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Hace unos 800 años... (ca. 1200) “ El desarrollo de los grandes señoríos”
En el inicio del segundo milenio de nuestra era, se produjeron cambios significativos en la
configuración social y política de la región del noroeste argentino, el norte de Chile y el sur de
Bolivia. Estos cambios incluyeron la desaparición de la unidad estilística Aguada, el aumento de
la agricultura y el pastoreo, el incremento de la producción artesanal, cambios en la densidad
de población y en la distribución de los asentamientos, la desaparición de la organización
estatal de Tiwanaku, una época de inestabilidad política y el surgimiento de sociedades más
grandes y complejas con el pucará como centro de poder.
7. Surgimiento de sociedades más grandes y complejas: A comienzos del siglo XII de nuestra
era, se produjo un importante aumento de la población en el noroeste argentino, acompañado
del surgimiento de sociedades más grandes y complejas en comparación con la época anterior.
Estas nuevas sociedades tenían una organización política relativamente centralizada, con el
pucará como centro social, político y religioso.
Demografía y economía
Durante el período mencionado, se observó un notable aumento demográfico en la región
andina, aunque es difícil determinar la cifra exacta de la población. Los asentamientos se
multiplicaron, algunos de ellos albergando a cientos e incluso miles de habitantes. Esta
expansión demográfica fue acompañada por cambios en la distribución de los asentamientos.
El sistema sociopolítico
Durante este período, se formaron sistemas sociopolíticos complejos en la región andina. Con
el aumento de la población y la competencia por los recursos, surgieron conflictos y rivalidades
entre las comunidades. Sin embargo, también se establecieron alianzas y acuerdos entre
algunas entidades sociopolíticas para hacer frente a las comunidades más agresivas. Estas
dinámicas reforzaron la cohesión social dentro de las unidades territoriales y promovieron una
mayor centralización política.
La base del nuevo sistema político fue la formación de grandes jefaturas, algunas de las cuales
tenían el poder suficiente para controlar todo un valle e incluso varios. La jerarquía de los
asentamientos reflejaba esta estructura política, con grandes centros estratégicamente
ubicados, asentamientos más pequeños agrupados y unidades familiares dispersas que se
dedicaban a la producción agrícola y ganadera. El tamaño, la calidad de las construcciones y las
defensas, y la importancia de los espacios públicos y simbólicos variaban según la posición de
cada asentamiento en la jerarquía, lo que indicaba relaciones de dependencia y subordinación
entre ellos.
En los valles de La Rioja y San Juan, las comunidades asociadas a la cultura de Angualasto
mostraban cierta especialización pastoril y mantenían contactos e intercambios con regiones
vecinas, como el centro y norte de Chile. En el centro y norte de Mendoza, se encontraban
comunidades de agricultores aldeanos conocidas como Agrelo, que fabricaban cerámica
decorada con motivos geométricos. En la Puna, se desarrollaron sistemas sociopolíticos
similares a los de los grandes valles, aunque en menor escala debido a las condiciones
ambientales adversas.
El texto describe el modo de vida de las comunidades aldeanas en las Sierras Centrales y la
Mesopotamia santiagueña en el año 1200, antes de la llegada de los invasores europeos. Estas
comunidades tenían un modelo económico flexible basado en actividades como la agricultura,
la recolección y la caza, que les permitía aprovechar los recursos de diferentes ambientes.
En las Sierras Centrales, las comunidades aldeanas, conocidas como "comechingones" por los
europeos, tenían un modo de vida bien definido que perduró con pocas variaciones hasta la
llegada de los europeos. Su economía se basaba en la diversidad de actividades y recursos, lo
que les permitía obtener una provisión constante de bienes y minimizar los riesgos. Aunque se
debate si criaban regularmente camélidos o los obtenían a través de intercambios con otros
pueblos, su modelo económico fue exitoso, y la población aumentó y las aldeas crecieron en
tamaño y complejidad.
Las viviendas de las comunidades aldeanas en las Sierras Centrales eran semisubterráneas,
excavadas en el suelo y con techos de paja sostenidos por postes. Además de las viviendas, las
aldeas tenían sectores destinados al almacenamiento de alimentos, talleres y actividades
cotidianas. Algunas casas estaban protegidas por empalizadas de ramas y arbustos espinosos.
