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Bibliografía Clase 1

Principal
1- Trotsky, León. “La industria nacionalizada y la administración obrera”. Coyoacán,
México. 1939.

2- Trotsky, León. “Los sindicatos en la época del imperialismo”. Coyoacán, México. 1940.

3- Equipo de redacción de Prensa Obrera. El Partido Obrero y el Peronismo. Capítulo I:


“Las elecciones del 24 de febrero de 1946”. Ediciones Prensa Obrera. Buenos Aires.
1983.

4- Perón, Juan Domingo. Discurso en la Bolsa de Comercio siendo Secretario de Trabajo y


Previsión en 1944.

5- García, Juan Manuel. “A 75 años: el 17 de octubre y el peronismo en perspectiva”.


Prensa Obrera 17/10/2020.

6- Santos, Rafael. “Perón y la flexibilización laboral”. Revista En Defensa del Marxismo,


N°13. Julio 1996. Buenos Aires

7- Roldán, Andrés. “Setiembre de 1955: hace 60 años la Revolución «Fusiladora»


desalojaba a Perón del poder”. Prensa Obrera N°1382. 23/09/2015.

Ampliatoria

1- Lapa, Guido. “Trotsky frente a las nacionalizaciones realizadas por gobiernos


burgueses”. Prensa Obrera. 16/08/2020
2- Rieznik, Pablo. “El POR en la Revolución Boliviana de 1952”. Revista En Defensa del
Marxismo Nº2. Buenos Aires, Diciembre 1991.
3- Torre, Juan Carlos. “Sobre los orígenes del peronismo”. Revista La Ciudad Futura,
23/24, junio-setiembre de 1990.
4- Schiavi, Marcos. “Clase obrera y gobierno peronista: el caso de la huelga metalúrgica
de 1954”. XXI JORNADAS DE HISTORIA ECONOMICA. ASOCIACION
ARGENTINA DE HISTORIA ECONOMICA. UNIVERSIDAD NACIONAL DE
TRES DE FEBRERO. Caseros (Buenos Aires), 23 al 26 de septiembre de 2008.
Extractos.

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1- “La industria nacionalizada y la administración obrera”. Trotsky, León.

En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa
debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de
poder estatal. El gobierno gira entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía
nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista de índole
particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien
convirtiéndose en instrumento del capitalismo extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una
dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este
modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política
[del gobierno mexicano] se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los
ferrocarriles y de las compañías petroleras.
Estas medidas se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de estado. Sin embargo, en un país
semicolonial, el capitalismo de estado se halla bajo la gran presión del capital privado extranjero y de sus
gobiernos, y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los trabajadores. Eso es lo que explica por qué, sin
dejar que el poder real escape de sus manos, [el gobierno mexicano] trata de darles a las organizaciones
obreras una considerable parte de responsabilidad en la marcha de la producción de las ramas nacionalizadas
de la industria.
¿Cuál debería ser la política del partido obrero en estas circunstancias? Sería un error desastroso, un
completo engaño, afirmar que el camino al socialismo no pasa por la revolución proletaria, sino por la nacio-
nalización que haga el estado burgués en algunas ramas de la industria y su transferencia a las organizaciones
obreras. Pero esta no es la cuestión. El gobierno burgués llevó a cabo por sí mismo la nacionalización y se ha
visto obligado a pedir la participación de los trabajadores en la administración de la industria nacionalizada.
Por supuesto, se puede evadir la cuestión aduciendo que, a menos que el proletariado tome el poder, la
participación de los sindicatos en el manejo de las empresas del capitalismo de estado no puede dar
resultados socialistas. Sin embargo, una política tan negativa de parte del ala revolucionaria no sería
comprendida por las masas y reforzaría las posiciones oportunistas. Para los marxistas no se trata de construir
el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las situaciones que se presentan dentro del
capitalismo de estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de los trabajadores.
La participación en los parlamentos burgueses no puede ya ofrecer resultados positivos importantes; en
determinadas situaciones, puede incluso conducir a la desmoralización de los diputados obreros. Pero esto no
es argumento para que los revolucionarios apoyen el antiparlamentarismo.
Sería inexacto identificar la participación obrera en la administración de la industria nacionalizada con la
participación de los socialistas en un gobierno burgués (lo que se llama ministerialismo). Todos los miembros
de un gobierno están ligados por lazos de solidaridad. Un partido representado en el gobierno es responsable
de la política del gobierno en su conjunto. La participación en el manejo de una cierta rama de la industria
brinda, en cambio, una amplia oportunidad de oposición política. En caso de que los representantes obreros
estén en minoría en la administración, tienen todas las oportunidades para proclamar y publicar sus
propuestas rechazadas por la mayoría, ponerlas en conocimiento de los trabajadores, etcétera.
La participación de los sindicatos en la administración de la industria nacionalizada puede compararse con
la de los socialistas en los gobiernos municipales, donde ganan a veces la mayoría y están obligados a dirigir
una importante economía urbana, mientras la burguesía continua dominando el estado y siguen vigentes las
leyes burguesas de propiedad. En la municipalidad, los reformistas se adaptan pasivamente al régimen
burgués. En el mismo terreno, los revolucionarios hacen todo lo que pueden en interés de los trabajadores y,
al mismo tiempo, les enseñan a cada paso que, sin la conquista del poder del estado, la política municipal es
impotente.
La diferencia es, sin duda, que en el gobierno municipal los trabajadores ganan ciertas posiciones por
medio de elecciones democráticas, mientras que en la esfera de la industria nacionalizada el propio gobierno
los invita a hacerse cargo de determinados puestos. Pero esta diferencia tiene un carácter puramente formal.
En ambos casos, la burguesía se ve obligada a conceder a los trabajadores ciertas esferas de actividad. Los
trabajadores las utilizan en favor de sus propios intereses.
Sería necio no tener en cuenta los peligros que surgen de una situación en que los sindicatos desempeñan
un papel importante en la industria nacionalizada. El riesgo radica en la conexión de los dirigentes sindicales
con el aparato del capitalismo de estado, en la transformación de los representantes del proletariado en

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rehenes del estado burgués. Pero por grande que pueda ser este peligro, sólo constituye una parte del peligro
general, más exactamente, de una enfermedad general: la degeneración burguesa de los aparatos sindicales
en la época del imperialismo, no sólo en los viejos centros metropolitanos sino también en los países
coloniales. Los líderes sindicales son, en la abrumadora mayoría de los casos, agentes políticos de la burguesía
y de su estado. En la industria nacionalizada pueden volverse, y ya se están volviendo, sus
agentes administrativos directos. Contra esto no hay otra alternativa que luchar por la independencia del
movimiento obrero en general; y en particular por la formación en los sindicatos de firmes núcleos
revolucionarios que, a la vez que defienden la unidad del movimiento sindical, sean capaces de luchar por una
política de clase y una composición revolucionaria de los organismos directivos.
Otro peligro reside en el hecho de que los bancos y otras empresas capitalistas, de las cuales depende
económicamente una rama determinada de la industria nacionalizada, pueden utilizar, y sin duda lo harán,
métodos especiales de sabotaje para poner obstáculos en el camino de la administración obrera, desacre-
ditarla y empujarla al desastre. Los dirigentes reformistas tratarán de evitar el peligro adaptándose
servilmente a las exigencias de sus proveedores capitalistas, en particular de los bancos. Los líderes
revolucionarios, en cambio, del sabotaje bancario extraerán la conclusión de que es necesario expropiar los
bancos y establecer un solo banco nacional, que llevaría la contabilidad de toda la economía. Por supuesto,
esta cuestión debe estar indisolublemente ligada a la de la conquista del poder por la clase trabajadora.
Las distintas empresas capitalistas, nacionales y extranjeras, conspirarán inevitablemente, junto con las
instituciones estatales, para obstaculizar la administración obrera de la industria nacionalizada. Por su parte,
las organizaciones obreras que manejen las distintas ramas de la industria nacionalizada deben unirse para
intercambiar experiencias, darse mutuo apoyo económico, y actuar unidas ante el gobierno, por las
condiciones de crédito, etcétera. Por supuesto, esa dirección central de la administración obrera de las ramas
nacionalizadas de la industria debe estar de estrecho contacto con los sindicatos.
Para resumir, puede afirmarse que este nuevo campo de trabajo implica las más grandes oportunidades y
los mayores peligros. Estos consisten en que el capitalismo de estado, por medio de sindicatos controlados,
puede contener a los obreros, explotarlos cruelmente y paralizar su resistencia. Las posibilidades
revolucionarias consisten en que, basándose en sus posiciones en ramas industriales de excepcional
importancia, los obreros lleven el ataque contra todas las fuerzas del capital y del estado burgués. ¿Cuál de
estas posibilidades triunfará? ¿Y en cuánto tiempo? Naturalmente, es imposible predecirlo. Depende
totalmente de la lucha de las diferentes tendencias en la clase obrera, de la experiencia de los propios traba-
jadores, de la situación mundial. De todos modos, para utilizar esta nueva forma de actividad en interés de los
trabajadores y no de la burocracia y aristocracia obreras, sólo se necesita una condición: la existencia de un
partido marxista revolucionario que estudie cuidadosamente todas las formas de actividad de la clase obrera,
critique cada desviación, eduque y organice a los trabajadores, gane influencia en los sindicatos y asegure una
representación obrera revolucionaria en la industria nacionalizada.

12 de Mayo de 1939

(1) Trotsky escribió este artículo después de que el Gobierno de Cárdenas expropió la industria petrolera y los ferro-
carriles y dio a los sindicatos gran responsabilidad en su administración. Un funcionario de la CTM, Rodrigo García
Treviño, en ese entonces adversario de los stalinistas, le preguntó a Trotsky su opinión sobre la actitud que
deberían tomar los sindicatos respecto a participar en la administración. Trotsky aceptó escribir un memorándum
y varios días después le entregó este artículo a Treviño. No se sabe si Treviño utilizó o no los argumentos de
Trotsky en el debate interno de la CTM. Conservó en secreto el artículo hasta 1946.

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2- . “Los sindicatos en la época del imperialismo”. Trotsky, León

Existe una característica común en el desarrollo, o más correctamente en la degeneración, de las


modernas organizaciones sindicales en todo el mundo; a saber, su relación estrecha y su crecimiento junto al
poder estatal. Este proceso es característico en la misma proporción en los sindicatos neutrales,
socialdemócratas, comunistas y "anarquistas". Este hecho por sí solo muestra que la tendencia hacia el
"crecimiento paralelo" es intrínseca no sólo a esta o aquella doctrina, sino que se deriva de condiciones
sociales comunes a todos los sindicatos.

El capitalismo monopolista no se basa en la competencia ni en la iniciativa privada libre, sino en el


control centralizado. Las camarillas capitalistas que están a la cabeza de los poderosos trusts, carteles,
consorcios financieros, etcétera, ven la vida económica desde las mismas alturas en que lo hace el poder
estatal; y para cada paso que dan requieren la colaboración de este último. A su vez, los sindicatos en las
ramas más importantes de la industria, se encuentran desprovistos de la posibilidad de aprovecharse de la
competencia entre las diferentes empresas. Se ven obligados a enfrentarse a un adversario capitalista
centralizado e íntimamente ligado con el poder del estado. De aquí surge la necesidad de los sindicatos a
adaptarse al Estado capitalista y a competir por su cooperación, en tanto permanecen en posiciones
reformistas, es decir en posiciones de adaptación a la propiedad privada. A los ojos de la burocracia del
movimiento sindical la tarea principal reside en "liberar" al Estado de la influencia del capitalismo, en debilitar
su dependencia de los trusts y en atraerlo a su lado.

Esta posición está en completa armonía con la posición social de la aristocracia y de las burocracias
obreras, que luchan por una migaja en la repartición de los superbeneficios del capitalismo imperialista.

Los burócratas obreros hacen lo imposible, tanto en palabras como en hechos, para demostrar al Estado
"democrático" cuán indispensables y dignos de confianza son en tiempos de paz y especialmente en tiempos
de guerra. Al transformar a los sindicatos en órganos del Estado, el fascismo no inventa nada nuevo, lleva
simplemente a su última consecuencia las tendencias inherentes al imperialismo.

Los países coloniales y semicoloniales no están bajo la influencia del capitalismo nativo, sino del
capitalismo extranjero. Este hecho, sin embargo, no debilita, sino por el contrario refuerza la necesidad de los
lazos prácticos, diarios, directos, entre los magnates del capitalismo y los gobiernos que, en esencia, están
supeditados a esos magnates, o sea, los gobiernos de los de los países coloniales y semicoloniales. En la
medida en que el capitalismo imperialista crea, tanto en las colonias como en las semicolonias, una capa de
aristocracia y burocracia obreras, estas últimas requieren el apoyo de los gobiernos coloniales y semicoloniales
y semicoloniales en calidad de árbitros. Esto constituye la base social más importante del carácter bonapartista
y semibonapartista de los gobiernos de las colonias y en general de los países atrasados. Esto asimismo
constituye la base para la dependencia de los sindicatos reformistas al Estado.

En México los sindicatos han sido transformados por ley en instituciones semiestatales y han asumido
de modo natural, un carácter semitotalitario. La estatización de los sindicatos, según la concepción de los
legisladores, se introdujo en beneficio de los obreros de asegurarles influencia en la vida económica y
gubernamental. Pero, en tanto que el capitalismo imperialista domine el Estado nacional, y en tanto pueda
derribar, con ayuda de las fuerzas reaccionarias internas, la poca estabilidad de la democracia, y reemplazarla
con una dictadura fascista descarada, en esa misma medida la legislación relativa a los sindicatos puede
convertirse fácilmente en un arma en las manos de la dictadura imperialista.

Consignas para liberar a los sindicatos.

