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La persecución a cristianos en el Imperio romano, se produjo de forma intermitente durante un

periodo de más de dos siglos entre el Gran incendio de Roma en el año 64 bajo Nerón y el Edicto
de Milán en el 313, en el cual los emperadores romanos Constantino el Grande y Licinio
legalizaron la religión cristiana.

La persecución a los cristianos en el Imperio romano fue llevada a cabo por el Estado y también
por las autoridades locales de manera esporádica y puntual, a menudo a capricho de las
comunidades locales. A partir del año 250, la persecución en todo el imperio tuvo lugar como
consecuencia indirecta de un edicto del emperador Decio. Este edicto estuvo en vigor dieciocho
meses, durante los cuales algunos cristianos fueron asesinados mientras que otros apostataron
para escapar de la ejecución.

Estas persecuciones influyeron fuertemente en el desarrollo del cristianismo, dando forma a la


teología cristiana y a la estructura de la Iglesia. Los efectos de las persecuciones incluyeron la
redacción de explicaciones y defensas del cristianismo

La Inquisición surgió lentamente como un instrumento destinado a la defensa de la fe y de la


sociedad amenazada por la acción de los herejes. Herejía es por definición el error en materia de
fe sostenido con pertinacia. La Iglesia vio en los herejes un grave peligro para su propia existencia
y, sobre todo, para la salvación de las almas de los creyentes, los que podrían ser confundidos con
sus enseñanzas. Además, los herejes atentaban contra la Iglesia, el Estado, el orden público y las
autoridades constituidas. En consecuencia, los reales alcances del delito de herejía se explican no
sólo por factores estrictamente teológicos sino también por factores políticos, sociales, jurídicos y
económicos; sin esa consideración no tendríamos una visión clara de su significación.

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