie que era demasiado.
Connie se echó a reír justo cuando Boogie puso los ojos en blanco y
Zac preguntó:
—¿Me las perdí haciendo el baile Hammer?
Mi sobrina suspiró de la nada.
—Tío Zac, en la fiesta del tío Rico y la tía Maria, hicieron esta canción
sobre…
—¿Qué te he dicho sobre contarle a todo el mundo nuestros asuntos?
—le preguntó Connie a su hija, negando como si no pudiera creer que su
propia hija revelara sus secretos.
—Y mamá intentó enseñarle a la tía B cómo hacer el baile del
aspersor —intervino Guillermo mientras tomaba una pequeña menta que
había sido colocada junto al plato frente a él.
Boogie gimió.
Estaba demasiado ocupada riendo al recordar esa noche y a Boogie
intentando arrastrarnos a ambas de la pista, especialmente después de
que hubiéramos tratado de mover nuestros culos hacia atrás una contra la
otra, luego contra él mientras intentaba apartarnos.
—Te uniste, así que ni siquiera empieces —resoplé, señalando a mi
primo.
—Es menos vergonzoso si estoy involucrado. —Fue su intento de
defensa, pero también comenzó a reírse porque estaba lleno de mierda. Se
había quedado en la pista de baile tanto tiempo como nosotras después de
eso. Habíamos formado un pequeño círculo del que miembros de la familia
entraron y salieron durante toda la noche.
—Mamá, ¿qué fue lo que hizo el tío Boogie? ¿Te acuerdas? ¿Se lastimó
la espalda? —preguntó mi sobrino—. ¿El delfín?
Zac se sentó con la espalda recta, esos ojos azul bebé se movieron
hacia mí.
—¿Fue el…? 220
—Sí. —Me carcajeé, sabiendo exactamente a qué se refería—. Intentó
hacer el gusano.
—¡Hice el gusano!
Zac se llevó ambas manos a la cabeza.
—¿No aprendiste tu lección la primera vez, imbécil?
—¡Tengo problemas de espalda!
Vocalicé “jodida mierda” hacia Zac.
Tenía la boca abierta y enseñaba sus dientes blancos mientras
asentía en acuerdo.
—¿Saben qué? Los odio. No a ustedes, Yermo y Luisa, sino a ustedes
tres…
Connie resopló mientras tomaba su propia servilleta de cisne.
—Los que odian van a odiar.
Estaba demasiado ocupada resoplando cuando los camareros
empezaron a salir de la nada con carritos llenos de comida, y estaba
bastante segura de que mi sobrina aplaudió de emoción.
—Tía B, deberían haberte pedido que hagas la comida y el pastel —
anunció mi sobrino.
Dejando caer mi palma sobre mi pecho, le dije que lo amaba. Luego le
pregunté cuándo iba a venir a hacer otro video conmigo.
No pasó mucho tiempo para que se sirviera la comida, con cestas de
pan en el centro de cada mesa, y todos estábamos demasiado ocupados
comiendo para hacer algo más que hacer muecas el uno al otro. En un
momento me encontré con los ojos de Zac y nos sonreímos el uno al otro.
Justo cuando estábamos terminando, las luces en el salón de baile se
apagaron, y luces rosadas y blancas a los alrededores del salón iluminaron
las paredes mientras nuestra prima entraba con una música bastante
majestuosa que parecía totalmente exagerada. Aplaudimos y Connie silbó.
Lola bailó con su papá, luego con sus hermanos mientras los camareros se
acercaban y recogían todos los platos.
Entonces empezó la música.
Solo luché con Connie durante unos tres segundos cuando se levantó,
agarró a su hijo con una mano, le hizo un gesto a su hija con la barbilla y
luego fue por mi mano.
—Acabo de comer. Dame un segundo —gemí mientras tiraba de mi
brazo.
—Necesitas quemar esas calorías —replicó, realmente poniendo algo
de peso en ello—. Deja de ser una vaca. Sabes que quieres.
221
Quería.
Ah, a la mierda.
Hice un gesto a Boogie mientras me levantaba.
—Ven a salvarme si no vuelvo en treinta.
Tenía un palito de pan en la boca que parecía un puro.
—De acuerdo. Ajá.
Era inútil. Lo sabía.
—Sálvame, Zac —le grité a mi amigo mientras seguía a mi hermana y
sus hijos.
—Te tengo, cariño —exclamó detrás de mí incluso mientras alcanzaba
un palito de pan también.
Estaba bastante segura de que lo vi golpearlo contra el de Boogie
como si fueran espadas antes de darme la vuelta.
Pero… no me tenía. No me tenía en absoluto.
Perdí la cuenta de cuántas canciones tocaron mientras bailábamos en
círculo, mi hermana, sus dos hijos y yo, con un par de primos más que se
unieron en el camino. Unas cuantas veces, agarré a mi sobrina o sobrino
para un uno a uno, y al menos dos veces Connie movió su culo hacia atrás
contra mí, y estaba bastante segura de que oí la voz de Boogie sobre la
música… probablemente diciéndonos que nos detuviéramos.
Finalmente, en algún momento, huí y volví a nuestra mesa,
encontrándome a Zac allí… rodeado de cuatro mujeres diferentes.
Reconocí a una de ellas. Solo podía ver su perfil y parecía que les estaba
sonriendo.
Y eso estaba bien. Bueno. Al menos no estaba aburrido ni se sentía
miserable.
¿Dónde diablos estaba Boogie?
De alguna manera, Zac debió haber sentido mi aproximación porque
sus ojos instantáneamente se volvieron hacia mí en el segundo en que me
acerqué lo suficiente, y vi la verdad. Sonreía, pero era su sonrisa educada,
no la real, que era tan brillante que lo iluminaba de dentro afuera.
Sonreí.
Una comisura de su boca se curvó más alta que la otra.
Sus nuevas compañeras debieron haberlo visto dejar de prestarles
atención porque cuando me vieron acercándome, dos de ellas retiraron sus
sillas y se levantaron, lo cual fue extraño, pero de acuerdo.
—Ahí está —gritó Zac cuando me detuve detrás de la silla en la que
había estado sentada y sorbí la limonada aguada que me quedaba.
Me tendió su propio vaso, y lo tomé y me lo bebí todo también. Estaba
sedienta. 222
—Lo siento, señoritas —dijo mi amigo mientras se ponía de pie y yo
ponía su vaso sobre la mesa—. Le debo un baile a alguien.
¿Lo hacía?
—Está tan ocupada que tuve que programarlo —mintió mientras
empujaba su silla debajo de la mesa.
Me estaba usando como excusa para escapar. Muy bien. Me dolían los
pies y quería sentarme, pero no iba a dejarlo colgado.
Hice contacto visual con mi prima segunda, que había sido una de las
personas que lo rodeaban, y la única que reconocí, y saludé.
No me gustó la expresión de curiosidad que puso, pero como fuera,
aun así me devolvió el saludo. Volví a mirar a Zac cuando se acercó a mi
lado, me agarró de la mano y me llevó a la pista mientras, como si hubiera
sido malditamente planeado, una canción country sonaba por los
altavoces.
Zac sonrió mientras tomaba mi mano libre una vez que estuvimos en
el borde de la pista de baile y la puso sobre su hombro.
—¿Todavía recuerdas cómo dar dos pasos?
Un recuerdo borroso de él enseñándonos a Boogie y a mí a bailar hace
toda una vida, llenó mi cabeza y me hizo sonreír.
—Mierda.
Me sonrió, sus cálidas manos y las mías probablemente aún más
cálidas, mientras me guiaba directamente en ello, moviéndome por la
pista, haciéndome girar de vez en cuando y, afortunadamente, sin pisarme
los dedos de los pies ni una sola vez.
—Chica, eres mejor en esto que yo —exclamó, su boca rosa amplia
con risa.
—Soy mejor en muchas cosas que tú —bromeé—. Estás oxidado.
—¿Oxidado? —Tuvo el descaro de preguntar—. He estado haciendo
esto desde que estabas en pañales, enana.
—Eh.
No estaba segura si específicamente me atrajo o si simplemente
sucedió mientras nos movíamos, pero estábamos ahí juntos, nuestros
muslos rozándose constantemente. Zac me hizo girar justo al final unas
cuantas veces, e hizo una mueca para advertirme cuando me inclinó hacia
atrás justo al final, con una risa que me hizo ahogar una también cuando
la sangre se precipitó hacia mi nariz.
Cuando empezó otra canción country justo después de eso, me hizo
girar un poco más por la pista, dándolo todo como si lo hubiera ofendido o
algo así durante la primera canción. 223
Si había esperado que tropezara con mis propios pies o le pisara los
dedos de los pies… se habría llevado una verdadera sorpresa.
Sabía que estaba impresionado cuando su mirada se cruzó con la
mía, frunciendo el ceño cuando preguntó con una voz que apenas capté:
—¿Con quién has estado bailando así?
Pude vislumbrar el rostro de mi hermana mientras me hacía girar, y
esperé hasta que estuviéramos frente a frente otra vez, bueno, estaba
frente a su pecho más que a su rostro, hasta que levanté la cabeza y le
respondí lo suficientemente fuerte para que con suerte lo oyera:
—Con gente.
Había pasado un sábado al mes yendo a clubes de country con uno
de mis antiguos compañeros de trabajo. Mi ex solía odiar que fuera, pero
como no le gustaba bailar, no lo escuché. Mis compañeros favoritos
siempre habían sido los hombres mayores cuyas esposas estaban tan
ocupadas bailando con otras personas que entregaban a sus maridos a
extraños. Esos hombres sabían bailar.
Al igual que Zac.
Fluido y casi sinuoso, un deportista de toda la vida que conocía cada
movimiento de su cuerpo. Fuerte y seguro.
Me pregunté por un segundo cuántas compañeras había tenido para
volverse tan bueno.
Lo que sea.
Al parecer, mi respuesta no había sido suficiente para él porque en el
segundo en que estuvimos frente a frente otra vez, agachó la cabeza para
hablarme al oído, su respiración provocando un cosquilleo a lo largo de la
piel sensible allí.
—¿Qué gente?
Mi boca estaba a centímetros de su pecho. Podía oler el aroma dulce y
limpio de su colonia.
—La gente del club, amigo. Buenos maestros, ¿eh?
Su aliento todavía estaba en mi oreja.
—¿Qué club?
Le dije el nombre, imaginándolo allí por un momento, imaginándolo
bailando con cualquiera de los cientos de mujeres que asistían, y luego me
obligué a detener esa imagen mental.
Esperó tanto tiempo para decir algo más que sus siguientes palabras
me sorprendieron más de lo que deberían.
—Bailaré contigo cuando quieras. 224
—¿Ah, sí? —cuestioné, levantando mi rostro.
Estaba concentrado en mí, en mi rostro… mis ojos, lo que fuera.
—Sí. —Fue su simple respuesta.
—¿No te importa la diferencia de altura? —Me había quitado los
zapatos y puesto tiritas después de comer.
—No-oh, enana —replicó con una sonrisa que me iluminó por
completo, todo afecto, amor y consuelo—. Te mueves muy bien conmigo.
Esperé hasta que me dio la vuelta de nuevo para decir:
—Esa es la señorita Enana para ti, y todavía se te da bien, viejo.
Sentí su risa en la forma en que su pecho se infló contra el mío más
que oírla.
Nos movimos hacia la derecha y luego hacia la izquierda, la mano que
en algún momento se había movido para abarcar el centro de mi espalda
se deslizó un poco más abajo sobre mi vestido cruzado dorado. Podía
sentir la presión y el peso de cada uno de sus dedos sobre mí. Fue
entonces cuando miré y vi a Connie y Boogie moviéndose por la pista…
discutiendo.
—Mira a estos imbéciles —murmuré, haciendo un gesto hacia ellos
con la barbilla.
La risa de Zac volvió a rozarme la oreja, y me hizo sonreír cuando
levantó la cabeza y los miró. La mano que tenía en mi espalda se flexionó
por un segundo antes de movernos.
—¿Te dije cuán linda que te ves hoy?
—Nop.
Su aliento volvió a hacerme cosquillas en la oreja.
—Bueno, te ves muy linda, chica. Me gusta tu cabello así.
Apreté su mano y le sonreí. Solo lo había dejado rizado y recogido
flojamente con un par de mechones sueltos porque a mi cabello no le
gustaba ser sujetado a menos que lo hubiese alisado.
—Gracias, Snack Pack. También te ves muy lindo.
Me guiñó un ojo, su sonrisa esa torcida que era mi favorita.
Bailamos otra canción, esta cosa lenta que nos hizo movernos juntos
en un círculo con mis brazos sobre sus hombros y esas grandes, grandes
manos ligeras sobre mi cintura. Podría haber sido romántico y dulce… si
fuéramos otras personas. En cambio, bromeamos todo el tiempo.
Y fue entonces cuando el DJ llamó a todos a la pista… para hacer el
hokey pokey.
Las manos de Zac se aflojaron y dio un paso atrás. 225
Agarré su antebrazo.
—¿A dónde vas?
Su rostro estaba un poco rosado bajo las luces, pero estaba
sonriendo.
—A sentarme.
—¿Qué? ¿Por qué?
Una comisura de su boca se elevó y miró de reojo la mesa en la que
habíamos estado.
—Porque sí. Es el hokey pokey. —Se pasó el antebrazo por la frente
antes de lanzarme otra sonrisa blanca y brillante.
Parpadeé hacia él.
—¿Vas a obligarme a hacerlo sola?
Seguía sonriendo incluso cuando ladeó la cabeza.
—De acuerdo. Vamos, haré el hokey pokey contigo entonces.
Y lo hizo, su expresión casi dolida, pero se rió todo el tiempo que se
dio la vuelta junto con las otras doscientas personas en el lugar.
Después, Boogie se acercó y me pidió que bailara, mi hermana
haciéndole un gesto a Zac para que se acercara a ella.
Un baile en línea y otra canción después, mi tía se acercó y se robó a
mi primo, y aproveché para ponerme los zapatos de nuevo con un gemido,
e ir a buscar algo para beber y hacer pipí. Zac estaba girando a Luisa, mi
sobrina, y mi hermana estaba hablando con el padre de Boogie.
Fue entonces cuando me arrinconó la única persona de la familia que
todos intentaban evitar. La única persona a la que había vigilado a
propósito para asegurarme de que no nos acercáramos lo suficiente para
que sintiera la necesidad de saludar. Habíamos elegido nuestra mesa junto
a la pared a propósito.
¡Mierda!
—Hola, Bianca —dijo la mujer mayor mientras bloqueaba
deliberadamente la salida del baño.
Puse casi la sonrisa más falsa del universo en mi rostro, una que
rivalizaba con todas las expresiones que le había dado a Gunner, mientras
terminaba de secarme las manos.
—Hola, tía Licha —saludé, tomándome mi tiempo para darme la
vuelta y darle un abrazo, el abrazo más mediocre en la historia de los
abrazos, pero no era como si ella mereciera más. Siempre había sido mala,
especialmente con mi mamá, Connie y conmigo.
La prima de mi madre recorrió con la mirada mi cuerpo de arriba
226
abajo mientras se quedaba exactamente donde estaba.
—Me gusta tu vestido.
Espera por ello.
—¿Subiste de peso?
Ella había subido de peso, pero de acuerdo. Traté de sonreírle, pero
intenta formar una sonrisa cuando tu maldito rostro está hecho de
granito. Fue una mueca. Definitivamente fue una mueca lo que hice,
haciendo todo lo posible por disfrazarla de sonrisa y fallando a lo grande.
Porque sabía todo sobre el respeto a mis mayores. Podía recordar la única
vez que mi abuelita me llamó y respondí con “¿qué?” en lugar de
“¿mande?”.
No creo haber retrocedido tan rápido en mi vida.
Pero incluso mi madre había perdido la paciencia con su prima hace
mucho tiempo. No estaba segura de lo que dijeron, pero sí sabía que mi
padre tuvo que agarrar a mamá por la parte de atrás de su pantalón y
sacarla de la habitación como si fuera una bola de bolos. Eso fue tras años
de pequeños comentarios cortantes que era conocida por hacer a todo el
mundo.
Así que sabía que iba a ser educada, pero ni un poco más de lo
necesario.
Era tan mala que honestamente me sorprendía que todavía recibiera
invitaciones y que todos no hubieran tenido una reunión en la que
acordaran mantener en secreto las reuniones familiares para que ella no
fuera.
Me conformé con encogerme de hombros. Si no decía nada, tal vez se
aburriera y dejara de hablarme más rápido.
No funcionó.
—¿Dónde están tus padres?
Ahí era donde quería llegar desde el principio. Debería haberlo
esperado.
—Están en Nicaragua en este momento.
Su “Hmmph” lo dijo todo.
—¿Dónde está tu novio?
Y también llegó a eso.
Parpadeé hacia ella; luego parpadeé un poco más. No podía
exactamente llamar a mi tía vaca entrometida, ¿verdad? Por mucho que
jodidamente deseara hacerlo. Sabiendo que no tenía tiempo, le sonreí.
—¿Cuál?
Parpadeó. 227
Esperaba que tuviera un juanete.
—Fue agradable verte, adióssss —grité por encima del hombro
mientras me apresuraba hacia la puerta y salía de allí.
Dándome la vuelta, mostré a la puerta mis dos dedos medios. Puto
infierno, iba a tener que contarle a Connie todo sobre esa mierda. Esa
mujer era otra cosa.
—¿Qué estás haciendo?
Me sobresalté y encontré una figura apoyada contra el pilar frente a la
puerta del baño con una gran sonrisa en su rostro.
Era Zac, y su rostro estaba sonrojado.
—Escapar de mi tía y enseñarle el dedo medio —respondí mientras
me detenía frente a él, curvando mis dedos en puños, lista para pelear otro
día—. ¿Qué estás haciendo, rarito?
Se rió entre dientes e ignoró mi pregunta, lanzando una de las suyas.
—¿Cuál?
Extendí la mano y la deslicé en el hueco de su codo, intentando
alejarlo. Lo último que quería era que ella saliera y nos viera hablando e
hiciera algún otro comentario o pregunta tonta. Por suerte, me dejó.
—Licha. Solo logró preguntar si había subido de peso y luego por mi
ex, así que de alguna manera fue mi día.
Me siguió hacia las puertas del salón, la parte interior de su codo
ahuecada en mi palma.
—¿Tu ex? —cuestionó.
—Ajá. Hizo que pareciera que no sabía que nos habíamos separado
cuando sé que lo sabía muy bien —expliqué.
Por el rabillo del ojo, vi que me observaba, pero no levanté la mirada.
—¿Qué ex?
Bueno, no era como si fuera un secreto y, de acuerdo, tal vez había
evitado a propósito mencionarlo, pero era solo porque me gustaba fingir
que esa etapa de mi vida no había sucedido. Cinco años completos.
—Kenny. No me gusta hablar de eso. Nos separamos hace casi dos
años. —No quería contarle el resto, pero conociéndolo, iba a preguntar—.
Estuvimos juntos durante cinco años. Es la razón por la que me mudé
aquí. Nos conocimos cuando vivía en Carolina del Norte con Connie. Su
trabajo lo transfirió aquí, y con el tiempo Richard, que es el esposo de
Connie, fue transferido a Texas y también regresaron.
—¿Cinco años? —cuestionó lentamente.
228
—Sí, estuvimos comprometidos por un minuto y todo.
Bajo mi mano, su brazo se tensó.
—No sabía eso. ¿Qué pasó?
Por supuesto que iba a preguntar.
—Al principio, era la misma mierda de siempre. Me dijo que se iba de
la ciudad por trabajo, pero sorpresa, mis compañeros de trabajo me
invitaron a ir al cine y dije que sí, y él estaba allí con su ex novia, quien
supongo que había volado para verlo. La rodeaba con el brazo y todo. ¿Qué
tal eso, eh?
Ahí. Hecho. Lo miré e instantáneamente encontré sus ojos.
Estaba frunciendo el ceño.
—¿Qué hiciste?
Nos detuvimos justo afuera de las puertas del salón de eventos y solté
su brazo.
—Fui a su apartamento, dejé el anillo y la llave en la encimera de la
cocina, luego pasé las siguientes dos horas enviando mensajes a todos
diciéndoles que ambos sabíamos lo que había hecho y que, por favor, no le
dijeran nada sobre mí, y bloqueé su número. Connie condujo esa noche
con los niños y se quedó conmigo. Dio la casualidad de que mi contrato de
arrendamiento casi había terminado con mi compañero de apartamento en
ese momento, y me mudé dos semanas después al nuevo. —Originalmente
se suponía que me mudaría con él, pero…
Las arrugas en su frente se profundizaron.
Le sonreí.
—Fue a mi trabajo un par de veces y fingí no conocerlo. Puso excusas,
intentó decir que no pasó nada y luego dijo que era la primera vez. Lo que
sea. Debería haber sabido que era un imbécil cuando dijo que prefería
hacerse una vasectomía antes que ir a Disney World conmigo. —
Encogiéndome de hombros, añadí—: Entonces intentó demandarme. Así
que eso es todo. La próxima vez escucharé a Boogie cuando me diga que
no le gusta alguien.
—¿A Boog no le gustaba?
—Nooo. Pero ya estaba saliendo con Lauren y las cosas ya eran
incómodas entre nosotros, así que simplemente no hablábamos de ellos. —
Pensé en las mujeres con las que supuestamente Zac había estado y decidí
no preguntar sobre su vida amorosa.
No quería saberlo.
Se detuvo de repente y se volvió.
—Espera, cariño. ¿Dijiste que intentó demandarte?
229
Había estado esperando eso. No era aquí donde quería hablar de eso,
pero sabía que no me dejaría posponerlo más.
—Sí. Afirmó que tenía derecho a parte de mi negocio de Lazy Baker.
Que me ayudó a crearlo. Que me ayudó a ejecutarlo, aunque todo lo que
hizo fue editar mis videos y ayudarme con la filmación. Cabrón. Terminé
teniendo que llegar a un acuerdo con él para que finalmente lo dejara.
Zac echó hacia atrás la cabeza y su frente se arrugó.
—¿Llegaste a un acuerdo con él? ¿Por cuánto?
Me mordí el labio.
—Nunca le he dicho a nadie la cantidad correcta. —Y entonces se la
dije.
Y Zac parpadeó lentamente.
—¿Dólares estadounidenses?
—Desafortunadamente.
Incluso bajo la escasa luz, noté su rostro palidecer.
—¿De dónde diablos sacaste esa cantidad de dinero?
Lo pellizqué.
—De mi cerdito, ¿dónde más? —Le sonreí, complacida conmigo
misma por haberlo hecho tan bien que incluso él no podía creerlo. Me hizo
sentir más orgullosa de mí misma. Solo por un momento, antes de
recordar lo idiota que había sido—. Él sabía todo. Cuánto dinero ganaba,
cuánto tenía ahorrado. Todo. Así que fue por todo. —La ira agitó mi pecho
y forcé una sonrisa tensa e incómoda en mi rostro—. Por eso no dejé mi
trabajo en el gimnasio. Solo llegamos a un acuerdo hace seis meses.
Apenas me estoy recuperando. Dejé de aceptar patrocinadores mientras
todo eso sucedía porque estaba muy preocupada de que cuanto más
dinero ganara, más tendría que darle, y no quería que terminara con más
de lo que tanto trabajo me costó ganar. Pero aun así recibió mucho. Me
siento como una idiota.
Su boca se separó y su mirada fue intensa sobre la mía.
—¿Por eso nunca dijiste nada?
—Sí. ¿Cuán estúpida fui, Zac? Consideré casarme con ese imbécil. No
vi que fuera capaz de algo así. Perdí tanto tiempo y energía. Y se quedó con
casi todo mi dinero. Honestamente, entre nosotros, me jodió mucho por un
tiempo. Todavía tengo problemas de confianza. Tardé casi un año después
de separarnos en finalmente colapsar y contratar a alguien para ayudarme
a filmar porque no quería dejar entrar a nadie.
—No puedo creer que le pagaras.
—Su familia tenía dinero y sé que hubiera peleado para siempre. Tuve
que decirme que no me merecía la pena, entorpecer mi negocio durante 230
tanto tiempo. Y al menos no tendré que volver a verlo ni a saber nada de
él. Eso fue lo que agregué a nuestro acuerdo cuando le pagué. Que más le
valía no volver a contactarme nunca. Me arrepiento de todo, pero aprendí
una valiosa lección.
—¿Cuál? —inquirió con voz plana y la frente aún arrugada.
—Nunca salgas con nadie que Boogie odie. —Forcé una sonrisa e
intenté deshacerme de lo que habíamos estado hablando—. En fin, estoy
pensando en escaparme muy pronto. Estoy cansada.
Me observó con bastante atención mientras respondía:
—También me siento un poco cansado, cariño. Creo que voy a pedir
un auto para regresar al hotel. ¿Quieres volver conmigo?
Me dolían los pies, y dentro, podía ver a Connie todavía bailando
como una loca. Iba a hacerlo durante horas. Lo sabía.
—¿Sabes qué? Sí. Me aseguraré de que nadie te secuestre, y podría
trabajar un poco para no sentirme culpable por tomarme todo el día libre.
Sonrió, pero siempre estaba jodidamente sonriendo.
—Eres tan considerada.
—Lo sé. Qué suerte tienes, ¿verdad?
Eso lo hizo sonreír aún más y me dio un golpecito en la nariz.
De vuelta en el salón, nos despedimos de todos, con Connie gritando:
—¿Estás segura de que no quieres quedarte? ¡Después hay fiesta en
casa del tío Chato! —Solo había una respuesta para eso: diablos, no. Me
dio un pellizco en el culo que sabía que iba a dejar un moretón antes de
que Zac y yo saliéramos de allí, justo a tiempo para que el auto que había
pedido se detuviera en el camino de entrada, dado que viajamos en el auto
de Connie.
El Ford se detuvo junto a la acera, y Zac saludó al conductor antes de
rodearme para abrir la puerta trasera, moviendo la cabeza hacia un lado.
Entré y me siguió justo después. Dije “Hola” un segundo antes de que él
interviniera con un “Buenas noches. ¿Qué tal?”.
El conductor, un hombre de unos cincuenta años, se desabrochó el
cinturón de seguridad y se dio la vuelta en su maldito asiento. Los dedos
de su mano derecha fueron directamente al reposacabezas, sus dedos
aferrándose al cuero. Su boca se abrió.
Zac ya le estaba sonriendo como si fuera una segunda naturaleza.
El conductor se sobresaltó.
—Disculpen mi francés, pero jódeme…
Resoplé y me puse el cinturón de seguridad.
Zac extendió la mano y el conductor no dudó en estrecharla antes de 231
señalarme.
—Mohamed, Bianca, mi jefe. Bianca, Mohamed.
Le lancé a Zac una mirada y tomé la mano del hombre en el segundo
en que estuvo libre, aunque estoy bastante segura de que solo la dejó
extendida por la conmoción.
—Hola —dije, dándole un apretón rápido que no registró porque
estaba muy ocupado mirando a Zac con la boca abierta.
Él y Mohamed, un hombre muy agradable con tres hijos —dos hijas y
un hijo de veinte años al que Zac firmó un autógrafo— hablaron
prácticamente todo el viaje hasta el hotel.
—¿Podemos hacernos una foto? —cuestionó Mohamed mientras se
detenía frente al hotel.
—Sí, claro. —Zac asintió mientras el hombre mayor sacaba su
teléfono del soporte y lo ponía en modo selfie. Zac se desabrochó el
cinturón de seguridad y se inclinó hacia adelante. Intenté moverme hacia
un lado para darle espacio para acercarse, pero una mano grande y
familiar se posó en medio de mi espalda.
Me sonrió mientras me guiaba hacia adelante también hasta que
estuvimos junto al reposacabezas de Mohamed. Se aseguró de que mi
barbilla estuviera allí y la mejilla de Zac también junto a la mía. Los
pequeños vellos me hicieron cosquillas en el rostro e hice todo lo posible
por ignorar el calor de su piel.
—¡Patata! —gritó Mohamed antes de tomar una, luego dos fotos que
hicieron que el flash me cegara.
Después de decir adiós, caminamos por el vestíbulo, y no fue hasta
que entré en el ascensor que me di cuenta de lo que había hecho.
—Dejé mi billetera en el auto de Connie.
Zac sostenía su chaqueta en una mano y tenía su cadera contra la
pared mientras el ascensor subía. Su camisa blanca estaba desabrochada
en el cuello y húmeda en algunos lugares.
—¿Necesitas dinero? —preguntó.
—No, la llave de mi habitación está ahí —respondí, incluso mientras
desbloqueaba mi teléfono y le enviaba un mensaje a Connie.
—Oh. Espera en mi habitación hasta que regrese Connie. ¿O quieres
regresar a buscarla?
¿Regresar? Ya había sido bastante difícil volver a meter los pies en las
trampas mortales llamadas mis zapatos para no tener que caminar
descalza por el hotel.
—Esperaré, si te parece bien —dije—. Le acabo de enviar un mensaje.
232
Cuando estábamos allí, dijo que iba a casa de mi tío, pero apuesto a que
puede venir primero y luego ir allí.
Me estaba mirando.
—No me importa, chica. Pero si me duermo, no me saques fotos
horribles.
La puerta se abrió con un pitido.
—Sin promesas.
Sonrió, y yo también.
—¿Te divertiste? —cuestioné mientras nos dirigíamos a su habitación.
—Toca mi espalda.
Pegué mi brazo contra mi costado, sin confiar en él ni en esta
petición.
—¿Por qué? ¿Porque estás sudado?
—Sí, de todo el baile. Toca mi camisa.
Negué, arrugando la nariz.
—Gracias, pero no, gracias. Te creo. —Porque lo hacía. Su cabello
estaba oscuro y enmarañado, y su cuello todavía estaba sonrojado. Y sabía
que yo también estaba sudorosa. Había estado extendiendo mis brazos a
los lados para que se airearan y se secaran.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
Me guiñó un ojo mientras deslizaba su tarjeta en la ranura de la
puerta y encendía las luces antes de indicarme que entrara. Entré en la
habitación que era más o menos un reflejo de la que compartía con Connie
y los niños, excepto que en lugar de dos camas dobles, solo había una
grande. No lo pensé dos veces antes de quitarme los zapatos justo en la
puerta mientras Zac la bloqueaba y echaba el cerrojo. Me senté en el borde
de la cama mientras él tiraba su chaqueta a un lado y comenzaba a
desabotonar su camisa.
Entonces miré mi teléfono, a pesar de que no había sonado ni vibrado
con una respuesta de Connie… o de nadie.
¿Me darían la llave de la habitación si no tenía mi identificación?
Probablemente no. Y definitivamente no quería hacer que Zac fuera a
preguntar en caso de que pudiera salirse con la suya con cosas que el
resto de nosotros no podíamos.
—Voy a tomar una ducha —anunció mi amigo mientras sus dedos
tiraban del botón inferior de su camisa. Se la quitó. La fina camiseta
interior blanca que llevaba se le pegaba, y me refiero a que se aferraba a
cada punto de su pecho y abdomen, haciéndola casi transparente.
233
Estaba construido como un sueño húmedo que no tenía derecho a
tener. Su torso era largo y tenía una forma perfecta. Su cintura esbelta y
sus hombros anchos…
Y fue entonces cuando hicimos contacto visual.
Le sonreí y me devolvió la sonrisa.
Solo lo miré de arriba abajo. No era para tanto. Probablemente estaba
acostumbrado.
—Me aseguraré de que nadie entre e intente tomarte fotos desnudo.
Me arrojó su sudorosa camisa de vestir y cuando la aparté, cerró la
puerta del baño detrás de él. Colgué su camisa en la silla frente a la cama
para que se secara y tomé mi teléfono de nuevo, yendo a la mesita de
noche más alejada de la puerta para conectar mi teléfono al cargador de
Zac. Le envié a Connie otro mensaje.
Yo: Dejé mi billetera en tu auto. ¿Puedes venir a dármela, por
favor?
Si estaba bailando… joder. Iba a tardar una eternidad. Un vistazo al
reloj de la mesita de noche indicaba las 11:15. La fiesta estaba
programada para continuar hasta las dos y luego… ¿luego tal vez miraría
su teléfono antes de que fueran a casa de mi tío? No había pensado esto
bien.
También le envié un mensaje a mi sobrino. Richard y Connie aún no
le habían dado a Luisa un teléfono celular.
El sonido del agua abriéndose en la ducha me hizo mirar hacia la
puerta cerrada.
Y me hizo suspirar.
Lo siguiente que me hizo fue darme palmadas en la frente.
Era muy divertido. Nos llevábamos muy bien y era una de mis
personas favoritas incluso después de tanto tiempo. Honestamente, el
episodio que habíamos grabado del bizcocho de naranja y arándano había
sido el más divertido que probablemente tenía haciendo cosas de Lazy
Baker. Nos habíamos reído a carcajadas desde el momento en que se paró
a mi lado hasta que terminamos de filmar. Siempre estábamos riendo.
Y daba la casualidad de que era fácil de mirar.
Tenía mucha suerte de tenerlo cerca, punto.
No iba a joder esto. No esta vez. No importaba que su cuerpo hubiera
sido bendecido por dioses griegos o que fuera una persona maravillosa con
un corazón enorme.
Era mi amigo y eso era todo.
Llevando la mano hacia atrás, agarré el control remoto de la mesita de
234
noche y encendí la televisión, esperando recibir noticias de Connie o
Guillermo. Flexioné los dedos de los pies, rodando los tobillos después de
tanto jodido baile. Todo me dolía y, maldición, estaba sudada.
Me tomé mi tiempo hojeando los canales, dejándolo en una repetición
de The Fresh Prince of Bel-Air mientras levantaba los brazos por encima de
la cabeza y trataba de estirar la zona lumbar sin manchar el resto de la
cama de Zac.
—Necesitaba eso —comentó mi viejo amigo con un largo bostezo,
asustándome porque ni siquiera me había dado cuenta de que había
abierto la puerta del baño—. Me siento como nuevo ahora.
Estaba en el marco de la puerta con otra fina camiseta blanca y…
calzoncillo bóxer.
Sí, esos no eran shorts. Eso era un calzoncillo bóxer. Azul marino.
Bueno, si no iba a darle importancia, yo tampoco.
Se quedó allí frotándose la cabeza con una toalla, con las piernas
largas y desnudas. Los músculos en sus brazos se tensaron mientras se
secaba el cabello. Esa habitual sonrisa suya estaba fija en su boca.
Tragué.
—Lo apuesto. También me vendría bien uno —dije. A su rostro. No a
su bóxer.
—Adelante. Traje una camisa extra y un bóxer que puedes tomar
prestados —ofreció, con su mirada azul en mí mientras apartaba la toalla
de su cabeza.
Eché un vistazo a mi teléfono conectado a su cargador. Podría pasar
un tiempo.
—¿Estás seguro? —pregunté.
—Siempre y cuando no te tires un pedo.
Me reí.
—No marcaré tu territorio.
Zac se echó a reír mientras entraba más en la habitación, yendo
directamente a su bolsa y sacando una camiseta azul oscuro y, sí, también
un bóxer. Me puse de pie y le quité la ropa, pasando mi dedo a lo largo del
punto sensible en sus costillas que lo hizo esquivarme con una carcajada.
Me tomé mi tiempo para ducharme, aprovechando el champú y
acondicionador gratuitos que estaban montados en la pared.
Afortunadamente, me había depilado antes de vestirme y nada había
vuelto a crecer agresivamente en unas pocas horas. Mi cabello iba a ser un
desastre sin mis productos para el cabello habituales, pero prefería que
estuviera limpio y encrespado a sudoroso.
Además, Zac me había conocido cuando no había hecho nada más 235
que ponerme un montón de gel en el cabello y todavía había sido un
desastre.
Miré su tubo de pasta de dientes y puse un poco en mi dedo,
extendiéndolo sobre mis dientes y lengua antes de enjuagar. Me sentía
mucho mejor una vez que abrí la puerta. Zac estaba recostado contra el
cabecero, con su teléfono en una mano. Lo dejó a un lado casi al instante
antes de mirar.
No me permití sentirme cohibida por estar parada allí en su ropa
interior y camiseta. Mis bragas y mi sujetador también estaban húmedos
por el sudor, así que los había doblado en mi vestido e imaginado que
estaba bien. Quiero decir, si miraba lo suficiente, se daría cuenta de que
no llevaba sujetador, pero no podía verlo haciendo eso. Entre el fútbol y las
citas, probablemente había visto más pezones en su vida que la mayoría de
la gente en varias vidas.
Le sonreí.
Su mirada se posó en mi ropa por un segundo, sus labios se curvaron
un poco.
—A veces pienso que no puedes ser más linda, y luego vas y te pones
mi ropa interior.
Parpadeé y me aferré a su broma.
—Estoy un poco decepcionada de que no tenga un Spiderman
gigante, honestamente.
—¿Spiderman gigante? Me vas a hacer sonrojar, chica.
Gemí y rodeé la cama, esperando que mis pechos no estuvieran
rebotando por todo el lugar. Dio unas palmaditas en la cama a su lado con
otra de sus grandes sonrisas mientras pasaba por delante de él, viendo
sus pies descalzos que había cruzado por los tobillos. Eran unos pies
bonitos. No eran de color blanco como la leche como había esperado.
Me senté al otro lado de la cama y revisé mi teléfono. Luego saqué la
almohada de debajo del edredón y la puse en mi regazo y frente a mi
pecho, porque la habitación se sentía mucho más fría de lo que había
pensado originalmente, mientras presionaba mi columna contra el
cabecero, con las rodillas juntas y de lado hacia Zac.
—¿Buena ducha? —inquirió, luciendo tan lindo, su piel aún suave,
rosada y húmeda. Por alguna razón, me recordó al joven Zac en ese
momento.
—Mucho —suspiré antes de bostezar—. Con todavía no me ha
devuelto la llamada. También probé con Yermo, pero tampoco me ha
respondido al mensaje. —Curvé los dedos de los pies cuando el aire
acondicionado se encendió—. Puedo ir a ver si me dejan entrar en mi
habitación para que puedas dormir. 236
Su cabeza rodó hacia un lado.
—Quédate aquí hasta que llame, Bibi. No te voy a echar.
¿Bibi? Nunca me había llamado así antes, pero podía aceptarlo.
Levanté un hombro.
—Quizás querías ir a dormir o a hacer otra cosa…
Zac rodó sobre su costado para mirarme.
Realmente era demasiado lindo. Se había afeitado y eso solo hacía
que su rostro pareciera aún más bronceado.
—¿Ir a hacer qué? —preguntó suavemente, sonando serio—. Cariño,
me duermo a las diez todas las noches. ¿Y con quién más me gustaría
salir?
Sabía eso.
—Conoces a mucha gente aquí, y no quiero…
—Lo juro por mi vida, si usas la palabra “molestar” o “interrumpir” o
“inconveniencia”, haré algo que no te va a gustar. —Trató de parecer
amenazante—. Pondré Titanic.
Me tomó un segundo, pero me reí.
—¿Recuerdas eso?
También se rió.
—¿Cómo diablos podría olvidarlo? La odiabas y no dejabas de hablar
de cuánto la odiabas. Me hiciste odiarla.
Dejé mi cabeza caer contra el cabecero de nuevo.
—La odiaba mucho. Todavía lo hago. Ella podría haberse movido a un
lado totalmente. Yo lo habría hecho.
Todos esos rasgos brillantes y arrugados se retorcieron aún más,
espléndidos y brillantes y todo.
—Lo habrías hecho. Lo sé.
Le sonreí encogiéndome de hombros.
—Y hablo en serio. No hay otro lugar en el que prefiera estar, enana.
Solo porque conozco a mucha gente no significa que quiera verlos todo el
tiempo. Porque no lo hago.
Mis dedos pellizcaron el dobladillo de su camiseta.
—Te gustaba salir y siempre hacer cosas con otras personas. Solo lo
asumí.
—Todavía lo hago, pero menos que antes, y solo cuando quiero. Lo
cual, como dije, es mucho menos ahora de lo que solía ser. Mamá dijo que
finalmente estoy creciendo y apreciando la calidad sobre la cantidad, y 237
supongo que tiene razón. —Sus párpados cayeron sobre sus ojos azules
por un momento—. He tenido muchos altibajos, aprendí quién importa y a
quién tomar con reservas, y eso es la mayoría de la gente.
—Sí —dije en acuerdo con cuidado—. Hay muy pocas personas que
realmente importan, y puedes elegirlas, así que bien podrías ser exigente.
No fui lo suficientemente exigente… y mira lo que me pasó. Simplemente
no quiero que pienses que estoy tratando de monopolizar tu tiempo ni
nada.
—No lo haces. —Los músculos largos y fuertes de sus muslos se
flexionaron mientras deslizaba las plantas de sus pies a lo largo de la
superficie del colchón—. Si te cuento algo, ¿prometes no decírselo a nadie?
—Promesa de meñique —contesté al instante.
Su rostro estaba sereno y serio cuando dijo:
—Mi contrato con los White Oaks acaba de llegar. Es oficial.
¿Su contrato?
—Cállate.
Zac asintió con seriedad, entrelazando los dedos y colocándolos en su
regazo, su rostro apuntado hacia la televisión. Sus hombros se levantaron
y lo vi rodarlos hacia atrás con un profundo suspiro.
—Sí. Mi agente me envió un mensaje mientras aún estábamos en la
fiesta diciéndome que iba a llegar. Lo acabo de recibir ahora mismo
mientras te duchabas. Un año. Una parte de mí no esperaba que se hiciera
realidad. Ya no puedo trasnochar.
—No, no puedes —dije en acuerdo antes de tomar su brazo, llevar su
mano hacia mi rostro y presionar el dorso contra mi mejilla—. ¡Estoy tan
feliz por ti! —animé, sujetando su mano ya que un abrazo estaba fuera de
discusión debido a mis tetas.
Y si se preguntaba por qué no lo abracé en lugar de poner su mano en
mi rostro y luego darle un beso, no dijo una palabra. Sin embargo, su
mirada se deslizó hacia la mía, un poco aprensiva, conocía sus rasgos
demasiado bien como para no reconocer qué demonios estaba mirando,
pero estaba bastante segura de que había más emoción allí que no.
—Sí, estoy emocionado, pero… veremos qué pasa. No voy a ser titular,
pero lo aceptaré.
¿Veremos qué pasa?
—Es mucha presión para ponerse a uno mismo, pero si alguien puede
hacerlo, eres tú —aseguré, todavía agarrando su mano con las mías—.
Estoy tan feliz por ti. No le diré nada a nadie. Pero estoy tan, tan, tan feliz.
Vas a ser increíble. Con suerte, el otro juega como una mierda y serás
titular, pero incluso si no es así, vas a estar ahí, esperando, y eso es todo 238
lo que importa. ¿Sabes cuántos tipos matarían por tener esa oportunidad?
Una comisura de su boca se elevó, y era dulce y reacio.
—Voy a esperar a decírselo a mamá y a Paw-Paw mañana. Lo
anunciarán el lunes. —Hizo una pausa—. Odio guardar secretos.
—Guardar secretos apesta, pero está bien. Creo que todos lo
entenderán. Yo lo hago. —Y no podía creer que de verdad me lo hubiera
contado.
¿Podía?
Sus ojos azules se movieron hacia mí.
—¿Qué tipo de secretos tienes, chica?
Tragué y aparté su mano de mi rostro.
—Algunos de ellos.
Giró su palma y sus largos dedos envolvieron los míos suavemente,
dándoles un ligero apretón.
—¿Como cuáles?
—Bueno, no es un secreto si te lo digo, ¿verdad? —resoplé y retiré la
mano para rascarme la mejilla, aunque no era necesario.
Sonrió.
—Pero solo me lo cuentas a mí.
—¿Por lo que no es un secreto si te lo digo?
—Le cuentas secretos a Connie, ¿no?
Asentí.
—Le cuento casi todo.
—Dime algo entonces.
—Dime algo primero.
Su boca se quedó plana, pero tenía una mirada pensativa y
entrecerrada en su rostro.
—Casi fui a la escuela en Oklahoma en lugar de Austin. Nunca le he
dicho a nadie eso.
—No —dije con un jadeo.
Asintió y mantuvo el pulgar y el índice separados unos dos
centímetros.
—Me quedé muy cerca. Ya no recuerdo por qué casi fui allí, pero casi
sucedió.
—¿Quién eres? —susurré, imaginando la devastación que Paw-Paw
podría haber sentido si hubiera hecho eso. Podría haber llorado. 239
Pero Zac se rió profundamente.
—Está bien, es tu turno.
Me rasqué la nariz.
—¿Un secreto mío?
Bajó la barbilla.
Tuve que pensarlo.
—Realmente no tengo secretos que sean míos. Más bien, sé otras
cosas sobre otras personas. —Eso era en parte mentira, pero también una
especie de verdad.
—No, quiero uno de los tuyos.
—Dios mío, eres un hijo de puta entrometido.
Eso me consiguió otra risa profunda y gutural que me hizo sonreír.
—Piensa en algo. Uno bueno.
¿Qué…?
Tuve que pensarlo.
—No es realmente un secreto, pero… ¿creo que tus nalgas son muy
lindas? —ofrecí—. Es como un culito de melocotón perfecto. Fue el mejor
de la revista.
Su sonrisa era juguetona y arrogante.
—Eso no es un secreto, pero gracias. Por eso lo pusieron en la
portada.
Me reí.
—¿Muy engreído?
Zac sonrió.
—Solo un poco. Dime un verdadero secreto, porque no lo voy a
olvidar.
¿Uno verdadero? Eso era difícil. Había uno en el que podía pensar que
definitivamente no quería compartir, pero, ¿qué más había?
Lo sabía.
Antes de que mi cerebro pudiera alcanzar mi maldita bocaza, le dije lo
único que pensé que podría hacerlo jadear de sorpresa. Porque, y me lo
diría a mí misma más tarde para no avergonzarme, no era para tanto. Era
un recordatorio de una vida de hace mucho tiempo, cuando había sido
una niña.
—Solía tener el mayor enamoramiento contigo cuando era
adolescente.
Bueno, lo había hecho. No había vuelta atrás ahora. 240
Obtuve la reacción que esperaba. Un poco.
Puso expresión confusa.
—¿En serio?
Asentí, asegurándome de mirarlo a los ojos para que no fuera algo tan
malo en realidad. Nada podía ser muy malo si no tenías que esconderte de
ello.
—Sí. Enorme. Solo por como un año… —Dudé—. O dos, pero sí.
Pensaba que eras prácticamente perfecto. Me alegro de que no lo supieras.
Hubieras sido todo dulce y comprensivo al respecto, y eso habría sido peor.
—Era hora de cambiar de tema—. ¿Qué otros secretos tienes?
Ignoró mi pregunta.
—¿Cuándo?
Maldición.
—¿Me gustaste? Cuando era adolescente, te lo dije. Ahora, ¿qué otros
secretos tienes?
Continuó ignorándome.
—¿Pero cuándo? Nunca me di cuenta.
—Oh, no tan atrás. Cálmate. Cuando tenía dieciséis años. —Observé
su rostro serio y sonreí—. ¿Diecisiete y dieciocho también, tal vez? —Me
encogí de hombros—. Me diste un gran abrazo y un beso, y todo fue cuesta
abajo desde allí por un tiempo después de eso. Supongo que era un secreto
bien guardado.
Bueno, hasta que me di cuenta de que soñar con alguien como Zac
nunca iba a significar nada porque yo era yo y él era él, y no estaba ni
cerca de ser su tipo. Podría haber pedido un deseo a una estrella y a cada
vela de cumpleaños que había tenido durante esos dos años, esperando y
deseando y soñando con la posibilidad de que algún día me mirara y me
viera. Viera que lo amaba y que no me importaba que fuera un jugador de
fútbol importante. Que me gustaba él. Su humor, su amabilidad, su amor.
Obviamente, eso nunca había sucedido y, finalmente, después de
años de suspirar desde la distancia, lo había aceptado. Viviría el resto de
mi vida amando a alguien que también me amaba pero como una hermana
pequeña.
Al menos me amaba, me dije un día después de haberlo visto con una
chica con la que había estado saliendo. No las amaba, pero a mí sí. Eso me
hacía especial.
Con los años, se volvió más fácil, especialmente después de que
perdiéramos el contacto.
Y aquí estábamos.
241
En su cama de hotel, ambos en pijamas que eran realmente ropa
interior, con él siendo un mejor amigo para mí que nunca antes.
Y ese amigo, mi amigo al que le acababa de decir que me había
gustado, giró su cuerpo para mirarme con una expresión que no era
exactamente disgustada sino completamente sorprendida.
—¿Lo hice?
Eso era lo poco que había significado para él, un pequeño beso en la
mejilla, pero me obligué a desecharlo, a no tomarlo de esa manera. Levanté
un hombro y mantuve la sonrisa en mi rostro.
—Sí. Aquí mismo. —Señalé justo al lado de mi boca donde estaba mi
lunar, deliberadamente sin pensar en cómo me había quedado embobada
con cómo sus labios justo, justo, justo habían tocado la esquina de los
míos—. Pensé en ello como mi primer beso por un momento. —Le enseñé
los dientes, intentando transmitirle que sabía que era una tontería, pero
que no lo sentía mucho.
Esos grandes ojos azules parpadearon un poco más, y vi que sus ojos
se movían hacia donde yo señalaba, su rostro aún confundido.
Extendí la mano y le di unas palmaditas en la rodilla desnuda.
—Pero eso fue hace mucho tiempo. Te prometo que no he pensado en
ti así en muchos años.
Simplemente siguió mirándome, sin alejarse, solo… allí. En la cama.
Observándome.
Mierda.
—¿Qué? —De repente y al instante lamenté haber abierto mi bocaza.
Debería haberme quedado callada y dejarlo ir a la tumba conmigo—. Lo
siento por decir algo. No pensé que te importaría. Pensé que te reirías.
Tomó un segundo, pero en el siguiente, me di cuenta, me di cuenta,
de que forzó la sonrisa tensa en su rostro.
Y mi maldito estómago se hundió hasta los dedos de mis pies.
Más allá de mis dedos de los pies. Directamente a través de la corteza
terrestre.
—Zac… —comencé a decir. Dios, ¿por qué diablos había abierto la
boca? Tonta, Bianca. Instantáneamente miré hacia adelante y pensé que
bien podría intentar bajar para conseguir una llave.
La mano de Zac fue a mi pierna, esos dedos largos se envolvieron
alrededor de la rótula y se la tragaron entera.
—Oye. —Sus ojos se encontraron con los míos, y no había una pizca
de pánico o disgusto en su rostro. Pero tampoco había alegría ni esa
expresión despreocupada que le resultaba tan natural. Tenía el ceño
fruncido y los labios un poco tensos, pero no sabía qué hacer con eso—. 242
¿Por qué te tensas?
Estaba tensa. Exhalando, intenté relajarme.
Mientras lo hacía, supe que no me lo estaba imaginando acercándose.
Su muslo casi desnudo se alineó con el mío, su mano todavía estaba en mi
rodilla, las puntas de sus dedos ancladas alrededor del hueso.
Me tomó un segundo, pero finalmente lo miré, sintiendo mis labios
apretados.
—Lo siento, Zac. No pensé que te importaría.
—Oye. —Lo que tenía que ser la punta de su dedo alzó mi barbilla,
elevando mi rostro. No fruncía el ceño, pero tampoco sonreía.
Lo miré a los ojos, notando cuán largas y bonitas eran sus pestañas
casi doradas, cómo el área alrededor de la pupila era de un tono azul
brillante que se aclaraba cuanto más se alejaba. Y cuando su dedo se
deslizó a lo largo de mi mandíbula y dio un golpecito suavemente a un
punto a medio camino de mi oreja, contuve la respiración. ¿Qué iba a
hacer? ¿Decirme que ya no quería ser mi amigo? Ese no era Zac. Ese
nunca sería él.
No era como si lo culpara por no corresponder a mis sentimientos.
Nunca lo hice y nunca se lo reprocharía.
Siguió sin sonreír. Simplemente… miró.
Miró y miró y miró.
Directo a mis malditos ojos. Un poco a mi rostro. Permaneciendo en la
esquina de mi boca donde había señalado.
Y no dijo nada.
Pasó un minuto, tal vez dos, pero se sintió como media hora.
Esto dependía de mí. Este era solo Zac. No había nada que temer.
Esta persona era mi amigo.
Acerqué mi mano y estaba a punto de ponerla en su muslo, pero la
desvié para aterrizar en su antebrazo, e iba a ignorar lo musculoso y
apretado que era.
—Oye, lo siento. Te prometo que fue hace mucho tiempo. Eres uno de
mis mejores amigos y nunca querría arruinar esto entre nosotros.
Honestamente pensé que te reirías. Lamento haberte hecho sentir
incómodo.
—No me hiciste sentir incómodo —respondió al instante, sin
pestañear—. No hay nada por lo que disculparte.
—Pero lo hay. No quise hacerte sentir raro.
Esa yema del dedo se deslizó de regreso a mi barbilla, y estaba
bastante segura de que otro dedo aterrizó justo al lado. Las líneas en su
243
frente se hicieron más profundas.
—Bianca, no creo que haya nada que puedas hacer para hacerme
sentir raro.
No estaba tan segura de eso.
La mano en mi rodilla dio un apretón.
—Me atrapaste desprevenido, eso es todo. No lo sabía. No tenía ni
idea. Boog nunca dijo nada. Nadie lo hizo.
—Porque no habría cambiado nada. Connie lo sabía. Boogie se dio
cuenta solo, pero sabes que no se habría burlado de mí por eso. Es
demasiado amable con ese tipo de cosas. —Solté su antebrazo y puse mi
mano sobre la que tenía en mi pierna—. Era una niña. No significó nada.
Su mandíbula hizo esta cosa extraña, y pude ver sus fosas nasales
ensancharse por un segundo antes de que bajara la barbilla.
—Eras una niña.
Una niña que se había aferrado a él como un mono araña. Como una
hermana pequeña. Era demasiado amable para decirme eso alguna vez,
pero era la verdad, y ambos lo sabíamos.
—¿Estamos bien? ¿Me perdonas?
—No hay nada que perdonar —dijo después de un segundo, sus
palabras lentas.
Lo miré por lo que pareció un largo tiempo. Esos rasgos no estaban
tensos exactamente. Tampoco estaban ni de cerca afligidos. Estaban
simplemente… pensativos.
Demasiado pensativos.
Sin embargo, cualquier tipo de pensativo era demasiado pensativo.
Todo lo que había querido y esperado era una risa, y ahora aquí
estábamos.
Cuando todavía no había dicho nada después de lo que se sintió como
media hora, pero probablemente solo fue un minuto, me moví de una
nalga a la otra, ignorando la mano que aún permanecía en mi rodilla, y
dije:
—No vas a estar todo incómodo ahora, ¿verdad?
Eso lo hizo.
Esos ojos azul claro que eran una mezcla perfecta de azul bebé
brillante y leche, parpadearon, y en cuestión de dos segundos, sus labios
se abrieron lentamente en una sonrisa suave y familiar.
—¿Yo, incómodo?
Moví mi cabeza hacia el lado y no pude evitar sonreírle.
Sus labios se curvaron. 244
—¿A quién llamas incómodo?
—Eres el que está sentado ahí, callado y raro, Snack Pack. —Ahí, eso
nos devolvió a nuestra amistad, al menos eso era lo que esperaba—. Solo
quiero asegurarme de no tener que golpearte para devolverte a la
normalidad.
Se rió.
—¿Crees que me vas a golpear?
Bueno. Esto era bueno.
—Si es necesario, señor White Oaks.
Una ceja casi rubia se alzó y lo sentí moverse sobre su nalga para
mirarme un poco mejor.
Levanté las cejas hacia él, aferrándome a esto, deseando esta
familiaridad.
—¿Vamos a fingir que esto no sucedió o…?
—Oh, no voy a fingir una mierda, cariño.
Fue mi turno de parpadear.
Y este idiota sonrió aún más.
—¿Qué? No voy a hacerlo. ¿Quieres que te mienta?
Asentí.
Se rió.
—Nunca lo olvidaré, así que…
—Entonces, ¿lo que estás diciendo es que vamos a hacerlo?
—Sí, porque no me voy a olvidar de que solía gustarte…
—Oh, diablos, no. —Rodé sobre mi cadera y jodidamente fui por él.
No por su cabeza sino por sus costillas. Su punto débil.
—¡Qué mierda, Bianca! —gritó Zac literalmente mientras lanzaba su
cuerpo y su cabeza hacia atrás contra el cabecero, sus brazos golpeando
sus costillas… y mis dedos.
Me carcajeé, hundiendo mis dedos aún más profundamente en sus
costados.
—¿Te acuerdas ahora? ¿Quién es tu papi, eh?
Esos brazos grandes y fuertes se sacudieron arriba y abajo a lo largo
de sus costados, intentando apartarme mientras él trataba de fundirse en
el cabecero para alejarse de mí.
—¡Dijiste que me ibas a golpear! ¿Qué demonios estás haciendo?
¡Para!
245
—Duh. ¡Ay!
Al instante dejó de moverse, y también yo, sorprendida de que de
verdad se hubiera detenido después de que su codo golpeara uno de los
huesos de mi muñeca.
El rostro de Zac estaba enrojecido, sus ojos brillantes, y decidí
compadecerme de él. Así que sonreí, manteniendo mis dedos donde
estaban, pero sin hundirlos más.
—¿Pensaste que no lo recordaba? —cuestioné antes de acercar más
mi rostro. Luego susurré, como una psicópata—: Lo recuerdo todo. —Di
golpecitos con mis dedos ligeramente a lo largo de sus costados,
sintiéndolo estremecerse—. Especialmente a ti siendo cosquilloso.
Esos ojos azules se clavaron en los míos y su boca se quedó casi
plana. La voz de Zac fue casi un susurro también cuando dijo:
—¿Me preguntaste quién es mi papi?
Asentí con gravedad.
Su voz todavía era un susurro cuando continuó:
—Ahora eres mi papi, supongo.
Retirando mis dedos, me senté de rodillas y me reí.
—Hecho. Prometo no usar eso en tu contra a menos que tenga que
hacerlo.
Sus fosas nasales se ensancharon y me miró directamente a los ojos
mientras decía, todavía en voz baja:
—Bianca.
—¿Sí?
—También me acuerdo de cosas.
¿Qué?
Antes de que pudiera procesar quién era este hombre, qué hacía para
ganarse la vida y qué talentos había pulido a lo largo de los años, vino por
mí con una de esas manos que eran rápidas y precisas. Zac lamió la punta
de su dedo índice y empujó esa mierda en mi oído justo cuando comencé a
gritar:
—¡No te atrevas!
Se atrevió.
Para cuando lo aparté, los dos estábamos respirando con dificultad y
riéndonos, y tuve que convencerme de mirar mi teléfono para ver si tenía
una respuesta en lugar de esperar sin prisas.
Me estaba mirando con cuidado, probablemente asegurándose de que
no fuera a atacar de nuevo, mientras levantaba mi celular y lo miraba. No
había una sola respuesta de ella o de Guillermo. Y se lo dije.
246
—Quédate aquí hasta que Connie se comunique contigo en ese caso.
¿Sí?
—Si no te importa.
Tomó el control remoto y me miró directamente a los ojos.
—¡Bromeo! Sí. De acuerdo. Sí.
Las comisuras de su boca se curvaron aún más. Así que no me lo
esperaba del todo cuando retiró el edredón y las sábanas de la cama y se
deslizó debajo de ellas. Y no esperaba que se inclinara hacia adelante de
modo que su espalda estuviera curvada y meneara sus hombros.
—Puedes pagarme rascándome la espalda como solía hacer mamá
Lupe.
¿Quería que yo…?
¿Era una idea tonta?
Nah.
Éramos adultos y me lo pedía porque éramos amigos, y solo le estaría
tocando la espalda. Quiero decir, tenía masajistas y entrenadores que
siempre lo estaban tocando. Con sus compañeros de equipo, estaba
acostumbrado a ser muy táctil. No significaba nada para él.
Me parecía bien.
—Lo haré por ti, si lo haces por mí. —Traté de negociar.
Un ojo azul apuntó a mí.
—Hecho.
Antes incluso de que me moviera, se había subido la camiseta hasta
los omóplatos y volvió a menearse. Sonreí para mí antes de ponerme de
rodillas, justo a la altura de su cadera, y rascar su espalda, comenzando
alrededor de sus músculos trapecios y bajando por un lado, intentando
ignorar las pecas a lo largo de su espalda… y qué suave y libre de defectos
era su piel.
Sin embargo, lo que no pude ignorar fueron sus jodidos gemidos.
Y su “Por favor, ahí mismo. Justo ahí”. Luego su “Eso es increíble”. Y
un par de “Te pagaría por hacer esto todos los días”.
Negué mientras hacía una pasada más desde la parte superior de su
espalda hasta la parte inferior, justo donde comenzaba el elástico de su
bóxer. Y antes de que pudiera convencerme de no hacerlo, me senté sobre
mi culo, tan cerca de él que mi muslo estaba presionado contra el suyo a
través de la colcha, y puse la almohada de nuevo contra mí antes de
menear mis propios hombros.
—Mi turno. Estoy lista, viejo.
Hizo una pausa mientras se sentaba. Contuve la respiración por un 247
segundo, esperando que me rascara sobre mi camiseta. Pero eso no fue lo
que pasó. En cambio, la subió, tomándose su tiempo para rodarla sobre
mis hombros, y en el siguiente suspiro, sus uñas desafiladas estaban allí,
ligeras y asombrosas sobre mi piel. Moviéndose de mis omóplatos hacia
abajo. Tomándose su tiempo.
Apreté los brazos a los costados para contener mis tetas. Era
demasiado bueno. Demasiado bueno.
Solo lo dejé dar una pasada antes de sentarme recta, todavía a su
lado.
—Perfecto, gracias.
Lo miré por encima del hombro. Ya tenía sus manos en su regazo,
esos ojos azul claro en mi rostro. Me desplacé un poco hasta que no nos
estuvimos tocando.
De acuerdo entonces.
Bostezó, y entonces yo también.
—Voy a dejar mi teléfono aquí por si me duermo y Con llama, ¿de
acuerdo? —comenté, palmeando el teléfono que puse en mi pecho
mientras me recostaba contra el cabecero.
Tal vez fue solo un segundo después que preguntó:
—¿Bianca?
—¿Eh?
—¿De verdad pensabas que era perfecto?
Hice una mueca para mí.
—Dije prácticamente perfecto. Y eso fue hace mucho tiempo, cuando
era joven e inocente.
—¿Qué me pasaba en ese entonces?
Resoplé y le lancé una mirada. Estaba sonriendo.
—¿De verdad quieres hacer esto? ¿Sí? Primero de todo…
Ya estaba intentando no reírse.
—Estaban las chicas. Saliste con casi todas y rompiste todos sus
corazones por lo que recuerdo que hablabas con Boogie.
Gimió.
—No importa. Estoy bien. Olvida que pregunté.
Fue mi turno de reír.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo.
Resoplé.
248
Entonces, después de un momento, volvió a decir:
—¿Bianca?
—¿Sí?
—¿De verdad casi te casaste con ese idiota?
Mi ex.
—Síp.
—¿Por qué?
Hice una mueca pero no lo miré.
—No lo sé. Porque me gustaba. Me prestó mucha atención durante un
tiempo, al menos hasta el final cuando perdió interés, y supongo que me
sentía sola. Era lindo. No lo sé, Snack Pack. No me importa estar sola,
pero odio sentirme sola. ¿Sabes lo que quiero decir? Supongo que solo
quería a alguien cerca. O al menos, alguien que volvería. Eso suena
realmente ingrato ahora que lo escucho en voz alta, porque sé cuántas
personas me quieren pero tienen sus propias vidas, y no puedo esperar
que me conviertan en el centro del mundo. Espero que entiendas lo que
quiero decir.
Si me miraba, no tenía ni idea, porque solo se quedó callado un
momento antes de decir:
—Entiendo lo que quieres decir. Odiaba lo mucho que tus padres no
estaban. Todavía no entiendo cómo pudieron mantenerse alejados tanto. Y
recuerdo lo triste que estabas cuando Connie se mudó para ir a la escuela
después de la universidad comunitaria.
—Tampoco entendí cómo podían irse tanto, no durante mucho
tiempo. Intenté hablar con ellos al respecto, pero lo único que dijeron fue
que pensaron que estaría mejor instalada en algún lugar. Que estaba a
salvo y en buenas manos. Que podía preguntarle a Connie cuánto
apestaba mudarse cada año. Honestamente, a pesar de que estaba
perfectamente bien sin ellos, todavía les guardo un poco de rencor por
dejarnos con mamá Lupe, aunque sé cuánto ayudan a otras personas con
su trabajo. Me hace sentir culpable. Egoísta. Pero ya sabes, todo el mundo
tiene que ir a vivir su vida y cumplir su destino, así que… trato de
centrarme en mí también. Y ahora sé que no puedo esperar demasiado de
nadie.
Le eché un vistazo y ya me estaba mirando.
—¿Qué hay de ti? ¿Nunca has conocido a nadie que te gustara lo
suficiente para pensar en establecerte? —cuestioné.
Sus fosas nasales se ensancharon un poco, pero negó.
—Nah. Hay muchas mujeres encantadoras por ahí, pero en palabras
de Paw-Paw, ninguna me ha hecho sentir más que cariño por ellas. Y ya 249
sabes, con la forma en que mi padre trató a mi madre, desapareciendo tan
pronto como se enteró de que estaba embarazada, no quiero que nadie
pierda demasiado tiempo conmigo si no planeo pasar mucho tiempo con
ellos. —Se encogió de hombros—. Y, enana, no sé si podría confiar en
alguien lo suficiente para sentir algo así por ellos.
Me reí, pero entendí su punto.
—Bueno, tal vez algún día conozcas a alguien que quieres que pase
todo su tiempo contigo. Tal vez sea como los equipos de fútbol; solo tienes
que encontrar a las personas adecuadas, a la persona adecuada. Alguien
digno de tu confianza. Pero si no lo haces, tal vez algún día podamos ser
vecinos en una residencia de ancianos. Podemos hacer que el futuro Baby
Boogie venga a visitarnos.
Se rió entre dientes.
—Ya puedo imaginarte acosando a los empleados masculinos en la
residencia, preguntándoles sobre sus bolas.
Me eché a reír.
—Solo hago preguntas como esa a las personas en las que confío.
—Ajá.
—Pero en serio… al menos dime, te pusieron maquillaje en las nalgas,
porque…
Todo su cuerpo tembló de risa.
—Necesitas dormir.
Lo último que recordaba antes de quedarme dormida era que los dos
nos reímos sobre sus nalgas y por qué no solo me daba una respuesta. Me
habían empezado a doler las mejillas, hasta ahí llegué.
Lo que también sabía era que algún tiempo después, oí a Zac
susurrar:
—Aquí conmigo. Déjala dormir… Sí, está bien.
Estaba bastante segura de que sentí que algo me rozaba la cabeza, la
oreja y me tocaba la mejilla.
Debí haber vuelto a quedarme dormida, porque lo siguiente que supe
fue que me desperté en una habitación oscura… con mi rostro en una
axila con olor a limpio.
Mi brazo estaba sobre algo duro y blando al mismo tiempo. Mis pies
colgaban del borde de la cama. Y estaba bastante segura de que había
babeado por toda mi mejilla.
Zac estaba de espaldas, con un brazo sobre los ojos. Su cabeza estaba
de lado e inclinada, respirando constantemente en mi cabello. Tranquilo y
maravilloso.
250
Sonreía incluso en sueños.
Fue entonces cuando me di cuenta de dónde estaba su otro brazo.
Metido entre nosotros. Estaba sosteniendo mi mano.
Fue entonces cuando supe que estaba en problemas.
CATORCE
—Hoy está de mal humor —me susurró Deepa dos semanas después,
tras regresar de almorzar.
Los músculos de mis hombros se tensaron. No necesitaba preguntar
de quién estaba hablando. Lo sabía. Igual que había sabido que iba a
aparecer al mediodía y que pasaría la mañana sin la presencia autoritaria
de Gunner.
Ya sabes, porque miraba el horario todos los días.
—¿Por qué? —susurré en respuesta, poniendo mi bolso debajo del
teclado.
—Richie —uno de los entrenadores personales del gimnasio—, dijo
que lo escuchó al teléfono. Piensa que estaba discutiendo con uno de los
otros dueños.
—¿Sobre qué? —musité, enderezándome.
No necesitaba mirar directamente a su rostro para adivinar que
estaba mirando a su alrededor para asegurarse de que no apareciera 251
mágicamente de la nada.
—Algo sobre la retención de empleados.
Me reí y oí a Deepa reírse también.
—Gran sorpresa.
—¿Verdad?
La puerta lateral se abrió y ambas comenzamos a tratar de parecer
ocupadas. Pero no era Gunner. Era uno de los tipos de MMA pasando.
Casi me hundí de alivio y saludé al tipo mientras mostraba su
identificación y seguía avanzando con un “Hola”.
En el momento en que se fue, nos giramos discretamente hacia la
otra, listas para movernos y cambiar de posición de ser necesario.
—¿Te han llamado de la residencia de ancianos?
—No, todavía no. Iba a llamar mañana por la mañana. Parecían muy
interesados durante mi entrevista, pero aún no han llamado. —Agarró una
botella de debajo del mostrador y roció la superficie—. Mi madre llamó
ayer y dijo que no se sentía bien. Estoy preocupada por ella. Va a ir al
médico mañana.
—Lo siento, Dee. Hazme saber lo que dice el doctor —dije.
Asintió mientras limpiaba el mostrador.
—¿Sigue en pie lo del domingo?
Le eché un vistazo. Estaba hablando de filmar.
—Sí.
—¿Va a venir alguno de tus amigos? —susurró.
—No, están ocupados. —Lo estaban.
—¿Por qué no...? —empezó a preguntar, y fue un milagro que
estuviera mirando hacia adelante de nuevo cuando la puerta lateral se
abrió y entró el imbécil.
Levanté el teléfono tan rápido como pude y fingí estar en una llamada.
Justo a tiempo.
Pude notar por la forma en que caminaba que estaba de mal humor.
Podía leer sus señales, así de malo era.
Desafortunadamente, vino directamente hacia mí. A la mierda mi
vida.
Sosteniendo el teléfono contra mi oreja, pensé que bien podría
terminar con esto y dije a nadie, literalmente a nadie, porque solo el tono
de llamada me escuchaba:
—No hay ningún problema. Que tenga un buen día.
Gunner había comenzado a observarme desde el momento en que 252
entró, y estaba bastante segura de que pensaba que estaba llena de
mierda y que fingía estar al teléfono, pero nunca podría saberlo con
seguridad. Imbécil.
—Hola, Gunner.
Sí, no le importó una mierda. Solo me miró con su expresión gruñona.
—¿Tienes un segundo?
Nop.
—Claro —respondí, como si él no supiera que tenía un segundo.
Obviamente, podía ver que no había una fila de gente tratando de entrar.
Hizo esa cosa rara con la boca mientras me miraba fijamente. Lo vi
respirar por la nariz antes de decir:
—Oí un rumor.
Mierda.
—¿Es cierto que eres amiga de Zac Travis?
Por el rabillo del ojo, vi a Deepa girando en la dirección opuesta. No
por culpa, lo sabía, sino más bien para alejarse y no ser arrastrada a la
conversación.
Ahora, podía manejar esto de diferentes maneras. En realidad, solo
había dos maneras. Podía decir que sí, o podía decir que no.
Sí. Éramos amigos.
No. No éramos amigos.
Métete en tus asuntos no era exactamente el ángulo que quería tomar.
Era grosero, y no iba a ser totalmente grosera. Eso no cambiaba el hecho
de que no era asunto suyo.
Miré a los ojos de ese imbécil y dije:
—Sí.
No iba a preguntar por qué. No iba a introducir o dar pie a prolongar
esta conversación. Si había algo que quería preguntar, podía hacerlo.
No se sorprendió por mi respuesta.
—¿Buenos amigos? —Tuvo el valor de preguntar.
De acuerdo, en este caso, había tres maneras diferentes de manejar
esto.
Una persona inteligente diría, “Sí, señor”. Entonces preguntarse cómo
podrían usarlo a su favor.
Una persona decente respondería, “Sí” y lo dejaría así.
Una persona que quisiera dar una respuesta suficiente para no
meterse en problemas respondería con un “No”.
253
Un idiota diría… bueno, responderían como yo lo hice.
—No estoy segura de que mi respuesta tenga algo que ver con mi
trabajo.
Porque no era asunto suyo. Lo sabía. Él también lo sabía.
Estaba bastante segura de que legalmente no podía preguntarme eso.
Al igual que no podía preguntarme si estaba embarazada o si tenía hijos o
planeaba tenerlos.
Pero al final del día, ¿qué iba a hacer? ¿Despedirme por decirle que no
era asunto suyo? No era como si pudiera atraparme por cualquier otra
cosa. Nunca llegaba tarde, nunca llamaba para avisar de que no iba a ir a
trabajar porque estaba enferma, nunca me iba temprano. Cuando el nuevo
subdirector me preguntaba si podía quedarme, normalmente lo hacía. La
única vez que decía que no era cuando él hacía la petición. Había pruebas
de todo ello.
Y no iba a usar a Zac, no para nada, pero especialmente no por esta
persona.
No cuando estaba tan ocupado con su nueva oportunidad. Su nueva
posibilidad. Su futuro.
Desde el fin de semana de la fiesta de quince años de Lola, solo lo
había visto dos veces. Había venido a mi apartamento el día siguiente de
su primer entrenamiento con los White Oaks y se había comido las sobras
en el sofá a mi lado, contándome todo lo que el equipo hacía de forma
diferente a lo que él había hecho en Oklahoma. Estaba tranquilo, centrado
y bastante seguro. Me besó en la cabeza cuando se fue esa noche y me
llamó justo después de cerrar la puerta para preguntarme, “¿Cerraste la
puerta?”, y me reí y le dije, “Sí”.
Entonces lo había visto otra vez el día siguiente a su primer partido
con el equipo —que no había jugado—, y me había invitado a su casa.
Trevor había estado allí, y también CJ, y habíamos pasado el rato. Zac
había hecho sus espaguetis “mundialmente famosos” y me había obligado
a reproducir las dos versiones de los videos que habíamos hecho juntos
para mi canal de Lazy Baker.
Bueno, tanto él como CJ me habían hecho reproducir sus videos tres
veces cada uno para aumentar las visitas. Fue muy lindo lo emocionados
que estaban con la forma en que salieron. Las visitas estaban siendo
increíbles, como sabía que pasaría. La gente disfrutaba tener a estos tipos
grandes en mi cocina con delantales brillantes en los que apenas cabían.
Desde entonces, Zac me enviaba mensajes casi todos los días,
normalmente por la noche, para ver cómo estaba o decirme que había visto
uno de mis videos. A veces le enviaba mensajes durante el día, pero no tan
a menudo, ya que sabía lo ocupado que estaba. Estaba ocupado con el
entrenamiento, con un masaje, haciendo un hueco para filmar, con la
siesta, con la fisioterapia o con las otras muchas cosas que necesitaba 254
hacer. Lo entendía y me alegraba mucho por él. Quería que aprovechara la
oportunidad que se le había dado.
Así que podía mantener la cabeza en alto por eso, por él y por su vida
y su privacidad. Lo haría. Sin importar qué.
Por lo que no miré hacia otro lado mientras la mirada de Gunner se
estrechaba, y juraría que incluso sus orejas se movieron un poco. Sí,
estaba enfadado. Eso era obvio como el infierno.
Sus pequeñas muecas tampoco iban a influir en mí.
Había mucha gente a la que vendería, pero Zac no era y nunca sería
uno de ellos.
Y esperaba que mi rostro expresara eso.
Gunner pareció pensar en algo, y lo vi arrugar la nariz. Nos miramos
fijamente por un minuto o dos antes de que dijera:
—No tiene nada que ver con tu trabajo.
Lo miré.
Me miró.
Y si pensaba que iba a ganar este enfrentamiento fulminándome con
la mirada, bueno, tenía otra cosa en mente.
Sus labios se retorcieron, y lo oí claro como el día, incluso Deepa tuvo
que oírlo, decir:
—Voy a publicar el calendario de octubre muy pronto. Ya no estoy
seguro si podré realizar tu petición después de todo, por cierto.
Considerando que estamos cortos de personal.
Nunca jamás había querido lastimar a nadie más de lo que lo hacía
en ese momento.
Ni a mi ex infiel.
Ni a la antigua novia de Zac.
A nadie.
Estaba amenazando mis vacaciones. ¿Por qué? ¿Porque no iba a
dejarle usar mi amistad?
Fue nada menos que un milagro que su teléfono comenzara a sonar
en su bolsillo o donde demonios lo tuviera. Entre sus nalgas, metido
debajo de sus bolas, donde fuera. Pero aun así se centró en mí con esos
ojos odiosos mientras acercaba el teléfono a su rostro y respondía con un:
—Gunner al habla.
La segunda cosa por la que estar agradecida era que fuera un imbécil
paranoico, porque se alejó, cruzando de nuevo la puerta lateral para que
255
no pudiéramos oírlo.
En el momento en que la puerta se cerró de golpe, curvé mis jodidas
manos en puños en el mismo instante que Deepa decía:
—Oh, diablos, Bianca.
Porque sabía exactamente con qué me había amenazado, qué me
estaba quitando. Mis jodidas vacaciones en Disney World que había estado
esperando.
Este puto imbécil.