De lo que antecede podría deducirse a primera vista la conclusión de que los sindicatos dejan de ser
tales en la época imperialista. No dejan casi ningún lugar a la clase obrera para la democracia obrera que, en
sus buenos tiempos, cuando el comercio libre reinaba en la esfera económica, constituía el contenido de la
vida interna de las organizaciones obreras. En ausencia de democracia obrera no puede haber ninguna
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contienda libre para influir sobre los miembros del sindicato. Y a causa de esto, desaparece para los
revolucionarios el campo principal de trabajo en los sindicatos. Semejante posición sería, sin embargo,
completamente falsa. No podemos elegir el terreno y las condiciones para nuestra actividad de acuerdo con
nuestras simpatías o antipatías. Es infinitamente más difícil luchar en un estado totalitario o semitotalitario
que en una democracia, para influir sobre las masas trabajadoras. Exactamente lo mismo se puede decir decir
de los sindicatos cuyo destino refleja el cambio que ha sufrido el curso de los estados capitalistas. No podemos
renunciar a la lucha para obtener influencia sobre los obreros de Alemania, simplemente porque el régimen
totalitario haya hecho extremadamente difícil este trabajo en ese país. No podemos, exactamente del mismo
modo, renunciar tampoco a la lucha dentro de las organizaciones tampoco a la lucha dentro de las
organizaciones obreras creadas por el fascismo. Aún menos podemos renunciar al trabajo sistemático dentro
de los sindicatos de tipo totalitario o semitotalitario simplemente porque dependen directa o indirectamente
de un estado de un Estado obrero o porque la burocracia quite a los revolucionarios la posibilidad de trabajar
de forma libre dentro de los sindicatos. Es necesario llevar a cabo una lucha en todas las condiciones concretas
que se hayan creado por el desarrollo precedente, incluidos aquí los errores de la clase obrera y los crímenes
de sus dirigentes. En los países fascistas y semifascistas es imposible realizar un trabajo revolucionario que no
sea clandestino. Es preciso adaptarse a las condiciones concretas existentes en los sindicatos de cada país con
el objeto de movilizar a las masas, no solamente contra la burguesía, sino también contra el régimen totalitario
dentro de los mismos sindicatos y contra los dirigentes que refuerzan este régimen. La primera consigna para
esta lucha es: INDEPENDENCIA COMPLETA E INCONDICIONAL DE LOS SINDICATOS FRENTE AL ESTADO
CAPITALISTA. Esto significa una lucha cuyo objetivo es convertir a los sindicatos en órganos de las amplias
masas explotadas y no en órganos de la aristocracia obrera.

La segunda consigna es: DEMOCRACIA SINDICAL. Esta segunda consigna surge directamente de la
primera y presupone para su realización la completa libertad de los sindicatos del Estado colonial o
imperialista.

En otras palabras, los sindicatos en la época actual no pueden ser simplemente los órganos de la
democracia, como lo fueron en la época del capitalismo de la libre empresa y no pueden, además, seguir
siendo por más tiempo políticamente neutrales. Es decir, no se pueden limitar a servir las necesidades
cotidianas de la clase obrera, no pueden seguir siendo anarquistas, es decir, no pueden seguir ignorando la
influencia decisiva del Estado en la vida de los pueblos y las clases. No pueden seguir siendo reformistas, ya
que las condiciones objetivas no dejan ningún lugar para cualquier reforma seria, duradera. El papel de los
sindicatos en nuestro tiempo es, pues, o el de servir como instrumento secundario del capitalismo imperialista
para la subordinación y el disciplinamiento de los obreros y para obstruir la revolución, o, por el contrario, el
sindicato puede convertirse en el instrumento del movimiento revolucionario del proletariado.

La neutralidad de los sindicatos es completa e irremisiblemente una cosa del pasado, que desapareció
junto con la libre democracia burguesa.

De lo que se ha dicho se desprende muy claramente que a pesar de la degeneración progresiva de los
sindicatos y de su crecimiento paralelo con el estado imperialista, el trabajo dentro de los sindicatos no sólo no
ha perdido ninguna importancia sino que sigue siendo como antes, el trabajo más importante para cada
revolucionario del partido. El problema en cuestión es esencialmente la lucha por influir sobre la clase obrera.
Cada organización, cada partido, cada facción, que se permitan una posición ultimatista en relación a los
sindicatos, es decir, que en esencia vuelva su espalda a la clase obrera, solamente a causa de la insatisfacción
con el estado actual de sus organizaciones, cada organización que actúe de ese modo está destinada a
desaparecer. Y, debemos decirlo, merece perecer.

En tanto que el papel principal en los países atrasados no lo desempeña el capitalismo nacional sino el
capitalismo extranjero, la burguesía del país ocupa, en el sentido de su posición social, una posición
insignificante y en desproporción al desarrollo de la industria. Teniendo en cuenta que el capital extranjero no
importa obreros, sino que proletariza a la población nativa, el proletariado del país comienza bien pronto a
desempeñar el papel mas importante en la vida del país. En esas condiciones el gobierno nacional, en la
medida en que procura resistir al capital extranjero está obligado en mayor o menor grado a apoyarse en el
proletariado. Por otra parte los gobiernos de aquellos países atrasados que consideren inevitable o más
provechoso marchar hombro con hombro con el capital extranjero, destruirán las organizaciones obreras e
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implantarán un régimen más o menos totalitario.De este modo, la debilidad de la burguesía nacional, la
ausencia de tradiciones de gobierno en las pequeñas comunidades, la presión del capitalismo extranjero y el
crecimiento relativamente rápido del proletariado, minan las bases de cualquier clase de régimen democrático
estable. Los gobiernos de los países atrasados, es decir, coloniales y semicoloniales, asumen en todas partes
un carácter bonapartista o semibonapartista y difieren uno de otro en lo siguiente: que algunos tratan de
orientarse en una dirección democrática, buscando el apoyo de los trabajadores y de los campesinos, mientras
que otros instauran una forma de gobierno cercana a la dictadura militar-policiaca. Esto determina asimismo
el destino de los sindicatos. Permanecen bajo la custodia especial del Estado o son sometidos a una cruel
persecución. El tutelaje por parte del Estado está dictado por dos tareas que éste tiene que afrontar: atraerse
a la clase obrera a su lado, ganando así un apoyo para la resistencia contra las pretensiones excesivas por
parte del imperialismo, y al mismo tiempo, disciplinar a los trabajadores a los trabajadores poniéndolos bajo el
control de una burocracia.

El capitalismo monopolista y los sindicatos.

El capitalismo monopolista está cada vez menos ansiosos de ajustarse a la independencia de los
sindicatos. Exige de la burocracia reformista y de la aristocracia obrera, que picotean las migajas de su mesa de
banquete, que se transformen en su policía política ante los ojos de la clase obrera. Si esto no es logrado, la
burocracia obrera es desalojada y reemplazada por los fascistas. Digamos de paso que todos los esfuerzos de
la aristocracia obrera como sirviente del imperialismo, no pueden a la larga, salvarla de la destrucción. La
intensificación de las contradicciones entre las clases en cada país, el agudizamiento del antagonismo entre un
país y otro, producen una situación en la que el imperialismo capitalista puede tolerar puede tolerar (hasta
cierto punto) una burocracia reformista, siempre que ésta funcione como un accionista, pequeño pero activo,
de sus empresas imperialistas, y de sus planes y programas tanto dentro del país como en escala mundial. El
reformismo social debe transformarse en socioimperialismo para poder prolongar su existencia, pero sólo para
prolongarla y nada más, pues en ese camino, en general, no existe ninguna salida.

¿Significa esto que en la época del imperialismo es completamente imposible la existencia de


sindicatos independientes? Sería totalmente erróneo plantear el problema de esta manera. Lo que es
imposible es la existencia de sindicatos independientes o semiindependientes de carácter reformista. La
existencia de sindicatos revolucionarios, que no sean accionistas de la política imperialista, sino que se
planteen como tarea esencial el derrumbamiento de la dominación capitalista, es enteramente posible. En la
época de la decadencia imperialista los sindicatos pueden ser independientes en realidad sólo en la medida en
que sean conscientes de su papel de órganos de la revolución proletaria. En este sentido el programa de
reivindicaciones transitorias (El Programa de Transición) adoptado por el último congreso de la IV
Internacional no sólo es el programa para la actividad del partido, sino que es en sus características
fundamentales, el programa para la actividad de los sindicatos. El desarrollo de los países atrasados se
distingue por su carácter combinado. Dicho de otro modo, la última palabra de la tecnología, de la economía y
de la política imperialista, se combinan en estos países con el primitivismo y atraso tradicionales. Esta ley
puede ser observada en las más diversas esferas de desarrollo de los países coloniales y semicoloniales, incluso
en el movimiento sindical. El capitalismo imperialista actúa aquí en su forma más cínica y descarada. Lleva a un
suelo virgen los métodos más perfeccionados de gobierno tiránico. En el movimiento sindical de todo el
mundo se ha observado en los últimos tiempos una inclinación hacia la derecha y hacia la supresión de la
democracia interna. En Inglaterra el movimiento minoritario en los sindicatos ha sido aplastado (no sin la
ayuda de Moscú); los dirigentes del movimiento sindical son en la actualidad, especialmente en el terreno de
la política exterior, los agentes obedientes del partido conservador. En Francia no hubo posibilidad para la
existencia independiente de sindicatos stalinistas; por lo que los stalinistas se unieron con los llamados
sindicatos anarcosindicalistas bajo la dirección de Jouhaux y como resultado de esta unificación se produjo un
cambio general del movimiento sindical, no hacia la izquierda sino hacia la derecha. La dirección de la CGT, es
pues, la agencia más directa y más abierta del capitalismo imperialista francés.

En los Estados Unidos el movimiemto sindical ha pasado en los últimos años por su periodo más
borrascoso. El ascenso del CIO (Comité de Organizaciones Industriales) es la prueba más evidente de la
existencia de tendencias revolucionarias entre las masas trabajadoras. Es un hecho significativo y notable en el
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más alto grado que, a pesar de todo, la nueva organización sindical "de Izquierda "apenas fundada cayó bajo la
influencia férrea del Estado Imperialista. Las luchas entre los dirigentes de la vieja AFL (Federación Americana
del Trabajo) y la nueva CIO se reducen en gran medida a la lucha por conquistar la simpatía y el apoyo de
Roosevelt y su gabinete.

No menos aleccionador, aunque en sentido diferente, es el cuadro del desarrollo de la degeneración


del movimiento sindical en España. En los sindicatos socialistas los elementos dirigentes que en alguna
proporción representaban la independencia del movimiento sindical fueron echados a un lado. En lo que se
refiere a los sindicatos anarcosindicalistas, se convirtieron en instrumento de los republicanos burgueses; de
este modo los dirigentes anarcosindicalistas, de una oposición "absoluta" al Estado y a la política en general,
devinieron en ministros burgueses de los más conservadores. El hecho de que esta metamorfosis ocurriera en
circunstancias de una guerra civil no quita fuerza a su importancia. La guerra acelera los procesos, expone sus
características básicas, destruye todo lo que está podrido, lo que es falso y equívoco y pone al desnudo todo lo
que es esencial. La tendencia de los sindicatos hacia la derecha se debió a la exacerbación de las
contradicciones internacionales y de clase. Los jefes del movimiento sindical sintieron o comprendieron, o se
les dio a entender, que no era el momento de jugar a la oposición.

Cada movimiento de oposición en el ámbito sindical, especialmente entre las cumbres dirigentes,
amenaza con provocar una agitación violenta entre las masas y crear dificultades al imperialismo nacional. De
aquí surge el viraje de los sindicatos hacia la derecha, y la supresión de la democracia obrera dentro de ellos. El
rasgo fundamental, el viraje hacia el régimen totalitario, se manifiesta también en el movimiento sindical del
mundo entero.

Debemos hacer mención también de Holanda, donde no sólo el movimiento reformista y sindical
fueron los más seguros apoyos de capitalismo imperialista, sino donde también la llamada organización
anarcosindicalista estuvo de hecho bajo el control del gobierno imperialista. El secretario de esta organización,
Sneevliet, fue, como diputado del parlamento holandés y a pesar de sus platónicas simpatías por la IV
Internacional, el que más estuvo interesado en que se descargara la cólera del gobierno sobre las
organizaciones sindicales.

En los Estados Unidos el Departamento del Trabajo con su burocracia izquierdista, tiene como tarea la
subordinación del movimiento sindical al Estado democrático y es preciso decir que hasta ahora esta tarea ha
sido realizada con cierto éxito.

La nacionalización de los ferrocarriles y de los campos petroleros en México no tienen nada que ver
por supuesto con el socialismo. Es una medida de capitalismo de Estado en un país atrasado, que de este
modo trata de defenderse del imperialismo extranjero por un lado y del otro, de su propio proletariado. La
administración de los ferrocarriles, de los campos petroleros, etc., por medio de organizaciones obreras, no
tienen nada en común con el control obrero sobre la industria, pues, la esencia de la cuestión en esta
administración es que se realiza por medio de la burocracia obrera que es independiente de los obreros, pero
que al contrario, depende completamente del Estado burgués. Esta medida por parte de la clase dirigente
persigue el objetivo de disciplinar a la clase obrera, haciéndola más industriosa en el servicio de los intereses
comunes del Estado que, en la superficie parecen identificarse con los intereses de la clase obrera. En realidad
lo que sucede es otra cosa. Toda la tarea de la burguesía consiste en liquidar los sindicatos como órganos de la
lucha de clases y sustituirlos por una burocracia sindical que funcione como el órgano de dirección sobre los
obreros y a través de la cual ejerce su hegemonía el Estado burgués. En estas condiciones, la tarea de la
vanguardia revolucionaria es dar una lucha por la completa independencia de los sindicatos y por la
introducción de un verdadero control obrero sobre la actual burocracia sindical, la que se ha convertido en la
administradora de los ferrocarriles, de las empresas petroleras, etc.

Los acontecimientos de los últimos tiempos (antes de la guerra) han demostrado con especial claridad
que el anarquismo, que en lo que respecta a la teoría no es más que el liberalismo llevado a sus últimos
extremos, fue en la práctica, una pacífica propaganda ejercida en el seno de la república democrática, cuya
protección requería. Si dejamos a un lado los actos terroristas individuales, etc., el anarquismo como sistema
político y como movimiento de masas, sólo distribuyó material de propaganda bajo la pacífica protección de
las leyes. En condiciones de crisis los anarquistas siempre hicieron lo opuesto a lo que pensaban en tiempos de
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paz. Esto fue señalado por el mismo Marx, al aludir a la experiencia de la Comuna de París. Y esta característica
se repitió en escala infinitamente mayor en las experiencias de la revolución española.

Los sindicatos democráticos, en el viejo sentido de la palabra, o sea, los organismos en el seno de los
cuales luchaban más o menos libremente diferentes tendencias, no pueden existir actualmente. Del mismo
modo que es imposible restablecer el Estado democrático burgués, es imposible asimismo restaurar la vieja
democracia obrera. El destino de uno refleja la suerte de la otra. De hecho la independencia de los sindicatos
en el sentido de clase, en sus relaciones con respecto al Estado burgués puede ser asegurada en las
condiciones actuales, solamente por una dirección completamente revolucionaria, es decir por la dirección de
la IV Internacional. Esta dirección, claro está, tiene que ser racional y asegurar a los sindicatos el máximo de
democracia concebible en las condiciones concretas presentes. Pero sin la dirección política de la IV
Internacional la independencia de los sindicatos es imposible.

