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Experiencias Adversas Infantiles y su impacto en el desarrollo de conductas

sociales y el rol del bajo autocontrol en dos muestras adolescentes chilenos

Cárcamo1 y Estay1

1
Universidad de La Frontera, Departamento de Psicología

Docente guía: Dra. Paula Alarcón Bañares

15 de julio del 2022, Temuco.


Introducción

En Chile la población infanto-juvenil abarca un 24% del total de 18 millones de habitantes, y

según cifras del último Censo (INE, 2017), y el total de la población adolescente de 14 a 18 años es de

más de 1 millón. Mientras que un 40% de los adolescentes chilenos ha sufrido al menos dos tipos de

victimización (Guerra et al., 2019), y un 26,4% ha sufrido algún episodio de victimización sexual

(Pinto-Cortez & Guerra, 2019). A su vez, la victimización con mayor prevalencia en este grupo etario

es la exposición a violencia comunitaria (Consejo Nacional de Infancia, 2018). Las experiencias

adversas infantiles generan un riesgo acumulativo que impacta tanto en su funcionamiento como a

nivel biológico del ser humano.

Las “Experiencias Adversas en la Infancia” (ACES, por sus siglas en inglés) ha sido una

conceptualización ampliamente estudiada en los últimos 20 años, desde que Felitti et al. (1998) abre

paso a un nuevo campo de investigación en su estudio epidemiológico (The Adverse Childhood

Experiences Study), donde dan cuenta de la amplia prevalencia de este tipo de vivencias en 13 mil

norteamericanos de clase media, con variadas consecuencias de salud y trayectorias vitales. El

constructo aborda diversas experiencias sobre abuso, negligencia, disfunción familiar y riesgo psico-

social. En adolescentes chilenos estas experiencias son frecuentes, y constituyen un riesgo para el

desarrollo de trastornos psicopatológicos (Guerra et al., 2019; Pinto-Cortez et al, 2018). Además, en

adultos chilenos al menos un 88% había experimentado al menos un ACE antes de los 18 años, y esto

se asociaba con reportar un problema de salud mental, consumo de sustancias y comportamiento

delictivo.

La evidencia reporta que las ACES son frecuentes e interrelacionadas (Finkelhor et al., 2015),

y la naturaleza compleja de estos eventos en etapas tempranas tienen un importante efecto

acumulativo en el desarrollo y en el deterioro social, emocional y cognitivo (Huei-Jong et al., 2021;

León & Cárdenas, 2021; Narvey et al., 2021) y se asocia a diversos problemas de salud física y

mental, conductuales y psiquiátricos a lo largo de la vida (Dierkhising et al., 2019). Junto a ello, las

investigaciones dan cuenta de la relación existente entre estas experiencias y el contacto con el

sistema judicial, la comisión de delitos, un inicio delictual temprano y crónico (Baglivio et al., 2014;
Baglivio et al., 2015; Baglivio & Epps, 2016; Bonner et al., 2019; Craig et al., 2017; Craig et al.,

2020; Huei-Jong et al., 2021; Narvey et al., 2021; Pérez et al., 2018). Tan sólo en Chile, la Fiscalía

reporta que en el primer semestre se determinó como medida de internación provisoria a 161 jóvenes

a nivel nacional, y existe un total de 5.788 infractores de ley conocidos (Ministerio Público de Chile,

2022).

A pesar del exponencial interés por este campo de estudio, y la vasta literatura actualizada

sobre ACES y diversas poblaciones, aún resulta un tópico incipiente en regiones de habla hispana

(Vega-Arce y Núñez-Ulloa, 2018), ya que la mayoría de los estudios encontrados son extrapolables a

población de Norteamérica y Europa (Doorn et al., 2020). Si bien, han ido en aumento los estudios

realizados en Chile sobre la temática, aún existe un vacío importante para conocer en detalle la

asociación reportada por la literatura entre ACES y conducta social adolescente. Es por lo descrito

anteriormente, y el impacto de estas experiencias en el desarrollo adolescente y las consecuencias que

conlleva para la salud física y mental, así como el efecto en las trayectorias vitales, es que resulta

relevante estudiar la asociación existente entre las experiencias adversas infantiles, el autocontrol y las

conductas sociales adolescentes, así como explorar el valor predictivo que poseen estas experiencias

en posibles trayectorias sociales, y diferencias entre adolescentes escolarizados y aquellos

adolescentes infractores sancionados. Dado lo anterior, es que surge la siguiente interrogante: ¿La

exposición acumulativa a ACES predice el comportamiento antisocial autoinformado en adolescentes

chilenos?, ¿el autocontrol se asocia a la conducta antisocial?