Seguí planificando durante el resto de mi turno y todo el camino a


casa.
No me arrepentía de lo que había hecho, pero no podía evitar estar
muy enojada con Gunner por ser tan imbécil. No podía despedirme por
eso. Estaba bastante segura. Iba a hacer todo lo que pudiera para hacerme
enojar. Tal vez no pensaba que de hecho no sería capaz de hacerme
renunciar, que estaría tan desesperada que soportaría toda la mierda que
intentara darme, o tal vez eso era exactamente lo que quería. Que
renunciara.
Pero no me conocía. No iba a hacer nada a menos que fuera bajo mis
condiciones, especialmente cuando le concernía a él. No iba a lograr
intimidarme.
Ahora me iba a quedar por principios, o al menos hasta que Deepa
saliera de allí, como era mi plan original.
Pero lo que su pequeña amenaza provocó en mí fue pensar en lo que
vendría después. Mi contrato de arrendamiento estaba a punto de
terminar y aún no lo había renovado. No estaba segura de lo que quería
hacer o a dónde quería ir. Cuanto más lo pensaba, más insegura me
sentía.
Había recibido un correo electrónico esa tarde de la fotógrafa y
estilista de alimentos que iba a contratar para fotografiar mi libro de
cocina. Tenía un hueco en noviembre y quería saber si quería adelantar mi
reserva.
Me quedaba mucho trabajo por hacer, y no estaba segura de cómo
podría hacerlo, pero sabía que era una buena idea aceptar que me subiera
en la lista. Tenía una corazonada de lo que tendría que hacer para
terminar todo a tiempo… pero aún no estaba lista para tomar esa decisión
y romperme el corazón. Aunque pareciera el destino.
Oh, bueno, pensé mientras me dirigía a mi apartamento horas más
tarde. 256
No era como si Zac hubiera aparecido en Maio House con la intención
de verme y meterme en este aprieto. Pero me pregunté de nuevo cómo
diablos Gunner pudo haberse enterado en primer lugar. Parte de mí había
esperado que alguien publicara una foto o un video de Zac en el
cumpleaños de Lola, pero no había visto nada aparecer, afortunadamente,
y si lo había hecho, no había sido etiquetada, y él tampoco. Gunner no
tenía cuentas en redes sociales de todos modos, así que dudaba que
hubiera visto a Zac en mi canal.
Suspiré y me rasqué la punta de la nariz cuando me detuve en el
rellano de mi apartamento esa noche.
Porque justo al lado, apoyado en mi puerta, había un hombre.
Un hombre alto y delgado.
Su cabeza colgaba de donde había estado apoyándola, enfrentando la
pared opuesta.
Reconocí su lenta y leve sonrisa antes de notar la ropa familiar de
vaqueros, botas y camiseta blanca.
—Hola, enana —dijo Zac arrastrando las palabras con tanto
entusiasmo como yo por limpiar el desagüe de mi ducha cuando se
obstruía.
Algo estaba mal. Había practicado esa mañana y esa tarde. Me lo
había dicho la noche anterior por mensaje.
—Hola, Snack Pack —dije cuidadosamente, dando un paso adelante
ahora que sabía que no era un bicho raro. Me detuve justo frente a él,
observando los músculos de sus bíceps por cómo había estado parado ahí
con los brazos cruzados antes de dejarlos caer lentamente a sus lados.
Definitivamente algo andaba mal. Su sonrisa era torcida, pero rara.
Además, sus ojos tampoco se veían muy bien. Eran sombríos, y su piel
parecía tensa sobre todos los afilados y bonitos huesos de su rostro.
—¿Qué ha pasado? —pregunté, dejando que la correa de mi bolso se
deslizara por mi hombro y aterrizara en mi palma abierta. Puse mi mano
opuesta en su antebrazo. Por favor, Dios, dime que no lo liberaron—.
¿Quieres hablar de ello o no?
Su nuez de Adán sobresalió y me desgarró un poco más.
—¿Quieres que haga tropezar a alguien? ¿Necesitas un abrazo?
¿Quieres que te rasque la espalda en la casa? —ofrecí, frotando mi pulgar
sobre su antebrazo tenso y musculoso.
Esos anchos hombros parecieron hundirse justo frente a mis ojos, y
me pregunté qué demonios había pasado. Las cosas habían estado bien.
Habían sido geniales. Parecía normal anoche. Todo en él en las últimas
257
dos semanas había gritado un optimismo cauteloso. Parecía gustarle su
entrenador y sus compañeros de equipo. Incluso le había preguntado si le
parecía bien no ser titular y me había mostrado su sonrisa torcida y dicho,
“Alguien me recordó que debería agradecer mi suerte aunque sea el número
dos, y eso es lo que estoy haciendo, cariño”.
Así que sí, estaba muy preocupada ahora.
—Zac, ¿qué pasó? —susurré, al instante alzando las manos y
deslizándolas alrededor de su cuello. Lo abracé. Sin ser invitada, sí, pero
algo no estaba bien.
Y me diría que retrocediera si no me quería allí.
Pasé la palma de mi mano a lo largo de su columna vertebral
mientras miraba su rostro de príncipe de Disney.
Pero no respondió, al menos no con palabras. Lo que hizo fue exhalar.
Su cuerpo se aflojó y luego se curvó en mí, alguna parte de su cabeza
apoyándose sobre la mía. Un antebrazo rodeó el punto más bajo de mi
espalda, anclándome en el lugar, justo ahí. Contra él
Nos abrazamos, y me quedé allí escuchando sus profundas
respiraciones. Si no quería decirme lo que pasaba, estaba bien. No
necesitaba saberlo.
No era como si no le ocultara cosas que mi instinto creía que no tenía
por qué saber. O más bien, no necesitaba ser molestado por comentarios
que no tenían sentido. Ya no.
Pero más que nada, si realmente quería decírmelo, lo haría. Me había
hablado de firmar con Houston antes de decírselo a nadie más. Había
estado en el auto con él cuando había llamado a su madre y a su abuelo
de regreso a Houston después de la noche de la fiesta. Parte de mí todavía
no podía creer incluso eso.
Seguimos parados allí. Con su pecho inhalando y exhalando frente al
mío. Con su brazo alrededor de mi nuca y lo que podría haber sido su
mejilla o su frente apoyada en la parte superior de mi cabeza. Con las
puntas de nuestros zapatos tocándose. Mi bolso descansando en la parte
superior de ellos.
Y seguí moviendo mi mano arriba y abajo por su espalda, tratando de
calmar lo que fuera que lo estaba molestando.
Lo que pudo haber sido media hora después, finalmente levantó su
cabeza de la mía y aproveché ese momento para dar un pequeño paso
atrás, arqueando mi cuello hacia arriba para contemplar sus rasgos de
nuevo.
Estaba concentrado en mí, con sus ojos azules serios, su boca aún en
una forma que no era la feliz a la que estaba acostumbrada. 258
No me gustó.
Levanté la mano y puse la punta de mi dedo en la punta de su nariz
con el golpecito más largo de todos los tiempos. No necesitábamos hablar
de ello. Me parecía bien.
—Estoy teniendo un día de mierda e iba a ordenar comida. ¿Quieres
comer conmigo?
Esos ojos azules se quedaron en mi rostro, y me alegré de haber
dormido un poco más de lo habitual la noche anterior y de no haber sido
tacaña con el maquillaje. Solo porque supiera que no teníamos ninguna
oportunidad en el infierno para que eso importara, todavía me importaba.
Lo que sea. Podía estar orgullosa de mi apariencia.
Me dio otra de esas sonrisas a medias que decían todo y nada al
mismo tiempo.
Volví a tocarle la nariz con el dedo.
—Te dejaré elegir qué comemos si eso te anima.
No se rió… pero sonrió. Una pequeña pero genuina. Una genuina con
algo en lo profundo que hizo que mi pequeño corazón doliera un poco por
lo que fuera que lo molestaba.
—Me vendría bien una chalupa —dijo—. Ha sido ese tipo de día.
¿Chalupa? ¿Eso era lo que quería?
Probablemente me iba a arrepentir, pero aun así dije:
—De acuerdo. El lugar más cercano está demasiado lejos para la
entrega, pero conduciré.
Hizo una especie de ruido que casi sonó como una inhalación.
—Sabrá mejor caliente.
Apostaba que lo haría.
—Voy a tener problemas estomacales, así que espero que merezca la
pena.
Parpadeó y, al mismo tiempo, ambos estallamos de risa.
Zac se cubrió los ojos con la palma de la mano mientras murmuraba:
—Jesucristo, chica.
No me vio sonreír cuando lo pinché en las costillas, pero capté su
propia boca empezando a hacerlo. De acuerdo, tal vez no todo estaba
totalmente bien en el mundo, pero estaba llegando a eso.
La mano de Zac cayó de su rostro para posarse brevemente en mi
hombro, dándole un ligero apretón.
—¿Necesitas hacer algo dentro primero? 259
—No, podemos irnos.
Bajé las escaleras y pregunté:
—¿Quieres que conduzca después de todo o quieres llevar tu auto de
lujo?
—Lo que quieras.
Podíamos tomar el mío. Parecía demasiado distraído para ser un buen
conductor.
Zac no dijo ni una palabra mientras íbamos a mi auto y siguió sin
decir una palabra cuando nos subimos y salí del complejo a la carretera.
Fue entonces cuando se me ocurrió la idea. Nos miramos cuando me
detuve en un semáforo en rojo, y ni siquiera fui un poco sigilosa cuando
saqué el teléfono de mi bolso y toqué varias veces la pantalla. Justo
cuando la luz se puso verde, encontré lo que buscaba y golpeé el pequeño
triángulo en la parte inferior de la pantalla.
Esperé un segundo.
Dos segundos.
Los altavoces de mi auto finalmente se encendieron, y todavía esperé.
Y mi querido Zac no me defraudó.
Hicieron falta dos compases de la canción sonando en mi auto antes
de que resoplara y empujara la parte superior de mi brazo con el dorso de
su mano.
Le sonreí justo cuando pisé el acelerador. Levantando mi dedo, lo
señalé y canté las dos últimas palabras del primer compás, “… go girls”. El
hombro más cercano a él se movió al ritmo de la canción que había sido
obligada a escuchar a su alrededor como medio millón de veces cuando era
más joven. Zac resopló.
Por el rabillo del ojo, pude ver sus dedos golpeando al ritmo en su
muslo, y seguí cantando, sabiendo que estaba gritando la letra totalmente
desafinada y no me importaba una mierda, especialmente cuando empezó
a reírse justo antes del estribillo.
Y entonces, entonces, este tonto se unió.
A todo pulmón, con ese acento que se sentía como un abrazo, cantó
todo sobre olvidar que era una dama.
Y juntos, casi a pleno pulmón, cantamos sobre sentirse salvaje, sobre
faldas cortas, y sobre todo… sobre sentirse una mujer.
Ambos nos moríamos de risa al final.
Había lágrimas en mis ojos, y él estaba apoyado contra el asiento con
sus manos sobre su cabeza mientras su torso delgado se inflaba y 260
desinflaba con su respiración irregular al seguir riéndose.
—Oh, lo necesitaba —resopló, pasando esas grandes palmas por su
rostro para limpiarse los ojos y las mejillas.
—Entonces prepárate para el resto de mi lista de reproducción, nene
—advertí justo cuando empezaba la siguiente canción.
Y entonces, estuvimos otra vez con eso. Lo hice por su bien. Para
devolverle la sonrisa a su rostro. La luz detrás de sus ojos.
Funcionó.
Cantamos sobre solo respirar, sobre alguien llamada Jolene, y justo
cuando estaba metiendo el auto en el estacionamiento, pensamos que
estábamos actuando en “La Voz” mientras cantábamos sobre tener amigos
en los sitios bajos.
Luego apagué el auto y me giré hacia Zac, queriendo preguntarle si
estaba mejor, pero no queriendo arruinarlo cuando pude ver en sus ojos
que lo estaba. Porque esbozaba esa gran sonrisa del viejo Zac que hacía
que todo su rostro se pareciera a las luces de Navidad. Y no pude evitar
devolverle la expresión.
Tomó mi mano de donde la había puesto en mi regazo y se la acercó
al rostro, besando el dorso con esos labios firmes y cálidos.
Estaría mintiendo si no admitiera que mi pequeño corazón
tartamudeó por un segundo.
Pero no me lo pensé dos veces antes de inclinarme y plantar un beso
rápido en su mejilla.
—Ahí está mi Big Texas. —Palmeé su mejilla con mi mano libre y
añadí—: Siempre estoy aquí para ti si me necesitas —Él lo sabía. Luego le
di un golpecito en la nariz una vez más—. Vamos. Acabemos con esto para
que podamos tirarnos pedos el uno al otro al regresar.
Soltó una carcajada.
—Estaré bien. Es por ti por quien estoy preocupado ahora.
Retiré mi mano de la suya y resoplé mientras me reclinaba y tomaba
la manija de la puerta.
—Deberías. No he comido esto en años. Si me hubieras dejado elegir,
estaríamos comiendo sándwiches de carne asada y queso fundido.
Estaba segura de que se rió cuando salí, y se reunió conmigo junto al
maletero, poniéndose las gafas de sol para cubrirse el rostro. Tal vez
deberíamos haber pedido en el autoservicio y haber comido en el auto,
pero hubiera dicho algo si no quisiera estar en público. Me imaginé.
Habíamos ido de compras. Ido a una quinceañera juntos. Además, era su
idea, diciendo que sabría mejor caliente. No teníamos prisa. 261
Miró mi auto por un segundo y luego a mí.
Había estacionado bastante torcida. Bien. Podía admitirlo.
—Déjame en paz —murmuré.
Zac sonrió firmemente pero asintió.
Nadie nos prestó atención en el interior mientras ordenábamos
comida y sacábamos dinero al mismo tiempo.
—Dividámoslo —ofrecí.
—Yo me encargo —dijo al mismo tiempo.
Nos miramos.
—¿Cuántas veces me has hecho la cena hasta ahora? —cuestionó,
arqueando una de esas molestas cejas rubias—. Tengo que empezar a
comprarte comida.
Nos miramos un poco más.
El cajero se aclaró la garganta, y ambos nos dimos cuenta de que
estábamos molestando al retrasar la cola.
—Lo siento —me disculpé con él, todavía mirando a Zac—. Ya que
estamos, podrías comprarme una de esas cosas de canela dado que vas a
pagar.
—Las cosas de canela también, por favor. Gracias.
El empleado puso los ojos en blanco y tomó su dinero, resoplando
algo en voz baja, probablemente llamándonos imbéciles. Vaya. Zac y yo
nos miramos el uno al otro después de que tomara su cambio, y nos
hicimos a un lado.
—¿Tienes algún plan para mañana, chica?
—Trabajo por la mañana pero nada por la tarde. ¿Y tú? —Quería
saber cómo había ido la práctica y si su humor tenía algo que ver con eso,
pero no quería preguntar.
Honestamente, solo quería que me lo dijera por su cuenta, pero sabía
que no debía esperarlo. Expectativas y todo eso. Solo somos amigos, me lo
recordaba al menos una vez al día desde que me desperté en su cama del
hotel tomándole la mano.
A través de sus gafas de sol, podía ver sus ojos clavados en mí
mientras bajaba la voz y decía:
—No mucho. Uno de mis compañeros de equipo me preguntó si podía
pasarme por la casa encantada en la que invirtió y que se abre mañana.
¿Quieres ir?
—¿Ir contigo?
Hizo una pequeña mueca.
—¿Con quién más? 262
Hice una mueca en respuesta.
Me apretó el hombro.
—Entonces, ¿sí?
¿De verdad quería que fuera con él?
—¿No quieres preguntarle a uno de tus otros amigos?
Eso lo hizo ladear la cabeza.
—¿Otros amigos?
—Sí, tus otros amigos aquí.
Sus cejas se fruncieron, e incluso su labio inferior se llenó con el
movimiento.
—Eres mi única amiga aquí, cariño —explicó con voz suave—. Si no
quieres ir, está bien.
Mierda. Por la segunda parte. No por la primera. La primera era
obviamente... bueno, supongo que lo entendía. Conocía a mucha gente,
pero también sabía que no todos eran mis amigos. Había una diferencia.
—Iría contigo a la ópera si realmente quisieras, solo pensé...
Levantó las cejas.
De acuerdo, no había forma de salir de esto.
—Sé que no tienes mucho tiempo, y sé que salimos cuando tienes
oportunidad. No quería que...
—¿Me sintiera obligado? —preguntó lentamente.
—Sí, tal vez —Presioné mis labios—. No me pongas esa expresión.
Tenías a toda esa gente en tu casa el día que fui por primera vez y…
—Esos son mis amigos, pero no son mis amigos, cariño. No como tú.
—Me miró fijamente con esos ojos azul bebé—. Y prefiero pasar el rato
contigo. Si estás cansada de mí...
Hice otra mueca.
—Oh, consigue una vida, perdedor. Sabes que no lo estoy.
Tosió.
—¿Perdedor? ¿Yo? Voy a apuntar esto y contárselo a mamá.
Resoplé.
—¿Qué le vas a decir? Mamá, Bianca estaba siendo mala conmigo.
La parte superior de su cuerpo se sacudió y lo oí decir ahogadamente:
—¿Es así cómo crees que sueno?
Estaba noventa y cinco por ciento segura de que el cajero ante la
registradora que había estado mirando en blanco hacia adelante, susurró 263
en voz baja:
—Es como suenas.
Levanté las cejas hacia Zac como “¿ves?”.
—Bueno, ahora la has jodido y vas a compartir esas cosas de canela
conmigo.
Eso me hizo reír.
Y le hizo sonreír, no tomándome a mí o a sí mismo en serio.
—Todavía se lo voy a decir a mamá —amenazó con una pequeña
sonrisa y un empujón.
—Su comida está lista —gritó finalmente el cajero, empujando una
bandeja en el mostrador hacia adelante, su expresión vigilante de repente.
Le sonreí.
No me devolvió la sonrisa.
Agarré algunas salsas y dejé que Zac llevara la bandeja hacia el
puesto de bebidas. Cada uno llenamos nuestros vasos y tomamos la mesa
del rincón más alejado del mostrador. Iba a estar sufriendo pronto.
Aunque mientras tanto, haría que valiera la pena. Mi estómago estaba
gruñendo.
Le di un mordisco a mis tacos crujientes y luego dije:
—Iré contigo si quieres. Solo he estado en una casa encantada una
vez, y cerré los ojos todo el tiempo, pero será divertido, ¿verdad?
Zac, que tenía la boca llena de chalupa, asintió.
—Muy divertido.
Mentira. No tenía problemas con las películas de miedo, pero cerraba
los ojos de vez en cuando… la mayor parte del tiempo.
Hablando de hacer cosas juntos.
—Oye, ¿has visto el video que subí de nosotros últimamente?
Negó.
—Ya ha alcanzado cuatro millones de visitas.
Zac bajó su chalupa.
—¿Hablas en serio?
Asentí y sonreí.
—Sí. Subieron como locas la semana pasada. Han pasado años desde
la última vez que obtuve tantas visitas tan rápido. A todos les encantó. —
Especialmente a mí. Me hizo sonreír las veces que lo vi. De acuerdo, había
sonreído todo el tiempo mientras editaba el video, pero esa era una
historia diferente. Me encantaba ver a Zac hablar y hacer todo en general.
264
Oh, Dios, estaba jodida y necesitaba dejar de pensar de esa manera.
—Gracias de nuevo por hacerlo por mí —añadí, dándole una sonrisa
que esperaba fuera lo más agradecida posible.
Su propia sonrisa en respuesta fue grande.
—Mamá y Paw-Paw lo vieron y les encantó. Mamá dijo que debería
hacer más contigo.
—Eh, cuando quieras.
—Cuando quieras —insistió.
No pude evitar sonreírle.
—Trato hecho. Mis suscripciones subieron unos diez mil después del
que hice con CJ y Amari. —A ese también le fue muy bien—. Subieron
otros veinte después del tuyo.
—Por supuesto que sí, cariño.
—Tus fans parecían estar súper entusiasmados con esto. ¿Leíste
alguno de los comentarios? Un tipo escribió que nunca había sido fan tuyo
antes, pero lo era ahora —dije.
Sonrió.
Así que le dije otro.
—Otra señora dijo que estás más lindo con un delantal que con tu
uniforme.
Su sonrisa se amplió.
—¿Qué más tienes?
Lo pensé por un segundo, pensé específicamente en un puñado de
comentarios que implicaban más o menos lo mismo. Les encantó nuestro
video.
QUE ALGUIEN ME DIGA QUE ESTÁN JUNTOS.
¡¿¿¿Fan número uno???! #muerto #fallecido
¡¡Cásense ya!!
Creo que acabo de morir por una sobrecarga de lindura. Zac Travis +
The Lazy Baker = magia.
¡¡¡La TeNsIóN sExUaL!!! ¡OtRo EpIsOdIo PoR fAvOr!
Te quiero, Bianca, pero, por favor, cambia el canal al Show de The
LAZY BAKER Y ZAC TRAVIS. ¡Necesito más!
Vine por el horneado, me quedé con la necesidad de masturbarme.
—Léelos tú mismo —repliqué en su lugar y decidí cambiar de tema—.
¿Todo va bien con el equipo? Apesta que perdieran el último partido, pero
podrían haberte puesto, así que es un poco su culpa. 265
Me dio una muy larga mirada mientras masticaba.
Oh, Dios. Lo habían liberado. Esos pedazos de...
—Voy a ser titular, Bibi.
Se me cayó el paquete de salsa picante que acababa de abrir.
—¿Perdón?
No parecía feliz, lo que no ayudó a convencerme de que lo había oído
correctamente.
—Voy a ser titular. Fisher se desgarró el ligamento cruzado anterior
esta mañana durante la práctica.
Síp. Jadeé y apenas me las arreglé para mantener mi voz baja cuando
pregunté:
—¿Hablas en serio?
Asintió.
—¿Por qué no pareces emocionado entonces, Snack Pack? Pensé que
estarías muy feliz. Estoy muy feliz —susurré.
Su boca rosada se torció un poco hacia un lado, y supe en ese
instante que lo que lo había impulsado a venir y recibir un gran abrazo
había vuelto.
—Debería estarlo, supongo.
Sí, debería estarlo.
Alzó la mano y jugueteó con el cabello corto junto a su oreja.
—Solo estoy…
—¿Nervioso?
Su boca se torció un poco más.
—Algo así —admitió—. No me he sentido así desde hace tiempo, pero
muchas cosas parecen estar en juego ahora. Cosas que antes no parecían
estarlo y… —Zac exhaló un aliento hacia su comida, y pareció observar su
chalupa por un minuto antes de continuar—: Estoy dejando que las
tonterías que oí me afecten. Debería estar emocionado, pero me preocupa
joder esto también.
—No vas a joder nada —repliqué con toda la calma posible.
—Mi último entrenador me dijo que podía joder un trato hecho si
alguien lo dejaba a solas conmigo el tiempo suficiente —confesó con un
encogimiento de hombros engañosamente casual—. No quiero joder nada
de esto. Quiero hacerlo bien. Siempre lo he hecho, pero ahora es diferente.
Ahora se siente como si esto pudiera ser todo. La mayor parte de mi vida,
enana, he sentido que me faltaba algo, este pequeño algo del que no puedo
deshacerme, no importa lo que pase… Tal vez es solo que necesito estar a 266
la altura de lo que los demás solían pensar de mí, de lo que esperaban. No
quiero ser una decepción, ni para mí ni para nadie.
—No eres una decepción, Zac. Eres increíble. Eres tremendo. Algunas
personas son unos imbéciles, y no deberías escucharlos. Ya lo sabes.
Puedes hacer esto.
—Pero, ¿y si no lo hago? —inquirió en voz baja, todavía mirando su
comida y rompiéndome el corazón—. ¿Y si lo he perdido? ¿Y si estoy roto,
como ellos dijeron?
No sabía quiénes eran ellos, pero iba a prenderles fuego si alguna vez
lo descubría. Me costó un gran esfuerzo mantener mi voz tranquila, mi
rostro neutral.
—No lo estás, pero si tenemos que hacerlo, Snack Pack, entonces
iremos a comprar un montón de súper-pegamento. Solo para reforzar todo.
Para asegurarnos de que estás mejor que nunca.
Sus pestañas se elevaron y me contempló con esos iris azul claro. Zac
no dijo nada, ni siquiera suspiró, lo que consideraría algo bueno. Solo…
me miró. Con calma. Totalmente. Sus ojos vagaron por mi rostro durante
tanto tiempo y tan intensamente, que no pude hacer otra cosa que
sonreírle.
Era como si… me mirara por primera vez y algo lo hubiera atrapado
desprevenido.
Después de un momento, con su mirada todavía clavada en mí y con
sus cejas fruncidas, solo dijo:
—Está bien, chica. Ese es un plan entonces.
Y fue mi turno de guiñarle el ojo.
Terminamos de comer rápidamente, con Zac cambiando de tema y
contándome una conversación que había tenido la noche anterior con
Paw-Paw en un tono ligeramente más comedido de lo habitual. Recogió
nuestra basura y fue a tirarla mientras me lavaba las manos. Acabábamos
de llegar a la puerta para salir cuando el jodido cajero gritó:
—Los White Oaks apestan. —Justo cuando Zac empezó a abrir la
puerta.
Se detuvo por un segundo y vi algo cruzar su rostro.
Y no me gustó.
No me gustó nada, especialmente no después de la conversación que
acabábamos de tener.
Y esta feroz protección que sentía por Zac, una que siempre había
sentido, surgió dentro de mí y me di la vuelta para fruncirle el ceño al tipo
parado allí con una expresión hosca en su estúpido rostro.
—Tu rostro apesta. Que tengas un buen día —le grité, incluso me
267
despedí con un gesto sarcástico mientras le indicaba a Zac súper
exageradamente que siguiera moviéndose.
Parpadeó y tardó unos tres segundos, pero su sonrisa se amplió antes
de salir y lo seguí.
—Qué imbécil. Lo siento, Snack Pack.
Mi amigo se detuvo justo en el borde de la acera y se volvió hacia mí
con una expresión que no estaba ni cerca de ser devastada como lo había
sido antes. Parecía… divertido. Pero más que eso. Y todavía me miraba de
forma diferente.
—¿Le dijiste que su rostro apesta?
—Debí decir que su actitud apesta también, pero fue todo lo que se
me ocurrió en el momento. La próxima vez.
Su gran palma fue a la parte superior de mi cabeza y la apretó. Esos
ojos azules brillaban. Esos dientes blancos relucieron en mi dirección con
una sonrisa tan dulce que miré como si estuviera hecha de oro.
Le guiñé un ojo otra vez.
—Tienes que ser amable, pero eso no significa que yo tenga que serlo.
—Eres la mejor, chica.
Encogí un hombro.
—Estoy bien.
—Estás mejor que bien —replicó, y siguió observándome de cerca—.
Ni siquiera es una competición.
Y mi corazón… mi corazón hizo una mierda que no tenía por qué
hacer. Latió con fuerza. Otra vez. Con reconocimiento. Con un amor tan
profundo que sabía que me destrozaría si se lo permitía.
Y eso me asustó mucho.
Me estaba enamorando de él.
Afortunadamente, mi estómago también dio un giro en ese momento
—un tipo diferente de giro—, y supe lo que estaba pasando. Me estaba
dando una oportunidad. Recordándome lo que teníamos. Y eso era
amistad. Una amistad que duraría décadas.
Y me iba a aferrar a ella con ambas manos.
O al menos con una de momento.
Llevando mi mano detrás de mí, sonreí y la moví en el aire… y luego
lo hice de manera que le estaba lanzando una pelota imaginaria.
No era tan imaginaria.
Le lancé mi pedo a Zac.
Se lo lancé y dije:
—Ataca. 268
En el tiempo que tardó en parpadear con sorpresa, también se tiró un
pedo, pero no uno silencioso, uno fuerte que debió hacerle retumbar las
nalgas…
Entonces lo estaba atrapando y lanzándomelo, riéndose.
Lo amaba, y lo sabía. De verdad lo hacía. Y, joder, no era quién para
hacerlo.
QUINCE
Zac había estado mirando fijamente los tacones de mis botas desde el
momento en que se detuvo para encontrarme fuera, esperándolo.
Y los estaba mirando de nuevo mientras caminábamos desde el
enorme estacionamiento ubicado en unas pocas hectáreas alrededor de la
casa encantada.
No había demasiados autos en el estacionamiento todavía. Por otra
parte, llegamos quince minutos antes de que las puertas se abrieran. Zac
había dicho que su compañero de equipo había querido que ellos fueran
los primeros “visitantes” de la inauguración. Para evitar las multitudes,
supongo, y para tomarse fotos y ponerlas en las redes sociales.
Ellos eran Zac, CJ y Amari, que habían estado en su auto cuando se
detuvo para recogerme. Habíamos hablado sobre CJ “practicando” cocina
todo el viaje. Zac había estado intentando enseñarle.
—¿Estás segura de eso? —cuestionó Zac finalmente, señalando hacia
mis pies con su barbilla.
269
Levanté los dedos de los pies.
—Sí, ¿por qué?
—¿No crees que las zapatillas habrían sido mejor?
—Son solo tacones, y no tienen ni siete centímetros. Puedo correr en
más altos que estos —me burlé—. Puedo hacerlo.
Su expresión insinuaba que no me creía.
—Lo prometo, Connie me entrenó para correr con tacones.
Eso le hizo levantar una ceja.
—¿Te entrenó?
—Estábamos aburridas una noche.
Parpadeó, pero después de eso negó con una sonrisa.
En vaqueros, sus botas habituales y una camiseta gris claro que le
había visto usar una o dos veces en ese momento, se veía feliz y genial,
para nada como el hombre que había aparecido en mi apartamento
luciendo tan triste el día anterior. Más bien como el hombre que me había
lanzado un pedo… después de que yo le lanzara uno. E incluso más como
el hombre que había cantado acerca de caminar en línea, llorando bajo la
lluvia, y luego lloró riéndose conmigo después de gritar a todo pulmón
acerca de tallar nuestros nombres en camionetas.
Y hoy, parecía haber vuelto a la normalidad cuando había bajado la
ventanilla y gritado: “Vámonos, Bibi. Tic-tac”.
Basado en la expresión que le estaba dando a mis botas de nuevo,
definitivamente se encontraba en un mejor estado de ánimo.
—No te preocupes por eso, Snack Pack —dije—. Es más probable que
te tropieces con tus botas que yo con las mías. Estas son súper cómodas.
Sí, se veía escéptico como el infierno, y no estaba tratando de
ocultarlo.
—Si te tuerces el tobillo, te dejo atrás, chica.
Me reí.
—Pssh. Si me caigo, te llevaré conmigo.
La mano de Zac aterrizó en mi nuca mientras se reía.
Detrás de nosotros, Amari —sabía que era él porque la voz de CJ era
muy profunda y esta no estaba al mismo nivel; era solo una voz normal y
agradable—, preguntó:
—¿Cómo se conocen ustedes dos de nuevo?
Zac mantuvo su cálida palma en mi cuello mientras respondía:
—La abuela de Bianca solía cuidarme.
270
Miré a Zac y encontré esos suaves ojos azules sobre mí. Sonreí y me
devolvió la sonrisa.
Por supuesto, había tal vez veinte personas en la fila para entrar en la
casa encantada y unos cuantos empleados vestidos de todo, desde zombis
hasta estos payasos realmente feos con sangre y tripas falsas pegadas a
sus máscaras y ropas, arrastrándose alrededor de las líneas establecidas,
listos para las multitudes que sin duda empezarían a aparecer. Tal vez no
hoy, ya que era solo principios de octubre, pero seguro cerca del día de
Halloween.
—¿Alguno de ustedes le dijo que estamos aquí? —inquirió Zac por
encima de su hombro.
Fue Amari quien respondió.
—Yo lo hice. Dijo que esperáramos y que estaría aquí en un minuto.
Nos detuvimos en un círculo, justo al lado de la fila para entrar. Pude
ver alrededor del hombro de CJ y noté que la gente que ya estaba allí
miraba en nuestra dirección. A ellos. Ninguno de los chicos era
anormalmente alto, pero había algo en sus posturas que decía “Mírame”.
Así que di un paso a la izquierda para que el gran cuerpo de CJ pudiera
ocultarme un poco mejor.
Si se dio cuenta de que estaba siendo observado, no se notó en su
rostro cuando preguntó:
—¿Qué hay en el menú de esta semana?
—Pastel de vainilla y otro intento de esos estúpidos brownies que
arruiné.
—Puedo hacer otro cuando quieras —intervino Amari—. Fue
divertido.
—Sí, cuando quieras. —No quería que se sintiera obligado. La gente
siempre se ofrecía a hacer cosas bonitas, pero solo para ser educados.
El hombre extremadamente guapo sacó su celular de su bolsillo.
—¿Cuál es tu número? Te enviaré un mensaje.
Ni siquiera lo pensé dos veces. Le di el número.
Pero sentí algo raro, así que alcé los ojos para encontrar a Zac
mirando a Amari. Y quiero decir, mirándolo fijamente. ¿De qué demonios
iba eso?
Una voz muy profunda, casi tan agradable como la de CJ, gritó de
alguna manera que nos hizo girar para encontrar a un hombre del tamaño
de Zac y Amari combinados caminando con tres seres humanos de tamaño
normal detrás de él, dos de los cuales estaban vestidos con ropa negra y
sostenían walkie-talkies, además de tener diferentes cosas enganchadas a
sus cinturones. El enorme hombre levantó una mano en señal de saludo, y
si la gente de la fila no había prestado atención antes, ahora lo hacían. 271
Me quedé allí mientras el gran hombre le daba una palmada a Zac, CJ
y Amari antes de que Zac me presentara.
—Esta es Bianca.
Extendí la mano y la estrechó.
—Hola, gracias por dejarme venir también.
El hombre hizo una mueca, entrecerró los ojos y levantó un dedo para
señalarme después.
—Eres la chica pastelera, ¿verdad?
Bueno, mierda. Presioné mis labios y asentí.
—Sí, sí. Genial. Gracias por venir.
Estaba bastante segura de que mi rostro se puso caliente y rojo. La
chica pastelera. Vaya, vaya, vaya.
Zac me dio un codazo y alcé la mirada para verlo haciendo una
mueca. “¿Ves? Eres famosa”, vocalizó, y puse los ojos en blanco y le di un
codazo. Pero en serio, estaba bastante segura de que mi corazón empezó a
latir más rápido.
—Los pondré en la fila para que entren primero, tomen unas cuantas
fotos y puedan pasar en poco tiempo —explicó el hombre mientras yo
soñaba despierta con que me hubiera reconocido.
Le di un codazo a Zac una vez más mientras nos llevaban hacia la
fila, y los chicos se detuvieron a firmar autógrafos para las personas que
habían descubierto quiénes eran. Me quedé allí y les saqué unas cuantas
fotos y fingí que no me había dado cuenta de las miradas curiosas que me
lanzaban. Pero eran casi todos adolescentes. A nadie le importó cuando el
hombre más grande llevó a nuestro pequeño grupo al frente de la fila, y
pude escuchar el sonido de más cámaras de teléfono detrás de nosotros.
Entonces la persona que sostenía la cámara “real” empezó a hacer
gestos a los chicos para que se juntaran, e intenté dar un paso atrás para
esconderme detrás de Zac, pero el hombre grande exclamó:
—¡Chica pastelera! ¡Tú también! Dime, ¿vas a venir a mi fiesta?
¿Fiesta? ¿Qué fiesta?
No tuve oportunidad de preguntar antes de que Zac moviera su mano
atrás y agarrara mi muñeca.
—Vamos, chica. Al frente y al centro.
Eso me hizo resoplar y ponerme a su lado, mi lado izquierdo
totalmente alineado con el suyo, el brazo de Zac deslizándose sobre mis
hombros, su mano frente a mi pecho. A mi derecha, CJ estaba a dos
centímetros o cuatro de distancia, cerca, pero sin tocarme. El flash empezó
a dispararse, y fue entonces cuando me di cuenta de para qué iban a usar
272
esas fotos.
Para internet. Para las redes sociales.
Al menos la parte buena era que no estaba intentando ocultar mi
amistad con Snack Pack. Ya había sido atrapada por la única persona a la
que quería ocultárselo.
Solo… ya sabes…
Lo que sea. Sonreí e intenté no parecer estreñida.
El sonido de una motosierra dentro del edificio me hizo encontrarme
con la mirada de Amari, y me lanzó una expresión divertida.
—¿Tienes miedo?
Ladeó la cabeza.
—¿Por qué? Si digo que sí, ¿me tomarás de la mano?
Bueno, no había estado pidiendo coquetear. Solo estaba bromeando.
Pero…
—No —respondí—. Voy a estar muy ocupada agarrando la mano de
Zac. No quiero que tenga pesadillas esta noche.
Se rió cuando sentí que una mano se posaba en mi nuca otra vez,
moldeándose alrededor de ella.
Inclinando la cabeza hacia atrás, encontré ese familiar azul bebé en
mí. Susurré:
—De verdad, no creo que me asuste, pero si lo hago, te usaré como
un escudo humano. Has vivido una vida mucho más plena que yo.
Técnicamente, Amari es más grande, pero...
Mi viejo amigo se burló.
—Somos del mismo tamaño, sabes que la gente todavía me llama “Big
Texas”, ¿no?
—Sí, lo sé, pero empecé a llamarte así cuando eras el tipo más grande
que conocía. Ni siquiera eres tan grande.
—¿Disculpa?
Era demasiado divertido molestarlo.
—Eres grande, pero no tan grande.
La cabeza de Zac retrocedió.
—¿No mides un metro y medio de altura?
—Uno cincuenta y siete.
Zac parpadeó.
Parpadeé. 273
Entrecerró los ojos.
—Juro por Dios que le diré a mamá sobre ti.
—Si están listos —gritó el grandullón, cuyo nombre no tenía ni idea
de cuál era, haciendo un gesto con la mano en dirección al enorme agujero
negro que servía como puerta y que conducía a la casa embrujada. El
sonido de la motosierra hizo que mi pequeño corazón se acelerara un poco.
El exterior del lugar realmente se veía bastante espeluznante.
Uf.
Era falso. Todos eran actores. Iba a estar bien.
De alguna manera, Zac fue empujado al frente —apostaría que fue
para las fotos porque, hola, era el quarterback de los White Oaks ahora—,
y extendió su mano hacia atrás, tirando de mí para colocarme
directamente detrás de él en vez de hacia el final de nuestra fila de cinco
personas. La quinta persona era el dueño. CJ estaba directamente detrás
de mí.
—Bianca —susurró mientras avanzábamos con dificultad.
—¿Sí, CJ?
—Creo que deberías poner menos mantequilla de cacahuete en los
brownies la próxima vez.
Me alegraba que estuviera en paz y pudiera pensar en comida.
—Estaba pensando lo mismo —respondí sobre mi hombro.
—Puedo hacer otro video también si quieres —ofreció.
—Sería un honor para mí. —La motosierra comenzó a rugir aún más
fuerte.
Volví a mirar hacia delante y vi que Zac se había detenido justo en la
entrada. Troté hacia él y empujé su cadera. No lo pensé dos veces antes de
deslizar un dedo por una de las trabillas de sus vaqueros al entrar en el
edificio. Las luces estroboscópicas destellaron mientras las voces
computarizadas gritaban y lloraban por delante. Lo que se sentía como
telarañas rozaban mi rostro y cabeza, a pesar de que estaba encorvada
directamente detrás de Zac, aferrándome a sus vaqueros para salvar mi
vida.
—¿Estás bien? —preguntó... con risa en su voz.
—¡Sí!
Un rostro apareció en la jodida pared a mi izquierda, de la nada, y
grité, tropezando hacia mi derecha, porque, ¿de dónde diablos había salido
eso? Detrás de mí, oí a CJ sisear algo que sonaba muy parecido a “Hijo de
puta”.
Delante de mí, Zac debió sentir mi tirón en sus vaqueros porque se
había detenido, y en el breve destello de la luz estroboscópica, pude ver su 274
rostro divertido.
Sí, agarré sus putos vaqueros de nuevo con ambas manos esa vez y
presioné mi frente en el centro de su espalda.
A nuestra derecha había un rincón con un par de ataúdes bajo una
luz amarilla pálida, y sabía, sabía que algo malo iba a pasar. ¿Por qué
demonios había accedido a esto? Jesús. Ya había estado en una casa
encantada antes; no era que lo hubiera disfrutado mucho.
Era demasiado vieja para esta mierda. Mi corazón era demasiado viejo
para esta mierda. Me quedaba tanto por vivir.
Zac y yo habíamos llegado casi al borde de la exhibición del ataúd
cuando este hijo de puta salió volando de una puerta trampa de la que los
ataúdes nos habían distraído, y oí a alguien detrás de mí gritar:
—¡Maldita sea!
Una fracción de segundo después, algo me golpeó en la espalda.
Mientras daba un paso.
Tropecé.
Sentí que mi tobillo se fue… de lado.
Síp.
De lado.
—Whoa-ho-ho —chillé, levantando mi pierna y envolviendo mis
manos alrededor de ella, chocando con la espalda de Zac.
CJ gritó por detrás:
—¡Lo siento! ¡Amari me empujó!
Algo me agarró el hombro, y justo cuando estaba a punto de
empujarlo, Zac gritó:
—¿Qué diablos pasó?
—Estoy bien —dije, sin estar segura si podía oírme pero sabiendo lo
que iba a decir si lo hacía.
Se agachó delante de mí, con las luces parpadeando en su rostro y
sus rasgos.
—¿Te has doblado el tobillo?
Asentí.
Su boca se aplanó bajo la luz.
—Está bien. Estoy bien.
Miró el pie que todavía sostenía por un momento, luego se levantó y
se dio la vuelta.
Zac se puso en cuclillas y dijo por encima del hombro: 275
—Vamos, súbete.
Intenté apoyarme con mi peso y nop.
—¿Estás bien? —inquirió CJ por detrás.
Agité la mano hacia él. ¿Qué iba a hacer? ¿Dar un paseo a caballito
sobre él en su lugar?
Nop.
Puse mis manos sobre los hombros de Zac e intenté saltar lo más
lejos posible. Esas grandes palmas agarraron la parte posterior de mis
muslos, elevándome hasta que estaba más o menos a horcajadas sobre él
por detrás. Sobre su hombro, dijo:
—Recuerda esto, enana.
—Sí, sí, gracias —le dije al oído justo cuando alguien saltó de la
maldita nada otra vez, y estaba bastante segura de que Amari gritó.
Alguien se rió, y me alegré de que uno de nosotros se estuviera divirtiendo,
aunque estaba bastante segura de que era el propietario, que se estaba
divirtiendo como nunca riéndose de sus compañeros.
—¿Oye? —gritó Zac para que pudiera oírlo.
—¿Qué?
—¿Recuerdas aquella vez que dijiste que estarías bien en una casa
encantada con tacones y te doblaste el tobillo a los dos minutos?
Puse una expresión que no pudo ver porque mi rostro estaba justo al
lado del suyo. Los vellos cortos de su rostro me hacían cosquillas.
—Métete en tus asuntos.
Sentí que se reía más que oírlo cuando nos acercamos a un largo
pasillo que estaba muy oscuro. Genial. De verdad, solo genial.
Apreté mis brazos alrededor de los hombros de Zac, en caso de que se
pusiera a correr. Lo dudaba; no había gritado hasta ahora, a diferencia de
mis nuevos amigos que esperaba que estuvieran aún detrás de nosotros y
no hubieran sido asesinados. No quería arriesgarme a mirar detrás de mí
para ver a alguien siguiéndonos, tratando de asustarme. Solo había una
cosa que recordaba que asustaba a Zac, y seguro como el infierno que no
habían sido de películas de miedo.
La última vez que lo mencioné, hace una década, todavía insistía en
que no había estado asustado y que no había desayunado, “y por eso me
desmayé”.
Sí, claro.
—¿Estás asustada? —gritó cuando empezamos a avanzar por el
pasillo.
—Me asusta que me vayas a dejar caer —respondí, incluso cuando mi
corazón se aceleró. Quiero decir, mi corazón y la mayor parte de mi 276
cerebro reconocían que esto era falso y que toda esta gente eran actores
que ni siquiera nos tocaban… pero el resto de mí notaba la música de
miedo y la motosierra todavía avanzando en algún lugar más adelante…
Bueno, lo que sea.
—No te voy a dejar caer, chica.
—De acuerdo —le grité al oído cuando alguien empezó a golpear al
otro lado de las paredes junto a las que pasábamos—. Esto es tan
estúpido. Debería haberme quedado en casa.
Una barbilla apareció en mi visión cuando Zac intentó mirarme por
encima del hombro.
—Podemos con esto.
—Eh.
Una de las manos en la parte posterior de mis muslos lo palmeó.
—Podemos con esto.
—Les meteré un dedo en el ojo, y tú corres.
Debajo de mí, pude sentir su risa.
—Lánzales algunas bombas de pedos.
Presionando mi frente contra su hombro, me reí.
—Te gustó eso, ¿eh?
—Chica, me gusta todo… ¡maldita sea! ¡No hagas eso!
No tuve oportunidad de asustarme porque el actor que apareció de la
nada lo había hecho en el lado de Zac donde no estaba mi rostro. Pero
cuando gritó, levanté la cabeza y miré para ver a alguien con una
espeluznante máscara de payaso caminando a nuestro lado, su nariz
literalmente a centímetros del rostro de Zac. Sí, a la mierda con esto. Cerré
los ojos y puse mi rostro donde estaba, justo al lado de su garganta que
olía a su agradable colonia.
—A la mierda, solo corre. Amari y CJ están solos. Son tipos grandes.
Pueden salvarse solos.
—Está bien, se ha ido —me advirtió Zac un momento después—.
Esperemos un segundo. Quiero ver si ellos también gritan.
Mantuve los ojos cerrados pero los oídos abiertos.
—Oh, diablos, no, esto es obra del diablo. —Estaba segura de que CJ
gritó.
Resoplamos. Entonces sentí que Zac empezaba a moverse de nuevo.
—¿Tienes los ojos cerrados?
Asentí contra su cuello.
—Están muy secos.
277
Se estaba riendo otra vez. Podía sentirlo.
—Estoy seguro de que lo están, cariño.
El sonido de la motosierra se hizo más fuerte con cada paso que daba
Zac, y un par de veces lo oí tomar aliento. Lo rodeé con mis brazos aún
más fuerte, pero no se quejó. Sentí un par de veces la flexión de sus
manos bajo mis muslos.
—Creo en ti —susurré—. Sálvanos.
El sonido de la motosierra estaba justo delante, empezó a caminar
más rápido y abrí un ojo para ver una figura parada en la boca de lo que
era una puerta abierta con niebla arremolinándose. Y por supuesto, estaba
sosteniendo lo que sonaba como una motosierra pero no parecía una.
—Si no salimos vivos, quiero que sepas que te quiero —le dije al oído
y lo sentí reírse de nuevo.
—¿Nos vemos en las puertas?
—¿Del infierno? Sí, te veré allí.
Sabía que negó porque sentí su barbilla rozando mi antebrazo.
Luego avanzó, mis instintos advirtiendo que el tipo de la motosierra
estaba ahí.
Algo destelló más allá de mis párpados y supe que alguien había
tomado una foto.
Bueno, al menos pensarían que era aterrador y vendrían a
comprobarlo.
Abrí los ojos justo cuando Amari, CJ y el otro tipo grande salieron
caminando. Y por caminar, me refería a CJ haciendo una mueca, Amari
siguiéndolo con aspecto malditamente disgustado y el propietario
sonriendo ampliamente.
—Puedes bajarme. Puedo cojear hasta tu auto —le dije a Zac,
golpeando la parte superior de su brazo.
Vi un destello de su barbilla.
—¿Para así doblarte el otro de camino al auto?
—Ja, ja, ja

—¿Cómo está tu tobillo, chica?