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3- El Partido Obrero y el Peronismo. Capítulo I: “Las elecciones del 24 de febrero
de 1946”. Equipo de redacción de Prensa Obrera

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4- Discurso en la Bolsa de Comercio siendo Secretario de Trabajo y Previsión en
1944. Perón, Juan Domingo
Señores: En primer término, agradezco la oportunidad que me brinda la Cámara de Comercio para exponer
algunos asuntos que conciernen en forma directa a la Secretaría de Trabajo y Previsión. Al hacerlo no he
querido escribir cuanto voy a exponer, a fin de animar esta conversación, descartando la lasitud natural de las
lecturas, para buscar una mayor comprensión y facilitar un entendimiento entre los intereses que juegan en el
orden social, que la Secretaría de Trabajo y Previsión está encarando.

En ese sentido me trae hasta aquí un sentimiento leal y una absoluta sinceridad. Mis palabras si no están
calificadas por grandes conocimientos, lo están, en cambio, por una absoluta sinceridad y un patriotismo
totalmente desinteresado que puede descartar cualquier mala comprensión de todo cuanto voy a decir. La
Secretaría de Trabajo y Previsión entiende que la política social de un país comprende integralmente todo lo
humano con relación a los diversos factores del bienestar general. Siendo así, muchos, posiblemente
equivocados sobre todo cuanto yo he dicho en el orden social, se han permitido calificarme de distintas
maneras. Yo he interpretado cada una de estas calificaciones; las he sopesado y he llegado a esta conclusión:
de un lado, me han dicho que soy nazi, de otro lado han sostenido que soy comunista; todo lo que me da la
verdadera certidumbre de que estoy colocado en el perfecto equilibrio que busco en la acción que desarrollo
en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Pienso que el problema social se resuelve de una sola manera: obrando conscientemente para buscar una
perfecta regulación entre las clases trabajadoras, medias y capitalistas, procurando una armonización perfecta
de fuerzas, donde la riqueza no se vea perjudicada, propendiendo por todos los medios a crear un bienestar
social, sin el cual la fortuna es un verdadero fenómeno de espejismo que puede romperse de un momento a
otro. Una riqueza sin estabilidad social puede ser poderosa, pero será siempre frágil, y ése es el peligro que
viéndolo, trata de evitar por todos los medios la Secretaría de Trabajo y Previsión.

El Estado moderno evoluciona cada día más en su gobierno para entender que éste es un problema social. Ésa
es la enseñanza del mundo. Vemos una evolución permanente en todas las agrupaciones humanas, que desde
cincuenta años hasta el presente vienen acelerando de una manera absoluta e inflexible hacia una evolución
social de la humanidad que antes no había sido conocida. Cerrar los ojos a esa realidad, es esconder la cabeza
dejando el cuerpo afuera, como hacen los avestruces de la pampa. Es necesario reaccionar contra toda miopía
psicológica; penetrar los problemas; irlos a resolver de frente. Los hombres que no hayan aprendido a decir
siempre la verdad y a encarar la vida de frente, suelen tener sorpresas desagradables. Nosotros, afirmados
sobre tales premisas, buscamos soluciones, soluciones argentinas para el panorama argentino y para el futuro
argentino, que es el que más interesa al gobierno.

Hasta ahora estos problemas han sido encarados por una verdadera lucha. Yo no creo que la solución de los
problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las
teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones
extraordinariamente autorizadas, como la de Massini y la de León XIII proclamaron nuevas doctrinas, con las
cuales debía desaparecer esa lucha inútil, que como toda lucha no produce sino destrucción de valores. Sería
largo y quizás inútil por conocidas, que comentásemos aquí esas doctrinas, como las del cristianismo liberal o
como las del cristianismo democrático que encierra doctrinas más o menos parecidas; pero viendo el
panorama inútil, sería suficiente pensar que si seguimos en esta lucha en que la humanidad ha visto
empeñadas sus fuerzas productoras, hemos de llegar a una crisis que fatalmente se ha de producir, como ya se
ha producido en otros países, con mayor o menor violencia. Pero no hemos de esperar que ese ejemplo
tengamos que sentirlo, en carne propia, bien que esa experiencia suele ser el maestro de los necios. Es mejor
tomar la experiencia en la carne ajena y en este sentido, tenemos ya una larga experiencia. El abandono por el
Estado de una dirección racional de una política social, cualquiera que ella sea, es sin duda el peor argumento
porque es el desgobierno y la disociación paulatina y progresiva de las fuerzas productoras de la Nación. En mi
concepto, ésa ha sido la política seguida hasta ahora.

El Estado, en gran parte, se había desentendido del problema social, en lo que él tiene de trascendente, para
solucionar superficialmente los conflictos y problemas parciales. Es así que el panorama de la política social

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seguida representa una serie de enmiendas colocadas alrededor de alguna ley, que por no haber resultado
orgánicamente la columna vertebral de esa política social, se ha resuelto parcialmente el problema, dejando el
resto totalmente sin solución.

Las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso, porque la masa más
peligrosa, sin duda, es la inorgánica. La experiencia moderna demuestra que las masas obreras mejor
organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes. La falta de
una política social bien determinada ha llevado a formar en nuestro país esa masa amorfa. Los dirigentes son,
sin duda, un factor fundamental que aquí ha sido también totalmente descuidado. El pueblo por sí, no cuenta
con dirigentes. Y yo llamo a la reflexión de los señores para que piensen en manos de quiénes estaban las
masas obreras argentinas, y cuál podía ser el porvenir de esa masa, que en un crecido porcentaje se
encontraba en manos de comunistas, que no tenían ni siquiera la condición de ser argentinos, sino
importados, sostenidos y pagados desde el exterior. Esas masas inorgánicas, abandonadas, sin una cultura
general, sin una cultura política, eran un medio de cultivo para esos agitadores profesionales extranjeros. Para
hacer desaparecer de la masa ese grave peligro, no existen más que tres caminos, o tres soluciones: primero,
engañar a las masas con promesas o con la esperanza de leyes que vendrán, pero que nunca llegan; segundo,
someterlas por la fuerza; pero estas dos soluciones, señores, llevan a posponer los problemas, jamás a
resolverlos. Hay una sola forma de resolver el problema de la agitación de las masas, y ella es la verdadera
justicia social en la medida de todo aquello que sea posible a la riqueza de su país y a su propia economía, ya
que el bienestar de las clases dirigentes y de las clases obreras está siempre en razón directa de la economía
nacional. Ir más allá, es marchar hacia un cataclismo económico; quedarse muy acá, es marchar hacia un
cataclismo social; y hoy, esos dos extremos, por dar mucho o por no dar nada, como todos los extremos, se
juntan y es para el país, en cualquiera de los dos casos, la ruina absoluta.

No deseo fatigar a los señores con una exposición doctrinaria sobre todas estas cuestiones que conocen mejor
que yo. He querido solamente presentar, diremos así, una concepción teórica de conjunto, para analizar a la
luz de esas verdades que todos conocemos, la situación en el campo obrero en el momento en que la
Revolución del 4 de Junio se producía.

Las fuerzas obreras estaban formadas en sindicatos en forma más o menos inorgánica. El personal que
prestaba servicios en las fábricas, alguno estaba afiliado a los sindicatos, y otro no lo estaba; pero muchos
sindicatos contaban con un 40 por ciento de dirigentes comunistas o comunizantes. A los tres meses de
producirse la Revolución, nosotros, que observamos vigilantes el panorama obrero, tropezamos con la primera
amenaza, consistente en una huelga general revolucionaria. El Ministerio de Guerra, que había obtenido su
información por intermedio de su servicio secreto, fue el que tomó en forma directa la onda, la fijó más o
menos, estudió el panorama, y cuando pensó en llegar a una solución, estábamos a tres o cuatro días de esa
huelga que debía producirse irremisiblemente. Reunimos los dirigentes, como aficionados, ya que no teníamos
ningún carácter oficial. Hablamos con ellos; los hombres estaban decididos. Esto representaba no un peligro,
pero sí una posibilidad de tener que luchar. Indudablemente eso repugna siempre al espíritu el tener que salir
a pelear en la calle con el pueblo, cosa que solamente se hace cuando no hay más remedio y cuando la gente
quiere realmente la guerra civil. Cuando ello ocurre, no hay más remedio que llegar a ella; y entonces la lucha
es la suprema razón de la disociación.

Pero este caso pudo posponerse por una semana, lo que nos dio la posibilidad de accionar en forma directa
sobre otros sindicatos que no estaban de acuerdo, sino por presión, porque sabemos bien que los dirigentes
rojos trabajan a las masas, no sólo por persuasión, sino más por intimidación. En esas condiciones nos fue
posible tomar el panorama obrero y elevarlo; pero, indudablemente, el Departamento de Trabajo demostró
en esa oportunidad no ser el organismo necesario para actuar, porque los obreros no querían ir al
Departamento de Trabajo de esa época, que había perdido delante de ellos todo su prestigio como organismo
estatal, ya que en la solución de sus propios problemas, ellos no encontraron nunca el apoyo decidido y eficaz
que tenía la obligación de prestar a los trabajadores. Por eso, con un organismo desprestigiado, no solamente
se perjudica a la clase trabajadora, sino que él es germen del levantamiento de la masa, que en ninguna parte
se encuentra escuchada, comprendida y favorecida. Eso me dio la idea de formar un verdadero organismo
estatal con prestigio, obtenido a base de buena fe, de leal colaboración y cooperación, de apoyo humano y
justo a la clase obrera, para que respetado, y consolidado su prestigio en las masas obreras, pudiera ser un

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organismo que encauzara el movimiento sindical argentino en una dirección; lo organizase o hiciese de esta
masa anárquica, una masa organizada, que procediese racionalmente, de acuerdo con las directivas del
Estado. Ésa fue la finalidad que, como piedra fundamental, sirvió para levantar sobre ella la Secretaría de
Trabajo y Previsión.

Para evitar que ella cayese nuevamente en el mal anterior, en esa burocracia estática que hace ineficaces casi
todas las organizaciones estatales, porque están siempre 5 kilómetros detrás del movimiento, organizamos
sobre esa burocracia un brazo activo que se llamó Acción Social Directa, que va a la calle, toma el problema, lo
trae y lo resuelve en el acto; y en tres días se tiene establecido un acuerdo entre patrones y obreros, el que
después se protocoliza en pocas horas, en un convenio que firman ambas partes de acuerdo, y se pasa a
ejecución.

Esa sería para el porvenir la base de experiencia, que es la unión real, la base empírica sobre la cual había de
conformarse en el futuro un verdadero código de trabajo, al contrario de aquellos que se decidieron siempre
por emplear el método idealista e hicieron códigos de trabajo, muchos de los cuales no fueron leídos más que
por el autor y algunos de sus familiares, pero que en el campo real de las actividades del trabajo no tuvieron
nunca aplicación en ningún caso. Hombres de excelente voluntad como el doctor Joaquín V. González, de
extraordinario talento, escribieron una admirable obra que no ha sido aplicada jamás, porque es un método
ideal.

Nosotros vamos por el camino inverso; vamos a establecer tantos convenios bilaterales, tantos convenios con
comisiones paritarias de patrones y obreros, que nos den racionalmente lo que cada uno quiere y puede dar
en ese sentido de transacción que se hace en las mesas de las comisiones de la Secretaría de Trabajo y
Previsión, para llegar a un punto de apoyo sobre el cual moveremos en el futuro todas las actividades del
trabajo argentino. Nosotros, señores, vamos trabajando sobre un sentido constructivo, que podrá ser lento,
que podrá equivocarse, pero que se realizará, al contrario de todas las teorizaciones imaginarias que nunca se
realizaron. Es así que la Secretaría de Trabajo y Previsión propició desde el principio un sindicalismo gremial.
Sobre esta cuestión del sindicalismo existen prejuicios de los más arraigados, pero que no resisten al menor
análisis. Todavía hay hombres que se asustan de la palabra sindicalismo. Ello me hace recordar a esos chicos
que para hacerlos dormir a la noche, les hablan del “hombre de la bolsa” y que luego, cuando tienen treinta
años, si les nombran “el hombre de la bolsa”, se dan vuelta asustados, aun cuando saben que ese hombre no
existe.

Con el sindicalismo pasa lo mismo. Hay personas que por un arraigado y viejo prejuicio, se asustan de él; y lo
que es más notable, hay algunos patrones que se oponen a que sus obreros estén sindicalizados, aunque ellos,
desde el punto de vista patronal, forman sindicatos patronales. Es grave error creer que el sindicalismo obrero
es un perjuicio para el patrón. En manera alguna es así. Por el contrario, es la forma de evitar que el patrón
tenga que luchar con sus obreros, que su sociedad patronal que lo representa luche con la sociedad obrera
que representa al gremio.

En síntesis, es el medio para que lleguen a un acuerdo, no a una lucha. Así se suprimen las huelgas, los
conflictos parciales, aunque, indudablemente, las masas obreras pasan a tener el derecho de discutir sus
propios intereses, desde una misma altura con las fuerzas patronales, lo que analizado, es de una absoluta
justicia. A nadie se le puede negar el derecho de asociarse lícitamente para defender sus bienes colectivos o
individuales: ni al patrón, ni al obrero. Y el Estado está en la obligación de defender una asociación como la
otra, porque le conviene tener fuerzas orgánicas que puede controlar y que puede dirigir; y no fuerzas
inorgánicas que escapan a su dirección y a su control. Por eso nosotros hemos propiciado desde allí un
sindicalismo, pero un verdadero sindicalismo gremial. No queremos que los sindicatos estén divididos en
fracciones políticas, porque lo peligroso es, casualmente, el sindicalismo político.

Sindicatos que están compuestos por socialistas, comunistas y otras agrupaciones terminan por subordinarse
al grupo más activo y más fuerte. Y un sindicato donde cuenta con hombres buenos y trabajadores, va a caer
en manos de los que no lo son: hombre que formando un conjunto aisladamente, no comulgarían con esas
ideas anárquicas. De ahí que es necesario que todos comprendan que estas cuestiones, aun cuando algunos
consideran al sindicalismo una mala palabra, en su finalidad, son siempre buenas, porque evita, casualmente,
los problemas creados y que son siempre artificiales. Por cada huelga producida naturalmente, hay cinco
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producidas artificialmente, y ellas lo son por masas heteróditas, que tienen dirigentes que no responden a la
propia masa. En permitir y aun en obligar a los gremios a formar sindicatos, radica la posibilidad de que los
audaces que medran a sus expensas puedan apoderarse de la masa y obren en su nombre en defensa de
intereses siempre inconfesables.

