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El Hijo del Pastor © [ Disponible en físico ]

by DarienAmesti

Disponible en Kindle, Buscalibre y en Chile en Torre de Marfil Ediciones ~


"Siempre hay un lobo con piel de oveja en los rebaños del señor..."
Aquella mañana en que Boris lo vio por primera vez, no sólo encontró al hombre
mayor que desataría un sin fin de emociones en él; se encontró de frente con aquel
que debería ser como un hermano, alguien prohibido. Pero ni las palabras de el
Pastor, ni las creencias religiosas de Gabriel podrán detener la pasión que sienten el
uno por el otro. Será el inicio del fin para ambos porque no sólo despertará el amor.
Con las caricias se abrirán heridas y secretos que estaban mejor en el olvido. ¿Qué
hay detrás de la iglesia y cada personaje de esta historia?. Todos tienen algo que
decir, en cada uno hay un secreto guardado y será el hijo del pastor quién comenzará
a revelarlos sin haberlo planeado. Desde el día en que llegó a la casa de su padre, las
puertas del cielo se cerraron para él y el infierno se abrirá paso en su mundo.
¿Podrá alcanzar la felicidad?
¿Conocerá Boris realmente el amor?
Te invito a que lo descubras...
Obra registrada internacionalmente en SafeCreative.
Todos los derechos reservados ©
24.06.2018 #1 en #wattys2018
24.06.2018 #1 en #RomanceEs
15.06.2018 #1 en #wattpride
15.06.2018 #1 en #Lgbtqes
Ya disponible en físico y eBook !

Amig@s de wattpad:
Infinitas gracias por su apoyo!... Esta historia ya se encuentra publicada!!

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Voy a volver a subir todos los capítulos de esta historia para que puedas conocerla y
si quieres apoyarme comprando el libro físico o ebook ya sabrás de qué trata este
thriller Lgbt+

Abrazos infinitos!

Darien Amesti
En la Casa del Señor

Desde el amanecer comenzaron los preparativos en la casona del pastor


Abner. Afuera, el clima se comportaba cambiante como era costumbre a mitad del
año, pero esto no era impedimento para el pequeño grupo de personas que estaban
ayudando a tía Corina, la hermana del pastor, a preparar la mesa de recibimiento
para su desconocido sobrino que llegaría justo antes de la hora del almuerzo.

Desde que se supo la noticia de su llegada, en la casona de los Ferrada, muchas


cosas comenzaron a cambiar; gran discusión generó su repentina aparición, pues
había sido casi un secreto para muchos en la comunidad religiosa que lideraba la
familia en la ciudad. Muy pocas personas y solo las más cercanas sabían de la
existencia de este hijo fuera del matrimonio que tenía Abner, el intachable pastor de
la iglesia "Ministerio de los Arcángeles"; un hombre que dirigía el grupo desde hacía
dieciséis años, los mismos que ahora tenía el hijo que estaba por llegar y que había
nacido de un insano romance de juventud, antes de que conociera la sagrada ley del
Señor.

En aquella época, Abner se había alejado de las creencias de su familia para vivir lo
que ahora ellos llamaban "pruebas divinas", y se dedicó a los placeres mundanos,
aprovechando el atractivo que ejercía en las mujeres; una especie de hipnosis que
muchas, aun en la iglesia, decían sentir al mirar sus profundos ojos verdes.

Ahora, todo eso era cosa de un pecaminoso pasado y solo quedaba el imborrable
recuerdo de un desconocido hijo, al cual había visto un par de veces durante su niñez,
y del que ahora debía hacerse cargo, ya que había perdido a su madre en un reciente
accidente cuando estaban de vacaciones en la cordillera.

―¡Ya llegó!¡El niño ya llegó! ―gritó Marta, la esposa del pastor, mientras se
acomodaba la larga trenza que llevaba y miraba desde una gran ventana con vistas al
jardín.

La puerta del taxi se abrió y descendió el nuevo integrante de la familia; un


muchacho delgado y alto, con claros rasgos de la familia Ferrada: ojos verdes, pelo
castaño claro y liso, mandíbulas bien marcadas, labios rosados y definidos, piel canela
que parecía bronceada. Vestía un abrigo negro ajustado y su ropa evidenciaba su
buen gusto. Claramente estaba un poco incómodo, era la primera vez que estaba en
ese lugar y no conocía a nadie; de su padre tenía pocos recuerdos y nunca fueron
cercanos.

―¡Boris, bienvenido a tu nueva casa! ―dijo Abner confundido por la situación, la


última vez que lo había visto era un pequeño de ocho años y ahora se encontraba con
un adolescente.

―Hola, señor... Muchas gracias ―respondió Boris, quien no encontraba palabras


adecuadas para el momento.

―¿Señor?¡Dile, padre! ―intervino la hermana de Abner, mientras abría sus brazos


para darle un abrazo―. Debes decirle padre, el Señor está en los cielos. ―Lo apretó
fuertemente, como tratando de parecer cariñosa―. Yo soy tu tía Corina, mi niño. ―Y
le dio un par de besos en la mejilla esperando lucir como una tía ansiosa de conocer a
su sobrino.

"¡Qué amargada debe ser!", pensó Boris entre sus brazos.

Tía Corina vestía una falda larga bajo la rodilla, unos feos zapatos sin taco, una blusa
cerrada y llena de encajes, que parecía haber pedido prestada en un museo; el pelo
no le favorecía: un horrible peinado mal hecho y medio suelto.

―¡Oh, gracias, tía! Trataré de decirle padre. ―Sonrió irónico―. Es la poca costumbre
―dijo mientras tomaba su maleta.

Abner recibió su equipaje y lo hicieron pasar a la casa en donde estaban todos


curiosos por su llegada, desde Marta, hasta un par de "hermanas" que habían ido a
ayudar a preparar el almuerzo de bienvenida. Tenían un gran agasajo, con deliciosas
carnes asadas de la zona y variedad de ensaladas dispuestas en una larga mesa en el
comedor familiar. De fondo sonaba de forma tenue lo que parecían ser coritos
cristianos.

Boris se sentía mareado con tanta información nueva, todos querían


saludarle y ofrecerle ayuda para hacerlo sentir más cómodo, pero él, en el fondo, aún
tenía la pena de haber perdido a su mamá, quien en realidad siempre había sido
como una gran amiga con la cual compartía cada momento importante de su vida. Sin
embargo, ahora todo había cambiado y se encontraba en la casa de la única persona
que podría protegerlo y ayudarlo hasta su mayoría de edad.

Lo que no esperaba era que fuese una familia tan religiosa. A su alrededor todo era
nuevo, desde dar una oración antes de almorzar, hasta tratar a cualquier persona
como "hermano", y parecía algo cotidiano, pues todos lo hacían durante el almuerzo.
Sumado a eso, Boris no era extrovertido, por lo que le costaba mucho hablar y solo
daba respuestas breves a todo lo que le preguntaban.

Dos horas más tarde pasó todo el alboroto. Las hermanas curiosas se fueron a sus
casas a atender a sus maridos; tía Corina tomó su Biblia, diciendo que se retiraría a la
cocina a leer unos proverbios para luego poder descansar. Abner aprovechó para
acomodar a su hijo en la casa. Subieron las escaleras y al fondo de un pasillo
entraron a una enorme habitación. Era tres veces más grande que su antiguo
dormitorio en el departamento con su madre e, incluso, tenía su propio baño.

―¡Guau... ¡Es muy bonita! ―exclamó Boris, al tiempo que dejaba su suéter sobre una
silla y miraba a su alrededor―. Nunca había tenido dos camas para mí solo. ―Sonrió,
tratando de hacer chiste de que la habitación tenía dos camas.

―¡Oh, hijo, disculpa! ―Abner le tocó el hombro―. Olvidé mencionar que compartirás
tu dormitorio con tu hermano mayor ―añadió con un tono de orgullo.

Boris se sintió más confundido de lo que estaba. Su madre jamás le había dicho que
existía otro hijo por parte de su papá, y menos que era mayor. Su cara de asombro
era notoria.

―Bueno, no te asustes, Boris ―continuó Abner al notar la cara de su hijo―. En


realidad, no es mi hijo biológico, pero lo considero como tal, y ocupa ese lugar desde
hace casi diez años cuando llegó a esta familia desprotegido. ―Inhaló con fuerza―.
Es un gran hijo, se va a titular de medicina ―finalizó orgulloso, mientras miraba a
Boris.
―Ah, está muy bien señ... Papá ―respondió el joven―. No hay problema por mi
parte, es todo nuevo para mí y ya me acostumbraré a la idea de compartir el
dormitorio. ―Trató de sonreír, ya que no esperaba tener un supuesto hermano.

―Creo que te dejaré descansar un rato, quiero que esta tarde me acompañes a
nuestra iglesia para presentarte a la comunidad y al Señor. ―Abner sonaba dichoso,
se retiró cerrando la puerta y se escuchó desde afuera―. ¡Descansa, partiremos a las
seis en punto! ―finalizó.

El mundo de Boris daba vueltas. Su madre jamás le había inculcado ninguna creencia
religiosa, y ahora estaba en una familia propietaria de una iglesia y con un padre
pastor. Además, tenía un hermano mayor desconocido, sumado a un nuevo colegio
donde, seguramente, pronto comenzaría a asistir para no perder al año escolar.

Se tendió de golpe sobre una cama y se quedó mirando el techo, perdido por un rato.
Luego sacó su celular y se puso unos audífonos, necesitaba la música de los 90's que
su madre le hacía escuchar desde pequeño y por la cual ahora sentía un fuerte gusto.

Se quedó pensando y pasando las horas entre sus sonidos y los recuerdos de la
infancia, sus últimos días junto a Denisse, su fallecida mamá, y la nueva vida que le
esperaba. No estaba completamente a gusto.

Horas más tarde tocaron a su puerta, se trataba de su padre, que estaba listo junto a
tía Corina para llevarlo a la congregación. No tenía salida, estaba recién llegado y no
quería parecer grosero, por lo que aceptó ir a conocer el entorno de su nueva familia.

Subieron a un auto que conducía el pastor y al lado iba su esposa Marta,


una mujer que parecía severa y de pocas palabras, con la cual no había tenido mayor
interacción que un afectuoso saludo.

―¡Mañana llega Gabito! ―gritó Corina llena de júbilo mientras hojeaba un libro.

―¿Gabito? ―respondió Boris que no había escuchado ese nombre antes.

―Es tu nuevo hermano ―intervino Marta―. Es un buen muchacho ―afirmó mirándolo


con calidez.

―Sí, ya le conté que deberá compartir dormitorio con él... No hay problema. ―Abner
miró a su esposa, quien no sabía que ya le había hablado sobre su hermano, solo
había olvidado mencionar su nombre.

―Espero llevarme bien con... ―Boris intentó decirle hermano, pero no pudo―. Con
Gabriel. Supongo que ese es su nombre ―dijo en un intento por no sonar
desagradable.

Tía Corina le tomó la mano, tratando otra vez de parecer cariñosa, pero por alguna
razón, Boris no podía sentirla así.

―Tranquilo. Gabito es un ángel que nos envió el Señor... Él ama a nuestro padre
Santo. ―Corina parecía extasiada al hablar de su creencia o de su sobrino―. ¡Dios los
unirá! ―finalizó, apuntando al cielo ante la cara de asombro de Boris.

Para su fortuna, ya estaban llegando a la iglesia, de lo contrario, la tía seguiría


hablando de sus asuntos y haciéndole cariños forzados.

Era una iglesia enorme, se asemejaba al clásico modelo mormón, y en la parte alta
decía "Ministerio de los Arcángeles". Afuera había mucho movimiento de gente, todos
vestidos de manera formal y recatada, algunos con sus Biblias en las manos, otros
con panderos e instrumentos; parecían dichosos, más cuando vieron llegar el auto del
pastor y su familia, sobre todo sabiendo sobre la llegada del nuevo hijo de Abner.
Algunos se acercaron a recibirlos, unos por costumbre y cariño, otros por curiosidad.
Boris se sentía ahogado, listo para saltar de un puente; parecía que el día aún no iba
a terminar y estaba seguro de que todavía quedaba más por ver.

Fue saludado por una cantidad impresionante de personas, muchas más que en sus
cumpleaños. Había varias adolescentes que, tratando de disimular sus hormonas,
estaban impresionadas con el apuesto hijo del pastor. Entre los murmullos se
escuchaba decir que era casi idéntico a su padre cuando joven y ya aseguraban que
seguiría los pasos de él en la congregación. Boris, trató de tomarlo como un chiste y
se limitó a esbozar una tímida sonrisa para todos.

De pronto, tía Corina se acercó y lo tomó del brazo, casi como si fuera un trofeo, para
ingresar con él al culto del lunes por la tarde. Una vez dentro, se sentaron en la
primera fila que, tradicionalmente, estaba reservada para la familia Ferrada o
invitados importantes. El resto de los fieles se sentaba detrás.

Todo dentro del templo era de madera barnizada, de aspecto rústico, pero no sencilla.
Cada detalle hacía notar que en el lugar se había invertido mucho dinero. Tras unos
minutos, cada miembro de la congregación estaba en su lugar de siempre y listos
para comenzar. El coro, que se situaba a un costado del púlpito, comenzó a cantar
con agudas voces, y sus caras miraban al cielo, llenas de gozo. Estaban todos
uniformados con un recatado traje color burdeos, las niñas agitaban sus panderos con
cintas tricolor, algunos varones tocaban triángulos y otros tambores. Boris, que no
conocía el corito, trataba de mirar con discreción a todos lados. Tía Corina daba gritos
agudos que ella no notaba, pues su cara era de regocijo.

Una vez que el alboroto de los cánticos se detuvo, el pastor Abner dio inicio al culto.
Se manejaba con la multitud, cada frase que decía con su Biblia en la mano era
seguida de un fuerte "Amén" o un "¡Sí, Señor!" al unísono por los presentes. Su
desconcertado hijo, sentado, perdido y aburrido, intentaba parecer lo contrario en su
primer día con la familia.

De pronto, Abner lo apuntó e invitó a subir junto a él. Lo que de seguro no estaba en
sus planes, pues miró a su padre, ruborizado".

―¡Ven, hijo mío... Debes ser presentado en la casa del Señor! ―invitó apuntándolo,
al mismo tiempo que Boris se levantaba ante la curiosidad de la congregación.
Caminó lento y su corazón latía fuerte―. ¡Te presentaré ante los hermanos y ante el
mismísimo Creador! ―sentenció Abner, alzando su Biblia.

Boris se situó junto a él y observó a la multitud mirándolo. Cada vez se sentía más
presionado. Entretanto, su padre comenzó a decir unas palabras, al parecer estaba
orando, pero no lograba distinguirlo; estaba agobiado ante la situación. Por su cabeza
aparecieron imágenes de su madre, sus últimas vacaciones juntos, el accidente, sus
amigos. Su mente trataba de sacarlo del templo en donde la multitud ya estaba de
pie, alborotados por los panderos y un nuevo corito. Sus pensamientos lo llevaban a
todos lados, al tiempo que el pastor invocaba al Señor.

De pronto, Boris pareció calmarse. Llegó un recuerdo que lo hizo sentir en un


comienzo tranquilo: estaba en una plaza sentado junto a un chico, ambos con
uniformes de colegio, tomados de las manos y riendo. Las imágenes pasaban veloces
por su cabeza hasta llegar a una que, quizás había guardado luego del accidente de
su madre por estar ocupado con su traslado; pudo ver y, hasta sentir, el instante en
que él se besaba con aquel muchacho, su primer beso un par de meses atrás. El
tiempo se detuvo entre el alboroto.

―¡Limpia a tu hijo de los pecados, mi Señor! ―gritó el pastor, finalizando su


ceremonia de presentación ante los aplausos de la multitud, mientras Boris, casi
paralizado reaccionó de sus recuerdos. Unas lágrimas asomaron en sus ojos.

"Soy gay... No les puedo decir que soy gay", pensó mientras su padre lo abrazaba.
No Pecarás

Luego del culto, fueron de regreso a la casa. Durante el trayecto, tía


Corina no dejaba de decir lo grandioso que era el Señor al haber recibido a su nuevo
hijo, su sobrino, y le auguraba un camino lleno de bendiciones en su vida. Por su
parte, Boris no se mostraba entusiasmado y trataba de disimularlo con algunas leves
sonrisas, ya que a su mente venían las imágenes de su primer amor, un excompañero
de colegio con el que había salido durante tres meses el año anterior, situación ante
la cual asumió su homosexualidad frente a su madre, quien se lo tomó de la forma
más natural, ya que ella nunca había tenido prejuicios con el tema.

Cuando Boris comenzó a crecer, ella notó en él algunas conductas que le indicaron
que su hijo tendría preferencia por los chicos y no por las chicas. No obstante, esperó
hasta que él se lo contara, pues confiaba plenamente en la persona que estaba
criando. Una vez que su hijo se acercó a ella para decírselo y presentarle a su
«amigo», no tuvo inconvenientes en hablar el tema abiertamente. Incluso sufrió junto
a él cuando fue dejado por este primer amor, con quien nunca llegó a entablar una
relación formal.

Con estos recuerdos llegó hasta la casona de la familia, atormentado al ver que allí no
podría ser igual que antes. Una familia tan religiosa y conservadora no aceptaría
jamás un homosexual como hijo del pastor, menos un recién llegado.

Antes de ir a dormir, Abner le manifestó lo feliz que estaba de tenerlo en la casa y


que esperaba poder acercarse a él para tener una mejor relación. También le recordó
que la mañana siguiente llegaría su "hermano" y, además, irían al colegio donde
comenzaría a cursar su penúltimo año.

Para su sorpresa, la iglesia era propietaria de un establecimiento educacional y de


una especie de hogar de menores donde ayudaban a niños de escasos recursos y los
llevaban por el buen camino de la fe. Abner se encargaba de administrar el hogar de
niños y, pronto, su hijo mayor podría ayudarle al obtener el título de medicina. Marta,
su esposa, con la cual llevaban casi seis años de matrimonio, era la directora del
colegio. Todo un ejemplo de familia que Boris no se atrevía a romper con temas sobre
su sexualidad, no, eso sería un escándalo.

Cuando su padre cerró la puerta de la habitación, al fin pudo respirar tranquilo. Había
concluido un extenuante día, lleno de nuevas situaciones que no sabía si lograría
soportar por mucho tiempo. Buscó sus audífonos y los conectó al celular, abrió la
cama mientras iniciaba una lista de música pop. Se quitó la ropa, dejándose el bóxer
y se metió entre las sábanas. Estuvo de nuevo perdido en su mundo, pensando en su
antiguo amor que tal vez sería bueno olvidar. Cerró los ojos y se durmió
profundamente.

Por la mañana, sintió cómo la lluvia caía con fuerza golpeando su ventana, y comenzó
a abrir los ojos sintiendo que le faltaban horas por dormir. Pero este ruido nuevo le
resultó agradable, ya que, en el norte, donde vivía antes, casi nunca llovía. Medio
dormido aún, se sentó en la cama con su pelo despeinado; incluso así continuaba
viéndose guapo. Le parecía que el ruido del agua era demasiado intenso, por lo que
caminó hasta la ventana y vio, por un instante, caer la copiosa lluvia. Se sintió feliz y
luego se detuvo a pensar en que el sonido había cambiado. Sin embargo, no parecía
haber cesado de caer agua. Se dio vuelta para buscar una camiseta entre sus cosas,
pero antes de que pudiese encontrar algo, se abrió de golpe la puerta del baño de la
habitación y, entre un espeso vapor, apareció un guapísimo hombre con una toalla
cruzada en la cintura.

―¡Disculpa!... ¡Te desperté! ―dijo el apuesto joven de tez blanca, mientras se movía
su corto cabello claro, aún mojado.

Boris quedó atónito con su presencia, no logró reaccionar durante unos segundos.
Estaba impactado con el marcado cuerpo mojado de aquel recién aparecido.

―Hola, tú debes ser Boris... Yo soy Gabriel. ―Se acercó sonriendo y estiró su mano
para saludarlo.

Boris apenas atinó a estrechársela y esbozó una sonrisa. "Al fin algo bueno", pensó.

―Sí, hola... Yo soy Boris ―respondió al tiempo que sostenía la mano de


Gabriel y sintió una corriente recorrerle el cuerpo, su corazón se agitó.

―Entré mientras dormías y no quise hablarte. Te veías a gusto durmiendo, así que
pasé directo a la ducha. ―Gabriel se sentó en su cama―. Tuve un viaje extenso y ya
sabes, uno suda, se agota... ―Estiró su espalda para acomodarse sin dejar de
sonreírle a su nuevo hermanito.

―No hay problema, yo pensé que era la lluvia, pero, al parecer, eras tú en la ducha
―respondió Boris, poniéndose una camiseta que había sacado de su maleta.

―Pensé que eras más niño ―dijo Gabriel, mientras se dirigía a su closet―. Te llevaré
a entrenar con el equipo de fútbol. ―Sacó unas prendas del mueble.

―Eh, el fútbol no es lo mío, pero a veces iba al gimnasio ―afirmó Boris, buscando un
pantalón entre sus cosas, un tanto nervioso.

―¡No hay problema, brother, yo te puedo ayudar! ―Gabriel dejó caer su toalla dando
la espalda a su hermano, quien pudo ver su perfecto trasero de deportista, mientras
se ponía ropa interior―. El fútbol tiene sus ventajas... ―Volteó levantando su dedo
pulgar en gesto de aprobación. Boris atinó a sonreír, su corazón seguía acelerado, ya
que, para su sorpresa, su nuevo hermano mayor era muy atractivo.

―Y, ¿en dónde practicas fútbol? ―preguntó el adolescente, tratando de disimular que
miraba su cuerpo a medio vestir. Hacía mucho no sentía ese alboroto hormonal.

―A veces voy a jugar con los estudiantes del colegio de la iglesia. ―Se puso unos
jeans que marcaban sus piernas bien entrenadas―. Y salgo a correr por los
alrededores de la casa. ―Sacó de un cajón una camisa a cuadros tipo leñador.
―Es muy bonita esta ciudad, aunque llueve bastante. ―Boris logró quitar su vista de
Gabriel, mirando la lluvia por la ventana y esperando terminar de vestirse.

―¡Ah, aquí la lluvia no es impedimento para salir! ―Terminó de abrocharse la camisa


y se acercó a Boris que lo miraba de reojo―. Te llevaré a conocer los alrededores, lo
prometo ―le dijo al tiempo que le tendía la mano como para cerrar un trato. Boris
hizo lo mismo con una gran sonrisa, al fin algo le provocaba alegría, aunque fuese
solo por el gustito de mirar. Además, sintió que sería bueno tener a alguien con salir
a recorrer, ya que la casona estaba a la salida de la ciudad, en una zona campestre
ligada a la ganadería.

En ese instante, golpearon la puerta y esta se abrió lentamente, era Abner que
entraba a saludar a sus hijos. Se sintió dichoso al verlos juntos y escuchó de sus
planes de salir a recorrer la zona. Confiaba plenamente en Gabriel, quien ya llevaba
diez años en la casa al amparo de la familia luego de quedar huérfano. Ellos le dieron
una casa y pagaron sus estudios que ya estaban por finalizar.

―¡Hijos míos, vengo por dos cosas! ―Los miró poniendo una mano en el hombro de
cada uno―. Boris, me acompañarás a conocer el colegio, ya que mañana ingresas
temprano. ―Al muchacho se le detuvo el corazón, porque aún no esperaba volver a
clases, pero no le quedaba de otra―. Y tú, mi querido Gabo, hay que preparar tu
cumpleaños número veintiséis. ―Gabriel sonrió mientras abrazaba al pastor en un
gesto de agradecimiento.

―Ahora, muchachos, debemos bajar a desayunar... Te tengo una sorpresita abajo


―añadió mirando al mayor y salió por la puerta rumbo a la cocina.

Gabriel bajó en seguida, mientras que Boris fue rápidamente a ducharse para no
retrasarse.

Quince minutos después, bajó para alcanzarlos a desayunar. Desde el segundo piso
se escuchaban las alabanzas de tía Corina a Gabriel y las risas del pastor, pero
también había una voz diferente; no se trataba de Juana, la empleada de la casa. Era
un tono de voz femenino, molesto. Boris se fue acercando a la cocina y, al entrar,
logró identificar de dónde provenía esa vocecita: una mujer joven y guapa, pero con
aspecto y vestimenta de amargada, seguramente de la iglesia; le pareció que todas
vestían igual.
Estaba colgada del cuello de Gabriel. Sintió un pinchazo en el estómago y
a la vez alivio. En el fondo sabía que, aunque no fuera su hermano biológico, no
debería estar mirándolo con otros ojos. Se acercó a saludarla y fueron presentados,
se trataba de Lucía, la novia de Gabriel y, por lo que le contaron, tenían planes de
casarse el próximo año. Ella parecía despectiva y mostró poco interés en hablarle. De
no ser por Corina, quien no guardó detalles del noviazgo y habló por todos los
presentes, Boris y Lucía solo se habrían dado un frío saludo.

La pareja se veía compenetrada, ella lo mimaba casi en forma excesiva y parecía no


agotarse de darle besos cada vez que podía, mientras el novio, a ratos, trataba de
hacerle notar que estaban en la mesa desayunado.

―Lucía, no olvides que eres una mujer cristiana ―le dijo Corina, arreglándose su pelo
y con una mirada severa. Al parecer, no le gustaba cuando había muestras de
excesivo afecto cerca de ella que no tenía a nadie.

La joven pareció un poco molesta y se enderezó en su puesto.

―Lo siento, tía Corina, es que no lo veía hace días. ―Sonrió un poco forzada,
mirando a su novio que le guiñó un ojo.

―¡Debemos partir, nos esperan en el colegio! ―Abner se levantó de la mesa, al igual


que Boris.

Se despidieron de todos y, antes de salir por la puerta, tía Corina le insistió a su


sobrino en que debería ser un ejemplo entre sus compañeros, ya que era hijo del
pastor y hermano de Gabriel; recalcó que este último había sido un exalumno
intachable del colegio. Boris trató de sonreírle y se subió raudo al auto para dejar de
oírla por un momento, ya que, a pesar de querer mostrarse cariñosa, perfecta y pura,
aún no le agradaba del todo; era probable que fuera por sus creencias, pues él jamás
había estado en un entorno de personas creyentes.

Abner subió al vehículo y salieron rumbo al colegio. Por el camino, Boris se distrajo
viendo el bello paisaje verde de los alrededores. Luego, ya en la ciudad, le pareció
pintoresco ver a todo el mundo tan abrigado y llevando paraguas para protegerse de
la lluvia que, a ratos, se mezclaba con un poco de sol.

El colegio estaba al otro extremo de la ciudad y no parecía un edificio grande, tal vez
no era popular, a pesar de ser cristiano. Al costado había otro edificio pequeño; su
padre le comentó que ese era el hogar de menores, una especie de refugio temporal
donde llegaban niños a los que les buscaban familias para ser adoptados por
extranjeros que les daban un mejor futuro.
En la entrada del establecimiento, se veía el nombre de este y estaba acorde con la
iglesia "Colegio Cristiano Arcángeles". Al parecer, los seres divinos serían parte de la
nueva vida de Boris.

Entraron por los pasillos de vidrio rumbo a las oficinas. En el camino se podía
escuchar el alboroto de los estudiantes en algunas salas; estaban en el sector de la
secundaria, de tal forma que, para el próximo día, al menos, ya conocería su entorno.

En la oficina principal les esperaba Marta para finiquitar algunos antecedentes que
eran necesarios para la documentación del nuevo estudiante, le entregaron su
uniforme y una agenda del colegio llena de pasajes bíblicos. La directora hizo un
llamado por teléfono y, luego de unos minutos, llegó hasta el lugar la profesora a
cargo del tercer año, el curso de Boris, para conocerlo.

Luisa Jorquera cruzó la puerta de la oficina; no tenía el aspecto de la mayoría de las


mujeres que se habían encontrado en el lugar, se veía mucho más jovial y llena de
vida, vestía como una universitaria y probablemente había egresado hace poco. Tras
un rato de conversación para conocerse, Boris se sintió bastante a gusto con ella, le
pareció encantadora.

―Quizás te gustaría ver a tu curso por la ventanilla de la sala, así mañana no te


asustas... ―sugirió Luisa a Boris a modo de broma, mientras le señalaba hacia la
salida de la oficina.

―Eh... ¡Sí, claro! ―respondió, animado, mientras se levantaba de su silla―. ¿Puedo


ir? ―consultó a Marta.

―Por supuesto, Boris, pero no te mal acostumbres a privilegios ―advirtió la directora


en tono amigable, al tiempo que miraba su computadora―. ¡Te veo en la casa más
tarde! ―se despidió y luego miró a su esposo―. No te vayas aún, debemos revisar
unos asuntos. ―Su voz se tornó seria.

Luisa y Boris fueron hasta la sala a la que al día siguiente él asistiría y pudieron
observar que estaban en clases de lenguaje. Era un curso típico, algunos prestaban
atención y otros miraban al techo. Entre todos ellos, al final del salón, pudo ver que
alguien había notado su presencia. Lo observaba un chico de cabello liso,
desordenado con gel, moreno y de buen aspecto; traía su uniforme un tanto
desarreglado en comparación al resto. Levantó una mano saludando a Luisa y luego
siguió anotando unas cosas, quitando su mirada de Boris.
―Ese es Julián... Muy desordenado, pero en el fondo un buen chico ―le comentó la
profesora, quien notó que le había llamado la atención.

Boris solo lo había mirado porque le pareció uno de los más guapos del grupo, pero
ante el comentario de Luisa atinó a responder un simple "ok". No sabía cómo iba a
ser su vida en ese colegio cristiano y esperaba que el tiempo volara para no seguir
soportando todo aquello. Se despidió de su nueva maestra y esperó en el auto a su
padre que se encontraba solucionando algunos asuntos con su esposa en la oficina.
Mientras observaba el lugar, sacó su celular y notó que tenía un nuevo mensaje en su
WhatsApp de un número no guardado.

"Hola, bro, papá me dio tu número.

¿Quieres ir hoy al campo?... ¡Dejará de llover! =)

¡A las 3 salimos!... Besos... Gabo! =P"

El corazón de Boris latió con fuerza, a pesar de saber que Gabriel era un imposible
por factores como: familia, edad, novia y religión; le encantaba la idea de sentir que
un chico guapo lo estaba tratando con afecto, aunque este lo viera como un hermano.
Al final de cuentas, era la única sensación agradable que tenía desde la muerte de su
madre, aunque, en el fondo, una voz le decía "ni lo intentes" y lo hacía sentir culpable
ante tanta restricción impuesta por la iglesia de su familia.

Sin embargo, sabiendo todo eso, con una sonrisa radiante guardó el número como
"Gabo" en su libreta de contactos y le respondió:

"¡Claro que sí, Gabo... Voy!"


La Tarde en el Campo

Con una puntualidad extraordinaria, Gabriel llegó a la casa para salir de paseo por las
cercanías de la casona. Subió la escalera tratando de no hacer mucho ruido, ya que
esa era la hora en que tía Corina tomaba una siesta antes de ir a su reunión con el
grupo de "Mujeres Virtuosas" de la iglesia. Por lo tanto, los ruidos estaban prohibidos
casi como uno de los mandamientos que recitaba regularmente.

Entró en la habitación donde lo esperaba Boris, listo desde que había terminado su
almuerzo, pues una vez que respondió el mensaje le ganó la ansiedad y se demoró
casi una hora en elegir la ropa más adecuada para salir de paseo en un día frío y algo
lluvioso. Vestía un cómodo buzo color gris que hacía notar un pequeño y pronunciado
trasero, además de una chaqueta para la lluvia. Al parecer, tenía la ropa precisa para
el momento, ya que afuera aún caía una leve llovizna.

Gabriel estaba lleno de energía y motivado; lo saludó dándole un fuerte y rápido


abrazo. Él ya venía listo y traía algo de barro en sus zapatos que quedó regado por el
piso.

Justo antes de bajar, vibró su celular un par de veces. Era Lucía enviando mensajes.

"Gordito, dime si estás en tu casa...


Quiero que vayamos al cine esta tarde. ¡Te amo!"

Gabriel solo desplegó el menú superior para no entrar en la aplicación y evitar tener
que dar una respuesta. Suspiró como agotado y tomó un manojo de llaves colgadas al
costado de la puerta de la habitación.

―Nos vamos al estero... ¡Ese lugar es genial cuando llueve! ―le anticipó a Boris, que
lo seguía bajando las escaleras―. A veces voy a pescar por esos lados ―dijo,
pensando que podría interesarle el asunto.

―Nunca he salido de pesca ―respondió el adolescente, observando una moto de


cuatro ruedas que estaba justo afuera de la casa.

―¡Entonces, otro día vamos a eso!... ¡Ahora sube! ―Gabriel se subió a la moto,
seguido por Boris, que trataba de no pensar tonteras al respecto, ya que andar en
una moto con otro hombre era una de sus ideas de cita con las que alguna vez había
soñado―. Con esta moto es más fácil moverse dentro del fundo ―agregó, al tiempo
que la encendía.

Al cabo de unos segundos, partieron con rumbo al estero. En el camino pasaron por
una pequeña huerta donde cultivaban hortalizas para la familia, de ahí cruzaron entre
unos pastizales con unas cuantas vacas dando vueltas por el lugar hasta entrar en lo
que parecía un pequeño bosque. Boris estaba maravillado ante la belleza de aquel
sitio, le agradaba sentir la llovizna en su rostro e ir muy cerca de Gabriel, quien le
transmitía seguridad.

―¡Agárrate, firme, brother! ―gritó Gabriel para advertir una pendiente entre los
árboles.

Al fondo, se podía ver un pequeño roquerío; disminuyó la velocidad y, por fin, ya


estaban en el estero. Un pequeño afluente de agua poco corrientosa, que en días de
sol servía para darse un refrescante baño. Estaban rodeados de grandes árboles que
se mecían por el viento de invierno y que en la zona soplaba con intensidad. Se
bajaron y caminaron hasta las piedras más altas donde había un desnivel con el agua
y se tornaba más vertiginosa. Boris disfrutaba mucho del aire fresco y la sensación de
estar en un lugar tranquilo, lejos de gente hablando de la Biblia, pecados y castigos.
Se sentaron a contemplar el entorno.

―¿Tenías novia allá donde vivías? ―le preguntó Gabriel.

―No, nunca he tenido novia ―respondió, sonrojado ante la inesperada consulta,


esperando que su acompañante no lo notara; pero fue en vano, pues le sonrió como
cuando descubres a un niño diciendo mentiras.

―¿En serio?... ¡No te lo creo! ―dudó Gabriel, ya que, por su aspecto, cualquiera diría
que tenía mucho arrastre entre las chicas.

―¡Ja, ja, ja! Sí, es la verdad ―insistió―. Soy un poco pesado con las chicas ―agregó
tratando de decir algo sin ser descubierto. No podía quedar en evidencia frente a
nadie de la familia.

―Te entiendo, yo era igual... Tuve novia recién a los dieciocho cuando
entré en la universidad. ―Gabriel miró hacia el cielo para que le cayera la llovizna.

―¿Lucía? ―Boris tenía curiosidad. Lo miraba con atención, Gabriel se veía guapísimo
bajo la lluvia. sintió deseos de estar entre sus brazos.

―No, otra chica... Lucía es mi novia desde hace dos años. ―Continuaba mojándose la
cara.

―Y pronto se van a casar... ―Boris le lanzó algo que parecía una pesada piedra, ya
que Gabriel dejó de recibir la lluvia en su rostro.

―Eso no tiene fecha segura... Es lo que quieren en la iglesia. ―Se tendió sobre la
roca húmeda, sin importarle si se ensuciaba.

―¿Estás obligado? ―Boris abrió sus ojos lo más que pudo. Ya estaba sintiendo terror
de que la familia te dijera con quien casarte.

―No, pero les gustaría eso. ―Lo miró fijo―. Pero mejor cambiemos de tema, es
aburrido. ―Dio un brinco y se puso de pie―. ¡Sígueme, vamos a correr... eso me
relaja! ―Y salió disparado entre los árboles, como escapando del tema.

Boris se puso de pie y trató de seguirle el ritmo, aunque le era difícil, pues desconocía
el terreno. Corrieron casi por diez minutos sin rumbo y solo por un instante estuvo
por alcanzar a Gabriel quien, de súbito, se detuvo en un terreno fangoso por donde
pasaban animales en las mañanas.

―Creo que es hora de darte la bienvenida. ―Miró a Boris con picardía―. ¡Esto es
guerra! ―advirtió al tiempo que comenzó a lanzarle barro.
Boris reaccionó en un segundo y le respondió de la misma forma.

Así, bajo una tenue llovizna, se lanzaron trozos de lodo y agua sucia, hasta que
quedaron cubiertos por completo. Corrieron de un lado a otro, esquivándose. Fue
Gabriel quien finalmente alzó los brazos para terminar la infantil batalla y luego se
dejaron caer de rodillas para descansar. Boris jamás se habría imaginado en una
situación así; en ese instante, se sintió dichoso, sucio y desgarbado, pero feliz.

―Pensé que no responderías ―dijo Gabriel, casi sin poder respirar del cansancio.

―Te equivocaste, hermano mayor ―respondió Boris con ironía, agotado y sacándose
el barro de la cara.

―¿Hermano mayor? ―Gabriel trató de ponerse de pie con lentitud―. Eso suena
rarísimo, espero que así sea... ―agregó ya de pie y con las manos en la cintura
tomado aire.

Recién ahí, se dio cuenta de que aquel muchacho, sin tener su sangre, debía ser
como un hermano. Antes quizás no lo había razonado, pero en el fondo, no sabía qué
era lo que le producía mirar los ojos de Boris. Supuso que se trataba de ternura al ser
diez años menor que él; hasta le recordaba a él mismo cuando llegó a la casona,
desprotegido y de la misma edad que Boris.

―Sí, es extraño... Pero así están las cosas ―repuso Boris, aún de rodillas en el suelo
con una gran sonrisa, lo único más blanco que se veía en su cara cubierta de
suciedad.

Se quitaron el barro y fueron hasta donde habían dejado la moto. Por un momento
miraron el estero pensando lavarse, sin embargo, la baja temperatura los hizo
reaccionar; era mejor tomar rumbo a la casona. Se rieron con complicidad como si se
hubiesen conocido de toda la vida.

Nuevamente Boris se sentó detrás y se aferró sutilmente a la sucia ropa de su


«hermano» para no caerse en el camino. Parecían dos seres asquerosos de película
animada, todos cubiertos de barro.

Cuando llegaron a la casona prefirieron no utilizar el acceso principal para no


ensuciarlo, por lo que se estacionaron en una puerta que era la entrada a la antigua
cocina. Para su sorpresa, allí estaba Lucía, y su cara no era de felicidad; permanecía
rígida y de brazos cruzados, sumado a su mal gusto por la ropa que le aumentaba por
lo menos quince años a su apariencia. Parecía la institutriz de la «Novicia Rebelde».
―¡Ahora veo por qué no respondes mis mensajes! ―reclamó con voz severa y sin
mover un músculo de la cara.

―¡Ay, amor, lo siento! ―le respondió Gabriel, acercándose a ella, que lo esquivó.
―Salí con mi hermano un rato al campo. ―Trató de tocarla, pero no lo consiguió.

―¿Hermano? ―Lucía miró indignada a Boris, quien le hizo un gesto de saludo―. Ya


son hermanos... ―agregó en tono despectivo.

Gabriel la miró sorprendido y, antes de responder, le abrió la puerta a Boris para que
entrara en la casa.

―Es lo que papá quiere y así debe ser ―le recordó Gabriel con un tono más seco―.
Pensaba llamarte más tarde ―agregó para tranquilizarla.

―Sí, pero yo quería ir hoy al cine y tú ni siquiera respondiste mis mensajes por irte al
campo con ese niñito a... ―Lo miró de pies a cabeza con asco―. ¿Jugar con barro?
―Se dio media vuelta, cada vez más enfadada.

―Son cosas de hombres, las chicas no se meten al barro ―le respondió, tratando de
solucionar el asunto.

―¿Y por qué no respondiste? ―insistió mirándolo fijo.

―Lo siento, ni siquiera vi el celular ―afirmó el ejemplar e intachable Gabriel. Al


parecer, sabía mentir o pretendía saber hacerlo.

―No sé... ¡No quiero verte por hoy! ―finalizó la chica, quien se alejó a paso
acelerado, intuyendo que su novio le estaba mintiendo.

Gabriel, que ya la conocía bien, no insistió en seguirla y se metió en la casa


intentando no ser descubierto, aunque, al parecer, todos estaban fuera, incluyendo a
la señora Juana que, a veces, acompañaba a la tía a su grupo de mujeres intachables.
Subió las escaleras y al llegar a su dormitorio buscó a Boris, pero él ya estaba
encerrado en el baño quitándose el barro en la ducha. Aprovechó mientras para
quitarse la ropa y dejarla en una caja, se dejó puesta la ropa interior mojada y esperó
a que saliera Boris completamente limpio y con un pantalón corto puesto; traía el
torso desnudo y algo mojado.

―¡Hey, flaco!... ¿Para qué te encierras? ―le dijo Gabriel riéndose, al tiempo que
entraba corriendo al baño y, sin darle espacio de responder, se quitó la única prenda
que llevaba y se la lanzó en la cara, acto seguido, entró en la ducha burlándose a
carcajadas.

―Lo siento... Yo no... ―balbuceó Boris con el calzoncillo en la mano, mientras veía la
silueta de Gabriel en el vidrio de la ducha entre el vapor.

―¡Tranquilo, bro... ¡Es broma! ―se escuchó entre el ruido del agua.

Boris terminó de vestirse mirando por la ventana, la lluvia se hacía cada vez más
fuerte, por lo que intuía sería una noche de tormenta. Luego se tendió sobre su cama
y se puso a mirar las aplicaciones de su celular, tenía una melodía en mente hacía
rato. Era un tema antiguo de los que escuchaba su mamá cuando hacía aseo, trató de
recordar el nombre, pero no lo consiguió.

Quince minutos después, salió Gabriel del baño con una mano cubriendo sus partes
íntimas, ya que había olvidado llevar su toalla y, de paso, para hacerse el gracioso.
Boris trató de no mirar o su corazón se iba a acelerar y estaba procurando verlo como
el hermano que esperaban que fueran. No obstante, su sola presencia y aroma le
revolvían el estómago haciéndolo sentir las típicas mariposas. Ahí, mirándolo de reojo
para no tentarse, con esa sensación de nerviosismo, regresó la melodía a su mente y
recordó cómo se llamaba; buscó en una lista de canciones de una aplicación, conectó
sus audífonos y, mientras Gabriel se vestía frente a sus ojos, comenzó a escuchar la
canción que ahora le hacía pensar en aquel tentador hombre cristiano.
El Estudiante Nuevo

Desde el alba comenzó el movimiento en la casona de los Ferrada. Tía


Corina se había levantado, como de costumbre, antes de las siete para preparar el
desayuno y tener todo dispuesto para los hombres de la casa. Boris subió y bajó la
escalera varias veces buscando sus cosas, esperando no olvidar nada en el primer
día. Se encontraba listo para salir con su padre, cuando su tía lo interceptó en la
puerta.
―¡La camisa debe ir dentro del pantalón! ―Y lo tomó por la cintura, metiéndole la
camisa ante la sorpresa de su sobrino―. Y mira cómo llevas los pantalones... ―Se los
tiró casi hasta la cintura, puesto que Boris los llevaba puesto más abajo, dejando ver
un poco la ropa interior―. ¡Eso es tentar al diablo! ―reprendió, severa, moviendo la
cabeza en señal de desaprobación.
―¡Pero, tía!... ¡Así se usan! ―respondió Boris mirándose y sintiéndose como un
anciano, de seguro si llegaba así al colegio sería la nueva burla de todos.
―No, mi niño... Eso es del demonio, incitar a los demás a ver tus partes privadas...
¡No es cristiano! ―le explicó la recatada mujer, al mismo tiempo que le tomaba las
manos y lo miraba a los ojos. Por un instante hubo un silencio, Boris no sabía si
agradecerle o soltarle la mano para escapar―. Hora de decir una oración y dar
gracias por este día. ―Corina aún no había terminado con su prédica, por lo que no le
quedó otra que cerrar los ojos y seguir las palabras de la tía para no disgustarla.
Luego se despidieron y partieron rumbo al colegio. Afortunadamente ese día la lluvia
había parado y solo estaba nublado.
Llegaron casi al mismo tiempo en que sonaba el timbre para ingresar. Varios
estudiantes corrían en la entrada antes de que se cerraran las puertas. Abner
acompañó a su hijo hasta el pasillo donde se encontraba su sala. Luisa se acercó para
darles la bienvenida y le pidió a Boris que la esperara en la puerta mientras le
informaba unos asuntos al pastor.
Se paró junto a la puerta, se sacó la camisa del lugar donde su tía la había dejado
para no parecer nerd, a la vez que las chicas comenzaron a chismosear en los
diferentes grupitos, quienes lo miraban y le sonreían haciéndolo sentir incómodo y
aumentando sus nervios de primer día. La profesora los hizo entrar y, mientras cada
uno se ubicaba en su puesto de siempre, una niña le saludó desde su lugar y él le
devolvió el saludo con una leve sonrisa, levantando su dedo pulgar. Luisa lo presentó
a todos brevemente, algunos ya sabían quién era y otros lo habían visto el día
anterior mirar por la ventanilla.
―Ese es el único puesto libre ―le indicó Luisa, apuntando al final de la sala, justo al
lado de, Julián, el morenito que lo había observado la primera vez y, tal como en ese
entonces, lo hacía fijamente.
―Está bien, profe ―contestó titubeando y se dirigió a su sitio, mientras era
observado como bicho raro.
―¡Hola! ―saludó a su compañero de puesto.
―¡Hola, nuevo! ―le respondió con una hermosa sonrisa blanca que destacaba en su
piel morena.
A Boris le pareció más guapo de cerca, pero nada comparado con el bombón que
estaba en la casona y en su dormitorio cada noche.
El primer bloque de la clase transcurrió sin inconvenientes, Luisa sabía dictar una
amena cátedra de Biología y hacer que las células fueran más entretenidas.
Cuando sonó el timbre del recreo, todos salieron corriendo excepto Boris que, sin
saber bien qué hacer, se sentó en una mesa junto a la ventana, listo para escuchar
música de su celular y comer una manzana que había tomado en la mañana de la
cocina. El otro que no salió de golpe fue Julián, quien esperó a que la sala estuviera
vacía y se le acercó lento, con una mirada intimidante. Boris trató de no parecer
incómodo.

―Nuevo... Creo que eres de los míos ―afirmó Julián y le guiñó un ojo, al
tiempo que Boris desenredaba sus audífonos.

―¿De los tuyos? ―Trató de hacerse el desentendido―. ¿Eres evangélico?


―respondió, intentando engañar a su compañero.

―¡Ja, ja, ja!... ¡No, claro que no! ―La sonrisa de Julián era maravillosa y le daba un
aire sexy―. Yo creo que tú también eres... ―Hizo una pausa de suspenso, mientras
Boris sentía que ya alguien lo había descubierto.

―¡Sal de aquí, Julián! ―Se escuchó un grito femenino desde la puerta―. ¡Deja de
molestarlo! ―Era la compañera que al llegar le había hecho señas para saludar. Su
presencia causó un gran disgusto en la cara de Julián, quien se dio media vuelta y
sonriéndole a Boris se retiró de la sala―. ¡Nos vemos, compañerito nuevo! ―remató
desde afuera.

―¡Ignóralo, es un tarado! ―dijo la chica y se sentó al lado de Boris―. Soy Camila, un


gusto. ―Le sonrió, dejando ver sus brackets color rosa.

Camila era una de las mejores alumnas del colegio; una chica de piel blanca con
algunas pecas, pelo rojizo ondeado y algo desordenado, ojos pardos, alta y delgada.
Para muchos era una de las chicas más guapas del colegio, y desde que se puso los
Brackets, su popularidad aumentó para su sorpresa, ya que pensaba que sería lo
contrario.

―Hola, Camila... Bueno tú ya sabes quién soy ―respondió Boris, tocándose el pelo―.
La verdad no me molestaba; es extraño, pero a la vez agradable ―agregó
refiriéndose a Julián―. Y será mi compañero de puesto hasta no sé cuándo. ―Sonrió.

―Ja, ja, ja... Sí, es verdad... Pero debes tener cuidado, ya que es fastidioso cuando
se lo propone y escuché lo que te decía. ―Camila mecía sus pies en el aire.

―¿Qué soy nuevo? ―Boris reía, ya sabiendo a qué se refería la chica―. ¿O que soy
evangélico? ―Trató de sonar gracioso.

―Tú no tienes cara de evangélico y en el colegio no todos lo somos ―le afirmó la


chica, mientras sacaba su celular―. Y puedes estar tranquilo si eres... Ya sabes...
―añadió al tiempo que escribía un mensaje en su WhatsApp.

―¡Uff, qué alivio saber que no todos son como en mi...! ―Boris se detuvo
súbitamente para no decir una indiscreción.

―¿Familia? ―Camila soltó una risotada y se puso de pie―. Yo no diré nada... Soy una
tumba y espero nos podamos llevar bien. ―Buscó algo en su Facebook, parecía estar
atenta a todo, tanto en el lugar, como en las redes sociales―. ¡Te encontré!... Espero
aceptes mi solicitud de amistad, Boris Ferrada. ―Camila sonreía.

―¡Claro que sí! ―Boris se sentía a gusto con su compañera, miró la pantalla de su
celular donde apareció la solicitud de Camila Lamas―. No tengo amigos por aquí y no
voy a rechazarlos ―dio clic en aceptar y se quedaron conversando hasta que sonó el
timbre para regresar a clases, aunque Boris no respondió a la insinuación de que era
gay; Camila en el fondo lo sabía, pero no era el tipo de persona que lo divulgaría.

Cuando todos regresaron haciendo ruido a la clase de matemáticas que estaba por
iniciar, uno de los primeros en entrar a la sala fue Felipe; un chico alto, moreno, pelo
negro y corto con mucho gel, de labios gruesos y que, a simple vista, parecía
pertenecer a algún equipo de deporte por su contextura física. Se acercó también a
saludar a Boris y luego abrazó por la cintura a Camila.

―¿Son novios? ―preguntó Boris terminando de comer su manzana antes de que el


profesor ingresara.

―No, pero deberías decirle que acepte ―sugirió Felipe besando la mejilla de Camila y
luego se fue hasta su puesto, haciendo un gesto de paz con las manos a Boris, en
señal de buena onda.

―¡Ay, me encanta! ―le dijo Camila al oído, antes de separarse cada uno a su puesto
cuando llegó el docente. Ambos sonrieron en complicidad; eso también le daba como
afirmativa la respuesta de que a Boris le gustaban los chicos.

A mitad de la aburrida clase de matemáticas, el celular de Boris comenzó a vibrar,


eran unos mensajes en su WhatsApp. Se le aceleró el corazón al ver que provenían de
Gabriel, deslizó su dedo tratando de disimular el teléfono debajo de su cuaderno, ante
la mirada de Julián, el que parecía interesado en saber quién le escribía.

"Bro... ¡Acompáñame por unas cosas para mi cumpleaños!

¡Di que sí! =)"

Una sonrisa iluminó el rostro de Boris que tecleaba sin ser descubierto, excepto por
Julián, claro.

"¡Sí, Gabo, vamos!! No tengo nada que hacer..."

Julián se acercó a él y le susurró:

―Por tu cara sé que se trata de un hombre... ―Su sonrisa era una mezcla de picardía
y disgusto.

Boris continuaba en su actitud de negarlo todo, ya que no confiaba en Julián, por lo


que solo movió la cabeza en desaprobación y guardó su celular en el bolsillo.
Continuó la clase, ahora con un motivo para sonreír y ser menos aburrida.
Al final de la jornada, Camila y Felipe se despidieron de Boris justo a la salida,
quedando de acuerdo para salir una tarde y poder conocer la ciudad. La pareja se
alejó jugueteando como niños, ya que ella llevaba semanas sin aceptar ser la novia
de él y este la hostigaba en cada momento que podía. Se notaba que había química
entre ellos, pero por alguna razón, la chica no aceptaba un compromiso.

Cuando ya se sintió solo, Boris sacó su celular para ver si Gabriel le había escrito otra
vez, pero antes de poder desbloquearlo una desagradable voz lo interrumpió por la
espalda.

―Deberías buscarte una novia. ―Escuchó severamente. Era Lucía, la novia de Gabriel
que iba en busca de una de sus amigas de iglesia que trabajaba en el colegio―. Para
que juegues en el barro con ella ―satirizó.

Boris no esperaba verla, ni mucho menos esa reacción de celos. Tragó saliva, estaba
nervioso y no sabía exactamente qué decir.

―Yo solo salí con mi hermano ―balbuceó, sonrojado e incómodo.

―Así es... Hermano mayor y debe comportarse como tal. ―Lucía le arregló la corbata
que traía desordenada y la apretó fuerte casi amenazante―. Espero que no le hagas
perder tiempo, por favor ―finalizó, con una sonrisa falsa y siguió su camino hasta el
interior del colegio.

El corazón de Boris casi se paralizó, se sintió amenazado y sin saber bien qué hacer o
pensar. Se desarregló nuevamente su corbata, tomó aire y caminó un par de pasos
para alejarse. Su celular vibró y le volvió el alma al cuerpo, era el mensaje que
esperaba de Gabriel.

"Paso por ti en cinco minutos..."


Celos

"Bro... Estoy en la esquina.

De aquí te veo..."

Al recibir los mensajes, Boris se volteó para encontrar a Gabriel. No tardó mucho en
divisarlo entre las personas y corrió hacia él, en parte por la emoción de verlo, y por
los nervios de que Lucía los viera juntos al salir del colegio.
―Dejé el auto estacionado para que caminemos ―anunció Gabriel, al tiempo que le
daba un abrazo.

―¡No hay problema!... ¡Yo feliz! ―respondió Boris, perdido entre el cuello de Gabriel,
podía sentir el suave aroma de su perfume y el de su piel. Se estremeció.

―Bro, necesito ver unas cosas para el cumpleaños y quiero que me ayudes. ―Lo
soltó y le indicó hacia dónde caminarían―. No es mucho, ya que papá y tía Corina
tienen casi todo listo ―agregó, mientras se acomodaba la camisa.

―¡Será genial tener una fiesta!

Gabriel dejó salir una risotada

―¿Fiesta? ―Lo miró sorprendido―. En casa no se hacen fiestas, recuerda que somos
una familia cristiana. ―Se puso serio.

―Eh... Ups, lo siento. ―Boris se encogió de hombros, claramente avergonzado.

―Ja, ja, ja... Es broma, brother. ―Volvió a sonreír―. O sea, no hacen fiestas con
distorsión, pero sí compartimos con amigos ―agregó Gabriel, mientras Boris lo
observaba casi como bicho raro.

―Pero eso suena aburrido ―contestó Boris, con sinceridad.

―Lo sé, pero ahora que tengo un hermanito, podemos hacer nuestra propia fiesta
secreta. ―Gabriel le desordenó el pelo―. ¿Te parece? ―Lo miró con ternura, Boris no
supo cómo reaccionar.

―De acuerdo... Espero se cumpla. ―Fue lo único que atinó a decir. Su corazón latía a
mil por hora, a pesar de no saber qué sentía Gabriel, aunque, lo más probable, era
que se tratara solo de cariño. Además, la diferencia de edad hacía que todo fuese un
imposible, un sueño lejano―. ¿Y Lucía está invitada? ―preguntó, sin olvidar la
escenita de celos que ella le había montado recién.

―Por supuesto, es mi novia... No podemos dejarla fuera ―le guiñó un ojo al tiempo
que entraban a una tienda gourmet.

Boris no recibió la respuesta de buena forma y se sintió desanimado, pero en el


fondo, sabía que debía acostumbrarse a ser lo que todos esperaban: hermanos.
Caminó largo rato detrás de Gabriel sin decir mucho mientras él compraba lo que
necesitaba. Lo miraba y hasta un nudo se le puso en la garganta de impotencia.
"Lucía me dijo que no te haga perder tiempo, creo que le molesta vernos juntos",
pensó Boris casi con deseos de gritarlo. A pesar de eso, se contuvo.

―Ahora pasemos por el supermercado y estamos listos con nuestra parte. ―Gabriel
llevaba un par de bolsas cargadas, Boris le ayudó con otras.

Anduvieron un par de horas en lo que quedaba de compras para la celebración. En la


casa y en la iglesia ya estaba anunciada la celebración que se llevaría a cabo en poco
tiempo más, después del culto, como ya era tradición. Todos los hermanos de la
iglesia participaban de las actividades de la familia Ferrada y este año no sería la
excepción. Una vez que terminaron de comprar, cargaron el auto y se fueron en
dirección a la casa.

―Antes de ir la casa, te llevaré a que conozcas un lugar que está en el camino ―dijo
Gabriel, entusiasmado y con una sensual sonrisa.

―¿Qué es? ―interrogó Boris. Sus ojos se encendieron.

―Es un parquecito ―contestó Gabriel al tiempo que estacionaba el automóvil.

Boris vio desde la orilla del camino el lugar al cual se refería; un parquecito lleno de
enormes y frondosos árboles que comenzaban a llenarse de hojas luego de las fuertes
lluvias. Caminaron hasta una banca que había un poco más allá de la entrada del
lugar y se sentaron a disfrutar del frío paisaje. La naturaleza del lugar era, aparte de
Gabriel, lo que más le gustaba del entorno donde ahora vivía, ya que en el norte todo
era demasiado árido. Allí, en cambio, podía sentir el frío viento en la cara, ver la
lluvia, prados verdes, muchos árboles y todo en compañía de un hombre guapo, pero
inalcanzable.

―A veces vengo a entrenar aquí o a jugar fútbol con los chicos de tu


colegio ―comentó Gabriel y se tendió sobre la banca, apoyando su cabeza en las
piernas de Boris.
El corazón del adolescente se aceleró otra vez.
―Me gusta este lugar, es tranquilo ―respondió Boris, tratando de ignorar que él
estaba recostado en su cuerpo.
Miró alrededor, el parque parecía vacío. Al parecer poca gente lo visitaba al estar a la
salida de la ciudad.
―¡¿Ves?, ya tienes un lugar donde traer a las chicas! ―remató Gabriel, al tiempo que
sacaba su celular que acababa de vibrar.
La cara de Boris se puso rígida, ya que ese tipo de comentarios lo sacaban de su
ilusión y lo ponían incómodo.
Gabriel se volvió a sentar para ver su teléfono, un mensaje en su WhatsApp con el
nombre de "Jefe" se desplegaba en la pantalla de inicio.
"Tenemos nuevo producto y comprador."
Luego de leerlo, su cara cambió de súbito, se puso de pie, tomó un respiro y se quedó
viendo hacia el cielo con la mirada perdida.
―¡Hey!... Dime algo, no me dejes solo ―insistió Boris para hacerlo reaccionar. Luego
se levantó y salió corriendo en dirección al auto.
Gabriel volvió en sí con una risotada y corrió tras él, pero no logró alcanzarlo.
―¡Creo que estoy viejo! ―gritó mientras lo seguía, tratando de hacer broma―. ¡Me
ganaste, bro! ―remató con la cara llena de risa, pues disfrutaba esos momentos con
su nuevo hermano. Luego se subieron al vehículo y terminaron en la casona. La tarde
ya había pasado.
En casa, los esperaba tía Corina con unos pasteles que ella misma había horneado
con la ayuda de Juana. Tenía la mesa servida y cada detalle era como para tomar el
té con la reina de Inglaterra; a Boris le parecía muy cursi. Estaba acostumbrado a
comer pizzas con su madre sentado en la alfombra de la sala de la casa o en su
habitación mirando televisión. Ahora, en cambio, debería acostumbrarse a las
comidas en familia, ordenado y dando gracias al Señor por los alimentos. Para su
desgracia, justo antes de que se sentaran a probar las delicias de la tía, llegó Lucía y
se fue directo a los brazos de su amado. El estómago se le revolvió, no sabía si era
por su presencia o de celos al verla besando a Gabriel.
―¡Qué mesa tan bendecida tienen hoy, tía Corina, felicitaciones! ―Lucía le dio un
beso en la mejilla a la decorosa mujer y se sentó junto a su novio. Miró a Boris con
desagrado.
―¿Qué nos cuentas, mi querida Lucía? ―Corina le indicaba a Juana que le sirviera té
a la joven. Solo le bastaban unos gestos con la mano y la señora sabía qué hacer y
cómo―. ¿Qué pasa afuera en el mundo? ―agregó, ya que Lucía siempre sabía lo que
sucedía a su alrededor.
―¡No me lo vas a creer! ―Lucía le tomó la mano a Corina como para prepararla―.
Aunque quizás no deba contarlo, puede que sea solo un chisme... No estoy segura
―dijo ante la mirada expectante de todos.
―No te preocupes, querida, si es un chismecito santo, no te compliques... El Señor
sabe tu buena intención ―respondió tía Corina, quien llamaba de esa forma a los
chismes que todo mundo le llevaba en la iglesia; esa era la forma en que lo
disfrazaban y los hacía sentir libres de culpa, aunque al final, siempre era un chisme
malintencionado y nada celestial.
―Dicen las malas lenguas que en el colegio hay un estudiante homosexual ―dijo
Lucía como lanzando una bomba en el plato de Boris, a quien miró fijamente y llena
de ira.
Todos en la mesa estaban sorprendidos, parecía que el tema era gravísimo, a tía
Corina se le quedó atorado un trozo de pastel y tuvo que tomar un gran sorbo de té
para poder pasarlo.
―¡Pero eso es... Terrible! ―Fue lo primero que Corina pudo decir, luego alzó los
brazos―. ¡Señor, líbranos del pecado! ―Tomó aire con fuerza―. ¡Sodoma y Gomorra
en nuestro colegio! ―remató casi con un grito desesperado.
Juana corrió a su lado por si se desmayaba.
―¿Somorra y Gorroma? ―preguntó Boris, confundido, pues jamás había escuchado
de ese lugar.
―¡Sí, Sodoma y Gomorra... ! ―corrigió Corina aún angustiada―. El lugar de la
perversión y la sodomía. ―Se tomaba la cabeza, parecía que el mundo le daba
vueltas.
―¿Es eso cierto? ―interrumpió Gabriel con preocupación―. Amor, ¿sabes quién es?
―Miró a Lucía, quien tenía una cara llena de satisfacción.
―Solo lo escuché entre los alumnos cuando fui hoy, pero no sé de quién se trata
―aseguró con tono despectivo.
―¿Hoy fuiste al colegio? ―Gabriel abrió unos enormes ojos―. ¿No viste a Boris allá?
―consultó mientras tomaba un sorbo de café.
―No, no lo vi... Fui a otras cosas. ―Miró con desagrado a Boris, quien prefirió no
decir nada de lo sucedido a la salida.
Luego de ese incómodo momento en la mesa en el que Lucía quiso inquietar al nuevo
hijo de los Ferrada, este se retiró a su habitación para así dejar a la pareja de novios
un rato a solas; muy para su desagrado, pero no le quedaba de otra. Tía Corina le dio
todas las bendiciones existentes antes de subir e invocó al Señor casi diez veces para
proteger a su sobrino del mal sodomita que acechaba el pulcro colegio.
Boris subió la escalera, cabizbajo y con las emociones revueltas; la presencia de esa
mujer no le agradaba y era evidente que ella sentía lo mismo por él. Decidió
encerrarse en su mundo, con sus audífonos, su música y mirando por la ventana el
paisaje que lo tranquilizaba.
Media hora más tarde, prefirió no haber estado en la ventana, pues vio a Gabriel y
Lucía salir de la casa tomados de las manos. Se subieron en el auto que estaba a la
salida de la casona y partieron con rumbo desconocido. A Boris se le apretó el
estómago y se llenó de tristeza. Cuando logró reaccionar, tenía un mensaje de Gabriel
en su celular y al verlo solo sintió un gran vacío.
"Bro, no le digas a nadie. Tal vez no llegue a dormir esta noche. ¡Besos!"
Deseo y culpa

Media hora más tarde, Gabriel y Lucía llegaron al departamento de ella, lugar que
había comprado con la ayuda de sus padres y donde esperaba comenzar a compartir
su vida más adelante con su novio.
Lucía había preparado durante la tarde una cena romántica que estaba casi lista para
servir y consentir con ella a su novio, el cual después de regresar de su último viaje
de trabajo casi no había pasado tiempo junto a ella por preferir conocer a su nuevo
hermano. Los celos la habían consumido en las últimas horas, por lo que decidió
tomar cartas en el asunto y preparar una velada romántica. Gabriel se veía bastante
a gusto con la sorpresa y ella se sintió aliviada al sentir que su novio no había dejado
de amarla. Después de un delicioso postre de chocolate que con esmero elaboró
siguiendo un tutorial de internet, se levantaron de la mesa y se acomodaron en el
sillón frente al televisor que estaba encendido, listo para buscar alguna película y
relajarse.
―Mi amor, gracias por esta rica cena. ―Gabriel besó a su novia para sellar el
momento.
―Te he extrañado mucho, estuviste demasiados días afuera y con lo de tu hermano,
no hemos compartido casi nada ―respondió Lucía, entre los fuertes brazos de
Gabriel.
―Bueno, llevar a ese niño con sus nuevos padres me tomó más días de lo esperado.
―Le acariciaba el cabello a su novia.
―Sí, lo sé y lo importante es que ahora otro pequeño huérfano tiene una familia y un
mejor futuro ―agregó Lucía mientras olía el cuello de Gabriel, su aroma le encantaba.
―Así es, amor. Todo gracias a la obra de la iglesia y mi padre. ―Miró a su novia
fijamente a los ojos.
Hubo un instante de silencio, con la mirada compenetrada y sintiendo el latir de sus
corazones que se aceleraban. Gabriel se acercó aún más y la besó otra vez. Su
respiración empezó a agitarse y un fuerte deseo se apoderó de él; comenzó a tocarla
de manera provocativa y a besarle el cuello mientras ella parecía fundirse entre sus
brazos.
―¡Detente! ―dijo Lucía de súbito, mientras se acomodaba en el sillón.
―Lo siento, Lucía. yo sé que tú aún no quieres. ―Gabriel respiraba agitado―.
Siempre te he respetado, pero es que ya... ―No quiso terminar lo que pensaba, ya
que llevaban saliendo dos años y ella, por llevar las creencias de la religión, no podía
entregarse a un hombre sin casarse y siempre había logrado controlar a Gabriel en
ese aspecto, a pesar de los claros impulsos que él tenía a menudo.
―Yo también siento que ya es momento ―dijo Lucía mirándolo con temor. Sentía una
mezcla de deseo y culpa al creer que traicionaba sus principios.
Gabriel se le acercó y tratando de ser lo más sutil posible, comenzó a besarla muy
lento. Sus caricias fueron más suaves que antes, ella no podía negar que, en el fondo,
sentía un fuerte deseo por él y que ya era hora de entregarse.
Los besos y las caricias fueron aumentando la intensidad, sus respiraciones estaban
agitadas. Lucía nunca había sentido a su novio tan cerca suyo, la distancia entre ellos
se redujo drásticamente y ella lo sintió presionarla contra el sillón con una fuerza
antes desconocida.
Preso del deseo, Gabriel no se contuvo más y comenzó a desvestirla en forma casi
agresiva, mientras ella, todavía conservando un poco de timidez, dejaba que él
tomara la iniciativa. Cuando por fin le quitó toda la ropa, pudo admirarla como
siempre había deseado, se desabotonó la camisa y volvió a besarla apasionadamente,
esta vez recorriendo su desnudo cuerpo que se estremecía al sentir los labios y la
pasión de Gabriel, quien luego de un rato de besarla completamente, se quitó el
cinturón para bajar su pantalón.

El corazón de Lucía latía a mil por hora, su novio tomó su mano e hizo que
le bajara la ropa interior dejando a la vista lo que tanto le prohibían las señoras de la
iglesia. Gabriel a medio vestir, separó sus piernas y, con lentitud, la hizo suya
mientras la besaba; podía ver en sus ojos que él era el primer hombre de su vida.
Lucía se retorcía debajo del musculoso cuerpo de su novio que parecía estar en un
estado de bestialidad, que ella jamás habría imaginado en un tipo tan recatado en la
iglesia. Tras un rato de intensa pasión, se quedaron enredados sobre el sillón
tratando de recuperar el aliento. Ella aún sintiéndose culpable.

―Disculpa, no quise ser brusco. ―Gabriel la abrazó, sabía que era su primera vez y él
había sido un poco torpe.

―Estoy bien, amor... Eres maravilloso ―contestó Lucía, buscando su blusa para
cubrirse.

―Sé que esto era importante para ti. ―Él se sentó en el borde del sillón aún a medio
vestir.

―Sí, pero es contigo y sé que un día nos casaremos ―le dijo, avergonzada,
abotonando la blusa.

―Bueno, adelantemos la boda... Yo prometí hacerlo. ―Gabriel quería retribuirle lo


que ella había hecho, a pesar de no estar seguro de lo que decía, pues él siempre se
había restringido por las doctrinas de su iglesia y sabía que debía ser un hombre
intachable para seguir el legado de Abner.

Lucía lo miró sorprendida, en el fondo de su corazón, ella sabía que al haberse


entregado antes a su novio, este respondería a la altura de las circunstancias y no
dejaría que ella fuese blanco de habladurías, si es que alguien se enteraba de lo
sucedido.

―¡Sí, yo feliz me caso contigo! ―respondió eufórica y luego se abrazaron.

Él no sabía si era lo correcto, pero ya lo había dicho y no podía defraudar a su familia.


Ella, por su parte, estaba asegurando no perder al hombre de su vida, el chico
correcto que todas las hermanas de la iglesia querían de yerno. Ahora, era suyo
completamente.

Gabriel se levantó como para terminar de vestirse, pero Lucía le pidió que se quedara
esa noche con ella, no quería sentirse sola luego de haber hecho el amor con él. Así
es que después de darse una ducha y de programar una alarma muy temprano para
llegar de amanecida a la casona, se fueron juntos a dormir.

A la mañana siguiente la alarma sonó cerca de las seis. Gabriel saltó de la cama,
Lucía, por su parte, apenas abrió los ojos sabiendo que su novio debía irse para no
dejar en evidencia que había pasado la noche con ella. No querían que las hermanas
de la iglesia hablaran al respecto, ni siquiera en un «chisme santo». Se despidieron
con un beso y Gabriel se fue apresurado rumbo a la casona. Aún no salían los
primeros rayos del sol.

Efectivamente, llegó justo a tiempo, ya que tía Corina se levantaba temprano para
preparar el desayuno, por lo que, aprovechando el silencio de la casa, subió la
escalera hacia su dormitorio, tratando de no hacer ruido. Abrió con sigilo la puerta de
su habitación, miró la cama de Boris y él ya se había levantado; no había tenido una
buena noche, se había dormido tarde y con tristeza, e incluso despertó antes de que
sonara su alarma. Estaba en el baño, la puerta se encontraba abierta y al parecer ya
se había duchado, pues tenía la toalla cruzada en su cintura mientras se afeitaba la
escaza barba que a veces asomaba.

―¡Hola, bro!... ¡Ya estás despierto! ―saludó Gabriel parado desde la puerta del baño.

―Hola... Sí, no dormí bien ―respondió el adolescente sin siquiera mirarlo.

―Boris, ¿te sucede algo? ―Gabriel lo notó extraño, un tanto distante.

―Nada... ¿Cómo te fue anoche? ―preguntó Boris, lacónico, antes de lavar su cara
para quitarse la espuma.

―Excelente, bro... Gracias por guardar el secreto. ―Gabriel, que sentía lo distante
que Boris estaba, trató de sonar lo más amigable posible haciéndolo sentir parte de
su escapada con Lucía.

Boris salió del baño sin su típica sonrisa, estaba claramente dolido al saber que no
existía posibilidad con Gabriel, quien prefirió no seguir preguntándole por qué no
había dormido, ya que supuso que se estaba acordando de su mamá.

Mientras Boris se vestía raudo para salir de la habitación, Gabriel se metió en la


ducha para disimular que acababa de levantarse, trató de no demorarse mucho, pues
quería hablar con su hermano, pero fue en vano. Al salir del baño Boris ya había
bajado a tomar el desayuno, por lo que se apresuró a ver si podía alcanzarlo en la
cocina. Mientras se vestía, un mensaje de Lucía llegó a su celular.

"Eres lo que más amo en el mundo.

Que tengas un lindo día..."

Gabriel deslizó su pantalla para responder de inmediato, una leve sonrisa se dibujó en
su rostro.
"Tú también eres lo que más amo, mi hermosa.

Gracias por lo de anoche..."

Cerró la aplicación, se puso un poco de perfume y bajó casi corriendo para alcanzar a
Boris, que estaba sentado junto a Abner. Saludó a todos como de costumbre y antes
de comenzar a comer, cerró los ojos e hizo una oración ante la dichosa mirada de su
padre y tía Corina.

Boris sintió que se le revolvía el estómago, por lo que tragó lo que le quedaba de
desayuno y se paró de la mesa, disimulando que debía buscar algunas cosas para la
clase de historia. Gabriel sabía que algo sucedía con él y no podía dejar de
preocuparse, pues el muchacho le provocaba ciertos sentimientos que no descifraba
bien. Trató de no levantar sospechas y, cuando su padre se levantó a preparar sus
cosas para salir, salió raudo de la cocina en búsqueda de Boris, quien estaba en la
puerta de entrada de la casona esperando.

―Estás extraño, bro... ¿Qué te sucede? ―Gabriel le tocó el hombro tratando de


acercarse, pero Boris se corrió.

―Nada, solo me estoy acostumbrando a todo ―respondió acomodando el bolso a su


espalda.

―¿Qué te parece si esta noche vamos a caminar algún lugar de la ciudad? ―preguntó
Gabriel, tratando de hacer algo por ayudarlo.

―No puedo. ―Boris se encogió de hombros.

―¿Puedo saber por qué no puedes? ―Gabriel sintió algo en su pecho ante la
respuesta negativa. No sabía qué era.

―Saldré esta noche con Julián... Un compañero de clase. ―Sonrió con ironía al
decírselo―. Anoche me invitó y le dije que sí. ―Efectivamente, había recibido un
mensaje de Facebook donde Julián lo invitaba.

La cara de Gabriel se descompuso, algo se revolvió en su interior al saber que Boris


saldría con Julián, pero no pudo decir nada, pues Abner acababa de salir para llevarse
a su hijo al colegio.