La bolsa de hielo que le había puesto cuando habíamos subido a mi
apartamento dejaba mis dedos de los pies desnudos y cubría el dobladillo
de mis vaqueros. Me había llevado en brazos por las escaleras y sabía que
pasaría mucho tiempo antes de que dejara de mencionar esto. Moví los
dedos de los pies hacia Zac, que estaba sentado en el extremo opuesto de
mi sofá. Estaba tomando una de las latas de refresco de uva que había 278
sacado de mi nevera cuando fui por la bolsa de hielo para ayudar a la
hinchazón. No me dolía mucho, pero estaba rígido, y como iba a tener que
trabajar mañana, quería evitar que fuera peor de lo necesario.
—Está muy bien. Solo me lo torcí. —Mantuve mi rostro impasible—.
Podría haber sido peor.
Las comisuras de su boca se elevaron alrededor del borde de la lata.
—¿Podría? ¿Podría haber sido peor?
Alcancé el control remoto para encender la televisión.
—Sí, podría haberlo sido. Podría haberme hecho un esguince, y
entonces mi jefe se habría enojado conmigo.
—¿Tu jefe se enfadaría contigo por un esguince de tobillo?
Solté un suspiro.
—Se enfadaría conmigo por dejar que mi polo se arrugara. —Apostaba
a que también se enfadaría conmigo por respirar, si lo hiciera lo
suficientemente fuerte.
Frunció el ceño.
—¿Este es el mismo jefe que odias?
—El mismísimo.
—¿Las cosas no han mejorado?
Quitando la bolsa de hielo, la tiré en la mesa lateral a mi izquierda.
—No, han ido a peor —admití antes de darme cuenta de lo que había
dicho.
Por supuesto que se dio cuenta.
—¿Por qué?
No quería decírselo, pero… tampoco quería no decírselo.
—¿Qué pasó? —exigió en voz baja.
Me rasqué la punta de la nariz y estiré un poco la pierna hasta el
cojín entre nosotros.
—Se ha comportado como un idiota porque sigo negándome cuando
me pide que trabaje turnos más largos. Ahora se enteró de que somos
amigos y trató de preguntarme sobre ello, pero lo corté.
Esas pestañas rubias y oscuras cayeron, y la agradable expresión de
su rostro se desvaneció. Incluso puso la lata de refresco de uva en el suelo
junto a sus pies.
—¿Qué?
—Creo que podría haber querido que te pidiera que vinieras al
gimnasio o algo molesto.
Un ceño fruncido se apoderó de su rostro perfecto. 279
—Está bien —dije, incluso encogiéndome de hombros para que
creyera que no era importante.
—Si tú lo dices, pero dime si hay algo que pueda hacer para ayudar.
No veo por qué no has renunciado todavía, sí, lo sé por tu amiga, pero no
tienes por qué aguantar ese tipo de tonterías, Bibi.
—Lo sé —murmuré—. Saldré pronto de allí, pase lo que pase.
Hablando de eso, no te lo dije, pero la fotógrafa que va a hacer mi libro
preguntó si podíamos mover la cita a noviembre, así que estoy tratando de
resolver eso.
Siguió frunciendo el ceño mientras estiraba las piernas delante de él y
continuaba. Me miró de reojo, lo que fue más que nada un ceño fruncido.
—Si hay algo que pueda hacer para ayudar, en serio, házmelo saber.
Sabía que hablaba en serio, así que asentí.
—¿Vamos a esa fiesta de Halloween? —preguntó.
Me había olvidado de eso, aunque el dueño lo había mencionado de
nuevo, señalándome con el dedo mientras lo decía como si hubiera habido
otra chica pastelera allí, después de que todos hubieran pasado por la
casa encantada. Pero había estado demasiado distraída discutiendo con
Zac sobre mis botas de tacón para hacer algo más que sonreír y asentir.
Pero ahora no estaba distraída.
—Pensé que solo estaba siendo amable al invitarme.
Me echó una mirada.
—Te lo dijo dos veces y me envió un mensaje cuando nos íbamos —
explicó—. ¿Vendrás entonces?
—¿Cuándo es? No tengo un disfraz, y estoy intentando ahorrar dinero
para pagar a la fotógrafa. —Era la verdad. Independientemente de lo lejos
que llevara mi voluntad de renunciar, tenía que ahorrar todo lo que
pudiera hasta entonces—. No debería gastar en cosas así.
Me dio la misma expresión exacta que tenía hace un momento.
—¿Necesitas dinero? ¿Por qué no me lo dijiste?
—No necesito dinero. Simplemente no necesito gastarlo ahora mismo.
—Le sonreí—. Pero gracias por preocuparte. Estoy segura de que puedes
conseguir...
—Bianca, juro que si estás intentando deshacerte de mí mandándome
con algún otro amigo falso otra vez…
—Se lo diré a mamá —me burlé antes de reírme a carcajadas.
Presionó sus labios.
Me reí más fuerte, tan fuerte que había lágrimas en mis ojos cuando
decidió ignorar lo que estaba haciendo y diciendo. No había olvidado de 280
qué estábamos hablando.
—Te prestaré el dinero que necesites para pagar a tu fotógrafa —
comentó, con el ceño fruncido.
Nunca tomaría su dinero… a menos que fuera absolutamente
necesario, pero aún no estaba allí. No tenía ganas de discutir con él, así
que no dije nada en su lugar y lo dejé seguir berreando.
—Y si me acompañas a elegir un disfraz, también escogeremos el
tuyo.
Suspiré.
—Puedes ir solo, sabes.
—Si quisiera ir solo, lo haría.
Apostaba que sí.
Apostaba que si quería una cita con una mujer guapa, también podría
conseguirla en una fracción de segundo. Eso es lo que estuve a punto de
recordarle. Pero en vez de eso, quería ir conmigo. No estaba segura de por
qué, realmente no lo entendía. Por lo que sabía, no había salido con nadie,
a ningún sitio, no desde el día de su fiesta. Todas sus publicaciones
estaban relacionadas con el fútbol.
Cada vez que me preguntaba por qué le gustaba pasar tiempo
conmigo, la única cuestión que me venía a la cabeza era que podría ser
porque podía ser él mismo a mi alrededor. Pero eso no tenía sentido
porque no actuaba de manera diferente con otras personas. Tal vez era un
poco más ridículo en mi presencia, pero su verdadera esencia la compartía
con todos. Era parte de lo que lo hacía tan agradable y carismático.
Además de esos malditos ojos.
Y el resto de él, honestamente.
Me había conmovido que fuera a la casa encantada para apoyar a su
compañero de equipo. Decía mucho sobre él. Al menos eso creía.
Bueno, como sea. No iba a sacar el tema, así que nunca iba a saberlo;
por lo tanto, tenía que tomar la información disponible para mí —que si
quisiera ir con alguien más, fácilmente podría— y tomar una decisión.
—Bien, puede ser mi regalo de Navidad —acepté.
Resopló pero asintió, así que me incliné hacia adelante y le di un
empujón y me lo devolvió. Nos sonreímos el uno al otro.
—Mis amigos planean venir a ver un partido —comentó—. No estoy
seguro de cuándo todavía. Tienen tres hijos, quiero que los conozcas.
¿Lo hacía? Asentí.
—Está bien, dime cuándo.
Su atención se movió hacia adelante de nuevo y, un momento
281
después, su teléfono empezó a sonar desde su lugar en el cojín entre
nosotros, justo al lado de mi pie. Eché un vistazo a la pantalla y vi el
nombre destellar antes de que él pulsara el botón de ignorar.
ALICIA RUBIA HOU
Tragué.
Zac se quedó en silencio por un segundo, pero no miró su teléfono,
apenas lo había mirado. Estaba concentrado en la televisión.
Tampoco me miró cuando me puso la mano en el tobillo y la dejó allí,
dándole un ligero apretón. Estaba cálida y seca.
La dejó ahí un rato.
No pude evitar preguntarme un poco más quién era esa Alicia.
Alguien que había conocido en Houston, al parecer. No debería ser una
sorpresa.
Tal vez incluso era la misma rubia de la fiesta. Aunque lo más
probable era que fuera una diferente. No la recordaba cuando la mencioné
hace un tiempo. Genial. Bien. De acuerdo.
Mi teléfono sonó en ese momento y miré la pantalla para ver que me
habían etiquetado en algo.
Etiquetada por HTWONFÁBRICAENCANTADA.
Desbloqueé la pantalla y le di al icono para abrirlo.
Le di un empujón a Zac en los hombros, haciendo que esos ojos azul
bebé se movieran en mi dirección. Le mostré la pantalla.
En ella estaba Zac, mayormente, con la boca abierta mientras se reía,
y detrás de su hombro —como las otras veinte fotos que mi abuela había
tenido en su casa de nosotros— estaba yo. Un antebrazo envuelto
alrededor de su cuello, el rostro arrugado, los ojos cerrados. Detrás de
nosotros estaba el hombre que sostenía la falsa motosierra, actuando
como si nos estuviera persiguiendo, lo que probablemente había hecho,
pero había estado demasiado ocupada con los ojos cerrados para saberlo
con seguridad.
El dueño me etiquetó en la publicación. Y a Zac.
A mí. The Lazy Baker.
Zac. Zac “Big Texas” Travis.
Bueno, si nuestra amistad había sido un secreto antes, ya no lo era.
La mano en mi tobillo dio un ligero apretón y alcé la mirada para
encontrar los ojos azul claro de Zac en mi rostro.
—Es una buena foto, ¿eh? —cuestioné.
Su pulgar frotó a lo largo de la planta de mi pie.
—Sí, chica. Es muy buena —dijo en acuerdo, mirándome a los ojos.
282
DIECISÉIS
Habría pagado dinero para tener una foto del rostro de Trevor cuando
nos vio caminando hacia las puertas del club donde se celebraba la fiesta
de Halloween semanas después.
Honestamente, por las pocas interacciones que tuvimos, no estaba
segura de que fuera físicamente capaz de hacer algo más que poner los
ojos en blanco, fruncir el ceño o poner expresión impasible. Así que eso era
algo. Quiero decir, Zac había necesitado levantar su mano para que me
diera la mía la segunda vez que nos conocimos.
Primero, parpadeó.
Luego juraría que se frotó los ojos con un puño y nos miró de nuevo,
como si sus ojos lo hubieran engañado.
No lo hicieron.
Aunque no disfruté su expresión de incredulidad tanto como Zac, aun
así me gustó. Y sabía sin duda que Zac se divertía mucho porque empezó a
darme codazos y a reírse. Todo “jejeje” en voz baja mientras caminábamos 283
por el estacionamiento con CJ y Amari detrás de nosotros, más que
probablemente tirando de sus propios disfraces. Les había ayudado a crear
un disfraz rápido el día anterior cuando fui a la casa a recoger a Zac para
ir a la tienda de comestibles.
Sal y pimienta.
Casi me había hecho llorar.
Pero nada me había hecho reír tanto como lo que Zac y yo habíamos
encontrado en la tienda de disfraces.
Pero Trevor no se reía mientras nos miraba con un suspiro y
murmuraba:
—¿En serio?
El codo a cuadros de Zac golpeó el mío cubierto por un leotardo.
Quiero decir, había sido el maldito destino, como si lo hubiéramos
planeado cuando no lo habíamos hecho. Sin embargo, había funcionado
perfectamente. Más que perfecto, honestamente. Incluso CJ negó cuando
nos encontró fuera de la casa mientras esperábamos el auto que Zac había
pedido. “Ambos lo harían”, fue todo lo que había dicho antes de tomarnos
una foto. Zac tenía un codo en mi hombro, porque, ¿por qué no cuando
estaba nivelado y yo podía ser usada básicamente como una muleta?
Le pedí a CJ que tomara una para mí también con mi teléfono, y
luego Zac tomó mi celular y se la envió a sí mismo.
—¿Qué piensas, Trev? —preguntó Zac mientras nos deteníamos frente
a su mánager.
Trevor se frotó el rostro otra vez, finalmente haciéndome mirar el
“disfraz” que llevaba puesto.
No era mucho. Honestamente, se veía como siempre lo hacía. Estaba
segura de que lo había visto con el mismo traje hace como una semana
cuando fui a recoger a Zac antes de ir al cine. Ese día él había estado muy
estresado, lo pude notar en su rostro, pero había sido por el juego que los
White Oaks tenían al día siguiente. Ir al cine había sido mi idea para tratar
de distraerlo. Por desgracia, el equipo había perdido el primer partido en el
que Zac había sido titular, pero habían ganado el segundo y lograron otra
victoria durante el tercero.
Boogie había venido a Houston y habíamos visto juntos el partido, el
primero desde que Zac había sido nombrado titular, en las gradas
mientras gritábamos como locos. Después, Zac había venido a mi
apartamento y había hecho una barbacoa en mi patio para celebrarlo.
Había sido muy divertido.
Habían sido unas buenas semanas en las que no había vuelto a ver a
Trevor, aunque veía a Zac casi todos los días cuando no se quedaba hasta 284
tarde para ver una cinta o hacer lo que fuera que hiciera en las
instalaciones de los White Oaks. Los días que no lo veía, seguíamos
enviándonos mensajes. A veces llamaba. Estar cerca de él había empezado
a ser algo natural.
Y entonces habíamos ido a la tienda de Halloween en uno de sus días
de media jornada.
Trevor, por otro lado, no había ido a una tienda de disfraces. Llevaba
un elegante traje negro de corte fino con una camisa blanca y una corbata
negra. La única diferencia era que el cabello que normalmente se peinaba
y gelificaba hacia atrás estaba separado en medio y podría tener un poco
de aceite. Era mucho más largo de lo que parecía cuando se lo peinaba
normalmente; casi le llegaba hasta la barbilla.
¿Estaba...?
—Creo que no debería estar sorprendido —comentó secamente en
respuesta a la pregunta de Zac sobre lo que pensaba de nuestros trajes.
Zac bajó la mirada al mismo tiempo que yo la levanté, y ambos
sonreímos, nuestros codos encontrándose de nuevo, como si esto nos
complaciera. Porque así era. Había tantas veces en las que tenías que
actuar como un adulto, pero si tenía la oportunidad de no hacerlo…
bueno, iba a aprovecharla. “Eres tan vieja como te digas a ti misma”, solía
decir mamá Lupe. Y tenía mucha suerte de que Zac sintiera lo mismo.
Aunque sentía que su disfraz no era muy exagerado, pero eso lo hacía
aún mejor.
En sus botas más “country”, que su madre le había enviado por
correo durante la noche, con espuelas y todo; vaqueros ajustados que
abrazaban cada centímetro de esas piernas largas y musculosas; una
hebilla de cinturón grande y vieja que me había dicho que era de Paw-Paw,
que su madre también le había enviado; y una camisa amarilla a cuadros,
de manga larga y abotonada… podría haber pasado por un vaquero. Pero
era el chaleco con estampado de vaca, la bandana roja, la gran estrella
falsa enganchada al chaleco y su sombrero de vaquero inclinado lo que
realmente sellaba el trato.
Me había sentado en el exterior del probador riéndome a carcajadas
durante dos minutos cuando salió con lo que la tienda de disfraces le
había proporcionado.
Y fue mientras me había estado riendo que él le había preguntado al
empleado si tenía el disfraz que yo llevaba puesto.
Lo tenían, y me lo había traído como una ofrenda.
No lo había pensado dos veces. Había estado de acuerdo. Y aunque
era para alguien más alto y más grande que yo, un hombre pequeño, me
alegré de que no fuera totalmente ajustado. Era solo un ajustado normal.
La licra blanca tenía unas cuantas líneas verdes alrededor del estómago y 285
los antebrazos. Tenía un cinturón negro grueso, y sobre mi pecho había
una pieza de espuma con botones rojos, hombreras y más toques verdes.
La capucha del traje de licra era púrpura y ocultaba casi todo mi cabello.
Llevaba unas zapatillas de ballet plateadas a las que les había puesto tela
verde sobre los dedos de los pies con cinta de doble cara que tenía la
sensación de que se me caerían en los primeros treinta minutos. Lo único
que me faltaba era un láser y alas retráctiles.
Pero como sea. No era sexy, pero nos hizo reír a Zac y a mí, así que
estaba feliz con ello. Estaba tan estresada y confundida por otras cosas
que estaban pasando, que lo necesitaba.
Le había preguntado cómo me veía y se había cruzado de brazos,
negado y dicho: “Absolutamente hermosa, cariño”.
Una mentira, pero la aceptaría.
Volví a centrarme en Trevor.
—Hola, Trev.
A mi lado, Zac se atragantó. Ya había explicado lo mucho que odiaba
que lo llamaran Trev, pero como no era particularmente amable conmigo,
más bien sufría por mi presencia cuando estaba cerca, pensé que
estábamos bien.
—Trevor —corrigió.
Sí, sí.
—¿Se supone que eres John...?
—Wick. Sí. Entremos. Quiero salir de aquí en una hora. Vine
directamente del aeropuerto. Tengo cosas que hacer.
Una mano se posó en la hombrera de mi traje de Buzz, dándole un
apretón por un momento antes de que esos dedos se enroscaran alrededor
de mi nuca y se quedaran allí mientras seguíamos a Trevor. Había una fila,
por supuesto, pero se dirigió directamente hacia los gorilas, sosteniendo lo
que parecían pases holográficos laminados que los hombres comprobaron
con linternas y luego con algún tipo de luz azul antes de hacer señas a
nuestro pequeño grupo. No podía escuchar a Amari o CJ por la música
que salía por las puertas y paredes mientras pasábamos junto a ellas. No
era ni de lejos tan fuerte como un club solía ser, pero aun así era lo
suficientemente ruidoso para tener que mirar fijamente a las bocas el resto
de la noche para entender lo que alguien decía, si es que alguien me
hablaba en primer lugar.
Ya había mucha gente dentro.
Y como si pudiera leer mi mente, Zac se inclinó muy cerca, el ligero
soplo de su aliento haciéndome cosquillas en la oreja mientras
reconfirmaba:
286
—Quédate conmigo, ¿de acuerdo?
Ya había estado contemplando esto desde que me enteré de esta cosa.
—Está bien. No necesitas hacer de niñera ni nada. Sé que tal vez
tengas que hacer lo tuyo. Estaré bien por un tiempo. Si quiero irme, sé
cómo llegar a casa. —Le sonreí.
Sus cejas se fruncieron bajo el ala baja de su sombrero de vaquero.
—¿Llegar a casa? ¿Sola? —preguntó como si acabara de decir que iba
a competir en las olimpiadas de gimnasia.
Eché un vistazo a su hermoso rostro y asentí. Realmente era el
perfecto Woody. Pero, ¿qué? ¿Pensó que me iba a ir a casa con alguien?
Sabía que tenía que trabajar a la mañana siguiente; lo había mencionado
un mínimo de seis veces. No iba a quedarme aquí toda la noche. Él
tampoco lo había planeado por lo que había dicho.
Zac se acercó, bajando la cabeza para que pudiera ver bien sus labios.
—Qué tal esto: nos quedaremos una hora, y luego nos iremos de aquí
como Trev está planeando hacer. Podemos hacer lo que quieras después de
eso. ¿Trato hecho?
El “sí” estaba ahí, pero también el conocimiento de que él conocía a
gente aquí.
—Zac, sabes que mis sentimientos no serán heridos si prefieres pasar
el rato con...
Presionó su dedo índice contra mis labios.
Parpadeé hacia él y dije con su dedo aún sobre mi boca:
—Te lameré el dedo, y lo sabes.
Zac se rió, dándome un golpecito en la nariz.
—Prefiero pasar el rato contigo que aquí. ¿Me entiendes? ¿O tengo
que decirlo otra vez por… qué? ¿La quincuagésima vez?
No necesitaba mirar su rostro para saber que me estaba diciendo la
verdad. Así que asentí y pregunté:
—¿Lo que yo quiera?
Asintió muy seriamente.
—De acuerdo.
—¿En qué estás pensando?
—Comida para llevar de Taco Bell.
Zac parpadeó.
—¿Para llevar?
—¿Qué, ahora eres demasiado bueno para el autoservicio? 287
—He creado un monstruo.
—¡Travis! —gritó alguien de la nada.
Era un tipo grande y corpulento que vino caminando. Grande. Muy
grande. Cuando Zac nos giró hacia él, su brazo no se movió ni un
centímetro.
—¿Qué pasa, hombre? —cuestionó el hombre—. ¿Eres… Woody?
—Woody, y tengo a mi compañero, Buzz, aquí.
Se abrazaron y el otro hombre miró de mí a Zac y luego de nuevo a
mí.
Zac deslizó su brazo sobre mis hombros antes de apoyar su cabeza
contra la mía.
—Bianca, este es Milton. Milton, Bianca —dijo Zac.
Extendí mi mano hacia él y la tomó en la suya enorme, el brazo sobre
mí sin irse a ninguna parte.
—Encantada de conocerte.
—Encantado de conocerte. —El otro hombre apretó—. ¿Eres la
Bianca?
¿La Bianca?
—Sí —respondió Zac—. De la que te estaba contando.
¿Estaba hablando de mí?
—No me digas. —De repente parecía mucho más interesado—. ¿La
Baker?
—Lazy Baker —corrigió Zac por mí—. Tiene más de dos millones de
seguidores en WatchTube. Dilo bien.
Aquí estaba yo ocultando mi vida secreta a casi todo el mundo, y aquí
estaba él contándoselo a todo el mundo.
—Sí, sí, sí. —El tipo chasqueó los dedos—. Con las recetas. Zac me
mostró tu página.
¿Lo hizo?
Su sonrisa era tan dulce que tuve que parpadear. Me quedé allí
mientras hablaban de algo, pero estaba tan obsesionada con que les
contara a sus compañeros de equipo sobre mí que me quedé muy callada,
absorbiéndolo todo.
Maravillándome por ello.
Realmente era el mejor chico.
Y no por primera vez, mi corazón dio un pequeño giro ante este
hecho. 288
Pero en el momento en que el otro hombre se alejó, me escabullí de
debajo de su brazo y pregunté:
—¿Le contaste a la gente sobre mi canal?
Me dio una pequeña sonrisa divertida.
—Sí, ¿por qué? —Ladeó la cabeza—. ¿No querías que dijera nada?
Me había dicho a mí misma al menos dos veces al día durante el
último mes que no volvería a estar enamorada de Zac. Que no lo estaba. Ni
de broma. De ninguna manera. No estaba sucediendo.
A veces me las arreglaba para creérmelo; otras veces, sabía que
estaba llena de mierda.
Y él estaba haciendo muy difícil seleccionar la opción A. Muy difícil.
—No, quiero decir, puedes hacer lo que quieras. Pero no es
importante…
—¿Por qué siempre tratas de restarle importancia, eh, cariño? Es algo
importante, y estoy muy orgulloso de ti, aunque no tenga nada que ver con
ello. —Movió la cabeza a un lado—. Bueno, solías hacerme cosas, así que
fui tu primer conejillo de indias, ¿eh?
Yo… Bueno…
—Y nunca me menosprecias —argumentó.
—Porque no hay nada que menospreciar.
—Ahora solo estoy en la organización porque los White Oaks
perdieron a sus dos quarterbacks, chica.
Estaba a punto de ser apuñalado en el costado.
—¿Y? Eres increíble. Eres impresionante.
—¿Crees que soy increíble? —inquirió este tonto.
Mantuve mi rostro sereno; no estaba a punto de alentarlo.
—Sé que lo eres. Eres el único que parece olvidarlo.
Me miró de cerca con esos ojos. Justo cuando abrió la boca, alguien a
un lado se tropezó conmigo.
Pero justo cuando fui empujada por el peso del desconocido, la mano
de Zac se levantó, empujando a la persona de regreso hacia donde había
venido antes de que él, o ella, pudieran caer sobre mí. Lo miré y no pasé
por alto el ceño fruncido en el rostro de Zac cuando el hombre se dio la
vuelta para ver quién lo había empujado.
Por la expresión que puso, lo reconoció.
—Lo siento, lo siento —se disculpó el tipo rápidamente.
Zac no dijo una palabra mientras me agarraba de los hombros y me
acercaba a la pared a nuestro lado, poniendo su cuerpo entre la multitud y 289
yo.
—¿Estás bien? —preguntó cuándo el tipo se dio la vuelta y se alejó.
—Sí, estoy bien. Solo me pisoteó un poco. —Lo miré mientras me
arrodillaba para frotarme la parte superior del pie—. Gracias por
protegerme.
Un lado de su boca se inclinó hacia arriba.
—Enana, nunca dejaría que te pasara nada.
Ahí iba mi corazón otra vez, y traté de ocultarlo con una sonrisa.
—¿Así como sabes que nunca dejaría que te pasara nada?
Asintió una vez.
—Justo así.
Extendió su mano y me ayudó a ponerme de pie.
Y fue entonces cuando los vi.
Supe inmediatamente quiénes eran bajo sus trajes de Morticia y
Gomez Addams. El vestido negro ajustado y el lápiz de labios negro no
ocultaban quién era. El traje negro y lo que sabía que era un bigote negro
falso tampoco ocultaba su identidad.
Chillé, y Zac me miró con interés.
—¿Qué pasa?
Le agarré el antebrazo.
—¡Dios mío, Zac, son Jasmine e Ivan Lukov! —susurré-siseé.
Su cabeza giró en la dirección en la que estaba mirando, y ni siquiera
estaba segura de que estuviera mirando a la misma pareja que yo, porque
cuestionó:
—¿Quiénes?
¿Quiénes? ¿Estaba bromeando?
—¡Solo ganaron una maldita medalla de oro! Dios mío, me voy a
desmayar. ¡Solo son la mejor pareja de patinaje artístico de todos los
tiempos! —No estaba bromeando. Podría desmayarme. Había visto todas
las competiciones de patinaje artístico en las que habían participado, solo
para verlos patinar. Había visto un video de ellos en WatchTube una vez
que apareció hace dos años, y desde entonces me habían absorbido
completamente.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Zac, casi con una risa, mientras su
mano me envolvía la muñeca.
Levanté la vista para ver su mirada y tiré del antebrazo que aún
sostenía.
290
—¿Cómo es que no lo sabes? ¡Preséntame! ¡Por favor!
Me miró y se encogió de hombros, sus dedos dando un suave apretón
a los míos.
—Está bien, de acuerdo. No los conozco, chica, pero podemos
inventarnos algo. Vamos.

Acababa de salir del baño después de hacer el pis más largo de mi


vida, después de luchar durante cinco minutos para quitarme el relleno de
espuma de la mitad superior de mi traje de Buzz Lightyear y luego
quitarme el traje de licra hasta que quedó en mis rodillas, cuando vi a la
siguiente persona que me hizo detenerme en seco. En serio, no tenía ni
idea de por qué la gente usaba peleles. Me moriría. O me orinaría encima.
Ya había estado bastante cerca.
Había estado aguantando por lo menos una hora. Una hora en la que
había pasado veinte minutos hablando con la pareja de patinadores
ganadores de la medalla de oro de la que estaba aún más enamorada
después de conocerlos. Eran autocríticos y divertidos, y Jasmine había
sido incluso más guapa en persona que en la televisión. Y quería tener una
expresión arrogante tan buena como la suya. Ivan Lukov era también el
hombre más guapo que había visto nunca, su belleza solo era superada
por la de Zac, pero de una manera diferente. Zac me había sacado una foto
con ellos, lo que hizo mi año.
Pasé otros veinte minutos con nosotros en la pista de baile, y el resto
del tiempo conmigo al lado de Zac mientras hablaba con un par de
personas que conocía.
Y cuando llegó la hora de irnos de la fiesta de Halloween, su teléfono
empezó a vibrar con una alarma que ni siquiera sabía que había puesto,
decidí ir al baño antes de irnos.
Y fue por esa razón que me encontraba allí en ese mismo momento.
Para encontrarla en el lavabo, lavándose las manos, con un disfraz de
Caperucita Roja y una máscara de lobo en el mostrador.
En el maldito baño, de todos los lugares.
Habían pasado diez años, pero reconocí ese jodido rostro.
El rostro que había pertenecido a una princesa de Disney, una
princesa de Disney que yo había pensado que originalmente pertenecía a
un príncipe de Disney.
Como adulta ahora, tal vez todavía merecía un príncipe de Disney…
en una puta película diferente.
Era una Cenicienta perra… y yo era Mulan. Y Zac… Zac era… bueno,
291
Zac parecía el príncipe de la Bella Durmiente, pero por dentro era un Olaf.
Y Olaf era mi favorito.
No se merecía a esta imbécil. Nunca lo había hecho. Parte de mí
entendió que había estado pensando con su polla y no con su cabeza
cuando salieron durante unos meses, pero aun así me dejó alucinada que
dejara entrar en su vida a alguien tan estúpida. ¿No lo había visto? ¿No lo
había sabido? No estaba segura.
Lo que sí sabía era que ahora ella estaba aquí. Delante de mí. En el
puto baño.
Nunca la había buscado ni una sola vez en todos los años desde que
destrozó mi orgullo y autoestima en pedazos. Lo había pensado una o dos
veces, pero me había detenido a tiempo.
Pero eso no significaba que no me hubiera hecho una promesa a mí
misma, una promesa que hice el día que decidí que iba a ser más que una
niña pequeña con la que alguien se juntaba por lástima. El día que decidí
que primero iba a estar orgullosa de mí misma.
Si alguna vez vuelvo a ver a esa perra, voy a decirle. Voy a decirle
“gracias por esa vez que fuiste una imbécil conmigo y heriste mis
sentimientos durante años. Cómete una polla”.
La mayor parte del tiempo, pensaba que era madura, o al menos más
madura. Pero en ese segundo, con ella parada ante el lavabo, tan bonita
como siempre, parte de mí deseando que le hubiera crecido un montón de
vello facial a lo largo de los años, cualquier madurez que tuviera en mí,
desapareció. Solo así.
Levantó los ojos, su mirada encontrando la mía a través del reflejo.
Y tal vez, tal vez, si hubiera sonreído o hecho otra cosa que no fuera
mirarme de arriba abajo, tal vez lo hubiera dejado pasar. Pero las palabras
aún resonaban frescas en mi alma.
No hizo nada amistoso. Pareció medirme con su mirada aún cruel, me
encontró insuficiente, luego terminó de enjuagarse en el lavabo. Sin
importancia y olvidada.
Me quedé allí mientras ella sacudía sus manos, el agua volando por
todas partes, y se inclinaba hacia adelante para acercarse al espejo
montado en la pared.
Y supe lo que iba a hacer.
Lo que tenía que hacer. Por la yo más joven. Por cualquier otra
persona con la que pudiera haber sido mala y que tampoco se hubiera
defendido.
Especialmente cuando Zac estaba parado en algún lugar cercano a
esa puerta, listo para irse conmigo después de haber pasado horas en mi
compañía. Porque se preocupaba por mí y yo por él. 292
Porque estábamos destinados a ser amigos. A estar en la vida del otro.
En las últimas semanas, también se había convertido en mi mejor amigo.
Porque había sido tanto mi culpa como la de Zac que nos hubiéramos
distanciado a lo largo de los años, pero Boogie tenía razón: había que
trabajar en las amistades y las relaciones, y no había mucho que pudiera
pasar ya que básicamente me había rendido y me había retirado. Por culpa
de ella. Y tal vez si hubiera seguido intentándolo remotamente después de
haberme rendido inicialmente, él habría extendido ambas manos hacia mí.
De cualquier manera, ella había sido una imbécil y quería que supiera
que no había olvidado sus palabras y hechos.
Fue entonces cuando un pequeño pensamiento de Zac viéndola me
golpeó justo en el pecho. Viéndola y recordando que habían salido juntos
durante un tiempo. De las posibilidades de que él aún la encontrara
atractiva y reavivara algo.
Pero… oh, bueno. Si él quería empezar una relación con alguien como
ella de nuevo porque era hermosa, entonces… lo que sea. Sería su
decisión.
Pero esto, esto era sobre mí.
Bajando mis hombros, me había puesto mi disfraz de nuevo, me
enderecé exactamente donde estaba y dije su nombre.
—¿Jessica?
La mujer me miró al instante en el reflejo del espejo, sus cejas
frunciéndose con confusión. Hizo una pausa, como si estuviera
pensándolo, como si no estuviera segura si nos conocíamos y lo había
olvidado, pero respondió después de un segundo.
—¿Sí? —Se dio la vuelta, esa expresión confusa creciendo en sus
todavía bonitos rasgos.
Zac ya no tiene tiempo para ti, cariño. Tiene cosas que hacer y es
demasiado amable para decírtelo. Tal vez si reprimes lo necesitada que
actúas con él…
—Me llamo Bianca —dije, sin esperar que lo recordara y sin
sorprenderme cuando no reaccionó en absoluto—. Nos conocimos hace
mucho tiempo. Saliste con mi amigo Zac. —Y por si acaso había salido con
más de un Zac, añadí—: Zac Travis.
Nunca en mi vida había visto en persona a alguien que literalmente se
volviera blanco. Yo era pálida y me ponía aún más pálida durante el
invierno, pero no tenía nada que ver con ella entonces. Ni siquiera cerca.
Entonces algo más se deslizó en su rostro. Miedo. Pánico.
¿Recordó lo que había dicho?
Bueno, no iba a arriesgarme a que no supiera con lo que había 293
cargado palabra por palabra durante los últimos diez años.
—No sé si lo recuerdas, pero me dijiste...
Dio un paso atrás, chocando con el lavabo de una manera que parecía
como si no hubiera sentido que lo había hecho.
—Oh, mierda —susurró tan bajo que apenas la oí—. Lo siento.
¿Ya se estaba disculpando antes de que pudiera recordarle lo que
había hecho? Había estado esperando esta mierda durante años.
—¿Recuerdas lo que me dijiste? —pregunté mientras sus manos se
dirigían al borde del mostrador, como si tratara de sostenerse.
—Yo-yo-mierda. Mierda —tartamudeó la mujer—. Lo siento, lo olvidé.
Yo… lo olvidé. Solo tenía intención de hacerlo por un tiempo… por un par
de meses, pero lo o-olvidé hasta ahora… Mierda. Mierda, mierda, mierda
—repitió, mirándome con ojos amplios y temerosos que no tenían ningún
sentido.
¿De qué mierda estaba hablando?
—¿Solo querías hacer qué por un tiempo? —¿Me había confundido
con otra persona? ¿Había sido mala con otra persona en la vida de Zac?
¿Uno de sus primos, tal vez?
Pero no respondió, porque estaba demasiado ocupada canturreando
en voz baja:
—Oh, mierda, oh, mierda, oh, mierda. —Mientras levantaba las manos
a su rostro… y luego las dejaba caer de repente.
¿Muy reina del drama? Tenía esto planeado desde hace años. Me
había acostado en la cama y había preparado mi discurso hace mucho
tiempo, lista para esta oportunidad, ¿y ahora estaba intentando darle la
vuelta y hacer que fuera sobre ella? No-oh.
—Me dijiste cosas. ¿Recuerdas? Me dijiste que era…
La bella mujer negó, con el rostro aún más pálido, y dio un paso
adelante.
—Mira, lo siento. Siento mucho lo que hice. No debería haber venido...
Mi boca se abrió antes de que pudiera detenerla.
—Sí, deberías. Fuiste mala. Solo era una niña y tú…
Levantó una mano, como para intentar impedir que me acercara
demasiado a ella.
—Él te quería tanto, y yo estaba celosa, y lo siento mucho...
—No quiero tus disculpas. Me hiciste daño. Dejé ir a una de mis
personas favoritas del mundo durante diez años por lo que dijiste.
Si antes había pensado que se veía asustada, sus rasgos se volvieron
aterrorizados después de mi último comentario. 294
—Oh, Dios —murmuró antes de darse la vuelta, casi tropezando
cuando se dirigió directamente a la puerta, diciendo por encima de su
hombro—: Lo siento. Lo siento mucho.
Salió, dejando su máscara.
Y maldita sea, mis manos estaban sucias, quizás podría tocar su
rostro con mis manos sucias como venganza, pero fui tras ella,
deteniéndome para echar un poco de desinfectante de manos porque no
era un monstruo por completo… sino que estaba confundida por el hecho
de que pareciera estar tan mal y asustada. Porque algo me decía que esa
no era la reacción de alguien que se sentía mal por cómo se había
comportado a los veinte años. Era más profundo que eso. En algún lugar
de mi corazón, lo sabía.
Y por eso salí por la puerta tras ella.
Y por eso prácticamente me detuve al instante al otro lado.
Porque se había topado con Zac, y todo su cuerpo estaba temblando y
su boca estaba moviéndose diciendo una larga retahíla de palabras sin
descanso, sin un respiro, sin un parpadeo.
—Lamento haberlo olvidado, solo tenía intención de hacerlo por un
tiempo, pero entonces rompiste conmigo una semana más tarde y estaba
enojada y no me importó y pensé que te darías cuenta y entonces lo
arreglarías y lo siento, lo siento, lo siento.
Ni siquiera estaba segura si Zac la reconoció por la expresión de su
rostro de qué mierda mientras ella se disculpaba.
Pero el hombre al que no reconocí que se había movido para estar al
lado de Zac debió haber entendido lo suficiente porque puso una mano en
su hombro y dijo:
—Nena, ¿de qué estás hablando?
¿Nena? ¿Su novio? ¿Esposo?
En realidad… me resultaba un poco familiar.
Ella se quedó aturdida. Tragó saliva. Parecía como si quisiera salir
corriendo, pero físicamente no podía porque estaba temblando demasiado.
—Jessica, ¿qué hiciste? ¿Qué pensaste que arreglaría? —inquirió el
hombre alto y súper fornido a la mujer que me había pateado cuando era
adolescente con sus palabras.
La mirada azul de Zac se encontró con la mía en la confusión, y supe
que tenía que decírselo. Lo que ella había dicho, lo que había hecho, y lo
que yo había hecho.
Distanciarnos. Dejar de enviarle mensajes. Retirarme totalmente.
En cierto modo me había dado por vencida con él.
Justo cuando abrí la boca para decírselo, Jessica me miró, luego al 295
rostro confuso de Zac, y de nuevo a mí. Y exhaló dos palabras que no
tenían sentido.
—Estaba celosa.
Fue el hombre el que gentilmente preguntó, ya que su propia
expresión era tan confusa como la de Zac:
—¿Sobre qué?
No estaba segura de lo que decía de mí que no sintiera ninguna
simpatía por ella. Ninguna.
Fue entonces cuando Zac parpadeó y cuestionó:
—Espera un momento. Me resultas familiar. ¿Nosotros… —se detuvo
y miró al hombre que tenía que conocer, con un aspecto tímido de
repente—… salimos? ¿Hace mucho tiempo?
Iba a darle una bofetada. En el culo para no arruinar su rostro
fotogénico. No la recordaba.
No estaba segura si eso lo mejoraba o lo empeoraba.
Tal vez necesitaba más información. JESSICA ESTUDIANTE
MORENA DAL. Al menos había sido estudiante cuando salieron juntos.
Quería darle una patada en el culo.
La mujer, Jessica, hizo un ruido en su garganta mientras levantaba
los ojos lentamente para hacer contacto con Zac, una expresión de
sorpresa cruzando sus rasgos. Estaba noventa y nueve por ciento segura
de que había ira en sus ojos cuando lo miró.
Entonces, en ese mismo momento, podría haberme sentido un poco
mal por ella. Pero solo un poquito. Porque uf.
Solo por un segundo. Hasta que abrió la boca de nuevo, la ira
transformándose en incredulidad en un parpadeo.
—Durante tres meses, Zachary Travis —respondió fríamente.
Había dicho su apellido. Sí, definitivamente estaba enojada e
insultada.
El otro hombre parpadeó sorprendido, pero si era por su tono o por el
hecho de que no sabía que habían “salido”, no tenía ni idea. Estaba tan
enojada de no haber podido terminar lo que había querido hacer, maldita
sea.
—Aún más tonto que una piedra, ¿eh? —dijo con una voz malvada
que hizo que el otro hombre se quedara inmóvil. Zac, por otro lado,
entrecerró los ojos como si estuviera intentando recordar… y fallando.
Podía decirlo por la expresión de su rostro; un ojo más entrecerrado que el
otro.
296
Pero yo no había olvidado.
Y ella no iba a decirle esa mierda.
—No le hables así —espeté, molesta.
Puso los ojos en blanco, el miedo y el temblor desapareciendo
mágicamente.
—Tú. Todavía defendiéndolo. Todavía siguiéndolo como un cachorrito,
¿eh?
¿A dónde diablos se había ido la perra asustada? Me pregunté,
ofendida y enojada otra vez. Yo no era el cachorro de nadie. Era un pastor
alemán, tal vez un pastor belga malinois; no el más pequeño o el más
grande, pero fuerte, orgulloso y leal.
Que se joda. Imbécil.
—¿Y qué? —cuestioné porque fue lo primero que se me ocurrió. Casi
dije que al menos se acuerda de mí, pero no se me ocurrió lo
suficientemente rápido.
—Jessica —dijo el hombre, distrayéndonos—. ¿De qué estás
hablando? ¿Qué hiciste? —Hizo una pausa—. Y no mientas. Ni siquiera lo
pienses.
Y ahí estaba ella, de vuelta a estar asustada. O tal vez no era tanto
asustada como… atrapada. Resignada, y aterrorizada por ello, eso era.
Y no debí haber sido la única persona que lo captó porque incluso Zac
dijo:
—Ahora te recuerdo. —Y en un parpadeo, su cabeza se levantó, su
expresión se convirtió en una tan seria que daba miedo, y preguntó—: ¿De
qué estás hablando?
El hombre pronunció su nombre todo lento y tenso.
Ella tragó de nuevo, y un profundo sentimiento de temor llenó mi
estómago. Una advertencia. Una premonición.
Las lágrimas llenaron sus ojos. Lágrimas que no creí por lo rápido que
aparecieron y por lo fácil que batió sus pestañas.
—Lo siento, ¿de acuerdo? —susurró con una pequeña voz que me
hizo querer pegarle también. No en el culo.
Y como no confiaba en que estos tipos no sintieran pena por sus
bonitos ojitos azules poniéndose llorosos, intervine.
—¿Qué es lo que sientes? ¿Lo que me dijiste?
No. No eso.
—Lo que hice —respondió, todavía usando esa vocecita que quería
pisotear—. Los números de teléfono...
¿Los números de teléfono? 297
Creo que fue Zac quien de hecho dijo esas palabras en voz alta
inquisitivamente.
Jessica asintió tímidamente y hacia el suelo otra vez.
¿Qué números de teléfono?
Fue el hombre el que preguntó con expresión desconcertada:
—¿Qué números de teléfono? ¿Qué hiciste? Di la verdad.
El hecho de que él siguiera preguntando qué había hecho no se
asentaría en mi cerebro durante horas. ¿Qué clase de persona eras?, me
preguntaría más tarde, para que alguien asumiera que habías hecho algo.
Pero no me preocuparía por eso durante horas. Hasta más tarde. Hasta
que todo esto saliera a la luz.
Empezó a llorar, solo una lágrima, luego dos, y sorbió.
—Los números de teléfono.
¿De qué demonios estaba hablando?
—Yo… lo siento. Estaba c-c-celosa, Enzo. ¿Entiendes? Estaba celosa,
y… era mucho más joven, y lo siento, ¿de acuerdo? Siento haberlo hecho.
—Terminó, sorbiendo una y otra y otra vez.
Falso, falso, falso. ¿La gente realmente se creía esta actuación? Miré a
mi viejo amigo para comprobar su reacción y me quedé helada ante su
expresión.
—¿Qué hiciste? —inquirió Zac con la voz más tranquila y plana que
jamás había escuchado de él. Tenía los hombros caídos y el brillo en sus
ojos, que era tan constante como el sol, había desaparecido. Incluso todas
las líneas de su rostro eran suaves. Dos franjas de color rosa marcaban
sus mejillas y supe que no era un rubor. Era ira.
Zac estaba enojado.
Ella movió su mirada hacia él, con lágrimas en los ojos, y murmuró:
—Cambiar sus números…
¿Qué?
Zac me miró.
—Cariño, ¿sabes de qué está hablando?
No tenía ni idea y lo dije.
La mujer comenzó a llorar y pude ver un par de rostros girarse ante el
sonido. Las lágrimas sonaban tan malditamente falsas que no podía
creerlo. Mi sobrina había sido mejor fingiendo llorar cuando tenía un año.
Había visto a Connie llorar cientos de veces y podría haber ganado un
298
premio de la academia por su trabajo como actriz.
Jessica tenía experiencia, podía decirlo, pero no tenía el mismo
talento que mi hermana o mi sobrina para hacerlo. Además, no me
agradaba, así que no me divirtió.
Mi estómago se tensó.
—¿Qué números cambiaste? —inquirió el chico Enzo, con cuidado,
despacio también.
Sorbió de nuevo y apenas escuché su respuesta.
—Los suyos…
¿De qué diablos estaba hablando?
Uno de ellos debió haber preguntado porque respondió:
—Lo siento, ¿de acuerdo? Lo siento. Simplemente lo olvidé, y pensé
que con el tiempo lo notarían y no sería importante, y no lo sabía, ¿bien?
No era mi intención…
—Jessica. —El hombre llamado Enzo dio un paso atrás antes de
preguntar—: ¿Qué hiciste exactamente? No. Mientas.
Ella se llevó las manos al rostro mientras encorvaba los hombros, y
estaba bastante segura de que apenas la oímos.
Pero la oímos perfectamente. Al menos en su mayoría.
—Cambié sus números de teléfono en cada uno de sus teléfonos —
dijo llorando. Falso, falso, jodidamente falso—. Yo… yo… dejaron tus
teléfonos y los tomé, ¿de acuerdo? Los tomé y cambié sus números por los
de mi abuela, y lo siento. Lo siento.
Aspiré un aliento que solo yo oí, principalmente porque estaba
bastante segura de que Zac había hecho el mismo sonido. Y el hombre
Enzo se quedó quieto.
Ella…
Ella…
—Tú… —comenzó a decir Zac con una voz tan dura a irritada que
pensé que lo había aprendido de Trevor. Era malvada. Implacable.
Inflexible—. ¿Estás diciendo que tomaste mi teléfono y cambiaste el
número de teléfono de Bianca?
No.
Siguió adelante, completamente frío y absolutamente diferente al
hombre que conocía y amaba.
—¿Es eso lo que estás intentando decir?
—Te has quejado de que tu abuela tiene un celular que se niega a
usar… —Enzo se calló, sonando aturdido.
299
Ella lloró aún más fuerte.
Y me hizo sentir tan jodidamente fría.
Enferma.
Enojada.
Porque estaba bastante segura de entender lo que había hecho.
Había estado celosa.
Había tomado nuestros celulares de dondequiera que estuvieran cerca
de ella durante una de las pocas veces que la vi.
¿Había cambiado los números de nuestros contactos al teléfono de su
abuela?
¿Era eso lo que estaba diciendo? ¿Un teléfono que quizás nunca había
sido contestado o revisado? Mis padres le habían dado a mamá Lupe un
teléfono prepago que había vivido en su guantera. Solo había usado el
teléfono de su casa.
¿Y entonces Zac rompió con ella poco después de eso y nunca lo
arregló? ¿Nunca dijo nada?
—¿Por qué hiciste eso? —cuestioné antes de poder detenerme, con los
brazos hormigueando y casi entumecidos.
Había cambiado nuestros números.
Había cambiado nuestros números.
Esta Jessica Imbécil hipó.
—¡Lo siento!
No pensé que alguna vez hubiera querido golpear tanto a alguien en
mi puta vida. Y esperaba no hacerlo nunca. Mis manos estaban heladas y
mi estómago se encogió.
Podía escuchar a Zac diciéndole algo. También podía oír hablar al otro
chico. Los tres parecían estar hablando al mismo tiempo, pero mi corazón
latía tan rápido que me zumbaban los oídos, y todo lo que quería en ese
momento era una cosa.
Darle una paliza, pero como no podía hacer eso —no haría eso, no
valía la pena ir a la cárcel por ella—, solo quedaba una opción,
considerando que quería matarla.
Salir de allí y alejarme de este maldito monstruo.
Ni siquiera procesé realmente sacar mi teléfono y solicitar un auto.
Sabía que Trevor me dijo algo mientras caminaba junto a él al salir,
mirando mi teléfono y el punto parpadeante que decía que mi conductor
estaba cerca. Tal vez incluso CJ dijo algo cuando pasé junto a él, y tal vez
le respondí algo, pero no estaba segura.
300
Todo lo que sabía era que quería jodidamente… no estaba segura de
qué quería jodidamente hacer. Gritar. Llorar. Patearle el culo a alguien.
Lo que más quería era patear mi culo.
Pero lo que sí sabía era que al menos quería salir de allí.
Quería ir a casa.
Y eso fue lo que hice cuando me subí al auto que ya estaba
estacionado y esperando cuando me moví entre la multitud. Tal vez era el
mismo auto que alguien había tomado hasta allí. No era como si
importara.
Podrían haber pasado cinco minutos, tal vez menos, lo suficiente para
que el conductor y yo nos presentáramos, cuando mi teléfono vibró. La
pantalla mostraba ZAC EL SNACK PACK. Por un milisegundo, pensé en
no responder.
Pero esa no era yo, y este no era el momento adecuado. Él no había
hecho nada.
Quizás había tenido razón.
Quizás realmente había intentado llamarme. O enviarme un mensaje.
Quizás tampoco había recibido algunos de mis mensajes o llamadas.
No podía pensar en una sola persona que odiara tanto como odiaba a
Jessica en ese momento. Ni el ex que me había engañado. Ni la chica con
la que me había engañado que había sabido que él tenía novia. Ni nadie.
Ni siquiera Gunner. Ni siquiera las personas más malas que jamás
hubieran dejado comentarios en mis videos.
¿Quién hacía ese tipo de mierda? ¿Quién se metía en el teléfono de
alguien y hacía eso? ¿Porque estaba celosa? Había tenido diecisiete años y
básicamente había sido un miembro de la familia. No era como si hubiera
estado enamorado de mí o me hubiera tratado de manera diferente a una
amada y molesta hermana pequeña. Había estado en la edad en la que
apenas estaba construyendo mi sentido de autoestima, y ella me lo había
robado casi todo con sus terribles comentarios. Me había hecho cuestionar
una de las relaciones más importantes de mi vida después de perder a
mamá Lupe, cuando literalmente había estado en mi peor momento.
Y ahora, al parecer, eso no había sido lo único que había robado.
Había robado algo mucho más valioso: tiempo.
Entonces contesté. Porque no iba a perder lo que acababa de
recuperar, especialmente no por Jessica de nuevo.
—Hola —respondí, frotándome el hueso de la frente con el dedo
índice—. Estoy…
Me interrumpió.
—¿Dónde estás? —Su voz sonaba apagada, tensa y áspera. 301
—Lo siento, Zac. Me fui. Tenía que salir de allí.
Dijo algo en voz baja que no pude entender.
Dios, me sentía como una idiota. Debería haberle advertido al menos
que me iba en lugar de solo… irme.
—Lo siento. Me enojé mucho. No estaba pensando con claridad.
Estaba molesta, estoy molesta…
Hubo una pausa, luego un suspiro por el auricular.
—¿Vas a casa?
—Sí —susurré.
—Bien. Nos vemos allí.
Oh, diablos, no.
—No. No, está bien. Quédate allí. Estoy bien. Solo estoy… triste y
enojada y quiero pensar en cosas. —Quizás él también quería volver a casa
y pensar en cosas—. Te llamaré mañana. Pasaré por tu casa. ¿Trato?
Hubo un instante de silencio. Luego podría incluso haberlo oído
tragar saliva.
—Bibi —comenzó a decir antes de que lo interrumpiera.
—Lo prometo.
Me las arreglé para oírlo respirar por la línea.
—No puedo creer lo que pasó. Creo que estoy un poco conmocionada,
pero prometo que pasaré por tu casa mañana. Estoy bien. Estaré en casa
en unos veinte minutos.
Hizo otro sonido antes de:
—¿Envía un mensaje o llama cuando llegues?
Ella me había robado esto.
Le había permitido robarme esto.
No lo podía creer.
—Sí.
—De acuerdo.
—¿Estás bien? —pregunté.
—No realmente, cariño.
Te entiendo, quise decir pero no lo hice.
—Cuéntame todos los chismes mañana, ¿de acuerdo? Y lamento que
gastaras todo ese dinero en este disfraz y apenas pudiera lucirlo. Lo siento
por irme. Lo siento… —Por ser una idiota.
Tarareó justo cuando la voz familiar de Trevor dijo algo de fondo que 302
no pude entender: mi señal para colgar el teléfono.
—Te dejaré ir. Te enviaré un mensaje cuando llegue a casa. Cuídate,
¿de acuerdo?
Su “sí” fue demasiado simple, pero lo dejé pasar.
—Adiós.
—Ten tu llave lista cuando salgas del auto, ¿de acuerdo?
Eso trajo una sonrisa a mi rostro.
Este era el hombre que me había querido durante la mitad de mi vida.
—Sí, lo haré. Cuídate también. Te quiero.
Su “También te quiero, chica” fue instantáneo.
Y me quedé con sus palabras durante el silencioso viaje a casa y por
las escaleras y al entrar en mi apartamento. Mis manos se sentían como
cubitos de hielo y mi corazón parecía haber crecido hasta el tamaño de
una roca dentro de mí. Algo profundo dentro de mi cavidad nasal también
ardía.
No podía jodidamente creerlo.
Inhalé por la nariz mientras mis ojos picaban y mi pecho dolía.
Empecé a quitarme el disfraz, primero las hombreras.
Había llorado auténticas lágrimas por cómo me había hecho sentir
una idiota insignificante.
La parte de la capucha del traje fue la siguiente.
Había perdido diez años de amistad con alguien a quien amaba
debido a las palabras y hechos de una persona.
Una o dos cálidas lágrimas se deslizaron por mis ojos, pero contuve el
resto.
No iba a llorar por esto. No iba a hacerlo. Me negaba a hacerlo.
Recogí las piezas del disfraz que Zac iba a necesitar devolver, o que
probablemente me ofrecería a devolver ya que él había pagado el alquiler, y
lo doblé cuidadosamente en el suelo junto a la puerta, secándome el rostro
una vez con el dorso de mi mano. En mi habitación, me di una ducha
mientras mis ojos intentaban llorar un poco más, y apenas me las había
arreglado para ponerme una camiseta sin mangas cortada y ponerme unos
leggings viejos cuando sonó el timbre de la puerta.
Entonces un puño golpeó la puerta.
—Bibi, soy yo.
Me congelé.
Fue entonces cuando mi teléfono comenzó a sonar desde donde lo
303
había dejado en la encimera de la cocina.
—¿Bianca?
¡Mierda!
—Puedo oír tu teléfono. Estoy preocupado por ti.
Quería decirle que estaba bien y que se fuera a casa, pero ya sabía
cómo iba a terminar. Se preguntaría por qué no abría la puerta, esperaría
lo peor y amenazaría con entrar.
—No estoy vestida para tener compañía —grité débilmente.
—Como si me importara.
Me preocupaba que dijera eso.
Ninguno de los dos dijo nada hasta que volvió a llamar, más débil esa
vez.
—¿Por favor? —suplicó Zac en voz baja.
Suspiré mientras me dirigía hacia la puerta, desbloqueándola y
entreabriéndola para encontrarlo en su disfraz de Woody, parado allí,
apoyando un hombro contra la pared con una expresión en su rostro que
solo gritaba… agotamiento. Y por una vez, no sonrió exactamente mientras
me paraba allí en mi pijama viejo, mostrando mis inexistentes
abdominales. No iba a asumir que no se dio cuenta de que mis ojos
probablemente estaban rojos por hacer todo lo posible por no llorar desde
que había llegado a casa.
—Hola.
—Estaba preocupado por ti —dijo con firmeza, esa mirada suave
moviéndose lentamente sobre mi rostro.
—También estaba preocupada por ti —repliqué, metiéndome en la
puerta entreabierta lo suficiente para que no se abriera más y le mostrara
el interior de mi apartamento—. Siento haberte dejado allí. Yo solo... lo
siento. No debería haberte dejado. Sé que no me habrías dejado. Eso fue
una mierda por mi parte.
Ladeó su hermosa cabeza, pero sin sonreír. Estaba raro. Podía ver la
regularidad de su respiración por la forma en que su camisa y su chaleco
subían y bajaban, la pequeña estrella clavada en su pecho haciendo lo
mismo.
—Lo siento, Zac. —Sentí las lágrimas brotar de mis ojos de nuevo
cuando mi garganta comenzó a cerrarse. Intenté contener la respiración
para no llorar. Y fallé.
Cuando mi mirada se volvió borrosa, extendí la mano y usé parte de
mi camiseta para secarla. Los hombros de Zac cayeron y apenas lo oí
decir:
304
—Oh, chica.
Inhalé por la nariz y levanté los hombros, secándome los ojos incluso
más.
—Debería habértelo dicho —susurré, bajando la mirada a mis pies
descalzos en el umbral antes de dar un paso adelante.
Pero las puntas de sus botas aparecieron en mi vista, alineándose a lo
largo de mis dedos un momento antes de que esos brazos cálidos y fuertes
me rodearan, atrayéndome suavemente hacia su pecho, en un abrazo que
hizo que mi mejilla se posara contra su camisa amarilla.
—No tienes nada por lo que llorar.
—Pero lo hago.
—No, no es así. —Su cálida mano se curvó sobre mi cadera desnuda.
Negué, su insignia de estrella se clavó en mi mejilla.
—Sí lo hago. Nunca te lo dije.
La mano que tenía en mi hombro se deslizó por mi columna, sus
dedos cálidos cuando aterrizaron en la parte baja de mi espalda desnuda.
—Dime lo que quieras, en el interior, ¿sí? Necesitamos hablar.
Oh, puto, puto infierno.
Me tensé.
Y tal vez si no me hubiera puesto tensa en sus brazos, no se habría
dado cuenta. Pero estaba en ellos, toda agradable, segura y cálida, y lo
percibió. Su barbilla bajó cerca de mi oreja, su vello facial rasposo.
—¿Qué fue eso?
—Nada —mentí, intentando pensar en alguna excusa posible por la
que no pudiéramos entrar y fallando.
Fue entonces cuando oí que la puerta se abría y me hizo retroceder
un paso antes de que pudiera detenernos. Fue suficiente para que viera mi
sala de estar vacía.
—¿Qué son todas esas cajas? —inquirió lentamente.
Mierda.
—Algunas de mis cosas.
Era su turno de tensarse, como si pudiera sentir que algo iba mal y
había una razón por la que tenía cajas en mi sala de estar.
—¿Tus cosas? ¿Vas a donarlas? —preguntó, las yemas de sus dedos
rozando mi espalda lo suficiente para hacer que me tensara aún más.
—¿No?
—¿No o no?
—¿No? 305
—¿Bianca? —Presionó su palma contra mi piel, calentándola al
instante.
Tuve que luchar contra un escalofrío ante su toque.
—¿Sí?
Su barbilla se hundió, rozando mi sien.
—¿Por qué no querías que entrara?
Me volví de modo que mi frente fue a la mitad de su pecho, y la única
razón por la que no intenté alejarme fue porque no quería mirar a su
rostro. Y, al parecer, tampoco quería hablar con él porque me encogí de
hombros, como una mierda débil.
¿Qué iba a hacer? ¿Decirme que no podía empacar mis cosas? ¿O que
no me podía mudar?
Su barbilla volvió a mi sien.
—¿Por qué? —cuestionó con tanta dulzura que casi quise decírselo.
—Porque sí.
—¿Pero por qué? —Esos dedos astutos volvieron a hacer cosquillas—.
¿Te mudas? —Su pecho se elevó—. ¿Te mudas con alguien?
—No lo sé todavía —respondí honestamente, todavía hablando hacia
su camisa—. Tuve tiempo libre la otra noche y pensé que podría empezar a
empacar algunas cosas.
Todo su cuerpo se tensó; incluso sentí los músculos de su estómago
endurecerse contra los míos.
—¿Con quién te mudas?
¿Sonaba enojado o me lo estaba imaginando?
—No lo sé. Mi contrato de arrendamiento está a punto de finalizar en
un par de semanas. Mi compañera de trabajo dijo que podía vivir con ella
hasta que decida lo que quiero hacer, pero he estado pensando que podría
ir a casa de Connie o quedarme con los padres de Boogie o…
Se quedó muy quieto.
Levanté una mano y rasqué uno de los botones de perlas de su
camisa con la uña, todavía con la mirada baja.
Había planeado contárselo, hablar con él al respecto. Simplemente no
había llegado tan lejos todavía. Seguía dando vueltas entre quedarme en
Houston, ir a Austin o posiblemente incluso ir a Killeen para estar con mi
hermana. También había estado buscando un bonito apartamento que
pudiera alquilar mes a mes mientras tanto hasta que tomara una decisión.
Gunner había terminado por no programar mis vacaciones, y aunque 306
me enojó más allá de las palabras, en cierto modo, terminó siendo lo
mejor. Terminé reprogramando a la fotógrafa para que viniera y todavía
tenía mucho trabajo por hacer antes de esa fecha. Y, por supuesto, todo
esto estaba sucediendo justo cuando mi contrato de arrendamiento estaba
llegando a su fin. Tenía el ojo puesto en un par de casas que podría
alquilar en Austin y Houston donde podríamos hacer la sesión de fotos
para mi libro, ya que no iba a tener mi lugar por mucho más tiempo.
Simplemente no había querido molestar a Zac con los detalles,
especialmente desde que había sido esencialmente ascendido y tenía el
peso de un equipo sobre sus hombros.
No quería estresarlo después de lo que me había admitido ese día en
Taco Bell.
Tenía suficiente mierda de qué preocuparse sin agregarme a mí y mis
problemas a su plato.
Las manos de Zac fueron a mis hombros, alejándome para que esos
ojos azul claro estuvieran allí, flotando a centímetros de los míos mientras
fruncía el ceño con preocupación.
—Dime la verdad ahora mismo, enana. Por el alma de mamá Lupe,
¿qué diablos está pasando?
Ah, mierda.
—¿Tenías que hacer eso?
Asintió, sin siquiera verse un poco arrepentido por haber recurrido a
eso. Se veía… bueno, ya no se veía tan cansado. Parecía… preocupado.
—Nada malo. Mi contrato de arrendamiento está por terminar en un
mes, y no me dejan renovarlo de mes a mes, y no quiero firmar otro
acuerdo. No sé si debería quedarme aquí o si debería irme cerca de Boog y
Con. Me estoy preparando para lo que decida. Y sé que mencioné que mi
sesión con esa fotógrafa para mi libro de cocina fue cambiada, y eso es en
unas pocas semanas, así que tengo que resolverlo todo…
Los tendones en su cuello sobresalieron.
—¿No te vas a mudar con nadie entonces?
—No un extraño al azar, si eso es lo que estás preguntando… —Me
detuve, asimilando su extraña expresión.
Su boca se torció y tardó tanto en decir algo que no tenía ni idea de lo
que estaba a punto de salir de su boca. Su mano fue a palmear su cabeza
mientras parpadeaba lentamente, sus palabras lentas.
—¿Por qué no dijiste nada?
Me removí sobre mis pies, retorciéndome.
—Iba a hacerlo… No me mires así. Ya tienes suficiente; no te voy a
307
cargar con mi mierda. Tienes que concentrarte. No necesito distraerte.
Tienes que preocuparte por tu propia carrera y tus finanzas.
Tenía la boca entreabierta y me miraba y me miraba… y…
—¿Crees que tengo poco dinero?
—Espero que estés bien. Dijiste que eras…
La palma sobre su frente se convirtió en dos grandes dedos
presionando la delicada piel en las esquinas de sus ojos.
—Cariño. —Exhaló el aliento más profundo y podría haber seguido
eso con una pequeña oración a Jesús antes de continuar—: Soy dueño de
veinte casas de alquiler, siete Six Guys Burgers, cinco Pedro's Pizzas e
invertí pronto en una aplicación de zapatos que es un éxito. Mi amigo no
hace nada más que jugar con las acciones durante el día. —Su mirada me
inmovilizó—. Estoy bien de dinero y puedo concentrarme en mi carrera y
preocuparme por ti al mismo tiempo.
—¿Tú qué?
Parpadeó.
Parpadeé.
—¿Por qué no lo sabía?
—Porque nunca preguntaste.
¿Por qué lo haría?
—¿Lo sabe Boogie?
—Sabe un poco. —Antes de que pudiera reflexionar sobre eso, basado
en la expresión que hizo, algo se le ocurrió y se tambaleó—. ¿No se supone
que se acerca tu viaje a Disney? No has dicho una palabra al respecto en
un tiempo.
Solo el recordatorio de mi sacrificio me hizo estremecer. Y ese
recordatorio casi me hizo llorar. Me encogí de hombros.
—Lo pospuse. Recuperé la mayor parte de mi dinero. Tengo que
juntar todo para mi libro. No puedo tomarme una semana libre y estar
lista para ello. Sabía lo que estaba haciendo al dejarla adelantar la fecha,
pero… todavía estoy un poco decepcionada. —Más bien muy
decepcionada, pero no podía llorar mucho al respecto. Fue mi elección.
—Aww, Bianca. —Exhaló, echando la cabeza hacia atrás al mismo
tiempo que su mano se posaba sobre su corazón. Juraría que esos suaves
ojos azules brillaron y su voz sonó dolorida cuando dijo—: Me estás
matando, chica.
—No quiero matarte, y no tienes que preocuparte por mí…
—Lástima.
A veces me preguntaba cómo era posible que no me enamorara de la
misma persona no una sino dos veces. Así era cómo, él siendo tan genial. 308
Me hizo sonreír a pesar de que era mayormente agridulce.
—Eres un buen amigo, Snack Pack, pero en serio, no tienes que
preocuparte por mí. Tengo suerte de tener lugares a donde ir, gente con la
que puedo quedarme mientras tanto. Simplemente no te lo había dicho
porque tienes suficientes cosas en las que pensar, y no es que vayamos a
perder el contacto otra vez si me mudo a otro lugar.
Y eso me recordó a la puta Jessica.
Si eso también se la recordó a Zac, no se mostró en su rostro en ese
momento. En todo caso, tenía ese brillo en los ojos que me hacía
preocuparme.
—Sí, tienes razón, tienes lugares a donde ir. Y ninguno de ellos está
tan lejos —afirmó—. Vas a venir conmigo.
—¿Que qué?
Ya estaba asintiendo para sí, porque seguro que no era para mí. Tenía
expresión pensativa.
—No te preocupes. Lo arreglaré. Todo lo que tienes que hacer es estar
lista para irte.
¿Dijo que me iba con él?
—Zac. No.
Se centró en mí de nuevo.
—Bianca. Sí.
—No. No soy tu responsabilidad. Si acaso, Connie es mi hermana
mayor y tiene que preocuparse por mí…
—¿No oíste lo que dije? Preocuparme por ti es como… encantarme el
jodido sol en mi rostro, chica. Como respirar. Nunca va a no suceder. —Me
miró con esos hombros apretados y rostro tenso, alzándose en esa altura
impresionante que me obligaba a estirar el cuello para mirar su hermoso
rostro—. Déjame arreglarlo. Quédate conmigo todo el tiempo que necesites.
Tanto como quieras. Supongo que mientras esté aquí y los White Oaks no
se deshagan de mí.
Dijo eso, matándome un poco.
—Oh, Zac, sería estúpido si te dejaran ir. E l equipo y tú lo están
haciendo de maravilla.
Síp, todavía me estaba mirando.
Maldije.
—Eres un pequeño bastardo astuto y manipulador, ¿lo sabías?
—Sí. Estoy bastante seguro de que mamá me ha llamado lo mismo
una o dos veces.
309
¿Cómo diablos hoy se había ido a la mierda tan rápido?
—No necesito que sientas que tienes que cuidarme.
Sus hombros cayeron un poco.
—Dime que no harías lo mismo por mí.
Maldición. Me tenía allí y lo sabía.
Sus dedos se envolvieron alrededor de mi muñeca, cálidos y sólidos.
—E incluso si no lo hicieras, haría cualquier cosa por ti. —Su voz era
seria—. Tal vez la jodí y tuve mi cabeza en mi culo por un minuto, pero
siempre me voy a preocupar por ti. Por el resto de mi vida. Nunca estaré
demasiado ocupado para estar ahí para ti. ¿Entendido?
Sus palabras me cortaron por el centro. Desgarrándome. Dejando
todo lo importante y todo lo no importante abierto y vulnerable.
Así que todo lo que pude hacer fue juntar mis labios, mirar eso rostro
con su estructura ósea inmaculada y directamente a esos ojos azules
suaves… y asentir.
Y todo lo que hizo Zac en el siguiente segundo fue levantar su mano
libre y enterrar esos largos y valiosos dedos en mi cabello, acunando la
parte posterior de mi cabeza… y concentrarse en mí.
Sonreí, y él… sonrió un poco.
Algo así.
Estaba principalmente en sus ojos de alguna manera. Algo se movió
en ellos con lo que no sabía qué hacer ni cómo empezar a reconocer.
Algo… grande.
Antes de que pudiera pensarlo demasiado, las yemas de sus dedos
rasparon mi cuero cabelludo ligeramente, y exhaló, su aliento tocando mi
boca.
Oh, hombre.
—¿Cariño?
—¿Sí?
Sus uñas rascaron un poco más.
—Ahora que solucionamos eso, ¿quieres decirme qué pasó?
Estaba aturdida. Sus labios estaban ahí… y eso no significaba nada
para él, pero significaba demasiado para mí.
—¿Con qué?
Esos dedos suyos siguieron rascando, lo que ahora me di cuenta de
que también podía sentir en la parte posterior de mis rodillas.
—Con Jessica.
310
Como si hubiera pensado que realmente me saldría con la mía sin
hablar más de esto. Maldición.
Con los hombros cayendo, hice uso de toda mi fuerza interior y dije,
ignorando el movimiento de sus dedos que debilitaban mis rodillas tanto
como fuera posible:
—¿Quieres saber qué pasó en el baño o antes?
Lo pensó por un segundo.
—Antes. —Su exhalación tocó mi boca de nuevo y tuve que
recordarme todo sobre mis expectativas—. Comprendí suficiente fuera del
baño. Vi a Trevor hablando contigo y pensé que se quedaría contigo, pero
cuando fui a buscarte, dijo que te habías ido. Debería haber ido contigo,
cariño, pero necesitaba entender de qué demonios había estado hablando.
No tenía ni idea…
Cerró la boca y los músculos de sus mejillas se tensaron.
Respiré profundamente y se me humedecieron los ojos al recordar lo
que había hecho.
Todavía no lo podía creer. No sabía si alguna vez lo haría.
—Me lo contó —continuó Zac después de un segundo, en algo muy,
muy parecido a un graznido que me hizo mirar directamente a esos ojos
azul claro—. Enzo es un buen tipo. Solía ser quarterback aquí, pero se
retiró hace dos temporadas. Me estaba contando todo sobre su nueva
esposa y que estaban en la ciudad visitando a su familia antes de que
ustedes salieran, y que ella no había querido ir a la fiesta, pero él le había
rogado… La obligó a explicarlo. No podía creer que hubiera hecho eso, pero
cuanto más lo pensaba, más sentido tenía. Dijiste que nunca te escribí ni
te respondí, y te dije que no había forma de que hubiera dejado que eso
sucediera. Sé que intenté ponerme en contacto contigo también, chica. No
hay forma de que no lo hubiera hecho. Y sé que eso no es excusa para los
últimos diez años, pero realmente comencé a creer que simplemente ya no
querías que fuera parte de tu vida.
Algo terrible y amargo me pellizcó la lengua al recordar la alegría en
su rostro cuando se había dado cuenta de que era yo ese primer día, de lo
feliz que parecía estar.
¿Y había pensado que no lo quería cerca?
—Zac, ¿por qué fuiste tan amable conmigo ese primer día si pensabas
que me había sentido así?
Cerró la boca y me miró.
—Porque estaba feliz de verte. Te extrañé. No estaba mintiendo.
Nunca te olvidé. Pregunté por ti cada vez menos, pero todavía lo hacía…
cuando no estaba ocupado con mi cabeza en mi culo.
Las lágrimas picaron en mis ojos de nuevo ante la infinita bondad en
311
él. Cuando lo había visto, me había sentido muy herida y todo lo que había
querido era mantener la distancia para no darle la oportunidad de volver a
herirme. Y él… lo había intentado y siguió intentándolo, incluso pensando
que no lo había querido cerca.
Por supuesto que todavía estaba enamorada de él. Por supuesto que
me había vuelto a enamorar de él. No tuve elección.
Sus dedos se deslizaron de mi cabello y me miró con incluso más
firmeza.
—Ella cambió tu número en mi maldito teléfono. Cambió mi número
en el tuyo porque estaba jodidamente celosa. Jodidamente celosa.
Entonces dio un paso atrás mientras negaba, dejándome tambaleante
de nuevo mientras caminaba hacia la pared de la sala de estar y luego
giraba sobre sus talones, deteniéndose de inmediato. Sus manos frotaron
sus muslos cubiertos de mezclilla, e hizo un ruido terrible en su garganta
que me hizo querer ir hacia él.
—Hay más en la historia, ¿no? —inquirió en voz baja, obligándome a
volver al presente.
—Sí.
Aquí estaba.
—Lo siento, ¿de acuerdo? Quiero que sepas ahora que lo siento por…
ser tonta y joven y por permitir que sucediera, ¿de acuerdo?
Lo amé más que nunca cuando asintió sin dudarlo.
—Cuando tenía diecisiete años —comencé—, estabas en tu segunda
temporada en Dallas… Boogie y yo fuimos a visitarte. Fuimos a ver un
juego. Salimos a comer con dos de tus compañeros de equipo y habías
traído a Jessica. Ya la había conocido antes. Me senté a tu lado, supongo.
No sé, tal vez había estado hablando contigo demasiado en lugar de dejarte
hablar con todos los demás… y Jessica se me acercó en el baño y me
dijo… ella dijo… cosas. Sobre mí siendo un inconveniente. Sobre que no
tenías tiempo para mí. Y dijo algunas otras cosas. Tuve que ir a sentarme
en el auto de Boogie después. Ustedes pensaron que estaba molesta por
mamá Lupe.
Te digo esto para que te sientas mejor. Eres joven, pero no va a
ninguna parte. No le gustas de esa manera, ¿de acuerdo? Eres un bebé.
Afortunadamente, no le dije más que eso. No tenía que hacerlo, y en
realidad no quería.
Sobre todo porque, con cada palabra que salía de mi boca, ese rostro
normalmente sereno y despreocupado se fundió en uno tan serio, tan…
tan… atronador… había tormentas detrás de sus ojos y un trueno
burbujeando debajo de sus pómulos… y me obligué a continuar.
—La creí, Zac. Quizás no en ese momento, pero luego dejaste de
contestar mis mensajes como dos semanas después. Fuiste a mi 312
graduación y todo estuvo bien; luego volviste a casa y ella estaba contigo, y
entonces pareció real. Fue entonces cuando dejé de recibir tus mensajes, y
me rompió el corazón… y solo… lo intenté después de eso, ya sabes,
enviarte mensajes. Traté de decirme que no era para tanto y que te daría
tiempo para no molestarte, pero aun así nunca supe de ti, y me rompió el
corazón aún más. Entonces me sentí avergonzada y comencé a decirle a
Boogie que estaba ocupada cuando me invitaba a ir a verte… me mudé… y
lo siguiente que supe fue que habían pasado años. Pero nunca dejé de
seguir tu carrera ni nada; siempre me mantuve al día con todo. Todavía
era… tal vez no tu fan número uno, pero al menos estaba entre los cinco
primeros. Lo siento, Snack Pack. Siento haberla creído, y lamento no
haber dicho nada, pero estaba avergonzada…
Él estaba ahí.
Su “chica” fue un suspiro en mi cabello en el momento en que sus
brazos rodearon mis hombros, su mejilla posándose contra mi cabeza.
Zac me abrazó con fuerza, tan jodidamente fuerte que no podía
respirar profundamente, pero no me importaba. No me importaba, no me
importaba, no me importaba. Y mi propia mejilla estaba contra su pecho
mientras el arrepentimiento, el dolor y la decepción en mí y en Jessica, e
incluso un poco en Zac, llenaban mis pulmones.
Decepción por todas las cosas que podría haber tenido durante años
pero no tuve. Pero, ¿qué más podía hacer o decir? Nada. Porque ocurrió en
el pasado, y todo lo que podía hacer ahora era estar aquí y presente como
podría y debería haber estado hace tantos años.
—Lo siento —dije de nuevo—. Mis sentimientos estaban heridos, y no
quería molestarte más, aunque sabía que te preocupabas por mí, pero era
más fácil no intentarlo que el que me lo echaran en cara.
Sus brazos se apretaron aún más, acercándome tanto que no podía
escapar de su presencia o de la ligera mezcla de colonia y ese olor natural
de Zac que llenaba mis fosas nasales al estar tan cerca de él.
—No tienes nada que sentir, ¿me oyes? Nada, enana. Yo lo siento. —
Estaba bastante segura de que su nariz se presionó contra mi cabeza,
porque su voz se volvió aún más baja, como si su boca estuviera
amortiguada por mi cabello—. Lamento haber pasado tiempo con alguien
capaz de eso en primer lugar. Lamento no haberme esforzado más ni haber
molestado más a Boog. Lamento haber estado tan ocupado que supongo
que pensé que no me querías cerca y dejé pasar los años. No he sido un
buen amigo, y lo siento mucho por eso también. Pero nada de eso fue
culpa tuya, ¿entendido? Es mía.
Sus brazos se aflojaron cuando su cabeza se echó hacia atrás, y
apuntó esos ojos azules hacia mí. La angustia se mostró en las líneas de 313
su frente y boca.
—Desearía que me hubieras dicho que ella dijo algo, pero tampoco
debo haber sido un buen amigo si no te sentiste lo suficientemente
cómoda para decírmelo.
Sus palabras me golpearon justo en el pecho.
—No. No. Siempre fuiste tan buen amigo, incluso cuando tenías
mucho que hacer. Apenas llevabas en la NFO dos temporadas, y estabas
ocupado y cada vez más y… —Había estado enamorada de ti y no había
sabido qué hacer conmigo misma. Esa era la verdad. Pero no lo diría. No
era que estuviera avergonzada. Si juntaba las piezas, lo resolvería por su
cuenta. Simplemente no tenía sentido que lo mencionara.
Una de esas grandes manos de quarterback sujetó mi nuca bajo mi
cabello y su mirada se volvió aún más intensa.
—Nunca lo creeré —replicó—. Y nada me hará sentir mejor. No
necesitas poner excusas por lo que hice y por lo que no hice. Esto fue
culpa de Jessica con seguridad, y espero que finalmente reciba lo que
merece, creo que lo hará, si la expresión de Enzo significaba algo, pero al
final del día, esto es mi culpa.
—Zac…
—Lo siento, chica. Lo siento mucho por todo esto.
—No, es mi culpa también. Estaba tan triste después de la muerte de
mamá Lupe y… —tragué saliva y mis hombros temblaron bajo sus
antebrazos—… lamento no haber creído más en ti. Solo estoy… Estaba
acostumbrada a que la gente estuviera ocupada y se olvidara de mí. Y
supongo que me convencí de que solo habías sido amable conmigo por lo
de la serpiente que ni siquiera recuerdo.
La boca de Zac se quedó plana y vi que su nuez de Adán se movía.
—No me gustabas tanto porque me salvaras la vida, chica. Estar
contigo siempre me ha hecho feliz. Incluso cuando eras un bebé, siempre
me hacías reír. —Su cabeza se inclinó hacia adelante y apenas lo escuché,
pero lo hice—. Todavía lo haces. Por eso yo… por eso siempre te estoy
molestando. Haces que todo sea divertido. Que todo esté bien. Siempre has
sido mi chica favorita, cariño. Sin lugar a dudas.
No estaba segura si sonrió primero o si lo hice yo, pero lo que sí sabía
era que lo amaba con todo mi corazón, a pesar de que fuera más lista que
eso.
Al menos él también me amaba. A su manera.