Antes de entrar en el tema, me he de referir a otra de las cuestiones. Se ha dicho que en la Secretaría de
Trabajo y Previsión, hemos perjudicado a tales o cuales fuerzas. La Secretaría de Trabajo y Previsión responde
a una concepción que expuse desde el primer momento; en aquélla no se produce ningún acuerdo, ningún
arreglo por presión, sino por transacción entre obreros y patrones. Nosotros no hemos llegado a establecer
ningún decreto, ninguna resolución que no haya sido perfectamente aceptada en nuestras mesas por obreros
y patrones. Ya hemos realizado más de cien convenios colectivos, respecto de los cuales no puede haber un
solo patrón ni un solo obrero que pueda sostener con justicia que nosotros no hemos consultado y llegado a
esos convenios y acuerdos, por transacciones bilaterales entre ellos, arregladas por nosotros que ocupamos la
cabecera para evitar que intercambien palabras y discusiones inoportunas. Nosotros allí, haciendo de
verdaderos jueces salomónicos, ayudamos la transacción: unos dicen diez centavos; otros solicitan veinte
centavos, porque el patrón siempre quiere dar menos y el obrero siempre pide más. Muchos de los señores
que están aquí habrán asistido a nuestro trabajo. En ese sentido, vamos realizando una justicia distributiva y
evitando que esto que puede ser un negocio transaccional, se transforme en una huelga con tiros, y en tantas
cosas desagradables.

Lo que yo puedo decir es que desde que la Secretaría de Trabajo y Previsión se halla en funcionamiento, no se
ha producido en el país ninguna huelga duradera, ni ninguna ha resistido más de cuarenta y ocho horas y,
excepcionalmente, alguna de ellas ha durado varios días. Eso en casi ocho meses de trabajo. Hacia esa
finalidad marcha la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Creo, señores, que en cuanto se refiere a su acción, la Secretaría de Trabajo y Previsión no puede presentar
ningún inconveniente, ni para el capital ni para el trabajo. Procedemos a poner de acuerdo al capital y al
trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado, que también cuenta con esos convenios, porque es
indudable que no hay que olvidar que el Estado, que representa a todos los demás habitantes, tiene también
allí su parte que defender: el bien común, sin perjudicar ni a un bando ni a otro. Cuando fuera necesario salvar
el bien común a expensas del mal de algún otro, creo que ningún hombre de gobierno puede apartarse de eso
que representa para mí la conveniencia y la justicia del Estado.

Bien, señores. No he de decir que la Secretaría de Trabajo y Previsión se encuentra en este momento en un
lecho de rosas, pero sí puedo asegurarles que mediante una captación progresiva de las masas, que
consideran a aquella casa como la propia, ha acarreado al bien social muchas conquistas y muchas victorias.
Creo más: estimo que el futuro será cada vez mejor por los beneficios incalculables que la organización gremial
va a dar al país para su orden interno, para su progreso y para su bienestar general. Yo invitaría a los señores a
que reflexionen –como ya lo he hecho anteanoche, cuando se susurraba que iban a producirse desórdenes en
la calle– acerca de cuál habría sido el espectáculo de estos días, si hace ocho meses no hubiéramos pensado en
buscar una solución a esa desorbitación natural de las masas. Probablemente habría sido otro. La Secretaría de
Trabajo y Previsión ha ido a investigar cuántos obreros había detenidos, y puedo afirmar que sin su creación,
no hubiéramos tenido la enorme satisfacción de saber que entre todos esos detenidos existe solamente un
obrero, perteneciente al sindicato de la construcción. Ningún otro obrero ha sido detenido por los incidentes y
desórdenes callejeros. No sé si seré optimista, como son optimistas todos los padres con sus hijos, pero
sabemos nosotros muy bien que hasta ahora la Secretaría de Trabajo y Previsión ha llenado una función de
gran eficacia para la tranquilidad pública. Pueden venir días de agitación.

La Argentina es un país que no está en la estratosfera; sino que está viviendo una vida de relación; de manera
que las ideologías que aquí se discuten, no se decidirán en la República Argentina, sino que ya se están
decidiendo en los campos europeos; y esa influencia será tan grande para el futuro, que la veremos crecer
progresivamente hasta producir hechos decisivos que pueden ir desde el grito de “Viva Esto” y “Viva lo Otro”
hasta la guerra civil.

Está en manos de nosotros hacer que la situación termine antes de llegar a ese extremo, en el cual todos los
argentinos tendrán algo que perder, pérdida que será directamente proporcional con lo que cada uno posea:
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el que tenga mucho lo perderá todo, y el que no tenga nada, no perderá. Y como los que no tienen nada son
muchos más que los que tienen mucho, el problema presenta en este momento un punto de crisis tan grave
como pocos pueden concebir. El mundo está viviendo un drama cuyo primer acto, 1914-1918, lo hemos vivido
casi todos nosotros; hemos vivido también el segundo acto, a cuya terminación asistimos; pero nadie puede
decir si después de este acto continúa el epílogo o si vendrá un tercer acto que prolongará quién sabe aún por
cuánto tiempo este drama de la humanidad.

Lo que la República Argentina necesita es entrar bien colocada en ese epílogo que puede producirse ya, o que
si no se produce y se entrara en un tercer acto, exigirá estar aún mejor preparada.

Vivimos épocas de decisiones, y quien no esté decidido a afrontarlas, sucumbirá irremisiblemente. ¿Cuál es el
problema que a la República Argentina debe preocuparle sobre todos los demás? Un cataclismo social en la
República Argentina haría inútil cualquier posesión de bien, porque sabemos –y la experiencia de España es
bien concluyente y gráfica a este respecto– que con ese cataclismo social los valores se pierden totalmente y,
en el mejor de los casos, lo que cambia pasa a otras manos que las que eran inicialmente poseedoras; vale
decir que los hombres, después de un hecho de esa naturaleza, han de pensar que todo se ha perdido. Si así
sucede, ojalá se pierda todo, menos el honor.

Es indudable que siendo la tranquilidad social la base sobre la cual ha de dilucidarse cualquier problema, un
objetivo inmediato del Gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país, evitando por todos los
medios un posible cataclismo de esta naturaleza, ya que si él se produjera, de nada valdrían las riquezas
acumuladas, los bienes poseídos, los campos, ni los ganados. Sobre esto, señores, es inútil, totalmente inútil
teorizar; hay que ir a soluciones realistas: primero, solucionar este problema; luego pensaremos en los otros,
porque fallar en esta solución, representa fallar integralmente para el país.

Dentro de este objetivo, fundamental e inmediato, que la Secretaría de Trabajo y Previsión persigue, radica la
posibilidad de evitar el cataclismo social que es probable, no imposible. Basta conocer cuál es el momento
actual que viven las masas obreras argentinas, para darse cuenta si ese cataclismo es o no probable. La
terminación de la guerra agudizará de una manera extraordinaria ese problema, y América será, sin duda, el
juego de intereses tan poderosos como no lo han sido en la historia ningún país de este lado del Ecuador antes
de ahora.

El capitalismo en el mundo ha sufrido durante esta guerra, en este segundo acto del drama, un golpe decisivo.
El resultado de la guerra 1914-1918 fue la desaparición de un gran país europeo como capitalista: Rusia. Pero
engendró en nuevas doctrinas más o menos parecidas a las doctrinas rusas, otros países que fueron hacia la
supresión del capitalismo. En esta guerra, el país capitalista por excelencia quedará como un país deudor en el
mundo, probablemente, mientras que toda la Europa entrará dentro del anticapitalismo panruso. Esto es lo
que ya se puede ir viendo, y diría que no es nuevo ni es tampoco de los comunistas, sino que es muy anterior a
ellos. En América quedarán países capitalistas, pero en lo que concierne a la República Argentina, sería
necesario echar una mirada de circunvalación para darse cuenta de que su periferia presenta las mismas
condiciones rosadas que tenía nuestro país. Chile es un país que ya tiene, como nosotros, un comunismo de
acción de hace años; en Bolivia, a los indios de las minas parece les ha prendido el comunismo como viruela,
según dicen los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido contrario al nuestro; Uruguay, con el
“camarada” Orlof, que está en este momento trabajando activamente; Brasil, con su enorme riqueza, me
temo que al terminar la guerra pueda caer en lo mismo. Y entonces pienso cuál será la situación de la
República Argentina al terminar la guerra, cuando dentro de nuestro territorio se produzca una paralización y
probablemente una desocupación extraordinaria; mientras desde el exterior se filtre dinero, hombres e
ideologías que van a actuar dentro de nuestra organización estatal, y dentro de nuestra organización del
trabajo.

Creo que no se necesita ser muy perspicaz para darse cuenta de cuáles pueden ser las proyecciones, y de
cuáles pueden ser las situaciones que tengamos todavía que enfrentar en un futuro muy próximo. Por lo
pronto, presentaré un solo ejemplo para que nos demos cuenta en forma más o menos gráfica de cuál es la
situación de la República Argentina en ese sentido.

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Yo he estado en España poco después de la guerra civil y conozco mi país después de haber hecho muchos
viajes por su territorio. Los obreros españoles, inmediatamente antes de la guerra civil, ganaban salarios
superiores, en su término medio general, a los que se perciben actualmente en la República Argentina; no hay
que olvidarse de que en nuestro territorio hay hombres que ganaban 20 centavos diarios; no pocos que
ganaban doce pesos por mes; y no pocos, también, que no pasaban de treinta pesos por mes, mientras los
industriales y productores españoles ganaban el 30 o 40 por ciento. Nosotros tenemos en este momento –
¡Dios sea loado, ello ocurra por muchos años! – industriales que pueden ganar hasta el 1.000 por ciento. En
España se explicó la guerra civil. ¿Qué no se explicaría aquí si nuestras masas de criollos no fuesen todo lo
buenas, obedientes y sufridas que son?

He presentado el problema de España antes de referirme al problema argentino. La posguerra traerá,


indefectiblemente, una agitación de las masas, por causas naturales; una lógica paralización, desocupación,
etcétera, que combinadas producen empobrecimiento paulatino. Ésas serán las causas naturales de una
agitación de las masas, pero aparte de estas causas naturales, existirán también numerosas causas artificiales,
como ser: la penetración ideológica, que nosotros hemos tratado en gran parte de atenuar; dinero abundante
para agitar, que sabemos circula ya desde hace tiempo en el país, y sobre cuyas pistas estamos perfectamente
bien orientados; un surgimiento del comunismo adormecido, que pulula como todas las enfermedades
endémicas dentro de las masas; y que volverá, indudablemente, a resurgir con la posguerra, cuando los
factores naturales se hagan presentes. En la Secretaría de Trabajo y Previsión ya funciona el Consejo de
posguerra, que está preparando un plan para evitar, suprimir, o atenuar los efectos, factores naturales de la
agitación; y que actúa también como medida de gobierno para suprimir y atenuar los factores artificiales; pero
todo ello no sería suficientemente eficaz, si nosotros no fuéramos directamente hacia la supresión de las
causas que producen la agitación como efecto.

Es indudable que en el campo de las ideologías extremas, existe un plan que está dentro de las mismas masas
trabajadoras; que así como nosotros luchamos por proscribir de ellas ideologías extremas, ellas luchan por
mantenerse dentro del organismo de trabajo argentino. Hay algunos sindicatos indecisos, que esperan para
acometer su acción al medio, que llegue a formarse; hay también células adormecidas dentro del organismo
que se mantienen para resurgir en el momento en que sea necesario producir la agitación de las masas.

Existen agentes de provocación que actúan dentro de las masas provocando todo lo que sea desorden; y
además de eso, cooperando activamente, existen agentes de provocación política que suman sus efectos a los
de agentes de provocación roja, constituyendo todos ellos coadyuvantes a las verdaderas causas de agitación
natural de las masas.

Ésos son los verdaderos enemigos a quienes habrá que hacer frente en la posguerra, con sistemas que
deberán ser tan efectivos y radicales como las circunstancias lo impongan.

Si la lucha es tranquila, los medios serán tranquilos; si la lucha es violenta, los medios de supresión serán
también violentos. El Estado no tiene nada que temer cuando tiene en sus manos los instrumentos necesarios
para terminar con esta clase de agitación artificial; pero, señores, es necesario persuadirse de que desde ya
debemos ir encarando la solución de este problema de una manera segura. Para ello es necesario un seguro y
reaseguro. Si no estaremos siempre expuestos a fracasar. Este remedio es suprimir las causas de la agitación:
la injusticia social. Es necesario dar a los obreros lo que éstos merecen por su trabajo y lo que necesitan para
vivir dignamente, a lo que ningún hombre de buenos sentimientos puede oponerse, pasando a ser éste más un
problema humano y cristiano que legal.

Es necesario saber dar un 30 por ciento a tiempo que perder todo a posteriori. Éste es el dilema que plantea
esta clase de problemas. Suprimidas las causas, se suprimirán en gran parte los efectos; pero las masas pueden
aún exigir más allá de lo que en justicia les corresponde, porque la avaricia humana en los grandes y en los
chicos no tiene medidas ni límite. Para evitar que las masas que han recibido la justicia social necesaria y lógica
no vayan en sus pretensiones más allá, el primer remedio es la organización de esas masas para que,
formando organismos responsables, organismos lógicos y racionales, bien dirigidos, que no vayan tras la
injusticia, porque el sentido común de las masas orgánicas termina por imponerse a las pretensiones
exageradas de algunos de sus hombres. Ése sería el seguro, la organización de las masas. Ya el Estado
organizaría el reaseguro, que es la autoridad necesaria para que cuando esté en su lugar nadie pueda salirse
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de él, porque el organismo estatal tiene el instrumento que, si es necesario, por la fuerza ponga las cosas en su
quicio y no permita que salgan de su cauce. Ésa es la solución integral que el Estado encara en este momento
para la solución del problema social. Se ha dicho, señores, que soy un enemigo de los capitales, y si ustedes
observan lo que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo, porque sé
que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la
defensa misma del Estado. Sé que ni las corrientes comerciales han de modificarse bruscamente, ni se ha de
atacar en forma alguna al capital, que, con el trabajo, forma un verdadero cuerpo humano, donde sus
miembros han de trabajar en armonía para evitar la destrucción del propio cuerpo.