―¡Chao, saludos a Lucía! ―exclamó Boris sonriendo antes de cerrar la puerta del
auto y partir rumbo al colegio ante la mirada petrificada de Gabriel.
Los chicos de la noche

Durante uno de los recreos, Julián se acercó a Boris, quien se encontraba


en el fondo del patio del colegio, conversando con Camila y Felipe; ellos ya se habían
enterado del mensaje recibido por Facebook donde lo invitaba a salir y, a decir
verdad, aún no estaba seguro de aceptar, solo había aprovechado de utilizar la
situación para incomodar a Gabriel.
―¡Hey!, no me has dicho si aceptarás salir conmigo esta noche, nene nuevo ―Julián
interrumpió la conversación de los amigos, aunque ellos ya lo habían visto venir en su
dirección.
―Eh... No estoy seguro de que me den permiso. ―Boris no mentía al respecto.
―Verdad que eres el hijo del pastor del colegio. ―Julián juntó sus manos como
rezando en un gesto burlón.
―¡Ya no molestes y vete! ―gritó Camila indicándole con el dedo hacia dónde debía
irse. Estaba sentada en las piernas de Felipe.
―Tranquila... solo bromeo. ―Julián le sonrió dejando ver su perfecta sonrisa, parecía
que le daba igual lo que lo demás le dijeran―. Yo solo quiero salir con este guapo
chico nuevo ―agregó mirando a Boris que se sonrojó de inmediato―. Y que está
rojito como un muñequito ―finalizó guiñándole un ojo.
―¡Ya, déjalo tranquilo! ―insistió Camila, molesta con la situación.
―Julián parece sincero en su invitación ―intervino Felipe, ante la mirada asombrada
de Camila―. solo necesita una respuesta ―quiso darle una ayuda, al notar que
parecía no estar molestando como de costumbre. Se produjo un breve silencio.
―Si me dan permiso iré contigo... Pero como amigos ―respondió Boris, aún
sonrojado.
―Yo puedo conseguir el permiso del pastor ―dijo Camila ahora con un tono más
amigable. Julián miró sorprendido―. Puedo inventar que irás a mi casa a una sana
reunión de compañeros... Pero con una condición ―agregó dejando en suspenso. Miró
a Felipe y en complicidad rieron.
―¿Qué condición? ―Julián estaba intrigado al igual que Boris.
―¡Que nos dejen ir con ustedes! ―exclamó Felipe en complicidad con Camila.
―¿Es en serio? ―Julián estaba asombrado, ya que nunca había tenido muy buena
relación con nadie en su curso.
―¡Sí, es en serio! ―aseguró Camila, poniéndose de pie―. Nos sirve para salir y para
cuidar a nuestro amiguito Boris de tus garras. ―Miró a Boris, quien no entendía muy
bien todo lo que pasaba―. ¿Qué dices, amigo? ¿Vamos? ―Su sonrisa dejaba ver sus
brackets.
―¡Está bien, vamos! Pero tú me consigues el permiso ―respondió Boris, mientras
que Julián sonreía al haber conseguido una cita con el chico nuevo.
Durante el resto de la clase planificaron cómo sería la salida y, horas más tarde,
Camila llamó a la casona del pastor Abner para hablar directamente con él; le hizo
saber lo agradable que era su hijo Boris y que, como buenos compañeros, querían
darle una pequeña bienvenida en su casa, de manera recatada como acostumbraban
en el colegio.
Las buenas notas y conducta de Camila surtieron efecto en Abner, quien accedió a
que su hijo participara de la reunión de compañeros dejando en claro las condiciones:
Boris debía regresar a casa antes de las dos de la mañana, lo cual, a su juicio, ya era
un horario prudente para que la juventud se divierta sanamente.
Tía Corina, en cambio, al saber de la salida que tendría su sobrino, reclamó un rato
aduciendo que no se debía ser tan permisivos con los adolescentes o de lo contrario
acabarían alejados de los caminos del Señor. Tras casi una hora de hablar de lo
mismo con Juana, que escuchaba atenta a su patrona, apareció Gabriel en la cocina
en busca de algo de comer.

―¿Quién se alejará del Señor? ―preguntó Gabriel con curiosidad, al


tiempo que habría el refrigerador.
―El niño Boris ―dijo Juana mientras amasaba un pan de semillas sobre la mesa.
―¡Pero, Juana, mujer, por el amor de Dios! ¡Cómo dices eso! ―Tía Corina soltó su
revista cristiana―. Yo me refería a la juventud en general, no a mi sobrino ―enfatizó.
―Perdón, señora, es que como el niño va a salir de noche yo pensé qué... ―La
pequeña y dulce empleada no alcanzó a finalizar su idea porque notó la mirada severa
de Corina, por lo que siguió amasando con más fuerza.
―¡No pienses, mujer, y amasa ese pan! ―Corina parecía molesta.
―¿Dónde irá mi hermano esta noche? ―Gabriel sentía curiosidad por saber, trató de
no parecer tan interesado.
―Es una reunión en casa de la familia Lamas, esa gente extraña... Su niñita es
compañera de tu hermano ―respondió tía Corina refiriéndose a Camila y su familia,
ya que no pertenecía a la congregación y solo estaba en el colegio porque podían
pagar la colegiatura. A ella no le agradaba su madre, quien trabajaba como
instructora de Yoga y esas cosas del cuerpo eran guiadas por el maligno, según su
pensamiento.
―Ah, claro, una reunión en casa ―dijo Gabriel pensando en otra cosa―. No se
preocupen entonces, estará bien ―agregó sabiendo que Boris había mentido. Luego
se retiró con un sándwich en la mano y dejó que las mujeres siguieran con sus cosas.
Prefirió no indagar más, pues ya había pasado toda la mañana pensando en el asunto
y casi tenía olvidada otra vez a su novia Lucía.
Se fue hasta el patio y se sentó en unos troncos apilados que pronto serían cortados
para hacer leña. Miró hacia el segundo piso y, en la ventana de su habitación, estaba
Boris escuchando música. Intercambiaron una mirada y voltearon al mismo tiempo
para ignorarse.
Boris, aún celoso por la salida de Gabriel de la que intuía que había sucedido algo
íntimo entre él y Lucía, prefirió pensar en otra cosa. Comenzó a buscar su ropa para
salir en la noche; estaba ansioso, ya que hacía mucho no tenía una escapada
nocturna y, a pesar de lo incómodo que podía resultar Julián, igual era un compañero
guapo y eso le provocaba extrañas sensaciones. Buscó en su celular una lista de
música y la dejó sonar mientras se probaba diferentes prendas, así estuvo por casi
una hora hasta que decidió con cual quedarse.
Rato después, salió de la casa cuando estaba comenzando a oscurecer. Era la primera
vez que lo hacía solo, aunque tía Corina le había repetido casi diez veces cómo debía
hacerlo para encontrar la locomoción colectiva. Siguió sus instrucciones y, en menos
de cinco, minutos ya estaba en el bus que pasaba por la carretera hacia la ciudad.
Tardó casi media hora en llegar a su destino con todas las paradas que hizo
recogiendo gente por el camino.
Una vez en el centro, Camila y Felipe lo esperaban en la parada del bus.
Emprendieron camino al lugar donde Julián los había citado, no quiso decirles
específicamente cuál sería el sitio escogido. Llegaron hasta la plaza de la ciudad y se
sentaron frente a la enorme pileta llena de luces, corría un brisa fresca y Felipe
aprovechaba de abrazar a Camila que vestía ropa ideal para el verano y estaba
sintiendo frío. Él, en cambio, usaba unos jeans gastados y una camiseta blanca muy
ajustada con la intención de mostrar sus pectorales marcados por la intensa rutina de
ejercicios que estaba siguiendo en el gimnasio. Boris se decidió por unos pantalones
azules y camisa blanca con detalles negros, se veía alto y delgado.
Casi quince minutos más tarde, apareció Julián. Desde lejos Boris le echó un vistazo;
el morenito se veía muy diferente en comparación al colegio, el cambio era increíble.
Vestía jeans oscuros ajustados, camisa negra abierta y con muchos broches, lo que
dejaba ver una camiseta de esas ligeras sin mangas, toda su piel canela resaltaba y le
daba un estilo sensual, sumado a que se había peinado con abundante gel. En
verdad, se veía atractivo.

―¡Al fin llegas, Juli! ―saludó Camila entre los brazos de Felipe―. ¿Dónde
iremos? ―Estaba ansiosa por saber.

―Ahora espero que todos quieran ir ―dijo Julián mientras sonreía a Boris―.
¿¡Quieren ir a la disco gay!? ―Se refería a la única que existía en la ciudad.

―¡Sí! ―respondieron al unísono, mirándose en complicidad.

―Felipe, ¿no te preocupa lo que puedan decir tus compañeros del equipo de fútbol?
―preguntó Julián, mientras caminaban rumbo a la discoteca.

―No, para nada ―afirmó Felipe, quien iba de la mano con Camila―. No tengo
prejuicios y me da lo mismo si hablan ―agregó muy seguro―. ¡Ah, y puedes decirme
"Pipe" como lo hacen todos! ―Le sonrió mientras Camila le sacaba la lengua en forma
coqueta.

―¡Buenísimo, Pipe! ―Julián levantó el pulgar en señal de buena onda, luego miró a
Boris―. ¿Y tú, guapito?, espero lo pases bien conmigo esta noche ―insinuó para
molestarlo, ya que sabía que era tímido.

―Eh... Sí, seguro que sí. ―Las mejillas de Boris se enrojecieron levemente, y eso a
Julián le encantaba.

Se fueron caminando por varias calles y llegaron hasta un antiguo edificio en donde
un pequeño grupo de personas ingresaba por una puerta metálica custodiada por un
tipo gordo con pinta de guardia y otro muy flaco y desgarbado, que cobraba las
entradas. En la puerta había un letrero con luces que decía «Neón Blue X».

Los cuatro se reían mientras hacían la fila para entrar, pues comentaban que el sitio
parecía turbio y desarreglado, pero Julián insistía en que, por dentro, era todo lo
contrario y que lo pasarían bien. Además, ya había llamado al dueño para que los
dejara pasar sin problemas, aun siendo menores de edad. Por fin avanzó la fila y
pudieron pagar sus entradas, les pusieron unas pulseras fluorescentes con el nombre
de la disco.

Una vez dentro, se dieron cuenta de que Julián no mentía: era un sitio espectacular,
lleno de esferas de espejos, luces de neón y mucho brillo por todos lados. La música
sonaba fuerte y estaba repleto de gente bailando, se veían algunas parejas
besándose entre la multitud y otros, al fondo, en la barra bebiendo y riendo.

Camila y Felipe bajaron a bailar y se mezclaron entre el tumulto que se movía al


ritmo de la princesa del pop. Boris, un poco inquieto, se quedó con Julián y juntos se
fueron a beber un trago.

―¿Qué prefieres tomar? ―preguntó Julián a voz viva cerca de Boris para que pudiera
escucharlo, pudiendo sentir su perfume.

―¡Cerveza! ―le respondió, sintiendo cierta tensión al tener a su compañero tan


cerca.

―¡Ok... Cerveza para los dos! ―Julián fue hasta la barra y rápidamente consiguió su
pedido. No quería dejar solo a su acompañante por mucho tiempo, ya había
detectado a varios chicos que lo estaban mirando como buitres, no solo por su
belleza, sino también por ser nuevo en el lugar, ya que los clientes casi siempre eran
los mismos.

Le pasó la cerveza a Boris y bajaron hacia la pista de baile, comenzaron a bailar y a


beber, moviéndose entre las demás personas hasta llegar donde estaban Camila y
Felipe, abrazados. Así estuvieron bailando por casi una hora. Se turnaban cada cierto
rato para ir a la barra a buscar más alcohol. Los cuatro la estaban pasando muy bien
y Julián aprovechaba cada instante para acercarse y coquetearle a Boris, quien, por
su parte, se sentía a gusto. A veces se acordaba de Gabriel, pero sus celos
comenzaron a desaparecer en la medida que bebía de su vaso de cerveza y poco a
poco se fue relajando hasta olvidarlo por completo y dedicarse a disfrutar del
momento con sus nuevos amigos.

De pronto, comenzaron a lanzar unas pulseras luminosas y empezó la fiesta de


espuma que, a esa hora de la noche, era costumbre en el lugar.

―¡Les dije que esto era lo máximo! ―exclamó Julián con su vaso en alto, mientras se
movía cerca de Boris mirándolo a los ojos.

―¡Sí, esto está increíble! ―gritó Camila, al tiempo que Felipe bajaba lentamente
hasta su cintura al ritmo de la música.

La espuma comenzó a mojar sus ropas, lo que les daba un aspecto sensual a todos,
algunos chicos los miraban, ya que los tres del grupo eran bastante guapos y con las
camisetas húmedas se les podía ver el cuerpo. Algunos hombres mayores los miraban
con deseo desde la barra o el segundo nivel de la disco. Un par de chicas lesbianas
miraban de vez en cuando a Camila, lo que le causaba extrañeza, ya que no estaba
acostumbrada a esas cosas. Felipe, por su parte, trataba de no mirar mucho a su
alrededor, le incomodaba ser tan observado, pero lo estaba pasando bien, por lo que
solo era un detalle.

―Quiero besarte, Boris ―le dijo Julián al oído, rozando la mejilla del muchacho con su
nariz.

―¿Qué? ―Boris se sorprendió y corrió su cara hacia atrás, pero Julián que estaba
ebrio le sonreía con ternura.

Sus compañeros miraban, discretos, sin dejar de bailar.

―Eres lo más lindo y bueno que he visto en mucho tiempo. ―Julián paró de bailar, se
acercó a Boris y puso uno de sus brazos en el hombro de él―. Eres buenito y quiero
un besito tuyo... solo uno. ―Tenía su sensual sonrisa al máximo. El corazón de Boris
se aceleró de nervios.

―Quizás estás mal interpretando las cosas ―respondió Boris, tratando de evadirlo, a
pesar de sentir un hormigueo en su estómago.

―Sé buenito... solo uno de amigos. ―Julián se acercó aún más a él, estaban frente a
frente―. Di que sí ―agregó con ojitos achinados.

―¡Boris, uno de amigos! ―gritó Camila, quien estaba cerca de ellos―. ¡Solo uno!
―Se reía junto a Felipe.

―Está bien... solo uno y de amigos ―respondió Boris, ante la sorpresa de todos―.
¡De amigos y no molestes más! ―Sonrió coqueto, ante la mirada expectante de sus
amigos. Se acercó a Julián, lentamente tocaron sus rosados labios y comenzaron a
besarse.

Boris sintió que le agradaba por un instante. Julián estaba extasiado al tocar los
tiernos labios de aquel guapo chico, que le estaba comenzando a gustar y que era
diferente a todos los anteriores que había probado.

A pesar de lo breve, el beso fue más largo de lo que Boris pensó que sería. Camila y
Felipe, abrazados, sonreían en complicidad con sus amigos.

Lo que no sabían era que desde afuera de la pista de baile, había un hombre, que
llevaba una gorra y grandes lentes de sol para no ser identificado: era Gabriel que los
había buscado y observaba con sentimientos revueltos cómo Boris besaba a otro
chico.

La multitud se movía rápido al ritmo de la música, por lo que solo podía distinguir con
poca claridad al adolescente besando a un extraño de espaldas a él. Preso de sus
emociones, volteó y salió casi corriendo, pasando a llevar un par de personas para no
ser descubierto. Se perdió entre los grupos de personas que estaban afuera y tomó
rumbo desconocido. Mientras, Boris continuaba bailando, cada vez más cerca de
Julián.
Un sábado en Familia

Alrededor de las diez de la mañana, el ruido de los leñadores afuera de la


casa hizo imposible que Boris continuara durmiendo y recuperándose de la fiesta de la
noche anterior. Abrió los ojos lentamente, todo le daba vueltas. Trató de enfocar el
techo, y en eso estuvo un buen rato, hasta que lo consiguió. Se estiró varias veces en
la cama y, por fin, se sentó en el borde con su cabello desordenado.

Recordó lo bien que lo había pasado con sus amigos y el beso que se había dado con
Julián frente a todos, aunque después insistió en dejarle en claro que solo era algo en
buena onda y parte de la diversión, aunque en el fondo no le era indiferente y, sin
embargo, las emociones eran más fuertes por Gabriel.

Se acordó de él y miró hacia su cama que estaba revuelta, era claro que ya se había
levantado porque no estaba en la habitación ni en el baño.

Luego de unos minutos de estar pensativo, se puso de pie y caminó hasta la ducha,
se quitó la ropa interior y antes de echar a correr el agua se miró en el espejo para
revisar si estaba gordo; su abdomen era perfectamente plano, un cuerpo que
mezclaba niñez y adolescencia, pues le faltaba desarrollar más musculatura. Se
alegró al notar que seguía teniendo un lindo cuerpo. Se metió en la ducha y estuvo
ahí por un largo rato para tratar de despertar.
Media hora más tarde, ya estaba vestido y mucho más lúcido. Bajó a desayunar;
aunque sospechaba que todos ya lo habían hecho.

―Hola, buenos días, tía Corina ―saludó mientras buscaba una taza para tomar café.

―Buen día, hijo, que el Señor lo bendiga ―respondió la tía, que estaba en un rincón
de la cocina junto al calentador a leña, tejiendo―. ¿Cómo estuvo la reunión con sus
amigos? ―preguntó sin dejar de hacer su labor, mirando como un policía a su
sobrino.

―Entretenida. ―Fue lo primero que se le ocurrió decir a Boris―. Y sana... ―agregó,


tratando de que Corina ni se imaginara lo que había sucedido.

―¡Oh, me alegro mucho de que el buen Señor guíe sus pasos y sean jóvenes de bien!
―Parecía satisfecha de que su sobrino hiciera caso en sus consejos―. El Enemigo los
tienta en la juventud para cometer actos impuros y vergonzosos ―añadió Corina,
justo antes de tomar un sorbo de su mate.

―Eh... Me imagino que así debe ser. ―Boris miraba hacia cualquier parte menos a su
tía. Luego se preparó el café y se sentó cerca de la ventana.

Pudo ver que afuera, los trabajadores cortaban leña para la calefacción de la casona;
Abner y su esposa estaban con ellos dirigiendo la jornada, todos vestían trajes para el
agua, ya que estaba lloviznado, como era habitual en la zona.

No había rastro de Gabriel por ningún lado, supuso que estaba con su novia, de lo
contrario estaría con ellos afuera.

Comió unas tostadas, apresurado, observando a Juana preparar el almuerzo,


abnegada. Acto seguido, corrió en busca de ropa para la lluvia y salió al patio a
disfrutar de la helada mañana.

―Boris, ¡qué bueno verte aquí tan temprano! ―exclamó Marta, quien traía un canasto
con verduras de la huerta y se lo mostraba a su esposo.

―Hola, sí... los vi y quise venir con ustedes. ―Sonrió el adolescente, mientras veía a
su padre llevar una carretilla con leña.

―A veces hay que hacer las tareas de la casa ―intervino Abner, dirigiéndose hacia la
bodega a un costado de la casona.
Boris comenzó a caminar por el campo, al tiempo que tomaba el aire fresco. A lo
lejos, podía ver unas vacas pastando; se sentó justo debajo de un gran castaño que
lo protegía de la lluvia. Sacó su celular y le envió unos mensajes a Julián.

"¿Estás vivo?

¡Fue increíble anoche... Gracias!"

En menos de dos minutos, ya se podía ver que Julián estaba respondiendo del otro
lado.

"Recién desperté...

Me encantó tu beso."

Boris respondió:

"¡Ya te dije que no te hagas ilusiones... solo amigos!"

Julián replicó:

"Lo sé... pero estuvo rico."

Boris dudó antes de escribir:

"Creo que sí..."

Mas la respuesta de Julián fue instantánea:

"Ya verás que un día te van a gustar... Ja, ja, ja"

Boris se encogió de hombros.

"Puede ser... ¡Quién sabe! =) "

Boris guardó su teléfono, sonriendo, no podía negar que le gustaba que un chico le
escribiera esas cosas. No sabía exactamente qué pensar, por lo que se quedó casi una
hora sentado bajo el árbol mirando cómo lloviznaba; los brotes de la primavera
estaban comenzando a aparecer. Le parecía un entorno mágico, tranquilo y la
naturaleza estaba en su máximo esplendor. A lo lejos pudo escuchar los gritos de
Juana, quien lo llamaba para que en un rato más almorzara con su familia. No
obstante, Boris sentía que recién había desayunado, pero como se había levantado
tarde, no le quedó otra que acercarse a la casa arrastrando los pies para no dejarlos
esperando.

Juana había preparado para el almuerzo un delicioso asado de cerdo con ciruelas y
rotkohl, un plato típico de la zona, y que era el favorito de Abner. Estaban terminando
de ordenar la mesa de la cocina. Todos se movían de un lado a otro, alegres, así es
que decidió ayudar con las labores.

―¡Hola a todos! ―Se escuchó desde la puerta de la cocina. Eran Gabriel y Lucía,
quienes también participarían del almuerzo familiar. Todos los saludaron con
entusiasmo; menos Boris.

―¡Ya, pasen todos a la mesa! ―gritó Juana, quien tenía todo bajo control, pues
trabajaba para ellos desde hacía décadas y los conocía bien.

Se sentaron alrededor de ese espectacular almuerzo y, antes de comenzar a comer,


Abner dirigió una oración de agradecimiento por los alimentos. Una vez que finalizó,
pudieron lanzarse sobre la comida en un pequeño alboroto por conseguir el mejor
trozo de carne.

Gabriel miraba de soslayo a Boris, aún sentía como una aguja en el centro del
estómago el recordar lo que había visto la noche anterior. No le dirigió la palabra en
toda la comida, mientras que Lucía y Corina hablaban de las actividades para mujeres
que tenía programadas para la congregación.

Marta, por su parte, opinaba cada cierto rato y solo daba ideas cuando le parecía
apropiado. No le gustaba mucho el ambiente de mujeres en la iglesia, encontraba que
no eran siempre transparentes.

Corina, quien tenía mucho tiempo libre, era una mujer soltera, de cuarenta y tres
años, y que podía darse el gusto de planificar cientos de actividades en las que
siempre llevaba a Juana, a pesar de que ella, a veces, iba obligada.

El almuerzo se extendió por casi dos horas entre diferentes conversaciones. En


ocasiones le preguntaban a Boris si quería participar con los jóvenes cristianos, pero
él nunca dio una respuesta concreta, siempre lo evadía con sutileza. Cuando Juana se
aprontaba para servir el café de sobremesa, Gabriel se puso serio.

―Debo anunciar algo ―dijo el apuesto joven, poniéndose derecho en su sitio. Lucía
hizo lo mismo, solo que poniendo cara de felicidad. Tenían la atención de todos en la
mesa.

―Con Lucía hemos decidido adelantar nuestra boda para dentro de un par de meses
más. ―Gabriel tomó la mano de su novia, la que sonreía como si hubiese ganado la
lotería, ante la mirada petrificada de Boris.

―¡Santo cielo, qué alegría! ―exclamó Corina, al tiempo que todos se levantaron a
abrazarlos por la buena noticia, era algo bastante esperado por todos, menos por
Boris, que veía que toda esperanza se esfumaba y no habían sido más que falsas
ilusiones. Pensó, en el fondo, que tal vez era lo mejor.

Se armó tal alboroto en la cocina, que Boris aprovechó para irse a su dormitorio y
olvidar todo por un rato. Además, le quedaba soportar el cumpleaños de Gabriel que
sería celebrado al día siguiente.

Cerró su puerta y se tendió en la cama que Juana ya había ordenado, buscó sus
audífonos y se puso a escuchar música. Luego miró videos, y así estuvo hasta que
Camila lo agregó a un grupo que hizo en WhatsApp, en donde estaba ella, él, Felipe y
Julián, con el nombre de «4 Fantásticos».

Estuvieron hablando tonteras por varias horas, Julián aprovechaba de lanzarle


indirectas a cada rato y eso lo sacaba de su tristeza. Además de repasar varias veces
todas las locuras que habían hecho en la disco gay durante la noche.

Ya más tarde, cuando estaba empezando a oscurecer, Gabriel entró en la habitación


para buscar un abrigo y salir a dejar a Lucía a su apartamento. Boris estaba sentado
cerca del respaldo de la cama con su celular en la mano. Solo lo iluminaba la tenue
luz de la pantalla, por lo que Gabriel encendió la luz.

―Ya no me hablas nada ―reprochó Gabriel en tono serio.

―¿Qué podría decirte? ―Boris trataba de no mirarlo, hacía como que buscaba algo en
su celular.

―Tal vez no te agrada Lucía, pero es mi novia ―respondió Gabriel, mientras se ponía
el abrigo y se acercaba a los pies de la cama.

―O puede ser que yo no le agrade a ella. ―Boris seguía en su actitud de no


mirarlo―. Aunque no sé qué le hice ―agregó.

―Sí... O puede ser que estés celoso. ―Gabriel intuía lo que estaba sucediendo.
Se produjo un silencio, Boris no sabía cómo responder a eso; no podía quedar en
evidencia o sería su fin en la casa.

―Parece que solo son berrinches de un niño mimado y descarriado ―añadió Gabriel
con un tono de enojo, abriendo la puerta para irse, pues él también tenía las
emociones revueltas.

―¡Pues sí! Estoy celoso, ¿y qué? ―respondió Boris en un arranque de extrema


sinceridad ante la mirada atónita de Gabriel, quien tragó saliva y solo reaccionó a dar
un portazo. Boris quedó con los ojos llorosos, su respuesta había salido del alma
como un grito desesperado.
La mañana del cumpleaños de Gabriel

A las ocho de la mañana del domingo, comenzó el movimiento en la


casona de los Ferrada. Con el ruido de todos corriendo por los pasillos, Boris no
necesitó de una alarma para abrir los ojos. Si había algo en el mundo que detestaba,
era levantarse temprano los domingos, pero no tenía de otra, por lo que saltó de la
cama para prepararse e ir al lugar que menos le agradaba; el culto dominical.
Se puso un traje deportivo para sentirse cómodo y bajó raudo a tomar desayuno,
antes de que partieran hasta la iglesia. Al verlo en la cocina, tía Corina casi quedó
infartada con su aspecto tan desgarbado.
―¡Ay, por los Jinetes del Apocalipsis! Esa no es forma de ir a la casa del Señor
―exclamó la tía con cara de gallina atorada. Sus ojos estaban abiertos a su máxima
expresión. Ella vestía de forma elegante y recatada, no se le veía ni un pedazo de piel
entre tantos encajes en el cuello y los puños.
―Boris, quizás sea adecuado que te pongas algo más formal. ―Abner intervino,
mientras se hacía el nudo de la corbata junto a la estufa.
―Pero... No le veo lo malo a mi ropa. ―Boris se miró para comprobar que estaba
correctamente para un domingo―. No creo que a Dios le importe ―afirmó, pensando
en que la ropa no debería ser importante en estos casos.
―Debes presentarte con lo mejor que tengas ―insistió Corina, quien terminaba de
guardar su himnario en la cartera―. Siempre pulcro para nuestro Señor ―finalizó la
mujer, mirándolo como si vistiera con trapos sucios.
―Anda, Boris... Busca algo lindo arriba. ―Marta le guiñó un ojo desde un rincón de la
cocina, parecía entenderlo, pero para evitar discusiones le dio la orden de subir.
―Está bien, tía Corina, me pondré lindo ―respondió Boris sonriéndole a Marta, la que
bebía un tazón de café.
Fue así como tuvo que subir y buscar entre sus cosas algo que fuera adecuado.
Recordó que traía el traje de la última fiesta de gala de su antiguo colegio, así es que
supuso que mientras más elegante fuera, más felices estarían todos y el Señor,
obviamente. Se puso un esmoquin azul con cuello y corbatín negro, se peinó con gel y
se perfumó como si se tratase de la entrega de algún premio. Se veía estilizado, su
figura delgada y alta lo hacían parecer un príncipe de cuentos; se miró en el espejo y
soltó una carcajada al verse vestido así solo para ir a un culto.
―Ok... Estoy listo.
Boris apareció de imprevisto en la cocina. Todos quedaron con la boca abierta al verlo
tan guapo y elegante. El cambio era impresionante a cómo se veía vistiendo ropa
deportiva un rato atrás.
―Pareces un ángel, mucho mejor ahora, sobrino. ―Corina lo tomó del brazo, llena de
orgullo y se alistaron para partir.
Subieron al auto y partieron rumbo a la iglesia. Abner había recibido un mensaje de
Gabriel, el cual decía que había partido temprano para tener todo preparado. Todos
estaban maravillados ante su gentileza, menos Boris, quien sabía que eso era una
mentira. Gabriel no había pasado la noche en la casona y seguramente se había
quedado con Lucía, así es que, para despistar, se tuvo que ir temprano hasta el
templo.
Como de costumbre, estaba lleno de vehículos estacionados en la entrada del recinto.
Todos los hermanos se saludaban en la entrada y, efectivamente, la gran mayoría
estaba vestido de manera formal; los hombres se veían de manera tradicional con sus
trajes, pero las mujeres tenían un aspecto retrógrado, incluso algunas llevaban velos
que cubrían sus rostros. Para Boris era casi una ridiculez, pero prefirió no decir nada
para evitar problemas.
Cuando se bajaron del vehículo, todas las miradas se fueron directo hacia el hijo del
pastor, ya que Boris resaltaba de entre todos los jóvenes que estaban en el lugar. Él
solo atinó a sonreír a pesar de la incomodidad. Un grupo de niñas se acercó a
saludarlo, todas alborotadas haciendo sonar sus panderos con cintas tricolores
mientras se movían.

De pronto, entre la multitud apareció Gabriel junto a Lucía. Comenzó una


lluvia de abrazos y felicitaciones por su cumpleaños, tardó casi diez minutos en poder
liberarse de toda la congregación y llegar hasta donde estaba su familia, que hizo lo
mismo llenándolo de cariño y bendiciones, tanto para él como para su futura esposa
Lucía, quien no se movía del lado de su novio.
Una vez que la familia completa lo abrazó, Gabriel pudo ver que junto a un grupo de
niñas estaba Boris; brillaba en su traje azul por sobre todas las chicas a su alrededor.
Se quedaron mirando desde lejos, y a Boris no le quedó otra alternativa que ir a
saludarlo, su corazón se agitó y nuevamente se ruborizó. Lucía no pudo acercarse,
pues fue tomada del brazo por Corina para ingresar a la iglesia. En su cara no se
podía disimular la molestia.
Gabriel y Boris estaban frente a frente, ninguno había olvidado la conversación de la
noche anterior.
―Feliz cumpleaños, Gabriel ―dijo Boris mientras extendía su mano, parco.
Gabriel hizo lo mismo y estrecharon sus manos.
Se quedaron mirando fijo, sin soltarse. Los ojos de Boris lo veían casi como un niño
asustado, mientras que Gabriel parecía tener una barrera; en sus ojos no se reflejaba
nada. Aunque, en el fondo, sentía cómo su corazón se aceleraba. Lo soltó de súbito,
al recordar el beso que vio entre Boris y su compañero de clase.
―Te ves bien ―le dijo Gabriel y luego se fue para entrar en la iglesia.
Una corriente fría recorrió la espalda de Boris, no sabía qué pensar en ese momento.
Respiró profundo y fue el último en ingresar al culto. De hecho, ya habían comenzado
con una ronda de cánticos, por lo que avanzó por el pasillo entre una multitud que
alzaba sus brazos entre gritos, panderos y tambores. Llegó a la primera fila, en donde
tía Corina daba unos agudos gritos, mientras cantaba leyendo su himnario.
Boris trató aparentar estar a gusto y atento a la ceremonia. Luego vino la oración y
un extenso sermón del pastor Abner y otros hombres de la congregación que lo
asistieron. Casi al final de la reunión, comenzaron a cantar mientras que unas niñas
recogían las ofrendas y diezmos. Se escuchaban caer algunas monedas en los
recipientes, aunque, en realidad, estaban más cargados con billetes. Boris no llevó
dinero, así es que no pudo entregar más ofrenda que su bella presencia.
Poco antes de dar por finalizado el culto, Abner recordó a la comunidad que estaban
todos invitados a la celebración del cumpleaños de Gabriel. En la casona se estaba
preparando un gran asado para compartir con todos.
Las familias de la congregación tomaron rumbo al lugar del festejo. Era una fila
extensa de vehículos que iban en dirección a la casona y, como era tradición, Juana y
los trabajadores más cercanos, preparaban desde temprano la comida.
El olor de la carne asada se sentía a lo lejos. Se podían distinguir unas largas mesas
blancas desbordantes de comida, debajo de unas carpas del mismo color que
arrendaban cada vez que tenían celebraciones en el patio.
Lucía y Gabriel se bajaron del brazo, esperando que todos entraran en la casona,
dando una imagen de pareja perfecta que era alabada por toda la congregación.
Marta se acercó a ellos y le pidió ayuda a la novia para ir a terminar los últimos
detalles de la comida con todas las mujeres de la iglesia. Los hombres se dirigieron
hasta donde se estaban asando las carnes. Abner comenzó a servir vasos de vino, ya
que era una de las ocasiones en que se permitían beber alcohol, pero moderado.
Boris aprovechó para subir a quitarse el empaquetado traje que ya le incomodaba.
Esperaba quedarse también un rato a solas para alejarse del ruido de las hermanas
alborotadas, la casa estaba repleta.
Entró en su habitación y comenzó a tirar las prendas sobre la cama. Se quedó solo
con el pantalón puesto, mientras buscaba un poco de música en su celular. Tenía
unos mensajes de Julián.
"Hola, lindo... Pienso en ti.
¿Qué haces hoy?
¿Salimos?"
Una sonrisita se dibujó en la cara de Boris, entró en la aplicación y le respondió.
"Hola... Lo siento, no puedo. Cosas de la familia."
En ese instante, entró Gabriel que venía a dejar un bolso con ropa que guardaba en
casa de su novia. Se quedó mirando a Boris, que sonreía frente al celular.
―¿Esa risa es por alguien? ―preguntó Gabriel. No disimuló su molestia, sabía que se
trataba de algo así.
―Eso no te importa ―respondió Boris con una sonrisa irónica―. Disfruta tu
cumpleaños con Lucía ―agregó al tiempo que se ponía una camiseta sin mangas.
―¿Y qué hay de la celebración que tendríamos? ―Gabriel no había olvidado que iban
a celebrar juntos.
Boris lo quedó mirando con tristeza, sentía una tensión desagradable entre ellos. Se
sentó en la cama sin decir nada, mientras Gabriel esperaba la respuesta.
―¡Amor, apresúrate! ―interrumpió Lucía, ya que la puerta estaba entreabierta. Miró
con desagrado a Boris―. Gabriel, te esperan los invitados. ―Extendió la mano hacia
su novio para llevárselo y a este no le quedó otra opción que irse sin poder continuar
su conversación con su «hermano». La cara de satisfacción de Lucía al separarlos era
evidente.
Boris se quedó sentado con sentimientos encontrados. No sabía exactamente qué
decir o hacer con Gabriel y, por otro lado, detestaba la presencia de Lucía, quien
parecía odiarlo desde que lo vio la primera vez.
"No te saldrás con la tuya, perra desagradable", pensó Boris mientras sonreía. Parecía
que había encontrado la solución a su problema.
La noche del cumpleaños de Gabriel

Durante toda la tarde, la congregación estuvo celebrando a Gabriel en la casona.


Cerca de diez pasteles de cumpleaños le llegaron como regalo de parte de algunas de
las hermanas de la iglesia, que lo admiraban por su rectitud, y de otras que, en
secreto, les era atractivo como hombre, cosa que jamás se sabría.

Mientras duró el festejo, tomaron vino con moderación, pues la mayoría solo bebían
gaseosas o jugos; muchos de ellos se habían rehabilitado del alcohol al entrar a la
religión y otros, que preferían mostrar una imagen recta ante los hermanos, decían
no beber jamás.

Poco a poco los invitados se fueron retirando tras una larga jornada dominical, en la
que disfrutaron de los primeros rayos del sol que ofrecía la cercana primavera.

Lucía se encontraba en la cocina junto a tía Corina y Juana, terminaban de lavar los
últimos platos de la comida, mientras que el festejado en compañía de su padre y
esposa, despedían a los invitados en la entrada, eran admirados y respetados por la
comunidad religiosa.

Por su parte, Boris durante toda la jornada estuvo sentado junto a unas chicas
alborotadas por su presencia, pero en realidad, solo se dedicó a chatear con sus
amigos y a planificar salidas durante la semana. En su mente tenía claro lo que haría
para que Lucía no le ganara, pues ya no le era agradable que esa mujer lo tratara de
forma tan despectiva.

Se paró y, sin que nadie se diera cuenta, fue hasta la bodega de la casona en donde
almacenaban todo tipo de provisiones para la familia, era un lugar bastante amplio;
con varios estantes llenos de productos enlatados, sacos de harina, diferentes tipos
de alimentos y lo más importante que era lo que buscaba Boris: alcohol. En el fondo
de la bodega encontró unas cajas con botellas de buen vino y, para su sorpresa,
quedaba una botella de ron bien escondida que de seguro Juana utilizaba para sus
preparaciones en la cocina. La tomó y la escondió entre su ropa para luego salir raudo
del lugar sin ser descubierto.

Corrió por el pasillo y, antes de siquiera cruzarse con su padre, subió hasta su
habitación en donde guardó la botella debajo de su almohada. Luego tomó su celular
y buscó a Gabriel entre sus contactos de WhatsApp.

“Quiero celebrar solo contigo, bro...

Te espero en un rato más en la habitación. ¡No Faltes!”

Boris había decidido celebrar a solas con Gabriel, principalmente para molestar a
Lucía, tarde o temprano ella se enteraría de que habían pasado tiempo juntos.

Gabriel, al recibir el mensaje, cambió la expresión de su cara; pasando del cansancio


a una notoria alegría. Pensó de inmediato cómo sacarse de encima a su novia, por lo
que decidió decirle que debía organizar algunos asuntos para la siguiente adopción en
el orfanato que sería pronto.

Ante esto, a Lucía no le quedó otra que irse a su casa, pensando en lo maravilloso
que era su prometido al estar tan dedicado a los niños huérfanos en el día de su
cumpleaños.

Poco a poco, todos en la casa se fueron a sus dormitorios a dormir. Boris escuchaba
música, mirando por la ventana y, a pesar de estar decidido a enfrentar a Gabriel, no
podía disimular sus nervios, ya casi no le quedaban uñas por morderse.

De pronto, lo vio entrar en la habitación. El corazón se le detuvo, ahí estaba el


hombre que le provocaba tantas emociones juntas.
―Pensé que ya no ibas a celebrar conmigo ―dijo Gabriel acercándose a la ventana―.
¿Sigues enojado? ―Le tocó el hombro, Boris permanecía inmóvil, los nervios le
impedían reaccionar.

―Eh... No... Yo... ―balbuceó sintiendo una corriente ante la cercanía de Gabriel―.
Tengo algo para ti, ya no estoy enojado... creo. ―Reaccionó y se puso de pie, fue
hasta su cama y sacó la botella que tenía guardada.

―¿Ron? ―Gabriel sonrió al verlo, estaba asombrado, pero le parecía tierno ver a un
chico en pijama, entregándole una botella de alcohol.

―Sí, es por tu cumpleaños. ―La sonrisa de Boris era deslumbrante―. Para que
celebremos ―añadió, poniendo la botella en manos del festejado.

―Pero, tú eres menor de edad y... ―respondió Gabriel, quien parecía no estar seguro
de la situación.

―Y nada... ―interrumpió Boris―. Vamos a celebrar. ―Continuaba sonriendo.

―Está bien... solo porque no quiero seguir distanciado ―repuso Gabriel, al tiempo
que abría la botella―. Bueno, supongo que es sin vaso ―agregó riéndose, mientras
que se sentaban en el piso, cerca de la ventana.

―Feliz Cumpleaños, Gabo... ¡Tienes diez años más que yo! ―Boris tomó la botella y
le dio el primer sorbo ante la mirada de Gabriel, que después bebió el siguiente trago.

Así estuvieron por mucho rato, cada cierto tiempo bebían un sorbo de ron y luego
conversaban de algún tema que querían conocer del otro. Hablaron de su infancia,
religión, política, la escuela, deportes, la familia y luego repetían algún tema. Se
rieron de tonteras y olvidaron que habían estado enojados. Gabriel no quiso decir que
lo había visto junto a un chico en la disco gay, de lo contrario, quedaría en evidencia
que los había seguido y estaba bastante a gusto disfrutando el momento.

Poco a poco, el alcohol comenzó a surtir efecto en ellos, quienes trataban de no hacer
ruido para no despertar a nadie. Al día siguiente comenzaba una larga semana de
trabajo y escuela, pero a Boris no le parecía importar, estaba contento, bebiendo con
el hombre que lo enloquecía. Le encantaba ver que ya no era ese empaquetado chico
perfecto de la iglesia, frente a él ahora estaba un joven alegre que disfrutaba de la
vida como cualquier otro. Estaban tendidos de espalda mirando el techo.

―¿Sigues celoso de Lucía? ―preguntó Gabriel, visiblemente mareado. Ya quedaba


poco ron en la botella.
―Ella me odia y no sé qué le hice ―respondió Boris, volteando su rostro hacia
Gabriel.

―Es insegura, a veces me agobia. ―Gabriel parecía sincerarse con el alcohol―. No es


mala, pero siente que yo le pertenezco, y ahora ya no puedo dejarla ―agregó,
haciendo alusión a lo que había sucedido entre ellos.

―No estás obligado... Nadie lo está. ―Boris podía sentir que, al parecer, Gabriel no
era feliz en su relación.

―Yo no puedo fallar, todos esperan mucho de mí. No sabes ―dijo Gabriel con
seriedad. Pensaba en algo más, pero no quiso decir qué.

―Ahora me tienes a mí. ―Boris tomó la mano de Gabriel en un acto de valentía y


desinhibición―. Hasta celoso me pongo, pero me imagino que son cosas de niño
―agregó, tratando de disimular.

Se produjo un silencio, ambos estaban de la mano y conectados por primera vez por
tanto rato. El tiempo se detuvo para los dos y desearon que permaneciera así por
mucho más.

―Cosas de niños ―pensó Gabriel en voz alta. Le apretó la mano mientras el corazón
de Boris permanecía acelerado.

Tras otro minuto de silencio, Gabriel volteo hacia él, dejando su cara cerca de la suya.
Respiró más fuerte de lo habitual y pudo sentir el aroma de su piel. Rozó su nariz con
la mejilla de este, que se quedó inmóvil, preso de los nervios.

Una corriente le erizaba la piel. De un segundo a otro tenía a Gabriel encima de él,
sus labios estaban demasiado cerca y sus ojos se conectaron, dejando ver una mezcla
de miedo y deseo. sus corazones latían fuerte, pero ninguno pudo contenerse, ya que
se acercaron cada vez más hasta que sus labios entraron en un suave contacto.

Por fin Gabriel lo besaba, apasionado, y aquella corriente aún recorría sus cuerpos
liberando la energía contenida desde que se vieron por primera vez. Gabriel no pudo
luchar más con sus impulsos y siguió besándolo por largo rato, lo mantenía abrazado
contra el piso, sintiendo su delgado cuerpo. Boris estaba extasiado, el sabor de los
labios de aquel hombre lo enloquecía y no quería soltarlo.

―¡No! ―exclamó Gabriel y lo soltó de golpe, reaccionó ante lo que hacía y la culpa se
apoderó de él.
Boris permanecía tendido sin saber qué hacer, no entendía bien qué le pasaba y
miraba a Gabriel mientras él se ponía de pie con esfuerzo.

―No podemos ―sentenció Gabriel. Se sentó en su cama con las manos en la cabeza,
mientras comenzaba a llorar―. Señor, no puedo... yo no ―oraba entre sollozos, ante
la incrédula mirada de Boris.

Gabriel se dejó caer de rodillas junto a su cama.

―¡Padre amado, que cuidas de tus siervos! ―exclamó mientras continuaba llorando
en un estado casi descontrolado―. No me dejes caer en pecado... Cuida de tu hijo
amado. ―Se escuchaba que susurraba mirando al cielo.

Boris no supo cómo reaccionar, pues había pasado de estar besando al hombre que le
gustaba, a verlo abatido de rodillas en el piso implorando por no caer en el pecado.

Se quedó tendido en el suelo, mientras Gabriel continuaba en su desesperada


plegaria suplicando salvación. La mezcla de alcohol, nervios, sueño y desconcierto
hizo que se quedara dormido ahí mismo sobre la alfombra, olvidándose de lo
sucedido.

Por la mañana, cuando sonó la alarma de su celular para ir al colegio, Boris se sentó
de golpe con un fuerte dolor de cabeza. Recordó lo ocurrido y miró hacia todos lados,
pero Gabriel no estaba. No había pasado la noche en la habitación.
Cosas de chicos

Durante el desayuno todos estaban alborotados, se habían levantado un


poco más tarde de lo habitual debido al cansancio que había dejado el festejo del
cumpleaños de Gabriel. Por lo tanto, nadie notó su ausencia en el apuro por salir a
tiempo a las labores del día.

Boris aún no podía creer lo sucedido durante la noche; por un lado, estaba feliz de
haber besado a Gabriel y de ese mágico momento entre ellos. Por otra parte, no
entendía bien qué había sucedido después, su hermano parecía haber enloquecido de
culpa. Pensó en que quizás el alcohol le había hecho mal y no pudo manejar sus
impulsos, pero todo era confuso y, hasta el momento, no tenía la menor idea de
dónde había pasado la noche ni mucho menos qué sucedería cuando se volvieran a
ver.

Al llegar al colegio vio que lo esperaban sus amigos en la entrada, por lo que se
apresuró en sacar su bolso del portamaletas; los lunes eran los días de la clase de
Educación Física. Caminó lento hacia ellos, el sueño se apoderaba de él y las ojeras
que traía lo delataban.

―¡Hola! Parece que estuvo buena la celebración ―dijo Camila.

Todos soltaron una carcajada.

―Sí, algo así. Muero de sueño ―respondió Boris, mientras daba la mano a los chicos
del grupo.

―No hagas caso, que te ves bien de todas formas ―halagó Julián, haciéndose el
galán con su típica sonrisita.
―Yo creo que debes ir despertando porque tenemos que entrenar mucho el día de
hoy ―intervino Felipe, quien parecía estar súper animado―. Yo ya hice cien
abdominales en casa ―remató ante la mirada alicaída del resto.

―Entonces debes contagiarme tu energía, Pipe. ―Boris dejó caer el bolso al suelo―.
No me gusta la clase de deportes ―añadió sin ánimos.

―Sí, Pipe, ¡danos tu poder! ―gritó Julián, burlón.

―Bueno, solo deben seguirme y ya verán los resultados ―respondió Felipe,


tomándole la mano a Camila para entrar.

El timbre ya estaba sonando.

Una vez dentro, corrieron hasta los vestidores del gimnasio para cambiarse el
uniforme a su tenida deportiva. Guardaron sus bolsos en los casilleros y se dirigieron
hasta la zona central de la cancha, en donde los esperaba su profesor, quien, con el
típico silbato, ponía orden cuando los estudiantes se alborotaban.

Poco a poco, logró hacerlos guardar silencio y les indicó que en esa clase deberían
salir a trotar por la pista que estaba afuera en el patio, así es que, para disgusto de la
mayoría, no les quedó de otra opción que seguir al profesor en su rutina.

Felipe animó a los chicos a que lo siguieran y estos trataron de mantener su ritmo a
pesar de lo difícil que les resultaba, era claro que les llevaba mucha ventaja en su
estado físico.

Cada cierto rato, Boris pensaba en Gabriel. Podía sentir su aroma y la sensación de
tener sus labios junto a los suyos, luego regresaba a la clase y seguía enfocado en
correr detrás de Felipe y Julián, que le llevaban la delantera.

―¡Vamos, Boris!... ¡No te duermas! ―le gritó Julián al tiempo que bajaba la velocidad
para esperarlo.

―No, ya no me dormiré... No te preocupes ―respondió Boris casi sin aire, estaba del
todo sudado.

Así continuaron su rutina por casi una hora, en la que fueron mezclando diferentes
ejercicios. Algunos lograban hacerlo bien y otros ya estaban sentados a mitad de
camino. Camila, por su parte, era una de las chicas que mejor desempeño tenía en la
clase, no tenía ningún problema junto al resto de las mujeres que corrían en grupo.
De pronto, uno de los compañeros de la clase empujó a Julián a propósito
mientras mantenían el trote.

―¡Cae, marica! ―apostilló, prepotente.

Era Javier, uno de los que, con frecuencia, lo molestaba en clases o donde lo
encontrara.

―¡¿Qué te pasa?! ―gritó Boris, al tiempo que se detenía para ayudar a levantar a su
amigo.

―No te juntes con ese desviado. ―Javier se detuvo y se acercó a ellos con actitud
desafiante. Era un chico alto y robusto, con cara de pocos amigos―. Deberías estar
con las chicas ―añadió con risa burlona. Su cara llena de espinillas estaba enrojecida
y sudada, no tenía un buen aspecto.

―¿Algún problema, Javier? ―intervino Felipe, quien era uno de los más fuertes del
curso y los demás no se atrevían a buscar peleas.

―¡No me digas que ahora te juntas con el marica! ―Javier se refería a Julián, de
Boris aún no sospechaban nada. Comenzaron a acercarse los demás compañeros―.
¿Qué pasó con el macho futbolista? ―Se rio y, junto a él, otros cuantos.

―Con quien me junte es mi problema. ―Felipe se acercó a él, no le gustaba que se


metieran con sus amigos―. ¡Y si no te gusta te lo aguantas o lo arreglamos
enseguida! ―amenazó con tono desafiante, mirándolo fijo a los ojos.

Los demás solo miraban, no eran comunes las peleas en el colegio, a pesar de que
Javier siempre buscaba problemas en los otros cursos. El ambiente estaba tenso.

―Veo que tienes un nuevo amigo. ―Javier retrocedió, sabía que no le convenía
meterse con Felipe, quien, además, tenía muchos amigos en el curso―. Te salvaste...
desviado. ―Miró a Julián, que estaba junto a Boris y Camila, acto seguido se alejó,
pues vio que el profesor se acercaba.

―¡Todos a cambiarse!... ¡Se acabó la clase! ―ordenó el docente, que no alcanzó a


notar el problema ocurrido. Tocó su silbato para indicar que la clase había finalizado.
―No quiero estar aquí ―manifestó Julián con tristeza, tenía los ojos llorosos.

―No dejes que ese imbécil te desanime. ―Camila lo abrazó, mientras que Boris lo
observaba con angustia.

―Me iré a casa, hoy no quiero estar en clases. ―Julián no quería que lo volvieran a
molestar. Unos años atrás, cuando recién llegó al colegio, ya había tenido problemas
con Javier por lo mismo―. Muchas gracias, Pipe. ―Le dio la mano y prefirió
marcharse sin que el profesor se diera cuenta, aunque era seguro que notarían su
ausencia en las siguientes asignaturas.

Sus tres amigos se quedaron un rato sentados afuera del gimnasio para calmar un
poco los ánimos. Era la primera vez que Felipe intervenía, antes su grupo eran los
chicos del equipo de fútbol y se reían cuando algo así ocurría. Sin embargo, ahora
sentía que Julián y Boris eran sus amigos y debía protegerlos. Camila los dejó para
alcanzar a sus compañeras, besó a Felipe sintiendo que era un buen chico.

―Me quedaré un rato, no quiero entrar y golpear a Javier ―dijo Felipe a Boris,
mientras arrancaba un poco de pasto con una de sus manos―. Si quieres me esperas
para que no te metas en problemas ―agregó, intentando calmarse. Todavía se sentía
enojado.

―Sí, si no te molesta ―respondió Boris, secando el sudor de su frente.

―No, amigo, no hay problema... Ese tipo es una mierda ―repuso Felipe, y se tendió
en el pasto para relajarse.

Luego de casi diez minutos de estar tomando aire para no tener que encontrarse con
Javier en los vestidores, se pusieron de pie y fueron a cambiarse antes de quedar sin
tiempo para llegar a la siguiente clase. Por fortuna, solo quedaban unos pocos
compañeros y el tipo conflictivo ya se había ido del lugar. Buscaron sus bolsos de los
casilleros y fueron hasta las bancas para poder ducharse. Felipe se quitó la camiseta
sucia y la dejó colgada, mientras que Boris parecía moverse lento, haciendo tiempo.

―¡Oye, no te demores! La clase empezará pronto. ―Felipe desataba sus


zapatillas y veía que su amigo no hacía nada.

―Yo creo que puede ser incómodo para ti si yo... ―Boris no quería que su amigo
pensara que estaba usando el momento para mirarlo.
―¡No! No seas hueón. ―Felipe sonrió al notar a qué se estaba refiriendo―. No verás
nada nuevo y yo tampoco en la ducha... Somos todos iguales ―sentenció mientras le
apuntaba a un par de compañeros que estaban en las duchas―. Apúrate, que
necesito hablar contigo antes de volver a clases ―agregó quitándose el pantalón, al
tiempo que Boris entendía que no había problema si se cambiaba frente a su amigo
hetero.

Felipe se quitó la ropa interior y se fue corriendo hasta la ducha, esperando a que su
amigo hiciera lo mismo.

―Boris, necesito tu ayuda ―le dijo Felipe, enjabonándose por todos lados, tratando
de apurarse.

―¿Qué necesitas? ―respondió Boris, intrigado, mientras se lavaba el cabello.

―Necesito saber por qué Cami no acepta ser mi novia. ―El agua caía por su
trabajado cuerpo adolescente―. Llevo meses intentando... ―explicó al tiempo que se
quitaba la espuma de los ojos.

―Trataré de averiguar qué pasa, espero me lo diga. ―Boris se enjuagaba, tratando


de no mirar mucho a su amigo, ya que de todas formas le resultaba incómodo tener a
un futbolista sexy desnudo junto a él―. Habrás hecho algo malo en algún momento
―añadió, cerrando la llave del agua.

―Uf, ya te contaré mi pasado. ―Felipe esbozó una sonrisa pícara y también cerró el
paso de agua. Acto seguido, salió corriendo para buscar su toalla y secarse.

Mientras se vestían, planificaron un par de cosas para saber qué pasaba con Camila y
por qué no aceptaba la propuesta de noviazgo. Se rieron de unas cuántas tonteras
con los compañeros que quedaban en el camarín y trataron de olvidar el incidente con
Javier para no tener que golpearlo en la sala si continuaba molestando, pues había
conseguido que Julián se fuera triste para su casa.

De camino a la sala, entre todo el bullicio de los estudiantes a punto de regresar a sus
clases, se encontraron con el pastor Abner, que debía dar una clase de Religión a un
grupo de estudiantes de visita. Estaba junto a la profesora Luisa conversando en el
pasillo. Abner llamó desde lo lejos a su hijo, Boris fue hacia donde él en compañía de
Felipe.

―Boris, qué bueno que te veo. Quiero que, en unos días más, me acompañes a una
visita que debo realizar a personas importantes de la congregación. ―Abner parecía
hablar de algo serio―. Los Ancianos (así llamamos a nuestros líderes importantes)
quieren que vaya contigo para que puedan conocerte ―agregó el pastor, sacando la
Biblia de su maletín.

―Sí, claro que te acompaño ―respondió Boris, quien no tenía más opción que aceptar
la invitación donde esos extraños señores.

Felipe observaba unos pasos más atrás.

―Gracias, hijo, sabía que no me defraudarías. ―Abner lo abrazó sutil, tratando de ser
cariñoso. Boris se notaba incómodo, no se acostumbraba a sus muestras de cariño y
menos en público.

Luego de ese breve encuentro con su padre, lo dejó junto a Luisa para que
continuaran con su conversación, y ellos se fueron hasta su sala para la clase de
Geografía.

Boris se acomodó en su puesto, se sintió triste al ver que la otra mesa estaba vacía.
Pensó en enviarle unos mensajes de ánimo a Julián, pero cuando sacó su celular se
dio cuenta de que Gabriel le había escrito minutos antes.

"Hola, lo siento por irme sin avisar.

No estuvo bien lo que pasó..."

Como de costumbre, cada vez que se trataba de Gabo, el corazón de Boris se agitó y,
sin importarle que la clase ya había comenzado, decidió responderle. Gabriel aún
aparecía en línea en su celular.

"Gabo, no sé qué decirte... ¿Puedo verte hoy?"

Gabriel tardó casi cinco minutos en responder, seguía en línea, y cada cierto rato se
desplegaba el "Escribiendo...", bajo su nombre, y luego no llegaba nada. Al parecer le
estaba costando responder. Boris no podía prestar atención a su profesor. Para su
alivio, le llegó respuesta:

"Estuvo mal, tú eres un niño y es pecado. No creo que pueda verte hoy..."

Una sensación fría le recorrió la espalda. No podía creer lo que le estaban diciendo.
Reaccionó y respondió:

"Podríamos conversar, quizás mañana si no puedes hoy."


Esta vez la respuesta fue un poco más rápida y quizás hubiese preferido que no le
llegara.

"Boris, no nos veremos en varios días. Voy viajando a la capital.

Cuídate y oremos para que esto se detenga. Chao."

Los ojos de Boris se llenaron de lágrimas, sintió que Gabriel estaba huyendo de él,
haciéndolo sentir como un pecado. Ahora no sabía hasta cuándo lo volvería a ver.
Tuvo deseos de salir corriendo tal como lo había hecho Julián hacía un rato.

Aguantó su impulso de llorar, abrió nuevamente la aplicación y envío su respuesta a


Gabriel sin importarle lo que pudiese suceder.

"Me gustas y no lo voy a negar. Buen viaje, y no voy a orar."


Historias del pasado

Pasó un día entero sin tener noticias de Gabriel, hasta que el pastor
comentó durante el desayuno que su hijo había partido urgente a la capital para
solucionar unos asuntos del hogar de niños. Lucía lo estaba acompañando esta vez,
no quería pasar mucho tiempo separada de su novio.
Boris se sintió devastado al enterarse, su mensaje ni siquiera había sido revisado y él
había sido sincero en sus palabras. Esperaba que a Gabriel no se le ocurriera revelar
lo ocurrido, aunque si lo hacía, era probable que él también saliera dañado.
Terminaron de tomar desayuno y se fueron directo al colegio. En el trayecto, Abner le
comentó a Marta que el fin de semana iría con su hijo a entrevistarse con los
Ancianos de la iglesia en el Refugio del Lago, que era un recinto perteneciente a la
comunidad. Marta se sintió dichosa al ver que su esposo estaba logrando cierta
conexión con Boris, ya que ellos no tenían hijos propios, sin contar lo que sentían por
Gabriel. Además, ella nunca había podido quedar embarazada y era un dolor que
guardaba hacía mucho, pues le hubiese gustado tener un hijo de Abner. Pero a sus
treinta y siete años, ya tenía descartada la opción.
Boris prefirió aceptar el viaje con su padre, aunque presentía que se iba a aburrir
mucho con los Ancianos, a quienes imaginó tal como su nombre indicaba: unos
viejitos de barba blanca, sentados en una mesa larga para interrogarlo. Al menos ese
viaje lo mantendría con la mente ocupada sin pensar en Gabriel.
Una vez en clases, ahora en compañía de su amigo Julián, acordaron dar un paseo y
poder conversar sobre lo ocurrido el día anterior. Decidieron que saldrían sin Camila y
Felipe, porque ellos ya tenían planes para la tarde.
Durante toda la jornada de clases pensaron en el lugar más adecuado, hasta que
Boris recordó ese parque donde Gabriel lo había llevado días atrás.
Antes de salir de clases, Julián tuvo que ir a dar cuentas de su inasistencia a la
directora, a la cual le inventó que se sentía mal el día anterior. No quiso dejar en
evidencia a Javier para evitar problemas. Además, no sabía si le creerían; en años
anteriores se había enfrentado a ese mismo personaje que acostumbrada a hacerle
bullying por su homosexualidad. Esta vez, Marta le creyó y no tuvo ningún castigo al
respecto, por lo que se fue junto a Boris a pasar la tarde al parque. En el camino
compraron golosinas y jugos para poder hacer más agradable el paseo.
A eso de las tres de la tarde llegaron al parquecito del cual Boris solo conocía una
parte. Detrás de los primeros árboles se escondía un hermoso lugar; había una
lagunilla llena de plantas de Nenúfar. El día estaba soleado, pero aun así se sentía
frío. El reflejo del sol iluminaba sobre el agua que parecía un mágico espejo rodeado
de hermosa vegetación. Se acomodaron sobre el pasto a comer unas barras de
chocolate con almendras, admirando el bello paisaje que tanto le atraía a Boris.
―¿Por qué Javier te trató así? ―preguntó Boris, luego de morder con fuerza su
chocolate.
―Cuando llegué al colegio, tenía quince años... ―Julián miraba la laguna, abstraído,
buscando entre sus recuerdos―. Y el año anterior lo había reprobado en otro colegio.
No tenía las mejores juntas del mundo. ―Miró a Boris que estaba atento―. No tenía
amigos reales y terminé siendo un desastre, solo pensaba en salir de fiesta y tener
sexo con cualquier chico guapo que conociera. ―Se notaba incómodo al hablar del
tema.
―Pero... ¿Cómo llegaste a eso? ―preguntó Boris, sorprendido al escuchar a su amigo.
―Después de todo, yo le pertenecía a cualquiera que pudiera darme alcohol o alguna
droga. ―Julián se sintió avergonzado y bajó la mirada―. No importaba la edad y casi
no estaba en casa con mi familia ―añadió, afligido.
Boris puso su mano en el hombro de él para demostrarle su apoyo.
―¿Y Javier? ¿Qué onda? ―Boris estaba intrigado, le sorprendía la historia de Julián
siendo tan joven.

―Javier se enteró por unos amigos cuando llegué al colegio. Y, desde ese
entonces, el primer año me hizo la vida imposible, fui golpeado varias veces. ―Julián
tomó aire―. Y yo también le respondía. Casi nos expulsan de no ser por las
donaciones que nuestros apoderados dieron al colegio. ―Abrió una botella de jugo.
―¿Cómo llegaste a esa vida tan desordenada? ―Boris continuaba asombrado.

―Bueno, eso es aún más terrible y prefiero no revolver tanto ese pasado que trato de
olvidar. Pero debes saber que existen personas perversas en el mundo y les da lo
mismo si eres joven, solo te hacen daño. ―Julián volvió a respirar profundo,
necesitaba desahogarse.

―No te preocupes, algún día puedes contármelo si así lo deseas. ―Boris le sonrió
mientras pensaba en la difícil vida que había tenido su amigo y cómo en el colegio lo
juzgaban sin conocer su historia.

―¡Ya! Y tú... ¿Por qué andas tan pensativo? ―Julián quiso cambiar abruptamente de
tema para no deprimirse con el pasado.

―Eh... Nada, cosas ―respondió Boris con cara de no querer soltar su secreto.

―¿Cosas?... Eso tiene pinta de ser un hombre. ―Julián intuía que había alguien en la
vida de Boris―. Me imagino que es de tu otro colegio ―agregó, pensando que eso era
lo más lógico por el tiempo que llevaba en la ciudad.

―Sí, puede ser. ―Boris no dudó en mentir, prefería por ahora, no revelar nada―.
Pero son tonteras, ya lo voy a olvidar ―añadió, mientras volvía a morder su barra de
chocolate.

―Eso espero, porque quiero una oportunidad. ―La sonrisa volvió al rostro de Julián.

―Somos amigos... No lo olvides. ―Boris tenía una sonrisa coqueta. En el fondo, no le


era del todo indiferente o al menos lo alegraba.

―Pero así se empieza ―aseguró Julián, y luego le sacó la lengua para hacerlo sonreír.

Así se quedaron por largo rato, tras conocer una parte de la vida de Julián.
Continuaron riendo y comiendo las golosinas que habían comprado. Algunas personas
pasaban cerca a tomarse fotos en la lagunita o a sentarse en alguna banca. A ratos
soplaba un viento frío que sacudía los árboles, generando un armonioso ruido que los
tranquilizaba. Entre toda la conversación, Boris recordó que Felipe le había encargado
averiguar porqué Camila no aceptaba ser su novia y se lo comentó a Julián. Tal vez él
podría saber alguna cosa, pues tenía más tiempo en el colegio.

―¡Ah, podría saber cuál es la razón! ―Julián tenía una vaga idea al respecto, Boris
permanecía atento a la información―. Lo que puede ser es que Camila se deja llevar
por los rumores del colegio respecto a Felipe. ―Ahora abría un paquete de papitas
fritas.

―¿Rumores de qué? ―preguntó Boris, mientras sacaba papitas de la bolsa de Julián.

―Es que antes de toda la buena onda que ahora tenemos los cuatro, Felipe, como
casi todos los chicos del equipo de fútbol, andaba con varias chicas a la vez. ―Se rio,
ya que sonaba un poco a él mismo antes―. Y no lo culpo, si el chico está guapísimo.
―Soltó una carcajada junto con Boris ya que, en efecto, Felipe era muy atractivo.

―Sí, tienes razón. ―Boris recordó lo que había visto en la ducha el día anterior―. El
amigo tiene un cuerpazo. ―Sonrió, sutil.

―¡Ah, ya lo viste! ―exclamó Julián, sintiendo celos―. Y eso que no me has visto a
mí. ―Soltó otra risotada―. La verdad, sí... Felipe está guapo y también lo he visto en
la ducha ―agregó llevándose un puñado de papas a la boca, las que estallaron como
peta zetas.

―¿Será eso por lo que Camila no lo acepta como novio? ―pensó Boris en voz alta.

―¡Claro!, si Camila es la chica perfecta y no quiere salir con alguien que estuvo con
casi todas... Es obvio ―le respondió Julián, medio atorado con las papas fritas.

―Pero creo que ya cambió... Me cae bien Pipe ―afirmó Boris, tirándose en el pasto
para observar un rato el cielo.

Julián hizo lo mismo y se quedaron comentando las formas de las nubes que a ratos
pasaban por encima.

No se fueron del parque hasta que acabaron con todas las bolsas de golosinas. Ambos
estaban mucho más animados y salieron felices del lugar, faltaba poco para el
atardecer y debían llegar a tiempo a sus casas para no tener problemas.

―¿Qué harás este fin de semana, nene lindo? ―preguntó Julián, pretendiendo hacer
planes.

―Ay, lo siento, Julián... Tengo que acompañar a mi padre a casa de unos viejitos
―rechazó Boris con pocas ganas y encogiendo sus hombros.

―Qué terrible... Te ganarás el cielo ―replicó Julián burlón, pero decepcionado,


esperaba salir con él.

Terminaron por despedirse con un abrazo. A Julián le fascinaba el aroma de Boris, por
lo que se acercó lo más que pudo a su cuello. Luego, cada uno caminó en dirección a
sus casas. Boris sacó su celular para ver si Gabriel le había respondido a su mensaje,
pero no tenía respuesta. Vio que estuvo conectado a la aplicación y no le había dejado
nada. Un poco angustiado y ansioso por saber algo, entró en su Facebook por si había
novedades y para su mala suerte, se encontró con una selfie de Gabriel y Lucía
besándose, junto a un estado que terminó por devastarlo: "Felices... Nos casamos el
14 de febrero".
Amigos

La semana transcurrió rápido, a pesar de lo difícil que se le hizo a Boris


dejar de pensar en aquella publicación en Facebook en la que se anunciaba la boda de
Gabriel para febrero. Si bien aún faltaban muchos meses para que eso ocurriera, no
dejaba de atormentarlo la idea de ver que todo había sido en vano, y lo más probable
que para Gabriel, no significara nada más que un error y un terrible pecado.
Trató de pensar en otras cosas, y sus nuevos amigos del colegio ayudaron bastante.
Habían planificado ir a visitarlo a la casona Ferrada el jueves, después de clases, ya
que al día siguiente le tocaría partir de viaje junto a su padre y, la verdad, el
panorama no le parecía atractivo, pues estaría rodeado de los Ancianos de la iglesia.
Juana había preparado un deliciosos sándwiches y jugos para que los invitados de
Boris pudieran comer durante su salida por los terrenos de la familia.
El día estaba levemente soleado; algunas nubes pequeñas y grises recordaban que
aún no acababa del todo la época de frío. Aun así, el paisaje era hermoso, sobre todo
para un chico como Boris que venía de zonas mucho más áridas.
A eso de las cuatro de la tarde llegaron Camila, Felipe y Julián. Al entrar quedaron
deslumbrados con lo bien que vivía la familia del pastor del colegio. Juana, de
inmediato, trató de hacerlos sentir cómodos y les hizo pasar a la sala, en donde se
apreciaban algunas fotos de la familia. Hasta ahora, no había ninguna de Boris, de
seguro era porque llevaba poco tiempo con ellos, pero curiosamente, tampoco
aparecía alguna de Gabriel. Eran solo las antiguas generaciones de los Ferrada.
―El niño Boris viene enseguida... Están en su casa ―dijo Juana, mientras secaba sus
manos en el delantal de cocina. Su arrugada cara con una noble sonrisa era suficiente
para darse cuenta de lo buena persona que era la mujer, que llevaba años trabajando
para la familia.
―¡Gracias! ―respondieron los tres jóvenes casi al unísono, mientras observaban el
entorno.
Juana se retiró a buscar lo que con tanto cariño había preparado para el paseo, al
tiempo que Boris aparecía en la sala con una cara llena de felicidad, le alegraba que
sus amigos estuvieran allí. Vestía un jean desgastado y una camisa a cuadros de
manga corta, sobre un hombro traía el bolso en donde llevarían la comida.
―Tengo todo listo... Creo que les va a gustar el paseo ―anunció Boris de buen
ánimo, mientras abría su bolso.
―Seguro que sí ―respondió Felipe, que estaba entusiasmado por conocer el estero
del que le había hablado Boris.
―Tu casa es fabulosa ―agregó Camila, quien estaba fascinada con el estilo rústico de
la sala, le encantaba la madera barnizada y las enormes ventanas con vistas al
campo.
―¿Cuál es tu dormitorio? ―preguntó Julián con disimulo, poniendo su sensual sonrisa
pícara.
Todos se rieron al notar que estaba bromeando.
―¡Ay!, ahí no irás por ahora ―respondió Boris con una gran sonrisa. Esperaba que tía
Corina no apareciera por la sala para evitar hacer alguna oración de último minuto.
―Aquí tiene, mi niño, para que no pasen hambre en la tarde. ―Apareció Juana como
un fantasma, portando una cajita plástica llena de sándwiches que entregó a Boris.
Una vez que guardó la comida, todos salieron de la casa con rumbo al estero que
Gabriel en algún momento le había llevado a conocer. Pasaron por una pequeña
huerta llena de plantas aromáticas que Juana tenía para cocinar. El olor del romero
predominaba en el aire y a Camila le fascinaba estar allí.
A ratos corrían para avanzar más rápido, tenían claro que debían pasar por un
pequeño bosquecito para poder llegar a su destino. Felipe se adelantó un poco con
Camila para aprovechar el momento, los otros dos se quedaron varios metros más
atrás.

―Y si nos perdemos un ratito ―sugirió Felipe a Camila para probar si ella


aceptaba.
―¿Perdernos? Mmm... ―Camila sonreía―. ¿Es lo único que quieres? ―Lo miró para
ver su reacción.
―Quiero todo lo que venga de ti, Camila. ―Felipe sonaba bastante seguro, siempre
que la miraba provocaba en ella alguna reacción hormonal sin siquiera saberlo―.
Ahora, si nos perdemos en el bosque tal vez te da susto ―agregó, coqueto.
―¿Susto? ―Camila se detuvo frente a él―. Si fueras el primer hombre en mi vida, tal
vez, pero no lo eres ―respondió siendo sincera y para dejarle en claro que él no sería
el primer chico en su vida.
Felipe abrió unos enormes ojos de sorpresa, no esperaba esa respuesta y, a pesar de
que no le molestaba, en el fondo hubiese deseado ser el primero.
―¿A quién debo matar por atreverse a estar con mi futura novia? ―interrogó,
tratando de no sonar celoso para poder indagar un poco más, sentía curiosidad.
―Nadie que tú conozcas, porque fue en el verano, mientras tú estabas en el
campamento de equipos con otras chicas... Fue un amigo de mi prima. ―Camila se
acercó a él mirándolo a los ojos, quería ser sincera y directa con Felipe, quien estaba
claramente sorprendido.
―Quizás no seré el primero, pero puedo ser el mejor ―respondió, acercándose
también a ella con aire seductor. Traía una ajustada camiseta rosada que realzaba su
piel color canela y marcaba sus trabajados brazos. Sus labios se acercaron y
lentamente se besaron, sabían que en ellos estaba el deseo de algo más, pero esta no
sería la ocasión de concretarlo, sus amigos ya estaban casi encima de ellos, y ya se
habían percatado de la escena romántica.
―¡Ya pues, controlen sus hormonas! ―gritó Julián, lanzándoles unas hojas secas que
estaban en el suelo.
―Ya no hay respeto por nada ―añadió Boris en tono de broma, mientras pasaba
junto a la pareja que seguía besándose.
―¿Tú no quieres hacer lo mismo conmigo? ―Julián corrió tras Boris, el que
inmediatamente huyó del lugar, mezclándose entre los árboles. Sus risotadas
retumbaban con el eco del pequeño bosque.
Corrieron por un rato y mucho más atrás venían Camila y Felipe de la mano, luego de
aquel apasionado beso. Metros más allá, se veía el anhelado estero junto a unas
hermosas rocas a su alrededor. Apuraron el paso, Boris y Julián ya estaban esperando
por ellos en la orilla del agua.
―¡Este lugar está genial! ―exclamó Julián, maravillado. El tenue sol se reflejaba en el
agua cristalina―. ¿Cómo conociste este lugar? ―preguntó, sabía que Boris no llevaba
mucho tiempo viviendo en la casona.
―Eh... Me trajo mi... ―Boris titubeó. No quería decir la verdad.
―Guau... ¡Está buenísimo! ―gritó Felipe, interrumpiendo a Boris.
―Sí, la verdad es que es un lugar demasiado agradable para pasar la tarde
―comentó Camila, al tiempo que se subía en una de las rocas.
―Si quieren nos quedamos aquí. ―Boris soltó el bolso y buscó dónde sentarse.
―Pues yo me voy a meter al agua. ―Felipe ya se estaba quitando las zapatillas, ante
la sorpresa de todos. A pesar del día soleado no hacía mucho calor como para
bañarse en el estero―. No creo que sea muy profundo ―añadió, bajándose los
pantalones.
―Estás loco, Pipe ―le dijo Julián, lanzándole una rama seca en la cabeza―. Te vas a
congelar. ―Se agachó a tocar el agua con sus manos para probar la temperatura.
―No sean cobardes... Esto no se puede dejar pasar.
Felipe estaba entusiasmado y, como siempre, tenía energía de sobra, ya estaba listo
para lanzarse. Tras dejar su ropa sobre un troco, se quedó solo con su bóxer blanco
y, de a poco, empezó a meterse al agua para ver la profundidad. Comenzó a temblar,
pues, en efecto, hacía mucho frío, pero era testarudo y siguió adelante con su plan
mientras todos miraban con ataque de risa.

