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L A DA N Z A D E L O S Á R B O L E S

JACINTO CHOZA

LA DANZA
DE LOS

ÁRBOLES

S E V I L L A
2 0 0 7
© Jacinto Choza
© De los textos seleccionados: sus autores
© De las ilustraciones: sus autores
© De la presente edición (2006): X

Maquetación: Abel Feu


· Impresión: Kadmos

ISBN: 84-606-3868-5
DL: xxxx
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN

1.- ABEDUL. DANZA DE LA TERNURA Y DE LA GRACIA


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El Abedul en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los abedules de Otto Modersohn y Gustav Klimt.
5.- Los abedules de Louis Simpson y Rafael Gómez Perez.

2.- ACACIA. CANTO DE LA DOCILIDAD Y DE LA RUTINA


1.- Valor simbólico y médico.
2.- La acacia en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Las acacias de Eduardo Naranjo..
5.- Las acacias de Consuelo Hernández, Rafael Morales y Miguel d’Ors.

3.- ÁLAMO Y CHOPO. DANZA DE LA SENCILLEZ Y LA AMABLE ALEGRÍA


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El álamo en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los chopos de Apellániz y Monet.
5.- Los álamos de Juan R. Jiménez,V. Aleixandre, C.Vallejo y Jorge Guillén.

4.- ALCORNOQUE Y ENCINA. CANTO DEL PODER Y EL SEÑORÍO


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El alcornoque en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los alcornoques de Chillida y las encinas de Tapies.
5.- Los toros, los alcornoques y las encinas de Rafael Morales, Gabriela Mistral y
Antonio Machado.

5.- CIPRÉS. CANTO DE LA ELEGANCIA Y LA FIRMEZA


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El ciprés en las artes.
3.- Los troncos-copas.
4.- Los cipreses de Velázquez, Santiago Rusiñol y V. van Gogh.
5.- Los cipreses de Gerardo Diego, Miguel d’Ors y Juan Bautista Bertrán.

[9]
6.- EUCALIPTO. DANZA DE LA INDOLENCIA Y LA SERENIDAD
1.- Valor simbólico y médico.
2.- El eucalipto en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los eucaliptos de Muñoz Barberán y José María Labrador.
5.- Los eucaliptos de Rafael Montesinos y María Sanz.

7.- FRESNO. DANZA DE LA INGENUIDAD Y EL ENCANTAMIENTO


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El fresno en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los fresnos de Miró.
5.- Los fresnos de Jorge Guillen y Juan Ramón Jiménez.

8.- HAYA. CANTO DE LA HONDURA Y DEL SILENCIO


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El haya en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Las hayas de Gustav Klimt.
5.- Las hayas de Jesús Górriz y Julio Sanz.

9.- HIGUERA. CANTO DE LA ABUNDANCIA VOLUPTUOSA Y LA LUJURIA


1.- Valor simbólico y médico.
2.- La higuera en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Higueras del norte y del sur .
5.- Las higueras de Rilke, Juana de Ibarbourou y Miguel d’Ors.

10.- NARANJO. DANZA DE LA RIQUEZA Y EL JÚBILO


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El naranjo en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los naranjos de Sorolla.
5.- Los naranjos de E. Sánchez Rosillo, Mª Sanz, Rocío Arana y A. Machado.

11.- OLIVO. DANZA DEL AMOR, DE LA MUERTE Y DE LA SABIDURÍA)


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El olivo en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los olivos de V. van Gogh.
5.- Los olivos de Antonio Machado y Carlos Clementsón.

[ 10 ]
12.- PALMERA. DANZA DE LA SORPRESA Y DE LA DICHA
1.- Valor simbólico y médico.
2.- La palmera en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Palmeras de Matisse, Gauguin y Picasso.
5.- Las palmeras de Homero y Miguel Hernández y Rafael Montesinos.