Siendo así, desde que tomé la primera resolución de la Secretaría de Trabajo y Previsión, establecí clara e
incontrovertiblemente que esta casa habría de defender los intereses de los obreros, y habría de respetar los
capitales, y que en ningún caso se tomaría una resolución unilateral y sin consultar los diversos intereses, y sin
que los hombres interesados tuvieran el derecho de defender lo suyo en la mesa donde se dilucidarían los
conflictos obreros. Así lo he cumplido desde que estoy allí y lo seguiré cumpliendo mientras esté.

También he defendido siempre la necesidad de la unión de todos los argentinos, y cuando digo todos los
argentinos, digo todos los hombres que hayan nacido aquí y que se encuentren ligados a este país por vínculos
de afecto o de ciudadanía. Buscamos esa unión porque entendemos que cualquier disociación, por
insignificante que sea, que se produzca dentro del país, será un factor negativo para las soluciones del futuro;
y si esa disociación tiene grandes caracteres, y este pueblo no se une, él será el autor de su propia desgracia,
porque es indudable, señores, que si seguimos jugando a los bandos terminaremos por pelear, y es indudable
también, que en esa pelea ninguno tendrá qué ganar sino todos tendrán qué perder, y es evidente que en este
momento se está jugando con fuego. Lo saben ustedes, lo sé yo y lo sabe todo el país. Nosotros somos
hombres profesionales de la lucha, somos hombres educados para luchar, y pueden tener ustedes la seguridad
más absoluta de que si somos provocados a esa lucha, iremos a ella con la decisión de no perderla. Por eso
digo que antes de embarcar al país en aventuras de esta naturaleza, conviene hacer un llamado a todos los
argentinos de buena voluntad, para que se unan, para que dejen de lado rencores de cualquier naturaleza, a
fin de salvar a la Nación, cuyo destino futuro no está tan salvaguardado como muchos piensan, porque las
disensiones internas, provocadas o no provocadas, pueden llevarnos a conflictos que serán siempre graves, y
en esto, los hombres no cuentan; cuenta solamente el país. Con este espíritu, señores, he venido hasta aquí.
Como Secretario de Trabajo y Previsión he querido proponer a los señores que representan a las asociaciones
más caracterizadas de las fuerzas vivas, dos cuestiones.

El Estado está realizando una obra social que será cada día más intensa; eso le ha ganado la voluntad de la
clase trabajadora, con una intensidad que muchos de los señores quizá desconozcan, pero yo, que viajo
permanentemente y que hablo continuamente con los obreros, estoy en condiciones de afirmar que es de una
absoluta solidaridad con todo cuanto realizamos. Pero lo que sigue primando en las clases trabajadoras es un
odio bastante marcado hacia sus patrones. Lo puede afirmar, y mejor que yo lo podría decir mi director de
Acción Social Directa, que es quien trata los conflictos. Existe un encono muy grande; no sé si será justificado,
o si simplemente será provocado, pero el hecho es que existe. Contra esto no hay más que una sola manera de
proceder: si el Estado es el que realiza la obra social, él es quien se gana la voluntad de los trabajadores; pero
si los propios patrones realizan su propia obra social, serán ellos quienes se ganen el cariño, el respeto y la
consideración de sus propios trabajadores. Muchas veces me dicen: “¡Cuidado, mi coronel, que me altera la
disciplina!”.

Yo estoy hecho en la disciplina. Hace treinta y cinco años que ejercito y hago ejercitar la disciplina, y durante
ellos he aprendido que la disciplina tiene una base fundamental: la justicia. Y que nadie conserva ni impone
disciplina si no ha impuesto primero la justicia. Por eso creo que si yo fuera dueño de una fábrica, no me
costaría ganarme el afecto de mis obreros con una obra social realizada con inteligencia. Muchas veces ello se
logra con el médico que va a la casa de un obrero que tiene un hijo enfermo, con un pequeño regalo en un día
particular; el patrón que pasa y palmea amablemente a sus hombres y les habla de cuando en cuando, así
como nosotros lo hacemos con nuestros soldados. Para que los obreros sean más eficaces han de ser
manejados con el corazón.

El hombre es más sensible al comando cuando el comando va hacia el corazón, que cuando va hacia la cabeza.
También los obreros pueden ser dirigidos así. Sólo es necesario que los hombres que tienen obreros a sus
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órdenes, lleguen hasta ellos por esas vías, para dominarlos, para hacerlos verdaderos colaboradores y
cooperadores, como se hace en muchas partes de Europa que he visitado, en que el patrón de la fábrica, o el
Estado, cuando éste es el dueño, a fin de año, en lugar de dar un aguinaldo, les da una acción de la fábrica. De
esa manera, un hombre que lleva treinta años de servicios tiene treinta acciones de la fábrica, se siente
patrón, se sacrifica, ya no le interesan las horas de trabajo. Para llegar a esto hay cincuenta mil caminos. Es
necesario modernizar la conducción de los obreros de la fábrica. Si ese fenómeno, si ese milagro lo realizamos,
será mucho más fácil para el Gobierno hacer justicia social: es decir, la justicia social de todos, la que
corresponde al Estado, y éste la encarará y resolverá por sus medios o por la colaboración que sea necesaria;
pero eso no desliga al patrón de que haga en su propia dependencia obra social. Hay muchas fábricas que lo
han hecho, pero hay muchas otras que no.

Lo que pediría es que en lo posible se intensifique esta obra rápidamente, con medios efectivos y eficaces,
cooperando con nosotros, asociándose con el Estado, si quieren los patrones, para construir viviendas, instalar
servicios médicos, dar al hombre lo que necesita. Un obrero necesita su sueldo para comer, habitar y vestirse.
Lo demás debe dárselo el Estado. Y si el patrón es tan bueno que se lo dé, entonces éste comenzará a ganarse
el cariño de su propio obrero; pero si él no le da sino su salario, el obrero no le va a dar tampoco nada más que
las ocho horas de trabajo. Creo que ha llegado, no en la Argentina sino en el mundo, el momento de cambiar
los sistemas y tomar otros más humanos, que aseguren la tranquilidad futura de las fábricas, de los talleres, de
las oficinas y del Estado. Esto es lo primero que yo deseo pedir, y luego, para colaborar conmigo en la
Secretaría de Trabajo y Previsión, pido una segunda cosa: que se designe una comisión que represente con un
hombre a cada una de las actividades, para que pueda colaborar con nosotros en la misma forma en que
colaboran los obreros. Con nosotros funcionará en la casa la Confederación General del Trabajo, y no
tendremos ningún inconveniente, cuando queramos que los gremios equis o zeta procedan bien o darles
nuestros consejos, nosotros se lo transmitiremos por su comando natural; le diremos a la Confederación
General: hay que hacer tal cosa por tal gremio, y ellos se encargarán de hacerlo. Les garantizo que son
disciplinados, y tienen buena voluntad para hacer las cosas.

Si nosotros contáramos con la representación patronal en la Secretaría de Trabajo y Previsión, para que
cuando haya conflictos de cualquier orden la llamáramos, nuestra tarea estaría aliviada. No queremos, en
casos de conflicto de una fábrica, molestar a toda la sociedad industrial para interesarla en este caso.
Teniendo un órgano en la casa lo consideraríamos: y aquél defendería los intereses patronales, así como la
Confederación defiende los intereses obreros. Son las dos únicas cosas que les pido. Con ese organismo, que si
ustedes tienen voluntad de designar para que tome contacto con la Secretaría de Trabajo y Previsión, nosotros
estructuraremos un plan de conjunto sobre lo que va a hacer el Estado y lo que va a hacer cada uno de los
miembros del capital que poseen, a sus órdenes, servidores y trabajadores. Entonces veremos cómo en
conjunto podríamos presentar al Estado una solución que, beneficiándoles, beneficie a todos los demás.
Entonces yo dejo a vuestra consideración estas dos propuestas: primero, una obra social de colaboración en
cada taller, en cada fábrica, o en cada oficina, más humana que ninguna otra cosa; segundo, el nombramiento
de una comisión compuesta por los señores, para que pueda trabajar con nosotros, para ver si en conjunto,
entendiéndonos bien, colaborando sincera y lealmente, llegamos a realizar una obra que en el futuro tenga
algo que agradecernos.

19
5- “A 75 años: el 17 de octubre y el peronismo en perspectiva”. García, Juan
Manuel.
La movilización del 17 de octubre del ’45 fue una respuesta obrera, que se fue abriendo paso frente a las
vacilaciones de la burocracia de la CGT y la claudicación del propio Perón, frente al golpe que había
vehiculizado un sector del ejército, que el día 9 destituyó a Perón de todos sus cargos en el gobierno de la
presidencia de Farrell, y el 13 lo encarceló en la isla Martín García. La movilización se abrió paso en los grandes
centros obreros del conurbano a partir de la agitación contra el encarcelamiento de Perón. En Berisso, por
ejemplo, los trabajadores de los frigoríficos coparon la Ciudad de La Plata, imponiendo un paro que tuvo como
precedentes grandes movilizaciones el 15 y 16, y tuvo continuidad en la jornada del 18 de octubre1. La
movilización empujó a la CGT, que había convocado a un paro recién para el 18 de octubre.

El arrastre de la base obrera tenía un sentido político preciso: se trataba de defender las conquistas
arrancadas entre 1944 y 1945, que eran a su vez el resultado de una larga y tenaz lucha de los trabajadores
argentinos y, por otro lado, de un cuadro internacional de alcance revolucionario. Al contrario de lo que
sostiene la mitología peronista, la clase obrera tenía una larga experiencia de organización antes del
peronismo. Los trabajadores venían de protagonizar la enorme huelga general del ’36, catalizada por la huelga
de la construcción.

A nivel internacional, al mismo tiempo, el ascenso del peronismo coincidió con el declive del fascismo. El
derrumbe del fascismo europeo a manos de los aliados y el peso en ascenso de los Estados Unidos fueron
inclinando la balanza en la burguesía argentina y forzando al mismo gobierno, renuente, de Farrell, a declarar
la guerra al Eje (Roma–Berlín–Tokio). Pero el derrumbe militar y político del nazifascismo tuvo otro sentido:
alumbró inmediatamente situaciones prerrevolucionarias, por ejemplo, en Italia, Grecia, China. La situación
internacional venía de las grandes conmociones revolucionarias previas a la guerra: la guerra civil española o la
revolución rusa.

Este conjunto de factores explica la política “obrera” de Perón, que se apoyó en concesiones para
sostener, en su famoso discurso en la Bolsa de Comercio de 1944: “es necesario saber dar un 30 por ciento a
tiempo que perder todo a posteriori”. Pero esta política se basó en concesiones ampliamente valoradas por los
trabajadores: el aguinaldo, los convenios colectivos, las jubilaciones, los aumentos salariales y el
reconocimiento de una sindicalización masiva y de las comisiones internas que cambió la relación de fuerzas
en los lugares de trabajo en todo el país. De manera tal que la reacción obrera frente al golpe contra Perón
apuntó a defender el régimen bajo el cual se habían obtenido estas conquistas obreras centrales.

El peso de las conquistas obreras del primer peronismo, condicionado como se ve por el alcance
revolucionario de la situación social de la posguerra, es un factor de peso en la Argentina hasta el día de hoy:
desde el segundo gobierno del propio Perón, con la crisis de 1952, el ataque a los convenios colectivos, los
salarios y las jubilaciones ha sido un eje de todos los gobiernos. Este ataque fue central incluso para los
gobiernos peronistas, atados a una burguesía nacional que tuvo como política ir reduciendo el alcance y
desmantelando las conquistas históricas del movimiento obrero. Ejemplos sobran: desde el “pacto social” de
Perón en el ’73, el rodrigazo en el ’75, los ataques a los convenios bajo el menemismo, la precarización laboral
convalidada como política de Estado bajo el kirchnerismo, bastan para mostrar esa continuidad histórica que
tiene hoy un nuevo episodio en el intento de aplicar una reforma laboral de hecho bajo la pandemia.

Frente a estas conquistas obreras, la izquierda estalinista y el socialismo cavaron su propia tumba:
ignoraron este proceso y caracterizaron al peronismo como fascista, alineándose con la proimperialista Unión
Democrática.

20
Nacionalismo burgués

La consigna central de la campaña electoral del peronismo fue “Braden o Perón”. La intervención
abierta de Braden, el embajador norteamericano, en defensa de la Unión Democrática fue un dato saliente de
la situación política. Con esta consigna y apoyándose en la movilización de los trabajadores, el peronismo se
abrió paso como movimiento nacionalista, de contenido burgués.

Explotó una crisis de alcance internacional entre Estados Unidos y Gran Bretaña, con choques de
intereses desde la etapa final de la guerra. Perón pactó con el imperialismo inglés una nacionalización de los
ferrocarriles ampliamente favorable a los ingleses, a cambio de los saldos exportables del comercio de guerra
que poseía en su favor la Argentina. La política de nacionalizaciones alcanzó a otras áreas, como la ITT
(telefónica). Con la intervención del comercio exterior, a través del IAPI, Perón volcó parte de la renta agraria a
subsidiar a la industria nacional. Una política que luego revirtió, sosteniendo al agro frente a las malas
cosechas y la caída de los términos del intercambio en la crisis de los años ’50.

Estas medidas de corte nacionalista ampliaron el margen de maniobra del Estado y de la burguesía
nacional. Sin embargo, en comparación, incluso, con otros movimientos nacionalistas, el peronismo se quedó
muy atrás. El ejemplo más importante del carácter timorato de las medidas del peronismo es no haber nunca
encarado ni siquiera un atisbo de reforma agraria (como sí lo hicieron otros nacionalismos latinoamericanos)
en un país donde el peso de la gran propiedad de la tierra es un tema absolutamente crucial. En suma la
política de “redistribución” sin tocar las relaciones de propiedad y las nacionalizaciones pagas dieron paso
prontamente a una crisis que llevó al propio Perón a encarar las campañas por la “productividad”, y a buscar
una alianza con el imperialismo sobre el fin de su mandato, a través de los convenios con la Standard Oil y el
préstamo del Exim Bank.

Los límites insalvables del nacionalismo burgués para desarrollar al país y sacarlo del atraso se
pusieron prontamente de manifiesto con el peronismo.