314
DIECISIETE
Yo: Voy a llegar tarde a casa. Cena sin mí. Perdón, pero te
prepararé pastel de almendra para compensártelo. Besos.
Envié el mensaje con mi mano derecha, me recosté contra el asiento
en el que estaba y suspiré.
No podía jodidamente creerlo.
Una parte de mí quería mirar al hombre en el asiento junto al mío,
pero no pude convencerme para hacerlo. Sabía que esta era mi realidad.
De lo contrario, no estaría sentada donde estaba, con él a mi lado.
Teniendo uno de los peores días de mi vida.
El único lado positivo de todo esto era que él estaba fingiendo que no
me encontraba a su lado también.
Afortunadamente, todavía estaba haciéndolo cuando mi teléfono sonó
tal vez un minuto y medio después de enviar mi mensaje.
AMO A ZAC LLAMANDO apareció en la pantalla —no estaba segura 315
de cuándo diablos se había metido en mi teléfono y había cambiado su
información de contacto, pero me había hecho sonreír cuando lo había
visto por primera vez—, y respondí.
—Hola —dije.
—Hola. ¿Te quedas hasta tarde en el trabajo? ¿Quieres que te lleve
algo de comer antes de que te dé hambre? —cuestionó mi amigo en un
suspiro rápido, casi en un susurro que me hizo preguntarme qué
demonios estaba haciendo exactamente. Me había dicho que tenía una
reunión en la sede de los White Oaks con el cuerpo técnico. Solo habíamos
hecho planes para la cena porque… bueno, creo que ambos estábamos
conmocionados después de lo que había sucedido con Jessica y el cambio
de números, y probablemente ambos nos sentíamos mal por eso. Tal vez.
Al menos yo lo hacía. Últimamente había tenido mucho en qué pensar y
eso estaba en la parte superior de mi lista.
Me froté la frente con la mano derecha y miré al hombre a mi lado
para asegurarme de que todavía estaba ocupado con su teléfono.
—No, no trabajo hasta tarde. —Desafortunadamente.
Pero Zac habló antes de que tuviera la oportunidad de explicar.
—¿Vas a salir esta noche o… tienes, eh, una cita o algo, por eso me
dejas plantado?
Resoplé en el teléfono y miré a mi derecha una vez más para
asegurarme de que no estuviera prestando atención.
—Pssh. Nunca te abandonaría por un chico. Estoy en la clínica de
emergencias…
—¿Dónde? —preguntó.
—Clínica de emergencias…
Hubo un sonido de fondo una fracción de segundo antes de que su
voz se volviera baja pero brusca.
—¿Estás en el hospital?
—Estoy bien —repliqué rápidamente, mirando mi teléfono para
asegurarme de que la persona que me gruñía a través de la línea era
realmente Zac. Sí—. Me caí en el trabajo y me corté el codo…
Hubo algunos ruidos de fondo, y estaba bastante segura de que oí a
alguien decir su nombre antes de que básicamente exigiera con un largo
suspiro:
—¿Estás bien? ¿Cuándo sucedió?
—¿Hace aproximadamente una hora? Acabamos de llegar. Estoy en la
sala de espera. No me voy a desangrar ni nada, pero duele.
Hubo más sonidos de fondo, algunos susurros antes de que Zac 316
preguntara:
—¿Cuál?
—Solo necesito algunos puntos quizás.
Soltó un suspiro que llenó la línea y su voz fue más tranquila durante
su siguiente pregunta.
—Bianca. ¿Dónde estás? —Juraría que podía oírlo moverse. Caminar.
Algo.
—De verdad que no tienes que…
No me dejó terminar.
—Sí lo hago. ¿En qué clínica de emergencias estás? —Antes de que
pudiera decir otra palabra, agregó—: Voy a ir. Será mejor que ni siquiera
empieces con tus tonterías de nuevo.
Suspiré, sosteniendo mi codo palpitante un poco más fuerte contra mi
estómago. Recité el nombre de la clínica de emergencias a la que Gunner
me había llevado, y fue entonces cuando mi jefe finalmente se volvió para
mirarme en lugar de a su teléfono por primera vez desde que llegamos
aquí. Había tenido el descaro de poner los ojos en blanco cuando me caí de
culo delante de él y Deepa había gritado que alguien llamara a una
ambulancia.
No hubo ambulancia. Me había llevado él mismo. Después de
haberles recordado a todos que él había sufrido cosas peores cuando era
luchador. Imbécil.
—Llegaré en poco tiempo —anunció Zac—. Avísame si te llevan a la
parte de atrás para saber dónde estás, ¿de acuerdo?
Iba a venir. Dios, realmente era el mejor.
—Está bien, lo haré, pero si no puedes venir, te prometo que estaré
bien. Simplemente no quería que esperaras para comer conmigo.
—Estaré allí tan pronto como pueda —replicó mi amigo antes de
terminar la llamada sin despedirse.
Suspiré y dejé mi teléfono en mi muslo, mirando la pantalla negra.
—¿Novio? —inquirió Gunner de la nada.
Me deslicé un poco más recta en la silla apenas acolchada de la sala
de espera de la clínica a la que me había traído.
—No, mi amigo. Está en camino, por si quieres irte. Debería llegar
aquí pronto.
Y de hecho, preferiría que se fuera. Le había preguntado si Deepa
podía llevarme en lugar de él, pero me había dicho que alguien tenía que
quedarse y trabajar en el bar de jugos ya que íbamos a tener que dejar la
317
recepción vacía, así que no, Deepa no podía llevarme. Este hombre
necesitaba a Jesús. Y tal vez un exorcismo.
Y al parecer, iba a ignorar mi solicitud otra vez.
—Esperaré —dijo Gunner, sonando como si prefiriera estar en
cualquier otro lugar.
Estaba haciendo esto para fastidiarme.
—Sin embargo, todo está bien. Sé que fue un accidente. Puedo darte
la factura cuando la reciba. Estoy segura de que no me la darán esta
noche —dije al hombre al que de hecho responsabilizaba de toda esta
mierda.
Todo porque no había escuchado.
Y sabía muy bien que era culpa suya también.
—No, esperaré —repitió Gunner, sonando molesto. Como si yo
quisiera estar aquí. Como si hubiera querido cortarme el codo.
Como si hubiera querido que pasara algo de la mierda que había
pasado hoy.
Solo quería volver a meterme en la cama y empezar el día de nuevo.
Había comenzado con una llamada telefónica de Deepa mientras me
vestía para ir al trabajo. Su madre estaba enferma, tenía cáncer de mama
en etapa tres e iba a volver a casa para ayudarla. Se había disculpado una
y otra vez por decidir irse, y por mudarse de la casa que estaba
compartiendo con dos compañeras, una casa en la que me había ofrecido
dejarme vivir mientras yo decidía lo que iba a hacer. Se había ofrecido a
dejarme ocupar de la habitación que alquilaba, pero no quería vivir con
gente que apenas conocía. Mi asistente, mi amiga, se iba, y no tenía ni
idea de qué diablos iba a hacer o quién me iba a ayudar de ahora en
adelante. La iba a extrañar mucho, pero al final del día, lo que realmente
importaba era que Deepa estuviera ahí para su madre y que la otra mujer
luchara por su salud.
Así que estaba eso.
Y luego estaba la segunda cosa. El correo electrónico que lo inició
todo. Otra cosa estúpida, estúpida que había hecho.
Solo me había mantenido en control porque estaba en el trabajo
cuando los correos electrónicos de mis espectadores habían empezado a
llegar. Había leído sus mensajes y revisado mi canal de WatchTube por mi
cuenta para confirmar lo que habían estado intentando decirme durante
mis breves descansos entre llegadas de miembros y las vueltas del terror
de Gunner por el edificio.
Mis espectadores no habían estado mintiendo. El perfil de mi canal
había sido cambiado a una persona falsa.
Y tal vez había estado bastante distraída por eso cuando me había 318
caído de culo e ido a la clínica de emergencias, esperando ver a un doctor
que me cosiera o pegara de nuevo o lo que fuera que tuvieran que hacer.
Estaba bastante segura de que finalmente había dejado de sangrar, pero
mi codo palpitaba como loco al mismo ritmo que mi pulso.
Cerrando los ojos con fuerza, intenté decirme que —todo hoy— no era
el fin del mundo. Que en realidad no había perdido nada. Que podría
recuperarlo todo. La mayor parte. No a Deepa. Necesitaba hacer algunas
llamadas telefónicas, llenar uno o dos formularios, y luego todo volvería a
la normalidad, lo que había sido mi plan en el instante en que me di
cuenta de lo que había sucedido.
Acababa de formular un plan para empezar a fingir náuseas para
intentar salir temprano del trabajo cuando sucedió esta mierda.
¿Cómo demonios dejé que esto sucediera?, me pregunté mientras me
movía en la incómoda silla y hacía contacto visual con una mujer al otro
lado de la sala que estaba apoyando la cabeza contra la pared y luciendo
genuinamente como una mierda.
Pero… lo sabía. Sabía cómo había sucedido. Solo había rezado para
que no fuera así. Pero había tenido que irme al trabajo, y la llamada de
Deepa me había distraído y me dije que lo que había hecho era suficiente.
Y ahora…
Cerré los ojos con fuerza para no llorar. No estaba indefensa. Todo
saldría bien. Tenía todo lo que WatchTube podría necesitar o desear para
confirmar mi identidad.
Pero este pequeño hilo de miedo todavía pulsaba a través de mi
cuerpo ante el “y si”.
¿Y si no me devolvían mi canal?
Respirando profundamente por la nariz, le dije a Gunner:
—Realmente no tienes que quedarte. Estaré bien.
—Esperaré —repitió. Desafortunadamente.
El antiguo dueño del gimnasio en el que trabajaba, el señor DeMaio,
una vez me dijo que no había nadie más terco que un atleta profesional.
“No importa si están jubilados o en medio de su mejor momento, Bianca, son
unos imbéciles tercos. Solo mira a mi nieta”. Y recordé entonces cómo había
dicho eso justo cuando ella había estado pasando porque lo había
señalado en su camino a la oficina del gerente y respondido con,
“Mieeerda. Mírate en el espejo, abuelo”. Y los tres nos habíamos reído, y
hombre, los extrañaba.
Uno de ellos habría venido conmigo si esto hubiera sucedido mientras
aún eran dueños de Maio House.
La diferencia era que no me habría quejado si uno de ellos hubiera 319
estado presente, tomando el lugar de Gunner. No me hubiera importado en
absoluto. No eran imbéciles.
Supongo que esa terquedad explicaba por qué venía Zac, a pesar de
que le había dicho que no lo hiciera.
Suspiré e intenté buscar en mi corazón y ser más paciente. Ser una
mejor persona y no estar irritada por Gunner solo porque me irritara que
fuera el que estuviera aquí.
Tenía mierda más grande de la que preocuparme.
Claro, era molesto. Y quisquilloso. Y un imbécil. Y no lo
suficientemente carismático o simpático para salirse con la suya con las
cosas pasivo-agresivas que escapaban de su boca.
—Voy por algo de beber —dijo de repente mi jefe actual, poniéndose
de pie. Hizo una pausa por un segundo, y estaba bastante segura de que
no era mi imaginación que le doliera preguntar—: ¿Quieres algo?
—No, gracias. —¿Ves? Lo estaba intentando. Porque al fin sabía que
no estaría en Maio House por mucho más tiempo. Ese era el único lado
positivo de hoy, a pesar de que era una alegría de doble filo. Perder a mi
amiga pero ganar mi libertad.
Gunner se encogió de hombros y se dirigió hacia una esquina
mientras me sentaba allí, acunando el codo contra mi costado y
respirando por la nariz.
Si solo hubiera caminado por el otro lado hacia los baños…
Saqué mi teléfono de nuevo y comencé a enviarle un mensaje a mi
hermana antes de decidir que debería esperar hasta que estuviera todo
cosido. No quería que se volviera loca, porque lo haría, o que explotara mi
teléfono, porque también haría eso. Le enviaría una foto cuando terminara
y me fuera de aquí. Eso sería perfecto.
Recostándome en la silla, cerré los ojos e intenté pensar en qué podría
trabajar en mi próximo video. Tendría que ser algo fácil debido a los
puntos, eso seguro. Al menos era mi brazo izquierdo.
Hmm. Había pasado un tiempo desde que hice algo frío. Todavía hacía
bastante calor, al menos en Houston, como para ser un éxito.
¿Más yogur helado?
Algo tocando mi rodilla hizo que retirara la pierna y abriera los ojos
con un estremecimiento.
Pero en el segundo en que me concentré, encontré un familiar par de
ojos azul claro a centímetros de mí.
De verdad había venido. 320
El rostro de Zac era cuidadoso mientras su mirada se deslizaba desde
mi cabeza hasta el codo que sostenía en mi regazo, envuelto en una toalla.
La mano con la que me había tocado se flexionó sobre mi rodilla y ladeó la
cabeza antes de preguntar suavemente:
—¿Estás bien, cariño?
—Sí —respondí—. Solo duele.
Frunció el ceño, y una de esas grandes manos aterrizó en la parte
interior de mi antebrazo, su calloso pulgar formando un pequeño círculo
allí. Llevaba pantalón deportivo y una camiseta, una gorra bajada que le
cubría el cabello y la mayor parte del rostro. Y nunca había lucido mejor
para mí que cuando me miró el brazo con el ceño fruncido.
—Lo apuesto. ¿Qué pasó?
—Alguien había roto un vaso antes y no lo barrieron todo. Tropecé y
caí sobre él como una idiota. Solo me caí de culo. Le pedimos al gerente
una aspiradora para recoger todos los trozos, pero nunca la trajo —
expliqué mientras me miraba—. ¿Por qué me miras así?
—¿Por qué no me llamaste? —respondió levantando la cabeza. Tenía
las cejas fruncidas y las comisuras de su boca tensas.
—Porque es solo un pequeño corte y tienes cosas más importantes
que hacer.
Eso lo hizo parpadear.
—¿Sí? ¿Por ejemplo?
Apreté mis labios.
—No lo sé. Hacer lo tuyo con tu cuerpo técnico. Cosas de fútbol. No
quiero que te metas en problemas por mi culpa.
—Bianca. —Todavía me miraba con atención—. ¿Por qué siempre
dices cosas así?
Sonreí parcialmente cuando el pulgar en mi antebrazo hizo un
pequeño círculo que se sintió muy bien en la piel sensible allí.
Y sentí ese pulgar, y toda su palma, deslizarse hacia la parte superior
de mi brazo y apretarlo suavemente, con la mirada aún intensa.
—¿No te dije ya que nunca estaré demasiado ocupado para ti?
¿Tenemos claro eso ahora? ¿De una vez por todas?
Tragué saliva y solo arqueó las cejas. Podría haberme desmayado si
no estuviera ya sentada. Y será mejor que no tomes sus palabras así porque
no las dice de esa manera, me recordé. En vano.
—Dices cosas así y hieres sentimientos, cariño, pero hablaremos de
eso más tarde, cuando no estés sangrando. Pensaré en perdonarte una vez
que sepa que vas a vivir.
321
—Aww, Zac…
—No empieces con “aww, Zac”. Tus sentimientos también estarían
heridos si me lastimara y no te lo dijera porque pensé que estarías
demasiado ocupada.
Odiaba cuando tenía razón. Pero era diferente. Gemí y negó solo un
poco mientras se ponía en cuclillas frente a mí.
—No. No te atrevas a decir una tontería. Puedo verlo en tus ojos,
quieres decir algo inútil. Conociéndote, algo como “oh, pero no soy tú”,
¿verdad?
Bien, eso podría haber sido casi palabra por palabra lo que hubiera
dicho.
El pulgar en mi brazo hizo otro pequeño círculo, y todo lo que pude
hacer fue asentir.
No le divirtió el hecho de que lo hubiera adivinado correctamente.
—No soy más importante que tú. Eres más importante que yo…
Resoplé, y eso me ganó una elevación de una de esas cejas rubias
oscuras.
—Ahora, cariño, dime qué puedo hacer. ¿Quieres que vaya a hablar
con ellos y ver si puedo conseguir que te llamen más rápido? ¿Darte un
analgésico? —Frotó mis brazos arriba y abajo un poco más, fuerte y
cálido—. Estoy seguro de que duele muchísimo, ¿eh? —cuestionó
gentilmente con una pequeña sonrisa compasiva que me comí con una
cuchara imaginaria.
Asentí.
—Te lo mostraría, pero probablemente no quieras verlo. —De hecho,
estaba segura de que no querría verlo. Esa era parte de la razón por la que
no quería decirle dónde estaba.
—¿Bianca?
Miré a Zac y deseé, de repente, que llevara unas gafas de sol o algo
más que ocultara sus rasgos en lugar de solo su cabello. Giré la cabeza al
mismo tiempo que la mano que Zac tenía sobre mí se sacudía un poco y
me encontré con los ojos de Gunner cuando se paró a un lado. Había un
ceño fruncido en su rostro.
—Mi amigo está aquí. Creo que se quedará conmigo, así que puedes
irte.
Podía sentir la mirada de Zac en mi rostro, dura y caliente.
Me volví hacia él.
—Te quedarás conmigo, ¿verdad?
Ladeó la cabeza.
322
—Toda la noche si es necesario, cariño.
Le sonreí antes de volver a mirar a Gunner.
—Se queda —confirmé.
El ceño fruncido en el rostro de mi jefe se hizo un poco más profundo.
—Te dije que me quedaría. Necesito ver tu factura.
Zac apretó la parte superior de mi brazo antes de levantarse. Giró ese
cuerpo largo hacia el último hombre con el que hubiera querido que
interactuara y dijo:
—Pagaré su factura. No necesitas preocuparte por eso.
¿Era este el momento adecuado para decirle que no tenía seguro y
que no me importaría ordeñar a Gunner por ello?
—Es mi responsabilidad. Soy su jefe.
—Sé quién eres —replicó Zac con un tono engañosamente lento que
hizo hormiguear la base de mi cuello. Deseé poder verle el rostro, pero
estaba demasiado alejado. Lo que pude ver fue la forma en que sus
hombros bajaron y su barbilla se inclinó hacia arriba—. Has hecho
suficiente, amigo. Yo me encargo a partir de ahora.
—¿Bianca Brannen?
Me puse de pie y le envié a mi jefe una expresión en blanco.
—Gracias por traerme, pero de verdad que estaré bien. —Resolvería lo
de la factura más tarde.
Zac todavía no me miraba cuando dijo en voz baja:
—Yo me encargo.
Gunner me miró, su rostro severo sin emociones.
—Entonces tómate tres semanas libres, baja por enfermedad pagada.
Vuelve luego. —Después de otra mirada a Zac, se volvió y se alejó.
—¿Bianca Brannen? —llamó otra vez la enfermera y, esa vez, Zac
levantó la mano en un gesto de saludo.
Pinché su costado.
—¿Quieres esperar aquí? —Me pregunté si sabía que recordaba su
no-fobia. No quería presionarlo.
Esa mirada se deslizó hacia mí y sus fosas nasales se ensancharon.
Su nuez de Adán se balanceó con fuerza una vez antes de sorprenderme y
negar.
—Te acompaño.
¿Él qué?
Quiero decir…
323
—Puedes esperar aquí.
Su respuesta fue pasar la punta de su dedo contra la comisura de mi
boca.
Y respondí a eso conteniendo la respiración.
Estaba tocando mi lunar.
—¿Estás seguro?
Su nuez de Adán se balanceó.
Correcto.
—Puedes simplemente… mirarme todo el tiempo si quieres entrar. No
al doctor ni a nada en la habitación —sugerí en un susurro.
Estaba mirando en la dirección de mi boca cuando las comisuras de
la suya se levantaron y bajó la barbilla en señal de acuerdo.
Estaba hablando en serio. Quería entrar conmigo.
No lo podía creer. Tenía que amarme. Lo supe entonces.
Pero no dije una palabra más porque no sabía qué decir. O pensar.
Una enfermera de aspecto cansado empezó a decir:
—Necesita… oh. —Parpadeó y abrió mucho los ojos—. Oh. Uh, no
importa. Síganme.
Por encima del hombro, le sonreí a Zac, haciendo una pequeña mueca
cuando me golpeé el codo por accidente.
La enfermera tomó mis signos vitales, siendo en realidad muy
educada todo el tiempo mientras Zac se paraba junto a la silla en la que
me hallaba sentada, con una mano en la parte superior de mi cabeza.
Podía sentirlo acariciando mis rizos, tirando de uno y luego de otro. Podría
haberme hecho dormirme si lo hubiera hecho por más tiempo, y permanecí
callada, simplemente disfrutando su toque.
Sin embargo, en el segundo en que salió, me volví hacia Zac, lista
para distraerlo.
—Entonces, ¿estás listo para mañana?
—Mueve tus manos.
Las moví a un lado y lo vi darse la vuelta y posarse en mi regazo, sin
dejar caer todo su peso sobre mí, sino la mayor parte. Bajé los brazos, lo
pensé por un momento y los puse a su alrededor, poniendo una mano en
su muslo y sosteniendo mi codo con la otra.
—Mira, encajas.
Su sonrisa no fue del todo brillante, pero fue mayormente cálida
cuando puso sus manos sobre la mía libre.
—Ha pasado mucho tiempo desde que me senté en el regazo de 324
alguien.
—Suerte la mía. —Sus muslos eran como una piedra—. Tienes suerte
de que no tenga piernas huesudas; de lo contrario, sería bastante
incómodo.
Flexionó los largos músculos de sus cuádriceps mientras pasaba un
brazo por mis hombros.
—¿Tienes mucha experiencia sentándote en el regazo de la gente? —
cuestionó en voz baja.
—Solo de algunas personas.
—¿Quiénes?
Le sonreí, jodiendo.
—Gente —respondí—. Entonces, ¿estás listo para mañana? —Hasta
ahora, los White Oaks habían jugado tres partidos en casa y yo había
podido ir a todos. Boogie había venido y lo habíamos disfrutado. Incluso
me había aguantado cuando Lauren nos había acompañado una vez y
había hecho todo lo posible por ser agradable con ella y preguntarle sobre
la boda. Habían decidido celebrar una pequeña y no iban a tener padrinos
ni damas de honor ni nada. Me parecía bien.
Zac todavía estaba frunciendo el ceño y parecía que realmente quería
decir algo más que no estuviera relacionado con el fútbol, pero finalmente
dijo:
—Sí. Tan listo como puedo estar. Vas a venir, ¿no?
Presioné mi mejilla contra sus bíceps y sonreí.
—Viniste rápidamente cuando probablemente estabas en una
reunión, y estás sentado en mi regazo cuando ambos sabemos que
probablemente voy a necesitar puntos de sutura. Sí, voy a ir, Snack Pack.
—Y luego recordé lo que pasó con mi canal y el dolor en mí se volvió
feroz—. Necesito contarte lo que pasó antes.
Sus dedos rozaron ligeramente el dorso de mi mano.
—¿Qué pasó?
Y fue en ese momento que la doctora llamó y asomó la cabeza por la
puerta.

Una hora y cinco puntos después, Zac salía de la sala de emergencias


a mi lado, sosteniendo una pequeña bolsa de papel con gasa que la
doctora me había dado. Por la falta de sorpresa en el rostro de la doctora
cuando entró, o la enfermera ya le había advertido quién había en la 325
habitación o no tenía ni idea de quién era Zac. Ni había parpadeado.
Especialmente no cuando había visto a Zac sentado encima de mí.
La doctora fue muy educada cuando echó un vistazo a mi codo y
afirmó que necesitaría puntos de sutura como había pensado. Y cuando
Zac se sentó en un taburete que la doctora acercó, deslizó sus dedos entre
los míos, luciendo sudoroso e incómodo, especialmente cuando ella me
inyectó algo adormecedor. Siguió sosteniendo mi mano también mientras
ella me cosía, susurrando un resumen de su última conversación con Paw-
Paw mientras apretaba su mano, imaginando que sentía esa maldita aguja
pinchando mi piel, y en su lugar obligándome a apretar mis labios para
evitar reírme.
—¿Cómo de malo es? —cuestioné mientras esperábamos para que
nos dieran el alta. Estaba mirando fijamente nuestras manos,
asegurándose de no mirar hacia otro lado.
—¿Quieres la verdad?
—Sí.
—Te quedará cicatriz de por vida, cariño.
No había habido una factura inicial y tampoco iba a mencionarla.
Podría pagar por ello, a pesar de que sentía que Gunner debería hacerlo.
Pero con las tres semanas que declaró darme libres, imaginé que se
equilibraba. Era su culpa por no abrir el armario y traernos la maldita
aspiradora como habíamos pedido. Y Deepa se iba a ir en cualquier
momento y su pobre madre estaba enferma, así que…
Me las arreglé para llegar hasta el final hasta que estábamos a punto
de entrar en su auto antes de echarme a llorar.
Por fin.
Estaba bastante segura de que se congeló en su lugar junto a mí, a
punto de abrir la puerta del pasajero, cuando se detuvo.
—¿Qué pasa? ¿Te duele mucho el brazo? —preguntó con la voz más
suave y tierna del mundo antes de palmear mi mejilla. Las lágrimas
salpicaron la piel de sus manos millonarias.
Pero logré decirle, con grandes tragos entre cada palabra:
—Zac, perdí el control de mi canal de Lazy Baker. Alguien me pirateó
esta mañana.
Antes de que otras palabras salieran de su boca, estaba allí, justo en
frente de mí, con su otra mano en mi cintura.
—Dilo de nuevo, cariño. No estoy seguro de haberte oído
correctamente.
Así que intenté decírselo de nuevo. Desde el principio.
—Alguien pirateó mi cuenta esta mañana. Mi cuenta de Lazy Baker 326
en WatchTube. Recibí un correo electrónico de una empresa pidiendo
publicidad en mi canal esta mañana. Parecía legítimo. Cuando hice clic en
el enlace del producto que querían impulsar, un instalador se metió en mi
ordenador. Sabía lo que estaba pasando y reinicié mi ordenador y cambié
todas mis contraseñas, pero creo que fue demasiado tarde. El hacker evitó
mi autenticación de dos factores, entró en mi cuenta y extrajo la
información de WatchTube de mi correo electrónico. Sucedió mientras
estaba en el trabajo y… y…
Zac se acercó un paso y sentí su barbilla rozar mi sien.
—Respira hondo. Muy bien. ¿Alguien pirateó tu cuenta entonces,
cariño?
—Es todo mi trabajo duro —susurré.
Algo cálido y húmedo se presionó contra mi sien. Sus labios. Debían
ser sus labios.
—Lo sé. Está bien, respira hondo de nuevo. ¿Qué podemos hacer?
¿Cómo lo recuperamos?
—Necesito llamar…
—Oye, shh. Puedes llorar, pero no hagas eso de sollozar. No me gusta
que hipes. Bien, tenemos que llamar. ¿Puedes llamar de camino? ¿Y si
llamo también? ¿Eso ayudará?
Me encogí de hombros debajo de su rostro y sentí la presión de su
boca contra mi sien otra vez.
—Probablemente. Sí. Estoy segura de que lo hará, pero tú…
—Si me dices que no tengo que hacerlo, te retorceré el cuello, chica.
Por supuesto que haré todo lo que pueda. Le diré a Trev que llame también
si ayuda. Te preguntaría si podrías recurrir a alguna otra forma de volver a
ingresar a tu cuenta y cambiar la contraseña para echarlos, pero sabes
mejor que yo lo que se puede hacer. Oye, no, no. No más llanto. —Se echó
hacia atrás y vi que su mano se dirigía hacia su estómago antes de que se
subiera la camiseta y usara la parte inferior para secarme las mejillas y
debajo de los ojos con ella. Incluso me la pasó por debajo de la nariz y eso
me hizo llorar más—. Bibi, cariño, esto ha pasado antes, ¿verdad? ¿Otras
personas también han sido pirateadas? Lo recuperaremos, lo prometo. No
vas a perder todo tu trabajo duro. No vas a perder nada.
Sollocé bajo su mirada mientras dejaba caer su camiseta, pero
levantó su mano para enmarcar mi mejilla.
—Pero, ¿y si borran todos mis videos? ¿O eliminan mi canal?
—¿Es por eso que los piratean? ¿Para borrarlos?
—Bueno, no. Los venden…
Comenzó a asentir con ese rostro perfecto. 327
—Está bien, entonces lo venderán. ¿Por cuánto? Te lo volveré a
comprar.
Alargué la mano y agarré la suya, dándole un apretón.
—Te amo mucho, y no sé por qué eres tan amable conmigo después
de lo que hice.
—No hiciste ni una maldita cosa, ¿me entiendes? Ya no vamos a
hablar de eso y de lo que pasó con esa chica. Ella no es nada. Eres mi
amiga y haría cualquier cosa por ti. Todo lo que tienes que hacer es
decírmelo.
Todo lo que tenía que hacer era decírselo.
No lo entendía. Lo amaba, pero no así. No cuando estaba haciendo
todas estas cosas bonitas por mí, como ir a un hospital, a pesar de que
había tenido que estar nervioso, y sentarse a mi lado mientras me ponían
puntos, y ofrecerse a pagar mis facturas y pagar para recuperar mi canal
y…
Su mano se deslizó de la mía, y luego ambas estuvieron en mi rostro,
ahuecando mis mejillas.
—Oye, shh. Lo vamos a recuperar, ¿de acuerdo? Todavía vas a poder
renunciar a tu trabajo. Haremos que estos hackers se arrepientan de
siquiera haber oído tu nombre cuando terminemos con ellos, ¿sí? No
necesitas preocuparte. Te tengo, chica. No voy a ir a ninguna parte. —
Agachó la cabeza y esa cálida boca me rozó la frente—. Iremos a casa de
Trev, llama a WatchTube, te prepararé un poco de sopa y también llamaré.
Y si no hacen nada, desataremos nuestra arma secreta: Trev.
Me estaba matando.
Había aprendido a confiar en mis instintos con el tiempo, y todos se
frieron en su presencia. Echando la cabeza hacia atrás, lo miré con ojos
borrosos.
—Zac, sabes que me has pagado alrededor de un millón de veces por
lo de la serpiente, ¿verdad?
Pensé que las comisuras de su boca se inclinaron hacia arriba, pero
no podía estar segura cuando mis ojos estaban haciendo todo lo posible
por convertirse en fuentes de agua. Sentí su pulgar rozar mi barbilla.
—Ni siquiera estamos cerca del empate. Ven aquí, dame otro abrazo, y
luego entremos en el auto y hagamos lo que tengamos que hacer.
No asentí ni nada. Fui directamente a sus brazos y envolví el mío
bueno alrededor de su cintura en lugar de su cuello, uno de él rodeando la
mitad de mi espalda y otro alrededor de mi cuello. Zac se curvó a mi
alrededor y en mí, su presencia cálida y firme. Eterna.
—Me asustaste mucho antes, chica. Diciéndome que estabas en la 328
clínica de emergencias. —Sus dedos tocaron un punto justo detrás de mi
oreja que debilitó mis rodillas—. No te atrevas a hacerme eso nunca más,
¿de acuerdo? La próxima vez no te lastimes, ¿es un trato?
Me reí, llorosa y ligera, pero asentí contra él.
—¿Qué más necesitas? —preguntó, acariciando mi cabeza mientras
sus dedos volvían a hacer esa cosa junto a mi oreja—. ¿Qué más te hará
sentir mejor, eh?
Solo tuve que pensarlo un segundo.
—¿Puedo golpear a una?
Sus brazos se sacudieron y sentí su pecho dar un pequeño resoplido.
—¿Estás pidiendo lo que creo que estás pidiendo?
—Sí. —Presionando mi nariz en el hueso entre sus pectorales, dije—:
Me hará sentir mejor; sé que lo hará.
Estaba esforzándose por no reír, pero podía sentirlo haciéndolo.
—Si eso te hace sentir mejor —replicó, y pude escuchar la diversión
en su voz.
Se tomó su tiempo para alejarse. Me dio una larga mirada antes de
volverse con una sonrisa arrogante en su rostro.
Zac me miró por encima del hombro, luego movió una cadera hacia
un lado… lo que hizo destacar su nalga. Su sonrisa hizo que su boca se
convirtiera en la mejor sonrisa de todos los tiempos, toda burlona,
amorosa y asombrosa. Como Zac.
Entonces lo hice.
Golpeé la parte inferior de su culo.
Y tenía razón. Me hizo sentir mejor.