Camila, desde lo alto, lo miraba fascinada, era la primera vez que lo veía
con tan poca ropa y le parecía muy atractivo metido en el estero. Al cabo de un rato,
Felipe se dio cuenta de que el agua no le llegaba más arriba de la cintura, así es que
se sumergió sin perder más tiempo, de lo contrario el frío le pasaría la cuenta.
―¡Ah, mierda esto está helado! ―rezongó el atractivo moreno, mirando a sus amigos,
que desde las rocas observaban como si fuera un espectáculo―. Dejen de mirarme
así, sé que estoy rico, pero la única oportunidad aquí la tiene Cami ―aseguró,
sonriendo hacia ella.
La verdad no le molestaba que sus amigos lo miraran y ya había dejado en claro que
no tenía problemas con el tema, él estaba seguro de su sexualidad y le gustaba pasar
tiempo con ellos y hacer bromas al respecto.
―¡Uy, Cami... Échale un vistazo a la mercadería que te ofrecen! ―dijo Julián,
haciendo referencia a que se le traslucía el bóxer al estar mojado
―¡Ay, Juli! ―Camila, entre risas, se ruborizó.
Felipe notó a qué se refería Julián, por lo que se sumergió hasta los hombros, a
Camila le daba vergüenza verlo, o al menos eso parecía.
―¿Nadie trajo toalla? ―Boris miró dentro de su bolso y no tenía, solo comida, no
esperaban bañarse.
―Tranquilo... Ya veré cómo secarme ―dijo Felipe y siguió bañándose, parecía un niño
jugando en el agua.
Los otros tres siguieron sentados en las rocas y se reunieron en torno al bolso de
Boris para probar los sándwiches que le había preparado Juana con tanto cariño.
Entretanto goloseaban esos maravillosos panes con jamón ahumado y queso de
campo, se reían de las tonteras que hacía Felipe en el agua para coquetearle a
Camila.
―Yo que tú, ya me lo habría llevado a la cama ―sentenció Julián a Camila, mientras
terminaba de tragar un bocado del sándwich―. O te lo van a quitar ―agregó mirando
al chico en el agua.
―Es verdad, Cami, dale una oportunidad. ―Boris la miró con cara de niño bueno. No
había olvidado ayudar a su amigo a conseguir que ella fuera su novia, después de
todo, eran cosas del pasado lo que los separaba.
―Lo estoy pensando ―respondió Camila con su sándwich en la mano y observando el
tonificado torso mojado de Felipe―. Yo creo que pronto le daré el sí... Está bien rico
este morenito. ―Soltó una carcajada junto con los chicos, quienes asintieron en señal
de aprobación.
―Y tú deberías hacer lo mismo, Boris, dime que sí. ―Julián aprovechó el momento
para ver si estaba provocando algo en él.
―No sé... Déjame pensarlo unos años ―respondió Boris con la cara llena de risa en
complicidad con Camila.
―¡Hey, Boris!... ¡Ayuda! ―gritó Felipe desde el agua, haciéndole un gesto para que
bajara―. Trae mi ropa para vestirme... Me cago de frío ―dijo, saliendo del agua entre
tiritones.
Boris bajó riéndose, al ver que no había durado mucho tiempo en el agua. Tomó la
ropa de Felipe y se la acercó hasta la orilla, junto a un árbol donde su amigo lo
esperaba temblando. Julián le silbaba desde las rocas, mientras Camila se reía.
―Tápa... me con la ca... mi... seta ―le dijo Felipe, temblando, indicándole que
pusiera la camiseta frente a su cintura para que Camila no lo viera desnudo.
Boris hizo lo que le pidió y Felipe se quitó el bóxer, sacudió con sus manos un poco el
agua que quedaba sobre su cuerpo.
―Con esa cosita, Camila te cambiará por algo mejor ―le dijo Boris y luego soltó una
carcajada.
―¡Hueón, está chica por el frío! ―respondió Felipe, poniéndose el pantalón sin ropa
interior, aunque también le causó risa el chiste de su amigo.
―Sí, te creo. Yo no he dicho nada. ―Boris le pasó la camiseta y salió corriendo de
regreso con sus amigos.
Felipe subió con ellos y se comió el sándwich que quedaba en el bolso. Comenzó a
sentir menos frío, abrazó a Camila y se quedaron conversando tonteras por largo
rato.
Cuando el sol empezó a esconderse, decidieron caminar de regreso, para que no
tuvieran problemas para volver a sus casas tan tarde. Se pusieron de acuerdo para
regresar cada vez que fuese posible, ya que el lugar era agradable. En el camino
Boris divisó a lo lejos el lugar donde había tenido esa lucha con barro con Gabriel,
cuando recién se estaban conociendo. Sintió nostalgia, pero sus amigos lo sacaron
rápido de ese estado, ya que era, hasta ahora, su secreto mejor guardado.
Pasaron otra vez por la huerta de hierbas, Camila aprovechó para sacar algunas y
llevarlas a su casa para cocinar. Estaba alucinando con la enorme variedad de plantas
que tenían y lo delicioso que eran sus aromas.
Llegaron hasta la entrada de la casa en donde estaba el pastor Abner hablando por
celular. Les hizo señas para saludar a los amigos de su hijo y, antes de que se
alejarán más, tapó su teléfono para que del otro lado no escucharan, tenía algo para
decirle a su hijo.
―¡Boris, no olvides preparar tu bolso que salimos mañana temprano! ―gritó
animando y luego siguió la conversación por celular.
Su hijo solo levantó sus pulgares en señal de aprobación, tratando de no ser pesado,
pues en realidad no le animaba mucho el viaje. Siguió caminando con sus amigos
hasta la entrada de la casa, en donde se despidió de Camila y Felipe con un beso en
la mejilla y un abrazo. Luego emprendieron rumbo hasta la parada de autobuses,
debían llegar rápido a la casa de la joven.
Julián, en cambio, quería quedarse unos minutos más para despedirse de Boris,
porque no lo vería hasta el próximo lunes en el colegio y solo podrían hablar por las
redes sociales. Se alejaron de la casona para que nadie viera por las ventanas, lugar
donde tía Corina solía tejer.
―Te voy a extrañar, nene lindo ―dijo Julián mirándolo a los ojos con su típica sonrisa
coqueta. Se paró frente a él para sentirlo cerca.
―Yo también, amigo. Hoy lo pasé demasiado bien contigo. ―Boris posó su mano en
el hombro de Julián en señal de afecto.
―¿Amigo? ―Julián puso cara de desagrado―. ¿Cómo hago para conseguir que eso
cambie? ―agregó, tomando su mano, aprovechó que en el lugar no había mucho
tránsito y nadie los observaba.
―No sé... Ahora no creo que sea el momento ―respondió Boris tras un suspiro.
―Yo puedo esperar. ―Julián parecía decidido a conseguir algo serio con él―. Te
espero lo que me pidas ―añadió, apretando con fuerza su mano, sus ojos los tenía
clavados en los suyos.
―Julián, eres tan lindo. ―Boris podía sentir que las palabras del chico eran sinceras,
sus ojos parecían transparentes―. Prometo que si algún día me siento en condiciones
de estar con alguien. ―Tomó aire―. Ese serás tú, seguro que sí ―finalizó con una
sonrisa. Sentía nervios de ser visto por alguien de la casa o un vecino.
Ante la respuesta de Boris, los ojos de Julián se iluminaron y, sin que pudiera darse
cuenta, fugaz, le robó un beso. Tan breve, pero tan deseado, que sintió alegría en su
corazón al saber que un día tendría oportunidad con el chico que le gustaba.
Boris no logró reaccionar, y solo cuando se dio cuenta del beso y las risas de Julián,
soltó una risa nerviosa. Sin dudas ese travieso chico se la estaba jugando por él. Se
volvieron a acercar y esta vez para no provocar al destino, se dieron un fuerte abrazo
de despedida.
―Cuídate, mi bonito, te extrañaré. ―Julián le besó la mejilla y luego lo soltó. Caminó
hasta el paradero sin mirar atrás, mientras Boris no le quitaba la vista de encima.
La Casa del Lago

Temprano en la mañana, Boris y Abner cargaron los bolsos en el auto. El


viaje sería por todo el fin de semana y, según le había comentado su padre durante el
desayuno, irían a las orillas del Lago Maihue, ubicado al interior de la Cordillera de Los
Andes, en donde la iglesia hacía sus retiros espirituales, aprovechando que uno de los
líderes de la congregación tenía terrenos en el lugar y se los facilitaba con frecuencia.
Una vez que tuvieron todo listo, se despidieron de tía Corina y Juana, quienes salieron
hasta la puerta para desearles un buen viaje luego de haberlos bendecido casi seis
veces seguidas antes de subir al vehículo.
Partieron con rumbo a la cordillera. Boris aún un poco somnoliento, disfrutaba del
bello paisaje que le ofrecía la ruta, mucha vegetación y ganado se podía ver a cada
lado de la carretera. El sol ya comenzaba a asomarse por entre las nubes y a iluminar
las gotas de rocío en el follaje de los árboles.
―Don Armín estará dichoso de conocerte ―dijo Abner, rompiendo el largo silencio, ya
que su hijo iba contemplando el entorno medio desparramado en el asiento del
copiloto―. Es el Anciano de mayor rango y, además, es una persona muy importante
―agregó, lleno de dicha. Sus ojos claros resaltaban con la tenue luz del sol que daba
de frente.
―¿Por qué quiere conocerme? ―Boris estaba sumergido en un sweater de cuello alto
para protegerse de la fría mañana―. No entiendo bien. ―Trató de enderezarse un
poco.
―Bueno, como eres mi hijo y antes no vivías conmigo, él ahora quiere verte en
persona y darte su bendición. ―Abner dobló hacia su derecha para entrar en la ruta
que llevaba hacia la zona donde iban―. Además, vengo a tratar unos temas de suma
importancia y no le podía hacer el desaire, ya que nos invitó muy amablemente, yo
creo que te gustará el lugar ―explicó, mientras lo veía medio adormecido en su
asiento.
―Está bien, seré amable con el señor viejito ―afirmó Boris a modo de broma, su
padre sonrió leve. Se dio cuenta de que era la primera vez que tenía una salida a
solas con él.
―Armín Betancourt me conoce casi desde niño. Era un gran amigo de tu abuelo y
tenían negocios juntos ―añadió Abner, para que su hijo entendiera que, para él, era
una persona de mucha relevancia.
―¿Y falta mucho para llegar? ―Boris estaba como los niños pequeños, ansioso e
incómodo de viajar tantas horas sentado.
―Sí, Boris, aún nos queda mucho, recién vamos a medio camino. ―Abner sacó sus
lentes de sol del costado del asiento para protegerse de la luz. Al ponérselas su hijo
se dio cuenta de que tenían cierto parecido y pensó en llegar a ser igual de atractivo
a los cuarenta años, pero sin ser pastor―. Saca unos chocolates que hay guardados
―señaló, indicándole un estuche.
Boris le hizo caso y encontró varios bombones que se fueron comiendo en el trayecto.
Mientras admiraba la belleza del entorno, entraron por un camino rústico entre unas
altísimas montañas que parecían gigantescas murallas de roca, abajo, la vegetación
era abundante; enormes árboles cubrían a ratos el camino, que daba la idea de ir por
túneles de ramas. Muchas casitas de campesinos tenían sus chimeneas humeantes y
en sus patios, uno que otro perro ladraba al paso del vehículo que interrumpía la paz
a la que acostumbraban.
Luego de casi cuatro horas de viaje, en el que Boris se quedó dormido un par de
veces dejando a Abner hablando solo, llegaron hasta las orillas del Lago Maihue.
Doblaron en un pequeño camino que indicaba con una señalización de madera:
«Fundo Betancourt». Justo en la entrada de la casa que, a simple vista, era tres veces
más grande que la casona de los Ferrada; se notaba que eran una familia de mucho
dinero. El jardín tenía el pasto más verde y esponjoso que Boris en su vida había
visto, diferentes plantas florales y ornamentales distribuidas por todos lados, hasta
llegar a la puerta de la casa, la cual tenía una enorme terraza con vistas al Lago.

Se bajaron del vehículo y los recibió uno de los empleados de la familia,


quien los condujo hasta el salón principal. Era el lugar más elegante que se podían
imaginar en medio de la cordillera. Allí los esperaban los dueños de casa, el
matrimonio compuesto por Armín Betancourt y su esposa, Helena Stoker. Ambos
tenían un aspecto severo, mezclado con una elegancia innata en su forma de ser.
Armín se levantó de su sillón que estaba cerca de la ventana para saludar, tenía el
pelo canoso y unos ojos celestes penetrantes.
―Abner, bienvenido a tu casa ―expresó Armín dando un abrazo al pastor―. Esperaba
tu llegada con ansias ―aseguró el hombre, mientras acomodaba su grueso sweater
de lana.
―Gracias, don Armín, es un honor estar aquí nuevamente ―respondió Abner con
seriedad. Se notaba que el Anciano ejercía en él mucho respeto y admiración.
―Bienvenidos, es un agrado tenerlos en casa ―intervino Helena, acercándose con
lentitud. Parecía estar un poco enferma.
―Muchas gracias, señora Helena. ―Abner le dio la mano con delicadeza y le sonrió.
―Este debe ser el muchacho. ―Armín se acercó a Boris, sonriendo. Sus enormes ojos
celestes se iluminaron al verlo.
―Hola, mucho gusto, señor. ―Boris le dio la mano y se sintió intimidado con la
mirada del hombre, le dio un escalofrío.
―¡Un joven fuerte y sano! ―exclamó Armín mientras regresaba a su sillón―. Así es
que este es el hijo que no conocíamos del pastor ―agregó circunspecto, indicándoles
que tomaran asiento.
―Así es, don Armín, tiene dieciséis años y está hace poco tiempo con nosotros.
―Abner estaba más serio que nunca.
―Eres un joven apuesto. Acompáñame a la cocina para que comas algo ―propuso
Helena quien, sin perder su sonrisa, le extendió la mano para que la siguiera―. Estos
hombres tienen que hablar temas de mayores ―añadió, ya que sabía que su marido
había citado a Abner para temas delicados de la iglesia, los cuáles ni ella misma
conocía.
Boris accedió a la amable invitación y siguió a la mujer que, a paso lento, lo llevó
hasta la enorme cocina en donde había una empleada cocinando.
Se sentaron en la mesa que estaba en el centro del lugar y le sirvieron un tazón de
leche con galletas de higos, que era una receta clásica de Helena. Se notaba una
mujer amable y que en su juventud había sido hermosa. Ahora unas cuantas arrugas
cubrían su rostro y las canas invadían su cabello atado con una larga trenza.
―Están deliciosas, señora Helena ―elogió Boris, a quien le encantaba todo lo que
fuese dulce.
―Qué amable, cariño, las hago desde que vivía en Suiza cuando niña ―respondió la
mujer que recordaba su infancia en Europa.
―¡Y su casa es increíble! ―añadió el joven, mientras esperaba que le trajeran más
galletas.
―Si gustas puedes salir a conocer, es bastante seguro aquí. ―Helena revolvía su taza
de infusión de cedrón y le indicaba con la mirada por dónde ir.
Mientras Boris continuaba comiendo las deliciosas galletas de la dulce mujer, en la
sala su padre y Armín discutían temas serios. Ni siquiera el mayordomo se acercó a
consultar si requerían algo, ya que tenía instrucción de no molestar hasta que
terminaran esta primera reunión.
Estuvieron más de una hora conversando hasta que por fin salieron de la sala. Helena
y Boris estaban en la terraza, hablando del lugar y todos los sitios que podía visitar
durante el fin de semana en el lago. Ya se había enterado por la señora de que luego
del almuerzo irían con su padre a la cabaña que los Betancourt tenían un par de
kilómetros más arriba, en la montaña, para que pudiesen descansar.

―Hay cambio en los planes ―dijo Armín, al escuchar que Helena ya había
conversado con Boris.

Ambos lo miraron con sorpresa.

―Así es, hijo. Surgió algo realmente importante y no puedo quedarme. ―Abner
estaba serio. Su hijo seguía sorprendido.

―Es un asunto de la iglesia y el hogar de niños que debe solucionarse ahora mismo
―intervino Armín, tocando el hombro de Abner.

―¿Entonces regresamos ahora? ―preguntó Boris. Ahora no le estaba gustando la


idea, ya que el lugar le parecía increíble.

―No es necesario, ya pensé en todo y podrás pasar el fin de semana aquí, como
ofrecimos a tu padre. ―Armín ya tenía todo bajo control. Su esposa lo miraba un
poco sorprendida, ya que pensaba que ambos se quedarían el fin de semana en la
cabaña.

―Pero no quiero molestar, además no conozco a nadie. ―Boris no quería quedarse


solo en un lugar tan lejano.

―Tranquilo, hijo. Don Armín ya pensó en todo... Después de almuerzo te lo diremos.


―Abner se acercó a Boris y le dio unas palmadas en la espalda para darle confianza.
Se notaba un poco asustado.

Así es que, con el cambio de planes, caminaron un rato en compañía de los dueños de
casa por el jardín, disfrutando del aire puro. Un poco más allá se podía observar el
lago, en algunas montañas aún quedaba algo de nieve en las partes más altas.
Helena llevaba del brazo a Boris, le pareció un joven encantador y él se sintió a gusto
en su compañía.

―Pensé que serían más personas las que estarían aquí ―dijo Boris a Helena,
manteniendo su paso lento―. Mi padre me habló de los Ancianos de la iglesia y solo
veo a don Armín. ―Sentía curiosidad, esperaba más personas o eso había imaginado.

―Creo que así sería, pero Armín hizo un cambio, era un tema que solo debía tratar
con Abner ―respondió la mujer, cortés―. Y mucho más no sé, porque en los temas
de los hombres no me puedo meter mucho ―agregó con una leve sonrisa, como
acostumbrada a estar en un nivel más bajo en la jerarquía de la iglesia.

Uno de los mayordomos se acercó hasta Armín para indicarle que estaba todo listo,
que su encargo venía en camino y llegaría justo a tiempo como lo que había
ordenado. Conforme, Armín los invitó a regresar hasta la casa para que almorzaran
tranquilos y después, Abner pudiese emprender su urgente viaje de regreso. Además,
debían ubicar a Boris en la cabaña para que disfrutara el fin de semana.

―No es necesario ese gesto ―insistió Boris, quien no tenía muchas ganas de
quedarse solo, aun cuando el lugar le encantaba.

―Es lo menos que puedo hacer si viniste hasta aquí ―respondió Armín, al tiempo que
se ubicaban en la mesa―. Algún día, tú harás mucho más por nosotros ―agregó sin
mirarlo y en tono serio.

Abner observaba en silencio, mientras Boris no tenía muchas opciones para cambiar
de plan.

El mayordomo comenzó a servir la comida que tenía un buen aspecto, Helena les
comentó que ellos mismos cultivaban todos sus vegetales en las huertas e
invernaderos del fundo, los cuales eran orgánicos, preferían no utilizar químicos, ya
que, por su salud, estaban tratando de mantener una vida sana desde hacía años. El
guiso que sirvieron tenía el mejor sabor que Boris había probado, incluso mejor que la
comida de Juana.

Entretanto almorzaban y hablaban sobre las maravillas de cultivos de la familia, se


escuchó el ruido de un vehículo llegando al lugar. Minutos después se acercó el
empleado donde el dueño de casa.

―Señor, acaba de llegar lo que esperaba ―indicó el mayordomo, parco.

―Sí, hombre, adelante... Es de mi entera confianza ―respondió el Anciano, haciendo


un gesto con las manos para que procediera.
El hombre se retiró para buscar lo que tanto misterio causaba para Helena
y Boris, que no entendían nada. Se cerró la puerta principal y el sonido de los pasos
se acercaban, se abrió nuevamente la puerta del comedor.

―¡Buenas tardes a todos! ―Se escuchó al abrirse la puerta. Era Gabriel en compañía
del mayordomo.

Boris casi se atoró con la comida al verlo, su rostro palideció y quedo inmóvil en su
puesto, mientras que Armín le daba la bienvenida junto a su esposa y Abner. El
matrimonio ya lo conocía desde hacía años y tenían una excelente relación con él.

―Gabriel estaba solucionando una parte del problema del hogar de niños en la capital
―explicó Armín, al tiempo que le daban un lugar en la mesa al nuevo invitado―.
Ahora es turno de que Abner se haga cargo del asunto, por eso lo invité, para que su
hermano menor no se quede solo este fin de semana ―decretó, imperativo, con un
tono de voz un tanto despectivo.

―Agradezco la invitación, don Armín, fue en el momento preciso en que necesito un


descanso ―respondió Gabriel, sentado junto a Abner. Boris aún no reaccionaba del
todo, sus manos sudaban frío.

―Sabes que eres como de la familia ―intervino Helena con su agradable sonrisa―.
Supimos que te vas a casar con la joven de la iglesia. ―Sentía curiosidad.

―Así es, tenemos planes de casarnos en febrero ―respondió Gabriel―. Pero aún
faltan varios meses ―añadió, mirando a Boris.

―Podría haber venido ―sugirió Armín con su copa de agua en la mano.

―La verdad no sabe que vine aquí. ―Gabriel sonrió―. Creo que es bueno que cada
uno tenga su espacio, y será bueno pasar tiempo cuidando a mi hermanito ―lo dijo
disimulando bien lo que había ocurrido entre ellos. Boris cada vez estaba más
estupefacto, no entendía nada.

―¡Gracias a Dios que tengo estos hijos tan buenos! ―exclamó Abner lleno de dicha al
escucharlo, además quería quedar bien en presencia de Armín.

―Pequeño, tú no has dicho nada ―dijo Helena a Boris, al notarlo callado―. No creo
que se lleven mal, si Gabriel es un encanto ―agregó, dichosa.

―Eh... Yo, estoy... Sorprendido... ―respondió Boris tartamudeando―. No esperaba


que viniera hasta acá y dejara a su novia sola por cuidarme. ―Trató de ser irónico, lo
miró con timidez.

―Gabriel haría eso por cualquier persona. Lo conozco, ya que lleva trabajando para la
institución mucho tiempo ―intervino Armín, pues lo conocía no solo por la iglesia,
también trabajaba para el hogar de niños que pertenecía a la congregación.

Terminaron de almorzar en un ambiente aparentemente cómodo y tranquilo.


Conversaron un par de cosas por el tiempo que llevaban sin verse. Boris trató de no
mirarlo mucho, sentía que, si lo hacía, quedaría en evidencia frente a todos.

Luego de una agradable taza de café de cebada, se retiraron de la mesa para


despedir a Abner, quien debía partir rumbo a la capital urgente. Armín le indicó que
ya le había comprado el ticket para un vuelo que partía esa misma noche y así no
perderían tiempo.

Abner se fue del lugar en el mismo vehículo que había llegado, mientras que a
Gabriel le facilitaron una camioneta de la familia Betancourt para que se fueran hasta
la cabaña del lago. El mayordomo subió sus cosas y esperó a que se despidieran del
matrimonio, él mismo conduciría el vehículo para dejarlos en su destino.

En el camino hubo un silencio incómodo en la camioneta, el empleado no quiso decir


nada, no acostumbraba a intervenir en los asuntos de los invitados. Boris y Gabriel
iban en el asiento trasero del vehículo, cada uno mirando por su ventana.

Un par de kilómetros más allá estaba una hermosa cabaña de madera con una
pequeña terraza y una bella tinaja de troncos con humeante agua termal rodeada de
hermosos y enormes helechos. El mayordomo les bajó el equipaje y les indicó que lo
que necesitaran se les enviaría, solo tenían que utilizar el teléfono satelital que había
en la cabaña, puesto que normalmente los celulares no disponían de buena señal. Les
mostró las instalaciones y luego se retiró con la camioneta. Tanto Boris como Gabriel
continuaban en silencio, evidentemente tensos e incómodos.

―Voy a caminar un rato, nos vemos después ―anunció Boris en dirección hacia la
puerta. Salió sin esperar respuesta.

No llevaba ni cinco metros caminados en el patio, cuando sintió que la puerta de la


casa se abría. Gabriel salió corriendo hacia donde estaba él, pero Boris prefirió
acelerar el paso en señal de no querer tenerlo cerca.

―¿¡Por qué huyes!? ―le gritó Gabriel, nervioso.


―¿Huir? ―Boris volteó a verlo con cara seria―. Fuiste tú el que huyó con la novia, y
yo no quiero ser un problema en tu vida ―agregó con los ojos vidriosos.

―Lo sé, pero es que debes entender que soy cristiano y esto no... ―Gabriel seguía
nervioso.

―¿Esto no está bien? ―Boris completó la idea de Gabriel, quien bajó la mirada sin
saber qué hacer ni decir―. No te preocupes, no seré yo quién te envíe al infierno
―ironizó y siguió caminando por entre los árboles.

Gabriel se quedó un rato inmóvil, estaba agitado y nervioso. Corrió nuevamente tras
Boris.

―¡Ya no lo aguanto! ―Escuchó Boris, al tiempo que lo detenían tomándolo de un


brazo―. No aguanto más y no importa si me voy al infierno como tú dices. ―Gabriel
se le acercó rápidamente y le tomó la ropa por la cintura para que no se fuera otra
vez.

Boris se agitó al verlo tan cerca, podía sentir que Gabriel estaba nervioso y lo tenía
agarrado con fuerza, no había escape posible. Se le acercó cada vez más y se
miraron, respiraban agitados, uno cerca del otro. Sentían el olor de la piel de cada
uno hasta que el deseo se tornó incontenible y en un acto casi desesperado, Gabriel
besó a Boris con mucha más pasión que la primera vez, sin culpa y sin alcohol. Ahora
parecía devorarlo, como saciando un hambre contenida. Boris no se pudo resistir, era
lo que tanto quería y le daba igual lo ocurrido. Se dejó llevar por su instinto y la
fuerza de Gabriel que comenzó a besarle el cuello, recorriéndolo con fuerte deseo,
aún lo tenía tomado como un prisionero entre sus brazos. Cayeron en el suelo, presos
de la pasión en medio del bosque.
El paraíso en la tierra

Durante un largo rato estuvieron besándose en el suelo. No les importó la


tierra mojada ensuciando su ropa, solo saciaron sus ganas de besarse hasta el
cansancio, sin decir ni una sola palabra en mucho tiempo. Gabriel parecía extasiado al
sentir nuevamente los labios de Boris, quien respondía de la misma forma.

Poco a poco fueron volviendo en sí, casi sin poder respirar.

―No sé qué decirte, Boris... deseaba que esto pasara ―confesó Gabriel, respiraba
agitado encima de él y sus labios continuaban cerca. Sus miradas eran inseparables.

―Yo también, no puedo creerlo ―respondió Boris, moviendo lentamente sus labios
rosados y húmedos cerca de los de Gabriel.

―Aquí podrían vernos. ―Gabriel miró hacia los lados recordando que estaban al aire
libre―. Ven, vamos a la cabaña. ―Se levantó con la ropa sucia, al igual que Boris y
luego lo tomó en brazos entrelazándolo en su cintura. Los besos continuaron mientras
caminaban hacia la cabaña.

Apresurados, ingresaron hasta la habitación principal que tenía una cama amplia,
llena de almohadas, justo frente a un gran ventanal que daba hacia la tinaja de
madera en la terraza.

Gabriel lo dejó caer sobre la cama y se quitó la camiseta, dejando al descubierto su


tonificado torso, mientras Boris lo observaba con deseo, este hizo lo mismo y lanzó su
camisa al piso. Su delgado cuerpo marcado generaba en Gabriel una mezcla de
ternura y deseo, lo quería para él y se le fue encima una vez más para volver a
devorar sus labios. Ahora podían sentir una parte desnuda de sus cuerpos cerca, el
calor de la piel estaba subiendo y con sus manos comenzaron a recorrerse, a tocar
cada espacio que antes anhelaban sentir.

Boris abrió el pantalón de Gabriel, dejándolo solo con su bóxer, podía ver y sentir
como el bulto de él crecía por debajo de la tela mientras lo besaba.

Gabriel hizo lo mismo y pronto ya estaban casi desnudos rodando por la cama, sus
miradas delataban el anhelo de sentirse. Poco a poco, Boris fue bajando por el
abdomen de Gabriel, llevaba su lengua como marcando el camino, mientras este lo
observaba lleno de deseo. Quitó el bóxer, lento, dejando a la vista lo que tanto
deseaba tener. Le pareció enorme y no contuvo sus ganas de llevarlo hasta su boca,
pausado y suave, ante la mirada enloquecida de Gabriel que se retorcía al verlo ahí
enredado en su cuerpo, saboreando su miembro como un niño hambriento.

Boris no quería soltarlo, estaba poseído por las ganas de tenerlo y continuaba
jugando con su lengua, hasta que Gabriel lo tomó sintiendo que era su turno, le sacó
el bóxer y llevó hasta su boca la erección del adolescente; poco a poco se fueron
dando placer de todas las formas que quisieron, Gabriel estaba enredado sobre el
delgado cuerpo de Boris, respiraban agitados y comenzaban a sudar.

―Quiero que seas mío ―le dijo Gabriel, rosando sus labios cerca del oído, como si
fuera un secreto.

―Sigue... No te detengas. ―Boris no quería detenerse, dejando que el hombre que


tanto deseaba lo hiciera suyo.

Sintió cómo Gabriel separó sus piernas levantándolas levemente, luego extendió uno
de sus brazos para sacar de su pantalón un preservativo que traía en la billetera y
con rapidez logró ponérselo para poder satisfacer a Boris. Ahí estaba listo para entrar
en él...

Lento, poco a poco, y disfrutando el momento, mientras el joven se retorcía entre


dolor y placer. Sus manos agarraban con fuerza las sábanas para soportar que
Gabriel entrara en su cuerpo. Entre una mezcla de movimientos que iban desde lo
suave hasta lo más fuerte, Boris recibía cada centímetro del cuerpo de Gabriel;
gemían de placer, sudorosos e incontrolables, enredados como jamás lo habían
estado, conectados como nunca entre la lujuria. Hasta que Gabriel pudo descargar
todo lo que contenía dentro del delgado muchacho, que luego hizo lo mismo sobre su
marcado abdomen. Se besaron, sonrieron en complicidad y, aún entrelazados, se
quedaron sobre la cama recuperando el aliento, poco a poco, hasta quedarse
dormidos.

―Hola, al fin abres tus ojitos ―saludó Gabriel, quien estaba cerca de la
cara de Boris, quien apenas había despertado luego de una larga siesta―. Pensé que
ya no despertarías. ―Besó al adolescente en la frente mientras acariciaba su cabello.
―¿Cuánto rato llevas ahí mirando? ―respondió Boris, aún sin poder abrir bien los
ojos.
―Lo suficiente para mirar tu delicioso cuerpito sin culpa. ―Gabriel recorría su espalda
acariciándolo lentamente. Había estado casi quince minutos viéndolo dormir,
fascinado con su desnudez.
―Uy... Entonces debe haber sido mucho tiempo. ―Boris le sonrió y apoyó su cabeza
en sus marcados pectorales.
―Sí y lo necesario para que me dé mucha hambre también. ―Gabriel se enrolló entre
el cuerpo del chico como jugando a no dejarlo escapar.
―¡Sí, tengo hambre! ―gritó Boris entre los brazos del fuerte joven―. Déjame salir y
cocinemos algo. ―Comenzó a morderle el cuello para que lo soltara y luego
empezaron un juego de cosquillas para ver quien resistía más, hasta que Boris por fin
se liberó y de un saltó salió de la cama. Buscó su bóxer y se fue hacia la cocina
riendo, mientras Gabriel se estiraba para hacer lo mismo.
La cocina de la cabaña estaba bien provista de alimentos, pero ninguno era experto
cocinando, por lo que abrieron una bolsa de pasta para preparar algo rápido. Gabriel
cortaba unos vegetales para poder saltear y acompañar la comida, al tiempo que
Boris preparaba una deliciosa limonada. De repente se abrazaban y comenzaban a
besarse, Gabriel no podía resistir verlo solo en bóxer preparando la comida y le
susurraba al oído las perversiones que deseaba continuar haciendo con él. De no
haber sido por el hambre, hubiesen continuado su sesión sexual sobre la mesa de la
cocina, pero lograron contenerse y saciar el apetito con la improvisada comida que
prepararon.
―¿Vamos a caminar hacia el lago? ―preguntó Boris, el que sentía curiosidad por ir a
conocer el hermoso lugar.
―Bueno, te va a encantar... Este lago es único ―respondió Gabriel, que ya lo
conocía, había estado un par de veces antes en la casa de los Betancourt―.
Pongámonos algo más abrigado y vamos para allá. ―Le guiñó un ojo y luego se puso
de pie para vestirse.
Se vistieron con ropa más abrigada. En el lugar corría un viento frío durante casi todo
el año, caminaron por el sendero de tierra que estaba rodeado de espesa vegetación
cordillerana. Era un camino inclinado y debían seguir con precaución para no caer. Al
estar alejado de todo, el lago era un sitio en extremo solitario, en donde solo se veían
las personas que habitaban en la zona y uno que otro turista que llegaba de vez en
cuando buscando las bellezas de las montañas.
Desde lo alto se apreciaba el agua color turquesa que reflejaba los enormes árboles
que rodeaban al lago. Muchas rocas enormes de origen volcánico adornaban por la
orilla del agua a la perfección.
Al llegar, se encontraron con una pequeña playa solitaria llena de piedrecillas cerca de
la desembocadura de un caudaloso río. Para Boris era el lugar más bello que había
visitado en su vida. Era tal y como le gustaban: alejados del ruido, sin gente y con
exuberante naturaleza.
―Lejos de todo y contigo ―sentenció Boris, sentado en la arena a la orilla del lago.
―Te has salido con la tuya, niño irresistible. ―Gabriel sonreía. Le tomó la mano―.
Quisiera detener el tiempo para no regresar. ―Parecía sincero en sus palabras, había
un leve tono de preocupación.
―Desde la mañana en que te vi en la casa... ―agregó Boris, mirando hacia el lago y
buscando entre sus ideas ―Cada día era desear más y más estar contigo. ―Volteó a
verlo, sentía que era un sueño tenerlo ahí tan cerca.

―No pensé que con tu llegada a la casa esto iba a suceder, pero tú tienes
algo a lo que no puedo resistirme. ―Gabriel apretaba su mano con fuerza―. No pude
resistir ―enfatizó con la mirada perdida.

Boris se acercó a él y lo besó con ternura. Había anhelado estar así con él, luego lo
abrazó y se quedaron contemplando el lago hasta que el sol comenzó a ocultarse.
Jugaron un rato en la orilla del agua como niños y al empezar a sentir frío decidieron
regresar a la cabaña para aprovechar la poca luz que ya quedaba y no perderse en el
camino.

―Muero de ganas de un café cargado ―dijo Gabriel, el que llevaba abrazado a Boris.

―Cargado y dulce ―respondió el joven―. Y quisiera probar ahora esa tinaja de agua
caliente, la noche estaría ideal para una velada a la luz de las estrellas ―añadió Boris
para provocarlo.

―Uf, eso suena perfecto ―convino Gabriel, acelerando el paso.

De regreso el camino se les hizo más largo al ser de subida y menos iluminado. De
todas formas, disfrutaron la travesía entre el bosque, parecían a gusto con todo lo
que les pasaba.

Una vez que llegaron, se prepararon el café que tanto querían, inundando la tranquila
cabaña con el aroma de la cafetera. Mientras se reían y disfrutaban de la humeante
bebida, afuera ya se estaba llenando la maravillosa tinaja de madera con agua
caliente.

―Ven aquí ―le dijo Gabriel tomándolo por la cintura mientras lavaba las tazas del
café y luego le quitó la camiseta.

―Mmm... Esta idea me gusta ―respondió el chico, entre los brazos del apasionado
Gabriel.

Poco a poco se fueron desvistiendo nuevamente hasta llegar a la tinaja y se


sumergieron en ella completamente desnudos en medio de furtivos besos y caricias.
Entre ellos había un fuerte deseo que necesitaban saciar. Estaban bajo un estrellado
cielo sin luna, la única luz provenía de una antorcha encendida en la terraza junto a
ellos; un suave viento soplaba entre los árboles que a ratos parecían silbidos. En
medio de esta calma estaban ellos casi enloquecidos en el agua, entre el espeso vaho
se movían con apasionadas caricias.

―Me encantas, Gabo ―dijo Boris entre gemidos, mientras sentía las fuertes manos de
su acompañante perdidas en su entrepierna. Sin más palabras que decir y llevados
otra vez por su pasión, Boris se entregó a Gabriel mientras descendía lentamente por
su endurecido miembro, besándolo apasionadamente, como devorándose y sin poder
contenerse.

La imagen del cuerpo desnudo y en movimiento sobre él era deslumbrante para


Gabriel, estaban casi sincronizados, sus miradas destellaban fuego cada vez que se
acercaban. La mezcla entre dolor y placer que Boris sentía al tener otra vez dentro
suyo a Gabriel, lo hacía retorcerse entre sus brazos, gemían en el silencio de la
noche.

Entrelazados en el agua, mirando el cielo estrellado se quedaron por mucho rato


descansando casi en silencio luego de haber saciado su pasión nuevamente. Sentían
tranquilidad al estar alejados de todo, eran solo ellos dos en el mundo.

―Está haciendo frío ―afirmó Boris, notando que ya era tarde y la noche estaba cada
vez más gélida.

―Vamos a la cama si quieres ―contestó Gabriel levantándose del agua. Su


espectacular cuerpo desnudo estaba frente a Boris, que ahora ya sabía lo que este
era capaz de hacer con él. Se rieron en complicidad al notar que se estaban viendo
desnudos sin disimular como antes. Secaron sus cuerpos y se metieron en la cama en
donde se quedaron conversando tonteras por varias horas entre risas, abrazados,
besándose y pareciendo ser una pareja feliz. Se quedaron dormidos enredados,
rendidos y sin ganas de separarse.

Por la mañana, el sol llenó de golpe en la habitación que daba hacia las montañas,
haciendo que ambos despertaran temprano. Un beso apasionado fue el inicio de ese
nuevo día juntos que debían aprovechar al máximo, ya que por la tarde tendrían que
partir de regreso a la ciudad.

―Buenos días... brother ―saludó Boris, burlón, estaba abrazado a la cintura de


Gabriel.

―¡Ay, no seas tonto, no digas eso que no me quiero acordar! ―Gabriel recordó que
así le decía todo el tiempo―. Ni pensar qué pasaría si se enteran de esto ―añadió
pensando en Abner, su novia y todo lo que había en la ciudad.

―Está bien, pero puedes estar tranquilo porque en realidad no somos hermanos.
―Boris se sentó en la cama con la cara sonriente y el pelo revuelto―. Esa idea rara
se le ocurrió a mi padre. ―Estiró sus labios como dando un beso a Gabriel, quien
suspiró, imaginando en el desastre que se armaría si se sabía de lo ocurrido.

―Dios, no quiero pensar en nada. ―Gabriel se estaba preocupando otra vez.

―No pienses en eso ahora. ―Boris metió su mano entre las sábanas―. Quizás yo
pueda hacerte olvidar ―sugirió mientras sostenía su pene que poco a poco
comenzaba a endurecer. Sonreía de manera perversa al ver la cara de Gabriel, quien
empezaba a sentir placer.

Así, con juego sexual matutino, comenzaron el día con los primeros rayos del sol.
Saborearon sus cuerpos como si fuese la primera vez, sin parecer saciarse aún.

―Quiero una ducha antes de salir. ―Boris limpiaba sus labios con la lengua.

―Hueles a hombre ―ironizó Gabriel, mientras caminaba desnudo hacia la ducha.

―¡Idiota! ―gritó Boris con ataque de risa y lanzándole una almohada por la espalda.

Tras la ducha, tomaron un delicioso desayuno y salieron a recorrer por los


alrededores de la cabaña. Podían ver desde arriba el lago que parecía un pequeño
espejo turquesa. Había un cálido sol y, a lo lejos, se notaba un cielo con nubes
oscuras; era probable que en la ciudad estuviese lloviendo.

Caminaron entre un espeso bosque nativo. Boris recolectaba hojas de los diferentes
árboles para guardar como recuerdo; era algo que solía hacer desde niño.

―Me quedaría aquí para siempre ―deseó Boris con un puñado de hojas en la mano.

―Podemos volver algún día. ―Gabriel miraba hacia arriba de los árboles―. Si tú
quieres, claro ―añadió riendo, suponía que Boris sí iba a querer.

Cerca del mediodía decidieron bajar de regreso, pues era seguro que llegaría el
mayordomo de los Betancourt para llevarlos a la ciudad como se habían
comprometido. Aprovecharon cada instante para besarse libremente entre los árboles
del bosque, hasta que estuvieron en la cabaña en donde recogieron sus cosas a la
espera de que pasaran por ellos.

Casi una hora después llegó la camioneta que primero los llevó hasta la casa del
Anciano, quien necesitaba hablar con Gabriel antes de su partida.

En la entrada de la casa estaba el hombre, mientras que su esposa se veía a lo lejos,


ocupada, arreglando las plantas de su jardín.

―Don Armín, gracias por todo ―dijo Gabriel justo después de bajar de la camioneta.
Le pidió a Boris que se quedara en el vehículo, al parecer debía tratar temas de
trabajo.

El Anciano y Gabriel caminaron casi por quince minutos por el jardín, se podía notar
que hablaban algo serio por su expresión corporal. Cada cierto rato, Gabriel miraba
hacia la camioneta y Armín le tocaba el hombro.

Al finalizar su conversación, parecía que el Anciano le había dicho algo muy delicado,
Gabriel caminó lento y su mirada estaba perdida. Se subió a la camioneta en silencio
y el mayordomo emprendió el viaje de regreso.

―Ya vamos a casa, mañana hay que estar en el culto con nuestro padre ―dijo Gabriel
unos metros más allá, regresando de su estado pensativo.

―Sí, no quiero regresar ―contestó Boris con tono de resignación. Sabía que en la
casona no sería lo mismo.
Insaciables

El regreso fue silencioso, era notorio, algo preocupaba a Gabriel quien en


un par de ocasiones trató de hablar con Boris durante el viaje, aunque sus intentos
fueron en vano, el ambiente dentro del vehículo se sentía tenso al estar el
mayordomo como chofer. Tal vez hubiese sido diferente sin él o, al menos, eso
pensaban ambos. Boris entendía que la preocupación también podía ser por Lucía,
hasta el momento no la habían nombrado, pero estaba claro que sería un problema
una vez que llegaran a la casa.
Una vez que el mayordomo de los Betancourt los dejó en la casa, no tardaron en
aparecer en la entrada tía Corina, Juana y la novia de Gabriel que, como de
costumbre, no tenía buena cara. Se acercaron a recibirlos completamente
alborotadas, como si el viaje hubiese durado siglos.
―¡Gracias al Señor que han llegado sin novedades! ―exclamó la tía mientras
abrazaba a sus sobrinos.
―¿Cómo estuvo tu viaje, mi amor? ―Lucía se acercó a su novio y le dio un beso.
Boris tuvo que disimular su molestia y a Gabriel no le quedó otra que responderle con
afecto.
―Bien, Lucía, estuvo agradable ―respondió, seco.
―Eres tan buen hermano, gracias por haber ido a cuidar a Boris ―agregó Corina,
haciéndose a un lado para que Juana entrara con los bolsos. Estaba orgullosa de
ellos.
―De nada, tía, es lo que haría por cualquiera de ustedes. ―Gabriel trataba de
parecer alegre, pero Boris lo percibía triste.
―Te enviaré la factura por ocupar los servicios de mi novio ―anunció Lucía, la que
trató de hacerse la graciosa con Boris, mientras él tenía en mente el momento en que
se entregaba a Gabriel.
―Bueno, tendré que pagarte extra. ―Boris le sonrió irónico y se fue al interior de la
casa, entretanto el resto se quedó para despedirse del mayordomo que debía
regresar.
Lucía no soportaba la idea de que su novio hubiese pasado tiempo sin ella, por lo que
se quedó pegada a él durante el resto de la tarde.
Juana tenía preparada una deliciosa cena en la que se reunió toda la familia; un
delicioso estofado de pollo estaba listo para que disfrutaran. Gabriel se sentó junto a
Lucía y Boris tuvo que soportar su desagradable voz durante mucho rato. Abner,
como de costumbre, les comentó los temas que trataría en el culto del próximo día
para que se prepararan y le acompañaran de la mejor manera frente a la
congregación.
De vez en cuando y sin que nadie lo notara, Gabriel y Boris se miraban fijo, deseando
tenerse cerca otra vez y esperando que todo el mundo desapareciera por un
momento. Continuaron conversando diferentes temas de la iglesia, Corina preguntó
como tres veces por la señora Helena Stocker y su estado de salud, su sobrino mayor
contestó con amabilidad lo mismo en cada ocasión.
Mientras todos parecían entretenidos, Boris prefirió empezar a contestar los mensajes
que estaban en su celular, entre ellos, a Julián que le había enviado casi veinte
mensajes antes de darse cuenta de que probablemente su amigo no tenía señal en
donde se encontraba. Todos sus mensajes iban cargados de ternura y preocupación
por Boris, quien sintió remordimiento, ya que no deseaba herir sus sentimientos.
"El lunes nos veremos, Juli.
Estoy bien... Gracias por preocuparte."
Cuando por fin Lucía decidió que debía irse a su casa, Abner se retiró junto a Gabriel,
tenía que conversar en privado con su hijo mayor. Como siempre, eran temas de
trabajo, por lo que se fueron hasta una pequeña oficina que tenía en el primer piso.
Padre e hijo se encerraron en ella, unos cuantos documentos por revisar durante la
semana les esperaban.
Marta le recomendó a Boris que fuese a descansar, ya que las conversaciones de
trabajo entre ellos solían ser largas. Ella se quedó un rato más junto a Corina y Juana
en la cocina para preparar unos alfajores que eran de los dulces favoritos de Gabriel.

Boris subió hasta su dormitorio, buscó ropa decente para ir a la iglesia y


no tener problemas con la tía al día siguiente. Puso una lista de reproducción con su
música favorita y empezó a moverse al ritmo de un grupo noventero que le
encantaba.
Se estaba haciendo tarde y el cansancio se apoderaba de él, se tendió en la cama y
para no quedarse dormido comenzó a enviarse mensajes con Camila, necesitaba
contarle que había estado con un chico, pero prefirió no revelarle la identidad, al
menos no hasta verla en persona. Por ahora, su amiga estaba completamente
intrigada y ya deseaba que fuera lunes para verlo en clases.
Cuando ya el reloj marcaba cerca de las once de noche, Boris se metió en su cama
agotado por el largo día. Para dormir usaba un bóxer y una camiseta vieja sin
mangas, se puso sus audífonos mientras miraba videos en internet antes de quedarse
dormido.
―Ya estás en la cama. ―Entró Gabriel y cerró la puerta con seguro, Boris le sonrió―.
Ahora no sé dónde voy a dormir... En mi cama o en la tuya. ―Estaba parado frente a
la cama tratando de decidir.
―Puedes dormir donde tú quieras ―contestó Boris, quitándose los audífonos y
haciéndose el interesante.
―¿Y si me quito esto? ―dijo Gabriel y empezó a desabotonarse la camisa con una
sonrisa insinuante―. Tal vez me den permiso para... ―Se quitaba la camisa con
parsimonia, los ojos de Boris se encendieron―. Entrar no solo en tu cama. ―Tiró la
camisa al piso, se tocaba los abdominales para tentar al adolescente.
―Eso podría servir para que te preste una almohada. ―Boris sonreía al verlo en una
actitud tan sensual y que no conocía de él.
―Podría conseguir mucho más si... ―Gabriel se contorneaba, mientras quitaba sus
pantalones sin prisa, algo se marcaba bajo su bóxer―. Me quito esta ropa tan
incómoda. ―Ahí estaba frente a Boris, solo con ropa interior, moviendo su musculoso
cuerpo como quizás nadie antes lo había visto.
―Vas mejorando, quizás te preste algo para que te abrigues. ―El corazón de Boris
estaba latiendo a mil por hora, viendo cómo Gabriel se tocaba.
―Si el público está exigente... Creo que le daré lo que pide. ―Gabriel, sin dejar de
moverse, comenzó a bajar su bóxer despacio, tentando al muchacho que estaba
debajo de las sábanas de la cama observando deseoso―. Ahora me queda poco por
ofrecer. ―Se acercó hasta donde estaba Boris, su cuerpo desnudo era la moneda de
pago para entrar en su cama esa noche.
―Debo pensarlo un poco más ―respondió Boris, sentía que le templaba el cuerpo,
ese hombre lo enloquecía, pero quería verlo jugar otro rato.
―¿Pensar? ―Gabriel se tocaba frente a él―. Es hora de actuar. ―De un solo
movimiento tiró las sábanas que ocultaban a Boris y evidentemente este también ya
estaba listo para la acción. Gabriel le tomó los pies para que no escapara, lo volteó y
de un tirón le bajó el bóxer. La imagen del pequeño y dulce trasero del muchacho
hizo que se enloqueciera de deseo y, sin preámbulos, se posó sobre él, que
sumisamente estaba contra la cama sintiendo cómo Gabriel frotaba su cuerpo sobre
el suyo.
―Dime que me deseas ―le susurró al oído, mientras entraba en su cuerpo sin previo
aviso, poseído por el deseo.
―Sí... Te deseo ―respondió obediente y sin poder moverse, sintiendo el ir y venir de
Gabriel que lo azotaba contra la cama, disfrutando el tenerlo sometido.
Esa noche durmieron en la cama de Boris, se despertaron un par de veces para seguir
tocándose, luego se dormían enredados como si no quisieran despegarse el uno del
otro. Los besos eran imparables, profundos y apasionados. El sudor de sus cuerpos se
mezclaba y aún dormidos se buscaban sin saciar el deseo que sentían el uno por el
otro.

Temprano sonó la alarma en la casona Ferrada y empezó el movimiento de


todos los domingos por la mañana para ir al culto. Por los pasillos se escuchaban los
zapatos de taco bajo de tía Corina y Marta que iban y venían de un lado a otro. Juana
se sentía desde el primer piso como hacía sonar la loza, mientras ordenaba la mesa
del desayuno. Abner, desde la madrugada, ya andaba dando vueltas por el gallinero
buscando huevos para que la empleada los preparara tal y como a él le gustaban.
Arriba en la habitación de los "hermanos" parecía que no había movimiento, solo el
sonido de la ducha indicaba que al parecer se estaban levantando. En efecto, ahí
mismo estaban los dos bajo la ducha, tal y como Boris lo quería desde el día en que
llegó y lo vio por primera vez salir entre el vapor del baño. Ahora estaba de rodillas
saboreando el cuerpo de su hombre, mientras el agua caliente caía sobre sus
cuerpos.
―¡El desayuno está listo! ―gritó Juana desde la cocina, interrumpiendo a la pareja
que tuvo que apresurarse para salir a tiempo y no ser descubiertos.
―Después terminas esto ―dijo Gabriel vistiéndose raudo, le guiñó un ojo mientras el
joven le sonreía con sus labios más rosados que nunca.
―Ve... Baja rápido, yo voy enseguida ―agregó el adolescente, quien se miraba al
espejo para que su corbata quedara bien puesta.
Cuando bajaron, la familia completa estaba desayunando. Todos, como de costumbre,
bien arreglados para ir a la casa del Señor.
―Se ven hermosos ―dijo Marta sonriente con su taza de café en la mano―. Son
como hermanos de verdad. ―Le pareció que estaban radiantes como nunca. Ambos
rieron luego de saludar.
―Así son los hijos del Señor... Bellos ―agregó Corina que arreglaba su pandero con
cintas tricolor con la ayuda de Juana―. Y Gabrielito es un ángel, siempre lo ha sido
―afirmó, orgullosa. La empleada hizo un gesto de aprobación.
―¡Qué orgullo de familia tengo! ―Abner dejó su Biblia a un lado, estaba repasando
los pasajes que debería abordar en el culto―. Todos están perfectos para ir al templo
esta mañana. ―Se notaba dichoso.
―Gracias ―respondió Boris ante tanto halago, aunque hubiese preferido no ir al culto
y seguir teniendo sexo con Gabriel en la ducha. Tomó un tazón y lo llenó de café para
despertar.
―Hoy tienes que decir unas palabras en el sermón. ―Abner miró a Gabriel, el que
preparaba una tostada con mermelada de ciruelas.
―Eh... Sí, claro, lo había olvidado. ―Gabriel dejó su tostada en el plato―. Pero sé lo
que debo decir. ―Sonrió para tranquilizarlos antes de que entraran en pánico por su
descuido.
―Vamos rápido, ¡quiero llegar antes por si hay algún chisme santo! ―Corina se puso
de pie y fue en busca de su abrigo, Juana corrió tras ella para ayudarle. Los demás
rieron y se pusieron de pie para salir rumbo a la iglesia.
Una vez que llegaron al templo, la imagen era la de siempre: grupitos por todos lados
susurrando, otros riendo, los hombres por un lado y las mujeres por otro. Todos
esperando que la familia Ferrada bajara del vehículo para saludarles y poder
comenzar con la ceremonia.
En la entrada estaban amontonadas las chicas más jóvenes, esperando para ver bajar
a los apuestos hermanos. Entre ellas, esperaba la que se sentía afortunada por sobre
el resto, era Lucía que le gustaba jactarse del noviazgo que tenía con el hijo mayor
del pastor.
―¡Son tan lindos! ―exclamó una de las niñas, que observaba a los guapos hombres
saludar a algunos de los grupos que estaban formados cerca de la puerta de acceso.
―Tienen que buscarse un marido así ―intervino una señora regordeta que escuchó a
las niñas alborotadas.
―Abner no pierde su encanto ―murmuró otra mujer más allá al ver al pastor

―Está mejor que antes ―agregó su compañera de conversación

―¡Que el Señor nos perdone, es un hombre santo! ―dijo entre risas una de ellas
arreglándose su larga trenza.

Después del espectáculo visual de las mujeres con la llegada de la familia Ferrada a la
iglesia, ingresaron poco a poco y fueron tomando sus ubicaciones hasta que el coro y
los músicos comenzaron con su presentación.

Para Boris era como un gran griterío de agudas voces, tratando de ser escuchadas en
el cielo. Algunas mujeres parecían gallinas cacareando, pero no cesaban en su intento
por parecer ángeles coristas.

Gabriel y Lucía se sentaron una fila más atrás que la familia, no quería tener
problemas por los celos de ella, la que entonaba los himnos con el mismo registro
vocal que tía Corina, quien estaba entre las mujeres del coro, agitando su pandero
con la misma pasión con la que Gabriel, la noche anterior, tocaba a Boris. Corina se
retorcía en cada movimiento que realizaba con el instrumento. Todo el mundo estaba
eufórico durante los cantos que seguían al pie de la letra en sus himnarios.

Abner inició su prédica, que trataría sobre las perversiones del mundo y cómo la
degeneración del hombre llevaría a la destrucción de la sociedad, tal como ya había
ocurrido en tiempos bíblicos cuando Dios eliminó el pecado existente lanzando fuego
sobre estas ciudades que tanto le costaba pronunciar a Boris, se trataba de Sodoma y
Gomorra.

El pastor iba y venía de un lugar a otro en el púlpito ante la mirada casi hipnotizada
de sus seguidores. Alzó su Biblia y pidió por la salvación de aquellas almas en pecado
que practicaban la sodomía y eran impuros ante la vista del buen Dios.

Gabriel miraba hacia un costado, al parecer, le estaban llegando las palabras de su


padre. Lucía sostenía su mano fuerte, para que su novio no se le escapase.

Boris, por su parte, escuchaba sorprendido que en estos tiempos aún se pensara de
esa forma y hojeaba la Biblia que Marta amablemente le había prestado, miraba los
versículos que Abner indicaba entre sus gritos y plegarias al cielo.
Fue el turno de Gabriel, debía dar la oración antes de que los hermanos recogieran el
diezmo y se diera por finalizado el culto dominical. Subió sin prisa, tenía presente las
palabras del pastor en su mente. Su novia estaba casi extasiada al verlo subir tan
guapo y varonil ante la mirada de todas las hermanas que soñaban con el joven
galán.

Boris dejó la Biblia a un costado, quería prestar atención a Gabriel en cada palabra,
igual le pareció que ahí arriba se veía más atractivo que nunca con esa ropa formal.

―Queridos hermanos, los invito a cerrar sus ojos y ponerse de rodillas para pedir al
Señor. ―Gabriel inclinó la cabeza levemente, mientras todos hicieron lo que pidió,
menos Boris que lo miraba fijamente―. Señor de los cielos, rogamos por todas las
almas perdidas en este mundo... ―No podía dejar de mirar a Boris, aprovechaba que
hasta su novia tenía los ojos cerrados―. Pedimos por su salvación... ―Boris comenzó
a humedecer sus labios de forma provocativa para molestarlo―. Que encuentren el
camino que lleva hasta ti y... ―Luego, el muchacho llevó uno de sus dedos hasta la
boca y lo chupó lentamente sin dejar de mirarlo, sonriente y con picardía―. Y...
Líbralos de la tentación ―Gabriel estaba nervioso, aunque le gustaba el jueguito del
adolescente y lo observaba hasta que decidió no hacerlo, porque debajo de su
pantalón algo estaba reaccionando al coqueteo―. Libéralos del mal y que sean
salvados por tu gracia, mi Señor. ―Antes de que todos abrieran los ojos, y luego de
escucharse un "Amén" al unísono de la congregación, Gabriel ya había bajado, veloz,
para sentarse y nadie notara lo que ocurría bajo su ropa.

Boris volteó a verlo, tenía una sonrisa traviesa en su cara y Gabriel le devolvió lo
mismo, ya que no esperaba que el muchacho hiciera eso en medio de un culto.

Lucía notó que intercambiaron gestos y presa de los celos, miró enojada al
adolescente, que le sacó la lengua en señal de no darle importancia.

Mientras esto ocurría, se recogían las ofrendas y el diezmo que sagradamente


entregaban a la iglesia para que continuaran con las obras benéficas. Se escuchaban
las monedas caer entre los himnos del coro.

A la salida del culto, entre todos los abrazos de despedida y chismes de los grupos,
Boris hablaba con un grupito de chicas que lo miraban desde temprano. No quería ser
descortés y le agradaba hablar con personas de su edad, la mayoría estaba en el
mismo colegio y en los recreos era normal verlas juntas. Luego de unos minutos de
risas, poco a poco, se fueron con sus familias, por lo que el joven caminó hasta el
auto para esperar a su familia.
―¿Qué pretendes con esos jueguitos? ―increpó Lucía, que venía detrás de él con
cara de pocos amigos.

―¿Jueguitos? ―respondió Boris, el que volteó para ver su desagradable cara de niña
santurrona.

―Sí, ya me di cuenta de que parece que no eres muy normal. ―Lucía estaba enojada
y sus celos siempre la llevaban a cometer indiscreciones―. Deja de molestar a
Gabriel, él es un hombre recto del Señor ―agregó, aprovechando que aún no venía
nadie y estaban alejados.

―No sé a qué te refieres, estás loca y celosa ―sentenció Boris, tratando de disimular,
aunque no le agradaba que la mujer le estuviera diciendo esas cosas.

―Pues deberías seguir las palabras del pastor y ser normal. ―La mujer estaba
nerviosa y llena de celos―. En la Biblia dice que deben casarse hombre y mujer... No
hombre con hombre. ―El rostro de Boris palideció―. Sería aberrante si resultas ser
un sodomita que quiere tentar a su medio hermano ―añadió la mujer apuntándolo,
amenazante.

―¿Sí? También leí recién en tu librito ... ―Boris reaccionó y se puso firme para no
demostrar temor―. Creo que en un tal Deuteronomio. ―Lucía lo miraba con asco―.
Que si no te encuentras virgen cuando un hombre venga a ti... debes ser apedreada
por los hombres hasta morir. ―El joven ahora estaba desafiante, ante la mirada
atónita de la mujer que miró a todos lados para cerciorarse que nadie estaba
escuchando eso―. Así es que tú decides si quieres que te apedreen o te lancen
tomates podridos todos estos retrógrados farsantes cuando les diga que Gabriel ya te
lo... ―No alcanzó a terminar cuando Lucía le respondió entre dientes pidiendo que se
callara con los ojos vidriosos de rabia y vergüenza.

―Ya sabes, no me molestes... mujer impura ―ironizó y se metió en el auto para no


seguir viéndola, al tiempo que ella se iba, enfurecida y derrotada, hasta donde estaba
el resto de la congregación despidiéndose.
Secretos en el colegio

Luego del incidente con Lucía, Boris no tuvo noticias de ella. Gabriel
estuvo toda la tarde en su departamento para no levantar sospechas, sin saber lo que
había ocurrido afuera de la iglesia después del culto.
Fuera de eso, la tarde del domingo transcurrió tranquila en la casona Ferrada; las
mujeres se dedicaron a preparar conservas, Abner salió a media tarde por asuntos de
la congregación y Boris estuvo tendido sobre su cama, mirando series en su
computador gran parte del tiempo. Casi al final del día se dedicó a preparar sus cosas
para las clases.
A eso de las diez de la noche llegó Gabo desanimado, entró en la habitación y se
sentó en su cama observando a Boris.
―¿Qué sucede, Gabo? ―preguntó Boris, dejando su computador a un costado.
―Es por Lucía y por nosotros. ―Gabriel se notaba preocupado―. Yo voy a casarme
con ella. ―Sus ojos estaban vidriosos.
―Pero no estás obligado... Yo puedo esperar. ―El adolescente se sentó más cerca de
él, en sus ojos se reflejaba ilusión.
―¿Esperar qué? ―La voz de Gabriel sonaba desganada―. ¿Esperas que deje a Lucía
y luego salga de la mano contigo? ―Lo miró con desaprobación. Los ojos de Boris se
entristecieron.
―No lo sé... solo quiero estar contigo. ―El muchacho tomó las manos de Gabriel,
sintió temor de perderlo―. No importa Lucía ―añadió con tristeza.
―No quiero que te ilusiones, hay mucho en juego y me he esforzado demasiado por
llegar hasta donde estoy. ―Gabriel se puso serio y le acarició el rostro―. Mi futuro
también es importante. ―Contempló los trasparentes y hermosos ojos de Boris, que
parecían perderse en su mirada―. Por favor, no te ilusiones ―advirtió con tristeza.
―No te preocupes, Gabo, yo estaré aquí para ti. ―El adolescente le sonrió,
guardando un poco de esperanza en el fondo de su corazón. Luego se acercó y lo
besó, tierno. Una lágrima caía por la mejilla de Gabriel.
―Eres mi tentación ―dijo Gabriel, rozando sus labios―. ¿Cómo puedo rechazarte si
eres hermoso? ―Los húmedos labios de Boris lo provocaban con solo tenerlos cerca.
―No te resistas ―respondió el joven y luego lo besó para hacerle olvidar su
preocupación.
Entre apasionadas caricias se entregaron bajo las sábanas de la cama de Gabriel,
quien disfrutaba sintiendo a Boris retorciéndose junto a él. Se durmieron juntos una
vez más, enredados sin querer separarse.
A la mañana siguiente, la alarma hizo que Boris saltara de un brinco de la cama.
Corrió en busca de una toalla, ahora no sentía pudor de pasearse desnudo por la
habitación y contemplaba el cuerpo de Gabriel en la desordenada cama estirándose,
perezoso, para poder despertar.
Lo besó para darle los buenos días y se fue a la ducha de inmediato, estaba
entusiasmado, pues vería a sus amigos. Mientras secaba su cabello frente al espejo,
le pareció escuchar que Gabriel murmuraba algo. Tenía la puerta del baño
entreabierta, apagó el aparato y se acercó con curiosidad para escuchar.
―Señor, perdóname por mi maldad... No soy digno de ti. ―Alcanzó a escuchar que
Gabriel estaba orando, afligido y sentado en su cama, no había notado que Boris ya
estaba afuera de la ducha.
El adolescente prefirió no seguir escuchando. Supuso que Gabriel seguía sintiéndose
culpable por lo que estaba pasando entre ellos y comprendía que, por sus creencias,
le podía ser difícil aceptarse. Terminó de arreglarse en el baño y salió con la toalla
cruzada en la cintura.
―Ya estás listo, Boris. ―Gabriel se levantó buscando su ropa interior.
―Sí, listo para esta semana. ―El muchacho sonreía, le encantaba la idea de tenerlo
ahí cada mañana.

―Que tengas buen día, me daré una ducha larga. ―Besó a Boris y se
metió al baño, mientras que el joven se vistió rápido para luego bajar a desayunar y
partir.
En la cocina lo esperaban Marta y Abner, que ya estaban casi listos. Tía Corina
ayudaba a Juana sacando el pan del horno y verificando que estuviera como a ella le
gustaba.
―Boris, apresúrate que nos vamos antes ―apremió Marta, terminando su taza de
café cargado. Abner guardaba unos documentos en su maletín.
―Ok... Me apresuro ―respondió el joven, preparándose, a la rápida, un pan con
palta.
―Mi niño, ¿estaban ordenando su dormitorio? ―preguntó Corina, sacando unos panes
calientes de la lata del horno―. Anoche sentí que movían la cama o un mueble
―interrogó al tiempo que se soplaba los dedos al quemarse.
―No, tía, buscaba algo que cayó detrás de la cama ―respondió Boris intentando
disimular y pensando que debían ser más suaves para la próxima vez que estuviera
con Gabriel. Le causó risa la ingenua pregunta de su tía.
Luego de preparar su pan, salieron rumbo al colegio. Al parecer, Abner debía ir al
hogar de menores a solucionar asuntos de uno de los pequeños que había llegado
hacía poco.
En la entrada se separaron, cada uno hacia su destino. Allí estaban esperando Julián,
Camila y Felipe junto a la puerta de ingreso.
―¿Cómo estuvo este retiro espiritual con los Ancianos? ―preguntó Felipe en tono de
broma, dándole la mano.
―Bien, Pipe... Todo tranquilo ―contestó Boris sonriente y mirando a Camila.
―¿Cómo estás, nene guapo? ―Julián estaba feliz de verlo y le dio un abrazo de la
emoción. Boris se sintió un poco culpable y le devolvió el abrazo en forma menos
efusiva.
―Quiero saberlo todo ―exigió Camila, bien cerca del oído.
―Sí, tranquila, ya te lo contaré. ―Boris le guiñó un ojo―. Dejemos eso para el final
―agregó mientras caminaban detrás de los chicos en dirección al gimnasio. Iniciarían
la semana con deportes, como era habitual ese año.
Rato después se encontraban con ropa deportiva haciendo ejercicios en las diferentes
máquinas que estaban disponibles para entrenar. Los cuatro amigos estaban en las
elípticas hablando tonteras y riendo cada vez que el profesor no estaba cerca.
El antipático de Javier no había ido a clases porque estaba con gripe, por lo que el
ambiente estaba muy tranquilo. Julián disfrutaba ver a Boris al lado suyo, pero él
trataba de cambiar de tema cada vez que le insinuaba algo, no quería hacerle daño.
―Mañana, después de clases podríamos ir a comer al centro comercial ―intervino
Camila, estaba sudando y ya casi no podía más en la máquina, le estaba dando
hambre.
―Por mí no hay problema. ―Boris hacía el esfuerzo por no detenerse, su camiseta ya
se encontraba empapada.
―Si va Boris, yo también voy ―agregó Julián, sonriente. Estaba a gusto haciendo
ejercicio.
―¡Y yo voy dónde me pidas! ―Felipe le cerró un ojo a Camila. También sudaba, pero
no se le notaba cansancio alguno, tras casi una hora de ejercicio.
―Hay unas papitas fritas con salsa picante que quiero probar ―señaló Camila
entusiasmada con la idea.
―¡Menos conversación y vayan parando de a poco! ―interrumpió el docente, pasando
cerca de ellos―. ¡A las duchas! ―Hizo sonar su silbato y todos los estudiantes
corrieron hasta los vestidores. Camila le dio un beso a Felipe antes de separarse.

En los vestidores de hombres había un alboroto entre algunos chicos que


acostumbraban a golpearse con las camisetas mojadas, otros se mantenían al
margen, tratando de ducharse lo más rápido posible.

―Yo creo que Camila me dirá que sí muy pronto. ―Felipe sonaba animado, estaba en
bóxer y buscaba su jabón en el bolso.

―Solo debes insistir, sigue así y te aceptará ―sugirió Boris, mientras metía su
camiseta sucia en una bolsa.

―Me extraña que aún no pase nada entre ustedes ―agregó Julián riendo, conocedor
de la reputación que tenía Felipe con las mujeres. Luego se fue caminando hacia las
duchas con la toalla cruzada en la cintura.

―¡Para que veas cómo hemos cambiado! ―exclamó Felipe, sacándole la toalla y
tirándola al piso, mientras corría a la ducha con ataque de risa―. ¡Lindo culito, Juli!
―Se reía, al tiempo que algunos compañeros que sabían de la homosexualidad de
Julián miraban un poco extrañados por tanta confianza.

Se metieron en las duchas riendo y haciendo bromas sobre lo cambiados que estaban
Felipe y Julián desde hacía un tiempo. Boris trataba de no pensar en que su
compañero sentía cosas por él, pero aun así, a ratos se notaba incómodo de tenerlo
desnudo tan cerca. Luego se vistieron y se fueron a la siguiente clase.

Casi al final de la jornada, Julián había notado que su amigo estaba un poco distante.
Intuía por su experiencia que se trataba de alguien, por lo que no aguantó mucho
tiempo más para abordarlo.

―Estás evitándome y supongo que es por un chico ―sentenció justo antes de salir de
la sala al final de las clases.

―Eh... ―Hubo un silencio incómodo, Boris trató de disimularlo, pero no pudo―.


Julián, por ahora no puedo contarte nada y no quiero que sufras ―añadió, sintiéndose
terrible.

―Ni siquiera puedo saber quién es ―respondió Julián, con sus ojos bien abiertos por
la sorpresa, albergaba la esperanza de que no fuera eso―. ¿Lo conozco? ―preguntó
con curiosidad.

―No lo creo... No sé y da lo mismo. ―Boris no sabía bien qué decir y no quería dejar
en evidencia a Gabriel, sabía que era algo demasiado secreto para él―. Tú has sido
un buen amigo y no quiero perderte. ―Quiso tomarle la mano y no pudo, Julián
retrocedió, afligido.

―Amigo... Si así lo quieres. ―Miró a Boris con desilusión y se fue sin despedirse de
nadie, mezclándose entre los chicos que salían alborotados de la clase.

―¿Qué le pasó? ―preguntó Felipe, apareciendo detrás de él junto a Camila.

―¿Le contaste? ―interpeló Camila, asombrada.

―Algo así ―contestó Boris, desanimado. No le gustaba la idea de hacerlo sufrir.

―Bueno, de ahí me cuentan, debo ir a entrenamiento de fútbol ―repuso Felipe y


luego besó a Camila para despedirse―. ¡Eres un diablillo, hermano! ―Le dio unas
palmadas en la espalda a Boris y se fue.

―Ya, vamos al patio para que me cuentes. ―Camila estaba ansiosa por saber.

―¡Rápido, jóvenes, salgan que tengo cosas importantes por hacer! ―gritó la
profesora Luisa desde la puerta.

Salieron de prisa y se fueron hasta la parte final del patio, cerca de la muralla que
colindaba con el hogar de menores. Se sentaron debajo de un árbol y Camila
comenzó a escuchar, asombrada, todo el relato que su amigo Boris tenía preparado.

Comenzó contándole desde el día en que había llegado a la casona, de la novia de


Gabriel, el cumpleaños y su llegada al lago en casa de los Betancourt. Entre
sorprendida y con ataque de risa estaba Camila, al saber que el pequeño hijo del
pastor estaba teniendo relaciones con su hermanastro mayor en la misma casa de la
familia.

―Amiguito, estoy completamente impactada ―comentó Camila, la que no salía de su


asombro.

―Lo peor es que no puedo decirle a Julián quién es. ―Boris estaba casi
desparramado en el suelo junto a su amiga―. Nadie sospecha que a él le gustan los
hombres ―añadió, suspirando por el desahogo.

―Sí, te entiendo y yo no diré nada. ―Camila estaba dichosa al ver a su amigo feliz―.
Pero me encantaría conocerlo, he escuchado que viene a veces al colegio, aunque
nunca lo he visto y dicen que está bien guapo. ―Soltó una carcajada―. Lo siento por
Julián, ha hecho el empeño. ―Miró a su amigo que continuaba tendido en el suelo.

―Sí, no sé qué hacer... Me cae bien y ha sido lindo conmigo. ―Boris volvió a suspirar.

―Tranquilo que ya entenderá. ―Camila se puso de pie sacudiendo su ropa―. ¡Oye y


tú ya no te sientas o qué! ―Soltó una carcajada al ver su cara de sorpresa―. ¡Te han
dado duro parece! ―Dio un brinco hacia atrás, esquivando, entre risas, el bolso que le
lanzó Boris.

―¡No digas eso aquí! ―reprendió Boris y se puso de pie riendo―. Pero, sí, no
descanso ―agregó, pícaro.

Siguieron caminando por el patio para salir e irse hacia sus casas. Sin embargo, a
mitad de camino, Boris vio que pasó Abner a un acceso que había hacia el hogar de
menores, por lo que decidió despedirse de su amiga para aprovechar que su padre lo
podía llevar hasta la casa en su automóvil.

Se dijeron un par de tonteras más y se abrazaron. Boris no perdió oportunidad de


recalcarle que le diera el sí a Felipe, su amiga le guiñó un ojo en señal de aprobación
y caminó hasta la salida del colegio. Él miró hacia todos lados, por si el pastor se
había ido para otro lugar, pero al parecer, estaba en la misma dirección donde lo
había visto hace un rato, por lo que se fue hasta allá para buscarlo.

Había una muralla que separaba el colegio del hogar y un portón de metal que
conectaba ambos establecimientos por dentro, justo detrás de una bodega, donde
guardaban artículos dados de baja. Estaba desordenado, entre cajas con libros, sillas
viejas, mesas rotas y un sinfín de cacharros dañados. Miró hacia dentro por una
ventanilla y no estaba su padre ahí.
De pronto sintió unas voces atrás de la bodega, cerca de la muralla, caminó sigiloso,
ya que no identificaba quiénes eran los que hablaban.

―No insistas tanto en eso. ―Escuchó la voz de su padre y Boris caminó más lento
para saber de qué se trataba, sentía curiosidad.

―Sí, pero ya debe saberlo. ―Era una voz femenina que sonaba enojada―. De seguro
ya lo sabe. ―Boris trató de asomarse, pero no quería ser descubierto.

―Tranquila, si no insistes tanto, no sucederá nada ―le decía Abner, tratando de


calmar la situación.

―No lo sé ―replicó la mujer y Boris sintió que le era una voz conocida. Estaba parado
justo al borde de la pared de la bodega para poder escuchar bien sin ser descubierto.

Hubo un silencio prolongado. Se sintió inquieto por saber qué sucedía al otro lado y se
asomó, discreto, esperando no ser descubierto. Ahí estaba el pastor con una mujer, la
besaba apasionadamente detrás de la bodega del colegio. Boris quedó frío ante la
imagen, se le vino a la mente su esposa que estaba en la oficina sin sospechar nada.