La presente investigación se enmarca en un proyecto de investigación entre la Universidad de

La Frontera y La Universidad de Sao Paulo, financiado por ANID (FPP21-0001: “Socio-emotional

competencies and antisocial behavior in adolescent-girls exposed to adverse experiences:

comparative analysis between Chile and Brazil”). A continuación, se expondrá una exhaustiva

revisión teórica-empírica sobre las experiencias adversas infantiles a nivel internacional y nacional, el

impacto de estas mismas en el desarrollo adolescente y sus consecuencias, se revisará la asociación

entre las ACES y el autocontrol, así como también, con la conducta antisocial. Para luego presentar

los objetivos generales y específicos del estudio, junto a las hipótesis planteadas. Por último, se

reporta la propuesta metodológica cuantitativa, y el plan de análisis.


Antecedentes teóricos y empíricos

Las “Experiencias Adversas en la Infancia” (ACES, por sus siglas en inglés) es un término

utilizado en investigación en ciencias de la salud en los últimos años, y fue acuñado por Felitti et al.

(1998) en su estudio epidemiológico (The Adverse Childhood Experiences Study), quien lo define

como aquellas experiencias repentinas o prolongadas vividas a temprana edad que abarcan el abuso

(sexual, físico o psicológico), la negligencia (emocional o física), y la disfunción doméstica (violencia

intrafamiliar, separación o divorcio parental, cuidador drogodependiente, con enfermedad mental o

privado de libertad). En este estudio los autores dan cuenta que más de la mitad de 13.494

estadounidenses habían vivido al menos un ACE y un 6,2% reportó 4 o más, junto a ello, uno de los

hallazgos más impactantes fue el curso dosis-respuesta, es decir, que se evidenció que a mayor

presencia de ACES genera un aumento de la exposición a conductas y trayectorias de riesgo,

hipotetizando un posible impacto en el curso de vida (Figura 1; Felitti et al., 1998).

Figura 1.

Trayectoria vital ACE.

Actualmente el concepto de ACE ha sido nutrido por las aportaciones de los investigadores

Finkelhor et al. (2013), quién considera que vivir en pobreza aumenta los riesgos negativos a lo largo

del ciclo vital, y según Merrin et al. (2020) aumentan las tasas de exposición a violencia y de delitos

autoinformados. Es por ello que se incorporan variables socioculturales dentro de las experiencias

adversas, tales como: estatus socioeconómico bajo, victimización de pares, aislamiento o rechazo de

pares y exposición a la violencia comunitaria (Finkelhor et al., 2015).

La evidencia reporta que las ACES son frecuentes e interrelacionadas (Finkelhor et al., 2015),

y la naturaleza compleja de estos eventos en etapas tempranas tienen un importante efecto

acumulativo en el desarrollo y en el deterioro social, emocional y cognitivo (Huei-Jong et al., 2021;

León & Cárdenas, 2021; Narvey et al., 2021) y se asocia a diversos problemas de salud física y

mental, conductuales y psiquiátricos a lo largo de la vida (Dierkhising et al., 2019).

ACES y Adolescencia.

La adolescencia constituye una etapa del desarrollo vital marcada por un rápido crecimiento

bio-psico-social, cambios estructurales y funcionales a nivel cerebral y en los sistemas neuronales,


específicamente, un aumento de la materia gris en cortezas asociativas, disminución progresiva de las

conexiones sinápticas, maduración de la inhibición (Piekarski et al., 2017), implicados en el

desarrollo de funciones complejas (cognitivas, emocionales, sociales y motivacionales). De igual

manera, es una ventana de mayor plasticidad, susceptible a cambios significativos (Méndez y Silvers,

2021; Williams, 2020), pero, así como son momentos de oportunidad de crecimiento y aprendizaje,

también es un periodo de vulnerabilidad para experiencias estresantes (Piekarski et al., 2017). En esta

línea, Williams (2020) señala que las experiencias traumáticas constantes desde la primera infancia

hasta la adolescencia enlentecen significativamente el proceso de desarrollo neuronal e impide el

desarrollo adecuado de la corteza prefrontal, por ende, ejerce un retraso en el desarrollo de funciones

ejecutivas, capacidades reflexivas y autorregulatorias.

