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El callejón de la quemada

Se cuenta que durante el siglo XVI existió


una hermosa joven europea que a
cualquiera impactaba por su belleza. Se
trataba de Beatriz, quien había llegado al
lugar desde el municipio español de Villa de
Illescas. Arribó a tierras mexicanas porque
su padre, Gonzalo Espinosa de Guevara,
llegó a la Ciudad para ser encomendero.

En aquello tiempos, se acostumbraba traer


a gente española de confianza y de mucho
dinero para asignarles a grupos de
indígenas. Los encomenderos debían
enseñarles la religión católica y
asegurarse de que éstos trabajaran las
tierras de las zonas aledañas.

Cabe destacar, que Gonzalo Espinosa


era propietario de algunas minas y
diversos negocios, por lo que estaba
acostumbrado a trasladarse
constantemente y dejar a su hija sola.
Se cuenta, que mientras Beatriz salía a
pasearse para hacer los
mandados, todo el que se cruzaba con
ella quedaba prensado de sus grandes
ojos, sus “finas facciones” y su hermosa
cabellera.
Por sus encantos internos y externos, los
hombres la llamaban “mujer de figura
angelical”. Por lo anterior, estaba
acostumbrada a que más de uno quisiera
pretenderla e invitarla a salir, aunque
durante mucho tiempo, nadie logró flechar
su corazón.

De pronto, en su camino se cruzó el joven


italiano Martín de Scúpoli, quien en aquél
entonces tenía -al igual que su padre- una
posición destacada, ya que era marqués de
Piamonte. En cuanto la mujer lo conoció
quedó fascinada y decidió darle una
oportunidad.

Poco a poco su relación se fue haciendo


más intensa debido a que Martín le
mandaba en diferentes momentos del día
cartas de amor, en donde le dedicaba una
infinidad de versos románticos. Beatriz
acostumbraba guardar sus notas en un
cofre, como si fueran joyas muy costosas.

Sin embargo, como toda historia de


amor juvenil y prematura, los
problemas comenzaron a llegar. Uno de
los motivos por los que la joven
comenzó a alertarse fue que el marqués, al
ver que era observada por todas las
personas cuando salían a caminar, empezó
a celarla.

La intensidad de sus actos fue


incrementando hasta que llegó el momento
en el que no dejaba que ningún otro
hombre que no fueran él o don Gonzalo, se
le acercara. De hecho, se cuenta que con el
tiempo no sólo ahuyentaba a los varones de
su amada, sino que también mataba con su
filosa espada a todo aquel que fuera
considerado competencia.

Como era de esperarse, Beatriz empezó a


asustarse por sus conductas extremistas y
violentas. En numerosas ocasiones intentó
hablar con él, pero sus intentos eran
inútiles, pues el hombre ya había perdido la
cabeza por sus encantos femeninos.

Ante esto, la joven española, que no


toleraba ver sufrir a otros, decidió poner un
alto a la situación que no la dejaba dormir.
Fue a su casa y al entrar se dirigió a la
cocina, allí tomó un brasero, le puso carbón
y cuando éste estaba prendido, sumergió su
rostro en el recipiente humeante.

El objetivo de esta descabellada acción


fue acabar con su hermosa cara que tantos
problemas había traído a su vida. A pesar de
que sus sirvientas la rescataron cuando se
percataron de lo que estaba haciendo, ya
era muy tarde y su rostro ya tenía daños
severos.

Cuando Scúpoli llegó a verla, se enterneció


por lo que había hecho, ya que estuvo
dispuesta a renunciar a su belleza con tal de
que no murieran más inocentes. Por ese
motivo, el italiano quedó aún más
enamorado de ella y le pidió matrimonio.

Al poco tiempo se casaron en el templo La


Profesa, una iglesia que se ubica en la a
esquina de las calles Madero e Isabel la
Católica, en el Centro Histórico. A raíz de su
accidente, Beatriz siempre acostumbró
llevar un velo negro que le cubría todo el
rostro.