Clericalismo

El discurso en la Bolsa de Comercio, con su postura de defensa del orden social, marcó a fuego el
carácter y las perspectivas del peronismo. Lejos de cualquier movimiento “revolucionario”, la preocupación
extrema de Perón por contener al movimiento obrero y defender la autoridad política del Estado fue una
constante a lo largo de su vida, algo que puede resultar contradictorio con una personalidad política que fue
salvada del ostracismo por una movilización obrera independiente. Este carácter conservador se puede
observar en la relación de Perón con la Iglesia.

El peronismo le entregó a la iglesia enormes avances. Por un lado, convalidó en 1947 la enseñanza
religiosa obligatoria en las escuelas del Estado, que había sido introducida por decreto en 1943 por el
presidente Ramirez. Por otro, el peronismo sostuvo la intervención clerical en las universidades nacionales,
granjeándose la hostilidad del estudiantado, que se alineó con la oposición gorila en todo el país. La
introducción por Perón del clericalismo en las organizaciones sindicales es un dato que tendría peso posterior
a lo largo de toda la historia argentina hasta la actualidad, y formó parte de un operativo político muy preciso
para borrar al PC, al socialismo y al anarquismo de los sindicatos y reemplazar ideológicamente esas corrientes
por la adhesión al nacionalismo y el apoyo a la iglesia. La crisis de Perón con la iglesia en 1954 no pudo borrar
los avances que hizo el catolicismo en todo el período de auge del peronismo, 1943–1954.

Regimentación

La movilización obrera semiespontánea que caracterizó al 17 de octubre no volvió a reiterarse bajo el


gobierno peronista. Por el contrario, lo que caracterizó al peronismo fue el avance en la regimentación
extrema de los sindicatos, la tutela estatal sobre las huelgas, prohibiendo las no autorizadas, y la manipulación
de la direcciones sindicales por parte del Estado. El ejemplo más fuerte de este proceso fue el apartamiento y
luego la condena a prisión, con torturas incluidas, para la cúpula del inicial “Partido Laborista” que había
21
servido como andamiaje electoral del peronismo en la elección de 1946. Así, por ejemplo, fue condenado
Cipriano Reyes, dirigente del gremio de la carne quien escribió el libro Yo hice el 17 de octubre. El carácter de
regimentación de las organizaciones sindicales se expresó fuertemente en la Constitución del ’49, que
condicionó totalmente el derecho a huelga.

El movimiento obrero pagó muy cara su subordinación al peronismo. Perón, teniendo una parte
mayoritaria del ejército a su favor, capituló frente al golpe del ’55 y eligió retirarse al Paraguay aduciendo no
querer derramar “sangre de los argentinos”. Sangre que de todas formas fue derramada y en abundancia por
las dictaduras posteriores. Perón eligió entregarle el poder a los golpistas antes que movilizar y eventualmente
armar a los trabajadores contra el golpe, cosa que reclamaban sectores obreros del propio peronismo. Perón
eligió no tomar el camino del MNR (boliviano), cuya resistencia al golpe en 1952 había abierto paso a una
intervención obrera de alcance revolucionario.

1
“El 17 y 18 de octubre de 1945: el peronismo, la protesta de masas y la clase obrera argentina”, Daniel James
en Revista Desarrollo económico 107.

22
6- “Perón y la flexibilización laboral”. Santos, Rafael

Rafael Bitrán. “El Congreso de la Productividad”. La reconversión económica durante el segundo


gobierno peronista. El bloque editorial. 1994. Buenos Aires.

Entre el 21 y el 31 de marzo de 1955 se realizó el Congreso Nacional de la Productividad (CNP),


integrado en forma 'paritaria' por la CGE (central empresaria) y la CGT. En la inauguración, Perón
declaró: "Yo pienso que desde 1944... No ha habido para nuestra economía... ningún acto más
importante que el que comenzará con la realización del CNP".

El libro de Rafael Bitrán es un meticuloso estudio de los antecedentes, desarrollo y conclusiones de


dicho Congreso.

La clase obrera peronista

En 1952, Perón había decretado un congelamiento de precios y salarios y postergado las paritarias por dos
años. En 1954, el salario real había caído un 11,2% respecto al 52 y un 21% con referencia a 1950. “Entre
marzo de 1952 y marzo de 1954, el gobierno y la misma CGT pudieron controlar sin mayores dificultades las
aisladas protestas y medidas de los trabajadores frente a la caída de sus salarios" (pág. 41). Sólo podían
destacarse el intento del Sindicato Luz y Fuerza de convocar a un Congreso Sindical sobre el costo de vida y el
conflicto de los gráficos -a fines del 53- reclamando aumento salarial. Perón resaltó, en un discurso de fin de
año, que durante 1953 se habían vivido los "índices más bajos de nuestro tiempo" de conflictos gremiales y
que ello se debía a que "las organizaciones obreras han alcanzado las más altas expresiones de conciencia
social y solidaridad nacional”

Esta situación se vio radicalmente modificada por los conflictos que se generaron ante la renovación de los
Convenios Colectivos de Trabajo a partir de marzo del 54.

"La orientación del gobierno fue contundente: por encima de las necesidades mínimas, los salarios se fijarían
por la productividad de cada actividad y de cada empresa. En este marco, lo que se intentó presentar como la
mesa de la conciliación entre capital y trabajo resultó ser el escenario político-social donde se sustanció la
lucha de clases" (pág. 42).

Las propuestas salariales de las patronales eran ínfimas. Bitrán afirma que “los sindicatos no aceptaron la
filosofía de la representación empresarial de dar aumentos sólo por productividad y, menos aún, de perder el
peso y la fuerza de cada organización con la creación de una Comisión Económica Consultiva que eliminara las
paritarias por gremio" (pág. 43). A pesar de que las direcciones de los sindicatos no tomaron ninguna iniciativa,
una ola de reclamos se extendió por todo el movimiento obrero. Esto obligó a Perón a llamar a los burócratas
de la CGT a ponerlo bajo control. Pero la oleada de huelgas sobrepasó esta directiva y fue respondida con
medidas represivas. Se intervino el sindicato del Caucho, del Tabaco, etc., y en el primero la intervención se
hizo extensiva a las Comisiones Internas y los cuerpos de delegados. Los metalúrgicos (UOM) desoyeron a la
CGT y declararon la huelga general, que continuó en muchos establecimientos “dirigida por sus Comisiones
Internas” cuando la dirección de Baluch capituló, lo que obligó a la burocracia a relanzarla, creando una
situación de verdadera conmoción social. “Entre la extensión de la huelga, las continuas marchas,
movilizaciones y arrestos por parte de la policía, el gabinete económico anunció su solidaridad explícita con los
industriales metalúrgicos y el Ministerio de Trabajo intimó a la UOM a firmar un convenio el día 1 de junio”
(pág. 51).

En diversos gremios (vitivinícolas, fibrocemento, etc.), las Asambleas Generales y los Plenarios de Delegados
rechazaron las propuestas patronales y decidían la huelga. La huelga general de los metalúrgicos se desarrolló
entre el 21 de mayo y el 7 de junio, enfrentando la represión policial (muertos, presos, etc.). Finalmente, “las
23
luchas impidieron la incorporación de la productividad como forma general de medir el salario y, por tanto,
como elemento central para reordenar las relaciones laborales en los lugares mismos de trabajo" (pág. 52).
Bitrán, en su crónica, resalta que “de los conflictos analizados puede rescatarse el importante y destacado
papel cumplido por las Comisiones Internas de fábrica...". No sólo se obtuvieron importantes aumentos que
superaron los ridículos ofrecimientos patronales: no sólo se obtuvieron que éstos se pagaran con retro-
actividad a pesar de la firme negativa inicial de la CGE, sino que los nuevos convenios incorporaron y/o
ampliaron beneficios como ‘el día del gremio', mejoras en las condiciones de trabajo y lo que se conoce como
aumentos salariales ‘marginales’ o ‘indirectos’ (salario familiar, nacimientos, matrimonio, servicio militar)".

Sin este cuadro concreto de lucha de clases no se puede comprender el rol que pretendió jugar la iniciativa de
Perón de convocar al Congreso de la Productividad.

La burguesía peronista

El CNP fue también el debut de la central empresaria construida por el peronismo. En su ascenso al poder,
Perón se había enfrentado a las centrales tradicionales de la patronal (UIA, Sociedad Rural, etc.). A fines de
1952, comenzó a darle forma a la Confederación General Económica (CGE), en la que participarían las
asociaciones patronales existentes, incluida la Sociedad Rural. Se constituyó en agosto del 53 y fue
reglamentada el 23/12/54, a escasos tres meses del CNP. Mucho se ha hablado sobre la burguesía nacional
peronista. Bitrán nos pinta un cuadro de su orientación y aspiraciones en base a los pronunciamientos de
varios encuentros -Congreso de la Industria; Congreso de la Organización y Relaciones del Trabajo (Cort). No
tenía ningún tipo de planteo antiimperialista. Bregaba por la privatización de las empresas estatales, por
“créditos liberales”, reclamaba mayor cantidad de divisas del Banco Central (para importar equipos, repuestos,
etc.) y su punto central era la “reducción de los costos laborales". Para la CGE, “la problemática central de la
economía nacional pasaba por ’la pérdida de rendimiento en la mano de obra’" (pág. 70). Proponía
“incrementar el rendimiento de la jornada laboral del obrero", “evitar el uso abusivo por parte de los
trabajadores de los beneficios sociales”, introducir "premios en proporción al mayor rendimiento” y
"reglamentar el derecho de indemnización y preavisos", así como el régimen jubilatorio. Planteaba “revisar” la
legislación laboral y los convenios para derogar todas las cláusulas que trabaran el desarrollo de una mayor
productividad y para que se disminuyera “el accionar de los delegados y comisiones internas de fábrica" (pág.
65).

El Cort (23/8/54) se realizó, a días de la oleada de huelgas que habían roto con la aspiración gubernamental-
patronal de que las paritarias sirvieran para imponer un retroceso en las conquistas de las masas. Por eso, en
el Cort, las patronales pusieron el grito en el cielo contra las comisiones internas que habían sido el motor de
la resistencia obrera, reclamando eliminar los delegados de sección, disminuir la cantidad de miembros de las
internas, revisar los ‘antecedentes’ de los candidatos antes de ser electos, quitarles movilidad, etc.

Las patronales buscaron un acuerdo con las burocracias de los sindicatos para reglamentar y limitar el
funcionamiento de las internas. Estas no deberían tener derecho a declarar medidas de fuerza sin el previo
aval del sindicato; el personal de supervisión podría constituir un gremio aparte; etc.

El CNP fue entonces una contraofensiva conjunta lanzada por el gobierno peronista, la burguesía y la
burocracia de los sindicatos para golpear a las comisiones internas de fábrica y para quebrar las conquistas de
los convenios colectivos que trababan el incremento de la explotación de los trabajadores.

La ‘ciencia’ al servicio de la explotación

Entre los obreros estaban tan asentadas sus conquistas y la lucha contra la superexplotación, que el gobierno y
la burguesía se vieron obligados a un intenso trabajo ideológico-publicitario para presentar sus propuestas de
contenido antiobrero como parte de la búsqueda del 'bien común’.

En primer lugar, el CNP fue convocado por la CGT. El 17 de octubre de 1954, el secretario general de la CGT,
Vuletich, llamó a preparar un congreso “por la productividad” cuyo objetivo sería "trabajar mejor para el bien

24
de la patria”. Es decir, se tomó el cuidado de que fuera el “movimiento obrero” y no las cámaras patronales, ni
el gobierno, el que tomara la ‘iniciativa’ de su convocatoria.

Segundo, no se llamó, como se lo conoce históricamente-Congreso Nacional de la Productividad- sino


Congreso Nacional de la Productividad y del Bienestar Social, aunque el término ‘bienestar social’ quedó
rápidamente olvidado.

Tercero, la burguesía se presentó al CNP con banderas ‘cientificistas’. Venía a predicar el “aumento de la
productividad del trabajo” mediante la "organización científica del trabajo” (OCT). Desde el aparato del Estado
se desarrolló una verdadera campaña sobre los méritos de la “OCT". Páginas y páginas de los diarios,
noticieros, charlas, seminarios, folletos. Se incorporaron estudios realizados por las cámaras patronales, donde
se mostraba que incluso los conflictos sindicales se podían resolver ‘científicamente’, por ejemplo, con “cortos
tratamientos psicológicos por los cuales se disminuye la agresividad de los que son demasiado combativos”
(pág. 305). “Los conflictos laborales... fueron presentados como una consecuencia de inadaptaciones
psicológicas de los trabajadores y el descuido de algunos empresarios" (pág. 107). Se machacó que la OCT no
era un método de superexplotación como el taylorismo en los países capitalistas centrales o el stajanovismo
en la URSS. En una de las tantas comisiones se dio el ejemplo de una obrera despedida por baja producción,
que fue retomada y filmada en su trabajo cotidiano, evidenciándose que realizaba mal un par de movimiento-
sin la línea de montaje que la retrasaban. Corregidos, la trabajadora se desempeñó a la perfección, lo que
mostraba "el valor de los métodos de organización científicos del trabajo".

De entrada, nomás, se entró a discutir la productividad del trabajo, no la productividad del capital. Gelbard,
presidente de la CGE, se encargó de demostrar que ante la imposibilidad de adquirir en el corto plazo nueva
maquinaria y tecnología, los problemas pasaban por mejorar los rendimientos del actual parque industrial.
“Los sectores patronales no dudaron en pasar a la ofensiva y, antes, durante y después de la realización del
Congreso, destacaron sin rodeos que en las cuestiones relativas a la mano de obra se encontraban los
principales obstáculos y soluciones" (pág. 123).

La burocracia peronista de los sindicatos se presentó ante el CNP a discutir cómo aumentar la productividad
del trabajo mediante la OCT, aunque pedía formalmente que esto no significara la pérdida de conquistas, ni el
incremento del esfuerzo físico de los trabajadores.

Bitrán, que afirma suscribir a la teoría del valor de Marx, demuestra que una mayor productividad sin
introducir mejoras tecnológicas sólo puede provenir de un incremento del esfuerzo de la fuerza de trabajo.
Señala que la CGT "en ningún momento pudo ni intentó impugnar las bases mismas del aumento de la
productividad en una sociedad capitalista" (pág. 145). Por el contrario, un ala de la dirigencia burocrática
adoptó de entrada posiciones colaboracionistas en favor de incrementar la productividad sobre la base de la
modificación de los convenios. Es el caso de Fernández, del sindicato de Papeleros, que propuso “que los
empresarios crearan escuelas para ‘contadores de tiempo' con el propósito de establecer los nuevos
‘standarss de producción” (pág. 133). Este dirigente mocionó para “que el Congreso proponga planes de
racionalización en los establecimientos fabriles basados en la organización científica de la producción".