A su vez, la evidencia sugiere que las ACES se asocian a cambios en la genética y

epigenética, alteraciones en el sistema inmunitario y disminución del volumen cerebral (Soares et al.,

2021), predicen dificultades en la salud mental infantil y adolescente ( Scully et al., 2020), problemas

conductuales y emocionales (Lackova et al., 2019), síntomas externalizantes e internalizantes

(Andersen et al., 2022; Henry et al., 2021; Scully et al., 2020), el funcionamiento cognitivo

(Schalinski et al., 2018), junto a un menor desarrollo de competencias socioemocionales (Bevilacqua,

2021; Ziv et al., 2018). Aunque en una reciente revisión sistemática se concluye que la relación

existente entre las ACES y la psicopatología estaría mediada por factores cognitivos, como creencias

internalizantes, actitudes disfuncionales, estilos de atribución negativa, desesperanza, creencias

patógenas, esquemas desadaptativos, etc (Doorn et al., 2020). Por otro lado, Fagan (2022) al estudiar

entre 766 a 773 jóvenes y cuidadores de alto riesgo que participaron en los Estudios Longitudinales de

Abuso y Negligencia Infantil (LONGSCAN), encontró que los estudiantes que informaron un número

mayor de ACE tenían más probabilidad de informar de la mayor presencia de 4 tipos de victimización

acoso relacional, acoso físico, ser amenazado con un arma y ser víctima de robo.

En Chile la población infanto-juvenil abarca un 24% del total de 18 millones de habitantes, y

según cifras del último Censo (INE, 2018), y el total de la población adolescente de 14 a 18 años es de

más de 1 millón, siendo más hombres (51%) que mujeres (49%). Mientras que en la región de La

Araucanía esta población es de 70 mil y en Los Ríos es de 28 mil, replicándose cifras nacionales con
una mayor prevalencia de varones (INE, 2018), de los cuales 19 mil y 10 mil, respectivamente,

estudian en establecimientos educacionales municipales durante el año 2018 (Centro de estudios

MINEDUC, 2019).

Según lo publicado por la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB, 2022) sobre

el Índice de Vulnerabilidad Multidimensional (IVM) en estudiantes secundarios, concepto que hace

referencia a una condición dinámica entre la interacción de diversos factores protectores y de riesgo

manifestada en riesgo biopsicosocial que inciden en el desarrollo y bienestar, se estipula que en la

región de La Araucanía al menos 3.740 adolescentes tienen un IVM Alto y 9.614 un IVE Muy Alto,

mientras que en la región de Los Ríos estás cifras descienden a un total de 1.347 adolescentes con un

IVE Alto y 3.488 con IVE Muy Alto ( JUNAEB, 2022).

En la Primera Encuesta Nacional de Polivictimización en NNA en un total de 19.684

adolescentes chilenos encuestados de 12 a 19 años, el 34% ha sufrido al menos una situación de

maltrato por sus cuidadores y un 65% ha sufrido al menos 1 victimización comunitaria indirecta, a su

vez, las mujeres son más victimizadas que los hombres (Consejo Nacional de Infancia, 2018),

además, un 24% reportó al menos una victimización sexual, siendo las minorías migrantes, étnicas o

en situación de discapacidad más vulnerables a sufrir aquellas experiencias (Pinto-Cortéz y Guerra,

2019). Según recientes estudios, se encontró que la acumulación de la polivictimización en

adolescentes chilenos se asocia a síntomas depresivos y conductas autoagresivas (Guerra et al., 2019),

junto a sintomatología de Estrés Postraumático, pero también es un factor de riesgo que

victimizaciones aisladas (Pinto-Cortez et al., 2018).

Por otro lado, la adolescencia constituye una etapa compleja, donde existe un crecimiento

exponencial de conductas de riesgos, disruptivas y desadaptativas, que se ven potenciadas frente a

situaciones adversas infantiles. En un estudio de caracterización de 571 adolescentes infractores de

ley, los autores reportan que cerca del 90% son varones, con una edad promedio de 17,3 años y un

inicio delictivo a los 11 años, de los cuales un 52% estaban sancionado en medio libre, junto a ello, se

distinguen dos grandes grupos; el de Delincuencia Transitoria, caracterizada por un bajo enganche

delictual e inicio tardío; y la Delincuencia Persistente, donde se describen cinco trayectorias:


antisocial estabilizada, explosiva autodestructiva, pasiva desesperanzada, transgresora vinculada, y

normal desviada (Pérez-Luco et al., 2017).

En Chile, durante el año 2020 el Servicio Nacional de Menores (SENAME, 2021) ejecutó

8.820 atenciones por sanciones en medio libre, dirigidas a varones mayores de edad, de las cuales 550

se realizaron en La Araucanía y 166 en Los Ríos. Mientras que, se efectuaron 1.881 atenciones por

sanciones privativas de libertad, donde el 94% fue dirigida a hombres, mayores de 18 años y con

predominio de delitos contra la propiedad (85,5%), en la región de Los Ríos fueron atendidos 17

adolescentes y en La Araucanía un total de 81. En cifras más actuales, Fiscalía reporta que en el

primer semestre se determinó como medida de internación provisoria a 161 jóvenes a nivel nacional,

además, existe un total de 5.788 infractores de ley conocidos (Ministerio Público de Chile, 2022).