329
DIECIOCHO
Dos días después, estaba conduciendo a casa y VEJESTORIO ZAC
apareció en la pantalla de mi celular en una llamada entrante.
No pensé nada de ello. Lo había visto la noche anterior después de su
juego, la segunda derrota para él, y parecía estar bien. Incluso había
meneado los hombros de la nada mientras se sentaba en el sofá de Trevor,
y le había rascado la espalda. Había emitido sonidos de satisfacción todo el
tiempo. Supuse que estaba bien y no totalmente menospreciándose. Así
que respondí a su llamada con:
—Hola, viejo.
—Enana, ¿has sabido algo sobre tu canal?
Sonreí, aunque no era necesariamente una sonrisa totalmente feliz.
—Hoy no. Al parecer, están muy ocupados. Pero dijeron que están
trabajando en eso.
—Lo siento —dijo con sinceridad—. ¿Qué estás haciendo entonces?
330
—Voy de camino a casa desde la tienda de comestibles. ¿Tú?
Gimió ante el recordatorio de que estaba conduciendo con una mano,
como si no hubiera estado conduciendo con una mano durante los últimos
diez años. Me había regañado al respecto después de haberme llevado de
regreso a Maio House tras mi colapso en el estacionamiento de la clínica
de emergencias y después de ir a su casa a tomar una sopa —que había
hecho en casa solo para mí, con albóndigas, espinacas, arroz y frijoles—, y
varias llamadas telefónicas a la sede de WatchTube de mí, él, e incluso CJ.
Uno de mis espectadores me había enviado un correo electrónico ayer
para decirme que vieron mi canal a la venta en un sitio web que vendía
canales de WatchTube pirateados, y todos mis videos habían sido
eliminados. Lo que resultó en que explotara y volviera a llamar a
WatchTube. Y, sinceramente, en más llanto.
Después de todo por lo que había pasado, el miedo a perderlo, a tener
que quedarme en Maio House, me aterrorizaba.
Cuarenta y ocho horas después, todavía no había recuperado mi
canal. Sabían lo que estaba pasando y afirmaban estar haciendo algo.
Personalmente, no entendía qué diablos había que “hacer” más que
quitárselo y devolvérmelo, pero…
Intentaba ser optimista. Tenía toda la esperanza de recuperarlo, y si
lloraba un poco entre ahora y entonces, bueno, eso era parte de ello.
Estaba preocupada.
Y mi dolor en el codo tampoco ayudaba. No ayudaba en absoluto.
En fin.
Por teléfono, Zac dijo:
—Nada. —De una manera que sonó… sospechosa.
Así que le pregunté:
—¿Querías venir? ¿Había algo que querías que hiciera por ti?
Entonces su:
—Mmm. Algo así. Te veré en tu casa, chica. Conduce con cuidado. —
Activó las alarmas en mi cabeza.
Ya era cautelosa cuando estacioné mi auto y vi una pequeña multitud
merodeando por la escalera que compartía con otros tres vecinos. El caso
era que Santiago rara vez tenía compañía y mis otros dos vecinos solo
estaban en casa los fines de semana. Y hoy no era fin de semana.
Miré alrededor. No había ambulancia ni camión de bomberos. ¿Qué
diablos estaban…?
Aceleré, sosteniendo mi bolso y mi bolsa con fuerza en mi mano
derecha, observando al grupo de ocho o nueve moverse como si estuvieran
intentando ver mejor lo que había en el segundo piso. Algunos sostenían
sus teléfonos en alto, ya fuera tratando de tomar fotografías o grabar algo. 331
Me deslicé entre el grupo de personas para llegar a la escalera.
Efectivamente, todavía estaba a medio camino cuando oí de Zac:
—De nada, cariño.
Pero lo que no esperaba era el “No hay problema” con el que había
pasado suficiente tiempo para reconocer como la voz de CJ.
Y había una tercera voz que sonaba familiar.
Era Amari, confirmé un segundo después. Porque los tres estaban en
el rellano con mi vecino Santiago y otras tres personas a las que no
reconocí en absoluto. Dos hombres y una mujer.
La mujer sostenía el antebrazo de Zac entre sus dos manos,
mirándolo como si fuera un diamante de diez quilates.
Él sostenía una pequeña bolsa de plástico en la misma mano.
Pero en el momento en que llegué al escalón superior, la cabeza de
Zac se giró hacia mí y me dirigió una gran sonrisa y un:
—Te tomó bastante tiempo, cariño.
Le sonreí, mirando a la mujer que todavía se aferraba a él por un
momento, y luego sonreí a CJ y Amari; fue Amari quien se volvió y me dio
un abrazo primero, con cuidado de no golpearme el brazo izquierdo. CJ y
yo chocamos codos, bueno, golpeó mi brazo y golpeé su cadera con el
brazo bueno, pero lo suficientemente cerca. Le dirigí a Zac una mirada,
bastante segura de que pude vislumbrar un pequeño ceño fruncido que
rápidamente deshizo antes de preguntar:
—¿Qué? ¿Nada para mí?
Intenté no mirar a la mujer que apartó las manos de él. ¿Era una
vecina? No estaba segura. No era como si importara.
Dando un paso hacia él, extendí la mano y envolví un brazo alrededor
de su espalda, sintiendo una pesada palma en mi nuca, su mejilla
presionando la parte superior de mi cabeza, mientras su otra mano
aterrizaba en mi brazo izquierdo y lo frotaba con su palma cálida y seca
con su bolsa balanceándose contra mí.
—Hola, Bianca.
Bajé el brazo para soltar a Zac y volví la cabeza para ver a mi vecino.
—Hola, Santiago.
La mano en mi nuca se retorció.
Levanté la mano y puse mis dedos en su antebrazo, hundiendo las
yemas de mis dedos, y articulé:
—¿Espasmo muscular?
Esa nariz de príncipe de Disney se arrugó por un momento antes de
levantar la mirada, alzar una mano sobre mi cabeza y decir: 332
—Seguro que fue un placer conocerlos. Muchas gracias por todo el
apoyo. Esperamos verlos a todos en un juego en el futuro. Que tengan un
buen día.
Y si esa no era mi señal para abrir la puerta y entrar al apartamento,
no tenía ni idea de lo que podría ser.
Así que eso fue exactamente lo que hice, captando otro vistazo de la
gente allí reunida, luciendo decepcionados de que Zac hubiese cortado su
breve visita.
Una visita para la que iba a querer una explicación más pronto que
tarde.
Y llegó en el instante en que abrí la puerta e invité a pasar a los tres
jugadores de fútbol profesional.
Zac entró directamente, dirigiéndose a la cocina, y abrió un armario
mientras yo cerraba la puerta.
—¿Quieren un poco de agua? Bianca, estamos aquí para recoger tus
cosas. ¿Cuánto tiempo te llevará terminar de empacar?
Justo cuando me preguntaba de qué estaba hablando, Amari dijo:
—Sí.
Y CJ dijo:
—Estoy bien.
Ya estaba llenando el tercer vaso de agua, la bolsa colgando de su
muñeca, cuando logré cuestionar:
—¿De qué estás hablando?
Zac le estaba dando a Amari su vaso cuando respondió:
—Tus cosas. Las que aún no tienes empacadas. —Me tendió uno
también, y lo tomé, mirándolo con atención, todavía confundida—. Ropa.
Cosas de cocina. Tenemos cajas en mi maletero. Entre los cuatro, apuesto
a que podemos tener todo listo en una hora o dos como máximo.
Contuve la respiración.
—¿Y a dónde vamos a llevar mis cosas?
Estaba de espaldas a mí mientras alzaba su propio vaso de agua para
dar un sorbo.
—A casa de Trev, cariño.
¿Me zumbaban los oídos?
—¿Y por qué iban a ir a casa de Trevor?
—Porque ahí es donde podemos hacer que te mudes ahora mismo
hasta que encuentre una mejor opción.
333
Repetí las palabras en voz alta como si no las hubiera oído
correctamente.
Pero al parecer eran correctas antes de que asintiera hacia mí como
sí. Como no es problema. Como si lo hubiera pensado y tuviera perfecto
sentido para él.
—Zac… —Me detuve, intentando pensar en qué diablos decir.
Pero fue entonces cuando CJ habló desde su lugar junto a mis
ventanas. Estaba mirando el papel que las cubría.
—A Trevor no le importa.
Dudaba mucho eso, y debió haber sido evidente en mi rostro porque
Zac añadió:
—Le pregunté. Se encogió de hombros mientras se iba y dijo que
volvería en dos semanas.
¿Qué diablos estaba pasando?
Zac continuó.
—Por un tiempo, Bibi, mientras lo resuelvo.
—Zac… —Le sonreí a CJ, que me miró por un segundo antes de volver
su atención a las ventanas cubiertas con papel de difusión. Me concentré
en mi amigo de nuevo—. ¿Podemos hablar en mi habitación?
Negó.
—Zac —insistí, rascándome la mejilla—. Mi amigo… mi amigo favorito
que sé que solo está intentando ayudarme y a quien quiero mucho,
mucho… ¿podemos hablar en mi habitación? ¿Por favor?
Su sonrisa se torció y, aun así, negó.
—Déjanos hacer esto. Tienes que irte pronto. Esto te dará tiempo para
limpiar el lugar y poder recuperar tu depósito, y si quieres filmar más
videos, te he visto revisando la cocina de Trev. Puedes hacerlo allí. Mucho
espacio.
Parpadeé.
Y continuó:
—Trev no volverá por un tiempo y somos buenos compañeros de casa.
¿No es así, Ceej?
CJ asintió.
Amari… Amari estaba apoyado contra la encimera, observando y
bebiendo agua.
Zac ladeó la cabeza y se acercó a mí, parada allí, mirándome con esos
ojos azul claro. Su mano libre buscó la mía, las puntas de sus dedos
haciéndome cosquillas.
—Cariño, vamos. No estamos en casa la mayor parte del tiempo, así
334
que puedes hacer lo que quieras. Trev tiene casi las mismas cosas que tú
en su casa. Puedes filmar allí, sin pagar alquiler. Y esta es la única vez que
estaremos libres durante al menos dos semanas. Con tu pobre brazo, no
podrás cargar cosas por tu cuenta, y lo sabes. Bien podrías aprovecharte
de nosotros. —Sus fosas nasales se ensancharon por un momento, y fue
solo porque lo conocía tan bien que escuché la vacilación en su voz—. A
menos que ya hayas decidido que te mudas para estar más cerca de
Connie. —Las yemas de sus dedos subieron, rozando mi palma—. O
puedes vivir cerca de tu mejor amigo en todo el mundo. Ya estás allí todo
el tiempo de todos modos.
Lo había pensado desde la última vez que lo discutimos. Pero todavía
no estaba segura de qué quería hacer o a dónde quería ir. Y... una
pequeña parte de mí se aferraba a Houston por Zac. No porque pensara
que lo necesitaba, sino sobre todo porque todavía me buscaba mucho en
lugar del millón de personas que tenía que conocer. No entendía
totalmente por qué.
Pero, por otro lado, era una buena amiga y sabía que tenía que
extrañar su hogar hasta cierto punto, así que tal vez no fuera un gran
misterio.
Yo era como su viejo pantalón de deporte favorito.
Y tal vez… tal vez no sería tan terrible quedarme un poco más, al
menos hasta que tomara una decisión real que no estuviera forzada por un
millón de cosas más. Y Trev tenía una cocina genial, y los chicos no
estaban en casa…
Una vez terminara la temporada, tal vez se iría, volvería a sus viajes y
a vivir su vida como lo había hecho antes. Expectativas. Sabía lo que eran.
Ladeó la cabeza como si supiera lo que estaba pensando.
—¿Bibi?
Sabía lo que iba a decir antes de que las palabras llegaran a mucho
más que a mi corazón.
—Puedo conseguir que más personas hagan videos para ti en casa de
Trevor —continuó Zac—. Pero incluso si no quieres quedarte, todavía te lo
iba a ofrecer. —Me mató con otra sonrisa mientras levantaba su bolsa—.
Sin embargo, te conseguí un regalo de bienvenida. ¿Qué piensas de eso?
Y ahí, justo ahí, estaba el mayor problema que tenía con Zac.
Que era maravilloso.
Era un buen nieto, hijo, mejor amigo, y amigo normal.
Era una gran persona.
Y se había hecho un lugar de su tamaño en mi pobre y pequeño
corazón indefenso a lo largo de los años.
Amaba a este tonto. Muchísimo. 335
Y en ese momento, decidí que no dolería quedarme un poco más. Zac
había pensado en esta opción por mí, y estaba aquí.
Me costó muchísimo no carraspear mientras lo miraba, sus dos
compañeros de equipo en el fondo, y preguntaba:
—¿Qué hay ahí?
—Echa un vistazo.
Tomé la bolsa y la abrí. Parecía una camisa o algo doblado.
—Sácalo —instó.
Lo miré y saqué el regalo, sabiendo casi al instante que era un
delantal. Lo sacudí y no pude evitar sonreír y negar. Era amarillo, tenía
imágenes de especias y decía: “DEJANDO UNA NUEVA RECETA EN TU
CULO”. Miré a Zac y dije:
—Gracias. Me encanta. Los delantales Blue Q son mis favoritos.
Me guiñó.
Este hombre fantástico y asombroso. Bueno, solo había una
respuesta que podía darle. Así que lo hice.
—De acuerdo. Tienes razón. Siempre y cuando a Trevor le parezca
bien.
—Lo hace.
—Entonces de acuerdo. —Le sonreí a Zac y articulé “Gracias” de
nuevo.
Respondió en voz alta, con esa sonrisa torcida todavía en su rostro.
—De nada, cariño.

Me tomó cuatro horas empacar mis cosas.


Cuatro horas de los chicos haciendo alrededor de una docena de
preguntas sobre mis utensilios de cocina de hierro fundido —¿se supone
que sean tan pesados?—, y luego otros treinta minutos conmigo
preparándoles algo de comer para poder “limpiar” mi refrigerador.
Básicamente eran solo tortillas, queso y algunas verduras sobrantes que
tenía en el cajón, pero nadie se quejó. Atrapé a CJ lamiéndose las yemas
de los dedos.
Zac hizo mis maletas de una manera tan organizada que me
sorprendió muchísimo lo eficiente que era. Por otra parte, había usado una
maleta más de lo que yo había usado una nunca o más de lo que
probablemente lo haría, así que tenía experiencia. Con un solo brazo
bueno, estaba bastante agradecida de que los tres hubieran ayudado. Lo
único que realmente había hecho era empacar mi mesita de noche, el
cajón de la ropa interior, llorando un poquito por el hecho de que me 336
mudaba de mi apartamento. No estaba tan dolida al respecto, pero aun así
era triste saber que no iba a estar aquí por más tiempo. Este lugar había
sido un refugio para mí después de todo lo que pasó con mi ex. Pero el
futuro me esperaba.
Ahora solo tenía que recuperar mi canal. No había estado a punto de
llorar por eso frente a ellos.
—Todo entró, excepto tu televisión —comentó Zac mientras cerraba la
parte trasera del jeep de CJ en el momento en que terminamos de
descargar las últimas cosas en casa de Trevor—. Le preguntaré a CJ si
quiere levantarse temprano y recogerla antes de la práctica —ofreció,
poniendo sus manos en mis hombros y masajeando ligeramente mientras
nos parábamos en la entrada de la casa de Trevor.
—No tienes que hacer eso. Estoy segura de que si les pregunto a mis
vecinos, me ayudarán a bajarla y ponerla en mi auto. Entonces tal vez uno
de ustedes pueda ayudarme a ponerla en el garaje o en algún lugar. —
Había decidido que llamaría mañana a primera hora para donar mi sofá y
mi cama. El colchón era el mismo que tenía cuando vivía en casa de mamá
Lupe, y podría disfrutar de un sofá nuevo cuando llegara el momento. No
iba a quedarme en casa de Trevor tanto tiempo. Solo unas pocas semanas,
máximo. El tiempo suficiente para terminar mi libro y tener algo de tiempo
para pensar realmente en mi futuro. E independientemente de lo que
decidiera, definitivamente vería a Zac jugar un par de veces más.
Conduciría. Ahora, si llegaran a los playoffs…
Mientras tanto, podía salir de la casa tanto como fuera posible,
quedarme en la habitación cuando estuviera en casa, limpiar, tal vez
cocinar, y básicamente no ser un inconveniente. Sería una buena invitada.
Y una amiga aún mejor.
Las manos en mis hombros les dieron otro apretón, esos ojos azules
sólidos y firmes.
—O CJ y yo podemos tomarla si me das una llave.
—No quiero molestarlos más de lo que ya lo he hecho.
Puso esa expresión de nuevo.
—No me pongas los ojos en blanco, vejestorio. Es verdad. Ya han
hecho suficiente. Mucho más de lo necesario.
Esas grandes manos fueron a tomar mi rostro, las palmas apretando
mis mejillas mientras lo miraba, parpadeando lentamente.
—¿Qué. Te. He. Dicho. Ya? No. Eres. Una. Molestia. Nunca vas a ser
una molestia.
Fue mi turno de gemir.
Apretó un poco más mis mejillas. 337
—Déjame, ¿sí? Si él no quiere ayudar, puedes levantarte más
temprano y le preguntaremos al vecino al que le gustas si puede ayudar.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
—¿Qué vecino?
Dejó de aplastar mis mejillas, esa mirada azul claro sosteniendo la
mía.
—El del otro lado del pasillo.
—¿Eso crees? ¿A Santiago? —inquirí—. Ah.
Los pulgares de Zac se deslizaron por debajo del cuello de mi camisa
mientras masajeaba mis músculos allí.
—CJ ayudará —dijo, cambiando el tema de yo gustándole a Santiago.
Le dirigí una sonrisa y me aparté de sus manos cuando casi gemí por
lo que me estaba haciendo.
—Está bien, pero si no puedes, puedo encargarme. Promesa. Tengo
gente a la que puedo pedírselo.
—Sí. Yo.
Ahí fue otra vez mi pobre corazoncito, todo indefenso y tierno. Así que
lo pinché en el estómago.
—Gracias de nuevo por hacer esto.
—De nada.
Le sonreí y me sonrió.
Tomó mi mano.
—Vamos. Tengo una cinta que ver y tienes cosas de ordenadores que
hacer.
Resoplé.
—Cosas de ordenadores. ¿Cuántos años tienes?
—Demasiado mayor por la forma en que me hablas.
Lo pinché de nuevo y me dio unos golpecitos en la punta de la nariz
antes de llevarme a la puerta principal. La puerta principal de la casa en la
que iba a vivir un tiempo.
De repente, de la nada, pensé en la linda rubia que había estado en
su fiesta el primer día que nos vimos, la que había sabido dónde estaba su
habitación.
¿Iba a traer a otras chicas allí? ¿A la habitación dos puertas más allá
de donde me quedaba?
Si hubiera podido empezar a sudar bajo orden, habría habido una
gota deslizándose por mi columna. 338
¿Por qué no había pensado en eso antes? ¿Cómo no había pensado en
eso antes?
Mantuve la mirada hacia delante mientras decía:
—Oye, si tú o CJ quieren que me vaya en algún momento, ya sabes,
porque tienen compañía o algo así… —mierda, me dolía el estómago—,
todo lo que tienes que hacer es avisarme. ¿De acuerdo?
Se detuvo de repente, y me tomó dos pasos en el espacio entre la
mesa del comedor y la oficina para darme cuenta.
—¿Qué? —pregunté.
Pude ver su lengua hurgando en el interior de su mejilla mientras su
mirada se posaba en mí. Su pecho se elevó y descendió mientras bajaba la
mirada, y estaba bastante segura de que capté un nervio latiendo a lo
largo de su mandíbula. Pero después de un segundo, asintió una vez y
todo lo que dijo fue:
—Muy bien. —Antes de comenzar a caminar de nuevo.
Solo muy bien.
No “No, eso no va a suceder”. No “No te preocupes por eso”. Solo nada.
Y tuve que contener la respiración y recordarme que esto no era un
error. No lo permitiría.
Estaría bien.
Y era una maldita mentirosa.
Era una maldita mentirosa porque de repente sentí náuseas y celos.
Tantos celos que me rasqué la nuca a pesar de que no me picaba. Había
construido esta fantasía en mi cabeza de que, cuando no estaba conmigo,
estaba ocupado con los White Oaks o haciendo algo en casa. No… de fiesta
como solía hacerlo.
Era más lista.
Pero le debía el ser una buena amiga después de todo lo que había
hecho por mí. Podría hacerlo por él. Lo haría por él.
Llegamos a la sala de estar y encontramos The Sports Network
puesto. No había nadie viendo la televisión, pero eso no cambió lo que
estaban discutiendo los corresponsales de la noche. Supuse que CJ la
había encendido.
Porque la repetición de la mañana tenía el titular en negrita.
¿LOS WHITE OAKS TIENEN UNA OPORTUNIDAD?
Era el presentador Michael B quien estaba en medio de una
conversación y, por supuesto, estaba hablando de Zac. Su voz fuerte y
eléctrica.
339
—Seguro que ha mostrado signos de brillantez, ¡pero eso no significa
que vaya a durar! ¡Necesito ver más! Zac Travis ha pasado el mejor
momento de su carrera, y no puedo evitar estar convencido de que esto no
sea algún tipo de casualidad. No tiene el historial consistente para alimentar
ningún tipo de creencia.
Sentí que Zac se detenía directamente detrás de mí, y no necesité
darme la vuelta para saber que estaba mirando y escuchando.
Así que hice lo único que podía. Me lancé hacia el maldito control
remoto en el sofá y cambié de canal.
Pero no fui lo suficientemente rápida. Porque cuando finalmente me
di la vuelta, lo vi. El dolor y la inseguridad ocultos en sus ojos. Y lo conocía
demasiado bien para no reconocerlo.
Lo odiaba. Absolutamente lo odiaba. Y supe que necesitaba
cambiarlo.
Así que hice lo que mejor hacía cuando me sentía incómoda: sonreí. Y
dije:
—¿Quieres ir a comer chalupa? Tengo una nueva lista de
reproducción y he estado esperando una razón para recordarte que todas
tus ex no viven en Texas, no importa lo que diga la canción.
Tomó un segundo, pero solo un segundo.
Pero su expresión se desvaneció.
Y lo siguiente que supe fue que esos brazos largos y fuertes me
rodeaban y me atraía hacia su cuerpo cálido y sólido. Esos labios secos y
firmes se presionaron contra mi frente, mi sien y mi mejilla cuando dijo en
voz baja, sosteniéndome allí:
—No sé qué haría sin ti, chica.
La verdad era que tampoco sabía lo que haría sin él.

340
DIECINUEVE
No había muchas cosas más incómodas que despertarse en un lugar
que no era el tuyo.
Me había preparado mentalmente para eso la noche anterior mientras
me instalaba en una habitación de invitados en la casa de Trevor, una
puerta más allá de CJ y dos de Zac. La casa era hermosa y todo estaba
limpio, gracias al servicio que venía dos veces por semana, y la habitación
en la que me hospedaba incluso tenía su propio baño. Cuando había
estado viviendo con Connie, e incluso con mi compañera de cuarto, había
tenido que compartir el baño.
A pesar de que CJ y Zac me habían asegurado que a Trevor le parecía
“bien” que me quedara en su casa por un tiempo, todavía era raro.
No era la primera vez que me quedaba con gente por lástima. Así era
como había terminado en la casa de mis tíos después de que mamá Lupe
falleciera y mis padres decidieran que tenían que regresar a República
Dominicana lo antes posible, para que yo pudiera terminar mi último año
de secundaria. Nadie había querido que viviera sola y nadie podía pagar su 341
hipoteca, así que pusieron su casa en venta. Si mi relación con Connie
hubiera sido diferente, habría pensado que su invitación habría sido por
compasión cuando me habían dicho que me fuera con ellos, pero los
conocía a ella y a Richard, su esposo, demasiado bien para confundir lo
que me habían ofrecido.
En fin.
La casa estaba vacía cuando bajé las escaleras. Me aseguré de limpiar
después de desayunar y me mantuve ocupada duchándome y luego
sentándome ante la isla de la cocina, trabajando en mi ordenador durante
unas horas. No fue hasta después de hacer el almuerzo y estar
comiéndomelo que mi teléfono sonó.
Eché un vistazo a la pantalla y maldije.
—¿Hola? —respondí, sabiendo que iba a lamentar esta conversación.
—Blanca, soy Gunner.
No jodas. Me estaba llamando desde el trabajo, que ahora estaba en
mi teléfono bajo MAIOHOUSEAPESTA. ¿Y me volvió a llamar Blanca? Mi
estómago se revolvió con molestia y apoyé mi tenedor contra el plato.
—¿Sí? —respondí con firmeza.
Fue directo al grano.
—Estaba pensando, mientras estás de vacaciones pagadas…
¿Vacaciones? ¿Así era como lo llamaba?
—… ¿podrías pedirle a tu amigo Zac que venga y publique una foto o
dos de él haciendo ejercicio aquí?
Este imbécil. Hice una mueca, negando con incredulidad. ¿De verdad
esperaba que dijera que sí?
—No, no tiene tiempo —repliqué sin rodeos. ¿Qué era lo peor que
haría? ¿Despedirme?
Hubo un sonido agudo.
—¿No?
—No. —Debería haber sabido que iba a haber una trampa en su
oferta. En todo caso, debería ser sorprendente que hubiera tardado tanto
en llamar con su plan. Lo más probable era que se le hubiera ocurrido
desde el momento en que hizo la oferta en primer lugar—. ¿Eso es todo lo
que necesitabas?
—¿No? —repitió, sonando aturdido.
Esperaba que lo estuviera.
—No —confirmé—. No puede. Como te dije la última vez que
preguntaste. Tengo que irme, adiós. —Antes de que tuviera la oportunidad
de decir algo más, colgué. Estaba resoplando por su descaro cuando la
342
puerta principal se abrió y escuché un familiar:
—¿Chica?
—Estoy aquí —grité mientras dejaba mi teléfono y guardaba la
grabación que había estado en medio de editar y me giraba en el taburete
para encontrarme con Zac entrando, sosteniendo una pequeña bolsa de
lona en una mano y una botella de cristal de agua en la otra.
Lo único raro en él era la extraña sonrisa en su rostro.
—¿Qué te pasa? —pregunté al instante.
Se congeló por un segundo mientras dejaba caer su bolsa contra la
pared y luego se dirigía hacia donde me encontraba sentada. Zac envolvió
su antebrazo alrededor de mi cuello desde atrás y me besó dos veces en el
pómulo, justo al lado de mi ojo. Olía como si acabara de salir de la ducha y
me gustó. Mucho.
Demasiado.
—Cariño, ¿cómo puedes saber siempre cuando algo anda mal? —
cuestionó, su mejilla se posó en la parte superior de mi cabeza. Eso
también me gustó demasiado.
Bueno, si quería ser cariñoso… Bajé la barbilla y presioné mis labios
contra su antebrazo brevemente.
—Porque te conozco demasiado bien. Has puesto casi cada expresión
posible frente a mí en un momento u otro. Y te ves extra pálido. ¿Estás
enfermo?
No se movió de su posición, con la mejilla aún en mi cabeza, y podía
sentir su pecho justo detrás de mí, subiendo y bajando.
—¿Zac? —Tomé su antebrazo e intenté inclinar mi cabeza hacia
arriba para mirarlo—. Si no quieres hablar de eso…
—Creo que podría tener fiebre.
Su brazo se sentía agradable y frío bajo mi mano… y no se había visto
sonrojado al entrar en la casa. Mis sentidos de Zac estaban sonando.
—¿Quieres que lo revise? —inquirí con sospecha.
Hizo una pausa y luego asintió.
—Inclínate entonces —dije y sentí su brazo flexionarse.
—¿Qué?
—Lo comprobaré por vía rectal. —Me reí—. Es lo más preciso,
mentiroso. ¿Qué pasa realmente?
Retrocedió un poco. Ese hermoso rostro seguía luciendo totalmente
raro incluso cuando me miró con los ojos entrecerrados y dijo:
—Estoy intentando decirme que no me siento bien —admitió con 343
cuidado, sonando avergonzado. Lo cual era raro porque no pensé que
tuviera un hueso de vergüenza en su increíble cuerpo. Quiero decir,
cuerpo—. Tengo que hacerme PRP en la rodilla en una hora.
—¿Qué es PRP?
Zac retiró el taburete a mi lado, acercó mi plato de pasta hacia él y
comenzó a comerlo mientras me explicaba el tratamiento que requería que
le volvieran a inyectar sus plaquetas de sangre en su cuerpo para reducir
la inflamación que tenía y que hacía doler su rodilla. La cosa era… se veía
enfermo todo el tiempo mientras me lo contaba, y no me sorprendió una
vez que entendí por qué.
Tenían que sacarle sangre, lo cual ya era bastante malo. Luego volver
a inyectarla, varias veces en varios lugares. Para la mayoría de la gente,
eso no sería un gran problema, y una parte de mí estaba sorprendida de
que todavía fuera un gran problema para él, considerando el hecho de que
estaba por cumplir los treinta y cinco años y era más que probable que
hubiera pasado por quién sabía cuántas inyecciones de cortisona en su
vida.
Pero al parecer, Zac todavía le tenía miedo a las agujas.
O no miedo, ya que estaba bastante segura de que insistiría si fuera
necesario.
No necesitaba decir las palabras reales, pero lo entendí.
Era su sucio secreto.
Me levanté, eché el resto de la pasta que había dejado a un lado en el
mismo bol que él todavía estaba devorando y agarré otro tenedor. Pinché
un par de trozos más de pasta y pollo y observé su rostro mientras
intentaba cambiar de tema a una llamada telefónica que había tenido con
Paw-Paw de camino a casa.
Pero no me estaba engañando.
—¿Zac? —pregunté después de haberme tragado un trozo de pollo.
—¿Hmm? —respondió mientras comía más pasta.
—No es que necesites que vaya ni nada… pero, ¿te gustaría que te
acompañara hasta terminar tu tratamiento? ¿Así puedo llevarte a casa si…
no te sientes bien después?
Si no se sentía bien después. Pssh.
Recordé las historias de él desmayándose al tener que recibir
inyecciones por la alergia cada mes por un tiempo cuando había sido más
joven.
Sus ojos azules me miraron mientras pinchaba un trozo de coliflor y
lo masticaba lentamente.
—¿Tienes tiempo? —cuestionó con cuidado—. Iba a tomar un auto
344
para ir y otro para regresar.
No podía reír ni sonreír. No quería herir sus sentimientos. Porque
Dios sabía que si llegaba el día en que hubiera una cucaracha voladora,
iba a gritar a todo pulmón para que él viniera a matarla.
—Si quieres pedir un auto, hazlo. Pero te llevaré si quieres.
Miró el bol entre nosotros y lo empujó hacia mí para comerme el
último bocado.
—Sí. —Se aclaró la garganta y se pasó el nudillo del dedo índice por la
ceja—. Muy bien. Sí.

—Señor Travis, estoy lista para usted, si me sigue —gritó la mujer


atractiva con pantalón caqui y una blusa remetida una hora más tarde.
Zac y yo habíamos tomado asiento en la diminuta sala de espera de la
pequeña instalación donde su entrenador había programado su cita. Había
admitido en el camino que conocía a personas que habían recibido este
tipo de tratamiento antes, pero era su primera vez. Había conducido su
auto con una sola mano y había hecho todo lo posible por no parecer
sorprendida cuando lo había sugerido.
Dos ojos azul claro me miraron.
Y tuve que presionar mis labios para evitar sonreír ante lo que estaba
bastante segura de que era él pidiéndome que lo siguiera.
Estaba conmovida.
Y no lo iba a arruinar.
—¿Puedo entrar también? —pregunté a la enfermera facultativa,
sabiendo que probablemente lucía y sonaba como una novia pegajosa,
pero no me importaba una mierda. Solo estaba pidiendo entrar porque
tenía la sensación de que él quería que fuera.
Miró a Zac, sonrió un poco y asintió.
Estaba bastante segura de que Zac estaba respirando mucho más
fuerte de lo normal mientras seguía a la mujer, y tuve que morderme el
labio, luego morderme la lengua para evitar reírme por el hecho de que
estuviera tan nervioso y tratando desesperadamente de esconderlo.
Puse mi mano en su cintura, sintiendo lo esbelta que era, y le di un
apretón de apoyo.
Puso una mano sobre la mía y la mantuvo allí mientras lo seguía, a
centímetros de distancia mientras nos dirigíamos a la pequeña sala de
examen. Nos presentamos cuando Zac se sentó en la mesa de examen, y
pude ver las grandes bocanadas de aire que estaba intentando no tomar
pero fallando y tomándolas de todos modos. 345
Ya estaba pálido, o al menos más pálido de lo que estaba cuando
había llegado a la casa.
Y supe que la mujer también se dio cuenta porque su mirada se
movió de sus manos levemente temblorosas a su rostro.
La miré a los ojos y nos sonreímos.
Ella lo sabía.
—Está bien, Zac, esto no me llevará mucho tiempo. Extraeré la sangre
de tu brazo derecho y luego trabajaremos en tu rodilla. Si te parece bien,
tengo este práctico spray que te ayudará a no sentir nada, ¿te parece bien?
Su “Sí, señora” casi me mató.
Bueno, estaba aquí por una razón, incluso si él se negaba a aceptarlo.
—¿Oye, Zac? —pregunté antes de tomar asiento junto a la mesa y
luego acercarme más a él.
Esos ojos azules se movieron hacia mí y su nuez se balanceó
salvajemente.
—¿Sí, Bibi? —inquirió con voz débil.
Deslicé mi mano entre la suya y su muslo, entrelazando mis dedos
con los suyos. Estaban helados. Se había puesto unos shorts y podía
sentir el vello de sus piernas bajo mis dedos.
—Llamé a WatchTube de nuevo. Todavía no me dicen qué está
pasando. ¿Puedes creerlo?
—¿No te dicen qué está pasando? —cuestionó, su mirada se movió en
dirección a la mujer que estaba ocupada sacando agujas y quién diablos
sabía qué más.
—Nop —respondí con un suspiro que me sonó tembloroso—. Todo lo
que dicen es que lo están “investigando”. Hijos de puta. Y que les “dé
tiempo”. —Su mirada todavía estaba en la mujer que se había vuelto hacia
él mientras toqueteaba el envoltorio de una aguja—. ¿Puedes creerlo? —
pregunté, intentando que me mirara—. Lloré otra vez.
Eso hizo que se volviera hacia mí, con el ceño fruncido en su pálido
rostro.
—No llores. Lo recuperaremos. Te lo prometí. Llamaré a Trevor para
ver si puede encontrar el número de alguien y contactarlos para que lo
solucionen.
Bien, todavía me miraba.
—No necesita hacer eso, pero si quieres que lo haga… —Sonreí. Por el
rabillo del ojo, vi el brazo derecho de Zac ser estirado y supe que estaba a
punto de extraerle la sangre, así que apreté su otra mano—. Estoy segura
de que lo recuperaré, pero eliminaron todos mis videos, ¿y si no pueden
346
recuperarlos?
—Entonces los obligaremos a recuperarlos —replicó, moviendo sus
dedos alrededor de los míos en un gesto de masaje—. ¿Estás casi lista
para la fotógrafa? ¿Cuándo vendrá?
—Estoy a punto. Y la semana que viene. —Le comuniqué las fechas
en las que estaría en casa de Trevor—. Tienes un juego en casa, e
intentaré que no esté en la casa al mismo tiempo que tú para que puedas
relajarte.
Su boca se aplanó.
—¿Por qué tienes que apresurarla? También quiero verlo todo.
Cualquier cosa que necesites, todo lo que tienes que hacer es pedirla. —
Sus dedos masajearon los míos un poco más—. Estoy tan orgulloso de ti,
Bibi.
—También estoy muy orgullosa de ti, viejo.
Me estaba mirando cuando sonó su teléfono. Soltando mi mano, lo
sacó del bolsillo delantero de sus vaqueros, hizo una mueca y lo colocó
sobre su muslo antes de inclinarse lo suficiente para tomar mi mano de
nuevo. No había mirado a la mujer, que desde entonces había extraído su
sangre y la había puesto en alguna máquina centrífuga giratoria que
estaba funcionando, y sabía que tenía que mantener su atención hasta
que terminara el resto del tratamiento. Pero mi mente vagó por un
segundo.
¿Había sido una chica llamando?
¿Alguna bonita pelirroja en Houston?
¿O quizás una rubia en Dallas?
¿Una morena en Oklahoma?
—¿Por qué esa expresión? —preguntó en voz baja.
Me encontré con su mirada y negué, ignorando esa pequeña —de
acuerdo, no tan pequeña— punzada de celos en mi estómago. Y mi pecho.
Y cabeza.
—¿Qué estás pensando?
Negué de nuevo, sabiendo que necesitaba seguir hablando con él y no
ser una amiga celosa que no tenía por qué sentirse de ninguna manera.
—Dime —insistió.
Bien. Lo miré a los ojos y me encogí de hombros de nuevo.
—¿De verdad tienes tantas chicas en tu teléfono que tienes que poner
cómo se ven y qué hacen para recordarlas a todas? —inquirí, esperando
como el infierno mantener mi rostro en blanco.
347
Los dedos alrededor de los míos temblaron y puso una expresión
divertida en su rostro que me hizo sentir como si estuviera pensando en lo
que acababa de preguntar. Zac incluso miró su teléfono como si lo
estuviera considerando.
—Yo… —Cerró la boca pero se encontró con mi mirada de nuevo.
Tenía las cejas fruncidas y, por primera vez desde que había entrado en la
casa, tenía algo de color en las mejillas. Rosa específicamente.
—Todo está bien; solo estaba siendo entrometida —mentí,
ofreciéndole una pequeña sonrisa que también esperaba como loca que
fuera neutral—. No necesitas decirme nada, Zac.
—Ni siquiera las conozco —explicó en voz baja después de un
segundo—. Nunca contesto ni les mando mensajes. Ya no.
¿Por qué diablos había mencionado esto? Debería haber mantenido la
boca cerrada y ocuparme de mis propios asuntos.
Sentí náuseas de repente.
—No en mucho tiempo —agregó con una voz suave que me hizo mirar
hacia el suelo. Lo vi darle a su teléfono un pequeño golpe que lo hizo
moverse por su muslo un centímetro—. Bórralos por mí.
Fingí mirarme las uñas, colocadas entre mis muslos.
—A todos les gusta eso —continuó con esa dulce voz que no me hizo
nada.
Negué y me incliné hacia adelante, colocando mi frente sobre su
muslo, mi mirada pegada a las baldosas del suelo.
—Soy demasiado cara. No quieres pagarme por hora por eso —
murmuré—. Y estoy empezando a tener dolor de cabeza —añadí mientras
enderezaba mis dedos e intentaba retirarlos de los suyos.
No me dejó.
Esos dedos de un millón de dólares se apretaron alrededor de los
míos en un súper agarre.
—¿Quieres saber cómo te tengo en mis contactos?
Quería encogerme de hombros, pero eso se sentía demasiado
personal.
—¿Enana?
—No. —Sus dedos se movieron alrededor de los míos, pero antes de
que tuviera la oportunidad de formar un puño y alejarlo, los suyos estaban
de vuelta, acariciando mi pulgar antes de hacer lo mismo con mis otros
cuatro dedos—. Inténtalo de nuevo.
Esa vez me encogí de hombros.
—¿Bianca?
—Nop. —Volvió a entrelazar nuestros dedos y me di cuenta de que ya 348
no estaban tan fríos o húmedos.
—No lo sé, Zac —dije.
El muslo debajo de mi frente rebotó un poco.
—Adivina.
Me costó mucho no suspirar.
Me quería. Por supuesto que le gustaban las mujeres y tenía sexo con
ellas. Por supuesto que había un montón de mujeres que querían tener
sexo con él y probablemente saltaban ante la oportunidad de tener su
número.
Yo hubiera sido una de ellas.
Ya sabes, si hubiera una posibilidad. Pero no era así.
Y eso no era culpa suya.
Si no fuera por nuestra amistad, o por el hecho de que habíamos
crecido juntos, o por el hecho de que nos llevábamos tan bien, no tendría
ningún tipo de amistad con él. No lo tendría en mi vida. Era una
posibilidad entre mil millones que siquiera nos hubiéramos conocido en
primer lugar. Aquellas circunstancias nos habían conectado.
No quería castigarlo por no corresponder mis sentimientos. Porque
eran sentimientos tontos e inútiles que no hacían más que angustiarme y
herirme.
Así que hice todo lo posible para aligerar mi voz cuando dije:
—Está bien. ¿Bianca la Pastelera?
Su pierna se movió debajo de mi frente de nuevo.
—No. No necesitas nada después de tu nombre —dijo con calma.
Tuve que profundizar para sacar una broma de mi corazón.
—¿Mi Nuevo Papi?
Se rió levemente.
—Nop. Mi Little Texas.
Resoplé débilmente y sentí que volvía a jugar con mis dedos.
—Bibi… —comenzó a decir antes de que la enfermera interviniera.
—Zac, te adormeceré un poco la rodilla y comenzaré el tratamiento,
¿de acuerdo? Es posible que sientas algo de presión.
Entonces me senté, moviendo mi agarre para entrelazar sus dedos
otra vez. Por eso había venido, para estar aquí para él. Y supe que había
hecho lo correcto cuando lo encontré ya pálido y mirando la aguja que ella
sostenía a su lado como si estuviera a punto de asesinarlo.
—Acuérdate de respirar —le recordó.
No respiraba. Estaba mirando la aguja. 349
—Oye. —Apreté sus dedos.
La mujer levantó una mano tranquilizadora.
—Está bien, Zac.
Oh, querido Dios.
Apreté su mano con más fuerza.
—Eh, tú. Cariño. Mírame. Déjala hacer su trabajo. Te quedaste ahí
mientras me daban puntos como un campeón.
Sí.
Lo logró unos tres minutos antes de desmayarse.

—¿Cómo te sientes? —pregunté a Zac unas horas más tarde.


Estaba sentado en el sofá, con la cabeza apoyada contra el respaldo.
Su mirada simplemente se deslizó hacia mí sin que el resto de su cabeza
se moviera.
—Estoy bien —respondió, en realidad sonando bien.
No había sonado bien hace una hora. Tampoco se había visto muy
bien.
Me había supuesto un gran esfuerzo no reírme cuando abrió los ojos
después de desmayarse y preguntó, “¿Qué pasó?”. Había tenido que
contenerme hasta que corrí a la farmacia de al lado y le compré un jugo de
naranja, que había tomado después de una botella de agua que la
enfermera había proporcionado. Ella me había dicho inmediatamente
después de que sus ojos se hubieran puesto en blanco que el que los
hombres se desmayaran mientras donaban sangre o recibían inyecciones
era bastante común.
Le dije eso en el camino de regreso a casa, pero él simplemente me
miró mal y dijo, “Si te vas a reír, cariño, adelante, hazlo”.
Fue solo porque lo amaba mucho que me contuve, intenté mantener
mi rostro serio y dije, “No me voy a reír. Ya sabía que estabas asustado por
las agujas. Probablemente me desmayaría si viera una araña”.
“Podría encargarme de una araña”.
Pero no de una pequeña aguja. No dije eso, pero lo pensé. Una vez
estuvo consciente y su presión arterial estaba bien, dejamos las
instalaciones y nos dirigimos a casa. Lo hice acostarse en el sofá con una
toalla fría sobre su cabeza mientras dormía la siesta y yo trabajaba en mi
ordenador, intentando no pensar en la posibilidad inminente de perder
permanentemente mi canal.
Dejándome caer en el diván junto a sus rodillas, agarré una. 350
—¿Quieres un poco de agua? ¿Necesitas algo?
Aspiró.
—Un masaje en la espalda estaría bien.
¿Un masaje en la espalda?
Aspiró de nuevo.
Ah, mierda.
—Muy bien. Vamos, tonto mimado. ¿Tu abuela te convirtió en este
monstruo? Porque no veo a tu mamá haciéndolo.
Se rió entre dientes mientras se desplazaba un poco sobre el diván y
palmeaba el lugar entre él y el apoyabrazos, y retrocedí, moviéndome allí.
Mis manos fueron directamente a sus hombros, absorbiendo el calor de su
piel a través de su camiseta y trabajando los músculos allí.
Hacía que pareciera que se había sometido a una cirugía en lugar de
desmayarse un poco. Iba a tener que contárselo a Boogie para que se
echara unas risas. Sería el único en entenderlo.
—¿Está eso bien? —cuestioné después de un par de minutos.
—Oh, eso es tan bueno —gimió Zac, desplomándose hacia adelante de
modo que su camiseta se estiró sobre su musculosa espalda.
Resoplé mientras clavaba mis pulgares en sus hombros, amasando
los músculos con tanta fuerza como podía.
—Suenas como si no hubieras recibido un masaje en este siglo,
pervertido.
Su respuesta fue un gemido y me hizo resoplar de nuevo.
—Se siente tan bien cuando lo haces.
—¿No le pagan a la gente del equipo para hacerte esto? Son mucho
mejores en eso que yo.
Zac negó con su cabeza colgando hacia delante.
—Sí, pero ninguno lo hace con amor como tú. —El gemido que soltó
fue directo a mis pezones—. Oh, ese es el lugar justo ahí.
Oh, Dios, esto fue una mala idea. Demasiado tarde. Presioné en el
lugar justo en la base de su cuello y moví una mano hacia arriba para
masajear a lo largo de su columna, y sentí que se volvía papilla.
Ninguno lo hace con amor como tú.
No tenía ni idea.
Pero yo sí, y fue un pequeño recordatorio de que solo había estado
aquí un par de días y necesitaba resolver qué iba a hacer para poder salir
de aquí. No era responsabilidad de Zac, y sería una idea terrible quedarme 351
aquí demasiado tiempo.
Arriesgarme a ver algo que absolutamente, con toda seguridad, no
quería ver.
¿Quería irme de Houston? ¿De verdad quería mudarme a Killeen? ¿O
incluso Austin?
No tenía ni puta idea, y ese era el mayor problema.
Debajo de mí, bueno, mis manos, estaba bastante segura de que Zac
ronroneaba mientras curvaba la espalda aún más.
—Te pagaría por hacer esto todos los días —murmuró.
Mis manos estaban empezando a cansarse, y lo solté antes de deslizar
mis dedos por los lados de su espalda y aletearlos contra sus costillas. Sus
brazos se estrellaron sobre mis dedos, atrapándolos contra su piel.
—Eres una matona.
Me reí cuando vi a CJ bajando las escaleras y entrando en la sala de
estar mientras intentaba doblar mis dedos en su costado para hacerle
cosquillas.
—¿Lo soy? ¿Soy una matona?
Debí haber tenido suficiente presión allí porque inhaló y exclamó:
—¡SÍ!
—¿Te estás metiendo con Zac otra vez? —cuestionó CJ mientras
pasaba por nuestro lado, con una pequeña sonrisa en su rostro.
—Sí lo hace. —Zac se inclinó hacia atrás, tal vez con la esperanza de
empujarme para que lo soltara mientras añadía—: ¿Ves cómo me trata?
¿Ves cómo me maltrata, Ceej?
La parte de atrás de su cabeza se posó en mi hombro, empujándome
lo suficiente para que mis dedos no pudieran llegar más a sus costillas,
pero los puse sobre sus hombros y le di un beso en el costado de la cabeza
mientras me reía de nuevo.
—¿Estás poniendo esto en tu lista de cosas que contarle a tu madre?
—me burlé.
Volvió la cabeza para mirarme, esos ojos llamativos a pesar de lo
claros que eran.
—Sí —afirmó, pero pude ver que parte de su boca formaba una
sonrisa.
—Soplón.
Resopló mientras sonreía, todavía permaneciendo en su lugar
mientras apoyaba su peso contra mí.
—¿Qué vas a hacer el resto de la noche? —preguntó.
352
—No lo sé. Quizás responda algunos correos electrónicos. Hice todo lo
que quería hacer hoy. Esta cosa de trabajar desde casa es bastante
agradable. ¿Tú?
Me arrepentí de preguntar en el momento en que salió de mi boca.
Pero negó.
—Nada. No me siento muy bien con mis niveles de azúcar en sangre
siendo tan extraños. —Me deslizó una mirada como si estuviera esperando
que contradijera que eso era lo que lo había hecho desmayarse.
Solo apreté mis labios.
—¿Quieres ver una película?
—¿Qué van a ver? —inquirió CJ desde la cocina. Por lo que oía,
estaba sacando algo del refrigerador e iba a calentarlo.
—No sé qué hay. No lo he mirado, pero tiene que haber algo —
respondió Zac antes de volver a inclinarse para mirarme al rostro—. A
menos que tengas una cita o algo así.
—Veré una película —dije—. Me vendría bien un descanso.
—Lo apuesto, señorita Popular.
—Me arrastraré por el suelo cuando estés dormido, te quitaré los
calcetines y te haré cosquillas en los pies, no me pongas a prueba.
Sonrió. Luego trató de meter su dedo en mi oído.
De alguna manera, tomó el control remoto sin mirar y comenzó a
cambiar de canal. No pensé mucho en eso hasta que se enderezó y se
deslizó por el diván, su cadera directamente contra la mía, su pierna
alineada con la mía. Pasó un brazo por mi nuca y me arrastró hacia su
costado.
Luego puso la manta sobre nosotros.
Simplemente está siendo cariñoso, me dije mientras miraba hacia
delante de nuevo y comenzaba a pasar los canales de películas.
Le gustaba… acurrucarse.
Y tenía suerte de ser la chica con la que podía hacerlo. La segura. Con
la que se sentía muy cómodo.
Suerte la mía.

353
VEINTE
Estaba abajo lavando mis platos unas dos semanas después, oyendo
a Zac hablar por teléfono con su agente —CJ se había ido para hacer
recados—, cuando sonó el timbre.
Me miró y me encogí de hombros. No era como si fuera a invitar a
alguien.
Bueno, a nadie más que la fotógrafa que había venido. Todavía no
podía creer que hubiera sucedido, mucho menos entender lo asombrosas
que eran las fotos que había tomado. Se habían necesitado cinco días para
hacer todas las tomas.
Cinco días de Zac asombrándose conmigo mientras pasaba su
semana de descanso, una especie de semana de vacaciones que todos los
equipos tenían durante la temporada, en el sofá y alrededor de la cocina,
mirando a la mujer en acción. Me había ayudado a cocinar y limpiar y
había sido mi apoyo moral todo el tiempo.
Una parte de mí había esperado que se despidiera y se fuera de
354
vacaciones como CJ, que se había ido a las Islas Vírgenes con Amari y otro
jugador cuyo nombre no recordaba. Pero no había ido a ningún lado, ni
siquiera a visitar a su amada mamá o Paw-Paw. Había estado conmigo.
Habíamos ido de compras, al cine, a la playa a pesar de que hacía mucho
viento, y habíamos ido a dar un par de largos paseos.
Y si no hubiera sido por el hecho de que todavía no había recuperado
mi canal, hubiera sido una gran semana que habíamos pasado juntos.
Pero la pérdida se cernía sobre mi cabeza y mi corazón a pesar de que
hacía todo lo posible para no pensar en ello, ya que no podía hacer mucho
más que llamar y enviar correos electrónicos repetidamente.
En fin.
Cuando me enjuagué el jabón de las manos y me las sequé, el timbre
volvió a sonar. Zac puso su mano sobre el auricular.
—Dame un segundo, cariño, e iré.
Murmuré:
—Entendido.
Necesitaba concentrarse en su conversación sobre la próxima
temporada. Había estado escuchando todo el tiempo que estuvo hablando
por teléfono y sabía exactamente qué tipo de plan estaban formulando.
Firmaría otro año con los White Oaks si lo aceptaban, o se iría a
cualquier otro lugar si no lo hacían.
Pero todo dependía de una cosa importante: los partidos restantes de
la temporada.
Si lograba llevar al equipo a los playoffs, lo cual esperaba más que
nada, entonces había una oportunidad. Los White Oaks eran los tapados
de la temporada. Sobre todo por Zac y la forma en que había jugado y
dirigido al equipo. Había estado al borde de mi asiento hace días cuando
había estado en Arizona y tuvieron una victoria sorpresiva en el último
tiempo. Me alegré de que Trevor no hubiera estado en su casa, porque yo
había estado gritando a todo pulmón y saltando arriba y abajo cuando Zac
lanzó un pase que CJ atrapó y les dio la victoria.
Me había quedado despierta esa noche haciéndoles donuts que
podrían comerse a la mañana siguiente cuando llegaran a casa como
sorpresa. Incluso Deepa me había enviado un mensaje con emoticonos de
fuegos artificiales al final. Nos habíamos despedido hace un par de días
cuando había ido a su casa y la había ayudado a empacar antes de que se
fuera a casa para estar con su madre. La iba a extrañar mucho, pero sabía
que tenía que irse. Nos mantendríamos en contacto, me aseguraría de ello.
Todavía no tenía ni idea de lo que iba a hacer sin ella o en general.
Zac me había ayudado la última vez que filmé, pero sabía que no podía
depender de él siempre. Todavía estaba grabando videos, preparándome
para el día en que recuperara mi canal. Zac estaba intentando
mantenerme optimista. 355

En fin.
Claro, la temporada actual aún no había terminado, pero tenían que
ganar los próximos dos juegos para llegar a los playoffs. Si llegaban a los
playoffs, eso era una cosa. Si no lo hacían… bueno, iba a ser una historia
totalmente diferente para Zac.
La presión bajo la que se encontraba me mantenía despierta por la
noche.
Bueno, eso y el hecho de que WatchTube todavía no había quitado el
acceso a mi canal a los putos hackers imbéciles que me lo habían robado.
Había levantado un infierno por esto la semana pasada y algunos de mis
espectadores también llamaron y enviaron correos electrónicos. Incluso un
par de otros amigos blogueros publicaron al respecto.
Y todavía no me dieron una actualización o simplemente me lo
devolvieron.
Pero cuanto más tiempo tardaba, más convencida estaba que iba a
recuperarlo y apuntar mucho más alto con él. No iba a perderlo,
especialmente por culpa de algunos imbéciles. Si tenía que demandar a
WatchTube, lo haría.
Vendería un riñón para conseguir un abogado.
O se lo pediría a una de las dos personas que me amaban que me
daría el dinero sin un parpadeo, si dejaba de ser terca.
Si no me sintiera tan estresada por el futuro de Zac en la línea, yo sin
saber qué diablos iba a hacer y dónde iba a vivir, y todo el drama de que
me piratearan mi canal, hubiera estado muy feliz de que algunas cosas
estuvieran progresando.
Sin embargo, las cosas iban a mejorar; podía sentirlo. Solo tenía que
mantenerme fuerte y no perder de vista el premio.
Y renunciar a mi trabajo.
Iba a hacer esa mierda en el segundo que recuperara mi canal, decidí.
Mis tres semanas de descanso estaban llegando a su fin y estaba lista para
irme ahora que no sentía la obligación de quedarme en Maio House. Mi
aviso de dos semanas ya estaba mecanografiado y guardado como
borrador.
Ahora solo necesitaba recuperar mi canal.
Me dirigí hacia la puerta después de avisarle con un gesto de que iba
a responder, y al instante vi a una mujer parada frente a la puerta de
cristal, sosteniendo a un bebé sobre una cadera y su celular en la mano.
Era bonita. Hermosa en realidad. Mucho más alta que yo. Y el bebé
en sus brazos, retorciéndose para bajar al suelo, no podía tener más de 356
tres años. Una niña.
¿Una vecina?
¿Una… amiga de Zac?
La mujer tenía el cabello rubio oscuro con las puntas de un verde
oscuro. El bebé tenía cabello oscuro y piel morena. Saludé a través del
cristal y la mujer tardó un segundo en verme antes de levantar su mano
casi vacilante en respuesta.
Oh, Dios. Por favor, Dios, no permitas que esta sea una mujer con la
que Zac sale. No quería tener que irme en ese momento. Pero lo haría. Lo
haría, lo haría.
Había planeado esto, había pensado en ello durante los espacios
vacíos en mis días desde que me mudé. Me había preparado mentalmente,
o al menos me gustaba pensar que lo había hecho. Pero acepté en ese
momento que no estaba preparada para una mierda.
Y eso me aterrorizó.
Abriendo la puerta, intenté sonreír mientras me paraba en la entrada,
manteniendo la puerta lo más cerca posible de mi lado mientras decía:
—Hola.
La mujer parecía un poco mayor que yo y tenía una expresión
cautelosa en su rostro.
—Hola —respondió con una voz igualmente cuidadosa con la que no
estaba segura de qué hacer.
—¿Puedo ayudarte?
Sí, su sonrisa fue tensa.
—¿Zac está aquí?
Esto era lo que había estado preparada para temer. Apreté mis labios,
sin saber si asentir o no porque… ¿y si era una fan? ¿Y si en realidad no lo
conocía y había tenido la suerte de haber encontrado su dirección de
alguna manera?
—¿Zac? —pregunté lentamente, todavía con la esperanza de que esto
no fuera lo que pensaba.
—Sí. Zac —replicó con cautela, su mirada yendo de mí a la pequeña y
viceversa. Parecía incómoda—. Intenté llamarlo, pero no responde.
Nada de eso significó nada para mí. Podría estar inventándolo.
—Soy Vanessa —dijo, extendiendo su mano hacia mí—. ¿Eres…?
Vanessa.
¿Por qué ese nombre me resultaba familiar?
Oh. La Vanessa que había visto que no necesitaba una descripción en
su teléfono. Había visto sus mensajes un puñado de veces. Y había visto a 357
Zac sonreír mientras respondía. Había mencionado una vez el gran apoyo
que había sido para él años atrás, pero eso era todo lo que sabía.
Mi estómago se hundió un poco cuando estreché su mano.
—Hola. Bianca.
La sonrisa que esbozó ante eso me tomó totalmente desprevenida.
—¿La enana?
No estaba segura si el que supiera de mí era algo bueno o no.
¿También había pasado el rato con Zac? ¿Estaba aquí para hacerlo
un poco más? No era que me sorprendiera que saliera con una mamá. No
me sorprendería que lo hubiera hecho muchas veces antes.
Y, Dios mío, cómo odiaba ese jodido pensamiento.
Necesitaba acostumbrarme y lo sabía.
Pero todavía me quitó el aire de los pulmones.
—Sí —contesté e intenté no sentirme mal por sonar como si me
estuvieran haciendo una sonda anal sin lubricante.
Todavía me estaba sonriendo, y yo todavía estaba tratando de
imaginarme su bonito rostro frente al de Zac, amado y apreciado y solo
Vanessa.
Y estaba revolcándome en ese pensamiento cuando una profunda voz
masculina gritó:
—¿Está aquí?
Una figura enorme se acercó por el camino, proveniente de lo que me
di cuenta era una camioneta que no reconocí estacionada en la entrada.
Pero no fue su enorme cuerpo lo que llamó mi atención. Lo que más me
interesó fueron los dos niños pequeños tomándolo de cada una de sus
manos. Ambos llevaban camisetas. Uno vestía una camiseta de los
Oklahoma Thunderbirds. El otro con camiseta de San Diego.
Y aunque por sus rostros parecían ser niños pequeños, eran enormes.
Cuanto más se acercaba el hombre, más familiar me empezaba a
resultar. ¿Era un antiguo compañero de equipo de Zac? Cabello oscuro
con barba corta, grande y musculoso, y atractivo de una manera que no
era tipo príncipe de Disney como Zac sino más bien un guerrero medieval.
Era más grande que Zac, CJ y Amari.
—No lo sé… —La mujer se calló, lanzándome una mirada rápida
porque… bueno, no lo sabía. No había dicho que sí o no.
—¿Sigue sin contestar su teléfono? —cuestionó el grandote mientras
levantaba a cada uno de los niños por los brazos, ganándose gritos
infantiles felices… y el hombre les sonrió.
358
Sabía que lo conocía de alguna parte. Simplemente no estaba segura
si era por sus días con los Three Hundreds o los Thunderbirds.
—No…
—Bibi, nadie está intentando secuestrarte, ¿verdad? —gritó la voz
familiar de Zac desde el pasillo.
Todo lo que logré decir fue “uh” antes de que el grandote, que estaba
bastante segura de que era un ex compañero de equipo de Zac, exclamara:
—¿Tienes tiempo para contestar tu teléfono ahora?
Oí los pasos de Zac vacilar detrás de mí.
Luego dijo:
—¿Aiden?
El mayor de los dos niños soltó la mano del grandote y se lanzó hacia
adelante, gritando:
—¡Tío Zac! —A todo pulmón.
¿Tío Zac?
—¿Sammy? —Escuché a Zac decir. El otro niño seguía aferrado a la
mano de su padre, pero la niña intentó mirar hacia el pasillo también, sus
ojos brillantes e interesados cuando preguntó:
—¿Tío Zac?
—Sí, tu tío Zac, Fi. ¿Te acuerdas de él? —confirmó la mujer, solo
Vanessa.
La niña asintió.
Un momento después, Zac tocó mi cadera, balanceando a un niño
sobre sus hombros. Me guiñó un ojo antes de ir directamente hacia la
mujer con la niña, ignorando descaradamente al grandote, que puso los
ojos en blanco con exasperación.
—¿Cómo está mi corazón y cómo está mi mini corazón? —inquirió
antes de abrazar a la mujer, Vanessa, y extender los brazos hacia la niña—
. ¿Te acuerdas de mí, Fiona? Soy tu tío Zac.
La niña vaciló por un segundo antes de asentir y extender sus propios
bracitos para que él también pudiera tomarla.
Y en menos de un minuto, Zac tenía dos niños encima, uno en los
hombros y el otro en los brazos, dándole un beso en la mejilla. Por si eso
no fuera lo suficientemente lindo, estaba sonriendo ampliamente.
Dios necesitaba tener misericordia de mi alma.
Necesitaba alejarme de él. Recargar. Volver a encaminar mi mente y
recordar mis expectativas.
Recordar que no quería estar herida en el futuro si permitía que mi
corazón se volviera demasiado loco. 359
—No creo que llegue a entender nunca lo que hiciste para convertirte
en el susurrador de niños —murmuró la mujer llamada Vanessa con leve
sorpresa pero mayormente exasperación cuando Zac le dio otro abrazo—.
Pero estamos todos bien. Sería mejor si contestaras tu teléfono por una vez,
Zac.
Se rió mientras le hacía cosquillas a la niña.
—Estaba a punto de devolverte la llamada, cariño. Estaba hablando
por teléfono con mi agente, Bibi no había vuelto y me preocupaba que
alguien intentara robármela.
Como si alguien fuera a secuestrarme.
Zac se enderezó, se volvió en mi dirección y dijo:
—Un segundo, cariño. Perdona mis modales. Tengo una persona más
muy importante a la que saludar y luego los presentaré a todos. —Me
guiñó un ojo un segundo antes de caer sobre una rodilla, todavía
balanceando a ambos niños en sus brazos y hombros, y sonreír al otro
chico—. ¿Cómo estás, amigo? ¿Tienes un abrazo o un choque de manos
para mí?
El niño más pequeño, que tenía que ser… no tenía ni idea, ya que era
tan grande que podría haber tenido tres o quince años, se encogió de
hombros y extendió la mano. Zac la chocó. Luego se puso de pie e inclinó
la barbilla un poco más alto para mirar al hombre tal vez tres o cuatro
centímetros más alto que él. Se miraron a los ojos, y luego Zac se rió entre
dientes y se inclinó para darle una palmada en la espalda.
—¿Cómo te va, grandote?
El grandote de hecho le dio un solo golpe fuerte en la columna que
estaba bastante segura de que me habría roto la espalda.
Entonces, por fin, mi amigo se volvió.
—¿Por dónde iba? Bianca, esta es Vanny y este es Aiden. Y estos
angelitos son Fiona, Grayson y Sammy. —Rebotó a la chica—. Mi sobrina y
mis sobrinos.
El grandote volvió a poner los ojos en blanco, pero la mujer bonita,
Vanessa, sonrió.
—Son algunos de mis mejores amigos, a pesar de que solo me visitan
una vez al año.
—Sabes, estoy bastante segura de que solo vienes de visita una o dos
veces al año, así que… —La mujer se calló, avanzando poco a poco hacia el
tipo grande, quien la atrajo a su lado y puso su mano en la cadera más
alejada de él.
Eran muy lindos juntos.
360
—¿Pensé que no llegarían aquí hasta mañana ? —preguntó Zac antes
de susurrar quién sabía qué a la pequeña.
Vanessa se encogió de hombros.
—Estábamos en Austin visitando a Diana. Mi hermano está aquí por
negocios, así que vinimos a verlo también. Te llamamos para ver si querías
venir a comer con nosotros, pero no respondiste, así que decidimos venir y
asegurarnos de que aún estabas vivo.
Aiden le lanzó a la mujer, que tenía una enorme roca de colores en el
dedo anular, así que supuse que era su esposa, una mirada.
—¿Y?
Ella lo miró antes de suspirar.
—Y quería ver la casa de Trevor —admitió Vanessa—. Una parte de mí
todavía no puede creer que no solo tenga un ataúd en un castillo en
alguna parte.
Zac se rió, y también el hombre grande, el sonido de su risa un poco
oxidado, a diferencia de la de Zac, que era clara, feliz y bien utilizada.
—No entro en su habitación, así que nunca se sabe en qué duerme. —
Zac chocó mi codo con el que tenía libre, sus ojos azules atrapando los
míos—. ¿Lo has visto?
—No, todavía no —respondí, insegura de qué decir.
La mano de Zac se posó en mi nuca, dándole un apretón antes de que
se deslizara hacia abajo y se frotara entre mis omóplatos.
—Entren entonces. Los dejaré husmear. ¿Dónde van a comer?
La mujer recitó un lugar que no era un restaurante sino más bien un
centro de diversión familiar a una media hora de distancia con fichas y
juegos al que había llevado a Guillermo y Luisa antes.
Su respuesta también resultó ser mi señal para hacer algo.
—Bueno, tengo algunas cosas que hacer, pero fue un placer
conocerlos…
—Ven con nosotros —interrumpió Zac.
¿Se había perdido la parte en la que él había sido invitado y no los
dos? Intenté comunicarle con mis ojos lo que estaba pensando, pero
cuando su sonrisa no vaciló ni hizo nada, susurré:
—Eh, vinieron a verte.
Zac no respondió en un susurro.
—Vanny, dile que puede venir.
—Por supuesto que estás invitada. No sabía que eras la enana.
Solo había pensado que yo era BIANCA CABELLONEGROGIM HOU.
361
Zac guiñó un ojo, lo que tampoco ayudó.
—Paga Aiden —declaró.
El tipo Aiden se limitó a mirarlo, pero Zac no se dio cuenta.
—¿Vienes? —Hizo uso de las armas grandes cuando esbozó su
sonrisa Zac—. ¿Por favor?
Quería decirle que realmente debería ponerme a trabajar, pero…
¿cómo podía decirle que no a ese “por favor”?
Estaba bastante segura de que él sabía que la respuesta era que no
podía decirle que no a él ni a sus “por favor”.
Así fue como, una hora más tarde, después de que los tres niños
hicieran pis, me di cuenta de que tenía que ser la única persona que no
sabía quién era Aiden. Había jugado en Dallas, lo que había pensado. Y
aunque no tenía ninguna duda de que había jugado una posición
defensiva en función de su tamaño, debía haber sido muy querido y
admirado, ya que los fans de Houston no eran exactamente fanáticos de
los Three Hundreds. Porque en el momento en que entramos en el centro
de entretenimiento familiar, que sabía de memoria que tenía pizza,
hamburguesas y nuggets de pollo, pareció que todos los ojos se volvían
hacia el grandote y el quarterback príncipe de Disney que me lanzaba
pedos.
Si alguien me preguntara, Aiden no era para nada difícil de mirar,
pero Zac… bueno, Zac era Zac. Si iba a mirar a alguien, sería a él. Y no
solo por la manera en que se habían formado sus huesos y piel, sino
también por el resto de él. Las cosas que no podías ver en el exterior tan
fácilmente.
Todo en lo que tenía que pensar era en la forma en que se había
metido con los niños y les había prestado atención desde el momento en
que los había visto.
No debería haber sido sorprendente; siempre le habían gustado los
niños, incluso cuando él mismo no era más que uno. Yo era prueba
viviente de eso. Dios prohibiera que hubiera un bebé en alguna parte; iba a
intentar besarlo y luego robarlo. Honestamente, deseaba que hubiera
habido un bebé. Pero era muy lindo con la pequeña y el niño, que había
aprendido que tenía casi siete años, y el tranquilo, que pensé que podría
haber tenido trece con un certificado de nacimiento falso que decía cinco.
—¿Puedo ayudarte con algo? —pregunté a Vanessa después de llegar
a las enormes instalaciones con un patio de juegos interior, una bolera y
cientos de juegos. Aiden nos había comprado pulseras y a los niños
“fichas” digitales para usar. Para darle crédito a Zac, lo había visto
moverse a su lado en la caja registradora, habían discutido, peleado con
las tarjetas de crédito, y entonces Zac había puesto los ojos en blanco y
metido la suya en su billetera. 362

