Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
by DarienAmesti
Amig@s de wattpad:
Infinitas gracias por su apoyo!... Esta historia ya se encuentra publicada!!
Voy a volver a subir todos los capítulos de esta historia para que puedas conocerla y
si quieres apoyarme comprando el libro físico o ebook ya sabrás de qué trata este
thriller Lgbt+
Abrazos infinitos!
Darien Amesti
En la Casa del Señor
En aquella época, Abner se había alejado de las creencias de su familia para vivir lo
que ahora ellos llamaban "pruebas divinas", y se dedicó a los placeres mundanos,
aprovechando el atractivo que ejercía en las mujeres; una especie de hipnosis que
muchas, aun en la iglesia, decían sentir al mirar sus profundos ojos verdes.
Ahora, todo eso era cosa de un pecaminoso pasado y solo quedaba el imborrable
recuerdo de un desconocido hijo, al cual había visto un par de veces durante su niñez,
y del que ahora debía hacerse cargo, ya que había perdido a su madre en un reciente
accidente cuando estaban de vacaciones en la cordillera.
―¡Ya llegó!¡El niño ya llegó! ―gritó Marta, la esposa del pastor, mientras se
acomodaba la larga trenza que llevaba y miraba desde una gran ventana con vistas al
jardín.
Tía Corina vestía una falda larga bajo la rodilla, unos feos zapatos sin taco, una blusa
cerrada y llena de encajes, que parecía haber pedido prestada en un museo; el pelo
no le favorecía: un horrible peinado mal hecho y medio suelto.
―¡Oh, gracias, tía! Trataré de decirle padre. ―Sonrió irónico―. Es la poca costumbre
―dijo mientras tomaba su maleta.
Lo que no esperaba era que fuese una familia tan religiosa. A su alrededor todo era
nuevo, desde dar una oración antes de almorzar, hasta tratar a cualquier persona
como "hermano", y parecía algo cotidiano, pues todos lo hacían durante el almuerzo.
Sumado a eso, Boris no era extrovertido, por lo que le costaba mucho hablar y solo
daba respuestas breves a todo lo que le preguntaban.
Dos horas más tarde pasó todo el alboroto. Las hermanas curiosas se fueron a sus
casas a atender a sus maridos; tía Corina tomó su Biblia, diciendo que se retiraría a la
cocina a leer unos proverbios para luego poder descansar. Abner aprovechó para
acomodar a su hijo en la casa. Subieron las escaleras y al fondo de un pasillo
entraron a una enorme habitación. Era tres veces más grande que su antiguo
dormitorio en el departamento con su madre e, incluso, tenía su propio baño.
―¡Guau... ¡Es muy bonita! ―exclamó Boris, al tiempo que dejaba su suéter sobre una
silla y miraba a su alrededor―. Nunca había tenido dos camas para mí solo. ―Sonrió,
tratando de hacer chiste de que la habitación tenía dos camas.
―¡Oh, hijo, disculpa! ―Abner le tocó el hombro―. Olvidé mencionar que compartirás
tu dormitorio con tu hermano mayor ―añadió con un tono de orgullo.
Boris se sintió más confundido de lo que estaba. Su madre jamás le había dicho que
existía otro hijo por parte de su papá, y menos que era mayor. Su cara de asombro
era notoria.
―Creo que te dejaré descansar un rato, quiero que esta tarde me acompañes a
nuestra iglesia para presentarte a la comunidad y al Señor. ―Abner sonaba dichoso,
se retiró cerrando la puerta y se escuchó desde afuera―. ¡Descansa, partiremos a las
seis en punto! ―finalizó.
El mundo de Boris daba vueltas. Su madre jamás le había inculcado ninguna creencia
religiosa, y ahora estaba en una familia propietaria de una iglesia y con un padre
pastor. Además, tenía un hermano mayor desconocido, sumado a un nuevo colegio
donde, seguramente, pronto comenzaría a asistir para no perder al año escolar.
Se tendió de golpe sobre una cama y se quedó mirando el techo, perdido por un rato.
Luego sacó su celular y se puso unos audífonos, necesitaba la música de los 90's que
su madre le hacía escuchar desde pequeño y por la cual ahora sentía un fuerte gusto.
Se quedó pensando y pasando las horas entre sus sonidos y los recuerdos de la
infancia, sus últimos días junto a Denisse, su fallecida mamá, y la nueva vida que le
esperaba. No estaba completamente a gusto.
Horas más tarde tocaron a su puerta, se trataba de su padre, que estaba listo junto a
tía Corina para llevarlo a la congregación. No tenía salida, estaba recién llegado y no
quería parecer grosero, por lo que aceptó ir a conocer el entorno de su nueva familia.
―¡Mañana llega Gabito! ―gritó Corina llena de júbilo mientras hojeaba un libro.
―Sí, ya le conté que deberá compartir dormitorio con él... No hay problema. ―Abner
miró a su esposa, quien no sabía que ya le había hablado sobre su hermano, solo
había olvidado mencionar su nombre.
―Espero llevarme bien con... ―Boris intentó decirle hermano, pero no pudo―. Con
Gabriel. Supongo que ese es su nombre ―dijo en un intento por no sonar
desagradable.
Tía Corina le tomó la mano, tratando otra vez de parecer cariñosa, pero por alguna
razón, Boris no podía sentirla así.
―Tranquilo. Gabito es un ángel que nos envió el Señor... Él ama a nuestro padre
Santo. ―Corina parecía extasiada al hablar de su creencia o de su sobrino―. ¡Dios los
unirá! ―finalizó, apuntando al cielo ante la cara de asombro de Boris.
Era una iglesia enorme, se asemejaba al clásico modelo mormón, y en la parte alta
decía "Ministerio de los Arcángeles". Afuera había mucho movimiento de gente, todos
vestidos de manera formal y recatada, algunos con sus Biblias en las manos, otros
con panderos e instrumentos; parecían dichosos, más cuando vieron llegar el auto del
pastor y su familia, sobre todo sabiendo sobre la llegada del nuevo hijo de Abner.
Algunos se acercaron a recibirlos, unos por costumbre y cariño, otros por curiosidad.
Boris se sentía ahogado, listo para saltar de un puente; parecía que el día aún no iba
a terminar y estaba seguro de que todavía quedaba más por ver.
Fue saludado por una cantidad impresionante de personas, muchas más que en sus
cumpleaños. Había varias adolescentes que, tratando de disimular sus hormonas,
estaban impresionadas con el apuesto hijo del pastor. Entre los murmullos se
escuchaba decir que era casi idéntico a su padre cuando joven y ya aseguraban que
seguiría los pasos de él en la congregación. Boris, trató de tomarlo como un chiste y
se limitó a esbozar una tímida sonrisa para todos.
De pronto, tía Corina se acercó y lo tomó del brazo, casi como si fuera un trofeo, para
ingresar con él al culto del lunes por la tarde. Una vez dentro, se sentaron en la
primera fila que, tradicionalmente, estaba reservada para la familia Ferrada o
invitados importantes. El resto de los fieles se sentaba detrás.
Todo dentro del templo era de madera barnizada, de aspecto rústico, pero no sencilla.
Cada detalle hacía notar que en el lugar se había invertido mucho dinero. Tras unos
minutos, cada miembro de la congregación estaba en su lugar de siempre y listos
para comenzar. El coro, que se situaba a un costado del púlpito, comenzó a cantar
con agudas voces, y sus caras miraban al cielo, llenas de gozo. Estaban todos
uniformados con un recatado traje color burdeos, las niñas agitaban sus panderos con
cintas tricolor, algunos varones tocaban triángulos y otros tambores. Boris, que no
conocía el corito, trataba de mirar con discreción a todos lados. Tía Corina daba gritos
agudos que ella no notaba, pues su cara era de regocijo.
Una vez que el alboroto de los cánticos se detuvo, el pastor Abner dio inicio al culto.
Se manejaba con la multitud, cada frase que decía con su Biblia en la mano era
seguida de un fuerte "Amén" o un "¡Sí, Señor!" al unísono por los presentes. Su
desconcertado hijo, sentado, perdido y aburrido, intentaba parecer lo contrario en su
primer día con la familia.
De pronto, Abner lo apuntó e invitó a subir junto a él. Lo que de seguro no estaba en
sus planes, pues miró a su padre, ruborizado".
―¡Ven, hijo mío... Debes ser presentado en la casa del Señor! ―invitó apuntándolo,
al mismo tiempo que Boris se levantaba ante la curiosidad de la congregación.
Caminó lento y su corazón latía fuerte―. ¡Te presentaré ante los hermanos y ante el
mismísimo Creador! ―sentenció Abner, alzando su Biblia.
Boris se situó junto a él y observó a la multitud mirándolo. Cada vez se sentía más
presionado. Entretanto, su padre comenzó a decir unas palabras, al parecer estaba
orando, pero no lograba distinguirlo; estaba agobiado ante la situación. Por su cabeza
aparecieron imágenes de su madre, sus últimas vacaciones juntos, el accidente, sus
amigos. Su mente trataba de sacarlo del templo en donde la multitud ya estaba de
pie, alborotados por los panderos y un nuevo corito. Sus pensamientos lo llevaban a
todos lados, al tiempo que el pastor invocaba al Señor.
"Soy gay... No les puedo decir que soy gay", pensó mientras su padre lo abrazaba.
No Pecarás
Cuando Boris comenzó a crecer, ella notó en él algunas conductas que le indicaron
que su hijo tendría preferencia por los chicos y no por las chicas. No obstante, esperó
hasta que él se lo contara, pues confiaba plenamente en la persona que estaba
criando. Una vez que su hijo se acercó a ella para decírselo y presentarle a su
«amigo», no tuvo inconvenientes en hablar el tema abiertamente. Incluso sufrió junto
a él cuando fue dejado por este primer amor, con quien nunca llegó a entablar una
relación formal.
Con estos recuerdos llegó hasta la casona de la familia, atormentado al ver que allí no
podría ser igual que antes. Una familia tan religiosa y conservadora no aceptaría
jamás un homosexual como hijo del pastor, menos un recién llegado.
Cuando su padre cerró la puerta de la habitación, al fin pudo respirar tranquilo. Había
concluido un extenuante día, lleno de nuevas situaciones que no sabía si lograría
soportar por mucho tiempo. Buscó sus audífonos y los conectó al celular, abrió la
cama mientras iniciaba una lista de música pop. Se quitó la ropa, dejándose el bóxer
y se metió entre las sábanas. Estuvo de nuevo perdido en su mundo, pensando en su
antiguo amor que tal vez sería bueno olvidar. Cerró los ojos y se durmió
profundamente.
Por la mañana, sintió cómo la lluvia caía con fuerza golpeando su ventana, y comenzó
a abrir los ojos sintiendo que le faltaban horas por dormir. Pero este ruido nuevo le
resultó agradable, ya que, en el norte, donde vivía antes, casi nunca llovía. Medio
dormido aún, se sentó en la cama con su pelo despeinado; incluso así continuaba
viéndose guapo. Le parecía que el ruido del agua era demasiado intenso, por lo que
caminó hasta la ventana y vio, por un instante, caer la copiosa lluvia. Se sintió feliz y
luego se detuvo a pensar en que el sonido había cambiado. Sin embargo, no parecía
haber cesado de caer agua. Se dio vuelta para buscar una camiseta entre sus cosas,
pero antes de que pudiese encontrar algo, se abrió de golpe la puerta del baño de la
habitación y, entre un espeso vapor, apareció un guapísimo hombre con una toalla
cruzada en la cintura.
―¡Disculpa!... ¡Te desperté! ―dijo el apuesto joven de tez blanca, mientras se movía
su corto cabello claro, aún mojado.
Boris quedó atónito con su presencia, no logró reaccionar durante unos segundos.
Estaba impactado con el marcado cuerpo mojado de aquel recién aparecido.
―Hola, tú debes ser Boris... Yo soy Gabriel. ―Se acercó sonriendo y estiró su mano
para saludarlo.
Boris apenas atinó a estrechársela y esbozó una sonrisa. "Al fin algo bueno", pensó.
―Entré mientras dormías y no quise hablarte. Te veías a gusto durmiendo, así que
pasé directo a la ducha. ―Gabriel se sentó en su cama―. Tuve un viaje extenso y ya
sabes, uno suda, se agota... ―Estiró su espalda para acomodarse sin dejar de
sonreírle a su nuevo hermanito.
―No hay problema, yo pensé que era la lluvia, pero, al parecer, eras tú en la ducha
―respondió Boris, poniéndose una camiseta que había sacado de su maleta.
―Pensé que eras más niño ―dijo Gabriel, mientras se dirigía a su closet―. Te llevaré
a entrenar con el equipo de fútbol. ―Sacó unas prendas del mueble.
―Eh, el fútbol no es lo mío, pero a veces iba al gimnasio ―afirmó Boris, buscando un
pantalón entre sus cosas, un tanto nervioso.
―¡No hay problema, brother, yo te puedo ayudar! ―Gabriel dejó caer su toalla dando
la espalda a su hermano, quien pudo ver su perfecto trasero de deportista, mientras
se ponía ropa interior―. El fútbol tiene sus ventajas... ―Volteó levantando su dedo
pulgar en gesto de aprobación. Boris atinó a sonreír, su corazón seguía acelerado, ya
que, para su sorpresa, su nuevo hermano mayor era muy atractivo.
―Y, ¿en dónde practicas fútbol? ―preguntó el adolescente, tratando de disimular que
miraba su cuerpo a medio vestir. Hacía mucho no sentía ese alboroto hormonal.
―A veces voy a jugar con los estudiantes del colegio de la iglesia. ―Se puso unos
jeans que marcaban sus piernas bien entrenadas―. Y salgo a correr por los
alrededores de la casa. ―Sacó de un cajón una camisa a cuadros tipo leñador.
―Es muy bonita esta ciudad, aunque llueve bastante. ―Boris logró quitar su vista de
Gabriel, mirando la lluvia por la ventana y esperando terminar de vestirse.
En ese instante, golpearon la puerta y esta se abrió lentamente, era Abner que
entraba a saludar a sus hijos. Se sintió dichoso al verlos juntos y escuchó de sus
planes de salir a recorrer la zona. Confiaba plenamente en Gabriel, quien ya llevaba
diez años en la casa al amparo de la familia luego de quedar huérfano. Ellos le dieron
una casa y pagaron sus estudios que ya estaban por finalizar.
―¡Hijos míos, vengo por dos cosas! ―Los miró poniendo una mano en el hombro de
cada uno―. Boris, me acompañarás a conocer el colegio, ya que mañana ingresas
temprano. ―Al muchacho se le detuvo el corazón, porque aún no esperaba volver a
clases, pero no le quedaba de otra―. Y tú, mi querido Gabo, hay que preparar tu
cumpleaños número veintiséis. ―Gabriel sonrió mientras abrazaba al pastor en un
gesto de agradecimiento.
Gabriel bajó en seguida, mientras que Boris fue rápidamente a ducharse para no
retrasarse.
Quince minutos después, bajó para alcanzarlos a desayunar. Desde el segundo piso
se escuchaban las alabanzas de tía Corina a Gabriel y las risas del pastor, pero
también había una voz diferente; no se trataba de Juana, la empleada de la casa. Era
un tono de voz femenino, molesto. Boris se fue acercando a la cocina y, al entrar,
logró identificar de dónde provenía esa vocecita: una mujer joven y guapa, pero con
aspecto y vestimenta de amargada, seguramente de la iglesia; le pareció que todas
vestían igual.
Estaba colgada del cuello de Gabriel. Sintió un pinchazo en el estómago y
a la vez alivio. En el fondo sabía que, aunque no fuera su hermano biológico, no
debería estar mirándolo con otros ojos. Se acercó a saludarla y fueron presentados,
se trataba de Lucía, la novia de Gabriel y, por lo que le contaron, tenían planes de
casarse el próximo año. Ella parecía despectiva y mostró poco interés en hablarle. De
no ser por Corina, quien no guardó detalles del noviazgo y habló por todos los
presentes, Boris y Lucía solo se habrían dado un frío saludo.
―Lucía, no olvides que eres una mujer cristiana ―le dijo Corina, arreglándose su pelo
y con una mirada severa. Al parecer, no le gustaba cuando había muestras de
excesivo afecto cerca de ella que no tenía a nadie.
―Lo siento, tía Corina, es que no lo veía hace días. ―Sonrió un poco forzada,
mirando a su novio que le guiñó un ojo.
Abner subió al vehículo y salieron rumbo al colegio. Por el camino, Boris se distrajo
viendo el bello paisaje verde de los alrededores. Luego, ya en la ciudad, le pareció
pintoresco ver a todo el mundo tan abrigado y llevando paraguas para protegerse de
la lluvia que, a ratos, se mezclaba con un poco de sol.
El colegio estaba al otro extremo de la ciudad y no parecía un edificio grande, tal vez
no era popular, a pesar de ser cristiano. Al costado había otro edificio pequeño; su
padre le comentó que ese era el hogar de menores, una especie de refugio temporal
donde llegaban niños a los que les buscaban familias para ser adoptados por
extranjeros que les daban un mejor futuro.
En la entrada del establecimiento, se veía el nombre de este y estaba acorde con la
iglesia "Colegio Cristiano Arcángeles". Al parecer, los seres divinos serían parte de la
nueva vida de Boris.
Entraron por los pasillos de vidrio rumbo a las oficinas. En el camino se podía
escuchar el alboroto de los estudiantes en algunas salas; estaban en el sector de la
secundaria, de tal forma que, para el próximo día, al menos, ya conocería su entorno.
En la oficina principal les esperaba Marta para finiquitar algunos antecedentes que
eran necesarios para la documentación del nuevo estudiante, le entregaron su
uniforme y una agenda del colegio llena de pasajes bíblicos. La directora hizo un
llamado por teléfono y, luego de unos minutos, llegó hasta el lugar la profesora a
cargo del tercer año, el curso de Boris, para conocerlo.
Luisa y Boris fueron hasta la sala a la que al día siguiente él asistiría y pudieron
observar que estaban en clases de lenguaje. Era un curso típico, algunos prestaban
atención y otros miraban al techo. Entre todos ellos, al final del salón, pudo ver que
alguien había notado su presencia. Lo observaba un chico de cabello liso,
desordenado con gel, moreno y de buen aspecto; traía su uniforme un tanto
desarreglado en comparación al resto. Levantó una mano saludando a Luisa y luego
siguió anotando unas cosas, quitando su mirada de Boris.
―Ese es Julián... Muy desordenado, pero en el fondo un buen chico ―le comentó la
profesora, quien notó que le había llamado la atención.
Boris solo lo había mirado porque le pareció uno de los más guapos del grupo, pero
ante el comentario de Luisa atinó a responder un simple "ok". No sabía cómo iba a
ser su vida en ese colegio cristiano y esperaba que el tiempo volara para no seguir
soportando todo aquello. Se despidió de su nueva maestra y esperó en el auto a su
padre que se encontraba solucionando algunos asuntos con su esposa en la oficina.
Mientras observaba el lugar, sacó su celular y notó que tenía un nuevo mensaje en su
WhatsApp de un número no guardado.
El corazón de Boris latió con fuerza, a pesar de saber que Gabriel era un imposible
por factores como: familia, edad, novia y religión; le encantaba la idea de sentir que
un chico guapo lo estaba tratando con afecto, aunque este lo viera como un hermano.
Al final de cuentas, era la única sensación agradable que tenía desde la muerte de su
madre, aunque, en el fondo, una voz le decía "ni lo intentes" y lo hacía sentir culpable
ante tanta restricción impuesta por la iglesia de su familia.
Sin embargo, sabiendo todo eso, con una sonrisa radiante guardó el número como
"Gabo" en su libreta de contactos y le respondió:
Con una puntualidad extraordinaria, Gabriel llegó a la casa para salir de paseo por las
cercanías de la casona. Subió la escalera tratando de no hacer mucho ruido, ya que
esa era la hora en que tía Corina tomaba una siesta antes de ir a su reunión con el
grupo de "Mujeres Virtuosas" de la iglesia. Por lo tanto, los ruidos estaban prohibidos
casi como uno de los mandamientos que recitaba regularmente.
Entró en la habitación donde lo esperaba Boris, listo desde que había terminado su
almuerzo, pues una vez que respondió el mensaje le ganó la ansiedad y se demoró
casi una hora en elegir la ropa más adecuada para salir de paseo en un día frío y algo
lluvioso. Vestía un cómodo buzo color gris que hacía notar un pequeño y pronunciado
trasero, además de una chaqueta para la lluvia. Al parecer, tenía la ropa precisa para
el momento, ya que afuera aún caía una leve llovizna.
Justo antes de bajar, vibró su celular un par de veces. Era Lucía enviando mensajes.
Gabriel solo desplegó el menú superior para no entrar en la aplicación y evitar tener
que dar una respuesta. Suspiró como agotado y tomó un manojo de llaves colgadas al
costado de la puerta de la habitación.
―Nos vamos al estero... ¡Ese lugar es genial cuando llueve! ―le anticipó a Boris, que
lo seguía bajando las escaleras―. A veces voy a pescar por esos lados ―dijo,
pensando que podría interesarle el asunto.
―¡Entonces, otro día vamos a eso!... ¡Ahora sube! ―Gabriel se subió a la moto,
seguido por Boris, que trataba de no pensar tonteras al respecto, ya que andar en
una moto con otro hombre era una de sus ideas de cita con las que alguna vez había
soñado―. Con esta moto es más fácil moverse dentro del fundo ―agregó, al tiempo
que la encendía.
Al cabo de unos segundos, partieron con rumbo al estero. En el camino pasaron por
una pequeña huerta donde cultivaban hortalizas para la familia, de ahí cruzaron entre
unos pastizales con unas cuantas vacas dando vueltas por el lugar hasta entrar en lo
que parecía un pequeño bosque. Boris estaba maravillado ante la belleza de aquel
sitio, le agradaba sentir la llovizna en su rostro e ir muy cerca de Gabriel, quien le
transmitía seguridad.
―¡Agárrate, firme, brother! ―gritó Gabriel para advertir una pendiente entre los
árboles.
―¿En serio?... ¡No te lo creo! ―dudó Gabriel, ya que, por su aspecto, cualquiera diría
que tenía mucho arrastre entre las chicas.
―¡Ja, ja, ja! Sí, es la verdad ―insistió―. Soy un poco pesado con las chicas ―agregó
tratando de decir algo sin ser descubierto. No podía quedar en evidencia frente a
nadie de la familia.
―Te entiendo, yo era igual... Tuve novia recién a los dieciocho cuando
entré en la universidad. ―Gabriel miró hacia el cielo para que le cayera la llovizna.
―¿Lucía? ―Boris tenía curiosidad. Lo miraba con atención, Gabriel se veía guapísimo
bajo la lluvia. sintió deseos de estar entre sus brazos.
―No, otra chica... Lucía es mi novia desde hace dos años. ―Continuaba mojándose la
cara.
―Y pronto se van a casar... ―Boris le lanzó algo que parecía una pesada piedra, ya
que Gabriel dejó de recibir la lluvia en su rostro.
―Eso no tiene fecha segura... Es lo que quieren en la iglesia. ―Se tendió sobre la
roca húmeda, sin importarle si se ensuciaba.
―¿Estás obligado? ―Boris abrió sus ojos lo más que pudo. Ya estaba sintiendo terror
de que la familia te dijera con quien casarte.
―No, pero les gustaría eso. ―Lo miró fijo―. Pero mejor cambiemos de tema, es
aburrido. ―Dio un brinco y se puso de pie―. ¡Sígueme, vamos a correr... eso me
relaja! ―Y salió disparado entre los árboles, como escapando del tema.
Boris se puso de pie y trató de seguirle el ritmo, aunque le era difícil, pues desconocía
el terreno. Corrieron casi por diez minutos sin rumbo y solo por un instante estuvo
por alcanzar a Gabriel quien, de súbito, se detuvo en un terreno fangoso por donde
pasaban animales en las mañanas.
―Creo que es hora de darte la bienvenida. ―Miró a Boris con picardía―. ¡Esto es
guerra! ―advirtió al tiempo que comenzó a lanzarle barro.
Boris reaccionó en un segundo y le respondió de la misma forma.
Así, bajo una tenue llovizna, se lanzaron trozos de lodo y agua sucia, hasta que
quedaron cubiertos por completo. Corrieron de un lado a otro, esquivándose. Fue
Gabriel quien finalmente alzó los brazos para terminar la infantil batalla y luego se
dejaron caer de rodillas para descansar. Boris jamás se habría imaginado en una
situación así; en ese instante, se sintió dichoso, sucio y desgarbado, pero feliz.
―Pensé que no responderías ―dijo Gabriel, casi sin poder respirar del cansancio.
―Te equivocaste, hermano mayor ―respondió Boris con ironía, agotado y sacándose
el barro de la cara.
―¿Hermano mayor? ―Gabriel trató de ponerse de pie con lentitud―. Eso suena
rarísimo, espero que así sea... ―agregó ya de pie y con las manos en la cintura
tomado aire.
Recién ahí, se dio cuenta de que aquel muchacho, sin tener su sangre, debía ser
como un hermano. Antes quizás no lo había razonado, pero en el fondo, no sabía qué
era lo que le producía mirar los ojos de Boris. Supuso que se trataba de ternura al ser
diez años menor que él; hasta le recordaba a él mismo cuando llegó a la casona,
desprotegido y de la misma edad que Boris.
―Sí, es extraño... Pero así están las cosas ―repuso Boris, aún de rodillas en el suelo
con una gran sonrisa, lo único más blanco que se veía en su cara cubierta de
suciedad.
Se quitaron el barro y fueron hasta donde habían dejado la moto. Por un momento
miraron el estero pensando lavarse, sin embargo, la baja temperatura los hizo
reaccionar; era mejor tomar rumbo a la casona. Se rieron con complicidad como si se
hubiesen conocido de toda la vida.
―¡Ay, amor, lo siento! ―le respondió Gabriel, acercándose a ella, que lo esquivó.
―Salí con mi hermano un rato al campo. ―Trató de tocarla, pero no lo consiguió.
Gabriel la miró sorprendido y, antes de responder, le abrió la puerta a Boris para que
entrara en la casa.
―Es lo que papá quiere y así debe ser ―le recordó Gabriel con un tono más seco―.
Pensaba llamarte más tarde ―agregó para tranquilizarla.
―Sí, pero yo quería ir hoy al cine y tú ni siquiera respondiste mis mensajes por irte al
campo con ese niñito a... ―Lo miró de pies a cabeza con asco―. ¿Jugar con barro?
―Se dio media vuelta, cada vez más enfadada.
―Son cosas de hombres, las chicas no se meten al barro ―le respondió, tratando de
solucionar el asunto.
―No sé... ¡No quiero verte por hoy! ―finalizó la chica, quien se alejó a paso
acelerado, intuyendo que su novio le estaba mintiendo.
―¡Hey, flaco!... ¿Para qué te encierras? ―le dijo Gabriel riéndose, al tiempo que
entraba corriendo al baño y, sin darle espacio de responder, se quitó la única prenda
que llevaba y se la lanzó en la cara, acto seguido, entró en la ducha burlándose a
carcajadas.
―Lo siento... Yo no... ―balbuceó Boris con el calzoncillo en la mano, mientras veía la
silueta de Gabriel en el vidrio de la ducha entre el vapor.
―¡Tranquilo, bro... ¡Es broma! ―se escuchó entre el ruido del agua.
Boris terminó de vestirse mirando por la ventana, la lluvia se hacía cada vez más
fuerte, por lo que intuía sería una noche de tormenta. Luego se tendió sobre su cama
y se puso a mirar las aplicaciones de su celular, tenía una melodía en mente hacía
rato. Era un tema antiguo de los que escuchaba su mamá cuando hacía aseo, trató de
recordar el nombre, pero no lo consiguió.
Quince minutos después, salió Gabriel del baño con una mano cubriendo sus partes
íntimas, ya que había olvidado llevar su toalla y, de paso, para hacerse el gracioso.
Boris trató de no mirar o su corazón se iba a acelerar y estaba procurando verlo como
el hermano que esperaban que fueran. No obstante, su sola presencia y aroma le
revolvían el estómago haciéndolo sentir las típicas mariposas. Ahí, mirándolo de reojo
para no tentarse, con esa sensación de nerviosismo, regresó la melodía a su mente y
recordó cómo se llamaba; buscó en una lista de canciones de una aplicación, conectó
sus audífonos y, mientras Gabriel se vestía frente a sus ojos, comenzó a escuchar la
canción que ahora le hacía pensar en aquel tentador hombre cristiano.
El Estudiante Nuevo
―Nuevo... Creo que eres de los míos ―afirmó Julián y le guiñó un ojo, al
tiempo que Boris desenredaba sus audífonos.
―¡Ja, ja, ja!... ¡No, claro que no! ―La sonrisa de Julián era maravillosa y le daba un
aire sexy―. Yo creo que tú también eres... ―Hizo una pausa de suspenso, mientras
Boris sentía que ya alguien lo había descubierto.
―¡Sal de aquí, Julián! ―Se escuchó un grito femenino desde la puerta―. ¡Deja de
molestarlo! ―Era la compañera que al llegar le había hecho señas para saludar. Su
presencia causó un gran disgusto en la cara de Julián, quien se dio media vuelta y
sonriéndole a Boris se retiró de la sala―. ¡Nos vemos, compañerito nuevo! ―remató
desde afuera.
Camila era una de las mejores alumnas del colegio; una chica de piel blanca con
algunas pecas, pelo rojizo ondeado y algo desordenado, ojos pardos, alta y delgada.
Para muchos era una de las chicas más guapas del colegio, y desde que se puso los
Brackets, su popularidad aumentó para su sorpresa, ya que pensaba que sería lo
contrario.
―Hola, Camila... Bueno tú ya sabes quién soy ―respondió Boris, tocándose el pelo―.
La verdad no me molestaba; es extraño, pero a la vez agradable ―agregó
refiriéndose a Julián―. Y será mi compañero de puesto hasta no sé cuándo. ―Sonrió.
―Ja, ja, ja... Sí, es verdad... Pero debes tener cuidado, ya que es fastidioso cuando
se lo propone y escuché lo que te decía. ―Camila mecía sus pies en el aire.
―¿Qué soy nuevo? ―Boris reía, ya sabiendo a qué se refería la chica―. ¿O que soy
evangélico? ―Trató de sonar gracioso.
―¡Uff, qué alivio saber que no todos son como en mi...! ―Boris se detuvo
súbitamente para no decir una indiscreción.
―¿Familia? ―Camila soltó una risotada y se puso de pie―. Yo no diré nada... Soy una
tumba y espero nos podamos llevar bien. ―Buscó algo en su Facebook, parecía estar
atenta a todo, tanto en el lugar, como en las redes sociales―. ¡Te encontré!... Espero
aceptes mi solicitud de amistad, Boris Ferrada. ―Camila sonreía.
―¡Claro que sí! ―Boris se sentía a gusto con su compañera, miró la pantalla de su
celular donde apareció la solicitud de Camila Lamas―. No tengo amigos por aquí y no
voy a rechazarlos ―dio clic en aceptar y se quedaron conversando hasta que sonó el
timbre para regresar a clases, aunque Boris no respondió a la insinuación de que era
gay; Camila en el fondo lo sabía, pero no era el tipo de persona que lo divulgaría.
Cuando todos regresaron haciendo ruido a la clase de matemáticas que estaba por
iniciar, uno de los primeros en entrar a la sala fue Felipe; un chico alto, moreno, pelo
negro y corto con mucho gel, de labios gruesos y que, a simple vista, parecía
pertenecer a algún equipo de deporte por su contextura física. Se acercó también a
saludar a Boris y luego abrazó por la cintura a Camila.
―No, pero deberías decirle que acepte ―sugirió Felipe besando la mejilla de Camila y
luego se fue hasta su puesto, haciendo un gesto de paz con las manos a Boris, en
señal de buena onda.
―¡Ay, me encanta! ―le dijo Camila al oído, antes de separarse cada uno a su puesto
cuando llegó el docente. Ambos sonrieron en complicidad; eso también le daba como
afirmativa la respuesta de que a Boris le gustaban los chicos.
Una sonrisa iluminó el rostro de Boris que tecleaba sin ser descubierto, excepto por
Julián, claro.
―Por tu cara sé que se trata de un hombre... ―Su sonrisa era una mezcla de picardía
y disgusto.
Cuando ya se sintió solo, Boris sacó su celular para ver si Gabriel le había escrito otra
vez, pero antes de poder desbloquearlo una desagradable voz lo interrumpió por la
espalda.
―Deberías buscarte una novia. ―Escuchó severamente. Era Lucía, la novia de Gabriel
que iba en busca de una de sus amigas de iglesia que trabajaba en el colegio―. Para
que juegues en el barro con ella ―satirizó.
Boris no esperaba verla, ni mucho menos esa reacción de celos. Tragó saliva, estaba
nervioso y no sabía exactamente qué decir.
―Así es... Hermano mayor y debe comportarse como tal. ―Lucía le arregló la corbata
que traía desordenada y la apretó fuerte casi amenazante―. Espero que no le hagas
perder tiempo, por favor ―finalizó, con una sonrisa falsa y siguió su camino hasta el
interior del colegio.
El corazón de Boris casi se paralizó, se sintió amenazado y sin saber bien qué hacer o
pensar. Se desarregló nuevamente su corbata, tomó aire y caminó un par de pasos
para alejarse. Su celular vibró y le volvió el alma al cuerpo, era el mensaje que
esperaba de Gabriel.
De aquí te veo..."
Al recibir los mensajes, Boris se volteó para encontrar a Gabriel. No tardó mucho en
divisarlo entre las personas y corrió hacia él, en parte por la emoción de verlo, y por
los nervios de que Lucía los viera juntos al salir del colegio.
―Dejé el auto estacionado para que caminemos ―anunció Gabriel, al tiempo que le
daba un abrazo.
―¡No hay problema!... ¡Yo feliz! ―respondió Boris, perdido entre el cuello de Gabriel,
podía sentir el suave aroma de su perfume y el de su piel. Se estremeció.
―Bro, necesito ver unas cosas para el cumpleaños y quiero que me ayudes. ―Lo
soltó y le indicó hacia dónde caminarían―. No es mucho, ya que papá y tía Corina
tienen casi todo listo ―agregó, mientras se acomodaba la camisa.
―¿Fiesta? ―Lo miró sorprendido―. En casa no se hacen fiestas, recuerda que somos
una familia cristiana. ―Se puso serio.
―Ja, ja, ja... Es broma, brother. ―Volvió a sonreír―. O sea, no hacen fiestas con
distorsión, pero sí compartimos con amigos ―agregó Gabriel, mientras Boris lo
observaba casi como bicho raro.
―Lo sé, pero ahora que tengo un hermanito, podemos hacer nuestra propia fiesta
secreta. ―Gabriel le desordenó el pelo―. ¿Te parece? ―Lo miró con ternura, Boris no
supo cómo reaccionar.
―De acuerdo... Espero se cumpla. ―Fue lo único que atinó a decir. Su corazón latía a
mil por hora, a pesar de no saber qué sentía Gabriel, aunque, lo más probable, era
que se tratara solo de cariño. Además, la diferencia de edad hacía que todo fuese un
imposible, un sueño lejano―. ¿Y Lucía está invitada? ―preguntó, sin olvidar la
escenita de celos que ella le había montado recién.
―Por supuesto, es mi novia... No podemos dejarla fuera ―le guiñó un ojo al tiempo
que entraban a una tienda gourmet.
―Ahora pasemos por el supermercado y estamos listos con nuestra parte. ―Gabriel
llevaba un par de bolsas cargadas, Boris le ayudó con otras.
―Antes de ir la casa, te llevaré a que conozcas un lugar que está en el camino ―dijo
Gabriel, entusiasmado y con una sensual sonrisa.
Boris vio desde la orilla del camino el lugar al cual se refería; un parquecito lleno de
enormes y frondosos árboles que comenzaban a llenarse de hojas luego de las fuertes
lluvias. Caminaron hasta una banca que había un poco más allá de la entrada del
lugar y se sentaron a disfrutar del frío paisaje. La naturaleza del lugar era, aparte de
Gabriel, lo que más le gustaba del entorno donde ahora vivía, ya que en el norte todo
era demasiado árido. Allí, en cambio, podía sentir el frío viento en la cara, ver la
lluvia, prados verdes, muchos árboles y todo en compañía de un hombre guapo, pero
inalcanzable.
Media hora más tarde, Gabriel y Lucía llegaron al departamento de ella, lugar que
había comprado con la ayuda de sus padres y donde esperaba comenzar a compartir
su vida más adelante con su novio.
Lucía había preparado durante la tarde una cena romántica que estaba casi lista para
servir y consentir con ella a su novio, el cual después de regresar de su último viaje
de trabajo casi no había pasado tiempo junto a ella por preferir conocer a su nuevo
hermano. Los celos la habían consumido en las últimas horas, por lo que decidió
tomar cartas en el asunto y preparar una velada romántica. Gabriel se veía bastante
a gusto con la sorpresa y ella se sintió aliviada al sentir que su novio no había dejado
de amarla. Después de un delicioso postre de chocolate que con esmero elaboró
siguiendo un tutorial de internet, se levantaron de la mesa y se acomodaron en el
sillón frente al televisor que estaba encendido, listo para buscar alguna película y
relajarse.
―Mi amor, gracias por esta rica cena. ―Gabriel besó a su novia para sellar el
momento.
―Te he extrañado mucho, estuviste demasiados días afuera y con lo de tu hermano,
no hemos compartido casi nada ―respondió Lucía, entre los fuertes brazos de
Gabriel.
―Bueno, llevar a ese niño con sus nuevos padres me tomó más días de lo esperado.
―Le acariciaba el cabello a su novia.
―Sí, lo sé y lo importante es que ahora otro pequeño huérfano tiene una familia y un
mejor futuro ―agregó Lucía mientras olía el cuello de Gabriel, su aroma le encantaba.
―Así es, amor. Todo gracias a la obra de la iglesia y mi padre. ―Miró a su novia
fijamente a los ojos.
Hubo un instante de silencio, con la mirada compenetrada y sintiendo el latir de sus
corazones que se aceleraban. Gabriel se acercó aún más y la besó otra vez. Su
respiración empezó a agitarse y un fuerte deseo se apoderó de él; comenzó a tocarla
de manera provocativa y a besarle el cuello mientras ella parecía fundirse entre sus
brazos.
―¡Detente! ―dijo Lucía de súbito, mientras se acomodaba en el sillón.
―Lo siento, Lucía. yo sé que tú aún no quieres. ―Gabriel respiraba agitado―.
Siempre te he respetado, pero es que ya... ―No quiso terminar lo que pensaba, ya
que llevaban saliendo dos años y ella, por llevar las creencias de la religión, no podía
entregarse a un hombre sin casarse y siempre había logrado controlar a Gabriel en
ese aspecto, a pesar de los claros impulsos que él tenía a menudo.
―Yo también siento que ya es momento ―dijo Lucía mirándolo con temor. Sentía una
mezcla de deseo y culpa al creer que traicionaba sus principios.
Gabriel se le acercó y tratando de ser lo más sutil posible, comenzó a besarla muy
lento. Sus caricias fueron más suaves que antes, ella no podía negar que, en el fondo,
sentía un fuerte deseo por él y que ya era hora de entregarse.
Los besos y las caricias fueron aumentando la intensidad, sus respiraciones estaban
agitadas. Lucía nunca había sentido a su novio tan cerca suyo, la distancia entre ellos
se redujo drásticamente y ella lo sintió presionarla contra el sillón con una fuerza
antes desconocida.
Preso del deseo, Gabriel no se contuvo más y comenzó a desvestirla en forma casi
agresiva, mientras ella, todavía conservando un poco de timidez, dejaba que él
tomara la iniciativa. Cuando por fin le quitó toda la ropa, pudo admirarla como
siempre había deseado, se desabotonó la camisa y volvió a besarla apasionadamente,
esta vez recorriendo su desnudo cuerpo que se estremecía al sentir los labios y la
pasión de Gabriel, quien luego de un rato de besarla completamente, se quitó el
cinturón para bajar su pantalón.
El corazón de Lucía latía a mil por hora, su novio tomó su mano e hizo que
le bajara la ropa interior dejando a la vista lo que tanto le prohibían las señoras de la
iglesia. Gabriel a medio vestir, separó sus piernas y, con lentitud, la hizo suya
mientras la besaba; podía ver en sus ojos que él era el primer hombre de su vida.
Lucía se retorcía debajo del musculoso cuerpo de su novio que parecía estar en un
estado de bestialidad, que ella jamás habría imaginado en un tipo tan recatado en la
iglesia. Tras un rato de intensa pasión, se quedaron enredados sobre el sillón
tratando de recuperar el aliento. Ella aún sintiéndose culpable.
―Disculpa, no quise ser brusco. ―Gabriel la abrazó, sabía que era su primera vez y él
había sido un poco torpe.
―Estoy bien, amor... Eres maravilloso ―contestó Lucía, buscando su blusa para
cubrirse.
―Sé que esto era importante para ti. ―Él se sentó en el borde del sillón aún a medio
vestir.
―Sí, pero es contigo y sé que un día nos casaremos ―le dijo, avergonzada,
abotonando la blusa.
Gabriel se levantó como para terminar de vestirse, pero Lucía le pidió que se quedara
esa noche con ella, no quería sentirse sola luego de haber hecho el amor con él. Así
es que después de darse una ducha y de programar una alarma muy temprano para
llegar de amanecida a la casona, se fueron juntos a dormir.
A la mañana siguiente la alarma sonó cerca de las seis. Gabriel saltó de la cama,
Lucía, por su parte, apenas abrió los ojos sabiendo que su novio debía irse para no
dejar en evidencia que había pasado la noche con ella. No querían que las hermanas
de la iglesia hablaran al respecto, ni siquiera en un «chisme santo». Se despidieron
con un beso y Gabriel se fue apresurado rumbo a la casona. Aún no salían los
primeros rayos del sol.
Efectivamente, llegó justo a tiempo, ya que tía Corina se levantaba temprano para
preparar el desayuno, por lo que, aprovechando el silencio de la casa, subió la
escalera hacia su dormitorio, tratando de no hacer ruido. Abrió con sigilo la puerta de
su habitación, miró la cama de Boris y él ya se había levantado; no había tenido una
buena noche, se había dormido tarde y con tristeza, e incluso despertó antes de que
sonara su alarma. Estaba en el baño, la puerta se encontraba abierta y al parecer ya
se había duchado, pues tenía la toalla cruzada en su cintura mientras se afeitaba la
escaza barba que a veces asomaba.
―¡Hola, bro!... ¡Ya estás despierto! ―saludó Gabriel parado desde la puerta del baño.