Estas comunidades mantenían relaciones de intercambio con otras poblaciones, como se
evidencia en la presencia de collares hechos con valvas de moluscos del océano Atlántico y
objetos de metal obtenidos de los pueblos andinos.
Estas poblaciones ribereñas utilizaban diferentes recursos para su subsistencia, como la pesca
con anzuelos, redes y arpones, y la caza con arcos y flechas. También eran hábiles en el trabajo
de la piedra, el hueso y las valvas de moluscos, utilizadas para la fabricación de cuentas de
collares. Además, se destacaban en la cerámica, elaborando piezas decoradas de distintas
formas y tamaños.
En resumen, el texto muestra cómo los guaraníes y otras poblaciones ribereñas del litoral
fluvial incorporaron el cultivo en sus actividades y desarrollaron técnicas agrícolas y artesanales
para adaptarse a su entorno.
Los cazadores-recolectores pampeanos
La intensificación también se reflejó en los contactos entre las comunidades. Estos contactos se
ampliaron e intensificaron, no solo en términos de recursos básicos y materias primas escasas,
sino también en objetos y materiales suntuarios de alto valor simbólico. Se desarrollaron
circuitos de intercambio, algunos de ellos antiguos, que implicaban la movilidad de personas y
el establecimiento de contactos periódicos con otras comunidades. Además, se sugiere que en
algunos casos se establecieron contactos con grupos más lejanos fuera de la región pampeana,
y con el tiempo, estas redes de intercambio se volvieron más extensas y complejas.
Los hallazgos arqueológicos en la cuenca inferior del río Salado y en Tapera Moreira, en la
cuenca del río Curacó, proporcionan evidencia del funcionamiento de estos circuitos de
intercambio hace aproximadamente 800 años. En la cuenca inferior del río Salado, la falta de
piedras adecuadas para la fabricación de artefactos llevó al uso de materias primas
provenientes de sierras cercanas. También se encontraron restos que sugieren contactos
extrarregionales, como fragmentos de objetos que podrían provenir de lugares ubicados a una
distancia de al menos 800 kilómetros y que pertenecen a objetos de uso suntuario.
En el caso de Tapera Moreira, se han identificado contactos extrarregionales que sitúan este
sitio como el núcleo de una extensa red que se extendía hacia la Patagonia septentrional, las
Sierras Centrales y el valle central chileno. Los materiales más destacados son fragmentos de
cerámica pintada, que difieren significativamente de la cerámica de la pampa y las regiones
vecinas, pero muestran sorprendentes similitudes con la cerámica del complejo El Vergel-
Valdivia, que se desarrolló en la misma época al oeste de la cordillera de los Andes.
Sin embargo, algunos especialistas sugieren que no todos los sitios fueron ocupados al mismo
tiempo ni de manera continua. Debido a las necesidades de movilidad causadas por la
disponibilidad estacional de ciertos recursos, como la caza, o la limitada ubicación de otros,
como algunas materias primas, algunos sitios representarían ocupaciones temporales o
estacionales, mientras que otros eran visitados ocasionalmente por las bandas durante sus
desplazamientos. Además, durante el Holoceno tardío se produjeron importantes fluctuaciones
climáticas, como variaciones en temperatura y humedad, que a corto plazo habrían afectado
las condiciones locales. Lugares que fueron favorables para la ocupación humana en un
momento determinado podrían haber dejado de serlo, obligando a los grupos a desplazarse y
asentarse en otros sitios.
Este largo proceso de contactos e intercambios entre los distintos grupos regionales debió
haber impulsado la circulación de conocimientos, conceptos e ideas comunes. Con el tiempo,
se fue extendiendo un modo de vida común entre las poblaciones de la región. Este modo de
vida generalizado fue el que observaron y describieron los primeros viajeros que visitaron la
zona en el siglo XVI, quienes dieron a sus habitantes el nombre genérico de "patagones", hoy
reemplazado por el nombre genérico de "tehuelches". Sin embargo, este modo de vida general
no ocultaba las diferencias regionales entre los grupos, que se manifestaban en la conservación
de variedades dialectales, así como en los sistemas simbólicos de expresión, especialmente en
el arte rupestre, y en el reconocimiento de los territorios propios de cada grupo.
Hace unos 500 años... (ca. 1500) “El mundo indígena en las vísperas de la invasión
europea”.