—¿Puedes vigilar a Fi por un segundo? —respondió la mujer mientras


el más joven de los dos pequeños le susurraba una pregunta.
De pie a un lado, Zac estaba hablando con Aiden con el niño mayor
parado allí, con su cabeza inclinada hacia atrás, escuchándolos. Por las
partes que capté, estaban hablando de fútbol.
—Claro —dije antes de tomar asiento en la silla vacía a su lado.
La niña de tres años me miró parpadeando con esas pestañas negras
y muy largas, de las que estaba mucho más celosa de lo que una mujer
adulta debería.
Sonreí.
—Me gustan tus moños.
Esos ojos grandes y oscuros me miraron parpadeando.
—Mami los hizo.
—¡Vaya! Mi mamá nunca me hizo moños tan bonitos —dije e hice una
mueca.
Señor, eso golpeó un poco demasiado cerca de casa.
Para ser justos, mi madre me había hecho algunas cosas en el
cabello, pero solo en el mes o así que pasaba en los Estados Unidos. Dios
mío, eso realmente dolía un poco cuando lo pensaba. Me había enviado un
correo electrónico hace dos semanas para ver cómo estaba. Incluso me
había enviado una foto de ella y mi padre con algunos lugareños.
—¿Cuántos años tienes? —cuestioné, dejando de pensar en mis
padres. Estaban cerca de la jubilación, pero sabía que las cosas nunca
iban a cambiar. Estaba bien con eso.
Levantó dos dedos justo cuando Vanessa terminaba de decirle a su
esposo —Zac lo había confirmado de camino al complejo, explicando todo
sobre cómo los tres habían vivido juntos durante unos meses hacia el final
de su tiempo en Dallas— que el otro niño necesitaba orinar.
—Fi, un dedo más —corrigió a la pequeña mientras se volvía hacia
nosotras.
Fiona me mostró tres dedos, e hice ruidos de asombro. Por el rabillo
del ojo, vi a Zac alejarse con Aiden y los dos niños hacia donde solo podía
imaginarme que era el baño.
—Tus hijos son tan lindos —comenté—. Los chicos son enormes.
Vanessa se rió entre dientes.
—Se parecen a su papá. Le dije a Aiden que van a tener barba cuando
tengan trece años, y las mujeres van a pensar que son hombres adultos.
Me reí.
363
—Le dije a Zac en el auto que pensaba que el mayor, ¿Sammy? Podría
tener siete o quince años, y no estaba segura.
Eso la hizo reír también.
—Ambos fueron bebés de cuatro kilos y medio.
No quise hacer una mueca, pero la hice, y afortunadamente solo hizo
que se riera más.
—Todos ponen esa expresión. No te sientas mal.
Fue mi turno de reír, toda incómoda.
—Lo siento. ¿Cuán grande fue ella? —pregunté.
—Fue un bebé prematuro. Pesó un poco menos de dos kilos. —Su
mano fue a rozar la frente de la niña.
Zac había explicado en el auto que originalmente tenían la intención
de ser solo los padres de acogida de Fiona, pero solo habían tardado unos
meses en decidir adoptarla.
La otra mujer miró por encima del hombro antes de volverse hacia mí.
—Bianca, antes de que regresen, quería preguntar… ¿cómo está Zac?
He estado muy preocupada por él. He estado muy ocupada y él no le
cuenta a Aiden las mismas cosas que a mí, así que en realidad no sé si
está bien mentalmente.
¿Quería hablar con esta mujer a la que apenas conocía de Zac?
Una mirada a su rostro, y pensar en sus breves menciones, y supe
que él se preocupaba mucho por ella.
Así que sí, al parecer, lo hacía.
—Ahora lo está. Está estresado, ya sabes. Durante la temporada baja,
también me preocupé por él por algunas cosas que dijo. —Frunció el ceño
como si no supiera nada de eso—. Pero realmente se ha estado
concentrando, y no ha salido para nada que yo sepa, excepto para hacer
cosas conmigo. Está bajo mucha presión, pero sigue siendo el mismo.
Ella ya estaba asintiendo antes de que terminara de hablar.
—No sabía nada de lo de la temporada baja. El año pasado, sabía que
le estaba costando y tomó algunas decisiones estúpidas por las que quise
matarlo, pero quería asegurarme de que no me estuviera mintiendo
cuando dijo que estaba bien. —Una comisura de su boca se levantó un
poco—. Me dijo que le patearías el culo si no mantenía su mierda bajo
control.
Resoplé.
—Nah, no me necesita. Sabe lo que tiene que hacer.
Me miró con los ojos un poco entrecerrados, sonrió y luego se encogió
de hombros.
—Tiene un corazón de oro, ese, pero todavía… 364
—¿Sobre qué están chismeando ustedes dos?
Fue Zac quien puso sus manos sobre mi cabeza, deslizando sus dedos
por mi cabello.
—Sobre ti —contesté.
Gimió, sus dedos todavía amasando mi cuero cabelludo. Quería
gemir, se sentía tan bien. Y, por supuesto, fue entonces cuando su teléfono
empezó a sonar. Lo oí suspirar y sabía que lo tomó después de quitarme
las manos de la cabeza. Me dio un golpecito en el hombro.
—Es Amari. Vuelvo enseguida.
Incliné la cabeza hacia atrás para encontrarme con su mirada y
asentí.
Me sonrió antes de darse la vuelta y alejarse un poco. Cuando me
volví hacia la mesa, cinco rostros me miraban. Tres pequeños y dos
grandes. Vanessa era la única que sonreía. Ni siquiera había escuchado a
los otros tres acercarse.
Me miraron fijamente. Me miraron expectantes. No creí que un niño
alguna vez me hubiera hecho retorcerme más. Porque sabía lo que estaban
haciendo. Lo que se estaban preguntando.
—Nunca haría nada para lastimarlo o aprovecharme de él. Ha sido mi
mejor amigo desde que tenía la edad de Fiona, más o menos —expliqué,
así que con suerte no seguirían mirándome como si fuera la mala.
El niño mayor me miró con los ojos entrecerrados con su rostro de
niño/adolescente.
—¿Cuál es su color favorito?
—¡Sammy! —siseó Vanessa—. No uses ese tono de voz con ella, y esto
no es un interrogatorio.
¿Me estaba interrogando? Casi me eché a reír. Estaba muy
preocupado de que fuera a… ¿qué? ¿Herir Zac? ¿No ser su amiga?
—Mamá, dijiste que necesitamos buenos amigos. No muchos, solo
buenos. Solo quiero ver si es buena o mala —respondió el niño muy serio.
Bien.
Me encontré con los ojos de Vanessa justo cuando lo iba a regañar e
intenté comunicarle que estaba bien. Debió haber entendido lo que estaba
implicando porque dijo:
—Tres preguntas antes de que él regrese y eso es todo, solo porque a
ella le parece bien. No asumimos que sabemos lo que piensan o sienten
otras personas, ¿verdad?
365
—No, mamá.
Estaba bastante segura de que incluso Aiden estaba tratando de
contener una risa cuando lo miré. Estaba mirando a su esposa con mucha
atención, diciéndole quién diablos sabía qué con sus ojos.
Entonces el niño se centró en mí y preguntó:
—¿Cuál es su color favorito?
Crucé las manos sobre la mesa y respondí:
—Verde.
Fue la respuesta correcta porque hizo otra pregunta, listo para
jodidamente continuar.
—¿Cuál es su comida favorita?
—Espaguetis.
Entrecerró esos ojos de niño un poco más.
—¿Lo amas?
¿No era esa la puta pregunta? Pero le dije la verdad.
—Muchísimo.
El asiento al lado del mío fue retirado, y lo siguiente que supe fue que
Zac se deslizó en él, preguntando:
—¿De qué están hablando ahora?
Le di un codazo.
—Todavía de ti.
Esa mano suya se posó justo entre mis omóplatos mientras sonreía.
—¿Y el qué de mí?
—¿No te gustaría saberlo? —bromeé justo antes de que el mayor,
Sammy, preguntara sobre la comida.
No fue hasta un par de minutos después que mi teléfono vibró. Le
eché un vistazo.
ZAC ES MI FAVORITO 2 nuevos mensajes.
¿Cuándo diablos había vuelto a cambiar su información de contacto?
Abrí el mensaje.
ZAC ES MI FAVORITO 2: ¿Quieres correr conmigo después de
esto?
¿Hacer qué?, me pregunté. Tenía muchas ganas de ir a casa y editar
un video. Solo vine aquí porque me lo había pedido.
Le respondí.
Yo: Prefiero volver a casa de Trevor si está bien. Realmente
necesito hacer algunas cosas. 366
No fue hasta media hora después, mientras estábamos ocupados
devorando una pizza —mientras noté que Aiden comió tres ensaladas—,
que me respondió el mensaje.
ZAC ES MI FAVORITO 2: Lo que quieras, cariño.

Me desperté en medio de la noche para tomar un vaso de agua y me


asomé por la puerta principal.
Hice una pausa.
Solo había dos autos en el camino de entrada: el mío y el de CJ.
Faltaba cierto BMW.
De vuelta en mi habitación, le envié un mensaje a Zac.
Yo: ¿Estás bien?
Esperé una hora para obtener una respuesta que nunca llegó.
VEINTIUNO
Fue mi teléfono sonando lo que me despertó a la mañana siguiente.
Malhumorada y cansada, miré fijamente mientras un número
desconocido de Nueva York parpadeaba en la pantalla mientras lo sostenía
frente a mi rostro con un ojo cerrado.
¿Era WatchTube?
—¿Hola? —Esperaba no sonar tan cansada como me sentía. Me
obligué a volver a dormir después de una hora de esperar a que Zac me
respondiera el mensaje, y estuve dando vueltas y vueltas toda la noche,
totalmente inquieta. Las veces que me despertaba lo suficiente, revisaba
mi teléfono para ver si tenía mensajes nuevos en mi bandeja de entrada.
Pero no había habido una mierda. Solo un par de correos electrónicos
y algunas notificaciones de redes sociales.
Esperaba a un extraño, pero eso no fue lo que escuché.
—Bianca, soy Trevor. ¿Dónde diablos está Zac?
367
Mis ojos se abrieron de golpe mientras esa sensación un poco
desagradable de la noche anterior, ante el recordatorio de que su auto no
había estado allí anoche, me invadía de nuevo. Asquerosa, espesa e
imprudente.
Y totalmente inútil porque, ¿quién era yo para ponerme celosa? Era
mi amigo, y eso era todo. Nunca había esperado algo diferente.
—No lo sé, Trev —respondí con sinceridad.
Porque no quería delatarlo. No necesitaba detalles, pero Trevor no me
llamaría a… las nueve de la mañana sin ninguna razón.
Debió haberme creído porque hizo otra pregunta mientras todavía
luchaba con el hecho de que me llamara en primer lugar. Para preguntar
dónde estaba Zac. ¿Y cómo había conseguido mi número?
—¿Cuándo fue la última vez que supiste de él?
¿Que era esto? ¿Quién Quiere Ser Millonario?
—Anoche. Pasamos algún tiempo con sus amigos y luego regresó, me
dejó y dijo que iba a hacer algunos recados. —Había revisado algunos
sitios de noticias mientras había estado despierta para asegurarme de que
no se hubiera publicado nada sobre Zac teniendo un accidente o algo así.
Resopló.
—¿Por qué? ¿Pasó algo?
—Le envié un mensaje anoche y no ha respondido.
Bienvenido al club. Froté mis ojos con mi muñeca mientras más de
esa sensación asquerosa brotaba dentro de mí. Celos, está bien, eran
jodidos celos. Dudaba mucho que hubiera tenido un accidente.
—¿Quizás solo se lo estaba pasando muy bien? —Eso me dio ganas
de vomitar, pero me lo guardé para mí.
Se rió entre dientes de una manera que me hizo parpadear hacia el
techo. Hacia su techo.
—Estamos en un momento crucial, Bianca. Si le mando un mensaje,
tiene que responder. Necesita estar concentrado al máximo, no de fiesta,
tomándose fotos con mujeres al azar en los clubes…
¿Había ido a un club?
Dejó de hablar, y estaba bastante segura de que no era porque yo
jadeara ni nada. Al menos esperaba más que nada no haber hecho un
sonido. Mis labios estaban apretados por una razón. ¿Y de qué fotografías
estaba hablando? ¿Cómo supo que había mujeres?
Lo averiguaría más tarde. Tal vez.
No. No, no lo haría. Porque no era asunto mío.
Oh, Dios, realmente tenía náuseas. Solo necesitaba mantenerlo bajo
368
control un poco más.
—¿Trevor? ¿Estás ahí?
Hubo una pausa. Entonces lo oí suspirar.
—Bianca, mira, niña, me caes bien, ¿de acuerdo? Tengo un
presentimiento sobre ti, así que lo digo porque no quiero que pierdas ese
brillo en tus ojos…
No tenía intención de decirlo, pero lo hice.
—Me estás asustando. —¿Dijo… dijo que le caía bien? Anoche,
Vanessa me había contado lo malo que había sido Trevor con ella. Que no
podían soportarse y lo contenta que estaba porque ya no se encargara de
Aiden.
Sentí que había más en esta historia, pero no había tenido la
oportunidad de preguntarle a Zac al respecto.
Así que, ¿que dijera —él que ni siquiera me había sonreído, pero se
había comido mi comida—, que le caía bien y que no quería que perdiera el
brillo de mis ojos?
No me iba a gustar lo que estaba a punto de decir, y lo sabía.
—Zac es lo más parecido que tengo a un hijo. Sé todo sobre él, todo lo
bueno y lo malo, como tú, y ha sido mi responsabilidad mantenerlo
encaminado tanto como sea posible porque quiero lo mejor para él.
Sí, no me gustó hacia dónde se dirigía esto.
Continuó.
—Pero ha tenido una chica linda, dulce y perfecta tras otra en su vida
desde que nos conocemos, y estoy seguro de que lo sabes. Sé que se
preocupa por ti. Cualquiera con ojos puede ver eso, pero no quiero que
tengas expectativas de que terminará…
¿Por qué sentí como si acabara de ser golpeada en el pecho con toda
la fuerza posible?
¿Por qué quería llorar?
Y de todas las palabras del mundo, ¿tuvo que usar “expectativas”?
No era como si hubiera pensado de verdad que alguna vez había
tenido una oportunidad. Sabía que algunos de mis sueños eran solo eso:
sueños. Algunos sueños en los que tienes voz y voto. Algunos sueños que
puedes hacer realidad…
Y hay algunos sueños en los que no tenías ninguna oportunidad.
No podías obligar a nadie a amarte.
Más importante, no podías hacer que alguien que ya te amaba, te
amara de forma diferente.
—No, Trev, está bien. Yo no… no tengo ninguna expectativa. Sé… sé 369
que no debo esperar nada. Eso lo aprendí hace mucho tiempo —repliqué,
intentando mantener mi voz ligera y fallando. O tal vez no fallando. Quizás
no se daría cuenta.
No me creyó y lo supe al instante.
—No quiero que te decepciones. Zac es solo Zac. Nunca tiene la
intención de lastimar a nadie, y puedo decir que estás en la parte superior
de la lista para él. Pero a veces lastimamos a la gente sin quererlo.
A veces lo hacíamos. Tenía razón.
—Sé que no le gusta lastimar a nadie. Ayer le abrí la puerta cuando
encontró un lagarto en la casa. No quería que muriera dentro. —
Intentando ser una adulta, contuve la respiración un poco, tratando de
aferrarme al hecho de que Trevor había dicho que se preocupaba por mí…
no que eso fuera una sorpresa. Sabía que lo hacía. Pero, ¿una linda chica
tras otra? No había sido necesario, no que ya no fuera plenamente
consciente de ello—. Pero gracias, Trev. Lo aprecio.
Hubo otra pausa. Otro suspiro.
—Quizás lo digo como un imbécil egoísta porque no quiero que salgas
herida y lo dejes colgado. Eres buena con él. Para él. Solo… escúchame.
Apreté los labios por un momento e hice todo lo posible por mantener
mi voz estable.
—Lo haré.
Por fin cambió de tema.
— Y no escuches todo lo que dice esa Vanessa.
¿Esa Vanessa? No dije nada. ¿Cómo diablos había sabido que ella
diría algo?
Y eso debía haberlo hecho reír porque sabía exactamente lo que yo
estaba haciendo.
—Si sabes algo de él, dile que me llame. Adiós, Bianca.
—Adiós, Trev.
Ni siquiera me corrigió esa vez, y me hizo sentir un poco peor.
Dejando caer mi teléfono sobre mi pecho, exhalé y miré al techo.
Antes de que pudiera convencerme de que era una mala idea, o que
no era asunto mío, o que los amigos no hacían ese tipo de mierda de
acosador, tomé mi teléfono otra vez y abrí la vieja y confiable aplicación
Picturegram y fui a la opción de búsqueda.
No estaba orgullosa de mí, pero escribí lo que escribí.
No tomó mucho tiempo encontrarlo. Solo un poco más abajo,
encontré de lo que Trevor tenía que haber estado hablando. Una foto que
alguien había publicado hace horas. 370
Era de Zac sentado con una mujer en su regazo.
Estaba en lo que parecía una cabina amplia, con esa sonrisa suya
que me molestaba, y ella estaba allí, posada, con sus tetas en su rostro.
Mis dedos se entumecieron. El resto de mis manos también
hormiguearon, si iba a ser honesta. Incluso podría haber sentido náuseas.
Intenté buscar alguna señal de que me equivocaba, que la foto no
había sido tomada ayer, pero no podía recordar qué diablos había estado
usando. Y la chica cubría la mayor parte de su ropa con su cuerpo de
todos modos. ¿Su cabello se veía más largo o me lo estaba imaginando?
¿Y qué? Si no había sido anoche, ¿de repente sería mejor que hubiera
sido hace una semana? ¿Hace dos semanas? ¿Hace tres semanas? Intenté
razonar conmigo misma.
Sobre todo, estaba muy orgullosa de mí misma por salir
tranquilamente de la aplicación y rodar lentamente hasta quedar sentada.
Esto no era nada nuevo. Había visto esto antes a pesar de que habían
pasado meses. Me había invitado y le había dicho que no. Tal vez hubiera
sucedido incluso si hubiera ido.
Estaba bien.
Aspiré.
De acuerdo, no estaba bien, y era una jodida idiota por pensar que
podía hacer esta mierda. Que podía verlo y lidiar con ello. Que mi falta de
expectativas me mantendría con los pies en la tierra.
No me necesitaba. Solo era su vieja amiga que lo hacía sentir…
seguro. Odiaba el silencio. Extrañaba su hogar.
Era una tonta. Una tonta en tantos sentidos que ni siquiera podía
empezar a contarlos.
Pero no lo sería por mucho más tiempo y sabía lo que tenía que hacer.
Me levanté de la cama y me dirigí a la ducha.
Fue entonces cuando mi teléfono volvió a sonar. Era un número
ochocientos.
Lo más probable era que no fuera nada por lo que sentirse excitada,
pero…
Respondí.
—¿Hola?
—Hola. ¿Puedo hablar con la señorita Brannen?
—Soy yo —contesté.
—Genial. Me alegro mucho de tenerla al teléfono, señorita Brannen.
La estoy llamando en relación a la reclamación que presentó… 371

Lo siguiente que me despertó fue el golpe en la habitación del hotel


varias horas más tarde.
El muy leve golpe.
Un vistazo a mi teléfono mostró que eran las once y media de la
noche. Había un par de mensajes ignorados de Connie… y de Zac también,
al parecer. Les respondería en un minuto, pensé, poniéndome de pie con
un bostezo. Eché un vistazo a la habitación con los niños. Los dos niños
compartían una cama plegable de dos plazas, y la niña, Fiona, estaba
inconsciente en su cuna.
Nos habíamos divertido mucho antes.
No estaba segura de a quién le había sorprendido más: a ellos, la
familia Graves, o a mí. Porque cuando había sonado el timbre de la casa
esa tarde, cuando había sabido que Zac tenía que estar en el
entrenamiento, me había sorprendido ver a la familia parada al otro lado
de la puerta de cristal.
Zac les había dicho que estaba allí. Zac, que me había enviado un
mensaje poco después de que Trevor llamara para decirme que estaba bien
y si yo estaba bien. Como si no hubiera desaparecido.
Luego, de alguna manera, una cosa llevó a la otra, y lo siguiente que
supe fue que los había llevado al Museo de los Niños y a hacer un montón
de cosas divertidas.
Aiden todavía no hablaba mucho, pero sonreía un montón cerca de
sus hijos y su esposa. Incluso me había dirigido una pequeña sonrisa
cuando había dejado que sus hijos me persiguieran y actuado súper
exagerado al caer al suelo cuando me habían atrapado. Me había enterado
de que ese enorme hombre ahora estaba retirado de la NFO y, según
Vanessa, Aiden era muy feliz como un padre que se quedaba en casa.
Tenía que admitir que era bastante adorable imaginarlo de esa manera. Así
que no había sido un problema ofrecer cuidar a los niños si querían salir.
Y sorprendentemente, habían aceptado, prometiendo estar de regreso
alrededor de la medianoche.
Que era dentro de unos minutos.
¿Por qué llamarían a la puerta del hotel de todos modos? No se
arriesgarían a despertar a sus hijos, y les había dado mi número de
teléfono.
Con un bostezo, me acerqué de puntillas y miré por la mirilla.
Estaría mintiendo si dijera que mi corazón no se retorció un momento
antes de que comenzara a latir más rápido. Acelerado. De acuerdo, estaba
372
desbocado… como un caballo que quería escapar.
Pero no era ese tipo de persona y, como ya me había dicho varias
veces a lo largo de la mañana y la tarde, Zac no había hecho nada.
Ninguna de sus acciones tenía nada que ver conmigo. Ahora bien, si
hablaba mierda de mí, eso era una cosa; si me fallaba o me mentía o no
estaba allí cuando me había prometido, eso también era otra cosa.
Pero todo lo que había hecho era salir, como tenía todo el derecho a
hacer, y pasar el rato con mujeres, como también tenía todo el derecho a
hacer. No era como si no hubiera sabido que tenía una vida. Sin embargo,
ninguno de esos conocimientos hizo nada por mi corazón.
Tampoco cambió la decisión que había tomado antes. En todo caso,
estaba más decidida que nunca a hacer lo que se me había ocurrido.
Así que abrí la puerta y forcé una pequeña sonrisa en mi rostro antes
de cerrarla casi del todo detrás de mí, parándome en el hueco para con
suerte bloquear nuestras voces.
Y Zac estaba allí, en sus vaqueros más viejos y una vieja camiseta
universitaria naranja, luciendo cansado y preocupado. Después de todo,
tenía un gran partido esta semana. Su futuro dependía de ello. También
había pasado su hora de dormir.
—Hola —susurré, dándome cuenta de cómo esos ojos azules se
movieron sobre mí. ¿Qué? ¿Asegurándose de que estaba bien?
—Intenté mandarte mensajes y llamarte cuando no viniste a casa,
Bibi. Estaba preocupado por ti —dijo con cuidado, todavía recorriéndome
con la mirada.
Mantuve esa estúpida sonrisa en mi rostro.
—Lo siento, tenía mi teléfono en silencio. —Mentira, estaba en
vibración. Simplemente no había tenido sentido responder mientras había
estado despierta.
O incluso mirar los mensajes en primer lugar.
Y eso me hizo sentir como una idiota ahora que lo pensaba.
Debió haber pensado que estaba llena de mierda porque las líneas en
su frente se arrugaron.
—¿Qué estás haciendo aquí? Llamé a Vanny, pero no respondió. —
¿Por qué ella haría eso?—. Llamé a Boog y a tu hermana, y ambos se
rieron y me colgaron cuando les dije que me preocupaba que no estuvieras
en casa.
Parte de mi boca se movió hacia arriba con eso. Por supuesto que
estaba bien. Sabían que podía cuidar de mí misma. Y antes le había
enviado un mensaje a Boogie sobre cosas de Baby Boog.
—Estoy bien —insistí, manteniendo esa sonrisa estúpida en mi rostro,
incluso cuando levanté un hombro—. Solo aquí cuidando a los niños. Tus 373
amigos probablemente llegarán pronto, pero me quedaré si no lo hacen.
Esos ojos azules vagaban por mi rostro, y esos pliegues en su frente
no desaparecieron.
—Estaba preocupado por ti —repitió.
Y aun así, le di la misma expresión.
—¿Qué pasa? —cuestionó.
—Nada.
—¿Estás segura?
Asentí.
—¿Quieres que espere contigo hasta que regresen?
—Está bien. Están durmiendo. Estoy segura de que necesitas
descansar —repliqué con calma, tal vez incluso con frialdad, mirándolo
directamente a los ojos ante el sutil e insignificante recordatorio de que no
había vuelto a casa anoche porque había salido. Y pasó la noche fuera. Lo
cual no era mi estúpido asunto.
—Puedo pasar el rato contigo hasta que regresen.
—No hace falta. Probablemente no deberíamos hablar dentro y
despertarlos. Soy una chica grande; estaré bien. —Esa expresión estúpida
todavía no se fue a ninguna parte—. Gracias por ofrecerte.
Vaciló y algo cruzó su rostro.
—¿Estás segura, chica? —preguntó suavemente.
—Sí. Duerme un poco. Lo necesitas.
Y tal vez fue un error decir eso, porque definitivamente frunció el ceño
incluso cuando dio un paso atrás.
Un paso atrás justo antes de que le cerrara la puerta en el rostro.

374
VEINTIDÓS
—¿Qué te pasa?
Saliendo de la ensoñación en la que había estado mientras me paraba
frente al refrigerador en la casa de Trevor, miré por encima del hombro
para ver al mánager de Zac sentado ante la isla de la cocina con su
ordenador abierto frente a él. No me estaba mirando. Estaba concentrado
en la pantalla, pero no era como si hubiera alguien más a quien le hubiera
hablado.
Ni siquiera sabía que había regresado hasta que salió de su
habitación antes, habló por teléfono y dejó su ordenador portátil en la
encimera. Por los fragmentos de su conversación que había captado, había
regresado al amanecer y había tomado una siesta. Quizás Zac sabía que
vendría, pero no me había transmitido el mensaje.
Quería pensar que era porque apenas había hablado con él, pero
sabía que era solo porque yo lo había causado.
Ayer mismo, Boogie había venido a ver el partido de Zac conmigo.
375
Después habíamos salido a comer, y había ido principalmente porque no
quería alarmar a ninguno de los dos al intentar escapar con alguna excusa
estúpida. Y también porque sabía que esos dos podían hablar entre ellos
durante horas, así que ni siquiera necesitaría hablar más de lo que
quisiera, y eso no había sido mucho. Se habían dado cuenta, pero habían
aceptado la excusa de lo mucho que estaba pasando en mi vida.
Había muchas cosas en mi mente, incluida, entre otras, la llamada
que había llegado el mismo día que la de Trevor, confirmando que había
recuperado mi canal. Era la única luz brillante en mi vida en este
momento.
Y eso era negativo y patético y no cierto.
Tenía muchas luces brillantes en mi vida. El hecho de que mis
sentimientos fueran heridos era mi maldita culpa, y Zac seguía siendo una
de las luces brillantes que había. No iba a reprocharle que no se sintiera
por mí de la forma en que yo quería. No era culpa suya. Quería pensar que
tampoco era mía. Intenta no enamorarte de Zac.
En fin.
Era la única en la casa, o eso creía. CJ y Zac estaban en la práctica
hasta tarde, y estaría mintiendo si dijera que no estaba un poco aliviada
porque se hubiera ido.
Ya sabes, mi amigo de quien estaba enamorada.
Pero Zac, afortunadamente, no tenía nada que ver con lo que me
había distraído en medio de la reluciente cocina blanca en la que había
terminado de filmar justo antes de que Trevor hubiera aparecido, de
regreso de Nueva York o Los Ángeles o donde fuera que hubiera estado.
Dándome la vuelta para mirarlo y a su brillante ordenador portátil,
crucé las manos sobre la encimera y le dije la verdad.
—Se supone que debo empezar a trabajar mañana y estoy debatiendo
si debo dejar mi trabajo inmediatamente o si debo avisar con dos semanas
de antelación. No puedo decidir. —Le había pedido a Connie su opinión y
no había sido de ninguna ayuda.
Trevor murmuró:
—Hmph. —Así que no estaba totalmente segura de que estuviera
prestando atención.
Pero él era más neutral que cualquier otra persona que conociera, así
que dado que había preguntado y estaba aquí…
—¿Puedes decirme lo que piensas? Mi preocupación al intentar avisar
con dos semanas de antelación es que mi jefe va a ser aún más imbécil y
me hará más miserable de lo habitual, pero me siento culpable por
renunciar de repente, así que…
Eso hizo que sus ojos se posaran en mí desde la parte superior de su 376
ordenador por un momento antes de volver a escribir.
—Vas a renunciar, Bianca. No necesita ser amable contigo. —Sus
dedos se detuvieron sobre su teclado por un momento, su mirada
moviéndose a mí antes de añadir—: Espera. ¿Cómo es que vas a
renunciar? ¿Recuperaste tu canal o de repente obtuviste un trato para el
libro?
¿Cómo demonios había sabido que quería publicar un libro en primer
lugar? Lo pensaría más tarde.
—Recuperé mi canal. Me llamaron anteayer y me lo dijeron. Estoy
muy feliz. —Porque lo estaba.
Entonces sucedió lo más ridículo e inesperado.
Trevor me sonrió. Tal vez no pude verlo del todo, pero vi la mayor
parte desde la parte superior de su ordenador. Y era una sonrisa. Una
sonrisa real y viva.
Y ni siquiera estaba siendo sarcástico cuando dijo:
—Eso es genial.
—Gracias. Saltaría y chocaría mis talones, pero probablemente
aterrizaría mal y me torcería un tobillo, así que puedes imaginarlo.
A pesar de que mi pecho ardía, le había enviado un mensaje a Zac esa
tarde después de haberme enterado, y envió una respuesta con un montón
de emoticonos sonrientes.
Respondí con un solo emoticón sonriente que me hizo sentir mal de
nuevo por no ser tan amable con él como se merecía.
Y solo así, la sonrisa desapareció del rostro de Trevor como si no
hubiera existido en primer lugar. Quizás no lo había hecho. Quizás lo
había imaginado.
Asentí.
—¿Qué piensas? ¿Dos semanas de antelación o no? Me decanto por el
aviso. No dolerá ser profesional. —Mi hermana había dicho que no debería
molestarme en decir nada. De fondo, Richard, su esposo, había negado,
diciéndome que no la escuchara, como decía mi instinto. ¿Y si volvía a
perder mi canal y no lo recuperaba? Había tardado demasiado. O, ¿y si
mis espectadores no regresaban? ¿Y si tenía que solicitar otro trabajo en el
futuro y me pedían referencias? No estaba segura de que fuera inteligente
irme en malos términos.
Y ya había tomado suficientes decisiones tontas.
—Estoy de acuerdo —admitió, pensativo—. Cuanto antes mejor.
Oh, tenía razón en eso. 377
—¿Mañana?
—U hoy.
Admitiría que eso hizo que me doliera el estómago.
—¿Y volver al trabajo cuando no estoy en mi turno?
Volvió a poner los ojos en blanco antes de volver a concentrarse en su
ordenador.
—Hazlo hoy. Deja que tu jefe lo consulte con la almohada ya que te
preocupa tanto que sea malo o lo que sea que eso signifique, y lo habrá
superado por la mañana.
Estaba bastante segura de que no era así como funcionaba Gunner,
pero ojalá. Aunque también entendía el punto de Trev. Pero…
Todavía lo estaba pensando unos minutos más tarde cuando dijo casi
enojado:
—Iré contigo si quieres. Zac me ha hablado de tu jefe y tengo
curiosidad.
Solo había una respuesta para eso.
—Sí, claro. Tal vez sea menos imbécil con público. Intentó hacer que
Zac fuera y publicara una foto de sí mismo allí, y le dije que no. Estoy
segura de que todavía estará molesto por eso. Seré rápida. He tenido mi
carta escrita desde hace un tiempo.
Asintió y esperó hasta que estuve en la sala de estar para preguntar
por encima del hombro:
—¿Cuál era el nombre de este jefe?

Cuarenta y cinco minutos más tarde, con un hombre de cincuenta y


cinco años a mi lado que probablemente parecía más un viejo rico que un
padre de verdad, porque no tendría sentido para nadie que me estuviera
acompañando a hacer esto, pero afortunadamente no me importaba lo que
otras personas pudieran suponer, entré directamente, agarrando mi aviso
de dos semanas en la mano.
Y he aquí, mi archienemigo estaba ante el mostrador donde trabajaba,
con un brazo apoyado donde siempre estaba… mientras se quejaba a un
nuevo empleado que solo había visto una o dos veces. No necesitaba
escuchar las palabras para saber lo que estaba pasando. Yo había puesto
la misma expresión que tenía el chico nuevo casi todos los días desde que
Gunner había comenzado a trabajar en el gimnasio. Era una expresión de
“a la mierda mi vida”.
Pobre tipo. 378
Pero gracias, María, Jesús y José, iba a salir de esta mierda pronto.
Gracias, Deepa, WatchTube y mi fotógrafa.
Y tenía respaldo conmigo. Tal vez podría denunciar a Gunner a la
organización de salud y seguridad en el trabajo o algo así si lo oía ser malo
conmigo. No había pensado en eso hasta ahora.
Efectivamente, Gunner se volvió hacia la puerta casi al instante.
Trevor me siguió. Llevaba puestas las gafas de sol y ya había sacado su
teléfono, tocando la pantalla.
Mi jefe parpadeó, así que parpadeé en respuesta.
—Hola, Gunner. ¿Puedo hablar contigo en tu oficina?
Se enderezó, sus ojos moviéndose rápidamente hacia Trevor,
probablemente mirando los vaqueros casuales y la camisa polo, y lo
descartó.
—No tengo tiempo y no te voy a dar más tiempo libre si eso es lo que
estás intentando pedir.
Qué maravilloso ser humano.
—No, no estoy aquí para pedir más tiempo libre —aseguré. Y gracias
por preguntar, mi codo se está curando bien. Imbécil—. Quería darte esto.
—Le entregué la hoja de papel.
No la tomó.
—Es mi aviso de dos semanas —expliqué, acercándosela más.
Juraría que hizo un sonido de burla. Incluso podría haberse reído
también mientras levantaba una ceja.
—¿Tu aviso?
¿Parecía algo tan ridículo que hacer? Asentí.
Se lo tendí un poco más cerca.
—Trabajaré durante dos semanas desde ahora hasta entonces…
—Ya tengo poco personal gracias a que tu amiguita Deepa se fue de la
nada. Puedes esperar hasta…
¿Hablaba en serio? Esa era una pregunta tonta; por supuesto que lo
hacía.
—No voy a esperar.
Entonces definitivamente se burló.
—Me importa una mierda lo que tú…
Lo odiaba. Lo odiaba tanto que podía saborearlo. Había estado tan
aliviada las últimas tres semanas estando lejos de él y su comportamiento
tóxico que había olvidado lo horrible que me hacía sentir. ¿Y sabes qué? 379
Me odiaba demasiado por no solo usar el borde del papel para cortarle el
cuello, pero c'est la vie. Con suerte, se cortaría entre los dedos por su
cuenta. Era tan imbécil.
—Toma su aviso —dijo Trevor detrás de mí.
Mierda. Golpeé el estómago de Gunner con mi aviso, lista para
aprovecharme de mi aliado.
—Sí, tómalo.
No lo hizo.
Lo que hizo fue mirar a Trevor con el ceño fruncido.
—Toma el aviso. Deja que trabaje sus dos semanas —dijo Trevor en
esa voz tranquila y fría.
Asentí y lo golpeé de nuevo con el borde.
Pero no escuchó.
—No.
—No es así como funciona esto —replicó Trevor con calma antes de
deslizar una mirada hacia mí. Ya parecía exasperado en solo dos
minutos—. Hazlo y díselo.
Hice una pausa, luego articulé:
—¿Decirle qué?
Ladeó la cabeza como si realmente pensara que yo sabía de qué
diablos estaba hablando.
Trevor volvió a poner los ojos en blanco.
—¿Qué te diría el otro chico que hagas?
¿El otro chico? ¿Zac?
Oh. Oh.
Diría que estaba orgulloso de mí y de lo que había construido.
Me diría que no dejara que este imbécil me avasallara.
Entonces probablemente diría “¿Qué haría Shania, chica?”, solo para
hacerme reír.
Y Shania… Shania probablemente me diría que no merecía esta
mierda.
Y habría estado de acuerdo.
Alzando la barbilla, pensé en el hombre que me codearía. Mi amigo, al
que si le hubiera dicho lo que estaba haciendo, habría venido conmigo.
Pero no lo hice. Por mi maldita culpa y mis propios estúpidos
sentimientos.
En cambio, tenía a su mánager.
380
Lo que me recordó de nuevo lo que tenía que hacer hoy o mañana a
más tardar.
Pero justo entonces no era el momento de concentrarse demasiado en
eso.
Esto era sobre ahora. Aquí mismo. Mi futuro.
El que había hecho principalmente por mi cuenta, pero con un poco
de ayuda y apoyo de personas que se preocupaban por mí.
Estaba haciendo esto en honor a todos los empleados que este
hombre había expulsado. Y lo iba a hacer con mucho orgullo. Había
intentado ser la responsable, a pesar de que no quería. Así que.
Tal vez Jessica la imbécil me había olvidado. Tal vez Zac también lo
había hecho durante un tiempo, y si este hijo de puta solo se acordaba de
mí por un tiempo, le iba a dar una razón para hacerlo.
—En realidad, voy a renunciar ahora —anuncié.
Fue su turno de resoplar.
—No esperes que te dé una carta de referencia.
—No necesito una, Gunner. Tengo un negocio exitoso que me paga
mucho más que tú. Iba a renunciar antes de que el señor DeMaio vendiera
el gimnasio, pero… se acabó. Un día, si estás aburrido, busca The Lazy
Baker en línea. Quizás te resulte familiar. —Le lancé una sonrisa brillante,
mientras me miraba fijamente, y me di la vuelta antes de levantar mi mano
y mover dos dedos hacia él—. ¡Buena suerte con la retención de
empleados!
Trevor no estaba sonriendo cuando hicimos contacto visual, pero
estaba muy cerca.
—Buen trabajo.
Ni siquiera se quejó de camino a su casa mientras yo repasaba todos
los detalles como si no hubiera estado allí para presenciarlos en persona.
Incluso asintió y no puso los ojos en blanco. Y cuando llegamos a la casa y
vi el auto de Zac en el camino de entrada, eso tampoco pudo empañar mi
buen humor mientras salíamos del auto de Trevor, y prácticamente corrí
hacia la puerta principal, aliviada y honestamente sintiéndome mucho
más ligera. ¡Era libre! ¡Libre!
—Muchas gracias, Trev —dije de nuevo mientras caminaba detrás de
mí hacia la sala de estar—. Ese fue uno de los mejores momentos de mi
vida.
No se rió ni sonrió ni nada, pero me di cuenta de que había placer en
su voz cuando dijo:
—No hay necesidad de agradecerme. Si le dices a alguien que me
gusta cuando alguien expande sus alas, lo negaré hasta que muera.
381
Me eché a reír justo cuando vi a Zac junto a la isla de la cocina. Nos
estaba mirando.
Eso me apagó un poco, pero aun así logré decir:
—Hola.
—Hola. —Frunció el ceño durante una fracción de segundo—. ¿Ya
comiste? —preguntó, su voz un poco rara—. Justo te estaba enviando un
mensaje para averiguarlo. —Volvió a mirar a Trevor mientras el hombre
mayor se daba la vuelta para tomar su ordenador de donde lo había dejado
en la isla—. Hola, Trev.
—Zac. Estaré en la oficina. Tengo que hacer una llamada. —Luego se
dirigió por el pasillo, dejándonos solos.
Y esos ojos azules volvieron a mirarme.
Correcto.
—Comí antes —admití—. Gracias, pero no tengo hambre. —Eso era
mentira; siempre tenía hambre, pero había soltado las palabras antes de
recordarme que no era así como quería ser con él.
No era lo que se merecía.
Y él sabía que la había jodido, o me había arrepentido, por el ceño
fruncido que se formó cuidadosamente sobre sus rasgos de nuevo.
Mierda.
—Bibi —dijo Zac lentamente, tal vez incluso con cuidado, su mirada
vagando por mi rostro mientras seguía apoyado contra la isla. Parecía
cansado—. ¿Qué está pasando?
Se merecía algo mejor que esto. Mejor que yo, me dije. Así que tenía
que intentarlo por él.
—Nada. ¿Por qué?
—Porque has estado actuando raro, cariño —respondió, hablando
todavía lentamente.
Me encogí de hombros, pero no funcionó.
Continuó, su ceño fruncido cada vez más profundo.
—Ayer apenas hablaste. Luego subiste corriendo a tu habitación en el
momento en que regresamos después de la cena.
¿Se había dado cuenta de eso?
—Tampoco me escribiste esta mañana —añadió—. Si hice algo,
dímelo.
¿Se suponía que debía decirle que me había vuelto a enamorar de él
como una idiota? No. Eso no era lo que él quería. Y eso estaba bien.
Excelente.
—No hiciste nada —repliqué, exhalando, diciéndome que bien podría 382
hacer esto ahora antes de perder mi confianza—. No quise darte esa
impresión, Zac.
Dio un paso más cerca, con la mandíbula apretada, luciendo atento,
preocupado y concentrado. Sabía que estaba llena de mierda.
—No puedo arreglarlo si no sé lo que pasó.
—Nada. No hiciste nada. Todo lo que has hecho es ser un buen amigo
y agradezco todo lo que has hecho por mí.
Arrugó la nariz. Sus cejas se fruncieron aún más.
Así que proseguí:
—Por favor, no creas que no estoy agradecida por todo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, enderezándose.
—He estado pensándolo mucho, y creo que como no estarás aquí para
el día de Acción de Gracias, me iré pronto para ir a ver a mi hermana y los
niños. Voy a ver algunos apartamentos en Killeen, algunos en Austin…
Su “¿Qué?” sonó entrecortado, y había tantas líneas cruzando su
frente que me hubiera tomado demasiado tiempo contarlas.
—No quiero imponerme más a Trev y a ti, y tiene sentido. Bien podría
aprovechar ir allí. —No tenía sentido. Al menos no sentido total. No me
encantaba Killeen. No realmente. Y Boogie estaba a punto de casarse y
tener su primer bebé, y quería estar allí para él, pero, ¿cuánto podría
realmente entrometerme en su nueva familia? Supongo que si iba a estar
en algún lugar, bien podría estar más cerca de mi hermana—. No sé
cuándo volveré, pero me quedaré con Connie.
—Quédate conmigo. Si no quieres estar sola en Acción de Gracias,
ven a Nueva York. Te compraré un billete. Podemos pedir servicio de
habitaciones.
Eso se sintió como un puñetazo directo al corazón para el que ni
siquiera había estado un poco preparada.
—No, has hecho más que suficiente, Zac. CJ me contó que el equipo
hace su cosa en Acción de Gracias cuando juegan partidos fuera de casa.
—Quédate conmigo después de eso. Eso es lo que quise decir
también.
Oh, hombre.
—No puedo quedarme aquí para siempre. Lo sabes. Se suponía que
solo me quedaría un tiempo.
Esos suaves ojos azules, celestes y más claros que brillantes, estaban
total y completamente dirigidos hacia mí. Tenía los hombros caídos, la
boca apretada… y me rompía el corazón decirle todo esto.
Pero sabía que tenía que hacerlo. No tenía elección.
383
—¿Qué estás haciendo? Tú misma dijiste que no te gustaba mucho
Killeen no hace mucho tiempo. No voy a echarte. Tampoco Trev. Si no
quieres vivir aquí un poco más de tiempo… puedo pedirle a Trev que nos
busque un apartamento.
¿Nos?
¿Y entonces qué? ¿Se iría de vacaciones fuera de temporada y se
divertiría, y me sentaría a trabajar y vería sus fotos en línea? ¿Lo vería
traer chicas? ¿Esperaría su regreso? Quería que fuéramos… ¿compañeros
de apartamento?
Una pequeña parte de mí murió por dentro con solo imaginarlo. No
podía presenciarlo en vivo. De ninguna manera. Sabía que ya había tenido
suerte de no haberlo visto suceder, pero lo atribuí a que estuviera cansado
y estresado después de cada práctica y que no quisiera salir. De nuevo.
Había un límite a lo que mi espíritu podía manejar.
—No. No necesitas hacer nada de eso. Lo tengo controlado. No soy tu
responsabilidad.
Dio un paso hacia adelante y levantó el brazo para poner la palma de
su mano en su nuca.
—Lo eres un poco —dijo en voz baja.
¿Por qué tenía que hacer esto? ¿Por qué tenía que ser tan buen
amigo?
—No, no lo soy, pero te amo por pensar eso. —Intenté darle una
sonrisa—. Has hecho suficiente. No quiero aprovecharme de ti.
—¿Aprovecharte? —Se quedó muy quieto—. ¿De mí?
Asentí, sin confiar en mis palabras.
—Bianca —dijo, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos en un
parpadeo—. ¿De qué diablos estás hablando? Pensé que te gustaba estar
conmigo. Little Texas y Big Texas reunidos.
Ese era el problema.
—Sí, Zac. Me encanta estar contigo. Te amo. Mucho. Siempre. Pero no
puedo quedarme aquí por el resto de mi vida. No puedo… vivir contigo.
Tienes una vida. Tienes cosas que te gusta hacer y que probablemente no
puedas hacer conmigo.
Echó la cabeza hacia atrás.
—¿Como qué?
—No lo sé. —Eso sonó débil incluso para mis oídos—. Salir. No sé,
cosas que no me… incluyen. No quiero ser un inconveniente. No quiero
molestarte. No quiero aprovecharme de tu gran corazón.
—Bianca, ¿qué haces para molestarme? —exigió, dejando caer su
mano para que colgara a su costado—. ¿Cuándo te he dado la impresión
384
de que no te quiero cerca? Te invito a hacer todo conmigo.
El recordatorio de la foto fue como cortarme con papel entre mis
dedos, superficial pero doloroso. Y tuve que esforzarme para mantener mi
voz casi estable, para evitar probablemente llorar, honestamente.
—Nunca. Nunca lo has hecho, y me encanta y lo aprecio mucho. Eres
una de mis personas favoritas en todo el mundo, pero no me debes nada.
Nunca lo has hecho. No tienes que sentirte culpable por cómo perdimos el
contacto o sentir que me debes una mierda por esa tonta serpiente cuando
éramos niños e intentar compensarme ahora siendo tan genial.
Esos ojos azules se clavaron en los míos y juraría que casi se puso
pálido.
—¿Crees que eso es lo que estoy tratando de hacer?
—¿No es así?
—No, no lo es.
Oh, hombre, quería frotarme el rostro con fuerza.
—Zac, volveré, ¿de acuerdo? No vamos a perder el contacto. No vamos
a ir por caminos separados y no volver a vernos durante diez años más. Lo
prometo, viejo. Solo iré allí para el día de Acción de Gracias, y me quedaré
un tiempo después de eso para ver apartamentos y esas cosas.
No estaba escuchando, o si lo estaba, no estaba prestando atención
porque dijo:
—¿Por qué intentas irte tan rápido?
—No lo hago.
—Dime lo que hice entonces. Dime por qué te quieres ir. Dijiste que te
quedarías, y nunca incumplirías tu palabra, así que quiero saber por qué
estás tratando de hacerlo ahora.
¿Incumplir mi palabra?
—Dímelo sobre el alma de mamá Lupe —exigió.
Esa vez, no pude contener mis manos para no frotar mi rostro. Quería
llorar.
—Porque no tiene sentido que me quede aquí. No hay diferencia entre
que me vaya ahora o dentro de unas semanas.
—¿Por qué tienes que irte en unas semanas? ¿Por qué no puedes
quedarte aquí?
—Ya te dije por qué me mudé a Houston en primer lugar. No hay
ninguna razón para que siga aquí.
Su garganta se movió de nuevo.
—Te quiero aquí, chica. ¿Es esa una razón suficientemente buena? 385
Me gusta tenerte aquí. ¿Crees que a tu hermana o a Boog les gusta más
tenerte cerca que a mí? Porque no lo hacen. Estoy seguro de que no.
Contuve la respiración mientras mi nariz ardía. No había forma de
salir de esto. Sabía que no la había. Yo había provocado esto. Era mi culpa.
—Oh, Zac, por favor no me obligues a hacer esto. Te dije que volvería.
Siempre seremos amigos. Te veré tanto como pueda, tanto como tengas
tiempo, incluso si vivimos en diferentes lugares.
—Quiero saber por qué no te quedarás —insistió, como el cabezota
que era, y sabía que no iba a escapar de esto.
Lo quería. La verdad. Y no iba a dejarlo ir.
—No quiero —repliqué con sinceridad, cerrando el puño cuando sentí
que temblaba un poco. Tuve que levantar mi mano y pasar mi nudillo
debajo de mi ojo cuando comenzó a hormiguear, y me sorprendió más
verlo mojado.
Su ceño se hizo aún más profundo.
—Si te hace llorar, quiero saberlo aún más, cariño.
—No quiero perderte.
—¿Perderme? —Parecía aturdido—. ¿Ahora estás asumiendo que me
vas a perder? ¿Qué diablos está ocurriendo? Hemos pasado de mí
preguntándote si has comido a ti cerrándote y luego diciendo que quieres
mudarte a otro sitio a pesar de que estoy aquí parado diciéndote que te
quedes conmigo, ¿y ahora estás implicando que vas a perderme? ¿Qué
diablos ocurrió? ¿Qué me estoy perdiendo?
¿Cómo diablos se había salido tanto de control? Quería llorar. Quería
enterrar mi cabeza en la arena y fingir que nada de esto estaba pasando,
pero eso no iba a hacerse realidad.
—Mira, me siento abrumada y no quiero desquitarme contigo.
Simplemente creo que sería lo mejor y no voy a cambiar de opinión.
—¿Por qué? —inquirió, su voz ronca entonces—. Dijiste que te
gustaba Houston. Dijiste que te gustaba estar conmigo.
—Dios mío, ¿puedes dejarlo? ¿Puedes simplemente decir: “Entiendo
totalmente, enana. Quiero que hagas lo que sea que te haga feliz…”.
—Quiero que seas feliz, chica —replicó con un profundo ceño fruncido
que me estaba devorando a cada segundo—. Pero no entiendo por qué eso
no puede ser aquí.
Me iba a matar.
—Porque no me necesitas aquí.
—¿Quién diablos dijo eso?
Estaba a segundos de llorar.
386
—No, no lo haces.
—Sí. Lo hago —insistió—. Estabas acurrucada conmigo en el sofá el
otro día, y ahora ni siquiera quieres estar en la misma ciudad.
Levantando mi mano, me froté la frente, observando su rostro
perplejo. Sus ojos confusos. Y no tenía ni idea de qué hacer.
—Si quieres acurrucarte con alguien, tienes mil chicas en tu lista de
contactos a las que les encantaría hacerlo, Zac. Si quieres un mejor amigo,
no me necesitas aquí. Has tenido a Boogie durante los últimos quince
años. Si vivo en otro lugar, no nos perderemos el uno al otro. Te amo y sé
que también me amas.
Bajó los hombros y algo enorme se movió sobre su rostro ante la
mención de Boogie. Algo parecido a la exasperación o la derrota. O algo
que no pude entender. Su mirada se dirigió al techo y cerró los ojos con
fuerza mientras decía, con voz ronca:
—Por supuesto que te amo, chica.
Iba a tener que decírselo. No había forma de evitarlo. El miedo se
elevó en mi pecho, rápido y constante, pero de lo contrario él nunca lo iba
a entender. E iba a tener que creer que podíamos superar casi cualquier
cosa juntos.
Incluyéndome a mí y mis tontos sentimientos.
—Ese es el problema, Zac. Sé que lo haces. Lo sé. Pero… te amo de
manera diferente. De una manera que no es… amigable. De una manera
en que no debería, ¿de acuerdo? Y lo sé —dije en voz baja—. Por favor, no
me hagas hablar más de esto. Te perdí durante diez años y no quiero
perderte por otros diez más porque hice las cosas raras. Fuiste el mejor
amigo de Boogie primero… y lo entiendo. Tú y yo estábamos destinados a
ser amigos. Mejores amigos.
Todo lo que podía oír era su suave respiración en los momentos
posteriores a eso.
Me estaba mirando con una expresión devastada que me partió por la
mitad.
—Bianca —empezó a decir en voz baja con los ojos azules más
intensos—. Te amo, cariño…
Incliné mi cabeza hacia atrás con un suspiro.
—No puedo decirte cuántas veces he deseado que no fueras la prima
de Boogie.
Ahora me estaba despellejando viva.
He deseado que no fueras la prima de mi mejor amigo, había dicho.
Quizás en otra vida… así se sintieron esas palabras.
387
Y en la historia de nuestras vidas, de nuestra amistad, sonó su
teléfono.
Pero ni siquiera lo miró. El “prima” estaba en sus labios. El “te amo”
sonaba tan correcto y natural, nunca había necesitado decir las palabras
en voz alta porque yo las conocía muy bien. Era nuestra canción silenciosa
para el otro. La que solo nosotros entendíamos.
No me estaba diciendo algo que yo no supiera. Porque lo hacía.
Simplemente no era culpa suya que me amase, pero no… no así.
No era culpa de ninguno de los dos que amáramos tanto a Boogie.
Lo entendía todo.
—Responde al teléfono, Zac. Hablaremos más tarde —dije…
mintiendo. Sabiendo que estaba mintiendo.
No dijo nada.
—Podría ser importante —advertí.
Su pecho se expandió y su expresión era dolida.
—Necesito volver pronto para una reunión.
Fue mi turno de asentir.
—Necesitas concentrarte. Lo sé. Quiero que lo hagas.
Pero esas palabras no fueron suficientes porque este hombre al que
amaba siguió mirándome, su boca ligeramente abierta con algo en sus ojos
que parecía… algo que no podía reconocer. Pero finalmente exhaló cuando
su teléfono dejó de sonar y luego volvió a sonar, y su pregunta fue baja y
casi ronca.
—¿Hablaremos más tarde?
Asentí, mintiendo de nuevo. Me perdonaría, lo sabía. Con el tiempo.
Pero lo más probable era que no tomara mucho tiempo porque no era ese
tipo de persona.
Pero lo iba a averiguar.
Porque me iba.
Sería mejor así. Para los dos. Solo lo sabía.