―Nada... ¿Cómo te fue anoche? ―preguntó Boris, lacónico, antes de lavar su cara
para quitarse la espuma.
―Excelente, bro... Gracias por guardar el secreto. ―Gabriel, que sentía lo distante
que Boris estaba, trató de sonar lo más amigable posible haciéndolo sentir parte de
su escapada con Lucía.
Boris salió del baño sin su típica sonrisa, estaba claramente dolido al saber que no
existía posibilidad con Gabriel, quien prefirió no seguir preguntándole por qué no
había dormido, ya que supuso que se estaba acordando de su mamá.
Gabriel deslizó su pantalla para responder de inmediato, una leve sonrisa se dibujó en
su rostro.
"Tú también eres lo que más amo, mi hermosa.
Cerró la aplicación, se puso un poco de perfume y bajó casi corriendo para alcanzar a
Boris, que estaba sentado junto a Abner. Saludó a todos como de costumbre y antes
de comenzar a comer, cerró los ojos e hizo una oración ante la dichosa mirada de su
padre y tía Corina.
Boris sintió que se le revolvía el estómago, por lo que tragó lo que le quedaba de
desayuno y se paró de la mesa, disimulando que debía buscar algunas cosas para la
clase de historia. Gabriel sabía que algo sucedía con él y no podía dejar de
preocuparse, pues el muchacho le provocaba ciertos sentimientos que no descifraba
bien. Trató de no levantar sospechas y, cuando su padre se levantó a preparar sus
cosas para salir, salió raudo de la cocina en búsqueda de Boris, quien estaba en la
puerta de entrada de la casona esperando.
―¿Qué te parece si esta noche vamos a caminar algún lugar de la ciudad? ―preguntó
Gabriel, tratando de hacer algo por ayudarlo.
―¿Puedo saber por qué no puedes? ―Gabriel sintió algo en su pecho ante la
respuesta negativa. No sabía qué era.
―Saldré esta noche con Julián... Un compañero de clase. ―Sonrió con ironía al
decírselo―. Anoche me invitó y le dije que sí. ―Efectivamente, había recibido un
mensaje de Facebook donde Julián lo invitaba.
―¡Chao, saludos a Lucía! ―exclamó Boris sonriendo antes de cerrar la puerta del
auto y partir rumbo al colegio ante la mirada petrificada de Gabriel.
Los chicos de la noche
―¡Al fin llegas, Juli! ―saludó Camila entre los brazos de Felipe―. ¿Dónde
iremos? ―Estaba ansiosa por saber.
―Ahora espero que todos quieran ir ―dijo Julián mientras sonreía a Boris―.
¿¡Quieren ir a la disco gay!? ―Se refería a la única que existía en la ciudad.
―Felipe, ¿no te preocupa lo que puedan decir tus compañeros del equipo de fútbol?
―preguntó Julián, mientras caminaban rumbo a la discoteca.
―No, para nada ―afirmó Felipe, quien iba de la mano con Camila―. No tengo
prejuicios y me da lo mismo si hablan ―agregó muy seguro―. ¡Ah, y puedes decirme
"Pipe" como lo hacen todos! ―Le sonrió mientras Camila le sacaba la lengua en forma
coqueta.
―¡Buenísimo, Pipe! ―Julián levantó el pulgar en señal de buena onda, luego miró a
Boris―. ¿Y tú, guapito?, espero lo pases bien conmigo esta noche ―insinuó para
molestarlo, ya que sabía que era tímido.
―Eh... Sí, seguro que sí. ―Las mejillas de Boris se enrojecieron levemente, y eso a
Julián le encantaba.
Se fueron caminando por varias calles y llegaron hasta un antiguo edificio en donde
un pequeño grupo de personas ingresaba por una puerta metálica custodiada por un
tipo gordo con pinta de guardia y otro muy flaco y desgarbado, que cobraba las
entradas. En la puerta había un letrero con luces que decía «Neón Blue X».
Los cuatro se reían mientras hacían la fila para entrar, pues comentaban que el sitio
parecía turbio y desarreglado, pero Julián insistía en que, por dentro, era todo lo
contrario y que lo pasarían bien. Además, ya había llamado al dueño para que los
dejara pasar sin problemas, aun siendo menores de edad. Por fin avanzó la fila y
pudieron pagar sus entradas, les pusieron unas pulseras fluorescentes con el nombre
de la disco.
Una vez dentro, se dieron cuenta de que Julián no mentía: era un sitio espectacular,
lleno de esferas de espejos, luces de neón y mucho brillo por todos lados. La música
sonaba fuerte y estaba repleto de gente bailando, se veían algunas parejas
besándose entre la multitud y otros, al fondo, en la barra bebiendo y riendo.
―¿Qué prefieres tomar? ―preguntó Julián a voz viva cerca de Boris para que pudiera
escucharlo, pudiendo sentir su perfume.
―¡Ok... Cerveza para los dos! ―Julián fue hasta la barra y rápidamente consiguió su
pedido. No quería dejar solo a su acompañante por mucho tiempo, ya había
detectado a varios chicos que lo estaban mirando como buitres, no solo por su
belleza, sino también por ser nuevo en el lugar, ya que los clientes casi siempre eran
los mismos.
―¡Les dije que esto era lo máximo! ―exclamó Julián con su vaso en alto, mientras se
movía cerca de Boris mirándolo a los ojos.
―¡Sí, esto está increíble! ―gritó Camila, al tiempo que Felipe bajaba lentamente
hasta su cintura al ritmo de la música.
La espuma comenzó a mojar sus ropas, lo que les daba un aspecto sensual a todos,
algunos chicos los miraban, ya que los tres del grupo eran bastante guapos y con las
camisetas húmedas se les podía ver el cuerpo. Algunos hombres mayores los miraban
con deseo desde la barra o el segundo nivel de la disco. Un par de chicas lesbianas
miraban de vez en cuando a Camila, lo que le causaba extrañeza, ya que no estaba
acostumbrada a esas cosas. Felipe, por su parte, trataba de no mirar mucho a su
alrededor, le incomodaba ser tan observado, pero lo estaba pasando bien, por lo que
solo era un detalle.
―Quiero besarte, Boris ―le dijo Julián al oído, rozando la mejilla del muchacho con su
nariz.
―¿Qué? ―Boris se sorprendió y corrió su cara hacia atrás, pero Julián que estaba
ebrio le sonreía con ternura.
―Eres lo más lindo y bueno que he visto en mucho tiempo. ―Julián paró de bailar, se
acercó a Boris y puso uno de sus brazos en el hombro de él―. Eres buenito y quiero
un besito tuyo... solo uno. ―Tenía su sensual sonrisa al máximo. El corazón de Boris
se aceleró de nervios.
―Quizás estás mal interpretando las cosas ―respondió Boris, tratando de evadirlo, a
pesar de sentir un hormigueo en su estómago.
―Sé buenito... solo uno de amigos. ―Julián se acercó aún más a él, estaban frente a
frente―. Di que sí ―agregó con ojitos achinados.
―¡Boris, uno de amigos! ―gritó Camila, quien estaba cerca de ellos―. ¡Solo uno!
―Se reía junto a Felipe.
―Está bien... solo uno y de amigos ―respondió Boris, ante la sorpresa de todos―.
¡De amigos y no molestes más! ―Sonrió coqueto, ante la mirada expectante de sus
amigos. Se acercó a Julián, lentamente tocaron sus rosados labios y comenzaron a
besarse.
Boris sintió que le agradaba por un instante. Julián estaba extasiado al tocar los
tiernos labios de aquel guapo chico, que le estaba comenzando a gustar y que era
diferente a todos los anteriores que había probado.
A pesar de lo breve, el beso fue más largo de lo que Boris pensó que sería. Camila y
Felipe, abrazados, sonreían en complicidad con sus amigos.
Lo que no sabían era que desde afuera de la pista de baile, había un hombre, que
llevaba una gorra y grandes lentes de sol para no ser identificado: era Gabriel que los
había buscado y observaba con sentimientos revueltos cómo Boris besaba a otro
chico.
La multitud se movía rápido al ritmo de la música, por lo que solo podía distinguir con
poca claridad al adolescente besando a un extraño de espaldas a él. Preso de sus
emociones, volteó y salió casi corriendo, pasando a llevar un par de personas para no
ser descubierto. Se perdió entre los grupos de personas que estaban afuera y tomó
rumbo desconocido. Mientras, Boris continuaba bailando, cada vez más cerca de
Julián.
Un sábado en Familia
Recordó lo bien que lo había pasado con sus amigos y el beso que se había dado con
Julián frente a todos, aunque después insistió en dejarle en claro que solo era algo en
buena onda y parte de la diversión, aunque en el fondo no le era indiferente y, sin
embargo, las emociones eran más fuertes por Gabriel.
Se acordó de él y miró hacia su cama que estaba revuelta, era claro que ya se había
levantado porque no estaba en la habitación ni en el baño.
Luego de unos minutos de estar pensativo, se puso de pie y caminó hasta la ducha,
se quitó la ropa interior y antes de echar a correr el agua se miró en el espejo para
revisar si estaba gordo; su abdomen era perfectamente plano, un cuerpo que
mezclaba niñez y adolescencia, pues le faltaba desarrollar más musculatura. Se
alegró al notar que seguía teniendo un lindo cuerpo. Se metió en la ducha y estuvo
ahí por un largo rato para tratar de despertar.
Media hora más tarde, ya estaba vestido y mucho más lúcido. Bajó a desayunar;
aunque sospechaba que todos ya lo habían hecho.
―Hola, buenos días, tía Corina ―saludó mientras buscaba una taza para tomar café.
―Buen día, hijo, que el Señor lo bendiga ―respondió la tía, que estaba en un rincón
de la cocina junto al calentador a leña, tejiendo―. ¿Cómo estuvo la reunión con sus
amigos? ―preguntó sin dejar de hacer su labor, mirando como un policía a su
sobrino.
―¡Oh, me alegro mucho de que el buen Señor guíe sus pasos y sean jóvenes de bien!
―Parecía satisfecha de que su sobrino hiciera caso en sus consejos―. El Enemigo los
tienta en la juventud para cometer actos impuros y vergonzosos ―añadió Corina,
justo antes de tomar un sorbo de su mate.
―Eh... Me imagino que así debe ser. ―Boris miraba hacia cualquier parte menos a su
tía. Luego se preparó el café y se sentó cerca de la ventana.
Pudo ver que afuera, los trabajadores cortaban leña para la calefacción de la casona;
Abner y su esposa estaban con ellos dirigiendo la jornada, todos vestían trajes para el
agua, ya que estaba lloviznado, como era habitual en la zona.
No había rastro de Gabriel por ningún lado, supuso que estaba con su novia, de lo
contrario estaría con ellos afuera.
―Boris, ¡qué bueno verte aquí tan temprano! ―exclamó Marta, quien traía un canasto
con verduras de la huerta y se lo mostraba a su esposo.
―Hola, sí... los vi y quise venir con ustedes. ―Sonrió el adolescente, mientras veía a
su padre llevar una carretilla con leña.
―A veces hay que hacer las tareas de la casa ―intervino Abner, dirigiéndose hacia la
bodega a un costado de la casona.
Boris comenzó a caminar por el campo, al tiempo que tomaba el aire fresco. A lo
lejos, podía ver unas vacas pastando; se sentó justo debajo de un gran castaño que
lo protegía de la lluvia. Sacó su celular y le envió unos mensajes a Julián.
"¿Estás vivo?
En menos de dos minutos, ya se podía ver que Julián estaba respondiendo del otro
lado.
"Recién desperté...
Me encantó tu beso."
Boris respondió:
Julián replicó:
Boris guardó su teléfono, sonriendo, no podía negar que le gustaba que un chico le
escribiera esas cosas. No sabía exactamente qué pensar, por lo que se quedó casi una
hora sentado bajo el árbol mirando cómo lloviznaba; los brotes de la primavera
estaban comenzando a aparecer. Le parecía un entorno mágico, tranquilo y la
naturaleza estaba en su máximo esplendor. A lo lejos pudo escuchar los gritos de
Juana, quien lo llamaba para que en un rato más almorzara con su familia. No
obstante, Boris sentía que recién había desayunado, pero como se había levantado
tarde, no le quedó otra que acercarse a la casa arrastrando los pies para no dejarlos
esperando.
Juana había preparado para el almuerzo un delicioso asado de cerdo con ciruelas y
rotkohl, un plato típico de la zona, y que era el favorito de Abner. Estaban terminando
de ordenar la mesa de la cocina. Todos se movían de un lado a otro, alegres, así es
que decidió ayudar con las labores.
―¡Hola a todos! ―Se escuchó desde la puerta de la cocina. Eran Gabriel y Lucía,
quienes también participarían del almuerzo familiar. Todos los saludaron con
entusiasmo; menos Boris.
―¡Ya, pasen todos a la mesa! ―gritó Juana, quien tenía todo bajo control, pues
trabajaba para ellos desde hacía décadas y los conocía bien.
Gabriel miraba de soslayo a Boris, aún sentía como una aguja en el centro del
estómago el recordar lo que había visto la noche anterior. No le dirigió la palabra en
toda la comida, mientras que Lucía y Corina hablaban de las actividades para mujeres
que tenía programadas para la congregación.
Marta, por su parte, opinaba cada cierto rato y solo daba ideas cuando le parecía
apropiado. No le gustaba mucho el ambiente de mujeres en la iglesia, encontraba que
no eran siempre transparentes.
Corina, quien tenía mucho tiempo libre, era una mujer soltera, de cuarenta y tres
años, y que podía darse el gusto de planificar cientos de actividades en las que
siempre llevaba a Juana, a pesar de que ella, a veces, iba obligada.
―Debo anunciar algo ―dijo el apuesto joven, poniéndose derecho en su sitio. Lucía
hizo lo mismo, solo que poniendo cara de felicidad. Tenían la atención de todos en la
mesa.
―Con Lucía hemos decidido adelantar nuestra boda para dentro de un par de meses
más. ―Gabriel tomó la mano de su novia, la que sonreía como si hubiese ganado la
lotería, ante la mirada petrificada de Boris.
―¡Santo cielo, qué alegría! ―exclamó Corina, al tiempo que todos se levantaron a
abrazarlos por la buena noticia, era algo bastante esperado por todos, menos por
Boris, que veía que toda esperanza se esfumaba y no habían sido más que falsas
ilusiones. Pensó, en el fondo, que tal vez era lo mejor.
Se armó tal alboroto en la cocina, que Boris aprovechó para irse a su dormitorio y
olvidar todo por un rato. Además, le quedaba soportar el cumpleaños de Gabriel que
sería celebrado al día siguiente.
Cerró su puerta y se tendió en la cama que Juana ya había ordenado, buscó sus
audífonos y se puso a escuchar música. Luego miró videos, y así estuvo hasta que
Camila lo agregó a un grupo que hizo en WhatsApp, en donde estaba ella, él, Felipe y
Julián, con el nombre de «4 Fantásticos».
―¿Qué podría decirte? ―Boris trataba de no mirarlo, hacía como que buscaba algo en
su celular.
―Tal vez no te agrada Lucía, pero es mi novia ―respondió Gabriel, mientras se ponía
el abrigo y se acercaba a los pies de la cama.
―Sí... O puede ser que estés celoso. ―Gabriel intuía lo que estaba sucediendo.
Se produjo un silencio, Boris no sabía cómo responder a eso; no podía quedar en
evidencia o sería su fin en la casa.
―Parece que solo son berrinches de un niño mimado y descarriado ―añadió Gabriel
con un tono de enojo, abriendo la puerta para irse, pues él también tenía las
emociones revueltas.
Mientras duró el festejo, tomaron vino con moderación, pues la mayoría solo bebían
gaseosas o jugos; muchos de ellos se habían rehabilitado del alcohol al entrar a la
religión y otros, que preferían mostrar una imagen recta ante los hermanos, decían
no beber jamás.
Poco a poco los invitados se fueron retirando tras una larga jornada dominical, en la
que disfrutaron de los primeros rayos del sol que ofrecía la cercana primavera.
Lucía se encontraba en la cocina junto a tía Corina y Juana, terminaban de lavar los
últimos platos de la comida, mientras que el festejado en compañía de su padre y
esposa, despedían a los invitados en la entrada, eran admirados y respetados por la
comunidad religiosa.
Por su parte, Boris durante toda la jornada estuvo sentado junto a unas chicas
alborotadas por su presencia, pero en realidad, solo se dedicó a chatear con sus
amigos y a planificar salidas durante la semana. En su mente tenía claro lo que haría
para que Lucía no le ganara, pues ya no le era agradable que esa mujer lo tratara de
forma tan despectiva.
Se paró y, sin que nadie se diera cuenta, fue hasta la bodega de la casona en donde
almacenaban todo tipo de provisiones para la familia, era un lugar bastante amplio;
con varios estantes llenos de productos enlatados, sacos de harina, diferentes tipos
de alimentos y lo más importante que era lo que buscaba Boris: alcohol. En el fondo
de la bodega encontró unas cajas con botellas de buen vino y, para su sorpresa,
quedaba una botella de ron bien escondida que de seguro Juana utilizaba para sus
preparaciones en la cocina. La tomó y la escondió entre su ropa para luego salir raudo
del lugar sin ser descubierto.
Corrió por el pasillo y, antes de siquiera cruzarse con su padre, subió hasta su
habitación en donde guardó la botella debajo de su almohada. Luego tomó su celular
y buscó a Gabriel entre sus contactos de WhatsApp.
Boris había decidido celebrar a solas con Gabriel, principalmente para molestar a
Lucía, tarde o temprano ella se enteraría de que habían pasado tiempo juntos.
Ante esto, a Lucía no le quedó otra que irse a su casa, pensando en lo maravilloso
que era su prometido al estar tan dedicado a los niños huérfanos en el día de su
cumpleaños.
Poco a poco, todos en la casa se fueron a sus dormitorios a dormir. Boris escuchaba
música, mirando por la ventana y, a pesar de estar decidido a enfrentar a Gabriel, no
podía disimular sus nervios, ya casi no le quedaban uñas por morderse.
―Eh... No... Yo... ―balbuceó sintiendo una corriente ante la cercanía de Gabriel―.
Tengo algo para ti, ya no estoy enojado... creo. ―Reaccionó y se puso de pie, fue
hasta su cama y sacó la botella que tenía guardada.
―¿Ron? ―Gabriel sonrió al verlo, estaba asombrado, pero le parecía tierno ver a un
chico en pijama, entregándole una botella de alcohol.
―Sí, es por tu cumpleaños. ―La sonrisa de Boris era deslumbrante―. Para que
celebremos ―añadió, poniendo la botella en manos del festejado.
―Pero, tú eres menor de edad y... ―respondió Gabriel, quien parecía no estar seguro
de la situación.
―Está bien... solo porque no quiero seguir distanciado ―repuso Gabriel, al tiempo
que abría la botella―. Bueno, supongo que es sin vaso ―agregó riéndose, mientras
que se sentaban en el piso, cerca de la ventana.
―Feliz Cumpleaños, Gabo... ¡Tienes diez años más que yo! ―Boris tomó la botella y
le dio el primer sorbo ante la mirada de Gabriel, que después bebió el siguiente trago.
Así estuvieron por mucho rato, cada cierto tiempo bebían un sorbo de ron y luego
conversaban de algún tema que querían conocer del otro. Hablaron de su infancia,
religión, política, la escuela, deportes, la familia y luego repetían algún tema. Se
rieron de tonteras y olvidaron que habían estado enojados. Gabriel no quiso decir que
lo había visto junto a un chico en la disco gay, de lo contrario, quedaría en evidencia
que los había seguido y estaba bastante a gusto disfrutando el momento.
Poco a poco, el alcohol comenzó a surtir efecto en ellos, quienes trataban de no hacer
ruido para no despertar a nadie. Al día siguiente comenzaba una larga semana de
trabajo y escuela, pero a Boris no le parecía importar, estaba contento, bebiendo con
el hombre que lo enloquecía. Le encantaba ver que ya no era ese empaquetado chico
perfecto de la iglesia, frente a él ahora estaba un joven alegre que disfrutaba de la
vida como cualquier otro. Estaban tendidos de espalda mirando el techo.
―No estás obligado... Nadie lo está. ―Boris podía sentir que, al parecer, Gabriel no
era feliz en su relación.
―Yo no puedo fallar, todos esperan mucho de mí. No sabes ―dijo Gabriel con
seriedad. Pensaba en algo más, pero no quiso decir qué.
Se produjo un silencio, ambos estaban de la mano y conectados por primera vez por
tanto rato. El tiempo se detuvo para los dos y desearon que permaneciera así por
mucho más.
―Cosas de niños ―pensó Gabriel en voz alta. Le apretó la mano mientras el corazón
de Boris permanecía acelerado.
Tras otro minuto de silencio, Gabriel volteo hacia él, dejando su cara cerca de la suya.
Respiró más fuerte de lo habitual y pudo sentir el aroma de su piel. Rozó su nariz con
la mejilla de este, que se quedó inmóvil, preso de los nervios.
Una corriente le erizaba la piel. De un segundo a otro tenía a Gabriel encima de él,
sus labios estaban demasiado cerca y sus ojos se conectaron, dejando ver una mezcla
de miedo y deseo. sus corazones latían fuerte, pero ninguno pudo contenerse, ya que
se acercaron cada vez más hasta que sus labios entraron en un suave contacto.
Por fin Gabriel lo besaba, apasionado, y aquella corriente aún recorría sus cuerpos
liberando la energía contenida desde que se vieron por primera vez. Gabriel no pudo
luchar más con sus impulsos y siguió besándolo por largo rato, lo mantenía abrazado
contra el piso, sintiendo su delgado cuerpo. Boris estaba extasiado, el sabor de los
labios de aquel hombre lo enloquecía y no quería soltarlo.
―¡No! ―exclamó Gabriel y lo soltó de golpe, reaccionó ante lo que hacía y la culpa se
apoderó de él.
Boris permanecía tendido sin saber qué hacer, no entendía bien qué le pasaba y
miraba a Gabriel mientras él se ponía de pie con esfuerzo.
―No podemos ―sentenció Gabriel. Se sentó en su cama con las manos en la cabeza,
mientras comenzaba a llorar―. Señor, no puedo... yo no ―oraba entre sollozos, ante
la incrédula mirada de Boris.
―¡Padre amado, que cuidas de tus siervos! ―exclamó mientras continuaba llorando
en un estado casi descontrolado―. No me dejes caer en pecado... Cuida de tu hijo
amado. ―Se escuchaba que susurraba mirando al cielo.
Boris no supo cómo reaccionar, pues había pasado de estar besando al hombre que le
gustaba, a verlo abatido de rodillas en el piso implorando por no caer en el pecado.
Por la mañana, cuando sonó la alarma de su celular para ir al colegio, Boris se sentó
de golpe con un fuerte dolor de cabeza. Recordó lo ocurrido y miró hacia todos lados,
pero Gabriel no estaba. No había pasado la noche en la habitación.
Cosas de chicos
Boris aún no podía creer lo sucedido durante la noche; por un lado, estaba feliz de
haber besado a Gabriel y de ese mágico momento entre ellos. Por otra parte, no
entendía bien qué había sucedido después, su hermano parecía haber enloquecido de
culpa. Pensó en que quizás el alcohol le había hecho mal y no pudo manejar sus
impulsos, pero todo era confuso y, hasta el momento, no tenía la menor idea de
dónde había pasado la noche ni mucho menos qué sucedería cuando se volvieran a
ver.
Al llegar al colegio vio que lo esperaban sus amigos en la entrada, por lo que se
apresuró en sacar su bolso del portamaletas; los lunes eran los días de la clase de
Educación Física. Caminó lento hacia ellos, el sueño se apoderaba de él y las ojeras
que traía lo delataban.
―Sí, algo así. Muero de sueño ―respondió Boris, mientras daba la mano a los chicos
del grupo.
―No hagas caso, que te ves bien de todas formas ―halagó Julián, haciéndose el
galán con su típica sonrisita.
―Yo creo que debes ir despertando porque tenemos que entrenar mucho el día de
hoy ―intervino Felipe, quien parecía estar súper animado―. Yo ya hice cien
abdominales en casa ―remató ante la mirada alicaída del resto.
―Entonces debes contagiarme tu energía, Pipe. ―Boris dejó caer el bolso al suelo―.
No me gusta la clase de deportes ―añadió sin ánimos.
Una vez dentro, corrieron hasta los vestidores del gimnasio para cambiarse el
uniforme a su tenida deportiva. Guardaron sus bolsos en los casilleros y se dirigieron
hasta la zona central de la cancha, en donde los esperaba su profesor, quien, con el
típico silbato, ponía orden cuando los estudiantes se alborotaban.
Poco a poco, logró hacerlos guardar silencio y les indicó que en esa clase deberían
salir a trotar por la pista que estaba afuera en el patio, así es que, para disgusto de la
mayoría, no les quedó de otra opción que seguir al profesor en su rutina.
Felipe animó a los chicos a que lo siguieran y estos trataron de mantener su ritmo a
pesar de lo difícil que les resultaba, era claro que les llevaba mucha ventaja en su
estado físico.
Cada cierto rato, Boris pensaba en Gabriel. Podía sentir su aroma y la sensación de
tener sus labios junto a los suyos, luego regresaba a la clase y seguía enfocado en
correr detrás de Felipe y Julián, que le llevaban la delantera.
―¡Vamos, Boris!... ¡No te duermas! ―le gritó Julián al tiempo que bajaba la velocidad
para esperarlo.
―No, ya no me dormiré... No te preocupes ―respondió Boris casi sin aire, estaba del
todo sudado.
Así continuaron su rutina por casi una hora, en la que fueron mezclando diferentes
ejercicios. Algunos lograban hacerlo bien y otros ya estaban sentados a mitad de
camino. Camila, por su parte, era una de las chicas que mejor desempeño tenía en la
clase, no tenía ningún problema junto al resto de las mujeres que corrían en grupo.
De pronto, uno de los compañeros de la clase empujó a Julián a propósito
mientras mantenían el trote.
Era Javier, uno de los que, con frecuencia, lo molestaba en clases o donde lo
encontrara.
―¡¿Qué te pasa?! ―gritó Boris, al tiempo que se detenía para ayudar a levantar a su
amigo.
―No te juntes con ese desviado. ―Javier se detuvo y se acercó a ellos con actitud
desafiante. Era un chico alto y robusto, con cara de pocos amigos―. Deberías estar
con las chicas ―añadió con risa burlona. Su cara llena de espinillas estaba enrojecida
y sudada, no tenía un buen aspecto.
―¿Algún problema, Javier? ―intervino Felipe, quien era uno de los más fuertes del
curso y los demás no se atrevían a buscar peleas.
―¡No me digas que ahora te juntas con el marica! ―Javier se refería a Julián, de
Boris aún no sospechaban nada. Comenzaron a acercarse los demás compañeros―.
¿Qué pasó con el macho futbolista? ―Se rio y, junto a él, otros cuantos.
Los demás solo miraban, no eran comunes las peleas en el colegio, a pesar de que
Javier siempre buscaba problemas en los otros cursos. El ambiente estaba tenso.
―Veo que tienes un nuevo amigo. ―Javier retrocedió, sabía que no le convenía
meterse con Felipe, quien, además, tenía muchos amigos en el curso―. Te salvaste...
desviado. ―Miró a Julián, que estaba junto a Boris y Camila, acto seguido se alejó,
pues vio que el profesor se acercaba.
―No dejes que ese imbécil te desanime. ―Camila lo abrazó, mientras que Boris lo
observaba con angustia.
―Me iré a casa, hoy no quiero estar en clases. ―Julián no quería que lo volvieran a
molestar. Unos años atrás, cuando recién llegó al colegio, ya había tenido problemas
con Javier por lo mismo―. Muchas gracias, Pipe. ―Le dio la mano y prefirió
marcharse sin que el profesor se diera cuenta, aunque era seguro que notarían su
ausencia en las siguientes asignaturas.
Sus tres amigos se quedaron un rato sentados afuera del gimnasio para calmar un
poco los ánimos. Era la primera vez que Felipe intervenía, antes su grupo eran los
chicos del equipo de fútbol y se reían cuando algo así ocurría. Sin embargo, ahora
sentía que Julián y Boris eran sus amigos y debía protegerlos. Camila los dejó para
alcanzar a sus compañeras, besó a Felipe sintiendo que era un buen chico.
―Me quedaré un rato, no quiero entrar y golpear a Javier ―dijo Felipe a Boris,
mientras arrancaba un poco de pasto con una de sus manos―. Si quieres me esperas
para que no te metas en problemas ―agregó, intentando calmarse. Todavía se sentía
enojado.
―No, amigo, no hay problema... Ese tipo es una mierda ―repuso Felipe, y se tendió
en el pasto para relajarse.
Luego de casi diez minutos de estar tomando aire para no tener que encontrarse con
Javier en los vestidores, se pusieron de pie y fueron a cambiarse antes de quedar sin
tiempo para llegar a la siguiente clase. Por fortuna, solo quedaban unos pocos
compañeros y el tipo conflictivo ya se había ido del lugar. Buscaron sus bolsos de los
casilleros y fueron hasta las bancas para poder ducharse. Felipe se quitó la camiseta
sucia y la dejó colgada, mientras que Boris parecía moverse lento, haciendo tiempo.
―Yo creo que puede ser incómodo para ti si yo... ―Boris no quería que su amigo
pensara que estaba usando el momento para mirarlo.
―¡No! No seas hueón. ―Felipe sonrió al notar a qué se estaba refiriendo―. No verás
nada nuevo y yo tampoco en la ducha... Somos todos iguales ―sentenció mientras le
apuntaba a un par de compañeros que estaban en las duchas―. Apúrate, que
necesito hablar contigo antes de volver a clases ―agregó quitándose el pantalón, al
tiempo que Boris entendía que no había problema si se cambiaba frente a su amigo
hetero.
Felipe se quitó la ropa interior y se fue corriendo hasta la ducha, esperando a que su
amigo hiciera lo mismo.
―Boris, necesito tu ayuda ―le dijo Felipe, enjabonándose por todos lados, tratando
de apurarse.
―Necesito saber por qué Cami no acepta ser mi novia. ―El agua caía por su
trabajado cuerpo adolescente―. Llevo meses intentando... ―explicó al tiempo que se
quitaba la espuma de los ojos.
―Uf, ya te contaré mi pasado. ―Felipe esbozó una sonrisa pícara y también cerró el
paso de agua. Acto seguido, salió corriendo para buscar su toalla y secarse.
Mientras se vestían, planificaron un par de cosas para saber qué pasaba con Camila y
por qué no aceptaba la propuesta de noviazgo. Se rieron de unas cuántas tonteras
con los compañeros que quedaban en el camarín y trataron de olvidar el incidente con
Javier para no tener que golpearlo en la sala si continuaba molestando, pues había
conseguido que Julián se fuera triste para su casa.
De camino a la sala, entre todo el bullicio de los estudiantes a punto de regresar a sus
clases, se encontraron con el pastor Abner, que debía dar una clase de Religión a un
grupo de estudiantes de visita. Estaba junto a la profesora Luisa conversando en el
pasillo. Abner llamó desde lo lejos a su hijo, Boris fue hacia donde él en compañía de
Felipe.
―Boris, qué bueno que te veo. Quiero que, en unos días más, me acompañes a una
visita que debo realizar a personas importantes de la congregación. ―Abner parecía
hablar de algo serio―. Los Ancianos (así llamamos a nuestros líderes importantes)
quieren que vaya contigo para que puedan conocerte ―agregó el pastor, sacando la
Biblia de su maletín.
―Sí, claro que te acompaño ―respondió Boris, quien no tenía más opción que aceptar
la invitación donde esos extraños señores.
―Gracias, hijo, sabía que no me defraudarías. ―Abner lo abrazó sutil, tratando de ser
cariñoso. Boris se notaba incómodo, no se acostumbraba a sus muestras de cariño y
menos en público.
Luego de ese breve encuentro con su padre, lo dejó junto a Luisa para que
continuaran con su conversación, y ellos se fueron hasta su sala para la clase de
Geografía.
Boris se acomodó en su puesto, se sintió triste al ver que la otra mesa estaba vacía.
Pensó en enviarle unos mensajes de ánimo a Julián, pero cuando sacó su celular se
dio cuenta de que Gabriel le había escrito minutos antes.
Como de costumbre, cada vez que se trataba de Gabo, el corazón de Boris se agitó y,
sin importarle que la clase ya había comenzado, decidió responderle. Gabriel aún
aparecía en línea en su celular.
Gabriel tardó casi cinco minutos en responder, seguía en línea, y cada cierto rato se
desplegaba el "Escribiendo...", bajo su nombre, y luego no llegaba nada. Al parecer le
estaba costando responder. Boris no podía prestar atención a su profesor. Para su
alivio, le llegó respuesta:
"Estuvo mal, tú eres un niño y es pecado. No creo que pueda verte hoy..."
Una sensación fría le recorrió la espalda. No podía creer lo que le estaban diciendo.
Reaccionó y respondió:
Los ojos de Boris se llenaron de lágrimas, sintió que Gabriel estaba huyendo de él,
haciéndolo sentir como un pecado. Ahora no sabía hasta cuándo lo volvería a ver.
Tuvo deseos de salir corriendo tal como lo había hecho Julián hacía un rato.
Pasó un día entero sin tener noticias de Gabriel, hasta que el pastor
comentó durante el desayuno que su hijo había partido urgente a la capital para
solucionar unos asuntos del hogar de niños. Lucía lo estaba acompañando esta vez,
no quería pasar mucho tiempo separada de su novio.
Boris se sintió devastado al enterarse, su mensaje ni siquiera había sido revisado y él
había sido sincero en sus palabras. Esperaba que a Gabriel no se le ocurriera revelar
lo ocurrido, aunque si lo hacía, era probable que él también saliera dañado.
Terminaron de tomar desayuno y se fueron directo al colegio. En el trayecto, Abner le
comentó a Marta que el fin de semana iría con su hijo a entrevistarse con los
Ancianos de la iglesia en el Refugio del Lago, que era un recinto perteneciente a la
comunidad. Marta se sintió dichosa al ver que su esposo estaba logrando cierta
conexión con Boris, ya que ellos no tenían hijos propios, sin contar lo que sentían por
Gabriel. Además, ella nunca había podido quedar embarazada y era un dolor que
guardaba hacía mucho, pues le hubiese gustado tener un hijo de Abner. Pero a sus
treinta y siete años, ya tenía descartada la opción.
Boris prefirió aceptar el viaje con su padre, aunque presentía que se iba a aburrir
mucho con los Ancianos, a quienes imaginó tal como su nombre indicaba: unos
viejitos de barba blanca, sentados en una mesa larga para interrogarlo. Al menos ese
viaje lo mantendría con la mente ocupada sin pensar en Gabriel.
Una vez en clases, ahora en compañía de su amigo Julián, acordaron dar un paseo y
poder conversar sobre lo ocurrido el día anterior. Decidieron que saldrían sin Camila y
Felipe, porque ellos ya tenían planes para la tarde.
Durante toda la jornada de clases pensaron en el lugar más adecuado, hasta que
Boris recordó ese parque donde Gabriel lo había llevado días atrás.
Antes de salir de clases, Julián tuvo que ir a dar cuentas de su inasistencia a la
directora, a la cual le inventó que se sentía mal el día anterior. No quiso dejar en
evidencia a Javier para evitar problemas. Además, no sabía si le creerían; en años
anteriores se había enfrentado a ese mismo personaje que acostumbrada a hacerle
bullying por su homosexualidad. Esta vez, Marta le creyó y no tuvo ningún castigo al
respecto, por lo que se fue junto a Boris a pasar la tarde al parque. En el camino
compraron golosinas y jugos para poder hacer más agradable el paseo.
A eso de las tres de la tarde llegaron al parquecito del cual Boris solo conocía una
parte. Detrás de los primeros árboles se escondía un hermoso lugar; había una
lagunilla llena de plantas de Nenúfar. El día estaba soleado, pero aun así se sentía
frío. El reflejo del sol iluminaba sobre el agua que parecía un mágico espejo rodeado
de hermosa vegetación. Se acomodaron sobre el pasto a comer unas barras de
chocolate con almendras, admirando el bello paisaje que tanto le atraía a Boris.
―¿Por qué Javier te trató así? ―preguntó Boris, luego de morder con fuerza su
chocolate.
―Cuando llegué al colegio, tenía quince años... ―Julián miraba la laguna, abstraído,
buscando entre sus recuerdos―. Y el año anterior lo había reprobado en otro colegio.
No tenía las mejores juntas del mundo. ―Miró a Boris que estaba atento―. No tenía
amigos reales y terminé siendo un desastre, solo pensaba en salir de fiesta y tener
sexo con cualquier chico guapo que conociera. ―Se notaba incómodo al hablar del
tema.
―Pero... ¿Cómo llegaste a eso? ―preguntó Boris, sorprendido al escuchar a su amigo.
―Después de todo, yo le pertenecía a cualquiera que pudiera darme alcohol o alguna
droga. ―Julián se sintió avergonzado y bajó la mirada―. No importaba la edad y casi
no estaba en casa con mi familia ―añadió, afligido.
Boris puso su mano en el hombro de él para demostrarle su apoyo.
―¿Y Javier? ¿Qué onda? ―Boris estaba intrigado, le sorprendía la historia de Julián
siendo tan joven.
―Javier se enteró por unos amigos cuando llegué al colegio. Y, desde ese
entonces, el primer año me hizo la vida imposible, fui golpeado varias veces. ―Julián
tomó aire―. Y yo también le respondía. Casi nos expulsan de no ser por las
donaciones que nuestros apoderados dieron al colegio. ―Abrió una botella de jugo.
―¿Cómo llegaste a esa vida tan desordenada? ―Boris continuaba asombrado.
―Bueno, eso es aún más terrible y prefiero no revolver tanto ese pasado que trato de
olvidar. Pero debes saber que existen personas perversas en el mundo y les da lo
mismo si eres joven, solo te hacen daño. ―Julián volvió a respirar profundo,
necesitaba desahogarse.
―No te preocupes, algún día puedes contármelo si así lo deseas. ―Boris le sonrió
mientras pensaba en la difícil vida que había tenido su amigo y cómo en el colegio lo
juzgaban sin conocer su historia.
―¡Ya! Y tú... ¿Por qué andas tan pensativo? ―Julián quiso cambiar abruptamente de
tema para no deprimirse con el pasado.
―Eh... Nada, cosas ―respondió Boris con cara de no querer soltar su secreto.
―¿Cosas?... Eso tiene pinta de ser un hombre. ―Julián intuía que había alguien en la
vida de Boris―. Me imagino que es de tu otro colegio ―agregó, pensando que eso era
lo más lógico por el tiempo que llevaba en la ciudad.
―Sí, puede ser. ―Boris no dudó en mentir, prefería por ahora, no revelar nada―.
Pero son tonteras, ya lo voy a olvidar ―añadió, mientras volvía a morder su barra de
chocolate.
―Eso espero, porque quiero una oportunidad. ―La sonrisa volvió al rostro de Julián.
―Pero así se empieza ―aseguró Julián, y luego le sacó la lengua para hacerlo sonreír.
Así se quedaron por largo rato, tras conocer una parte de la vida de Julián.
Continuaron riendo y comiendo las golosinas que habían comprado. Algunas personas
pasaban cerca a tomarse fotos en la lagunita o a sentarse en alguna banca. A ratos
soplaba un viento frío que sacudía los árboles, generando un armonioso ruido que los
tranquilizaba. Entre toda la conversación, Boris recordó que Felipe le había encargado
averiguar porqué Camila no aceptaba ser su novia y se lo comentó a Julián. Tal vez él
podría saber alguna cosa, pues tenía más tiempo en el colegio.
―¡Ah, podría saber cuál es la razón! ―Julián tenía una vaga idea al respecto, Boris
permanecía atento a la información―. Lo que puede ser es que Camila se deja llevar
por los rumores del colegio respecto a Felipe. ―Ahora abría un paquete de papitas
fritas.
―Es que antes de toda la buena onda que ahora tenemos los cuatro, Felipe, como
casi todos los chicos del equipo de fútbol, andaba con varias chicas a la vez. ―Se rio,
ya que sonaba un poco a él mismo antes―. Y no lo culpo, si el chico está guapísimo.
―Soltó una carcajada junto con Boris ya que, en efecto, Felipe era muy atractivo.
―Sí, tienes razón. ―Boris recordó lo que había visto en la ducha el día anterior―. El
amigo tiene un cuerpazo. ―Sonrió, sutil.
―¡Ah, ya lo viste! ―exclamó Julián, sintiendo celos―. Y eso que no me has visto a
mí. ―Soltó otra risotada―. La verdad, sí... Felipe está guapo y también lo he visto en
la ducha ―agregó llevándose un puñado de papas a la boca, las que estallaron como
peta zetas.
―¿Será eso por lo que Camila no lo acepta como novio? ―pensó Boris en voz alta.
―¡Claro!, si Camila es la chica perfecta y no quiere salir con alguien que estuvo con
casi todas... Es obvio ―le respondió Julián, medio atorado con las papas fritas.
―Pero creo que ya cambió... Me cae bien Pipe ―afirmó Boris, tirándose en el pasto
para observar un rato el cielo.
Julián hizo lo mismo y se quedaron comentando las formas de las nubes que a ratos
pasaban por encima.
No se fueron del parque hasta que acabaron con todas las bolsas de golosinas. Ambos
estaban mucho más animados y salieron felices del lugar, faltaba poco para el
atardecer y debían llegar a tiempo a sus casas para no tener problemas.
―¿Qué harás este fin de semana, nene lindo? ―preguntó Julián, pretendiendo hacer
planes.
―Ay, lo siento, Julián... Tengo que acompañar a mi padre a casa de unos viejitos
―rechazó Boris con pocas ganas y encogiendo sus hombros.
Terminaron por despedirse con un abrazo. A Julián le fascinaba el aroma de Boris, por
lo que se acercó lo más que pudo a su cuello. Luego, cada uno caminó en dirección a
sus casas. Boris sacó su celular para ver si Gabriel le había respondido a su mensaje,
pero no tenía respuesta. Vio que estuvo conectado a la aplicación y no le había dejado
nada. Un poco angustiado y ansioso por saber algo, entró en su Facebook por si había
novedades y para su mala suerte, se encontró con una selfie de Gabriel y Lucía
besándose, junto a un estado que terminó por devastarlo: "Felices... Nos casamos el
14 de febrero".