13.- PINO. DANZA DE LA LUZ Y DE LA ESPUMA


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El pino en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los pinos de P. Cezànne y de Cristina Aymerich.
5.- Los pinos de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Dionisio Ridruejo.

14.- ROBLE. CANTO DE LA LIBERTAD Y DEL HEROÍSMO


1.- Valor simbólico y médico.
2.- El roble en las artes.
3.- Los troncos y las copas.
4.- Los robles de Ruysdael y Gainsborough.
5.- Los robles de Hölderlin, Rosalía de Castro y Julio Sanz.

15.- BIBLIOGRAFÍA

16.- ÍNDICE DE LÁMINAS

[ 11 ]
INTRODUCCIÓN

E
L árbol es uno de los símbolos universales de la vida, del ser huma-
no y del ser divino. No se trata sólo de que la vida en general
dependa del agua y de los vegetales, de que la atmósfera habitable
sea generada y regenerada por ellos. Ni se trata sólo de que los
vegetales suministren la base de la cadena alimenticia. Todo eso ya es mucho.
Además, los árboles proporcionan elementos y claves para la comprensión y
la interpretación de la existencia del hombre. Son los símbolos de sus deseos,
expectativas, actitudes, creencias, fracasos y logros.
Una biografía humana, y la historia humana, se puede contar con árboles.
Hay un árbol del paraíso, un árbol del conocimiento de la ciencia del bien y
del mal, un árbol de la vida, un árbol de la eterna juventud, un árbol que se
encarama hasta los cielos.
Los árboles son, viven y expresan lo mismo que los hombres, lo mismo
que todos los vivientes, pero lo hacen a plena luz, persuasiva y diáfanamente,
con un maravilloso poder expresivo, y de un modo muy sincero. Los pintores
y escultores les han copiado colores y formas y se han inspirado en ellos, los
músicos les han encontrado sus melodías, los coreógrafos y bailarinas han lle-
vado su movimiento a los escenarios de danza, los poetas han cantado sus
almas. Los países, las regiones y las familias los han tomado como emblemas.
Hay árboles pequeños, enanos, y gigantes, unos que viven poco y otros
que son muy longevos, hay unos hermosos y otros raquíticos y casi miserables.
Hay árboles indolentes, joviales, divertidos, infantiles, graves, lujuriosos,
todopoderosos como los dioses. Hay árboles femeninos, tiernos, coquetos,
llenos de gracia, maternales. Hay árboles luminosos y árboles sombríos, temi-
bles y acogedores.
La prueba psicológica del árbol expresa la personalidad y revela el alma y
la historia de quien lo pinta. Porque el árbol pintado dice sencillez, o audacia,
o desconfianza, o rigidez, o debilidad, o ternura, o furor, o paz, u orden, o
madurez, o serenidad.