―Hazme caso y todo estará bien ―sentenció Abner después de besarla, acariciando
su rostro―. Confía en mí ―agregó el hombre volviendo a besarla y dejando en
evidencia ante Boris la identidad de la mujer. Era su profesora Luisa a quien su padre,
el pastor, tenía de amante.
Heterocurioso

Boris corrió, agitado y nervioso, para no ser descubierto por su padre,


quien estaba besando a la profesora en la parte trasera del patio.
Prefirió no seguir viendo esa escena, porque le parecía perversa. No esperaba que
Abner tuviera esa conducta cuando parecía un hombre intachable, aunque, en el
fondo, no le extrañaba. Por muchos años él fue un padre ausente y se desentendió de
su crianza.
Cruzó veloz el patio y se metió por los pasillos para poder salir. En la entrada y
despidiendo a unos apoderados, estaba Marta, quien lo alcanzó a ver.
―¡Boris! ¿Te vas conmigo a la casa? ―preguntó la directora, bastante animada.
―Eh... Yo creo que sí ―respondió sin tener escape. Aceptó de inmediato para sacarla
del colegio―. Ya tengo hambre ―agregó, tratando de sonreír para disimular sus
nervios.
―Ay, sí... Yo también muero de hambre. ―Marta caminaba junto a él, buscando en
su cartera dinero para el taxi que había pedido y que la esperaba justo afuera del
colegio―. Espero que Juana haya preparado algo delicioso. ―Sonrió, mirando al joven
que continuaba en actitud extraña.
―Espero lo mismo ―dijo Boris subiendo al taxi.
―Vamos hacia el sector Manantiales ―indicó Marta al taxista y salieron rumbo a
casa―. Tu padre llegará más tarde, tiene asuntos por resolver ―afirmó, mirando al
adolescente que venía con el celular en la mano. Parecía estar enviando mensajes.
―Seguro que sí... Debe estar ocupado. ―En realidad, no estaba enviando nada. Solo
eran los nervios que trataba de disimular mientras pensaba qué hacer con lo que
sabía. Supuso que sería terrible si se llegase a descubrir que el pastor de la iglesia
tenía un amorío con una de las profesoras del colegio de la congregación.
―Bueno, siempre ha sido así ―convino Marta, que se puso sus lentes de sol―. Y no
va a cambiar. ―Abrió un poco la ventana para que entrara aire.
Boris prefirió no decir nada sobre el tema y continuaron hablando de otras cosas en el
camino. Una vez llegaron a la casa y dejaron sus pertenencias en las habitaciones
bajaron a la cocina, donde Juana y tía Corina esperaban con el almuerzo listo. Se
sentaron y la empleada corrió para servir un delicioso caldillo de mariscos, uno de los
preferidos de Marta, quien en su juventud había vivido en una caleta de pescadores.
―Hay que dar las gracias primero ―sugirió Corina al notar que Boris estaba listo para
empezar a comer―. No olvidemos ser agradecidos con el Señor por los alimentos
―insistió, mostrándole que debía juntar sus manitos para orar y agradecer.
Al joven no le quedó de otra que seguir la instrucción.
―Padre amado, agradecemos las bendiciones que has puesto en esta mesa. ―Tía
Corina comenzó a orar con sus ojos cerrados y cara de mártir―. Bendice a nuestra
familia que cada día trabaja por tu santa obra, guía a tu hijo Abner para que dirija a
sus siervos por el camino de la salvación... Amén ―concluyó, casi sintiendo que era
una divinidad o, al menos, eso parecía en su rostro.
Enseguida pudieron deleitarse con la comida de Juana.
Mientras almorzaban, Boris trató de olvidarse del incidente en el colegio. Puso su
celular a un lado del plato y comenzó a enviar mensajes a su grupo de WhatsApp.
Boris: "Ya quiero que llegue mañana para ir de paseo..."
Camila: "¡Sí! ¡Quiero comer papitas!"
Felipe: "Yo, saliendo de entrenar... Tu hermano estuvo aquí, Boris.
Boris: "¿Gabo?"
Camila: "Uhhh el papacito que no conozco..."
Felipe: "¡Cami! El mismo, a veces juega un rato con nosotros... solo estuvo un
momento."

Boris: "Ah, sí, creo que le gusta el fútbol."


Felipe: "Pero vino la novia y se lo llevó."

Camila: "¡¡¡Boom!!!"

Boris: "Suele suceder..."

Felipe: "¿Y Julián? ¡Está mudo, di algo, brother!"

Camila: "Nada... Debe estar ocupado. ¡Espero vayas mañana con nosotros Juli!

Boris: Sí... Por favor, ve con nosotros..."

―Hola a todos, ¡qué rico huele aquí! ―interrumpió Gabriel, entrando a la cocina.
Venía con ropa deportiva y sudoroso. Dejó su bolso junto a la mesa y se sentó cerca
de Boris, que este prefirió guardar su celular y no seguir mensajeando con sus
amigos.

―¡Mi niño, le sirvo almuerzo en seguida! ―exclamó Juana, que estaba junto a la
cocina a leña.

―No, muchas gracias. Ya comí mucha fruta después de entrenar. Quizás más tarde
―respondió Gabriel, animado, llenando un vaso con jugo.

―¿Has visto a Lucía? ―preguntó Corina mientras terminaba su almuerzo―. Esa niña
tiene que acompañarme a vender revistas de la iglesia esta semana. ―Por el tono de
su voz parecía que eso la animaba mucho.

―Sí, hace un rato estuvo conmigo, pero tenía asuntos familiares. ―Gabriel miró a
Boris, el que aún no acababa su almuerzo.

―Bueno, disfruten la tarde. Yo tengo cosas por hacer todavía ―anunció Marta. Se
puso de pie y fue en busca de su cartera para salir de la casa.

―¡Qué le vaya bien, Marta! ―gritó Boris. Esperaba que no se encontrara con Abner y
la profesora, aunque ya había pasado bastante tiempo.

Al terminar de almorzar, Boris y Gabriel subieron hasta el dormitorio, donde cada uno
comenzó a hacer sus cosas pendientes. Boris se quitó el uniforme y se puso un
pantaloncillo o short verde limón, con su sudadera vieja y sin mangas. Luego abrió su
computador y empezó con la tarea que tenía pendiente.

Gabriel se fue a la ducha para quitarse el sudor que traía del partido de fútbol con los
estudiantes.

―Felipe me dijo jugaste con ellos ―comentó Boris, estirándose hacia la puerta de
baño.

―¿Lo conoces? Juega excelente ―respondió Gabriel. Estaba bajo el agua caliente,
lleno de espuma.

―Sí, es mi amigo. ―Boris dejó su tarea, para entrar al baño. Dibujó en el espejo
empañado―. Y está bastante guapo ―agregó con desconfianza.

―Ese tono es de alguien celoso. ―Gabriel frotaba su marcado abdomen―. Yo debería


estar celoso de él. ―Cerró el agua y tomó su toalla, Boris lo miraba atento―. Quizás
a él era a quien besabas en la disco gay, una noche que saliste ―acusó en tono serio,
saliendo de la ducha.

―¿Cómo sabes que estuve ahí? ―Boris se sorprendió al escucharlo.

―Te seguí y te vi besando un chico. ―Gabriel se le acercó mirándolo a los ojos―. Un


chico que no era yo. ―Tenía su cuerpo mojado cerca del adolescente.

―¿Me seguiste? ―preguntó Boris. No salía del asombro―. Pero ese no era Pipe.
―Sonrió al notar que Gabriel estaba celoso.

―¿Quién era ese? ―Gabriel lo acorraló contra la pared, como jugando para que le
dijera la verdad.

―Julián. No creo que lo conozcas ―respondió el joven, sintiendo que el cuerpo de


Gabriel humedecía el suyo.

―Ni idea quién es... No le vi ni la cara. ―Gabriel soltó su toalla y metió su mano por
el short de Boris―, pero dile que tú eres mío y de nadie más ―agregó, escurriendo
sus manos por la entrepierna del muchacho, que parecía disfrutar del momento.

―Estamos a mano, tú tienes a Lucía ―respondió Boris, entre gemidos al


sentir que Gabriel lo tocaba.

―No digas más... Eres mío. ―Gabriel quitó el diminuto short que Boris llevaba y,
antes, de que pudieran llegar a una de las camas, ya estaban enredados en el suelo.
Quería dejarle en claro que él era el único hombre en su vida.

Para Boris, no había mejor deleite que sentir su musculoso cuerpo moviéndose contra
el suyo; disfrutaba ser poseído por aquel hermoso hombre.

Así pasaron un par de horas de la tarde, divirtiéndose juntos y olvidando el mundo


que había fuera de la habitación. Sus cuerpos se juntaban una y otra vez para darse
placer mutuo sin pensar en nada más.

―Me encanta tu cuerpo ―susurró Gabriel al oído de Boris, desparramados sobre su


desordenada cama ―. No pienso en otra cosa. ―Sonaba extasiado mientras lo
acariciaba.

―Y antes... ¿Hubo otro cuerpo de hombre? ―preguntó Boris. Tenía la duda y


aprovechó el momento para indagar.

―¿Otro hombre? ―Gabriel se sentó en la cama, de súbito―. Yo nunca estuve con un


chico ―afirmó, sin mirarle.

―¿En serio? Disculpa, yo pensé que sí ―Boris notó que lo había incomodado―.
Entonces, ¿no eres bisexual o gay? ―cuestionó, para salir de la duda de una vez.

―No, Boris. Yo no soy eso que dices ―respondió Gabriel con seriedad, un poco
molesto―. Has sido tú quién me ha tentado y, tal vez, solo sea lo que llaman
Heterocurioso. ―Se levantó de la cama, buscando algo que vestir, ante la mirada
asombrada de Boris―. Eso debo ser. Tengo novia y, tarde o temprano, nos
casaremos ―enfatizó, como regresando a su realidad.

―Entonces, yo no estoy en tus planes. ―Boris se sentó en la cama envuelto en las


sábanas―. Y tú no sabes lo que eres... ¿Heterocurioso? ―añadió, en tono irónico.

―Así es. Boris, te dije que más no podemos ser y no durará mucho ―señaló Gabriel,
poniéndose un bóxer.

Un incómodo silencio inundó la habitación. El tema era delicado para Gabriel. Para él,
no había más opción que continuar con sus planes de boda con Lucía.

Boris se sentía devastado al saber eso. Gabriel era el primer hombre que le provocaba
ese nivel de sentimientos y, al parecer, no tenía futuro con él.

Tras vestirse, Gabriel salió de la habitación para no continuar con el tema. El


adolescente se quedó tirado en la cama, escuchando música y pensando en qué era lo
mejor para él. Se sintió un poco culpable al haber cambiado la vida de un chico que
tenía planes para casarse. Tal vez hubiese sido mejor no haberlo provocado y así todo
estaría en orden.

Mil ideas le dieron vueltas por la cabeza. A ratos, pensaba en su padre y en lo


descarado que era al estar engañando a Marta con una compañera de trabajo. Se
sintió agobiado y un sentimiento de tristeza se apoderó de él. Anhelaba estar con su
vida como antes, lejos de ahí y feliz. Se quedó dormido pensando.

Gabriel, por su parte, caminó desde la casona hasta la ciudad para despejar su mente
y poder pensar con claridad. Para él todo era confuso. La culpa lo invadía y extraños
sentimientos que prefería mantener alejados afloraban a ratos. Mientras caminaba,
recordaba su pasado, aquel tiempo en que aún no llegaba a la familia Ferrada, en
donde la pobreza lo rodeaba. Cada día era una lucha constante por salir adelante,
junto a su humilde y enfermiza madre, una lavandera que poco a poco se fue
debilitando hasta morir dejándolo solo cuando era aún un adolescente. Unas lágrimas
cayeron de sus ojos.

―Madre, yo no tendré ese final... Voy a conseguirlo todo ―prometió, decidido,


mirando al cielo con los ojos llorosos.

Continuó caminando hasta llegar al departamento de Lucía. Ella lo recibió, extrañada


de verlo tan decaído. Normalmente él estaba alegre y lleno de energía, pero esta vez
se veía diferente.

―Amorcito ... Dime qué te sucede, por favor. ―Lucía estaba sentada junto a él y le
tomaba la mano.

―No es nada serio, Lucía. Problemas en el hogar de menores ―inventó Gabriel,


tratando de disimular.

―¿El hogar? ―A la mujer le parecía extraño, ya que todo ahí funcionaba bien, según
lo que sabía―. ¿Algún problema con las adopciones? ―Acariciaba el cabello de su
novio.

―Solo tonteras. Me sentí agobiado, mi amor ―respondió, tratando de recuperar el


ánimo―. Nada para que te preocupes. ―La besó en agradecimiento por su afecto
incondicional. La culpa aparecía a ratos al recordar que la engañaba con un hombre―.
Pero me sentiría mejor si me preparas esa deliciosa pizza que me haces siempre
―agregó, sonriendo y tapando por completo el desagradable sentimiento que lo
perseguía.
―Muy bien, mi amor... ¡Pizza para dos esta tarde! ―exclamó Lucía, dichosa de verlo
un poco mejor. Se levantó directo a la cocina, para preparar lo que su novio tanto
deseaba.

Gabriel se puso de pie y se estiró para relajarse un poco. Abrió la ventana del
comedor y observó por un momento la puesta de sol por entre los edificios que
rodeaban el lugar donde vivía su novia.

―Voy a revisar mi Facebook un rato. ―Gabriel se acercó hasta la cocina, en donde


estaba el portátil de Lucía.

―Sí, amor, dale... solo cierra lo que yo buscaba ―le indicó ella, apuntando el
aparato.

―Uhm, ¿y qué buscaba, mi amorcito?... ¿Trajes de novia? ―Gabriel se sentó en la


mesita de la cocina y giró el computador para verlo, había un Facebook abierto de
alguien que no era un contacto de Lucía.

―Antes que me lo preguntes... Estaba viendo el último chisme santo de las chicas
―explicó Lucía, al tiempo que buscaba la bolsita de harina en el estante―. Es el
compañero homosexual de tu hermanito ―señaló, como asombrada con el tema.

―¿De Boris? ―Gabriel miró con curiosidad, haciéndose el desentendido. La foto de


perfil mostraba un osito de peluche―. Veo un peluche... ¿Cómo se llama? ―consultó
con curiosidad, cerrando la foto para ver el nombre del dueño de ese Facebook.

―Julián Klein ―respondió Lucía, justo al vaciar harina en el mesón.

Gabriel recordó que ese era el nombre del chico que se había besado con Boris en la
disco gay. Los celos afloraron y, como no aparecía en la foto de perfil, decidió entrar a
mirar el resto de las fotos para saber de quién se trataba.

―Julián... Ni idea, mi amor, de quién se trata. ―Gabriel trataba de disimular su


interés, mientras entraba al álbum de fotos de perfil.

―Dicen que es un desviado... No debería estar en el colegio ―enfatizó Lucía para


dejarle ver la gente con que se juntaba su hermano.

Ahí estaba, una vez más, la foto del osito de peluche. Dio clic y apareció una foto del
paisaje del parquecito que había cerca de la casona. Avanzó hasta que, en la cuarta
foto, apareció la imagen de Julián.
El rostro de Gabriel se puso pálido, un escalofrío recorrió su espalda y sintió su
corazón acelerarse. Sus manos temblaron al ver la cara del chico con quien se había
besado Boris. Cerró de golpe el computador.

―¿Qué pasó, amor? ―preguntó Lucía, amasando con fuerza.

―Nada... ―respondió su novio, pálido e inmóvil.


El encuentro

El centro comercial de la ciudad estaba repleto de cientos de personas,


que esperaban la apertura de una nueva marca en el recinto. Entre la multitud
estaban Boris y sus amigos, tratando de abrirse paso hacia el patio de comidas para
poder ir al lugar que Camila deseaba conocer. Habían logrado convencer a Julián para
que fuese con ellos, de modo que los cuatro estaban presionando para poder llegar a
su objetivo.
Tras unos minutos de batalla, lograron pasar. Se fueron directo al restaurant que
ofrecía las maravillosas papitas fritas, esas que estaban de moda entre los
estudiantes de la ciudad.
―¡Al menos está casi vacío! ―advirtió Camila, arreglándose la ropa que le quedó toda
revuelta entre la gente―. Nos atenderán rápido ―añadió.
Felipe le ordenaba el cabello con ataque de risa.
―Esto nos pasa por tus antojos. ―Julián se acomodaba la camisa del uniforme de
colegio.
―Qué gracioso ver esa gente alborotada por una tienda. ―Boris estaba apoyado en
una pared, descansando del caos―. Todos quieren comprar primero ―agregó,
mirando a Julián. Le parecía lindo con la ropa desordenada.
―Mejor y vamos enseguida a la fila, para ordenar la comida ―intervino Felipe,
mientras caminaba en dirección al mesón de pedidos―. Muero de hambre. ―Ni
siquiera los esperó, se puso enseguida a ver qué comería.
Los demás lo siguieron y fueron decidiendo sus compras. Miraban las diferentes
pantallas, con variedades de salsas para las papas fritas. Después de un par de
minutos en la fila, lograron salir con sus bandejas llenas de comida y se sentaron
cerca de unos ventanales, con vistas a la ciudad. Camila se salió con la suya y pudo
disfrutar con sus amigos. Sacó su celular y se tomaron una selfie, para luego
compartir en su cuenta de Instagram; todos estaban de buen humor.
―Julián, espero me disculpes un día. ―Boris aprovechó que Camila y Felipe se
pararon a buscar más salsas―. Yo no quiero hacerte daño. ―Tomó la mano de su
amigo, que lo contemplaba como si fuera el ser más perfecto en la tierra.
―Lo sé, nene lindo, soy yo el que pensó que tal vez nosotros podríamos... ―Julián le
sonrió―, algún día, tener algo más que amistad. ―Parecía estar resignado.
―Quizás algún día se pueda, pero ahora no sé. ―Boris miró hacia las ventanas―. Ni
si quiera sé si soy importante para la persona que me gusta. ―Sus ojos se opacaron.
―¡Más salsas para todos! ―interrumpió Camila. Traía las manos llenas de sobres de
Mayonesa.
―¿Interrumpimos algo? ―inquirió Felipe, notando algo en el ambiente―. Si quieren
los dejamos un rato solos. ―Le guiñó un ojo a Camila.
―No, no es necesario, bro. ―Boris se puso serio―. Lo mejor es que les diga la verdad
a ustedes... Cami ya la conoce ―propuso, con decisión.
―Boris, no es necesario... Yo puedo esperar. ―Julián sintió que no debía presionarlo.
―No, creo que es justo que ustedes, que son mis amigos desde que llegué, lo sepan
―reafirmó Boris, y tomó un sorbo de su gaseosa, mientras sus amigos miraban
atentos―. Hay una persona con la que tengo algo, hace poco. No es algo serio,
porque él tiene una novia ―agregó Boris. El silencio era cada vez más evidente―. Y,
además, es como un hijo adoptivo de mi padre. ―Volvió a tomar gaseosa, estaba
nervioso.
―¿Estás hablando de Gabriel Uribe? ―preguntó Felipe, el que no daba más del
asombro, revolviendo las papas con impaciencia―. ¿El Gabo que entrena con
nosotros y es hijo del pastor? ―añadió, casi petrificado del asombro.
―Sí, el mismo. ―Boris soltó un suspiro profundo y miró a Julián.
―No lo conozco, pero tiene suerte de tenerte ―dijo Julián desparramado en su
asiento.

―Sí. Yo también he escuchado de él en el colegio, pero creo no haberlo


visto nunca en persona. ―Camila comía con más ganas que antes, con la
conversación.
―Es tremendo deportista y a las chicas las trae locas. Si no fuera por su novia, la
evangélica ―agregó Felipe, que lo conocía desde hacía tiempo―. Nunca pensé que él
fuera gay ―señaló, asombrado, viendo como Camila se devoraba sus papas.
―No. Él ni siquiera sabe si es gay o bisexual. ―Boris no parecía convencido―. Me
salió con que es heterocurioso. ―Soltó una risa media burlona.
―¿Qué es eso? ―preguntó Julián, con cara de asco―. ¿Cómo no se asume? Por eso
anda con esas tonteras. ―Miró a Boris, el que parecía no estar a gusto con esa
situación.
Terminaron de comer y continuaron su conversación mostrando todo su apoyo a
Boris. Incluso Julián le insistió que siempre iba a estar para él cuando lo necesitara.
Rato después pasaron a los chistes y se quedaron un buen rato reposando relajados.
Felipe aprovechó para invitarlos a su próximo partido en unos días más, donde
disputaría una copa contra el colegio católico de la ciudad, porque quería que Camila,
junto con sus amigos, estuvieran presentes para apoyarlo.
Cuando se aburrieron de estar sentados, decidieron recorrer algunas tiendas alejados
del alboroto que había en la inauguración.
Se comenzaron a probar diferentes prendas de ropa, como si se tratara de un desfile
de modas. Pasaban de un pasillo a otro, simulando que se compraban todo lo que
encontraban. Algunas personas los miraban con desagrado, pero a ellos nos les
importaba, de modo que continuaron su recorrido por las tiendas.
―¿Me acompañan a comprar una camiseta para el partido? ―preguntó Felipe,
revolviendo algunas prendas en un colgador.
―No tengo problemas ―respondió Julián y los demás asintieron en señal de
aprobación. Fueron hasta el otro piso del centro comercial para entrar en la sección
de deportes.
―¡Esta tienda es la mejor en ropa deportiva! ―Felipe estaba animado―. Voy a buscar
algo que me guste ―comentó, antes de perderse entre los estantes con ropa. En
tanto, los demás miraban algunos artículos que les resultaban curiosos.
―Nunca había estado en una tienda de fútbol. ―Julián estaba como en otro planeta,
en su vida había practicado ese deporte.
―Ni yo, Juli... Igual hay ropa linda ―aseguró Boris, irónico, con una camiseta de un
equipo en la mano.
―¡Qué poco glamour! ―gritó Camila y le quitó la camiseta. Después la tiró por
encima de los estantes de ropa, que estaban un poco desordenados.
―¡Ay! ¡Más cuidado, niñita tonta! ―Se escuchó del otro lado una mujer, a la que le
llegó la camiseta en la cabeza.
―Perdón ―respondió Camila, inmóvil y avergonzada.
―¡Ah y estás tú también! ―Era Lucía, se acaba de dar cuenta de que la adolescente
estaba junto a Boris―. Y también tu amiguito de gustos raros ―dijo observando a
Julián, el que la miraba desconcertado junto a su amiga, ya que no la conocían.
―¿Qué sucede, amor? ―Apareció Gabriel con unas calcetas deportivas en las manos,
viendo que frente a ellos estaba Boris.
―Nada, saludaba a Boris ―respondió Lucía. No tenía cara de estar alegre de verlo.
―Hola, Gabo... ¿En qué andas por acá? ―saludó Felipe, que también se acercaba a
ellos con algunas prendas para llevar―. Camila... Julián... Él es Gabriel, el hermano
de Boris. ―Miró hacia ellos.
Julián estaba inmóvil.
―Sí, él es Gabriel ―intervino Boris, quien estaba un poco incómodo, sin darse cuenta
de que algo estaba sucediendo entre Julián y Gabriel, quienes se miraban atónitos al
encontrarse frente a frente.

―¡No puede ser él! ―gritó Julián, con los ojos llorosos. Salió corriendo
entre los estantes, sin dar tiempo a nada.

Todos se miraron, desconcertados.

Gabriel estaba casi en estado de shock. Aunque trataba de disimularlo, sintió que sus
piernas temblaban. Un frío gélido recorrió su espalda.

―Voy por Julián... Nos vemos después, Pipe ―dijo Camila y salió en búsqueda de su
amigo, quien, de modo evidente, estaba pasando por algo.

―Es bien raro ese chico... Parece que son reales los rumores ―comentó Lucía,
acomodando la camiseta entre las otras prendas―. Seguro vio un hombre guapo y se
puso nervioso ―ironizó, con una sonrisa desagradable.

―¿Se conocen? ―preguntó Boris a Gabriel, aún sin entender nada.

―Eh... No que yo sepa ―respondió Gabriel, nervioso, y dejó las calcetas tiradas―.
Nos vemos en la casa bro... Vamos, Lucía ―añadió, tomando de la mano a su
novia―. Te veo en el partido. ―Hizo un gesto a Felipe, quien también estaba sin
entender lo que pasaba.

Felipe y Boris se quedaron un rato dentro de la tienda, terminando la compra de


Felipe. Comentaron lo extraño de lo sucedido y lo desagradable que era la novia de
Gabriel, quien, al parecer, siempre lo celaba de todo el mundo. Aquello era algo
sabido por todos los del equipo de futbol, que a veces le hacían bromas al respecto.

―Es bien descarado ese tipo. ―Felipe estaba asombrado―. Sabe disimular
demasiado bien que tiene algo contigo ―agregó, mirando a Boris, que estaba a su
lado, preocupado.

Mientras Felipe pagaba su compra en una de las cajas de la tienda, el celular de Boris
vibró con un mensaje de Julián. Revisó para ver de qué se trataba.

"Aléjate de ese hombre, por favor..."


Era lo único que decía y se lo mostró a Felipe. Ambos continuaban sin entender,
debido a que el mensaje, en vez de aclarar la situación, los dejaba con más dudas.

―Tal vez Julián tuvo algo con Gabo ―especuló Felipe, pensando en voz alta―. Y no
esperaba que fuera él con quien tienes algo ―agregó, con cara de duda.

―Mmm... No lo sé. ―Boris miraba su celular como buscando una respuesta―. No lo


creo. Cuando dijimos su nombre, al almuerzo, no mostró ninguna reacción ―recordó,
mientras salían de la tienda para irse del centro comercial.

Caminaron por las calles, esperando que Camila o Julián se reportaran, para saber
qué estaba sucediendo. Solo la chica envío un mensaje a Felipe, diciendo que iría a
casa de Julián a esperar a que llegara y hablar. Quedaron de verse hasta el otro día.

Por su parte, Boris se fue a su casa, para que no se le hiciera tarde. No quería tener
problemas con tía Corina, que era tan estricta con los horarios.

Al llegar a la casona, Juana lo recibió, lista para llevarlo a la cocina y servirle algo de
comer, pero él le dijo que estaba satisfecho. La dulce mujer no insistió y se fue a la
huerta para buscar algunas hierbas que utilizaría después. Boris aprovechó y subió
hasta su habitación. Estaba seguro de que Gabriel ya estaba en la casa, por lo que
caminó despacio por el pasillo para no ser sorprendido. Llegó hasta la puerta de su
habitación y adentro escuchó un murmullo. Acercó su cabeza a la puerta y apoyó su
oreja para poder oír qué pasaba.

―Tú siempre me has salvado del pecado y las tentaciones, mi amado Señor...
―Gabriel estaba orando con desesperación. Boris estaba pegado a la puerta, un poco
afligido―. Soy tu hijo, dime que sí lo soy y que entiendes que he sido un humano
débil. ―Se escuchaban sollozos del otro lado de la puerta―. Dame la fuerza que
necesito para seguir, mi Señor... Soy débil e indigno de ti ―vino un silencio largo,
Boris seguía esperando escuchar una respuesta.

De pronto, la puerta se abrió de golpe, dejándolo en evidencia frente a Gabriel, que


estaba con los ojos llorosos.

―¿Espiando? ―preguntó Gabriel, con la mirada perdida y los ojos hinchados de llorar.

―Eh... No, yo solo quería saber si podía entrar. ―Boris se puso nervioso al verlo,
parecía estar fuera de sí.

―¡Mentiroso! Eres un mentiroso. ―Gabriel lo tomó de un brazo y lo tiró hacia adentro


de la habitación―. Eres tú el que me hace pecar, el que ha traído pecado a esta casa.
―Lo soltó sobre la cama. Boris temblaba de susto, porque nunca lo había visto así y
no lograba entender qué le pasaba.

―¡Yo soy un hijo del Señor y puedo ganarle a la tentación! ―Gabriel se puso encima
de él sobre la cama sin dejarle salida, su cara estaba cerca de la de Boris―. Puedo
con la tentación que has traído ―oraba, mientras rozaba su boca por la cara de Boris,
quien estaba empezando a sentir un rechazo por él al verlo así de descontrolado.

―Gabo, ¿qué te pasa? ¡Detente! ―Boris no quería gritar para evitar problemas con la
familia, pero Gabriel continuaba descontrolado y llorando.

―¡Pasa que tú eres el culpable! ―El arrebatado hombre seguía tocando a Boris en
forma descontrolada y obscena―. Has sacado todo lo malo, eres el pecado. ―Sus
manos querían entrar por su pantalón.

―¡Detente! ―gritó Boris y lo empujó de golpe, sacando fuerzas de la nada para


librarse de él. Se puso de pie junto a la cama. Gabriel lloraba y temblaba, su mirada
seguía perdida.

―No pude ganarle a la tentación, por tu culpa ―sollozó Gabriel, secando su ojos―. Y
ahora tú me rechazas a mí. ―Soltó una carcajada desquiciada―. Después de que te
retorcías conmigo en esa cama. ―Caminó y tomó un bolso con cosas que estaba
junto a un mueble―. Se acabó, yo no soy como tú crees... Me voy con mi novia...
Una mujer, como Dios manda. ―Se abrió paso, empujando a Boris, quien no aguantó
más y comenzó a llorar junto a la pared.

Gabriel salió de la casa, sin que nadie lo notara, porque Juana y Corina estaban en la
huerta. Se subió al auto y partió, veloz, con rumbo a al departamento de Lucía
dejando atrás a un desconsolado adolescente que no entendía nada de lo que pasaba.

Ya era de noche, Camila seguía esperando a Julián cerca de su casa para poder
conversar y ayudarle, pero estaba sintiendo frío, cada vez era más tarde y no tenía
señales de su amigo. Decidió ir hasta la casa y preguntar por él. Abrió la reja y
caminó hasta la puerta, tocó el timbre. Adentro se escuchaba a unas personas
conversando.

―Hola, buenas noches. ―Camila saludó a la mujer que abrió la puerta―. Busco a
Julián, soy su amiga. Me llamo Camila. ―Sonrió, para dar una buena impresión.

―Hola, linda ―saludó la mujer, con voz amable―. Soy la mamá de Julián. ―Se
acercó, juntando la puerta―. Lo siento, pero no está, me llamó y dijo que partiría a
casa de mi hermana ―agregó, mientras cruzaba su suéter para protegerse del frío.
―Ah... ¿Y volverá muy tarde? ―preguntó Camila, que seguía con la intención de
verlo.

―No, es que mi hermana vive en otra ciudad... A unas dos horas de aquí ―respondió
la mujer, con una mirada amigable.

Camila abrió sus ojos sorprendida.

―Llamó esta tarde y, de improviso, dijo que iba a ver a su tía, ¿sabes si le sucedió
algo? ―preguntó, ya que ni ella sabía por qué su hijo había decidido irse así.

―No, la verdad no sé... solo venía a verlo.

Camila no quiso decir nada, pues tampoco estaba segura. Sonrió y agradeció el que la
recibieran tan tarde, quedando de acuerdo en que si sabía algo se lo contaría, ya que
la madre de Julián temía que su hijo volviera a perder el rumbo como años atrás.

Camila se marchó y, mientras iba en el taxi hacia su casa, recibió unos mensajes de
su amigo, que la dejaron más preocupada de lo que ya estaba.

"Cami, haz que Boris se mantenga lejos de ese hombre. Cuídalo.

No sé si regresaré. Tal vez un día te cuente. Eliminaré este número...

Los quiero y por favor, no dejes que estén juntos."


BookTrailer1

Hola!! Desde este capítulo ya comienza a tomar forma este thriller...

¿Estás preparad@ para lo que viene?

Aprovecho de dar las gracias a todos quienes leen y comentan! Sin ustedes esto no
tendría sentido.

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Mil Gracias a todos, no dejes de comentar...me gusta leerlos! y compartan la historia


de Boris, El hijo del Pastor.
La fraternidad

Era un sábado por la noche y Julián Klein, un adolescente de catorce años


se preparaba para salir de fiesta con sus amigos. Vivía hacía casi dos meses en la
casa de su tía, a un par de horas de sus padres. Los había dejado por no permitirle
llevar el estilo de vida que estaba teniendo desde hace un tiempo. Cuando decidió
contar que era homosexual, y motivado por malas influencias, desaparecía de su casa
casi todas las noches. A veces no regresaba en varios días sin avisar en dónde
estaba.

Su tía Bernarda decidió recibirlo para darle apoyo, a pesar de que él continuaba con la
misma conducta de desaparecer y regresar, acompañado de grupos de chicos
cercanos a su edad que vagaban por las calles, bebiendo y drogándose una y otra
vez.

En aquel entonces, Julián tenía una pareja llamada Alex, un estudiante de periodismo
de unos veintiún años. Era un tipo poco atractivo, cuya principal cualidad era cambiar
de pareja varias veces al año. Prefería a los más jóvenes, porque le resultaba más
fácil manipularlos y mantenerlos en sus excesos.

Aquella noche no sería diferente. Julián estaba invitado por primera vez al
departamento de Alex, el cual compartía con un grupo de estudiantes universitarios.
Compraron varias botellas de ron barato y, entre todos, juntarían gran cantidad de
alcohol y drogas para pasar una noche inolvidable.

Julián llevaba tres noches sin regresar donde su tía. Se había quedado en casa de una
de sus amigas lesbianas, y al otro día volvería con ella.

Presentía que pasaría la noche en la cama de Alex. No tendría sexo con él detrás de
algún arbusto en un parque oscuro o en el baño de la casa de la amiga.

A eso de las once de la noche llegaron Francisco, un chico moreno y robusto, que era
jugador de rugby; Nicky, el gringo flaco que estaba de intercambio de Norteamérica;
y Gabriel, sureño futbolista y estudiante de medicina. Los tres eran los mejores
amigos de Alex en la universidad y compartían los gastos del departamento desde
que habían ingresado a estudiar.

Estaban bebiendo, bastante eufóricos, mirando un canal de deportes, desparramados


en los sillones de la sala principal.

―¡Estos son mis brothers! ―exclamó Alex, presentando sus amigos a Julián, su
novio, quien se veía mucho más reducido entre ellos al ser delgado y menor.

―¡Somos una Fraternidad! ―intervino el gringo, con la cara enrojecida, al saludar al


adolescente.

―¿Es de confianza? ―preguntó Gabriel, que fumaba un poco de marihuana que


compartía con el gringo.

―Sí, bro, es mi amiguito. ―Sonrió Alex, irónico.

Julián, nervioso, buscaba dónde sentarse. Acostumbraba a andar con amigos de su


edad, de ahí su cautela entre los mayores.

―Yo soy Pancho ―se presentó el más robusto, al invitado―. Si eres amigo de Alex,
eres bienvenido. ―Dio una palmada en la espalda de Julián, que lo hizo saltar de su
sitio por la fuerza que tenía.

―Dale... Trajimos esto. ―Julián indicó la bolsa con botellas de ron sobre la mesa.

―¡Buenísimo, esta mierda se prenderá! ―gritó Gabriel, tomándose todo el vaso de


alcohol que tenía en la mano.

Comenzaron a llenar los vasos y brindar por cada locura que se acordaban. Poco a
poco el adolescente comenzó a sentirse en confianza y se reía junto a ellos. Trataba
de no demostrar que era la pareja de Alex, algo que éste último le había pedido antes
de llegar al departamento. Al parecer, sus amigos no sabían sobre su sexualidad.

Cerca de la una de la madrugada, a Pancho le dio por jugar a beber shots de tequila,
compitiendo por el que menos resistía. Empezaron a hacer apuestas con penitencias
que debían realizar demostrando sus habilidades con un balón de futbol. Casi en
todas las oportunidades, Julián perdía, por lo que le tocaba tomarse otro shot de
alcohol.

―¡Te ganaremos, somos el mejor equipo! ―gritó Francisco, tirado en la


alfombra.

―No creo... Aún no está todo dicho. ―Julián estaba sentado en el suelo y veía que
todo a su alrededor daba vueltas.

―¡Te apuesto a que sí! ―exclamó Gabriel. Se puso de pie y tomó una botella de
vodka, que estaba a medias―. Somos los vencedores, niñito. ―Comenzó a beber de
la botella y empezó a empaparse con el alcohol, que le caía por la cara.

Sus amigos le siguieron haciendo lo mismo, en tanto que Julián miraba, disfrutando
del momento de extrema diversión. Los cuatro amigos estaban bañándose con el
alcohol, que corría por sus caras mientras reían enloquecidos, ebrios por completo.

―Hay que tomarse todo esto que compré con los diezmos ―afirmó Gabriel, estilando
en vodka y alzando su brazo con la botella casi vacía―. ¡Oh, dadme el diezmo...
Traedlo a Jehová! ―gritó, dando vueltas por la sala. Julián no entendía nada, pero se
reía junto a ellos. Se sentían los dueños de la noche.

―¡Estoy hecho de ron! ―Francisco no sabía ni lo que decía, se tocaba la camiseta


empapada de alcohol y reía dando vueltas.

―¡El invitado pierde! ―Alex se quitó la camiseta mojada y la estrujó sobre su cara―.
¡Perdió! ―exclamó, apuntando a Julián que bebía en el piso.

Los otros tres se miraron y rieron en complicidad, hicieron lo mismo que su amigo y
dejaron sus camisetas en el piso.

Julián los vio en torso desnudo y pensó que se veían bastante bien, pero aún
recordaba lo que Alex le había pedido. Siguió bebiendo de su vaso con la mirada
desorbitada, al igual que todos. Poco a poco, debido al descontrol de la noche, se fue
acabando el alcohol, por lo que se quedaron dormidos, tirados en cualquier parte de
la sala. El mundo giraba y ya no daban más de excesos.

El adolescente, con algo de fuerzas y conciencia, se puso de pie como pudo y trató de
caminar hasta la mesa, donde aún quedaba una botella con algún resto de vodka.
Poco antes de llegar, tropezó con unos vasos tirados, haciendo ruido al caer.

―Ya perdiste, bro ―balbuceó Gabriel, que estaba tirado en el sillón junto a Francisco.
Se puso de pie y se tambaleó hasta donde estaba Julián, tirado en el piso y tratando
de continuar hacia la mesa por alcohol. Lo ayudó a levantarse y fueron por el resto de
vodka que quedaba en una botella.

Apenas alcanzó para un cuarto de vaso, lo compartieron, riéndose de la borrachera.


Cuando Julián estaba bebiendo el último sorbo del vaso, Gabriel lo tomó por la
espalda y lo tiró al piso, cubriendo su boca con una de sus manos.

―El niño perdió hoy... Te toca ―sentenció Gabriel, presionándolo fuerte contra el
suelo.

Julián trató de soltarse, pero no pudo. No tenía fuerzas para nada y no entendía qué
pasaba. Al borde de la inconsciencia, fue arrastrado hacia una habitación, donde le
pusieron las manos en la espalda y se las ataron con cinta adhesiva. Gabriel cubrió su
boca con la misma, para quitarle la ropa, riendo, con mirada desquiciada. Una vez
que lo tuvo desnudo, lo tocó de manera obscena.

El gringo se acercó al sentir el alboroto. Era el único que se había dado cuenta de lo
que estaba pasando, parecía disfrutar de la escena y empezó a alentar a Gabriel para
que continuara. El adolescente trataba de moverse, pero no lo conseguía; ahora tenía
a Nicky ayudando a su amigo. Sentía las manos de ambos tocándolo por todas partes.
Poco a poco, ellos se fueron despojando de sus ropas hasta quedar desnudos junto al
muchacho, que empezaba a darse cuenta de todo lo que pasaba.

―¡Go, buddy! ¡Fuck him! ―gritó Nicky, que presionaba a Julián contra el suelo.
Gabriel no lo dudó más: Acomodó como pudo al muchacho, que luchaba por soltarse,
y consiguió su propósito: Abusar de él.

Parecía disfrutar el verlo humillado. Lo azotaba contra el piso sin piedad


alguna, al tiempo que el gringo observaba y se tocaba, sintiendo placer con lo que
veía. La cara de Julián estaba en el suelo, las lágrimas corrían por su cara y
empapaban la alfombra. Sentía cómo aquel hombre gozaba haciéndole daño. Perdió
la conciencia entre tanto dolor.
Horas más tarde, la luz del sol entró por la ventana y fue despertando a Julián. Al
verse desnudo, todavía atado de manos y con la boca tapada, entró en
desesperación. Comenzó a gemir y a moverse desesperado por soltarse, recordando
la noche anterior. Gabriel y Nicky, desnudos junto a él, despertaron con el alboroto
del adolescente.
―¡Shut up! ―exclamó Nicky y se paró enojado―. Gabo, he needs more... ―Pasó
caminando sobre Julián, en tanto Gabriel se terminaba de despertar.
―Y tú, ¿no quieres, gringo? ―preguntó Gabriel, sentado junto al muchacho, que
luchaba por soltarse.
―¡No, bro... Thanks! ―respondió Nicky, saliendo de la habitación, rumbo al baño.
―Mmm, creo que yo tampoco quiero más de esto. ―Gabriel se puso de puso de pie y
levantó sin cuidado alguno a Julián―. Te portaste bien anoche, pero ni una palabra de
esto a nadie o terminarás flotando en el río ―advirtió, mientras lo miraba fijo a los
ojos para amedrentarlo―. ¿Entendiste o quieres más de lo de anoche? ―Lo sacudió,
el adolescente lloraba desconsolado―. Ahora te soltaré, te irás y no dirás nada.
―Frotó su cuerpo desnudo contra Julián, que temblaba―. Además, te pasa por ser
tan gay, esto a ti te gusta... No digas lo contrario. ―Lo volvió a tirar al piso―. ¡No
digas nada y vete, putita! ―Le soltó la cinta de las manos y lo empujó para que se
fuera.
El joven, que continuaba llorando, tomó como pudo sus prendas y salió de la
habitación. Al lograr quitarse la cinta de la boca, no dijo nada, solo sollozó. Se vistió
con rapidez y desapareció del departamento sin mirar atrás. Corrió desesperado, sin
rumbo, por un buen rato. Cuando no tenía más lágrimas por derramar, se sentó en
una banca, en una placita, para tranquilizarse y olvidar todo.
Ese mismo día por la tarde, volvió a casa de su madre.
Ahora, sentado en la misma banca de aquella vez, se encontraba recordando con
lágrimas en los ojos la peor noche de su vida. Nunca esperó encontrarse a Gabriel
otra vez. Mucho menos, que se tratara del tipo que estaba teniendo una relación con
Boris.
Comenzó a pensar en cómo ayudarlo, pero sentía que no estaba preparado para
enfrentar a Gabriel. De solo verlo había huido presa del temor que le provocaba,
porque sabía lo que era capaz de hacer. No entendía cómo podía ser parte de la
familia Ferrada ni mucho menos ser considerado un ejemplo entre la comunidad.
Quería salvar a Boris, pero de momento se desaparecería unas semanas para reunir
la fuerza necesaria y enfrentarlo. Miró su celular apagado y pensó en que sería
necesario eliminarlo. Sacó el chip y lo quebró, para luego tirar el equipo a la basura.
Se quedó largo rato en el parque, pensando y buscando una solución.
A varios kilómetros de distancia estaba Boris, en la casona Ferrada, sentado en la
cocina junto a tía Corina y bebiendo un tazón de café de higo con leche. Ella le
explicaba la importancia de que fuese un hombre intachable para no ensuciar la
imagen de su padre ni de la familia que, por años, había sido un ejemplo para seguir
para toda la congregación.
El joven la miraba. No sabía cómo podría reaccionar si llegase a saber que su
hermano, el pastor, era un hombre infiel. Supuso que moriría de vergüenza. La
observaba, mientras ella parecía embriagada en su discurso de pureza y buenas
costumbres familiares. A la infidelidad de su hermano, Boris agregó en sus ideas el si
llegase a saber de su sexualidad. La vio arder en el infierno junto a él. Una sonrisa se
dibujó en su rostro.
―¿De qué se ríe, mi patroncito chico? ―inquirió Juana al notar que Boris se reía solo.
Estaba sentada en un rincón de la cocina junto al fogón.
―¡Ay, Juana, son tonteras nada más! ―respondió Boris y se ruborizó, como de
costumbre.
―Debe tener una niña por ahí... Picarón. ―La empleada enrollaba una madeja de
lana para los tejidos de Corina.
―¡No digas tonteras, que está muy niño para esas cosas! ―intervino Corina, con los
ojos tan abiertos que parecía que se le iban a reventar.
―No, Juana. Solo son tonteras ―insistió el muchacho, riendo, al tiempo que revolvía
su taza.
―¡Hola a todos! ―Se escuchó una irritante voz entrar en la cocina, era Lucía que
venía junto a Gabriel.
Boris y Gabriel intercambiaron una mirada al saludarse. Aún tenían presente su
último encuentro en la habitación.
―¿En qué anda la pareja más bella de la iglesia? ―preguntó Corina, buscando unas
tazas para servirles café.
―Eh, bueno tía, vengo por mis cosas... Me iré a vivir con Lucía ―respondió Gabriel,
con seguridad.
―Ay. ¿Qué dijiste? ―Corina soltó de casualidad una taza que reventó contra el piso.
―Que me voy a vivir con mi novia ―insistió Gabriel, viendo cómo su tía se
descompensaba.
―¡Ay, Juana me va a dar algo! ―La tía se apoyó en un mueble ―. ¡Cúbreme con tu
sangre, Jesucristo! ―exclamó sin poder dar crédito a lo que escuchaba de su sobrino.
―¡Mi señora! ―gritó la empleada, al verla con los ojos desorbitados y corrió a
socorrerla.
―¡Tía, tranquila! ―Gabriel ayudó a Juana a sentarla―. No se espante, por favor
―agregó mientras le daba aire abanicando la mano.
―No puede ser tu concubina ―balbuceó Corina, con el brazo estirado, esperando un
vaso de agua que le traía Juana―. Eso es pecado... Es una deshonra. ―Recibió el
vaso y se tomó un gran sorbo.
―Sí, Corina, nos casaremos antes ―intervino Lucía, sorprendida al ver así a la tía.
Luego miró a Boris, para incomodarlo.
―¿Cómo es eso, Gabriel? ―Corina se desabotonó el cuello de la blusa para respirar
mejor.
―Me voy a vivir con Lucía, ahora, y nos casaremos antes de lo planeado. ―Gabriel se
acercó a su novia mientras todos miraban atentos y sorprendidos―. No esperaremos
hasta febrero, lo haremos en unas semanas más ―agregó, tomando la mano de
Lucía, que estaba dichosa al ver la cara de Boris―. Solo unas semanas y nos
casaremos ante Dios como corresponde, para unir nuestras vidas en sagrado vínculo
―enfatizó con orgullo.
―Ya estará preñada ―sentenció Boris, justo antes de salir a toda prisa de la cocina,
indignado con lo que había escuchado. Se retiró, mientras todos miraron a una
avergonzada Lucía como si fuese culpable de un crimen.
La fiesta

Casi diez días después se realizó un partido de fútbol, en que se


enfrentaron los equipos del Colegio Arcángeles y el Colegio San Pedro, dando como
triunfadores a los representantes del establecimiento evangélico gracias al buen
desempeño de Felipe en el equipo.
La mayoría de los estudiantes que asistieron a alentar a los deportistas, se dirigieron
a una celebración que estaba preparada en el gimnasio del colegio. Marta había
autorizado a que los jóvenes hicieran una pequeña fiesta en honor al equipo de
fútbol. Aprovechando que la instancia casi nunca se daba, varios de los estudiantes
ingresaron con botellas de alcohol escondidas entre sus pertenencias. Comenzaron a
embriagarse y no podían disimular frente a sus profesores, por lo que la situación se
fue saliendo de control. El desorden se apoderó del recinto y los que estaban a cargo
de cuidar a los menores ya no pudieron, entre la multitud que los sobrepasaba.
―¡Esto se nos fue de las manos! ―gritó Marta a uno de sus profesores, que estaba
separando a dos chicos que peleaban entre la multitud.
―¡Debemos llamar a la policía! ―Se escuchó a Luisa mientras sostenía a una de sus
alumnas, que vomitaba junto a la pared.
―¡Ni se les ocurra! ―Apareció el pastor entre la multitud, tratando de ayudar―. Eso
sería un gran escándalo para el colegio ―le advirtió a Marta, que tenía su celular en la
mano para pedir ayuda.
Buscaron una forma para que los estudiantes se calmaran, pero al parecer, sus
esfuerzos eran cada vez menos efectivos. Ni siquiera el haber quitado la música
parecía impedimento para que los estudiantes siguieran con el alboroto. Entre toda la
multitud se encontraban Boris, Felipe y Camila, que habían llegado a la mitad de la
celebración. Se tardaron debido a que la familia del futbolista le preparó un pequeño
agasajo en su casa y tras ello partieron hacia la fiesta del colegio. Al llegar, se
encontraron con que casi todos estaban fuera de control, bebiendo ante unos
espantados profesores. En medio del desastre estudiantil, Camila sintió vibrar su
celular y, al verlo, se dio cuenta de que tenía un mensaje de un número desconocido.
"¡Disfruten de la fiesta!
El alcohol corre por mi cuenta...
Y los periodistas también."
Los tres se juntaron a leer un par de veces los mensajes. No lograban entender de
qué se trataban.
―Camila, pregunta quién es ―sugirió Boris, intrigado por el contenido.
―Y si hay alguien que quiere arruinar esta fiesta ―añadió Felipe, observando con
detención el desorden a su alrededor.
La chica hizo lo que le pidieron, mientras trataban de salir del gimnasio para estar
más cómodos. Corrieron hasta la mitad del patio y se sentaron en una de las bancas
de madera a esperar la respuesta que tardaba en llegar.
"Soy Julián. Aquí, comenzando mi venganza.
Necesito que me ayuden. Yo envié alcohol con un poco de droga para esta noche y
hacerla especial.
Nadie lo sabe, fueron regalos. Ahora llegaron periodistas.
Hagan que Gabriel esté en ese momento. Cuiden de Boris..."
Se miraron sorprendidos al tener noticias de su amigo. Ahora entendían por qué todos
estaban tan fuera de control con un poco de alcohol. No sabían cómo lograrían ayudar
a Julián ni qué era lo que estaba tramando, pero igual se pusieron en marcha y
empezaron a buscar a Gabriel. No había señales de periodistas cerca hasta el
momento.
―No entiendo qué está haciendo Juli... ¿Alguno puede explicarme qué hizo Gabriel?
―preguntó Boris al tiempo que corrían entre los descontrolados adolescentes.

Los profesores luchaban por mantenerlos en orden.


―¡No lo sé, pero debe ser algo malo! ―gritó Camila, estirando su cuello. Buscaba a
Gabriel entre la multitud―. Insiste en que te cuide y te mantengas lejos de él
―agregó, tomando la mano de Felipe para no perderlo de vista.
―¡Ahí viene llegando con la bruja de su novia! ―señaló Boris, hacia la entrada del
gimnasio.
―¿Cómo lo entretenemos hasta que lleguen los periodistas? ―Camila se mordía las
uñas, sin saber qué hacer.
Se quedaron mirando como buscando una solución.
―¡Ya sé! ―exclamó Felipe. Al parecer tenía algo en mente y los llevó hacia un lugar
donde podrían verlos de cerca.
Lucía y Gabriel, que acababan de entrar, estaban espantados con la borrachera de los
estudiantes. Veían cómo los profesores y el pastor trataban de controlar el ambiente.
Caminaron entre el disturbio tratando de llegar hasta donde estaban Marta y Abner,
luchando por separar un grupo alborotado.
―¡Hey, bro! ―Se cruzó Pipe por delante de ellos. Camila y Boris miraban escondidos
más allá―. ¿Qué pasó aquí? ―preguntó, haciéndose el que no sabía nada para
persuadirlo.
―No sé... Llegamos recién ―respondió Gabriel, llevando de la mano a su novia―. Es
un caos ―señaló, mirando a su alrededor.
Felipe sonreía como el peor de los actores, para tratar de retenerlo cerca de la
entrada.
―¡Deberían expulsar a todos estos vagos! ―gritó Lucía, mirando asqueada para todos
lados.
Metros más allá estaban Camila y Boris, quienes ya habían visto llegar a un grupo de
periodistas que estaba en la puerta. Corrieron a recibirlos, antes de que el plan de
Julián se estropeara.
―Hola, señor... ¿Lo podemos ayudar en algo? ―Camila les sonreía. No sabía bien qué
hacer o decir.
―Sí. Venimos a entrevistar a alguien del equipo ganador para el canal local
―contestó uno de los periodistas, que miraba sorprendido el espectáculo junto a su
equipo de trabajo―. Pero me temo que aquí no hay nadie sobrio ―agregó, justo
cuando uno de los estudiantes pasaba vomitando junto a ellos.
―Ah. Sí hay alguien... ―respondió Camila, nerviosa, luego de un codazo de Boris
para que siguiera el desconocido plan de Julián―. Está un exalumno que jugó en el
partido de hoy. ―Apuntó directo hacia Gabriel, que conversaba con Felipe entre la
multitud.
―Es Gabriel Uribe ―informó el camarógrafo al periodista, que sonreía como habiendo
encontrado lo que buscaban.
Encendieron las cámaras y el foco que traía un asistente, y caminaron hacia donde
estaba el que parecía ser el único jugador sobrio del equipo. Sin darse cuenta y
gracias a la intervención de Felipe, de pronto Gabriel tuvo en frente a la prensa, que
deseaba una entrevista. El camarógrafo pasó a empujar a Lucía, que quedó detrás de
todo sin entender nada.
Poco más allá estaba Camila y Boris, mirando de qué se trataba todo. Felipe se hizo
a un lado y el periodista ya tenía su micrófono encima de Gabriel.
―Buenas noches, Gabriel Uribe. Primero, queremos felicitarlos por el triunfo de este
día ―festejó el sonriente periodista―. Pero ¿qué dirán los padres de los estudiantes y
jugadores menores de edad al saber de este tipo de celebración? ―preguntó,
mientras a Gabriel se le desfiguraba la cara.
―Buenas... noches... la... verdad... ―Gabriel titubeaba, visiblemente incómodo y
nervioso―. Yo... acabo de llegar y no sé... ―La luz del foco le molestaba en los ojos.
Un fotógrafo inmortalizaba el momento.

―¿Es normal esta clase de fiestas en el colegio cristiano con mayor


tradición de la ciudad? ―cuestionó el periodista.

―No... Esto no es... ―Gabriel continuaba descolocado con su presencia.

―¿Qué está pasando aquí? ―intervino Abner, que apareció enojado con la presencia
de la prensa.

―Siendo usted el líder espiritual, ¿es esto normal en su colegio? ―consultó el


periodista. Ahora era al pastor hacia donde apuntaban la cámara y las luces.

―Claro que no, esto es un hecho aislado y desafortunado ―respondió Abner con
seriedad.

―¿Están los excesos controlados en el establecimiento? ―El periodista miraba a su


alrededor. Parecía un baile de drogadictos.

―Sí. No hay excesos de ningún tipo en el Colegio Arcángeles ―afirmó con severidad
el pastor ante la cámara.

En ese instante, ingresó un grupo de policías al gimnasio y comenzó a poner orden


por la fuerza a los estudiantes ante la mirada atónita del pastor y todos los presentes
sobrios en el lugar. Las cámaras captaban cada movimiento y el fotógrafo continuaba
tomando unas sabrosas imágenes para la prensa de la zona. Boris, Camila y Felipe se
juntaron para luego retirarse de manera disimulada de todo el escándalo que había
dentro de aquel gimnasio. La prensa y la policía no se fueron del recinto hasta que el
último de los estudiantes fue retirado por sus padres, siendo este el mayor escándalo
que había vivido el colegio en su historia.
Gabriel le pidió a Lucía que se fuera antes al departamento, en un taxi, porque él se
quedaría junto al pastor para ayudarlo en lo que fuera necesario. Un gran pesar había
entre los docentes, en especial, en Marta, que no entendía cómo sus estudiantes
habían quedado en tal estado de descontrol de forma tan rápida. El ambiente no era
el mejor tras esa celebración, en la que Julián había marcado el inicio de su venganza
a distancia hacia el hombre que había abusado de él.

Lejos del colegio, los otros tres cómplices de aquella desastrosa fiesta continuaban
agitados por todo el alboroto ocurrido. Camila aprovechó de decirle a Boris lo poco
que sabía sobre Julián y su partida. Dedujeron que Gabriel era responsable de ese
inesperado viaje de su amigo y por eso le estaba haciendo esas cosas, aunque
todavía no lograban entender su propósito. Caminaron largo rato durante esa noche
para tratar de aclarar sus ideas, esperando tener nuevas noticias de su amigo, pero al
parecer, no sabrían nada por un largo tiempo.

Lo que sí tenía claro Boris, era que tenía que mantenerse lo más alejado posible de
Gabriel. Sentía que ya no era lo mismo de antes y cada vez que estaban juntos solo
venían más problemas.

Poco antes de que amaneciera, se separaron para ir a sus casas a descansar tras una
extenuante jornada que no olvidarían jamás.

Mientras, los últimos en salir del colegio fueron Abner y Gabriel, que estaban de
pésimo humor por todo lo ocurrido. En sus caras se reflejaba que la situación les
podría traer más de un problema. Se dirigieron hasta el estacionamiento y, antes de
subir al auto, se detuvieron a conversar.

―Estamos en peligro ―advirtió Abner a Gabriel, que estaba apoyado en el vehículo


mirando el suelo―. No podemos estar tan expuestos y con prensa encima ―agregó,
tocándose la cabeza un tanto nervioso.

―Lo sé. No entiendo cómo sucedió todo esto ―reconoció Gabriel, aún agitado tras la
fiesta―. De pronto apareció ese periodista y no sé qué va a suceder ―señaló, al
tiempo que movía la cabeza, sin encontrar respuesta.

―Veré cómo minimizar la noticia. Espero no tener problemas. ―Abner se notaba


abatido―. Hay que mantenerlos lejos ―añadió, de brazos cruzados, con la mirada
perdida.

Al día siguiente, Gabriel no acaba de despertar y Lucía, que estaba junto a él en su


cama, lo movía para que abriera los ojos más rápido. Tenía el computador sobre sus
piernas y veía la página de noticias del periódico local. El titular decía lo que tanto
temían:

"NOCHE DE EXCESOS EN COLEGIO CRISTIANO: Alcohol y drogas marcaron la jornada


de celebración del triunfo frente al San Pedro".

El titular venía acompañado de la imagen de Gabriel y el pastor, siendo entrevistados


como los responsables de todo lo ocurrido dentro del establecimiento, opiniones de la
directora y de una apoderada que llegó a retirar a su hijo de la fiesta luego de la
llegada de la policía. Gabriel se sentó de repente en la cama, para poder leer con
detención lo que decía el periódico. Su cara se descompuso al verse expuesto ante un
escándalo. Lucía no sabía qué hacer para ayudarlo.

Mientras Gabriel leía por tercera vez la noticia, sonó su celular; eran mensajes de un
número desconocido. Abrió la aplicación y el corazón casi se le detuvo.

"Linda fiesta con alcohol y drogas, tal como a ti te gustan. ¿Recuerdas?

Esto es solo el comienzo, te toca pagar.

Besos...

J"

Gabriel se puso pálido y lanzó el celular contra la pared, enfurecido, ante la mirada
desconcertada de Lucía. Comenzó a orar descontrolado. Sentado al borde de la cama,
alzaba los brazos al cielo pidiendo ayuda divina de forma casi desquiciada. Su novia
se puso de pie, perpleja al verlo así. Unas lágrimas asomaron a sus ojos, porque
pensaba en lo mal que lo estaba pasando el amor de su vida, ese intachable hombre
del cual estaba enamorada.

Caminó lento para salir de la habitación. No quería ver a su novio en ese estado. Se
paró junto a la ventana del comedor y miró su celular; también había recibido un
mensaje de alguien desconocido. Solo dos palabras lograron hacerla temblar y caer
de rodillas al suelo:

"Es gay..."
La boda

Tres meses después, el ajetreo en la casona Ferrada comenzó, como de


costumbre, desde temprano. Las mujeres corrían de un lado a otro afinando los
últimos detalles del casamiento de Gabriel y Lucía. Habían decidido realizarlo los
primeros días de diciembre, por lo que la casa ya estaba adornada con el tradicional
pino navideño.

Tía Corina y Juana se arreglaban la una a la otra con los recatados atuendos que
habían comprado para la ocasión.

Abner y Marta se encontraban casi listos para salir al patio, en donde se había
preparado una enorme carpa blanca para la ceremonia al aire libre, aprovechando
que el verano se acercaba y la temperatura era bastante agradable. Los invitados
poco a poco comenzaban a llegar. En su mayoría eran miembros de la congregación
religiosa.

En el segundo piso estaba Boris junto a Camila y Felipe, quien también había sido
invitado por Gabriel al igual que todo el equipo de fútbol del colegio. Repasaban las
instrucciones que Julián les hizo llegar por mensajes, a la espera de que algo
sucediera en la ceremonia. Lo único que tenían claro era que debían mantener a Boris
alejado del novio, tal y como lo habían hecho durante todos esos meses en que se las
ingeniaron para que se vieran lo menos posible. Y si lo hacían, era siempre en
compañía de más personas, por lo que su relación había prácticamente desaparecido.

Boris se dedicó a terminar bien el año en el colegio. Por su parte, Gabriel se empeñó
en seguir mintiendo a Lucía luego de los mensajes que había recibido tras el
escándalo de la fiesta en el colegio. Después de eso no sufrieron más amenazas, por
lo que continuaron con sus vidas como si nada sucediera.
El colegio supo cómo tratar el tema de los estudiantes drogados luego del triunfo del
equipo y así minimizar el escándalo público.

―Amigo, hay algo que tenemos que contarte ―abordó Camila, acomodándose su
peinado frente al espejo.

―¡Ay, no me asustes! ―Boris terminaba de hacer el nudo de su corbata―. Díganme


enseguida ―imploró, mirando a Felipe, que se encontraba junto a la puerta del baño.

―No es nada malo ―respondió Camila. Sonreía y observaba lo bien que se veía con el
traje negro ajustado―. Así es que no te asustes. ―Le guiñó un ojo.

―Bro... ¡Me dijo que sí! ―exclamó Felipe con una sonrisa de oreja a oreja. ―Cami y
yo somos novios desde ayer ―anunció con orgullo. Boris se le fue encima para
felicitarlo.

―Hermano, por fin te dio el sí. ―Boris se notaba dichoso por la noticia y no paraba de
abrazarlos, porque sabía lo mucho que se querían y cuánto esperaron para estar
juntos.

―Te dije que no era nada malo ―añadió Camila, buscando algo en su celular―. Juli
me dice que envió un regalito para el novio. ―Se miraron los tres desconcertados,
debido a que desconocían lo que su amigo tenía planeado―. Y solo eso, ni idea de
qué regalito será. ―Se terminaron de acomodar, pues era casi la hora de bajar para
que comenzara la ceremonia.

Se apresuraron y bajaron raudos la escalera, excepto Camila que traía zapatos de


taco alto y no acostumbraba a caminar con ellos. Salieron hasta el patio, que se
encontraba lleno de arreglos florales y cintas blancas. Un poco más allá estaba la
carpa con las sillas en donde se casaría la feliz y ejemplar pareja de la congregación.

El lugar ya estaba repleto de invitados y todos hablaban de lo esperada que era la


boda. Algunos grupos de chicas murmuraban que ellas estarían felices de ocupar el
lugar de la novia, porque Gabriel era el sueño de muchas y tenía un gran futuro por
delante.

Se fueron acomodando en sus sitios, la tenue música sonaba para amenizar el


momento. A un costado estaban los músicos y coro de la iglesia que tocarían en vivo
a pedido de la novia cuando hiciera su ingreso al lugar. Boris y sus amigos se
sentaron casi al final, aprovechando que nadie los notaría con el nerviosismo del
momento. Estaban expectantes a conocer el regalo de Julián y cuándo sería
entregado. Terminaron de acomodarse todos los invitados y, en ese instante, el
pastor Abner se puso en su sitio frente al público para oficiar la ceremonia. De
inmediato comenzaron a tocar los músicos la clásica marcha nupcial, que era el sueño
de Lucía para ese día tan esperado.

Al fondo apareció Gabriel, quien caminó solo hasta el altar vistiendo un


elegante esmoquin. Se veía radiante e imponente mientras avanzaba al compás de la
música. Detrás de él venían unas niñas vestidas de rosado con unas canastas tirando
pétalos de rosas por la alfombra roja. Los asistentes tomaban fotografías a las
pequeñas, que parecían sacadas de un cuento de hadas.
El novio se paró frente al pastor, quien sonreía orgulloso al verlo ahí como tantas
veces lo conversaron. Al fondo, del brazo de su padre, venía la novia caminando con
lentitud. Un hermoso vestido blanco la hacía lucir espléndida ante la mirada de toda la
congregación que estaba invitada. Caminó junto a su progenitor, disfrutando de cada
segundo, porque todo estaba tal y como ella lo había soñado desde hacía mucho
tiempo.
El padre entregó a su hija al apuesto novio y el pastor inició la ceremonia luego de
una plegaria pidiendo por el nuevo rumbo de la dichosa pareja. Fue pasando por el
típico discurso de los casamientos, se pusieron los anillos y sellaron su compromiso
con un apasionado beso, recibiendo los aplausos de los emocionados invitados.
Salieron de la carpa hacia el patio, donde tenían preparado un cóctel antes de la
cena. A medida que la nueva pareja de recién casados se abría paso entre la gente,
los presentes comenzaron a lanzar arroz y algunos pétalos de flores sobre ellos para
desearles buena fortuna y abundancia en su matrimonio. Lucía estaba satisfecha de
verse al fin casada con el hombre de sus sueños, y él parecía estar igual. Nada
quitaba de su cara la sonrisa. Los invitados se les acercaban para felicitarlos, en una
fila que parecía nunca acabar.
―Estoy orgulloso de ustedes ―aduló Abner a la feliz pareja―. El Señor los colmará de
bendiciones ―prosiguió con entusiasmo.
―¡Este es el comienzo de una nueva vida juntos! ―Se escuchó decir a tía Corina, que
apareció entre la multitud y les tomó las manos―. Recuerden siempre honrar a
nuestro Santísimo Padre Amado. ―Juntó las manos de los recién casados―. Nunca
olviden que, desde ahora, serán una sola carne y un solo espíritu, como dicen las
sagradas escrituras ―concluyó emocionada, con lágrimas en los ojos.
Juana estaba como siempre, detrás de ella, por si sufría algún desmayo.
Mientras todos se peleaban por saludar al nuevo matrimonio, fuera del alboroto
estaba Boris con sus amigos, comiendo de los bocados que tenían los meseros para
repartir. Aprovecharon que en esa ocasión había un poco de espumante para beber,
por lo que llenaron sus copas y observaban cómo todos los presentes parecían
extasiados con el evento del año en la iglesia.
―Sí, Dios los hizo el uno para el otro ―decían unas mujeres regordetas, que al
parecer eran familia de Lucía y que pasaban cerca de Camila con bocados en sus
manos.
Desde lo lejos y entre todo el bullicio de la gente, cada cierto rato, Gabriel miraba a
Boris, tratando de disimular un poco la nostalgia por los días que habían vivido
juntos. Prefería mantenerlo lejos, porque no estaba en condiciones de acercarse.
―Ese tipo no deja de mirarte ―afirmó Camila tras beber un sorbo de espumante―.
Ya noté que trata de que lo veas. ―Volvió a tomar un sorbo más largo.
―Sí, también lo noté, pero prefiero que no se dé cuenta ―respondió Boris, comiendo
un bocado de palmitos.
―Veo que está todo el equipo en este lugar ―señaló Felipe, alzando su copa en forma
de saludo a uno de sus amigos que estaba del otro lado del patio con el resto del
grupo de futbolistas.
―Al menos la comida está buena ―celebró Boris, que ahora comía una brocheta de
pollo―. Espero que aquel pastel podamos probarlo ―dijo al tiempo que apuntaba
hacia la mesa dulce en dónde estaba un bello pastel de fondant de cuatro pisos.

―¡Estoy nerviosa! ―admitió Camila, luego abrazó a su novio, quien


miraba hacia todos lados, por si veía algo sospechoso.
Luego del cóctel, pasaron a las mesas que estaban preparadas para la cena. El sol
estaba comenzando a bajar y el rojizo cielo decoraba, majestuoso, el entorno de
aquella fiesta. Encendieron unas antorchas que estaban distribuidas por todo el
recinto para que la celebración pudiese continuar, aun cuando se hiciera de noche.
Los meseros iniciaron su desfile de platos, todos seleccionados por la pareja que se
encontraba sentada en la mesa principal junto a sus familiares. Esta vez, Boris debía
estar allí junto a su padre. Camila y Felipe estaban en una mesa cercana, con el resto
de los jugadores del equipo. Entre cada plato, venía el discurso de algún pariente o
invitado para desear lo mejor al matrimonio. Los aplausos y las risas inundaban el
recinto.
Gabriel y Lucía se besaban cada cierto rato, ante la deslumbrada mirada de los
presentes. De pronto, en el escenario donde se subían a dar los saludos, aparecieron
tres hombres vestidos acorde con la ocasión. Por el silencio que se produjo, se notó
de inmediato que era algo que no estaba preparado, porque el animador del evento
no lo había anunciado. Los novios miraron a estos hombres y los ojos de Gabriel se
abrieron como nunca en su vida lo habían hecho.
―Hemos venido a saludar a los novios, aunque nuestro amigo se haya olvidado de
invitarnos ―anunció uno de ellos al micrófono. Eran Francisco, Nicky y Alex, los
amigos de universidad de Gabriel, que se hacían presentes en el evento.
―Y hemos traído un regalo ―añadió Francisco mirando hacia un costado, frente a una
desconcertada audiencia que observaba cómo subía al escenario otro joven que, de
seguro, venía a saludar.
―Traigo los secretos del novio. ―Era Julián, que se abría paso en el escenario―. ¿O
debo llamarte Toy Machine? ―preguntó, mirándolo en forma desafiante.
Todos guardaban silencio.
El novio estaba pálido y no lograba reaccionar. Boris y sus amigos se miraban con
una sonrisa de oreja a oreja, aún sin comprender qué estaba haciendo Julián.
―Toy Machine es un buen nombre artístico, mi querido Gabriel ―insistió Julián desde
el escenario.
Los otros hombres continuaban detrás suyo, sin entender bien lo que estaba
haciendo.
―¿Estás seguro de lo que haces, Julián? ―cuestionó Alex, su expareja.
―Sí, completamente seguro... Ustedes sigan haciendo lo que les pedí o diré cosas
que no les convienen ―respondió Julián con seriedad, mirando a Nicky, el cómplice de
Gabriel en aquella fiesta.
―¡Estamos en una fiesta y no eres bienvenido! ―gritó Lucía, molesta al reconocer al
muchacho―. ¡Tú eras el rarito del colegio... Vete de aquí con tu pecado! ―exigió,
enrojecida.
Todos murmuraron al darse cuenta de que se trataba del alumno que se había
marchado del colegio y del que muchos hablaban. Boris miró indignado a Lucía, al
igual que sus amigos.
―¿Rarito yo? Cerca de ti puede que haya otro ―señaló Julián, con fuerza―. ¿Te
acuerdas de mi mensaje de hace tiempo... Yo soy J ―confesó, sonriendo bajo la
mirada sorprendida de Lucía
Gabriel no se contuvo más y saltó de su puesto, furioso en dirección al escenario.
Algunas copas cayeron al piso. Boris se paró y quiso interponerse en su paso, pero
Gabriel lo empujó a un costado, dejándolo en el piso, al tiempo que algunas mujeres
gritaban sorprendidas y sin entender. Felipe se fue contra él para contenerlo, aunque
la fuerza del novio era mayor y parecía no importarle nada, y siguió abriéndose paso
ante cualquiera que se le cruzara.

Julián, al verlo enfurecido y sabiendo de lo que era capaz, salió corriendo


para ocultarse, sin darle tiempo a que lo alcanzara. Boris salió tras de él, perdiéndose
de vista. Todos los invitados estaban de pie y desconcertados. Tía Corina se echaba
aire con la servilleta, debido a tal bochornoso incidente.

―¿Ustedes, qué hacen aquí? ―preguntó Gabriel, furioso, a Nicky, tratando de


disimular frente a los invitados.

―El chico nos tiene amenazados. Si no veníamos, estaba dispuesto a hacerlo público
―aclaró el gringo al recién casado―. Y no voy a perder lo que ahora tengo por algo
del pasado ―declaró, molesto por tener que estar ahí.

―Es mejor que se vayan, yo inventaré algo ―ordenó Gabriel, que continuaba
enojado.

Les indicó por dónde salir y trató de hacer que nada había sucedido, mientras todos
murmuraban y se escuchaba "Toy Machine", entre los susurros y las miradas
intrigadas de los hermanos de la iglesia.

―¡Una broma de pésimo gusto! ―anunció Gabriel a viva voz para tranquilizar a los
presentes, a medida que caminaba hacia la mesa donde sus familiares continuaban
descolocados.

Su esposa estaba con los ojos llorosos. Gabriel se sentó junto a ella y le tomó la
mano para tranquilizarla.

―Calma, es una tontera de ese desviado. ―Podía sentir cómo la mano de Lucía
temblaba, en tanto él, miraba el puesto vacío de Boris en la mesa principal.

En la otra mesa estaba Camila, tratando de comunicarse con Julián, pero no tenía
respuesta a sus mensajes.

"Juli... dime dónde estás, por favor.

Boris salió tras de ti, lo perdí de vista."

―Tenemos que irnos y ayudar a Boris. ―Camila estaba nerviosa. Su novio la


abrazaba para calmarla―. Julián me dijo que no lo dejemos solo ―le recordaba a
Felipe, con los ojos brillantes.

―Hay que disimular. Nos iremos cuando sea menos notorio. ―Felipe le besó la frente
y miró a Gabriel, que estaba muy alterado, por más que quisiera disimular.

El pastor se puso de pie y pidió el micrófono para tranquilizar a los invitados. Se


disculpó por el bochornoso incidente e instó a todos a seguir disfrutando de la velada.
La música comenzó a sonar y la gente se fue poniendo de pie para bailar con recato,
como las normas de la iglesia se lo permitían en veladas como esas. Los nerviosos
recién casados hicieron el baile inaugural, tratando de deslumbrar a los presentes al
ritmo de un vals. Un tenso silencio entre ellos hacía que las miradas se mantuvieran
fijas, esperando que ocurriera algo, pero estos no hicieron nada, para evitar otra
vergüenza frente a los asistentes.
Cuando todos estaban bailando, Gabriel dejó a su esposa junto a los familiares en la
mesa principal y fue hasta donde uno de los meseros para tomar una copa de
espumante. Intentaba ver la mejor forma de salir sin ser descubierto en busca de
Boris, porque intuía que podía estar junto a Julián y él podría contarle su secreto.
Aprovechó que la multitud bailaba y salió del recinto en dirección hacia el campo. Algo
le decía que el único sitio hacia donde podría haber ido Boris, era el estero cercano a
la casona, donde iba seguido con sus amigos las últimas fechas.

Para su mala suerte, Lucía lo estaba siguiendo, porque sabía bien que eso era lo que
inquietaba a su esposo. En medio de la noche y del campo oscuro iban tras Boris,
cada uno por su cuenta. Gabriel, para mantener su secreto a salvo y Lucía, para
evitar que su marido cometiera algo que quizás ella sospechaba hacía tiempo.

Gabriel conocía bien el terreno y se mezcló entre los árboles que estaban justo antes
de llegar al estero. Pasó por un lugar menos transitado y se escondió detrás de las
rocas a observar a Boris, que estaba sentado con su celular en la mano, tratando de
comunicarse con alguien. Al parecer, no se había encontrado aún con Julián, por lo
que aprovechó para intervenir sin saber que, mucho más atrás, estaba Lucía también
escondida viendo qué sucedía.

―¡Ya ves lo que hizo tu amiguito en mi boda! ―Gabriel apareció frente a Boris como
un fantasma―. Debes estar feliz de verlo ―aseguró, acercándose al muchacho que,
rápido, se puso de pie, un poco asustado.

―Gabo... Yo... No... Yo no tenía idea de que esto pasaría ―respondió titubeando el
joven, que no tenía mucho donde escapar si es que la situación empeoraba.

―Debes estar feliz de que arruinen mi boda. ―Gabriel se acercó a él y lo tomó por la
cintura, atrayéndolo hacia su cuerpo―. Pero debes saber que te prefiero a ti. ―Lo
miró a los ojos, tratando de seducirlo. Boris temblaba y no sabía si era miedo o aún
sentía algo por él―. Solo un beso tuyo y seguiremos siendo como antes ―prometió,
acercando sus labios a los del muchacho, quien dudaba de sus sentimientos.

―¡No lo hagas, te has casado con una mujer! ―respondió Boris, tratando de voltear
su cara para no besarlo, pero Gabriel lo sostuvo con fuerza y le robó un beso.