Amigos
Camila, desde lo alto, lo miraba fascinada, era la primera vez que lo veía
con tan poca ropa y le parecía muy atractivo metido en el estero. Al cabo de un rato,
Felipe se dio cuenta de que el agua no le llegaba más arriba de la cintura, así es que
se sumergió sin perder más tiempo, de lo contrario el frío le pasaría la cuenta.
―¡Ah, mierda esto está helado! ―rezongó el atractivo moreno, mirando a sus amigos,
que desde las rocas observaban como si fuera un espectáculo―. Dejen de mirarme
así, sé que estoy rico, pero la única oportunidad aquí la tiene Cami ―aseguró,
sonriendo hacia ella.
La verdad no le molestaba que sus amigos lo miraran y ya había dejado en claro que
no tenía problemas con el tema, él estaba seguro de su sexualidad y le gustaba pasar
tiempo con ellos y hacer bromas al respecto.
―¡Uy, Cami... Échale un vistazo a la mercadería que te ofrecen! ―dijo Julián,
haciendo referencia a que se le traslucía el bóxer al estar mojado
―¡Ay, Juli! ―Camila, entre risas, se ruborizó.
Felipe notó a qué se refería Julián, por lo que se sumergió hasta los hombros, a
Camila le daba vergüenza verlo, o al menos eso parecía.
―¿Nadie trajo toalla? ―Boris miró dentro de su bolso y no tenía, solo comida, no
esperaban bañarse.
―Tranquilo... Ya veré cómo secarme ―dijo Felipe y siguió bañándose, parecía un niño
jugando en el agua.
Los otros tres siguieron sentados en las rocas y se reunieron en torno al bolso de
Boris para probar los sándwiches que le había preparado Juana con tanto cariño.
Entretanto goloseaban esos maravillosos panes con jamón ahumado y queso de
campo, se reían de las tonteras que hacía Felipe en el agua para coquetearle a
Camila.
―Yo que tú, ya me lo habría llevado a la cama ―sentenció Julián a Camila, mientras
terminaba de tragar un bocado del sándwich―. O te lo van a quitar ―agregó mirando
al chico en el agua.
―Es verdad, Cami, dale una oportunidad. ―Boris la miró con cara de niño bueno. No
había olvidado ayudar a su amigo a conseguir que ella fuera su novia, después de
todo, eran cosas del pasado lo que los separaba.
―Lo estoy pensando ―respondió Camila con su sándwich en la mano y observando el
tonificado torso mojado de Felipe―. Yo creo que pronto le daré el sí... Está bien rico
este morenito. ―Soltó una carcajada junto con los chicos, quienes asintieron en señal
de aprobación.
―Y tú deberías hacer lo mismo, Boris, dime que sí. ―Julián aprovechó el momento
para ver si estaba provocando algo en él.
―No sé... Déjame pensarlo unos años ―respondió Boris con la cara llena de risa en
complicidad con Camila.
―¡Hey, Boris!... ¡Ayuda! ―gritó Felipe desde el agua, haciéndole un gesto para que
bajara―. Trae mi ropa para vestirme... Me cago de frío ―dijo, saliendo del agua entre
tiritones.
Boris bajó riéndose, al ver que no había durado mucho tiempo en el agua. Tomó la
ropa de Felipe y se la acercó hasta la orilla, junto a un árbol donde su amigo lo
esperaba temblando. Julián le silbaba desde las rocas, mientras Camila se reía.
―Tápa... me con la ca... mi... seta ―le dijo Felipe, temblando, indicándole que
pusiera la camiseta frente a su cintura para que Camila no lo viera desnudo.
Boris hizo lo que le pidió y Felipe se quitó el bóxer, sacudió con sus manos un poco el
agua que quedaba sobre su cuerpo.
―Con esa cosita, Camila te cambiará por algo mejor ―le dijo Boris y luego soltó una
carcajada.
―¡Hueón, está chica por el frío! ―respondió Felipe, poniéndose el pantalón sin ropa
interior, aunque también le causó risa el chiste de su amigo.
―Sí, te creo. Yo no he dicho nada. ―Boris le pasó la camiseta y salió corriendo de
regreso con sus amigos.
Felipe subió con ellos y se comió el sándwich que quedaba en el bolso. Comenzó a
sentir menos frío, abrazó a Camila y se quedaron conversando tonteras por largo
rato.
Cuando el sol empezó a esconderse, decidieron caminar de regreso, para que no
tuvieran problemas para volver a sus casas tan tarde. Se pusieron de acuerdo para
regresar cada vez que fuese posible, ya que el lugar era agradable. En el camino
Boris divisó a lo lejos el lugar donde había tenido esa lucha con barro con Gabriel,
cuando recién se estaban conociendo. Sintió nostalgia, pero sus amigos lo sacaron
rápido de ese estado, ya que era, hasta ahora, su secreto mejor guardado.
Pasaron otra vez por la huerta de hierbas, Camila aprovechó para sacar algunas y
llevarlas a su casa para cocinar. Estaba alucinando con la enorme variedad de plantas
que tenían y lo delicioso que eran sus aromas.
Llegaron hasta la entrada de la casa en donde estaba el pastor Abner hablando por
celular. Les hizo señas para saludar a los amigos de su hijo y, antes de que se
alejarán más, tapó su teléfono para que del otro lado no escucharan, tenía algo para
decirle a su hijo.
―¡Boris, no olvides preparar tu bolso que salimos mañana temprano! ―gritó
animando y luego siguió la conversación por celular.
Su hijo solo levantó sus pulgares en señal de aprobación, tratando de no ser pesado,
pues en realidad no le animaba mucho el viaje. Siguió caminando con sus amigos
hasta la entrada de la casa, en donde se despidió de Camila y Felipe con un beso en
la mejilla y un abrazo. Luego emprendieron rumbo hasta la parada de autobuses,
debían llegar rápido a la casa de la joven.
Julián, en cambio, quería quedarse unos minutos más para despedirse de Boris,
porque no lo vería hasta el próximo lunes en el colegio y solo podrían hablar por las
redes sociales. Se alejaron de la casona para que nadie viera por las ventanas, lugar
donde tía Corina solía tejer.
―Te voy a extrañar, nene lindo ―dijo Julián mirándolo a los ojos con su típica sonrisa
coqueta. Se paró frente a él para sentirlo cerca.
―Yo también, amigo. Hoy lo pasé demasiado bien contigo. ―Boris posó su mano en
el hombro de Julián en señal de afecto.
―¿Amigo? ―Julián puso cara de desagrado―. ¿Cómo hago para conseguir que eso
cambie? ―agregó, tomando su mano, aprovechó que en el lugar no había mucho
tránsito y nadie los observaba.
―No sé... Ahora no creo que sea el momento ―respondió Boris tras un suspiro.
―Yo puedo esperar. ―Julián parecía decidido a conseguir algo serio con él―. Te
espero lo que me pidas ―añadió, apretando con fuerza su mano, sus ojos los tenía
clavados en los suyos.
―Julián, eres tan lindo. ―Boris podía sentir que las palabras del chico eran sinceras,
sus ojos parecían transparentes―. Prometo que si algún día me siento en condiciones
de estar con alguien. ―Tomó aire―. Ese serás tú, seguro que sí ―finalizó con una
sonrisa. Sentía nervios de ser visto por alguien de la casa o un vecino.
Ante la respuesta de Boris, los ojos de Julián se iluminaron y, sin que pudiera darse
cuenta, fugaz, le robó un beso. Tan breve, pero tan deseado, que sintió alegría en su
corazón al saber que un día tendría oportunidad con el chico que le gustaba.
Boris no logró reaccionar, y solo cuando se dio cuenta del beso y las risas de Julián,
soltó una risa nerviosa. Sin dudas ese travieso chico se la estaba jugando por él. Se
volvieron a acercar y esta vez para no provocar al destino, se dieron un fuerte abrazo
de despedida.
―Cuídate, mi bonito, te extrañaré. ―Julián le besó la mejilla y luego lo soltó. Caminó
hasta el paradero sin mirar atrás, mientras Boris no le quitaba la vista de encima.
La Casa del Lago
―Hay cambio en los planes ―dijo Armín, al escuchar que Helena ya había
conversado con Boris.
―Así es, hijo. Surgió algo realmente importante y no puedo quedarme. ―Abner
estaba serio. Su hijo seguía sorprendido.
―Es un asunto de la iglesia y el hogar de niños que debe solucionarse ahora mismo
―intervino Armín, tocando el hombro de Abner.
―No es necesario, ya pensé en todo y podrás pasar el fin de semana aquí, como
ofrecimos a tu padre. ―Armín ya tenía todo bajo control. Su esposa lo miraba un
poco sorprendida, ya que pensaba que ambos se quedarían el fin de semana en la
cabaña.
Así es que, con el cambio de planes, caminaron un rato en compañía de los dueños de
casa por el jardín, disfrutando del aire puro. Un poco más allá se podía observar el
lago, en algunas montañas aún quedaba algo de nieve en las partes más altas.
Helena llevaba del brazo a Boris, le pareció un joven encantador y él se sintió a gusto
en su compañía.
―Pensé que serían más personas las que estarían aquí ―dijo Boris a Helena,
manteniendo su paso lento―. Mi padre me habló de los Ancianos de la iglesia y solo
veo a don Armín. ―Sentía curiosidad, esperaba más personas o eso había imaginado.
―Creo que así sería, pero Armín hizo un cambio, era un tema que solo debía tratar
con Abner ―respondió la mujer, cortés―. Y mucho más no sé, porque en los temas
de los hombres no me puedo meter mucho ―agregó con una leve sonrisa, como
acostumbrada a estar en un nivel más bajo en la jerarquía de la iglesia.
Uno de los mayordomos se acercó hasta Armín para indicarle que estaba todo listo,
que su encargo venía en camino y llegaría justo a tiempo como lo que había
ordenado. Conforme, Armín los invitó a regresar hasta la casa para que almorzaran
tranquilos y después, Abner pudiese emprender su urgente viaje de regreso. Además,
debían ubicar a Boris en la cabaña para que disfrutara el fin de semana.
―No es necesario ese gesto ―insistió Boris, quien no tenía muchas ganas de
quedarse solo, aun cuando el lugar le encantaba.
―Es lo menos que puedo hacer si viniste hasta aquí ―respondió Armín, al tiempo que
se ubicaban en la mesa―. Algún día, tú harás mucho más por nosotros ―agregó sin
mirarlo y en tono serio.
Abner observaba en silencio, mientras Boris no tenía muchas opciones para cambiar
de plan.
El mayordomo comenzó a servir la comida que tenía un buen aspecto, Helena les
comentó que ellos mismos cultivaban todos sus vegetales en las huertas e
invernaderos del fundo, los cuales eran orgánicos, preferían no utilizar químicos, ya
que, por su salud, estaban tratando de mantener una vida sana desde hacía años. El
guiso que sirvieron tenía el mejor sabor que Boris había probado, incluso mejor que la
comida de Juana.
―¡Buenas tardes a todos! ―Se escuchó al abrirse la puerta. Era Gabriel en compañía
del mayordomo.
Boris casi se atoró con la comida al verlo, su rostro palideció y quedo inmóvil en su
puesto, mientras que Armín le daba la bienvenida junto a su esposa y Abner. El
matrimonio ya lo conocía desde hacía años y tenían una excelente relación con él.
―Gabriel estaba solucionando una parte del problema del hogar de niños en la capital
―explicó Armín, al tiempo que le daban un lugar en la mesa al nuevo invitado―.
Ahora es turno de que Abner se haga cargo del asunto, por eso lo invité, para que su
hermano menor no se quede solo este fin de semana ―decretó, imperativo, con un
tono de voz un tanto despectivo.
―Sabes que eres como de la familia ―intervino Helena con su agradable sonrisa―.
Supimos que te vas a casar con la joven de la iglesia. ―Sentía curiosidad.
―Así es, tenemos planes de casarnos en febrero ―respondió Gabriel―. Pero aún
faltan varios meses ―añadió, mirando a Boris.
―La verdad no sabe que vine aquí. ―Gabriel sonrió―. Creo que es bueno que cada
uno tenga su espacio, y será bueno pasar tiempo cuidando a mi hermanito ―lo dijo
disimulando bien lo que había ocurrido entre ellos. Boris cada vez estaba más
estupefacto, no entendía nada.
―¡Gracias a Dios que tengo estos hijos tan buenos! ―exclamó Abner lleno de dicha al
escucharlo, además quería quedar bien en presencia de Armín.
―Pequeño, tú no has dicho nada ―dijo Helena a Boris, al notarlo callado―. No creo
que se lleven mal, si Gabriel es un encanto ―agregó, dichosa.
―Gabriel haría eso por cualquier persona. Lo conozco, ya que lleva trabajando para la
institución mucho tiempo ―intervino Armín, pues lo conocía no solo por la iglesia,
también trabajaba para el hogar de niños que pertenecía a la congregación.
Abner se fue del lugar en el mismo vehículo que había llegado, mientras que a
Gabriel le facilitaron una camioneta de la familia Betancourt para que se fueran hasta
la cabaña del lago. El mayordomo subió sus cosas y esperó a que se despidieran del
matrimonio, él mismo conduciría el vehículo para dejarlos en su destino.
Un par de kilómetros más allá estaba una hermosa cabaña de madera con una
pequeña terraza y una bella tinaja de troncos con humeante agua termal rodeada de
hermosos y enormes helechos. El mayordomo les bajó el equipaje y les indicó que lo
que necesitaran se les enviaría, solo tenían que utilizar el teléfono satelital que había
en la cabaña, puesto que normalmente los celulares no disponían de buena señal. Les
mostró las instalaciones y luego se retiró con la camioneta. Tanto Boris como Gabriel
continuaban en silencio, evidentemente tensos e incómodos.
―Voy a caminar un rato, nos vemos después ―anunció Boris en dirección hacia la
puerta. Salió sin esperar respuesta.
―Lo sé, pero es que debes entender que soy cristiano y esto no... ―Gabriel seguía
nervioso.
―¿Esto no está bien? ―Boris completó la idea de Gabriel, quien bajó la mirada sin
saber qué hacer ni decir―. No te preocupes, no seré yo quién te envíe al infierno
―ironizó y siguió caminando por entre los árboles.
Gabriel se quedó un rato inmóvil, estaba agitado y nervioso. Corrió nuevamente tras
Boris.
Boris se agitó al verlo tan cerca, podía sentir que Gabriel estaba nervioso y lo tenía
agarrado con fuerza, no había escape posible. Se le acercó cada vez más y se
miraron, respiraban agitados, uno cerca del otro. Sentían el olor de la piel de cada
uno hasta que el deseo se tornó incontenible y en un acto casi desesperado, Gabriel
besó a Boris con mucha más pasión que la primera vez, sin culpa y sin alcohol. Ahora
parecía devorarlo, como saciando un hambre contenida. Boris no se pudo resistir, era
lo que tanto quería y le daba igual lo ocurrido. Se dejó llevar por su instinto y la
fuerza de Gabriel que comenzó a besarle el cuello, recorriéndolo con fuerte deseo,
aún lo tenía tomado como un prisionero entre sus brazos. Cayeron en el suelo, presos
de la pasión en medio del bosque.
El paraíso en la tierra
―No sé qué decirte, Boris... deseaba que esto pasara ―confesó Gabriel, respiraba
agitado encima de él y sus labios continuaban cerca. Sus miradas eran inseparables.
―Yo también, no puedo creerlo ―respondió Boris, moviendo lentamente sus labios
rosados y húmedos cerca de los de Gabriel.
―Aquí podrían vernos. ―Gabriel miró hacia los lados recordando que estaban al aire
libre―. Ven, vamos a la cabaña. ―Se levantó con la ropa sucia, al igual que Boris y
luego lo tomó en brazos entrelazándolo en su cintura. Los besos continuaron mientras
caminaban hacia la cabaña.
Apresurados, ingresaron hasta la habitación principal que tenía una cama amplia,
llena de almohadas, justo frente a un gran ventanal que daba hacia la tinaja de
madera en la terraza.
Boris abrió el pantalón de Gabriel, dejándolo solo con su bóxer, podía ver y sentir
como el bulto de él crecía por debajo de la tela mientras lo besaba.
Gabriel hizo lo mismo y pronto ya estaban casi desnudos rodando por la cama, sus
miradas delataban el anhelo de sentirse. Poco a poco, Boris fue bajando por el
abdomen de Gabriel, llevaba su lengua como marcando el camino, mientras este lo
observaba lleno de deseo. Quitó el bóxer, lento, dejando a la vista lo que tanto
deseaba tener. Le pareció enorme y no contuvo sus ganas de llevarlo hasta su boca,
pausado y suave, ante la mirada enloquecida de Gabriel que se retorcía al verlo ahí
enredado en su cuerpo, saboreando su miembro como un niño hambriento.
Boris no quería soltarlo, estaba poseído por las ganas de tenerlo y continuaba
jugando con su lengua, hasta que Gabriel lo tomó sintiendo que era su turno, le sacó
el bóxer y llevó hasta su boca la erección del adolescente; poco a poco se fueron
dando placer de todas las formas que quisieron, Gabriel estaba enredado sobre el
delgado cuerpo de Boris, respiraban agitados y comenzaban a sudar.
―Quiero que seas mío ―le dijo Gabriel, rosando sus labios cerca del oído, como si
fuera un secreto.
Sintió cómo Gabriel separó sus piernas levantándolas levemente, luego extendió uno
de sus brazos para sacar de su pantalón un preservativo que traía en la billetera y
con rapidez logró ponérselo para poder satisfacer a Boris. Ahí estaba listo para entrar
en él...
―Hola, al fin abres tus ojitos ―saludó Gabriel, quien estaba cerca de la
cara de Boris, quien apenas había despertado luego de una larga siesta―. Pensé que
ya no despertarías. ―Besó al adolescente en la frente mientras acariciaba su cabello.
―¿Cuánto rato llevas ahí mirando? ―respondió Boris, aún sin poder abrir bien los
ojos.
―Lo suficiente para mirar tu delicioso cuerpito sin culpa. ―Gabriel recorría su espalda
acariciándolo lentamente. Había estado casi quince minutos viéndolo dormir,
fascinado con su desnudez.
―Uy... Entonces debe haber sido mucho tiempo. ―Boris le sonrió y apoyó su cabeza
en sus marcados pectorales.
―Sí y lo necesario para que me dé mucha hambre también. ―Gabriel se enrolló entre
el cuerpo del chico como jugando a no dejarlo escapar.
―¡Sí, tengo hambre! ―gritó Boris entre los brazos del fuerte joven―. Déjame salir y
cocinemos algo. ―Comenzó a morderle el cuello para que lo soltara y luego
empezaron un juego de cosquillas para ver quien resistía más, hasta que Boris por fin
se liberó y de un saltó salió de la cama. Buscó su bóxer y se fue hacia la cocina
riendo, mientras Gabriel se estiraba para hacer lo mismo.
La cocina de la cabaña estaba bien provista de alimentos, pero ninguno era experto
cocinando, por lo que abrieron una bolsa de pasta para preparar algo rápido. Gabriel
cortaba unos vegetales para poder saltear y acompañar la comida, al tiempo que
Boris preparaba una deliciosa limonada. De repente se abrazaban y comenzaban a
besarse, Gabriel no podía resistir verlo solo en bóxer preparando la comida y le
susurraba al oído las perversiones que deseaba continuar haciendo con él. De no
haber sido por el hambre, hubiesen continuado su sesión sexual sobre la mesa de la
cocina, pero lograron contenerse y saciar el apetito con la improvisada comida que
prepararon.
―¿Vamos a caminar hacia el lago? ―preguntó Boris, el que sentía curiosidad por ir a
conocer el hermoso lugar.
―Bueno, te va a encantar... Este lago es único ―respondió Gabriel, que ya lo
conocía, había estado un par de veces antes en la casa de los Betancourt―.
Pongámonos algo más abrigado y vamos para allá. ―Le guiñó un ojo y luego se puso
de pie para vestirse.
Se vistieron con ropa más abrigada. En el lugar corría un viento frío durante casi todo
el año, caminaron por el sendero de tierra que estaba rodeado de espesa vegetación
cordillerana. Era un camino inclinado y debían seguir con precaución para no caer. Al
estar alejado de todo, el lago era un sitio en extremo solitario, en donde solo se veían
las personas que habitaban en la zona y uno que otro turista que llegaba de vez en
cuando buscando las bellezas de las montañas.
Desde lo alto se apreciaba el agua color turquesa que reflejaba los enormes árboles
que rodeaban al lago. Muchas rocas enormes de origen volcánico adornaban por la
orilla del agua a la perfección.
Al llegar, se encontraron con una pequeña playa solitaria llena de piedrecillas cerca de
la desembocadura de un caudaloso río. Para Boris era el lugar más bello que había
visitado en su vida. Era tal y como le gustaban: alejados del ruido, sin gente y con
exuberante naturaleza.
―Lejos de todo y contigo ―sentenció Boris, sentado en la arena a la orilla del lago.
―Te has salido con la tuya, niño irresistible. ―Gabriel sonreía. Le tomó la mano―.
Quisiera detener el tiempo para no regresar. ―Parecía sincero en sus palabras, había
un leve tono de preocupación.
―Desde la mañana en que te vi en la casa... ―agregó Boris, mirando hacia el lago y
buscando entre sus ideas ―Cada día era desear más y más estar contigo. ―Volteó a
verlo, sentía que era un sueño tenerlo ahí tan cerca.
―No pensé que con tu llegada a la casa esto iba a suceder, pero tú tienes
algo a lo que no puedo resistirme. ―Gabriel apretaba su mano con fuerza―. No pude
resistir ―enfatizó con la mirada perdida.
Boris se acercó a él y lo besó con ternura. Había anhelado estar así con él, luego lo
abrazó y se quedaron contemplando el lago hasta que el sol comenzó a ocultarse.
Jugaron un rato en la orilla del agua como niños y al empezar a sentir frío decidieron
regresar a la cabaña para aprovechar la poca luz que ya quedaba y no perderse en el
camino.
―Muero de ganas de un café cargado ―dijo Gabriel, el que llevaba abrazado a Boris.
―Cargado y dulce ―respondió el joven―. Y quisiera probar ahora esa tinaja de agua
caliente, la noche estaría ideal para una velada a la luz de las estrellas ―añadió Boris
para provocarlo.
De regreso el camino se les hizo más largo al ser de subida y menos iluminado. De
todas formas, disfrutaron la travesía entre el bosque, parecían a gusto con todo lo
que les pasaba.
Una vez que llegaron, se prepararon el café que tanto querían, inundando la tranquila
cabaña con el aroma de la cafetera. Mientras se reían y disfrutaban de la humeante
bebida, afuera ya se estaba llenando la maravillosa tinaja de madera con agua
caliente.
―Ven aquí ―le dijo Gabriel tomándolo por la cintura mientras lavaba las tazas del
café y luego le quitó la camiseta.
―Mmm... Esta idea me gusta ―respondió el chico, entre los brazos del apasionado
Gabriel.
―Me encantas, Gabo ―dijo Boris entre gemidos, mientras sentía las fuertes manos de
su acompañante perdidas en su entrepierna. Sin más palabras que decir y llevados
otra vez por su pasión, Boris se entregó a Gabriel mientras descendía lentamente por
su endurecido miembro, besándolo apasionadamente, como devorándose y sin poder
contenerse.
―Está haciendo frío ―afirmó Boris, notando que ya era tarde y la noche estaba cada
vez más gélida.
Por la mañana, el sol llenó de golpe en la habitación que daba hacia las montañas,
haciendo que ambos despertaran temprano. Un beso apasionado fue el inicio de ese
nuevo día juntos que debían aprovechar al máximo, ya que por la tarde tendrían que
partir de regreso a la ciudad.
―¡Ay, no seas tonto, no digas eso que no me quiero acordar! ―Gabriel recordó que
así le decía todo el tiempo―. Ni pensar qué pasaría si se enteran de esto ―añadió
pensando en Abner, su novia y todo lo que había en la ciudad.
―Está bien, pero puedes estar tranquilo porque en realidad no somos hermanos.
―Boris se sentó en la cama con la cara sonriente y el pelo revuelto―. Esa idea rara
se le ocurrió a mi padre. ―Estiró sus labios como dando un beso a Gabriel, quien
suspiró, imaginando en el desastre que se armaría si se sabía de lo ocurrido.
―No pienses en eso ahora. ―Boris metió su mano entre las sábanas―. Quizás yo
pueda hacerte olvidar ―sugirió mientras sostenía su pene que poco a poco
comenzaba a endurecer. Sonreía de manera perversa al ver la cara de Gabriel, quien
empezaba a sentir placer.
Así, con juego sexual matutino, comenzaron el día con los primeros rayos del sol.
Saborearon sus cuerpos como si fuese la primera vez, sin parecer saciarse aún.
―Quiero una ducha antes de salir. ―Boris limpiaba sus labios con la lengua.
―¡Idiota! ―gritó Boris con ataque de risa y lanzándole una almohada por la espalda.
Caminaron entre un espeso bosque nativo. Boris recolectaba hojas de los diferentes
árboles para guardar como recuerdo; era algo que solía hacer desde niño.
―Me quedaría aquí para siempre ―deseó Boris con un puñado de hojas en la mano.
―Podemos volver algún día. ―Gabriel miraba hacia arriba de los árboles―. Si tú
quieres, claro ―añadió riendo, suponía que Boris sí iba a querer.
Cerca del mediodía decidieron bajar de regreso, pues era seguro que llegaría el
mayordomo de los Betancourt para llevarlos a la ciudad como se habían
comprometido. Aprovecharon cada instante para besarse libremente entre los árboles
del bosque, hasta que estuvieron en la cabaña en donde recogieron sus cosas a la
espera de que pasaran por ellos.
Casi una hora después llegó la camioneta que primero los llevó hasta la casa del
Anciano, quien necesitaba hablar con Gabriel antes de su partida.
―Don Armín, gracias por todo ―dijo Gabriel justo después de bajar de la camioneta.
Le pidió a Boris que se quedara en el vehículo, al parecer debía tratar temas de
trabajo.
El Anciano y Gabriel caminaron casi por quince minutos por el jardín, se podía notar
que hablaban algo serio por su expresión corporal. Cada cierto rato, Gabriel miraba
hacia la camioneta y Armín le tocaba el hombro.
Al finalizar su conversación, parecía que el Anciano le había dicho algo muy delicado,
Gabriel caminó lento y su mirada estaba perdida. Se subió a la camioneta en silencio
y el mayordomo emprendió el viaje de regreso.
―Ya vamos a casa, mañana hay que estar en el culto con nuestro padre ―dijo Gabriel
unos metros más allá, regresando de su estado pensativo.
―Sí, no quiero regresar ―contestó Boris con tono de resignación. Sabía que en la
casona no sería lo mismo.
Insaciables
―¡Que el Señor nos perdone, es un hombre santo! ―dijo entre risas una de ellas
arreglándose su larga trenza.
Después del espectáculo visual de las mujeres con la llegada de la familia Ferrada a la
iglesia, ingresaron poco a poco y fueron tomando sus ubicaciones hasta que el coro y
los músicos comenzaron con su presentación.
Para Boris era como un gran griterío de agudas voces, tratando de ser escuchadas en
el cielo. Algunas mujeres parecían gallinas cacareando, pero no cesaban en su intento
por parecer ángeles coristas.
Gabriel y Lucía se sentaron una fila más atrás que la familia, no quería tener
problemas por los celos de ella, la que entonaba los himnos con el mismo registro
vocal que tía Corina, quien estaba entre las mujeres del coro, agitando su pandero
con la misma pasión con la que Gabriel, la noche anterior, tocaba a Boris. Corina se
retorcía en cada movimiento que realizaba con el instrumento. Todo el mundo estaba
eufórico durante los cantos que seguían al pie de la letra en sus himnarios.
Abner inició su prédica, que trataría sobre las perversiones del mundo y cómo la
degeneración del hombre llevaría a la destrucción de la sociedad, tal como ya había
ocurrido en tiempos bíblicos cuando Dios eliminó el pecado existente lanzando fuego
sobre estas ciudades que tanto le costaba pronunciar a Boris, se trataba de Sodoma y
Gomorra.
El pastor iba y venía de un lugar a otro en el púlpito ante la mirada casi hipnotizada
de sus seguidores. Alzó su Biblia y pidió por la salvación de aquellas almas en pecado
que practicaban la sodomía y eran impuros ante la vista del buen Dios.
Boris, por su parte, escuchaba sorprendido que en estos tiempos aún se pensara de
esa forma y hojeaba la Biblia que Marta amablemente le había prestado, miraba los
versículos que Abner indicaba entre sus gritos y plegarias al cielo.
Fue el turno de Gabriel, debía dar la oración antes de que los hermanos recogieran el
diezmo y se diera por finalizado el culto dominical. Subió sin prisa, tenía presente las
palabras del pastor en su mente. Su novia estaba casi extasiada al verlo subir tan
guapo y varonil ante la mirada de todas las hermanas que soñaban con el joven
galán.
Boris dejó la Biblia a un costado, quería prestar atención a Gabriel en cada palabra,
igual le pareció que ahí arriba se veía más atractivo que nunca con esa ropa formal.
―Queridos hermanos, los invito a cerrar sus ojos y ponerse de rodillas para pedir al
Señor. ―Gabriel inclinó la cabeza levemente, mientras todos hicieron lo que pidió,
menos Boris que lo miraba fijamente―. Señor de los cielos, rogamos por todas las
almas perdidas en este mundo... ―No podía dejar de mirar a Boris, aprovechaba que
hasta su novia tenía los ojos cerrados―. Pedimos por su salvación... ―Boris comenzó
a humedecer sus labios de forma provocativa para molestarlo―. Que encuentren el
camino que lleva hasta ti y... ―Luego, el muchacho llevó uno de sus dedos hasta la
boca y lo chupó lentamente sin dejar de mirarlo, sonriente y con picardía―. Y...
Líbralos de la tentación ―Gabriel estaba nervioso, aunque le gustaba el jueguito del
adolescente y lo observaba hasta que decidió no hacerlo, porque debajo de su
pantalón algo estaba reaccionando al coqueteo―. Libéralos del mal y que sean
salvados por tu gracia, mi Señor. ―Antes de que todos abrieran los ojos, y luego de
escucharse un "Amén" al unísono de la congregación, Gabriel ya había bajado, veloz,
para sentarse y nadie notara lo que ocurría bajo su ropa.
Boris volteó a verlo, tenía una sonrisa traviesa en su cara y Gabriel le devolvió lo
mismo, ya que no esperaba que el muchacho hiciera eso en medio de un culto.
Lucía notó que intercambiaron gestos y presa de los celos, miró enojada al
adolescente, que le sacó la lengua en señal de no darle importancia.
A la salida del culto, entre todos los abrazos de despedida y chismes de los grupos,
Boris hablaba con un grupito de chicas que lo miraban desde temprano. No quería ser
descortés y le agradaba hablar con personas de su edad, la mayoría estaba en el
mismo colegio y en los recreos era normal verlas juntas. Luego de unos minutos de
risas, poco a poco, se fueron con sus familias, por lo que el joven caminó hasta el
auto para esperar a su familia.
―¿Qué pretendes con esos jueguitos? ―increpó Lucía, que venía detrás de él con
cara de pocos amigos.
―¿Jueguitos? ―respondió Boris, el que volteó para ver su desagradable cara de niña
santurrona.
―Sí, ya me di cuenta de que parece que no eres muy normal. ―Lucía estaba enojada
y sus celos siempre la llevaban a cometer indiscreciones―. Deja de molestar a
Gabriel, él es un hombre recto del Señor ―agregó, aprovechando que aún no venía
nadie y estaban alejados.
―No sé a qué te refieres, estás loca y celosa ―sentenció Boris, tratando de disimular,
aunque no le agradaba que la mujer le estuviera diciendo esas cosas.
―Pues deberías seguir las palabras del pastor y ser normal. ―La mujer estaba
nerviosa y llena de celos―. En la Biblia dice que deben casarse hombre y mujer... No
hombre con hombre. ―El rostro de Boris palideció―. Sería aberrante si resultas ser
un sodomita que quiere tentar a su medio hermano ―añadió la mujer apuntándolo,
amenazante.
―¿Sí? También leí recién en tu librito ... ―Boris reaccionó y se puso firme para no
demostrar temor―. Creo que en un tal Deuteronomio. ―Lucía lo miraba con asco―.
Que si no te encuentras virgen cuando un hombre venga a ti... debes ser apedreada
por los hombres hasta morir. ―El joven ahora estaba desafiante, ante la mirada
atónita de la mujer que miró a todos lados para cerciorarse que nadie estaba
escuchando eso―. Así es que tú decides si quieres que te apedreen o te lancen
tomates podridos todos estos retrógrados farsantes cuando les diga que Gabriel ya te
lo... ―No alcanzó a terminar cuando Lucía le respondió entre dientes pidiendo que se
callara con los ojos vidriosos de rabia y vergüenza.
Luego del incidente con Lucía, Boris no tuvo noticias de ella. Gabriel
estuvo toda la tarde en su departamento para no levantar sospechas, sin saber lo que
había ocurrido afuera de la iglesia después del culto.
Fuera de eso, la tarde del domingo transcurrió tranquila en la casona Ferrada; las
mujeres se dedicaron a preparar conservas, Abner salió a media tarde por asuntos de
la congregación y Boris estuvo tendido sobre su cama, mirando series en su
computador gran parte del tiempo. Casi al final del día se dedicó a preparar sus cosas
para las clases.
A eso de las diez de la noche llegó Gabo desanimado, entró en la habitación y se
sentó en su cama observando a Boris.
―¿Qué sucede, Gabo? ―preguntó Boris, dejando su computador a un costado.
―Es por Lucía y por nosotros. ―Gabriel se notaba preocupado―. Yo voy a casarme
con ella. ―Sus ojos estaban vidriosos.
―Pero no estás obligado... Yo puedo esperar. ―El adolescente se sentó más cerca de
él, en sus ojos se reflejaba ilusión.
―¿Esperar qué? ―La voz de Gabriel sonaba desganada―. ¿Esperas que deje a Lucía
y luego salga de la mano contigo? ―Lo miró con desaprobación. Los ojos de Boris se
entristecieron.
―No lo sé... solo quiero estar contigo. ―El muchacho tomó las manos de Gabriel,
sintió temor de perderlo―. No importa Lucía ―añadió con tristeza.
―No quiero que te ilusiones, hay mucho en juego y me he esforzado demasiado por
llegar hasta donde estoy. ―Gabriel se puso serio y le acarició el rostro―. Mi futuro
también es importante. ―Contempló los trasparentes y hermosos ojos de Boris, que
parecían perderse en su mirada―. Por favor, no te ilusiones ―advirtió con tristeza.
―No te preocupes, Gabo, yo estaré aquí para ti. ―El adolescente le sonrió,
guardando un poco de esperanza en el fondo de su corazón. Luego se acercó y lo
besó, tierno. Una lágrima caía por la mejilla de Gabriel.
―Eres mi tentación ―dijo Gabriel, rozando sus labios―. ¿Cómo puedo rechazarte si
eres hermoso? ―Los húmedos labios de Boris lo provocaban con solo tenerlos cerca.
―No te resistas ―respondió el joven y luego lo besó para hacerle olvidar su
preocupación.
Entre apasionadas caricias se entregaron bajo las sábanas de la cama de Gabriel,
quien disfrutaba sintiendo a Boris retorciéndose junto a él. Se durmieron juntos una
vez más, enredados sin querer separarse.
A la mañana siguiente, la alarma hizo que Boris saltara de un brinco de la cama.
Corrió en busca de una toalla, ahora no sentía pudor de pasearse desnudo por la
habitación y contemplaba el cuerpo de Gabriel en la desordenada cama estirándose,
perezoso, para poder despertar.
Lo besó para darle los buenos días y se fue a la ducha de inmediato, estaba
entusiasmado, pues vería a sus amigos. Mientras secaba su cabello frente al espejo,
le pareció escuchar que Gabriel murmuraba algo. Tenía la puerta del baño
entreabierta, apagó el aparato y se acercó con curiosidad para escuchar.
―Señor, perdóname por mi maldad... No soy digno de ti. ―Alcanzó a escuchar que
Gabriel estaba orando, afligido y sentado en su cama, no había notado que Boris ya
estaba afuera de la ducha.
El adolescente prefirió no seguir escuchando. Supuso que Gabriel seguía sintiéndose
culpable por lo que estaba pasando entre ellos y comprendía que, por sus creencias,
le podía ser difícil aceptarse. Terminó de arreglarse en el baño y salió con la toalla
cruzada en la cintura.
―Ya estás listo, Boris. ―Gabriel se levantó buscando su ropa interior.
―Sí, listo para esta semana. ―El muchacho sonreía, le encantaba la idea de tenerlo
ahí cada mañana.
―Que tengas buen día, me daré una ducha larga. ―Besó a Boris y se
metió al baño, mientras que el joven se vistió rápido para luego bajar a desayunar y
partir.
En la cocina lo esperaban Marta y Abner, que ya estaban casi listos. Tía Corina
ayudaba a Juana sacando el pan del horno y verificando que estuviera como a ella le
gustaba.
―Boris, apresúrate que nos vamos antes ―apremió Marta, terminando su taza de
café cargado. Abner guardaba unos documentos en su maletín.
―Ok... Me apresuro ―respondió el joven, preparándose, a la rápida, un pan con
palta.
―Mi niño, ¿estaban ordenando su dormitorio? ―preguntó Corina, sacando unos panes
calientes de la lata del horno―. Anoche sentí que movían la cama o un mueble
―interrogó al tiempo que se soplaba los dedos al quemarse.
―No, tía, buscaba algo que cayó detrás de la cama ―respondió Boris intentando
disimular y pensando que debían ser más suaves para la próxima vez que estuviera
con Gabriel. Le causó risa la ingenua pregunta de su tía.
Luego de preparar su pan, salieron rumbo al colegio. Al parecer, Abner debía ir al
hogar de menores a solucionar asuntos de uno de los pequeños que había llegado
hacía poco.
En la entrada se separaron, cada uno hacia su destino. Allí estaban esperando Julián,
Camila y Felipe junto a la puerta de ingreso.
―¿Cómo estuvo este retiro espiritual con los Ancianos? ―preguntó Felipe en tono de
broma, dándole la mano.
―Bien, Pipe... Todo tranquilo ―contestó Boris sonriente y mirando a Camila.
―¿Cómo estás, nene guapo? ―Julián estaba feliz de verlo y le dio un abrazo de la
emoción. Boris se sintió un poco culpable y le devolvió el abrazo en forma menos
efusiva.
―Quiero saberlo todo ―exigió Camila, bien cerca del oído.
―Sí, tranquila, ya te lo contaré. ―Boris le guiñó un ojo―. Dejemos eso para el final
―agregó mientras caminaban detrás de los chicos en dirección al gimnasio. Iniciarían
la semana con deportes, como era habitual ese año.
Rato después se encontraban con ropa deportiva haciendo ejercicios en las diferentes
máquinas que estaban disponibles para entrenar. Los cuatro amigos estaban en las
elípticas hablando tonteras y riendo cada vez que el profesor no estaba cerca.
El antipático de Javier no había ido a clases porque estaba con gripe, por lo que el
ambiente estaba muy tranquilo. Julián disfrutaba ver a Boris al lado suyo, pero él
trataba de cambiar de tema cada vez que le insinuaba algo, no quería hacerle daño.
―Mañana, después de clases podríamos ir a comer al centro comercial ―intervino
Camila, estaba sudando y ya casi no podía más en la máquina, le estaba dando
hambre.
―Por mí no hay problema. ―Boris hacía el esfuerzo por no detenerse, su camiseta ya
se encontraba empapada.
―Si va Boris, yo también voy ―agregó Julián, sonriente. Estaba a gusto haciendo
ejercicio.
―¡Y yo voy dónde me pidas! ―Felipe le cerró un ojo a Camila. También sudaba, pero
no se le notaba cansancio alguno, tras casi una hora de ejercicio.
―Hay unas papitas fritas con salsa picante que quiero probar ―señaló Camila
entusiasmada con la idea.
―¡Menos conversación y vayan parando de a poco! ―interrumpió el docente, pasando
cerca de ellos―. ¡A las duchas! ―Hizo sonar su silbato y todos los estudiantes
corrieron hasta los vestidores. Camila le dio un beso a Felipe antes de separarse.
―Yo creo que Camila me dirá que sí muy pronto. ―Felipe sonaba animado, estaba en
bóxer y buscaba su jabón en el bolso.
―Solo debes insistir, sigue así y te aceptará ―sugirió Boris, mientras metía su
camiseta sucia en una bolsa.
―Me extraña que aún no pase nada entre ustedes ―agregó Julián riendo, conocedor
de la reputación que tenía Felipe con las mujeres. Luego se fue caminando hacia las
duchas con la toalla cruzada en la cintura.
―¡Para que veas cómo hemos cambiado! ―exclamó Felipe, sacándole la toalla y
tirándola al piso, mientras corría a la ducha con ataque de risa―. ¡Lindo culito, Juli!
―Se reía, al tiempo que algunos compañeros que sabían de la homosexualidad de
Julián miraban un poco extrañados por tanta confianza.
Se metieron en las duchas riendo y haciendo bromas sobre lo cambiados que estaban
Felipe y Julián desde hacía un tiempo. Boris trataba de no pensar en que su
compañero sentía cosas por él, pero aun así, a ratos se notaba incómodo de tenerlo
desnudo tan cerca. Luego se vistieron y se fueron a la siguiente clase.
Casi al final de la jornada, Julián había notado que su amigo estaba un poco distante.
Intuía por su experiencia que se trataba de alguien, por lo que no aguantó mucho
tiempo más para abordarlo.
―Estás evitándome y supongo que es por un chico ―sentenció justo antes de salir de
la sala al final de las clases.
―Ni siquiera puedo saber quién es ―respondió Julián, con sus ojos bien abiertos por
la sorpresa, albergaba la esperanza de que no fuera eso―. ¿Lo conozco? ―preguntó
con curiosidad.
―No lo creo... No sé y da lo mismo. ―Boris no sabía bien qué decir y no quería dejar
en evidencia a Gabriel, sabía que era algo demasiado secreto para él―. Tú has sido
un buen amigo y no quiero perderte. ―Quiso tomarle la mano y no pudo, Julián
retrocedió, afligido.
―Amigo... Si así lo quieres. ―Miró a Boris con desilusión y se fue sin despedirse de
nadie, mezclándose entre los chicos que salían alborotados de la clase.
―Ya, vamos al patio para que me cuentes. ―Camila estaba ansiosa por saber.
―¡Rápido, jóvenes, salgan que tengo cosas importantes por hacer! ―gritó la
profesora Luisa desde la puerta.