ACES y conductas antisociales adolescentes.

La conducta social en la adolescencia es de suma importancia para esta etapa del ciclo vital,

ya que el adecuado desarrollo de habilidades sociales conlleva un fortalecimiento en todo ámbito del

individuo y mejora la interacción con su entorno (Sosa y Salas-Blas, 2020). A lo largo de los años los

estudios sobre el comportamiento antisocial adolescente ha sido ampliamente estudiado por el

paradigma de la criminología evolutiva (Pérez-Luco et al., 2017), y en la actualidad, se ha ahondado

exhaustivamente su asociación con las ACES a nivel internacional. Un estudio longitudinal en niños

en situación de pobreza, confirmó la asociación entre múltiples ACES (≥3) y un mayor riesgo de

problemas conductuales frecuentes e intensos en la adolescencia (Choi et al., 2019). Por su parte,

Garduno (2021), evidencia que la exposición a determinados ACES, en este caso el abuso físico, ser

amenazado, el abuso sexual y vivir con un cuidador deprimido o inestable mentalmente, tienen un

efecto inmediato en los comportamientos desviados, aunque señala que los factores protectores

actuales tienen un efecto mas importante en la conducta.

Se ha encontrado que aquellos niños/as con mayor acumulación de adversidades (≥3) son

más propensos a ser arrestados y cometer conductas antisociales en la adolescencia tardía (Yazgan et
al., 2021), aumenta la probabilidad de consumo de sustancias (Afifi, 2020), y el desarrollo de un

apego ansioso o evitativo (Protic et al., 2020). No obstante, Oliveira et al. (2021) refieren que el

impacto de las ACES estaría mediada por los rasgos antisociales de los adolescentes, en cambio, Eos

(2021) menciona que este impacto difiere según la situación socio-económica de las familias, y en

aquellas con mayor desventaja, las ACES son más prevalentes y sólo predecían una asociación a

pandillas. Por el contrario, Connolly (2020) en su estudio señala que luego de controlar los factores

ambientales y genéticos compartidos, no se encontraron diferencias significativas del comportamiento

antisocial o la posibilidad de victimización, es decir, la asociación directa entre ACES, victimización

y comportamiento asocial se encuentra subestimada por las características particulares de los grupos

familiares.

Si bien, las investigaciones dan cuenta que el efecto acumulativo de ACES puede variar en

diferentes grupos, hay evidencia de que están altamente relacionadas al contacto con el sistema

judicial (Baglivio et al., 2014; Baglivio & Epps, 2016; Craig et al., 2020), a la comisión de delitos

(Huei-Jong et al., 2021; Narvey et al., 2021; Bonner et al., 2019), la reincidencia (Craig et al., 2020),

junto a un mayor promedio de condena (Craig et al., 2017). Además, las ACES predicen un inicio

delictual temprano, una trayectoria más grave y crónica (Baglivio et al., 2015; Craig et al., 2017;

Pérez et al., 2018). También aumenta la probabilidad de involucrarse con pandillas y un consumo

actual de drogas (Wolff et al., 2020), a tener una desviación sexual y ser un peligro para sí mismo

como para otros (Jahic et al., 2021), mientras que en infractores graves, un hogar caótico, el abuso

sexual y físico constituyen factores de riesgo para la agresion sexual, la violencia de pareja y

desregulación de la ira (Bonner et al., 2019).

Malvaso et al. (2021), por su parte, tras realizar una revisión sistemática de 124 estudios

cuantitativos que realizaron asociaciones entre ACES, trauma y comportamiento transgresor, y en la

muestra combinada de más de 200 mil jóvenes involucrados en la justicia, el 86,2% había

experimentado al menos un ACE, comparado al 34,6% en población no infractora, también reportan

que las probabilidades de experimentar al menos un ACE aumenta 12 veces para los jóvenes

involucrados en la justicia en comparación con aquellos sin participación en ella.


De igual modo, se han encontrado diferencias de género significativas, las mujeres evidencia

patrones de adversidad infantil más complejos que los hombres (Haahr-Pedersen et al., 2020), y son

más vulnerables a reportar más ACES (Baglivio et al., 2015), con un promedio de 4 ACES (Baglivio

et al., 2014), a su vez, tienen mayor prevalencia en exposiciones al abuso sexual, negligencia física y

emocional, abuso de sustancias en el hogar y vivir con un familiar con problemas de salud mental

(Baglivio et al., 2014; Haahr-Pedersen et al., 2020). Junto a ello, las ACES predijeron la reincidencia

después de 12 meses en las mujeres (Baglivio & Epps, 2016), y se asoció a reincidencia por violencia

intrafamiliar (Craig et al., 2020). Por último, las mujeres evidenciaron mayores dificultades

psicosociales (Haahr-Pedersen et al., 2020).