Los ojos de Lucía se llenaron de lágrimas, las que comenzaron a caer por sus mejillas
arrastrando el maquillaje de las pestañas. Contemplaba a su esposo besar con
arrebatada pasión al joven que llamaba hermano. Veía cómo lo sostenía con fuerza
para no dejarlo escapar de sus brazos. Un frío desgarrador recorrió su cuerpo. Tenía
ante sus ojos la respuesta a sus sospechas.
La noche de bodas

Boris empujó con fuerza a Gabriel para que no continuara forzándolo a


besarle.
―¡Dije que pares! ―gritó angustiado.
―¿Ahora me rechazas? ―inquirió Gabriel, limpiándose la cara―. Después que
deseabas que te cogiera. ―Se quitó el esmoquin, quedando con la camisa
desordenada luego del forcejeo―. Se te olvida que me deseabas... bro. ―Se le acercó
con ojos aterradores.
―Eso fue antes... Decidiste continuar con tu farsa y casarte. ―Boris retrocedió para
no tenerlo más cerca. Sentía miedo al verle a los ojos―. Es mejor que cada uno siga
con su vida. Ya encontraré a algún chico que de verdad me ame ―comentó, dándose
la vuelta para marcharse.
―¡Tú ya eres mío y no te irás con ningún mocoso! ―Gabriel corrió y lo tomó de un
brazo para detenerlo.
―¡Suéltame! ―exclamó el muchacho tirando con más fuerza, porque Gabriel lo
sostenía firme―. ¿O prefieres decirme qué quiere decir Toy Machine? ―lo miró a los
ojos.
Hubo un breve instante de silencio.
―¡Cállate! ―bramó Gabriel, dándole un jalón que lo dejó tirado en el barro, a la orilla
del estero―. ¡No repitas eso! ―Se lanzó encima de él, intentando taparle la boca, en
medio de una lucha con el adolescente que quería escapar―. ¡Nunca... más... debes
repetirlo! ―Gabriel trataba de acercarse para besarlo por la fuerza. De alguna forma
quería cerrar sus labios.
―¡Paren, se van a matar! ―Apareció Lucía, gritando sobre ellos, pretendiendo
separarlos―. ¡Gabo, déjalo! ―pidió, cayendo al barro y metiéndose en medio de
ambos. Su vestido estaba por completo estropeado.
―¿Qué haces aquí? ―Gabriel la miró asustado. Boris aprovechó para soltarse y
correr, todo cubierto de lodo.
―¿Por qué arruinaste nuestra boda? ―Lucía lloraba de rodillas en el suelo, mientras
su esposo veía a Boris huir entre los árboles.
―¡No entiendes nada! ―Gabriel se puso de pie, mirando en dirección a la casona en
donde continuaba la fiesta―. Ese mocoso enfermo le llenó la cabeza de estupideces a
mi hermanito. ―No esperó más y avanzó para ir en búsqueda del joven.
―¿Hermanito? ―Lucía sollozaba―. ¡Te vi besándolo! ―protestó, desesperada.
Su esposo avanzaba en el barro y al escucharla decir eso se dio media vuelta,
regresando hasta ella.
―Estás loca... Debes estar confundida. ―Gabriel se agachó y tomó la cara de su
esposa para que lo viera a los ojos―. Tú estás equivocada y no dirás nada...
¿Entendido? ―Sus ojos estaban clavados en los de ella, infundiendo temor. Luego la
soltó y salió corriendo en búsqueda de Boris.
Lucía quedó tirada, llorando sin consuelo, mirando hacia el cielo como buscando una
respuesta.
En la casona la fiesta continuaba. Solo pocos invitados habían notado la ausencia de
los recién casados. Algunos bailaban en la pista y otros continuaban comiendo de la
abundante mesa de postres. Abner se percató de que ninguno de sus hijos estaba en
el lugar, por lo que avisó a Marta para ir a buscarlos. Suponía que algo estaba
sucediendo tras el incidente de Julián, por lo que se retiraron a un costado de la casa
para no despertar sospechas.
―Hermano, ¿qué sucede? ―consultó Corina, que los atajó al verlos caminar fuera de
la fiesta. Estaba muy alegre y en su rostro se notaba.
―No veo hace rato a mis hijos ni a Lucía. ―Abner se veía preocupado―. Algo pasó
después de esa intromisión en la fiesta. ―Se acomodó la corbata para guardar la
compostura.
―¡Santo cielo! ―clamó Marta, como si se le hubiera aparecido el demonio.

Todos miraron hacia el sector del estero y, en medio de la oscuridad, lograron divisar
a Boris, que venía corriendo cubierto de barro, desesperado y llorando. Metros más
atrás venía Gabriel, en condiciones similares y mucho más al fondo, algo blanco y
desmarañado se acercaba. Sus rostros palidecieron al ver la desastrosa escena, en
tanto que los involucrados estaban cada vez más cerca, dejando en evidencia que
algo terrible sucedía. Abner deseaba que nadie en la fiesta lo notara.

―¿Qué está pasando, Boris? ―preguntó el pastor entre dientes, acercándose a su hijo
que continuaba llorando e intentando recobrar el aliento.

―¡Por el amor de Dios, di qué te pasó! ―Tía Corina cruzó sus manos, como si fuese a
ponerse a orar.

―Boris... Reacciona, por favor ―insistió Marta, tratando de acercarse al joven.

―Gabriel, ¿qué ha sucedido? ―Abner se dirigió hacia él, que venía llegando
agitado―. ¿Qué hacen todos sucios? ―El pastor se notaba nervioso.

Marta aprovechó de ir en búsqueda de Lucía, que estaba mucho más cerca.

―Padre, yo... ―Gabriel miró a Boris, que lloraba desconsolado―. Puedo explicar esto.
―Respiraba agitado, ante la mirada atónita de su familia.

―¡Asqueroso! ―Escucharon desde lejos. Era Lucía, que venía descontrolada sin
prestarle atención a Marta, que estaba a su lado―. ¡Eres un asqueroso pecador!
―Arrastraba su sucio vestido, a esas alturas, desarmado.

―¿Quiere alguien explicarme esto? ―Abner se tomaba la cabeza y ya estaba


colapsando, sin entender.

―¡Su hijo es un asqueroso sodomita! ―acusó la recién casada, apuntando a Boris.


Todos voltearon a verlo, él solo lloraba―. ¡Boris intentó besar a mi marido para
quitármelo! ―Se acercó al joven, que no tenía fuerzas ni para defenderse―. ¡Desde
que llegaste has deseado a mi hombre... acéptalo! ―La mujer descargaba su furia
contra el adolescente.

Corina sintió que se iba a desvanecer con lo que escuchaba.

―¿Eso es cierto, Boris? ―el tono de Abner cambió y era bastante severo. Marta
observaba desconcertada y el joven continuaba sollozando, sin decir nada―. Gabriel,
¿es cierto lo que dice tu esposa? ―El pastor volteó hacia él, que se veía menos
afectado o, al menos, no lloraba.

―Padre... ―balbuceó Gabriel, luego miró a Boris y a su esposa.

―¡Responde ahora! ―gritó Abner, furioso y cansado de esperar.

―Sí, padre, es cierto. ―Gabriel bajó la mirada―. Ha intentado seducirme ―señaló,


con un hilo de voz y avergonzado. Marta, por su parte, limpiaba el rostro de Lucía y
Corina agitaba sus manos para darse aire.

―Aquí no se permiten los sodomitas. ―Abner se acercó a Boris, en su mirada solo


había desprecio―. Corina, enciérralo para que nadie se entere de esta deshonra.
Después veré qué hacemos contigo ―ordenó, en tono despectivo, esperando que su
hermana se hiciera cargo.

―Abner, no estás siendo muy... ―intervino Marta, que no aprobaba el trato al


adolescente.

―¡Silencio! Ayuda a Lucía y que nadie los vea así... ―Abner no la dejó terminar, solo
quería ocultar lo ocurrido―. Obedece a tu marido en este momento ―exigió con
severidad―. Y tú, vete a dar una ducha para despedir a los invitados. ―Se dirigió a
Gabriel. Después de retiró, indignado, hacia la fiesta.

Boris no paraba de llorar y ni siquiera se defendió ante las mentiras de Lucía y su


esposo, quienes se marcharon en compañía de Marta antes de que algún invitado
pudiera verlos. Tía Corina respiró profundo para recuperarse. En parte, ante la
terrible noticia, su mirada era de desaprobación hacia su sobrino.

―Vamos, camina para que nadie vea esto. ―La tía lo tomó de un brazo y lo jaló para
que la siguiera―. ¡Esto es acabo de mundo! Un ataque del enemigo mismo
―anunciaba, mientras lo llevaba tomado, con cara de asco y mirando al cielo.

―¿Dónde me llevas? ―sollozó Boris, mientras su tía lo tironeaba hacia la parte


trasera de la casa.

―Vamos al lugar donde mi padre nos castigaba... La bodega. ―Corina sonaba cada
vez más severa―. Ahí te quedarás hasta que tu padre decida qué hacer. ―Lo tiró con
más fuerza hacia la puerta de aquel oscuro lugar. El joven parecía resignado a pasar
la noche allí y entró sin oponer mayor resistencia.
―¡Cúbrelo con tu sangre, Jesús, y líbralo de la marca del enemigo! ―gritó Corina,
alzando los brazos como si con eso fuese a suceder un milagro. Su sobrino se sentó
en el suelo a continuar llorando sin consuelo―. Has traído la inmundicia a esta casa
del Señor... Deberías pedir por tu perdón y para que Dios te devuelva a su rebaño
―sugirió la mujer, acomodando su traje y su cabello. Cerró la puerta por fuera y se
fue a despedir a los invitados junto a su hermano.

Rato después llegó Gabriel a excusarse, porque su esposa se había sentido un poco
mal y por eso ya no estaba presente. Los invitados comenzaron a retirarse, dando sus
mejores deseos a la feliz pareja. Felipe y Camila sabían que algo estaba sucediendo
con su amigo que estaba desparecido. Le enviaron un mensaje a Julián, para
advertirle que Boris podía estar en peligro y salieron del recinto sin hacerse notar
mucho.

El silencio se apoderó de la casona Ferrada, el pastor se fue a encerrar a su oficina,


Corina oraba en su dormitorio, caminando de un lado a otro, sin parar. Marta tomaba
un té de cedrón en la cocina, en compañía de Juana, que sabía que algo malo estaba
sucediendo en la familia. Como era su costumbre no decía nada hasta que no se lo
contaran.

La familia de Lucía creyó por completo la versión de su yerno y prefirieron dejarla


descansar para que se recuperara bien. Sabían que estaba en buenas manos.

Una hora más tarde, cuando todos parecían estar acostados, Gabriel y su esposa
salieron en completo silencio de la casona, subieron en un automóvil y desaparecieron
del lugar, sin decir una palabra en todo el camino. Al llegar al departamento de Lucía,
entraron sin siquiera mirarse, cada uno por su lado. Ella tenía los ojos hinchados de
tanto llorar y él tenía la mirada perdida.

―Podrías decir algo para defenderte ―apremió Lucía, tras un largo rato de incómodo
silencio.

―¿Defenderme de qué? ―respondió Gabriel, como si no hubiese pasado nada.

―Vi cómo besabas a Boris. ―Lucía parecía estar recuperándose un poco y quería
enfrentarlo.

―¡Te dije que lo que viste es un error! ―gritó Gabriel, tirando un florero que estaba a
su lado―. ¡Él me besó y tú misma lo dijiste! ―Caminó indignado hacia ella.

―¡Sí, pero fue para no arruinarte la vida! ―La mujer subió más el tono y sus ojos se
volvieron a llenar de lágrimas―. ¡Eres un asqueroso gay! ―Empujó a Gabriel sin
lograr moverlo de su sitio. Sus ojos parecieron encenderse en llamas y se le fue
encima tapándole la boca.

―¡Cállate! ―bramó, enloquecido y la lanzó con fuerza contra una pared mientras ella
lloraba asustada―. ¡Yo soy un hombre, tu marido y me debes respeto! ―dijo
embravecido y, sin darle tiempo a escapar, llegó a su lado.

―¡Eres un asqueroso desviado! ―Lucía lloraba y temblaba de miedo al verlo encima


de ella por completo descontrolado, muy distante del hombre del cual se había
enamorado.

―¡Cállate, que yo soy un hombre! ―le gritó Gabriel y la tomó con fuerza, tirándola al
piso―. ¡Soy tu marido! ―Se quitó el cinturón, brusco, y abrió su pantalón, ante la
mirada espantada de su joven esposa. Ella intentó pararse para escapar, pero él se le
fue encima para demostrarle, sin su consentimiento y a su modo, que él era un
hombre. La llorosa mirada de Lucía parecía perderse en el infinito mientras Gabriel,
fuera de sí, la tomaba por la fuerza.
Castigo

Los primeros rayos del sol se filtraban por la pequeña ventanilla


polvorienta, único contacto con el exterior que tenía aquella fría y oscura bodega,
detrás de la casona Ferrada.
Enrollado en el piso, sucio, húmedo y temblando por la baja temperatura, estaba
Boris, abriendo los ojos y pensando que todo había sido una pesadilla. Durante la
noche le costó mucho conciliar el sueño y pasaron un par de horas hasta que logró
hacerlo.
Sentía su cuerpo tullido por el frío. El ruido de algo arrastrándose afuera lo hizo
ponerse alerta, por lo que se sentó en una esquina, al lado de un viejo estante con
objetos antiguos. La puerta se abrió con lentitud, las bisagras rechinaron y la luz del
amanecer entró, con una ráfaga de aire puro.
Abner entró, firme, como un guardia. Parecía que, con lo sucedido, se había
transformado en otra persona. Su postura no era la de un hombre conciliador y
bueno. Por su fría mirada podía intuir que regresaba a reprenderlo.
―¡Hora de levantarse! ―gritó el pastor, secamente, y su voz retumbó en toda la
sucia bodega―. Los hombres de bien se levantan al amanecer. ―Dio unos pasos y su
silueta se marcaba a contraluz―. El poder de nuestro Señor hará que te reformes
para que seas un hombre y no un marica, hijo del demonio. ―Se agachó para verlo a
la cara, en tanto que Boris tiritaba en su sitio. Sus hermosos ojos resaltaban en su
cara, cubierta por barro seco―. Bien, partiremos por fortalecer tu débil alma que ha
sucumbido a la tentación.
Abner se incorporó y se dirigió a la puerta, de donde tomó la manguera que había
arrastrado hasta el lugar. Miró a Boris con desprecio y abrió el paso del agua,
lanzándole un potente chorro. El muchacho se cubrió la cara y sintió el frío que le
golpeaba por todas partes.
―Lo primero, es que debes estar limpio de cuerpo y alma... El agua fría te fortalecerá
―declaró el pastor, apuntando a todo el cuerpo de su hijo para quitar la suciedad
visible y la de su alma.
―¡Para, por favor! ―suplicó Boris, enrollado en el suelo.
―¡No! Esto ayudará a que comiences con tu limpieza. ―Abner no tenía cara de
querer detenerse―. No permitiré que mi hijo sea un sodomita. ―Apuntó el agua hacia
un costado―. ¡Vamos, quítate esa inmundicia de ropa! ―ordenó, viéndolo llorar,
empapado en el piso―. Ponte de pie y resiste como un hombre. ―Volvió el agua en
dirección a Boris, quien comenzó a quitarse toda la ropa, sintiéndose humillado como
jamás lo imaginó.
―Ya no más, por favor ―suplicó el joven tembloroso. Aún conservaba su bóxer y se
cubría con vergüenza.
―El Señor pasó más sacrificios por nosotros. Haz el esfuerzo y quizás seas salvado.
―Abner no desistía, apuntaba con firmeza hacia su hijo―. ¡Anda, quítate eso para
que quedes limpio! ―dirigió el agua hacia su ropa interior.
Boris, lleno de pudor, se quitó la prenda y cruzó sus manos para cubrirse. Sentía que
hielo atravesaba su cuerpo.
―¿Tienes vergüenza? ―preguntó Abner, viéndolo indefenso bajo el agua―. La
vergüenza deberías sentirla por querer desafiar las leyes de Dios... ¡Hombre con
mujer fuimos diseñados! ―Cerró el paso de agua, notando la cara de alivio de su
hijo―. Espero que este baño matutino fortalezca tu alma. Lo necesitarás. ―Sacó la
manguera de la bodega, su hijo continuaba temblando, congelado―. Ahora pedirás al
Señor que perdone tus faltas. Los sodomitas no heredarán el Reino de los Cielos. ―El
pastor caminó hasta Boris, mirándole fijo―. Y además purificarás tu cuerpo y alma en
ayunas, hasta que el pecado se haya ido y seas un hombre, como lo dice la sagrada
escritura ―enfatizó, con visible desprecio, y se retiró.
―¡Por favor, sácame de aquí! ―suplicó Boris, adormecido por el frío.
―No escucho que comiences con tus oraciones. ―Abner se detuvo en el umbral de la
puerta, tomó aire―. Vamos, empieza... ¡Padre Nuestro, que estás en los cielos!
―Volteó a ver si su hijo le seguía, pero él solo lloraba en silencio. Una certera
cachetada en la mejilla lanzó al muchacho al suelo. Su padre quería doblegarlo,
haciéndole sentir impuro―. Me iré a buscarte ropa y espero que, a mi regreso, te
encuentre implorando por tu sucia alma ―sentenció el pastor, antes de salir raudo y
cerrar la puerta por fuera.
―¡Eres un mentiroso! ―gritó Boris desde el suelo―. ¡Sé lo que haces con
mi profesora! ―Soltó un sollozo, en medio de su desesperación.

Del otro lado aún estaba su padre, inmóvil al escuchar a su hijo gritarle su secreto.
Más grande fue su sorpresa al darse cuenta de que Marta acaba de acercarse a la
bodega y lo miraba, con desaprobación. Parecía que también había escuchado los
gritos de Boris.

―Saca a tu hijo de ese lugar ―ordenó la mujer, acercándose a su esposo.

―No debes meterte en este asunto... Se hará hombre por la fuerza, si es necesario
―respondió Abner, interponiéndose entre ella y la puerta.

―No puedo obligarte a que me ames, mucho menos a tu hijo, pero al menos, déjalo
salir ―pidió Marta, con aplomo―. Hace mucho que sé de tu aventurita con Luisa, no
soy tonta. ―Se le acercó. Abner permanecía quieto―. Eso puedo disimularlo como
todas las mujeres engañadas de la iglesia, pero esto... ―Apuntó hacia la puerta de la
bodega―. Esto es una locura. No tienes vergüenza. ―Parecía decidida a defender al
joven.

―No hay comparación ―respondió Abner, abriéndose paso―. Tal vez yo he sido débil
¡Pero este malcriado es abominable! ―acusó a viva voz para que Boris escuchara del
otro lado.

―No es la forma de ayudarlo ―insistió Marta―. Déjame a mí ―suplicó, tomándole del


brazo para que no se fuera.

―No, se quedará ahí ―enfatizó Abner, severo, y siguió caminando hacia la casona―.
¡No desobedezcas a tu marido! ―gritó al avanzar, dejando a Marta pasos más atrás.

―Sí, lo sé... Debo ser una mujer sumisa a su esposo ―recitó Marta en tono irónico―.
Y lo he sido todo este tiempo, pero por favor... Saca a Boris de ahí. ―Cambió el tono
de voz al pedir por el joven de la bodega.

―Lo pensaré. ―Abner levantó su dedo índice, mirando a Marta con una sonrisa
perversa―. Y sigue con tu papel de esposa sumisa, lo has hecho bien y sabré
agradecerlo. ―Volteó y siguió su camino. Marta se quedó un rato cerca de la bodega,
caminando de un lado a otro, de brazos cruzados para protegerse de la fría mañana.
Aún no eran las ocho. Algunos trabajadores ya se veían a lo lejos, desmontando la
carpa de la fiesta de bodas.
Media hora más tarde regresó Abner, con ropa limpia para su hijo. Su esposa
permanecía cerca de la bodega, esperando para ayudar al muchacho.

―Te salió todo el instinto maternal. ―El pastor miró a su esposa con burla―. Ah, por
mujeres así es que los hijos les salen maricas ―festinó, al tiempo que ponía la llave
para abrir la bodega. Marta quiso seguirle, pero Abner le hizo un gesto para que se
detuviera―. El chico debe vestirse, tú mejor vete porque vendrá mi hermana un
momento. ―Abrió la puerta y se metió en la bodega.

Su esposa entendió que, por el momento, era mejor no interponerse o el que


seguiría sufriendo sería Boris. Caminó con tristeza hasta la casa.

―¡Toma, aquí tienes para que te vistas! ―Abner le pasó una bolsa con ropa que
había buscado en su habitación―. Apúrate, viene Corina a ayudarte. ―Se retiró,
cerrando por fuera.

Boris, tiritando, caminó hasta un rincón donde estaba seco, cerca de la puerta, y
comenzó a vestirse con prontitud. El abrigo que le proporcionaba la ropa hizo que
poco a poco fuera reaccionando.

A su mente venían imágenes confusas de la noche anterior: la pelea en el barro con


Gabriel, Julián apareciendo en la fiesta, Lucía dejándolo como el culpable de su
desgracia. Un vago recuerdo de sus días con su madre asomó en medio de esas
imágenes. Sus ojos se llenaron de lágrimas, aunque no tuvo tiempo de seguir
pensando, pues escuchó que tía Corina se acercaba. Se apresuró y se puso las
zapatillas que venían en la bolsa de ropa. Abner había puesto su ropa deportiva del
colegio para que se abrigase.

―¡Boris, venimos a orar contigo! ―exclamó Corina al abrir la puerta.

Venía acompañada de Juana, que permanecía en silencio detrás de ella. Ambas traían
sus biblias en la mano.

Boris las veía desconcertado. Todo le parecía confuso e innecesario. Su silencio fue su
única respuesta y se quedó en un rincón de la bodega.

Corina lo miraba como un bicho raro, a la par que hojeaba su biblia buscando algo. La
empleada parecía solo seguir las instrucciones de su patrona, si bien en su mirada
había mucha más compasión que en los familiares de Boris.

―Comencemos, Juana. La palabra siempre nos protege del enemigo. ―Corina estaba
erguida y pretendía lograr que su sobrino cambiara su conducta. Carraspeo para
aclarar su voz―. Ten piedad de mí, oh, Dios, conforme a Tu misericordia... ―Juana la
seguía en su lectura bíblica y retumbaban sus voces en la bodega―. Conforme a lo
inmenso de Tu compasión, borra mis transgresiones... ―Una mirada directa a los ojos
de Boris―. Lávame por completo de mi maldad y límpiame de mi pecado.

Corina alzó uno de sus brazos, Juana replicó:

―¡Porque yo reconozco mis transgresiones y mi pecado está siempre delante de mí!


―alzaron aún más sus voces, como si quisieran ser escuchadas en el mismísimo cielo.

El muchacho deseaba taparse los oídos y solo se contenía para no provocar. Juana
siguió.

―Contra Ti, contra Ti solo he pecado y he hecho lo malo delante de Tus ojos... ―cada
palabra retumbaba como un castigo para Boris, sentía estar prisionero en la peor
pesadilla. Se deslizó por la pared, cayendo al piso, llorando e implorando en silencio
salir de ese lugar. Corina prosiguió.

―Al corazón contrito y humillado, oh, Dios, no despreciarás... Amén. ―Escuchó Boris,
como si estuvieran lejanas, decir a ambas mujeres que continuaron su lectura por
largo rato, sin darle tregua―. Espero que este Salmo para los pecadores haya sido
como un bálsamo para tu inmunda alma, querido sobrino ―sentenció Corina,
cerrando su Biblia.

El muchacho abrió los ojos, como despertando de su pesadilla. Para su alivio ya


habían terminado con las plegarias y la puerta se estaba abriendo, dejando entrar el
cálido sol de la mañana. Se incorporó, viendo la asqueada mirada de Corina.

―¡Levántate, te quedarás en tu habitación encerrado! ―dijo Abner, que venía por


ellos―. Suficiente plegaria de tu tía y Juana, ahora debes seguir solo y agradece a
Marta, que pidió te saque de aquí. ―El pastor entró y lo tomó firme de un brazo,
jalándolo para que no se fuera a ningún sitio sin su permiso.

Fueron a la casa e ingresaron por la cocina. Ahí estaba la esposa del pastor, que
observó en silencio cómo lo llevaban a tirones hasta el segundo piso. Solo unas
miradas intercambiaron y Boris comprendió que ella no estaba de acuerdo con lo que
le hacían. Suspiró fuerte, siguiendo el camino hasta su nuevo encierro. Detrás
quedaban Corina y Juana con sus biblias en las manos, y un silencio sepulcral como
nunca había sucedido en la casona de los Ferrada. Un empujón de Abner bastó y su
hijo quedó tirado junto a la cama. Una mirada de desprecio seguida de un portazo y
el sonido de las llaves por fuera. Otra vez estaba encerrado.
El Pastor

Varias horas más tarde, sentado junto a la ventana de su habitación, el


estómago de Boris comenzaba a retorcerse por el hambre. Había visto transcurrir el
día desde aquel lugar, pensando en cómo salir de allí y no regresar jamás. Prefería
estar lejos, sin nada, que seguir bajo ese techo con personas que no lo amaban. Sus
ojos continuaban hinchados de tanto llorar y tenía fija mirada en las nubes que
pasaban con lentitud.
En la casa no hubo mucho ruido durante el día. A lo lejos se escuchaba a tía Corina
leer la biblia en voz alta, como pretendiendo que su descarriado sobrino escuchara la
palabra del señor y se redimiera de sus terribles pecados.
Cuando ya estaba casi por anochecer, la puerta del dormitorio se abrió. Era Abner,
que venía a continuar con sus sermones de purificación. Entró y le puso el seguro por
dentro para que nadie los molestara. Boris continuaba junto a la ventana, sin verlo a
la cara.
―Veo que no has implorado por tus pecados ―señaló el pastor, acercándose―. Así
nunca dejarás de ser un marica ―vaticinó, dando un largo suspiro de desahogo.
―Estás loco ―respondió el joven con poco ánimo―. Eso no se puede cambiar y no es
un pecado. ―Volteó a verlo con tristeza.
―¡Los sodomitas no heredarán el Reino de los Cielos! ―gritó Abner, lleno de furia
como si su hijo lo desafiara―. ¡Está escrito en la Biblia! ―Sus ojos claros destellaban
fuego.
―Sí, claro. ¿Y qué hay de los infieles y mentirosos como tú? ―respondió Boris, que
sin tener mucha fuerza hizo que esas palabras sonaran como una cuchilla afilada
contra su padre. Una dolorosa bofetada lo movió de su sitio, quedando en el suelo.
―¿Cómo te atreves a decirme eso? ―Abner lo tomó de la camiseta y empezó a
arrastrarlo por el piso en dirección al baño―. ¡Me debes respeto! ―Lo jalaba sin
miramientos, porque Boris ejercía resistencia―. ¡Soy tu padre y esos temas a ti no te
interesan! ―exclamó, empujándolo dentro del baño―. Mocoso sin respeto, agradece
que te recibí en esta casa. ―La imagen del hombre distaba mucho de aquel pastor
que cada domingo daba el sermón frente a su congregación.
―¡Prefiero ser un maricón, como me dices, que un asqueroso farsante como tú!
―gritó Boris, quien estaba en un rincón del baño esperando cualquier reacción de
Abner.
―Si no fuera por mí, estarías vagando en las calles después de que tu madre murió.
―El pastor estaba erguido con actitud desafiante―. Agradece que te dimos un techo
y una familia. ―Se acomodó en el quicio de la puerta.
―Preferiría eso a tener que pasar por esto. ―Los ojos de Boris se llenaron de
lágrimas otra vez―. Mi mamá nunca hubiese permitido algo así. ―Su voz temblaba al
recordar a su madre.
―Denisse era una mujer mundana y era amiga de raritos como tú ―ironizó Abner―.
Quizás alguno de esos te violó de niño y te volvió gay como ellos. ―Esbozó una
sonrisa sarcástica.
―¡Eres asqueroso, Abner! ―gritó Boris, a pleno pulmón―. ¡No deberías ser mi padre!
―Comenzó a llorar.
―Bueno, si no me quieres como padre, tal vez yo tampoco te quiera como hijo. ―El
pastor tomó al joven y lo metió por la fuerza en la ducha―. Debes seguir
fortaleciendo tu alma. ―Abrió el paso de agua fría, que comenzó a mojar a Boris,
humillándolo―. Ahí te quedarás, hasta que yo lo diga. ―Se dio media vuelta dándole
la espalda, para ver por el espejo cómo su hijo lloraba y su ropa se empapaba.
Abner permanecía rígido. Absorto en el espejo, recordó a la madre de Boris. Su
mente se fue de aquel baño en donde castigaba a su hijo y comenzó a traer instantes
de un pasado enterrado en su memoria, de aquellos tiempos en que renegaba de ser
el hijo del pastor y quiso salir a conocer el mundo. Sus recuerdos lo llevaron casi
diecisiete años atrás, cuando estaba a punto de terminar de estudiar Teología en una
prestigiosa universidad cristiana.

Había sido inscrito por su padre, a la fuerza, para que siguiera sus pasos
en la iglesia que construyó durante toda su vida, la cual cada vez era más próspera
en su propósito.
Por aquellos años, Abner siguió la instrucción de su severo progenitor, a quien
obedecía desde pequeño, y se fue a estudiar sin estar seguro de querer hacerse cargo
del legado familiar. Estuvo mucho tiempo concentrado en ser un buen estudiante,
hasta que, con el pasar de los meses, fue sintiéndose tentado por las actividades a las
cuales se escapaban algunos de sus compañeros.
Eran las típicas fiestas de otras universidades en las cuales se encontraba cada vez
más a gusto. Fue en una de esas ocasiones en que, junto a su grupo de amigos
rebeldes, conoció a unas chicas que aún eran estudiantes menores de edad. Entre
ellas estaba Denisse Laurence, la mujer más hermosa que sus ojos habían visto en su
vida, llena de vitalidad y sin miedo a nada.
Aquella dulce joven comenzó a sentirse atraída por los encantos del estudiante
mayor. Día a día se fueron acercando hasta que, al pasar un par de años de amistad,
Abner se atrevió a confesarle su amor luego de dedicarle una canción romántica en su
fiesta de cumpleaños número dieciocho. A pesar de haber hecho un poco el ridículo
frente a todos, Abner en aquel tiempo dedicaba sus ratos libres a la música y, con su
encantadora voz, consiguió ser el novio de Denisse.
El romance se prolongó por mucho tiempo, pero luego vinieron los problemas. Abner,
cada vez más rebelde ante las costumbres de su familia, empezó a probar todo tipo
de drogas y a salir con diferentes mujeres a escondidas de Denisse, quien no tardó en
enterarse. Para su mala fortuna, cuando se dio cuenta de que su casto novio le
estaba siendo infiel, descubrió que estaba embarazada. Al contarle la noticia a Abner,
este comenzó con las dudas sobre su paternidad y cada vez las peleas se hicieron
más violentas. La relación se dio por terminada cuando los padres de la joven se la
llevaron para protegerla de los maltratos sicológicos a los que Abner la sometía.
Con el pasar del tiempo y bastante tarde, Abner se dio cuenta de que ella era el amor
de su vida, pero el abandonarla junto a su hijo hizo que Denisse nunca más confiara
en él. Ella hizo su vida, alejada por completo de su presencia. Abner, al regresar junto
a su familia para hacerse cargo de la iglesia, prefirió mantener el secreto de que
había engendrado un hijo fuera del matrimonio para no afectar la imagen de los
Ferrada.
Sabía que, por ser hombre, nunca sería tan juzgado como las mujeres de la religión.
Ellas sufrían el desprecio de todos si quedaban embarazadas y debían someterse al
juicio de los Ancianos de la congregación, para ver si eran recibidas de regreso.
La mirada de Abner continuaba en el espejo, pensando en su antiguo amor y en lo
frío que su corazón se había vuelto.
―Para, por favor. ―Escuchó decir a su hijo, congelado en el rincón de la ducha.
Llevaba largo rato ahí, soportando.
―Puedes salir ya. ―Abner regresaba de sus recuerdos―. Podrías tener cualquier
defecto, pero las abominaciones no las permitiré ―amenazó y salió de la habitación,
poniéndole llave por fuera.
Boris empapó toda la alfombra del baño al quitarse la ropa. Abrió el paso de agua
caliente, para temperarse, y se metió. Dio un par de vueltas bajo el chorro y sintió
que su cuerpo reaccionaba. Salió y se secó, un poco aturdido, sin saber si era el frío o
el hambre que ya se apoderaba de él con más fuerza.
Al llegar hasta su cama se abrigó un poco. Ni siquiera tenía su celular para escuchar
música con audífonos, como tanto le gustaba, pues lo había perdido la noche anterior
en el barro, peleando con Gabriel. Se sentó, envuelto en las frazadas, cada vez más
débil, esperando que el tiempo pasara para quedarse dormido.

―¡Psss... Psss! ―Escuchó desde afuera de su ventana.

Con las pocas fuerzas que tenía se asomó, para ver quién llamaba. Para su sorpresa
era Julián, que había estrado al patio sin ser visto, porque todos estaban en la cocina.

―¿Qué haces aquí? ―susurró Boris, después de abrir la ventana.

―No podría abandonarte, niño lindo ―respondió Julián, con su hermosa sonrisa―.
Perdón por tardarme tanto, pero tenía que solucionar algunas cosas. ―Vestía entero
de negro, como si quisiera mimetizarse en la noche―. ¡Vamos, apura y baja! ―Subió
un poco el tono de la voz.
―No puedo, estoy encerrado. ―Boris miró hacia su puerta e hizo un gesto de
negación.

―Tontito, pero por la ventana. ―Julián no quitaba su sensual sonrisa―. Yo estoy aquí
para recibirte ―aseguró, abriendo los brazos en señal de ayuda―. ¡Apúrate, Boris!
―lo alentó.

Boris hizo caso. Aprovechó que no era tanta la altura y se colgó como pudo de su
ventana.

Más abajo estaba Julián, esperándolo. Recibió de golpe al joven, que cayó sobre sus
brazos, tumbándose sobre él en el suelo. Ambos estaban tendidos, Boris sobre Julián,
adoloridos por la caída.

―Me encanta que estés encima de mí ―reveló Julián, abrazándolo, como tanto había
ansiado el tiempo que estuvo lejos.

―Gracias por venir a buscarme, no sabes lo que he pasado desde anoche. ―Boris lo
abrazó con fuerza y luego se pusieron de pie, para no ser vistos.

―Hermoso, yo nunca te abandonaría con esta gente. ―Julián no acaba de terminar la


frase y le robó un beso a Boris. Sonrió y lo tiró de una mano para que corriera con él
sin dejarlo reaccionar―. ¡Vamos, corre, que nos pueden encontrar! ―azuzó, mientras
escapaban de la casona.

Corrieron hasta afuera del recinto. Metros más allá, en la calle principal, había un
auto estacionado con personas adentro que los esperaban. Eran Camila y Felipe al
volante.

―¡Boris! ―festejó Camila, en tanto él subía y la abrazaba.

―¿Cómo estás, hermano? ―Felipe se volteó al asiento trasero, para saludar a su


amigo estirando su brazo.

―Gracias por venir a rescatarme, amigos. Ha sido horrible ―reveló Boris, afectado
por todo lo que estaba viviendo.

―Entonces puedes contarnos en el camino, que aquí no es seguro. ―Felipe encendió


el auto que había pedido prestado a su padre para sacar a pasear a su novia, y dio
marcha en dirección que solo ellos conocían.

En el camino, Boris aprovechó para contarles todo lo que había vivido durante el día a
manos de su padre y su tía Corina, ante la mirada atónita de sus amigos, que
lamentaban no haber podido estar antes allí para ayudarlo. Camila le dio unas
galletas que traía en su bolso para que se alimentara un poco, al tiempo que
continuaba con su relato. Felipe pasaba por las calles del centro de la ciudad y
después de escuchar las torturas de la familia Ferrada, era el turno de Boris de
enterarse las razones por las que Julián y Gabriel se conocían. Rato antes, el joven se
lo había comentado a Camila y Felipe.

El rostro de Boris se ponía cada vez más pálido mientras escuchaba lo que había
hecho con Julián. Unas lágrimas cayeron por sus mejillas, al tiempo que Camila se las
secaba, también desolada por lo que le había sucedido.

―No pueden seguir cerca de ese tipo, está loco ―señaló Felipe, que estaba
estacionando.

―Estamos cerca del colegio. ―Boris estaba sorprendido―. ¿Qué hacemos aquí? ―No
entendía y miraba un poco asustado a sus amigos.

―Tranquilo, esta noche nos esconderemos para, mañana temprano, irnos lejos.
―Julián le tomó la mano para tranquilizarlo.

―¿Lejos? ―Boris estaba más sorprendido aún.

―Sí, después de esto no es seguro que nos quedemos cerca de Gabriel. Menos sin
apoyo de tu familia ―apuntó Julián, acomodando su bolso a la espalda―. Esta noche
nos esconderemos donde sea menos probable que vayamos. Para cuando amanezca
tengo boletos para irnos a otro sitio donde tengo amigos que nos ayudarán a
esconder ―explicó, mirando los ojos de Boris para calmarlo.

―Pero ¿nos ocultaremos en el colegio? ―Boris miró más asustado que nunca.

―¡No! Estás loco ―intervino Felipe, desde el asiento delantero.

―En el hogar de niños, detrás del colegio. ―Julián parecía saber lo que hacía―. Allí
es el lugar menos probable donde podrías ir a esconderte ―afirmó, dándole la mano a
Felipe para despedirse.

Se bajaron del auto. Sus amigos no podrían acompañarlos en la noche por si los
buscaban en sus casas al ser tan cercanos.

Julián y Boris corrieron hasta el pequeño hogar de niños que se encontraba detrás del
colegio. Jamás habían estado allí, porque solo lo veían desde el patio del colegio. Se
metieron sin hacer mucho ruido por una puerta trasera que daba a lo que parecía ser
una bodega con artículos de medicina sobre unos estantes metálicos. Trataron de
acomodarse cerca de una puerta que comunicaba al pasillo principal de los
dormitorios de los niños.

En apariencia, no había muchos en este momento, debido a que siempre los estaban
enviando con sus padres adoptivos, por lo que escuchaba Boris decir en su casa. Se
sentaron junto a la pared para apoyarse y poder dormir un poco. A lo lejos lloraba
uno que otro menor, que era calmado por una cuidadora que pasaba la noche en
aquel lugar.

―Y si nos escondemos allá abajo ―sugirió Boris, apuntando al suelo en el centro de la


habitación.

―¿Abajo? ―Julián miró sin entender, porque no conocía el lugar y vio que en el piso
había algo que podría ser una puerta a un subterráneo―. ¿Qué será eso? ―se
preguntó, ahora con curiosidad, y se acercaron a ver.

Fue en vano. Estaba cerrada con un candado, por lo que regresaron a su sitio y se
acomodaron para descansar.

Por un instante Boris se sintió aliviado y feliz de no estar en la casona Ferrada. A


pesar de que no entendía del todo el plan que Julián le había comentado era, al
menos, lo mejor que podría pasarle en ese momento, de lo contrario su padre
terminaría crucificándolo en su intento por hacerlo heterosexual. Se quedaron
dormidos, abrazados, sintiéndose seguros uno con el otro esperando a que
amaneciera para escapar de toda la gente que les hacía daño.
El hogar de niños

Un par de horas después, en medio de la noche, el profundo sueño en que


se encontraban fue interrumpido por unos ruidos alrededor de la bodega. Julián abrió
sus ojos, un poco asustado, y despertó a su compañero para no ser descubiertos. Se
pusieron de pie intentando no hacer mucho ruido y se acercaron hasta la puerta para
ver qué sucedía al interior del lugar. El piso en el pasillo crujía, por lo que suponían
que alguien se estaba moviendo por aquel sitio.
Julián y Boris estaban muy cerca, como protegiéndose el uno al otro. Unas voces
masculinas al otro lado los alertó. Vino un breve silencio y se sintió un golpe fuerte,
como encima de un mueble, y una de las voces se alzó por sobre las otras.
Boris sintió que esa voz le era conocida, por lo que trataba de recordar, y tal vez por
los nervios no conseguía saber de quién era.
De pronto, una corriente les recorrió la espalda, quedando presos del miedo. La
puerta de salida de la bodega se abría justo detrás de ellos sin dejarles tiempo a
escapar. Entrelazaron sus dedos para sentirse un poco más seguros.
Una silueta, irreconocible por la oscuridad, entraba sigilosa. Ambos sentían que
estaban a punto de ser descubiertos en su intento de escapar. Aquella misteriosa
persona entró dejando la puerta entreabierta e, incluso así, no había luz suficiente
para identificar de quién se trataba. Al menos, la persona, no había notado que los
jóvenes se encontraban en el lugar, porque caminó un poco a ciegas y se detuvo
justo cuando del otro lado alguien comenzó a discutir fuertemente.
―¡Les advertí que ese producto es el más importante! ―gritó una voz mayor,
golpeando lo que podía ser una mesa―. ¡No pueden echar a perder el negocio, ya
han cometido muchos errores! ―advirtió a los otros hombres que parecían
permanecer en silencio.
Boris sabía que su voz era familiar.
―Lo sé, señor, y ya no volverá a ocurrir ―respondió una voz temerosa. Reconocieron
que se trataba de Abner―. Ya mismo sale un nuevo envío que será muy bien pagado
―agregó, como tratando de arreglar un error.
―Yo mismo lo haré llegar, como siempre ―dijo el tercer hombre: Gabriel. Los
jóvenes sintieron más temor de él, que de saber que compartían la bodega con un
desconocido.
―No puede haber más errores o perderán todo lo que han conseguido. ―Boris logró
identificar al que parecía dar las órdenes a su padre y a Gabriel―. Abner, tú mismo
decidiste que la operación más importante dependiera de ti.
Era Armín Betancourt, el Anciano de la iglesia que vivía en el lago, donde estuvo con
Gabriel.
―Señor, aún no me dice por qué es la más importante. ―Abner parecía intrigado.
―Eso no es asunto tuyo. ―Armín sonaba severo―. Haz nada más que tu trabajo.
Para eso se te paga bien ―añadió en tono despectivo.
―La cuidadora sigue sedada, le puse un somnífero en su té y dormirá hasta la
mañana. ―Gabriel intentaba calmar el mal humor de Armín―. Pero me llevaré al niño
después del mediodía, para no levantar sospechas, como siempre ―anticipó, con toda
seguridad.
―Excelente. Ya sabes a quién entregarlo para que termine su trabajo. ―La voz de
Armín sonaba mucho más amigable―. Si todo sale bien, tú mismo te podrías
encargar de ese proceso más adelante ―prometió, mientras Boris y Julián temblaban,
uno contra el otro.
―Ya pronto podré, señor. Está casi terminado el lugar que pidió. ―Gabriel parecía
manejar bien el extraño asunto del que conversaban con tanta seriedad―. Si quiere,
podemos verlo ahora. ―Se escuchó sonar un manojo de llaves.
―Luego... Con calma ―respondió Armín, con su desagradable tono de superioridad―.
Lo importante es que hagas llegar ese mocoso a su destino. Ya sabes que nuestros
compradores son poderosos y ellos no hacen lista de espera para estos casos, como
la gente pobre ―ordenó con claridad―. El comprador necesita esos órganos con
urgencia. ―Julián y Boris se tomaron de la mano, al no dar crédito a lo que acababan
de escuchar.

―No puede ser ―dijo la otra persona en la bodega, también escuchando


sin saber aún que los otros jóvenes estaban cerca. Se movió para irse del lugar de
inmediato, pero en su apuro chocó con un estante, haciendo caer unas cosas al suelo.

―¿Qué fue eso? ―Abner miró a Gabriel, tratando de entender qué sucedía en la
bodega y corrieron, con el Anciano detrás de ellos, para averiguar.

Julián tiró del brazo a Boris, para intentar salir antes de que llegaran y, en medio del
alboroto, se cruzaron con la persona que había causado todo ese bullicio. No
pretendía hacerles daño, porque al chocar con ellos solo intentó escapar, pero con
todo lo que cayó del mueble no podían avanzar con rapidez. De pronto, la luz se
encendió. Una llave sonó del otro lado de la puerta.

―¿Profe Luisa? ―dijeron sorprendidos sus estudiantes, al verla ahí, en medio de la


noche.

La mujer, igual de sorprendida al verlos, no alcanzó a responder, porque la puerta fue


abierta por Gabriel. Tanto Julián como Boris, sin siquiera pensarlo, salieron raudos
aprovechando que la salida estaba abierta. La maestra quedó ahí, en el piso, mirando
atónita a los hombres que la acababan de encontrar.

―Luisa, ¿qué haces aquí con ellos? ―Abner estaba asombrado. La mujer temblaba en
el suelo, presa del miedo tras haber escuchado de qué se trataba el negocio secreto
de Abner.

―¿Quién es esta mujer? ―preguntó Armín, furioso al verla allí―. Y esos mocosos,
¿los conocen también? ―Al parecer no alcanzó a reconocer a Boris.

―No, señor ―Gabriel mintió, mirando al pastor. Ambos sabían quiénes eran.

―Yo no sé nada. ―Luisa empezó a llorar del miedo―. Abner, yo no... ―balbuceó muy
nerviosa, mirándolo. Él no sabía qué hacer.

―Tienen que hacerse cargo de esta mujer. ―El Anciano sonaba más enojado que
antes―. Esto es trabajo de ustedes, yo regresaré en unos días y no quiero problemas
―exigió, mirando a ambos que parecían temerosos de él―. Gabriel, demuestra que
quieres seguir en el negocio ―ordenó y se retiró del lugar, como si nada sucediera.

―Abner, por favor, yo no diré nada.

Los nervios traicionaban a Luisa y decía más de la cuenta.

―¿Por qué viniste aquí? ―Abner parecía lamentar verla en esa situación.

―Yo solo te seguí, después de que estuviste en mi casa ―respondió la mujer,


llorando―. Después vi que llegó más gente, no quise que me vieran contigo y me
escondí aquí. ―Estaba muy nerviosa.

―Y los chicos, ¿qué hacían contigo? ―preguntó Gabriel, en tono grave.

―No sé... No sé... Ni siquiera sabía que estaban aquí. ―Luisa se limpiaba las lágrimas
de la cara.

Abner y Gabriel se miraron.

―Luisa, tranquilízate y deja que Gabriel te lleve a tu casa. ―Abner se agachó y le


tomó una de sus manos―. No hagas nada que él no te diga ―sugirió, mirándole sus
llorosos y asustados ojos.

―Sí... Yo no diré nada. Por favor, sácame de aquí ―suplicó la profesora, poniéndose
de pie.

―Yo veré si encuentro a Boris. ―El pastor se dirigió al pasillo y, antes de irse, miró a
Luisa―. Gabriel te llevará ―añadió pensativo. Se dio media vuelta, cerrando la
bodega del otro lado.

―Vamos, sígueme en silencio ―ordenó Gabriel, tomándola de un brazo y saliendo del


lugar, sigiloso.

Caminaron hasta su auto y subió a Luisa en el asiento del copiloto, dejándole en claro
que no hiciera nada en su contra o sería peor para ella. La mujer, temerosa, de lo que
pudiese hacerle, siguió las instrucciones al pie de la letra, en tanto se alejaban del
hogar de niños en dirección desconocida.

―¿Dónde me llevas? Mi casa está del otro lado ―inquirió la mujer, con los ojos
llorosos viendo a Gabriel concentrado y serio.

―¡Silencio! ―gritó Gabriel, sin mirarla―. Así es que tú eras la entretención del
pastor. ―Sonrió irónico y la miró por un instante―. Interesantes son los caminos del
Señor. ―Soltó una risotada desconcertante.

―¿Dónde me llevas? ―Luisa lloraba al notar que no iban en dirección a su casa.


Gabriel no le prestó atención y siguió conduciendo, sin decir ni una palabra. Salieron
de la ciudad por un camino rural.

Varios kilómetros en la dirección contraria, en un terminal de buses casi vacío en ese


horario, sentados en una fría banca de madera, estaban Julián y Boris, perplejos por
lo que habían escuchado. No daban más con todo lo que habían descubierto. Cuando
escaparon de la bodega solo tuvieron tiempo a correr sin mirar atrás y recién unos
pocos minutos atrás recobraron el aliento, momento en el cual Boris le explicó sobre
la relación que mantenía la profesora con su padre.

Aun así, no entendían qué estaba haciendo en ese lugar. Lo que sí sabían era que
estaba en peligro, aunque no regresarían en su ayuda o serían ellos los que después
estarían en problemas.

―Tu plan de irnos es lo más seguro. ―Boris tomó la mano de Julián―. No puedo
creer que mi padre pueda ser parte de algo tan perverso. ―Sus ojos estaban
vidriosos y sus manos temblaban.

―Tranquilo, ya estaremos seguros ―dijo Julián acercándose más―. Yo te cuidaré,


siempre, y comenzaremos una nueva vida lejos de esta gente. ―Lo abrazó, para
hacerlo sentir más seguro.

―Eres tan lindo conmigo y yo preferí a ese asqueroso ―respondió Boris, apoyando su
cabeza en el hombro de Julián.
―No pienses tonteras, uno a veces elige a la persona equivocada. ―Julián lo contenía
con fuerza―. No soy rencoroso y algún día estaremos juntos. ―Esbozó una dulce
sonrisa.

―¿Más juntos que ahora? ―preguntó Boris, tratando de relajarse.

―Sí, más juntos. ―Julián le besó la frente―. Mira, vamos por algo de comida
―propuso, al ver que un local estaba abriendo al público―. Debes estar muerto de
hambre, al menos yo sí. ―Lo soltó y fueron hasta el lugar, para aprovechar de comer
un poco.

―Necesitaba esto. ―Boris disfrutaba un vaso de humeante café y un sándwich―. No


daba más con esa absurda ayuna obligada. ―Tomaba un sorbo de su vaso.

―Están todos locos en esa casa ―sentenció Julián, bebiendo de su cappuccino.

―Espero no verlos nunca más ―repuso Boris, casi acabando su pan―. Quiero estar
lejos ―farfulló, con la boca llena.

―Mira... ahí está nuestro bus. ―Julián apuntó hacia el sector de embarques―.
Vamos, ya que estoy impaciente por irme. ―Sonrió y caminaron hasta la máquina en
donde algunas personas ya estaban abordando.

Se subieron y se ubicaron en sus asientos, casi al final del bus. Respiraron relajados
al saber que estaban partiendo rumbo a una nueva vida, escapando de la maldad que
los acechaba.

―Al fin nos vamos. ―Boris ya tenía una leve sonrisa en su rostro―. No puedo creer
que mi padre y Gabriel sean tan perversos y engañen así a la gente de esa iglesia
―reflexionó, tomando la mano de Julián.

―Siempre hay un lobo con piel de oveja en los rebaños del Señor. ―Julián sonaba
irónico―. Pensé que el tráfico de órganos era un mito del que nadie habla, porque es
demasiado perverso para ser real, pero veo que sí existe. ―Suspiró y apretó fuerte la
mano de su compañero. El bus avanzó por las calles de la ciudad.

―¿Dónde viviremos? ―preguntó Boris preocupado, mirando por la ventana―. No


tenemos dinero. ―Su cara demostraba angustia.

―Tranquilo, yo me encargué de eso antes. ―Julián parecía seguro―. Viviremos un


tiempo en casa de unas amigas que son pareja ―anticipó, acariciando la cara de su
compañero.

―¿Lesbianas? ―Boris se mostró sorprendido.

―Así es... lesbianas ―respondió Julián, con su hermosa sonrisa que parecía
coquetearle todo el tiempo.

―¿Y dinero? ―Era la gran duda de Boris.

―Ellas nos dieron unos trabajos de medio tiempo. ―Julián buscaba su celular en el
bolsillo de su pantalón―. Tenemos trabajo en su disco gay. Ellas son las dueñas
―explicó, viendo cómo los ojos de Boris se abrían más sorprendidos que nunca.
Soltaron unas carcajadas en complicidad y el viaje de escape comenzaba.
Lejos

Mucho antes del mediodía, el autobús llegó a su destino. Era la ciudad en


donde Julián había pasado los meses anteriores, en casa de su tía.

En esta ocasión no pensaba quedarse allí, para no ser descubiertos por la familia de
Boris. Le dijo a sus padres que estaría alejado por un tiempo para ayudar a su amigo
y, sin dar muchos detalles, les pidió que no se acercaran donde los Ferrada, para no
levantar sospechas.

El sol brillaba en todo su esplendor y los verdes jardines de la ciudad estaban llenos
de gente que iba y venía con sus compras navideñas. Las calles se encontraban
adornadas con decoración alusiva a la celebración. Boris seguía a Julián, quien
conocía el lugar. Luego de unas cuantas calles, llegaron hasta un pequeño edificio
departamental y subieron por el elevador hasta el tercer piso. Un pasillo bien
iluminado los conducía hasta la puerta 2211.

Julián tocó el timbre, viendo la cara nerviosa de Boris. Le guiño un ojo y le lanzó un
beso coqueto, justo cuando la puerta se abrió.

―¡Juli, mi amor! ―gritó la hermosa joven que abrió la puerta, vestida con ropa
deportiva que dejaba ver un entrenado cuerpo.

―Tati... hermosa, ¿cómo estás? ―Julián la abrazó con afecto―. Nos volvemos a ver,
amiga ―festejó, tras un largo abrazo.

―¡Uy, es hermoso! ―exclamó Tati mirando a Boris, que estaba parado junto a la
entrada.

―Ven, Boris, ella es mi amiga Tati, de la que te hablé en el camino. ―Julián lo acercó
para presentarlos.

―Hola. Gracias por recibirnos. ―Boris le dio un beso en la mejilla con una tímida
sonrisa.

―De nada, chicos, son muy bienvenidos. ―Tati sonreía radiante―. Y de verdad que
Boris es más hermoso de lo que contaste, te felicito. ―Miró a Julián con orgullo―.
Síganme, par de guapos, y pónganse cómodos... Esta es tu casa ―afirmó la joven
rubia, con un tono agradable y estilizados movimientos. Parecía una modelo.

―Estaba ansioso por llegar. ―Julián se acomodó con Boris en un sofá blanco, lleno de
cojines negros. Una tranquila perrita Yorkshire observaba cada movimiento, desde un
pequeño futón.

―Me imagino lo terrible que es viajar a esta hora, en esos buses llenos de gente.
―Tati les sirvió unos vasos con jugo―. Pero al fin están con nosotras. ―Sonrió
mirando a Boris, para que se relajara.

―¡Morocho! ―Se escuchó, de golpe, una voz femenina un poco más grave y todos
saltaron de sus puestos―. ¿Cómo está el mijito rico? ―preguntó una mujer,
acercándose a Julián.

Era morena, igual de joven que Tati, pero un poco más robusta y desordenada. Vestía
jeans y camisa a cuadros.

―¡Koka! ¿Cómo estás, vieja puta? ―Julián saltó sobre ella para abrazarla.

―Yo bien. Más maraca que nunca ―respondió la mujer con ataque de risa. Era más
masculina en sus gestos y forma de vestir que Tati―. ¡Hola, flaco! ―Fue hacia Boris y
le extendió la mano―. Juli nos habló maravillas de ti ―señaló, mientras el Yorkshire
jugueteaba a su alrededor alborotado―. ¡Anahí, sal de aquí! ―ordenó a la perrita,
que parecía volverse loca de verla.
―Sí, parece que Julián ya les contó bastante. ―Boris lo miraba sonriente.

―Ni te imaginas, pero solo cosas buenas ―aseguró Koka acercándose a Tati―.
¿Cierto, mi vida? Ya estamos al tanto de todo ―Le tomó la mano y luego la besó con
amor.

―Sí, ya sabemos que eres el hijo del pastor de una iglesia. ―Tati estaba abrazada a
Koka―. Cuéntenos cómo quedó todo ese revuelto de gente cristiana ―preguntó. Los
recién llegados se miraron en complicidad.

―Horrible ―contestó Boris―. Han sido días terribles ―agregó, tomando el


vaso de jugo.

―Bueno, precioso, habla, que estamos para escucharte. ―Tati y Koka se acomodaron
en un sillón, para escuchar el relato de sus visitas.

Durante casi una hora estuvieron atentas a todo lo que les había sucedido. Boris
comenzó su relato, desde el día en que llegó a su nueva casa y conoció al que sería
su hermano mayor, hasta la noche en que, escapando de los castigos de su padre,
descubrieron sus sucios negocios. Negocios que, por el momento, no revelaron, ya
que sabían que se trataba de un tema demasiado delicado y preferían averiguar más
para poder ayudar a los niños del hogar de huérfanos.

La pareja de novias no podía creer todo lo que habían sufrido a manos de esos
hombres tan siniestros. Durante la conversación, Boris se fue relajando y entrando en
confianza con las chicas, que eran buenas anfitrionas con ellos. Terminaron hablando
de sus nuevos empleos que les tenían reservados en su discoteca, y luego les
mostraron la habitación en la que se alojarían el tiempo que ellos estimaran
conveniente. Ambas sentían gran aprecio por Julián y lo conocían desde que vivió un
tiempo en la ciudad. Pasado un largo rato y, en medio de risas, la puerta principal se
abrió.

―¿Tienen otra visita? ―preguntó Julián al oír la puerta de entrada.

―No, es el chico que nos arrienda la otra habitación ―respondió Koka, dejando a su
perrita a un costado.

―¡Hola a todas! ―Se escuchó a viva voz en un tono bastante femenino―. ¿Reunión
de mujeres? ―inquirió un delgado y atractivo joven de piel blanca, ojos pardos y
cejas delineadas, con cabello alisado hacia un costado. Su expresión corporal era
delicada, al igual que su forma de hablar.

―Él es Bruno y también trabaja con nosotras ―aclaró Tati, dándole un beso en la
mejilla.

―Hola, Bruno ―saludaron al unísono, Boris y Julián.

―¡Qué guapas las nuevas vecinas! ―exclamó Bruno echándole un vistazo a Julián. Al
parecer le gustaban los morenos.

―Gracias ―respondió Boris, con cara de no agradarle mucho que lo tratara como
mujer.

―Es la nueva estrella de la "disca" ―aseveró Tati―. Es un super talento que


descubrimos hace poco. ―Le servía un vaso de jugo para que se uniera al grupo.

―¡Ay, hueona, que eres linda, por eso te amo! ―Bruno se acomodó, casi como una
diva, en uno de los sillones de la sala―. Y ustedes son novios, me imagino ―agregó,
mirando a Julián como si fuera un filete recién servido.

―Eh, algo así ―respondió Boris, tomando la mano de Julián al notar que el afeminado
chico le estaba coqueteando―. Y tú ¿qué haces en la disco? ―preguntó con poco
ánimo.

―Soy transformista y tengo un espectáculo. ―Bruno bebía su vaso de manera más


delicada que todos en ese lugar―. Ya me verán sobre el escenario. ―Les guiñó un ojo
con una sonrisa traviesa.

―¿En serio? ―Julián se mostró asombrado―. Eso debe ser difícil. ―Seguía de la
mano con Boris.

―¿Difícil? Para nada. Te lo echas para atrás y listo. ―Bruno acababa su vaso de jugo,
ante la mirada sorprendida de todos quienes soltaron una risotada.

―Yo me refería a que debe ser complicado montar un show de transformismo, no a


eso. ―Julián no paraba de reír mientras su compañero también lo hacía, pero
sintiendo que Bruno no le era del todo de su agrado.

―No se espanten de las tonteras que habla Bruno... Es así ―aconsejó Koka,
acomodada cerca de su novia.
Continuaron riendo por un rato y, más tarde, Julián y Boris se retiraron a su
habitación, ya que los demás debían salir a trabajar. Estaban en los preparativos de
la fiesta navideña de la discoteca y ese sería el día en que comenzarían sus labores
en dicho lugar.

Se acomodaron en la única cama que había en el dormitorio para relajarse un rato y


poder asimilar todo lo que estaban viviendo. Al menos, las dueñas de casa eran
amables con ellos. Boris miraba el techo, pensando en muchas cosas y Julián, a su
lado, lo observaba como si fuera la primera vez que lo hacía. Sus respiraciones eran
el único sonido en el lugar.

―Eres tan hermoso. ―Julián le acarició la cara―. Desde el día en que te vi por
primera vez me gustaste. ―El roce de sus dedos sobre su piel le hacía sentir
escalofríos.

―Lindo, mi Juli ―Boris se volteó, sonriente―. Tú también llamaste mi atención, pero


yo estaba sintiendo cosas por esa mierda de Gabriel. ―Suspiró profundo.

―Yo te voy a proteger, siempre. ―Julián se acercó más―. Además, dijiste a Bruno
que somos casi novios. ―Sonrió, poniendo su cara frente a la de él.

―Sí, porque ese chico te miró mucho y, la verdad, sentí celos. ―Boris puso cara de
niño mimado―. Tú solo debes cuidarme a mí ―ordenó, sintiendo que su nariz se
tocaba con la de Julián.

―Hermoso, yo solo tengo ojos para ti ―respondió Julián, con su mirada llena de luz,
perdiéndose en los ojos de Boris.

Se quedaron viendo en silencio. Sentían el calor de su respiración.

―Muero por besarte ―confesó Julián, con timidez y el corazón agitado.

―No te detengas, hazlo cuando quieras. ―Boris acercó sus húmedos labios a Julián y
comenzó a rozarlos con lentitud. La atracción fue inevitable y se fundieron en un
cálido beso.

―Me encantas, Boris. ―Julián apartó un poco sus labios, quería continuar así por
siempre―. Por ti hago lo que me pidas. ―Sintió su respiración y continuó besándolo
apasionadamente. Al fin estaban solos, frente a frente.

Las caricias se hicieron cada vez más intensas y el calor de sus cuerpos los atraía
cada vez más, haciendo que se revolvieran en la cama, como enredándose para no
separase nunca.

―Creo que hay que parar. ―Julián reaccionó y miró un poco asustado a Boris que
estaba agitado―. No quiero que te sientas obligado. ―Sus ojos delataban el deseo.

―Tranquilo, de a poco igual podemos hacer mucho. ―Boris le sonrió y volvió a


besarlo, tomándolo por la nuca para atraerlo hacía él.

Sus besos bajaron hasta el cuello de su compañero, que se estremecía con la piel
erizada. Luego bajó un poco más y, al llegar hasta la cintura, abrió con parsimonia el
cierre de su pantalón. Levantó la mirada y le guiño un ojo con picardía, regresando la
vista hasta su cremallera abierta.

El corazón de Julián latía a mil por hora, sintiendo cómo Boris le bajaba con cuidado
el bóxer, dejando en evidencia su erección. Sintió la calidez de los húmedos labios del
chico que tanto le gustaba, saborear con dedicación su rígido pene. La traviesa lengua
de Boris recorría centímetro a centímetro.

Cada cierto rato, Boris subía la mirada, para contemplar cómo Julián se estremecía de
placer. Lo sumergía en su boca, deseoso, con movimientos que iban desde lo lento a
lo fuerte, al tiempo que ejercía una fuerte presión con una de sus manos. Tras un
largo rato y cuando ya parecía que no podía más, una corriente recorrió su cuerpo.

Presionó la cabeza de Boris hacia él, con fuerza, como no dejándolo escapar. Un
fuerte calor brotó entre sus piernas y, retorciéndose debajo de Boris, acabó como
nunca lo había hecho. Soltaron una risotada en complicidad mientras Boris limpiaba
su cara. Más tarde se acomodó entre sus brazos y se quedaron tendidos, sin decir
nada por mucho rato.

―Eso estuvo genial ―declaró Julián, aún agitado y sonrojado.

―Te sorprendí ―sonrió Boris, acercando su rostro a Julián.

―Mucho, no esperaba esto tan pronto ―respondió el moreno, acariciando el cabello


de Boris―. Varias veces me lo imaginé y creo que fue mejor. ―Lo besó una vez más.

―Cómo no sentir cosas por ti, si eres tan lindo. ―Lo abrazó con fuerza. Un
sentimiento que antes no había experimentado se apoderó de él, al tenerlo cerca.

Se quedaron dormidos, enredados sobre la cama desordenada, sintiendo que estaban


en paz teniéndose el uno para el otro. Deseando que el tiempo se detuviera para no
tener que separarse más.
Feliz Navidad

A pesar del cálido sol que entraba por la ventana de la habitación, el


ambiente estaba frío y tenso desde la noche en que se habían casado. Lucía, después
de ser abusada por su marido, se encerró en su departamento en silencio y sumida
en la tristeza. Cada noche, Gabriel la obligaba a cumplir con lo que él llamaba "sus
deberes de esposa", y la amenazaba con hacerle daño a su familia si ella decía alguna
cosa.

Presa del miedo y sin poder creer aún que la persona de la cual se había enamorado
ya no existía, Lucía se levantaba cada mañana arrepentida de haber ayudado a su
esposo a mentir sobre Boris y sentía que merecía el daño que recibía a cambio.

Era la mañana del veinticuatro de diciembre y debía prepararse para la primera cena
familiar en la que, suponía, debería fingir que su matrimonio era tal y como todo el
mundo esperaba. A pesar de que Boris se había ido de la casa, Abner se las ingenió
para inventar una excusa diciendo que su hijo estaba de viaje visitando a una tía por
parte de su madre.

Lucía se levantó de su cama. En sus brazos tenía los moretones que le provocaba su
marido al sostenerla de manera brutal con sus manos. Caminó en silencio. Gabriel
dormía en el otro lado de la cama y lo que menos quería era despertarlo. Sobre un
pequeño escritorio estaba su biblia abierta y se detuvo frente a ella, preguntándose si
Dios existía para protegerla.
Recordó que, desde su infancia, cada mañana su padre le enseñó a orar con fervor
para pedir por los anhelos de su corazón. Esa mañana no fue así. Soltó un suspiro
profundo y siguió su recorrido hasta el baño, abrió la ducha y, esperando que el agua
se entibiara, se quitó la ropa y luego se puso bajo el chorro de agua. Sintió como si
estuviera quitando de su cuerpo toda la suciedad que su marido le dejaba al tocarla.
No tardó en romper en un silencioso llanto.

―Hoy te quiero con una sonrisa en la casa del pastor ―estableció Gabriel, que entró
de golpe al baño, tomándola por sorpresa.

Ella empezó a temblar de inmediato.

―Lo sé, no tengo muchas opciones ―respondió Lucía, disimulando el miedo.

―Sí, no quiero que tengan una preocupación más luego del viaje de mi hermano.
―Gabriel orinaba aún un poco dormido.

―Sí, su viaje. ―Lucía pensaba en que era una mentira, se preguntaba qué había
sucedido luego de la boda.

―Hazme espacio. ―Gabriel entró en la ducha―. Tranquila no pasa nada, soy tu


marido ―señaló, al verla arrinconada y temerosa―. Te has portado bien y hoy será
nuestra primera Navidad en familia. ―El agua corría por su cuerpo mientras se
estiraba.

―¿Por qué cambiaste tanto? ―Lucía se atrevió a preguntar.

―Yo no he cambiado, han sido malos días nada más. ―Gabriel pasaba el jabón por su
cuerpo y parecía que ni se acordaba de sus actos―. Ya verás que seremos la familia
que siempre quise tener. ―Esbozó una sonrisa perversa.

―Eso espero. ―La mujer soltó un suspiro e intentó salir de la ducha.

―Te quiero radiante esta noche ―advirtió su marido, atajándola, y luego la besó―.
¡Qué rico es tener a mi mujer! ―celebró, dejándola salir.

Lucía tomó su toalla y se apresuró a cambiarse. Quería salir un rato a distraerse con
su familia antes de la cena navideña. Dejó a Gabriel en la ducha, pensando en que no
estaba bien mentalmente, por lo que prefería mantenerlo tranquilo y lejos de ella.

Así de lejos también querían mantenerlo Julián y Boris, que comenzaban por la tarde
a trabajar en la disco de sus amigas. Estaban ansiosos, querían ganar dinero. Para su
fortuna, les pagarían a diario, por lo que comenzarían a ahorrar enseguida.

Durmieron toda la noche, abrazados, sin querer despegarse. Los jueguitos


sexuales entre ellos continuaron, pero no habían formalizado nada por el momento.
Para Julián era importante darle tiempo a Boris, que sanara bien sus heridas luego de
la tremenda desilusión sufrida con Gabriel. A pesar de los difíciles días vividos, entre
ellos estaba comenzando un lindo romance juvenil y Boris cada día tenía más
sentimientos por Julián, quien se esmeraba en tenerlo contento y protegido.
Tati y su novia se habían ido junto con Bruno, muy temprano, para terminar el
espectáculo navideño. Siempre llegaba mucha gente después de cenar, por lo que
estaban afinando los detalles. Boris preparaba café para ambos en la cocina, y
acomodaba unas tostadas recién hechas, sobre la mesa.
―Ese aroma me encanta. ―Julián entró en la cocina terminando de ponerse su
camiseta―. Aunque más me gustas tú ―afirmó, con su sonrisa coqueta mirando a
Boris, que parecía disfrutar del flirteo.
―Mejor toma tu desayuno ―aconsejó Boris, pasándole un tazón con café recién
hecho―. Hoy nos espera una larga jornada y estoy nervioso ―comentó, buscando el
azucarero.
―Tranquilo, bebé, todo saldrá bien. ―Julián tomaba una de sus tostadas y se la
llevaba a la boca.
―¡Qué no soy un bebé! ―gritó Boris con un poco de risa―. Soy un hombre grande
―declaró, en tono de burla.
―Eres mi bebé y punto. ―El coqueto morenito le lanzaba un beso del otro lado de la
mesa de la cocina.
―No sé. ―Boris revolvía su café―. Mejor dime a qué hora nos esperan en la disco.
―Saboreaba el café que había quedado en su cuchara.
―En unas horas más, para que aprendamos las labores con el bartender. ―Julián
bebía de su taza―. Este café está delicioso. ―Se saboreó.
―Sí, está igual que tú ―festinó Boris, ante la cara de duda de su compañero―.
Negrito y dulce. ―Le guiñó un ojo y soltaron una risotada, disfrutando su desayuno
en completa tranquilidad.
―No hemos tenido noticias de nada ―señaló Julián cuando empezaba a retirar los
platos.
―No sabemos qué pasó con la profesora ni qué harán mi padre y Gabriel para
encontrarnos. ―La cara de Boris se ensombreció un poco―. También extraño a Cami
y a Pipe. ―Suspiró con fuerza.
―Ya tendremos noticias, no te preocupes ―le calmó Julián, acariciando su rostro―.
Por ahora, es lo mejor que podemos hacer... Estar lejos. ―Se acercó y le dio un beso.
―¡Hey, tú, no te pases de listo! ―Boris se echó hacia atrás riendo―. Que llegas y me
besas sin permiso ―reclamó, haciéndose el inocente.
―Te recuerdo que tus labios ya me han hecho cosas peores. ―Julián se acercó más
de lo que ya estaba―. Solo falta que me dejes hacerte otra cosita. ―Soltó una
risotada, arruinando su intento de parecer seductor.
―¡Idiota! ―Le dio una palmada siguiendo con la jugarreta―. Te aprovechas porque
me gustas mucho. ―Boris se abrió paso para lavar la loza.
―Lo sé y me encanta estar contigo. ―Julián se puso detrás de él. En tanto lavaba los
platos, lo tenía abrazado por la cintura―. Te quiero mucho, Boris. ―Besó su cuello,
provocando que se le erizara la piel.
―Detente. ―Boris soltó la loza al sentir esa corriente que le provocaban las caricias
de Julián―. Yo también te quiero. ―Volteó a verlo―. Y, por favor, detente, que
tenemos mucho por hacer o terminaremos no sé en qué. ―Le lanzó agua en la cara
para espantarlo.
―¡Ay, está bien! ―Julián secaba su cara―. Pero puede ser mi regalito navideño.
―Soltó una carcajada y escapó del siguiente chorro de agua que Boris se alistaba a
tirarle.

Horas más tarde salieron rumbo a la disco de sus amigas. Recorrieron las
calles inundadas de gente, que hacía sus compras navideñas de última hora. Apenas
podían avanzar entre el tumulto de personas cargando regalos por doquier. A medida
que avanzaban, Boris pensaba en aquellas navidades junto a su madre. La última que
pasaron fue en compañía de muchos amigos de ella, a orillas de un río cerca de la
capital. Jamás pensó que un año después su vida habría cambiado tanto, ahora
caminaba acompañado de un hermoso chico en dirección a su nuevo trabajo para
poder tener dinero.

Trataba de imaginar cómo sería estar allí. Solo había estado un par de veces en una
disco gay, pero no se imaginaba trabajando en ese lugar. Luego de unas cuantas
calles, llegaron a su destino.

Era un local con vidrios polarizados. Por más que miraba hacia adentro, no lograba
distinguir nada. Minutos más tarde salió Koka a recibirlos.

Por dentro, era un lugar muy bien decorado: una gran bola de espejos en el centro,
láser en todas direcciones y un gran escenario iluminado, que tenía un enorme árbol
navideño al costado.

―¡Las hueonas ricas ya llegaron! ―Apareció Bruno detrás de ellos, con un traje
deportivo bien ajustado, haciendo notar su femenina figura.
―Hola, Bruno, estoy ansioso por verte de transformista. ―Boris lo miraba un poco
asombrado por su cuerpo tan femenino. Los últimos días lo había conocido mejor y ya
no le caía mal―. La verdad, no conozco a nadie que se dedique a eso ―reconoció
Boris mientras el joven se miraba las uñas.

―Bueno, en un rato más me iré a vestir y en la noche conocerán mi otra identidad.


―Hizo unos gestos con las manos y se fue, hacia donde estaba el vestidor de los
artistas.

―Ya verán que tiene talento ―auguró Koka.

Los dirigió hacia donde estaba su novia con el bartender y comenzaron a explicarles
sus labores. Concentrados, siguieron las instrucciones y conocieron las instalaciones
para no perderse durante la noche. El local tenía una pequeña terraza donde había un
par de mesas para quienes quisieran salir a beber o fumar al aire libre. Luego les
pasaron el uniforme que tenía todo el personal para esa noche y fueron a cambiarse,
para más tarde empezar con las tareas.

―Vaya, ¡cuánta pureza! ―exclamó Julián, viéndose en el espejo del vestidor. Estaban
completamente vestidos de blanco con un gorro rojo de Santa Claus, una hermosa
camiseta con cremalleras y el nombre de la disco a un costado en letras plateadas:
Colors Club.

―Nos vemos hermosos. ―Boris estaba a un costado de Julián―. No nos vemos para
nada mal. ―Se miraba para cerciorarse de que no se viera apretado, pues prefería un
estilo más ligero.

―Apretados como Bruno, no creo. ―Se miraron al borde de un ataque de risa―. Es


demasiado gay ―festinó Julián, acomodándose el pantalón.

―Sí, más gay que nosotros juntos. ―Boris se reía viendo a su compañero frente al
espejo.

―Tú lo has dicho, aunque se ve buena onda. ―Julián terminó de vestirse y salieron
hacia la barra para terminar de aprender sus labores.

El bartender era un tipo alto y robusto con pectorales y brazos definidos. Según Tati,
a los chicos les gustaba ver un hombre fornido en la barra atendiéndolos. Koka llegó
al rato con unas bandejas de comida para tener, con el personal, una pequeña cena
navideña improvisada en el trabajo.