Salieron de prisa y se fueron hasta la parte final del patio, cerca de la muralla que
colindaba con el hogar de menores. Se sentaron debajo de un árbol y Camila
comenzó a escuchar, asombrada, todo el relato que su amigo Boris tenía preparado.
―Lo peor es que no puedo decirle a Julián quién es. ―Boris estaba casi
desparramado en el suelo junto a su amiga―. Nadie sospecha que a él le gustan los
hombres ―añadió, suspirando por el desahogo.
―Sí, te entiendo y yo no diré nada. ―Camila estaba dichosa al ver a su amigo feliz―.
Pero me encantaría conocerlo, he escuchado que viene a veces al colegio, aunque
nunca lo he visto y dicen que está bien guapo. ―Soltó una carcajada―. Lo siento por
Julián, ha hecho el empeño. ―Miró a su amigo que continuaba tendido en el suelo.
―Sí, no sé qué hacer... Me cae bien y ha sido lindo conmigo. ―Boris volvió a suspirar.
―¡No digas eso aquí! ―reprendió Boris y se puso de pie riendo―. Pero, sí, no
descanso ―agregó, pícaro.
Siguieron caminando por el patio para salir e irse hacia sus casas. Sin embargo, a
mitad de camino, Boris vio que pasó Abner a un acceso que había hacia el hogar de
menores, por lo que decidió despedirse de su amiga para aprovechar que su padre lo
podía llevar hasta la casa en su automóvil.
Había una muralla que separaba el colegio del hogar y un portón de metal que
conectaba ambos establecimientos por dentro, justo detrás de una bodega, donde
guardaban artículos dados de baja. Estaba desordenado, entre cajas con libros, sillas
viejas, mesas rotas y un sinfín de cacharros dañados. Miró hacia dentro por una
ventanilla y no estaba su padre ahí.
De pronto sintió unas voces atrás de la bodega, cerca de la muralla, caminó sigiloso,
ya que no identificaba quiénes eran los que hablaban.
―No insistas tanto en eso. ―Escuchó la voz de su padre y Boris caminó más lento
para saber de qué se trataba, sentía curiosidad.
―Sí, pero ya debe saberlo. ―Era una voz femenina que sonaba enojada―. De seguro
ya lo sabe. ―Boris trató de asomarse, pero no quería ser descubierto.
―No lo sé ―replicó la mujer y Boris sintió que le era una voz conocida. Estaba parado
justo al borde de la pared de la bodega para poder escuchar bien sin ser descubierto.
Hubo un silencio prolongado. Se sintió inquieto por saber qué sucedía al otro lado y se
asomó, discreto, esperando no ser descubierto. Ahí estaba el pastor con una mujer, la
besaba apasionadamente detrás de la bodega del colegio. Boris quedó frío ante la
imagen, se le vino a la mente su esposa que estaba en la oficina sin sospechar nada.
―Hazme caso y todo estará bien ―sentenció Abner después de besarla, acariciando
su rostro―. Confía en mí ―agregó el hombre volviendo a besarla y dejando en
evidencia ante Boris la identidad de la mujer. Era su profesora Luisa a quien su padre,
el pastor, tenía de amante.
Heterocurioso
Camila: "¡¡¡Boom!!!"
Camila: "Nada... Debe estar ocupado. ¡Espero vayas mañana con nosotros Juli!
―Hola a todos, ¡qué rico huele aquí! ―interrumpió Gabriel, entrando a la cocina.
Venía con ropa deportiva y sudoroso. Dejó su bolso junto a la mesa y se sentó cerca
de Boris, que este prefirió guardar su celular y no seguir mensajeando con sus
amigos.
―¡Mi niño, le sirvo almuerzo en seguida! ―exclamó Juana, que estaba junto a la
cocina a leña.
―No, muchas gracias. Ya comí mucha fruta después de entrenar. Quizás más tarde
―respondió Gabriel, animado, llenando un vaso con jugo.
―¿Has visto a Lucía? ―preguntó Corina mientras terminaba su almuerzo―. Esa niña
tiene que acompañarme a vender revistas de la iglesia esta semana. ―Por el tono de
su voz parecía que eso la animaba mucho.
―Sí, hace un rato estuvo conmigo, pero tenía asuntos familiares. ―Gabriel miró a
Boris, el que aún no acababa su almuerzo.
―Bueno, disfruten la tarde. Yo tengo cosas por hacer todavía ―anunció Marta. Se
puso de pie y fue en busca de su cartera para salir de la casa.
―¡Qué le vaya bien, Marta! ―gritó Boris. Esperaba que no se encontrara con Abner y
la profesora, aunque ya había pasado bastante tiempo.
Al terminar de almorzar, Boris y Gabriel subieron hasta el dormitorio, donde cada uno
comenzó a hacer sus cosas pendientes. Boris se quitó el uniforme y se puso un
pantaloncillo o short verde limón, con su sudadera vieja y sin mangas. Luego abrió su
computador y empezó con la tarea que tenía pendiente.
Gabriel se fue a la ducha para quitarse el sudor que traía del partido de fútbol con los
estudiantes.
―Felipe me dijo jugaste con ellos ―comentó Boris, estirándose hacia la puerta de
baño.
―¿Lo conoces? Juega excelente ―respondió Gabriel. Estaba bajo el agua caliente,
lleno de espuma.
―Sí, es mi amigo. ―Boris dejó su tarea, para entrar al baño. Dibujó en el espejo
empañado―. Y está bastante guapo ―agregó con desconfianza.
―¿Me seguiste? ―preguntó Boris. No salía del asombro―. Pero ese no era Pipe.
―Sonrió al notar que Gabriel estaba celoso.
―¿Quién era ese? ―Gabriel lo acorraló contra la pared, como jugando para que le
dijera la verdad.
―Ni idea quién es... No le vi ni la cara. ―Gabriel soltó su toalla y metió su mano por
el short de Boris―, pero dile que tú eres mío y de nadie más ―agregó, escurriendo
sus manos por la entrepierna del muchacho, que parecía disfrutar del momento.
―No digas más... Eres mío. ―Gabriel quitó el diminuto short que Boris llevaba y,
antes, de que pudieran llegar a una de las camas, ya estaban enredados en el suelo.
Quería dejarle en claro que él era el único hombre en su vida.
Para Boris, no había mejor deleite que sentir su musculoso cuerpo moviéndose contra
el suyo; disfrutaba ser poseído por aquel hermoso hombre.
―¿En serio? Disculpa, yo pensé que sí ―Boris notó que lo había incomodado―.
Entonces, ¿no eres bisexual o gay? ―cuestionó, para salir de la duda de una vez.
―No, Boris. Yo no soy eso que dices ―respondió Gabriel con seriedad, un poco
molesto―. Has sido tú quién me ha tentado y, tal vez, solo sea lo que llaman
Heterocurioso. ―Se levantó de la cama, buscando algo que vestir, ante la mirada
asombrada de Boris―. Eso debo ser. Tengo novia y, tarde o temprano, nos
casaremos ―enfatizó, como regresando a su realidad.
―Así es. Boris, te dije que más no podemos ser y no durará mucho ―señaló Gabriel,
poniéndose un bóxer.
Un incómodo silencio inundó la habitación. El tema era delicado para Gabriel. Para él,
no había más opción que continuar con sus planes de boda con Lucía.
Boris se sentía devastado al saber eso. Gabriel era el primer hombre que le provocaba
ese nivel de sentimientos y, al parecer, no tenía futuro con él.
Gabriel, por su parte, caminó desde la casona hasta la ciudad para despejar su mente
y poder pensar con claridad. Para él todo era confuso. La culpa lo invadía y extraños
sentimientos que prefería mantener alejados afloraban a ratos. Mientras caminaba,
recordaba su pasado, aquel tiempo en que aún no llegaba a la familia Ferrada, en
donde la pobreza lo rodeaba. Cada día era una lucha constante por salir adelante,
junto a su humilde y enfermiza madre, una lavandera que poco a poco se fue
debilitando hasta morir dejándolo solo cuando era aún un adolescente. Unas lágrimas
cayeron de sus ojos.
―Amorcito ... Dime qué te sucede, por favor. ―Lucía estaba sentada junto a él y le
tomaba la mano.
―¿El hogar? ―A la mujer le parecía extraño, ya que todo ahí funcionaba bien, según
lo que sabía―. ¿Algún problema con las adopciones? ―Acariciaba el cabello de su
novio.
Gabriel se puso de pie y se estiró para relajarse un poco. Abrió la ventana del
comedor y observó por un momento la puesta de sol por entre los edificios que
rodeaban el lugar donde vivía su novia.
―Sí, amor, dale... solo cierra lo que yo buscaba ―le indicó ella, apuntando el
aparato.
―Antes que me lo preguntes... Estaba viendo el último chisme santo de las chicas
―explicó Lucía, al tiempo que buscaba la bolsita de harina en el estante―. Es el
compañero homosexual de tu hermanito ―señaló, como asombrada con el tema.
Gabriel recordó que ese era el nombre del chico que se había besado con Boris en la
disco gay. Los celos afloraron y, como no aparecía en la foto de perfil, decidió entrar a
mirar el resto de las fotos para saber de quién se trataba.
Ahí estaba, una vez más, la foto del osito de peluche. Dio clic y apareció una foto del
paisaje del parquecito que había cerca de la casona. Avanzó hasta que, en la cuarta
foto, apareció la imagen de Julián.
El rostro de Gabriel se puso pálido, un escalofrío recorrió su espalda y sintió su
corazón acelerarse. Sus manos temblaron al ver la cara del chico con quien se había
besado Boris. Cerró de golpe el computador.
―¡No puede ser él! ―gritó Julián, con los ojos llorosos. Salió corriendo
entre los estantes, sin dar tiempo a nada.
Gabriel estaba casi en estado de shock. Aunque trataba de disimularlo, sintió que sus
piernas temblaban. Un frío gélido recorrió su espalda.
―Voy por Julián... Nos vemos después, Pipe ―dijo Camila y salió en búsqueda de su
amigo, quien, de modo evidente, estaba pasando por algo.
―Es bien raro ese chico... Parece que son reales los rumores ―comentó Lucía,
acomodando la camiseta entre las otras prendas―. Seguro vio un hombre guapo y se
puso nervioso ―ironizó, con una sonrisa desagradable.
―Eh... No que yo sepa ―respondió Gabriel, nervioso, y dejó las calcetas tiradas―.
Nos vemos en la casa bro... Vamos, Lucía ―añadió, tomando de la mano a su
novia―. Te veo en el partido. ―Hizo un gesto a Felipe, quien también estaba sin
entender lo que pasaba.
―Es bien descarado ese tipo. ―Felipe estaba asombrado―. Sabe disimular
demasiado bien que tiene algo contigo ―agregó, mirando a Boris, que estaba a su
lado, preocupado.
Mientras Felipe pagaba su compra en una de las cajas de la tienda, el celular de Boris
vibró con un mensaje de Julián. Revisó para ver de qué se trataba.
―Tal vez Julián tuvo algo con Gabo ―especuló Felipe, pensando en voz alta―. Y no
esperaba que fuera él con quien tienes algo ―agregó, con cara de duda.
Caminaron por las calles, esperando que Camila o Julián se reportaran, para saber
qué estaba sucediendo. Solo la chica envío un mensaje a Felipe, diciendo que iría a
casa de Julián a esperar a que llegara y hablar. Quedaron de verse hasta el otro día.
Por su parte, Boris se fue a su casa, para que no se le hiciera tarde. No quería tener
problemas con tía Corina, que era tan estricta con los horarios.
Al llegar a la casona, Juana lo recibió, lista para llevarlo a la cocina y servirle algo de
comer, pero él le dijo que estaba satisfecho. La dulce mujer no insistió y se fue a la
huerta para buscar algunas hierbas que utilizaría después. Boris aprovechó y subió
hasta su habitación. Estaba seguro de que Gabriel ya estaba en la casa, por lo que
caminó despacio por el pasillo para no ser sorprendido. Llegó hasta la puerta de su
habitación y adentro escuchó un murmullo. Acercó su cabeza a la puerta y apoyó su
oreja para poder oír qué pasaba.
―Tú siempre me has salvado del pecado y las tentaciones, mi amado Señor...
―Gabriel estaba orando con desesperación. Boris estaba pegado a la puerta, un poco
afligido―. Soy tu hijo, dime que sí lo soy y que entiendes que he sido un humano
débil. ―Se escuchaban sollozos del otro lado de la puerta―. Dame la fuerza que
necesito para seguir, mi Señor... Soy débil e indigno de ti ―vino un silencio largo,
Boris seguía esperando escuchar una respuesta.
―¿Espiando? ―preguntó Gabriel, con la mirada perdida y los ojos hinchados de llorar.
―Eh... No, yo solo quería saber si podía entrar. ―Boris se puso nervioso al verlo,
parecía estar fuera de sí.
―¡Yo soy un hijo del Señor y puedo ganarle a la tentación! ―Gabriel se puso encima
de él sobre la cama sin dejarle salida, su cara estaba cerca de la de Boris―. Puedo
con la tentación que has traído ―oraba, mientras rozaba su boca por la cara de Boris,
quien estaba empezando a sentir un rechazo por él al verlo así de descontrolado.
―Gabo, ¿qué te pasa? ¡Detente! ―Boris no quería gritar para evitar problemas con la
familia, pero Gabriel continuaba descontrolado y llorando.
―¡Pasa que tú eres el culpable! ―El arrebatado hombre seguía tocando a Boris en
forma descontrolada y obscena―. Has sacado todo lo malo, eres el pecado. ―Sus
manos querían entrar por su pantalón.
―No pude ganarle a la tentación, por tu culpa ―sollozó Gabriel, secando su ojos―. Y
ahora tú me rechazas a mí. ―Soltó una carcajada desquiciada―. Después de que te
retorcías conmigo en esa cama. ―Caminó y tomó un bolso con cosas que estaba
junto a un mueble―. Se acabó, yo no soy como tú crees... Me voy con mi novia...
Una mujer, como Dios manda. ―Se abrió paso, empujando a Boris, quien no aguantó
más y comenzó a llorar junto a la pared.
Gabriel salió de la casa, sin que nadie lo notara, porque Juana y Corina estaban en la
huerta. Se subió al auto y partió, veloz, con rumbo a al departamento de Lucía
dejando atrás a un desconsolado adolescente que no entendía nada de lo que pasaba.
Ya era de noche, Camila seguía esperando a Julián cerca de su casa para poder
conversar y ayudarle, pero estaba sintiendo frío, cada vez era más tarde y no tenía
señales de su amigo. Decidió ir hasta la casa y preguntar por él. Abrió la reja y
caminó hasta la puerta, tocó el timbre. Adentro se escuchaba a unas personas
conversando.
―Hola, buenas noches. ―Camila saludó a la mujer que abrió la puerta―. Busco a
Julián, soy su amiga. Me llamo Camila. ―Sonrió, para dar una buena impresión.
―Hola, linda ―saludó la mujer, con voz amable―. Soy la mamá de Julián. ―Se
acercó, juntando la puerta―. Lo siento, pero no está, me llamó y dijo que partiría a
casa de mi hermana ―agregó, mientras cruzaba su suéter para protegerse del frío.
―Ah... ¿Y volverá muy tarde? ―preguntó Camila, que seguía con la intención de
verlo.
―No, es que mi hermana vive en otra ciudad... A unas dos horas de aquí ―respondió
la mujer, con una mirada amigable.
―Llamó esta tarde y, de improviso, dijo que iba a ver a su tía, ¿sabes si le sucedió
algo? ―preguntó, ya que ni ella sabía por qué su hijo había decidido irse así.
Camila no quiso decir nada, pues tampoco estaba segura. Sonrió y agradeció el que la
recibieran tan tarde, quedando de acuerdo en que si sabía algo se lo contaría, ya que
la madre de Julián temía que su hijo volviera a perder el rumbo como años atrás.
Camila se marchó y, mientras iba en el taxi hacia su casa, recibió unos mensajes de
su amigo, que la dejaron más preocupada de lo que ya estaba.
Aprovecho de dar las gracias a todos quienes leen y comentan! Sin ustedes esto no
tendría sentido.
En amazon y Kindle!
Su tía Bernarda decidió recibirlo para darle apoyo, a pesar de que él continuaba con la
misma conducta de desaparecer y regresar, acompañado de grupos de chicos
cercanos a su edad que vagaban por las calles, bebiendo y drogándose una y otra
vez.
En aquel entonces, Julián tenía una pareja llamada Alex, un estudiante de periodismo
de unos veintiún años. Era un tipo poco atractivo, cuya principal cualidad era cambiar
de pareja varias veces al año. Prefería a los más jóvenes, porque le resultaba más
fácil manipularlos y mantenerlos en sus excesos.
Aquella noche no sería diferente. Julián estaba invitado por primera vez al
departamento de Alex, el cual compartía con un grupo de estudiantes universitarios.
Compraron varias botellas de ron barato y, entre todos, juntarían gran cantidad de
alcohol y drogas para pasar una noche inolvidable.
Julián llevaba tres noches sin regresar donde su tía. Se había quedado en casa de una
de sus amigas lesbianas, y al otro día volvería con ella.
Presentía que pasaría la noche en la cama de Alex. No tendría sexo con él detrás de
algún arbusto en un parque oscuro o en el baño de la casa de la amiga.
A eso de las once de la noche llegaron Francisco, un chico moreno y robusto, que era
jugador de rugby; Nicky, el gringo flaco que estaba de intercambio de Norteamérica;
y Gabriel, sureño futbolista y estudiante de medicina. Los tres eran los mejores
amigos de Alex en la universidad y compartían los gastos del departamento desde
que habían ingresado a estudiar.
―¡Estos son mis brothers! ―exclamó Alex, presentando sus amigos a Julián, su
novio, quien se veía mucho más reducido entre ellos al ser delgado y menor.
―Yo soy Pancho ―se presentó el más robusto, al invitado―. Si eres amigo de Alex,
eres bienvenido. ―Dio una palmada en la espalda de Julián, que lo hizo saltar de su
sitio por la fuerza que tenía.
―Dale... Trajimos esto. ―Julián indicó la bolsa con botellas de ron sobre la mesa.
Comenzaron a llenar los vasos y brindar por cada locura que se acordaban. Poco a
poco el adolescente comenzó a sentirse en confianza y se reía junto a ellos. Trataba
de no demostrar que era la pareja de Alex, algo que éste último le había pedido antes
de llegar al departamento. Al parecer, sus amigos no sabían sobre su sexualidad.
Cerca de la una de la madrugada, a Pancho le dio por jugar a beber shots de tequila,
compitiendo por el que menos resistía. Empezaron a hacer apuestas con penitencias
que debían realizar demostrando sus habilidades con un balón de futbol. Casi en
todas las oportunidades, Julián perdía, por lo que le tocaba tomarse otro shot de
alcohol.
―No creo... Aún no está todo dicho. ―Julián estaba sentado en el suelo y veía que
todo a su alrededor daba vueltas.
―¡Te apuesto a que sí! ―exclamó Gabriel. Se puso de pie y tomó una botella de
vodka, que estaba a medias―. Somos los vencedores, niñito. ―Comenzó a beber de
la botella y empezó a empaparse con el alcohol, que le caía por la cara.
Sus amigos le siguieron haciendo lo mismo, en tanto que Julián miraba, disfrutando
del momento de extrema diversión. Los cuatro amigos estaban bañándose con el
alcohol, que corría por sus caras mientras reían enloquecidos, ebrios por completo.
―Hay que tomarse todo esto que compré con los diezmos ―afirmó Gabriel, estilando
en vodka y alzando su brazo con la botella casi vacía―. ¡Oh, dadme el diezmo...
Traedlo a Jehová! ―gritó, dando vueltas por la sala. Julián no entendía nada, pero se
reía junto a ellos. Se sentían los dueños de la noche.
―¡El invitado pierde! ―Alex se quitó la camiseta mojada y la estrujó sobre su cara―.
¡Perdió! ―exclamó, apuntando a Julián que bebía en el piso.
Los otros tres se miraron y rieron en complicidad, hicieron lo mismo que su amigo y
dejaron sus camisetas en el piso.
Julián los vio en torso desnudo y pensó que se veían bastante bien, pero aún
recordaba lo que Alex le había pedido. Siguió bebiendo de su vaso con la mirada
desorbitada, al igual que todos. Poco a poco, debido al descontrol de la noche, se fue
acabando el alcohol, por lo que se quedaron dormidos, tirados en cualquier parte de
la sala. El mundo giraba y ya no daban más de excesos.
El adolescente, con algo de fuerzas y conciencia, se puso de pie como pudo y trató de
caminar hasta la mesa, donde aún quedaba una botella con algún resto de vodka.
Poco antes de llegar, tropezó con unos vasos tirados, haciendo ruido al caer.
―Ya perdiste, bro ―balbuceó Gabriel, que estaba tirado en el sillón junto a Francisco.
Se puso de pie y se tambaleó hasta donde estaba Julián, tirado en el piso y tratando
de continuar hacia la mesa por alcohol. Lo ayudó a levantarse y fueron por el resto de
vodka que quedaba en una botella.
―El niño perdió hoy... Te toca ―sentenció Gabriel, presionándolo fuerte contra el
suelo.
Julián trató de soltarse, pero no pudo. No tenía fuerzas para nada y no entendía qué
pasaba. Al borde de la inconsciencia, fue arrastrado hacia una habitación, donde le
pusieron las manos en la espalda y se las ataron con cinta adhesiva. Gabriel cubrió su
boca con la misma, para quitarle la ropa, riendo, con mirada desquiciada. Una vez
que lo tuvo desnudo, lo tocó de manera obscena.
El gringo se acercó al sentir el alboroto. Era el único que se había dado cuenta de lo
que estaba pasando, parecía disfrutar de la escena y empezó a alentar a Gabriel para
que continuara. El adolescente trataba de moverse, pero no lo conseguía; ahora tenía
a Nicky ayudando a su amigo. Sentía las manos de ambos tocándolo por todas partes.
Poco a poco, ellos se fueron despojando de sus ropas hasta quedar desnudos junto al
muchacho, que empezaba a darse cuenta de todo lo que pasaba.
―¡Go, buddy! ¡Fuck him! ―gritó Nicky, que presionaba a Julián contra el suelo.
Gabriel no lo dudó más: Acomodó como pudo al muchacho, que luchaba por soltarse,
y consiguió su propósito: Abusar de él.
―¿Qué está pasando aquí? ―intervino Abner, que apareció enojado con la presencia
de la prensa.
―Claro que no, esto es un hecho aislado y desafortunado ―respondió Abner con
seriedad.
―Sí. No hay excesos de ningún tipo en el Colegio Arcángeles ―afirmó con severidad
el pastor ante la cámara.
Lejos del colegio, los otros tres cómplices de aquella desastrosa fiesta continuaban
agitados por todo el alboroto ocurrido. Camila aprovechó de decirle a Boris lo poco
que sabía sobre Julián y su partida. Dedujeron que Gabriel era responsable de ese
inesperado viaje de su amigo y por eso le estaba haciendo esas cosas, aunque
todavía no lograban entender su propósito. Caminaron largo rato durante esa noche
para tratar de aclarar sus ideas, esperando tener nuevas noticias de su amigo, pero al
parecer, no sabrían nada por un largo tiempo.
Lo que sí tenía claro Boris, era que tenía que mantenerse lo más alejado posible de
Gabriel. Sentía que ya no era lo mismo de antes y cada vez que estaban juntos solo
venían más problemas.
Poco antes de que amaneciera, se separaron para ir a sus casas a descansar tras una
extenuante jornada que no olvidarían jamás.
Mientras, los últimos en salir del colegio fueron Abner y Gabriel, que estaban de
pésimo humor por todo lo ocurrido. En sus caras se reflejaba que la situación les
podría traer más de un problema. Se dirigieron hasta el estacionamiento y, antes de
subir al auto, se detuvieron a conversar.
―Lo sé. No entiendo cómo sucedió todo esto ―reconoció Gabriel, aún agitado tras la
fiesta―. De pronto apareció ese periodista y no sé qué va a suceder ―señaló, al
tiempo que movía la cabeza, sin encontrar respuesta.
Mientras Gabriel leía por tercera vez la noticia, sonó su celular; eran mensajes de un
número desconocido. Abrió la aplicación y el corazón casi se le detuvo.
Besos...
J"
Gabriel se puso pálido y lanzó el celular contra la pared, enfurecido, ante la mirada
desconcertada de Lucía. Comenzó a orar descontrolado. Sentado al borde de la cama,
alzaba los brazos al cielo pidiendo ayuda divina de forma casi desquiciada. Su novia
se puso de pie, perpleja al verlo así. Unas lágrimas asomaron a sus ojos, porque
pensaba en lo mal que lo estaba pasando el amor de su vida, ese intachable hombre
del cual estaba enamorada.
Caminó lento para salir de la habitación. No quería ver a su novio en ese estado. Se
paró junto a la ventana del comedor y miró su celular; también había recibido un
mensaje de alguien desconocido. Solo dos palabras lograron hacerla temblar y caer
de rodillas al suelo:
"Es gay..."
La boda
Tía Corina y Juana se arreglaban la una a la otra con los recatados atuendos que
habían comprado para la ocasión.
Abner y Marta se encontraban casi listos para salir al patio, en donde se había
preparado una enorme carpa blanca para la ceremonia al aire libre, aprovechando
que el verano se acercaba y la temperatura era bastante agradable. Los invitados
poco a poco comenzaban a llegar. En su mayoría eran miembros de la congregación
religiosa.
En el segundo piso estaba Boris junto a Camila y Felipe, quien también había sido
invitado por Gabriel al igual que todo el equipo de fútbol del colegio. Repasaban las
instrucciones que Julián les hizo llegar por mensajes, a la espera de que algo
sucediera en la ceremonia. Lo único que tenían claro era que debían mantener a Boris
alejado del novio, tal y como lo habían hecho durante todos esos meses en que se las
ingeniaron para que se vieran lo menos posible. Y si lo hacían, era siempre en
compañía de más personas, por lo que su relación había prácticamente desaparecido.
Boris se dedicó a terminar bien el año en el colegio. Por su parte, Gabriel se empeñó
en seguir mintiendo a Lucía luego de los mensajes que había recibido tras el
escándalo de la fiesta en el colegio. Después de eso no sufrieron más amenazas, por
lo que continuaron con sus vidas como si nada sucediera.
El colegio supo cómo tratar el tema de los estudiantes drogados luego del triunfo del
equipo y así minimizar el escándalo público.
―Amigo, hay algo que tenemos que contarte ―abordó Camila, acomodándose su
peinado frente al espejo.
―No es nada malo ―respondió Camila. Sonreía y observaba lo bien que se veía con el
traje negro ajustado―. Así es que no te asustes. ―Le guiñó un ojo.
―Bro... ¡Me dijo que sí! ―exclamó Felipe con una sonrisa de oreja a oreja. ―Cami y
yo somos novios desde ayer ―anunció con orgullo. Boris se le fue encima para
felicitarlo.
―Hermano, por fin te dio el sí. ―Boris se notaba dichoso por la noticia y no paraba de
abrazarlos, porque sabía lo mucho que se querían y cuánto esperaron para estar
juntos.
―Te dije que no era nada malo ―añadió Camila, buscando algo en su celular―. Juli
me dice que envió un regalito para el novio. ―Se miraron los tres desconcertados,
debido a que desconocían lo que su amigo tenía planeado―. Y solo eso, ni idea de
qué regalito será. ―Se terminaron de acomodar, pues era casi la hora de bajar para
que comenzara la ceremonia.
―El chico nos tiene amenazados. Si no veníamos, estaba dispuesto a hacerlo público
―aclaró el gringo al recién casado―. Y no voy a perder lo que ahora tengo por algo
del pasado ―declaró, molesto por tener que estar ahí.
―Es mejor que se vayan, yo inventaré algo ―ordenó Gabriel, que continuaba
enojado.
Les indicó por dónde salir y trató de hacer que nada había sucedido, mientras todos
murmuraban y se escuchaba "Toy Machine", entre los susurros y las miradas
intrigadas de los hermanos de la iglesia.
―¡Una broma de pésimo gusto! ―anunció Gabriel a viva voz para tranquilizar a los
presentes, a medida que caminaba hacia la mesa donde sus familiares continuaban
descolocados.
Su esposa estaba con los ojos llorosos. Gabriel se sentó junto a ella y le tomó la
mano para tranquilizarla.
―Calma, es una tontera de ese desviado. ―Podía sentir cómo la mano de Lucía
temblaba, en tanto él, miraba el puesto vacío de Boris en la mesa principal.
En la otra mesa estaba Camila, tratando de comunicarse con Julián, pero no tenía
respuesta a sus mensajes.
―Hay que disimular. Nos iremos cuando sea menos notorio. ―Felipe le besó la frente
y miró a Gabriel, que estaba muy alterado, por más que quisiera disimular.
Para su mala suerte, Lucía lo estaba siguiendo, porque sabía bien que eso era lo que
inquietaba a su esposo. En medio de la noche y del campo oscuro iban tras Boris,
cada uno por su cuenta. Gabriel, para mantener su secreto a salvo y Lucía, para
evitar que su marido cometiera algo que quizás ella sospechaba hacía tiempo.
Gabriel conocía bien el terreno y se mezcló entre los árboles que estaban justo antes
de llegar al estero. Pasó por un lugar menos transitado y se escondió detrás de las
rocas a observar a Boris, que estaba sentado con su celular en la mano, tratando de
comunicarse con alguien. Al parecer, no se había encontrado aún con Julián, por lo
que aprovechó para intervenir sin saber que, mucho más atrás, estaba Lucía también
escondida viendo qué sucedía.
―¡Ya ves lo que hizo tu amiguito en mi boda! ―Gabriel apareció frente a Boris como
un fantasma―. Debes estar feliz de verlo ―aseguró, acercándose al muchacho que,
rápido, se puso de pie, un poco asustado.
―Gabo... Yo... No... Yo no tenía idea de que esto pasaría ―respondió titubeando el
joven, que no tenía mucho donde escapar si es que la situación empeoraba.
―Debes estar feliz de que arruinen mi boda. ―Gabriel se acercó a él y lo tomó por la
cintura, atrayéndolo hacia su cuerpo―. Pero debes saber que te prefiero a ti. ―Lo
miró a los ojos, tratando de seducirlo. Boris temblaba y no sabía si era miedo o aún
sentía algo por él―. Solo un beso tuyo y seguiremos siendo como antes ―prometió,
acercando sus labios a los del muchacho, quien dudaba de sus sentimientos.
―¡No lo hagas, te has casado con una mujer! ―respondió Boris, tratando de voltear
su cara para no besarlo, pero Gabriel lo sostuvo con fuerza y le robó un beso.
Los ojos de Lucía se llenaron de lágrimas, las que comenzaron a caer por sus mejillas
arrastrando el maquillaje de las pestañas. Contemplaba a su esposo besar con
arrebatada pasión al joven que llamaba hermano. Veía cómo lo sostenía con fuerza
para no dejarlo escapar de sus brazos. Un frío desgarrador recorrió su cuerpo. Tenía
ante sus ojos la respuesta a sus sospechas.
La noche de bodas
Todos miraron hacia el sector del estero y, en medio de la oscuridad, lograron divisar
a Boris, que venía corriendo cubierto de barro, desesperado y llorando. Metros más
atrás venía Gabriel, en condiciones similares y mucho más al fondo, algo blanco y
desmarañado se acercaba. Sus rostros palidecieron al ver la desastrosa escena, en
tanto que los involucrados estaban cada vez más cerca, dejando en evidencia que
algo terrible sucedía. Abner deseaba que nadie en la fiesta lo notara.
―¿Qué está pasando, Boris? ―preguntó el pastor entre dientes, acercándose a su hijo
que continuaba llorando e intentando recobrar el aliento.
―¡Por el amor de Dios, di qué te pasó! ―Tía Corina cruzó sus manos, como si fuese a
ponerse a orar.
―Gabriel, ¿qué ha sucedido? ―Abner se dirigió hacia él, que venía llegando
agitado―. ¿Qué hacen todos sucios? ―El pastor se notaba nervioso.
―Padre, yo... ―Gabriel miró a Boris, que lloraba desconsolado―. Puedo explicar esto.
―Respiraba agitado, ante la mirada atónita de su familia.
―¡Asqueroso! ―Escucharon desde lejos. Era Lucía, que venía descontrolada sin
prestarle atención a Marta, que estaba a su lado―. ¡Eres un asqueroso pecador!
―Arrastraba su sucio vestido, a esas alturas, desarmado.
―¿Eso es cierto, Boris? ―el tono de Abner cambió y era bastante severo. Marta
observaba desconcertada y el joven continuaba sollozando, sin decir nada―. Gabriel,
¿es cierto lo que dice tu esposa? ―El pastor volteó hacia él, que se veía menos
afectado o, al menos, no lloraba.
―¡Silencio! Ayuda a Lucía y que nadie los vea así... ―Abner no la dejó terminar, solo
quería ocultar lo ocurrido―. Obedece a tu marido en este momento ―exigió con
severidad―. Y tú, vete a dar una ducha para despedir a los invitados. ―Se dirigió a
Gabriel. Después de retiró, indignado, hacia la fiesta.
―Vamos, camina para que nadie vea esto. ―La tía lo tomó de un brazo y lo jaló para
que la siguiera―. ¡Esto es acabo de mundo! Un ataque del enemigo mismo
―anunciaba, mientras lo llevaba tomado, con cara de asco y mirando al cielo.
―Vamos al lugar donde mi padre nos castigaba... La bodega. ―Corina sonaba cada
vez más severa―. Ahí te quedarás hasta que tu padre decida qué hacer. ―Lo tiró con
más fuerza hacia la puerta de aquel oscuro lugar. El joven parecía resignado a pasar
la noche allí y entró sin oponer mayor resistencia.
―¡Cúbrelo con tu sangre, Jesús, y líbralo de la marca del enemigo! ―gritó Corina,
alzando los brazos como si con eso fuese a suceder un milagro. Su sobrino se sentó
en el suelo a continuar llorando sin consuelo―. Has traído la inmundicia a esta casa
del Señor... Deberías pedir por tu perdón y para que Dios te devuelva a su rebaño
―sugirió la mujer, acomodando su traje y su cabello. Cerró la puerta por fuera y se
fue a despedir a los invitados junto a su hermano.
Rato después llegó Gabriel a excusarse, porque su esposa se había sentido un poco
mal y por eso ya no estaba presente. Los invitados comenzaron a retirarse, dando sus
mejores deseos a la feliz pareja. Felipe y Camila sabían que algo estaba sucediendo
con su amigo que estaba desparecido. Le enviaron un mensaje a Julián, para
advertirle que Boris podía estar en peligro y salieron del recinto sin hacerse notar
mucho.
Una hora más tarde, cuando todos parecían estar acostados, Gabriel y su esposa
salieron en completo silencio de la casona, subieron en un automóvil y desaparecieron
del lugar, sin decir una palabra en todo el camino. Al llegar al departamento de Lucía,
entraron sin siquiera mirarse, cada uno por su lado. Ella tenía los ojos hinchados de
tanto llorar y él tenía la mirada perdida.
―Podrías decir algo para defenderte ―apremió Lucía, tras un largo rato de incómodo
silencio.
―Vi cómo besabas a Boris. ―Lucía parecía estar recuperándose un poco y quería
enfrentarlo.
―¡Te dije que lo que viste es un error! ―gritó Gabriel, tirando un florero que estaba a
su lado―. ¡Él me besó y tú misma lo dijiste! ―Caminó indignado hacia ella.
―¡Sí, pero fue para no arruinarte la vida! ―La mujer subió más el tono y sus ojos se
volvieron a llenar de lágrimas―. ¡Eres un asqueroso gay! ―Empujó a Gabriel sin
lograr moverlo de su sitio. Sus ojos parecieron encenderse en llamas y se le fue
encima tapándole la boca.
―¡Cállate! ―bramó, enloquecido y la lanzó con fuerza contra una pared mientras ella
lloraba asustada―. ¡Yo soy un hombre, tu marido y me debes respeto! ―dijo
embravecido y, sin darle tiempo a escapar, llegó a su lado.
―¡Cállate, que yo soy un hombre! ―le gritó Gabriel y la tomó con fuerza, tirándola al
piso―. ¡Soy tu marido! ―Se quitó el cinturón, brusco, y abrió su pantalón, ante la
mirada espantada de su joven esposa. Ella intentó pararse para escapar, pero él se le
fue encima para demostrarle, sin su consentimiento y a su modo, que él era un
hombre. La llorosa mirada de Lucía parecía perderse en el infinito mientras Gabriel,
fuera de sí, la tomaba por la fuerza.
Castigo
Del otro lado aún estaba su padre, inmóvil al escuchar a su hijo gritarle su secreto.
Más grande fue su sorpresa al darse cuenta de que Marta acaba de acercarse a la
bodega y lo miraba, con desaprobación. Parecía que también había escuchado los
gritos de Boris.
―No debes meterte en este asunto... Se hará hombre por la fuerza, si es necesario
―respondió Abner, interponiéndose entre ella y la puerta.
―No puedo obligarte a que me ames, mucho menos a tu hijo, pero al menos, déjalo
salir ―pidió Marta, con aplomo―. Hace mucho que sé de tu aventurita con Luisa, no
soy tonta. ―Se le acercó. Abner permanecía quieto―. Eso puedo disimularlo como
todas las mujeres engañadas de la iglesia, pero esto... ―Apuntó hacia la puerta de la
bodega―. Esto es una locura. No tienes vergüenza. ―Parecía decidida a defender al
joven.
―No hay comparación ―respondió Abner, abriéndose paso―. Tal vez yo he sido débil
¡Pero este malcriado es abominable! ―acusó a viva voz para que Boris escuchara del
otro lado.
―No, se quedará ahí ―enfatizó Abner, severo, y siguió caminando hacia la casona―.
¡No desobedezcas a tu marido! ―gritó al avanzar, dejando a Marta pasos más atrás.
―Sí, lo sé... Debo ser una mujer sumisa a su esposo ―recitó Marta en tono irónico―.
Y lo he sido todo este tiempo, pero por favor... Saca a Boris de ahí. ―Cambió el tono
de voz al pedir por el joven de la bodega.
―Lo pensaré. ―Abner levantó su dedo índice, mirando a Marta con una sonrisa
perversa―. Y sigue con tu papel de esposa sumisa, lo has hecho bien y sabré
agradecerlo. ―Volteó y siguió su camino. Marta se quedó un rato cerca de la bodega,
caminando de un lado a otro, de brazos cruzados para protegerse de la fría mañana.
Aún no eran las ocho. Algunos trabajadores ya se veían a lo lejos, desmontando la
carpa de la fiesta de bodas.
Media hora más tarde regresó Abner, con ropa limpia para su hijo. Su esposa
permanecía cerca de la bodega, esperando para ayudar al muchacho.
―Te salió todo el instinto maternal. ―El pastor miró a su esposa con burla―. Ah, por
mujeres así es que los hijos les salen maricas ―festinó, al tiempo que ponía la llave
para abrir la bodega. Marta quiso seguirle, pero Abner le hizo un gesto para que se
detuviera―. El chico debe vestirse, tú mejor vete porque vendrá mi hermana un
momento. ―Abrió la puerta y se metió en la bodega.
―¡Toma, aquí tienes para que te vistas! ―Abner le pasó una bolsa con ropa que
había buscado en su habitación―. Apúrate, viene Corina a ayudarte. ―Se retiró,
cerrando por fuera.
Boris, tiritando, caminó hasta un rincón donde estaba seco, cerca de la puerta, y
comenzó a vestirse con prontitud. El abrigo que le proporcionaba la ropa hizo que
poco a poco fuera reaccionando.
Venía acompañada de Juana, que permanecía en silencio detrás de ella. Ambas traían
sus biblias en la mano.
Boris las veía desconcertado. Todo le parecía confuso e innecesario. Su silencio fue su
única respuesta y se quedó en un rincón de la bodega.
Corina lo miraba como un bicho raro, a la par que hojeaba su biblia buscando algo. La
empleada parecía solo seguir las instrucciones de su patrona, si bien en su mirada
había mucha más compasión que en los familiares de Boris.
―Comencemos, Juana. La palabra siempre nos protege del enemigo. ―Corina estaba
erguida y pretendía lograr que su sobrino cambiara su conducta. Carraspeo para
aclarar su voz―. Ten piedad de mí, oh, Dios, conforme a Tu misericordia... ―Juana la
seguía en su lectura bíblica y retumbaban sus voces en la bodega―. Conforme a lo
inmenso de Tu compasión, borra mis transgresiones... ―Una mirada directa a los ojos
de Boris―. Lávame por completo de mi maldad y límpiame de mi pecado.
El muchacho deseaba taparse los oídos y solo se contenía para no provocar. Juana
siguió.
―Contra Ti, contra Ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de Tus ojos... ―cada
palabra retumbaba como un castigo para Boris, sentía estar prisionero en la peor
pesadilla. Se deslizó por la pared, cayendo al piso, llorando e implorando en silencio
salir de ese lugar. Corina prosiguió.
―Al corazón contrito y humillado, oh, Dios, no despreciarás... Amén. ―Escuchó Boris,
como si estuvieran lejanas, decir a ambas mujeres que continuaron su lectura por
largo rato, sin darle tregua―. Espero que este Salmo para los pecadores haya sido
como un bálsamo para tu inmunda alma, querido sobrino ―sentenció Corina,
cerrando su Biblia.
Fueron a la casa e ingresaron por la cocina. Ahí estaba la esposa del pastor, que
observó en silencio cómo lo llevaban a tirones hasta el segundo piso. Solo unas
miradas intercambiaron y Boris comprendió que ella no estaba de acuerdo con lo que
le hacían. Suspiró fuerte, siguiendo el camino hasta su nuevo encierro. Detrás
quedaban Corina y Juana con sus biblias en las manos, y un silencio sepulcral como
nunca había sucedido en la casona de los Ferrada. Un empujón de Abner bastó y su
hijo quedó tirado junto a la cama. Una mirada de desprecio seguida de un portazo y
el sonido de las llaves por fuera. Otra vez estaba encerrado.
El Pastor
Había sido inscrito por su padre, a la fuerza, para que siguiera sus pasos
en la iglesia que construyó durante toda su vida, la cual cada vez era más próspera
en su propósito.
Por aquellos años, Abner siguió la instrucción de su severo progenitor, a quien
obedecía desde pequeño, y se fue a estudiar sin estar seguro de querer hacerse cargo
del legado familiar. Estuvo mucho tiempo concentrado en ser un buen estudiante,
hasta que, con el pasar de los meses, fue sintiéndose tentado por las actividades a las
cuales se escapaban algunos de sus compañeros.