[ 13 ]
Monet amó los chopos como van Gogh los olivos, Cezànne los pinos,
Sorolla los naranjos y Matisse las palmeras. Chillida amó las encinas y alcor-
noques como Giacometti los fresnos y álamos, como Sánchez Perrier los euca-
liptos y como Gargallo los robles.
El arce es el árbol del Canadá y el abedul el árbol nacional de Rusia y de
Finlandia. Hay árboles franceses, alemanes, ingleses o españoles.Y no digamos
chinos, dada la cantidad de árboles nuestros que provienen de allá, como el
naranjo, el magnolio o el Ginkyo biloba. Hay árboles japoneses, malayos e hin-
dúes. No porque se trate de especies propias de los diferentes países, o que
abunden más en unos que otros, sino porque los cipreses franceses, las vides
austriacas y los sauces japoneses, tienen una personalidad, un movimiento y
unas curvaturas que no las tienes los cipreses italianos, las vides españolas o
los sauces chinos.
Hay árboles renacentistas como los laureles de Boticelli, barrocos como
los robles de Rubens, románticos como los abedules de Paula Modersohn
Becker, modernistas como los pinos de Rusiñol y Juan Ramón Jiménez y pos-
modernos como los fresnos de Miró. También los hay medievales y clásicos.
Como si las épocas les hubieran domesticado y les hubieran adiestrado el
color, la cadencia de las ramas, el borde de las hojas, su modo de moverse al
viento y la manera de mirarse en las aguas.Y, desde luego, la estatura.
Los arquitectos y urbanistas de Andalucía han estudiado desde los tiem-
pos del Islam el perfume de los árboles. Porque, a diferencia de la cultura
romano-germánica, en la que el ideal estético desde el punto de vista del olfa-
to era que, en la casa y en la ciudad, a ser posible no se oliese a nada, en la cul-
tura islámica lo ideal era que se oliese a flores, a resinas aromáticas, que se
pudiese comulgar con la vida de la naturaleza al respirarla, y que diera gusto
hacerlo. Por eso Sevilla, y muchas otras ciudades del sur y de la orilla medi-
terránea, son sitios en los que se puede invitar al visitante a oler los árboles,
llevándole por las rutas de los magnolios, del árbol del paraíso, de los limone-
ros y naranjos, del jacarandá, de las higueras, de los pitus porum.
El mensaje, los rumores y los diálogos de los árboles han quedado plas-
mados también en adagios, sonatas, sinfonías, pasacalles, romanzas, seguiri-
llas, y otras canciones folklóricas de las más variadas, que replican su ritmo y

[ 14 ]
su sonido con violines, chelos, oboes, pianos, clarinetes, o simplemente con
la voz humana. «Yo me arrimé a un pino verde/ por ver si me consolaba,/ por
ver si me consolaba./ Y el pino, como era verde,/ al verme llorar, lloraba,/
al verme llorar, lloraba». Los pinos lloran, y ríen, y sueltan campanadas en
Navidad o hacen sonar amores silenciosos bajo la nieve.
Se puede bailar el volumen y la energía de los alcornoques, la inocencia
y la seguridad en sí mismos de los pinos, el sufrimiento y la angustia de los
olivos y cipreses y la esbelta elegancia de los chopos. Porque las figuras en
reposo pueden acompañar al hombre y dialogar con él según infinitas modali-
dades del gesto y del movimiento, y hay coreógrafos que lo hacen. Este libro
se titula La danza de los árboles porque está inspirado en la danza más que en
cualquier otro arte, más incluso que en la pintura y la poesía.
Además de las artes pláticas y las artes escénicas y sonoras, los poetas han
dicho mucho sobre el alma de los árboles. Rilke meditó sobre la higuera y le
envidió su sencillez, Homero cantó a la palmera como al más sorprendente y
prodigioso de los árboles, con un asombro que todavía hoy nos invade y nos
arrastra. Miguel Hernández escuchó a los limoneros, Antonio Machado a los
sauces, Tolkien a las hayas, Gerardo Diego al ciprés. Y casi todos dialogaron
con la rosa, que quedó prácticamente aplastada por el peso de tanta literatu-
ra.
La historia humana y la cultura humana entera se ha desplegado bajo los
árboles, o entre ellos, porque la tierra ha sido su soporte y los árboles su abri-
go. Inicialmente los árboles no abrigaban ni protegían, pero después de siglos
de tratos, de observarse su comportamiento, llegaron a ser los mejores ami-
gos del hombre, o las mejores amigas, porque hay en las plantas un algo de
femenino. Por eso abrigan, protegen, alimentan, acunan, guardan, son nodri-
zas y confidentes, y casi siempre están ahí, esperan y escuchan.
Los árboles fueron el centro de la cultura celta. Los bosques eran sus
catedrales y en ellos celebraban sus fiestas y sus ceremonias sagradas. Cada
árbol estaba consagrado a un dios o representaba una virtud, y sobre ellos,
los druidas crearon un horóscopo protector. Asociaron un árbol a cada época
del año y crearon un sistema de 21 árboles. Dos para los equinoccios, dos para
los solsticios y los 17 restantes distribuidos en periodos equidistantes y con-