Estaban todos compartiendo y riendo a la espera de abrir el recinto, excepto Bruno,


que se tardaba en maquillar y vestir. Sentados en una de las mesas, Boris y Julián
disfrutaban unas piezas de sushi, hablando cosas un poco nostálgicas al estar lejos de
sus casas. Se acariciaban, como dándose consuelo y protección. A ratos, volvían las
risas.

Se hizo tarde y la música subió de volumen. La gente empezó a llegar hasta que el
local se fue llenado e inundando de risas y alboroto. La barra comenzó a expender
tragos y la pareja de debutantes corría de un lado a otro para asistir al robusto
bartender llamado Paolo. Sin darse ni cuenta, la medianoche pasó y el movimiento
dentro no paraba. A ratos era caótico, aunque se estaban sintiendo felices.

―¡Ladies and Gentlemen! ―se escuchó la voz de Tati al micrófono, que era la
animadora vestida de sexy Santa―. Llegó la hora del esperado show navideño de
nuestra estrella. ―La atención se centró en el escenario, ante la expectante mirada
de todos, incluidos los trabajadores―. Pido un gran aplauso de bienvenida para ella...
―Tati mantenía el suspenso―. La Diva de Colors Club... ―Se hizo a un costado del
escenario―. ¡Con ustedes, la gran... Serena Lagerfeld! ―gritó y las luces del
escenario comenzaron a cambiar de tonos, dando paso a una figura femenina vestida
con un elegante traje blanco ajustado y exuberante cabello castaño.

El público estaba eufórico con su deslumbrante presencia. El cuerpo de Serena era


estilizado y se movía con tal elegancia, que hasta Boris y Julián no podían cerrar la
boca al verla bailar. Bruno desaparecía bajo la fuerte personalidad de su personaje,
que manejaba al público como no habían imaginado. Tras casi cuarenta minutos en
escena, finalizó el espectáculo de la transformista y la fiesta continuó hasta casi la
hora del amanecer.

―¡Felicitaciones, Bruno! ―Julián aprovechó que la gente se iba―. Te ves increíble


―agregó, al tiempo que Boris se acercaba.

―Soy Serena, no lo olviden ―corrigió con elegancia, tomando una copa de


espumante.

―Me has sorprendido, luces hermosa. ―Boris no podía negar que tenía talento y
belleza―. Estaba acostumbrado a esos transformistas que parecen roperos de tan
grandes que son ―comentó, haciéndole un gesto con la mano en señal de
aprobación.

―¡Ay, que son lindos! ―Les lanzó un beso―. Feliz navidad les desea Serena Lagerfeld
―les dijo y luego tomó un sorbo largo de su copa.

Con el maquillaje su cara resplandecía, como una mujer guapísima.


La jornada terminó para todos en Colors Club. Algunos terminaban de limpiar los
últimos detalles. Boris y Julián ya estaban libres del trabajo, tomando unos tequilas
en la terraza por cortesía de las dueñas. Miraban el amanecer sobre la ciudad,
disfrutando de la calma tras todo el ruido de la noche. El sol ya daba indicios de
querer aparecer.

―Feliz Navidad ―festejó Julián alzando su copa.

―Feliz Navidad, Juli. ―Boris hizo lo mismo y bebieron un sorbo, mirándose fijamente.

―Bueno, ya sabes que no tengo un regalo. ―Julián dejó la copa a un costado,


bajando sus hombros, lo miró nuevamente―. Pero tengo todo el amor que puedas
necesitar ―susurró con sus ojos brillosos.

―Lindo, mi Juli. ―Boris se acercó y le acarició la mejilla―. Eres la persona más


hermosa que he conocido. ―Sonrió, mirando los ojos emocionados de Julián.

―Yo te cuidaré por siempre, lo prometo. ―Julián también acarició el rostro de Boris,
en un intercambio de cariño.

―Gracias, me sorprendes cada día ―comentó Boris, soltando un suspiro.

―Bebé, yo quiero proponerte algo. ―Julián se puso serio y se enderezó―. No quiero


que te sientas forzado. ―Lo tomó por la cintura con decisión. Boris abrió sus ojos
sorprendido y expectante―. Boris, ¿quieres ser mi novio, el novio de Julián?
―preguntó sin rodeos, con los ojitos emocionados y su típica sonrisa coqueta. Boris
tragó saliva. No podía creerlo.

―Julián... Sí, quiero ser tu novio. Sería un tonto si no acepto ―respondió feliz,
acercándose para besarlo. Un largo y apasionado beso con los primeros rayos del sol
era testigo del inicio de una relación de dos jóvenes que estaban luchando por ser
felices.
Julián y Boris

―Gracias a todos por estar aquí, con nosotras, compartiendo este almuerzo ―celebró
Tati, con su copa de espumante en alto―. Sin duda, agradecemos que podemos tener
su linda amistad y, mejor aún, que colaboren en nuestro negocio ―detalló, con una
sonrisa cálida, mirando a los que estaban sentados en su mesa de celebración
navideña del Colors Club―. ¡Salud! ―finalizó, brindando con su novia sentada a su
lado.

―¡Salud! ―festejaron al unísono los demás invitados, haciendo sonar sus copas.

―Muchas gracias por la oportunidad que nos dan a mí y a Boris ―expresó Julián,
mirando a sus amigas, que estaban dichosas de tenerlos en su departamento.

―¡Lindos, preciosos! ―exclamó Tati―. Se veían divinos en la barra ayudando a Paolo


anoche. ―Les lanzó un beso del otro lado de la mesa y luego bebió un sobro de su
copa.

―¡Fue una noche increíble! ―Bruno se encontraba sentado junto al bartender―. Ya


estoy preparando mi espectáculo de año nuevo ―anunció, revolviendo las verduras
de su plato.

―Esa será una noche de gala en la disco ―intervino Koka, que tenía a Tati de la
mano―. ¡Así es que, a prepararse, perritas! ―exclamó, soltando una fuerte risotada.

El almuerzo navideño duró hasta casi las tres de la tarde, de ese caluroso día. Más
tarde, y a pesar del sueño que tenían por no haber dormido aún, Boris y Julián
salieron de la casa a dar un paseo para disfrutar de la tarde y estar un rato a solas
ahora como pareja.

Caminaron varias calles, hasta llegar a un bello parque llamado Jardín de la Rivera
que, para su fortuna, estaba tranquilo y con poca cantidad de visitantes. Entraron por
una hermosa Alameda por la que corrían unos cuántos niños jugando con sus padres.
Hacia el fondo se veía un perfecto prado verde, lleno de plantas florales que
adornaban el espacio llenado de mágicos colores el entorno.

―¡Es hermoso este lugar! ―exclamó Boris, mirando a su novio―. ¡Me encanta! ―Su
rostro no daba más de felicidad.

―Sí, es hermoso... Sabía que te gustaría. ―Julián le guiñó un ojo―. Vamos hacia
allá, que es más tranquilo. ―Le indicaba hacia donde había muchas plantas florales.

Se dirigieron hacia donde estaban unas azaleas y otros arbustos bajo unos enormes
robles que formaban un pequeño descanso. Era un lugar ideal para tenderse en el
pasto y disfrutar de la tranquilidad.

―Ven conmigo, bebé. ―Julián le indicaba a su novio que se sentara junto a él.

Se pusieron frente a frente, entrelazando sus piernas.

―¿Y si alguien nos dice algo por estar así? ―Boris se notaba un poco preocupado.

―¡Tranquilo, que no pasará nada! ―Julián le tomó las manos―. Y si sucede... Me


tienes a mí para defenderte ―prometió, haciendo un gesto con sus brazos para
mostrar sus bíceps.

―Te faltan espinacas, Juli. ―Boris reía al verlo―. Pero igual me gustas. ―Le sacó la
lengua de forma coqueta.

―Esa lengüita tan rica. ―Julián se acercó más aún―. Muero por un beso de mi novio
―pidió, mirándolo fijo. Se inclinó y lo besó con afecto.
―Contigo me siento feliz ―le susurró Boris, sin separar sus labios―. Muy feliz. ―Y
volvió a besarlo, ahora tomándolo por la nuca, para sentirlo más cerca.

Se quedaron largo rato entrelazados, conversando y haciendo planes para el futuro.


Cada tanto soltaban carcajadas por los chistes que Julián decía o por las caras
extrañas que Boris ponía en medio de la charla. Al final salieron corriendo entre los
arbustos, después de un ataque de cosquillas que se estaban haciendo, sin
importarles si los demás miraban extrañados por sus amorosos gestos en público.
Corrieron como niños traviesos, escondiéndose detrás de los árboles cada vez que
alguno tomaba ventaja sobre el otro.

―¡Para, por favor! ―Julián transpiraba y se veía agitado, tenía las manos
apoyadas en sus muslos―. ¡Quiero un helado! ―exclamó, cayendo de rodillas al
césped, como dando por finalizado el juego.
―¡Uy, está bien! ―Boris corrió donde su novio―. ¡Perdiste, tú invitas el helado! ―Se
dejó caer sobre el derrotado y agotado Julián, que soltó un grito al tener a su novio
encima.
―Vamos, que en el camino venden helados. ―Julián intentaba ponerse de pie―.
Quiero uno de limón con maracuyá ―pidió, con los ojos hacia arriba, imaginando lo
que deseaba.
―Ay, ¡qué ácido! ―Boris arrugó su rostro―. Creo que yo prefiero uno de chocolate.
―Ayudó a Julián a terminar de ponerse de pie.
Tras salir del parque, fueron directo a comprar los helados que tanto querían probar y
regresaron con calma al departamento pasando por las mismas calles. Boris empezó
a aprendérselas, para no perderse cuando tuviera que salir solo.
El sol se estaba ocultando cuando llegaron a su destino. No había nadie en el lugar,
ya que las chicas estaban visitando a un amigo que acababa de regresar del
extranjero. Boris puso música para amenizar el ambiente y comenzó a bailar por toda
la sala del departamento.
―¡Aún te quedan energías! ―Julián lo veía desde la entrada de la habitación―. Yo me
daré una ducha, porque estoy demasiado sudado ―reveló.
Su novio se movía al ritmo de un tema de moda, pareciendo no escucharle. Se dio
media vuelta y fue hasta el baño, en donde se quitó la ropa y se metió en la ducha
para poder relajarse un poco. El cálido chorro de agua caía sobre su rostro, que
parecía disfrutar aquella agradable sensación de tranquilidad.
―¿Puedo ducharme con mi novio? ―Boris abrió la puerta de la ducha, tomando por
sorpresa a Julián.
―Obvio... ven ―respondió el moreno, quitándose el exceso de agua de la cara. Luego
sonrió al ver cómo su novio se desnudaba con lentitud frente a él, como provocándolo
a propósito.
―Esto no lo podíamos hacer en las duchas del colegio, frente a Pipe ―recordó Boris,
con una sonrisa insinuante. Se lanzó directo al cuello de Julián, tomándolo, con
fuerza, por debajo de la cintura.
―Claro que no, pero me encanta ―respondió Julián, llevando sus labios hasta los de
Boris, bajo el agua que los empapaba. Se besaron con fiereza por largo rato,
sintiendo como presionaban sus excitados cuerpos uno contra el otro.
―Ven, sígueme ―susurró Boris en su oído y luego cerró el paso de agua.
Salieron con prontitud y apenas se cruzaron unas toallas en la cintura para no dejar el
camino hasta su dormitorio mojado. Cerraron la puerta por dentro y continuaron con
los besos. Sus toallas cayeron al suelo.
―Feliz Navidad, Boris. ―Julián sonrió con picardía.
Lo empujó sobre la cama y, sin más que decir, empezó a besarlo por todo el cuerpo,
recorriendo con su cálida lengua cada rincón de su novio, hasta llegar a aquel lugar
en donde parecía perder la cordura, saboreándolo con impaciencia, a la par que Boris
se retorcía de placer. Con cada gemido aumentaban la intensidad de las caricias.
Julián llevó sus manos entre las piernas del otro chico y, zigzagueando con la yema
de sus dedos, buscaba en aquellos lugares que tanto deseaba tocar. Sentía la calidez
del cuerpo de Boris, que parecía dichoso por ser sometido a las traviesas caricias de
Julián, quien luego de un rato se puso sobre él, separándole las piernas con su
cuerpo.
―¿Estás seguro de que quieres que siga? ―Julián besaba su cuello y no quería hacer
algo que su novio no estuviese dispuesto a aceptar.
―Sí, quiero. ―Boris respiraba agitado y lo veía a los ojos deseando entregarse.
Julián lo besó nuevamente y, poco a poco, se fue abriendo paso en el cuerpo de Boris,
que lo empujaba con sus manos hacia él. Sus cuerpos estaban fundidos en uno solo y
se movían con desesperación, entregándose placer. Boris gemía cada vez que su
pareja parecía entrar más en él, abrazaba su espalda y sus labios no se separaban ni
un instante, mientras sus lenguas jugueteaban al ritmo que se movían sus sudorosos
cuerpos.
―Deseaba tanto este momento ―confesó Julián, con sus labios conectados a los de
su novio. Bajó la intensidad de sus movimientos y su respiración estaba agitada―. Te
amo tanto. ―Sus miradas permanecían unidas.
―Yo también te amo, Julián ―susurró Boris en su oído, retorciéndose de placer al
sentir cómo su pareja aumentaba la fuerza con que entraba en él.
Julián gozaba la suavidad el cuerpo de Boris con cada embestida. Era la primera vez
que disfrutaba tanto estando con alguien. Después de mutuas caricias y, tras un rudo
gemido, acababa de hacerle el amor al chico que tanto deseaba y al cual amaba como
jamás lo hubiese imaginado. Se besaron agitados, con sus cuerpos enredados sobre
la cama.
Mientras los lazos entre ellos se hacían más fuertes, lejos, donde deseaban jamás
volver, existían estas personas que no los habían olvidado. En el hogar de niños y, en
medio de la oscuridad de la noche, estaban reunidos Abner, Gabriel y Armín, en la
misma bodega en donde los vieron por última vez. Como de costumbre, era el
Anciano quien parecía dar las instrucciones y los otros solo podían opinar cada vez
que él se los permitía.
―¡Necesito que los encuentren pronto! ―exigió Armín, enfadado―. No pueden haber
desaparecido y saber nuestro secreto ―enfatizó y se acercó a Abner que parecía
temerle.
―Sí, don Armín, estamos buscando a esos mocosos ―respondió el pastor con la voz
temblorosa.
―Los quiero pronto aquí. ―Armín miró a Gabriel que estaba con la cabeza agachada,
escuchando―. Sobre todo, a Boris. Lo quiero en tu casa, sano y salvo. ―El Anciano
suspiró y se dio media vuelta, pensando y observando a diferentes partes, hilando sus
ideas―. No pueden arruinar el negocio y menos el trato que hiciste, Abner. ¡Eso te
costaría la cabeza! ―amenazó, pateando un mueble que tenía a su paso.
Se retiró, dejando a los otros dos muy acobardados, en silencio, esperando que
saliera del hogar.
―No se nos pueden perder. ―Abner recobró el aliento y se dirigió a Gabriel, que se
paseaba inquieto, de un lado a otro.
―Esa mierda de Julián se llevó a tu hijo ―refunfuñó Gabriel, enfadado―. Yo los voy a
encontrar y me pagará el haber arruinado mi boda. ―Miraba a Abner, que lo
observaba con atención.
―Luisa. ―Abner lo interrumpió de golpe―. ¿Qué hiciste con ella? ―preguntó ansioso,
acercándose a él.
―Eso está controlado ―respondió Gabriel, mirando hacia un costado.
―¡Su familia la está buscando! ―exclamó Abner, con furia, y sus ojos se tornaron
siniestros―. ¿Qué hiciste con Luisa? ―Se paró frente a él, sin quitarle la vista de
encima.
―Ya no está... ―Gabriel lo miró con timidez.
―¡Imbécil! ―Abner le dio una cachetada como nunca pensó que lo haría. Unas
lágrimas aguaron sus ojos y cerró un puño de manera férrea, conteniendo su ira―. Lo
siento, no es tu culpa... No había otro camino. ―Suspiró fuerte y salió raudo del
lugar. No quería que lo vieran llorar.
Gabriel se quedó inmóvil, ante la reacción del que consideraba un padre. Levantó la
mirada y la dejó fija en el horizonte. Perdido en sus pensamientos, recordó lo que
había hecho para conservar su puesto, en el oscuro negocio del pastor. Murmuraba lo
que parecía un versículo de la biblia.
Toy Machine

Gabriel continuaba repitiendo el mismo versículo, con la mirada perdida.

―Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiar nuestra maldad.
―Guardaba silencio y luego comenzaba otra vez. Al cabo de un rato se sentó en el
suelo, sus ojos ensombrecidos distaban mucho de aquel enérgico joven que conoció
Boris alguna vez. Buscaba, entre sus recuerdos más recientes, la noche en que salió
de aquella bodega junto a Luisa, con rumbo desconocido en su auto.

―Llévame a mi casa, por favor ―suplicaba Luisa, llorando y sentada en el asiento del
copiloto.

Su voz temblorosa resonaba en la mente de Gabriel, que revivía ese sombrío


momento.

―¡Bájate! ―ordenó Gabriel con severidad, mirándola casi con desprecio.

La asustada profesora no tuvo más opción que seguir sus instrucciones. Estaban
alejados de la ciudad, en un viejo camino de tierra que ella desconocía.

―Gabriel, te lo suplico... ―Luisa no cesaba de llorar parada junto al vehículo mientras


lo veía descender―. Te juro que no diré nada, no haré nada que dañe a Abner.
―Tenía sus manos cruzadas, implorando volver a su hogar.

―¿Lo amas? ―preguntó Gabriel, con ironía y una sonrisa burlesca.

―Sí, lo amo ―Luisa rompió en llanto al aceptar sus sentimientos―. Lo amo


demasiado ―admitió, limpiando sus lágrimas.

Gabriel soltó una risotada.

―Muy mal poner tus ojos en nuestro pastor ―sentenció Gabriel, acercándose a ella―.
Es un hombre casado y no deberías desear el marido de otra mujer. ―Se paró frente
a ella, intimidándola―. Eso es un pecado. ―Avanzó con firmeza, haciendo que ella
retrocediera ante su imponente presencia―. Eres una mujer inmunda... ―la acusaba.
Con cada paso, la hacía retroceder hacia el borde del camino, en donde había una
quebrada.

―Gabriel, para, por favor. ―Luisa se dio cuenta de las intenciones del muchacho, que
se detuvo casi a la orilla del camino―. Tú no eres así, siempre has sido tan correcto.
―Intentaba mirarle a los ojos para hacerlo entrar en razón, pero él parecía estar
fuera de sí.

―¿Correcto? ―Gabriel sonrió con maldad―. Lo mismo decía mi mamita, cuando era
un niño. ―Puso sus ojos en los de Luisa―. Y lo correcto es hacer lo que el jefe me
pidió... No se debe contradecir a Betancourt ―se recordó.

―Yo no diré nada... Te lo suplico. ―Luisa temblaba, sintiendo la brisa fría que se
producía en el oscuro vacío, al borde del camino.

―Me gusta eso ―admitió Gabriel, con una sonrisa atemorizante―. "Te lo suplico"
suena como siempre quise. ―Pasaba sus dedos por el rostro, bañado en llanto, de la
profesora―. Así es tener poder... te deben suplicar. ―Su mirada estaba
distorsionada.

―Sí, te suplico que me lleves de regreso ―sollozaba Luisa.

―Un día seré tan poderoso como Abner y después seré como Armín. ―Volvió a reír
fuerte, disfrutando la sensación de poder. Miró a la asustada mujer―. ¿Quieres salvar
tu alma? ―le preguntó sosteniendo el mentón de ella para verla directo a los ojos.

―Sí, por favor ―contestó la mujer, apenas con un hilo de voz.

―¡Ponte de rodillas! ―ordenó Gabriel y Luisa obedeció en su desesperación por


salvarse―. Creo que, si soy el sucesor de Abner, tengo derecho a sus entretenciones
―razonó en voz alta. Bajó la cremallera de su pantalón.

La mirada aterrada de Luisa parecía alimentar más sus ganas de tener a la amante
del pastor.

―Vamos, tú sabes qué hacer con esto ―asumió, y se acercó a ella, satisfaciendo un
perverso deseo. Respiró profundo, sintiendo como aquella mujer sollozaba al tener
que saciarlo, para poder seguir con vida―. Estos son los privilegios del pastor ―decía,
mirando al cielo y disfrutado de sus actos.

―¡Suficiente! ―gritó Gabriel―. Ya, párate ―ordenó, tirándole la ropa para


apurarla.

―No sigas, por favor ―suplicó Luisa, con gesto perdido.

―Está bien. Ya no hay nada más que hacer. ―Gabriel respiró profundo, al tiempo que
acomodaba su pantalón―. Tu alma está a salvo ―sentenció con firmeza.

A Luisa se le iluminó el rostro al saber que él ya había terminado. Acto seguido,


Gabriel le propinó un empujón que la lanzó por el vacío. Solo escuchó un fuerte grito
de la mujer, que se apagó con un seco golpe al llegar al suelo.
El mismo grito retumbaba en su cabeza. Gabriel se revolvía el cabello, pensando en
que eso estaba bien. Se repetía a sí mismo que todo era por su bien, que su deber
era cumplir las órdenes para, un día, ser tan poderoso como le prometió a su madre
antes de morir. En el fondo de su mente continuaba el eco del desgarrador grito de
Luisa, que ahora yacía en el fondo de una quebrada, llevándose con ella el secreto de
Abner.

Gabriel tardó un rato en sacar de su mente la noche en que había matado a la


profesora del Colegio Arcángeles. Se fue calmando y llevando sus pensamientos hacia
el origen de sus deseos de poder.

Ahí, en lo profundo de su mente, estaba la figura de su madre, una mujer humilde y


acabada por las desgracias vividas durante toda su vida. Lo más preciado que aquella
pobre lavandera de un humilde barrio tenía era su hijo Gabriel, producto de un
amorío con el hijo de uno de sus antiguos jefes para quien trabajaba como empleada.
Él, al enterarse de su embarazo, la echó de la casa sin contemplaciones. Nunca más
supo de su amor y tuvo que criar a su pequeño hijo en la pobreza.

Lo cuidó, con tal esmero, que procuraba darle lo mejor que podía. Intentó volver a
amar, para poder conseguirle un padre al pequeño, tarea que nunca fructificó y que
fue marcando a su hijo al ver un interminable desfile de figuras paternas fallidas.

A sus catorce años, era un adolescente dotado de la belleza heredada de su


progenitor. Una de las noches en que Gabriel andaba por las calles, buscando comida,
se acercó un hombre en un lujoso vehículo para cambiarle la vida.

―¿Cuánto cobras, guapito? ―le preguntó el atractivo chofer, abriendo la ventanilla y


viéndolo con deseo.

―Disculpe, no sé de qué me habla ―respondió el adolescente con timidez. Su rostro


reflejaba humildad y sufrimiento.

―Andas a esta hora por esta calle y no sabes a qué me refiero. ―Sonrió el moreno
con rasgos de oriente, mientras detenía el vehículo frente al muchacho―. ¡Estás muy
lindo tú! Dime, ¿cuánto quieres? ―insistió, tocándose su marcada barba negra.

―Creo que usted me confunde con algo que no soy. ―Gabriel ya parecía entender lo
que el hombre le sugería.

―¡Qué desperdicio! ―exclamó el tipo, con arrogancia―. Prefieres andar con esos
harapos en vez de sacar provecho de lo que la naturaleza te dio. ―Le lanzó un beso,
de manera sugestiva―. Cosita rica ―añadió, mostrando su billetera cargada de
mucho dinero.

―Soy muy chico para esas cosas y ni siquiera sé qué hacer ―respondió con
inocencia. Sus ojos brillaban, atrayendo al acaudalado hombre.

―¡Oh, qué cosita más tierna! ―exclamó él, que parecía embobado con la belleza del
adolescente―. Dime una cosa, preciosura... ¿Qué es lo que más deseas en este
momento? ―Lo miró a los ojos.

―Eh... Yo... ―Gabriel, en su inocencia, se puso a pensar y la primera imagen que se


le vino fue de su enfermiza madre, sufriendo en la pequeña casita que arrendaban.
Sus ojos se llenaron de lágrimas―. Desearía sanar a mi madre ―respondió seguro y
con nostalgia.

―Mira, esto podría ir ayudando. ―El hombre abrió su billetera y le mostró


un fajo de billetes. El adolescente jamás había visto tantos en su humilde vida―. En
tus manos está el destino de tu madre ―aseguró el tipo, que continuaba mirándolo
con deseo.

―Pero yo no lo conozco. ―Gabriel no entendía del todo lo que sucedía, aunque sentía
cierta atracción por el lujo que mostraba aquel desconocido.

―Bueno, me llamo Samir. Mucho gusto ―se presentó, con una sensual sonrisa―.
¡Vamos, acompáñame! ¡No tienes que hacer nada que tú no quieras! ―Le guiñó un
ojo, para ver si el jovencito accedía―. Solo debes hacerme compañía un rato. Este
dinero será para que ayudes a tu mamita ―agregó, abanicando unos billetes.

―¿Solo compañía? ―Su mirada inocente estaba cautivada por los billetes―. Bueno,
pero luego debo regresar a mi casa. ―Gabriel subió al auto, ante la satisfacción del
turco.

―¿Cómo te llamas, bomboncito? ―preguntó Samir, sonriente al ver al muchacho en


su auto, al tiempo que partía rumbo a su lujosa casa.

―Gabriel ―respondió el joven, que veía el interior del vehículo maravillado por su
comodidad.

A partir de esa noche, Samir lo buscó varias veces por semana, para que lo
acompañara en su soledad. Le daba dinero por eso, le compraba ropa y cosas que él
jamás hubiese podido tener. Cuando se ganó su confianza y llevaban casi un mes de
conocerse, comenzó a provocarlo para obtener favores sexuales del muchacho. Las
sumas de dinero iban en aumento, hasta que un día, el joven, confundido por su
sexualidad, accedió a tener relaciones íntimas con Samir.

Desde ese momento se sintió poderoso. El turco lo trataba como su pareja, aunque
continuaba pagando altas sumas por su compañía. Su inocencia se fue.

Al cabo de unos meses, a pesar de todo el dinero que recibía, la muerte se llevó a su
madre, sumiéndolo en la tristeza. Samir, aburrido de entretenerse con él, dejó de
necesitarlo. Con ello, a Gabriel se le acabó el dinero y las comodidades que le daba.

Al verse de vuelta en la pobreza que tanto odiaba y sin su amada madre, decidió
buscar trabajo en un privado para gays. Aprovechando que ya sabía que le era
atractivo a los hombres, le fue fácil conseguir un puesto en el lugar. Con el pasar del
tiempo tuvo éxito en el ambiente, era el más cotizado de todos. Fue allí donde dejó
de usar su nombre y se puso Toy Machine, apodo con el cual logró subsistir hasta
cerca de sus dieciséis años. Sin embargo, nadie pagaba tanto por sus favores como
alguna vez lo hizo Samir. Eso lo frustraba en sus deseos de tener dinero. Anhelaba
ser rico y poderoso como aquel turco, que podía comprar lo que quisiera. Soberbio
por ser el más atractivo de todos los escort de la agencia y llevado por la avaricia, se
le ocurrió pedir que se le pagara el doble por su trabajo. La dueña del lugar lo echó,
sin contemplaciones.

Fueron días grises para Gabriel, que durmió varias noches en la calle, jurando cumplir
la promesa que le hizo a su madre de ser un hombre poderoso. Una fría mañana se le
acercaron unas personas, a la banca donde dormía con su único bolso con ropa. Era
un pequeño grupo de cristianos, que andaban predicando por las calles.

―Buenos días, querido hermano, le hemos traído un cafecito ―le dijo una mujer con
el cabello trenzado, que le acercaba un vaso con humeante café.

―Hola ―respondió, apenas abriendo los ojos―. Eh... Gracias, señora. ―Se acomodó
para recibir el vaso, sintiéndose un poco humillado.

―El Señor está gozoso de que ayudemos a nuestros hermanos en situación de calle.
La mujer lo veía con desprecio al notarlo desaseado.

―Muchas gracias, pero no era necesario. ―Gabriel parecía notar que la mujer lo hacía
por aparentar.

Mientras se tomaba el café que le habían regalado, se acercó un hombre que parecía
dirigir a todo el grupo de cristianos. Se sentó a su lado y, al verlo tan desprotegido,
tras un rato de conversación, le ofreció albergue y trabajo en la ciudad de donde
provenían. Su nombre era Abner y era el pastor de una iglesia.

No tenía muchas opciones y la vida que había estado llevando no lo enorgullecía para
nada, por lo que Gabriel accedió a irse con esas personas, lejos de los recuerdos más
oscuros de su vida. Nunca dijo nada sobre su trabajo como escort y la comunidad
pensó que era solo un joven huérfano. Poco a poco, se fue ganando la confianza del
pastor, que empezó a verlo como un hijo y se hizo tan cercano a la familia Ferrada
que, un buen día, le ofrecieron vivir en la casona.

Su suerte empezó a cambiar. La comodidad de ser parte de una "respetable familia"


hizo que participara de las actividades religiosas que, en un principio, no le agradaban
mucho. Al notar que eran algo importante para los Ferrada, se convirtió en el más
ferviente de la congregación, ganándose el respeto de todos. Fue así como, con los
años, Abner lo hizo participe de todas sus actividades e, incluso, de su negocio
secreto.

Le pagó la carrera de medicina para que, en el futuro, fuera una pieza clave en el
tráfico que realizaban con Betancourt.

El deseo de poder siempre fue el norte de Gabriel. Tratando de tapar todo su pasado,
encontró en la religión una forma de limpiar sus pecados, distorsionando siempre las
cosas a su favor. A veces tenía episodios en que la culpa y la salvación batallaban
dentro de su inestable mente.

Varias horas estuvo sentado en la bodega del hogar de niños, luchando con sus
demonios internos, recordando su triste pasado y esperando escuchar la voz que le
dijera que sus pecados eran absueltos. Respiró profundo y volvió en sí. Sabía que no
podía defraudar a la organización de la cual era parte y con la que aseguraría una
vida llena de dinero y poder.

―Piensa, Gabriel... ―pensó en voz alta―. ¿Dónde pueden estar Boris y Julián? ―Se
puso de pie y salió para tomar aire fresco―. Si los encuentro, me gano la confianza
de Betancourt. ―Sacó el celular de su bolsillo y lo encendió―. Se los voy a traer
como me pidió. Tengo que encontrarlos. ―Buscaba algo en su teléfono y empezó a
caminar para salir del recinto, trataba de hilar ideas para saber hacia dónde podrían
haber escapado.

Se detuvo a la salida del colegio y tuvo el recuerdo de aquel día en que pasó a
recoger a Boris para salir a comprar las cosas de su cumpleaños. Se le aceleró el
corazón y sintió que su pecho se oprimía al pensar en él.
―No seas imbécil, Gabriel ―se regañó a sí mismo y se puso rígido―. No puedes
ponerte sentimental ahora. ―Suspiró profundo―. Menos por él, que tiene la suerte
echada. ―La sonrisa de Boris vino a su mente―. ¡No puedo ser débil! ―exclamó
viendo la entrada del colegio―. Debo ser como Abner de frío. ―Apretó los puños,
intentando contenerse―. Si él pudo vender a su hijo, no seré yo quien arruine el
negocio ―murmuró, intentando enterrar los sentimientos que tuvo un día por el
joven. Se alejó raudo del lugar para no tener más recuerdos.
Año Nuevo

Al igual que en la noche de navidad, el personal de la discoteca estaba


trabajando desde la mañana para poder atender de la mejor manera a su público.
Todos vestidos bien elegantes, para hacer del festejo la noche más glamorosa de la
ciudad.
Bruno se encontraba en su camarín, preparándose para realizar una actuación que
llevaba semanas practicando. Tenía preparado un tributo a su artista favorita y
colgando en la pared había un hermoso vestido brillante que realzaría la figura de
Serena Lagerfeld. Cada cierto rato y cuando les quedaba un tiempo libre, Boris y
Julián se acercaban para ver cómo se preparaba Bruno para su espectáculo. Todos
estaban expectantes y el movimiento en el recinto comenzaba a notarse. Muchas
personas tenían reservas para esperar la llegada del nuevo año, en la fiesta llamada
"Colors New Year", para la cual era requisito asistir en tenida formal.
―Te ves hermoso, mi amorcito ―halagó Julián a su novio, afuera del vestidor de
Bruno.
―Y tú te ves muy rico. ―Boris le acomodaba el corbatín―. ¡Cuidado con los hombres
que te miran mucho! ―advirtió, acercándose para besarlo.
―Te amo tanto, cosita hermosa. ―Julián lo tenía tomado por la cintura―. Me tienes
loquito por ti ―susurró, casi sin separar sus labios en un cálido beso.
―¡Hey, los enamorados! ―requirió Koka, que apareció por el pasillo, apresurada―. ¡A
sus puestos, que el barman necesita apoyo! ―apremió, mientras tocaba la puerta del
vestidor―. Después siguen el romance, mis nenes lindos ―propuso, al tiempo que la
pareja se separó para ir en ayuda de su compañero.
―¡Entendido, jefa! ―respondieron al unísono y se fueron riendo por el pasillo.
En la barra estaba Paolo, sirviendo los tragos que le solicitaban. Las personas estaban
amontonadas para poder pedir sus cocteles y los muchachos llegaron justo a tiempo,
para poder ayudarle con lo que parecía una batalla por conseguir una copa de alcohol.
Por todos lados había alboroto, la música sonaba fuerte y, en la pista de baile,
algunas parejas ya estaban en movimiento.
―¡Hey, tú... cosita! ―llamó un hombre joven a Julián, en la barra―. ¡Dame un vodka
frambuesa, por favor! ―pidió, aumentando la voz para ser escuchado entre el ruido
del lugar.
Boris, que estaba al lado, se dio cuenta y sintió esa punzada en el pecho que
provocan los celos
―¡Lindo, lo quiero con mucho hielo! ―aclaró el hombre en tono insinuante, viendo al
joven como si lo desnudara con los ojos.
―¡Muy bien! ―Julián se acercó con el trago listo y una sonrisa en su rostro, dejando
el vaso justo frente al hombre―. ¡Con mucho hielo, como lo pidió! ―Le hizo un gesto,
levantando el pulgar.
―¡Qué bueno que hay chicos guapos atendiendo! ―insistió el hombre, guiñando un
ojo―. ¿Cómo te llamas, bomboncito? ―inclinó su cuerpo sobre la barra, para
acercarse a Julián que parecía sorprendido.
Más allá, su novio servía unos tragos, mirando de reojo y con los ojos encendidos en
furia.
―¿Desea algo más, señor? ―preguntó Julián, tratando de ser amable con el cliente
del local.
―¡Sí, papito, a ti! ―alcanzó a gritar el hombre con mirada lujuriosa, antes de verse
tapado por un chorro de agua en la cara que lo hizo retroceder, empujando unas
cuántas personas con él.
―¡Ay, disculpe, señor... no fue mi intención! ―se disculpó Boris, con una botella de
soda en la mano, fingiendo que estaba dañada―. ¡Lo siento, creo que esto no
funciona! ―Sonreía con satisfacción al ver que había espantado al hombre.
―¡Tú eres mío! ―advirtió a Julián, quien se reía mientras recibía otros pedidos.
―¡Gracias, me salvaste! ―alabó Julián, sirviendo unos cortos de tequila.

Más allá estaba Paolo, que había notado la escena y se reía de la joven
parejita de enamorados.
Cerca de las once y media de la noche, Tati apareció en el escenario y las luces se
dirigieron a ella. Vestía con elegancia un traje rojo, ajustado a su cuerpo, y el pelo
tomado en una cola alta.
―¡Buenas noches! ―Tati se paró a un costado del escenario―. ¿Están listos para el
espectáculo de esta noche? ―preguntó a la audiencia, que observaba frente a ella y
respondió de manera afirmativa―. ¡Es un agrado para nosotros presentar en este
escenario a nuestra estrella, la gran... Serena Lagerfeld! ―presentó con emoción,
ante los aplausos del público.
Unas llamaradas abrieron paso a la figura de Serena, que apareció deslumbrante, en
un traje lleno de glamur para hacer tributo a su artista favorita, la gran Conchita
Wurst. El tema más conocido de ella empezó a sonar y la transformista se tomó el
escenario con el desplante que la caracterizaba. El público la ovacionaba ante su
impecable presentación.
―¡Gracias a todos por estar aquí, esta noche! ―exclamó Serena, luego de varios
temas presentados―. Pero ha llegado el momento... ―Puso tono de suspenso―. ¡Es
hora de la cuenta regresiva! ―anunció, emocionada, con una mano en su cintura―.
¡Diez! ―comenzaron todos a gritar junto a ella.
―¡Amor, ven acá! ―Julián tomó de la mano a Boris, al tiempo que todos hacían la
cuenta―. Solo quiero decirte que te amo y eres lo más hermoso que me ha pasado
en la vida. ―Se acercó y se puso frente a su novio.
―¡Siete! ―se escuchaba a la multitud eufórica.
―¡Lindo, mi amor, yo también te amo! ―respondió Boris tomado de su mano―. ¡Te
quiero siempre conmigo! ―admitió mirándolo a los ojos.
―¡Cinco! ―Serena gritaba, ahora en compañía de Tati y Koka en el escenario.
―¡Siempre contigo, mi amor, es mi deseo para este nuevo año! ―Julián sonreía al
ver que, frente a sus ojos, tenía al chico que lo había enamorado.
―¡Tres! ―gritaban todos, en un mágico ambiente festivo.
―Seremos los más felices del mundo ―prometió Boris, al oído a Julián.
―¡Uno! ―gritaron todos con sus copas en alto―. ¡Feliz año nuevo! ―se escuchó al
unísono, al tiempo que se descorchaban algunas botellas de espumoso.
―¡Feliz año, mi amor! ―Julián y Boris se besaron, más enamorados que nunca.
Alrededor, todos se abrazaban dándose buenos deseos.
―Feliz año nuevo, a todos ―celebró Abner, sentado a la cabeza de la mesa en la
casona Ferrada, parecía no haber un ambiente festivo, ya que hicieron un brindis
bastante sobrio luego de cenar.
―Que el Señor los bendiga a todos en este nuevo año. ―Corina tenía los ojos
llorosos, se sentía muy emocionada al saber lo dañada que estaba su familia―. Sé
que esta es una dura prueba que pasaremos juntos ―enfrentó, mirando a su
hermano, que parecía distante.
―Tranquila tía, todo va a mejorar. ―Gabriel alzó su copa, tratando de ser positivo
ante las apagadas miradas a su alrededor.
―Gracias, mi adorado sobrino. Tú siempre tan bello ―halagó Corina, con una leve
sonrisa―. Tienes a un ángel contigo, Lucía. ―Miró a la joven que jugaba con las
verduras del plato, que casi no había tocado.
―¡Mi amor! ―Gabriel le tocó el hombro de su esposa, para hacerla reaccionar―. Tía
Corina te está hablando ―le dijo con cariño.
―Oh, lo siento. ―Lucía intentó parecer alegre―. Estaba distraída. ―Gabriel se
encontraba sentado al lado de ella y se sentía incómoda.

―Yo deseo que Boris aparezca pronto ―expresó Marta con firmeza,
desafiando a su esposo―. No podemos continuar esperando, quizás está pasando
necesidades. Miraba a Abner sabiendo que no se compadecía por su hijo.

―Es lo que todos queremos ―respondió el pastor, intentando parecer preocupado por
Boris―. Es menor y no puede haber ido lejos, Sé que pronto lo tendremos de vuelta
con nosotros. ―Miró a Gabriel, para hacerle ver que debía encontrarlo rápido.

―Pido cada día para que mi sobrino regrese y se sane. ―Corina sonaba afligida.

―Corina, tu sobrino no está enfermo ―intervino Marta, un poco molesta.

―¡Tiene al demonio dentro! ―respondió la mujer―. ¡Son los pecados de Sodoma los
que nos acechan! ―Sonaba agitada y nerviosa.
―Una cosa son nuestras creencias y otra pensar que está enfermo. ―Marta
continuaba en su actitud de defender al muchacho―. ¡Es homosexual y tienen que
aceptarlo! ―exclamó golpeando la mesa.

―¡Santo Dios, dame tu fortaleza! ―imploró tía Corina, agitando sus manos para
darse aire―. No puedes decir algo así ―sentenció, desparramada en su silla, sin
fuerzas.

―¿Cómo te atreves a decir eso? ¡El hijo del pastor no puede ser una aberración!
―vociferó, furioso, mirando a su esposa y el ambiente se tornó denso en la mesa.
Lucía permanecía temerosa y en silencio, mientras su marido se ponía de pie para
calmar al pastor.

―Padre, por favor, creo que no es necesario llegar a esto ―le calmó, acercándose a
él―. A Dios no le gusta ver cómo nuestra familia pelea ―intentó darle un abrazo para
contenerlo, pero él se hizo atrás, a modo de rechazo.

―Bueno, tenía que decirlo... deben aceptar a Boris tal y como es. ―Marta se puso de
pie―. Debe aparecer pronto, porque es nuestra responsabilidad cuidar de él. Salió de
su puesto y caminó hacia la puerta del comedor bajo la mirada de todos.

―No puede ser que se haya perdido... Lo mismo que Luisa, llevo días sin saber de
ella y su familia está desesperada. ―Suspiró profundo y sus ojos se entristecieron.
Miró a su esposo con decepción y se retiró a su dormitorio.

El ambiente quedó tenso en el comedor, por lo que Gabriel pidió a su esposa que se
fuera a dormir, ya que la celebración de año nuevo había llegado a su fin. Lucía, cada
vez más desmejorada, subió hasta el dormitorio que era de Gabriel y se encerró a
llorar con amargura. Corina, por su parte, se fue a la cocina a leer la biblia y tomar un
té de cedrón, ya que necesitaba calmar sus nervios luego de la cena. El pastor y su
hijo mayor salieron al patio a conversar. Abner no quería que su esposa ni nadie lo
escuchara.

―Estoy muy nervioso, Gabriel ―confesó Abner a su hijo―. No pensé que esto fuera a
suceder con la llegada de Boris, no estaba en mis planes que fuera un marica y
pusiera sus ojos en ti ―admitió en un tono bajo, aun cuando estaban varios metros
lejos de la casona―. No contaba con eso cuando lo ofrecí como un producto a
Betancourt. ―Se tomó la cabeza con preocupación.

―Tranquilo, ya saldremos de esta ―Gabriel intentaba estar calmado―. Pero deberías


haberme dicho desde el principio los planes que tenías para Boris. ―Se frotó las
manos transpiradas.

―Sí, lo sé, pero ya está hecho. ―Abner miraba a Gabriel―. Ahora, podemos
aprovechar que se escapó y, si le sucede algo, nadie notará que fuimos nosotros
―especuló, en un tono malévolo―. Solo hay que encontrarlo antes de que se le
ocurra regresar. ―Le dio una palmada en el hombro a Gabriel.

―¿No sientes nada por tu hijo? ―preguntó Gabriel, en un arranque de curiosidad al


notar lo frío que podía llegar a ser Abner.

―La verdad, no. Nunca tuve interés como padre ―respondió el pastor, de forma
rotunda―. Cuando supe que su madre murió, vi la oportunidad de darle a Betancourt
la prueba máxima de mi fidelidad al negocio, así, un día, yo quedaré en su lugar
―elucubró, con frialdad.

―Es extraño que, teniendo tantos niños huérfanos en el hogar, Betancourt haya
pedido uno de otro sitio. ―Gabriel trataba de entender los planes del pastor y del
Anciano.

―Este pedido no es para los jefes del extranjero, es para él. ―Miró directo a los ojos
a Gabriel―. Esos órganos serán pagados por el mismísimo Armín. ―En su expresión
se notaba la avaricia por obtener dinero y poder, lo mismo que Gabriel anhelaba.

―¡Son para Armín! ―exclamó Gabriel, sorprendido.

―En realidad, son para Helena, su esposa que está enferma y tarde o temprano
necesitará un trasplante. ―Continuaba viéndolo a los ojos―. Y no está dispuesto a
ponerla en una lista de espera como la gente pobre. ―Suspiró y se alejó un poco ante
la atenta mirada del joven―. Si quieres obtener todo lo que siempre deseaste, es
mejor que te apures y encuentres a ese puto marica inservible ―ordenó y se fue a la
casa, dejando a Gabriel en medio del patio, pensando cómo encontrar al muchacho.

―Pobre Boris... No pensé que serías el pasaporte a mis sueños ―murmuró Gabriel,
con las manos en los bolsillos y la mirada perdida.
La playa

A eso de las dos de la tarde de un caluroso día a mediados de enero, Boris


y su novio se encontraban en el terminal de buses, esperando una visita que habían
planeado después del festejo de año nuevo. Las ansias los sobrepasaban.

Caminaban de un lado a otro, mirando, atentos, la cantidad de buses que circulaba


por el lugar.

―¡Amor, ya quiero que lleguen! ―exclamó Boris, bajando sus hombros y mirando a
su novio, con cara de niño mimado e impaciente.

―Tranquilo, mi bebé... ya vienen. ―Julián se acomodaba su camiseta sin mangas―.


Hay que ser pacientes ―sugirió, lanzándole un beso.

―¡No quiero! ―exclamó Boris, al tiempo que unas abuelitas pasaban junto a ellos,
mirando con curiosidad―. ¡Tengo calor! ―Se abanicaba aire con las manos.

―¡Ya, no seas tan mañoso! ―Julián se le acercó para tranquilizarlo, aun sabiendo que
solo eran rabietas de lo mimado que estaba―. Y tienes suerte... ¡Ahí viene el bus!
―Apuntó a una máquina que se estacionaba cerca de ellos.

Se fueron casi corriendo, deseando que todo el mundo bajara del bus.

―¡Boris! ―se escuchó un grito desde adentro del bus, en medio de las personas que
bajaban.

―¡Cami! ―saludó el feliz muchacho, dando brincos al ver a su amiga y su novio bajar
del bus.

―¡Qué bueno verlos, amigos! ―festejó Camila, mientras se abrazaban entre todos.

―¡Se ven súper bien los novios! ―Felipe sacudía de los hombros a Julián―. Hasta
que la hiciste, hermanito. ―Le daba unas palmadas para felicitarlo.

―Al fin, después de tantas semanas sin vernos nos hemos encontrado. ―Boris no
soltaba a su amiga, que se veía más guapa que nunca en ropa de verano.

―¡Sí, al fin nos contactaron! ―Camila apoyaba la cabeza en el hombro de su amigo, a


medida que avanzaban entre las personas del terminal―. Pensamos que se olvidarían
de nosotros ―admitió, con tristeza.

―¡No, nunca! ―afirmó Boris con certeza.

―Solo teníamos que dejar pasar un poco de tiempo. ―Julián iba jugando a los
manotazos con Felipe―. ¡Este loco no cambia! ―intentaba esquivar los golpes de su
amigo.

―¡Sí, los extrañábamos al parcito! ―Felipe intentaba pellizcar a Julián.

―¡Ya, paren! ―exigió Camila, riéndose con Boris―. Parecen unos niñitos. ―Suspiró,
mirando a su novio.

―¡Está bien, mi amor! ―Felipe acató la orden de su novia y luego le dio una última
palmada a Julián, para ganarle en el jueguito.

Caminaron, animados, unas pocas calles y se subieron a un minibús, que los llevaba
directo a una pequeña playa cercana. Allí, Koka tenía una cabaña que les había
prestado por el par de días libres que tenían de la disco. Habían planificado pasar una
noche en el lugar, luego de que Julián se pusiera en contacto con sus amigos cuando
por fin pudo comprarse un celular nuevo, al igual que Boris. Se fueron riendo y
hablando de cada cosa que había sucedido, desde el día en que se dejaron de ver.
Tras una hora de viaje, por un camino rodeado de verdes paisajes, llegaron a una
pequeña bahía con algunas casitas en los cerros. Al fondo se veía un muelle muy
modesto, donde atracaban algunos botes de pescadores, que traían sus productos
para ofrecerlos a los turistas. Descendieron del minibús y siguieron por una bella
costanera, en dirección a la cabaña. Soplaba una brisa que los refrescaba de los
fuertes rayos del sol.

―¡Amo el olor del mar! ―Camila abría sus brazos, recibiendo el viento en la cara, al
tiempo que su pelo se desordenaba.

―¡Ya quiero entrar al agua! ―exclamó Felipe, animado al ver que no había mucho
oleaje. Se notaba que era una playa tranquila.

―¡Sí, se ve increíble! ―Julián estaba igual de animado y caminaba junto a


Boris, que parecía disfrutar del paisaje.
―Esto me tranquiliza mucho ―admitió Boris, que siempre disfrutaba del sonido de las
olas.
Llegaron hasta una hermosa y pequeña cabaña, frente al muelle de los pescadores, e
ingresaron para acomodar sus cosas en las respectivas habitaciones. Por la ansiedad
que les produjo ver el mar, se cambiaron de ropa y se pusieron sus trajes de baño lo
más rápido que pudieron. Buscaron unas toallas y se fueron directo a la playa a
disfrutar del sol.
―Esto es vida. ―Camila estaba tendida en su toalla, con un bikini color rosa y unos
enormes lentes de sol―. Deseaba tanto estar en la playa con ustedes ―expresó,
relajada.
―¡Amor, yo quiero ir al mar! ―Felipe se quitó la camiseta y la lanzó cerca de su
novia.
―Bueno anda con Julián... ustedes son los niños ―convino en tono de broma,
buscando su bronceador.
―Sí, yo iré en un rato más ―aseguró Boris, también quitándose la camiseta, aunque
se tendió sobre su toalla.
―Bueno... Los dejamos solos para que hablen sus cositas. ―Julián acomodó su ropa
junto al puesto de Boris, se acercó a darle un beso y se fue al mar con Felipe a jugar
como niños pequeños.
―¡Al fin estamos con las personas que tanto queríamos! ―festejó Felipe, nadando
con su amigo en una zona poco profunda.
―¡Sí, nos salimos con la nuestra! ―resaltó Julián, sumergido hasta el cuello―. ¿Quién
diría que íbamos a estar tan amigos los cuatro? ―se preguntó, mirando a Felipe que
nadaba cerca de él.
―Nunca pensamos ser tan serios. ―Felipe se puso de pie y el agua quedó casi hasta
su pecho―. Éramos los más desordenados del curso y ahora tenemos pareja. ―Cerró
su puño frente a su amigo, que hizo lo mismo, y los juntaron en señal de haber
conseguido algo importante en sus vidas.
―Te requiero, hermano, eres un grande. ―Felipe se acercó a Julián y le dio una
palmada en la espalda―. Has cuidado a Boris todo este tiempo. ―Sonrió y le lanzó
agua en la cara al verlo desprevenido.
―¡Huevón! ―exclamó Julián, con la boca llena de agua salada―. Sí, lo cuido, porque
lo amo. ―Trató de regresar a la conversación, manteniéndose alerta de las bromas de
su amigo.
―¡Lo sé, y yo también amo a Camila! ―Felipe se sumergió otra vez en el agua y
apareció unos metros más allá―. ¡Nademos un rato, después se hará tarde! ―lo
alentó, haciéndole un gesto con las manos para que se acercara.
Se quedaron jugando entre el oleaje y, minutos después, se les unieron Boris y
Camila, que habían estado conversado mientras tomaban sol de forma relajada. El sol
empezó a ocultarse y el atardecer encendió el horizonte, con sus tonos rojizos.
Ahí estaban los cuatro amigos, sentados, disfrutando el término del día. Un viento
tibio rozaba sus cuerpos.
―Esto es muy romántico. ―Suspiró Boris, sentado junto a su novio de la mano.
―Si no estuvieras aquí, para mí no lo sería ―retrucó Julián, mirándolo con
atención―. Te ves más lindo así, con el pelito revuelto ―lo halagó, acomodando el
cabello enredado de Boris.
―¡Uy, si están tan enamorados! ―Felipe tenía a su novia abrazada―. Igual que
nosotros, mi cosita ―subrayó, estirando sus labios, para que Camila lo besara.
―Cosito hermoso. ―Camila lo besó―. Estás tan rico. ―Soltó una carcajada―. Si
estamos tan enamorados deberíamos casarnos ―propuso con seriedad y todos la
miraron sorprendidos, luego rieron casi al mismo tiempo.

―¡Para eso les falta mucho tiempo! ―Julián sacudía la arena de sus
piernas―. Y a Pipe no creo que lo cases tan pronto ―opinó, en tanto el aludido hacía
gestos en broma, como de querer escaparse.

―¡Les propongo algo! ―Camila lucía más animada que nunca, ante la mirada
expectante del resto―. Si estamos tan enamorados como decimos, podríamos simular
que nos casamos aquí mismo. ―Los tres chicos abrieron sus ojos asombrados―. Será
nuestro ensayo de bodas ―recalcó, mirando a su novio, que disfrutaba verla tan
contenta.

―Por mi parte, no hay problema, mi amor. ―Felipe parecía estar de acuerdo con los
juegos de su novia y quería darle en el gusto―. ¡Yo feliz me caso contigo! ―Se puso
de pie, como alistándose para empezar.

―Eh... bueno, yo igual quiero a Boris para siempre. ―Julián se puso su camiseta―.
Boris, ¿quieres casarte conmigo? ―preguntó, siguiendo el juego de su amiga.

―Está bien, señor, acepto ―respondió Boris, entendiendo que iban a simular una
extraña boda en la orilla del mar.

Como niños, buscaron piedras en la arena y luego se metieron al mar hasta que el
agua cubrió sus rodillas. Ya casi el sol se iba por completo y los últimos rayos
alumbraban sobre las olas. Ambas parejas se pararon, frente a frente, y se tomaron
de las manos. Se pusieron de acuerdo en que sería una especie de promesa y que
algún día se casarían de verdad.

―Aquí, ante esta hermosa puesta de sol y frente a mis amigos. ―Julián miraba a su
novio que sonría aguantando soltar alguna carcajada―. Prometo serte fiel y amarte
por siempre, a ti, mi amado Boris, el chico que cambió mi vida para siempre.
―Intentaba mantenerse serio.

―Hermoso tesoro de mi vida... ―Boris tragó saliva, solemne―. No pensé llegar a


amarte así, pero me has dado tantas pruebas de tu amor, que te has ganado mi
corazón ―recitó, dejando salir todos sus sentimientos a flote, sin tono de juego―. Y
quiero estar contigo en todas las locuras de nuestra vida. ―Sonrió y se acercó para
besarlo. Sus amigos se emocionaron al notar que, un simple juego, había pasado a
algo más serio.

―Cami, preciosa mía ―arremetió Felipe, con una voz sensual―. Has convertido este
desastre de hombre en una mejor persona. ―Sus ojos se pusieron brillantes―. Te
amo, para siempre ―sentenció, más emocionado de lo que esperaba estar, por lo que
le tomó las manos a su novia con fuerza.

―Lindo, mi Felipe. ―Camila se le acercó, viéndole a los ojos―. Siempre supe que,
detrás del chico rudo, había un osito de peluche. Quiero cuidarte y amarte mucho por
toda mi vida. ―Se colgó de su cuello y lo besó apasionadamente.

Ahora sus amigos eran quienes los miraban emocionados.

―¡Uf! Parece que esto va en serio ―intervino Julián, abrazado a Boris. Tras la
ceremonia, se pusieron a jugar lanzándose agua, hasta quedar por completo
mojados, entre risas y volteretas en la arena.
El sol se fue por completo y las personas comenzaron a abandonar la playa. Lo mismo
hicieron los cuatro amigos, que recorrieron otra vez la costanera, ahora iluminada por
unos faroles. La luna creciente apenas se notaba sobre los cerros y la brisa empezaba
a volverse más fría. Un grupo de jóvenes tenía una batucada, lo que le daba un aire
festivo al ambiente, y las pocas personas que transitaban a esa hora, disfrutaban del
sonido de estos tambores.

Llegaron a la cabaña con ataque de risa, con las bromas que se hicieron en el camino.
Las estrellas estaban iluminando el despejado cielo nocturno en la bahía. Luego de
entrar todos en la pequeña casa de playa, se fueron a dar una ducha, con el fin de
cenar tranquilos. No sospechaban que, frente a donde iban a pasar la noche, desde
hacía rato había un auto estacionado.

En su interior estaba Gabriel, que tuvo la idea de seguir a Camila y Felipe en su viaje.

Observaba la cabaña, estudiando y analizando cada movimiento. Los había vigilado


todo el día, desde lejos, sin ser visto. Vio cómo jugaban en el agua y hacían escenitas
románticas al atardecer.

Por dentro, sentía que algo lo consumía al ver a Boris en brazos de Julián. Una
extraña sensación invadía su ser y se mezclaba con todos sus conflictos internos, con
los que, día a día, luchaba. Dentro de la cabaña se notaba el movimiento de los
chicos, se escuchaban carcajadas desde lejos, que retumbaban en su cabeza, las que
lo hacían desear ser él quien estuviera con ellos y no Julián.

Su mirada perversa recorría las paredes de la cabaña, buscando una forma de llevar a
cabo sus planes. Gabriel dio un suspiro profundo, que alivió un poco su calvario
personal. Sabía que debía ser frío para obtener lo que deseaba, pero Boris le
provocaba sentimientos que escapaban a su voluntad.

―No puedes ser de otro ―condenó Gabriel, en voz alta―. No vas a ser de nadie,
Boris Ferrada. Mío y de nadie más ―sentenció con la mirada fija y cargada en odio.
Acto seguido, se acomodó, dispuesto a vigilar toda la noche, esperando el momento
adecuado para ejecutar su plan.
Trampa

―Hey, es hora de levantarse, dormilón ―murmuró Camila, aún un poco


somnolienta―. ¡Pipe, despierta! ―su voz sonaba desgastada.
―¿Por qué me despiertas tan temprano? ―rezongó Felipe sin abrir sus ojos. Estaba
enredado en el cuerpo de Camila―. Quiero dormir otro ratito contigo ―reclamó, entre
gruñidos.
―¡Pero anoche prometieron hacernos el desayuno! ―insistió la chica con voz de
mimada―. ¡Tengo hambre! ―recalcó, para hacer presión y salirse con la suya.
―¡Puedes comerme a mí! ―Felipe metía sus manos entre las sábanas―. ¡Qué mejor
desayuno! ―Soltó una carcajada, intentando abrir del todo sus ojos.
―¡No! ¿No tuviste suficiente anoche, goloso? ―Camila intentaba sacarlo de encima,
mientras su novio jugueteaba, haciéndole cosquillas―. ¡Anda, lo prometieron con
Julián! ―le recordó, entre risas.
―Está bien. Tú mandas ―dijo Felipe dándose por vencido y se levantó para cumplir
su palabra de preparar el desayuno con Julián―. ¡Mujeres exigentes! ―se quejó,
mientras se ponía un bóxer y su novia lo miraba de manera coqueta―. Te prepararé
el mejor desayuno de tu vida ―prometió desde la puerta y le lanzó un beso. Se fue
por el pasillo en busca de su amigo que, al parecer, ya se había levantado, porque se
sentía ruido en la cocina.
―¡Ya era hora, hermano! ―Julián estaba colocando unos panes en la tostadora. Tenía
puesta una toalla negra en la cintura y su cabello mojado ―. Pensé que ya no te
levantabas. ―Buscó unas tazas en un estante.
―¡Imposible, brother! ―respondió Felipe, ayudando a recibir las tazas―. Cami no me
dejó quedarme acostado. ―Acomodó cada una en su sitio.
―Por lo menos Boris sigue durmiendo ―comentó Julián, apoyándose contra la
pared―. ¿Cómo estuvo tu noche? ―preguntó con picardía.
―¡Uy, man... inolvidable! ―Felipe levantaba sus pulgares y se movía por la cocina,
bailando, a la par que Julián se reía.
Continuaron ordenando la mesa y, en menos de quince minutos, aparecieron sus
parejas por la cocina. El delicioso aroma a pan tostado y café los había levantado de
la cama como por arte de magia.
―¡Qué hombres tan provocativos! ―exclamó Boris, al ver a los dos a medio vestir. Él
traía puesto su traje de baño―. Así da gusto tomar desayuno―. Le guiñó un ojo a
Camila, al tiempo que se acomodaban en la mesa.
―¡Desayuno hecho por sus machos! ―presumió Felipe, modelando junto a la mesa, a
modo de broma.
―Los súper hombres ―festinó Boris, riendo al tiempo que revolvía su taza de café.
Se sentaron todos y desayunaron entre bromas, como era costumbre entre ellos. La
pequeña mesita con tostadas, mermeladas y queso era un desorden absoluto cuando
estos chicos se reunían.
Recordaron cuando Julián era un antipático en el curso o un día en que Felipe había
recibido una bofetada por parte de una enamorada, quien descubrió que él le
coqueteaba cuando tenía una novia en otro colegio. La mañana pasó rápido y, cuando
el sol ya estaba en su máximo esplendor, se alistaron para salir de paseo y
aprovechar su último día en la playa. Salieron de la cabaña y tomaron la costanera,
disfrutando otra vez de la deliciosa brisa marina. Las gaviotas revoloteaban cerca del
muelle, esperando ser alimentadas por los pescadores que traían sus productos.
Camila y Boris corrían por la arena, jugando con el ir y venir de las olas, mientras que
sus novios, mucho más enérgicos, estaban listos para nadar y competir entre ellos.
―Esos dos terminaron siendo grandes amigos ―afirmó Camila, aplicándose
bronceador, sentada sobre su toalla―. Y antes ni se hablaban. ―Buscaba una botella
de agua en su bolso.

―Sí, yo creo que todos cambiamos un poco y nos hicimos amigos


―concordó Boris, que estaba instalado en la toalla, mirando a su novio cómo nadaba
a lo lejos.
―Igual tuvo problemas con varios del equipo de fútbol cuando empezaron a ver que
se juntaba con Julián. ―Camila le pasaba el agua a su amigo―. Pero a Pipe le da lo
mismo, él los quiere mucho y eso a mí me encanta, que no sea hueón como el resto.
―Sonrió.
Boris empinaba su brazo, tomando de la botella.
―Ustedes son lo mejor que me ha pasado desde que llegué a ese colegio. ―Boris le
sonrió y le tomó la mano.
Se quedaron conversando hasta que no dieron más de calor y se fueron a meter al
agua con sus parejas, quienes, como verdaderos niños, empezaron a lanzarles agua
en la cara para hacer una especie de batalla, a ver quién ganaba.
―¡Creo que ganamos nosotros! ―presumió Felipe, en compañía de Julián.
―¡Son unos tramposos! ―acusó Camila, regañando porque había perdido.
―¡Nos deben un helado! ―exclamó Julián, saltando en el agua alrededor de la pareja
perdedora.
―¡Está bien! ―Boris levantó los brazos en señal de derrota―. Ganaron un helado,
pero nosotros también comeremos. ―Soltó una risotada, mirando a Camila.
Salieron del agua y, tras secarse, Boris con su amiga buscaron dinero para ir a
comprar los helados que prometieron, dejando a los chicos tomando sol, tendidos en
la arena. Más allá había un pequeño local donde vendían helados, por lo que
caminaron lo más rápido que pudieron. No querían dejarlos mucho rato solos, porque
cerca estaba un grupo de chicas que no dejaban de mirarlos.
Entraron y buscaron las paletas que más le gustaba a cada uno y se pusieron en la
fila de la caja para poder pagar. Camila se moría de celos por saber que su hombre
estaba siendo observado por otras mujeres, de modo que, tras terminar la compra,
salieron raudos del local para ir a cuidar a sus novios.
―¿Dónde vas tan apurado, hermanito? ―escucharon justo detrás de ellos.
Era Gabriel que estaba parado junto a su auto a la salida de la tienda. El corazón de
Boris se aceleró al voltear a verlo.
―¿Qué... qué haces aquí? ―balbuceó Boris, impresionado.
―¡Vamos, Boris, no lo escuches! ―reaccionó Camila intentando tirarlo del brazo, igual
de sorprendida.
―¡Ni se les ocurra correr! ―advirtió Gabriel, acercándose a paso seguro hacia ellos,
con gesto intimidante―. Si lo hacen, uno de ellos puede morir ―amenazó, apuntando
hacia donde se encontraba Julián y Felipe.
―¡No, por favor! ―imploró Camila, espantada, colocándose al lado de su amigo con
los ojos llorosos.
―Si salen corriendo, le diré a los tipos que pagué que hagan lo que les pedí. ―Gabriel
tomó a Boris de un brazo, con fuerza mientras este temblaba―. Están muy cerca de
sus noviecitos y no dudarán en seguir mi orden ―enfatizó, con una sonrisa malévola.
―No les hagas nada a ellos, por favor ―suplicó Boris dejando caer sus helados―.
Hago lo que me pidas. ―Las lágrimas inundaban sus ojos y el miedo recorría su
cuerpo.
―Muy bien, hermanito. Sube al auto, ahora ―ordenó con toda calma, al ver que
dominaba la situación, aunque sin soltarle el brazo.
―¡No, por favor no te lo lleves! ―pidió Camila, desesperada.
―Si te callas un rato, le harás un favor a tu amigo ―respondió Gabriel, mirándola con
severidad―. ¡Sube al auto! ―Lo tiró del brazo, sin dejarle más opción que obedecer.
―Tranquila, Cami ―sollozó Boris, al ser empujado dentro del vehículo, en
el asiento del copiloto.

―Así, muy bien, niño obediente ―ironizó Gabriel al cerrar la puerta―. Ni se te ocurra
hacer alguna cosa, niñita tonta ―amenazó, mirando a Camila que temblaba del susto.
Se subió al auto y se fue, llevándose consigo al muchacho.

―¡Boris! ―gritó Camila con fuerza, al tiempo que el vehículo se perdía por el camino.

Su grito se escuchó en toda la playa, por lo que Felipe y Julián se pusieron alerta,
corriendo en dirección hacia ella, que lloraba sin parar. Las personas miraban con
curiosidad, sin entender qué pasaba.

―¿Qué pasa, amor? ―Felipe la abrazó, sin saber qué sucedía.

―Boris... ―respondió ella, entre llantos―. Apareció Gabriel y se lo llevó. ―Rompió en


un sollozo desgarrador, abrazando a su novio.

―¡No! ¡Boris no, por favor! ―exclamó Julián, con sus ojos vidriosos, acercándose a
sus amigos―. ¡No se lo puede llevar! ―Se dejó caer, devastado, al sentir que le
arrebataban a la persona que amaba sin poder hacer nada.

Un par de kilómetros más allá, Gabriel se reía a carcajadas al ver cómo Boris lloraba a
su lado sin consuelo.

―¿De qué te ríes? ¡No es gracioso! ―sollozó Boris, con desesperación.

―¡De lo fácil que se creen todo unos niñitos como ustedes! ―Gabriel soltó una
carcajada―. Ahora serás mío y de nadie más. ―Lo miró con deseo.

―¡Imbécil! ―exclamó Boris, con ira―. ¡Era una trampa! ―Le lanzó un golpe, pero
Gabriel lo detuvo con más fuerza.

―Ay, pobrecito, ahora ya no me quieres ―se burló Gabriel―. Después que me


querías tanto. ―Lo miró, sonriendo.

―¡Antes! ―Boris se secaba las lágrimas―. Tú no eres una buena persona, ¡Sé lo que
haces con el pastor! ―acusó con dolor.

―Me lo imaginé. Bueno, si ya lo sabes. ―Gabriel continuaba conduciendo con rumbo


desconocido―. Entonces sabes que sí soy capaz de muchas cosas y eso incluye quitar
del camino los estorbos. ―Le lanzó un beso que provocó asco en Boris―. ¿Ahora te
doy asco, bro? ―Esbozó una sonrisa despectiva―. Después de que recorrías mi
cuerpo con tu lengüita, ¿recuerdas? ―rememoró, burlándose del muchacho que
seguía con sus ojos llorosos.

―¿Dónde me llevas? ―preguntó Boris, unos kilómetros más allá después de un


incómodo silencio.

―A casa, bro ―respondió Gabriel, poniendo su mano en la pierna de Boris, haciendo


que él se pusiera rígido del miedo―. Tranquilo, Boris, no pasa nada. Vamos a casa o,
tal vez, a otro lado para estar solitos, como antes. ¿Quieres? ―Su expresión era
perturbadora.

―No, por favor, déjame regresar con Julián ―suplicó Boris, con la voz quebrada―.
Hago lo que me pidas ―insistió con dolor.

―Si supieras los planes que hay para ti. ―Gabriel suspiró―. Te aseguro que yo soy tu
mejor opción ―agregó, sonriéndole.

El camino se hizo eterno para Boris. Iban de regreso a la ciudad en donde vivía la
familia Ferrada y sentía que su corazón se aceleraba del miedo. Ahora ya conocía la
verdadera personalidad de Gabriel y los oscuros secretos de su padre. Las veces en
que Julián le contó lo que había sufrido por culpa de él, lo hacían despreciarlo cada
vez más y de solo imaginar las atrocidades que cometían con los niños del hogar, se
le revolvía el estómago y solo podía pensar en cómo escapar de aquella pesadilla. Por
su parte, Gabriel conducía satisfecho de lo que había logrado y parecía no inmutarse
del sufrimiento del joven; después de todo, él siempre conseguía lo que deseaba y en
este momento era Boris lo que más apetecía para saciar su desquiciado ego. Dirigió el
vehículo por un camino que ya conocía, iba directo al hogar de menores y se
estacionó por la parte trasera para no ser visto.

―¡Hemos llegado, bro! ―exclamó Gabriel, dichoso de lo conseguido.

―El hogar. ¿No íbamos a la casona? ―Boris no entendía qué estaba haciendo.

―Lo mejor es que aquí estaremos solitos como antes ―dijo Gabriel bajándose del
auto rápidamente―. Nadie nos va a molestar.

Hizo que Boris se bajara y lo llevó de un brazo hacia la bodega del hogar, el mismo
lugar donde se había escondido con Julián cuando descubrieron los secretos de Abner.

―Por favor, Gabriel, déjame ir ―suplicó Boris otra vez con más miedo que antes.
―No temas... Yo no te haré nada malo. ―Gabriel hizo entrar por la fuerza a Boris y,
estando dentro de la bodega, sacó unas llaves y abrió la compuerta en el piso que
aquella noche también les llamó la atención―. Vamos, entra ―dijo en voz baja.

―¿Qué hay aquí? ―Boris se resistía a obedecer―. ¡No quiero bajar! ―insistió con
fuerza.

―¡Que bajes ya! ―ordenó Gabriel bruscamente, empujándolo para que bajara.

No le quedó más opción que seguir las órdenes de Gabriel, por lo que descendió por
la escalera metálica; estaba todo oscuro y, para su sorpresa, no olía a encierro. Sin
poder ver nada, sintió que la compuerta se cerró sobre ellos y las luces se
encendieron dejando a la vista una sala que parecía un quirófano del otro lado de un
vidrio; ahora estaban en una habitación contigua en donde había una cama, una
mesita y un televisor en la pared.

―¿Qué te parece? ―preguntó Gabriel observando la cara de sorpresa del


muchacho―. Estarás mejor que en un hotel de cinco estrellas... Del otro lado hay un
baño ―apuntó a una puerta cerca de la cama.

―¿Qué es esto? ―Boris estaba asombrado al ver que debajo del hogar había montada
una pequeña clínica, temblaba de miedo―. ¡Qué hacen aquí! ―gritó aterrado.

―Tranquilo, bro... A ti no te pasará nada. ―Gabriel se acercó a él―. Estás en mis


manos y yo no dejaré que nada te ocurra. ―Lo tomó por la cintura y lo atrajo con
fuerza hacia él―. Mientras seas mío, no debes preocuparte de nada ―intentó besarle
el cuello, pero Boris luchó por alejarlo, con asco.

―¡Gabo, no sigas! ―gritó Boris, empujando la cara de Gabriel con fuerza hacia el
costado.

―Insistes en rechazarme. ―Gabriel lo soltó, observándolo detenidamente de cerca―.


¡Eres mío y de nadie más! ―gritó con fuerza, lo empujó sobre la cama, caminó hacia
ella y vio cómo el muchacho temblaba de miedo con los ojos llorosos ante su
amenazante postura―. ¡Más vale que lo entiendas... Serás solo mío! ―Su voz
retumbó en la pequeña habitación y se lanzó sobre Boris que continuaba luchando por
detenerlo.
Encierro

―¡Suéltame, me das asco! ―suplicó Boris intentando quitarse a Gabriel de encima―.


¡Para, ya! ―insistió angustiado y al borde de las lágrimas.
―Ahora sientes asco, bro. ―Gabriel lo besaba en el cuello de manera obscena―.
¿Recuerdas cómo lo hacíamos en el lago? ―Sus manos sostenían con fuerza al
muchacho, impidiéndole soltarse.
―¡Eso ya pasó! ―respondió Boris entre sollozos al verse disminuido por el
descontrolado hombre―. ¡Te odio... Eres una bestia! ―gritó con desesperación,
logrando que sus palabras fueran más fuertes que su cuerpo.
Aquellas palabras resonaron en el interior de Gabriel, haciendo que se pusiera de pie
rápidamente como fuera de sí y empezara a caminar de un lado a otro con las manos
en la cabeza, balbuceando incoherencias; al parecer no esperaba ser rechazado por
Boris y en el fondo anhelaba un reencuentro con él.
―¿Me odias? ―preguntó Gabo, al tiempo que unas lágrimas caían por su rostro―.
Has sido lo más puro que he tenido en mi vida. ―Soltó un sollozo desde lo más
profundo de su ser y cayó de rodillas frente a Boris que continuaba arrollado en la
cama temblando.
―Tú no mereces que yo te ame. ―Boris se hizo de valor para responderle―. Has
hecho atrocidades que no puedo perdonar ―añadió intentando acercarse.
―¡No te muevas! ―gritó Gabriel, descontrolado. Se puso de pie y caminó otra vez
hacia el muchacho―. Yo sé que en el fondo tú aún me amas, pequeño hermoso.
Intentó acariciar a Boris, pero este se hizo hacia atrás para evitarlo; no entendía qué
sucedía con su conducta.
―Gabo, déjame ir, por favor. ―El joven quería probar si aún le quedaba una
esperanza de huir―. Yo solo me quiero ir de aquí. ―Sus ojos delataban el miedo que
estaba sintiendo.
―¡Nunca! ―gritó Gabriel, y se acercó imponentemente hacia él, sin dejarle salida,
contra la pared―. Nunca volverás a estar con ese mocoso. ―Sus ojos estaban fijos en
los de Boris, encendidos de ira―. Debes entender que tú eres solo mío ―añadió,
mientras tocaba el cuerpo del joven que comenzaba a llorar al verse acorralado.
―Gabo no me hagas daño ―suplicó, entre los brazos de Gabriel.
―Así me gusta que estés... dócil. ―Sonrió con perversidad, viendo al muchacho
temblar―. Sé que, si me obedeces, tarde o temprano volveremos a ser los mismos de
antes ―afirmó Gabriel, sentándolo en el borde de la cama.
"Nunca", pensó Boris, sin levantar la mirada para evitar verlo.
―Recuerdo cómo provocaste tantas cosas en mí que hasta no me pude resistir a tus
encantos. ―Gabriel esbozó una sonrisa con la vista en alto―. ¿Te acuerdas de esas
miradas cuando llegaste a la casa hace unos meses? ―Parecía estar más controlado
en sus emociones.
―Sí, lo recuerdo. ―Boris respiró profundo―. Pensé que eras la persona más atractiva
del mundo. ―Subió la mirada para ver su reacción y los ojos de Gabriel se
encendieron.
―¿Aún piensas lo mismo? ―insistió con alegría―. ¡Sé que tú me amas! ―Gabriel
estaba eufórico.
"No, puto asqueroso", pensó Boris sin atreverse a decirlo.
―Ya no es lo mismo ―respondió, en cambio, al desquiciado joven para no
provocarlo―. No sabía de lo que eras capaz de hacer, Gabriel ―agregó, temeroso de
su reacción.
―¡Yo haré que cambies de opinión! ―gritó Gabriel, sacudiendo los hombros del
muchacho―. Ya verás que unos días aquí conmigo y volverás a quererme. ―Lo
sostenía con fuerza moviendo al muchacho a su antojo.