Eran las típicas fiestas de otras universidades en las cuales se encontraba cada vez
más a gusto. Fue en una de esas ocasiones en que, junto a su grupo de amigos
rebeldes, conoció a unas chicas que aún eran estudiantes menores de edad. Entre
ellas estaba Denisse Laurence, la mujer más hermosa que sus ojos habían visto en su
vida, llena de vitalidad y sin miedo a nada.
Aquella dulce joven comenzó a sentirse atraída por los encantos del estudiante
mayor. Día a día se fueron acercando hasta que, al pasar un par de años de amistad,
Abner se atrevió a confesarle su amor luego de dedicarle una canción romántica en su
fiesta de cumpleaños número dieciocho. A pesar de haber hecho un poco el ridículo
frente a todos, Abner en aquel tiempo dedicaba sus ratos libres a la música y, con su
encantadora voz, consiguió ser el novio de Denisse.
El romance se prolongó por mucho tiempo, pero luego vinieron los problemas. Abner,
cada vez más rebelde ante las costumbres de su familia, empezó a probar todo tipo
de drogas y a salir con diferentes mujeres a escondidas de Denisse, quien no tardó en
enterarse. Para su mala fortuna, cuando se dio cuenta de que su casto novio le
estaba siendo infiel, descubrió que estaba embarazada. Al contarle la noticia a Abner,
este comenzó con las dudas sobre su paternidad y cada vez las peleas se hicieron
más violentas. La relación se dio por terminada cuando los padres de la joven se la
llevaron para protegerla de los maltratos sicológicos a los que Abner la sometía.
Con el pasar del tiempo y bastante tarde, Abner se dio cuenta de que ella era el amor
de su vida, pero el abandonarla junto a su hijo hizo que Denisse nunca más confiara
en él. Ella hizo su vida, alejada por completo de su presencia. Abner, al regresar junto
a su familia para hacerse cargo de la iglesia, prefirió mantener el secreto de que
había engendrado un hijo fuera del matrimonio para no afectar la imagen de los
Ferrada.
Sabía que, por ser hombre, nunca sería tan juzgado como las mujeres de la religión.
Ellas sufrían el desprecio de todos si quedaban embarazadas y debían someterse al
juicio de los Ancianos de la congregación, para ver si eran recibidas de regreso.
La mirada de Abner continuaba en el espejo, pensando en su antiguo amor y en lo
frío que su corazón se había vuelto.
―Para, por favor. ―Escuchó decir a su hijo, congelado en el rincón de la ducha.
Llevaba largo rato ahí, soportando.
―Puedes salir ya. ―Abner regresaba de sus recuerdos―. Podrías tener cualquier
defecto, pero las abominaciones no las permitiré ―amenazó y salió de la habitación,
poniéndole llave por fuera.
Boris empapó toda la alfombra del baño al quitarse la ropa. Abrió el paso de agua
caliente, para temperarse, y se metió. Dio un par de vueltas bajo el chorro y sintió
que su cuerpo reaccionaba. Salió y se secó, un poco aturdido, sin saber si era el frío o
el hambre que ya se apoderaba de él con más fuerza.
Al llegar hasta su cama se abrigó un poco. Ni siquiera tenía su celular para escuchar
música con audífonos, como tanto le gustaba, pues lo había perdido la noche anterior
en el barro, peleando con Gabriel. Se sentó, envuelto en las frazadas, cada vez más
débil, esperando que el tiempo pasara para quedarse dormido.
Con las pocas fuerzas que tenía se asomó, para ver quién llamaba. Para su sorpresa
era Julián, que había estrado al patio sin ser visto, porque todos estaban en la cocina.
―No podría abandonarte, niño lindo ―respondió Julián, con su hermosa sonrisa―.
Perdón por tardarme tanto, pero tenía que solucionar algunas cosas. ―Vestía entero
de negro, como si quisiera mimetizarse en la noche―. ¡Vamos, apura y baja! ―Subió
un poco el tono de la voz.
―No puedo, estoy encerrado. ―Boris miró hacia su puerta e hizo un gesto de
negación.
―Tontito, pero por la ventana. ―Julián no quitaba su sensual sonrisa―. Yo estoy aquí
para recibirte ―aseguró, abriendo los brazos en señal de ayuda―. ¡Apúrate, Boris!
―lo alentó.
Boris hizo caso. Aprovechó que no era tanta la altura y se colgó como pudo de su
ventana.
Más abajo estaba Julián, esperándolo. Recibió de golpe al joven, que cayó sobre sus
brazos, tumbándose sobre él en el suelo. Ambos estaban tendidos, Boris sobre Julián,
adoloridos por la caída.
―Me encanta que estés encima de mí ―reveló Julián, abrazándolo, como tanto había
ansiado el tiempo que estuvo lejos.
―Gracias por venir a buscarme, no sabes lo que he pasado desde anoche. ―Boris lo
abrazó con fuerza y luego se pusieron de pie, para no ser vistos.
Corrieron hasta afuera del recinto. Metros más allá, en la calle principal, había un
auto estacionado con personas adentro que los esperaban. Eran Camila y Felipe al
volante.
―Gracias por venir a rescatarme, amigos. Ha sido horrible ―reveló Boris, afectado
por todo lo que estaba viviendo.
En el camino, Boris aprovechó para contarles todo lo que había vivido durante el día a
manos de su padre y su tía Corina, ante la mirada atónita de sus amigos, que
lamentaban no haber podido estar antes allí para ayudarlo. Camila le dio unas
galletas que traía en su bolso para que se alimentara un poco, al tiempo que
continuaba con su relato. Felipe pasaba por las calles del centro de la ciudad y
después de escuchar las torturas de la familia Ferrada, era el turno de Boris de
enterarse las razones por las que Julián y Gabriel se conocían. Rato antes, el joven se
lo había comentado a Camila y Felipe.
El rostro de Boris se ponía cada vez más pálido mientras escuchaba lo que había
hecho con Julián. Unas lágrimas cayeron por sus mejillas, al tiempo que Camila se las
secaba, también desolada por lo que le había sucedido.
―No pueden seguir cerca de ese tipo, está loco ―señaló Felipe, que estaba
estacionando.
―Estamos cerca del colegio. ―Boris estaba sorprendido―. ¿Qué hacemos aquí? ―No
entendía y miraba un poco asustado a sus amigos.
―Tranquilo, esta noche nos esconderemos para, mañana temprano, irnos lejos.
―Julián le tomó la mano para tranquilizarlo.
―Sí, después de esto no es seguro que nos quedemos cerca de Gabriel. Menos sin
apoyo de tu familia ―apuntó Julián, acomodando su bolso a la espalda―. Esta noche
nos esconderemos donde sea menos probable que vayamos. Para cuando amanezca
tengo boletos para irnos a otro sitio donde tengo amigos que nos ayudarán a
esconder ―explicó, mirando los ojos de Boris para calmarlo.
―Pero ¿nos ocultaremos en el colegio? ―Boris miró más asustado que nunca.
―En el hogar de niños, detrás del colegio. ―Julián parecía saber lo que hacía―. Allí
es el lugar menos probable donde podrías ir a esconderte ―afirmó, dándole la mano a
Felipe para despedirse.
Se bajaron del auto. Sus amigos no podrían acompañarlos en la noche por si los
buscaban en sus casas al ser tan cercanos.
Julián y Boris corrieron hasta el pequeño hogar de niños que se encontraba detrás del
colegio. Jamás habían estado allí, porque solo lo veían desde el patio del colegio. Se
metieron sin hacer mucho ruido por una puerta trasera que daba a lo que parecía ser
una bodega con artículos de medicina sobre unos estantes metálicos. Trataron de
acomodarse cerca de una puerta que comunicaba al pasillo principal de los
dormitorios de los niños.
En apariencia, no había muchos en este momento, debido a que siempre los estaban
enviando con sus padres adoptivos, por lo que escuchaba Boris decir en su casa. Se
sentaron junto a la pared para apoyarse y poder dormir un poco. A lo lejos lloraba
uno que otro menor, que era calmado por una cuidadora que pasaba la noche en
aquel lugar.
―¿Abajo? ―Julián miró sin entender, porque no conocía el lugar y vio que en el piso
había algo que podría ser una puerta a un subterráneo―. ¿Qué será eso? ―se
preguntó, ahora con curiosidad, y se acercaron a ver.
Fue en vano. Estaba cerrada con un candado, por lo que regresaron a su sitio y se
acomodaron para descansar.
―¿Qué fue eso? ―Abner miró a Gabriel, tratando de entender qué sucedía en la
bodega y corrieron, con el Anciano detrás de ellos, para averiguar.
Julián tiró del brazo a Boris, para intentar salir antes de que llegaran y, en medio del
alboroto, se cruzaron con la persona que había causado todo ese bullicio. No
pretendía hacerles daño, porque al chocar con ellos solo intentó escapar, pero con
todo lo que cayó del mueble no podían avanzar con rapidez. De pronto, la luz se
encendió. Una llave sonó del otro lado de la puerta.
―Luisa, ¿qué haces aquí con ellos? ―Abner estaba asombrado. La mujer temblaba en
el suelo, presa del miedo tras haber escuchado de qué se trataba el negocio secreto
de Abner.
―¿Quién es esta mujer? ―preguntó Armín, furioso al verla allí―. Y esos mocosos,
¿los conocen también? ―Al parecer no alcanzó a reconocer a Boris.
―No, señor ―Gabriel mintió, mirando al pastor. Ambos sabían quiénes eran.
―Yo no sé nada. ―Luisa empezó a llorar del miedo―. Abner, yo no... ―balbuceó muy
nerviosa, mirándolo. Él no sabía qué hacer.
―Tienen que hacerse cargo de esta mujer. ―El Anciano sonaba más enojado que
antes―. Esto es trabajo de ustedes, yo regresaré en unos días y no quiero problemas
―exigió, mirando a ambos que parecían temerosos de él―. Gabriel, demuestra que
quieres seguir en el negocio ―ordenó y se retiró del lugar, como si nada sucediera.
―¿Por qué viniste aquí? ―Abner parecía lamentar verla en esa situación.
―No sé... No sé... Ni siquiera sabía que estaban aquí. ―Luisa se limpiaba las lágrimas
de la cara.
―Sí... Yo no diré nada. Por favor, sácame de aquí ―suplicó la profesora, poniéndose
de pie.
―Yo veré si encuentro a Boris. ―El pastor se dirigió al pasillo y, antes de irse, miró a
Luisa―. Gabriel te llevará ―añadió pensativo. Se dio media vuelta, cerrando la
bodega del otro lado.
Caminaron hasta su auto y subió a Luisa en el asiento del copiloto, dejándole en claro
que no hiciera nada en su contra o sería peor para ella. La mujer, temerosa, de lo que
pudiese hacerle, siguió las instrucciones al pie de la letra, en tanto se alejaban del
hogar de niños en dirección desconocida.
―¿Dónde me llevas? Mi casa está del otro lado ―inquirió la mujer, con los ojos
llorosos viendo a Gabriel concentrado y serio.
―¡Silencio! ―gritó Gabriel, sin mirarla―. Así es que tú eras la entretención del
pastor. ―Sonrió irónico y la miró por un instante―. Interesantes son los caminos del
Señor. ―Soltó una risotada desconcertante.
Aun así, no entendían qué estaba haciendo en ese lugar. Lo que sí sabían era que
estaba en peligro, aunque no regresarían en su ayuda o serían ellos los que después
estarían en problemas.
―Tu plan de irnos es lo más seguro. ―Boris tomó la mano de Julián―. No puedo
creer que mi padre pueda ser parte de algo tan perverso. ―Sus ojos estaban
vidriosos y sus manos temblaban.
―Eres tan lindo conmigo y yo preferí a ese asqueroso ―respondió Boris, apoyando su
cabeza en el hombro de Julián.
―No pienses tonteras, uno a veces elige a la persona equivocada. ―Julián lo contenía
con fuerza―. No soy rencoroso y algún día estaremos juntos. ―Esbozó una dulce
sonrisa.
―Sí, más juntos. ―Julián le besó la frente―. Mira, vamos por algo de comida
―propuso, al ver que un local estaba abriendo al público―. Debes estar muerto de
hambre, al menos yo sí. ―Lo soltó y fueron hasta el lugar, para aprovechar de comer
un poco.
―Espero no verlos nunca más ―repuso Boris, casi acabando su pan―. Quiero estar
lejos ―farfulló, con la boca llena.
―Mira... ahí está nuestro bus. ―Julián apuntó hacia el sector de embarques―.
Vamos, ya que estoy impaciente por irme. ―Sonrió y caminaron hasta la máquina en
donde algunas personas ya estaban abordando.
Se subieron y se ubicaron en sus asientos, casi al final del bus. Respiraron relajados
al saber que estaban partiendo rumbo a una nueva vida, escapando de la maldad que
los acechaba.
―Al fin nos vamos. ―Boris ya tenía una leve sonrisa en su rostro―. No puedo creer
que mi padre y Gabriel sean tan perversos y engañen así a la gente de esa iglesia
―reflexionó, tomando la mano de Julián.
―Siempre hay un lobo con piel de oveja en los rebaños del Señor. ―Julián sonaba
irónico―. Pensé que el tráfico de órganos era un mito del que nadie habla, porque es
demasiado perverso para ser real, pero veo que sí existe. ―Suspiró y apretó fuerte la
mano de su compañero. El bus avanzó por las calles de la ciudad.
―Así es... lesbianas ―respondió Julián, con su hermosa sonrisa que parecía
coquetearle todo el tiempo.
―Ellas nos dieron unos trabajos de medio tiempo. ―Julián buscaba su celular en el
bolsillo de su pantalón―. Tenemos trabajo en su disco gay. Ellas son las dueñas
―explicó, viendo cómo los ojos de Boris se abrían más sorprendidos que nunca.
Soltaron unas carcajadas en complicidad y el viaje de escape comenzaba.
Lejos
En esta ocasión no pensaba quedarse allí, para no ser descubiertos por la familia de
Boris. Le dijo a sus padres que estaría alejado por un tiempo para ayudar a su amigo
y, sin dar muchos detalles, les pidió que no se acercaran donde los Ferrada, para no
levantar sospechas.
El sol brillaba en todo su esplendor y los verdes jardines de la ciudad estaban llenos
de gente que iba y venía con sus compras navideñas. Las calles se encontraban
adornadas con decoración alusiva a la celebración. Boris seguía a Julián, quien
conocía el lugar. Luego de unas cuantas calles, llegaron hasta un pequeño edificio
departamental y subieron por el elevador hasta el tercer piso. Un pasillo bien
iluminado los conducía hasta la puerta 2211.
Julián tocó el timbre, viendo la cara nerviosa de Boris. Le guiño un ojo y le lanzó un
beso coqueto, justo cuando la puerta se abrió.
―¡Juli, mi amor! ―gritó la hermosa joven que abrió la puerta, vestida con ropa
deportiva que dejaba ver un entrenado cuerpo.
―Tati... hermosa, ¿cómo estás? ―Julián la abrazó con afecto―. Nos volvemos a ver,
amiga ―festejó, tras un largo abrazo.
―¡Uy, es hermoso! ―exclamó Tati mirando a Boris, que estaba parado junto a la
entrada.
―Ven, Boris, ella es mi amiga Tati, de la que te hablé en el camino. ―Julián lo acercó
para presentarlos.
―Hola. Gracias por recibirnos. ―Boris le dio un beso en la mejilla con una tímida
sonrisa.
―De nada, chicos, son muy bienvenidos. ―Tati sonreía radiante―. Y de verdad que
Boris es más hermoso de lo que contaste, te felicito. ―Miró a Julián con orgullo―.
Síganme, par de guapos, y pónganse cómodos... Esta es tu casa ―afirmó la joven
rubia, con un tono agradable y estilizados movimientos. Parecía una modelo.
―Estaba ansioso por llegar. ―Julián se acomodó con Boris en un sofá blanco, lleno de
cojines negros. Una tranquila perrita Yorkshire observaba cada movimiento, desde un
pequeño futón.
―Me imagino lo terrible que es viajar a esta hora, en esos buses llenos de gente.
―Tati les sirvió unos vasos con jugo―. Pero al fin están con nosotras. ―Sonrió
mirando a Boris, para que se relajara.
―¡Morocho! ―Se escuchó, de golpe, una voz femenina un poco más grave y todos
saltaron de sus puestos―. ¿Cómo está el mijito rico? ―preguntó una mujer,
acercándose a Julián.
Era morena, igual de joven que Tati, pero un poco más robusta y desordenada. Vestía
jeans y camisa a cuadros.
―¡Koka! ¿Cómo estás, vieja puta? ―Julián saltó sobre ella para abrazarla.
―Yo bien. Más maraca que nunca ―respondió la mujer con ataque de risa. Era más
masculina en sus gestos y forma de vestir que Tati―. ¡Hola, flaco! ―Fue hacia Boris y
le extendió la mano―. Juli nos habló maravillas de ti ―señaló, mientras el Yorkshire
jugueteaba a su alrededor alborotado―. ¡Anahí, sal de aquí! ―ordenó a la perrita,
que parecía volverse loca de verla.
―Sí, parece que Julián ya les contó bastante. ―Boris lo miraba sonriente.
―Ni te imaginas, pero solo cosas buenas ―aseguró Koka acercándose a Tati―.
¿Cierto, mi vida? Ya estamos al tanto de todo ―Le tomó la mano y luego la besó con
amor.
―Sí, ya sabemos que eres el hijo del pastor de una iglesia. ―Tati estaba abrazada a
Koka―. Cuéntenos cómo quedó todo ese revuelto de gente cristiana ―preguntó. Los
recién llegados se miraron en complicidad.
―Bueno, precioso, habla, que estamos para escucharte. ―Tati y Koka se acomodaron
en un sillón, para escuchar el relato de sus visitas.
Durante casi una hora estuvieron atentas a todo lo que les había sucedido. Boris
comenzó su relato, desde el día en que llegó a su nueva casa y conoció al que sería
su hermano mayor, hasta la noche en que, escapando de los castigos de su padre,
descubrieron sus sucios negocios. Negocios que, por el momento, no revelaron, ya
que sabían que se trataba de un tema demasiado delicado y preferían averiguar más
para poder ayudar a los niños del hogar de huérfanos.
La pareja de novias no podía creer todo lo que habían sufrido a manos de esos
hombres tan siniestros. Durante la conversación, Boris se fue relajando y entrando en
confianza con las chicas, que eran buenas anfitrionas con ellos. Terminaron hablando
de sus nuevos empleos que les tenían reservados en su discoteca, y luego les
mostraron la habitación en la que se alojarían el tiempo que ellos estimaran
conveniente. Ambas sentían gran aprecio por Julián y lo conocían desde que vivió un
tiempo en la ciudad. Pasado un largo rato y, en medio de risas, la puerta principal se
abrió.
―No, es el chico que nos arrienda la otra habitación ―respondió Koka, dejando a su
perrita a un costado.
―¡Hola a todas! ―Se escuchó a viva voz en un tono bastante femenino―. ¿Reunión
de mujeres? ―inquirió un delgado y atractivo joven de piel blanca, ojos pardos y
cejas delineadas, con cabello alisado hacia un costado. Su expresión corporal era
delicada, al igual que su forma de hablar.
―Él es Bruno y también trabaja con nosotras ―aclaró Tati, dándole un beso en la
mejilla.
―¡Qué guapas las nuevas vecinas! ―exclamó Bruno echándole un vistazo a Julián. Al
parecer le gustaban los morenos.
―Gracias ―respondió Boris, con cara de no agradarle mucho que lo tratara como
mujer.
―¡Ay, hueona, que eres linda, por eso te amo! ―Bruno se acomodó, casi como una
diva, en uno de los sillones de la sala―. Y ustedes son novios, me imagino ―agregó,
mirando a Julián como si fuera un filete recién servido.
―Eh, algo así ―respondió Boris, tomando la mano de Julián al notar que el afeminado
chico le estaba coqueteando―. Y tú ¿qué haces en la disco? ―preguntó con poco
ánimo.
―¿En serio? ―Julián se mostró asombrado―. Eso debe ser difícil. ―Seguía de la
mano con Boris.
―¿Difícil? Para nada. Te lo echas para atrás y listo. ―Bruno acababa su vaso de jugo,
ante la mirada sorprendida de todos quienes soltaron una risotada.
―No se espanten de las tonteras que habla Bruno... Es así ―aconsejó Koka,
acomodada cerca de su novia.
Continuaron riendo por un rato y, más tarde, Julián y Boris se retiraron a su
habitación, ya que los demás debían salir a trabajar. Estaban en los preparativos de
la fiesta navideña de la discoteca y ese sería el día en que comenzarían sus labores
en dicho lugar.
―Eres tan hermoso. ―Julián le acarició la cara―. Desde el día en que te vi por
primera vez me gustaste. ―El roce de sus dedos sobre su piel le hacía sentir
escalofríos.
―Yo te voy a proteger, siempre. ―Julián se acercó más―. Además, dijiste a Bruno
que somos casi novios. ―Sonrió, poniendo su cara frente a la de él.
―Sí, porque ese chico te miró mucho y, la verdad, sentí celos. ―Boris puso cara de
niño mimado―. Tú solo debes cuidarme a mí ―ordenó, sintiendo que su nariz se
tocaba con la de Julián.
―Hermoso, yo solo tengo ojos para ti ―respondió Julián, con su mirada llena de luz,
perdiéndose en los ojos de Boris.
―No te detengas, hazlo cuando quieras. ―Boris acercó sus húmedos labios a Julián y
comenzó a rozarlos con lentitud. La atracción fue inevitable y se fundieron en un
cálido beso.
―Me encantas, Boris. ―Julián apartó un poco sus labios, quería continuar así por
siempre―. Por ti hago lo que me pidas. ―Sintió su respiración y continuó besándolo
apasionadamente. Al fin estaban solos, frente a frente.
Las caricias se hicieron cada vez más intensas y el calor de sus cuerpos los atraía
cada vez más, haciendo que se revolvieran en la cama, como enredándose para no
separase nunca.
―Creo que hay que parar. ―Julián reaccionó y miró un poco asustado a Boris que
estaba agitado―. No quiero que te sientas obligado. ―Sus ojos delataban el deseo.
Sus besos bajaron hasta el cuello de su compañero, que se estremecía con la piel
erizada. Luego bajó un poco más y, al llegar hasta la cintura, abrió con parsimonia el
cierre de su pantalón. Levantó la mirada y le guiño un ojo con picardía, regresando la
vista hasta su cremallera abierta.
El corazón de Julián latía a mil por hora, sintiendo cómo Boris le bajaba con cuidado
el bóxer, dejando en evidencia su erección. Sintió la calidez de los húmedos labios del
chico que tanto le gustaba, saborear con dedicación su rígido pene. La traviesa lengua
de Boris recorría centímetro a centímetro.
Cada cierto rato, Boris subía la mirada, para contemplar cómo Julián se estremecía de
placer. Lo sumergía en su boca, deseoso, con movimientos que iban desde lo lento a
lo fuerte, al tiempo que ejercía una fuerte presión con una de sus manos. Tras un
largo rato y cuando ya parecía que no podía más, una corriente recorrió su cuerpo.
Presionó la cabeza de Boris hacia él, con fuerza, como no dejándolo escapar. Un
fuerte calor brotó entre sus piernas y, retorciéndose debajo de Boris, acabó como
nunca lo había hecho. Soltaron una risotada en complicidad mientras Boris limpiaba
su cara. Más tarde se acomodó entre sus brazos y se quedaron tendidos, sin decir
nada por mucho rato.
―Cómo no sentir cosas por ti, si eres tan lindo. ―Lo abrazó con fuerza. Un
sentimiento que antes no había experimentado se apoderó de él, al tenerlo cerca.
Presa del miedo y sin poder creer aún que la persona de la cual se había enamorado
ya no existía, Lucía se levantaba cada mañana arrepentida de haber ayudado a su
esposo a mentir sobre Boris y sentía que merecía el daño que recibía a cambio.
Era la mañana del veinticuatro de diciembre y debía prepararse para la primera cena
familiar en la que, suponía, debería fingir que su matrimonio era tal y como todo el
mundo esperaba. A pesar de que Boris se había ido de la casa, Abner se las ingenió
para inventar una excusa diciendo que su hijo estaba de viaje visitando a una tía por
parte de su madre.
Lucía se levantó de su cama. En sus brazos tenía los moretones que le provocaba su
marido al sostenerla de manera brutal con sus manos. Caminó en silencio. Gabriel
dormía en el otro lado de la cama y lo que menos quería era despertarlo. Sobre un
pequeño escritorio estaba su biblia abierta y se detuvo frente a ella, preguntándose si
Dios existía para protegerla.
Recordó que, desde su infancia, cada mañana su padre le enseñó a orar con fervor
para pedir por los anhelos de su corazón. Esa mañana no fue así. Soltó un suspiro
profundo y siguió su recorrido hasta el baño, abrió la ducha y, esperando que el agua
se entibiara, se quitó la ropa y luego se puso bajo el chorro de agua. Sintió como si
estuviera quitando de su cuerpo toda la suciedad que su marido le dejaba al tocarla.
No tardó en romper en un silencioso llanto.
―Hoy te quiero con una sonrisa en la casa del pastor ―estableció Gabriel, que entró
de golpe al baño, tomándola por sorpresa.
―Sí, no quiero que tengan una preocupación más luego del viaje de mi hermano.
―Gabriel orinaba aún un poco dormido.
―Sí, su viaje. ―Lucía pensaba en que era una mentira, se preguntaba qué había
sucedido luego de la boda.
―Yo no he cambiado, han sido malos días nada más. ―Gabriel pasaba el jabón por su
cuerpo y parecía que ni se acordaba de sus actos―. Ya verás que seremos la familia
que siempre quise tener. ―Esbozó una sonrisa perversa.
―Te quiero radiante esta noche ―advirtió su marido, atajándola, y luego la besó―.
¡Qué rico es tener a mi mujer! ―celebró, dejándola salir.
Lucía tomó su toalla y se apresuró a cambiarse. Quería salir un rato a distraerse con
su familia antes de la cena navideña. Dejó a Gabriel en la ducha, pensando en que no
estaba bien mentalmente, por lo que prefería mantenerlo tranquilo y lejos de ella.
Así de lejos también querían mantenerlo Julián y Boris, que comenzaban por la tarde
a trabajar en la disco de sus amigas. Estaban ansiosos, querían ganar dinero. Para su
fortuna, les pagarían a diario, por lo que comenzarían a ahorrar enseguida.
Horas más tarde salieron rumbo a la disco de sus amigas. Recorrieron las
calles inundadas de gente, que hacía sus compras navideñas de última hora. Apenas
podían avanzar entre el tumulto de personas cargando regalos por doquier. A medida
que avanzaban, Boris pensaba en aquellas navidades junto a su madre. La última que
pasaron fue en compañía de muchos amigos de ella, a orillas de un río cerca de la
capital. Jamás pensó que un año después su vida habría cambiado tanto, ahora
caminaba acompañado de un hermoso chico en dirección a su nuevo trabajo para
poder tener dinero.
Trataba de imaginar cómo sería estar allí. Solo había estado un par de veces en una
disco gay, pero no se imaginaba trabajando en ese lugar. Luego de unas cuantas
calles, llegaron a su destino.
Era un local con vidrios polarizados. Por más que miraba hacia adentro, no lograba
distinguir nada. Minutos más tarde salió Koka a recibirlos.
Por dentro, era un lugar muy bien decorado: una gran bola de espejos en el centro,
láser en todas direcciones y un gran escenario iluminado, que tenía un enorme árbol
navideño al costado.
―¡Las hueonas ricas ya llegaron! ―Apareció Bruno detrás de ellos, con un traje
deportivo bien ajustado, haciendo notar su femenina figura.
―Hola, Bruno, estoy ansioso por verte de transformista. ―Boris lo miraba un poco
asombrado por su cuerpo tan femenino. Los últimos días lo había conocido mejor y ya
no le caía mal―. La verdad, no conozco a nadie que se dedique a eso ―reconoció
Boris mientras el joven se miraba las uñas.
Los dirigió hacia donde estaba su novia con el bartender y comenzaron a explicarles
sus labores. Concentrados, siguieron las instrucciones y conocieron las instalaciones
para no perderse durante la noche. El local tenía una pequeña terraza donde había un
par de mesas para quienes quisieran salir a beber o fumar al aire libre. Luego les
pasaron el uniforme que tenía todo el personal para esa noche y fueron a cambiarse,
para más tarde empezar con las tareas.
―Vaya, ¡cuánta pureza! ―exclamó Julián, viéndose en el espejo del vestidor. Estaban
completamente vestidos de blanco con un gorro rojo de Santa Claus, una hermosa
camiseta con cremalleras y el nombre de la disco a un costado en letras plateadas:
Colors Club.
―Nos vemos hermosos. ―Boris estaba a un costado de Julián―. No nos vemos para
nada mal. ―Se miraba para cerciorarse de que no se viera apretado, pues prefería un
estilo más ligero.
―Sí, más gay que nosotros juntos. ―Boris se reía viendo a su compañero frente al
espejo.
―Tú lo has dicho, aunque se ve buena onda. ―Julián terminó de vestirse y salieron
hacia la barra para terminar de aprender sus labores.
El bartender era un tipo alto y robusto con pectorales y brazos definidos. Según Tati,
a los chicos les gustaba ver un hombre fornido en la barra atendiéndolos. Koka llegó
al rato con unas bandejas de comida para tener, con el personal, una pequeña cena
navideña improvisada en el trabajo.
Se hizo tarde y la música subió de volumen. La gente empezó a llegar hasta que el
local se fue llenado e inundando de risas y alboroto. La barra comenzó a expender
tragos y la pareja de debutantes corría de un lado a otro para asistir al robusto
bartender llamado Paolo. Sin darse ni cuenta, la medianoche pasó y el movimiento
dentro no paraba. A ratos era caótico, aunque se estaban sintiendo felices.
―¡Ladies and Gentlemen! ―se escuchó la voz de Tati al micrófono, que era la
animadora vestida de sexy Santa―. Llegó la hora del esperado show navideño de
nuestra estrella. ―La atención se centró en el escenario, ante la expectante mirada
de todos, incluidos los trabajadores―. Pido un gran aplauso de bienvenida para ella...
―Tati mantenía el suspenso―. La Diva de Colors Club... ―Se hizo a un costado del
escenario―. ¡Con ustedes, la gran... Serena Lagerfeld! ―gritó y las luces del
escenario comenzaron a cambiar de tonos, dando paso a una figura femenina vestida
con un elegante traje blanco ajustado y exuberante cabello castaño.
―Me has sorprendido, luces hermosa. ―Boris no podía negar que tenía talento y
belleza―. Estaba acostumbrado a esos transformistas que parecen roperos de tan
grandes que son ―comentó, haciéndole un gesto con la mano en señal de
aprobación.
―¡Ay, que son lindos! ―Les lanzó un beso―. Feliz navidad les desea Serena Lagerfeld
―les dijo y luego tomó un sorbo largo de su copa.
―Feliz Navidad, Juli. ―Boris hizo lo mismo y bebieron un sorbo, mirándose fijamente.
―Yo te cuidaré por siempre, lo prometo. ―Julián también acarició el rostro de Boris,
en un intercambio de cariño.
―Julián... Sí, quiero ser tu novio. Sería un tonto si no acepto ―respondió feliz,
acercándose para besarlo. Un largo y apasionado beso con los primeros rayos del sol
era testigo del inicio de una relación de dos jóvenes que estaban luchando por ser
felices.
Julián y Boris
―Gracias a todos por estar aquí, con nosotras, compartiendo este almuerzo ―celebró
Tati, con su copa de espumante en alto―. Sin duda, agradecemos que podemos tener
su linda amistad y, mejor aún, que colaboren en nuestro negocio ―detalló, con una
sonrisa cálida, mirando a los que estaban sentados en su mesa de celebración
navideña del Colors Club―. ¡Salud! ―finalizó, brindando con su novia sentada a su
lado.
―¡Salud! ―festejaron al unísono los demás invitados, haciendo sonar sus copas.
―Muchas gracias por la oportunidad que nos dan a mí y a Boris ―expresó Julián,
mirando a sus amigas, que estaban dichosas de tenerlos en su departamento.
―Esa será una noche de gala en la disco ―intervino Koka, que tenía a Tati de la
mano―. ¡Así es que, a prepararse, perritas! ―exclamó, soltando una fuerte risotada.
El almuerzo navideño duró hasta casi las tres de la tarde, de ese caluroso día. Más
tarde, y a pesar del sueño que tenían por no haber dormido aún, Boris y Julián
salieron de la casa a dar un paseo para disfrutar de la tarde y estar un rato a solas
ahora como pareja.
Caminaron varias calles, hasta llegar a un bello parque llamado Jardín de la Rivera
que, para su fortuna, estaba tranquilo y con poca cantidad de visitantes. Entraron por
una hermosa Alameda por la que corrían unos cuántos niños jugando con sus padres.
Hacia el fondo se veía un perfecto prado verde, lleno de plantas florales que
adornaban el espacio llenado de mágicos colores el entorno.
―¡Es hermoso este lugar! ―exclamó Boris, mirando a su novio―. ¡Me encanta! ―Su
rostro no daba más de felicidad.
―Sí, es hermoso... Sabía que te gustaría. ―Julián le guiñó un ojo―. Vamos hacia
allá, que es más tranquilo. ―Le indicaba hacia donde había muchas plantas florales.
Se dirigieron hacia donde estaban unas azaleas y otros arbustos bajo unos enormes
robles que formaban un pequeño descanso. Era un lugar ideal para tenderse en el
pasto y disfrutar de la tranquilidad.
―Ven conmigo, bebé. ―Julián le indicaba a su novio que se sentara junto a él.
―¿Y si alguien nos dice algo por estar así? ―Boris se notaba un poco preocupado.
―Te faltan espinacas, Juli. ―Boris reía al verlo―. Pero igual me gustas. ―Le sacó la
lengua de forma coqueta.
―Esa lengüita tan rica. ―Julián se acercó más aún―. Muero por un beso de mi novio
―pidió, mirándolo fijo. Se inclinó y lo besó con afecto.
―Contigo me siento feliz ―le susurró Boris, sin separar sus labios―. Muy feliz. ―Y
volvió a besarlo, ahora tomándolo por la nuca, para sentirlo más cerca.
―¡Para, por favor! ―Julián transpiraba y se veía agitado, tenía las manos
apoyadas en sus muslos―. ¡Quiero un helado! ―exclamó, cayendo de rodillas al
césped, como dando por finalizado el juego.
―¡Uy, está bien! ―Boris corrió donde su novio―. ¡Perdiste, tú invitas el helado! ―Se
dejó caer sobre el derrotado y agotado Julián, que soltó un grito al tener a su novio
encima.
―Vamos, que en el camino venden helados. ―Julián intentaba ponerse de pie―.
Quiero uno de limón con maracuyá ―pidió, con los ojos hacia arriba, imaginando lo
que deseaba.
―Ay, ¡qué ácido! ―Boris arrugó su rostro―. Creo que yo prefiero uno de chocolate.
―Ayudó a Julián a terminar de ponerse de pie.
Tras salir del parque, fueron directo a comprar los helados que tanto querían probar y
regresaron con calma al departamento pasando por las mismas calles. Boris empezó
a aprendérselas, para no perderse cuando tuviera que salir solo.
El sol se estaba ocultando cuando llegaron a su destino. No había nadie en el lugar,
ya que las chicas estaban visitando a un amigo que acababa de regresar del
extranjero. Boris puso música para amenizar el ambiente y comenzó a bailar por toda
la sala del departamento.
―¡Aún te quedan energías! ―Julián lo veía desde la entrada de la habitación―. Yo me
daré una ducha, porque estoy demasiado sudado ―reveló.
Su novio se movía al ritmo de un tema de moda, pareciendo no escucharle. Se dio
media vuelta y fue hasta el baño, en donde se quitó la ropa y se metió en la ducha
para poder relajarse un poco. El cálido chorro de agua caía sobre su rostro, que
parecía disfrutar aquella agradable sensación de tranquilidad.
―¿Puedo ducharme con mi novio? ―Boris abrió la puerta de la ducha, tomando por
sorpresa a Julián.
―Obvio... ven ―respondió el moreno, quitándose el exceso de agua de la cara. Luego
sonrió al ver cómo su novio se desnudaba con lentitud frente a él, como provocándolo
a propósito.
―Esto no lo podíamos hacer en las duchas del colegio, frente a Pipe ―recordó Boris,
con una sonrisa insinuante. Se lanzó directo al cuello de Julián, tomándolo, con
fuerza, por debajo de la cintura.
―Claro que no, pero me encanta ―respondió Julián, llevando sus labios hasta los de
Boris, bajo el agua que los empapaba. Se besaron con fiereza por largo rato,
sintiendo como presionaban sus excitados cuerpos uno contra el otro.
―Ven, sígueme ―susurró Boris en su oído y luego cerró el paso de agua.
Salieron con prontitud y apenas se cruzaron unas toallas en la cintura para no dejar el
camino hasta su dormitorio mojado. Cerraron la puerta por dentro y continuaron con
los besos. Sus toallas cayeron al suelo.
―Feliz Navidad, Boris. ―Julián sonrió con picardía.
Lo empujó sobre la cama y, sin más que decir, empezó a besarlo por todo el cuerpo,
recorriendo con su cálida lengua cada rincón de su novio, hasta llegar a aquel lugar
en donde parecía perder la cordura, saboreándolo con impaciencia, a la par que Boris
se retorcía de placer. Con cada gemido aumentaban la intensidad de las caricias.
Julián llevó sus manos entre las piernas del otro chico y, zigzagueando con la yema
de sus dedos, buscaba en aquellos lugares que tanto deseaba tocar. Sentía la calidez
del cuerpo de Boris, que parecía dichoso por ser sometido a las traviesas caricias de
Julián, quien luego de un rato se puso sobre él, separándole las piernas con su
cuerpo.
―¿Estás seguro de que quieres que siga? ―Julián besaba su cuello y no quería hacer
algo que su novio no estuviese dispuesto a aceptar.
―Sí, quiero. ―Boris respiraba agitado y lo veía a los ojos deseando entregarse.
Julián lo besó nuevamente y, poco a poco, se fue abriendo paso en el cuerpo de Boris,
que lo empujaba con sus manos hacia él. Sus cuerpos estaban fundidos en uno solo y
se movían con desesperación, entregándose placer. Boris gemía cada vez que su
pareja parecía entrar más en él, abrazaba su espalda y sus labios no se separaban ni
un instante, mientras sus lenguas jugueteaban al ritmo que se movían sus sudorosos
cuerpos.
―Deseaba tanto este momento ―confesó Julián, con sus labios conectados a los de
su novio. Bajó la intensidad de sus movimientos y su respiración estaba agitada―. Te
amo tanto. ―Sus miradas permanecían unidas.
―Yo también te amo, Julián ―susurró Boris en su oído, retorciéndose de placer al
sentir cómo su pareja aumentaba la fuerza con que entraba en él.
Julián gozaba la suavidad el cuerpo de Boris con cada embestida. Era la primera vez
que disfrutaba tanto estando con alguien. Después de mutuas caricias y, tras un rudo
gemido, acababa de hacerle el amor al chico que tanto deseaba y al cual amaba como
jamás lo hubiese imaginado. Se besaron agitados, con sus cuerpos enredados sobre
la cama.
Mientras los lazos entre ellos se hacían más fuertes, lejos, donde deseaban jamás
volver, existían estas personas que no los habían olvidado. En el hogar de niños y, en
medio de la oscuridad de la noche, estaban reunidos Abner, Gabriel y Armín, en la
misma bodega en donde los vieron por última vez. Como de costumbre, era el
Anciano quien parecía dar las instrucciones y los otros solo podían opinar cada vez
que él se los permitía.
―¡Necesito que los encuentren pronto! ―exigió Armín, enfadado―. No pueden haber
desaparecido y saber nuestro secreto ―enfatizó y se acercó a Abner que parecía
temerle.
―Sí, don Armín, estamos buscando a esos mocosos ―respondió el pastor con la voz
temblorosa.
―Los quiero pronto aquí. ―Armín miró a Gabriel que estaba con la cabeza agachada,
escuchando―. Sobre todo, a Boris. Lo quiero en tu casa, sano y salvo. ―El Anciano
suspiró y se dio media vuelta, pensando y observando a diferentes partes, hilando sus
ideas―. No pueden arruinar el negocio y menos el trato que hiciste, Abner. ¡Eso te
costaría la cabeza! ―amenazó, pateando un mueble que tenía a su paso.
Se retiró, dejando a los otros dos muy acobardados, en silencio, esperando que
saliera del hogar.
―No se nos pueden perder. ―Abner recobró el aliento y se dirigió a Gabriel, que se
paseaba inquieto, de un lado a otro.
―Esa mierda de Julián se llevó a tu hijo ―refunfuñó Gabriel, enfadado―. Yo los voy a
encontrar y me pagará el haber arruinado mi boda. ―Miraba a Abner, que lo
observaba con atención.
―Luisa. ―Abner lo interrumpió de golpe―. ¿Qué hiciste con ella? ―preguntó ansioso,
acercándose a él.
―Eso está controlado ―respondió Gabriel, mirando hacia un costado.
―¡Su familia la está buscando! ―exclamó Abner, con furia, y sus ojos se tornaron
siniestros―. ¿Qué hiciste con Luisa? ―Se paró frente a él, sin quitarle la vista de
encima.
―Ya no está... ―Gabriel lo miró con timidez.
―¡Imbécil! ―Abner le dio una cachetada como nunca pensó que lo haría. Unas
lágrimas aguaron sus ojos y cerró un puño de manera férrea, conteniendo su ira―. Lo
siento, no es tu culpa... No había otro camino. ―Suspiró fuerte y salió raudo del
lugar. No quería que lo vieran llorar.
Gabriel se quedó inmóvil, ante la reacción del que consideraba un padre. Levantó la
mirada y la dejó fija en el horizonte. Perdido en sus pensamientos, recordó lo que
había hecho para conservar su puesto, en el oscuro negocio del pastor. Murmuraba lo
que parecía un versículo de la biblia.
Toy Machine
―Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiar nuestra maldad.
―Guardaba silencio y luego comenzaba otra vez. Al cabo de un rato se sentó en el
suelo, sus ojos ensombrecidos distaban mucho de aquel enérgico joven que conoció
Boris alguna vez. Buscaba, entre sus recuerdos más recientes, la noche en que salió
de aquella bodega junto a Luisa, con rumbo desconocido en su auto.
―Llévame a mi casa, por favor ―suplicaba Luisa, llorando y sentada en el asiento del
copiloto.