El callejón del indio triste

Era el año de 1548. Veinte meses hacía


que estas tierras estaban bajo el
dominio español. El pueblo de
Tlacuitlapán, todo desolación, porque
su Seńor y Caudillo, el valiente Tlácuitl,
se encontraba moribundo en su prisión.
Su hija, la hermosa Xúchitl, la última
princesa chichimeca, se hallaba a su
lado llorando amargamente y unos
cuantos servidores le acompañaban. De
pronto, un destello de esperanza
iluminó los empañados ojos del
agonizante: era el Señor del Pánuco, su
gran amigo y aliado, Xólotl, el valiente,
burlando la vigilancia a los carceleros,
acababa de llegar. Haciendo un penoso
esfuerzo, el moribundo, le hizo una
seña de que se acercara hasta su lecho
y tomándolo lo unió a la mano
desamparada de Xóchitl; y como si nada
más esto esperara, cerró para siempre
sus ojos, dejando a su pueblo a merced
del vencedor y a su hija bajo el amparo
de su proscrito. Cuando Xóchitl
comprendió que su padre había
muerto, deshaciéndose de la mano de
su prometido, se arrojó sobre el
cadáver, pidiendo que le llevara
consigo. Después de los funerales del
último Señor de Tlacuitlapán, quedaron
en libertad sus servidores y Xóchitl se
fue a vivir con ellos. Xolótl también
quedó libre y en vano rogaba a Xóchitl
que se casara con él, en cumplimiento
de la voluntad de su padre; ella le
contestaba que su pesar era tan grande
que no quería saber nada de amores.
Pero la verdad era que la ironía del
destino, Xóchitl se había enamorado del
Capitán D. Gonzalo de Tolosa, sobrino
del conquistador Don Juan de Tolosa. Lo
había conocido en la prisión y a su
poderosa influencia debía que ni su
padre, ni ella, ni ninguno de sus
servidores fueran maltratados; su padre
fue debidamente atendido durante su
enfermedad y sus funerales fueron
dignos de su rango; por eso lo amaba
con todas sus fuerzas de alma virgen. El
también la quería y sólo esperaba, para
hacerla su esposa, que dejara la religión
de sus mayores y se hiciera cristiana.
Fray Diego de la Veracruz, había
emprendido la catequización de la
princesa que avasallada por el amor de
D.Gonzalo se rendía sumisa a todas las
exigencias de éste. Un día supo Xólotl
que su adorada Xóchitl se casaba con el
Capitán después de abjurar sus
religiones y recibir el bautismo con el
nombre de María Isabel. La
desesperación del indio no tuvo límites;
impotente para vengarse de un
enemigo tan poderoso que todo lo
arrebataba de una vez: sus dominios,
sus riquezas, el amor de la que iba a ser
su esposa y hasta la fe en sus dioses.
Desde entonces, entre las ruinas de un
templo que había por el antiguo reino
de Tlacuitlapán, se veía un indio triste y
demacrado, mal cubierto con un manto
de lana, contemplando el camino que
llevaba a la Capilla de Mexicapán,
levantada por los españoles para culto
de la Virgen de los Remedios. Después
de que se perdía esta comitiva, se
echaba a llorar el indio y se escondía
entre las ruinas, donde tenía su
morada. Un día no se le vio más, lo
buscaron y lo encontraron muerto y con
asombro reconocieron al que fuera
soberbio y valiente Xólotl y entre sus
dedos encontraron una flor, símbolo de
su amor por Xóchitl que significaba flor.
Tiempo después abrieron un callejón en
el sitio que ocupan las ruinas de aquel
templo, el vulgo lo llamó “Callejón del
Indio Triste”
La leyenda de la Mulata de Córdoba

Era 1618. En Villa de Córdoba de los


Caballeros (la actual Córdoba,
obviamente) vivía una mujer llamada
Soledad. Nadie sabía su origen,
domicilio ni quiénes eran sus familiares.
Su belleza hacía que muchos hombres
la pretendieran.

Soledad era mulata; por sus venas


corría sangre negra y española.
Desafortunadamente, en esos tiempos,
los mulatos no contaban con derechos y
pertenecían a un estrato social bajo.

En el pueblo se rumoraba que Soledad


era muy buena para curar por medio de
hierbas y rituales. También se decía que
podía predecir eclipses, conjurar
tormentas, temblores y provocar
enfermedades. Las mujeres -con un
poco de envidia o solo por chisme (o
ambas cosas a la vez)- aseguraban que
tenía el poder de hacer que los
hombres cayeran rendidos ante ella,
siendo capaces hasta de pedirle
matrimonio.

Todo esto hacía que “la Mulata de


Córdoba,” como todos la conocían,
fuera señalada como bruja y hechicera.
Incluso pregonaban que tenía un pacto
con el diablo.

A pesar de su belleza, Soledad siempre


fue huraña y prácticamente "bateaba" a
sus pretendientes. Uno de ellos fue don
Martín de Ocaña, alcalde de Córdoba.
Después de haber sido rechazado, este
señor quiso vengarse y utilizó todas las
habladurías de muchos del pueblo en
contra de ella para culparla de brujería.
No conforme con eso (el muy "ardilla"),
inventó que ella le dio una bebida para
que perdiera por completo la razón.