[ 15 ]
trapuestos en el calendario; salvo el álamo, que cubre cuatro periodos. La per-
sona nacida bajo el reinado de un árbol concreto recibía sus características y
protección en la vida.
Los árboles son cómplices de la geografía y de la civilización humana, y
por eso los hay del norte y del sur, de las carreteras y caminos, de los ríos y
lagos, del campo y de las ciudades.Y los hay que han superado todas las barre-
ras y acompañan a los hombres por todas partes.
Aquí se han seleccionado unos cuantos árboles de la geografía española y
europea, para recordar lo que los pintores, escultores y poetas han dicho de
ellos, para aprender cómo los hombres de estas tierras se miran en ellos, y
para conocer la vida y los sentimientos de esos vecinos, acompañantes e inter-
locutores nuestros en los momentos más cotidianos y más trascendentes de
nuestras vidas.
De entre los árboles de las tierras frías y húmedas del norte se ha selec-
cionado el abedul, el haya y el roble. Como representativos de las tierras cáli-
das y secas del sur, el alcornoque y el olivo. Como característicos de las carre-
tas y caminos, el ciprés y el eucalipto. Como típico de las ciudades, la acacia,
el naranjo y la palmera.Y como campeones de la compañía por el campo y la
ciudad, por el norte y por el sur, en los caminos y en las dehesas, el álamo, el
fresno, la higuera y el pino. Son catorce árboles que van a revelar su intimidad
por orden alfabético, de la mano de artistas conocidos, de sabios menos cono-
cidos, de tradiciones folklóricas y de tradiciones cabalísticas, y a los que
encontramos en los lugares que hemos dicho: en las calles, parques y jardines
de la ciudad, en las carreteras y caminos de los campos, en las dehesas y bos-
ques de las llanuras, montañas y serranías.
También las agrupaciones de árboles, las tribus y comunidades que for-
man en jardines, dehesas y bosques, tienen su sentido y su misterio, pero no
los vamos a desvelar ahora.
Hay magníficos libros sobre jardines y bosques, hay espléndidos tratados
sobre cada uno de los árboles frutales y su cultivo, hay guías botánicas de árbo-
les de España y de Europa, hay monografías sobre los árboles de Sevilla y otras
ciudades, hay algunos estudios maravillosos sobre el encanto y la magia de
árboles exóticos y milenarios. Algunos de ellos se han citado en la bibliografía

[ 16 ]
y se han tenido en cuenta al elaborar éste. Pero el objetivo de estas páginas era
más bien ilustrar el modo en que los árboles, algunos solamente, han entrado
a formar parte de la vida de los hombres, de las ciudades, de la historia, a tra-
vés de las artes.
Nuestro coloquio debe mucho a la fotografía, al diseño gráfico, a la colo-
cación de la figura en la página, a la selección de los colores de fondo, a la
tipografía de las letras. Porque eso forma la parte más esencial del decir. La
poesía no se escribe con pensamientos, sino con palabras, con entonación,
acentos, flexiones, ritmo, melodías, y significado. Por eso un libro como este
no sería posible sin atender a todos esos frentes.Y por eso es un libro realiza-
do gracias al buen entendimiento de varios autores.