En el año 1500, en los Andes meridionales, el proceso más significativo era la presencia de los
incas, que habían conquistado la región unas décadas antes. Mientras tanto, hacia el este, los
pueblos tupí-guaraní se estaban desplazando hacia el sur hasta el Río de la Plata, y otros
grupos se dirigían hacia el oeste a lo largo de los ríos, atacando las poblaciones del oriente
andino e incluso las fronteras del imperio incaico. En el sur, en las llanuras y en la meseta
patagónica, los cazadores y recolectores tenían una vida más compleja. Las redes de
intercambio entre diferentes regiones se habían vuelto más amplias y complejas, abarcando
regiones muy distantes.
En las últimas décadas del siglo XV, los incas conquistaron las tierras del noroeste argentino y
las incorporaron a su imperio. Esto tuvo un profundo impacto en el desarrollo de los pueblos
de la región. En ese momento, estas poblaciones habían alcanzado su mayor densidad,
desarrollo económico, avances tecnológicos y formas complejas de organización política y
social. El noroeste argentino comprende varias subregiones con diferentes condiciones
geográficas, como la Puna, los valles y quebradas, y las yungas o valles húmedos del oriente.
Las diferencias en suelo y clima llevaron a los habitantes de estas regiones a desarrollar
distintas formas de adaptación que no fueron eliminadas por la conquista incaica.
Existía un extenso y antiguo sistema de intercambio que vinculaba a las diferentes subregiones,
generando una activa circulación de bienes. Estos intercambios se extendían aún más allá,
formando un amplio circuito que incluía territorios vecinos como los oasis del desierto de
Atacama y la costa del Pacífico, la llanura chaqueña y el sur de Bolivia.
Aunque los incas difundieron el uso del quechua como lengua franca, las lenguas locales no se
perdieron y se mantuvieron hasta la época colonial. En la mayoría de los valles y quebradas de
las actuales provincias de Salta, Catamarca y La Rioja, se hablaban varios dialectos de una
lengua llamada cocán o diaguita, que también era utilizada por diferentes comunidades. Otras
lenguas locales eran el kunza en la Puna, una lengua desconocida utilizada por los omaguacas
en la Quebrada de Humahuaca y zonas cercanas, y las diversas lenguas habladas por los grupos
huarpes en el sur, entre otros.
4. Chiriguanos: Avanzaron desde el noreste salteño y los valles cálidos del oriente boliviano
hacia el borde del macizo andino. Eran de origen guaraní y hablaban una lengua relacionada
con el grupo guaycurú. Al igual que los lules, amenazaban a las poblaciones locales y
practicaban la antropofagia.
5. Comechingones: Eran pueblos agroalfareros ubicados en las Sierras Centrales de Córdoba y
San Luis. Eran conocidos por su belicosidad y habitaban en cuevas y casas semisubterráneas. Su
economía combinaba la agricultura, la caza, la pesca y la recolección. Tenían contactos con
otras comunidades y practicaban la producción textil.
Los conquistadores, tanto los incas como los españoles, dieron diferentes nombres a esta
población. Los incas los llamaron "aucas", un término general utilizado para referirse a pueblos
rebeldes y belicosos. Los españoles adoptaron este nombre, aunque prefirieron llamarles
"araucanos", popularizado por el poema "La Araucana" escrito por Alonso de Ercilla. Este
término deriva de la provincia de Arauco, donde se encontraba la mayor concentración de
población nativa. Los descendientes actuales de estos pueblos originarios prefieren
identificarse como mapuches, que significa "gente de la tierra" y ya estaba documentado en el
siglo XVIII. En el siglo XVI, sin embargo, aparentemente utilizaban el término "reche", que
significa "la gente verdadera".
Estos reche eran probablemente descendientes de antiguos pueblos agroalfareros que habían
incorporado elementos de origen andino y de las llanuras orientales a su cultura. Aunque no
formaban una unidad sociopolítica, compartían una lengua común con variantes dialectales,
conocida como mapudungun o "lengua de la tierra", y compartían rasgos culturales básicos.
Utilizaban el sistema de roza para la agricultura en áreas abiertas o en claros despejados entre
los bosques de robles. La papa era fundamental en su alimentación, aunque también
cultivaban maíz y otros granos en la parte norte de su territorio. Además, cultivaban calabazas,
ajíes, porotos, quinua, teca (un tipo de gramínea utilizada para producir harina), un cereal
conocido como magu y una oleaginosa llamada madi, entre otros cultivos.