ACES y Autocontrol en Adolescentes.

Por otra parte, la autorregulación es definida como un proceso donde el sujeto determina un

objetivo final deseado, genera las medidas, pensamientos, emociones, actitudes y comportamientos

para avanzar hacia la meta, monitoreando este progreso (Inzlicht et al., 2021). El trauma en la primera

infancia pone a los adolescentes en un mayor riesgo de deterioro de la autorregulación, lo que

aumenta la probabilidad de un comportamiento delictivo (Williams, 2020).

Actualmente, la evidencia científica apunta que una mayor exposición al trauma se asocia con

una menor autorregulación (Lackner et al., 2018). En esta línea, Logan-Greene et al (2020)

encontraron en una muestra de 50 mil jóvenes estadounidenses condenados a libertad condicional

comunitaria, que aquellos con mayores niveles de exposición a ACES presentaban mayores

problemas en habilidades de autorregulación, junto al uso de sustancias y problemas de conducta.

Asimismo, los autores Meldrum et al. (2022) al analizar los datos del estudio Apoyo a las relaciones y

entornos saludables de los adolescentes (SHARE, por sus siglas en inglés), detectaron que

experimentar una mayor variedad de ACES está inversamente asociado con el autocontrol, además

hallaron que el maltrato está más fuertemente asociado con déficits en el autocontrol que los ACES

de disfunción doméstica, un patrón observado en cada una de las dos muestras analizadas.

Recientemente, los autores analizaron dos trayectoria del control de impulsos y la búsqueda

de sensación en dichos adolescentes, dando cuenta que de una heterogeneidad significativa en las

trayectorias de desarrollo conjuntas del control de los impulsos y la búsqueda de sensaciones, la


mayor exposición de ACE se asocia longitudinalmente con una mayor participación en la

delincuencia que es explicado parcialmente por la pertenencia a una trayectoria dual de control de

impulsos y búsqueda de sensaciones, es decir, tiende a aumentar a medida que la trayectoria de

control de impulsos del joven disminuye mientras que su trayectoria de búsqueda de sensaciones

aumenta (Meldrum et al, 2022).

Por otra parte, Fine et al (2018) informan que a menor autorregulación existe una mayor

presencia de reincidencia, es decir, una fuerte relación negativa entre ambos constructos. Asimismo,

DeLisi et al (2018) refieren que el temperamento, caracterizado las dificultades de autorregulación,

rabia, hostilidad e incapacidad de inhibir la conducta, son un mayor predictor de la delincuencia y las

conductas violentas, al ser comparado con el trauma infantil y la psicopatía.

En cambio, el autocontrol representa una forma de autorregulación dirigida a la resolución de

conflictos reales y/o anticipados entre dos metas contrapuestas, por ello, tiene el objetivo de anular o

inhibir impulsos no deseados (Inzlicht et al., 2020; Gross et al., 2015). El autocontrol como factor de

vulnerabilidad para transgredir las normas sociales es propuesto por Gottfredson y Hirschi (1990) en

su Teoría General del Crimen, en la cual postulan que para la mayoría de los actos delictivos,

caracterizado por su versatilidad más que por especialización, existe una ausencia de la planificación,

y que estos serían intentos de aumentar la probabilidad de obtener una gratificación inmediata o el

alivio de emociones displacenteras.

En esta línea, proponen que estos actos tienden a ser fáciles de cometer, es decir, que uno de

los ejes centrales de esta teoría es el principio de oportunidad (característica de la situación), pero

también abordan características psicológicas que dejan una mayor vulnerabilidad a las personas para

cometer un delito siendo el constructo central el autocontrol y los rasgos asociados a este, por

ejemplo; perspectiva a corto plazo; poca diligencia, persistencia y tenacidad; una tendencia a ser

activo y aventurero, una tendencia a ser egocéntrico, indiferente o insensible (Gottfredson y Hirschi,

1990). Aunque, también la teoría postula que el autocontrol es resultado de la socialización, y una

crianza efectiva que inculca el autocontrol durante la infancia (Inzlicht et al., 2020).

Vazsonyi y Jiskrova (2018) al analizar los datos del estudio longitudinal del NICHD sobre

Cuidado Infantil Temprano y Desarrollo Juvenil de Estados Unidos reportan que el autocontrol se
estabiliza durante la infancia tardía, y que después de este periodo su tasa de cambio a lo largo del

tiempo no aumenta, además, hallan una relación bidireccional entre autocontrol y desviación,

hipotetizando que esta relación se encuentra mediada por factores genéticos y ambientales que

comparten ambos constructos. En un reciente estudio con 224 adolescentes australianos infractores

mayores de 14 años, se reportó que un 92% reportó al menos 1 ACE, 89% experimentó una

combinación de maltrato y disfunción doméstica, y un 88% reportó más de 4 ACES, a su vez, los

autores destacan que 2/3 de los jóvenes mantiene rangos clínicos de sintomatología traumática, uso de

sustancias, y comportamientos internalizantes y externalizantes (Malvaso et al., 2022).