J ACINTO C HOZA A RMENTA


(Sevilla, 5 de abril de 2006,
fiesta de Santa Irene)

[ 17 ]
LA DANZA DE LOS ÁRBOLES
1.- ABEDUL.
DANZA DE LA TERNURA Y DE LA GRACIA
(fr. Bouleau, ing. Birch)

1.- VALOR SIMBÓLICO Y MÉDICO

B ETULA ALBA, considerada antiguamente como única, el abedul contiene


más de 50 especies. Es árbol nacional de Rusia, de Finlandia, de máxi-
ma relevancia en el resto de los países escandinavos y Canadá, y una refe-
rencia clave en las cultura célticas.
Es árbol de corteza blanca plateada y brillante, de ramas colgantes
(Betula pendula). La madera, de color blanco amarillento y homogénea, es
muy apreciada para la obtención de papel y para la combustión por su ele-
vado poder calorífico. De sus hojas se obtiene un colorante amarillo, y de
su savia azucarada vino, cerveza y vinagre. El azúcar de abedul, llamada
xylitol, es cada vez más utilizada en dulces y caramelos (al menos en
Finlandia), tras haberse probado que, a diferencia de otros azúcares, resul-
ta beneficioso para los dientes. Ha servido para la construcción de herra-
mientas, utensilios domésticos, ropa, calzado, etc. Gracias a todas sus pro-
piedades se plantan nuevos bosques de abedules en algunos países nórdi-
cos.
Para los antiguos druidas el abedul, al que llamaban «la doncella de los
bosques» por su gracia y belleza, representa renovación, renacimiento,
comienzo, porque es el primer árbol en echar hojas después del invierno.
Representa la semilla y la fuerza de todo crecimiento, y es más duro que
el poderoso roble, pues arraiga en sitios donde éste no lo consigue. El abe-
dul significa también limpieza y pureza.
Pero esa veneración de que fue objeto en el pasado prehistórico e his-
tórico, persiste en costumbres de la cultura popular contemporánea. En
tiempos no demasiado lejanos se solía «abedular» a la gente para quitarle
los malos espíritus, y se le daban ramas de abedul a los jóvenes para asegu-
rar su fertilidad. En Gales el abedul es el árbol del amor, y con sus hojas se

[ 21 ]
hacían guirnaldas como prendas de enamorados. Sus ramas se utilizan para
hacer exvotos y adornos que se cuelgan en las cunas de los niños para pro-
tegerlos del hechizo de los duendes.
Un tipo de abedul, originario de Europa, se extiende desde Sicilia
hasta Islandia y el norte de Asia. Su nombre en inglés, «birch», «birke» en
aleman, «bjerke» en noruego, proviene probablemenete del alfabeto rúni-
co nórdico «bjarkan». Es posible también que provenga del algo-sajón
«beorgan,» que significa «proteger o albergar».
Como un presente exótico importado de tierras lejanas, la corteza
blanca de abedul se encuentra también entre los tesoros de la tumba del
Faraón Tutankhamen.

VALOR MÉDICO

Las hojas y las yemas de abedul contienen sobre todo flavonoides (mirici-
trina e hiperósido), que le confieren un notable efecto diurético (elimina-
ción de líquidos); y también principios amargos, taninos catéquicos y acei-
te esencial.
Entre otras aplicaciones, ayuda a eliminar los líquidos retenidos en el
organismo, especialmente en caso de insuficiencia renal o cardiaca. A dife-
rencia de otros diuréticos químicos, las infusiones de hojas de abedul no
provocan la pérdida de grandes cantidades de sales minerales con la orina,
ni irritan los tejidos del riñón. Por el contrario, son capaces de regenerar-
lo y desinflamarlo, haciendo disminuir la eliminación de albúmina con la
orina en casos de nefrosis e insuficiencia renal.
Estas infusiones se usan también con éxito en el síndrome premens-
trual. Tomando esa tisana durante los días precedentes a la regla, aumenta
el volumen de orina y disminuye la hinchazón de los tejidos, especialmen-
te en piernas, vientre y mamas.
Las infusiones de hojas y yemas de abedul facilitan la eliminación de las
arenillas de la orina e impiden que se formen cálculos renales. Se ha podi-
do comprobar que, en algunos casos, pueden incluso disolverlos. El uso de