Sin embargo, la agricultura no cubría todas sus necesidades. Los abundantes recursos del litoral
marítimo les permitían practicar la pesca y la recolección de mariscos y moluscos. También
pescaban y capturaban aves en lagunas y lagos. El bosque de robles (y el de araucarias en la
zona cordillerana) proporcionaba una gran variedad de frutos y semillas para recolectar, y la
caza de guanacos, pudús, huemules y otros animales era una fuente importante de recursos.
Tenían animales domesticados como perros y una especie de gallinas particular, pero el más
destacado era el ckilihueque, un camélido distinto de la llama y la alpaca. Vivían en casas
aisladas llamadas rucas o en pequeñas aldeas, y mostraban una gran movilidad en su forma de
vida. La sociedad reche no presentaba diferencias jerárquicas establecidas, a excepción del
prestigio personal y la disponibilidad de ciertos bienes valorados. El parentesco determinaba
los derechos y obligaciones fundamentales de los individuos, y la familia desempeñaba un
papel central en la organización social. Las actividades productivas no parecían estar
especializadas según el sexo o la edad.
No había estructuras políticas estables en la sociedad reche. Los asuntos de cada comunidad
eran manejados por los jefes de familia y de linaje, y en ocasiones especiales se recurría a
ancianos reconocidos como sabios para resolver conflictos. Los jefes de linaje o de familia
ganaban prestigio a través de su valentía en la guerra, su habilidad oratoria en reuniones
colectivas, la cantidad de esposas (los matrimonios regulaban las relaciones entre las familias y
consolidaban alianzas) y la acumulación de bienes, cuya distribución permitía ganar seguidores
y lealtades. Estos grandes hombres reche eran conocidos como ulmenes y entre ellos se
elegían los caciques. Durante tiempos de guerra, podían surgir líderes temporales con ciertos
poderes, llamados toqui, que se encargaban de organizar y dirigir a los guerreros (loncos) en
los combates.
En cuanto a las creencias, la figura del chamán, conocido como machi, tenía un papel
predominante. El machi podía ser tanto hombre como mujer y era reverenciado y temido, ya
que se creía que tenía el poder y los conocimientos para controlar y dominar las fuerzas
sobrenaturales, tanto benéficas como maléficas, que podían causar enfermedades o la muerte.
El machi podía curar a los enfermos pero también podía provocar enfermedades o la muerte.
Además, tenía el control sobre las fuerzas que regulaban las condiciones climáticas.
La sociedad reche experimentó una transformación profunda en los siglos posteriores como
resultado de la guerra con los invasores españoles y del contacto con el mundo hispano-criollo.
Durante el siglo XVIII, la guerra abierta fue reemplazada por un sistema de relaciones
fronterizas más complejas y relativamente pacíficas, aunque aún había violencia presente.
Hace unos 400 años... (ca. 1600) “El mundo subvertido”.
La presencia de los europeos tuvo un impacto profundo en los pueblos originarios de América.
Para ellos, la llegada de los invasores representó un encuentro con un mundo completamente
desconocido y ajeno a sus propias tradiciones y formas de vida.
Los europeos llegaron con tecnologías superiores, armas de fuego y una mentalidad de
conquista y dominio. Impusieron su autoridad sobre los pueblos nativos, sometiéndolos y
obligándolos a trabajar para ellos. Utilizaron la violencia y aplicaron castigos severos a aquellos
que se resistían a su dominio.
Además de la opresión política y económica, los pueblos originarios también sufrieron el
colapso demográfico debido a la propagación de enfermedades traídas por los europeos, a las
cuales no tenían inmunidad. Esto resultó en la pérdida masiva de vidas y en la destrucción de
las estructuras sociopolíticas nativas.
La introducción de una economía monetaria, ajena a las prácticas económicas tradicionales de
los pueblos originarios, tuvo un impacto desestabilizador en sus comunidades y en las
relaciones sociales y económicas que habían existido durante siglos.
Además, la imposición del cristianismo por parte de los europeos significó la supresión de las
creencias y prácticas religiosas indígenas. Esto llevó a la desintegración cultural, ya que muchas
tradiciones y conocimientos ancestrales fueron reprimidos o perdidos.