―Ya para, Gabo, por favor. ―Boris sonaba angustiado, sus manos estaban
frías y sudorosas.

―Está bien... Te dejaré para que reflexiones. ―Gabriel se alejó unos pasos y volteó a
verlo―. Quiero que veas que no quiero dañarte, solo quiero que vuelvas a mí como
antes. ―Le lanzó un beso y se dirigió hasta la escalera―. Yo regresaré más tarde
para estar contigo, no intentes escapar porque esto es completamente hermético
―dijo, arrogante, justo antes de comenzar a subir―. Voy al culto de la tarde para que
no me extrañen los hermanos, tú puedes ver televisión. ―Sonrió satisfecho al ver al
muchacho bajo su dominio, abrió la compuerta y salió del lugar.

Se escuchó un sonido al cerrar del otro lado.

Boris estaba solo en aquel lugar y desesperado por salir, subió la escalera e intentó
incontables veces abrirla de todas las formas que se le ocurrieron, pero no obtuvo
resultados; no se escuchaba nada del otro lado. Al parecer en eso no había mentido
Gabriel, el lugar era completamente hermético. Intentó abrir las puertas de lo que
parecía el quirófano y sucedió lo mismo, nada lograba sucumbir las cerraduras.
Después de todos sus esfuerzos en vano, se sentó otra vez en la cama llorando
desconsolado y suplicando que Julián apareciera para rescatarlo.

Fuera del Hogar de niños y unos pocos kilómetros más allá, Gabriel descendía de su
auto justo cuando la congregación de la iglesia se aprontaba para ingresar al templo y
comenzar con el culto. Como de costumbre, la mayoría de los presentes saludaba al
joven con entusiasmo y este, como habiendo olvidado lo sucedido con Boris,
respondía con una gran sonrisa y toda calma a cada abrazo que los hermanos le
daban; tía Corina entre los asistentes, se acercó dichosa de verlo para darle un beso
en la mejilla; luego apuntó hacia un costado para indicarle que allí estaba su esposa
esperando, silenciosa y desganada junto a un grupo de amigas.

―¿Cómo está la mujer más bella que Dios ha puesto en la tierra? ―preguntó Gabriel
acercándose al grupo, extendiendo sus manos a Lucía que no sonreía con facilidad―.
Aunque ustedes deben ser las flores del Edén ―agregó con una sonrisa cautivante,
consiguiendo que las demás jovencitas se pusieran risueñas y sonrojadas con su
alago.

―Siempre tan educado tu esposo, eres afortunada ―dijo una de las muchachas a la
esposa mientras avanzaban hacia la entrada.

―¿Dónde has estado? ―Lucía sonaba desganada y solo quería parecer interesada en
su marido frente a la gente―. Estuviste mucho tiempo afuera ―agregó, mirándolo
con desconfianza.

―Estuve ocupado, amorcito ―respondió tomándola del brazo y acercándose a su


oído―. No es tu problema lo que haga tu marido, debes ser sumisa ―añadió en un
tono despectivo y de forma muy disimulada para que nadie sospechara.

―¡Claro! ―Lucía esbozó una falsa sonrisa y apresuró el paso para estar dentro del
templo y sentirse de alguna forma más segura.
―Hijo mío, bienvenido ―se escuchó en el pasillo, era Abner que caminaba raudo
hacia ellos―. Me alegro de verlos en la casa del Señor. ―Le dio un abrazo a Gabriel y
luego saludó a Lucía cariñosamente, quien se ubicó rápido junto a Marta y Corina en
la primera fila del templo.

―¿Has sabido algo del producto? ―preguntó Abner de forma disimulada a su hijo―.
Betancourt está presionando. ―Lo miró fijamente.

―No padre, nada por el momento ―respondió Gabriel con seguridad―. No he parado
de trabajar en ello ―agregó, mientras se alejaba para tomar su lugar y no ser
escuchados por los demás.

El pastor hizo lo mismo y se fue directo al púlpito para comenzar son su sermón.

Los cánticos comenzaron de parte del coro y toda la congregación comenzó a


seguirlos con sus himnarios abiertos; unos tonos más altos que otros parecían luchar
por ser el creyente más ferviente entre la asistencia, los panderos con cintas
tricolores se sacudían con esmero en una coreografía casi perfecta entre las
adolescentes de pelo trenzado que eran observadas por algunas hermanas con
envidia al estar en un lugar más visible de la congregación; bien sabido era que,
generalmente "las del coro" conseguían novios entre los muchachos que las miraban
con cierta admiración. Por lo general se trataba de jóvenes bien educados que desde
pequeños eran parte de la iglesia y no por eso, estaban exentos de las tentaciones del
"enemigo" y justamente hoy el sermón trataba de los pecados carnales entre la
juventud, desatando murmullos entre los asistentes que esperaban ansiosos a que el
pastor hiciera referencia a una jovencita que, siendo parte de la congregación, había
quedado embarazada de uno de los jardineros del colegio; el escándalo llevaba días y
ya no era un "chisme santo", por lo que debían decidir entre todos qué hacer con ella,
pues un embarazo fuera del matrimonio era una pecado que la hacía indigna de estar
allí y debía, a futuro, volver a bautizarse para estar digna de la presencia del Señor.
Entre oraciones y cánticos, terminaron por darle una oportunidad, luego de haberla
expuesto a un juicio público y vergonzoso. De todas formas, las hermanas tendrían
para chismosear por meses y tal vez por años con el tema. Acabaron por recoger las
ofrendas y dar la última oración, luego comenzaron a retirarse poco a poco. Entre los
asistentes, un hombre delgado y calvo se acercó a Gabriel junto a su joven hijo, un
muchacho de unos catorce años tan escuálido como su padre.

―Joven, usted que es tan respetado y admirado por todos, ¿podrá ayudar
a mi muchacho? ―consultó, con algo de timidez el hombre y acercándose bastante
como para no ser escuchado por el resto.

―Sí, hermano, dígame en qué puedo ayudarle. ―Gabriel sonrió, como de costumbre,
mientras observaba al chico que no levantaba la mirada.

―Bueno, Gabrielito, son cosas de hombres y yo quisiera que usted le diera un consejo
a Elías... así entre jóvenes, yo estoy reviejo ya ―dijo el hombre con algo de
incomodidad, acercando a su hijo a Gabriel―. Ahí lo dejo con usted... te espero
afuera, mijo. ―Le dio una palmada en el hombro.

―Y bien, Elías. ¿Qué pasó que don Pepe está tan asustado? ―preguntó Gabriel con
una sonrisa, viendo cómo todos salían de la iglesia―. ¿No quieres venir a la iglesia?
Trataba de indagar en lo que sucedía al joven.

―Nada, tío Gabo ―respondió, sonrojado―. Es que mi padre dice que soy un pecador,
como la chica que tiene que bautizarse de nuevo por inmunda. ―Se puso más rojo de
lo que estaba.

―¿Dejaste una chica embarazada? ―Gabriel lo miró, asombrado, ya que Elías no


parecía tener novia.

―¡No, claro que no! ―dijo el chico con nerviosismo―. Lo que pasa es que mi tía me
encontró el otro día tocándome ahí. ―Miró bajo su ombligo y su rostro se encendió
más aún, haciendo que Gabriel soltará una risotada.

―¡Pero, Elías! Tienes que ser más inteligente y cerrar la puerta. ―Gabriel no paraba
de reír―. No tienes para qué decir que lo haces, no seas tonto ―agregó, mientras el
muchacho volvía a tener un color normal en su cara.

―Pero mi papá dice que es pecado y mi tía piensa que soy asqueroso. ―Elías lo
miraba, temeroso.

―Mira, Elías, todos lo hacen y ninguno se ha ido al infierno... Solo no lo digas y ya


―le dijo en voz baja, ya que todavía quedaban personas en la puerta―. Son las
ventajas de ser hombre, nadie se entera... En cambio, las chicas si hacen algo se
embarazan y deben ser juzgadas. ―Le extendió la mano para despedirse―. Los
hombres mandan en la Biblia, las mujeres, no... Disfruta lo que tienes. ―Le guiñó un
ojo y se fue, dejando al muchacho con una tremenda sonrisa, sabiendo que no
ardería con Satanás por autocomplacerse.

A la salida, se despidió de todos y se fue hacia donde estaba Lucía esperando cerca
del auto. No se veía animada y no paraba de morderse las uñas.
―Esposa mía, ¿puedes decirle a Marta que te pasen a dejar a casa? ―preguntó
Gabriel, sonriendo―. Puedes decir que yo tengo trabajo que hacer aún ―añadió,
acercándose a ella, luego le besó la mejilla.

―¿No irás a casa esta noche? ―interrogó Lucía con curiosidad.

―¡Menos preguntas y vete a casa con mi familia! ―contestó Gabriel con arrogancia.

―Entiendo, no hay problema. ―Lucía prefería no saber más y, en el fondo, la


tranquilizaba no tenerlo cerca de ella―. Le diré a Marta que me lleve ―dijo,
intentando sonreírle.

―¡Otro día voy por ti, mi amorcito! ―Gabriel le sonrió con picardía, aunque no tuvo la
respuesta que esperaba; Lucía se apresuró y se fue donde estaban Corina y Marta
esperando al pastor.

Gabriel, sin dudarlo, se fue en dirección al Hogar de niños para ver a Boris; en el
fondo de su corazón sentía el deseo de tenerlo cerca y al menos con verlo se
conformaba, las emociones se le revolvían con solo pensar en el adolescente. Pasó a
un restaurant y compró pizza para llevarle de comer, parecía estar entusiasmado con
lo que para él parecía una cita. Rato más tarde ya estaba abriendo la compuerta en la
bodega del Hogar.

―¡Ya llegué, Boris! ―gritó descendiendo por la escalera―. ¡Te traje comida! ―Le
mostraba la caja de pizza y unas latas de gaseosa en una bolsa.

Se instaló al costado de la cama y sacó las cosas que traía, mientras Boris miraba con
desprecio.

El televisor estaba encendido en un canal de música.

―¿Qué pasa? ―Gabriel sonaba preocupado―. ¿No tienes hambre, bro? ―dijo al
tiempo que cortaba un trozo de la pizza.

―No, gracias... Quiero irme con Julián ―contestó Boris, secamente.

―¡No quiero que repitas su nombre! ―gritó Gabriel que parecía odiar a su novio―. Te
traje comida para que veamos una película antes de dormir. ―Su cara volvió a
armonizarse.

―Gracias, pero por ahora no quiero nada ―insistió Boris con miedo por sus
reacciones.

―Está bien... Si no quieres comer, no importa, cuando tengas hambre puedes comer
pizza fría. ―Gabriel se puso de pie, molesto, sentía pena cuando Boris lo rechazaba―.
Ahora vamos a descansar, vengo de un hermoso culto de perdón. ―Se quitó los
zapatos.

―¿Culto de perdón? ―Boris no salía de su asombro―. ¿Qué haces? ―preguntó al ver


que este se estaba desvistiendo.

―Pues vamos a dormir juntitos, como antes ―respondió Gabriel, entusiasmado, ante
la mirada preocupada del joven―. Abrazaditos... ―Esbozó una sonrisa, quitándose los
pantalones.

―¿Es necesario? ―Boris no entendía nada y temía lo que pudiese pasarle durante la
noche.

―Cosito hermoso... Yo te cuidaré toda la noche. ―Gabriel ya estaba en bóxer y frente


a la cama con una gran sonrisa―. ¡Vamos! ¿Qué esperas? ¡Quítate la ropa! ―Se veía
emocionado.

Boris no tuvo más opción que seguir sus instrucciones y se tendió en la cama en
bóxer mirando televisión, al parecer, Gabriel deseaba pasar un rato cerca suyo y lo
abrazó por la espalda con delicadeza; el miedo recorría cada rincón del adolescente,
que estaba desesperado por salir de aquel lugar y estar lejos. Gabriel lo acariciaba sin
tener respuesta alguna, pero no desistía en su empeño por reconquistarlo; incluso no
le había dicho al pastor que estaba encerrado en el Hogar. Se aferró con fuerza al
suave cuerpo de Boris, tal y como recordaba aquellas noches en que se encendían al
estar cerca.

―Tranquilo, solo quiero tenerte cerca de mí ―susurró Gabriel al oído de Boris, luego
pasó sus labios por su cuello. El corazón del muchacho se aceleró y un frío gélido
recorrió su espalda. Rogaba que Gabriel no intentará algo más, esta vez no veía
escapatoria.
Todos Somos Boris

Días después de que Gabriel se llevara a Boris por la fuerza, Julián logró
reunir a todos los que creía necesarios para ir en la búsqueda de su novio. Se
encontraban en el departamento de Koka y Tati planificando cómo sería el rescate.
Ambas ya estaban listas para enfrentarse al pastor y su perverso hijo.
Durante el breve tiempo que los muchachos llevaban trabajando para ellas, en la
discoteca, le habían tomado mucho afecto a Boris por ser una persona alegre y
transparente, por ello ya se encontraban comprometidas con Julián para todo lo que
necesitara. Camila y Felipe continuaban acompañando a su amigo y pensando cada
detalle del plan: Estaban a la espera de que llegaran los antiguos amigos de Gabriel,
aquellos que se hacían llamar "La Fraternidad", a los cuales hacía un tiempo, Julián
había amenazado con llevar a la justicia por ser cómplices del abuso que Gabriel
cometió con él. Desde ese día prometieron ayudarlo en lo que necesitara y, por lo
mismo, aparecieron en la boda, para incomodar a Gabriel.
Ahora serían de gran ayuda, pues uno de ellos era periodista y estaban dispuestos a
utilizar a la prensa para desenmascarar al pastor y sus turbios negocios de tráfico.
No pasó mucho tiempo antes de que entrara Bruno al departamento, precedido de los
tres examigos de Gabriel para comenzar con la reunión. Francisco, Nicky y Alex
tomaron asiento, junto al resto que los esperaba.
―Qué bueno que estemos todos reunidos como se los pedí ―declaró Julián,
desgastado tras las terribles horas que había pasado sin su novio―. Ya saben lo que
ha ocurrido y, conociendo a Gabriel, estamos en contra del tiempo. No podemos dejar
que Boris pase más horas cerca de él. ―Su mirada estaba perdida, buscando una
respuesta.
―No podemos dejar que le haga daño a Boris ni que continúe utilizando a los niños
del hogar ―intervino Camila, afligida. Tenía una mano tomada de Felipe.
―Hemos venido como te lo prometimos, Julián ―anunció Alex, mirando a sus otros
dos amigos―. Estaré en una deuda toda mi vida, por no haberte protegido de esa
mierda de Gabriel cuando eras mi novio. Haré todo lo que esté a mi alcance para
ayudarte. ―Se miraron con tristeza.
―Yo me siento avergonzado por ser cómplice de Gabriel esa noche. Estaba drogado y
fui un hijo de puta al permitirlo. ―La voz de Nicky sonaba quebrada―. Por favor,
déjame enmendar mi error ―pidió, extendiendo su mano hacia Julián, quién tardó
unos segundos en responder.
―Cuenten con nosotros para todo lo que sea necesario. No puedo creer todo lo que
ha hecho Gabriel en su miserable vida ―reprobó Francisco, el rugbista del grupo―. Y
pensar que lo consideré mi amigo, ¡es una mierda! ―exclamó con ira, empuñando
sus manos en sus rodillas.
―Gracias, de verdad que los necesitaré. ―Julián intentaba hacerse el fuerte, pero su
cara reflejaba el sufrimiento.
―Hemos estado pensando cómo haremos para enfrentar a esta gente ―aclaró Koka,
sentada junto a su novia―. ¡Tenemos que encontrar a Boris y desenmascararlos!
―Sonaba decidida.
―El problema está en que no estamos seguros de dónde tienen escondido a Boris
―dijo Felipe mientras les mostraba una foto del hogar de niños sobre la mesa―.
Puede que aquí lo tengan en la bodega, pero sería muy obvio. ―Pensaba en dónde
más podría estar.
―¡En la casona de los Ferrada, menos! ―Camila tenía unas imágenes en su celular―.
No creo que su tía ni la directora del colegio sepan lo que sucede. ―Se acomodaba en
el borde del sillón.
―¿Y su colegio? ―preguntó Alex―. Ellos también son dueños de ese lugar, tal vez allí
tengan dónde ocultarlo. ―Miraba a los muchachos, que no habían considerado el
colegio en sus planes.
―Puede ser, pero sería peligroso para ellos tenerlo donde hay tanto movimiento.
―Felipe le daba vueltas a esa idea―. Aunque ahora, en vacaciones, tal vez lo utilicen.
―No contaban con aquel lugar en su estrategia.

―¿La iglesia? ―consultó Bruno, sentado cerca de Tati―. Quizás utilicen el


templo... Si son tan malos. ―Tomaba un vaso de gaseosa.

Todos lo miraban. Era posible que allí pudiese estar encerrado.

―Bueno, tendremos que buscar por todos lados. ―Camila puso su mano en el
hombro de Julián, que parecía estar sin fuerzas.

―¿Cuál es el plan que tienen? ―preguntó Nicky, ansioso.

―Lo primero es ir hasta allá y detectar dónde está Boris. ―Julián hizo una pausa,
sintiendo un nudo en la garganta―. Esperemos que no haya abusado de él como lo
hizo conmigo. ―Se acomodó y puso las fotos que tenía en orden, sobre la mesita de
la sala―. Una vez que sepamos dónde lo tienen, hay qué ver cómo rescatarlo. Luego
de eso podemos atacar al pastor y esa red de tráfico que tiene, pero lo primero es
Boris ―propuso, observando todos los lugares dónde podría estar.

―Y, para asustarlos un poco, podríamos poner, en el periódico en donde trabajo, que
el hijo del pastor está desaparecido ―expuso Alex, sentado entre los otros dos―. Eso
hará que se den cuenta que Boris no está solo y tiene amigos que lo buscan. Con eso,
Gabriel debería sentirse amedrentado ―intervino, esperando la aprobación del resto.
―¡Qué buena idea! ―exclamó Camila―. Gabo no quiere que la gente sepa quién es
realmente. Su reputación correrá peligro. ―Sus ojos se iluminaron.

―No creo que se atreva a hacerle daño si su posición frente a la congregación se ve


afectada ―opinó Felipe, que lo conocía del equipo de fútbol.

―¡Entonces, mañana sale la noticia a primera hora! ―Alex estaba animado con su
plan.

―¡Y partiremos todos a buscar a Boris! ―Bruno también sonaba entusiasmado con la
idea de ir en un rescate.

―Debemos mantenernos comunicados. ―Tati estaba digitando algo en su celular―.


Estoy creando un grupo en WhatsApp para que nos mantengamos al tanto de todo.
―Sus dedos volaban sobre la pantalla del aparato―. Eh... ¿Un nombre para este
grupo? ―Los miró con duda.

―¡La fuerza gay! ―exclamó Bruno, levantando una mano empuñada, mientras todos
lo veían con caras extrañas.

Koka soltó una risotada junto al resto.

―¡No puedes ser más gay, Brunito! ―Continuaba riendo junto a su novia.

―¿Qué tal suena... Hashtag Todos somos Boris? ―Alex intervino entre las risas.

―¡Sí! ―gritaron todos, casi al mismo tiempo.

―Entonces, esa es nuestra causa ―acordó Tati, escribiendo en su celular el nombre


del grupo "#TodosSomosBoris" y luego terminó por añadir a todos los presentes.

Se quedaron planificando el viaje y cada detalle de lo que harían. Ya sabían bien a


dónde llegar, en primera instancia, a buscar a su amigo. Alex se puso en contacto con
el periódico y consiguió agregar una nota sobre la desaparición del hijo de un
conocido pastor de la ciudad. Prepararon sus bolsos y se reunieron a la hora
acordada, de la madrugada del otro día, para partir con la búsqueda.

Esa mañana y kilómetros más allá, en la iglesia Ministerio de los Arcángeles, Abner
ordenaba el púlpito para el culto de la tarde. Con esmero, dejaba cada silla y objeto
en su lugar. Luego de preparar los pormenores de la jornada religiosa, abrió la puerta
a una señora que, cada día, ayudaba en el lugar con el aseo del templo.
―¡Buenos días, querido hermano! ―exclamó alegre la mujer al verle.

―¡Muy buenos días, hermana Ana! ―contestó Abner, con una cálida sonrisa.

―¿Hay mucho por hacer este día en el templo? ―consultó la señora, acomodando sus
cosas en una de las bancas de la iglesia.

―No mucho, la verdad, pero siempre es bueno que revise... Ya sabe que me gusta
todo reluciente ―repuso el pastor que, como de costumbre, la dejaba sola para sus
labores.

―¡Pastor, no se vaya! ―lo llamó Ana, para que no saliera todavía―. Esto estaba en la
entrada. Hoy no lo recogió ―evidenció la mujer, sonriendo. En su mano sostenía el
periódico.

―No estaba cuando llegué. ―Abner extendió su mano y se lo recibió―. Muchas


gracias, Ana. Nos vemos y ¡Dios te bendiga, hermana! ―finalizó, cerrando la puerta.

Se dirigió a su vehículo y, antes de hacerlo partir, abrió el rollo de papel para darle un
vistazo a los titulares. La noticia del día era un robo al banco de la ciudad, se
destacaban algunos hechos deportivos y, en una esquina, se detuvo al ver la
fotografía de su hijo que decía:

Página 25 - DESAPARECIÓ EL HIJO DEL PASTOR DEL COLEGIO ARCÁNGELES.

Sintió un frío recorrer su espalda y, de manera nerviosa, hojeó el diario hasta llegar a
la página que contenía la noticia.

MÁS DE 48 HORAS LLEVA DESAPARECIDO BORIS FERRADA

El hijo de dieciséis años del reconocido pastor Abner Ferrada, de la congregación


Ministerio de los Arcángeles, se encuentra desaparecido tras ser visto por última vez
con su hermano mayor en las cercanías de un balneario, en donde se encontraba de
paseo con unos amigos. Noticia en desarrollo.

Los ojos de Abner se encendieron de ira, al ver que estaba su nombre en el periódico
de la ciudad vinculando la desaparición de su hijo con Gabriel. Buscó su celular con
desesperación y marcó a uno de sus contactos.

―Hola, padre ―contestó Gabriel, desde el apartamento donde vivía con su esposa.
―¿Ya viste el periódico de hoy? ―Abner sonaba cortante.

―No lo tengo, ¿qué sucede? ―Gabriel se levantaba de la mesa, acababa de


desayunar con Lucía y no quería que ella escuchara nada.

―Estamos en titulares. Buscan a Boris ―informó Abner, con la voz cada vez más
grave―. ¿Lo has visto? ―preguntó, con severidad.

―No. Claro que no he visto a Boris ―respondió Gabriel, entrando al baño de su


habitación, sin saber que Lucía había escuchado, porque se levantó para ver qué
estaba hablando con el pastor.

―¡Mientes! ―gritó Abner, con furia―. ¡Dice claramente que la última vez fue visto
contigo! ―agregó, descontrolado.

―De verdad. No he visto a Boris ―afirmó Gabriel, nervioso.

―¡Necesito que nos veamos antes del mediodía! Esto es grave ―sentenció el pastor y
luego colgó, enfadado.

Gabriel se mantuvo en silencio. Se observaba en el espejo e intentaba pensar qué


decir al pastor, porque le estaba mintiendo sobre el paradero de su hijo.

Afuera del baño y presa de los nervios, se encontraba Lucía, que acaba de escuchar
toda la conversación. Se apresuró y se fue hasta la cocina, donde pudo respirar con
más calma. Sus manos temblaban.

―Gabriel tiene a Boris en alguna parte ―murmuró Lucía, paralizada, cerca de la


puerta. Sabía de lo que era capaz su esposo.

―¿Qué haces ahí? ―Apareció Gabriel de improviso.

―Nada, solo vine por un poco de agua ―contestó la mujer, intentando ocultar sus
nervios.

―Yo debo salir, por asuntos con mi padre. ―Gabriel se acomodaba la camisa y
buscaba algo con apuro.

―¿Buscas tu bolso? ―Lucía parecía saber lo que su esposo necesitaba.

―Sí, eso mismo. No sé dónde lo dejé. ―Gabriel miraba por todos lados.
―Yo te lo traigo, no te preocupes. Lo dejaste en la habitación ―respondió Lucía y se
fue corriendo a buscarlo. Allí estaba, sobre una silla en el dormitorio. Lo tomó y, sin
dudarlo, metió su mano en él y sacó algo que mantuvo oculto en su puño mientras se
apuraba a entregar el bolso a su esposo.

―Gracias, linda, eres una buena esposa. ―Gabriel tomó el bolso y la besó. Salió con
prisa del apartamento.

Lucía estaba agitada, intuía que su esposo conocía dónde estaba Boris. Aún
temblorosa por los nervios, abrió su puño; ahí tenía un manojo de llaves. De alguna
forma, una de ellas podría ser del lugar en donde se encontraba Boris. Se sentó y,
observando las llaves, se puso a pensar.
El culto

―Ya era hora de que llegaras ―reclamó Abner, impaciente. Se encontraba sentado en
su escritorio, en la casona―. Todo el mundo ya sabe que Boris desapareció. ―Puso el
periódico sobre la mesa para que Gabriel pudiera verlo―. Y sigo sin entender qué
tienes que ver tú. ¿Ya lo encontraste? ―Sus ojos no disimulaban su enojo.

―Padre, no quería decirlo al teléfono. ―Gabriel tomó el periódico para leer la noticia
otra vez―. Sí, lo encontré y lo tengo en un lugar en las afueras de la ciudad.
―Carraspeó un poco, por los nervios de ver a Abner enfadado―. No creo que sea
seguro tenerlo cerca ―agregó, con seguridad.

―¡Y qué esperabas para contármelo! ―Abner se puso de pie―. ¡No puedes tomar
decisiones solo en esto o puede costarnos carísimo! ―Lo apuntaba, amenazante―.
Ahora, necesito que lo traigas. Se supone que lo vieron por última vez contigo ―dijo
y caminó hasta la ventana, pensando.

―¿Traerlo? ―Gabriel no estaba seguro del plan de su padre―. Y si regresa, ¿cómo


podremos utilizarlo en nuestros propósitos? ―Intentaba convencer a Abner―. ¡Será
evidente si vuelve a desaparecer! ―enfatizó, tratando de disimular sus nervios.

―¡Me da lo mismo! ―vociferó el pastor, cada vez más impaciente―. Hoy lo


necesitamos de regreso y tú debes traerlo sano y salvo ―recalcó, mirándolo fijo―. Lo
quiero esta noche durmiendo en su habitación o tendrás muchos problemas, no solo
con Betancourt... Y eso no lo queremos. ―Puso una mano en el hombro de Gabriel,
presionando con fuerza para dejarle en claro que no debía desobedecer.

―Está bien, padre. Esta noche lo tendrán en casa nuevamente y veré la forma de que
no diga nada ―contestó Gabriel, obediente.

―Pero, antes, deberás ir urgente a casa de Betancourt. Necesita darte instrucciones


en persona del resto del plan. ―Abner miraba su celular―. Deberás irte ahora mismo
y sin tiempo que perder. Al regreso pasas por Boris donde lo tienes y llegarás justo a
la hora de la cena. ―Fue con él hasta la puerta―. Así que no pierdas minutos valiosos
y vete ya donde Armín ―ordenó, al tiempo que abrió la puerta para que saliera.
―Entendido, padre, así lo haré. ―Gabriel salió raudo e intentando pensar cómo hacer
para sacar a Boris del hogar de niños sin ser visto. No tenía tiempo para ir, en lo
inmediato. Si dejaba esperando a Betancourt tendría más problemas de los que ya
tenía con la noticia del periódico y no quería perder el puesto que se había ganado en
el grupo de tráfico de órganos. Caminó veloz hasta su auto y se fue en dirección al
lago, donde vivía el Anciano. De regreso pasaría a buscar al muchacho y ya vería qué
hacer para que este no hablara. Estaba nervioso, pues no contaba con aparecer en la
prensa, vinculado a una desaparición. Tomó el camino hacia la carretera y, sin
detenerse, emprendió el viaje.

En la casona Ferrada el tiempo pasó rápido y ya estaba cerca la hora del culto de la
tarde. Como era habitual, Abner esperó a su hermana Corina y su esposa Marta para
salir juntos en dirección al templo. La mayoría de la congregación esperaba que su
pastor llegara para comenzar con la jornada. Las mujeres, alborotadas, saludaban al
apuesto líder del grupo, sin importarles que sus maridos estuviesen al lado. Al menos
lo disimulaban con afecto de hermanos de iglesia.

Cerca de la puerta, Lucía ya se veía un poco aburrida de responder a las preguntas


que le hacían por la noticia del periódico. La verdad, no entendía nada y no sabía qué
decir. No tardaron en comenzar a interrogar al pastor, quien, con una fingida sonrisa,
pidió que se acercaran justo antes de ingresar al templo.

―Hermanos queridos, muchas gracias por su cariño y preocupación por mi hijo ―se
explayó, mientras movía las manos para que vinieran hacia él―. Ustedes ya saben
cómo es la juventud de estos días y mi hijo tuvo una crisis al recordar a su fallecida
madre. ―Tapó su boca con la mano con delicadeza, intentando parecer
emocionado―. Y luego se fue, sin decir nada, hasta que al fin Gabriel lo ha
encontrado. ―Miró a Marta, que lo veía con extrañeza―. ¡Esta noche ya lo tendremos
en casa! ―celebró, con falsas lágrimas en los ojos.

―¡Gloria a Dios! ―exclamó gran parte de la congregación―. ¡Bendito sea


el Cordero! ―alabaron algunos, más emocionados con la noticia.

―No me habías dicho nada al respecto. ―Marta susurró al oído, al oído a su esposo.

―Fue todo demasiado rápido, Marta, tranquila ―respondió Abner, mientras recibía
palmadas en la espalda, en señal de apoyo.

―Hay mucho por pedirle al Señor, para que sane a mi sobrino de su mal ―expresó
Corina afligida a Lucía que se encontraba a su lado del brazo y en silencio.

―Sí, tía Corina, tendrás mucho que pedir al Señor ―respondió, pensativa, la esposa
de Gabriel. Luego siguieron al grupo que ingresaba al templo.

Se ubicaron en el sitio que cada uno ocupaba, de forma habitual, y el coro inició los
cánticos al ritmo de los instrumentos, que, con mucho arte, tocaban los hermanos.

Alzaré mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi socorro...

Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra...

Las voces se escuchaban desde la calle.

―He, aquí, no se adormecerá, ni dormirá el que guarda a Israel... ―Corina elevaba


su voz para que fuese escuchada en el mismísimo cielo, con la mirada fija en su
himnario.

De pronto, la puerta del templo se abrió con estrépito. Toda la congregación, del
susto, se detuvo y volteó a ver qué sucedía. Algunos rostros palidecieron, unos
hermanos tenían la boca tan abierta que cualquier mosca podría haber entrado sin
problema. Estaban horrorizados.

―¡Por qué se detiene el espectáculo! ―vociferó Serena Lagerfeld desde la entrada,


con un ajustado traje rosado lleno de brillo y su cabellera rubia―. ¡Cantemos todos!
¡Mi socorro viene! ―alzó su voz, imitando al coro, ante la mirada estupefacta de los
presentes que parecían no reaccionar.

La exuberante presencia de Serena se imponía, amenazante, era el pecado encarnado


en la puerta del templo.

―Pero ¿qué insolencia es esta? ―Apareció Abner, desde las primeras filas del templo
como si hubiese entrado el demonio.

―¡No se atreva a echarnos! ―exclamó Koka, que estaba de la mano con Tati, a un
costado de Serena―. ¿Acaso no somos bienvenidas en la casa del Señor? ―Se acercó
a su novia y la besó, apasionadamente. Los murmullos aterrados de algunas mujeres
retumbaron con el eco del lugar.

―¿Quiénes son ustedes? ―Abner caminó por el pasillo enfadado―. ¡No se dan cuenta
de que esto es un lugar sagrado! ―Echaba chispas por los ojos.
―¡Pare ahí, señor pastor! ―Julián lo interrumpió, estaba junto a todo al grupo que
venía en búsqueda de Boris―. ¿Acaso no son bienvenidos los homosexuales en su
iglesia? ―preguntó en voz alta, para que no quedara nadie sin escuchar. La
congregación estaba alborotada, algunas mujeres mayores eran abanicadas por sus
esposos para que pudiesen respirar. No daban más de la impresión.

―¡Sodomitas, fuera de aquí! ―gritó, enardecido, un hombre entre la multitud.

―¡Repito... ¿No somos bienvenidos?! ―Julián estaba junto a Felipe y Camila


observando.

―¡Su pecado debe ser eliminado! ―respondió Abner incómodo―. ¡Jamás entrarán en
el Reino de los Cielos! ―recalcó, apuntándolos.

―Y sus hermanos ¿ya saben lo que le hizo a su hijo Boris por ser homosexual?
―intervino Felipe, enfadado.

Todos en la iglesia se miraban y murmuraban espantados de lo que acababan de oír.

―¡Sepan también que Gabriel es un homosexual reprimido y perverso! ―exclamó


Julián con furia. Las miradas se fueron hacia Lucía que permanecía inmóvil―. ¡Y
queremos que nos entreguen a Boris...! ¡Ese desgraciado lo tiene en algún lugar!
―enfatizó, apuntando al pastor.

―¡Y yo también quiero saber dónde está la profesora Luisa! ―Camila se abrió paso―.
¡La vieron por última vez en el hogar de niños y no puede estar desaparecida!
―demandó, ante la mirada atónita del pastor.

―¿Es su hijo un sodomita? ―preguntó con asco unos de los "hermanos" al pastor.

A lo lejos, se escuchó caer a Corina desmayada y, tras de ella, unos pasos corriendo,
que al parecer eran de Juana que iba, como siempre, a socorrer a su patrona. Hubo
un silencio escalofriante dentro del templo. Parecían estar divididos los puros de los
pecadores.

―¡Dígales la verdad, señor! ―advirtió Serena con las manos en la cintura, haciendo
más imponente su presencia. Un jovencito la miraba con interés y culpa desde uno de
los asientos; ella le guiño un ojo haciendo que el muchacho se sonrojara―. Parece
que hay muchos que no entrarán en su reino... ―Soltó una risotada escandalosa,
luego de acomodarse el escote.

―¡Esto es una prueba, hermanos! ―improvisó Abner, viendo al grupo―. ¡Es el


demonio que nos quiere dividir y no podrá! ―Sus manos temblaban al ver cómo
algunos tomaban a sus hijos y salían de prisa del templo, murmurando, viéndolo con
desprecio, sin darle espacio a explicar.

―¿Dónde está Boris? ―insistió Julián, mientras Alex, el periodista grababa todo junto
a sus amigos.

―¡Fuera de aquí! ―bramó el pastor, descontrolado―. ¡Malditos demonios! ―Se


acercó a ellos, enfurecido―. ¡No está con nosotros ese mocoso! ―recalcó, muy cerca
de Julián.

―No nos provoques o diremos lo que sabemos. ―Julián se puso firme frente al
pastor―. No te conviene que digamos lo que haces con los niños del hogar ―le dijo
amenazador y en voz baja, para que el resto no escuchara, lo veía directo a los ojos.

El pastor dio un paso atrás, asustado. No esperaba que ellos supieran de su secreto.

―No lo sé... No sé dónde está... Váyanse de aquí ―balbuceó Abner, preso de los
nervios.

La congregación comenzó a salir de la iglesia. Muchos iban llorando, otros,


enfurecidos con lo que Abner ocultaba sobre sus hijos, unos cuantos seguían
espantados por la aparición de un transformista y otros homosexuales en la casa de
Dios.

Al fondo estaba Corina, aún desmayada junto a Juana. Marta estaba inmóvil,
pensando y observando cómo todos los veían con reproche.

―Creo que aquí no está Boris ―evidenció Julián, viendo a sus compañeros―. Al
menos le hemos dado otro golpe a estos imbéciles farsantes. ―Felipe le daba la mano
en señal de apoyo.

―¡Estuviste increíble, Serena! ―Camila se reía mientras salían de la iglesia de la


mano.

―He grabado todo. Esto podría ser una tremenda noticia ―intervino Alex, revisando
su cámara.

―Ahora nos falta saber dónde está mi bebé. ―Julián continuaba triste―. Quizás el
colegio podría ser el lugar ―propuso, mientras veía las personas alejarse de la iglesia.

―Tranquilo, hermano... Lo vamos a encontrar. ―Felipe lo abrazaba por la espalda


para darle ánimo.

―Creo que yo puedo ayudarlos ―interrumpió Lucía, que llegó apresurada, junto a
ellos, para que nadie de la familia la viera―. ¡Síganme! ―insistió, sin dejar de
caminar. Se metió detrás de un camión que había estacionado cerca. Todos la
siguieron.

―¿Cómo nos vas a ayudar si odias a Boris? ―Julián la miraba enojado e inseguro.

―Eso era antes ―respondió Lucía, con un claro arrepentimiento en sus ojos―. Ahora
sé quién es, en verdad, mi esposo. ―Sus ojos se pusieron vidriosos―. Y no quiero
que haga más daño del que me ha hecho a mí. ―Estaba nerviosa.

―Creo que tú también has sido su víctima. ―Camila se le acercó para darle apoyo.
Los demás miraban espantados de saber que Gabriel no había cambiado nada.

―Sí... ―Suspiró Lucía―. Lo importante es que creo que puedo ayudarlos a encontrar
a Boris, cuenten conmigo para lo que sea ―se comprometió, segura―. Hay que
detener a Gabriel, es un animal ―recalcó, con un tono angustiado.

―¿Sabes dónde está mi novio? ―Julián estaba impaciente.

―Creo que aquí puede estar la solución. ―Lucía sacó de su bolsillo el manojo de
llaves―. Son todas del hogar de niños y Gabriel nunca sale sin ellas. Esta vez lo
engañé ―reveló, mirando a Julián―. Debe estar allí, encerrado en alguna parte.
―Puso el manojo en manos del muchacho―. Hay que sacarlo pronto... ―finalizó,
emocionada, con las manos temblorosas.
El jefe

El camino se hizo interminable para Gabriel, que condujo a toda prisa por
la ruta que lo llevaba hasta el lago en donde vivía Armín Betancourt junto a su
esposa. Tardó mucho menos tiempo del habitual en llegar hasta el lugar, donde fue
recibido por el mayordomo de la casa y conducido directo hasta la terraza. Allí se
encontraba el Anciano de la iglesia, sentado en un sillón de madera, contemplando el
paisaje en silencio.

―Señor, ¿necesita algo más para la reunión? ―consultó el mayordomo, luego de


anunciar al invitado.

―No, así estamos bien ―contestó Armín, con un tono de voz triste―. Que nadie nos
interrumpa y, por favor, no descuiden a Helena ―ordenó, dejando una taza de café
vacía sobre una mesita de vidrio.

―¿Qué ha sucedido don Armín? ―Gabriel estaba intrigado―. ¿Por qué me ha llamado
tan urgente? ―Notaba algo extraño en su comportamiento.

―Es mi esposa, Helena, que cada día la noto más deteriorada en su salud ―comentó,
con preocupación―. Creo que en cualquier momento podría empeorar, por lo que
vamos a necesitar echar a andar el plan que teníamos trazado con Abner. ―Se puso
serio―. El problema es que he notado que se les ha ido de las manos el mantener al
producto... ―Suspiró profundo―. Digo, al muchacho ese, que es su hijo y que no han
podido controlar. ―Lo miraba con atención.

―Puede estar usted tranquilo, ese tema lo tengo bajo control ―respondió Gabriel, de
inmediato―. No ha sido fácil, pues sucedieron cosas que no estaban en nuestros
planes. ―Intentaba verlo a los ojos, pero el hombre le provocaba algo de temor―.
Como lo digo, está en mi poder y, cuando lo requiera, tendrá lo que necesita para
salvar a su esposa ―aseguró, con confianza.

―El corazón... eso es lo que necesitamos ―afirmó Armín, brusco―. De ese trasplante
depende la vida de mi mujer y sabes bien que pagaré una fortuna ―agregó. Se puso
de pie, ante la atenta mirada de Gabriel―. Abner se comprometió a darme lo que
pido y él mismo ofreció a ese mocoso, exclusivamente para mi familia ―enfatizó, con
un tono arrogante―. Los otros huérfanos del hogar están para los pedidos que hacen
los más influyentes en el extranjero. Esos no los podemos tocar o seremos nosotros
los muertos... ―Sus ojos estaban clavados en los del joven, que escuchaba atento―.
Así es que debes cumplir con el trato pactado. ―Miraba en dirección hacia la casa, en
la ventana de una habitación estaba su esposa, mirando hacia el lago―. Ella no sabe
nada sobre esto, nada de lo que hacemos... Ella es una mujer bondadosa y solo debo
salvarla, no puede morir. ―Su voz nuevamente estaba triste.

―No le fallaré, don Armín, puede contar conmigo para tener a su esposa más tiempo
a su lado. ―Gabriel se puso de pie y se paró al lado del Anciano―. Seré yo mismo
quien obtendrá lo que necesita, en nuestras nuevas instalaciones ―aseguró,
orgulloso.

―Muy bien muchacho, me gusta tu actitud. ―Armín le sonrió, como pocas veces lo
hacía―. No le temes a nada para conseguir tus objetivos―. Yo era igual cuando joven
y ya ves todo lo que he logrado. ―Suspiró y se acomodó el sweater de hilo rojo que
llevaba puesto.

―Espero un día tener tanto poder como usted lo tiene, señor. ―Los ojos de Gabriel se
iluminaban al pensar en ese tema.

―Si sigues así, quizás un día ocupes este puesto, tal vez antes que Abner... ―Armín
lo animaba a continuar con su empeño―. Después de todo, los Ferrada no sacaron la
inteligencia de su difunto padre, solo disfrutan el lugar que él les heredó ―añadió con
algo de molestia―. Si mi viejo amigo estuviera vivo, las cosas serían más grandes
aún. Ambos comenzamos este negocio de las iglesias ―recordaba, con la mirada
perdida.

―Bueno, pero Abner y tía Corina han logrado mantener el prestigio de la familia...
―dijo Gabriel, pensando en lo que veía desde que lo habían encontrado.

―¡Ah, no digas tonteras, muchacho! ―exclamó el Anciano, disgustado―.


Abner nunca ha estado a gusto del todo en el negocio, siempre quiso ser un vago
mujeriego. ―Miraba a Gabriel con los ojos bien abiertos de tanto enojo―. Y esa zorra
de Corina a la que le dices tía... ¡Ahora se hace la puritana! Si supieras, hijo... ¡Si
supieras! ―enfatizó, agitando sus manos.

―Ella siempre ha sido muy buena ―intervino Gabriel, sin saber qué más decirle.

―Algún día quizás te cuente las cosas que sé y me guardo solo por el respeto a su
padre, mi mejor amigo ―respondió el Anciano algo más calmado―. Ahora, mejor
vete y hazte cargo del producto ese... El hijo de Abner y que le salió medio desviado.
El anciano puso sus ojos otra vez en los de Gabriel.

―¿Desviado? ―el corazón de Gabriel se aceleró.

―Sí, ya me acaban de llamar unas mujeres de la iglesia antes de que llegaras


―aclaró Armín, al tiempo que le indicaba el camino para acompañarlo a la salida―.
¡Un escándalo que hizo un montón de afeminados y sodomitas amiguitos de ese
mocoso! ―su voz se volvió a encender de ira―. ¡Ve y hagan que la gente deje de
hablar tonteras! ―ordenó―. ¡Es una iglesia, no un antro babilónico! ―Tenía su dedo
índice levantado frente a la cara de Gabriel, dando instrucciones―. Si se les van los
fieles, no hay más ofrendas... y sin ofrendas no hay negocio, ¿entendido?
―sentenció, agotado por el esfuerzo.

―Entendido, señor ―respondió Gabriel, nervioso al enterarse de lo ocurrido―.


Prometo que no le fallaré. ―Extendió su mano para despedirse.

―Ya lo sabes, Gabriel... ―Armín estrechó su mano con fuerza―. Un corazón... ―pidió
claramente―. Y todo lo que sueñas será para ti ―finalizó, soltando su mano.

―¡Lo tendrá, se lo prometo! ―exclamó Gabriel, subiéndose a su vehículo y emprendió


el viaje de regreso, pensando en lo que acaba de saber. No contaba con que vinieran
los amigos de Boris a buscarlo de forma tan evidente a la iglesia. Presionó el
acelerador, su objetivo era llegar lo más rápido posible al hogar de niños en donde
tenía escondido al muchacho.

Mientras Gabriel realizaba su viaje y Abner se recuperaba de la intromisión de los


amigos de su hijo en pleno culto, Julián y su grupo se dirigían en compañía de Lucía
hasta el hogar de niños, en donde pensaban que podría estar Boris. Esperaron no ser
vistos por las cuidadoras del lugar, ya que estas podrían poner en alerta al pastor al
ver extraños en las inmediaciones del recinto. Entraron con sigilo, excepto por
Serena, que por sus tacos y peluca le era algo difícil pasar desapercibida.

―Ahora es cuando deberías ser Bruno y no Serena ―le susurraba Tati al


transformista, mientras iban agachados pasando debajo de una ventana.

―No puedo perder el glamur, amiga, menos en un rescate ―respondió Serena,


sujetándose la peluca y haciendo equilibrio con los tacones altos.

―Pareces uno de los Ángeles de Charlie en una misión. ―Koka iba detrás,
empujándole el trasero, para evitar que se cayera y ser descubiertos.

―Guarden silencio que nos pueden ver ―sugirió Julián, agachado cerca de Lucía.
―¿Esa es la puerta? ―Felipe llevaba a Camila tomada de una mano.

―Sí, esa es... ―respondió Julián, que ya conocía el lugar, estaban a un par de metros
de llegar.

A lo lejos se escuchaban los gritos de los niños jugando dentro del hogar con las tías.

―Ustedes entren y nosotros vigilamos. ―Alex iba registrando todo con su cámara―.
Somos demasiados para entrar en silencio ―agregó, revisando la pantalla de su
aparato.

―Si viene esa mierda de Gabo soy capaz de golpearlo. ―Se escuchó decir a
Francisco, que venía casi al final de la fila.

Fueron avanzando hasta la entrada a la bodega, en la parte trasera del lugar. Lucía,
muy nerviosa por lo que estaba haciendo, veía cómo Julián sacaba el manojo de
llaves y buscaba la que podría abrir la puerta de acceso. Probaron la primera y no
consiguieron nada, lo mismo con la segunda llave y luego la tercera, hasta que, en el
cuarto intento, la puerta se abrió.

―¡Al fin! ―Julián sonrió a sus compañeros al tiempo que abría lentamente la puerta
para que no hiciera ruido.

―Está oscuro... ―susurró Camila sin soltar a su novio, iban detrás de Julián.

―Sí, aquí fue dónde vimos por última vez a la profesora ―recordó el muchacho,
buscando un interruptor de luz.

―¿Qué es eso? ―preguntó Lucía, asombrada desde la puerta. Apuntaba al suelo. Con
la luz que ingresaba se lograba ver una placa de metal.

―¡Eso parece una bóveda! ―Felipe no salía de su asombro.

―No, aquí debe estar encerrado mi amor ―respondió Julián, con la mirada
ilusionada―. Esta llave es la más nueva y la más grande ―indicó, viendo la pieza de
metal que parecía tener menos uso que el resto de las llaves―. Estoy seguro de que
esta sí es ―agregó y la introdujo en la cerradura que había a un costado. Se escuchó,
con claridad, como si la compuerta se hubiese descomprimido y luego de un clic, pudo
levantar la pesada tapa metálica bajo la atenta mirada de sus amigos. Un halo de luz
salía del agujero. No era un lugar sombrío como todos estaban pensando.
―¿Qué es esto? ―Felipe se acercó a su amigo, que se encontraba arrodillado tras
abrir la puerta.

―No sé, hay una escalera ―Julián se acomodó para bajar y su amigo iba detrás de
él―. Hay que bajar... ―ordenó, sin dudarlo.

―¿Quién es? ―se escuchó gritar a una voz distorsionada por el eco, que provenía
desde abajo―. ¿Eres tú, Gab... ? ―alcanzó a decir Boris desde el final de la escalera,
cuando vio que arriba se asomaba su novio y Felipe.

―¡Mi amor! ―exclamó Julián exaltado por la emoción―. ¡Sube ya! ―le pidió,
extendiendo su mano, preso de la emoción al verle. Todos sonrieron al saber que
habían dado con su paradero.
La Mafia

Boris, sin pensarlo ni un instante más, subió la escalera a toda prisa, con los ojos
llorosos de la emoción al ver a su novio, esperándolo con las mismas ansias que él.
De un brinco se saltó varios peldaños y llegó hasta la salida. El abrazo que se dieron
fue con el alma, se entrelazaron por unos segundos que parecieron hacer detener el
tiempo. Solo estaban ellos sintiéndose el uno al otro, llenando ese vacío por las largas
horas sin estar juntos. Un apasionado beso daba cuenta del profundo amor que
sentían ambos, mientras sus amigos estaban emocionados por haber encontrado a
Boris.

―Te amo, mi vida ―le susurró Julián, casi sin separar sus labios, lo sostenía con una
mano detrás de la nuca―. Tenía tanto miedo de perderte ―reconoció, viéndole a los
ojos.

―Lindo, yo también te amo ―contestó Boris, aferrándose a la cintura de su novio―.


Deseaba tanto verte otra vez. ―Volvió a besarlo con pasión.

―¡Hey, ya es suficiente, tortolitos! ―exclamó Felipe, acercándose a ellos con una


enorme sonrisa―. ¡Qué susto nos has hecho pasar, hermano! ―Abrazó a la pareja,
que continuaba sin separarse.

―Gracias, Pipe... Ustedes son lo máximo. ―Boris estaba emocionado, al verlos


reunidos para ayudarlo.

―¡Amiguito, te extrañé tanto! ―Camila se abalanzó sobre ellos.

―¡Dime si no me veo divina como rescatista! ―alardeó Serena, haciendo una pose.
Junto a ella se encontraban Koka y Tati cerca de la puerta.

―¡Guau, qué lujo tener una rescatista así! ―Boris sonrió y se acercó a ellas para
agradecerles.

Los tacos de Serena eran tan altos que parecía que iba a tocar el techo.

―Me alegra mucho que Gabriel no te haya hecho daño ―dijo Lucía con timidez.

―¿Lucía? ―Boris no salía de su asombro―. ¿Qué haces aquí con mis amigos? Miró a
todos como buscando una respuesta.

―Siento mucho todo lo que alguna vez te dije o hice ―respondió Lucía, acercándose
a él―. Espero con esto, haber hecho lo correcto. ―Su mirada ya no era la misma de
antes, de esa mujer celosa que conoció Boris cuando llegó a la casona―. Y, si estoy
aquí, es porque yo también he sufrido por culpa de ese desgraciado de Gabriel.
―Llevó sus manos a la cara, tuvo el impulso de llorar, pero se contuvo.

―Oh, tranquila, Lucía. ―Boris le tomó la mano―. No digas nada más, gracias de
verdad por ayudarme ―añadió, con una sonrisa.

―¡Chicos, debemos salir de aquí rápido! ―advirtió Alex, con su cámara en la mano.

―¡Oh, no! ―se escuchó decir a Nicky desde afuera―. ¡Too late, guys! ―apuró, viendo
hacia afuera del Hogar.

―¡Corran, chicos, viene gente hacia acá! ―Francisco fue el primero en correr
buscando una salida. Sus rostros cambiaron de inmediato al saber que alguien venía
en dirección hacia ellos.

―¡Ay, estos tacones del terror! ―Serena no acostumbraba a andar por la tierra con
ese calzado.

―¡Corre o nos encontrarán! ―le gritó Boris, que iba junto a su novio saliendo de la
bodega.

―¡Lo sé, pero prefiero que me encuentren digna! ―alardeó la transformista, con sus
piernas temblorosas.

Tras correr unos cuantos metros, se dieron cuenta de que el lugar tenía solo una
salida y había una muralla alta al final del patio. Alex, Nicky y Francisco se treparon
en ella con facilidad y lograron ver que Gabriel no venía solo. Al menos, cuatro tipos
más lo acompañaban y venían armados.

―¡Huyan y sigan con lo planeado! ―les ordenó Felipe, que también


hubiese trepado, pero tenía a su novia de la mano, para protegerla.
Sin dudarlo, los tres saltaron al otro lado de la muralla y se fueron para poder
regresar con ayuda. Mientras tanto, los demás estaban contra el muro, asustados por
la presencia de ese grupo de hombres que seguía a Gabriel. Boris se aferró a su
novio, no quería que los separaran otra vez.
―¡Vaya... así que pretendían llevarse lo que nos pertenece! ―exclamó Gabriel, en
compañía de unos tipos con pinta de matones―. Y veo que mi querida esposa los ha
ayudado... ―dijo, sorprendido―. Muy mala idea contradecir a tu esposo, te va a
costar caro ―amenazó con una sonrisa malévola.
―¡No, por favor! ―Lucía temblaba detrás de Serena.
―¡Muchachos, apunten a esta gentecita! ―ordenó Gabriel a sus hombres―. ¡Son tan
ilusos que pensaron que estaba solo en esto! ―Soltó una carcajada, mientras los
demás estaban presos del miedo al ver que los apuntaban con armas―. Pensaron que
era un juego de niños... ―agregó, caminando lento hacia ellos.
―¡Tú me quieres a mí, no a ellos! ―suplicó Boris, sin soltar la mano de su novio―.
¡Deja que se vayan, por favor! ―Sintió deseos de llorar.
―Ay, qué lindo gesto de tu parte... ―dijo Gabriel con ironía―. Ya están aquí y son
parte de la fiesta. ―Se paró frente a la pareja, sus hombres continuaban
apuntando―. Y tú, te has vuelto muy valiente desde que te conocí. ―Se puso cerca
de Julián en forma desafiante―. Qué ironía del destino, los tres juntos al fin. ―No
dejaba de mirar a la pareja de Boris con odio.
―Y tú, siempre tan cobarde ―respondió Julián, sin demostrarle nada de temor. Boris
apretó su mano.
―Pero yo soy más inteligente que ustedes y conseguiré lo que quiero. ―Gabriel
esbozó una sonrisa, demostrando su malestar ante las palabras del muchacho.
―¡Eres un asqueroso! ―gritó Serena, haciéndose la valiente.
―¿Quién eres tú? ―Gabriel la miró, despectivo―. ¿Una muñeca inflable? ―Volvió su
mirada hacia Boris.
―¿Qué quieres de mí, Gabriel? ―Los ojos del adolescente demostraban
desesperación―. Entiende que yo no te amo... Déjanos ir y no diremos nada ―suplicó
Boris con la esperanza de ablandar su corazón.
―De ti quiero tantas cosas, ni te imaginas ―respondió Gabriel, lanzándole un beso.
―¡Te odio! ―exclamó Lucía con desesperación, sin poder contener el llanto.
―¡Ya basta! ―gritó Gabriel ―¡Todos, adentro de la bodega... me aburrieron!
―ordenó con furia.
Luego hizo que sus hombres guiaran al grupo hasta dentro de la bodega y los hizo
bajar hasta la clínica subterránea, en absoluto silencio.
―¿Qué mierda es esto? ―susurró Koka a los demás por completo asombrada.
―Aquí deben sacar los órganos de esos pobres niños ―respondió Tati, cubriéndose la
boca al ver que se trataba de un quirófano.
―Tranquilo, mi amor, yo estoy contigo ―susurró Julián a Boris, sin soltarlo.
Los dejaron a todos en la habitación que había estado ocupando Boris los últimos
días. Finalmente bajó Gabriel, dejando a dos hombres arriba para vigilar. Se notaba
satisfecho de tenerlos a todos bajo su control.
―Muy bien... Aquí pasarán lo que les queda de vida. ―Gabriel sonaba seguro de sus
palabras y caminaba de un lado a otro en la habitación―. Ustedes mismos se
metieron en esto sin que nadie los llamara. Yo solo quería a Boris ―admitió,
mirándolos amontonados en la pequeña cama del lugar―. Ya veré cómo ir
quitándolos del camino. ―Sonrió.

―¡Joven Gabriel, llegó su padre! ―comunicó uno de los hombres, desde la


salida superior del recinto.

―¡Entendido! ―respondió―. ¡Hazlo bajar! ―exclamó con fuerza.

Fue un momento tenso y silencioso el que se produjo, al saber que el padre de Boris
estaba en el lugar. Desde arriba se escuchó su voz saludar a los hombres que estaban
a su servicio. Descendió la escalera, observando el desastre que significaba tener a
tantas personas en las instalaciones.

―Vaya... Veo que nos estás causando más problemas de los planeados ―dijo Abner,
mirando directo a Boris―. ¿Qué significa toda esta gente aquí? ―Ahora miraba a
Gabriel, esperando una respuesta. De pronto se detuvo―. ¡Lucía! ―exclamó, con las
manos en la cabeza―. ¿Qué hace tu esposa aquí? ―preguntó, intranquilo.

―Lo siento, pero ella los ayudó a encontrar este lugar. Es una traidora ―sentenció
Gabriel, sin remordimiento.

―¡Padre, por favor, déjame salir de aquí! ―suplicó Boris desde la cama, Julián lo
detuvo para que no se pusiera de pie.

―No pensé que nos darías tantos problemas cuando te traje a la casa. ―Abner se
acercó a él―. Si no fuera porque vales millones de pesos, jamás te hubiese recogido
cuando murió tu madre ―confesó, sin la menor muestra de afecto ante la mirada
atónita de todos los presentes―. Nunca tuvimos tantos problemas en este negocio y
mira ahora... ¡Un montón de desviados intentando rescatarte! ―Sonaba molesto,
nadie se atrevía a decir nada―. ¡Ahora tendremos que eliminarlos a todos! ―exclamó
mirando a Lucía y moviendo su cabeza, como no gustándole la idea de que ella
estuviera ahí.

―Yo me haré cargo de ellos, ya veré qué hacer ―intervino Gabriel, para
tranquilizarlo.

―¿Por qué dices que valgo millones? ―se atrevió a preguntar Boris a su padre.

―Pensé que ya te habías dado cuenta, mocoso marica ―respondió Abner, justo antes
de subir de regreso por la escalera―. Tú eres el siguiente en la lista de donantes.
Pagarán millones por ti ―aseveró con frialdad―. Pensé que nadie reclamaría por ti,
no contábamos con estas aberraciones buscándote... ―Miró con desprecio a los
amigos de su hijo―. Ahora ya lo sabes, salúdame a tu madre cuando se reencuentren
en el otro mundo ―finalizó y salió del lugar, seguido por Gabriel y los hombres
armados, quienes cerraron la compuerta para que nadie se escapara.

―No puedo creer que me vendieran ―protestó, Boris perplejo. Unas lágrimas caían
por su rostro y en el mismo estado se encontraban todos quienes lo acompañaban.
No daban crédito a lo que habían escuchado.

―Mi amor, yo no dejaré que nadie te haga daño, lo prometo. ―Julián reaccionó y lo
abrazó con fuerza para contenerlo. Un sollozo desgarrador se escuchó salir de lo más
profundo de Boris.

Mientras todos sufrían al enterarse de la verdadera razón por la que querían a Boris,
varias calles más allá estaban Alex, Nicky y Francisco llegando a una central de
policía, dispuestos a denunciar al pastor y sus hombres. Entraron al edificio, un tanto
alterados, y corrieron hasta el mesón central, en donde un agente los recibió para ver
qué necesitaban.

―Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlos? ―dijo el policía frente al computador,
para ingresar su denuncia.

―¡Necesitamos ayuda! ―exclamó Alex, cansado de tanto correr―. Por favor,


ayúdenos, que tienen a nuestros amigos secuestrados ―imploró, respirando agitado.

―Por favor, le pido que se calme un poco y me diga si lo que está informando es
cierto.

El policía se sorprendió al escucharlo, ya que no parecía ser un lugar donde esas


cosas fueran habituales.

―¡Unos traficantes tienen secuestrados a nuestros amigos! ―gritó Nicky, impaciente


sobre el mesón.

―¿Traficantes de drogas? ―preguntó el policía, ingresando los datos.

―¡No, de órganos! ―exclamó Francisco para apurar al hombre que parecía una
secretaria de biblioteca.

―Un momento, creo que esto lo debe manejar mi superior. ―El policía se puso de
pie―. Por favor, síganme. ―Les pidió y luego caminaron hasta el final de un pasillo,
en el primer piso del edificio―. Denme un momento, señores, esto puede ser delicado
y será él quien vea su caso ―advirtió, antes de entrar en la oficina.

Luego de unos minutos de tomar datos, salió en compañía de un policía gordo y de


bigotes anchos, que caminaba lento por el peso de un abdomen prominente.

―Señores, por favor vengan conmigo a un sitio más seguro ―pidió el hombre,
dejando atrás al encargado de la recepción. Lo siguieron en silencio, hasta la sala que
estaba casi al final del lugar―. Pasen, muchachos, y díganme qué diablos es eso que
andan diciendo. ―Les indicó que se sentaran en un viejo sillón que había junto a la
pared.

―Nuestros amigos han sido secuestrados por unos traficantes de órganos ―explicó
Alex, fastidiado por la demora.

―Traficantes que trabajan con Abner Ferrada, el pastor de una iglesia ―intervino
Nicky, para apurar las cosas.

―Ya veo, esto sí que es grave ―respondió el gordo policía, acomodándose los
bigotes―. No se muevan, por favor... Vengo enseguida ―pidió, extendiendo sus
manos para que los muchachos no se fueran de donde estaban.

―¡Pero no hay tiempo que perder! ―exclamó Francisco, justo cuando el policía salió y
cerró la puerta con fuerza. Escucharon la cerradura y se pusieron de pie sin creer lo
que pasaba.

―¡Hey, abre la puerta, gordo infeliz! ―gritó Alex, moviendo la manilla sin conseguir
abrirla.

―El señor Betancourt me pagará mucho dinero por salvarle el trasero ―pensó el
policía, en voz alta, frotándose las manos, mientras se alejaba del lugar en donde
había dejado encerrados a los jóvenes.
Apartado Para Lectores !

Hola!

Nuevamente quiero agradecer a todos quienes siguen leyendo y comentando esta


historia que escribo con mucho cariño...incluso a esos lectores fantasmas que jamás
dicen nada!! =)

Sé que no es la típica historia de amor, pero esa era mi idea desde un principio, es
por eso que Gabriel siempre ha sido un personaje complejo con muchos conflictos
internos. He intentado (espero estar logrando esto) plasmar esa disyuntiva que existe
en muchas religiones en donde las personas homosexuales siguen siendo
discriminadas y tratadas como seres pecaminosos e indignos que no debiesen existir,
sin embargo en TODAS las religiones han existido...existen y existirán gays,
lesbianas, bisexuales, etc...Es Normal! Es Natural aunque ellos pretendan decir otra
cosa. Es por eso que el problema inicial de la historia parte con la llegada de un
adolescente gay a la casa del pastor y se encuentra con el hombre que despierta en él
un sin fin de sentimientos y esto es mutuo, pero Gabriel tiene esos tintes que poseen
muchos cristianos reprimidos y obviamente está la parte de ficción que agregué para
darle una trama aún más interesante que es el negocio que oculta el pastor ( aunque
a veces no es ficción que hacen este tipo de truculencias) y escogí que fuese Tráfico
de órganos, pues aunque no lo crean es una triste realidad que existe en el mundo;
es tan turbio y tan terrible que es casi un mito urbano, pero si buscan en internet
verán que hay artículos muy confiables en donde se habla este tema, existe gente
que por falta de dinero vende algún órgano y hay países en donde los niños son las
principales víctimas de esta gente sin escrúpulos. Esa es la razón por la que esta
dulce historia de amor se fue tornando cada vez más oscura y tengo a varios
sufriendo! jejejej...( risa malévola)

Hice este apartado y probablemente haga más y es para que ustedes aquí me dejen
sus impresiones ( además de las que dejan en cada capítulo)...pueden preguntar algo
sobre algún personaje puntual, algún hecho, no sé! lo que gusten yo se los
responderé. Sobre Corina? tranquilos, falta poquito y es el turno de esta recatada
mujer...! Y Spoiler?...No señores!! =)
Se inicia el plan

Dos días después de haber encerrado nuevamente a Boris y sus amigos en


el subterráneo del Hogar de niños, Gabriel se encontraba con la familia de Lucía, para
informarles que ella se ha marchado sin decir nada y de esa forma evitar que
sospecharan de él. Sin embargo, fue cuestionado varias veces por el padre de su
esposa tras enterarse del escándalo que habían montado los amigos de Boris en la
iglesia, en donde lo mencionaron diciendo que era un homosexual no asumido.
Con la habilidad de siempre, Gabriel supo hacerles creer que todo eran calumnias de
esos "desviados hijos de Lucifer", que solo buscaban hacerle daño al haberse negado
a los ofrecimientos carnales de Boris el día de su boda. Además de tener que inventar
algo para sus suegros, tuvo que cancelar una buena suma de dinero al policía que era
cómplice de la red de tráfico.
Desde un comienzo habían hecho contacto con personas influyentes para que los
ayudaran en casos de emergencia, como este, en donde un grupo de jóvenes
denunciaba el negocio. Tenían todo bien calculado y eran parte de un sucio negocio
que movía millones de dólares en todo el mundo. Abner y su grupo eran solo una
pequeña parte de la red que surtía de órganos a las familias más poderosas del
planeta, mafiosos, políticos y todo tipo de gente corrupta que no estaba dispuesta a
entrar en las largas listas de espera de trasplante.
Solo debían cancelar una fuerte suma de dinero y, en cualquier lugar del mundo, una
parte de la red movía sus hilos para conseguir "El producto", como lo hacían llamar.
Una vez que Gabriel pagó unos millones al policía, este le aseguró hacerse cargo de
Nicky, Alex y Francisco, por lo que ya los había enviado a un frío calabozo,
asegurando que eran unos delincuentes y drogadictos que acababan de robar mucho
dinero del Hogar de menores de la iglesia.
Tras ocuparse de esos incómodos detalles, se dirigió hacia la clínica secreta para ver
qué hacer con el resto de las personas que estaban estropeando sus planes. Había
ordenado a las cuidadoras del hogar que no se acercaran al sector de la bodega y de
esa forma evitar que estas descubrieran lo que había en dicho lugar. Abrió la puerta
del piso y descendió a toda prisa para no tener más inconvenientes. Allí estaban,
desparramados por todas partes y bastante debilitados.
―¡Coman! ―gritó Gabriel, tirando una caja con panes y botellas de agua―. Para que
vean que no soy tan cruel ―se burló―. No podría dejar que mi amorcito muriera de
hambre. ―Sonrió con maldad.
―Preferiría estar muerta ―respondió Lucía, sentada en el borde la cama.
―¿Quién dijo que me refería a ti? ―Gabriel la miró despectivo―. Mi amorcito es
Boris... ―Le lanzó un beso al muchacho, que estaba abrazado a Julián―. Y muy
pronto vas a estar muerta, Lucía. Seré un triste viudo ―anticipó, mientras abría una
botella de agua.
―¡Por favor, Gabriel, déjalos ir! ―suplicó Boris, sentándose en medio de la cama―.
No necesitas hacer esto, basta con que yo me quede aquí. ―Tenía su mano tomada a
la de su novio.
―Yo no te dejaré aquí solo, con este puto barato ―desafió Julián, apretando su mano
con fuerza y mirando con odio a Gabriel.
―¡Qué lindo! ―Gabriel se burlaba ―. Eres tan dulce que me dan ganas de hacerte
otra vez lo mismo que esa noche en la que estabas tan ebrio ―añadió, apoyado en la
pared observando la escena.
―¡Imbécil, te voy a... ! ―Julián saltó de la cama, con furia.
―¡No, déjalo! ―exclamó Boris, intentando detenerlo. Todos se pusieron en alerta.
―¿Qué me podrías hacer tú, mocoso? ―Gabriel caminó hacia él, amenazante,
mientras Boris jalaba de un brazo a su novio.
―¡Te mato, puto! ―gritaba Julián una y otra vez.

Sus amigas ayudaban a Boris a contenerlo.

―¡Cálmate, hermano! ―Felipe saltó por la cama y fue hacia donde su amigo, bajo la
atenta mirada de Gabriel―. No caigas en su juego ―le dijo, poniéndose frente a él―.
Esta mierda es un cobarde y debe estar armado. ―Tenía sus manos sujetando su
cara, para que Julián le prestara atención―. Yo también quiero partirle la cara, pero
no estamos en las mismas condiciones... ―dijo mientras miraba a su amigo para
calmarlo.

―¡Hazle caso a tu amigo! ―Gabriel estaba parado a corta distancia, con arrogancia―.
Tiene razón. De un solo tiro puedo enviarte al otro mundo. ―Sonreía, con una mano
tocando su bolsillo para que notaran que estaba armado.

―¡Eres una mierda! ―Felipe volteó a verlo, enfurecido―. No puedo creer que alguna
vez te admiré por ser tan buen deportista. ―Sentía impotencia no de poder hacer
algo.

―Pipe... Si supieras cuántas veces te miré en las duchas después de los partidos
―confesó Gabriel, soltando un suspiro para incomodarlo.

―¡Puto de mierda! ―Felipe se fue hacia él con la mano empuñada.

―¡No! ―gritó Camila, interponiéndose entre ellos. Gabriel, sin dudarlo, aprovechó de
tomarla por el cabello y atraerla con fuerza hacia él.

―¡Te mueves y mato a tu noviecita! ―amenazó Gabriel, sosteniéndola, mientras la


chica se quejaba por el dolor que le provocaba que le jalara el pelo.
Los demás observaban consternados.

―Por favor, suéltala. ―Felipe levantó sus manos en señal de arrepentimiento.

―Gabo... No sigas te lo suplico. ―Boris se acercó a él, sin miedo―. Ya, déjalos en
paz. Es a mí a quién necesitan. ―Llevó sus manos hacia adelante, para calmar el
ambiente tenso.

―Les queda muy poco para estorbarme ―afirmó Gabriel, con los ojos encendidos en
ira―. Cuenten sus horas y le podrán hacer compañía a su profesora en el otro
mundo―. Sonaba lleno de maldad, en tanto sostenía con más fuerza el cabello de la
chica―. ¡Aprovechen sus últimas horas! ―exclamó, dejando caer a Camila junto a él.

Luego Boris la recogió y la llevó hasta la cama, para contenerla con su novio.

―¿Mataron a nuestra profesora? ―le preguntó Julián, impactado―. Esa noche ella
quedó aquí... ―dijo cuando recordó aquel instante en que dejaron a Luisa en la
bodega.

―No lo sé... Puede ser... Quién sabe ―respondió Gabriel, caminando en dirección a la
escalera―. Y es mejor que coman a no ser que prefieran morir de hambre y
ahorrarme el trabajo. ―Sonrió desde el primer peldaño―. Y tú, ¿qué miras tanto? Se
detuvo a ver a Serena, que había estado casi todo el rato desde un rincón,
observando sin reaccionar.

―Nada, muñequito ―respondió la transformista con su maquillaje corrido―. Esos


brazos tan fuertes me producen cosas... ―Le guiñó un ojo, sin perder su encanto.

―Ridículo, no me hagas perder más tiempo. ―Gabriel la miró con desprecio y salió
del lugar sin nada más que agregar.

Cerró la puerta con prepotencia y se fue, dejándolos otra vez a la espera.

―¡Dime que aún no pierdo mi estilo! ―pidió Serena a su amiga Koka, mientras
recogía sus tacones del piso y se iba hacia donde estaban los demás reunidos.

Gabriel salió del hogar a toda prisa y se fue hacia la casona Ferrada para acordar los
detalles de cómo deshacerse de todos los estorbos con Abner. Llegó donde el pastor
lo esperaba y, al bajar del auto, se dio cuenta de que había un lujoso vehículo negro
en la salida de la casona. Se bajó a toda prisa y entró casi corriendo. Juana casi no
tuvo tiempo de saludarlo al cruzar la puerta y se fue en dirección a la oficina. Allí
estaba Armín, sentado frente al pastor.

―Gabriel, qué bueno que llegas ―saludó Abner, muy serio.

―Don Armín... ¿Usted aquí? ―Gabriel se acercó, dudoso de ver al hombre en la casa,
ya que había estado él hacía poco tiempo afinando los detalles.

―Así es... Aquí me tienes otra vez frente a ti. ―Armín se acomodó en el sillón―.
Desearía no estarlo, pero... ―Su mirada no era severa como siempre―. Helena está
en la clínica ―informó, con amargura.

―¡Oh, lo siento mucho, señor! ―respondió Gabriel, con prontitud.

―¡No digas tonteras, muchacho! ―El Anciano se puso de pie―. Si esto es lo que iba a
suceder y a ti te conviene ―auguró, acomodando su corbata ―. Ha llegado el
momento de concretar el negocio pactado... ―Se acercó a Gabriel que permanecía
atento.

―Entendido ―atinó a decir Gabriel.

―Helena no está bien y le han dado setenta y dos horas para conseguir un trasplante.
―Los ojos de Armín se pusieron vidriosos―. Necesita ese corazón urgente y ustedes
me lo tiene que entregar. ―Apuntaba al pastor, como dando una clara orden.

―Sí, señor, lo tendrá... antes de ese plazo ―respondió Gabriel, nervioso.

―Es la vida de Helena o la de ustedes... ¿Entendieron? ―sentenció el Anciano desde


la puerta, justo antes de retirarse―. Estaré esperando noticias desde la clínica...
Echen a andar el plan ―exigió y salió de la oficina, dejando al pastor y Gabriel
preparando todo lo que deberían hacer para concretar su propósito. Betancourt
caminó algo lento por el pasillo hacia la salida, la empleada, al notar su presencia,
corrió apresurada para despedirlo desde la puerta, pero este se detuvo justo a la
entrada de la cocina.

―¡Don Armín, qué sorpresa verlo! ―exclamó Corina sorprendida desde la cocina.
Estaba sentada leyendo unos Salmos.

―¿Sorprendida? ―respondió el Anciano, mientras se acercaba con lentitud.

―Claro que sí, usted sabe que siempre ha sido bienvenido en nuestra casa. ―Corina
se puso de pie para ir a saludar al hombre, pero este estiró su brazo en señal para
que no avanzara más.
―Eso sería cuando vivían tus padres, mis grandes amigos, pero esas palabras no me
las creo de tu boca. ―Armín la observaba con desprecio.

―¿Acaso duda de mi palabra? ―Corina no levantaba la mirada―. No podría mentir,


es pecado... ―sentenció, en tono sumiso.

―¡Pecado! ―exclamó Betancourt con risa, la empleada escuchaba desde afuera en el


pasillo, con sus manos tapando la boca―. No seas ridícula, Corina... ¿A quién quieres
engañar? ―regañaba el Anciano―. Esa palabra te queda chica... ¿Ya lo olvidaste?
―Se acercó a ella, mirándola con desprecio.