388
VEINTITRÉS
—Enana, ¿nos vas a contar qué está pasando o vamos a tener que
molestarte hasta que lo hagas? —preguntó mi hermana desde el otro lado
de la cocina mientras yo sacaba una bandeja de galletas con chispas de
chocolate del horno y las colocaba encima de su estufa.
Las había hecho por pedido de mi sobrino. Lo había pedido súper
furtivo y extra dulce, al venir a tumbarse en la cama conmigo esa mañana
y señalando una cana que había encontrado en tres minutos. Luego me lo
había compensado, en cierto modo, ofreciéndose a depilarme las cejas…
luego diciéndome que podía confiar en él con unas pinzas porque su
madre siempre le pedía que le depilara el labio superior. Y a veces su
barbilla.
Y esta vaca me había estado mintiendo durante años —
presumiendo— acerca de cómo era “naturalmente” sin vello.
Hacer galletas para Guillermo fue una obviedad después de eso. Esa
iba a ser munición que podría usar contra ella por el resto de mi vida. La
vaca mentirosa. 389
No hacía falta decir que ese pequeño chisme había sido el punto
culminante de mis últimas dos semanas. En circunstancias normales, me
habría alegrado mucho poder molestar a mi hermana. Pero al parecer, no
estaba siendo muy buena ocultando que algo me estaba molestando, a
pesar de que había hecho todo lo posible por parecer indiferente.
Porque no importa cuánto lo hubiera intentado, Connie me estaba
llamando la atención por mi mierda. Una mirada rápida a Boogie me dijo
que él también estaba involucrado, a pesar de que solo había llegado a su
casa esa mañana. Era el cumpleaños de Richard y lo íbamos a celebrar
durante el fin de semana. Mayormente iba a ser un día y medio de hacer
sus dos cosas favoritas: jugar a los bolos hoy, y mañana ir a Houston para
ver el partido de los White Oaks contra los Three Hundreds. El antiguo
equipo de Zac. Todavía estaba resentida con ellos incluso tantos años
después por dejarlo ir.
Pensando en Zac…
Me dolía un poco el pecho. Más que un poco. Un montón.
—Realmente no hay mucho que contar —repliqué, intentando
mantener mi voz lo más indiferente posible, sonriendo y haciendo que
pareciera que todo estaba bien. Que era lo que había estado intentando
hacer desde que llegué a la casa de Connie.
Después de haberme escapado de casa de Trev mientras Zac no
estaba, había conducido hasta Killeen y llamado a la puerta de mi
hermana a las once de la noche. Incluso me había asegurado de no llorar
para que no sospechara. Había esperado para soltarlo, solo un poco, hasta
que había estado en la habitación de Guillermo, y había tapado mi rostro
con mi chaqueta para no hacer ni un sonido.
Zac había comenzado a enviarme mensajes aproximadamente a las
tres horas de camino, cuando imaginé que había llegado a casa y me había
encontrado… no allí.
ZAC EL VIEJO: ¿Dónde estás?
ZAC EL VIEJO: ¿Enana?
Le envié un mensaje en el primer semáforo en rojo en el que me
detuve con el corazón en la garganta. No quería que se preocupara.
Yo: De camino a Killeen. Lo siento, Zac. Entiendo si estás
enojado, pero realmente quiero ver a mi hermana y ver algunos
lugares. Quitarme de en medio también un tiempo para que puedas
concentrarte. Te prometo que estoy bien. Te enviaré un mensaje
cuando llegue allí si quieres.
Sus respuestas llegaron casi al instante, pero esperé hasta que llegué
a otro semáforo en rojo, justo antes de llegar a su casa, para leerlas.
390
ZAC EL VIEJO: Bianca.
ZAC EL VIEJO: Por favor, avísame cuando llegues.
ZAC EL VIEJO: O vuelve. Dijiste que íbamos a hablar.
Yo: Lo haré. Y podemos hablar cuando sea. [emoticón sonriente]
Esperé hasta estacionar para enviarle otro mensaje y luego puse mi
teléfono en silencio para no hacer nada frente a Connie que le diera una
pista de que las cosas no iban bien. Así que no fue hasta que estuve en la
habitación de mi sobrino que leí su siguiente respuesta.
ZAC EL VIEJO: Me alegro de que hayas llegado a salvo. No me
alegro de que te hayas ido en primer lugar. Vuelve.
ZAC EL VIEJO: ¿Podemos hablar mañana?
ZAC EL VIEJO: Comiendo ese pan de calabacín con chocolate que
dejaste. Deberías ponerlo en tu próximo libro.
Eso había sido lo que me hizo llorar en la habitación de mi sobrino.
Porque, ¿cuánto deseaba que de verdad quisiera que volviera?
Finalmente, cuando fui capaz, le respondí al mensaje una vez más,
limpiándome los ojos con el dorso de la mano una vez que me había
calmado.
Yo: Mañana estás ocupado, ¿recuerdas? Te escribiré un mensaje.
Además: sí, si hay un próximo libro, lo añadiré. Quizás con más
nueces.
Me respondió de inmediato, a pesar de que habían pasado horas
antes de su hora de dormir.
ZAC EL VIEJO: Va a haber otro libro.
ZAC EL VIEJO: Ya te extraño, chica. Vuelve. Podemos hablar y
arreglar las cosas.
No le había respondido después de eso. No había sabido que decir. No
iba a volver hasta que tuviera un plan real. Después de todo, había dejado
la mayoría de mis cosas en el dormitorio de la casa de Trevor.
Pero eso no detuvo a Zac. Envió más mensajes al día siguiente. Y el de
después. Y lo había hecho todos los días desde entonces.
Mensajes que decían lo que estaba haciendo (practicando, comiendo),
cosas que Trevor dijo o hizo, pero sobre todo, me pedía que regresara y
decía que me extrañaba.
Le respondía siempre, a pesar de que me dolía el corazón.
Cada mensaje casi me hacía llorar, pero en su lugar sonreía porque
Connie no necesitaba meterse en mis asuntos más de lo que ya lo hacía.
391
Y pensé que había hecho un trabajo bastante decente guardándome
las cosas para mí, pero al parecer ese no era el caso.
Especialmente no cuando Boogie, que estaba sentado a la mesa de
Connie, también habló.
—Pensé que lo estaba imaginando.
—Ambos están imaginando mierda —dije, centrándome en las galletas
que estaban haciendo mi boca agua.
Mi cuñado, que también estaba sentado a la mesa, abrió una lata de
refresco de naranja antes de decir:
—Yo también, Bianca. Porque te juro que te escuché llorar en la cama
hace un par de noches, pero a veces tu hermana llora sin razón cuando
está en su período, así que no estaba seguro si eso te estaba pasando o no.
Giré sobre mis talones lentamente para mirar al hombre que tomaba
un sorbo de su refresco sin ninguna preocupación en el mundo.
Tampoco era la única que lo miraba porque mi hermana estaba
haciendo lo mismo pero con la boca ligeramente abierta.
—¿Qué? —cuestionó su esposo, como si estuviera confundido por el
silencio—. Dime que estoy mintiendo. Ni siquiera intentas ocultarlo.
—¿Qué pasó? —inquirió Boogie, reaccionando—. ¿Tienes problemas
con WatchTube otra vez?
Quería mentir, de verdad lo hacía. Quería culpar al robo de mi canal,
porque eso hubiera sido una buena excusa. Pero no lo haría.
—No. Todo va bien con ellos ahora.
—¿Kenny está intentando hablar contigo de nuevo?
Kenny. Ugh. Mi ex podía comer mierda.
—Nop. No he sabido nada de él desde que se llevó todo mi dinero.
—Entonces, ¿qué pasa?
Por el rabillo del ojo, vi a mi cuñado moverse un poco, llevándose la
lata a la boca para tomar un pequeño sorbo.
—¿Es Zac ? ¿Te engañó? Porque si lo hizo, les diré a todos que toma
esteroides. Pruébame.
Silencio.
Un silencio total y completo llenó la cocina y el rincón del desayuno.
Sin embargo, nuestras expresiones eran todas diferentes.
Estoy bastante segura de que la mía era horrorizada.
Connie lucía como si no supiera quién diablos estaba sentado a su
lado.
Boogie lucía como si alguien le acabara de decir que su madre era 392
una extraterrestre.
Y mi cuñado, de estatura promedio y delgado y adorable, nos miraba
como si no tuviera ni idea de por qué todos lo estábamos mirando.
—¿Qué? ¿Quieren que lo mate o algo así? Porque una vez fui a cazar
con mi padre, y no es broma, me desmayé cuando él…
Querido Dios.
—B, ¿hay algo que deba saber sobre ti y… y…? —tartamudeó Boogie,
pareciendo en algún lugar entre estar alucinado y empezar a enojarse.
—Cariño —empezó a decir mi hermana, su voz casi… ¿un susurro?
¿Y por qué parecía cachonda? ¿Y por qué sabía cómo era su rostro cuando
estaba cachonda?—. ¿Qué te haría pensar que pasa algo con B y Zac?
—¿Pasa algo contigo y Zac? —repitió Boogie.
¿Qué diablos estaba pasando?
Mi cuñado se encogió de hombros casualmente, todavía bebiendo su
refresco sin una preocupación en el mundo… como si no acabara de dejar
caer una bomba en nuestros culos.
Sobre todos nosotros. En serio.
Sobre Boogie en la forma de que posiblemente hubiera algo entre su
mejor amigo y yo.
Sobre Connie, que estaba mirando a su hombre con el que había
estado por casi dos décadas como si no lo conociera… pero al pequeño
bicho raro le gustara lo que veía.
Y sobre mí, por no ser tan reservada como había pensado.
O tal vez, en realidad, era mucho más perceptivo de lo que cualquiera
de nosotros le habíamos dado crédito.
Entonces siguió adelante, levantando un dedo índice.
—Bueno, la enana no quiso hablar de él durante años. Ahora son
amigos de nuevo y me da la impresión de que pasan todo su tiempo
juntos, y entonces se mudó con él. Hola, y ya saben, siempre pensé que él
era un jugador, pero no va a pasar el rato con una chica que no le gusta.
—Se conocen desde que éramos niños —murmuró mi primo, todavía
viéndose y sonando confundido.
Mierda.
Mi cuñado resopló.
—¿Y? No vio a Bianca durante diez años. ¿Qué? ¿Crees que la
considerará una hermana pequeña? Eres más inteligente que eso, Boogie.
Y Yermo me lo contó todo sobre ellos en los quince de Lola, ¿de acuerdo?
Existe “Te amo como a una hermana” y existe “Te amo como persona”. Sé
que tampoco puedo haber sido el único que sintió la química en ese video 393
que hicieron juntos… pero bueno, tal vez lo fui. Hombre, ustedes dos
deben prestar más atención.
Ninguno de nosotros podía decir una sola jodida cosa.
Y al parecer, mi cuñado tomó eso como una señal para seguir, así que
lo hizo.
—Pero, B, ¿te engañó? ¿Mintió? Porque parecía un buen tipo, pero
nunca he sido fan de los White Oaks, así que lo haré. La próxima vez que
me ponga una inyección de B-12, voy a guardar la aguja y la usaré como
prueba —afirmó Richard, todo en su rostro delgado totalmente serio.
—¿Qué más sabes que no me hayas dicho? —susurró mi hermana.
—No sé nada con seguridad; solo tengo mis conjeturas.
Sus conjeturas. Este hombre estaba desperdiciando su vida en el
ejército cuando probablemente podría ganar una fortuna siendo un
maldito psíquico, o al menos engañar a la gente haciéndoles creer que era
un psíquico.
Me quedé atónita.
—¿Qué está pasando? ¿Pasa algo contigo y Zac? —inquirió Boogie de
nuevo, apuntándome con sus ojos casi negros.
Mierda.
Rascándome la punta de la nariz, contuve la respiración por un
segundo y decidí que me había metido directamente en esto, realmente lo
pedí, porque, ¿por qué había pensado que no notarían que algo andaba
mal conmigo? Me conocían mejor que nadie. Incluido Richard.
Pero una cosa a la vez, empezando por mi primo.
—No, no pasa nada entre Zac y yo —respondí.
Se hundió, pero fue Connie quien se enderezó antes de señalarme.
—Estás mintiendo.
—No uses tu voz de mamá conmigo, vaca. No estoy mintiendo. No ha
pasado nada entre nosotros más que abrazos y algunos besos en las
mejillas, que les doy a todos en primer lugar.
Mi primo todavía parecía relajado, cauteloso pero relajado. Sabía que
no le mentiría y eso me hizo sentir mejor. Simplemente no le iba a gustar
lo que iba a decir a continuación. Eso era seguro.
Pero ahora no había forma de evitarlo.
—Pero fui tonta y empezó a… gustarme mucho, como más que un
amigo. No es como si tuviera intención de que sucediera, pero lo hizo. Otra
vez. Me dije que no debía dejar que sucediera, pero de nuevo, sucedió. Y
sabía que no tenía ninguna posibilidad de que él estuviera interesado en
mí de esa manera, pero… —Me encogí de hombros, resignada a estar en la 394
misma maldita posición una y otra vez: la idiota que se enamoró del mejor
amigo de su primo. Y no cualquier hombre normal. Sino Zac Travis. El
culo de Texas—. Solo he estado un poco molesta porque bajé la guardia y
él hizo algo inocente que me recordó que era más sensata.
Las miradas en sus rostros eran inquisitivas, así que suspiré.
—Una chica publicó una foto de ellos juntos, ¿de acuerdo,
entrometidos? Estaba sentada en su regazo. Hirió mis sentimientos, pero
no estamos juntos. En absoluto. Ni siquiera le gusto así. Se lo dije, y
comenzó a decir algo sobre que deseaba que no fuera tu prima, Boog. Por
lo tanto, ahí lo tienen. No hizo nada malo. No quiero dejar de ser su amiga.
En todo caso, solo necesito recordar qué tipo de amigos somos, platónicos,
y estaré bien en poco tiempo. No planeo pasar el resto de mi vida pintando
con spray “Bianca ama a Zac” en los vagones de ferrocarril o en los pasos
elevados. Encontraré a alguien con quien salir, tal vez casarme, y tal vez
tener un par de hijos, pero quizás tenga un par de perros o gatos y algún
día sea una puma. No lo sé. Soy bastante abierta. De todos modos, estoy
bien, no pasó nada. No estoy traumatizada de por vida ni nada por el
estilo, así que, ¿podemos nunca volver a hablar de esto?
Boogie no se veía exactamente atónito, pero parecía… ¿sorprendido?
¿Pensativo? Quizás incluso… ¿incómodo?
—¿Entonces no pasó nada entre ustedes dos? —preguntó lentamente.
Le lancé una mirada.
—Es tu mejor amigo, Boog. No. Ambos somos cariñosos y cómodos el
uno con el otro. Nunca he visto su salchicha, aunque podría haberlo
intentado.
Se echó hacia atrás y sus ojos casi sobresalieron.
—¡Bianca!
—¿Qué? Eso es lo que estabas preguntando, pude notarlo.
Connie asintió, con parte de su atención todavía en su marido.
—Eso es lo que estabas preguntando, y yo lo habría preguntado si no
te me hubieras adelantado.
Totalmente lo habría hecho.
—También es mi mejor amigo, Boog. Eres mi mejor amigo. Los tres,
cuatro, son mis mejores amigos.
Y afortunadamente, mi primo tenía que saberlo con certeza absoluta
porque no esperó a asentir a pesar de que su expresión incómoda no
desapareció.
—Pero, ¿te gusta más que eso?
Levanté un hombro.
395
—No quise que sucediera, pero sí. Lo amo, pero puedo aprender a
amarlo como a un amigo. Ahí es donde va más de la mitad de todos
modos. Así que, ¿estamos bien, o alguien más tiene más preguntas tontas?
—Tengo una pregunta, y no es tonta —dijo mi hermana, levantando
una mano como si todavía estuviera en la escuela—. ¿Es por eso que estás
buscando apartamentos?
—Solo como un diez por ciento —respondí, mintiendo en parte pero
no del todo. En realidad, era más como un sesenta por ciento… setenta
por ciento.
Sin embargo, aún sería bueno verlos a ella, a los niños y a mi cuñado
demasiado perspicaz todo el tiempo.
—Tengo otra pregunta, todavía no una tonta —dijo, y como era de
esperar, alzó la mano de nuevo.
—Sí, Connie.
—¿Te ha contactado para asegurarse de que estás bien desde que te
fuiste?
Asentí.
Y mi astuta hermana asintió lentamente.
Me volví hacia Boogie, que era la persona que más me preocupaba.
—¿Estás bien, o todavía estás a punto de tener un ataque a pesar de
que no pasó nada y que mis sentimientos salieron heridos por mi culpa? Y
no puedes enojarte con él, porque nunca intentó nada conmigo, a pesar de
que desearía que lo hubiera hecho.
—No tengo ataques. —Fue lo que dijo primero.
Incluso Richard miró a Boogie.
Sin embargo, nos ignoró.
—Estoy bien. De verdad. En realidad no. Podrías habérmelo dicho,
enana —dijo, volviendo sus ojos oscuros hacia mí con el comienzo de lo
que parecía una expresión de dolor. Quizás porque no se lo había dicho
antes. Normalmente se lo contaba todo.
Por otra parte, no me había dicho que estaba pensando en pedirle a
su novia que se casara con él, así que no era quien para hablar.
Todavía estaba un poco molesta por eso, aunque diría que estábamos
empatados en este punto. Pero no necesitábamos entrar en eso. Lo que
teníamos que hacer era suavizar esto, porque lo último que quería hacer
era joder mi amistad con él, o la amistad de Zac con él.
—¿Qué te iba a decir, Boog? ¿Oye, he estado saliendo mucho con Zac,
y creo que estoy enamorada de él, otra vez? —Le di una mirada—. Lamento
no haber dicho nada y acabar de soltarlo, pero sé que era una tontería. 396
Sabía que era una tontería cuando era adolescente. Sé ahora que es una
tontería sin sentido. Es como si ese tipo de amor fuera lo único que mi
corazón conoce, pero lo voy a tener bajo control. Eso suena patético como
la mierda, pero es verdad. Es tu mejor amigo, y lo último que quiero es
hacer las cosas raras entre ustedes dos, cuando él no ha hecho nada.
—No es una tontería —murmuró mi primo pensativamente después
de unos momentos, después de un profundo suspiro que lo hizo frotarse la
frente mientras miraba su regazo.
—Lo siento. Solo lo mantuve en secreto porque me da vergüenza y soy
más lista que eso —dije—. Te quiero, y significas el mundo para mí. No
quiero estropear nada.
Por el rabillo del ojo, pude ver la mirada de Connie yendo y viniendo
entre Boogie y yo. Richard estaba haciendo lo mismo, todavía bebiendo ese
refresco de naranja. Ninguno de nosotros dijo una palabra durante mucho
tiempo.
Hasta que Boogie rompió el silencio con otro suspiro antes de levantar
la cabeza y mirarme con una pequeña y cautelosa sonrisa en su rostro que
me dijo que todo iba a estar bien.
—No puedes evitar a quien amas a veces, incluso si sabes que tal vez
no deberías o que va a doler.
Bueno, mierda. Supongo que de alguna manera nunca lo había
pensado así con él. Todavía no me gustaba su futura esposa, pero…
—Es mi mejor amigo, pero tú también, B. Es un poco jodidamente
extraño, es muy jodidamente extraño, pero… —Suspiró una vez más—.
¿De verdad estás bien?
—Me lastimé a mí misma, lo prometo.
Porque eso era exactamente lo que había sucedido. Me había
lastimado. Podía admitirlo.
Pero lo iba a arreglar. Iba a estar bien.

—No puedo creer que no me lo contaras —comentó mi hermana un


par de horas después justo antes de atacarme como una víbora, yendo
directo a mi pezón como si fuera a retorcerlo.
Fue más experiencia que instinto lo que hizo que detuviera su mano
con un golpe de karate y que cubriera mis pechos con mis manos.
Intentó atacarme de nuevo, así que extendí la mano y fingí que iba a
hacerle lo mismo.
Pero no lo haría, porque la única vez que lo hice, se había asegurado
de devolverlo con el doble de fuerza para enseñarme una lección. Nada 397
valía la pena que te retorcieran las tetas, ni siquiera hacérselo a alguien.
—Me preguntaba por qué tardabas tanto en preguntar —dije. Todavía
estaba cubriendo mis pezones, y si alguien lo notaba, realmente no me
importaba. Había estado demasiado ocupada leyendo un mensaje que
Deepa me acababa de enviar y no había estado prestando atención a
Connie acercándose.
El mensaje decía:
DEEPA ES GENIAL: ¿Escuchaste que echaron a Gunner del
gimnasio? Se rumorea que alguien compró su parte.
Iba a tener que celebrarlo más tarde. Era demasiado tarde para
beneficiarme, pero ese idiota se lo merecía. Ya era hora de que los otros
propietarios se dieran cuenta de que no podían retener empleados por su
culpa.
Alzando la mirada, Connie se apoyó contra el mostrador del bar de la
bolera, porque allí era donde estábamos celebrando el cumpleaños de mi
cuñado. Había sido su actividad favorita desde que tenía memoria. Solía ir
a sus torneos en Fayetteville. Me estaba tomando un descanso después de
nuestro último juego, y al parecer mi hermana también.
—Estaba esperando porque le prometí a Richard que te dejaría en
paz.
Aww, Richard. Me había dicho que lamentaba haber soltado mis
asuntos durante el viaje. Luego se ofreció de nuevo a difundir el rumor
sobre Zac y los esteroides si quería.
—Y supongo que esperaba que mi hermana me quisiera lo suficiente
para venir a darme todos los detalles en persona.
Solté un bufido y recogí mi Sprite.
—¿De verdad pensaste que te lo iba a poner tan fácil?
Me lanzó una mirada plana que me hizo sonreír.
—Y no hay nada que contar, Con, así que no hay nada que compartir.
—”No hay nada que contar” —se burló, poniendo comillas con los
dedos y todo—. Y una mierda.
—En realidad no, porque no va a resultar en nada, así que…
—¡Cielo! —gritó Richard al aproximarse a nosotras desde el carril en
el que había estado jugando a los bolos mientras tomábamos un
descanso—. Pensé que ibas a esperar para acosar a la enana.
—Empezó a hablar por propia voluntad.
Mi cuñado y yo nos miramos y lo dejamos pasar.
—¿De verdad estás pensando en mudarte aquí?
398
Asentí.
Richard se detuvo junto a mi hermana y le pasó un brazo por los
hombros mientras le robaba la cerveza.
—Puedes quedarte con nosotros el tiempo que necesites.
—Tengo la esperanza de lograr que regrese a Houston —dijo una voz
diferente, pero muy familiar.
Mi cerebro se congeló. Todo mi cuerpo se congeló. No me sorprendería
que incluso mis glóbulos rojos también lo hicieran.
Y mi corazón fue directo a mi garganta.
Allí mismo. Sin escalas. Vuelo directo.
Conocía esa voz.
Dejando mi Sprite en el mostrador, tomé la cerveza de Richard, le di
un sorbo, se la devolví y finalmente giré en mi silla lo suficiente para ver al
hombre que no se había movido de donde había estado parado detrás de
mi silla mientras había hablado.
Porque, efectivamente, ahí estaba Zac. Con un sombrero de cowboy
marrón, sus vaqueros habituales y una camiseta que se extendía sobre su
pecho esbelto y musculoso. Esas grandes manos estaban en sus caderas y
él…
Bueno, estaba concentrado en mí.
Parecía cansado.
—¿Snack Pack? —pregunté como si no conociera su rostro
completamente.
Su sonrisa era pequeña pero dulce.
—Hola, cariño.
—¿Qué diablos haces aquí? —Fue lo mejor que se me ocurrió
mientras observaba un poco más sus rasgos agotados—. Tienes un juego
mañana —dije como si él no lo supiera.
¿Qué estaba haciendo?
Hizo este pequeño encogimiento de hombros indiferente, como si su
juego al día siguiente, otro juego que representaba su futuro potencial, no
fuera importante.
—Cambié mi número de celular hace un tiempo. Quería venir a
decírtelo en persona y darte el nuevo —explicó lentamente, mirándome a
los ojos.
—¿De qué estás hablando? —pregunté antes de que pudiera pensarlo
dos veces—. ¿Por qué cambiaste tu número? Tienes que estar
descansando en casa, vejestorio, no… aquí. —Porque, ¿qué diablos estaba
haciendo aquí en primer lugar? ¿Y por qué cambió su número?
399
¿Y por qué no podía enviarme un mensaje y decirme que había
conseguido uno nuevo?
Mi comentario hizo que su sonrisa se hiciera aún más grande, en una
completa y natural sonrisa Zac que era básicamente mi kriptonita.
—Algunas cosas son más importantes que descansar, chica. —Sus
ojos recorrieron mi rostro lentamente, su expresión permaneció donde
estaba. Esa gran palma suya fue al centro de su pecho, y frotó un círculo
allí mientras decía al exhalar—: Seguro que te extrañé.
Por el rabillo del ojo, vi a mi hermana golpear a Richard con el dorso
de la mano en la parte superior del brazo.
Y quizás hubiera reaccionado si mi corazón no se sintiera como si
acabara de ser golpeado con un desfibrilador.
—También te extrañé —dije, sorprendida por la forma en que me
miraba, como si realmente me hubiera extrañado. Mucho.
Tanto que lo único que quería era un abrazo en ese momento.
Dudé tal vez por un segundo antes de bajarme del taburete y
acercarme a él, lanzando mis brazos alrededor de su cuello antes de que se
diera cuenta de lo que estaba haciendo. Lo abracé fuerte. Y en el tiempo
que me llevó inhalar, llenar mis pulmones con el dulce y sutil aroma de su
colonia, sus brazos me rodearon, apretándome fuerte y cerca, su mejilla o
su boca presionándose contra la parte superior de mi cabeza.
Juraría por mi vida que lo escuché murmurar “Oh” suavemente
mientras su palma se deslizaba a lo largo de mi columna, deteniéndose
solo una vez cubrió la parte baja de mi espalda.
Absorbí su calor y la gran longitud de su torso presionado contra el
mío muy sólidamente por un momento. Luego lo solté, dando un paso
atrás tan rápido que lo obligó a dejar caer los brazos. Lo vi respirar hondo,
vi aparecer un pequeño ceño, y luego lo vi mirándome como…
Como si hubiera tomado algún tipo de decisión y se estuviera
preparando para las consecuencias.
Esos pulmones poderosos y en forma se llenaron antes de hablar.
—Vine a hablar con Boogie también —afirmó con determinación, su
mano volviendo a posarse justo en medio de su pecho.
Di otro pequeño paso atrás.
—¿De qué necesitas hablar con él que no puedes hacerlo por teléfono
o mañana? —cuestioné, demasiado confundida por el hecho de que
estuviera aquí, por cambiar su número, y sobre todo por la forma en que
me estaba mirando en ese momento—. ¿Estás bien? ¿Pasó algo?
¿Qué estaba pasando? Finalmente lo había perdido. Lo habían
golpeado muy fuerte la semana pasada, y me había parado frente a la
televisión… 400
Esa barbilla majestuosa se levantó.
—Estoy bien.
Estaba bien, pero nada de esto tenía sentido.
—Debería haber hablado con él hace meses, pero no puedo
posponerlo más —dijo con cuidado, sin dejar de mirarme de cerca.
Quería pensar que fue mi hermana quien me dio una patada en la
pantorrilla, pero no me sorprendería si hubiera sido mi cuñado.
Me balanceé en mis pies y contemplé el rostro que no había visto en
semanas como una persona hambrienta que sabía que debía tomarlo con
calma.
—No es que no esté feliz de verte, pero, ¿estás tratando de hacer
enojar a Trevor y tu agente?
Una sonrisa parcial levantó la comisura de su boca.
—No estoy preocupado por Trev ni por nadie más, y dijiste que
hablarías conmigo por teléfono, pero han pasado semanas y todavía no
has llamado.
Bueno, me tenía allí, maldita sea. Tragué saliva.
—Zac…
Sus ojos vagaron por mi rostro lo suficiente para que arqueara las
cejas, y fue entonces cuando suspiró y movió la mirada hacia un lado.
—Estoy siendo grosero. Connie, Richard, espero que estén bien.
¿Puedo tener a Bianca ahora?
—Sí, si nos das entradas a otro juego en el futuro, por favor —
respondió Richard.
Me quedé mirando a estos dos buitres que se suponía que me
querían… pero que me estaban entregando por posibles entradas de
fútbol.
¿Y Zac había dicho eso de manera extraña o era mi imaginación?
Asintió hacia ellos.
—Hecho. —Luego miró hacia mí, y mi corazón dio dos fuertes golpes—
. ¿Tienes tiempo para hablar conmigo ahora?
Todavía no podía creer que estuviera aquí en primer lugar.
—Zac, hablaría contigo por teléfono si hubiera sabido que vendrías.
¿Qué diablos, hombre? ¿Y por qué cambiaste tu número? ¿Tienes un
acosador ahora?
—Ven conmigo a hablar con Boogie muy rápido, y luego te diré lo que
quieras saber —dijo, mirándome con esos ojos azules que amaba.
401
Estaba bastante segura de que mi hermana volvió a golpear a su
marido.
—Me estás asustando —dije, pasando por una docena de diferentes
escenarios en mi cabeza. Todos eran terribles.
Las comisuras de su boca se volvieron a levantar en esa sonrisa que
me hacía sentir rara. Sus cejas también.
—¿Confías en mí?
Suspiré e hice una mueca.
—Sí. Pero ya le dije… lo que te dije. —Que estaba enamorada de ti—.
Sabe que no hiciste nada, que no pasó nada. Boog sabe que lo quieres
demasiado como para arruinar su amistad.
Su boca se volvió plana y blanca en los bordes, y sus fosas nasales se
ensancharon por un momento antes de que esos ojos azul claro se
movieran sobre mi rostro otra vez y dijera con voz firme:
—No te preocupes por eso. Solo confía en mí, ¿de acuerdo?
Me tendió una mano.
Y la tomé, bastante segura de que una vez más, mi hermana golpeó a
Richard.
Solo confía en mí, pidió.
Bueno… no era como si tuviera otra opción. Así que la tomé.
—Vuelvo enseguida —anuncié, encontrándome con la mirada
brillante y arrogante de mi hermana por encima de mi hombro.
Resopló.
—Sí, seguro que lo harás.
Zac me apretó los dedos y me olvidé de su comentario críptico antes
de seguirlo y preguntar:
—Zac, en serio, ¿qué estás haciendo aquí? —Mientras nos dirigíamos
hacia el carril donde estaba parado Boogie, mirando a un amigo de
Richard usar su turno.
Intenté retirar mis dedos de los suyos, pero lo único que hizo fue
entrelazar los más largos con los míos.
También me sonrió.
—Te lo dije, cariño. Vine a hablar contigo y con tu primo.
Pero, ¿sobre qué?
—Sé que Trevor te dará un mal rato por irte. Deberías estar en casa.
Tiró de mi mano juguetonamente.
—No puedo quedarme toda la noche, chica. Solo un ratito. —Me dio 402
otra de esas sonrisas dulces como el azúcar—. Y sabe dónde estoy.
Lo miré.
Siguió sonriendo.
—Vamos. Cuanto más rápido hagamos esto, más rápido podremos
hablar.
—Podría haber hablado contigo por teléfono. No quiero que arruines
nada, no cuando tienes un juego mañana.
—No voy a arruinar nada. Puedes preguntarle a Trev. Me dio su
bendición para que viniera así podía sacarlo de su miseria.
¿La bendición de Trevor?
—¿Estabas siendo un dolor en el culo?
Me lanzó una pequeña mirada de reojo que me hizo resoplar.
—Siempre estás siendo un dolor en el culo, mis disculpas.
Se rió entre dientes al mismo tiempo que mi primo se daba la vuelta,
en medio de una sonrisa cuando vio a Zac primero. Luego a mí
sosteniendo su mano.
Y no dejó de sonreír, pero su rostro se puso un poco extraño. Un poco
tenso. Quizás incluso un poco incómodo, como antes. Básicamente, las
tres cosas.
No sabía qué pensar de eso.
Le había dicho la verdad, y sabía que me había creído acerca de que
no había nada entre nosotros.
Lo que estaba, sin embargo, era contenta por haberle dicho a Boogie
cómo me sentía. Odiaba guardarle secretos, pero sabía que él entendía por
qué lo había hecho.
Miré a Zac para ver si estaba tenso o incómodo, pero solo parecía
decidido. Lo había visto poner las mismas expresiones faciales antes en los
días de juego.
Boogie le dijo algo al amigo que estaba a su lado antes de acercarse,
su boca formando una línea plana. Se detuvo directamente frente a
nosotros, con expresión tranquila pero cuidadosa y totalmente como mi
primo.
Solo entonces Zac soltó mi mano y fue directo a darle un abrazo que
mi primo devolvió. Uno normal. Fácil. Le dio una palmada en la espalda y
todo. Me alivió.
Pero mientras se alejaba, mi viejo amigo puso ambas manos sobre los
hombros de mi primo.
—Ya sabes que te quiero —dijo Zac con firmeza.
Y mi primo asintió con seriedad, su rostro solemne. 403
—Lo sé. Sabes que también te quiero.
Solo estos dos podían decirse que se querían como si fuera la cosa
más natural del mundo. Siempre me encantó. Y entendía por qué Zac no
pondría nada entre ellos. De verdad lo hacía. ¿Quién era yo para arruinar
esto?
Realmente estaba haciendo lo correcto. Solo necesitaba tiempo para
superarlo, tiempo y tal vez una distracción. Tal vez podría reprogramar mi
viaje a Orlando y convertirlo en unas largas vacaciones.
—Eres el hermano que nunca tuve y nunca quise —prosiguió Zac,
devolviendo mi atención a él y la forma en que miraba a mi primo.
Eso hizo sonreír a Boogie.
Y fui yo quien se sintió un poco inquieta. ¿Parecía esto una ruptura o
me lo estaba imaginando? Tenía que estar imaginándolo. Había visto
matrimonios menos comprensivos que la amistad de estos dos.
—Te quiero, ¿de acuerdo? —repitió Zac.
Mi primo suspiró.
¿Por qué demonios estaba suspirando?
Oh, Dios, tenía un mal presentimiento en mi estómago.
—¿Por qué ustedes dos actúan como si se estuvieran separando? No
pasó nada, Boogie, lo juro.
—¿Quién dice que nos estamos separando, cariño? —inquirió Zac,
dejando caer una mano del hombro de mi primo para estirarla y tomar mi
antebrazo suavemente, su áspero pulgar rozando el interior del mismo.
—No vamos a romper —confirmó mi primo antes de volver a
concentrarse en su mejor amigo con una respiración profunda y luego un
suspiro largo y prolongado que salió directamente de su alma. Estaba
bastante segura de que incluso sus hombros se hundieron por un
segundo, pero los volvió a cuadrar en su lugar, y me hizo sentir de nuevo
como si estuvieran rompiendo—. Di lo que tengas que decir para que
pueda seguir adelante con mi vida —dijo Boogie, levantando la barbilla y
todo—. ¿Es por eso que me llamas todos los días para hablar de nada?
¿Lo llamaba todos los días?
Zac no dudó.
—Sí. Debería habértelo dicho cuando me di cuenta. No esperaba que
sucediera, pero sucedió —dijo con firmeza—. Luché contra ello, lo juro,
pero no tenía una maldita oportunidad, Boog. Era como luchar contra lo
inevitable. Como intentar luchar contra una pared de ladrillos. Lo juro por
la vida de Paw-Paw, no tenía ninguna posibilidad. Ella apareció detrás de
mí cuando menos lo esperaba y me dio la paliza de mi vida. 404
—¿Alguien te dio una paliza? —pregunté confundida, mirándolo pero
sin encontrar moretones en su piel expuesta.
Boogie no dijo nada.
Literalmente no tenía ni idea de qué diablos estaban hablando y
quería más pistas del contexto para poder resolverlo.
Zac, sin embargo, no dejó que nada lo detuviera. Se humedeció los
labios y cuadró sus hombros con firmeza, preparándose para… algo.
—Ya no quiero seguir intentando luchar contra ello. No puedo. Sé que
querrías lo mejor para mí, y es esto, y creo que lo sabes. —Respiró hondo y
dijo con mucho cuidado una frase que hizo que mi corazón se acelerara—:
Toda mi vida, he sentido como si estuviera perdiéndome algo, intentando
encontrar algo. No sé cómo explicarlo, y ahora siento que lo encontré,
Boog. Estuvo justo delante de mi maldito rostro todo el tiempo.
Mi primo lo miró fijamente, con su rostro pensativo. Le tomó un
momento, su respiración larga y profunda, antes de inclinar la cabeza
hacia el techo y finalmente decir:
—Quiero decir que podrías haberme dicho todo esto por teléfono, pero
estaría mintiendo. Por un tiempo me di cuenta de que había algo que
querías decirme, pero estaba ocupado con Lauren y el bebé y lo dejé pasar.
—Bajó la mirada y suspiró de nuevo—. Y sé que nunca tuviste una
oportunidad. Nunca lo hiciste. Pero necesitamos reglas básicas.
—De acuerdo.
El rostro de Boogie se puso serio.
—Solo hay una. Nunca hablas de mierda que no quiero escuchar. Eso
es todo lo que quiero; todo lo demás de lo que pueda preocuparme, sé que
no es necesario. No tendríamos esta conversación a menos que estuvieras
totalmente seguro de que sabes lo que estás haciendo.
Zac asintió solemnemente.
Mi primo me miró y luego sonrió.
Fruncí el ceño.
—No sé de qué están hablando ustedes dos idiotas. Al principio pensé
que era yo y ahora no tengo ni idea.
Su sonrisa se hizo mucho más grande.
—No, hablo en serio. ¿De qué están hablando?
Boogie se rió entonces, borrando todo rastro de la presión que había
estado en sus pómulos hace un segundo.
—Estamos aclarando las cosas.
405
¿Aclarando qué? Le di un codazo a Zac, que todavía sostenía mi
antebrazo.
—No intento arruinar nada. Lo prometo. Los amo a los dos, y ustedes
lo saben, y no quiero que este bromance necesite terapia porque estaba
siendo tonta.
Mi amigo alto me dio una sonrisa torcida.
—¿Cómo estabas siendo tonta?
Miré a Zac por hacer la pregunta. Luego miré a mi primo porque lo
sabía ya que se lo había explicado. ¿Quería recordarle lo que sentía por él?
Absolutamente no. Pero parecía que ya no tenía otra opción, maldita sea.
—Por tener sentimientos y hacer las cosas raras, pero te prometo que
ya hablé con Boogie, y te iba a decir que no hay nada de qué preocuparse
porque lo superaré en poco tiempo.
—¿Superarlo?
¿Por qué Zac sonaba ahogado?
Mi primo sonrió, luego resopló y se volvió, diciendo por encima de su
hombro:
—Bianca estaba diciendo antes que va a tener algunos perros o gatos
y algún día será una puma. Estás por tu cuenta con eso. Gracias por
pasar un minuto entero a verme. Eres un verdadero amigo.
Eso hizo que Zac resoplara de nuevo.
—Te veo mañana.
—Lo que digas. —Mi primo se rió una vez más, yendo derecho de
nuevo al carril, negando.
—¿Qué fue eso? —murmuré confundida hacia el que todavía sostenía
mi antebrazo—. ¿Quién te dio una paliza? —¿Había… empezado a salir con
alguien? ¿Había comenzado a ver a alguien en las últimas dos semanas?
Fue el turno de Zac de reír mientras tiraba de mi brazo, dando un
paso atrás. Los círculos oscuros debajo de sus ojos se hicieron más
evidentes cuando bajó la cabeza para mirarme, otra gran sonrisa en su
rostro.
—Estaba hablando de ti, chica.
Por un momento, sentí como si cayera a través del tiempo y el espacio
antes de farfullar:
—¿De mí?
Asintió, tirando de mi brazo para que lo siguiera, y lo hice…
principalmente porque apenas podía sentir mis piernas y estaba
comenzando a cuestionar si esto era real o no.
—Sí, de ti. ¿Quién más?
406
Me estaba guiando hacia la salida, lo que supuse que no era extraño o
inaudito. ¿Solo quería algo de privacidad? Para hablarme de…
Espera.
Repetí algunas de las elecciones de palabras que habían usado
durante su conversación y pensé un poco más en ellas mientras Zac
empujaba las puertas, sosteniendo una abierta para mí antes de dejar que
se cerrara detrás de nosotros. Me había preocupado tanto que estuvieran
molestos entre ellos que me había concentrado principalmente en cada
palabra que usaban en lugar de en todo el mensaje.
Pero ahora…
—¿Zac? —pregunté mientras me llevaba hacia su auto.
—¿Sí?
Desbloqueó las cerraduras y abrió la puerta del lado del pasajero. Me
detuve al lado del auto, alzando mi cabeza para encontrarme con esos ojos
azules que parecían brillar incluso bajo las farolas. Sonreía, lenta y
perezosamente. Ya no se veía nervioso ni tan cansado. Zac se veía…
bueno, se veía vivo, brillante y… decidido y aliviado.
—¿Qué era lo inevitable de lo que hablaste? —Fue lo primero que
logré preguntar.
Su expresión, esa que me hacía sentir como si no hubiera nada en el
mundo que pudiera ser tan malo si él estaba cerca, no desapareció cuando
su mano tomó la mía una vez más. Posesivo, protector y firme. Ladeó la
cabeza, su sonrisa haciéndome balancearme sobre mis pies con
anticipación.
—Tú, chica, ¿qué más?
Casi me desmayé.
Y notó mi casi desmayo porque se rió todo profundo y perfecto.
—Vamos. Entra en el auto. Tenemos que hablar.
Subí al auto, sobre todo porque no estaba segura de que mis rodillas
me aguantaran mucho más. También porque no estaba segura de no
desmayarme, golpearme la cabeza con el espejo lateral y olvidar todo lo
que acababa de suceder. Al menos las partes que podía comprender.
Y este tonto seguía sonriendo mientras cerraba la puerta después de
que entrara, y estaba sonriendo mientras se ponía frente el volante y
arrancaba el auto. Todo mientras me tambaleaba. Atónita. Perpleja.
Asombrada. Aterrorizada. Confundida también.
Mayormente confundida.
Él… él…
407
Respiré por la nariz y puse mis pensamientos en orden mientras
arrancaba su auto y se volvía hacia mí.
—¿Zac?
Se veía tan ansioso.
—¿Sí, cariño?
No podía mirarlo al rostro mientras preguntaba esto, así que me
concentré en la pantalla de su consola mientras inquiría con voz firme:
—¿Tú… tú…? —Apenas podía pensar las palabras, mucho menos
pronunciarlas en voz alta—. ¿Estabas…? —No podía dejar de tartamudear.
Porque no podía comprender lo que había estado intentando insinuar.
Hizo un sonido suave por la nariz.
—¿Robaste mi maldito corazón, huiste con él y dijiste te veo después?
Porque la respuesta es sí.
Realmente estaba a punto de desmayarme, y me costó todo susurrar:
—No, en serio.
—Estoy hablando en serio —respondió con facilidad, una esquina de
su boca se curvó en una sonrisa perezosa—. Lo he pensado. Estoy
pensando que ocurrió en algún momento entre tú dándome esa horrible
charla motivacional sobre el antiguo Zac pateando el culo de este Zac y tú
lanzándome bombas, diría.
Estaba diciendo…
Estaba intentando decirme…
Obligué a mis párpados a no pestañear, lo pensé un poco más y volví
a preguntar:
—¿Zac?
Se inclinó contra la puerta y se cruzó de brazos, luciendo arrogante,
bien y todavía aliviado.
—¿Sí, cariño? —cuestionó con tanto amor y paciencia que no sabía
qué hacer con eso incluso más.
—¿Por qué estás realmente aquí?
—Porque te amo —respondió Zac.
Aparté la mirada de nuevo. No iba a mirarlo. No podía. Pero le diría la
verdad.
—Literalmente me dijiste que no pensabas que alguna vez fueras a
enamorarte porque nunca podrías confiar lo suficiente en alguien para
hacerlo —dije, obligando a mi corazón a ser razonable. A ser inteligente. A
no adelantarse y empezar a imaginar todo tipo de mierda cuando
malditamente era más sabio.
Emitió un sonido divertido que solo hizo que mi corazón cayera. 408
—Muy cierto.
Parpadeé y me volví hacia él.
—Pero… —Se calló.
Metí mis dedos debajo de mis muslos.
—No eres solo “alguien”, ¿verdad, chica?
¿Qué mierda acababa de insinuar?
Siguió hablando. Porque no podía leer mi mente. Descruzó los brazos
y se sentó con la espalda recta en el pequeño interior de su elegante auto,
con la cabeza a unos milímetros de rozar el techo mientras apuntaba esa
mirada directamente hacia mí con la fuerza de mil faros.
—Y no hubo el acto de enamorarme de ti, Bianca. Solo lo hice. Solo lo
hago, ¿sabes? Amarte, quiero decir. Fue como le dije a Boog, apareciste de
la nada cuando no estaba mirando y me diste una paliza hasta que no
tuve más opción que verte. Ver en quién te has convertido. Ver quién
serás. Me asombras, chica. Vas a conquistar el mundo algún día, y quiero
estar allí para verlo. Quiero estar allí para ayudarte en todo lo que pueda.
Amarte es lo más fácil que he hecho en mi vida, y es lo más fácil que voy a
hacer. Solo lo sé. —Hizo una pausa y sus cejas se arquearon al mismo
tiempo que lo hacían sus hombros—. Nunca antes le he dicho algo así a
nadie y estaba un poco asustado, pero pensé que nada podría ser peor que
no decirlo y que te fueras, y vaya… de hecho eso se sintió bien. Muy bien.
Contuve la respiración y juraría que podía oír los latidos de mi
corazón. Quizás incluso los suyos también. Y en ese momento, sentí que
podía leer mi mente porque me sonrió, y fue tierno y diferente y algo que
recordaría por el resto de mi vida.
—Te he extrañado muchísimo —confesó, mirándome directamente a
los ojos.
Sí. Me iba a desmayar.
—¿Zac? —susurré.
—¿Sí, cariño?
Si no vomitaba, me iba a desmayar. Quizás vomitar y luego
desmayarme. Tal vez cagarme encima también. ¿Quién sabía?
Pero no era una cobarde. Y tenía que saberlo. Tenía que hacerlo.
—¿Estás seguro de que… de verdad sientes eso por mí? —pregunté,
tragando—. ¿Lo suficiente para decir eso? ¿A Boogie? Porque hay amor de
amigos y hay…
Su mano se posó en mi muslo. Alzando mi barbilla, hicimos contacto
visual.
409
—Más seguro de lo que estoy de cualquier otra cosa. —Me apretó la
pierna—. Más seguro que de mí mismo. Eso es lo que quería decirte el día
que te fuiste, pero no sabía cómo. Nunca querría hacerte elegir, y supongo
que me preocupaba que eligieras a Boogie. Sin embargo, cuando llegué a
casa, listo para decirte que me dieras algo de tiempo para arreglar las
cosas, te habías ido.
Me golpeé la barbilla para asegurarme de que no me lo estaba
imaginando. No lo hacía. Dolió.
Y Zac lo vio porque se rió entre dientes, su sonrisa cálida y eterna
mientras sus dedos se movían para deslizarse por los míos.
—No quería arriesgar lo que tenía con Boogie, Bibi, pero estas dos
últimas semanas sin ti… he sido miserable. Te quería de vuelta. Extrañaba
cada cosa de ti. Y tenía que pensar en lo que tenía para ofrecerte cuando
ya tienes tantas cosas en marcha. Hoy finalmente hice lo último que
necesitaba antes de poder hablar contigo sobre todo. Antes de sentir que
me merecía intentarlo.
Apreté mis labios durante una fracción de segundo, mi nariz
hormigueaba. Mis ojos ardían. Mi alma gritaba.
—¿Bibi?
—¿Sí, Snack Pack?
—¿Vas a preguntar si estoy seguro de que estoy loco por ti?
Este idiota.
Eso al fin me hizo profundizar para resolver cómo me sentía. Y solo
había una respuesta que podía darle.
—No, no lo estaba planeando. ¿Por qué no lo estarías? —bromeé.
Y lo dije en serio.
Todas las pequeñas señales… las que había ignorado o tomado por
otra cosa —amistad, había sido una amistad profunda e inamovible—
habían estado allí a lo largo del camino.
Como había dicho mi primo, no diría nada y no estaría aquí si no
hablara completamente en serio. Conocía a Zac como bromista tanto como
lo conocía como el hombre que normalmente tenía una autodisciplina
increíble y sueños más grandes que cualquier otra cosa. Era un hombre
que se ganaba la amistad y la devoción de la gente.
Sabía lo que quería de la vida con más frecuencia de lo que no lo
hacía. Pero a veces todos solo necesitábamos un pequeño empujón. Sin
embargo, la pregunta era si era un empujón suave o fuerte.
Y su sonrisa en ese momento era tan amplia como Texas.
—Y aquí estaba pensando que tendría que hacerte una lista de las
razones por las que lo estoy —dijo divertido, con tanto cariño que
amenazaba con partirme el corazón por la mitad. 410
Pero solo amenazar, porque no me asustaba fácilmente. Estaba
acostumbrada a que me dieran estas pequeñas oportunidades
microscópicas y a correr con ellas. Todo lo que necesitaba en cualquier
cosa era una oportunidad y mi culo codicioso lo tomaría todo.
Porque se preocupaba por mí.
Estaba aquí esta noche, antes de su partido, porque me había
extrañado.
Porque dijo que me amaba.
Porque yo importaba.
Todas eran cosas que ya conocía, pero de una manera diferente. De
una manera muy diferente. Y había deseado tanto esto que nunca había
esperado seriamente pensar que era una posibilidad.
Pero por supuesto que lo era. Siempre debería haberlo sido. Podía
hacerlo mucho peor que yo.
—No —repliqué, extendiendo la mano y dándole un golpecito en la
nariz a pesar de que temblaba—. Te creo.
Y tan rápido como esa alegría sutil había surgido dentro de mí, se fue.
Porque lo recordé.
Recordé qué diablos me había llevado a venir hasta aquí. Pasar dos
semanas mirando apartamentos. Haber pasado mi Acción de Gracias
extrañándolo. Tener a mis personas favoritas acosándome en la cocina de
mi hermana.
Mi estado de ánimo cayó en picado solo así.
Retiré mi mano como si me hubiera quemado, y su expresión feliz
desapareció instantáneamente.
—¿Qué pasa?
Metiendo mi mano debajo de mi pierna, me dije que debía ser una
adulta y solo… decirlo.
—Estás siendo amable y dulce conmigo y dices todo esto, y… y… es
mentira.
—¿Qué es mentira?
—Esto. Lo que estás diciendo.
Esa mirada azul se entrecerró.
—No, no lo es.
Asentí un poco sarcásticamente, un poco maliciosamente.
—Bueno, sí, lo es.
411
—Dime por qué piensas eso.
—Porque… hace dos, tres semanas, dejaste que una chica se sentara
en tu regazo y empujara sus tetas frente a tu rostro. Si así es como crees
que se supone que debes amar a alguien, entonces estás haciendo algo
mal. Sé que dijiste que eres nuevo en esto, pero no eres tonto.
Parpadeó una vez.
—No, no lo hice.
—Sí, lo hiciste. Vi la foto, Zac.
Su frente se arrugó y estaba frunciendo el ceño mientras sus dos
manos sostenían las mías. Ese hermoso rostro de príncipe de Disney
estaba fruncido profundamente, probablemente el ceño más profundo que
jamás le había visto.
—No, no lo hice.
Lo estaba negando.
Lo miré, sabiendo en mis huesos que no mentiría. No a mí. No sobre
algo así. Lo sabía.
Entonces, ¿qué diablos significaba eso? Sabía lo que había visto. No
me había imaginado esa mierda. Había visto la fecha en que lo publicó.
—No hice tal cosa, cariño. Ni siquiera sé de qué estás hablando. No he
tenido ninguna chica cerca de mi regazo en… no sé cuánto tiempo. Una
eternidad. —Su ceño se volvió aún más feroz—. No desde antes de que
aparecieras. Más tiempo que eso.
Quería fruncir el ceño o pensar que esto era una mierda o al menos
afirmar que lo era, pero… conocía a esta persona. Lo conocía bien. Mejor
que nadie.
Miré su rostro, su hermoso y perfecto rostro, luciendo confundido y
preocupado, y ese borde afilado de celos e ira vaciló enormemente.
—¿De qué foto estás hablando?
Contuve la respiración un poco.
—Esta mujer publicó una foto de ella sentada en tu regazo.
—¿Quién?
—No lo sé. Una chica en Picturegram.
Ni siquiera pareció pensar en eso.
—Enséñamela.
Lo pensé, lo medité y negué.
—No la guardé ni nada, viejo. No soy masoquista. Salió el día después
de que aparecieran tus amigos. Trevor también la vio.
Pensó en ello. 412
—¿El día que fui a casa de Amari? ¿Después de pasar el rato con
Aiden y Vanny?
¿Fue a casa de Amari?
—Sí. —Sí a la vez que salimos con Aiden, Vanessa y sus hijos. ¿Pero
la casa de Amari?
Zac seguía pensando en ello incluso mientras negaba.
—Bibi, vimos una cinta en su casa. Fui a la tienda a comprar ropa
interior nueva y fui a su casa inmediatamente después. Por eso llamó
mientras estábamos con Van y los niños, para invitarnos. Te pregunté,
¿recuerdas? Su mamá nos hizo comida. Estaba cansado y me desmayé en
el sofá. Su madre era la única mujer allí, y probablemente me abofetearía
si le pidiera que se sentara en mi regazo.
Me sentí como una idiota.
—Lo que sea que viste, cariño, tenía que ser una foto vieja. ¿Es por
eso que Trev me llamó despotricando? ¿Diciéndome que necesitaba sacar
mi cabeza de mi culo antes de arruinar mi vida? —Se acercó y tomó mi
mano, sus dedos grandes y fuertes alrededor de los míos—. Te juro que
tenía que ser vieja. Estas chicas toman fotos, las guardan durante un
tiempo y las comparten al azar. A veces incluso te piden una foto, dices
que sí, y luego vienen y se sientan en tu regazo sin preguntar.
Lo miré fijamente. Apretó la boca mientras su mirada se movía entre
mis ojos.
—Palabra de honor —dijo, con el rostro serio—. Sabes que no te
mentiría, ¿no?
Lo miré al rostro, a esos ojos azules durante tanto tiempo que estaba
bastante segura de que se estaba retorciendo.
Sus dedos eran cálidos alrededor de los míos.
—Bianca… sé que he hecho algunas cosas en el pasado que desearía
que no supieras, pero ya no soy así.
Bueno, mierda.
—Sí, sí. Sé que no me mentirías. La imagen parecía reciente; por eso
pensé… Siempre estás rodeado de chicas, Zac. Solías salir todo el tiempo.
Simplemente parecía tener sentido.
—Solía hacerlo, sí, pero ya no quiero eso. Solo quiero una cosa. Una
cosa que me hace más feliz que un millón de personas combinadas —
aseguró—. Eliminé todos esos números hace semanas. Cambié mi número
para que nadie llamara en primer lugar. No quería darte una razón para
desconfiar. Quiero que sepas que estoy en esto de verdad. Nada de esa otra
mierda ha importado nunca. Pero siempre lo has hecho. Siempre lo harás.
Respiré hondo. 413
—Tenía que ser una vieja foto, lo prometo —juró—. Sé que me crees.
Lo hacía, y tal vez de alguna manera, debería alegrarme conocerlo tan
bien. No quedaban secretos entre nosotros. No había razón para dudar de
esta cosa aterradora que parecía sacada directamente de mis sueños y
arrojada a mi regazo. Su amor por mí no era nuevo.
Pero este tipo diferente de amor lo era. Amor 2.0. Más como Amor 5.0.
No tenía ninguna razón para ponerlo en duda. O a él.
Y seguro como el infierno que no iba a huir.
Zac me amaba. A mí.
E… iba a exprimir esta mierda por el resto de mi vida, si podía. Tal
vez no había tenido tanta experiencia como él, pero eso no significaba que
no fuera a aterrorizarlo. Porque lo haría. Porque podía.
—Sí —admití. Levanté mi barbilla y curvé mis dedos alrededor de los
suyos, lista para esto. Llevaba lista para esto desde siempre—. Sin
embargo, solo para asegurarme, si un chico publica una foto mía sentada
en su regazo en un año, también será vieja, ¿de acuerdo?
Sus dedos temblaron y casi me reí de la expresión de incredulidad
que puso.
—¿Qué chico?
—Un chico que no recuerdo. He conocido a muchos, así que… —Lo
miré con una sonrisa.
No estaba sonriendo.
Pero yo sí.
—No eres divertida.
—Soy súper divertida.
Fue su turno de mirarme de reojo.
—¿Me crees entonces?
Gruñí.
—Chico, dije que sí. Sin embargo, si quieres que finja que no lo hago y
enojarme por un segundo, lo haré.
Solo así, su sonrisa estaba de vuelta, hermosa y magnífica.
—¿Darás un pisotón por mí?
Asentí, sintiendo una sonrisa en mi rostro.
—Solo por ti. Pero lo juro por Dios, alguien pone sus tetas en tu rostro
y no las alejas de inmediato, te mataré, luego te devolveré la vida y te
mataré de nuevo. Ya me han engañado y no lo soportaré de nuevo.
—Nunca haría eso. Jamás. —Sonrió, y creció y creció, y lo siguiente 414
que supe fue que se inclinaba hacia adelante y tomaba mi mano,
acercándola a él. Atrayéndome hacia él—. Ven aquí.
—¿Por qué? —pregunté a pesar de que no estaba oponiendo
resistencia.
—Porque sí —replicó mientras seguía tirando de mí hacia él.
Tenía una mano en su muslo cuando dije:
—Para que conste, me dijiste que estabas loco por mí incluso antes de
besarme. ¿Y si no me gusta la forma en que besas?
Se rió con su rostro a centímetros del mío.
—¿Es eso lo que te preocupa?
—Quiero decir… —Me encogí de hombros, burlándome de él. Era
como lo mejor de ambos mundos—. ¿Y si?
Negó, todavía sonriendo.
—Eres un verdadero dolor de culo, chica. —Su aliento rozó mis
labios—. Veamos. Si no te gusta, lo intentaré de nuevo hasta hacerlo bien.
No me asusta practicar.
Me estaba riendo cuando se inclinó, acortando la distancia entre
nosotros.
Y todavía me reía cuando sus labios rozaron los míos.
Al fin.
Pero en el momento siguiente, me estaban besando. Eran míos y
sabía que él era mío. Porque siempre lo había sido. Nos habíamos perdido
el uno al otro por un tiempo, pero no volveríamos a hacerlo.
Su boca estaba cálida al tocar la mía. Suavemente. Ligeramente.
Había estado esperando esta mierda desde siempre. Mis dientes
atraparon su labio inferior, tirando suavemente, haciéndolo aspirar.
Estirándome hacia él mientras me arrodillaba en mi asiento y flotaba
sobre la consola central, deslicé una mano por su cabello, ahuecando la
parte posterior de su cabeza en mi palma, y abrí la boca, besándolo
lentamente, como si no hubiera otro lugar donde prefiriera estar. Nadie
más a quien prefiriera besar.
Porque no lo había.
Se apartó un poco.
—¿Quién te enseñó a besar así? —inquirió con voz ronca.
—Gente —bromeé, rozando sus labios con los míos.
Gruñó. Y Zac… respondió. A lo grande.
Su mano fue a mi mejilla, la otra fue a palmear mi nuca sobre mi
cabello, y abrió la boca, su lengua rozó instantáneamente la mía, 415
ligeramente la primera vez, luego más profunda la segunda. Era cálido y
dulce, y me encantaba todo lo relacionado con su sabor. Me encantaba la
forma suave en que movía su lengua contra la mía, la forma en que me
sostenía allí.
Se tomó su tiempo. Saboreando. Persistente.
Sus labios tomaron el mío inferior, chupándolo suavemente antes de
rozar su lengua contra la mía de nuevo.
Me encantó mucho, mucho la forma en que besó mi labio superior
antes de hacerlo todo de nuevo.
Zac besó y besó como si tuviera todo el día. Como si no hubiera nada
más que quisiera hacer, y chupó mi lengua mientras sostenía mi rostro en
esas enormes palmas. Sus labios cálidos y firmes acariciaron las
comisuras de mi boca y mi barbilla antes de tomar los míos una vez más.
Me amaba, y si no hubiera dicho ya básicamente las palabras, habría
sido capaz de notarlo.
Porque nadie me había besado así antes, y tenía el presentimiento de
que nadie más lo haría.
No, no era un presentimiento. Era conocimiento. Él era mi pasado,
pero también iba a ser mi futuro.
Zac tarareó profundo en su garganta, el sonido reconfortante y muy
complacido. Sus labios rozaron el borde de mi barbilla mientras
murmuraba, casi adormilado:
—Mmm, cariño. Vas a ser mi maldito fin. Ya puedo decirlo.
Me aparté un poco y le sonreí, lamiendo mis labios porque, sí, podría
besarlo todo el día. Era bueno en eso. Genial en eso.
Pero no se lo iba a decir.
—Sí, creo que necesitamos un poco más de práctica primero —dije en
su lugar.
Su risa me hizo sonreír contra su cálida y maravillosa boca.
—¿Sí? ¿Eso crees?
Asentí, inclinándome para besar su barbilla, amando la sensación de
su vello facial en mis labios y la forma en que su muslo se sentía bajo mi
mano.
—La práctica hace la perfección.
Me dio un golpecito en la nariz.
—Suena divertido.
Entonces lo miré mientras su rostro se cernía muy cerca, su mano
acariciando mi hombro hasta mi brazo. 416
—¿Estamos bien por ahora? —preguntó.
—¿Por ahora?
—Sí, todavía tenemos que hablar de un par de cosas más.
¿Lo hacíamos?
—Y quiero mostrarte algo.
Agrandé mis ojos.
—Quiero verlo, pero de acuerdo, pervertido.
Zac se echó a reír.
—No estaba hablando de eso… pero eso también.
Resoplé y se rió.
—Vas a venir al juego, ¿verdad?
—Sí.
—¿Y me dejarás mostrarte algo después?
Contuve la respiración y asentí antes de inclinarme hacia él y rozar
sus labios una vez más. Porque podía. Porque él quería que lo hiciera. Y
por si lo dudaba, el bajo gemido en su garganta y la mano que usó para
sujetar la parte posterior de mi cabeza lo habrían confirmado.
Entonces respondí:
—Sí.
Sus labios tomaron los míos una vez más, y luego susurró:
—Bien.