La expansión de los europeos por el continente americano durante el siglo XVI fue un proceso
de conquista y colonización que tuvo un impacto significativo en las sociedades nativas.
En primer lugar, los europeos exploraron las costas y establecieron colonias en islas y territorios
costeros. Posteriormente, se aventuraron tierra adentro y lograron conquistar poderosos
imperios como el azteca en México y el incaico en Perú. Estos imperios fueron derrocados y
saqueados, y sus líderes ejecutados.
Los conquistadores impusieron su dominio sobre los pueblos nativos, sometiéndolos a trabajos
forzados y obligándolos a adoptar las costumbres y creencias europeas. Los nativos perdieron
sus tierras y se vieron obligados a comprar productos europeos, mientras que sus propias
tradiciones y formas de vida fueron prohibidas o suprimidas.
La resistencia de los nativos no fue inexistente, y hubo varios levantamientos y rebeliones
contra los conquistadores. Sin embargo, estas resistencias fueron reprimidas con dureza.
A medida que los europeos avanzaban hacia el sur, también encontraron territorios difíciles de
conquistar debido a su inhospitalidad, como las regiones extremas o las selvas tropicales. Sin
embargo, lograron establecer colonias en lugares como el Río de la Plata y expandieron su
dominio hasta Chile.
A pesar de estos avances, todavía quedaban vastas regiones fuera del control de los europeos,
como América del Norte (excepto México), las extensas llanuras sudamericanas y la meseta
patagónica. Además, los portugueses, provenientes de Portugal, se instalaron en las costas
orientales de América del Sur y comenzaron a traer esclavos africanos para trabajar en sus
colonias.
Hacia el año 1600, los invasores españoles habían ocupado una parte de los territorios
meridionales de América y habían sometido a gran parte de la población nativa. Esta ocupación
comenzó décadas atrás, cuando los primeros conquistadores llegaron a la región habitada por
diferentes grupos étnicos.
En las tierras altas de los Andes meridionales y las Sierras Centrales, vivía una población densa
de agricultores que poseían una tecnología avanzada. Hacia el este, a lo largo de los grandes
ríos que desembocaban en el Río de la Plata, había otros grupos de agricultores con una
tecnología más simple que vivían en aldeas dispersas. En el resto del territorio, había bandas
nómadas que dependían principalmente de la caza y la recolección.
Los primeros contactos entre los nativos y los invasores se produjeron cuando estos últimos
exploraban la costa atlántica en busca de una ruta marítima hacia el océano Pacífico. Sin
embargo, el interés por la navegación en esas aguas peligrosas disminuyó a medida que crecía
el interés por las tierras americanas.
En 1526 y 1527, Sebastián Caboto y Diego García exploraron el litoral fluvial argentino
siguiendo la ruta de Magallanes. Su objetivo era encontrar las fabulosas riquezas minerales en
el interior del continente que habían sido mencionadas por los supervivientes de la expedición
de Juan Díaz de Solís. Aunque no lograron encontrar esas riquezas, estas exploraciones
sentaron las bases para futuras expediciones y asentamientos.
En 1536, Pedro de Mendoza llegó al Río de la Plata con una expedición para explorar y
colonizar la región. Fundó la ciudad de Santa María de los Buenos Aires, pero debido a la
escasez de alimentos y los conflictos con los nativos, la ciudad fue abandonada después de
cinco años. Mientras tanto, los invasores también exploraron los ríos del litoral y fundaron
Asunción, en la región del río Paraguay.
Desde Asunción, Juan de Ayolas y Domingo Martínez de Irala exploraron el laberinto fluvial
hacia el norte y el oeste. Finalmente, Irala llegó a la Sierra de la Plata, que en realidad era el
territorio del Perú, que ya había sido conquistado por los españoles.
En esos años, también se inició la penetración española en el noroeste argentino, conocido
como Tucumán. Diego de Almagro, uno de los conquistadores del imperio incaico, ingresó al
territorio desde el Perú en 1535 y exploró la región hasta llegar al valle de Aconcagua.
Posteriormente, Pedro de Valdivia conquistó el reino de Chile y fundó la ciudad de Santiago en
1541.
En 1543, Diego de Rojas lideró una expedición al Tucumán, pero murió en el camino. Sus
hombres continuaron explorando la región durante varios años. Luego, se sucedieron varias
expediciones y fundaciones en el Tucumán, Cuyo y el litoral fluvial, impulsadas desde Chile.