Por otra parte, en un reciente estudio, Chapple et al. (2021) dan cuenta que la acumulación de

ACES resulta crítica para el desarrollo del autocontrol, existiendo una relación dosis-respuesta

negativa entre ambas, es decir, que a mayor presencia de ACES existirá un menor autocontrol,

además reportan en cuanto a las diferencia de género que hombres presentan menor autocontrol que

las mujeres. En esta línea, Jones et al. (2022) al analizar los datos del estudio longitudinal de familias

frágiles y bienestar infantil realizado en población estadounidense, concluyen que el haber

experimentado ACES antes de los 5 años se relaciona con un bajo autocontrol, esto luego de controlar

datos sociodemográficos y factores familiares, asimismo, hallaron que las mujeres adolescentes

presentaban un mayor autocontrol que los varones. A su vez, los eventos traumáticos tienen un doble

efecto sobre el autocontrol, ya que el evento por sí mismo, junto a la reacción psicológica y emocional

predicen bajo autocontrol, aunque pareciera ser que no coincide con el desarrollo antisocial (Pechorro

et al., 2021), además, el autocontrol se correlaciona negativamente con la ira y la agresión (Zhou,

2018).

Por su parte, Xie et al. (2020) encontraron en una muestra de 585 infractores juveniles chinos

que los rasgos de dureza e insensibilidad emocional son un mediador del autocontrol y que este

último concepto modera la relación entre maltrato infantil y nivel de agresión, existiendo una relación

moderadora secuencial entre estos constructos, lo cual concuerda con estudios recientes del mismo

autor (Xie y Su 2022). Por ello, resulta necesario el abordaje del autocontrol como elemento esencial

para la prevención de la violencia juvenil (Zhou, 2018), siendo necesario intervenciones informadas
sobre el trauma para responder a estas agresiones (Pechorro et al. 2021), y el papel que cumple

necesita ser abordado en los programas de rehabilitación forense (Xie et al., 2020).

Como se ha evidenciado anteriormente, la literatura da cuenta del efecto que las experiencias

adversas en la infancia tienen en el desarrollo de niños, niñas y adolescentes, tanto a nivel biológico,

psicológico, social y conductual, asociado a mayor psicopatología, problemas conductuales, consumo

de sustancias, trayectorias de riesgo y transgresoras. Si bien, la evidencia es sólida en demostrar la

asociación entre este tipo de experiencias y la acumulación de estas con el comportamiento antisocial

adolescente, así como del efecto perjudicial sobre el desarrollo del autocontrol, constructo asociado a

la comisión de delitos. Esto no se puede replicar al evaluar la efectividad de esta asociación a través

de programas de intervención, según Finkelhor (2015), aún no está claro los tipos de intervenciones

adecuadas para mejorar las consecuencias. Por otro lado, Lorenc et al. (2021) analizaron 96 revisiones

sistemáticas sobre intervenciones en ACES, encontrando que existe limitada evidencia sobre la

efectividad de las intervenciones en niños y adolescentes víctimas de ACE, sobre todo a nivel

comunitario, aunque la intervención cognitivo conductual resulta prometedora.

Relevancia.

Las experiencias adversas infantiles se encuentran sobrerrepresentadas en poblaciones

marginadas y vulnerables. Si bien, las investigaciones sobre victimización infanto-juvenil en Chile

van en aumento, y las existentes han contribuído significativamente en la comprensión del fenómeno

y su impacto en la salud mental (Pinto-Cortez et al., 2019), aún existe un vacío empírico importante

sobre estas experiencias presentes en las trayectorias vitales de los adolescentes, sobre todo en

adolescentes en contacto con la ley. Es por lo anteriormente mencionado que resulta de gran

relevancia visibilizar el concepto de las ACES y sus implicancias en el curso vital de los adolescentes,

como también el desarrollo de trayectorias desadaptativas, que propician la delincuencia y el

comportamiento antisocial, según lo reportado por la literatura.