―Yo he olvidado eso... El Señor me ha limpiado de cualquier pecado. Soy una mujer
digna de su presencia ―contestó la mujer, afligida y sonrojada. No se atrevía a verlo
a los ojos.

―¡Cállate! ―exclamó el hombre con enfado―. ¡Eso díselo a quién no sepa lo que
hiciste! ―La tomó de un brazo y la sacudió como un papel―. ¡Nunca te voy a
perdonar y mi esposa menos! ¡Eres una mujerzuela! ―La soltó, dejándola caer sobre
la mesa, Juana entró corriendo para socorrerla, ya que casi se desvanecía por el mal
rato―. Pensaste que yo no lo sabía... ¡Te diré todo lo que sé de ti, mojigata! ―dijo y
se abalanzó sobre ella para enfrentarla, mientras la empleada intentaba echarle aire
con la biblia que había cerca.
El pasado de Corina

Con todo el alboroto que se había formado en la cocina, no tardaron en


llegar Gabriel y Abner para ver qué sucedía. El paisaje no era alentador, pues tía
Corina se encontraba medio desmayada en los brazos de Juana quien, con fervor, le
daba aire con la biblia y murmuraba una oración, implorando al cielo para que no
fuese la hora final de la mujer a la cual había criado desde que llegó a trabajar con la
familia.
―¿Qué está pasando aquí, don Armín? ―intervino Gabriel, confundido e intentando
ayudar a la tía, que se incorporaba con torpeza.
―¡Ya no soporto encontrarme con esta mujer y no escupirle unas cuántas verdades
en la cara! ―contestó el enfurecido hombre.
―¡No, mi señor, no es necesario humillarla! ―suplicó Juana, sumisa―. La niña Corina
ya ha pagado muy caro... Déjela en paz, por favor ―insistió, con los ojos llorosos.
―¿A qué se refieren? ¡No entiendo! ―exclamó Abner, intentando comprender.
―La niña Corina... ―repitió Armín, con sarcasmo―. Juana, siempre has sido fiel a tus
jefes y es admirable. ―Miraba a la empleada, en tanto Corina recibía un vaso de
agua―. Pero no puedes negar que esta mojigata tiene un pasado y una deuda con mi
familia. ―Se acercó a ellas con mirada amenazante.
―¡Yo era muy joven! ―se defendió Corina, con las manos en la cara. Sentía
vergüenza.
―¡Sí, eras joven y una suelta! ―respondió el Anciano, apuntándola ante la mirada
incrédula de Abner y Gabriel―. ¡Nunca olvidaré que, por tu culpa, ya no tengo a mi
hijo! ―Armín contuvo sus impulsos de querer golpearla.
―¿Qué es todo este escándalo? ―Apareció Marta, somnolienta―. Me han despertado
de la siesta ―se quejó, sin comprender la situación.
―¿Recuerdas que tu madre no podía controlarte cuando te escapabas con los
muchachos por las noches? ―Armín la veía con desprecio―. ¿Se te olvida que yo
ayudé a tu padre cuando te quedaste preñada? ―exclamó, sin compasión.
―¡Basta, por favor! ―suplicó Corina, desvanecida entre los brazos de Juana.
―¿Ahora te haces la santurrona? ―Armín caminó hasta la puerta de la cocina―.
¡Después de que por tu culpa mi hijo se quitó la vida! ―gritó, como dejando salir un
odio contenido por mucho tiempo―. ¡Nunca te lo perdonaré y mereces haberte
quedado seca por dentro! ―La apuntó y luego se retiró del lugar, dando un fuerte
portazo a la salida. Corina quedó llorando desconsolada, alrededor de ella solo había
miradas confusas.
―¿Es cierto todo lo que dijo Armín? ―preguntó Abner, acercándose a su hermana.
―¡Déjame, no quiero hablar! ―gritó la mujer, entre sollozos, y salió corriendo en
dirección a su habitación, para evitar que siguieran haciéndole preguntas incómodas.
Se encerró y se sentó al borde la cama a llorar su amargura, por un largo rato, luego
se puso de pie y caminó con pocas fuerzas, hasta un escritorio que tenía cerca de la
ventana.
Tomó una cajita de madera que tenía un candado y la abrió con las manos
temblorosas. Allí dentro encontró una fotografía de un hombre joven y apuesto.
Se perdió en los hermosos ojos verdes de aquel muchacho, los recuerdos de sus
dulces labios carnosos, el roce de su barba y el aroma de su piel invadían su mente.
Era como si Armín hubiese desenterrado ese pasado que ella ocultaba con tanto
dolor. El eco de sus memorias comenzó a venir a su mente y las lágrimas caían por
sus mejillas.
Era una noche de 1987.
―Boys, Boys, Boys... I'm looking for a good time...! ―Corina iba al ritmo de la letra
de su canción favorita frente al espejo. Se arreglaba para salir y quería dejar su
cabello lo más a la moda posible, como en las revistas que miraba con sus
compañeras de colegio. Se aplicaba gran cantidad de gel para fijarlo y obtener un
aspecto desordenado y voluminoso―. Boys, Boys, Boys... Get ready for my love!
―continuaba cantando con la radio a todo volumen e imitando los movimientos de
Sabrina Salerno, la cantante del momento y a la cual le copiaba el estilo.

―¡Corina, qué significa esto! ―se escuchó gritar desde la puerta a su


madre, escandalizada, al ver a su hija haciendo bailes que no correspondían a una
joven de familia cristiana.

―¡Ay, mamá, no seas anticuada! ―respondió la joven, acomodándose la chaqueta de


jeans―. ¡Es la mejor cantante junto con Madonna! ―Saltaba de un lado a otro, como
una cabra descontrolada.

―¡Qué tonteras dices! ―Su madre apagó la radio―. No deberías comportarte así,
eres la hija del pastor y debes dar el ejemplo ―regañaba detrás de su hija, que
parecía no estar prestándole la menor atención.

―¡Ya! ¡Está bien! ―Corina tomó unas monedas que tenía sobre su cama y las metió a
su bolsillo―. Pero ahora no tengo tiempo para eso. Voy a una fiesta con mis amigas.
―Caminaba de prisa hacia la puerta.

―¡No te he dado permiso! ―exclamó Amanda, la madre de Corina ―. ¡Esta noche te


quedas aquí, porque mañana hay que ir al culto dominical! ―intentó agarrarla de un
brazo, pero su hija era mucho más rápida y corrió sin darle tiempo a detenerla. Como
ya se había hecho costumbre en la joven, salía sin permiso cada vez que se le
antojaba y generaba conflictos en sus padres.

Pedro, el pastor, siempre culpaba a su esposa del comportamiento inadecuado de su


hija, ya que la crianza era una labor de la mujer. Por otro lado, él siempre tuvo
preferencia por su pequeño hijo Abner, con el cual pasaba gran parte de su tiempo.

Corina salió rauda de la casona y se fue a casa de una de sus amigas del colegio, con
la cual se juntaban a bailar e imitar a sus cantantes favoritas. Algunas veces hacían
fiestas y eran bastante populares entre los chicos de su edad, que las pretendían por
ser tan osadas.

Esa noche había un gran número de adolescentes emborrachados en el galpón donde


se juntaban. Una vieja radio sonaba entre el alboroto y, un poco más, allá se veía una
fogata en donde estaban bebiendo. Hacia ese lugar caminó Corina, que sabía que su
amiga estaba entre ese pequeño grupo.

―¡Amiga, toma un poco de esto, está muy bueno! ―invitó Laura, su mejor amiga,
estirando su brazo para pasarle la botella de vino barato que estaba bebiendo.

―¡Hay mucha gente! ―exclamó Corina, luego de probar un sorbo de vino. Parecía
extasiada con el ambiente festivo.

―¡Y mira quién está allí! ―Laura le indicó para que mirara un poco más allá.

El corazón de Corina se aceleró al verlo. Allí estaba el apuesto chico de ojos verdes,
con su guitarra, apoyado en una pared sacando unos acordes. Era la tercera vez que
lo veía y aún no se atrevía a decirle nada. Su amiga se puso de pie y la alentó para
que se acercara a conversarle. Corina, sin dudarlo, fue con timidez hasta donde se
encontraba aquel muchacho. Se paró frente a él, quien parecía ignorar su presencia.

―¡Hola! ―le dijo Corina, coqueta―. ¡Qué linda tu guitarra! ―Se acomodaba el pelo
con nerviosismo.

―Hola. Pensé que nunca me hablaría la hija del pastor ―respondió el muchacho,
dejando el instrumento a un costado.

―¿Cómo sabes quién soy? ―respondió ella, más nerviosa de lo que estaba al ver esos
ojos hermosos prestarle atención.

―Mi padre trabaja con el tuyo, pero no te has dado cuenta... Te llamas Corina. ―El
muchacho sonrió e hizo que la joven se desvaneciera por dentro.

―¡Sí, soy yo! ―exclamó, sonando algo ridícula―. ¿Cómo te llamas? ―atinó a decir,
presa de los nervios.
―Me llamo David ―se acercó y le dio un beso en la mejilla ―. David Jesús. ―Se
quedó parado, sonriendo frente a la joven que no reaccionaba.

Con el tiempo comenzaron a salir, sin comprometerse, porque Corina estaba en una
etapa de su juventud en la cual disfrutaba de las fiestas y el descontrol, a pesar de
que sus padres insistían en pedirle que diera el ejemplo y no manchara el apellido de
la familia. Nada de eso le importaba y cada vez que podía se escapaba con su amiga
y los muchachos del grupo.

En algunas ocasiones se encontraba con David, que tenía diecisiete años al igual que
ella, solo que él no estaba de acuerdo con los excesos y cada vez estaba sintiendo
cosas más profundas por la joven. Fue con ella con quien tuvo su primera vez,
después de una de las tantas fiestas que se hacían en aquel viejo galpón.

Para Corina, esto no tenía mayor importancia, pues era sabido que, por lo general, se
iba con diferentes chicos a pasar la noche tras las borracheras. Esto llegó a oídos de
David, quien, a esas alturas, ya se encontraba enamorado de Corina y comenzó a
entrar en una fuerte depresión al ver que ella solo se divertía con él cuando se le
daba la gana.

Cuatro meses después de conocerse, Corina quedó embarazada y comenzó su


calvario, pues no sabía quién era el padre de su hijo. No estaba segura y se lo contó a
David, quien, en un acto de bondad y amor, le dijo que no importaba y se haría cargo
de aquel embarazo. Cuando decidieron contarlo a sus familias, el escándalo fue
mayúsculo y ambos fueron castigados por sus padres.

Amanda y Pedro decidieron eliminar todo rastro del embarazo y, en conjunto con
Armín, buscaron una mujer que le realizó un aborto a la joven, provocando en ella
daños irreparables que la dejaron estéril. Semanas después la enviaron a terminar el
colegio a un internado cristiano en el sur, mientras que la familia Betancourt decidió
establecerse lejos, comprando un terreno en la cordillera a orillas de un lago, de esta
forma mantendrían a los jóvenes separados.

Sumido en el dolor de haber perdido a la mujer que amaba y al hijo que esperaba, la
frágil mente de David lo fue destruyendo poco a poco, hasta que un día fue
encontrado, colgado en un árbol, por su padre. En su bolsillo tenía una carta dirigida
a Corina, con la cual Betancourt supo que su hijo había aceptado la paternidad solo
por el profundo amor que sentía. Desde entonces, Armín le había guardado odio a
Corina, la cual regresó a su casa un año después.

Con el pasar del tiempo, la joven se dio cuenta de todo lo que había perdido y, al
saber que ya jamás podría ser madre, la amargura se apoderó de ella y terminó
dejando en el olvido su pasado, encontrando refugio en la religión que le heredaron
sus padres.

Habían pasado ya muchos años de aquello. Las lágrimas no dejaban de caer por su
rostro y sus ojos hinchados ya no daban más al haber recordado su único y verdadero
amor que no supo valorar en su momento. Ahora era una mujer solterona y
amargada que solo encontraba consuelo en las palabras de la biblia. Tomó la foto de
aquel hermoso joven y le dio un beso, luego la puso sobre su pecho con la mirada
triste. Se tendió sobre su cama sin soltarla y se quedó dormida, desconsolada.

Abajo, en la cocina, aún estaba Gabriel sentado, tomándose una taza de té para
pensar bien todo lo que debería hacer en las próximas horas. Miraba el reloj y
escuchaba cómo sonaba el pasar de los segundos, indicándole que, cada vez,
quedaba menos tiempo para terminar con el plan que debía cumplir, para asegurar su
futuro. Se puso de pie, dejó la taza a medio terminar en el lavadero y luego salió de
la casona sin dudarlo. Estaba decidido que ya era la hora de hacer lo que se le había
ordenado. Se subió a su auto y tomo rumbo hacia el Hogar de niños.
El último deseo de Serena

Al llegar al escondite detrás del hogar de niños, Gabriel bajó a toda prisa
hasta la clínica secreta, en donde se encontró con el grupo sentado en el piso. Sus
rostros reflejaban el cansancio por el pasar de las horas en incomodidad. Boris estaba
recostado en el hombro de su novio y jugueteaban con sus manos entrelazadas.

Lucía dormía desde hace mucho rato, tras haber llorado amargamente. Koka y Tati se
acariciaban y, a ratos, reían a pesar del ambiente denso. Felipe y Camila ya casi se
quedaban dormidos, apoyados en la cama por el hambre que tenían y Serena, cada
vez más desastrada en su maquillaje, observaba a Gabriel, que buscaba algunas
cosas del otro lado del vidrio en el quirófano.

La transformista se puso de pie, se acomodó sus tacones, caminó con las pocas
fuerzas que le quedaban y tocó el cristal un par de veces para llamar la atención.

―¡Hey, tú! ―gritó Serena pegada al vidrio, sus compañeros miraban desganados―.
¡Hey, guapito, mírame, por favor! ―insistió sin titubear.

―¿Qué quieres? ―respondió Gabriel, seco, metiendo unos sobres en una maleta
negra―. ¡No tengo tiempo para tus cosas! ―Ni siquiera la veía.

―¡Gabriel, necesito hablarte un momento! ―gritó, con voz grave y actitud


masculina―. Ay, perdón... ¿Me darías un minutito? ―cambió otra vez a un tono
femenino y dulce.

―¡Dime desde ahí lo que quieras! ¡No me interesa hablar contigo! ―Gabriel cerró su
maleta y la metió en un cajón.

―¡Tengo una oferta para ti! ―exclamó Serena, sonriente―. ¡Solo un minuto!
―suplicó con sus manos juntas.

―Si así me libro de ti, te daré ese minuto... ―dijo Gabriel, entre dientes, y caminó
hasta la puerta para que pasara―. ¡Pasa y dime rápido lo que tengas que decirme!
―ordenó, al tiempo que la transformista se metía al quirófano.

―Mira, Gabriel, ya sé que tarde o temprano vamos a morir... ―Serena había


recobrado su postura glamorosa, por alguna extraña razón―. Y no quiero morir sin
sacarme las ganas de estar por última vez con un hombre ―dijo, mientras Gabriel la
miraba atento―. Te he mirado bastante y por más malo que seas, no puedo negar
que estás demasiado rico y pensé... ―explicó muy rápido, y casi, sin respirar―.
¿Quieres hacérmelo antes de que me mates? ―finalizó, sonriendo e impaciente.

―¿Qué? ―respondió Gabriel, atónito―. ¿Y yo por qué debería hacer eso? ―La miró
de arriba a abajo.

―¡Pues porque eres hombre y les gusta poner su cosita en cualquier parte! ―Serena
llevó sus manos a la cintura―. Y mi último deseo es estar con un hombre fuerte y
guapo... No te arrepentirás. ―Le guiñó un ojo, coqueta.

―¡Qué ridículo! ―Gabriel ya estaba perdiendo la paciencia.

―Bueno, no pierdes nada y pasarás un buen rato ―insistió Serena, acercándose―.


Sé hacer maravillas. ―Lo miró con deseo, a pesar del miedo que sentía.

―Así es que ese es tu último deseo antes de que te envíe al otro mundo ―comentó el
joven, de modo insinuante―. No me vendría mal un buen rato entre tanta tensión.
―Se le acercó con lentitud.

―Pero aquí nos verán. ―Serena se puso nerviosa al tenerlo cerca.

―Vamos al baño y te cumpliré todos tus deseos. ―Gabriel la tomó de un brazo y la


llevó hasta el pequeño baño que había en la otra sala.

Los demás miraban, atentamente, la situación.

―Quiero ver lo que sabes hacer, guapito ―desafió Serena, acercándose a su cuello
luego de cerrar la puerta.

―¡Guarda silencio! ―ordenó Gabriel y la tomó por la cintura con fuerza.


Luego la volteó y la apoyó contra la pared.

―Qué rudo... Te vas directo a la acción ―gimió, al tiempo que Gabriel le intentaba
quitar la ropa―. Antes, quiero que mis labios prueben lo que tienes ahí. ―Serena se
dio vuelta con fuerza y llevó una de sus manos hasta la entrepierna de Gabriel―. Veo
que estás listo. ―Sonrió y bajó con lentitud, abrió el pantalón del joven y, sin
dudarlo, comenzó a hacerle sexo oral.

Gabriel sintió un enorme placer y fue como un relajo entre tanta tensión. Cerró sus
ojos y se dejó llevar por los encantos de Serena.
―Ya quiero hacértelo ―murmuró Gabriel, entre gemidos.

―Como quieras, papi ―respondió la transformista y se levantó.

Lo empujó con suavidad sobre el inodoro, donde quedó sentado con los pantalones
abajo. Serena se acercó, lista para posarse sobre él con sus piernas separadas, le
sonrió con picardía y le propinó un certero golpe de puño en un ojo que lo hizo caer al
suelo. De inmediato le dio una patada en la entrepierna, que lo dejó sin aliento y
retorciéndose en el suelo.

―¡Caíste, imbécil! ―gritó Serena, mientras abría la puerta. Sus amigos estaban
afuera esperando para ayudarla.

―¡Lo hiciste! ―exclamó Tati, viendo a Serena, que salía corriendo con las llaves que
le había robado, astutamente, en la mano.

―¡Esta mierda se merece una despedida! ―Felipe se metió al baño al ver a Gabriel
retorcerse en el piso―. ¡Ustedes, corran! ―ordenó y se lanzó a darle golpes sin
descanso, al tiempo que sus amigos huían por la escalera.

―¡Ya, déjalo, Pipe! ―Julián lo estaba esperando y lo sacó a tirones del baño―. ¡Hay
que escapar! ―le dijo, sin mirar atrás. Tenían tiempo, antes de que Gabriel se
incorporara.

Subieron la escalera y, en la bodega superior, abrieron con rapidez la puerta de salida


por donde comenzaron a huir desesperados. Serena dejó sus tacones tirados y corrió
junto a Koka y Tatti, que ayudaban a Lucía a no quedar atrás. Camila, aún asustada
por la reacción de su novio antes de subir, lo esperó en la puerta hasta que pudieron
darse la mano para correr juntos. Boris hizo lo mismo y salieron raudos por el patio
del hogar para alcanzar la salida.

―¡Serena, resultó tu plan! ―exclamó Koka, sin dejar de correr.

Abrieron el portón del recinto y, uno a uno, fueron saliendo de su encierro hacia la
calle, agitados y usando las últimas energías que les quedaban. Habían planeado
entre todos la forma de engañar a Gabriel, y resultó ser Serena quien tuvo la mejor
idea. Camila y Felipe se abrazaron al verse libres, esperaban la salida de Boris y
Julián que ya venían cerca del portón, cuando se escuchó un disparo desde adentro.

Sus rostros palidecieron. Hubo un breve silencio de incertidumbre.


―¡No! ―se escuchó gritar a Boris del otro lado del cerco.

Gabriel venía desde el patio trasero, desastrado por los golpes. Apuntaba con un
revólver y había herido a Julián en una pierna.

―¡Huyan! ―gritó el muchacho, herido desde el suelo para evitar que los encerraran
de nuevo―. ¡Corran, por favor! ―ordenó, tomándose la pierna que sangraba. Sus
amigos comenzaron a correr, ya que ahora podrían ir a pedir ayuda.

―¡Volveremos con ayuda, brother! ―gritó Felipe, angustiado al ver a su amigo


tendido, sin poder ir a socorrerlo.

―Yo no me iré de aquí sin ti ―aseguró Boris, ayudándole a ver su pierna.

―¡Ni se muevan! ―gritó Gabriel, sin dejar de apuntarles.

―Huye, mi amor, por favor ―suplicó Julián a su novio, para que aprovechara el
momento.

―No, mi vida, yo no te voy a dejar solo ―respondió Boris, con los ojos llorosos,
tocando con cuidado la herida.

―Esto les saldrá caro ―advirtió Gabriel ya al lado de ellos―. ¡Ayúdalo y llévalo otra
vez a la bodega! ―ordenó a Boris apuntándolo con el arma―. ¡Caminen! ―exclamó,
exaltado. Tenía un ojo enrojecido y una herida cerca del labio.

Boris ayudaba a su novio a caminar, porque él cojeaba y se quejaba por el dolor.

―Tranquilo, amor, creo que solo me rozó la pierna, pero arde mucho. ―Julián iba
apoyado de un hombro de Boris.

―¡Ustedes sí que causan problemas! ―refunfuñó Gabriel, sacándose la sangre del


borde del labio―. Por suerte enviamos a los niños a un lugar provisorio de paseo o
esto ya sería otro escándalo ―informó, mirando por las ventanas hacia el interior del
hogar.

Los llevó otra vez hasta el lugar donde los había tenido todo el tiempo encerrados.
Julián se tendió en la cama en tanto su novio, con una sábana, le presionaba para
que no sangrara más.

―Tienes suerte de que no te entró la bala. ―Gabriel lo miraba desde la escalera―.


Pueden quedarse otra vez juntitos y aprovechen sus últimas horas... ―ironizó,
mientras subía―. Volveré por ti, Boris ―amenazó, justo antes de cerrar con fuerza la
compuerta del piso superior.

Julián y Boris se abrazaron por un largo rato, luego revisaron la herida y la lavaron en
el baño. Utilizaron un trozo de sábana para vendar la pierna. Lamentaban no tener
acceso al otro lado en donde, de seguro, tenían elementos para limpiar. Al menos,
solo había sido el roce de la bala.

―Debiste haber escapado, mi amor ―lamentó Julián, acariciando su rostro―. Yo no


les sirvo de nada. Te quieren a ti. ―Sus ojos estaban llorosos.

―No, mi vida, de aquí no me voy sin ti... Te amo ―respondió Boris con dulzura. Lo
besó para tranquilizarlo. Se acomodaron sobre la cama, abrazados, esperando que
vinieran por ellos.

Mientras tanto, sus amigos corrieron desesperados por ayuda y fueron directo a la
estación de policías, en donde fueron recibidos por el encargado que estaba junto al
recepcionista. Era el hombre gordo y con bigotes que estaba comiendo un hot dog
con bastante apetito, cuando ingresaron corriendo y en mal estado.

―¡Qué les ha pasado! ―preguntó el policía con la boca llena. Miraba a Serena, que
parecía un espantapájaros desarmado.

―¡Está armado! ―exclamó Camila, ansiosa―. Le disparó a nuestro amigo ―agregó,


intentando respirar con calma.

―¿Dónde ha sido eso? ―el hombre dejó su hot dog sobre el mesón y les prestó
atención.

―En el hogar de niños de nuestro colegio ―respondió Felipe, angustiado.

―Por favor, debe ayudarnos ―suplicó Lucía, que estaba junto a Koka y Tati.

―¡Válgame, Dios! ―exclamó el policía preocupado―. Vengan conmigo, por favor...


―indicó.

Lo siguieron sin saber que les esperaba lo mismo que a Alex, Nicky y Francisco. En
efecto, los condujo hasta el mismo lugar en donde los dejó encerrados, para que no
estorbaran en los planes del señor Betancourt.
La decisión de Marta

Horas después de haber encerrado al otro grupo de jóvenes, el encargado de la


policía local se dirigió hasta la casona Ferrada, para entrevistarse con el pastor y
alertarlo de que estaban siendo poco cuidadosos con sus operaciones. Le informó que
tenía retenidos un gran número de personas que ya conocían su secreto y que, tarde
o temprano, tendrían que hacerse cargo de ellos o la verdad saldría a la luz pública.
No le quedaban estrategias para disimular la detención de alguien más, en caso de
que aparecieran notificando extraños sucesos relacionados con el Hogar de menores
de la iglesia.
Durante la breve reunión, Abner le prometió que no tendría más problemas por parte
de ellos y que ya verían la forma de eliminar a todos los que estaban encerrados en la
estación. Una vez solucionado el asunto, el pastor acompañó al policía hasta la puerta
de su casa y, al cerrar, se apoyó contra la pared con los ojos cerrados, extenuado de
tantas complicaciones. Suspiró profundo y se acomodó el cuello, intentando relajarse.
―Debe ser agotador intentar fingir tanto y tener tanta maldad por dentro ―lo
cuestionó Marta. No había notado que se encontraba al final del pasillo.
―¿De qué hablas? ―El pastor se veía agotado―. Ahora no tengo tiempo para
tonteras domésticas ―rezongó, sin ánimo de entablar una conversación.
―Nunca tienes tiempo, no es novedad. ―Marta se acercó a su esposo, acomodando
un sweater de hilo que llevaba sobrepuesto en los hombros―. Hace mucho tiempo
que te comportas extraño. ―Se interpuso en su camino hacia la oficina.
―Marta, de verdad que hoy no tengo ganas de conversar contigo, menos por
reclamos de tiempo ―repuso Abner, intentado desviar la conversación―. Recuerda
que soy el pastor y tengo demasiados asuntos que atender ―argumentó, intentando
abrirse paso, pero su esposa lo detuvo.
―Ya no es necesario que te escondas en tu rol de pastor. ―Lo miró―. Sé todo lo que
haces escudado en la iglesia y ahora acabo de comprobarlo... ―Hizo una incómoda
pausa―. Te escuché hablar con ese policía y todo lo que pensé que podía ser un
invento de mi mente, resultó ser real ―develó, con seriedad y claridad, sin titubear.
―Mi amor, yo creo que has escuchado mal ―respondió Abner, con nerviosismo.
―¿Mi amor? ―el rostro de Marta cambió de forma abrupta―. ¡No seas cínico, Abner!
¡Yo dejé de ser tu amor hace mucho tiempo! ―exclamó, enojada.
―No me grites, Marta. Recuerda que soy tu esposo y me debes respeto. ―El pastor
intentaba calmarla y que bajara el tono de voz, para no ser escuchados.
―¡Eso deberías haberlo pensado antes de engañarme con Luisa! ―gritó con fuerza―.
Eso te lo dejé pasar, pensando en que nuestro matrimonio podría tener arreglo y
sería algo pasajero... ―Sus ojos estaban ensombrecidos por la tristeza.
―Eso ya pasó. ―Abner miraba hacia un costado, avergonzado.
―Sí, claro que pasó, porque Luisa se fue sin decir nada, de lo contrario seguirías
engañándome con ella. ―Unas lágrimas afloraron en los ojos de la mujer.
―Yo creo que deberíamos conversar esto, con calma ―insistió Abner, al verla tan
decidida a enfrentarlo.
―¡No, esto se acaba ahora mismo! ―expresó la mujer a viva voz.
A esas alturas ya había sido escuchada por Juana y Corina, que escuchaban desde
arriba en la escalera, en silencio.
―No te entiendo, Marta, no puedes dejarme ―atinó a decir el pastor, pensando qué
decir para convencerla.
―Lo de Luisa ya no me importa, pero no puedo creer lo que haces con los niños del
hogar. Eso es inhumano. ―Los ojos de Marta reflejaban un sinfín de emociones―.
¡Eres un monstruo! ―exclamó con dolor.

―¡Ya cállate! ―respondió Abner con desesperación.

―¡No me voy a callar! ―Marta lo empujó―. ¡Eres un asesino de niños inocentes y yo


no voy a ser tu cómplice! ―Se llevó las manos a la cara, sintiendo deseos de llorar.
Corina y Juana estaban atónitas con lo que acaban de escuchar.

―¡Más te vale que no digas nada! ―El pastor la tomó de un brazo y la acorraló contra
la pared―. ¡Es mejor que te calles, porque ya he tenido muchos problemas y no sería
bueno que mi esposa me causara otro! ―ordenó, furioso, mirándola a los ojos.

―Prefiero que me maten a ser parte de algo tan bajo y asqueroso ―respondió, entre
sollozos―. Yo creo en Dios de corazón y tú has jugado con la gente de manera ruin.
Prefiero morir que estar casada con un traficante. ―La mujer lloraba a mares, sin
poder moverse por la fuerza de su esposo―. Eres una basura, Abner. ―Alcanzó a
decir, cuando escucharon unos pasos cerca de la escalera.

―Hermano, suelta a tu esposa ―intervino Corina, con timidez, desde la escalera.


Venía acompañada de Juana.

―¡Tú no te metas en mis asuntos, Corina! ―le gritó el pastor, soltando a su esposa al
ver que no estaban solos.

―¿Es verdad todo lo que dijo Marta sobre tus negocios con los niños del hogar?
―preguntó Corina, estupefacta.

Abner no se atrevió a contestar. Bajó la mirada y sintió un frío adormecedor recorrer


su cuerpo al sentirse solo.
―Tu hermano es un cobarde, Corina, y ha construido todo a costa de muchas vidas
inocentes, siguiendo la asquerosa tradición que tenía su padre junto con Armín... Este
hombre no es capaz de sentir amor por el prójimo. ―Marta se secó las lágrimas y
avanzó hasta la puerta de salida―. Yo ya no soy tu esposa y veré la forma de que
pagues por todo el daño hecho ―sentenció, antes de salir. Se dirigió hasta su auto y
sin dudar un segundo se fue de aquel lugar, con el corazón apretado de dolor.

―¡Dime que todo es mentira, por el amor de Dios! ―exclamó Corina, llorando. Sus
manos temblaban y ni siquiera Juana podía contenerla.

―Ustedes no merecen que las incriminen en nada, porque no son parte de esto, así
que me voy ―respondió Abner, desorientado―. Me temo que esto ya se escapa de mi
control y nada bueno va a suceder ―agregó, pensando en voz alta, ante la mirada de
su hermana y la empleada que permanecían abrazadas, en la mitad del pasillo―. Las
amo... ―dijo, dedicándoles una última mirada y luego salió de la casa sin un rumbo
claro.

―¡Señor, perdona a mi hermano, te lo suplico! ―Corina alzó sus brazos al cielo y se


dejó caer de rodillas, llorando desconsolada entre los brazos de la anciana Juana, que
estaba tan desolada como ella.

―Mi niña y ahora... ¿Qué va a pasar con nosotras? ―preguntó la empleada, secando
las lágrimas de su rostro.

―No lo sé, Juana... Siento que estoy desamparada ―respondió Corina, acongojada y
con la mirada perdida.

Mientras tanto, Marta se dirigía hasta las oficinas del periódico de la ciudad en donde
tenía unos amigos. Sabía que ya no podía ir a la policía sin compañía o, de lo
contrario, terminaría encerrada en un calabozo. Se armó de valor y les contó todo lo
que estaba sucediendo para que pudieran ayudarla a enfrentarse con el encargado de
la policía que era cómplice de Betancourt en el negocio de tráfico.

Estuvo un largo rato conversando con sus amigos periodistas, a quienes se les hizo
interesante la historia para hacer un extenso reportaje que sería la noticia impacto del
año a nivel nacional. Decidieron acompañarla hasta la estación de policías, donde
pidieron hablar solo con el encargado y ahora, frente a las cámaras que traían para
que no intentara hacer nada en su contra.

Algunos de los policías presentes observaban el alboroto que traían con las cámaras y
un pequeño tumulto de periodistas ya se había agolpado en la salida del edificio.
Habían avisado a otros medios de prensa lo que estaba sucediendo.

―¡Vengo a exigirte que liberes a los jóvenes que encerraste! ―exclamó Marta, frente
al hombre regordete que hacía unas horas había estado en la casona.

―¿Qué es todo este escándalo, señora? ―respondió el hombre, dejando un paquete


de papas fritas sobre el mesón.

La prensa lo tenía rodeado.

―Soy la esposa de Abner Ferrada y sé que eres su cómplice en esa red de tráfico de
órganos a la que pertenece ―acusó la mujer, mientras las cámaras fotografiaban al
sorprendido e incómodo policía―. ¡Libera a los jóvenes que encerraste en el calabozo
sin tener ni un delito que pagar! ―finalizó, apuntándolo. Todos los periodistas se
fueron sobre él con preguntas que no sabía cómo responder.

―Creo que hay alguien que sí debe ser encerrado en este lugar ―opinó un policía
joven, que se acercó hasta el tumulto, mirando a su jefe. Otro de sus compañeros lo
acompañaba―. El jefe tiene que dar muchas explicaciones, parece ―intervino,
esposando al que había sido su jefe por muchos años y ahora refunfuñaba, insistiendo
que no era culpable de nada.

―¡Yo no hice nada! ¡Lo juro! ―gritaba el jefe de policías a tirones. Era casi arrastrado
por el pasillo, ante la mirada atenta de la prensa.

―¡Buscaremos a esos jóvenes! ―dijo uno de los policías a Marta, quien permanecía
intranquila junto al grupo de periodistas, con la esperanza de liberarlos y encontrar a
Boris. Aún no sabía que este se encontraba en otro lugar y no con sus amigos.
La propuesta de Gabriel

Tras una larga espera en la estación de policías, todos los jóvenes que habían estado
retenidos por el cómplice de Betancourt fueron puestos en libertad frente a toda la
prensa que acompañaba a Marta. Muchos de los periodistas intentaron tomar
declaraciones de alguno de ellos, pero no pudieron, porque antes de salir del recinto,
deberían declarar, junto con la directora del colegio, sobre los hechos ocurridos, pues,
el jefe de la policía no había dejado ninguna constancia de los hechos que estaban
ocurriendo en el Hogar de niños.

Uno a uno, dieron sus declaraciones a los diferentes policías que se asignaron al caso.
Cada detalle fue registrado y comenzarían en breve a preparar un operativo, para
acabar lo más pronto posible con esa peligrosa red de tráfico de órganos. Durante
todo el proceso, lo que más comenzaba a preocupar en ese instante era que tanto
Boris como Julián se encontraban retenidos por Gabriel y ya sabían cuáles eran los
planes que se tenían para el hijo de Abner.

Paralelo al tiempo en que todo este grupo relataba lo sucedido, en el subterráneo del
hogar, Gabriel acababa de recibir un mensaje del pastor, en el cual le informaba
sobre la posibilidad de que Marta los delatara. Después de eso, Gabriel no pudo
comunicarse con el celular de Abner, quien al parecer lo habría apagado. Sin perder
más tiempo, cerró la compuerta del piso desde abajo para que no pudiese ingresar
nadie si es que venían en busca de los jóvenes.

―Necesito que vengas conmigo ―invitó Gabriel a Boris, parado en el borde de la


cama, donde se recuperaba Julián.

―¡No quiero hablar contigo! ―respondió Boris, abrazado a su novio.

―Es mejor que me acompañes, si no quieres que lo elimine en este mismo momento.
―Gabriel dio un paso más cerca y su mirada severa daba cuenta de que hablaba en
serio.

―¿Qué quieres? ―Boris se sentó de mala gana―. Puedes decir lo que sea frente a mi
novio. ―Ni siquiera lo miraba.

―¡No me hagas perder tiempo! ―Gabriel lo tiró de un brazo con fuerza y lo sacó de la
cama―. ¡No me hagas un berrinche y ven conmigo! ―Lo llevaba casi arrastrando.
―¡Déjalo en paz! ―le gritó Julián, con las pocas fuerzas que le quedaban. Quiso bajar
de la cama, pero cayó al sentir el dolor en su pierna.

―¡No te muevas! ―le suplicó Boris al verlo caer, en su intento por ayudarlo―. No te
muevas, mi amor ―volvió a decir, llorando de impotencia.

―¡Ya, cállate, y deja a ese mocoso! ―insistió Gabriel al tiempo que entraban al
quirófano, en donde lo empujó para poder cerrar la puerta. Luego presionó un
interruptor y las persianas se cerraron para que Julián no pudiese ver desde el otro
lado.

―¿Qué haces? ―Boris temblaba en el piso, asustado―. ¿Por qué has cerrado todo?
―Miraba en todas direcciones, buscando otra salida.

―No me tengas miedo, Boris. ―Gabriel lo ayudó a ponerse de pie, y su semblante


cambió por completo―. Creo que llegó el momento de hablar con sinceridad, y no
tenemos mucho tiempo ―advirtió en un tono suave, mientras acomodaba al joven en
una silla cerca de la camilla.

―Tú estás loco... ¿Qué pretendes? ―Boris secaba las lágrimas de su rostro y lo veía,
desconcertado.

―Sé que no soy la persona más buena de este mundo y que debes pensar lo peor de
mí. ―Gabriel puso una silla frente a él y se sentó―. No te culpo, he hecho cosas
terribles que desearía olvidar. ―Quiso tomarle una mano, pero Boris lo esquivó―.
Solo hay algo en este mundo que ha sido realmente puro en mi vida. ―Respiró
profundo ―. Tú eres la única persona que, en verdad, he amado ―reveló, con la
mirada fija en los ojos del muchacho, que permanecía impávido.

―¡No te creo nada! ―respondió Boris, iracundo.

Del otro lado del vidrio, Julián golpeaba, desesperado, por saber que sucedía. Había
sacado fuerzas para sostenerse y ayudar a su novio.

―Lo sé, Boris. No pido que me creas, solo que me escuches un momento ―Gabriel
sonaba sincero y el muchacho continuaba incrédulo, mirando el suelo para no tener
contacto visual con él―. Siempre he andado por la vida haciendo cosas por interés,
por conseguir mis metas y no ser pobre como cuando era niño, pero cuando
apareciste tú, fue todo diferente. ―Tomó la mano de Boris por la fuerza―. Esa
mañana entré en la habitación y te vi por primera vez... Durmiendo ―recordaba con
emoción―. Parecías un ángel, no quise despertarte, hasta que, al salir de la ducha, vi
tus ojitos por primera vez y fue mi perdición, porque mientras más luchaba por evadir
mis sentimientos, más me fui enamorando de ti, de tu aroma, tus ojos, tus palabras.
―Sus ojos estaban vidriosos―. ¡Me volví loco por tu cuerpo y terminé deseándote!
―exclamó, angustiado―. Yo te amo, como jamás lo hice y haría lo que fuera para
que todo fuese diferente ―sollozó, al desahogar su alma.

―Creo que ya es demasiado tarde, nunca me lo dijiste y terminaste por enterrar todo
lo que yo sentía por ti ―dijo Boris, sin poder soltarle la mano, sintiendo todo el
nerviosismo de Gabriel―. Además, solo me has usado igual que mi padre para sus
putos planes ―añadió con resignación.

―¡No! Te prometo que yo no sabía. ―Gabriel se acercó más al muchacho, con


desesperación―. Siempre supe que existía un producto valioso para Abner y Armín,
pero desconocía su identidad, como de costumbre. ―Temblaba y sus manos sudaban
frías―. Fue precisamente después de que estuvimos juntos en el lago, cuando
Betancourt me reveló sus planes contigo, antes de regresar... Por eso me vine en
silencio... Me había enamorado de la persona que yo mismo tendría que eliminar para
conseguir mis sueños y ser poderoso. ―Lloraba desconsolado.

―Aun así, seguiste con tus planes. ―Boris sintió que le clavaban una cuchilla en el
corazón, al escuchar por primera vez a Gabriel, siendo tan sincero―. No te importé y
continuaste haciendo daño ―recriminó―. Yo por ti sí sentí cosas hermosas y te lo
perdiste por tanta maldad. Ahora amo a una persona que de verdad me quiere, me
protege y hace lo imposible por verme feliz ―dijo de forma tajante.

―¡Boris, por favor, escápate conmigo! ―suplicó desesperado―. ¡Dame una


oportunidad! ―Lo tomó por los hombros.

―¡No sigas!... ¡Yo no te amo! ―gritó Boris, asustado―. ¡Es imposible! ―agregó,
intentando soltarse de las manos de Gabriel.

―Yo sé que me amas y estás confundido. ―Gabriel intentaba tomarle la cara para
que el muchacho lo viera a los ojos―. Podemos irnos lejos... Me llevé todo el dinero
que guardaban aquí, en una maleta, y lo tengo escondido en la iglesia... Podemos ser
felices juntos ―suplicó, cada vez más desesperado y con una mirada que poco a poco
se tornaba más desquiciada.

―¡Déjame... Estás demente! ―Boris luchaba por quitarse de encima al descontrolado


hombre.
Afuera continuaba la angustiada e infructuosa lucha de Julián por abrir la puerta.

―¡No, yo te amo y podemos irnos lejos y ser felices! ―Gabriel se fue encima de él y
cayeron al piso en una angustiante lucha, ya que deseaba besar otra vez a Boris―.
¡Nos iremos!... ¡Yo puedo conseguirle a Betancourt lo que necesita por otro lado!
―planificó, fuera de sí, y cada vez más cerca de los labios del adolescente.

―¡Loco de mierda! ―exclamó Boris, al tiempo que atinó a darle un duro cabezazo en
la nariz, lo que le dio tiempo de soltarse y correr hasta una esquina del quirófano, aún
sin salida―. ¡Acaba con esto ya! ―suplicó, angustiado.

―Boris... Es la última vez que te lo repito ―insistió Gabriel, poniéndose de pie, con la
nariz sangrando―. ¿Te escapas conmigo y me das una oportunidad? ―preguntó,
desde la mitad del quirófano, con la esperanza de hacerlo cambiar de opinión.

―¡No! ―exclamó Boris, desde lo profundo de su alma, en una mezcla de dolor e ira.

Gabriel al ver la negativa del muchacho, sintió que todo su esfuerzo había sido en
vano, el único que lo había hecho sentir amor ahora lo despreciaba y las sombras de
su interior otra vez se comenzaron a apoderar de él. Se dejó caer de rodillas ante la
mirada desconcertada de Boris, luego llevó sus manos a la cara para limpiar sus
lágrimas y la sangre del golpe que había recibido. Por un rato estuvo murmurando lo
que podría ser una oración, parecía tener una lucha interna con sus emociones y
culpas. De pronto, escucharon ruidos sobre ellos y Julián comenzó a gritar desde el
otro lado, se oían pasos sobre sus cabezas y las sirenas de la policía, cada vez más
claras, rodeaban el recinto.

―Entonces, si tú no me amas, no serás de nadie y yo seré lo que siempre quise ser...


Poderoso ―proclamó Gabriel, poniéndose de pie y viendo a Boris fijo. Corrió hacia él
y, sin dudarlo, lo tomó del cuello, arrastrándolo sin compasión hasta la camilla en
donde le dio un golpe de puño que lo hizo perder la conciencia, dándole oportunidad
de atarle las manos y los pies.

Minutos más tarde y con un claro alboroto policial en las afueras del Hogar de niños,
Gabriel ya tenía todo listo para comenzar con la parte final del trato que había hecho
con Betancourt y, al parecer, tenía bien pensado qué hacer para no ser capturado.

―Debo insistir en que mi amor por ti fue sincero ―explicó, justo antes de arrancarle
la camiseta al muchacho.

La mascarilla para anestesiarlo ya estaba preparada a un costado de la camilla, al


igual que toda la implementación necesaria. El momento final de su trato con
Betancourt había llegado.
El plan B

―Siempre serás la persona que más amé en este mundo. ―Gabriel sostenía la
mascarilla que adormecería a Boris. Su rostro estaba sudoroso y sus manos
temblaban, como jamás le había sucedido en un procedimiento quirúrgico―. Respira
y no seas débil ―pensaba en voz alta, reforzando su confianza―. No hay tiempo que
perder. ―Acercó la mascarilla cerca de la cara del joven.

Se detuvo. Respiró profundo y absorto en su objetivo parecía que el tiempo se había


detenido.

―¡Mierda, no puedo! ―exclamó, tirando la mascarilla a un costado―. No puedo


hacerle esto... Tampoco están las condiciones sanitarias. ―Cubrió su cara con ambas
manos y comenzó a llorar.

Caminó de un lado a otro, desesperado al ver que no podía tocar a Boris. Tenía el
tiempo en contra.

Se acercó a la camilla, tembloroso y con los ojos inundados en lágrimas. Ahí tenía,
frente a él, a ese dulce joven que un día lo hizo sentir emociones que ya había
decidido dejar en el olvido. Estaba inmóvil por el golpe que le había dado, con su
torso al desnudo, esperando que Gabriel se atreviera a arrancar el corazón de su
pecho. Llevó una de sus manos hasta él y pudo sentir la calidez de su cuerpo otra
vez, sus dedos se deslizaron con sutileza por el abdomen de Boris y fue subiendo
hasta su pecho, en donde se detuvo y acercó su rostro hasta él, sintiendo su
respiración y el aroma de sus labios, tal como lo recordaba. Se estremeció y no pudo
contener sus deseos de besarlo, sin importarle que ahora no era correspondido.

―Te amo ―susurró entre lágrimas y se dejó caer al costado de la camilla. En su


mente daban vueltas todos sus tormentos, desde el eco de su precario pasado hasta
las promesas de poder y riqueza que siempre deseó poseer. Ni siquiera le importaba
que arriba continuara la policía rodeando el lugar. En ese instante, sonó su celular y
salió, de modo abrupto, de aquel estado. Se puso de pie y contestó a un número
desconocido.

Era la policía, que intentaba solucionar el problema de la manera más pacífica posible.
Le solicitaban que liberara a los jóvenes que tenía encerrados y todo podría ser más
fácil para él.
―¡Deben asegurarme de que no iré preso! ―gritó Gabriel, descontrolado―. ¡Me
dejarán salir con uno de ellos en mi poder! ―ordenó a la persona que estaba en
contacto con él―. ¡Cuando yo suba, me tendrán un vehículo listo para que pueda
irme, de lo contrario, mataré al que vaya conmigo! ―finalizó y colgó la llamada.

Respiraba agitado y murmuraba las oraciones que repitió durante años en la iglesia.
Sentía que sería perdonado por los pecados cometidos si clamaba con fervor. Algo en
su mente le hacía percibir de manera distorsionada su relación con la divinidad, hasta
parecía sentirse un ser superior. En medio de sus plegarias, sintió que Boris se estaba
despertando y comenzaba a jalar las amarras que tenía.

―Suéltame ―murmuró Boris, moviendo sus extremidades con la mínima fuerza que
tenía al despertar del golpe.

―Sí, ya te voy a soltar ―respondió Gabriel, en un tono pacífico―. No te va a pasar


nada... Te irás conmigo. ―Tenía una sonrisa perversa.

―¡Julián, sácame de aquí! ―exclamó Boris, ya despierto del todo. Del otro lado de la
puerta estaba su novio, sentado en el suelo llorando desconsolado al no saber qué
estaba sucediendo en el quirófano.

―Shhh. Silencio, pequeñín. ―Gabriel se acercaba con su dedo índice en la boca, para
que dejara de gritar―. El Señor quiere que estemos juntos y nos iremos muy lejos.
―Sonaba fuera de sí. Se puso otra vez al costado de la camilla y lo contempló de
manera siniestra. Sus ojos provocaban temor en Boris―. Te voy a soltar y nos iremos
de aquí, no debes intentar nada para que todo salga a la perfección ―indicaba,
mientras soltaba las amarras del muchacho.

―¡No entiendo nada! ―recriminaba Boris, sentándose al borde de la


camilla, asustado.

―Tú solo debes seguirme, he cambiado de planes. ―Gabriel lo tomó de un brazo y lo


hizo bajar―. Ya no temas, porque no morirás, solo debes venir conmigo y no serás el
donante que Betancourt necesita. ―Lo llevaba muy apegado a él para que no se
escapara, estaban cerca de la puerta que comunicaba con la sala en donde esperaba
el novio de Boris. Abrió la puerta y soltó al muchacho, que se lanzó a los brazos de
Julián.
―¡Mi amor! ―exclamó Boris, con desesperación, aferrándose con fuerza al cuerpo de
su pareja.

―¡Bebé hermoso, tenía tanto miedo! ―respondió Julián angustiado.

Se besaron apasionadamente.

―¡Ya basta de besos, que no soporto verlos juntos! ―intervino Gabriel con furia―.
¡Me llevaré a Boris bien lejos! ―gritó, al tiempo que los separaba.

―¡Yo no iré a ningún lado contigo! ―aseguró Boris, decidido a no obedecer.

―Sí, lo harás, porque yo decidí salvarte. ―Gabriel caminó hasta donde había lanzado
a Julián, quien cojeaba por su herida―. ¡Tú no serás el donante, pero sí lo será este
mocoso inservible! ―exclamó, apuntando al malherido muchacho―. ¡Julián me dará
el corazón que necesito! ―sentenció, justo cuando lo tomó con fuerza de un brazo y
lo arrastró hasta la sala de operaciones, en una desesperada lucha entre los tres.

Boris no iba a permitir que se saliera con la suya y forcejeaba, para evitar que Gabriel
encerrara a su novio. Entre manotazos, tirones y puñetazos, estuvieron un breve
instante, hasta que, en un arranque de ira, Julián fue lanzado hasta el interior del
quirófano, en donde cayó con todo su peso cerca de la camilla.

―¡Déjalo ya! ―gritó Boris con desesperación todavía luchando contra Gabriel, quien
le ganaba en fuerza.

―¡Te dije que serías solo para mí! ―exclamó empujando a su angustiado oponente
hacia un lado, para abrirse paso hacia el interior de la sala.

De todas formas, fue en vano, pues Boris lo alcanzó y no pudo cerrar la puerta como
había planeado.

Otra vez estaban los tres en el mismo lugar, Julián se puso de pie como pudo y se
lanzó con lo que le quedaba de fuerzas hacia Gabriel, para defender a su novio y
poder escapar. Iban de un lado a otro, tirando todo lo que estaba a su paso. Desde la
camilla hasta todo el arsenal quirúrgico, que había sido regado por el suelo.

―¡Tú no saldrás de aquí! ―gritó Gabriel, tirado en el piso, tomó un bisturí que había
caído del estante y se abalanzó, trastornado por la ira hacia Julián, quién no logró
esquivar la certera estocada en su vientre, ante la consternada mirada de su novio.
Boris, antes de caer de rodillas a su lado, vio cómo le propinaban una nueva
puñalada, con más fuerza y odio que la anterior.
Los ojos de Julián se tornaron vidriosos. Llevó sus manos hasta su abdomen, de
donde corría gran cantidad de sangre; se desplomó en el piso con la respiración
agitada. Gabriel, aún con el bisturí ensangrentado en la mano y una sonrisa
desquiciada, salió corriendo hasta la otra sala, riendo como si estuviera dichoso de
haber herido al joven. Boris, aterrado al ver a Julián tirado en el suelo, se acomodó
junto a él para poder ayudarle, pero nada podía frenar la hemorragia de las heridas
causadas.

―Abrázame ―susurró Julián, con los labios temblorosos. Estaba pálido.

―¡Amor, resiste, por favor! ―suplicó Boris, poniéndolo sobre sus piernas y
aferrándose a él con fuerzas. La sangre se esparcía por el piso.

―No estés triste, mi amor... ―Julián acariciaba el rostro de su novio, que lloraba
desconsolado―. Yo sé que tú vas a vivir y serás muy feliz como lo soñamos
―balbuceaba en medio de su dolor―. Mereces ser feliz, mi hermoso Boris ―dijo y
esbozó una temblorosa sonrisa.

―¡No mi amor, no me dejes solito, te lo ruego! ―imploraba Boris, que sentía que se
le desgarraba el corazón.

―Nunca te dejaré solo. Te cuidaré siempre ―prometió con la voz entrecortada―.


Prométeme que vas a salir y vas a seguir adelante ―suplicó Julián, cada vez con
menos fuerza.

―Sí mi amor, te lo prometo, pero por favor no me dejes ―insistió, intentando


aferrarlo a la vida por más tiempo―. No puedes dejarme sin que podamos vivir todo
lo que soñamos juntos. ―Veía como sus ojos se apagaban lentamente.

―Gracias por enseñarme el amor verdadero. ―Julián respiraba cada vez más débil y
su mirada estaba fija en los ojos de Boris―. Te amo ―dijo en un susurro y luego dio
su último aliento de vida en los brazos de su amor, quién soltó un desgarrador grito al
verlo morir.

―¡No me dejes, por favor! ―estuvo repitiendo Boris por un largo rato, con el cuerpo
sin vida entre sus brazos.

Por un momento hubo un silencio abrumador, parecía que no había nadie más en
aquel lugar.

―¡Hora de irnos de aquí! ―Se escuchó gritar desde el otro lado a Gabriel quien, al no
tener una respuesta, no tuvo más opción que acercarse hasta la puerta para insistir.
Contempló el cuerpo sin vida de Julián, tendido en el suelo junto a Boris, sobre un
charco de sangre―. ¡Vamos, ya no podemos esperar más para irnos! ―ordenó con
frialdad al devastado muchacho.

―Te amo, mi vida ―dijo Boris, justo antes de inclinarse sobre el cuerpo de su novio y
besarlo para despedirse. Las lágrimas empapaban su rostro. Se puso de pie, sintiendo
deseos de morir ahí mismo, pero Gabriel lo tomó del brazo y le ordenó que no
intentara escapar. A esas alturas ya no tenía fuerzas ni deseos de hacer nada, solo se
movía porque el desquiciado hombre lo jalaba, subiendo la escalera. Arriba se
escuchaba que había personas abriendo paso, tal y como Gabriel solicitó por el
teléfono. No quería a nadie cerca o mataría a Boris. Todos pensaban que Julián
estaba con vida, encerrado abajo y eso le daría tiempo para mantenerlos distraídos
un momento.

Abrió la compuerta y fue avanzando frente a un grupo de policías que no podían


hacer más que mantenerse atentos a cada movimiento, si intentaban algo, la vida de
Boris estaría en riesgo. Gabriel casi lo llevaba en brazos, pues el joven ya no tenía ni
fuerzas ni ganas para vivir. En cuestión de minutos, lo subió en un auto que le habían
puesto a disposición, que se encontraba justo a la entrada del Hogar. Al tiempo que lo
encendía para escapar, un grupo de policías bajaba al subterráneo para rescatar al
otro joven. Cuando se dieron cuenta de que habían sido engañados, ya era muy
tarde, Gabriel ya estaba varias cuadras más lejos y ahora con Boris como rehén.

La ciudad estaba alborotada entre los movimientos de la policía y la prensa que


circulaban por las calles. Se había desplegado un gran operativo para atrapar al
pastor, Gabriel y Betancourt. Desde ahora, cada minuto contaba para salvar la vida
de Boris.
Infierno

Media hora más tarde y seguidos por unas patrullas, Gabriel logró abrirse paso en el
estacionamiento de la iglesia. Sacó su revólver y bajó junto con Boris, quien
caminaba por inercia. Su mente permanecía con la imagen de Julián, muerto en sus
brazos. Sentía un vacío que desde la partida de su madre no había experimentado.

Varias personas se agolparon cerca de la calle de la iglesia, que en ese momento se


encontraba cercada y custodiada por la policía. Algunos periodistas buscaban el mejor
lugar para hacer sus notas y muchos de los que observaban desde lo lejos eran parte
de la congregación, quienes vieron en las redes sociales lo que estaba ocurriendo con
la familia Ferrada. Poco más allá, también estaban todos los amigos de los muchachos
que permanecieron encerrados y ahora se encontraban observando, aterrados, lo que
sucedía con Boris. En medio del alboroto y la atenta mirada de los policías, Gabriel
entró sin ningún problema en el templo en donde se encerró con llaves y luego las
tiró sobre una de las bancas cercanas. Boris no decía nada, parecía no tener voluntad
propia.

―Vamos a huir... No te preocupes ―aseguró Gabriel llevándolo a la bodega de la


iglesia en la parte trasera―. Tú y yo vamos a ser felices por fin ―insistió, buscaba
algo en uno de los estantes, con desesperación.

―¿Julián? ―se escuchó decir a Boris, con un hilo de voz muy débil.

―¡No está! ―recibió por respuesta―. ¡Se fue! ¡Yo lo eliminé! ―presumió con
satisfacción y una risa macabra―. Ahora solo estamos los dos para ser felices.
―Gabriel continuaba buscando entre los muebles.

―¿Felices? ―Boris reaccionó, había recibido de golpe la imagen de su novio muerto.

―¡Sí, tú y yo! ―exclamó Gabriel, con euforia.

Mientras él continuaba con su desesperada búsqueda en la desordenada bodega,


Boris se recuperaba y entendía que pretendía llevárselo lejos. Sabía que, si intentaba
hacer algo para huir, podría ser peor debido al estado en que Gabriel se encontraba, y
más si ya había sido capaz de matar a una persona.

―¿Crees que podamos ser felices después de todo? ―preguntó Boris, temeroso.
―¡Sí, claro! ―respondió y se fue de prisa hacia el joven, que permanecía estático en
un rincón de la bodega―. ¡El Señor nos ayudará a retomar el camino! ―Sus
desorbitados ojos asustaban cada vez más al muchacho.

―Creo que tienes razón, Gabriel. ―Boris le tocó el rostro con la mano temblorosa―.
El Señor puede perdonarte y darnos la felicidad ―aseveró, esbozando una sonrisa.

―¡Sí! ¿Tú también lo crees? ―El solo roce de los dedos del joven en su cara
provocaron que aumentaran sus deseos de escapar juntos ―. Vamos a estar juntitos
por siempre. ―Se acercó, con lentitud a los labios del inmóvil muchacho y el latir de
sus corazones se aceleró.

Sintió la tenue respiración de Boris, muy cerca, y no pudo contener el impulso de


besarlo, solo que antes de que su felicidad se hiciera mayor, el adolescente le mordió
la boca con una furia desmedida y, acto seguido, le arrancó un trozo de labio. El dolor
provocado le hizo perder el control de la situación, dando tiempo a Boris de empujarlo
con toda su fuerza contra un estante, haciéndolo caer al piso, gritando de dolor y con
la cara ensangrentada.

―¡Nunca más estaré contigo, enfermo de mierda! ―gritó Boris, sintiendo que la ira lo
consumía desde lo más profundo de su ser. Una patada en la cabeza terminó por
aturdir más aún al descontrolado Gabriel.

Boris se limpió la sangre que tenía en la cara y empezó a buscar algo entre los
muebles, afuera se escuchaba la policía hablar por megáfono al secuestrador,
pidiéndole que liberara al muchacho.

―¡Aquí están! ―exclamó el joven, con una cajetilla de fósforos en la


mano―. Y por aquí debe estar... Sé que lo vi alguna vez ―habló apresurado, sabía
que no tenía mucho tiempo―. ¡Aquí! ―gritó ansioso y sacó de un costado un
calefactor de parafina.

―¡Mocoso traidor! ―Gabriel estaba volviendo en sí, se retorcía en el piso.

―¡Cállate! ―respondió Boris, justo cuando sacaba el estanque de combustible del


calefactor. Lo abrió y comenzó a tirarlo sobre el cuerpo de Gabriel―. ¡No mereces que
nadie te perdone! ―gritaba, al tiempo que la parafina caía y se esparcía por todos
lados en la bodega.
―¿Qué haces? ―Gabriel intentó ponerse de pie, mientras comenzaba a sentirse
impregnado en combustible.

―Ni siquiera esto será suficiente para hacerte pagar por todo lo que has hecho
―aseguró Boris, en el momento en que encendía un cerillo―. ¡Vete al infierno y paga
por la muerte de Julián! ―sentenció enfurecido y lo dejó caer en el suelo.

El fuego se propagó y alcanzó a Gabriel, quién comenzó a gritar y a moverse de un


lado a otro, desesperado al verse envuelto en llamas. La bodega completa comenzó a
arder sin dejar espacio para que él pudiera salir de allí con facilidad. Boris corrió por
el pasillo de la iglesia, mientras el humo invadía todo el recinto.

Afuera no tardaron en darse cuenta de que un incendio había comenzado, por lo que
la policía empezó a movilizarse e hicieron que bomberos concurriera hasta el lugar. La
congregación, que permanecía del otro lado de la calle, al ver cómo su iglesia ardía
comenzaron a orar con los brazos en alto, implorando la misericordia de Dios con el
lugar que ellos consideraban sagrado.

―¡Padre amado! ―exclamó Corina, con las manos en la cabeza, quien acaba de llegar
hasta el lugar―. ¡Señor, ten piedad de tu templo! ―suplicaba, en compañía de otros
hermanos.

―¡Boris! ―gritó Camila, quien lloraba abrazada a su novio en medio del grupo de
amigos que esperaba verlo con vida.

La iglesia estaba casi por completo envuelta en llamas, los bomberos llegaron y
entraron rompiendo todo a su paso. Lo primero que sacaron fue el cuerpo del
adolescente que estaba desmayado junto a la puerta de acceso. Minutos más tarde,
vieron aparecer entre las llamas y el humo a un hombre ardiendo, que cayó a pocos
metros de la salida.

De inmediato fue socorrido.

Las ambulancias se llevaron a los heridos, en medio de la algarabía de la


muchedumbre y de la prensa, que seguía cada movimiento. Atrás quedaba la iglesia,
por completo consumida por el fuego, y muchos de los miembros de la congregación
destrozados.

*************************************************************

Tres días después, el cementerio principal de la ciudad estaba repleto de gente que
quería acompañar a la familia del joven Julián, quien había fallecido a manos de unos
de los inescrupulosos miembros de la red de tráfico que se ocultaba en el hogar de
niños. Al menos, así aparecía en casi todos los medios de prensa. La noticia se había
esparcido de forma veloz y todos los macabros sucesos se fueron develando con el
pasar de las horas después del incendio de la iglesia.

El cortejo fúnebre ingresó por la alameda principal del cementerio. En un ataúd


barnizado iba el cuerpo inerte de Julián, sostenido por su padre, Boris, Felipe y Bruno,
quien por esta ocasión había dejado a Serena reparándose del inmenso dolor que
sentía al perder a su amigo. Detrás, iban los familiares y amigos más cercanos del
joven acompañando a su madre, quien no encontraba consuelo ante su partida.

―Hoy estamos reunidos aquí para despedir a mi hijo ―expresó con gran dolor el
padre del muchacho, acompañado de su esposa―. Mi hijo ha sido un héroe al
defender con valentía a la persona que más amó en este mundo. Se ha ido, pero
sabemos que siempre vivirá mientras su recuerdo esté en nuestros corazones. ―Su
mirada incrédula contemplaba el ataúd, sobre el cual había un retrato del joven.

―¡Quiero que todos sepan que jamás te voy a olvidar Julián! ―Boris pidió la palabra.
Deseaba despedirse y, a pesar de no estar en las mejores condiciones, alzó la voz
para homenajear a su novio―. Lo que me queda de vida será para honrarte cada día,
para luchar por ser feliz y conseguir mis sueños. Esos sueños que ahora no podré
compartir contigo. ―Se detuvo con un nudo en la garganta―. Aunque sé que siempre
me cuidarás como prometiste y no te defraudaré nunca, haré que, desde donde
estés, te sientas orgulloso de mí. ―Unas lágrimas cayeron por sus mejillas―. Te amo,
Julián, gracias por ser parte de mi vida y espero que algún día nos volvamos a
encontrar... ―Dejó una rosa roja sobre el ataúd e inevitablemente rompió en llanto.

―¡Gracias por brindarme tu amistad, hermano del alma! ―gritó Felipe, abrazado a
Camila, con el corazón destrozado―. Ya nos reuniremos, mi amigo, eres el mejor de
todos ―finalizó, sin poder decir nada más en medio de sollozos.

―¡Eres el más valiente, mi Juli! ―Camila besó un tulipán―. Siempre te llevaré en mi


corazón. ―Lo acomodó cerca de la rosa de Boris.

Uno a uno, los asistentes fueron dejando caer una flor sobre el féretro, que se perdió
en un sinfín de pétalos de diversos colores. Se había ido aquel muchacho rebelde, al
que la vida en muchos momentos trató con crueldad y, a pesar de todo, se dio la
oportunidad de entregarle su corazón a un joven por el cual estuvo dispuesto a todo
con tal de protegerlo. Habían despedido a Julián de este mundo.

Con profundo pesar abandonaron el cementerio. Boris, Felipe y Camila fueron los
últimos en irse, se mantuvieron abrazados durante un largo rato.
Una Nueva Vida

Con el pasar de los días, Boris se fue enterando de todo lo que había sucedido tras el
incendio de la iglesia. Su padre, en un intento por escapar del país, fue capturado por
la policía internacional en la capital. Ahora sería condenado por todos sus crímenes de
la misma manera que lo haría Armín Betancourt.

El Anciano fue detenido en la clínica en donde se encontraba su esposa, la cual


continuó internada en malas condiciones de salud que se agravaban por la edad. Todo
su plan fue en vano, pues nunca consiguieron matar a Boris para que se convirtiera
en el donante de corazón que la enferma mujer requería.

Gabriel, luego del incendio, fue hospitalizado con graves quemaduras que abarcaron
casi el ochenta y cinco por ciento de su cuerpo. Estaba siendo sometido a decenas de
cirugías para mantenerlo con vida y permanecería conectado a un ventilador. Según
los médicos, su recuperación podría tardar más de un año y jamás volvería a ser el
mismo. Además, si sobrevivía, le esperaba la cárcel de por vida. De momento, estaría
custodiado por policías en el hospital.

Boris jamás dijo nada sobre lo ocurrido en la bodega del templo, solo declaró ante la
justicia que Gabriel habría intentado incendiar el lugar con ambos dentro, en medio
de un ataque de locura, y que él lo golpeó para poder escapar del fuego. Lucía, junto
a su familia, se harían cargo de construir otro templo para que la congregación se
reuniera nuevamente y ya tenía pensado que, si Gabriel sobrevivía, comenzaría los
trámites para divorciarse, pues al igual que Boris, no quería verlo nunca más en su
vida.

En la terminal de buses se encontraban para despedir a Koka, Tati, Bruno y los ex


amigos de Gabriel. Era hora de regresar a sus vidas después de tanto sufrimiento.
Cargaron los bolsos y se fueron agrupando. El momento de separarse había llegado.

―No dejes de ir a visitarnos ―pidió Tati, dando un fuerte abrazo a Boris, el que
estaba acompañado de Camila y Felipe.

―Siempre tendrás un lugar en nuestra vida y en nuestro hogar ―Koka se unió al


abrazo, de su novia.

―¡Cuando quieras puedes ir a la disco a ver el nuevo espectáculo de Serena! ―Bruno


estaba emocionado al tener que despedirse―. ¡No soy el que llora, es la diva que
llevo dentro! ―reconoció, entre sollozos, intentando sonreír.

―Gracias, amigos, sé que siempre podré contar con ustedes, porque la vida nos ha
unido ―se despidió Boris, con serenidad y gratitud.

―Encontré esto entre las cosas que trajeron de ustedes, de nuestro departamento
―dijo Koka, pasándole un sobre celeste, sin ser vista por los demás que se
abrazaban―. Lo escribió Julián, para ti. ―Sus ojos se llenaron de lágrimas al decir su
nombre.

―¡Gracias! ―dijo Boris con el sobre en su mano y el corazón apretado.

―¡Trata de seguir adelante con tu vida! ―Era el turno de Alex y sus amigos de
despedirse. Después de unos abrazos, se subieron al autobús que los llevaría de
regreso a sus vidas.

―¡Adiós! ―gritaron Felipe, Camila y Boris desde abajo a todos sus amigos que
partían en aquel bus.

Se quedaron viendo cómo se perdía entre las calles de la ciudad.

Luego salieron por una de las calles y tomaron un taxi que los llevó hasta una
plazuela cercana, en donde se sentaron en una banca para poder conversar
tranquilos. El día estaba soleado y un suave viento soplaba entre los frondosos
árboles. Intentaban sanar las heridas causadas con la muerte de Julián, nada parecía
darles consuelo. A ratos permanecían en silencio, luego continuaban hablando y a
momentos, trataban de sonreír.

―¿Qué pasará contigo ahora, Boris? ―preguntó Camila, preocupada―. No tienes a


nadie de tu familia. ―Su mirada era de tristeza al verlo tan solo.

―Mi padre está preso y la casona ya no pertenece a la familia ―contestó,


con seriedad―. Pero Marta me ha pedido que me quede a vivir con ella hasta que yo
lo desee, no quiere que termine en algún internado ―comentó, en tono pausado―.
Supongo que es la mejor opción que tengo por el momento, además, ella no tiene la
culpa de lo que haya hecho Abner ―enfatizó, cruzando sus piernas para estar más
cómodo.
―¿Y la tía solterona? ―Felipe sentía curiosidad―. ¿Vivirá con ustedes? ―Puso cara de
desagrado.

―¡No, claro que no! ―Boris logró sonreír con la cara de su amigo―. Creo que vivirá
en casa de Juana. Esa señora la conoce de niña y no iba a dejarla abandonada.
―Apoyó su cabeza en el hombro de Camila.

―Este último año de colegio será difícil. Esperemos que no lo cierren por los negocios
turbios del pastor ―opinó Felipe, estirando sus brazos para relajarse.

―No lo creo, la congregación solicitó hacerse cargo demostrando que ellos no tenían
nada que ver con la red de tráfico para la cual trabajaban el pastor y Gabriel ―reveló
Boris, tocando la carta de su novio que guardaba en su bolsillo―. Y todo indica que
Marta seguirá en el puesto. No todos deben ser juzgados por los delitos de mi padre,
que jugó con la fe de muchas personas ―reflexionó con vergüenza.

―¡Tranquilo, hermano! ―Felipe se acercó y lo abrazó―. Tú no debes sentir vergüenza


por lo que haya hecho tu familia. ―Le sacudió el cabello para relajarlo.

―Entonces, si no cierran el colegio, seguiremos siendo compañeros. ―Camila sonrió


dejando ver sus brackets―. ¡Y es nuestro último año! ―Intentó animar a su amigo.

―Nuestro último año de colegio... ―Boris se quedó pensando con la mirada perdida
entre los árboles.

―¿Qué pasará después con nosotros? ―Camila ahora ya no sonaba alegre.

―Yo espero irme a alguna universidad que me dé una beca deportiva ―contestó
Felipe, animado―. Sería genial si pudiésemos ir todos al mismo lugar. ―Los quedó
mirando, para ver si se motivaban.

―¡Sí, yo no me quiero separar de ustedes! ―exclamó Camila con nostalgia―. Yo los


amo, son mis hombrecitos hermosos. ―Le dio una mano a cada uno―. Tenemos que
estar siempre unidos y lograr nuestras metas... Eso le gustaría a Julián. ―Apretó sus
manos con fuerza para contenerse las ganas de llorar.

―Sería muy buena idea irnos juntos a estudiar, ustedes son mi única familia. ―Boris
esbozó una sonrisa en medio de su tristeza―. Solo quiero ser mayor de edad para
irme bien lejos de aquí y comenzar una nueva vida.

Suspiró.
¿Recuerdan que con Julián pasamos un tiempo en la casa de Koka y Tati?... Entre las
cosas de Julián, las chicas encontraron un sobre... ―comunicó con tranquilidad.

―¿Una carta? ―preguntó Felipe poniéndose serio.

―Tal vez, no lo he abierto ―respondió Boris, sacando el sobre de su bolsillo―. Quería


leerla junto a ustedes ―añadió, al tiempo que sacaba la hoja que contenía en su
interior, bajo la atenta mirada de sus amigos que sentían que se les apretaba el
pecho al saber que tenían unas líneas escritas por su amigo.

Boris respiró profundo y comenzó a leer:

"Hoy hemos tenido un lindo día en compañía de nuestros mejores amigos, en esta
hermosa playa. Ha sido un día perfecto en tu inigualable compañía, me siento el más
afortunado del mundo cuando estoy contigo... Ni siquiera puedo creer la locura que
hicimos de unir nuestras vidas simbólicamente en el mar, pero todo contigo es
perfecto, es un sueño y quiero pasar cada día de mi vida junto a ti.

Ahora te veo dormir tan tranquilo, puedo acariciarte y besarte sin ningún temor
porque sé que tú también me amas. La vida nos puso frente a frente en el momento
indicado, pues nada en el universo es al azar, todo tiene su tiempo y por más que
antes busqué el amor en otras partes, nunca pude dar con él. Siempre fallaba,
siempre sufría y pensaba que jamás podría encontrar una buena persona, que
valorara todo el amor que yo podía darle.

Me enojé con la vida por hacerme sufrir y no darme el amor que deseaba e intenté
llenar esos vacíos con las cosas más absurdas y vergonzosas, pero nada consiguió
darme la felicidad. Cada vez estaba más vacío, hasta que te conocí y lentamente
fuiste despertando en mí ese sentimiento que anhelaba, cuando menos lo esperaba y
ya no lo buscaba. Contigo he comprendido que el amor no se debe buscar, como
muchos lo hacen, ni suplir con cosas materiales, pues siempre ha estado dentro de mí
y no me había dado cuenta. Para poder amarte tuve que amarme a mí mismo
primero, pues no existe droga que pueda hacerme sentir amado.

¡Qué equivocado estaba! Buscaba el amor afuera cuando siempre estuvo en mí, solo
que no lo sentía, ya que jamás fue la persona indicada a la que se lo entregaba.
Gracias a ti logré valorarme y poder entregarte un amor puro. Ese amor que te brinda
protección y paz en el corazón, ese amor que te hace sentir como un niño haciendo
travesuras y que es capaz de ir hasta el fin del mundo por ti. Puedo decir, mi amado
Boris, que gracias a ti conseguí amar y ser amado con el alma. Te estaré siempre
agradecido por entrar en mi vida. Solo deseo para nosotros la felicidad y que
tengamos amor cada día de nuestras vidas, amor del bueno...
Te amo eternamente,

Julián."

―Tú también me enseñaste a amar de verdad ―reconoció Boris con los ojos llorosos,
mirando al cielo y teniendo la carta apretada en sus manos.

Camila y Felipe lo abrazaron emocionados, sintiéndose dichosos de haberlo conocido.


Su presencia inundaba el lugar.

Se quedaron sentados en aquella banca hasta el atardecer, intentando volver a


sonreír, soñando con el comienzo de una nueva vida.

FIN
Agradecimientos

Y he llegado al final de esta historia!

Estoy feliz de saber que ha muchos les ha gustado y han sido unos muy fieles
lectores, de verdad CON TODO EL CORAZÓN SE LOS AGRADEZCO!! Ya son cerca de
172 mil lecturas y nunca pensé que sería leída! Gracias! =)

El año 2020 Autopubliqué esta historia en Amazon y en Julio 2021 fue publicada ya de
manera oficial en una editorial Chilena: Torre de Marfil Ediciones , aquí podrán
encontrar el libro en físico y está hermoso...la edición es maravillosa, llena de diseños
en páginas, mensajes de texto y unas cuantas ilustraciones de los personajes en
estilo animé.

Agradezco la recepción del libro en formato Ebook en Kindle y KindleUnlimeted en


España, en donde permanece de forma constante en varios top 100, principalmente
en la categoría Novelas Lgbt y Novelas contemporáneas para jóvenes.

Mil abrazos a los bookstagramers que han hecho bellas reseñas y fotografías del libro
en Instagram...ya saben, me pueden seguir en mi cuenta darienamesti

Yo estaré feliz de leer sus comentarios!

Abrazos para ustedes!...

Darien Amesti
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