417
VEINTICUATRO
—¿Qué diablos tienes en el rostro?
Me di la vuelta por completo y le sonreí a Trev en las gradas detrás de
nosotros, sentado al final de la fila en la que estaban la señora Travis y
Paw-Paw.
Ya les había dado un abrazo a Paw-Paw y a la señora Travis. Boogie
me había enviado un mensaje cuando estaba de camino con ellos, y me
había dirigido arriba para esperar su llegada, antes de liderar el camino
por los escalones frontales para intentar detener la caída de Paw-Paw en
caso de perder el equilibrio.
El hombre mayor se había reído agradable y profundamente cuando
se había dado cuenta de que era yo quien estaba allí para recibirlos.
Levantando mis manos, hice girar el falso bigote azul que Connie
había pegado a mi labio superior justo antes de que saliéramos de su casa.
—No lo sé, pero me gusta —le dije a Trevor.
El hombre suspiró y observó a mi hermana cuando se dio la vuelta. 418
Todo su rostro estaba cubierto de pintura azul, en lugar de rojo como el
mío, y tenía un bigote blanco que se curvaba en los extremos hasta la
mitad de sus mejillas. Lo había llamado viejo bigote de buscador. Su
esposo, Richard, por otro lado, tenía el rostro blanco con un bigote rojo.
Éramos trillizos. Solo Boogie, que estaba sentado en nuestra fila, no tenía
nada en el rostro. Sin embargo, vestía una camiseta de TRAVIS, remetida
en sus vaqueros perfectamente planchados. Connie y yo nos habíamos
reído de él y nos había enseñado el dedo medio.
Trevor negó e incluso podría haber puesto los ojos en blanco, pero eso
me hizo sonreír. Para entonces sabía que no era un gesto feo. Eran sus
ojos en blanco de “supongo que puedo tolerarte”.
Básicamente, le gustó mucho, mucho.
Connie me golpeó en el brazo entonces, y me volví para mirar a
Boogie, con quien no había tenido la oportunidad de hablar desde la noche
anterior, cuando nos habíamos visto por última vez. Solo nos habíamos
abrazado cuando me había encontrado con él en el puesto de comida
porque había estado muy ocupada hablando con Paw-Paw. Ahora estaba
mirando hacia delante y le di un codazo.
—¿Boog?
¿Estaba pensando en Zac y en mí?
Mi primo me devolvió el codazo.
—Estoy bien —respondió, todavía mirando hacia delante, como si
supiera exactamente lo que estaba preguntando.
—¿Estás seguro? —susurré para que mi hermana, con suerte, no
pudiera oír. No estaba segura de qué haría si decía que no estaba bien,
pero… solo podía esperar que no hubiera estado mintiendo anoche.
Había repasado las partes de la conversación que él y Zac habían
tenido, al menos las partes que logré asimilar, y me había mantenido
despierta durante unas horas una vez regresamos a casa de Connie.
Boogie había parecido estar bien cuando había regresado a la bolera
después de irse Zac, pero no había querido presionarlo más de lo que
potencialmente podríamos haberlo hecho ya. Mi boca había hormigueado
durante un rato después de su beso de despedida. Zac y yo nos habíamos
sentado en su auto durante al menos media hora mientras me hablaba de
CJ (había hecho un pastel medio decente mientras yo estaba fuera) y
algún otro chisme sobre un par de jugadores que había conocido la noche
de la fiesta de Halloween. Admitió que Trevor fue quien compró la parte de
Gunner del gimnasio después de que le mencionara las noticias de Deepa.
Al parecer, el gimnasio era una buena inversión.
Incluso dijo que el chico Enzo, el hombre que había estado en la fiesta
de Halloween con Jessica, se había puesto en contacto con él y disculpado
por sus acciones. Estaban casados, pero al parecer no por mucho más
tiempo. Tenía que haber más en esa historia, pero Zac no había 419
preguntado. No lo culpaba.
En todo caso, sentarme en su auto y hablar con él no solo había
cimentado el hecho de que no solo era mi mejor amigo, sino que lo amaba
con todo mi corazón.
Y si él también me amaba, lo cual parecía absolutamente como si lo
hiciera, entonces necesitaba aferrarme a eso con ambas manos y nunca
dejarlo ir. Tal vez todo era nuevo, reciente y maravilloso, y tal vez debería
haber estado totalmente conmocionada —lo estaba a medias—, pero la
verdad era que lo veía. Podía sentirlo. Así que, ¿qué iba a hacer? ¿No
aceptarlo?
Diablos, no.
Pero, más que nada, quería a Boogie y Boogie me quería. No quería
elegir, y esperaba que nunca me lo pidiera, especialmente cuando quería a
la misma persona que yo.
Mi primo me miró por encima del hombro, y me dio una sonrisa que
era un poco reacia, pero solo un poquito.
—Me preparé mentalmente para la posibilidad de esto cuando tenías
diecisiete años —admitió—. Entonces ustedes dos dejaron de hablar y se
me olvidó, y he estado tan ocupado que lo olvidé. No presté atención.
Parpadeé.
—¿Lo hiciste?
—Sí. —Me dio un codazo de nuevo—. Siempre te ha amado y se ha
preocupado por ti, B. Igual que tú. —Se encogió de hombros y puso los
ojos en blanco antes de deslizarme otra mirada y otro codazo—. No estaba
seguro de que fuera a suceder, sabes, pero incluso Laurie lo mencionó.
Mamá Lupe dijo algo justo antes de morir también. No recuerdo lo que
estaban haciendo ustedes dos, estaban pintando su habitación o algo, y él
estaba allí, y podíamos oírlos reír, creo, y ella me dijo que no estuviera
celoso; no estaba celoso, B. Nunca estuve celoso de ustedes dos. Nunca. Y
ella dijo que algunas cosas están destinadas a ser o algo así.
»Lo pensé en ese entonces. Los veía juntos, y sí, se llevaban muy bien.
Pensé que si algo sucedía, pasaría en mucho tiempo desde entonces, y que
tal vez nunca pasaría nada de todos modos. No te miraba así en ese
entonces, pero sabía cómo te sentías. Y supongo que lo he pensado un
poco desde ayer cuando me dijiste cómo te sentías y… supongo que mamá
Lupe tenía razón. Algunas cosas están destinadas a ser. ¿Cuáles eran las
posibilidades de que él resultara estar en Houston? Casi se había ido a
Dallas a entrenar. Ese había sido el plan hasta el día anterior a su partida,
y luego cambió de opinión.
La oscura mirada de Boogie se movió hacia mí y soltó una pequeña
carcajada.
420
—Nunca quisiste que hablara de eso, pero él preguntaba por ti todo el
tiempo, enana. Incluso cuando pensó que ya no querías ser su amiga,
preguntaba cómo te iba. Nunca se olvidó de ti. Recuerdo que, por un
tiempo, sus sentimientos estuvieron heridos cuando perdieron el contacto,
pero luego los dos se fueron e hicieron lo suyo y pareció estar bien. —Sus
hombros se levantaron—. Quizás él no llegó a mi vida por mí. Empiezo a
pensar que tal vez fue por ti.
Iba a necesitar tumbarme, pronto. Pero no había ningún lugar limpio,
así que iba a tener que mantenerme bajo control incluso cuando mi
mundo se estaba sacudiendo un poco en ese momento.
—O tal vez se suponía que debía estar en las vidas de los dos.
Boogie sonrió.
—¿Pero te parece bien? —pregunté en voz baja—. Porque si no… —
¿Qué diablos haría? ¿Rogar? ¿Implorar?
—Basta. —Boogie me dio otra mirada larga como si pensara que
estaba siendo una molestia—. Sé lo que ha hecho. Lo conozco. Y también
te conozco. Y supongo que si hubiera podido elegir a alguien para ti, no
sería Zac.
—¿Quién sería?
—Jesús.
Me apoyé contra él mientras resoplaba.
Le di otro codazo, pero la parte de su boca que podía ver se curvó en
una sonrisa.
—Pero supongo que sería mi segunda opción. Sé que te ama. Lo vi
con mis propios ojos las últimas veces que salimos. No quería verlo, pero lo
hice. Lo hago. Entonces se puso esa camiseta antes, y si hubiera tenido
alguna duda, hubiera desaparecido en ese momento.
¿Lo vio?
Pero espera…
—¿Qué camiseta llevaba?
Mi primo soltó un suspiro mientras sacaba el teléfono de su bolsillo.
Un momento después, tenía abierta la aplicación TSN y se estaba
reproduciendo un anuncio.
—Dale un segundo —advirtió cuando lo miré. Era un video breve
previo al juego y, un segundo después, las imágenes se movieron a los
jugadores entrando en el estadio.
En el segundo en que aparecieron, fue el único que importaba.
Y cuando vi de lo que estaba hablando Boog, mis rodillas se
debilitaron.
421
Llevaba una camiseta que nunca había visto antes, una azul con
enormes letras blancas que decían: “THE LAZY BAKER”.
Yo. Me estaba llevando.
—¿Ves? —cuestionó antes de chocar su cadera contra la mía—. Pero
de verdad, hablaba en serio sobre esa regla básica, así que ustedes dos
deben resolverlo.
—Gracias por aceptarlo —murmuré mientras seguía mirando la
pantalla de su celular hasta que se enfocaron en la llegada de otro jugador.
¿Había hecho la camiseta? ¿La había ordenado? No era como si
importara, pero no pude evitar sentir esta increíble y abrumadora descarga
de amor puro llenando mis venas por lo que había hecho.
Y no había dicho nada.
—¿Qué voy a hacer? ¿Decirles a los dos que no sean felices? Amarte,
B, es lo más fácil del mundo. Nunca tuvo una oportunidad —dijo Boogie,
haciendo que alzara el rostro para mirar el suyo que tanto amaba. Dejé a
un lado a Zac y su camiseta por un minuto—. Algunas cosas funcionan
bien por sí solas, pero otras funcionan mejor juntas, como el queso y las
hamburguesas.
Asentí, manteniendo los ojos muy abiertos para no llorar todavía.
—Las hamburguesas con queso son increíbles.
Mi primo sonrió. Empujé un poco su hombro y me devolvió el
empujón.
—Le dije a Liz esa noche después de que lo dejaras en el hospital que
iba a ser una cuestión de tiempo.
Boogie y yo nos volvimos hacia la fila de arriba para encontrar a Paw-
Paw con una sonrisa en su rostro. Fue él quien hizo el comentario. Liz era
el nombre de pila de la madre de Zac.
—Paw-Paw —gimió la señora Travis desde su lugar junto a él. Tenía
un tatuaje temporal en la mejilla con el número 4 de Zac y su camiseta
debajo de la chaqueta.
El hombre mayor puso sus palmas sobre su pecho, cubriendo el logo
de los White Oaks de la chaqueta gruesa que tenía puesta.
—Lo dije. No estoy mintiendo. La última vez que Zac vino y nos contó
todo sobre Bianca, ¿no lo dije de nuevo?
Ella dejó escapar un suspiro y me miró con una leve sonrisa.
—Lo hiciste.
Oh, hombre. Ni siquiera había pensado en quedarme callada o decirle
a Paw-Paw o a la señora Travis sobre… nosotros, no cuando fue solo ayer
que Zac dijo algo.
422
¿Quizás Zac había querido decirles? Tal vez… ¿no quería que lo
supieran?
Nah.
Bueno, ahora era demasiado tarde.
Juntando mis manos, miré a ambos con esperanza en mi corazón.
—¿Les parece bien que Zac y yo nos veamos?
—Van a estar haciendo más que verse —se burló mi jodida hermana
en voz baja mientras fingía mirar hacia el campo, pero no aparté mis ojos
de los dos miembros de la familia Travis. En su lugar, le di una patada en
la pierna.
—Sí —confirmó la señora Travis, esa leve sonrisa convirtiéndose en
una feroz—. Necesito ayuda para mantener a ese chico a raya. Espero que
estés preparada para ello.
Estaba dispuesta a hacerlo, y se lo dije con una carcajada.
Un segundo después, mi teléfono vibró desde el interior de mi bolsillo,
y lo saqué, preguntándome quién me estaría enviando un mensaje.
¿Deepa?
El nombre en la pantalla me dejó helada.
ZAC EL SNACK PACK: ¿Están aquí?
Sonreí a mi pantalla.
Yo: Sí. Paw-Paw y tu mamá están detrás de nosotros.
Yo: Por cierto, Connie me pegó un bigote en el rostro.
Recibí una respuesta casi de inmediato.
ZAC EL SNACK PACK: ¿¿Bigote??
Yo: Uno azul. Creo que Trevor pudo haber hecho la señal de la
cruz cuando lo vio.
Estaba escribiendo una respuesta antes de que yo presionara Enviar
en mi segundo mensaje.
ZAC EL SNACK PACK: Siempre me gustaron los bigotes
Me reí.
Yo: Entonces te espera un regalo. Es uno bueno.
Yo: Además, hoy te va a ir muy bien. Estoy tan orgullosa de ti, al
igual que todos los demás.
Casi esperaba no recibir una respuesta de él, pero mi teléfono vibró
después de aproximadamente un minuto con un nuevo mensaje.
ZAC EL SNACK PACK: En ese caso, voy a esforzarme incluso más
para no decepcionarlos.
Mi corazón se apretó. 423
Yo: Nunca podrías decepcionarnos. E incluso si no ganas y el
equipo no va a los playoffs, estás invitado a ir a Disney World conmigo
una vez que reprograme mi viaje.
ZAC EL SNACK PACK: Se supone que solo vayas allí si lo ganas
todo.
Yo: Estás ganando solo por estar donde estás ahora.
El icono de escritura permaneció en la pantalla durante casi un
minuto antes de que recibiera otro mensaje.
ZAC EL SNACK PACK: Tienes razón.
ZAC EL SNACK PACK: Sigue a Trev después del juego, ¿de
acuerdo?
ZAC EL SNACK PACK: Te amo, chica.
“Te amo, chica”, dijo él, como lo había dicho cientos de veces antes.
Lo que hacía.
Pero entonces lo leí en su mensaje. La diferencia. No estaba segura de
cómo podía explicar el matiz, pero estaba allí, tan diferente como el día y la
noche.
Me amaba. A mí. Y lo decía en serio.
Pensé en eso hasta que salió corriendo al campo con sus compañeros
de equipo, algunos de los cuales ahora también eran amigos míos, para
jugar otro gran e importante partido en el que la mayoría de los
comentaristas apostaban por los Three Hundreds porque habían tenido
una temporada un poco mejor.
Zac era demasiado amable para restregar algo por el rostro de
alguien, bueno, la mayor parte del tiempo, pero yo esperaba que lloraran
lágrimas silenciosas cuando ganaran los White Oaks.
Me paré en las gradas con mi primo a un lado y mi hermana y
Richard al otro, y Paw-Paw, la mamá y el mánager de Zac directamente
detrás de mí, vitoreando tan fuerte como todos en el estadio mientras el
juego se preparaba para empezar. Y estuvimos así durante mucho tiempo.
Durante todo el juego.
Porque fue estresante como el infierno. Los Three Hundreds estaban
decididos a demostrar algo. Desafortunadamente para ellos, también lo
hacían los White Oaks.
Durante tres cuartos, los equipos estuvieron casi a la par. Los Three
Hundreds marcarían y luego los White Oaks harían lo mismo. Todos los
fanáticos en el estadio gritaban hacia el campo por derribos, balones
sueltos e intercepciones.
424
Y entonces, cuando quedaban menos de cincuenta y cinco segundos
en el reloj, Zac y Amari lo hicieron.
Anotaron.
Habían ganado.
GANARON.
Y casi todo el mundo se volvió loco.
Boogie y yo nos abrazamos, y estoy segura de que Connie y yo nos
abrazamos mientras saltábamos. Richard y yo nos agarramos por los
hombros y nos gritamos al rostro tan fuerte que los tapones para los oídos
que me había puesto al comienzo del juego no hicieron mucho. Abracé a
Paw-Paw y a la señora Travis también. Él tenía lágrimas en los ojos y ella
estaba llorando, así que los abracé de nuevo.
Fue entonces cuando Trevor me agarró de la muñeca e hizo un gesto
para decirme que lo siguiera. Señalé a la familia Travis, pero Paw-Paw me
indicó que fuera sola. Trev me condujo a través de un laberinto de
personas, alrededor de una barricada, por unas escaleras y por un puesto
de control mientras los fanáticos de los White Oaks se volvían locos con su
victoria.
Era un paso más hacia los playoffs.
—¡Bianca! —gritó una voz alrededor del guardia de seguridad.
Era Zac, sosteniendo su casco en una mano mientras un jugador tras
otro pasaba junto a él, dándole palmadas en el hombro, aullando y
gritando mientras avanzaban por el túnel oscuro al que nos habíamos
acercado. Su rostro estaba rosado y su cabello estaba enmarañado, pero
se veía feliz, vivo y asombroso.
Lo que recordaría por el resto de mi vida sería encontrarme con él a
mitad de camino y cómo me sostuvo con sus brazos bajo mi culo después
de atraerme, sonriendo muy ampliamente mientras lo abrazaba y besaba
sus mejillas, su boca y sus mejillas un poco más.
—¡Sabía que lo ibas a hacer! ¡Jodidamente sabía que lo ibas a hacer!
—exclamé, presionando mi boca contra su oreja húmeda para no tener que
gritarle en el rostro por el ruido ensordecedor de los fans aún volviéndose
locos.
Se apartó un poco y me sonrió, la sonrisa más grande hasta la fecha,
probablemente en la existencia. Su mano se movió y palmeó mi mejilla
mientras su mirada recorría mi rostro pintado, esa perfecta sonrisa todavía
estaba ahí. Toda para mí.
—¿Cómo me veo?
Pasó la yema de su dedo por mi bigote falso.
—Como lo mejor que he visto en mi vida.
425
Y luego me besó de nuevo.

Horas más tarde, después de tener que soltarme, después de besarme


el rostro un montón de veces más a pesar de advertirle sobre la pintura en
mi rostro esparciéndose, y después de una entrevista tras otra, Zac celebró
con su equipo en el vestuario mientras el resto de nosotros nos dirigíamos
a casa de Trevor. La familia Travis, Connie y Richard, y Boogie lo
esperaron allí. Comimos la comida que Trev había pedido y devoramos el
pastel de celebración. CJ salió con algunos de los otros jugadores del
equipo, pero Zac no.
No fue hasta que Connie regresó a su hotel y Boogie decidió regresar a
Austin para no dejar a Lauren sola por más tiempo del necesario, que Zac
tomó mi mano y me preguntó si quería ir a ver algo con él. Su mamá y su
abuelo simplemente sonrieron y nos hicieron un gesto de despedida.
Cumplí mi promesa y dije que sí.
Nada podría haberme preparado para el viaje de tres horas y media
que nos llevó terriblemente cerca de Liberty Hill. Ni siquiera me había dado
cuenta de cuánto tiempo habíamos estado en el auto porque habíamos
estado demasiado ocupados hablando sobre el juego y lo increíble que
había sido y todas las otras pequeñas cosas que se habían dicho en el
vestuario antes y después.
—¿Estás pensando en llevarme al medio de la nada y deshacerte de
mi cuerpo? —inquirí mientras giraba a la derecha en un camino de tierra
que no había visto hasta el último minuto.
—Hoy no. Tal vez en sesenta años —replicó con una sonrisa que
apenas capté gracias a la luz del tablero.
Mi corazón latía como el de una niña pequeña a la que acababan de
decirle que iba a ir a Disney, no que lo supiera por experiencia, pero podía
imaginarlo.
—¿Oh? ¿Sesenta años?
Su sonrisa se hizo aún más amplia mientras nos conducía por el
camino a oscuras.
—Juega bien tus cartas y tal vez sean setenta.
Estaba demasiado ocupada asimilando la magnitud de sus palabras
para responder.
Me miró.
—¿Demasiado?
¿Demasiado? Apreté mis manos en puños y los puse debajo de mis
muslos por segunda vez en dos días, pero esta vez, fue porque… no sabía
qué hacer con ellos, no porque quisiera golpearlo.
426
—No. Es solo que… no estoy acostumbrada. No se siente real,
supongo.
—¿Qué no se siente real?
—Tú. Esto. Todo. —Me reí, sintiéndome nerviosa de repente—. Quiero
decir, estoy bien. No me quejo, pero es solo… un montón que asimilar.
Zac extendió la mano por la consola y la tomé, deslizando mi palma
sobre la suya cálida.
—Ayer mismo pensé que iba a necesitar irme muy lejos por un tiempo
para olvidarte, porque no había forma de que pudiera seguir contigo a
unos metros de distancia y ahora...
—Y ahora hemos llegado a lo que quiero mostrarte —interrumpió con
un apretón de su mano mientras giraba el auto en una propiedad vallada
con una verja con caballos en ella.
Entrecerré los ojos por la ventanilla lateral, pero estaba demasiado
oscuro para ver algo más que una valla blanca a los lados del auto.
—¿Dónde estamos?
Más adelante, los faros iluminaron una casa de dos pisos rodeada por
un grupo de árboles grandes.
Miré a Zac y lo atrapé observándome con una pequeña sonrisa en su
rostro.
—¿Por qué pareces nervioso? —cuestioné.
—No estoy nervioso.
—Esa es tu expresión nerviosa, Snack Pack.
—No es mi expresión nerviosa —discutió.
Pero era su expresión nerviosa. ¿Sobre qué demonios tenía que estar
nervioso?
Lentamente detuvo el auto en el camino de grava y estacionó.
—¿De quién es este lugar?
Se rió entre dientes mientras apagaba el auto.
—Tantas preguntas. Vamos. Acompáñame.
Le lancé otra mirada pero abrí la puerta y salí. Ya estaba rodeando el
frente y, de nuevo, extendiendo su mano hacia mí. Le sonreí, sintiéndome
nerviosa, y la tomé.
—Si nos arrestan por entrar sin autorización, te voy a culpar, ¿de
acuerdo?
Me atrajo más cerca y presionó su boca contra mi sien antes de
guiarme hacia adelante. Incapaz de ver mucho mientras nos dirigíamos
hacia la puerta principal, tropecé con algo y apenas pude evitar romperme
el culo cuando Zac tiró de mi brazo riendo también. 427
—¿Te pusiste esos tacones de nuevo?
—¡No! Quizás… —Me reí mientras recuperaba el equilibrio.
Sacó su teléfono y dirigió la pantalla hacia el suelo. Luego,
lentamente, volvió a mirarme. Si tenía alguna esperanza de que no
reconociera mis zapatos, se habría ido al diablo con la mirada que me
lanzó.
Eran las mismas botas que había usado el día que fuimos a la casa
encantada.
Su boca se contrajo.
Solo parpadeé.
Parpadeó en respuesta.
—¿Vamos a entrar o…?
Negó y no necesitó decir nada mientras seguíamos yendo hacia la
puerta principal y nos deteníamos allí. Usando su teléfono, iluminó el
pomo de la puerta y vi que había un teclado sobre el mismo. Pulsó un par
de botones y se abrió.
Zac me lanzó otra mirada mientras abría la puerta y extendía la mano
hacia el interior, encendiendo las luces.
—Vamos —dijo.
Así que continué. Zac me condujo por una puerta hacia el vestíbulo
de paredes blancas y a un área abierta con una amplia sala de estar a la
izquierda con una pared llena de ventanas, y a la derecha había una gran
cocina. Lo primero que noté fue la nevera doble, luego los hornos dobles,
una isla con una hermosa encimera blanca y un horno de seis fogones con
botones rojos. Y luego estaban los armarios de dos tonos; los que estaban
contra la pared eran blancos y los de abajo, azul marino.
—Oh, vaya —dije—. Este lugar es asombroso.
Los dedos que sostenían los míos temblaron.
—¿Eso crees?
—Sí. Es decir, la casa de Trevor es increíble, no me malinterpretes,
pero esta… —Lo miré con una sonrisa—. ¿Es esto un alquiler vacacional?
Me da la sensación de que no estamos muy lejos de la casa de Paw-Paw,
pero lo sabría si remodelaran su lugar.
—No, esto no es la casa de Paw-Paw —confirmó. Apoyó la cadera
contra la isla, se cruzó de brazos y añadió—: No quiero que te mudes a
Killeen.
Parpadeé.
—Está bien…
Luego asintió. 428
—Si te mudas, iré contigo.
Y me congelé. El peso de sus palabras me pateó en el estómago.
—¿De qué diablos estás hablando, Zac?
—Si te mudas a Killeen, a Marruecos, a Orlando… voy a ir contigo.
Mi estómago se contrajo de repente.
—Sé que dijiste que todo esto es nuevo y que no se siente real y es
demasiado rápido, pero… Bibi, siempre he sabido lo que quería. Tal vez a
veces no pienso con claridad y podría perder el tiempo, pero una vez que
decido algo, voy a hacerlo. Y si he aprendido algo en las últimas dos
semanas, es que no quiero estar sin ti. Estoy tan malditamente enamorado
de ti, chica, y quiero estar donde estés.
Se enderezó de repente y me miró con esos ojos azul claro, sus manos
fueron a mis muñecas, que aferró, haciéndolas sentir pequeñas. Respiró
hondo y sus hombros cayeron.
—Sé que tienes tu propia vida, y sé que tienes estos sueños y planes
para los que no me necesitas, pero te compraré la mejor cocina que pueda
pagar si no te vas. —Una mano soltó mi muñeca, pero todo lo que hizo fue
estirar mis dedos, y luego los frotó—. Si te quedas conmigo. Si me das una
oportunidad.
Mi corazón iba a salirse de mi pecho a este ritmo. En unos tres
segundos. Quizás dos.
—Zac… —comencé a decir.
—No sé dónde diablos voy a terminar dentro de un mes, o dentro de
dos semanas, y lo siento…
—Zac… —interrumpí de nuevo.
No me dejó.
—Pero compré este lugar. Cerré el trato hace dos días. Hay veintisiete
acres, mucho espacio para que te construyamos un estudio o algo como
dijiste que querías. No puedo prometer que no tendré que mudarme en un
futuro cercano, pero quiero tener un lugar al que volver a casa. Algún
lugar que no irá a ninguna parte. —Se mordió el labio inferior—. Si no te
gusta algo…
—Zachary James Travis —susurré.
Dejó de hablar y arqueó las cejas.
—Bianca Maria Brannen.
—¿Ayer me dijiste que me amabas y hoy me dices que compraste una
casa? ¿Me compraste una casa?
Su sonrisa apareció de la nada. 429
—Tengo la esperanza de que me dejes vivir en ella contigo. Podemos
ahorrar espacio y compartir habitación.
Poniendo mis manos en sus hombros, me puse de puntillas, dejando
que la emoción de sus palabras se filtrara en mis huesos, abrumándome,
apoderándose de mí. Este maníaco. Este… este increíble loco.
—Nunca vas a hacer las cosas fáciles, ¿verdad? —suspiré.
—Nop. —Sonrió.
Sus palmas ahuecaron mis mejillas una fracción de segundo antes de
que esa boca, esa boca, se posara sobre la mía. No con un besito como
había estado esperando a medias, sino como si estuviera en esto a largo
plazo.
Porque eso es lo que sentí que sucedió casi inmediatamente después
de que me agarrara y rozara su lengua contra la mía.
Rocé la mía contra la suya de inmediato, masajeando sus hombros y
brazos mientras lo abrazaba.
No podía creerlo. Nada de esto.
Sus manos se movieron lentamente mientras su boca hacía lo mismo
una y otra vez. Esa boca cálida rozó suavemente una de las esquinas de la
mía, luego se movió hacia mi mandíbula, formando una línea dulce y
perfecta antes de bajar hacia mi cuello. Lo ladeé para darle un mejor
acceso, amando la forma en que apenas rozaba la piel, tan ligero y húmedo
que me erizó la piel de los brazos y hasta de detrás de las rodillas. Y debió
sentir lo mucho que me encantaba lo que estaba haciendo, ya que
comenzó a chupar suavemente esa piel fina que parecía tener una línea
recta hacia mis pezones.
Gemí y agradecí como el infierno que no hubiera nadie más en la
casa.
Que pudiera tenerlo todo para mí en un día tan increíble.
¿Cómo podría no amarlo? ¿No desearlo? Lo había deseado durante lo
que parecían capítulos de mi vida. Y ahora estaba aquí, y sus manos
estaban en mis caderas mientras succionaba un punto tras otro a lo largo
de la columna de mi garganta, convenciendo a mis pezones de que se
endurecieran contra su pecho cuando me apreté más contra él.
Fue entonces cuando lo sentí. La longitud larga y dura que estaba
atrapada dentro de sus vaqueros, presionada contra su muslo mientras yo
pegaba nuestros cuerpos.
Zac estaba duro. Por mí.
Y no necesitaba usar mi mano para saber que no solo era largo, sino
que también era grueso.
Mierda. 430
Estaba escondiendo un monstruo allí, oculto a lo largo de su cuerpo
fuerte pero delgado.
Iba a treparlo como a un puto árbol.
La cabeza de Zac se movió mientras mordía y chupaba en otro punto
al otro lado de mi cuello, y clavé mis dedos en sus caderas, acercándonos
aún más, ganándome un gemido del hombre. Se retiró, sus ojos oscuros y
casi vidriosos, y sabía que no me estaba imaginando sus profundas
respiraciones un segundo antes de que alzara mi barbilla y me besara de
nuevo.
Y luego fueron solo manos.
Mis manos en la parte superior de sus brazos, manteniéndolo allí,
frente a mí, cerca, luego mis manos en sus caderas, sosteniéndolas contra
mi estómago mientras frotaba su polla allí. Luego más manos, en mi culo,
después en la parte superior de los muslos, y me estaba levantando. Rodeé
sus caderas con mis piernas, tan arriba que la costura de mis vaqueros
elásticos se presionaba contra la parte más dura de sus abdominales
inferiores mientras nos besábamos.
Y nos besamos.
Y chupamos y mordimos nuestras bocas como si el mundo fuera a
acabarse si no lo hacíamos.
Apreté mis caderas contra su estómago, envolví mis brazos alrededor
de su cuello mientras me besaba y me besaba un poco más.
Y no me arrepentía de retroceder, respirando con dificultad, para
preguntar:
—¿Hay una cama en esta casa?
—Los vendedores dejaron una, el cabecero era demasiado pesado
para moverlo. —Respiró con fuerza contra mi mandíbula antes de
presionar esa boca suave y húmeda justo debajo de mi oreja mientras
añadía—: No quiero apresurarte a nada.
No me estaba apresurando a una mierda, y eso era lo que intenté
decirle antes de inclinar mi boca hacia la suya, manteniendo su cabeza
firme para que pudiera seguir besándome.
Debió haber recibido mi mensaje porque comenzó a caminar, conmigo
en sus brazos, un musculoso rodeando la mitad de mi espalda y el otro
debajo de mi culo, sosteniéndome en mi lugar mientras movía mis caderas,
segura de que mis vaqueros y ropa interior tenían que estar húmedos para
entonces, queriendo fricción y a él y todo.
—Te amo, Zac —le susurré al oído cuando tuve que apartarme para
recuperar el aliento, y me abrazó aún más fuerte, su rostro pegado a mi
garganta cuando me di cuenta de que nos había metido en un pequeño
431
dormitorio con una cama de matrimonio.
Tarareó en mi camisa, apretándome con fuerza mientras decía en voz
baja y tranquila:
—Ni siquiera sabes…
—¿Quieres desnudarte? Porque tampoco quiero apresurarte.
Se echó a reír.
—¿Vas a apresurarme?
—Bueno, solo si quieres. Estoy segura de que tienes que estar
cansado.
Zac me bajó al suelo tan rápido que ambos estallamos en risas.
Sonrió antes de agarrar el dobladillo de su camiseta y quitársela por la
cabeza. Todavía me reía mientras hacía lo mismo con la mía, tirándola al
otro lado de la habitación como si cuanto más lejos estuviera, menos
posibilidades había de que tuviera que volver a ponérmela pronto.
—Aunque en serio —dije, haciendo una pausa mientras me
desabrochaba el pantalón cuando la razón realmente me golpeó—. Sé que
no dormiste lo suficiente y no necesitamos hacer nada.
Zac se volvió hacia mí antes de sentarse en el borde de la cama y
desplazarse hacia atrás sobre ella, sin camisa y bronceado, y tan
perfectamente construido que no entendía por qué nadie lo había puesto
en un anuncio de ropa interior.
—Podemos hacer lo que quieras, cariño. ¿Por qué no vienes aquí un
segundo mientras lo pensamos?
¿Pensarlo?
Sonreí y asentí.
Y tal vez estaba precipitándome un poco al quitarme el pantalón, pero
lo hice de todos modos. Me ganó un pequeño murmullo de Zac que me
hizo mirarlo de reojo mientras me ponía de pie.
—¿Qué? No uso vaqueros cuando me acuesto.
Estaba tirado en el colchón, la parte superior de su cuerpo apoyada
contra el cabecero —esta cosa gruesa grabada con caballos y cowboys que
era bastante épica—, su sonrisa perezosa pero diferente mientras sus ojos
se movían sobre mí parada allí en mi ropa interior.
—Ven aquí. Ven a sentarte conmigo.
No tuvo que decírmelo dos veces. Fui hasta la cama, totalmente
consciente del hecho de que no me veía como una supermodelo o incluso
una aspirante a modelo de ninguna manera, pero no me importaba. Me
había llevado media hora quitarme la pintura del rostro y estaba bastante
segura de que había rayas en los bordes, cerca de la línea del cabello. 432
Tenía puesto un lindo sujetador y ropa interior que no combinaba
exactamente, pero se acercaba bastante.
Pero lo más importante, pude ver la carpa en sus vaqueros cuando
una de sus manos bajó al botón y lo abrió.
—¿Qué? No puedo dormir con ellos abotonados —dijo arrastrando las
palabras con un guiño.
Me reí mientras me movía entre sus piernas estiradas y ligeramente
separadas cuando extendió la mano hacia mí, atrayéndome hacia él para
que mi cadera se posara junto a la suya, mis piernas entre las suyas y la
parte superior de mi cuerpo en su mayoría sobre la suya, nuestras cabezas
compartiendo la almohada que había puesto entre el cabecero. Su mano
no perdió tiempo yendo a mi cadera y deslizándose por mis costillas
mientras me sonreía, cálidamente y con tanto amor que no necesitaba
usar la palabra de nuevo o en un futuro cercano para que lo entendiera.
Sus dedos hicieron cosquillas en la sensible piel de mis costillas
mientras las palmeaba.
—Esto es muy lindo —comentó mientras su otra mano iba a mi
muslo, su pulgar haciendo una línea.
Puse mi mano en su pecho entre sus pectorales, sintiendo el vello
claro bajo mis dedos.
—Esto es lindo —acepté, levantando la cabeza para darle un beso en
la garganta. Su piel era cálida y suave.
Se volvió y me besó, besitos y besos lentos que hicieron que su lengua
se hundiera en mi boca, luego besos con la boca abierta y más besos. Ni
siquiera estaba segura de cuándo sucedió, pero en algún momento, mi
mano estuvo en su mejilla mientras lo sostenía allí. Y definitivamente no
tenía ni idea de cuándo su mano se deslizó debajo de mi ropa interior, su
palma ahuecando mi nalga desnuda.
Pero en el segundo en que lo supe, en el segundo en que me di
cuenta, me arqueé contra él, deseando que me tocara más mientras nos
besábamos.
—¿Ya te dije lo lindo que es esto? —preguntó a medida que arrastraba
sus labios por mi garganta y me daba otro pequeño chupetón mientras su
mano ahuecaba la parte más carnosa de mi culo—. ¿Cuán bien te sientes?
¿Cuánto me encanta mirarte?
—No. Siempre puedes decírmelo otra vez —murmuré, bajando mi
mano entre sus pectorales hasta que llegó al centro de sus abdominales
duros y planos antes de ascender.
Luego me besó más, y ni siquiera estaba segura de cuándo su mano
levantó mi pierna derecha aún más de modo que se enganchó sobre su
cadera opuesta, mi pierna izquierda todavía entre sus muslos. Y lo 433
siguiente que supe fue que estaba inclinada sobre él, besándolo, mi pierna
inquieta mientras se frotaba contra él y parte de sus vaqueros. Sus dedos
se movieron, descendiendo cada vez más hasta que las yemas rozaron mis
labios inferiores, suaves y casi como plumas, desde atrás hacia delante.
Gemí cuando regresaron en la dirección por la que habían venido.
Arqueé mis caderas, intentando conseguir más de su toque mientras
rozaba mi costura, de atrás hacia adelante una y otra vez, mientras seguía
intentando seguirlo. A ellos. Sus dedos.
—¿Estás bien con un poco más? —cuestionó después de retirar su
boca, sus labios a milímetros de los míos.
Todo lo que pude hacer fue asentir, mis palabras desaparecidas.
Asintió también, sus ojos ardientes, cuando uno de sus dedos al fin
tocó mi unión, deslizándose entre mis labios y rozando ligeramente mi
clítoris mientras lo hacía. Tenía que ser su dedo medio porque su índice y
su anular todavía rozaban mis lados antes de que la punta se hundiera
dentro. Solo la punta. Se movió sobre mí de nuevo, deslizándose y
rozando, acariciándome. Luego metió un poco más su dedo, gimiendo por
lo que estaba segura de que tenía que estar empapado.
En cada pasada, se sumergía un poco más profundamente hasta que
todo su dedo estaba enterrado en mí, y moví mis caderas, frotándome
contra él mientras empujaba hacia adentro y hacia afuera, gimiendo.
—Jesucristo, Bibi —susurró, bombeando.
Le mordí el cuello y su pecho se endureció como una roca.
Salió de mí de repente y se retorció en la cama, mirándome a los ojos
todo el tiempo mientras decía con voz ronca:
—Ven aquí, cariño.
Me enderecé e instantáneamente me senté a horcajadas sobre su
estómago, pensando que eso era lo que él quería. Porque sabía lo que yo
quería. Quería liberarlo de su ropa interior y quería sentarme sobre él.
Y eso fue exactamente lo que le dije.
Su gemido fue largo y ronco, y tenía el presentimiento de que iba a
recordar el sonido durante el resto de mi vida.
—Puedes sentarte todo lo que quieras —susurró—, todo el tiempo que
desees, cariño, pero toma asiento aquí por un minuto, ¿de acuerdo?
Se palmeó el pecho, la boca húmeda por nuestros besos, su rostro,
cuello y pecho enrojecidos.
Y supe a qué se refería.
No tenía que decírmelo dos veces. Estaba dolorida, cachonda y
mojada, y haría cualquier cosa que él quisiera. Así que me desplacé sobre
él, nerviosa y excitada mientras le pasaba la pierna por la cabeza, y no 434
esperó. Tiró de mi ropa interior hacia un lado. Cuando dejé caer mis
caderas, debió de encontrarse conmigo en el medio porque su boca estaba
allí. Lengua allí. En todas partes.
Gemí desde el fondo de mi alma mientras succionaba suavemente
uno de mis labios en su boca y luego el otro antes de que su lengua se
hundiera en mí como lo había hecho su dedo.
—¡Zac! —siseé mientras sus dedos se curvaban sobre la parte
superior de mis muslos, manteniéndome en mi lugar cuando de repente
chupó mi clítoris.
Levantando mis caderas, lo miré a los ojos cuando alzó los suyos y
preguntó:
—¿Puedo…?
Esas manos que amaba fueron a mis caderas, me levantaron y me
guiaron por su pecho y sus abdominales. Fui por la cremallera de sus
vaqueros mientras me inclinaba hacia adelante y lo besaba. Mi mano se
escabulló en su ropa interior, palmeando la base dura y ardiente de su
polla, y la saqué. Me dejó deslizarme hacia abajo mientras lo agarraba con
ambas manos, mirando el pene de color rosa oscuro que era del tamaño
que había imaginado.
Dios mío. Era jodidamente grande.
Y todo lo que me dejó hacer fue envolver mi boca alrededor de la
cabeza una vez, darle una sola chupada, antes de que gimiera:
—Oh, cariño, eso es todo lo que puedo soportar.
Lo liberé y recorrí su longitud con mis labios, centímetro tras
centímetro, mientras levantaba las caderas y me sonreía con una mirada
loca en su rostro.
—No me avergüences así nuestra primera vez, Bibi.
Me reí y lamí justo debajo de la corona una vez, ganándome una
elevación de sus caderas.
—¿Qué? ¿Prefieres avergonzarte dentro de mí? —me burlé.
Aulló mientras sus manos iban a la parte superior de mis muslos y
me movía hacia delante, más cerca de él. Y fui.
—No tengo condón, pero si quieres frotarte contra mi polla…
La agarré, dejándola plana contra ese estómago bronceado, y me
senté a horcajadas sobre su polla, deslizando mi hendidura a lo largo de
su órgano ardiente. No quería esperar más. No lo necesitaba.
—No creo que necesites uno, pero si quieres…
Inclinó la cabeza hacia atrás, los tendones de su garganta
flexionándose mientras me frotaba contra él. 435
—Juro por mi vida que me hicieron la prueba cuando me uní al
equipo, y ni siquiera he mirado a nadie desde mucho antes de eso, y
nunca no he usado…
Me incliné sobre él, mordiendo su mandíbula antes de susurrar:
—Yo tampoco, y estoy tomando anticonceptivos. ¿Seguro que está
bien?
Sus manos amasaron mis muslos mientras arrastraba mi hendidura
a lo largo de su polla un poco más, dejando la gruesa base brillante y
húmeda.
—Más que bien, cariño, por favor…
Deslicé mi mano entre su polla y su estómago, la levanté en el aire y
llevé su punta dentro de mí. Solo un centímetro, un centímetro que nos
hizo gemir a los dos antes de que se incorporara y tomara mi boca.
Levanté las caderas antes de volver a bajar y tomar un poco más,
agradecida por haberlo chupado un poco, aún más feliz por haber frotado
mi humedad sobre él. Lenta pero segura, descendí sobre él, provocando.
Las manos de Zac estaban en mi culo mientras me movía arriba y abajo
por su longitud hasta que finalmente me posé sobre sus muslos y me
estaba llenando por completo. Jadeé y gimió.
Luego fue furioso, yo moviendo mis caderas, Zac levantando las suyas
con esos fuertes músculos de cadera y abdominales. Mi clítoris se frotó
contra su hueso púbico. Me levantó y puso mis piernas alrededor de sus
caderas, y luego esos brazos me movieron, levantándome y dejándome caer
sobre él, hasta la mitad y luego de nuevo hacia arriba. Casi hasta abajo del
todo y luego otra vez arriba, de modo que solo su cabeza estaba dentro.
Una y otra y otra vez.
Gemí en su oído, y gimió y gruñó, su palma ahuecando mi nuca
mientras me sostenía contra él. Totalmente contra sí. El sudor goteaba
entre sus pectorales, mojando mi pecho mientras me movía hacia arriba y
hacia abajo.
Podía sentirlo. Contuve la respiración y apreté mi pelvis contra él, ahí,
justo ahí…
—Oh —susurré, presionando mi boca contra su cuello mientras
gritaba, mi orgasmo invadiéndome, haciéndome pulsar a su alrededor.
—Mierda —siseó, empujando hacia arriba más rápido y bajándome
más fuerte y rápido.
—Zac —grité, apretando sus hombros con fuerza, desesperada.
También me sostuvo fuerte, con un brazo rodeando la mitad de mi
espalda mientras montaba su regazo.
—¡Joder! ¡Mierda! —gruñó ahogadamente, y me sostuvo contra él
mientras sus caderas disminuían la velocidad, sus embestidas largas, y 436
pude sentirlo palpitando, pulsando cálido y húmedo. Los músculos de sus
muslos se apretaban y aflojaban, como si tuvieran espasmos, y estaba
bastante segura de que podía sentir sus bíceps marcarse también—. Oh,
Dios mío —susurró en mi cabello, mi rostro todavía completamente
hundido en su cuello húmedo—. Creo que podrías haberme matado —
farfulló—. Los dedos de mis pies están acalambrados.
Resoplé, frotando mi mano por su columna mientras su polla se
contraía una vez más.
Zac deslizó su mano por mi espalda, y si no hubiera estado tan
sudoroso, me habría sentido cohibida por lo sudorosa que tenía que estar
yo.
—No creo que quede nada de semen en mí —susurró, todavía sin
aliento.
Me aparté lo suficiente para poder mirar su rostro, levantando una
mano para ponerla en la parte posterior de su cabeza, enredando mis
dedos en su cabello.
—Déjame comprobarlo.
Echó la cabeza hacia atrás con una risa.
—¡No!
Sonreía mientras sus manos acariciaban mi espalda, mis costillas,
mis caderas y ascendían hasta mi cabello. Me besó suave y dulcemente
mientras su mirada se movía sobre mi rostro antes de abrazarme de
nuevo, pecho contra pecho, su cabeza pegada contra la parte superior de
mi cabeza.
—¿Snack Pack?
—¿Hmm?
—No necesito casas lujosas o cocinas geniales, ¿de acuerdo? O estos
grandes gestos como el de conducir el día antes de uno de los juegos más
importantes de tu vida. Solo te quiero a ti. Eso es todo lo que siempre he
querido. No tengo estas locas expectativas. Tienes tanta presión sobre ti, y
lo último que quiero es ser una cosa más en la que tienes que trabajar
demasiado. Especialmente ahora, después de hoy.
Su cuerpo se tensó bajo el mío, pero sentí que su mano acariciaba mi
espalda lentamente, tomándose su tiempo. Su respiración era un poco
irregular, pero estaba ahí, resoplando contra mi cabello.
—Chica, mírame.
Me incorporé un poco, solo un poco, para poder mirarlo al rostro, y le
sonreí.
Su mano acarició mis costillas; su rostro estaba concentrado. 437
—Te lo diré tantas veces como sea necesario porque sé que no lo has
escuchado lo suficiente y te lo mereces, y porque también me gusta
decirlo, ¿de acuerdo? Eres importante. Me importas más que cualquier
juego. Cualquier práctica. Cualquier cosa. A donde vayas, iré. Nunca vas a
ser algo que tenga que programar. Siempre vas a ser una prioridad para
mí. —Entonces se inclinó hacia adelante y me acarició el rostro—. Has
aparecido en mi vida cuando más te he necesitado hasta ahora, y voy a
necesitar que te quedes por el resto. —Hizo una pausa—. Estamos juntos
en esto, ¿me entiendes?
Lo entendía. Lo entendía muy bien.
Y de alguna manera, me las arreglé para expresar un pensamiento de
mi cabeza mientras me sentaba mirando a este hombre al que adoraba.
Por el que haría cualquier cosa. Iría a cualquier parte.
—¿Eso significa que… irás a Disney conmigo cuando reprograme mi
viaje?
Su sonrisa se suavizó y presionó su frente contra la mía, las cálidas
yemas de sus dedos haciéndome cosquillas en la espalda.
—Más te vale creerlo, chica.
VEINTICINCO
Aproximadamente dos meses después, cumplió su palabra.
Fuimos a Disney World.
Zac saludó a la gente mientras sostenía un trofeo tan grande como mi
sobrina, y pude montar en la carroza en la que estaba junto al conductor,
contemplándolo todo.
Los periódicos, analistas y comentaristas lo llamaban la “mayor
sorpresa en la historia de la NFO”. Yo lo llamaba Zac siendo tacaño y
sabiendo que si ganaba el juego más importante de su vida, podría
llevarme gratis. Independientemente de lo que cualquiera quisiera
llamarlo, había una cosa que sabía con certeza.
A veces, los sueños realmente se hacían realidad.
Uno de los míos pesaba noventa y cinco kilos y tenía el culito más
lindo del mundo.
Tenía un nombre y era Zac.
438
Y sabía que este era solo nuestro comienzo.
EPÍLOGO
Intenté estar lo más callada posible mientras entraba de puntillas en
el dormitorio, sosteniendo un vaso de agua en una mano y mi teléfono
muerto en la otra.
No quería despertar a Zac.
Había intentado quedarse despierto conmigo, pero la segunda vez que
lo encontré con la cabeza caída hacia un lado, sus ojos cerrados mientras
se sentaba en el sofá de mi oficina, le dije que se acostara. Y por la
lámpara que todavía estaba encendida y la tablet bocabajo sobre su pecho,
supe que todavía había intentado esperarme despierto. Justo cuando
pensaba que no podía amarlo más de lo que ya lo hacía, hacía cosas como
esta, quedándose despierto cuando sabía que estaba exhausto.
Dejé el vaso y enchufé el teléfono, me senté en el borde de la cama y
miré su perfecto rostro dormido.
Había ganado la maldita lotería con este tipo.
Se veía tan dulce e inocente con los ojos cerrados. Tan bronceado 439
como siempre, todavía con esos músculos largos y delgados que se
estiraban y flexionaban con cada uno de sus movimientos cuando estaba
despierto. Su respiración era tranquila y suave. Sus pestañas descansaban
largas sobre sus pómulos.
Era una rarita, pero podría mirar su rostro todo el día.
Y con él durmiendo… bueno, podía. Al menos sin que se diera cuenta
y luego me guiñara y tirara de mí. Una parte de mí esperaba que se
despertara, ahora que lo pensaba. Pero sabía que necesitaba dormir.
Nunca se lo diría, pero cada año le estaba costando un poco más de
tiempo recuperarse después de un partido. Había llegado a casa esa
mañana de una victoria en Oklahoma. Había obtenido demasiado placer
viendo a los White Oaks patear el culo de los Thunderbirds la noche
anterior.
Como cada vez que lo hicieron durante los últimos cinco años. Era
una profunda satisfacción personal que creía que todos los que amábamos
a Zac sentíamos cuando el otro equipo perdía. Incluso la hija de Boogie
había corrido por la sala de estar chocando los cinco cuando todos vieron
el juego en nuestra casa la noche anterior. Todavía podía oír a Paw-Paw
aullando.
Una parte de mí no podía creer que todavía estuviéramos en Houston.
O que Zac todavía fuera titular, no después de todo lo que le había pasado
durante la primera mitad de su carrera.
Por otra parte, la otra parte de mí, la mayoría de mí, podía creerlo.
Fácilmente.
Zac había encontrado sus pasos, su lugar y había prosperado. Incluso
el comentarista de TSN, Michael B, que no había hecho más que criticarlo
durante mucho tiempo, ahora lo alababa.
Y Zac tenía dos anillos enormes para demostrar que merecía todos
sus elogios.
Por otra parte, siempre había merecido cada palabra positiva que se
había dicho sobre él… al menos eso pensaba. Aunque no era imparcial.
“Pero ninguno de ellos es mi anillo más importante”, me dijo con un
guiño hace unos meses, cuando los había guardado en la caja fuerte de
nuestra casa cerca de Austin.
—¿Me estás mirando de nuevo, chica? —Zac bostezó, abriendo un ojo
antes de sonreír lentamente. Sus hombros se encorvaron mientras se
estiraba un poco—. ¿Estás bien?
—Sí, solo contando todas las canas de tu barba —susurré, quitando
la tablet de su pecho y colocándola en la mesita de noche. 440
Se rió entre dientes mientras se movía más profundamente debajo de
las sábanas antes de girarse de lado y levantarlas para mí. Eché un vistazo
a su bóxer negro y todas las hermosas e interminables líneas de su cuerpo
mientras me movía, acercando mi almohada a la suya. Zac me sonrió
antes de bostezar de nuevo y moverse también hasta que estuvimos frente
a frente.
—¿Cuántas contaste esta vez?
—Perdí la cuenta después de las cincuenta, viejo —mentí.
Se rió mientras se acomodaba.
—¿Arreglaste tu sitio web? —preguntó, refiriéndose a lo que estaba
haciendo en mi oficina cuando se desmayó.
—Sí, tomó mucho más tiempo de lo que esperaba —respondí,
pasando un dedo por la línea de su nariz.
Esa mano grande y cálida se curvó alrededor de mi cadera por tal vez
la cienmilésima vez en los últimos años.
—Bien. ¿Llamaste por fin a Trevor y le dijiste que ibas a hacer el
programa?
El programa. Trevor.
Eso era otra cosa que no podía creer, el hecho de que Trevor ahora
era de alguna manera mi mánager también. Mi agente y mánager en uno.
Había acudido a mí con la propuesta aproximadamente un mes después
de que Zac ganara su primer anillo, semanas después de que nos
hubiéramos dirigido a Austin después de nuestro primer viaje a Disney.
“Tienes el potencial y yo tengo las conexiones. ¿Qué opinas?”, había
ofrecido. Y había dado el salto, confiando en él, y honestamente podía
decir que no me había arrepentido mucho… solo cuando me regañaba. E
incluso entonces, no era realmente arrepentimiento lo que sentía, más
bien una molestia temporal.
Pero definitivamente no me había arrepentido cuando acudió a mí con
una oferta para que fuera juez en un programa de repostería infantil para
el Food Channel.
Todavía no podía creer esa oportunidad.
—Sí. Las fechas coinciden perfectamente con tu temporada baja —
contesté, acercándome más a su cuerpo calentito. Me rodeó aún más con
su brazo, acercándome tanto que mis rodillas rozaron sus muslos.
—Estoy muy emocionado por ti —murmuró mientras sus dedos
acariciaban mi espalda—. Lo siguiente será que te ofrezcan tu propio
programa.
Solo podía soñar. Mi canal de WatchTube había crecido en los últimos
cinco años, lenta y constantemente. Había logrado introducir muchas más
apariciones de “invitados”, con CJ alcanzando diez videos, Zac llegando a 441
los cuarenta porque era el favorito de los espectadores, y mi favorito, e
incluso se me unieron algunos más de sus compañeros de equipo y un par
de entrenadores. Incluso Vanessa, la amiga cercana de Zac y ahora mi
muy buena amiga también, había hecho uno conmigo.
Pero fueron mis libros los que realmente habían despegado.
Algunos días, no sabía qué demonios había hecho para merecer nada
de lo que tenía, comenzando con el hombre mirándome en nuestra cama
con la expresión más tonta y cansada en su rostro. Apenas podía
mantener sus ojos abiertos. Y eso hizo que mi estómago se pusiera tonto.
Bueno, más tonto de lo que se había sentido últimamente.
Había estado esperando para contarle en persona lo que había
averiguado el día anterior, sin querer darle la noticia por teléfono.
Estaba bastante segura de que tenía una idea, pero… conociendo a
Zac, existía la posibilidad de que fuera totalmente inconsciente. Pero sabía
que tenía que decírselo y tenía que hacerlo lo antes posible. Simplemente
no había encontrado el momento adecuado durante el día porque Paw-Paw
y la madre Zac se habían pasado, luego mi sitio web había fallado, y había
querido un momento tranquilo para decírselo.
—¿Snack Pack? —susurré mientras ponía mi palma entre sus
pectorales, tocando el vello rizado allí.
Parpadeó adormilado antes de inclinarse hacia adelante y darme un
beso y un “¿Hmm?”. Esos dedos ligeros rozaron mi espalda un poco más.
Realmente era demasiado guapo para su propio bien.
—¿Decidiste si vas a hacer el próximo número de Anatomy? —
cuestioné, yendo por esa pregunta primero.
Parte de su boca se curvó.
—Todavía no, cariño, pero si te gustan mis melocotones de Texas, son
todos tuyos.
Resoplé.
—Solo preguntaba. Pero sería bueno actualizar la imagen enmarcada
que tengo en mi escritorio con una más reciente.
Su risa cansada fue una bocanada contra mi boca que me hizo
sonreír.
Se estaba desvaneciendo rápidamente, y sabía que podía esperar
hasta mañana, pero… no quería.
—¿Zac?
Sus ojos ya se estaban cerrando de nuevo cuando preguntó:
—¿Sí, cariño?
—¿Qué pensarías de… un Tiny Texas? 442
Los ojos azul claro de Zac se agrandaron en un jodido instante. Se
apoyó en un codo y me miró fijamente, dándome una vista completa de ese
increíble pecho.
—¿Un Tiny Texas? —Parpadeó—. ¿Hablas en serio?
Lo señalé.
—Big Texas. —Señalé a mi pecho—. Little Texas. —Entonces señalé
hacia mi estómago, totalmente expuesto por el top corto que tenía
puesto—. Tiny Texas.
Antes de que supiera qué diablos estaba pasando, sus manos tiraron
de mí, por lo que estaba a horcajadas sobre sus caderas. Sus ojos estaban
más brillantes que nunca, su rostro conmocionado pero no blanco. Incluso
su boca estaba un poco entreabierta mientras básicamente decía con un
jadeo, completamente despierto:
—¿Hablas en serio, Bibi?
Me lamí los labios y asentí. Habíamos hablado de niños justo antes de
casarnos el verano después de su primera temporada con los White Oaks,
pero había sido una de esas cosas que ambos habíamos ignorado,
pensando algún día. Cuando sea. ¿Cuál es la prisa?
Pero no era como si no hubiera sabido que le encantaban los niños. A
mí también. Una noche, hace aproximadamente un año, habíamos
hablado casualmente sobre cómo llamaríamos a nuestros hijos algún día,
si los tuviéramos. “Lupita”, había sugerido si teníamos una niña, y mi
corazón casi había explotado por el tributo a mi abuela. O “William
James”, por Boogie y Paw-Paw.
Toqué su mejilla.
—Aún no he ido al médico, pero ayer me hice la prueba, y… fue
positiva —expliqué, mirando su rostro y sus ojos mientras él hacía lo
mismo—. Entonces… ¿se siente como un “¡sí!” o estás asustado? Porque,
historia real, estoy un poco asustada. Pero técnicamente esto es culpa
tuya. Te dije que me olvidé de tomar algunas de mis pastillas, y luego
comenzaste a hacerme cosquillas, entonces comencé a hacerte cosquillas,
y luego los dos nos pusimos…
Si alguien me hubiera dicho hace una década que una noche estaría
sentada en el regazo de Zac, con él en ropa interior, en nuestra casa, en
nuestra cama, habría pensado que estaban repitiendo algo sacado
directamente de los sueños.
Y si alguien me hubiera dicho que estaría haciendo esto, diciéndole
que estaba embarazada de su bebé, un pequeño Zac, y que se sentaría y
me envolvería con sus brazos, besando mis mejillas y mi boca y mi cuello y
pecho… bueno, habría pensado que solo estaban siendo crueles.
Pero eso fue lo que pasó. 443
Zac me besó y besó mientras susurraba cosas en mi piel que sonaban
como: “Te quiero tanto”, y “No puedo creerlo”, y “¿En serio?”, y “Tenemos
que ir al médico mañana por la mañana”, y “¿De qué demonios tienes que
estar asustada? Tenemos esto”, y “Eres el amor de mi vida, chica”.
Y tenía razón.
Juntos, teníamos esto, el amor de mi vida y yo. Sin lugar a dudas.
SOBRE LA AUTORA
Mariana Zapata vive en una pequeña
ciudad en Colorado con sus dos enormes
hijos: sus amados gran daneses, Dorian y
Kaiser. Cuando no está escribiendo, está
leyendo, pasando tiempo al aire libre,
forzando besos en sus chicos y
pretendiendo escribir.

444
445

También podría gustarte