Es por ello que el presente estudio buscará dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿La

exposición a ACEs predice el comportamiento antisocial autoinformado en adolescentes chilenos?,

¿El autocontrol se asocia al comportamiento antisocial? Frente a esto, se propone responder al

siguiente objetivo general: Examinar la asociación entre la acumulación de ACEs con el bajo
autocontrol y el comportamiento social autorreportado en adolescentes integrados al sistema escolar y

sancionados por la ley de responsabilidad penal juvenil (LRPJ) del centro-sur de Chile.. Este se

desprende en 4 objetivos específicos: 1) Explorar las puntuaciones y distribuciones en las escalas de

ACES, de bajo autocontrol y comportamiento social autorreportado en adolescentes integrados al

sistema escolar y sancionados por la LRPJ del centro-sur de Chile. 2) Examinar el grado de asociación

entre la acumulación de ACES, el bajo autocontrol y el comportamiento social autorreportado en

adolescentes integrados al sistema escolar y sancionados por la LRPJ del centro-sur de Chile. 3)

Determinar el valor predictivo de la acumulacion de ACES sobre el bajo autocontrol y

comportamiento social autorreportado en adolescentes integrados al sistema escolar y sancionados por

la LRPJ del centro-sur de Chile. 4) Comparar diferencias de puntuaciones de ACES y bajo

autocontrol entre grupos según autorreporte de conducta social en adolescentes integrados al sistema

escolar y sancionados por la LRPJ del centro-sur de Chile.

Para ello se plantean las siguientes hipótesis:

H1: Existe una correlación positiva entre la acumulación de ACES y la expresión de conductas

antisociales autorreportadas en adolescentes escolarizados e infractores de ley.

H2: Existe una correlación negativa entre el autocontrol y la asociación entre los adolescentes que

reportan ACES y conductas antisociales autorreportadas.

H3: El grupo de adolescentes infractores de ley presenta una fuerte correlación positiva entre la

acumulación de ACES y conductas antisociales autorreportadas que el grupo de adolescentes

escolarizados.

Metodología

El estudio se enmarca dentro del enfoque cuantitativo, y cuenta con una metodología

correlacional descriptiva, el cual corresponde a un diseño transversal, de grupos naturales (Ato et al.,

2013). A través de un muestreo no probabilístico intencionado se seleccionará la muestra de población

adolescente escolarizada y judicializada de la ciudad de Valdivia y Temuco (Pardo y Ruiz, 2009). La

primera muestra será obtenida a través de la participación de adolescentes escolarizados de primero a

cuarto medio de establecimientos educacionales con alto Índice de Vulnerabilidad Multidimensional

(IVM) como vulnerables según los criterios de JUNAEB, en la Región de La Araucanía existen 3.740
adolescentes con IVM Alto y 9.614 con IVE Muy Alto, mientras que en la Región de Los Ríos hay

1.347 con IVE Alto y 3.488 con IVE Muy Alto. Por otro lado, la segunda muestra será recopilada

posterior autorización del Servicio Nacional de Menores, el cual está a cargo de la tutela legal de los

jóvenes en conflicto con la ley penal. Durante el 2020 los adolescentes atendidos por sanciones en

medio libre fueron de 550 y 81 por sanciones privativas de libertad en La Araucanía, mientras que en

Los Ríos fueron 166 y 17 respectivamente.

En cuanto a los resguardos éticos, se crearán cartas de autorización dirigidas a las

instituciones pertinentes, asentimientos informados adaptados a cada grupo de adolescentes, se

generarán protocolos de acción ante eventos constitutivos de delitos en contra de los adolescentes,

develación de un evento traumático no resuelto y/o riesgo actual e inminente, se realizarán las

derivaciones pertinentes para un acompañamiento psicolegal, junto a la entrega de cápsulas

psicoeducativas sobre el desarrollo socioemocional de los jóvenes para los establecimiento

educacionales.

Plan de análisis

El primer paso será ejecutar un análisis descriptivo con las medidas de tendencia central en

ambas muestras estudiadas, para dar cuenta de la consistencia e interpretabilidad de las respuestas. En

segundo lugar, se analizará la prevalencia de las ACES en las muestras obtenidas a través del cálculo

del Odds de Ratio. En tercer lugar, se efectuará un análisis correlacional para establecer el grado de

asociaciones existentes entre ACES con el bajo autocontrol y las conductas sociales. En cuarto lugar,

se intentará predecir a través de una regresión logística el impacto de las distintas ACES en el

comportamiento social y el bajo autocontrol. En quinto lugar, se realizará un análisis de ANOVA

multifactorial para examinar el impacto de las ACES en tres grupos (Adolescentes sancionados,

jóvenes escolarizados que reportan una alta ejecución de conductas antisociales y los que reportan una

baja conducta antisocial). Finalmente, se utilizará el programa estadístico JASP para efectuar todos

los análisis.