[ 22 ]
la infusión se halla indicado tanto durante el ataque de cólico nefrítico (de
riñón), como de forma continuada para evitar la formación de cálculos.
Las hojas y yemas de abedul poseen un efecto depurativo sobre las sus-
tancias tóxicas que recargan la sangre, como el ácido úrico. De ahí que las
tisanas preparadas con ellas resulten altamente beneficiosas en caso de gota
o artritismo.
Por su efecto depurativo, su uso por vía interna resulta indicado para
limpiar la piel de impurezas en casos de eccemas crónicos y celulitis.
En aplicación externa, por medio de compresas, las hojas y yemas
poseen acción antiséptica y cicatrizante sobre llagas y heridas, debido a los
taninos que contienen.
La corteza del abedul, como la del sauce y la de la quina, tiene propie-
dades febrífugas. Se toma en decocción para bajar la fiebre. Al principio de
la primavera, antes de que salgan las hojas, serrándole una rama o pinchán-
dole el tronco, el abedul puede proporcionar cada día varios litros de deli-
ciosa savia. Esta savia tiene las mismas propiedades que hemos descrito
para las hojas, pero además constituye una agradable bebida. Las aldeanas
del norte de Europa la toman para disfrutar de un cutis tan blanco y lim-
pio como la corteza del árbol.
Para su uso interno, se toma en infusión de 20 a 50 grs. de hojas y/o
yemas por litro de agua, se puede tomar hasta un litro diario. Como resul-
ta un poco amarga, conviene endulzarla con miel o azúcar moreno. La adi-
ción de 1 gramo de bicarbonato sódico aumenta la eficacia de la tisana de
abedul, pues sus principios activos se disuelven mejor en medio alcalino.
También en decocción de corteza, de 50 a 80 gramos por litro de agua;
hervir hasta que se reduzca a la mitad y tomar 2 o 3 tazas diarias endulza-
das con miel.La savia se ingiere diluida en agua (al 50%) a modo de bebi-
da refrescante. Hay que evitar que fermente.
Para uso externo, se prepara en compresas sobre la piel, que se reali-
zan con la misma infusión que se elabora para uso interno.

[ 23 ]
Abedules Cercedilla: foto de Jacinto Choza

[ 24 ]
2.- E L ABEDUL EN LAS ARTES

E L abedul está presente en la artesanía de los


países nórdicos, en la cultura céltica, en el
folklore eslavo, como en la rusa «Canción del abe-
dul», que difundieron por todo el mundo los coros
del ejército soviético. Aparece en las composicio-
nes de Tchaikowsky, en la escenografía de algunos
de sus ballets más famosos (La bella durmiente, El
lago de los cisnes), en la pintura y en la poesía.
En la pintura ha sido y es siempre un desafío el
blanco brillante o el plateado de su corteza, que
obliga a jugar con el verde oscuro de fondo de los
bosques o con el fondo de azul oscuro de cielos o
lagos, y a llevar el color del tronco a la gama de los
rosáceos y anaranjados, como hace Corot, para
conseguir el efecto de brillantez del blanco.
Paula Modersohn Becker, la amiga de Rilke,
dejó unos cuantos cuadros de abedules que se pue-
den ver en su casa museo de Bremen. Lo que es su
estilo de pintar, de mirar la naturaleza y expresar-
la, está muy bien expuesto por el poeta en su
«Requiem por una amiga», que es precisamente
ella.
El abedul simboliza muy bien la figura femeni-
na esbelta, de suelta cabellera y ademanes lángui-
dos, como se encuentra en la pintura modernista
de Odilon Redon o en el poema de Simpson que se
transcribe. Gustav Klimt, uno de los más sensuales
pintores del siglo XX, dedicó algunos cuadros a los
bosques de abedules , para expresar en ellos cómo
la fuerza de la vida está presente debajo de la calma
y del frío, como en el mar.