La ‘mayor productividad’ fue planteada como sinónimo de más ‘bienestar social' para la nación y los
trabajadores. El obrero era presentado como consumidor, que se beneficiaría con productos más baratos y de
mejor calidad.

El CNP pretendió -en primer lugar- homogeneizar ideológicamente a la burocracia sindical. “En ningún
momento del CNP la parte trabajadora discutió los fundamentos estructurales de la OCT”. "Cuando fue el
turno de discutir las aplicaciones concretas de las nuevas técnicas de organización del trabajo y,
especialmente, la ‘remuneración por rendimiento’ y la ‘valuación de tareas’ comenzó a correrse el velo
mistificador de la cientificidad de la OCT...", resume Bitrán (pág. 137).

25
“Premios a la productividad”

“La mayor preocupación directa de la parte patronal durante el CNP fue la implementación de los salarios por
rendimiento” (pág. 146). Para las patronales, el sentido de igualdad imperante en los sindicatos ‘conspiraba’
contra la productividad, porque “los buenos operarios al ganar lo mismo que los malos, rebajan poco a poco su
nivel de eficiencia”. Se trataba entonces de introducir la competencia entre los trabajadores para incrementar
la explotación. Las conquistas obtenidas desde 1943 habían prácticamente desterrado de los convenios todo
tipo de incentivado o premio a la productividad. El salario básico por hora era la norma general, más los
beneficios por antigüedad y otros rubros que marcaban los convenios. Pero Gelbard consideraba que la
verdadera ‘justicia social’ residía en la consigna “tanta paga, por tanto trabajo": el que produce más, gana más.
La CGE pretendía fijar un salario mínimo por día y, “a partir de allí, la implementación de distintas escalas de
premios y/o bonificaciones... basadas en la cantidad ‘extra’ producida en ese mismo tiempo" (pág. 148).

Las huelgas de 1954 fueron las que “impidieron... el intento empresario de incorporar a las relaciones del
trabajo, tales ‘incentivos’..." (pág. 153). La huelga metalúrgica, las luchas en grandes fábricas como Jhonson &
Jhonson, Siam Di Telia y Cenac, bloquearon los intentos patronales en tal sentido. Algunos burócratas, sin
embargo, habían incorporado a sus convenios cláusulas de productividad. Fueron, nuevamente, los papeleros,
unos de los primeros en firmar convenio (1/3/54). En el artículo 26 se comprometían a aumentar la producción
"donde y cuando ello fuera posible”: no se incluiría a los obreros a ‘domicilio’ en los ‘beneficios sociales; la
bonificación salarial por cantidad estaba sujeta a estrictos controles de calidad; los trabajadores debían entrar
a las fábricas con anticipación para no perder tiempo cambiándose y comenzar a trabajar con el inicio del
horario; etc. El mismo Perón felicitó por radio la ‘organización’ y el ‘esfuerzo’ de los papeleros que habían
batido “todos los récords de producción".

“El CNP coronó la ofensiva empresaria con respecto a los esquemas de incentivación vigentes y el ‘rendimiento
mínimo’ de la jornada laboral..." (pág. 164).

Descalificación

Una de las comisiones del CNP debía tratar sobre la “valuación ocupacional o de tareas". Su objetivo era
definir ‘científicamente’ las calificaciones de los trabajadores y los salarios que debía cobrar cada uno según su
‘idoneidad'. En realidad, el objetivo era descalificar. Según un trabajo presentado a la Comisión -que transcribe
Bitrán— las patronales se quejaban de que "bajo el sistema de la negociación colectiva en el período
embrional del sindicalismo, fue dable observar que los resultados arrojados guardaron estrecha relación con la
agresividad e influencia del gremio. Así es que todavía se observan para algunas tareas manuales, salarios
relativamente superiores a los convenidos por tareas profesionales”. En otras palabras, la CGE quería rebajar
los salarios de diferentes categorías pactadas en los convenios colectivos de trabajo y “dar un mayor salario al
personal ‘más idóneo' (pág. 166).

Presentismo

El “ausentismo laboral" fue un motivo de “verdadera inquietud empresarial”. Pero “la discusión que se
desarrolló en el CNP acerca del ausentismo laboral excedió en mucho lo meramente cuantitativo. De hecho,
resultó ser un debate acerca de la legislación laboral vigente y, por tanto, de las relaciones entre el gobierno y
la clase obrera” (pág. 169). Los representantes patronales reconocían que las au-sencias por enfermedades y
accidentes laborales se encontraban en sus índices ‘normales’. Pero... con los feriados, los días “emanados de
las leyes o convenios”, las ausencias injustificadas, "la cifra (de días) laborable es irrisoria". Los empresarios
cientificistas se quejaban de que “el ausentismo constituye una fase patológica del industrialismo" que había
que combatir.

La CGT planteó como solución fomentar el “presentismo", instalando "primas por puntualidad y asistencia”,
que es lo mismo que penalizar el ausentismo con rebajas salariales directas. El sindicato petrolero (Supe) de
Avellaneda planteó, en el VIo Congreso nacional de su gremio que se eliminaran como causa de descuento en

26
los premios de asistencia, las "enfermedades justificadas” y/o “accidentes de trabajo”, lo que fue rechazado
por la burocracia nacional.

Un despacho común del CNP acabó planteando la necesidad de “La im-plementación de medidas disciplinarias
dirigidas a la eliminación del ausentismo injustificado" (pág. 176).

Polifuncionalidad y desocupación

‘‘Puede afirmarse que en el CNP hubo una casi total coincidencia implícita acerca de que la racionalización a
efectuarse para obtener mayores índices de productividad, tendría peligrosas consecuencias para la
estabilidad laboral de una porción importante de la mano de obra” (pág. 177). La burguesía organizó una
campaña para demostrar que las normas de los convenios sobre dotaciones de personal para las tareas,
impedían aplicar los métodos inherentes a los nuevos ‘cambios tecnológicos’. Las patronales querían
'racionalizar' el trabajo en las fábricas disminuyendo la cantidad de personal y aumentando el ritmo de trabajo
de los que quedaban y tener plena libertad para trasladar a los trabajadores de una a otra función sin respetar
las categorías. Lo que hoy se llama ‘polifuncionalidad’ y despidos. Los convenios eran muy rígidos respecto al
traslado del personal y las patronales daban una pelea cotidiana -en la mayoría de los casos perdidosa-contra
las reglamentaciones que preservaban la salud y los derechos del trabajador. Pero... "la CGT terminó por
reconocer y avalar la relación directa entre la racionalización productiva, el desplazamiento laboral y el
desempleo" (pág. 184).

El problema clave: los convenios colectivos

Bitrán caracteriza correctamente el peso de los Convenios Colectivos: “Desde la década de 1930 y,
principalmente a partir de 1943, en ellos se condensaron los aspectos centrales de las relaciones laborales en
la Argentina... resultaron ser el escenario privilegiado de los conflictos entre el capital y el trabajo” (pág. 185).
A diferencia de las corrientes apologéticas del nacionalismo burgués, Bitrán señala que las conquistas de los
trabajadores contenidas en esos convenios “no fueron sólo ni principalmente resultado de la beneficencia de
un Estado intervencionista con ‘sentido social’, sino que también expresaron la propia capacidad de
organización y lucha de los obreros" (pág. 186). Bitrán recopila la posición de muchos estudiosos -lo que es un
mérito sistemático de su trabajo- que plantean que las conquistas de 1946/8 fueron obtenidas por un fuerte
movimiento huelguístico de los trabajadores.

El Estado justicialista reaccionará ‘institucionalizando’ las conquistas arrancadas por la lucha de los
trabajadores: en 1953 dicta la "ley de convenios" donde se “ 'fortalecía' eI poder de los sindicatos ‘por sobre’
el de los propios trabajadores". Establecía que sólo podían negociar los convenios los sindicatos reconocidos
con personería jurídica, entonces integrados al Estado.

Las patronales pretendían imponer, a través del CNP, cláusulas de productividad que no habían logrado en las
paritarias, por la presión de las masas en lucha. La CGE quería una revisión de los convenios y aprobar la
“existencia de los denominados ‘convenios colectivos sobre productividad' firmados de manera independiente
en cada empresa” (pág. 189). Según Bitrán, la burocracia sindical planteó que 'los salarios y las condiciones
laborales' no podían quedar ‘subordinados' a los acuerdos de productividad, pero “las divergencias... no
parecen haber sido obstáculo para que, una vez más, el Informe Técnico elevado al Comité Central del
Congreso reflejara casi sin mediaciones las posturas empresarias" (pág. 193).

Los llamados "acuerdos de productividad" introducían los “acuerdos particulares de empresa", es decir,
planteaban la atomización de los convenios colectivos. Pero la patronal de la CGE quería al mismo tiempo
mantener la regimentación del movimiento sindical, razón por la cual planteaba que estos acuerdos debían ser
firmados por las patronales con las direcciones de los sindicatos, excluyendo específicamente a las comisiones
internas y delegados de fábrica. La burocracia de la CGT no impugnó esta política de acuerdos por empresa.

La CGE proponía suspender las cláusulas que trababan la revisión de las dotaciones, el ‘derecho’ a la
polifuncionalidad, el traslado de los operarios, etcétera, y la eliminación lisa y llana de las reglamentaciones en

27
materia de horarios, premios, vacantes, etc. En pocas palabras, menos derechos y más esfuerzo para el
trabajador. Bitrán concluye: “Al analizar... se llega a la conclusión de que la postura asumida por... el capital
fue finalmente la que se impuso” (pág. 203).

La CGE llegó incluso a imponer una resolución que coartaba la función reglamentadora del Estado en lo que se
refería a las condiciones de trabajo. Se propuso, y logró el apoyo cegetista, para que fuera reemplazada la
figura de ‘trabajos insalubres’ por la de lugares insalubres’, que se podía superar con alguna ‘innovación o
‘mejora’ cosmética.

El poder en los lugares de trabajo

Aunque en la campaña preparatoria del CNP no se tocó terminar con el poder que habían conquistado las
Comisiones Internas y los delegados de sección en las fábricas, era la clave de los objetivos patronales. La CGE
quería "eliminar o reglamentar las costumbres transformadas en derechos por los propios trabajadores" (pág.
212) y retomar para la patronal y sus funcionarios el poder en la fábrica.

La burocracia cegetista proclamó abiertamente: "termina... la época de lucha y el movimiento obrero se vuelve
en colaborador para aquellos factores productivos del país, como en el caso del CNP...” (pág. 218). Bitrán
plantea que es desde la burocracia que se planteó “la necesidad de un fuerte control gremial para eliminar y/o
encauzar las resistencias ciertas y posibles de los trabajadores frente a una racionalización del proceso
productivo".

Las Comisiones Internas se desarrollaron con los procesos de lucha de los trabajadores. A partir de 1946 se
impuso su reconocimiento en los convenios. En esa dinámica las Comisiones Internas chocaron con las
patronales e “impusieron limitaciones concretas a la función dirigente de los capitalistas en el mismo proceso
de producción” (pág. 220).

Los capitalistas se quejaban de que las Comisiones Internas “no gobiernan, ni dejan gobernar". “Para los
empresarios la cuestión del poder obrero en los lugares de trabajo resulta una de las prioridades a
solucionaren el CNP" (pág. 223). Bregaron por "fortalecer el control de la confederación obrera y de los
distintos sindicatos sobre los trabajadores" en detrimento de las internas y los delegados. Para la CGE, los
organismos "representativos" eran los sindicatos y por eso lanzó una ofensiva para “reglamentar" las
funciones de las internas: no podían resolver medidas de fuerza; no podían tener más de 5 integrantes; las
actividades gremiales debían hacerse fuera de los horarios de trabajo; los delegados de sección no podían
entrevistar a la patronal; los trabajadores debían dirigirse con sus reclamos a los capataces; etc. En definitiva
"limitar, precisar y encuadrar las atribuciones de la Comisión Interna".

Los representantes patronales denunciaban que “no se puede ignorar que en algunos establecimientos el
capataz es una persona que se siente incómoda, desorientada, si no acobardada y que mucho es lo que debe
hacerse para colocarlo en su posición correcta" (pág. 339).

Este era, efectivamente, un problema de principios para la burguesía -y para la burocracia integrada al Estado.

¿Quién tenía el poder en la fábrica? Marx y Engels habían señalado el carácter despótico de las fábricas. “Las
masas obreras concentradas en la fábrica son metidas a una organización y disciplinas militares. Los obreros,
soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No
son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a toda hora bajo el yugo
esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este
despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que
proclama que no tiene otro fin que el lucro” (del Manifiesto Comunista).

28
Cuando los trabajadores se organizan para quebrar ese despotismo, para hacer cumplir los convenios de
trabajo y las conquistas obtenidas por su lucha, la clase patronal siente el aliento de la “subversión” en sus
nucas.

El fracaso del CNP

“Puede afirmarse que en sus rasgos generales el Acuerdo Nacional de la Productividad (que aprobó el CNP)
expresó un triunfo para el sector empresario" (pág. 249). Pero este éxito fue puramente superestructural. En
las fábricas se rechazó la “negociación por empresa” y todo intento patronal por poner en práctica las
‘conclusiones’ del CNP.

La burocracia había participado del mismo y preparado decenas de resoluciones, pero en ningún momento las
había sometido a la consulta de los trabajadores. No hubo una sola Asamblea General, ni Congreso de
Delegados que votara mociones o propuestas para el CNP. Las bases no se interesaron ni en la preparación, ni
en el desarrollo y mucho menos se sintieron obligadas por las ‘conclusiones’ que había firmado ’su' dirección
sindical. Esta fue una de las causas -la incapacidad del gobierno y de la burocracia para ‘disciplinar’ a los
trabajadores y los límites que la lucha de éstos impusieron a la explotación capitalista- que determinaron que
la burguesía industrial se pasara al frente golpista que terminó con Perón.

Una mención aparte merece el comentario de Bitrán sobre la posición de la izquierda. Afirma (pág. 297) que
“no se ha podido encontrar ninguna fuente que exprese la postura del PC alrededor del evento".