El conflicto de jurisdicciones culminó en 1563, cuando se creó la gobernación del Tucumán.
Cobró impulso entonces la ocupación del territorio y se fundaron nuevas ciudades: San Miguel
de Tucumán en 1565, Nuestra Señora de la Talavera o Esteco en 1567 -y Córdoba en 1573.
Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de esta última, continuó su avance hasta alcanzar las orillas
del río Paraná, buscandouna vía de comunicación más rápida y directa con España a través del
litoral fluvial y del Río de la Plata. Allí encontró a Juan de Garay, quien, bajando desde
Asunción, acababa de fundar Santa Fe en 1573
Es importante destacar que, durante este proceso de colonización, hubo numerosos conflictos
y enfrentamientos entre los colonizadores españoles y los pueblos indígenas. Las expediciones
y fundaciones de nuevas ciudades estaban motivadas tanto por intereses económicos, como la
búsqueda de riquezas minerales y territorios para la producción agrícola, como por razones
estratégicas y políticas para asegurar el control del territorio.
A medida que se fundaban nuevas ciudades y se consolidaba la ocupación del territorio, se
establecieron instituciones coloniales para gobernar y administrar las colonias. Estas
instituciones estaban subordinadas al Virreinato del Perú, y más tarde, al Virreinato del Río de
la Plata, que fue creado en 1776.
En el siglo XVI, los españoles tenían un control limitado sobre el territorio del sur de América.
La mayoría de las tierras eran consideradas "tierra de indios", vastas regiones casi desconocidas
que se percibían como misteriosas, amenazantes y peligrosas. Incluso en áreas más cercanas a
las zonas ocupadas, existían regiones donde el control de los conquistadores era escaso o nulo.
Durante las primeras décadas de la colonización, la ciudad de Santiago del Estero fue uno de
los asentamientos más seguros de los españoles. Estaba ubicada en las tierras bajas entre los
ríos Dulce y Salado. Su población, que anteriormente tenía vínculos con los incas, aceptó a los
nuevos conquistadores después de algunas resistencias iniciales. Córdoba, más al sur, también
ejerció cierto control sobre las tierras circundantes durante bastante tiempo. Sin embargo, los
intentos de establecer ciudades más cercanas a los valles cordilleranos fueron frustrados
debido a la oposición de los pueblos calchaquíes y los conflictos entre los mismos
conquistadores. No fue hasta mediados del siglo XVII que se logró una ocupación efectiva y el
sometimiento de la región.
En el litoral fluvial, la ciudad de Asunción, establecida entre los pueblos guaraníes sedentarios y
agricultores, se consolidó como el principal centro de la región. En la segunda mitad del siglo
XVI, se expandió hacia el sur a lo largo del río Paraná. Los descendientes de los primeros
conquistadores, conocidos como "mancebos de la tierra" o criollos, desempeñaron un papel
importante en esta expansión. Santa Fe, Buenos Aires y Corrientes fueron ciudades
fundamentales en este avance hacia el sur, destinado a asegurar las comunicaciones marítimas
con la metrópoli y prevenir un avance portugués desde los asentamientos en las costas de
Brasil.
En cuanto al control efectivo del territorio, este no se extendió mucho más allá de las tierras
ribereñas y las pequeñas ciudades fundadas, que en realidad eran poco más que aldeas.
Grandes extensiones de tierras estaban bajo el control de los pueblos indígenas. Durante más
de un siglo, Buenos Aires vivió de espaldas a las pampas, mirando hacia Potosí, Asunción y el
Atlántico.
El proceso de conquista y colonización estuvo determinado tanto por los intereses de los
conquistadores como por las características del territorio y las sociedades que lo habitaban. En
los territorios del sur, la ocupación planteó desafíos particulares debido a las enormes
distancias, las duras condiciones geográficas y la resistencia de las poblaciones indígenas, ya
sea de forma activa o pasiva.