La asustada profesora no tuvo más opción que seguir sus instrucciones. Estaban
alejados de la ciudad, en un viejo camino de tierra que ella desconocía.
―Muy mal poner tus ojos en nuestro pastor ―sentenció Gabriel, acercándose a ella―.
Es un hombre casado y no deberías desear el marido de otra mujer. ―Se paró frente
a ella, intimidándola―. Eso es un pecado. ―Avanzó con firmeza, haciendo que ella
retrocediera ante su imponente presencia―. Eres una mujer inmunda... ―la acusaba.
Con cada paso, la hacía retroceder hacia el borde del camino, en donde había una
quebrada.
―Gabriel, para, por favor. ―Luisa se dio cuenta de las intenciones del muchacho, que
se detuvo casi a la orilla del camino―. Tú no eres así, siempre has sido tan correcto.
―Intentaba mirarle a los ojos para hacerlo entrar en razón, pero él parecía estar
fuera de sí.
―¿Correcto? ―Gabriel sonrió con maldad―. Lo mismo decía mi mamita, cuando era
un niño. ―Puso sus ojos en los de Luisa―. Y lo correcto es hacer lo que el jefe me
pidió... No se debe contradecir a Betancourt ―se recordó.
―Yo no diré nada... Te lo suplico. ―Luisa temblaba, sintiendo la brisa fría que se
producía en el oscuro vacío, al borde del camino.
―Me gusta eso ―admitió Gabriel, con una sonrisa atemorizante―. "Te lo suplico"
suena como siempre quise. ―Pasaba sus dedos por el rostro, bañado en llanto, de la
profesora―. Así es tener poder... te deben suplicar. ―Su mirada estaba
distorsionada.
―Un día seré tan poderoso como Abner y después seré como Armín. ―Volvió a reír
fuerte, disfrutando la sensación de poder. Miró a la asustada mujer―. ¿Quieres salvar
tu alma? ―le preguntó sosteniendo el mentón de ella para verla directo a los ojos.
La mirada aterrada de Luisa parecía alimentar más sus ganas de tener a la amante
del pastor.
―Vamos, tú sabes qué hacer con esto ―asumió, y se acercó a ella, satisfaciendo un
perverso deseo. Respiró profundo, sintiendo como aquella mujer sollozaba al tener
que saciarlo, para poder seguir con vida―. Estos son los privilegios del pastor ―decía,
mirando al cielo y disfrutado de sus actos.
―Está bien. Ya no hay nada más que hacer. ―Gabriel respiró profundo, al tiempo que
acomodaba su pantalón―. Tu alma está a salvo ―sentenció con firmeza.
Lo cuidó, con tal esmero, que procuraba darle lo mejor que podía. Intentó volver a
amar, para poder conseguirle un padre al pequeño, tarea que nunca fructificó y que
fue marcando a su hijo al ver un interminable desfile de figuras paternas fallidas.
―Andas a esta hora por esta calle y no sabes a qué me refiero. ―Sonrió el moreno
con rasgos de oriente, mientras detenía el vehículo frente al muchacho―. ¡Estás muy
lindo tú! Dime, ¿cuánto quieres? ―insistió, tocándose su marcada barba negra.
―Creo que usted me confunde con algo que no soy. ―Gabriel ya parecía entender lo
que el hombre le sugería.
―¡Qué desperdicio! ―exclamó el tipo, con arrogancia―. Prefieres andar con esos
harapos en vez de sacar provecho de lo que la naturaleza te dio. ―Le lanzó un beso,
de manera sugestiva―. Cosita rica ―añadió, mostrando su billetera cargada de
mucho dinero.
―Soy muy chico para esas cosas y ni siquiera sé qué hacer ―respondió con
inocencia. Sus ojos brillaban, atrayendo al acaudalado hombre.
―¡Oh, qué cosita más tierna! ―exclamó él, que parecía embobado con la belleza del
adolescente―. Dime una cosa, preciosura... ¿Qué es lo que más deseas en este
momento? ―Lo miró a los ojos.
―Pero yo no lo conozco. ―Gabriel no entendía del todo lo que sucedía, aunque sentía
cierta atracción por el lujo que mostraba aquel desconocido.
―Bueno, me llamo Samir. Mucho gusto ―se presentó, con una sensual sonrisa―.
¡Vamos, acompáñame! ¡No tienes que hacer nada que tú no quieras! ―Le guiñó un
ojo, para ver si el jovencito accedía―. Solo debes hacerme compañía un rato. Este
dinero será para que ayudes a tu mamita ―agregó, abanicando unos billetes.
―¿Solo compañía? ―Su mirada inocente estaba cautivada por los billetes―. Bueno,
pero luego debo regresar a mi casa. ―Gabriel subió al auto, ante la satisfacción del
turco.
―Gabriel ―respondió el joven, que veía el interior del vehículo maravillado por su
comodidad.
A partir de esa noche, Samir lo buscó varias veces por semana, para que lo
acompañara en su soledad. Le daba dinero por eso, le compraba ropa y cosas que él
jamás hubiese podido tener. Cuando se ganó su confianza y llevaban casi un mes de
conocerse, comenzó a provocarlo para obtener favores sexuales del muchacho. Las
sumas de dinero iban en aumento, hasta que un día, el joven, confundido por su
sexualidad, accedió a tener relaciones íntimas con Samir.
Desde ese momento se sintió poderoso. El turco lo trataba como su pareja, aunque
continuaba pagando altas sumas por su compañía. Su inocencia se fue.
Al cabo de unos meses, a pesar de todo el dinero que recibía, la muerte se llevó a su
madre, sumiéndolo en la tristeza. Samir, aburrido de entretenerse con él, dejó de
necesitarlo. Con ello, a Gabriel se le acabó el dinero y las comodidades que le daba.
Al verse de vuelta en la pobreza que tanto odiaba y sin su amada madre, decidió
buscar trabajo en un privado para gays. Aprovechando que ya sabía que le era
atractivo a los hombres, le fue fácil conseguir un puesto en el lugar. Con el pasar del
tiempo tuvo éxito en el ambiente, era el más cotizado de todos. Fue allí donde dejó
de usar su nombre y se puso Toy Machine, apodo con el cual logró subsistir hasta
cerca de sus dieciséis años. Sin embargo, nadie pagaba tanto por sus favores como
alguna vez lo hizo Samir. Eso lo frustraba en sus deseos de tener dinero. Anhelaba
ser rico y poderoso como aquel turco, que podía comprar lo que quisiera. Soberbio
por ser el más atractivo de todos los escort de la agencia y llevado por la avaricia, se
le ocurrió pedir que se le pagara el doble por su trabajo. La dueña del lugar lo echó,
sin contemplaciones.
Fueron días grises para Gabriel, que durmió varias noches en la calle, jurando cumplir
la promesa que le hizo a su madre de ser un hombre poderoso. Una fría mañana se le
acercaron unas personas, a la banca donde dormía con su único bolso con ropa. Era
un pequeño grupo de cristianos, que andaban predicando por las calles.
―Buenos días, querido hermano, le hemos traído un cafecito ―le dijo una mujer con
el cabello trenzado, que le acercaba un vaso con humeante café.
―Hola ―respondió, apenas abriendo los ojos―. Eh... Gracias, señora. ―Se acomodó
para recibir el vaso, sintiéndose un poco humillado.
―El Señor está gozoso de que ayudemos a nuestros hermanos en situación de calle.
La mujer lo veía con desprecio al notarlo desaseado.
―Muchas gracias, pero no era necesario. ―Gabriel parecía notar que la mujer lo hacía
por aparentar.
Mientras se tomaba el café que le habían regalado, se acercó un hombre que parecía
dirigir a todo el grupo de cristianos. Se sentó a su lado y, al verlo tan desprotegido,
tras un rato de conversación, le ofreció albergue y trabajo en la ciudad de donde
provenían. Su nombre era Abner y era el pastor de una iglesia.
No tenía muchas opciones y la vida que había estado llevando no lo enorgullecía para
nada, por lo que Gabriel accedió a irse con esas personas, lejos de los recuerdos más
oscuros de su vida. Nunca dijo nada sobre su trabajo como escort y la comunidad
pensó que era solo un joven huérfano. Poco a poco, se fue ganando la confianza del
pastor, que empezó a verlo como un hijo y se hizo tan cercano a la familia Ferrada
que, un buen día, le ofrecieron vivir en la casona.
Le pagó la carrera de medicina para que, en el futuro, fuera una pieza clave en el
tráfico que realizaban con Betancourt.
El deseo de poder siempre fue el norte de Gabriel. Tratando de tapar todo su pasado,
encontró en la religión una forma de limpiar sus pecados, distorsionando siempre las
cosas a su favor. A veces tenía episodios en que la culpa y la salvación batallaban
dentro de su inestable mente.
Varias horas estuvo sentado en la bodega del hogar de niños, luchando con sus
demonios internos, recordando su triste pasado y esperando escuchar la voz que le
dijera que sus pecados eran absueltos. Respiró profundo y volvió en sí. Sabía que no
podía defraudar a la organización de la cual era parte y con la que aseguraría una
vida llena de dinero y poder.
―Piensa, Gabriel... ―pensó en voz alta―. ¿Dónde pueden estar Boris y Julián? ―Se
puso de pie y salió para tomar aire fresco―. Si los encuentro, me gano la confianza
de Betancourt. ―Sacó el celular de su bolsillo y lo encendió―. Se los voy a traer
como me pidió. Tengo que encontrarlos. ―Buscaba algo en su teléfono y empezó a
caminar para salir del recinto, trataba de hilar ideas para saber hacia dónde podrían
haber escapado.
Se detuvo a la salida del colegio y tuvo el recuerdo de aquel día en que pasó a
recoger a Boris para salir a comprar las cosas de su cumpleaños. Se le aceleró el
corazón y sintió que su pecho se oprimía al pensar en él.
―No seas imbécil, Gabriel ―se regañó a sí mismo y se puso rígido―. No puedes
ponerte sentimental ahora. ―Suspiró profundo―. Menos por él, que tiene la suerte
echada. ―La sonrisa de Boris vino a su mente―. ¡No puedo ser débil! ―exclamó
viendo la entrada del colegio―. Debo ser como Abner de frío. ―Apretó los puños,
intentando contenerse―. Si él pudo vender a su hijo, no seré yo quien arruine el
negocio ―murmuró, intentando enterrar los sentimientos que tuvo un día por el
joven. Se alejó raudo del lugar para no tener más recuerdos.
Año Nuevo
Más allá estaba Paolo, que había notado la escena y se reía de la joven
parejita de enamorados.
Cerca de las once y media de la noche, Tati apareció en el escenario y las luces se
dirigieron a ella. Vestía con elegancia un traje rojo, ajustado a su cuerpo, y el pelo
tomado en una cola alta.
―¡Buenas noches! ―Tati se paró a un costado del escenario―. ¿Están listos para el
espectáculo de esta noche? ―preguntó a la audiencia, que observaba frente a ella y
respondió de manera afirmativa―. ¡Es un agrado para nosotros presentar en este
escenario a nuestra estrella, la gran... Serena Lagerfeld! ―presentó con emoción,
ante los aplausos del público.
Unas llamaradas abrieron paso a la figura de Serena, que apareció deslumbrante, en
un traje lleno de glamur para hacer tributo a su artista favorita, la gran Conchita
Wurst. El tema más conocido de ella empezó a sonar y la transformista se tomó el
escenario con el desplante que la caracterizaba. El público la ovacionaba ante su
impecable presentación.
―¡Gracias a todos por estar aquí, esta noche! ―exclamó Serena, luego de varios
temas presentados―. Pero ha llegado el momento... ―Puso tono de suspenso―. ¡Es
hora de la cuenta regresiva! ―anunció, emocionada, con una mano en su cintura―.
¡Diez! ―comenzaron todos a gritar junto a ella.
―¡Amor, ven acá! ―Julián tomó de la mano a Boris, al tiempo que todos hacían la
cuenta―. Solo quiero decirte que te amo y eres lo más hermoso que me ha pasado
en la vida. ―Se acercó y se puso frente a su novio.
―¡Siete! ―se escuchaba a la multitud eufórica.
―¡Lindo, mi amor, yo también te amo! ―respondió Boris tomado de su mano―. ¡Te
quiero siempre conmigo! ―admitió mirándolo a los ojos.
―¡Cinco! ―Serena gritaba, ahora en compañía de Tati y Koka en el escenario.
―¡Siempre contigo, mi amor, es mi deseo para este nuevo año! ―Julián sonreía al
ver que, frente a sus ojos, tenía al chico que lo había enamorado.
―¡Tres! ―gritaban todos, en un mágico ambiente festivo.
―Seremos los más felices del mundo ―prometió Boris, al oído a Julián.
―¡Uno! ―gritaron todos con sus copas en alto―. ¡Feliz año nuevo! ―se escuchó al
unísono, al tiempo que se descorchaban algunas botellas de espumoso.
―¡Feliz año, mi amor! ―Julián y Boris se besaron, más enamorados que nunca.
Alrededor, todos se abrazaban dándose buenos deseos.
―Feliz año nuevo, a todos ―celebró Abner, sentado a la cabeza de la mesa en la
casona Ferrada, parecía no haber un ambiente festivo, ya que hicieron un brindis
bastante sobrio luego de cenar.
―Que el Señor los bendiga a todos en este nuevo año. ―Corina tenía los ojos
llorosos, se sentía muy emocionada al saber lo dañada que estaba su familia―. Sé
que esta es una dura prueba que pasaremos juntos ―enfrentó, mirando a su
hermano, que parecía distante.
―Tranquila tía, todo va a mejorar. ―Gabriel alzó su copa, tratando de ser positivo
ante las apagadas miradas a su alrededor.
―Gracias, mi adorado sobrino. Tú siempre tan bello ―halagó Corina, con una leve
sonrisa―. Tienes a un ángel contigo, Lucía. ―Miró a la joven que jugaba con las
verduras del plato, que casi no había tocado.
―¡Mi amor! ―Gabriel le tocó el hombro de su esposa, para hacerla reaccionar―. Tía
Corina te está hablando ―le dijo con cariño.
―Oh, lo siento. ―Lucía intentó parecer alegre―. Estaba distraída. ―Gabriel se
encontraba sentado al lado de ella y se sentía incómoda.
―Yo deseo que Boris aparezca pronto ―expresó Marta con firmeza,
desafiando a su esposo―. No podemos continuar esperando, quizás está pasando
necesidades. Miraba a Abner sabiendo que no se compadecía por su hijo.
―Es lo que todos queremos ―respondió el pastor, intentando parecer preocupado por
Boris―. Es menor y no puede haber ido lejos, Sé que pronto lo tendremos de vuelta
con nosotros. ―Miró a Gabriel, para hacerle ver que debía encontrarlo rápido.
―Pido cada día para que mi sobrino regrese y se sane. ―Corina sonaba afligida.
―¡Tiene al demonio dentro! ―respondió la mujer―. ¡Son los pecados de Sodoma los
que nos acechan! ―Sonaba agitada y nerviosa.
―Una cosa son nuestras creencias y otra pensar que está enfermo. ―Marta
continuaba en su actitud de defender al muchacho―. ¡Es homosexual y tienen que
aceptarlo! ―exclamó golpeando la mesa.
―¡Santo Dios, dame tu fortaleza! ―imploró tía Corina, agitando sus manos para
darse aire―. No puedes decir algo así ―sentenció, desparramada en su silla, sin
fuerzas.
―¿Cómo te atreves a decir eso? ¡El hijo del pastor no puede ser una aberración!
―vociferó, furioso, mirando a su esposa y el ambiente se tornó denso en la mesa.
Lucía permanecía temerosa y en silencio, mientras su marido se ponía de pie para
calmar al pastor.
―Padre, por favor, creo que no es necesario llegar a esto ―le calmó, acercándose a
él―. A Dios no le gusta ver cómo nuestra familia pelea ―intentó darle un abrazo para
contenerlo, pero él se hizo atrás, a modo de rechazo.
―Bueno, tenía que decirlo... deben aceptar a Boris tal y como es. ―Marta se puso de
pie―. Debe aparecer pronto, porque es nuestra responsabilidad cuidar de él. Salió de
su puesto y caminó hacia la puerta del comedor bajo la mirada de todos.
―No puede ser que se haya perdido... Lo mismo que Luisa, llevo días sin saber de
ella y su familia está desesperada. ―Suspiró profundo y sus ojos se entristecieron.
Miró a su esposo con decepción y se retiró a su dormitorio.
El ambiente quedó tenso en el comedor, por lo que Gabriel pidió a su esposa que se
fuera a dormir, ya que la celebración de año nuevo había llegado a su fin. Lucía, cada
vez más desmejorada, subió hasta el dormitorio que era de Gabriel y se encerró a
llorar con amargura. Corina, por su parte, se fue a la cocina a leer la biblia y tomar un
té de cedrón, ya que necesitaba calmar sus nervios luego de la cena. El pastor y su
hijo mayor salieron al patio a conversar. Abner no quería que su esposa ni nadie lo
escuchara.
―Estoy muy nervioso, Gabriel ―confesó Abner a su hijo―. No pensé que esto fuera a
suceder con la llegada de Boris, no estaba en mis planes que fuera un marica y
pusiera sus ojos en ti ―admitió en un tono bajo, aun cuando estaban varios metros
lejos de la casona―. No contaba con eso cuando lo ofrecí como un producto a
Betancourt. ―Se tomó la cabeza con preocupación.
―Sí, lo sé, pero ya está hecho. ―Abner miraba a Gabriel―. Ahora, podemos
aprovechar que se escapó y, si le sucede algo, nadie notará que fuimos nosotros
―especuló, en un tono malévolo―. Solo hay que encontrarlo antes de que se le
ocurra regresar. ―Le dio una palmada en el hombro a Gabriel.
―La verdad, no. Nunca tuve interés como padre ―respondió el pastor, de forma
rotunda―. Cuando supe que su madre murió, vi la oportunidad de darle a Betancourt
la prueba máxima de mi fidelidad al negocio, así, un día, yo quedaré en su lugar
―elucubró, con frialdad.
―Es extraño que, teniendo tantos niños huérfanos en el hogar, Betancourt haya
pedido uno de otro sitio. ―Gabriel trataba de entender los planes del pastor y del
Anciano.
―Este pedido no es para los jefes del extranjero, es para él. ―Miró directo a los ojos
a Gabriel―. Esos órganos serán pagados por el mismísimo Armín. ―En su expresión
se notaba la avaricia por obtener dinero y poder, lo mismo que Gabriel anhelaba.
―En realidad, son para Helena, su esposa que está enferma y tarde o temprano
necesitará un trasplante. ―Continuaba viéndolo a los ojos―. Y no está dispuesto a
ponerla en una lista de espera como la gente pobre. ―Suspiró y se alejó un poco ante
la atenta mirada del joven―. Si quieres obtener todo lo que siempre deseaste, es
mejor que te apures y encuentres a ese puto marica inservible ―ordenó y se fue a la
casa, dejando a Gabriel en medio del patio, pensando cómo encontrar al muchacho.
―Pobre Boris... No pensé que serías el pasaporte a mis sueños ―murmuró Gabriel,
con las manos en los bolsillos y la mirada perdida.
La playa
―¡Amor, ya quiero que lleguen! ―exclamó Boris, bajando sus hombros y mirando a
su novio, con cara de niño mimado e impaciente.
―¡No quiero! ―exclamó Boris, al tiempo que unas abuelitas pasaban junto a ellos,
mirando con curiosidad―. ¡Tengo calor! ―Se abanicaba aire con las manos.
―¡Ya, no seas tan mañoso! ―Julián se le acercó para tranquilizarlo, aun sabiendo que
solo eran rabietas de lo mimado que estaba―. Y tienes suerte... ¡Ahí viene el bus!
―Apuntó a una máquina que se estacionaba cerca de ellos.
Se fueron casi corriendo, deseando que todo el mundo bajara del bus.
―¡Boris! ―se escuchó un grito desde adentro del bus, en medio de las personas que
bajaban.
―¡Cami! ―saludó el feliz muchacho, dando brincos al ver a su amiga y su novio bajar
del bus.
―¡Qué bueno verlos, amigos! ―festejó Camila, mientras se abrazaban entre todos.
―¡Se ven súper bien los novios! ―Felipe sacudía de los hombros a Julián―. Hasta
que la hiciste, hermanito. ―Le daba unas palmadas para felicitarlo.
―Al fin, después de tantas semanas sin vernos nos hemos encontrado. ―Boris no
soltaba a su amiga, que se veía más guapa que nunca en ropa de verano.
―Solo teníamos que dejar pasar un poco de tiempo. ―Julián iba jugando a los
manotazos con Felipe―. ¡Este loco no cambia! ―intentaba esquivar los golpes de su
amigo.
―¡Ya, paren! ―exigió Camila, riéndose con Boris―. Parecen unos niñitos. ―Suspiró,
mirando a su novio.
―¡Está bien, mi amor! ―Felipe acató la orden de su novia y luego le dio una última
palmada a Julián, para ganarle en el jueguito.
Caminaron, animados, unas pocas calles y se subieron a un minibús, que los llevaba
directo a una pequeña playa cercana. Allí, Koka tenía una cabaña que les había
prestado por el par de días libres que tenían de la disco. Habían planificado pasar una
noche en el lugar, luego de que Julián se pusiera en contacto con sus amigos cuando
por fin pudo comprarse un celular nuevo, al igual que Boris. Se fueron riendo y
hablando de cada cosa que había sucedido, desde el día en que se dejaron de ver.
Tras una hora de viaje, por un camino rodeado de verdes paisajes, llegaron a una
pequeña bahía con algunas casitas en los cerros. Al fondo se veía un muelle muy
modesto, donde atracaban algunos botes de pescadores, que traían sus productos
para ofrecerlos a los turistas. Descendieron del minibús y siguieron por una bella
costanera, en dirección a la cabaña. Soplaba una brisa que los refrescaba de los
fuertes rayos del sol.
―¡Amo el olor del mar! ―Camila abría sus brazos, recibiendo el viento en la cara, al
tiempo que su pelo se desordenaba.
―¡Ya quiero entrar al agua! ―exclamó Felipe, animado al ver que no había mucho
oleaje. Se notaba que era una playa tranquila.
―¡Para eso les falta mucho tiempo! ―Julián sacudía la arena de sus
piernas―. Y a Pipe no creo que lo cases tan pronto ―opinó, en tanto el aludido hacía
gestos en broma, como de querer escaparse.
―¡Les propongo algo! ―Camila lucía más animada que nunca, ante la mirada
expectante del resto―. Si estamos tan enamorados como decimos, podríamos simular
que nos casamos aquí mismo. ―Los tres chicos abrieron sus ojos asombrados―. Será
nuestro ensayo de bodas ―recalcó, mirando a su novio, que disfrutaba verla tan
contenta.
―Por mi parte, no hay problema, mi amor. ―Felipe parecía estar de acuerdo con los
juegos de su novia y quería darle en el gusto―. ¡Yo feliz me caso contigo! ―Se puso
de pie, como alistándose para empezar.
―Eh... bueno, yo igual quiero a Boris para siempre. ―Julián se puso su camiseta―.
Boris, ¿quieres casarte conmigo? ―preguntó, siguiendo el juego de su amiga.
―Está bien, señor, acepto ―respondió Boris, entendiendo que iban a simular una
extraña boda en la orilla del mar.
Como niños, buscaron piedras en la arena y luego se metieron al mar hasta que el
agua cubrió sus rodillas. Ya casi el sol se iba por completo y los últimos rayos
alumbraban sobre las olas. Ambas parejas se pararon, frente a frente, y se tomaron
de las manos. Se pusieron de acuerdo en que sería una especie de promesa y que
algún día se casarían de verdad.
―Aquí, ante esta hermosa puesta de sol y frente a mis amigos. ―Julián miraba a su
novio que sonría aguantando soltar alguna carcajada―. Prometo serte fiel y amarte
por siempre, a ti, mi amado Boris, el chico que cambió mi vida para siempre.
―Intentaba mantenerse serio.
―Cami, preciosa mía ―arremetió Felipe, con una voz sensual―. Has convertido este
desastre de hombre en una mejor persona. ―Sus ojos se pusieron brillantes―. Te
amo, para siempre ―sentenció, más emocionado de lo que esperaba estar, por lo que
le tomó las manos a su novia con fuerza.
―Lindo, mi Felipe. ―Camila se le acercó, viéndole a los ojos―. Siempre supe que,
detrás del chico rudo, había un osito de peluche. Quiero cuidarte y amarte mucho por
toda mi vida. ―Se colgó de su cuello y lo besó apasionadamente.
―¡Uf! Parece que esto va en serio ―intervino Julián, abrazado a Boris. Tras la
ceremonia, se pusieron a jugar lanzándose agua, hasta quedar por completo
mojados, entre risas y volteretas en la arena.
El sol se fue por completo y las personas comenzaron a abandonar la playa. Lo mismo
hicieron los cuatro amigos, que recorrieron otra vez la costanera, ahora iluminada por
unos faroles. La luna creciente apenas se notaba sobre los cerros y la brisa empezaba
a volverse más fría. Un grupo de jóvenes tenía una batucada, lo que le daba un aire
festivo al ambiente, y las pocas personas que transitaban a esa hora, disfrutaban del
sonido de estos tambores.
Llegaron a la cabaña con ataque de risa, con las bromas que se hicieron en el camino.
Las estrellas estaban iluminando el despejado cielo nocturno en la bahía. Luego de
entrar todos en la pequeña casa de playa, se fueron a dar una ducha, con el fin de
cenar tranquilos. No sospechaban que, frente a donde iban a pasar la noche, desde
hacía rato había un auto estacionado.
En su interior estaba Gabriel, que tuvo la idea de seguir a Camila y Felipe en su viaje.
Por dentro, sentía que algo lo consumía al ver a Boris en brazos de Julián. Una
extraña sensación invadía su ser y se mezclaba con todos sus conflictos internos, con
los que, día a día, luchaba. Dentro de la cabaña se notaba el movimiento de los
chicos, se escuchaban carcajadas desde lejos, que retumbaban en su cabeza, las que
lo hacían desear ser él quien estuviera con ellos y no Julián.
Su mirada perversa recorría las paredes de la cabaña, buscando una forma de llevar a
cabo sus planes. Gabriel dio un suspiro profundo, que alivió un poco su calvario
personal. Sabía que debía ser frío para obtener lo que deseaba, pero Boris le
provocaba sentimientos que escapaban a su voluntad.
―No puedes ser de otro ―condenó Gabriel, en voz alta―. No vas a ser de nadie,
Boris Ferrada. Mío y de nadie más ―sentenció con la mirada fija y cargada en odio.
Acto seguido, se acomodó, dispuesto a vigilar toda la noche, esperando el momento
adecuado para ejecutar su plan.
Trampa
―Así, muy bien, niño obediente ―ironizó Gabriel al cerrar la puerta―. Ni se te ocurra
hacer alguna cosa, niñita tonta ―amenazó, mirando a Camila que temblaba del susto.
Se subió al auto y se fue, llevándose consigo al muchacho.
―¡Boris! ―gritó Camila con fuerza, al tiempo que el vehículo se perdía por el camino.
Su grito se escuchó en toda la playa, por lo que Felipe y Julián se pusieron alerta,
corriendo en dirección hacia ella, que lloraba sin parar. Las personas miraban con
curiosidad, sin entender qué pasaba.
―¡No! ¡Boris no, por favor! ―exclamó Julián, con sus ojos vidriosos, acercándose a
sus amigos―. ¡No se lo puede llevar! ―Se dejó caer, devastado, al sentir que le
arrebataban a la persona que amaba sin poder hacer nada.
Un par de kilómetros más allá, Gabriel se reía a carcajadas al ver cómo Boris lloraba a
su lado sin consuelo.
―¡De lo fácil que se creen todo unos niñitos como ustedes! ―Gabriel soltó una
carcajada―. Ahora serás mío y de nadie más. ―Lo miró con deseo.
―¡Imbécil! ―exclamó Boris, con ira―. ¡Era una trampa! ―Le lanzó un golpe, pero
Gabriel lo detuvo con más fuerza.
―¡Antes! ―Boris se secaba las lágrimas―. Tú no eres una buena persona, ¡Sé lo que
haces con el pastor! ―acusó con dolor.
―No, por favor, déjame regresar con Julián ―suplicó Boris, con la voz quebrada―.
Hago lo que me pidas ―insistió con dolor.
―Si supieras los planes que hay para ti. ―Gabriel suspiró―. Te aseguro que yo soy tu
mejor opción ―agregó, sonriéndole.
El camino se hizo eterno para Boris. Iban de regreso a la ciudad en donde vivía la
familia Ferrada y sentía que su corazón se aceleraba del miedo. Ahora ya conocía la
verdadera personalidad de Gabriel y los oscuros secretos de su padre. Las veces en
que Julián le contó lo que había sufrido por culpa de él, lo hacían despreciarlo cada
vez más y de solo imaginar las atrocidades que cometían con los niños del hogar, se
le revolvía el estómago y solo podía pensar en cómo escapar de aquella pesadilla. Por
su parte, Gabriel conducía satisfecho de lo que había logrado y parecía no inmutarse
del sufrimiento del joven; después de todo, él siempre conseguía lo que deseaba y en
este momento era Boris lo que más apetecía para saciar su desquiciado ego. Dirigió el
vehículo por un camino que ya conocía, iba directo al hogar de menores y se
estacionó por la parte trasera para no ser visto.
―El hogar. ¿No íbamos a la casona? ―Boris no entendía qué estaba haciendo.
―Lo mejor es que aquí estaremos solitos como antes ―dijo Gabriel bajándose del
auto rápidamente―. Nadie nos va a molestar.
Hizo que Boris se bajara y lo llevó de un brazo hacia la bodega del hogar, el mismo
lugar donde se había escondido con Julián cuando descubrieron los secretos de Abner.
―Por favor, Gabriel, déjame ir ―suplicó Boris otra vez con más miedo que antes.
―No temas... Yo no te haré nada malo. ―Gabriel hizo entrar por la fuerza a Boris y,
estando dentro de la bodega, sacó unas llaves y abrió la compuerta en el piso que
aquella noche también les llamó la atención―. Vamos, entra ―dijo en voz baja.
―¿Qué hay aquí? ―Boris se resistía a obedecer―. ¡No quiero bajar! ―insistió con
fuerza.
―¡Que bajes ya! ―ordenó Gabriel bruscamente, empujándolo para que bajara.
No le quedó más opción que seguir las órdenes de Gabriel, por lo que descendió por
la escalera metálica; estaba todo oscuro y, para su sorpresa, no olía a encierro. Sin
poder ver nada, sintió que la compuerta se cerró sobre ellos y las luces se
encendieron dejando a la vista una sala que parecía un quirófano del otro lado de un
vidrio; ahora estaban en una habitación contigua en donde había una cama, una
mesita y un televisor en la pared.
―¿Qué es esto? ―Boris estaba asombrado al ver que debajo del hogar había montada
una pequeña clínica, temblaba de miedo―. ¡Qué hacen aquí! ―gritó aterrado.
―¡Gabo, no sigas! ―gritó Boris, empujando la cara de Gabriel con fuerza hacia el
costado.
―Ya para, Gabo, por favor. ―Boris sonaba angustiado, sus manos estaban
frías y sudorosas.
―Está bien... Te dejaré para que reflexiones. ―Gabriel se alejó unos pasos y volteó a
verlo―. Quiero que veas que no quiero dañarte, solo quiero que vuelvas a mí como
antes. ―Le lanzó un beso y se dirigió hasta la escalera―. Yo regresaré más tarde
para estar contigo, no intentes escapar porque esto es completamente hermético
―dijo, arrogante, justo antes de comenzar a subir―. Voy al culto de la tarde para que
no me extrañen los hermanos, tú puedes ver televisión. ―Sonrió satisfecho al ver al
muchacho bajo su dominio, abrió la compuerta y salió del lugar.
Boris estaba solo en aquel lugar y desesperado por salir, subió la escalera e intentó
incontables veces abrirla de todas las formas que se le ocurrieron, pero no obtuvo
resultados; no se escuchaba nada del otro lado. Al parecer en eso no había mentido
Gabriel, el lugar era completamente hermético. Intentó abrir las puertas de lo que
parecía el quirófano y sucedió lo mismo, nada lograba sucumbir las cerraduras.
Después de todos sus esfuerzos en vano, se sentó otra vez en la cama llorando
desconsolado y suplicando que Julián apareciera para rescatarlo.
Fuera del Hogar de niños y unos pocos kilómetros más allá, Gabriel descendía de su
auto justo cuando la congregación de la iglesia se aprontaba para ingresar al templo y
comenzar con el culto. Como de costumbre, la mayoría de los presentes saludaba al
joven con entusiasmo y este, como habiendo olvidado lo sucedido con Boris,
respondía con una gran sonrisa y toda calma a cada abrazo que los hermanos le
daban; tía Corina entre los asistentes, se acercó dichosa de verlo para darle un beso
en la mejilla; luego apuntó hacia un costado para indicarle que allí estaba su esposa
esperando, silenciosa y desganada junto a un grupo de amigas.
―¿Cómo está la mujer más bella que Dios ha puesto en la tierra? ―preguntó Gabriel
acercándose al grupo, extendiendo sus manos a Lucía que no sonreía con facilidad―.
Aunque ustedes deben ser las flores del Edén ―agregó con una sonrisa cautivante,
consiguiendo que las demás jovencitas se pusieran risueñas y sonrojadas con su
alago.
―Siempre tan educado tu esposo, eres afortunada ―dijo una de las muchachas a la
esposa mientras avanzaban hacia la entrada.
―¿Dónde has estado? ―Lucía sonaba desganada y solo quería parecer interesada en
su marido frente a la gente―. Estuviste mucho tiempo afuera ―agregó, mirándolo
con desconfianza.
―¡Claro! ―Lucía esbozó una falsa sonrisa y apresuró el paso para estar dentro del
templo y sentirse de alguna forma más segura.
―Hijo mío, bienvenido ―se escuchó en el pasillo, era Abner que caminaba raudo
hacia ellos―. Me alegro de verlos en la casa del Señor. ―Le dio un abrazo a Gabriel y
luego saludó a Lucía cariñosamente, quien se ubicó rápido junto a Marta y Corina en
la primera fila del templo.
―¿Has sabido algo del producto? ―preguntó Abner de forma disimulada a su hijo―.
Betancourt está presionando. ―Lo miró fijamente.
―No padre, nada por el momento ―respondió Gabriel con seguridad―. No he parado
de trabajar en ello ―agregó, mientras se alejaba para tomar su lugar y no ser
escuchados por los demás.
El pastor hizo lo mismo y se fue directo al púlpito para comenzar son su sermón.
―Joven, usted que es tan respetado y admirado por todos, ¿podrá ayudar
a mi muchacho? ―consultó, con algo de timidez el hombre y acercándose bastante
como para no ser escuchado por el resto.
―Sí, hermano, dígame en qué puedo ayudarle. ―Gabriel sonrió, como de costumbre,
mientras observaba al chico que no levantaba la mirada.
―Bueno, Gabrielito, son cosas de hombres y yo quisiera que usted le diera un consejo
a Elías... así entre jóvenes, yo estoy reviejo ya ―dijo el hombre con algo de
incomodidad, acercando a su hijo a Gabriel―. Ahí lo dejo con usted... te espero
afuera, mijo. ―Le dio una palmada en el hombro.
―Y bien, Elías. ¿Qué pasó que don Pepe está tan asustado? ―preguntó Gabriel con
una sonrisa, viendo cómo todos salían de la iglesia―. ¿No quieres venir a la iglesia?
Trataba de indagar en lo que sucedía al joven.
―Nada, tío Gabo ―respondió, sonrojado―. Es que mi padre dice que soy un pecador,
como la chica que tiene que bautizarse de nuevo por inmunda. ―Se puso más rojo de
lo que estaba.
―¡No, claro que no! ―dijo el chico con nerviosismo―. Lo que pasa es que mi tía me
encontró el otro día tocándome ahí. ―Miró bajo su ombligo y su rostro se encendió
más aún, haciendo que Gabriel soltará una risotada.
―¡Pero, Elías! Tienes que ser más inteligente y cerrar la puerta. ―Gabriel no paraba
de reír―. No tienes para qué decir que lo haces, no seas tonto ―agregó, mientras el
muchacho volvía a tener un color normal en su cara.
―Pero mi papá dice que es pecado y mi tía piensa que soy asqueroso. ―Elías lo
miraba, temeroso.
A la salida, se despidió de todos y se fue hacia donde estaba Lucía esperando cerca
del auto. No se veía animada y no paraba de morderse las uñas.
―Esposa mía, ¿puedes decirle a Marta que te pasen a dejar a casa? ―preguntó
Gabriel, sonriendo―. Puedes decir que yo tengo trabajo que hacer aún ―añadió,
acercándose a ella, luego le besó la mejilla.
―¡Menos preguntas y vete a casa con mi familia! ―contestó Gabriel con arrogancia.
―¡Otro día voy por ti, mi amorcito! ―Gabriel le sonrió con picardía, aunque no tuvo la
respuesta que esperaba; Lucía se apresuró y se fue donde estaban Corina y Marta
esperando al pastor.
Gabriel, sin dudarlo, se fue en dirección al Hogar de niños para ver a Boris; en el
fondo de su corazón sentía el deseo de tenerlo cerca y al menos con verlo se
conformaba, las emociones se le revolvían con solo pensar en el adolescente. Pasó a
un restaurant y compró pizza para llevarle de comer, parecía estar entusiasmado con
lo que para él parecía una cita. Rato más tarde ya estaba abriendo la compuerta en la
bodega del Hogar.
―¡Ya llegué, Boris! ―gritó descendiendo por la escalera―. ¡Te traje comida! ―Le
mostraba la caja de pizza y unas latas de gaseosa en una bolsa.
Se instaló al costado de la cama y sacó las cosas que traía, mientras Boris miraba con
desprecio.
―¿Qué pasa? ―Gabriel sonaba preocupado―. ¿No tienes hambre, bro? ―dijo al
tiempo que cortaba un trozo de la pizza.
―¡No quiero que repitas su nombre! ―gritó Gabriel que parecía odiar a su novio―. Te
traje comida para que veamos una película antes de dormir. ―Su cara volvió a
armonizarse.
―Gracias, pero por ahora no quiero nada ―insistió Boris con miedo por sus
reacciones.
―Está bien... Si no quieres comer, no importa, cuando tengas hambre puedes comer
pizza fría. ―Gabriel se puso de pie, molesto, sentía pena cuando Boris lo rechazaba―.
Ahora vamos a descansar, vengo de un hermoso culto de perdón. ―Se quitó los
zapatos.
―Pues vamos a dormir juntitos, como antes ―respondió Gabriel, entusiasmado, ante
la mirada preocupada del joven―. Abrazaditos... ―Esbozó una sonrisa, quitándose los
pantalones.
―¿Es necesario? ―Boris no entendía nada y temía lo que pudiese pasarle durante la
noche.
Boris no tuvo más opción que seguir sus instrucciones y se tendió en la cama en
bóxer mirando televisión, al parecer, Gabriel deseaba pasar un rato cerca suyo y lo
abrazó por la espalda con delicadeza; el miedo recorría cada rincón del adolescente,
que estaba desesperado por salir de aquel lugar y estar lejos. Gabriel lo acariciaba sin
tener respuesta alguna, pero no desistía en su empeño por reconquistarlo; incluso no
le había dicho al pastor que estaba encerrado en el Hogar. Se aferró con fuerza al
suave cuerpo de Boris, tal y como recordaba aquellas noches en que se encendían al
estar cerca.
―Tranquilo, solo quiero tenerte cerca de mí ―susurró Gabriel al oído de Boris, luego
pasó sus labios por su cuello. El corazón del muchacho se aceleró y un frío gélido
recorrió su espalda. Rogaba que Gabriel no intentará algo más, esta vez no veía
escapatoria.
Todos Somos Boris
Días después de que Gabriel se llevara a Boris por la fuerza, Julián logró
reunir a todos los que creía necesarios para ir en la búsqueda de su novio. Se
encontraban en el departamento de Koka y Tati planificando cómo sería el rescate.
Ambas ya estaban listas para enfrentarse al pastor y su perverso hijo.
Durante el breve tiempo que los muchachos llevaban trabajando para ellas, en la
discoteca, le habían tomado mucho afecto a Boris por ser una persona alegre y
transparente, por ello ya se encontraban comprometidas con Julián para todo lo que
necesitara. Camila y Felipe continuaban acompañando a su amigo y pensando cada
detalle del plan: Estaban a la espera de que llegaran los antiguos amigos de Gabriel,
aquellos que se hacían llamar "La Fraternidad", a los cuales hacía un tiempo, Julián
había amenazado con llevar a la justicia por ser cómplices del abuso que Gabriel
cometió con él. Desde ese día prometieron ayudarlo en lo que necesitara y, por lo
mismo, aparecieron en la boda, para incomodar a Gabriel.
Ahora serían de gran ayuda, pues uno de ellos era periodista y estaban dispuestos a
utilizar a la prensa para desenmascarar al pastor y sus turbios negocios de tráfico.
No pasó mucho tiempo antes de que entrara Bruno al departamento, precedido de los
tres examigos de Gabriel para comenzar con la reunión. Francisco, Nicky y Alex
tomaron asiento, junto al resto que los esperaba.
―Qué bueno que estemos todos reunidos como se los pedí ―declaró Julián,
desgastado tras las terribles horas que había pasado sin su novio―. Ya saben lo que
ha ocurrido y, conociendo a Gabriel, estamos en contra del tiempo. No podemos dejar
que Boris pase más horas cerca de él. ―Su mirada estaba perdida, buscando una
respuesta.
―No podemos dejar que le haga daño a Boris ni que continúe utilizando a los niños
del hogar ―intervino Camila, afligida. Tenía una mano tomada de Felipe.
―Hemos venido como te lo prometimos, Julián ―anunció Alex, mirando a sus otros
dos amigos―. Estaré en una deuda toda mi vida, por no haberte protegido de esa
mierda de Gabriel cuando eras mi novio. Haré todo lo que esté a mi alcance para
ayudarte. ―Se miraron con tristeza.
―Yo me siento avergonzado por ser cómplice de Gabriel esa noche. Estaba drogado y
fui un hijo de puta al permitirlo. ―La voz de Nicky sonaba quebrada―. Por favor,
déjame enmendar mi error ―pidió, extendiendo su mano hacia Julián, quién tardó
unos segundos en responder.
―Cuenten con nosotros para todo lo que sea necesario. No puedo creer todo lo que
ha hecho Gabriel en su miserable vida ―reprobó Francisco, el rugbista del grupo―. Y
pensar que lo consideré mi amigo, ¡es una mierda! ―exclamó con ira, empuñando
sus manos en sus rodillas.