[ 25 ]
3.- L OS TRONCOS Y LAS COPAS

Los troncos del abedul son esbeltos, rectos y cimbreantes como una mujer
adolescente, finos, brillantes y a veces ondulados, como un cuello de cisne.
Su corteza puede desprenderse en finas capas, que pueden dar la impresión
de tejido leve y vaporoso como un tutú.
A veces presentan cortes ennegrecidos, y la corteza se levanta un poco
junto a ellos como heridas de un crucificado renacentista o barroco.

Abedul Cerdedilla (tronco): foto de Jacinto Choza

[ 27 ]

[Página anterior:
Abedules, dibujo de Jacinto Choza]
Las copas tienen ramas finas, sueltas y ágiles, lánguidas y dulces, como
los cisnes. Tienen un color verde intenso en primavera y amarillo intenso
en otoño, como un estallido de vida muy femenina y una suavidad de des-
pedida llena de ternura. Con el viento se mueven acariciando, danzando,
o caminando con la placidez y seguridad de los sonámbulos.

Abedul Cerdedilla (tronco): foto de Jacinto Choza

[ 28 ]
La cueva del Abedul: foto de Jacinto Choza

[ 29 ]
4.- L OS ABEDULES DE OTTO M ODERSOHN Y G USTAV K LIMT

Birke, Otto Modersohn

[ 31 ]

[Página anterior:
Abedules, Cizur Mayor, foto de Jacinto Choza]
Bosque de abedules, Gustav Klimt

[ 32 ]
5.- L OS ABEDULES DE L OUIS S IMPSON Y R AFAEL G ÓMEZ P ÉREZ

BIRCH

B IRCH tree, you remind me


Of a room filled with breathing,
The sway and whisper of love.

She slips off her shoes;


Unzips her skirt; arms raised,
Unclasps an earring, and the other.

Just so the sallow trunk


Divides, and the branches
Are pale and smooth.

L OUIS S IMPSON
(en The New Pocket Anthology of American
Verse, ed. By Oscar Williams, Pocket Books,
New York, 1977, p. 415).

ABEDUL

ÁRBOL del abedul, tú me recuerdas


aquella habitación llena de aliento,
de vibrante murmullo del amor.

Ella se desenlaza los zapatos


desata la falda, y alza los brazos.
Desabrocha un zarcillo, luego el otro.

De igual manera tu pálido tronco


se abre, se despliega, y son sus ramas
tan limpias, tan serenas, tan suaves.

(Traduc. J. Choza y M.C. Iribarren)


[ 33 ]
FINAL, 3

E STE abedul
será siempre escritura en la corteza.

Él animó las frondas de los cedros,


las manos del castaño,
el orgullo del álamo
ceniciento y movido.
El laurel se escurría
entre el magnolio quieto
mientras el ginko daba
consabidos aplausos.

Este abedul, templado como un vino,


prudente como un beso.
.

LAS agujas del pino


llenan la tierra de palabras secas.
El arce sueña aún
con semillas aladas.
Contabas como yo
la tarde adormecida por los prunos
rojos de tanta sangre.
El abedul seguía
inmóvil como el viento
que mecía las caléndulas.
Olor de las acacias
derramándose en flores.

[ 34 ]
Sonidos de los chopos
a piel oscura y triste.

Se puede, sí, se puede


con el parque sabido
hacer selvas de sueños.

VOLVÍ y allí seguía.


El tronco inmaculado
a no ser por las negras
rayas de la experiencia.

Abedul, tú no eres
el sauce de la lluvia,
el plátano ruidoso,
el arce del otoño,
sino el continuo quieto.

Abedul en las luces


de la tarde limpísima
que el mirlo mudo conservaba quieta.
Se movían los álamos
cantando lo aprendido.

Conservaré este año


en el reloj antiguo de los ojos,
porque yo vi nacer junto a la fuente
un brote equivocado de albahaca
y equivocarse es ser.

R AFAEL G ÓMEZ P ÉREZ


(Invención de un viaje, inédito)
[ 35 ]
[ 36 ]

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