La Santa Inquisición al saber todo esto


sobre "la Mulata", no tardó en
detenerla y enviarla a la cárcel del
fuerte de San Juan de Ulúa , en el
actual puerto de Veracruz , acusada de
brujería. El castigo fue terrible: la
condenaron a muerte.
El callejón del beso

Carmen era hija única de un hombre


autoritario y violento. Ella era cortejada
por Luis, un minero pobre de un pueblo
cercano. Al descubrir su amorío, el
padre de Carmen la encerró y la
amenazó con internarla en un
convento; él quería que se casara en
España con un viejo noble para hacerse
aún más rico.

Después de llorar durante varias


noches, Carmen pidió a Brígida, su
dama de compañía, que le llevara una
misiva a Luis con las malas noticias.
Ante ese hecho él decidió mudarse a la
casa que estaba justo enfrente de la de
su amada. Esta casa tenía un balcón que
daba a un callejón tan angosto que se
podía tocar con la mano la pared de
enfrente.

Un día se encontraban los enamorados


platicando de balcón a balcón, cuando
escucharon que dos personas discutían.
Eran el padre de Carmen y Brígida,
quien buscaba impedir que el amo
entrara a la alcoba de su hija. Por fin, el
padre pudo introducirse, y al presenciar
la escena, clavó enfurecido una daga en
el pecho de ella.

Se dice que, aun cuando Carmen yacía


muerta, Luis no dejó ir su mano, la cual
besó tiernamente durante horas. 

La romántica y trágica leyenda ya es


toda una tradición en la ciudad. Hoy
día, los turistas visitan el famoso
callejón (el Callejón del Beso) y sellan su
propio destino –uno muy diferente al
de Carmen y Luis– besándose en
el tercer escalón. 
La leyenda de La Planchada

Según la leyenda, La Planchada es el


fantasma de una mujer llamada Eulalia
que vivió en la Ciudad de México a
principios del siglo XX y trabajaba como
enfermera en el Hospital Juárez, que en
ese entonces se llamaba Hospital de
San Pablo.

La mujer era muy apasionada a su


trabajo hasta que se enamoró de
Joaquín, un joven médico que parecía
ser un buen hombre; sin embargo, al
final no fue así.

Supuestamente Eulalia y Joaquín
comenzaron una relación y al poco
tiempo él le pidió matrimonio, pero a
los pocos días de eso, la enfermera se
enteró de que el médico se había ido
del hospital y había contraído
matrimonio con otra mujer.

Eulalia entraría en depresión tras saber


de la noticia y según la leyenda, a partir
de ese momento dejó de atender a los
pacientes y murió rápidamente luego
de ser internada en el hospital en el que
trabajaba. Y algunas personas que
creen en el fantasma de Eulalia afirman
que se siente culpable por los enfermos
que dejó morir cuando sufría de mal de
amor, y por eso ahora cuida a los
enfermos del Hospital Juárez cada
noche.
La leyenda de la barranca del diablo

Cuenta la leyenda que todo comenzó


hace mucho tiempo, cuando el diablo
andaba ocasionando estragos en la
Tierra. Tanto así, que San Pedro quiso
castigarlo por tanta maldad y fue a
buscarlo por todo el mundo, hasta que
lo encontró. Se hallaba en territorio
cálido, el que más le gustaba a la bestia.
Se encarnizaron los dos en una terrible
lucha. Bien contra el mal, ángeles
contra demonios.

Satanás profería obscenidades en


contra de todo lo sagrado, pero el
guardián de las puertas del cielo no se
dio por vencido. Arremetió contra él
hasta que lo fue arrinconando en la
punta de un saliente, debajo del cual se
veía una barranca con una profundidad
de miles de kilómetros y una oscuridad
densa como la misma noche.

San Pedro lo empujó entonces por el


barranco, quedando las huellas de sus
sandalias impresas en el borde del
abismo. Al principio quiso alcanzarlo,
pero al ver que no podía salir de allí,
decidió que ese sería su castigo,
Permanecer en el fondo de la barranca
por la eternidad. Y así fue.