―Gracias, de verdad que los necesitaré. ―Julián intentaba hacerse el fuerte, pero su
cara reflejaba el sufrimiento.
―Hemos estado pensando cómo haremos para enfrentar a esta gente ―aclaró Koka,
sentada junto a su novia―. ¡Tenemos que encontrar a Boris y desenmascararlos!
―Sonaba decidida.
―El problema está en que no estamos seguros de dónde tienen escondido a Boris
―dijo Felipe mientras les mostraba una foto del hogar de niños sobre la mesa―.
Puede que aquí lo tengan en la bodega, pero sería muy obvio. ―Pensaba en dónde
más podría estar.
―¡En la casona de los Ferrada, menos! ―Camila tenía unas imágenes en su celular―.
No creo que su tía ni la directora del colegio sepan lo que sucede. ―Se acomodaba en
el borde del sillón.
―¿Y su colegio? ―preguntó Alex―. Ellos también son dueños de ese lugar, tal vez allí
tengan dónde ocultarlo. ―Miraba a los muchachos, que no habían considerado el
colegio en sus planes.
―Puede ser, pero sería peligroso para ellos tenerlo donde hay tanto movimiento.
―Felipe le daba vueltas a esa idea―. Aunque ahora, en vacaciones, tal vez lo utilicen.
―No contaban con aquel lugar en su estrategia.
―Bueno, tendremos que buscar por todos lados. ―Camila puso su mano en el
hombro de Julián, que parecía estar sin fuerzas.
―Lo primero es ir hasta allá y detectar dónde está Boris. ―Julián hizo una pausa,
sintiendo un nudo en la garganta―. Esperemos que no haya abusado de él como lo
hizo conmigo. ―Se acomodó y puso las fotos que tenía en orden, sobre la mesita de
la sala―. Una vez que sepamos dónde lo tienen, hay qué ver cómo rescatarlo. Luego
de eso podemos atacar al pastor y esa red de tráfico que tiene, pero lo primero es
Boris ―propuso, observando todos los lugares dónde podría estar.
―Y, para asustarlos un poco, podríamos poner, en el periódico en donde trabajo, que
el hijo del pastor está desaparecido ―expuso Alex, sentado entre los otros dos―. Eso
hará que se den cuenta que Boris no está solo y tiene amigos que lo buscan. Con eso,
Gabriel debería sentirse amedrentado ―intervino, esperando la aprobación del resto.
―¡Qué buena idea! ―exclamó Camila―. Gabo no quiere que la gente sepa quién es
realmente. Su reputación correrá peligro. ―Sus ojos se iluminaron.
―¡Entonces, mañana sale la noticia a primera hora! ―Alex estaba animado con su
plan.
―¡Y partiremos todos a buscar a Boris! ―Bruno también sonaba entusiasmado con la
idea de ir en un rescate.
―¡La fuerza gay! ―exclamó Bruno, levantando una mano empuñada, mientras todos
lo veían con caras extrañas.
―¡No puedes ser más gay, Brunito! ―Continuaba riendo junto a su novia.
―¿Qué tal suena... Hashtag Todos somos Boris? ―Alex intervino entre las risas.
Esa mañana y kilómetros más allá, en la iglesia Ministerio de los Arcángeles, Abner
ordenaba el púlpito para el culto de la tarde. Con esmero, dejaba cada silla y objeto
en su lugar. Luego de preparar los pormenores de la jornada religiosa, abrió la puerta
a una señora que, cada día, ayudaba en el lugar con el aseo del templo.
―¡Buenos días, querido hermano! ―exclamó alegre la mujer al verle.
―¡Muy buenos días, hermana Ana! ―contestó Abner, con una cálida sonrisa.
―¿Hay mucho por hacer este día en el templo? ―consultó la señora, acomodando sus
cosas en una de las bancas de la iglesia.
―No mucho, la verdad, pero siempre es bueno que revise... Ya sabe que me gusta
todo reluciente ―repuso el pastor que, como de costumbre, la dejaba sola para sus
labores.
―¡Pastor, no se vaya! ―lo llamó Ana, para que no saliera todavía―. Esto estaba en la
entrada. Hoy no lo recogió ―evidenció la mujer, sonriendo. En su mano sostenía el
periódico.
Se dirigió a su vehículo y, antes de hacerlo partir, abrió el rollo de papel para darle un
vistazo a los titulares. La noticia del día era un robo al banco de la ciudad, se
destacaban algunos hechos deportivos y, en una esquina, se detuvo al ver la
fotografía de su hijo que decía:
Sintió un frío recorrer su espalda y, de manera nerviosa, hojeó el diario hasta llegar a
la página que contenía la noticia.
Los ojos de Abner se encendieron de ira, al ver que estaba su nombre en el periódico
de la ciudad vinculando la desaparición de su hijo con Gabriel. Buscó su celular con
desesperación y marcó a uno de sus contactos.
―Hola, padre ―contestó Gabriel, desde el apartamento donde vivía con su esposa.
―¿Ya viste el periódico de hoy? ―Abner sonaba cortante.
―Estamos en titulares. Buscan a Boris ―informó Abner, con la voz cada vez más
grave―. ¿Lo has visto? ―preguntó, con severidad.
―¡Mientes! ―gritó Abner, con furia―. ¡Dice claramente que la última vez fue visto
contigo! ―agregó, descontrolado.
―¡Necesito que nos veamos antes del mediodía! Esto es grave ―sentenció el pastor y
luego colgó, enfadado.
Afuera del baño y presa de los nervios, se encontraba Lucía, que acaba de escuchar
toda la conversación. Se apresuró y se fue hasta la cocina, donde pudo respirar con
más calma. Sus manos temblaban.
―Nada, solo vine por un poco de agua ―contestó la mujer, intentando ocultar sus
nervios.
―Yo debo salir, por asuntos con mi padre. ―Gabriel se acomodaba la camisa y
buscaba algo con apuro.
―Sí, eso mismo. No sé dónde lo dejé. ―Gabriel miraba por todos lados.
―Yo te lo traigo, no te preocupes. Lo dejaste en la habitación ―respondió Lucía y se
fue corriendo a buscarlo. Allí estaba, sobre una silla en el dormitorio. Lo tomó y, sin
dudarlo, metió su mano en él y sacó algo que mantuvo oculto en su puño mientras se
apuraba a entregar el bolso a su esposo.
―Gracias, linda, eres una buena esposa. ―Gabriel tomó el bolso y la besó. Salió con
prisa del apartamento.
Lucía estaba agitada, intuía que su esposo conocía dónde estaba Boris. Aún
temblorosa por los nervios, abrió su puño; ahí tenía un manojo de llaves. De alguna
forma, una de ellas podría ser del lugar en donde se encontraba Boris. Se sentó y,
observando las llaves, se puso a pensar.
El culto
―Ya era hora de que llegaras ―reclamó Abner, impaciente. Se encontraba sentado en
su escritorio, en la casona―. Todo el mundo ya sabe que Boris desapareció. ―Puso el
periódico sobre la mesa para que Gabriel pudiera verlo―. Y sigo sin entender qué
tienes que ver tú. ¿Ya lo encontraste? ―Sus ojos no disimulaban su enojo.
―Padre, no quería decirlo al teléfono. ―Gabriel tomó el periódico para leer la noticia
otra vez―. Sí, lo encontré y lo tengo en un lugar en las afueras de la ciudad.
―Carraspeó un poco, por los nervios de ver a Abner enfadado―. No creo que sea
seguro tenerlo cerca ―agregó, con seguridad.
―¡Y qué esperabas para contármelo! ―Abner se puso de pie―. ¡No puedes tomar
decisiones solo en esto o puede costarnos carísimo! ―Lo apuntaba, amenazante―.
Ahora, necesito que lo traigas. Se supone que lo vieron por última vez contigo ―dijo
y caminó hasta la ventana, pensando.
―Está bien, padre. Esta noche lo tendrán en casa nuevamente y veré la forma de que
no diga nada ―contestó Gabriel, obediente.
En la casona Ferrada el tiempo pasó rápido y ya estaba cerca la hora del culto de la
tarde. Como era habitual, Abner esperó a su hermana Corina y su esposa Marta para
salir juntos en dirección al templo. La mayoría de la congregación esperaba que su
pastor llegara para comenzar con la jornada. Las mujeres, alborotadas, saludaban al
apuesto líder del grupo, sin importarles que sus maridos estuviesen al lado. Al menos
lo disimulaban con afecto de hermanos de iglesia.
―Hermanos queridos, muchas gracias por su cariño y preocupación por mi hijo ―se
explayó, mientras movía las manos para que vinieran hacia él―. Ustedes ya saben
cómo es la juventud de estos días y mi hijo tuvo una crisis al recordar a su fallecida
madre. ―Tapó su boca con la mano con delicadeza, intentando parecer
emocionado―. Y luego se fue, sin decir nada, hasta que al fin Gabriel lo ha
encontrado. ―Miró a Marta, que lo veía con extrañeza―. ¡Esta noche ya lo tendremos
en casa! ―celebró, con falsas lágrimas en los ojos.
―No me habías dicho nada al respecto. ―Marta susurró al oído, al oído a su esposo.
―Fue todo demasiado rápido, Marta, tranquila ―respondió Abner, mientras recibía
palmadas en la espalda, en señal de apoyo.
―Hay mucho por pedirle al Señor, para que sane a mi sobrino de su mal ―expresó
Corina afligida a Lucía que se encontraba a su lado del brazo y en silencio.
―Sí, tía Corina, tendrás mucho que pedir al Señor ―respondió, pensativa, la esposa
de Gabriel. Luego siguieron al grupo que ingresaba al templo.
Se ubicaron en el sitio que cada uno ocupaba, de forma habitual, y el coro inició los
cánticos al ritmo de los instrumentos, que, con mucho arte, tocaban los hermanos.
De pronto, la puerta del templo se abrió con estrépito. Toda la congregación, del
susto, se detuvo y volteó a ver qué sucedía. Algunos rostros palidecieron, unos
hermanos tenían la boca tan abierta que cualquier mosca podría haber entrado sin
problema. Estaban horrorizados.
―Pero ¿qué insolencia es esta? ―Apareció Abner, desde las primeras filas del templo
como si hubiese entrado el demonio.
―¡No se atreva a echarnos! ―exclamó Koka, que estaba de la mano con Tati, a un
costado de Serena―. ¿Acaso no somos bienvenidas en la casa del Señor? ―Se acercó
a su novia y la besó, apasionadamente. Los murmullos aterrados de algunas mujeres
retumbaron con el eco del lugar.
―¿Quiénes son ustedes? ―Abner caminó por el pasillo enfadado―. ¡No se dan cuenta
de que esto es un lugar sagrado! ―Echaba chispas por los ojos.
―¡Pare ahí, señor pastor! ―Julián lo interrumpió, estaba junto a todo al grupo que
venía en búsqueda de Boris―. ¿Acaso no son bienvenidos los homosexuales en su
iglesia? ―preguntó en voz alta, para que no quedara nadie sin escuchar. La
congregación estaba alborotada, algunas mujeres mayores eran abanicadas por sus
esposos para que pudiesen respirar. No daban más de la impresión.
―¡Su pecado debe ser eliminado! ―respondió Abner incómodo―. ¡Jamás entrarán en
el Reino de los Cielos! ―recalcó, apuntándolos.
―Y sus hermanos ¿ya saben lo que le hizo a su hijo Boris por ser homosexual?
―intervino Felipe, enfadado.
―¡Y yo también quiero saber dónde está la profesora Luisa! ―Camila se abrió paso―.
¡La vieron por última vez en el hogar de niños y no puede estar desaparecida!
―demandó, ante la mirada atónita del pastor.
―¿Es su hijo un sodomita? ―preguntó con asco unos de los "hermanos" al pastor.
A lo lejos, se escuchó caer a Corina desmayada y, tras de ella, unos pasos corriendo,
que al parecer eran de Juana que iba, como siempre, a socorrer a su patrona. Hubo
un silencio escalofriante dentro del templo. Parecían estar divididos los puros de los
pecadores.
―¡Dígales la verdad, señor! ―advirtió Serena con las manos en la cintura, haciendo
más imponente su presencia. Un jovencito la miraba con interés y culpa desde uno de
los asientos; ella le guiño un ojo haciendo que el muchacho se sonrojara―. Parece
que hay muchos que no entrarán en su reino... ―Soltó una risotada escandalosa,
luego de acomodarse el escote.
―¿Dónde está Boris? ―insistió Julián, mientras Alex, el periodista grababa todo junto
a sus amigos.
―No nos provoques o diremos lo que sabemos. ―Julián se puso firme frente al
pastor―. No te conviene que digamos lo que haces con los niños del hogar ―le dijo
amenazador y en voz baja, para que el resto no escuchara, lo veía directo a los ojos.
El pastor dio un paso atrás, asustado. No esperaba que ellos supieran de su secreto.
―No lo sé... No sé dónde está... Váyanse de aquí ―balbuceó Abner, preso de los
nervios.
Al fondo estaba Corina, aún desmayada junto a Juana. Marta estaba inmóvil,
pensando y observando cómo todos los veían con reproche.
―Creo que aquí no está Boris ―evidenció Julián, viendo a sus compañeros―. Al
menos le hemos dado otro golpe a estos imbéciles farsantes. ―Felipe le daba la mano
en señal de apoyo.
―He grabado todo. Esto podría ser una tremenda noticia ―intervino Alex, revisando
su cámara.
―Ahora nos falta saber dónde está mi bebé. ―Julián continuaba triste―. Quizás el
colegio podría ser el lugar ―propuso, mientras veía las personas alejarse de la iglesia.
―Creo que yo puedo ayudarlos ―interrumpió Lucía, que llegó apresurada, junto a
ellos, para que nadie de la familia la viera―. ¡Síganme! ―insistió, sin dejar de
caminar. Se metió detrás de un camión que había estacionado cerca. Todos la
siguieron.
―¿Cómo nos vas a ayudar si odias a Boris? ―Julián la miraba enojado e inseguro.
―Eso era antes ―respondió Lucía, con un claro arrepentimiento en sus ojos―. Ahora
sé quién es, en verdad, mi esposo. ―Sus ojos se pusieron vidriosos―. Y no quiero
que haga más daño del que me ha hecho a mí. ―Estaba nerviosa.
―Creo que tú también has sido su víctima. ―Camila se le acercó para darle apoyo.
Los demás miraban espantados de saber que Gabriel no había cambiado nada.
―Sí... ―Suspiró Lucía―. Lo importante es que creo que puedo ayudarlos a encontrar
a Boris, cuenten conmigo para lo que sea ―se comprometió, segura―. Hay que
detener a Gabriel, es un animal ―recalcó, con un tono angustiado.
―Creo que aquí puede estar la solución. ―Lucía sacó de su bolsillo el manojo de
llaves―. Son todas del hogar de niños y Gabriel nunca sale sin ellas. Esta vez lo
engañé ―reveló, mirando a Julián―. Debe estar allí, encerrado en alguna parte.
―Puso el manojo en manos del muchacho―. Hay que sacarlo pronto... ―finalizó,
emocionada, con las manos temblorosas.
El jefe
El camino se hizo interminable para Gabriel, que condujo a toda prisa por
la ruta que lo llevaba hasta el lago en donde vivía Armín Betancourt junto a su
esposa. Tardó mucho menos tiempo del habitual en llegar hasta el lugar, donde fue
recibido por el mayordomo de la casa y conducido directo hasta la terraza. Allí se
encontraba el Anciano de la iglesia, sentado en un sillón de madera, contemplando el
paisaje en silencio.
―No, así estamos bien ―contestó Armín, con un tono de voz triste―. Que nadie nos
interrumpa y, por favor, no descuiden a Helena ―ordenó, dejando una taza de café
vacía sobre una mesita de vidrio.
―¿Qué ha sucedido don Armín? ―Gabriel estaba intrigado―. ¿Por qué me ha llamado
tan urgente? ―Notaba algo extraño en su comportamiento.
―Es mi esposa, Helena, que cada día la noto más deteriorada en su salud ―comentó,
con preocupación―. Creo que en cualquier momento podría empeorar, por lo que
vamos a necesitar echar a andar el plan que teníamos trazado con Abner. ―Se puso
serio―. El problema es que he notado que se les ha ido de las manos el mantener al
producto... ―Suspiró profundo―. Digo, al muchacho ese, que es su hijo y que no han
podido controlar. ―Lo miraba con atención.
―Puede estar usted tranquilo, ese tema lo tengo bajo control ―respondió Gabriel, de
inmediato―. No ha sido fácil, pues sucedieron cosas que no estaban en nuestros
planes. ―Intentaba verlo a los ojos, pero el hombre le provocaba algo de temor―.
Como lo digo, está en mi poder y, cuando lo requiera, tendrá lo que necesita para
salvar a su esposa ―aseguró, con confianza.
―El corazón... eso es lo que necesitamos ―afirmó Armín, brusco―. De ese trasplante
depende la vida de mi mujer y sabes bien que pagaré una fortuna ―agregó. Se puso
de pie, ante la atenta mirada de Gabriel―. Abner se comprometió a darme lo que
pido y él mismo ofreció a ese mocoso, exclusivamente para mi familia ―enfatizó, con
un tono arrogante―. Los otros huérfanos del hogar están para los pedidos que hacen
los más influyentes en el extranjero. Esos no los podemos tocar o seremos nosotros
los muertos... ―Sus ojos estaban clavados en los del joven, que escuchaba atento―.
Así es que debes cumplir con el trato pactado. ―Miraba en dirección hacia la casa, en
la ventana de una habitación estaba su esposa, mirando hacia el lago―. Ella no sabe
nada sobre esto, nada de lo que hacemos... Ella es una mujer bondadosa y solo debo
salvarla, no puede morir. ―Su voz nuevamente estaba triste.
―No le fallaré, don Armín, puede contar conmigo para tener a su esposa más tiempo
a su lado. ―Gabriel se puso de pie y se paró al lado del Anciano―. Seré yo mismo
quien obtendrá lo que necesita, en nuestras nuevas instalaciones ―aseguró,
orgulloso.
―Muy bien muchacho, me gusta tu actitud. ―Armín le sonrió, como pocas veces lo
hacía―. No le temes a nada para conseguir tus objetivos―. Yo era igual cuando joven
y ya ves todo lo que he logrado. ―Suspiró y se acomodó el sweater de hilo rojo que
llevaba puesto.
―Espero un día tener tanto poder como usted lo tiene, señor. ―Los ojos de Gabriel se
iluminaban al pensar en ese tema.
―Si sigues así, quizás un día ocupes este puesto, tal vez antes que Abner... ―Armín
lo animaba a continuar con su empeño―. Después de todo, los Ferrada no sacaron la
inteligencia de su difunto padre, solo disfrutan el lugar que él les heredó ―añadió con
algo de molestia―. Si mi viejo amigo estuviera vivo, las cosas serían más grandes
aún. Ambos comenzamos este negocio de las iglesias ―recordaba, con la mirada
perdida.
―Bueno, pero Abner y tía Corina han logrado mantener el prestigio de la familia...
―dijo Gabriel, pensando en lo que veía desde que lo habían encontrado.
―Ella siempre ha sido muy buena ―intervino Gabriel, sin saber qué más decirle.
―Algún día quizás te cuente las cosas que sé y me guardo solo por el respeto a su
padre, mi mejor amigo ―respondió el Anciano algo más calmado―. Ahora, mejor
vete y hazte cargo del producto ese... El hijo de Abner y que le salió medio desviado.
El anciano puso sus ojos otra vez en los de Gabriel.
―Ya lo sabes, Gabriel... ―Armín estrechó su mano con fuerza―. Un corazón... ―pidió
claramente―. Y todo lo que sueñas será para ti ―finalizó, soltando su mano.
―Pareces uno de los Ángeles de Charlie en una misión. ―Koka iba detrás,
empujándole el trasero, para evitar que se cayera y ser descubiertos.
―Guarden silencio que nos pueden ver ―sugirió Julián, agachado cerca de Lucía.
―¿Esa es la puerta? ―Felipe llevaba a Camila tomada de una mano.
―Sí, esa es... ―respondió Julián, que ya conocía el lugar, estaban a un par de metros
de llegar.
A lo lejos se escuchaban los gritos de los niños jugando dentro del hogar con las tías.
―Ustedes entren y nosotros vigilamos. ―Alex iba registrando todo con su cámara―.
Somos demasiados para entrar en silencio ―agregó, revisando la pantalla de su
aparato.
―Si viene esa mierda de Gabo soy capaz de golpearlo. ―Se escuchó decir a
Francisco, que venía casi al final de la fila.
Fueron avanzando hasta la entrada a la bodega, en la parte trasera del lugar. Lucía,
muy nerviosa por lo que estaba haciendo, veía cómo Julián sacaba el manojo de
llaves y buscaba la que podría abrir la puerta de acceso. Probaron la primera y no
consiguieron nada, lo mismo con la segunda llave y luego la tercera, hasta que, en el
cuarto intento, la puerta se abrió.
―¡Al fin! ―Julián sonrió a sus compañeros al tiempo que abría lentamente la puerta
para que no hiciera ruido.
―Está oscuro... ―susurró Camila sin soltar a su novio, iban detrás de Julián.
―Sí, aquí fue dónde vimos por última vez a la profesora ―recordó el muchacho,
buscando un interruptor de luz.
―¿Qué es eso? ―preguntó Lucía, asombrada desde la puerta. Apuntaba al suelo. Con
la luz que ingresaba se lograba ver una placa de metal.
―No, aquí debe estar encerrado mi amor ―respondió Julián, con la mirada
ilusionada―. Esta llave es la más nueva y la más grande ―indicó, viendo la pieza de
metal que parecía tener menos uso que el resto de las llaves―. Estoy seguro de que
esta sí es ―agregó y la introdujo en la cerradura que había a un costado. Se escuchó,
con claridad, como si la compuerta se hubiese descomprimido y luego de un clic, pudo
levantar la pesada tapa metálica bajo la atenta mirada de sus amigos. Un halo de luz
salía del agujero. No era un lugar sombrío como todos estaban pensando.
―¿Qué es esto? ―Felipe se acercó a su amigo, que se encontraba arrodillado tras
abrir la puerta.
―No sé, hay una escalera ―Julián se acomodó para bajar y su amigo iba detrás de
él―. Hay que bajar... ―ordenó, sin dudarlo.
―¿Quién es? ―se escuchó gritar a una voz distorsionada por el eco, que provenía
desde abajo―. ¿Eres tú, Gab... ? ―alcanzó a decir Boris desde el final de la escalera,
cuando vio que arriba se asomaba su novio y Felipe.
―¡Mi amor! ―exclamó Julián exaltado por la emoción―. ¡Sube ya! ―le pidió,
extendiendo su mano, preso de la emoción al verle. Todos sonrieron al saber que
habían dado con su paradero.
La Mafia
Boris, sin pensarlo ni un instante más, subió la escalera a toda prisa, con los ojos
llorosos de la emoción al ver a su novio, esperándolo con las mismas ansias que él.
De un brinco se saltó varios peldaños y llegó hasta la salida. El abrazo que se dieron
fue con el alma, se entrelazaron por unos segundos que parecieron hacer detener el
tiempo. Solo estaban ellos sintiéndose el uno al otro, llenando ese vacío por las largas
horas sin estar juntos. Un apasionado beso daba cuenta del profundo amor que
sentían ambos, mientras sus amigos estaban emocionados por haber encontrado a
Boris.
―Te amo, mi vida ―le susurró Julián, casi sin separar sus labios, lo sostenía con una
mano detrás de la nuca―. Tenía tanto miedo de perderte ―reconoció, viéndole a los
ojos.
―¡Dime si no me veo divina como rescatista! ―alardeó Serena, haciendo una pose.
Junto a ella se encontraban Koka y Tati cerca de la puerta.
―¡Guau, qué lujo tener una rescatista así! ―Boris sonrió y se acercó a ellas para
agradecerles.
Los tacos de Serena eran tan altos que parecía que iba a tocar el techo.
―Me alegra mucho que Gabriel no te haya hecho daño ―dijo Lucía con timidez.
―¿Lucía? ―Boris no salía de su asombro―. ¿Qué haces aquí con mis amigos? Miró a
todos como buscando una respuesta.
―Siento mucho todo lo que alguna vez te dije o hice ―respondió Lucía, acercándose
a él―. Espero con esto, haber hecho lo correcto. ―Su mirada ya no era la misma de
antes, de esa mujer celosa que conoció Boris cuando llegó a la casona―. Y, si estoy
aquí, es porque yo también he sufrido por culpa de ese desgraciado de Gabriel.
―Llevó sus manos a la cara, tuvo el impulso de llorar, pero se contuvo.
―Oh, tranquila, Lucía. ―Boris le tomó la mano―. No digas nada más, gracias de
verdad por ayudarme ―añadió, con una sonrisa.
―¡Chicos, debemos salir de aquí rápido! ―advirtió Alex, con su cámara en la mano.
―¡Oh, no! ―se escuchó decir a Nicky desde afuera―. ¡Too late, guys! ―apuró, viendo
hacia afuera del Hogar.
―¡Corran, chicos, viene gente hacia acá! ―Francisco fue el primero en correr
buscando una salida. Sus rostros cambiaron de inmediato al saber que alguien venía
en dirección hacia ellos.
―¡Ay, estos tacones del terror! ―Serena no acostumbraba a andar por la tierra con
ese calzado.
―¡Corre o nos encontrarán! ―le gritó Boris, que iba junto a su novio saliendo de la
bodega.
―¡Lo sé, pero prefiero que me encuentren digna! ―alardeó la transformista, con sus
piernas temblorosas.
Tras correr unos cuantos metros, se dieron cuenta de que el lugar tenía solo una
salida y había una muralla alta al final del patio. Alex, Nicky y Francisco se treparon
en ella con facilidad y lograron ver que Gabriel no venía solo. Al menos, cuatro tipos
más lo acompañaban y venían armados.
Fue un momento tenso y silencioso el que se produjo, al saber que el padre de Boris
estaba en el lugar. Desde arriba se escuchó su voz saludar a los hombres que estaban
a su servicio. Descendió la escalera, observando el desastre que significaba tener a
tantas personas en las instalaciones.
―Vaya... Veo que nos estás causando más problemas de los planeados ―dijo Abner,
mirando directo a Boris―. ¿Qué significa toda esta gente aquí? ―Ahora miraba a
Gabriel, esperando una respuesta. De pronto se detuvo―. ¡Lucía! ―exclamó, con las
manos en la cabeza―. ¿Qué hace tu esposa aquí? ―preguntó, intranquilo.
―Lo siento, pero ella los ayudó a encontrar este lugar. Es una traidora ―sentenció
Gabriel, sin remordimiento.
―¡Padre, por favor, déjame salir de aquí! ―suplicó Boris desde la cama, Julián lo
detuvo para que no se pusiera de pie.
―No pensé que nos darías tantos problemas cuando te traje a la casa. ―Abner se
acercó a él―. Si no fuera porque vales millones de pesos, jamás te hubiese recogido
cuando murió tu madre ―confesó, sin la menor muestra de afecto ante la mirada
atónita de todos los presentes―. Nunca tuvimos tantos problemas en este negocio y
mira ahora... ¡Un montón de desviados intentando rescatarte! ―Sonaba molesto,
nadie se atrevía a decir nada―. ¡Ahora tendremos que eliminarlos a todos! ―exclamó
mirando a Lucía y moviendo su cabeza, como no gustándole la idea de que ella
estuviera ahí.
―Yo me haré cargo de ellos, ya veré qué hacer ―intervino Gabriel, para
tranquilizarlo.
―¿Por qué dices que valgo millones? ―se atrevió a preguntar Boris a su padre.
―Pensé que ya te habías dado cuenta, mocoso marica ―respondió Abner, justo antes
de subir de regreso por la escalera―. Tú eres el siguiente en la lista de donantes.
Pagarán millones por ti ―aseveró con frialdad―. Pensé que nadie reclamaría por ti,
no contábamos con estas aberraciones buscándote... ―Miró con desprecio a los
amigos de su hijo―. Ahora ya lo sabes, salúdame a tu madre cuando se reencuentren
en el otro mundo ―finalizó y salió del lugar, seguido por Gabriel y los hombres
armados, quienes cerraron la compuerta para que nadie se escapara.
―No puedo creer que me vendieran ―protestó, Boris perplejo. Unas lágrimas caían
por su rostro y en el mismo estado se encontraban todos quienes lo acompañaban.
No daban crédito a lo que habían escuchado.
―Mi amor, yo no dejaré que nadie te haga daño, lo prometo. ―Julián reaccionó y lo
abrazó con fuerza para contenerlo. Un sollozo desgarrador se escuchó salir de lo más
profundo de Boris.
Mientras todos sufrían al enterarse de la verdadera razón por la que querían a Boris,
varias calles más allá estaban Alex, Nicky y Francisco llegando a una central de
policía, dispuestos a denunciar al pastor y sus hombres. Entraron al edificio, un tanto
alterados, y corrieron hasta el mesón central, en donde un agente los recibió para ver
qué necesitaban.
―Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlos? ―dijo el policía frente al computador,
para ingresar su denuncia.
―Por favor, le pido que se calme un poco y me diga si lo que está informando es
cierto.
―¡No, de órganos! ―exclamó Francisco para apurar al hombre que parecía una
secretaria de biblioteca.
―Un momento, creo que esto lo debe manejar mi superior. ―El policía se puso de
pie―. Por favor, síganme. ―Les pidió y luego caminaron hasta el final de un pasillo,
en el primer piso del edificio―. Denme un momento, señores, esto puede ser delicado
y será él quien vea su caso ―advirtió, antes de entrar en la oficina.
―Señores, por favor vengan conmigo a un sitio más seguro ―pidió el hombre,
dejando atrás al encargado de la recepción. Lo siguieron en silencio, hasta la sala que
estaba casi al final del lugar―. Pasen, muchachos, y díganme qué diablos es eso que
andan diciendo. ―Les indicó que se sentaran en un viejo sillón que había junto a la
pared.
―Nuestros amigos han sido secuestrados por unos traficantes de órganos ―explicó
Alex, fastidiado por la demora.
―Traficantes que trabajan con Abner Ferrada, el pastor de una iglesia ―intervino
Nicky, para apurar las cosas.
―Ya veo, esto sí que es grave ―respondió el gordo policía, acomodándose los
bigotes―. No se muevan, por favor... Vengo enseguida ―pidió, extendiendo sus
manos para que los muchachos no se fueran de donde estaban.
―¡Pero no hay tiempo que perder! ―exclamó Francisco, justo cuando el policía salió y
cerró la puerta con fuerza. Escucharon la cerradura y se pusieron de pie sin creer lo
que pasaba.
―¡Hey, abre la puerta, gordo infeliz! ―gritó Alex, moviendo la manilla sin conseguir
abrirla.
―El señor Betancourt me pagará mucho dinero por salvarle el trasero ―pensó el
policía, en voz alta, frotándose las manos, mientras se alejaba del lugar en donde
había dejado encerrados a los jóvenes.
Apartado Para Lectores !
Hola!
Sé que no es la típica historia de amor, pero esa era mi idea desde un principio, es
por eso que Gabriel siempre ha sido un personaje complejo con muchos conflictos
internos. He intentado (espero estar logrando esto) plasmar esa disyuntiva que existe
en muchas religiones en donde las personas homosexuales siguen siendo
discriminadas y tratadas como seres pecaminosos e indignos que no debiesen existir,
sin embargo en TODAS las religiones han existido...existen y existirán gays,
lesbianas, bisexuales, etc...Es Normal! Es Natural aunque ellos pretendan decir otra
cosa. Es por eso que el problema inicial de la historia parte con la llegada de un
adolescente gay a la casa del pastor y se encuentra con el hombre que despierta en él
un sin fin de sentimientos y esto es mutuo, pero Gabriel tiene esos tintes que poseen
muchos cristianos reprimidos y obviamente está la parte de ficción que agregué para
darle una trama aún más interesante que es el negocio que oculta el pastor ( aunque
a veces no es ficción que hacen este tipo de truculencias) y escogí que fuese Tráfico
de órganos, pues aunque no lo crean es una triste realidad que existe en el mundo;
es tan turbio y tan terrible que es casi un mito urbano, pero si buscan en internet
verán que hay artículos muy confiables en donde se habla este tema, existe gente
que por falta de dinero vende algún órgano y hay países en donde los niños son las
principales víctimas de esta gente sin escrúpulos. Esa es la razón por la que esta
dulce historia de amor se fue tornando cada vez más oscura y tengo a varios
sufriendo! jejejej...( risa malévola)
Hice este apartado y probablemente haga más y es para que ustedes aquí me dejen
sus impresiones ( además de las que dejan en cada capítulo)...pueden preguntar algo
sobre algún personaje puntual, algún hecho, no sé! lo que gusten yo se los
responderé. Sobre Corina? tranquilos, falta poquito y es el turno de esta recatada
mujer...! Y Spoiler?...No señores!! =)
Se inicia el plan
―¡Cálmate, hermano! ―Felipe saltó por la cama y fue hacia donde su amigo, bajo la
atenta mirada de Gabriel―. No caigas en su juego ―le dijo, poniéndose frente a él―.
Esta mierda es un cobarde y debe estar armado. ―Tenía sus manos sujetando su
cara, para que Julián le prestara atención―. Yo también quiero partirle la cara, pero
no estamos en las mismas condiciones... ―dijo mientras miraba a su amigo para
calmarlo.
―¡Hazle caso a tu amigo! ―Gabriel estaba parado a corta distancia, con arrogancia―.
Tiene razón. De un solo tiro puedo enviarte al otro mundo. ―Sonreía, con una mano
tocando su bolsillo para que notaran que estaba armado.
―¡Eres una mierda! ―Felipe volteó a verlo, enfurecido―. No puedo creer que alguna
vez te admiré por ser tan buen deportista. ―Sentía impotencia no de poder hacer
algo.
―Pipe... Si supieras cuántas veces te miré en las duchas después de los partidos
―confesó Gabriel, soltando un suspiro para incomodarlo.
―¡No! ―gritó Camila, interponiéndose entre ellos. Gabriel, sin dudarlo, aprovechó de
tomarla por el cabello y atraerla con fuerza hacia él.
―Gabo... No sigas te lo suplico. ―Boris se acercó a él, sin miedo―. Ya, déjalos en
paz. Es a mí a quién necesitan. ―Llevó sus manos hacia adelante, para calmar el
ambiente tenso.
―Les queda muy poco para estorbarme ―afirmó Gabriel, con los ojos encendidos en
ira―. Cuenten sus horas y le podrán hacer compañía a su profesora en el otro
mundo―. Sonaba lleno de maldad, en tanto sostenía con más fuerza el cabello de la
chica―. ¡Aprovechen sus últimas horas! ―exclamó, dejando caer a Camila junto a él.
Luego Boris la recogió y la llevó hasta la cama, para contenerla con su novio.
―¿Mataron a nuestra profesora? ―le preguntó Julián, impactado―. Esa noche ella
quedó aquí... ―dijo cuando recordó aquel instante en que dejaron a Luisa en la
bodega.
―No lo sé... Puede ser... Quién sabe ―respondió Gabriel, caminando en dirección a la
escalera―. Y es mejor que coman a no ser que prefieran morir de hambre y
ahorrarme el trabajo. ―Sonrió desde el primer peldaño―. Y tú, ¿qué miras tanto? Se
detuvo a ver a Serena, que había estado casi todo el rato desde un rincón,
observando sin reaccionar.
―Ridículo, no me hagas perder más tiempo. ―Gabriel la miró con desprecio y salió
del lugar sin nada más que agregar.
―¡Dime que aún no pierdo mi estilo! ―pidió Serena a su amiga Koka, mientras
recogía sus tacones del piso y se iba hacia donde estaban los demás reunidos.
Gabriel salió del hogar a toda prisa y se fue hacia la casona Ferrada para acordar los
detalles de cómo deshacerse de todos los estorbos con Abner. Llegó donde el pastor
lo esperaba y, al bajar del auto, se dio cuenta de que había un lujoso vehículo negro
en la salida de la casona. Se bajó a toda prisa y entró casi corriendo. Juana casi no
tuvo tiempo de saludarlo al cruzar la puerta y se fue en dirección a la oficina. Allí
estaba Armín, sentado frente al pastor.
―Don Armín... ¿Usted aquí? ―Gabriel se acercó, dudoso de ver al hombre en la casa,
ya que había estado él hacía poco tiempo afinando los detalles.
―Así es... Aquí me tienes otra vez frente a ti. ―Armín se acomodó en el sillón―.
Desearía no estarlo, pero... ―Su mirada no era severa como siempre―. Helena está
en la clínica ―informó, con amargura.
―¡No digas tonteras, muchacho! ―El Anciano se puso de pie―. Si esto es lo que iba a
suceder y a ti te conviene ―auguró, acomodando su corbata ―. Ha llegado el
momento de concretar el negocio pactado... ―Se acercó a Gabriel que permanecía
atento.
―Helena no está bien y le han dado setenta y dos horas para conseguir un trasplante.
―Los ojos de Armín se pusieron vidriosos―. Necesita ese corazón urgente y ustedes
me lo tiene que entregar. ―Apuntaba al pastor, como dando una clara orden.
―¡Don Armín, qué sorpresa verlo! ―exclamó Corina sorprendida desde la cocina.
Estaba sentada leyendo unos Salmos.
―Claro que sí, usted sabe que siempre ha sido bienvenido en nuestra casa. ―Corina
se puso de pie para ir a saludar al hombre, pero este estiró su brazo en señal para
que no avanzara más.
―Eso sería cuando vivían tus padres, mis grandes amigos, pero esas palabras no me
las creo de tu boca. ―Armín la observaba con desprecio.
―Yo he olvidado eso... El Señor me ha limpiado de cualquier pecado. Soy una mujer
digna de su presencia ―contestó la mujer, afligida y sonrojada. No se atrevía a verlo
a los ojos.
―¡Cállate! ―exclamó el hombre con enfado―. ¡Eso díselo a quién no sepa lo que
hiciste! ―La tomó de un brazo y la sacudió como un papel―. ¡Nunca te voy a
perdonar y mi esposa menos! ¡Eres una mujerzuela! ―La soltó, dejándola caer sobre
la mesa, Juana entró corriendo para socorrerla, ya que casi se desvanecía por el mal
rato―. Pensaste que yo no lo sabía... ¡Te diré todo lo que sé de ti, mojigata! ―dijo y
se abalanzó sobre ella para enfrentarla, mientras la empleada intentaba echarle aire
con la biblia que había cerca.
El pasado de Corina
―¡Qué tonteras dices! ―Su madre apagó la radio―. No deberías comportarte así,
eres la hija del pastor y debes dar el ejemplo ―regañaba detrás de su hija, que
parecía no estar prestándole la menor atención.
―¡Ya! ¡Está bien! ―Corina tomó unas monedas que tenía sobre su cama y las metió a
su bolsillo―. Pero ahora no tengo tiempo para eso. Voy a una fiesta con mis amigas.
―Caminaba de prisa hacia la puerta.
Corina salió rauda de la casona y se fue a casa de una de sus amigas del colegio, con
la cual se juntaban a bailar e imitar a sus cantantes favoritas. Algunas veces hacían
fiestas y eran bastante populares entre los chicos de su edad, que las pretendían por
ser tan osadas.
―¡Amiga, toma un poco de esto, está muy bueno! ―invitó Laura, su mejor amiga,
estirando su brazo para pasarle la botella de vino barato que estaba bebiendo.
―¡Hay mucha gente! ―exclamó Corina, luego de probar un sorbo de vino. Parecía
extasiada con el ambiente festivo.
―¡Y mira quién está allí! ―Laura le indicó para que mirara un poco más allá.
El corazón de Corina se aceleró al verlo. Allí estaba el apuesto chico de ojos verdes,
con su guitarra, apoyado en una pared sacando unos acordes. Era la tercera vez que
lo veía y aún no se atrevía a decirle nada. Su amiga se puso de pie y la alentó para
que se acercara a conversarle. Corina, sin dudarlo, fue con timidez hasta donde se
encontraba aquel muchacho. Se paró frente a él, quien parecía ignorar su presencia.
―¡Hola! ―le dijo Corina, coqueta―. ¡Qué linda tu guitarra! ―Se acomodaba el pelo
con nerviosismo.
―Hola. Pensé que nunca me hablaría la hija del pastor ―respondió el muchacho,
dejando el instrumento a un costado.
―¿Cómo sabes quién soy? ―respondió ella, más nerviosa de lo que estaba al ver esos
ojos hermosos prestarle atención.
―Mi padre trabaja con el tuyo, pero no te has dado cuenta... Te llamas Corina. ―El
muchacho sonrió e hizo que la joven se desvaneciera por dentro.
―¡Sí, soy yo! ―exclamó, sonando algo ridícula―. ¿Cómo te llamas? ―atinó a decir,
presa de los nervios.
―Me llamo David ―se acercó y le dio un beso en la mejilla ―. David Jesús. ―Se
quedó parado, sonriendo frente a la joven que no reaccionaba.
Con el tiempo comenzaron a salir, sin comprometerse, porque Corina estaba en una
etapa de su juventud en la cual disfrutaba de las fiestas y el descontrol, a pesar de
que sus padres insistían en pedirle que diera el ejemplo y no manchara el apellido de
la familia. Nada de eso le importaba y cada vez que podía se escapaba con su amiga
y los muchachos del grupo.
En algunas ocasiones se encontraba con David, que tenía diecisiete años al igual que
ella, solo que él no estaba de acuerdo con los excesos y cada vez estaba sintiendo
cosas más profundas por la joven. Fue con ella con quien tuvo su primera vez,
después de una de las tantas fiestas que se hacían en aquel viejo galpón.
Para Corina, esto no tenía mayor importancia, pues era sabido que, por lo general, se
iba con diferentes chicos a pasar la noche tras las borracheras. Esto llegó a oídos de
David, quien, a esas alturas, ya se encontraba enamorado de Corina y comenzó a
entrar en una fuerte depresión al ver que ella solo se divertía con él cuando se le
daba la gana.
Amanda y Pedro decidieron eliminar todo rastro del embarazo y, en conjunto con
Armín, buscaron una mujer que le realizó un aborto a la joven, provocando en ella
daños irreparables que la dejaron estéril. Semanas después la enviaron a terminar el
colegio a un internado cristiano en el sur, mientras que la familia Betancourt decidió
establecerse lejos, comprando un terreno en la cordillera a orillas de un lago, de esta
forma mantendrían a los jóvenes separados.