Instrumentos

Escala de Experiencias Adversas (EEA)


Escala adaptada por Guarderas y Mardones (2020) derivada de la versión adaptada a

población chilena del instrumento Sucesos de Vida Estresantes (CSVE) efectuada Lucio et al (2013),

la EEA cuenta con 25 reactivos, incluyendo afirmaciones como “Mi hermano se fue de la casa”, “Me

golpearon violentamente otros chicos/as”, etc. Las autoras hallaron que esta escala cuenta con un

α= .909 y un β= .910, la EEA presenta evidencia de validez de constructo a través de dos modelos de

análisis factorial , sin embargo, como parte de este estudio, se realizará un pilotaje para obtener

evidencia en adolescentes chilenos de validez convergente, con el Cuestionario Internacional de

Experiencia Adversas en la Infancia (ACE-QT) elaborada por la Organización Mundial de la Salud

(WHO, 2018), el cual posee 13 categorías incluyendo las diez experiencias descritas por Felitti et al

(1998), dos experiencias descritas por Finkelhor et al. (2015) (acoso escolar y violencia comunitaria),

y por último, incluye la violencia colectiva. Este instrumento fue adaptado por Ramírez et al (2022),

incluyendo dos experiencias de abuso sexual.

Escala de Delincuencia Autorreportada (EDA).

Escala guía de entrevista estructurada desarrollada por Pérez-Luco et al. (2011), citado en

Pérez-Luco et al., 2012), aborda las formas de actuación delictiva del adolescente infractor, la cual

contiene 63 reactivos en forma de preguntas, las cuales están orientadas a indagar diferentes tipos de

delitos clasificados en 3 categorías: 1) Hurtos y Robos; 2) Agresiones; y 3) Otros delitos. Su objetivo

es lograr identificar 2 patrones delictivos: 1) Persistente Especializado; y 2) Polimorfos. Aborda la

frecuencia de realización de algún delito, otorgando siete posibles rangos (antes de los 8 años, 8-9, 10-

12, 13-14, 15- 16, 17-18, 19 o más). Asimismo, el instrumento finaliza con 26 etiquetas que

diferencian distintos roles asociados al mundo criminal. Este instrumento presenta validez de

constructo e índice de consistencia interna con alfa de Cronbach de α= .95 para Hurtos y robos; α= .8

para Agresiones; y α= .6 para Otros delitos (Pérez-Luco et al., 2012).

Cuestionario de Comportamiento Social Adolescente (CACSA)

Es un instrumento diseñado para explorar la frecuencia de comportamientos sociales

(prosociales y antisociales) en adolescentes, en escala tipo Likert de 0 a 6 puntos (nunca=0; 1 0 2

veces=1; varias veces=3; casi siempre=5 y siempre=6). Consta de 56 ítems distribuidas en 3

dimensiones principales: Comportamiento Prosocial (CPRO), por ejemplo “En mi curso me han
considerado como buen compañero/a” o “He esperado mi turno sin problemas”; Comportamiento

Antisocial Total (CAT, delitos, transgresiones contra la propiedad, transgresión contra las personas,

comportamiento abuso de pares; y consumo de alcohol y drogas), por ejemplo: “Sacaba antenas o

radios de los autos” o “he reaccionado violentamente con un compañero”; y por útimo, Víctima de

Abuso de Poder (VAP), como el “Me han golpeado en los recreos” o “Me he sentido aislado/a por

mis compañero/as”.

Está validado en una muestra chilena de 2.178 adolescentes estudiantes (N=1914) e

infractores (N=264), con una confiabilidad de α= .77 para las escalas principales (CAT y CPRO) y α=

.65 para las demás subescalas. La cual demostró ser un instrumento con adecuadas propiedades

psicométricas, confiable por consistencia interna y estabilidad de la medida, junto a validez interna y

externa (Alarcón et al., 2010).

Low Self-Control Scale (LSCS, Rodriguez, 2012).

Escala de Bajo Autocontrol desarrollada por Grasmick, Tittle y Arneklev (1993), es de los

instrumentos de referencia para evaluar el bajo autocontrol, el cual contiene veinticuatros ítems,

contando con seis dimensiones (Impulsividad, Temeridad, Egoísmo , Temperamento Difícil, Tareas

Simples y Actividades Físicas), la escala original posee un alfa de Cronbach entre α=.80 y α=.81. La

versión en español de Juan Antonio Rodríguez realizada en Venezuela, mantiene el instrumento con

veinticuatro ítems, en forma de frases con un tipo de respuesta de tipo Likert con 4 opciones;

Absolutamente Claro, Claro, Falso y Absolutamente Falso. Incluyendo reactivos como: “Hago lo

que me da placer en el momento aunque eso implique sacrificar metas importantes” y “Hago

actividades arriesgadas para divertirme”, la escala obtiene un Alfa de Cronbach entre α=.83 y α=.84.

Resultando con un mejor ajuste para evaluar este constructo un modelo multidimensional (Rodriguez,

2012).

Referencias.

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