Cuanto más furioso se sentía el


demonio, lanzaba enormes llamaradas
de fuego que alcanzaban las montañas
y envolvían a aquella parte del mundo
con un calor abrasador. En su
resentimiento, Satanás juró a San Pedro
que algún día lograría salir de ese hoyo
y que mientras tanto, la zona del
barranco se iría volviendo cada vez más
árida e inhóspita.
La Nahualá

Era el año de 1807, en Puebla de los


Ángeles, aún territorio de la Nueva
España. La historia cuenta que la bruja
habitaba una mansión virreinal
abandonada, en lo que hoy es el Museo
Regional Casa del Alfeñique; y si bien el
nombre verdadero de la bruja se
desconoce, la llamaban la Nahualá, ya
que el verbo nahuali se refiere al
engaño o disimulo. Parece que la bruja
de día mostraba la figura de una mujer
hermosa y de noche asumía forma
animal, para asustar a quien se topara
con ella y robar niños para los rituales
que hacía.
Aterrorizadas, las familias se
encerraban en sus casas en cuanto el
sol se ponía y caía la noche. Pasaron los
años y la bruja falleció, pero su
fantasma permaneció en la casona.

Un día, dos niños curiosos, se escaparon


de su casa y entraron a la mansión
abandonada para comprobar si era
cierta la leyenda. La Nahualá se les
apareció y capturó al hermano mayor,
mientras el pequeño pudo escapar y
pedir auxilio.

Al poco tiempo el hermano menor llegó


acompañado de su familia y de la
comunidad, quienes pudieron rescatar
al niño secuestrado por la bruja; y está
por fin desapareció de la faz de la tierra
llevándose con ella toda su maldad.
La fuente de los muñecos

El Barrio de Xonaca anteriormente era


conocido como Barrio de los
Catrines, debido a las familias
adineradas del centro de México
construían ahí fincas y casas de
descanso, donde acostumbraban pasar
largas temporadas. 

Precisamente, Maximino Ávila
Camacho, quien fue gobernador de
Puebla de 1937 a 1941, construyó en
esta zona su casa de verano. Justo
frente a la iglesia de La Candelaria, en
una casona que alguna vez fue ocupada
por la emperatriz Carlota, quien fue
esposa de Maximiliano de Habsburgo  

Uno de los caballerangos de Maximino


Ávila Camacho tenía dos hijos, una niña
y un niño, de seis y siete años,
respectivamente. Ambos eran muy
amados por su familia y los pobladores.

La historia cuenta que un día una


tormenta azotó esta zona de la ciudad
de Puebla, justo cuando los niños se
dirigían hacia la escuela. Sin embargo,
los menores nunca llegaron.

Al paso de las horas y al ver que los


niños no regresaron a casa, sus padres y
vecinos salieron a buscarlos. 

La búsqueda duró días, pero no se


encontró rastro alguno de los
pequeños. Con pena y dolor, todos
dedujeron que, debido a la fuerte lluvia,
los niños cayeron en un pozo de agua
aledaño a la casa del general Ávila
Camacho.
Al enterarse de lo ocurrido, el general,
quien tenía en muy alta estima a su
caballerango, ordenó que se
construyera una fuente con azulejos de
talavera y un pedestal con dos figuras
de niños, justo en la zona donde se cree
que cayeron sus cuerpos.

Se dice que, por las noches, las figuras


inanimadas de la Fuente de los
Muñecos cobran vida para jugar, correr
por las calles empedradas de Xonaca;
algunos vecinos incluso aseguran que su
risa se escucha por todo el barrio hasta
al amanecer, cuando de nuevo regresan
al pedestal de talavera para petrificarse.
EL NIÑO DE MOMOXPAN

Ruidos, lamentos, gritos, sonidos de


cadenas arrastrándose e incluso se
cuenta que pueden verse pequeñas
flamas azules salir del suelo de
Momoxpan. La leyenda dice que
constantemente se aparece un niño de
aproximadamente 8 años que usa
taparrabos y huaraches. Siempre se le
encuentra excavando
desesperadamente. Todos los que se
han acercado a ayudarle coinciden en
que el niño les dice que debajo de las
construcciones están los cadáveres de
sus hermanos indígenas que fueron
asesinados durante la conquista. El niño
también asegura que esas almas no
descansarán en paz hasta que sean
desenterrados, razón por la que ahí
suceden tantos eventos paranormales.
Muchos dicen que al hacer
remodelaciones o excavaciones suelen
encontrarse restos de cadáveres. 
La Leyenda de la Pascualita