Las comunidades indígenas, divididas o fragmentadas, ofrecieron una resistencia menos formal
pero más efectiva. Los ataques sorpresivos, las retiradas y los nuevos ataques mantenían a los
invasores constantemente en peligro y en estado de alerta. Además, la derrota de un grupo no
impedía que otros continuaran luchando, o que aquellos que parecían someter
Las resistencias y rebeliones por parte de las poblaciones indígenas fueron una constante
durante la imposición del dominio colonial en el siglo XVI en América del Sur. Las comunidades
originarias no aceptaron fácilmente la presencia de los españoles y llevaron a cabo acciones de
resistencia en diferentes regiones.
En Buenos Aires, por ejemplo, hubo duros ataques indígenas que obligaron a los españoles a
abandonar la ciudad. En Asunción, los guaraníes se rebelaron en 1538 y 1539, y aunque se
logró pacificar la región, la ciudad seguía siendo vulnerable a los ataques de otros grupos
indígenas. Además, los abusos derivados del sistema de encomiendas provocaron nuevos
levantamientos.
En el Tucumán, las primeras exploraciones españolas enfrentaron duros ataques indígenas, y
muchos intentos de fundar ciudades fracasaron debido a la resistencia de las poblaciones
locales. La región del valle Calchaquí fue particularmente problemática, y allí surgieron grandes
jefes indígenas que lideraron rebeliones que amenazaban la presencia española.
Juan Calchaquí, líder indígena reconocido por distintas comunidades, encabezó una rebelión en
el valle Calchaquí en 1561. Las ciudades españolas fueron atacadas y sitiadas, y a pesar de los
intentos de los conquistadores por enviar refuerzos, no pudieron ser sostenidas. La rebelión se
extendió hacia el norte, y otras comunidades indígenas se unieron al movimiento. La situación
se estabilizó un poco con la creación de la Gobernación del Tucumán y la designación de
Francisco de Aguirre como gobernador, pero el valle Calchaquí seguía fuera de control. La
resistencia continuó hasta que en 1588, tras la muerte de Juan Calchaquí, uno de sus hijos se
sometió a los españoles.
En la quebrada de Humahuaca, más al norte, también se produjo una rebelión en respuesta a
la fundación de San Salvador de Jujuy en 1594 y al intento de encomendar a los indígenas.
Viltipoco, líder regional reconocido por muchas comunidades, lideró la rebelión y cortó las
comunicaciones con los centros del Alto Perú. Sin embargo, traiciones y la necesidad de
acumular provisiones debilitaron el movimiento, y Viltipoco fue capturado y falleció en prisión.
Los intentos de fundar ciudades en el Chaco también encontraron obstáculos debido a la
oposición de los indígenas. Esteco y Nuestra Señora de la Concepción del Bermejo fueron
fundadas en el actual Chaco salteño y oriente chaqueño respectivamente, pero tuvieron una
existencia difícil y finalmente fueron abandonadas debido a la hostilidad de los indígenas.
Estas resistencias y rebeliones indígenas demostraron que la imposición del dominio colonial
en América del Sur no fue un proceso lineal ni fácil, y los conquistadores enfrentaron
constantes desafíos para asegurar su control sobre el territorio.
Estos contactos iniciales, aunque limitados, sentaron las bases para una mayor interacción
entre las sociedades indígenas y los invasores europeos en los siglos siguientes. A medida que
avanzaba el período colonial, los intercambios comerciales y culturales se intensificaron, y los
pueblos originarios comenzaron a adoptar productos y prácticas europeas en su vida cotidiana.
En las regiones del Chaco y Formosa, así como en el norte de Córdoba, Santa Fe y Santiago del
Estero, donde los españoles tenían un control limitado, las comunidades indígenas
mantuvieron su autonomía y resistieron la dominación colonial. Estas áreas se convirtieron en
espacios de refugio y resistencia, donde los pueblos originarios pudieron preservar sus
tradiciones y formas de vida en mayor medida.
En el caso de la Patagonia y las llanuras orientales, donde los contactos iniciales habían sido
escasos, el avance de la colonización europea en los siglos posteriores tuvo un impacto
significativo en las comunidades indígenas. A medida que aumentaba la presencia española y
se establecían fortificaciones y asentamientos, se produjo una transformación en la
organización social, económica y cultural de estos pueblos.
El intercambio de bienes y conocimientos se incrementó, y los indígenas adoptaron elementos
de la cultura europea, como el uso de herramientas de metal, la introducción de nuevos
cultivos y la adopción de ciertas prácticas agrícolas y ganaderas. Al mismo tiempo, se produjo
una creciente dependencia de los productos y tecnologías europeas, lo que tuvo un impacto en
sus formas de vida tradicionales.