Sumido en el dolor de haber perdido a la mujer que amaba y al hijo que esperaba, la
frágil mente de David lo fue destruyendo poco a poco, hasta que un día fue
encontrado, colgado en un árbol, por su padre. En su bolsillo tenía una carta dirigida
a Corina, con la cual Betancourt supo que su hijo había aceptado la paternidad solo
por el profundo amor que sentía. Desde entonces, Armín le había guardado odio a
Corina, la cual regresó a su casa un año después.
Con el pasar del tiempo, la joven se dio cuenta de todo lo que había perdido y, al
saber que ya jamás podría ser madre, la amargura se apoderó de ella y terminó
dejando en el olvido su pasado, encontrando refugio en la religión que le heredaron
sus padres.
Habían pasado ya muchos años de aquello. Las lágrimas no dejaban de caer por su
rostro y sus ojos hinchados ya no daban más al haber recordado su único y verdadero
amor que no supo valorar en su momento. Ahora era una mujer solterona y
amargada que solo encontraba consuelo en las palabras de la biblia. Tomó la foto de
aquel hermoso joven y le dio un beso, luego la puso sobre su pecho con la mirada
triste. Se tendió sobre su cama sin soltarla y se quedó dormida, desconsolada.
Abajo, en la cocina, aún estaba Gabriel sentado, tomándose una taza de té para
pensar bien todo lo que debería hacer en las próximas horas. Miraba el reloj y
escuchaba cómo sonaba el pasar de los segundos, indicándole que, cada vez,
quedaba menos tiempo para terminar con el plan que debía cumplir, para asegurar su
futuro. Se puso de pie, dejó la taza a medio terminar en el lavadero y luego salió de
la casona sin dudarlo. Estaba decidido que ya era la hora de hacer lo que se le había
ordenado. Se subió a su auto y tomo rumbo hacia el Hogar de niños.
El último deseo de Serena
Al llegar al escondite detrás del hogar de niños, Gabriel bajó a toda prisa
hasta la clínica secreta, en donde se encontró con el grupo sentado en el piso. Sus
rostros reflejaban el cansancio por el pasar de las horas en incomodidad. Boris estaba
recostado en el hombro de su novio y jugueteaban con sus manos entrelazadas.
Lucía dormía desde hace mucho rato, tras haber llorado amargamente. Koka y Tati se
acariciaban y, a ratos, reían a pesar del ambiente denso. Felipe y Camila ya casi se
quedaban dormidos, apoyados en la cama por el hambre que tenían y Serena, cada
vez más desastrada en su maquillaje, observaba a Gabriel, que buscaba algunas
cosas del otro lado del vidrio en el quirófano.
La transformista se puso de pie, se acomodó sus tacones, caminó con las pocas
fuerzas que le quedaban y tocó el cristal un par de veces para llamar la atención.
―¡Hey, tú! ―gritó Serena pegada al vidrio, sus compañeros miraban desganados―.
¡Hey, guapito, mírame, por favor! ―insistió sin titubear.
―¿Qué quieres? ―respondió Gabriel, seco, metiendo unos sobres en una maleta
negra―. ¡No tengo tiempo para tus cosas! ―Ni siquiera la veía.
―¡Dime desde ahí lo que quieras! ¡No me interesa hablar contigo! ―Gabriel cerró su
maleta y la metió en un cajón.
―¡Tengo una oferta para ti! ―exclamó Serena, sonriente―. ¡Solo un minuto!
―suplicó con sus manos juntas.
―Si así me libro de ti, te daré ese minuto... ―dijo Gabriel, entre dientes, y caminó
hasta la puerta para que pasara―. ¡Pasa y dime rápido lo que tengas que decirme!
―ordenó, al tiempo que la transformista se metía al quirófano.
―¿Qué? ―respondió Gabriel, atónito―. ¿Y yo por qué debería hacer eso? ―La miró
de arriba a abajo.
―¡Pues porque eres hombre y les gusta poner su cosita en cualquier parte! ―Serena
llevó sus manos a la cintura―. Y mi último deseo es estar con un hombre fuerte y
guapo... No te arrepentirás. ―Le guiñó un ojo, coqueta.
―Así es que ese es tu último deseo antes de que te envíe al otro mundo ―comentó el
joven, de modo insinuante―. No me vendría mal un buen rato entre tanta tensión.
―Se le acercó con lentitud.
―Quiero ver lo que sabes hacer, guapito ―desafió Serena, acercándose a su cuello
luego de cerrar la puerta.
―Qué rudo... Te vas directo a la acción ―gimió, al tiempo que Gabriel le intentaba
quitar la ropa―. Antes, quiero que mis labios prueben lo que tienes ahí. ―Serena se
dio vuelta con fuerza y llevó una de sus manos hasta la entrepierna de Gabriel―. Veo
que estás listo. ―Sonrió y bajó con lentitud, abrió el pantalón del joven y, sin
dudarlo, comenzó a hacerle sexo oral.
Gabriel sintió un enorme placer y fue como un relajo entre tanta tensión. Cerró sus
ojos y se dejó llevar por los encantos de Serena.
―Ya quiero hacértelo ―murmuró Gabriel, entre gemidos.
Lo empujó con suavidad sobre el inodoro, donde quedó sentado con los pantalones
abajo. Serena se acercó, lista para posarse sobre él con sus piernas separadas, le
sonrió con picardía y le propinó un certero golpe de puño en un ojo que lo hizo caer al
suelo. De inmediato le dio una patada en la entrepierna, que lo dejó sin aliento y
retorciéndose en el suelo.
―¡Caíste, imbécil! ―gritó Serena, mientras abría la puerta. Sus amigos estaban
afuera esperando para ayudarla.
―¡Lo hiciste! ―exclamó Tati, viendo a Serena, que salía corriendo con las llaves que
le había robado, astutamente, en la mano.
―¡Esta mierda se merece una despedida! ―Felipe se metió al baño al ver a Gabriel
retorcerse en el piso―. ¡Ustedes, corran! ―ordenó y se lanzó a darle golpes sin
descanso, al tiempo que sus amigos huían por la escalera.
―¡Ya, déjalo, Pipe! ―Julián lo estaba esperando y lo sacó a tirones del baño―. ¡Hay
que escapar! ―le dijo, sin mirar atrás. Tenían tiempo, antes de que Gabriel se
incorporara.
Abrieron el portón del recinto y, uno a uno, fueron saliendo de su encierro hacia la
calle, agitados y usando las últimas energías que les quedaban. Habían planeado
entre todos la forma de engañar a Gabriel, y resultó ser Serena quien tuvo la mejor
idea. Camila y Felipe se abrazaron al verse libres, esperaban la salida de Boris y
Julián que ya venían cerca del portón, cuando se escuchó un disparo desde adentro.
Gabriel venía desde el patio trasero, desastrado por los golpes. Apuntaba con un
revólver y había herido a Julián en una pierna.
―¡Huyan! ―gritó el muchacho, herido desde el suelo para evitar que los encerraran
de nuevo―. ¡Corran, por favor! ―ordenó, tomándose la pierna que sangraba. Sus
amigos comenzaron a correr, ya que ahora podrían ir a pedir ayuda.
―Huye, mi amor, por favor ―suplicó Julián a su novio, para que aprovechara el
momento.
―No, mi vida, yo no te voy a dejar solo ―respondió Boris, con los ojos llorosos,
tocando con cuidado la herida.
―Esto les saldrá caro ―advirtió Gabriel ya al lado de ellos―. ¡Ayúdalo y llévalo otra
vez a la bodega! ―ordenó a Boris apuntándolo con el arma―. ¡Caminen! ―exclamó,
exaltado. Tenía un ojo enrojecido y una herida cerca del labio.
―Tranquilo, amor, creo que solo me rozó la pierna, pero arde mucho. ―Julián iba
apoyado de un hombro de Boris.
Los llevó otra vez hasta el lugar donde los había tenido todo el tiempo encerrados.
Julián se tendió en la cama en tanto su novio, con una sábana, le presionaba para
que no sangrara más.
Julián y Boris se abrazaron por un largo rato, luego revisaron la herida y la lavaron en
el baño. Utilizaron un trozo de sábana para vendar la pierna. Lamentaban no tener
acceso al otro lado en donde, de seguro, tenían elementos para limpiar. Al menos,
solo había sido el roce de la bala.
―No, mi vida, de aquí no me voy sin ti... Te amo ―respondió Boris con dulzura. Lo
besó para tranquilizarlo. Se acomodaron sobre la cama, abrazados, esperando que
vinieran por ellos.
Mientras tanto, sus amigos corrieron desesperados por ayuda y fueron directo a la
estación de policías, en donde fueron recibidos por el encargado que estaba junto al
recepcionista. Era el hombre gordo y con bigotes que estaba comiendo un hot dog
con bastante apetito, cuando ingresaron corriendo y en mal estado.
―¡Qué les ha pasado! ―preguntó el policía con la boca llena. Miraba a Serena, que
parecía un espantapájaros desarmado.
―¿Dónde ha sido eso? ―el hombre dejó su hot dog sobre el mesón y les prestó
atención.
―Por favor, debe ayudarnos ―suplicó Lucía, que estaba junto a Koka y Tati.
Lo siguieron sin saber que les esperaba lo mismo que a Alex, Nicky y Francisco. En
efecto, los condujo hasta el mismo lugar en donde los dejó encerrados, para que no
estorbaran en los planes del señor Betancourt.
La decisión de Marta
―¡Más te vale que no digas nada! ―El pastor la tomó de un brazo y la acorraló contra
la pared―. ¡Es mejor que te calles, porque ya he tenido muchos problemas y no sería
bueno que mi esposa me causara otro! ―ordenó, furioso, mirándola a los ojos.
―Prefiero que me maten a ser parte de algo tan bajo y asqueroso ―respondió, entre
sollozos―. Yo creo en Dios de corazón y tú has jugado con la gente de manera ruin.
Prefiero morir que estar casada con un traficante. ―La mujer lloraba a mares, sin
poder moverse por la fuerza de su esposo―. Eres una basura, Abner. ―Alcanzó a
decir, cuando escucharon unos pasos cerca de la escalera.
―¡Tú no te metas en mis asuntos, Corina! ―le gritó el pastor, soltando a su esposa al
ver que no estaban solos.
―¿Es verdad todo lo que dijo Marta sobre tus negocios con los niños del hogar?
―preguntó Corina, estupefacta.
―¡Dime que todo es mentira, por el amor de Dios! ―exclamó Corina, llorando. Sus
manos temblaban y ni siquiera Juana podía contenerla.
―Ustedes no merecen que las incriminen en nada, porque no son parte de esto, así
que me voy ―respondió Abner, desorientado―. Me temo que esto ya se escapa de mi
control y nada bueno va a suceder ―agregó, pensando en voz alta, ante la mirada de
su hermana y la empleada que permanecían abrazadas, en la mitad del pasillo―. Las
amo... ―dijo, dedicándoles una última mirada y luego salió de la casa sin un rumbo
claro.
―Mi niña y ahora... ¿Qué va a pasar con nosotras? ―preguntó la empleada, secando
las lágrimas de su rostro.
―No lo sé, Juana... Siento que estoy desamparada ―respondió Corina, acongojada y
con la mirada perdida.
Mientras tanto, Marta se dirigía hasta las oficinas del periódico de la ciudad en donde
tenía unos amigos. Sabía que ya no podía ir a la policía sin compañía o, de lo
contrario, terminaría encerrada en un calabozo. Se armó de valor y les contó todo lo
que estaba sucediendo para que pudieran ayudarla a enfrentarse con el encargado de
la policía que era cómplice de Betancourt en el negocio de tráfico.
Estuvo un largo rato conversando con sus amigos periodistas, a quienes se les hizo
interesante la historia para hacer un extenso reportaje que sería la noticia impacto del
año a nivel nacional. Decidieron acompañarla hasta la estación de policías, donde
pidieron hablar solo con el encargado y ahora, frente a las cámaras que traían para
que no intentara hacer nada en su contra.
Algunos de los policías presentes observaban el alboroto que traían con las cámaras y
un pequeño tumulto de periodistas ya se había agolpado en la salida del edificio.
Habían avisado a otros medios de prensa lo que estaba sucediendo.
―¡Vengo a exigirte que liberes a los jóvenes que encerraste! ―exclamó Marta, frente
al hombre regordete que hacía unas horas había estado en la casona.
―Soy la esposa de Abner Ferrada y sé que eres su cómplice en esa red de tráfico de
órganos a la que pertenece ―acusó la mujer, mientras las cámaras fotografiaban al
sorprendido e incómodo policía―. ¡Libera a los jóvenes que encerraste en el calabozo
sin tener ni un delito que pagar! ―finalizó, apuntándolo. Todos los periodistas se
fueron sobre él con preguntas que no sabía cómo responder.
―Creo que hay alguien que sí debe ser encerrado en este lugar ―opinó un policía
joven, que se acercó hasta el tumulto, mirando a su jefe. Otro de sus compañeros lo
acompañaba―. El jefe tiene que dar muchas explicaciones, parece ―intervino,
esposando al que había sido su jefe por muchos años y ahora refunfuñaba, insistiendo
que no era culpable de nada.
―¡Yo no hice nada! ¡Lo juro! ―gritaba el jefe de policías a tirones. Era casi arrastrado
por el pasillo, ante la mirada atenta de la prensa.
―¡Buscaremos a esos jóvenes! ―dijo uno de los policías a Marta, quien permanecía
intranquila junto al grupo de periodistas, con la esperanza de liberarlos y encontrar a
Boris. Aún no sabía que este se encontraba en otro lugar y no con sus amigos.
La propuesta de Gabriel
Tras una larga espera en la estación de policías, todos los jóvenes que habían estado
retenidos por el cómplice de Betancourt fueron puestos en libertad frente a toda la
prensa que acompañaba a Marta. Muchos de los periodistas intentaron tomar
declaraciones de alguno de ellos, pero no pudieron, porque antes de salir del recinto,
deberían declarar, junto con la directora del colegio, sobre los hechos ocurridos, pues,
el jefe de la policía no había dejado ninguna constancia de los hechos que estaban
ocurriendo en el Hogar de niños.
Uno a uno, dieron sus declaraciones a los diferentes policías que se asignaron al caso.
Cada detalle fue registrado y comenzarían en breve a preparar un operativo, para
acabar lo más pronto posible con esa peligrosa red de tráfico de órganos. Durante
todo el proceso, lo que más comenzaba a preocupar en ese instante era que tanto
Boris como Julián se encontraban retenidos por Gabriel y ya sabían cuáles eran los
planes que se tenían para el hijo de Abner.
Paralelo al tiempo en que todo este grupo relataba lo sucedido, en el subterráneo del
hogar, Gabriel acababa de recibir un mensaje del pastor, en el cual le informaba
sobre la posibilidad de que Marta los delatara. Después de eso, Gabriel no pudo
comunicarse con el celular de Abner, quien al parecer lo habría apagado. Sin perder
más tiempo, cerró la compuerta del piso desde abajo para que no pudiese ingresar
nadie si es que venían en busca de los jóvenes.
―Es mejor que me acompañes, si no quieres que lo elimine en este mismo momento.
―Gabriel dio un paso más cerca y su mirada severa daba cuenta de que hablaba en
serio.
―¿Qué quieres? ―Boris se sentó de mala gana―. Puedes decir lo que sea frente a mi
novio. ―Ni siquiera lo miraba.
―¡No me hagas perder tiempo! ―Gabriel lo tiró de un brazo con fuerza y lo sacó de la
cama―. ¡No me hagas un berrinche y ven conmigo! ―Lo llevaba casi arrastrando.
―¡Déjalo en paz! ―le gritó Julián, con las pocas fuerzas que le quedaban. Quiso bajar
de la cama, pero cayó al sentir el dolor en su pierna.
―¡No te muevas! ―le suplicó Boris al verlo caer, en su intento por ayudarlo―. No te
muevas, mi amor ―volvió a decir, llorando de impotencia.
―¡Ya, cállate, y deja a ese mocoso! ―insistió Gabriel al tiempo que entraban al
quirófano, en donde lo empujó para poder cerrar la puerta. Luego presionó un
interruptor y las persianas se cerraron para que Julián no pudiese ver desde el otro
lado.
―¿Qué haces? ―Boris temblaba en el piso, asustado―. ¿Por qué has cerrado todo?
―Miraba en todas direcciones, buscando otra salida.
―Tú estás loco... ¿Qué pretendes? ―Boris secaba las lágrimas de su rostro y lo veía,
desconcertado.
―Sé que no soy la persona más buena de este mundo y que debes pensar lo peor de
mí. ―Gabriel puso una silla frente a él y se sentó―. No te culpo, he hecho cosas
terribles que desearía olvidar. ―Quiso tomarle una mano, pero Boris lo esquivó―.
Solo hay algo en este mundo que ha sido realmente puro en mi vida. ―Respiró
profundo ―. Tú eres la única persona que, en verdad, he amado ―reveló, con la
mirada fija en los ojos del muchacho, que permanecía impávido.
Del otro lado del vidrio, Julián golpeaba, desesperado, por saber que sucedía. Había
sacado fuerzas para sostenerse y ayudar a su novio.
―Lo sé, Boris. No pido que me creas, solo que me escuches un momento ―Gabriel
sonaba sincero y el muchacho continuaba incrédulo, mirando el suelo para no tener
contacto visual con él―. Siempre he andado por la vida haciendo cosas por interés,
por conseguir mis metas y no ser pobre como cuando era niño, pero cuando
apareciste tú, fue todo diferente. ―Tomó la mano de Boris por la fuerza―. Esa
mañana entré en la habitación y te vi por primera vez... Durmiendo ―recordaba con
emoción―. Parecías un ángel, no quise despertarte, hasta que, al salir de la ducha, vi
tus ojitos por primera vez y fue mi perdición, porque mientras más luchaba por evadir
mis sentimientos, más me fui enamorando de ti, de tu aroma, tus ojos, tus palabras.
―Sus ojos estaban vidriosos―. ¡Me volví loco por tu cuerpo y terminé deseándote!
―exclamó, angustiado―. Yo te amo, como jamás lo hice y haría lo que fuera para
que todo fuese diferente ―sollozó, al desahogar su alma.
―Creo que ya es demasiado tarde, nunca me lo dijiste y terminaste por enterrar todo
lo que yo sentía por ti ―dijo Boris, sin poder soltarle la mano, sintiendo todo el
nerviosismo de Gabriel―. Además, solo me has usado igual que mi padre para sus
putos planes ―añadió con resignación.
―Aun así, seguiste con tus planes. ―Boris sintió que le clavaban una cuchilla en el
corazón, al escuchar por primera vez a Gabriel, siendo tan sincero―. No te importé y
continuaste haciendo daño ―recriminó―. Yo por ti sí sentí cosas hermosas y te lo
perdiste por tanta maldad. Ahora amo a una persona que de verdad me quiere, me
protege y hace lo imposible por verme feliz ―dijo de forma tajante.
―¡No sigas!... ¡Yo no te amo! ―gritó Boris, asustado―. ¡Es imposible! ―agregó,
intentando soltarse de las manos de Gabriel.
―Yo sé que me amas y estás confundido. ―Gabriel intentaba tomarle la cara para
que el muchacho lo viera a los ojos―. Podemos irnos lejos... Me llevé todo el dinero
que guardaban aquí, en una maleta, y lo tengo escondido en la iglesia... Podemos ser
felices juntos ―suplicó, cada vez más desesperado y con una mirada que poco a poco
se tornaba más desquiciada.
―¡No, yo te amo y podemos irnos lejos y ser felices! ―Gabriel se fue encima de él y
cayeron al piso en una angustiante lucha, ya que deseaba besar otra vez a Boris―.
¡Nos iremos!... ¡Yo puedo conseguirle a Betancourt lo que necesita por otro lado!
―planificó, fuera de sí, y cada vez más cerca de los labios del adolescente.
―¡Loco de mierda! ―exclamó Boris, al tiempo que atinó a darle un duro cabezazo en
la nariz, lo que le dio tiempo de soltarse y correr hasta una esquina del quirófano, aún
sin salida―. ¡Acaba con esto ya! ―suplicó, angustiado.
―Boris... Es la última vez que te lo repito ―insistió Gabriel, poniéndose de pie, con la
nariz sangrando―. ¿Te escapas conmigo y me das una oportunidad? ―preguntó,
desde la mitad del quirófano, con la esperanza de hacerlo cambiar de opinión.
―¡No! ―exclamó Boris, desde lo profundo de su alma, en una mezcla de dolor e ira.
Gabriel al ver la negativa del muchacho, sintió que todo su esfuerzo había sido en
vano, el único que lo había hecho sentir amor ahora lo despreciaba y las sombras de
su interior otra vez se comenzaron a apoderar de él. Se dejó caer de rodillas ante la
mirada desconcertada de Boris, luego llevó sus manos a la cara para limpiar sus
lágrimas y la sangre del golpe que había recibido. Por un rato estuvo murmurando lo
que podría ser una oración, parecía tener una lucha interna con sus emociones y
culpas. De pronto, escucharon ruidos sobre ellos y Julián comenzó a gritar desde el
otro lado, se oían pasos sobre sus cabezas y las sirenas de la policía, cada vez más
claras, rodeaban el recinto.
Minutos más tarde y con un claro alboroto policial en las afueras del Hogar de niños,
Gabriel ya tenía todo listo para comenzar con la parte final del trato que había hecho
con Betancourt y, al parecer, tenía bien pensado qué hacer para no ser capturado.
―Debo insistir en que mi amor por ti fue sincero ―explicó, justo antes de arrancarle
la camiseta al muchacho.
―Siempre serás la persona que más amé en este mundo. ―Gabriel sostenía la
mascarilla que adormecería a Boris. Su rostro estaba sudoroso y sus manos
temblaban, como jamás le había sucedido en un procedimiento quirúrgico―. Respira
y no seas débil ―pensaba en voz alta, reforzando su confianza―. No hay tiempo que
perder. ―Acercó la mascarilla cerca de la cara del joven.
Caminó de un lado a otro, desesperado al ver que no podía tocar a Boris. Tenía el
tiempo en contra.
Se acercó a la camilla, tembloroso y con los ojos inundados en lágrimas. Ahí tenía,
frente a él, a ese dulce joven que un día lo hizo sentir emociones que ya había
decidido dejar en el olvido. Estaba inmóvil por el golpe que le había dado, con su
torso al desnudo, esperando que Gabriel se atreviera a arrancar el corazón de su
pecho. Llevó una de sus manos hasta él y pudo sentir la calidez de su cuerpo otra
vez, sus dedos se deslizaron con sutileza por el abdomen de Boris y fue subiendo
hasta su pecho, en donde se detuvo y acercó su rostro hasta él, sintiendo su
respiración y el aroma de sus labios, tal como lo recordaba. Se estremeció y no pudo
contener sus deseos de besarlo, sin importarle que ahora no era correspondido.
Era la policía, que intentaba solucionar el problema de la manera más pacífica posible.
Le solicitaban que liberara a los jóvenes que tenía encerrados y todo podría ser más
fácil para él.
―¡Deben asegurarme de que no iré preso! ―gritó Gabriel, descontrolado―. ¡Me
dejarán salir con uno de ellos en mi poder! ―ordenó a la persona que estaba en
contacto con él―. ¡Cuando yo suba, me tendrán un vehículo listo para que pueda
irme, de lo contrario, mataré al que vaya conmigo! ―finalizó y colgó la llamada.
Respiraba agitado y murmuraba las oraciones que repitió durante años en la iglesia.
Sentía que sería perdonado por los pecados cometidos si clamaba con fervor. Algo en
su mente le hacía percibir de manera distorsionada su relación con la divinidad, hasta
parecía sentirse un ser superior. En medio de sus plegarias, sintió que Boris se estaba
despertando y comenzaba a jalar las amarras que tenía.
―Suéltame ―murmuró Boris, moviendo sus extremidades con la mínima fuerza que
tenía al despertar del golpe.
―¡Julián, sácame de aquí! ―exclamó Boris, ya despierto del todo. Del otro lado de la
puerta estaba su novio, sentado en el suelo llorando desconsolado al no saber qué
estaba sucediendo en el quirófano.
―Shhh. Silencio, pequeñín. ―Gabriel se acercaba con su dedo índice en la boca, para
que dejara de gritar―. El Señor quiere que estemos juntos y nos iremos muy lejos.
―Sonaba fuera de sí. Se puso otra vez al costado de la camilla y lo contempló de
manera siniestra. Sus ojos provocaban temor en Boris―. Te voy a soltar y nos iremos
de aquí, no debes intentar nada para que todo salga a la perfección ―indicaba,
mientras soltaba las amarras del muchacho.
Se besaron apasionadamente.
―¡Ya basta de besos, que no soporto verlos juntos! ―intervino Gabriel con furia―.
¡Me llevaré a Boris bien lejos! ―gritó, al tiempo que los separaba.
―Sí, lo harás, porque yo decidí salvarte. ―Gabriel caminó hasta donde había lanzado
a Julián, quien cojeaba por su herida―. ¡Tú no serás el donante, pero sí lo será este
mocoso inservible! ―exclamó, apuntando al malherido muchacho―. ¡Julián me dará
el corazón que necesito! ―sentenció, justo cuando lo tomó con fuerza de un brazo y
lo arrastró hasta la sala de operaciones, en una desesperada lucha entre los tres.
Boris no iba a permitir que se saliera con la suya y forcejeaba, para evitar que Gabriel
encerrara a su novio. Entre manotazos, tirones y puñetazos, estuvieron un breve
instante, hasta que, en un arranque de ira, Julián fue lanzado hasta el interior del
quirófano, en donde cayó con todo su peso cerca de la camilla.
―¡Déjalo ya! ―gritó Boris con desesperación todavía luchando contra Gabriel, quien
le ganaba en fuerza.
―¡Te dije que serías solo para mí! ―exclamó empujando a su angustiado oponente
hacia un lado, para abrirse paso hacia el interior de la sala.
De todas formas, fue en vano, pues Boris lo alcanzó y no pudo cerrar la puerta como
había planeado.
Otra vez estaban los tres en el mismo lugar, Julián se puso de pie como pudo y se
lanzó con lo que le quedaba de fuerzas hacia Gabriel, para defender a su novio y
poder escapar. Iban de un lado a otro, tirando todo lo que estaba a su paso. Desde la
camilla hasta todo el arsenal quirúrgico, que había sido regado por el suelo.
―¡Tú no saldrás de aquí! ―gritó Gabriel, tirado en el piso, tomó un bisturí que había
caído del estante y se abalanzó, trastornado por la ira hacia Julián, quién no logró
esquivar la certera estocada en su vientre, ante la consternada mirada de su novio.
Boris, antes de caer de rodillas a su lado, vio cómo le propinaban una nueva
puñalada, con más fuerza y odio que la anterior.
Los ojos de Julián se tornaron vidriosos. Llevó sus manos hasta su abdomen, de
donde corría gran cantidad de sangre; se desplomó en el piso con la respiración
agitada. Gabriel, aún con el bisturí ensangrentado en la mano y una sonrisa
desquiciada, salió corriendo hasta la otra sala, riendo como si estuviera dichoso de
haber herido al joven. Boris, aterrado al ver a Julián tirado en el suelo, se acomodó
junto a él para poder ayudarle, pero nada podía frenar la hemorragia de las heridas
causadas.
―¡Amor, resiste, por favor! ―suplicó Boris, poniéndolo sobre sus piernas y
aferrándose a él con fuerzas. La sangre se esparcía por el piso.
―No estés triste, mi amor... ―Julián acariciaba el rostro de su novio, que lloraba
desconsolado―. Yo sé que tú vas a vivir y serás muy feliz como lo soñamos
―balbuceaba en medio de su dolor―. Mereces ser feliz, mi hermoso Boris ―dijo y
esbozó una temblorosa sonrisa.
―¡No mi amor, no me dejes solito, te lo ruego! ―imploraba Boris, que sentía que se
le desgarraba el corazón.
―Gracias por enseñarme el amor verdadero. ―Julián respiraba cada vez más débil y
su mirada estaba fija en los ojos de Boris―. Te amo ―dijo en un susurro y luego dio
su último aliento de vida en los brazos de su amor, quién soltó un desgarrador grito al
verlo morir.
―¡No me dejes, por favor! ―estuvo repitiendo Boris por un largo rato, con el cuerpo
sin vida entre sus brazos.
Por un momento hubo un silencio abrumador, parecía que no había nadie más en
aquel lugar.
―¡Hora de irnos de aquí! ―Se escuchó gritar desde el otro lado a Gabriel quien, al no
tener una respuesta, no tuvo más opción que acercarse hasta la puerta para insistir.
Contempló el cuerpo sin vida de Julián, tendido en el suelo junto a Boris, sobre un
charco de sangre―. ¡Vamos, ya no podemos esperar más para irnos! ―ordenó con
frialdad al devastado muchacho.
―Te amo, mi vida ―dijo Boris, justo antes de inclinarse sobre el cuerpo de su novio y
besarlo para despedirse. Las lágrimas empapaban su rostro. Se puso de pie, sintiendo
deseos de morir ahí mismo, pero Gabriel lo tomó del brazo y le ordenó que no
intentara escapar. A esas alturas ya no tenía fuerzas ni deseos de hacer nada, solo se
movía porque el desquiciado hombre lo jalaba, subiendo la escalera. Arriba se
escuchaba que había personas abriendo paso, tal y como Gabriel solicitó por el
teléfono. No quería a nadie cerca o mataría a Boris. Todos pensaban que Julián
estaba con vida, encerrado abajo y eso le daría tiempo para mantenerlos distraídos
un momento.
Media hora más tarde y seguidos por unas patrullas, Gabriel logró abrirse paso en el
estacionamiento de la iglesia. Sacó su revólver y bajó junto con Boris, quien
caminaba por inercia. Su mente permanecía con la imagen de Julián, muerto en sus
brazos. Sentía un vacío que desde la partida de su madre no había experimentado.
―¿Julián? ―se escuchó decir a Boris, con un hilo de voz muy débil.
―¡No está! ―recibió por respuesta―. ¡Se fue! ¡Yo lo eliminé! ―presumió con
satisfacción y una risa macabra―. Ahora solo estamos los dos para ser felices.
―Gabriel continuaba buscando entre los muebles.
―¿Crees que podamos ser felices después de todo? ―preguntó Boris, temeroso.
―¡Sí, claro! ―respondió y se fue de prisa hacia el joven, que permanecía estático en
un rincón de la bodega―. ¡El Señor nos ayudará a retomar el camino! ―Sus
desorbitados ojos asustaban cada vez más al muchacho.
―Creo que tienes razón, Gabriel. ―Boris le tocó el rostro con la mano temblorosa―.
El Señor puede perdonarte y darnos la felicidad ―aseveró, esbozando una sonrisa.
―¡Sí! ¿Tú también lo crees? ―El solo roce de los dedos del joven en su cara
provocaron que aumentaran sus deseos de escapar juntos ―. Vamos a estar juntitos
por siempre. ―Se acercó, con lentitud a los labios del inmóvil muchacho y el latir de
sus corazones se aceleró.
―¡Nunca más estaré contigo, enfermo de mierda! ―gritó Boris, sintiendo que la ira lo
consumía desde lo más profundo de su ser. Una patada en la cabeza terminó por
aturdir más aún al descontrolado Gabriel.
Boris se limpió la sangre que tenía en la cara y empezó a buscar algo entre los
muebles, afuera se escuchaba la policía hablar por megáfono al secuestrador,
pidiéndole que liberara al muchacho.
―Ni siquiera esto será suficiente para hacerte pagar por todo lo que has hecho
―aseguró Boris, en el momento en que encendía un cerillo―. ¡Vete al infierno y paga
por la muerte de Julián! ―sentenció enfurecido y lo dejó caer en el suelo.
Afuera no tardaron en darse cuenta de que un incendio había comenzado, por lo que
la policía empezó a movilizarse e hicieron que bomberos concurriera hasta el lugar. La
congregación, que permanecía del otro lado de la calle, al ver cómo su iglesia ardía
comenzaron a orar con los brazos en alto, implorando la misericordia de Dios con el
lugar que ellos consideraban sagrado.
―¡Padre amado! ―exclamó Corina, con las manos en la cabeza, quien acaba de llegar
hasta el lugar―. ¡Señor, ten piedad de tu templo! ―suplicaba, en compañía de otros
hermanos.
―¡Boris! ―gritó Camila, quien lloraba abrazada a su novio en medio del grupo de
amigos que esperaba verlo con vida.
La iglesia estaba casi por completo envuelta en llamas, los bomberos llegaron y
entraron rompiendo todo a su paso. Lo primero que sacaron fue el cuerpo del
adolescente que estaba desmayado junto a la puerta de acceso. Minutos más tarde,
vieron aparecer entre las llamas y el humo a un hombre ardiendo, que cayó a pocos
metros de la salida.
*************************************************************
Tres días después, el cementerio principal de la ciudad estaba repleto de gente que
quería acompañar a la familia del joven Julián, quien había fallecido a manos de unos
de los inescrupulosos miembros de la red de tráfico que se ocultaba en el hogar de
niños. Al menos, así aparecía en casi todos los medios de prensa. La noticia se había
esparcido de forma veloz y todos los macabros sucesos se fueron develando con el
pasar de las horas después del incendio de la iglesia.
―Hoy estamos reunidos aquí para despedir a mi hijo ―expresó con gran dolor el
padre del muchacho, acompañado de su esposa―. Mi hijo ha sido un héroe al
defender con valentía a la persona que más amó en este mundo. Se ha ido, pero
sabemos que siempre vivirá mientras su recuerdo esté en nuestros corazones. ―Su
mirada incrédula contemplaba el ataúd, sobre el cual había un retrato del joven.
―¡Quiero que todos sepan que jamás te voy a olvidar Julián! ―Boris pidió la palabra.
Deseaba despedirse y, a pesar de no estar en las mejores condiciones, alzó la voz
para homenajear a su novio―. Lo que me queda de vida será para honrarte cada día,
para luchar por ser feliz y conseguir mis sueños. Esos sueños que ahora no podré
compartir contigo. ―Se detuvo con un nudo en la garganta―. Aunque sé que siempre
me cuidarás como prometiste y no te defraudaré nunca, haré que, desde donde
estés, te sientas orgulloso de mí. ―Unas lágrimas cayeron por sus mejillas―. Te amo,
Julián, gracias por ser parte de mi vida y espero que algún día nos volvamos a
encontrar... ―Dejó una rosa roja sobre el ataúd e inevitablemente rompió en llanto.
―¡Gracias por brindarme tu amistad, hermano del alma! ―gritó Felipe, abrazado a
Camila, con el corazón destrozado―. Ya nos reuniremos, mi amigo, eres el mejor de
todos ―finalizó, sin poder decir nada más en medio de sollozos.
Uno a uno, los asistentes fueron dejando caer una flor sobre el féretro, que se perdió
en un sinfín de pétalos de diversos colores. Se había ido aquel muchacho rebelde, al
que la vida en muchos momentos trató con crueldad y, a pesar de todo, se dio la
oportunidad de entregarle su corazón a un joven por el cual estuvo dispuesto a todo
con tal de protegerlo. Habían despedido a Julián de este mundo.
Con profundo pesar abandonaron el cementerio. Boris, Felipe y Camila fueron los
últimos en irse, se mantuvieron abrazados durante un largo rato.
Una Nueva Vida
Con el pasar de los días, Boris se fue enterando de todo lo que había sucedido tras el
incendio de la iglesia. Su padre, en un intento por escapar del país, fue capturado por
la policía internacional en la capital. Ahora sería condenado por todos sus crímenes de
la misma manera que lo haría Armín Betancourt.
Gabriel, luego del incendio, fue hospitalizado con graves quemaduras que abarcaron
casi el ochenta y cinco por ciento de su cuerpo. Estaba siendo sometido a decenas de
cirugías para mantenerlo con vida y permanecería conectado a un ventilador. Según
los médicos, su recuperación podría tardar más de un año y jamás volvería a ser el
mismo. Además, si sobrevivía, le esperaba la cárcel de por vida. De momento, estaría
custodiado por policías en el hospital.
Boris jamás dijo nada sobre lo ocurrido en la bodega del templo, solo declaró ante la
justicia que Gabriel habría intentado incendiar el lugar con ambos dentro, en medio
de un ataque de locura, y que él lo golpeó para poder escapar del fuego. Lucía, junto
a su familia, se harían cargo de construir otro templo para que la congregación se
reuniera nuevamente y ya tenía pensado que, si Gabriel sobrevivía, comenzaría los
trámites para divorciarse, pues al igual que Boris, no quería verlo nunca más en su
vida.
―No dejes de ir a visitarnos ―pidió Tati, dando un fuerte abrazo a Boris, el que
estaba acompañado de Camila y Felipe.
―Gracias, amigos, sé que siempre podré contar con ustedes, porque la vida nos ha
unido ―se despidió Boris, con serenidad y gratitud.
―Encontré esto entre las cosas que trajeron de ustedes, de nuestro departamento
―dijo Koka, pasándole un sobre celeste, sin ser vista por los demás que se
abrazaban―. Lo escribió Julián, para ti. ―Sus ojos se llenaron de lágrimas al decir su
nombre.
―¡Trata de seguir adelante con tu vida! ―Era el turno de Alex y sus amigos de
despedirse. Después de unos abrazos, se subieron al autobús que los llevaría de
regreso a sus vidas.
―¡Adiós! ―gritaron Felipe, Camila y Boris desde abajo a todos sus amigos que
partían en aquel bus.
Luego salieron por una de las calles y tomaron un taxi que los llevó hasta una
plazuela cercana, en donde se sentaron en una banca para poder conversar
tranquilos. El día estaba soleado y un suave viento soplaba entre los frondosos
árboles. Intentaban sanar las heridas causadas con la muerte de Julián, nada parecía
darles consuelo. A ratos permanecían en silencio, luego continuaban hablando y a
momentos, trataban de sonreír.
―¡No, claro que no! ―Boris logró sonreír con la cara de su amigo―. Creo que vivirá
en casa de Juana. Esa señora la conoce de niña y no iba a dejarla abandonada.
―Apoyó su cabeza en el hombro de Camila.
―Este último año de colegio será difícil. Esperemos que no lo cierren por los negocios
turbios del pastor ―opinó Felipe, estirando sus brazos para relajarse.
―No lo creo, la congregación solicitó hacerse cargo demostrando que ellos no tenían
nada que ver con la red de tráfico para la cual trabajaban el pastor y Gabriel ―reveló
Boris, tocando la carta de su novio que guardaba en su bolsillo―. Y todo indica que
Marta seguirá en el puesto. No todos deben ser juzgados por los delitos de mi padre,
que jugó con la fe de muchas personas ―reflexionó con vergüenza.
―Nuestro último año de colegio... ―Boris se quedó pensando con la mirada perdida
entre los árboles.
―Yo espero irme a alguna universidad que me dé una beca deportiva ―contestó
Felipe, animado―. Sería genial si pudiésemos ir todos al mismo lugar. ―Los quedó
mirando, para ver si se motivaban.
―Sería muy buena idea irnos juntos a estudiar, ustedes son mi única familia. ―Boris
esbozó una sonrisa en medio de su tristeza―. Solo quiero ser mayor de edad para
irme bien lejos de aquí y comenzar una nueva vida.
Suspiró.
¿Recuerdan que con Julián pasamos un tiempo en la casa de Koka y Tati?... Entre las
cosas de Julián, las chicas encontraron un sobre... ―comunicó con tranquilidad.
"Hoy hemos tenido un lindo día en compañía de nuestros mejores amigos, en esta
hermosa playa. Ha sido un día perfecto en tu inigualable compañía, me siento el más
afortunado del mundo cuando estoy contigo... Ni siquiera puedo creer la locura que
hicimos de unir nuestras vidas simbólicamente en el mar, pero todo contigo es
perfecto, es un sueño y quiero pasar cada día de mi vida junto a ti.
Ahora te veo dormir tan tranquilo, puedo acariciarte y besarte sin ningún temor
porque sé que tú también me amas. La vida nos puso frente a frente en el momento
indicado, pues nada en el universo es al azar, todo tiene su tiempo y por más que
antes busqué el amor en otras partes, nunca pude dar con él. Siempre fallaba,
siempre sufría y pensaba que jamás podría encontrar una buena persona, que
valorara todo el amor que yo podía darle.
Me enojé con la vida por hacerme sufrir y no darme el amor que deseaba e intenté
llenar esos vacíos con las cosas más absurdas y vergonzosas, pero nada consiguió
darme la felicidad. Cada vez estaba más vacío, hasta que te conocí y lentamente
fuiste despertando en mí ese sentimiento que anhelaba, cuando menos lo esperaba y
ya no lo buscaba. Contigo he comprendido que el amor no se debe buscar, como
muchos lo hacen, ni suplir con cosas materiales, pues siempre ha estado dentro de mí
y no me había dado cuenta. Para poder amarte tuve que amarme a mí mismo
primero, pues no existe droga que pueda hacerme sentir amado.
¡Qué equivocado estaba! Buscaba el amor afuera cuando siempre estuvo en mí, solo
que no lo sentía, ya que jamás fue la persona indicada a la que se lo entregaba.
Gracias a ti logré valorarme y poder entregarte un amor puro. Ese amor que te brinda
protección y paz en el corazón, ese amor que te hace sentir como un niño haciendo
travesuras y que es capaz de ir hasta el fin del mundo por ti. Puedo decir, mi amado
Boris, que gracias a ti conseguí amar y ser amado con el alma. Te estaré siempre
agradecido por entrar en mi vida. Solo deseo para nosotros la felicidad y que
tengamos amor cada día de nuestras vidas, amor del bueno...
Te amo eternamente,
Julián."
―Tú también me enseñaste a amar de verdad ―reconoció Boris con los ojos llorosos,
mirando al cielo y teniendo la carta apretada en sus manos.
FIN
Agradecimientos
Estoy feliz de saber que ha muchos les ha gustado y han sido unos muy fieles
lectores, de verdad CON TODO EL CORAZÓN SE LOS AGRADEZCO!! Ya son cerca de
172 mil lecturas y nunca pensé que sería leída! Gracias! =)
El año 2020 Autopubliqué esta historia en Amazon y en Julio 2021 fue publicada ya de
manera oficial en una editorial Chilena: Torre de Marfil Ediciones , aquí podrán
encontrar el libro en físico y está hermoso...la edición es maravillosa, llena de diseños
en páginas, mensajes de texto y unas cuantas ilustraciones de los personajes en
estilo animé.
Mil abrazos a los bookstagramers que han hecho bellas reseñas y fotografías del libro
en Instagram...ya saben, me pueden seguir en mi cuenta darienamesti
Darien Amesti
35% Dscto Buscalibre.com