Desde 1930, un maniquí de aparador ha


llamado fuertemente la atención de
locales y turistas gracias a su belleza
hiperrealista. Se trata de La Pascualita,
una figura que, según cuentan, por las
noches cobra vida en “La Popular”, la
tienda de ropa donde es exhibida. El 25
de marzo de 1930 una llegada
sorprendió a los habitantes
de Chihuahua. Se trataba de La Chonita,
más tarde conocida como La Pascualita,
un maniquí que parecía tan real que
muchos quedaron sorprendidos, pues
parecía una mujer real, y una muy
hermosa.  Tenía delicados pliegues en
las manos e incluso grietas en las yemas
de los dedos que parecían sus huellas
dactilares. Además, en sus ojos había
algo que la hacía sentir viva, algunos
dicen que  seguía a los visitantes con la
mirada. Según el registro, La Pascualita
fue traída desde Francia por encargo de
la señora Pascualita Esparza Perales de
Pérez quien era encargada de la tienda
de ropa. Alrededor de este maniquí se
han construido diversas historias y
leyendas. Una de ellas es bastante
triste. En esta se dice que aquel
maniquí era la mismísima hija de la
señora Esparza. Según se cuenta, La
Pascualita tenía un futuro más que
prometedor. Era hermosa, inteligente y
de buen corazón. Pero, la muerte la
sorprendió, el día que iba a casarse. La
Pascualita sufrió la picadura de un
alacrán que le arrebató la vida y su
futuro. Ante aquel panorama tan triste,
la señora Esparza no soportó el dolor
por la pérdida y decidió embalsamar a
su hija para poder verla hasta el final de
sus días (en 1967). Los rumores
comenzaron a circular. A pesar de eso y
hasta la fecha, nada se ha confirmado,
ni tampoco desmentido. Con el paso del
tiempo, La Popular tuvo nuevos dueños
y, gracias a La Pascualita, se convirtió en
un sitio de gran tradición. Además, se
dice que aquel maniquí trae buena
suerte a todas las mujeres que están
por casarse. Si desean esto, lo que
deben hacer es comprar el vestido que
trae puesto el maniquí y así tendrán un
matrimonio duradero y lleno de dicha.
 La Leyenda del Fantasma de la Monja

Esta historia sucedió en el siglo XVI en


las calles de Guatemala y Argentina en
el centro histórico de la Ciudad de
México.  Los protagonistas de la historia
son los hermanos Ávila: Alfonso, Gil y
María. Ellos tenían la fortuna de contar
con una buena posición económica.
Esto les daba acceso a una vida llena de
lujos. Un hombre de apellido Arrutia
pretendía casarse con María, pero no
tenía intenciones honestas. Lo único
que buscaba era poder acceder a la
fortuna de su familia. Esta información
llegó a oídos de los hermanos de María,
por lo que buscaron evitar el
matrimonio. Lo primero que hicieron
fue buscar al novio para pedirle que no
lo hiciera. Este se negó, pero una vez
que le ofrecieron el suficiente dinero,
decidió marcharse. Al final, eso es lo
que quería. María al ver esto, se dio
cuenta de las verdaderas intenciones de
aquel hombre. Pero saber esto le causó
mucho dolor y le hizo caer en una
depresión profunda por más de dos
años. Sus hermanos, no sabiendo que
hacer, pensaron que sería buena idea
recluirla en un convento. Para ello, la
llevaron al antiguo convento de la
Concepción. Pensaron que ese
ambiente y el acercamiento a Dios le
harían bien. A pesar del tiempo que
pasó ahí, rezando todos los días y
buscando evitar el dolor, simplemente
no pudo. Y un día, se rindió. En el patio
del convento existe un árbol de
durazno, en donde tomó una cuerda y
decidió ahorcarse. En ese mismo lugar
terminaron por enterrarla las monjas y
parecía que había terminado la historia.
Pero, aproximadamente un mes
después, notaron cosas raras en el
ambiente. Algunas monjas juraban
haber visto en el patio, por la zona
donde está el árbol, a una monja
vagando de madrugada. Incluso,
algunas juraban que al estar por la
fuente de agua que se encontraba
cerca, podía verse el rostro de María. El
terror que esto les provoca era
indescriptible. Los años pasaron y las
apariciones continuaron. Incluso las
mismas religiosas estuvieron ofreciendo
toda clase de rezos y misas para
intentar alejar al espíritu. Pero pasaron
los años y las apariciones continuaban.
Sus hermanos murieron tiempo
después de forma violenta, ya que se
vieron envueltos en una revuelta,
donde fueron juzgados y sentenciados a
muerte. ¿Y el novio? Las malas lenguas
dicen que fue eliminado por la
aparición, que lo buscó hasta acabar
con él. Pero son rumores de la época,
no queda ningún registro de ello. Hasta
la fecha, hay quienes aseguran que el
fantasma de la monja todavía ronda por
los pasillos del convento.
PORTAD
A DE
LEYEND
AS

Montserrat Villalobos Arroyo

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