Sin embargo, es importante destacar que la resistencia y la adaptación no son procesos
excluyentes, sino que coexistieron en diferentes grados y en distintas comunidades indígenas a
lo largo del tiempo. Algunas comunidades mantuvieron una resistencia activa contra la
dominación colonial, mientras que otras buscaron adaptarse a las nuevas circunstancias para
preservar su identidad y asegurar su supervivencia.
Hacia fines del siglo XVI, la navegación por el litoral patagónico había disminuido
considerablemente y Buenos Aires, en el Río de la Plata, era todavía un pequeño asentamiento
en los dominios españoles. A diferencia de lo que sucedía en el territorio trasandino afectado
por las guerras con los Mapuches en la Araucanía, las relaciones entre españoles e indígenas en
los primeros tiempos de la dominación colonial en Buenos Aires fueron en general pacíficas.
La ocupación del territorio vecino se vio limitada debido a las pequeñas necesidades de la
población porteña, lo que llevó al desarrollo de las primeras chacras de trigo y al
aprovechamiento del ganado vacuno para exportar cueros. La expansión hacia el sur fue
mínima y las incursiones ocasionales en busca de ganado cimarrón (animales salvajes,
especialmente caballos, descendientes de los ejemplares abandonados en la primera Buenos
Aires) no generaron conflictos significativos.
El caballo fue una de las primeras incorporaciones europeas en la vida indígena de la región. Su
presencia en las pampas se remonta a la década de 1540, y a finales del siglo XVI los nativos ya
habían aprendido a utilizarlos. Es probable que desde el lado chileno de los Andes también se
introdujeran caballos en las llanuras, ya que a mediados del siglo XVI, los pueblos de la
Araucanía, que mantenían contactos fluidos con las poblaciones de las pampas, utilizaban
caballos con éxito en su lucha contra los españoles. Además de su uso en la guerra, los caballos
y las yeguas proporcionaban carne y materiales como cueros, crines y huesos, facilitaban los
desplazamientos, el transporte de carga y las cacerías. Es probable que también se comenzara
a utilizar ganado vacuno introducido por los españoles poco después del caballo, hacia 1600.
En el Chaco, la situación era diferente debido a su ubicación rodeada por territorios españoles.
Los grandes ríos permitieron los contactos y el comercio entre el frente occidental (Tucumán y
Córdoba) y el frente oriental (litoral fluvial). Estos contactos intensificaron las relaciones, ya sea
comerciales o bélicas, con las poblaciones fronterizas y generaron conflictos entre los
diferentes grupos que competían por el control de esos flujos comerciales y el acceso a los
bienes europeos.
Durante el siglo XVI, las relaciones entre las poblaciones chaqueñas y los españoles fueron
conflictivas. Algunos grupos indígenas resistieron el asentamiento de los españoles y
participaron en rebeliones contra el sistema de encomiendas. Los guerreros ava o chiriguanos
representaban una amenaza constante para las poblaciones del oriente andino, al igual que lo
habían sido para los incas. Estos guerreros saquearon las estancias del oriente altoperuano y
robaron una cantidad significativa de caballos, que utilizaron en la guerra. La posesión de
caballos reforzó las distinciones sociales entre los guerreros ava y las poblaciones locales
sometidas, a las que se les prohibía montar y utilizar estos animales.
En el Chaco oriental, las relaciones tampoco fueron pacíficas. Aunque algunos grupos cercanos
a Asunción aceptaron el dominio español después de resistir inicialmente, la mayoría
permaneció independiente. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, grupos como los
guaycurúes comenzaron a apropiarse de caballos, aprender a usarlos y emplearlos en ataques
a poblados españoles o a indígenas sometidos, especialmente guaraníes. Con estas acciones,
obtuvieron más caballos y pronto también ganado vacuno. Para 1582, los guaycurúes cercanos
a Asunción ya tenían más caballos que los españoles. Informes posteriores muestran que
algunas décadas después, grupos como los mocovíes, tobas y abipones consumían carne de
caballo y utilizaban sus cueros para construir viviendas. Hacia finales del siglo XVI, las amenazas
de ataques indígenas mantenían en constante alerta a los pobladores de Asunción, Concepción
del Bermejo y Corrientes.