El CNP: orientación estratégica de la burguesía

Las medidas que propugnó el CNP comenzaron a aplicarse con la Libertadora. El interventor militar en la CGT,
capitán de navio Patrón Laplacette, declaró entonces: “El gobierno tiene el propósito de llevar a la práctica las
conclusiones a las cuales arribó el Congreso de la Productividad, las cuales el gobierno de Perón se limitó a
enunciar sin tomar las medidas apropiadas para asegurar su realización”. Como relata Bitrán, el gobierno de
Aramburu se lanzó a despedir Comisiones Internas y sacó un decreto que revisaba compulsivamente los
conve-nios. Se dio un plazo de 30 días para “adecuar" los mismos. Pero la gran resistencia obrera y la crisis del
gobierno empantanó este propósito.

Galileo Puente, subsecretario de trabajo en 1958, afirma: “Cuando me hice cargo de los problemas de las
relaciones laborales me encontré con anarquía, abusos y todo tipo de atropellos por parte de los obreros. Los
empresarios habían perdido el control de sus fábricas; las Comisiones Internas manejaban todo. Aquellos que
debían obedecer, en realidad estaban dando órdenes... los empresarios deben por lo tanto retomar el control
de sus fábricas” (citado por Bitrán, pág. 260). Recién en 1960, bajo el frondizismo - luego de la derrota de la
huelga general de 1959- la burocracia firmó los convenios que reglamentaron el accionar de los cuerpos de
delegados, introdujeron esquemas de incentivos y eliminaron cláusulas que 'trababan la productividad’. En
gran parte, esta “derrota" de la clase obrera se debió al hecho "de que las comisiones internas estaban
considerablemente desmanteladas" (pág. 261). La burguesía consiguió importantes índices de productividad,
mientras el salario real caía. Así, la producción horas/hombre que en 1955 era de 113,5, en 1962 había
trepado a 148,2, mientras que el salario, de 101,44 en el 55, bajaba al 97,10 en el 62 y crecía la desocupación
(llegó a casi el 11% en 1964). ¿Y los beneficios de la productividad? La CGE, ahora -a diferencia de sus decires
de 1955 en el CNP- se negaba a repartir las fabulosas ganancias obtenidas, alegando que "lo que parece un
crecimiento de la productividad del trabajo no es creciente productividad del trabajo sino creciente
productividad del capital" (pág. 351). ¿Y el “bien común"? ¡Gracias! El aumento de la explotación de la clase
obrera no le trajo a ésta ninguna mejora social, sino que empeoró su situación notablemente: desocupación,
pérdida de conquistas sociales, disminución del salario real, incremento del esfuerzo de trabajo en las fábricas.

¿ Y Menem?

Bitrán finaliza su libro señalando “que resulta más que sugerente que hoy (1989-92) un nuevo gobierno,
sugestivamente de origen peronista, tenga como ejes de su política de mercado la flexibilización y

29
desregulación de las relaciones laborales. Además, resalta el hecho de que se haya visto obligado a
implementar (por decreto) una norma según la cual los salarios se fijan sólo por productividad, y que su no
aceptación por los trabajadores y los sindicatos, se haya constituido en el principal punto conflictivo entre el
Estado y el movimiento obrero organizado” (pág. 276).
Hoy, Menem se ha lanzado no sólo a eliminar de los convenios las cláusulas que puedan trabar el libre
desarrollo’ de la 'productividad' -superexplotación del trabajador-, sino que pretende romper directamente
con el sistema de convenios colectivos de trabajo.

En esto tiene la firme colaboración de la burocracia sindical integrada crecientemente al aparato del Estado y
cooptada en muchos casos como soda directa de los capitalistas (vía el desarrollo de sus negocios en las AFJP,
ART, Propiedad Participada en las empresas privatizadas y ahora, en la privatización de las Obras sociales de
los sindicatos). Pero, la burocracia siempre buscó el compromiso con los regímenes políticos burgueses y con
los capitalistas a costa de sacrificar las conquistas de los trabajadores. La burocracia es una quinta columna
capitalista en el seno de los sindicatos. Bitrán duda en caracterizar la conducta de la misma tanto en el 54-55
como ahora, en el 89-92. En general, Bitrán considera las posiciones que adoptó la burocracia como
defensistas y a sus resoluciones en el CNP como “ambiguas e indefinidas" (págs. 177,193,196, etcétera).
Aunque, contradictoriamente, reconoce -como lo hemos volcado rei-teradamente en esta nota- que las
conclusiones del CNP fueron un triunfo de los patrones. La experiencia actual también evidencia que la
burocracia, dentro de los sindicatos, ha sido un agente de los capitalistas y del gobierno menemista para
entregar conquistas históricas del movimiento obrero y frenar la posibilidad de una resistencia nacional. Las
huelgas realizadas bajo el menemismo (telefónicos, ferroviarios, Río Turbio, Jujuy, Río Negro, Córdoba, etc.)
han salido al margen de la burocracia, la que, en más de una ocasión, las enfrentó abiertamente.

Bitrán remarca "lo significativo del hecho de que ya para julio del 89 (recién asumido Carlos Menem), distintas
expresiones de la prensa, directamente vinculadas al empresariado, hubieran recordado y valorizado algunos
discursos de Perón y dos de los ejes de la política económica desarrollada desde 1952: la apertura a los
Capitales Extranjeros y el Congreso de la Productividad" (pág. 16). También, Pablo Pozzí, en una
“presentación" del libro, señala que "el proyecto menemista claramente encuentra sus antecedentes en la
tendencia que refleja y se impone en el Congreso de la Productividad. De ahí que si bien Carlos Menem
representa rupturas, también expresa una continuidad"
Pero, el primero que planteó esta posición en la política nacional fue el PARTIDO OBRERO. Prensa Obrera el
8/11/88 (8 meses antes que asumiera Menem y 6 antes de las elecciones del 14/5/89) denunció que "empezó
la luna de miel entre Alsogaray y Menem". Y el 7/3/89, “Jorge Altamira, candidato a presidente por el PO,
sostuvo que Carlos Menem y Alvaro Alsogaray van camino a un pacto” (La Voz del Interior). Esto no fue una
‘acertada’ sino parte de una caracterización del rol de las corrientes nacionalistas burguesas y de la burguesía
nacional.

El cambio de frente de la burguesía nacional

Bitrán define al peronismo como “un movimiento policlasista que, como característica específica, encontró en
sus propias contradicciones internas y en las distintas relaciones de fuerza que en diversos momentos lo
dominaron, la sustancia misma de su dinámica política e ideológica” (pág. 19). Considera al gobierno que
Perón asume en 1946 "como la expresión de una coincidencia de intereses de clase y fracciones de clase en la
cual jugó un papel central la clase obrera y distintos sectores de la pequeña y mediana burguesía: el ejército,
facciones de la Iglesia, intelectuales del nacionalismo y una incipiente y no organizada (como fracción de clase)
pequeña y mediana burguesía industrial".

Bitrán no avanza, sin embargo, en definir el carácter de clase de la dirección de ese frente "policlasista”, es
decir burgués. Los movimientos surgen en los países atrasados como un intento de la burguesía nacional de
ampliar su dominación política, económica y social, es decir, superar el atraso dentro de los marcos de la
propiedad privada. Generalmente, enfrentan a un sector del imperialismo apoyándose en otro más
‘magnánimo’.

30
Para enfrentarse a la Unión Democrática y al embajador yanqui, el peronismo se convirtió en un régimen
bonapartista que se apoyaba en las masas trabajadoras, a las cuales pretendía regimentar y organizar como
base de sustentación. El nacionalismo burgués carece de una “ideología”, puede ser corporativo en un
determinado momento y/o libreempresista en el siguiente, de acuerdo al desarrollo concreto que asume la
burguesía.

La crisis económica, por un lado, y el tumultuoso desarrollo del movimiento obrero por el otro, ‘obligó’ en
1951-2 al nacionalismo burgués a operar un cambio de frente, y a buscar bajo la presión yanqui la
‘colaboración’ del imperialismo norteamericano. Como describe Bitrán, en 1952 se lanzó “el plan de
emergencia económica”, primero, y luego el “segundo plan quinquenal”, cuya orientación era recortar las
conquistas y salarios de los trabajadores y aumentar su explotación ('productividad´). Esto vino de la mano de
la sanción (1953) de una ley de inversiones extranjeras, que garantizaba grandes ventajas al capital
imperialista: instalación de la Fiat y la Kaiser en Córdoba (entregándoles instalaciones del IAME), etc., y del
acuerdo petrolero en 1954 con la Standard Oil. En este marco (y luego del fracaso en introducir las cláusulas
de productividad en los convenios debido a la resistencia obrera) se convoca al CNP. Es parte de una política
de conjunto del gobierno peronista hacia un cambio de frente que se recuesta en el imperialismo y el gran
capital. Esta actitud del gobierno reflejaba la orientación general de la burguesía, asustada por el desarrollo de
las huelgas de 1954 y el fracaso de Perón y de las burocracias en “contener" la lucha de clases. El CNP fue el
máximo intento en el sentido de realizar una "comunidad organizada”. Pero ni los trabajadores acataron sus
resoluciones, ni la burguesía estaba dispuesta a seguir detrás de un régimen que cada vez más, se mostraba
incapaz de estrangular las luchas de las masas.

El régimen peronista entró en crisis, dice Bitrán (pág. 265), porque “expresó la inviabilidad estructural de la
industrialización por sustitución de importaciones y de sus características fundamentales durante el período:
el desarrollo del mercado interno y una redistribución social progresiva de los ingresos (bases mismas del
peronismo como movimiento policlasista)". Pero las políticas aplicadas por la burguesía después de la
Libertadora, tampoco resolvieron la crisis nacional. Y mucho menos la actual política menemista de
privatizaciones, subsidio a las exportaciones, superexplotación de los trabajadores, etcétera. El régimen de
Perón ni se planteó tocar las fuentes de dominación de la oligarquía, el gran capital y el imperialismo, sin lo
cual es imposible desarrollar una verdadera industrialización nacional. El estudio de Bitrán debe servir a los
jóvenes trabajadores para comprender la evolución del nacionalismo burgués y rastrear los orígenes del
menemismo.

“Los abusos sindicales”

Bitran reproduce una anécdota extraída de un libro de J. E. Isaac, dedicado a Perón, bajo el título “Los
estímulos del trabajo”, que apareció en 1953.
"Un buque, amarrado junto al dique efectuaba la descarga de mercadería... Un hombre se acercó y comenzó a
observar con atención... El estibador más cercano, suspendió su trabajo y mirándolo fijamente le interrogó: -
Usted, ¿qué hace Don?

-Miro... -respondió el hombre sorprendido.

-Usted está contando.

-Y bien, cuento.

-No puede contar.

-¿No puedo contar? ¿Y por qué no puedo contar?

-Porque no. Tiene que ocupar a un compañero.

-Bueno. No contaré. Pero voy a mirar, nomás...

31
-Usted quiere contar. Eso es.

-Y a lo mejor de paso...

-¡Pare el trabajo! -gritó el estibador-. Que venga el Delegado.


Todos los estibadores ‘aminoraron’ su ritmo de trabajo; llegó el delegado y se le contó lo sucedido. Todos los
trabajadores de la zona pararon sus tareas. En eso. dijo el hombre: —Mire Delegado, yo soy el dueño de la
carga; cuando necesite a uno que cuente con mucho gusto les pediré a ustedes, pero creo que tengo derecho
a observar qué es lo que llevad camión. No perjudico a nadie.

-Está quitándole el pan a uno de los nuestros -acusó el estibador.

Ante la discusión, dijo el Delegado: -Claro, el hombre puede ver su carga... pero no puede contar.

-¡Señor!... gritó el dueño.

-¡Que salga del muelle nomás! -gritó más animado el estibador.

- ¡ Alto! ¿Qué pasa aquí? -preguntó un oficial de la Subprefectura.

Cada cual cuenta su versión oficial. -En esta semana -dijo el Oficial- es la tercera vez que se produce una
detención en el trabajo. Hoy hace una hora que está interrumpido. Por el jornal de un hombre innecesario, se
producen miles de pesos menos... ¿Quién está dispuesto a tomar bajo su responsabilidad los perjuicios?

Inquiridos el estibador y el Delegado, ambos eluden su responsabilidad; prosigue el Oficial -Bien señores,
cuando termine el trabajo de hoy, y fuera del horario de él, les ruego al señor Delegado y a usted -dijo mirando
al estibador- quieran presentarse en la guardia. Impondré a mis superiores de lo ocurrido, con el propósito de
que no vuelva a suceder. Yo entiendo que la supuesta lesión de un interés individual no debe afectar un
evidente interés general... El perjuicio existe y no es para este señor, precisamente, sino para cosas que están
por encima de cada uno... Ese funcionario conocía en verdad su deber. Las palabras, pronunciadas con energía
y con seguridad del que posee plena conciencia del deber, produjeron una impresión evidente y el ritmo de
trabajo se reanudó".

El convenio de los portuarios planteaba la existencia de -por lo menos- un delegado "por lugar de trabajo”; la
dotación de personal a ocupar en cada tarea: la "participación" del delegado en la decisión (teóricamente
patronal) de suspender el trabajo por diversos motivos justifica- dos; etc.

La anécdota relatada por el patronal Isaac evidenciaba el fastidio de la burguesía por el poder de los delegados
y las Comisiones Internas y el reclamo de que el Estado pusiera coto a los “abusos sindicales".

La izquierda y el CNP

¿Y las corrientes que se reclamaban del trotskismo? La única referencia de Bitrán es al intercambio de cartas
entre el Partido Socialista Revolución Nacional (PSRN) y Perón, realizado en 1954, en el transcurso de las
huelgas por los convenios. En esa oportunidad, el PSRN le pide a Perón que "interceda’' por los trabajadores,
evitando que los “elementos explotadores aprovechasen la renovación de los convenios colectivos para
realizar la destrucción de la unidad lograda por los obreros argentinos reunidos en la Central Obrera” (cita de
Clarín. 18/3/ 54. en pág. 287).

En el seno del PSRN militaban entonces la corriente de Moreno (Mas) y el sector que luego sería el FIP de
Abelardo Ramos. Llama la atención que en los balances históricos del morenismo se haga figurar como una
denota la oleada de huelgas de 1954. Así, en el trabajo de Ernesto González sobre la historia del Mas (Editorial
Antídoto) se dice (pág. 235) que “la CGE que era entonces la que llevaba la voz cantante" se lanzó al CNP

32
porque "ya había obtenido otros triunfos importantes. Los convenios habían sido uno de ellos". Según este
texto: “Moreno decía: 'Negamos a la CGE el derecho a sentarse en un plano de igualdad con los
representantes obreros en cualquier Congreso que sea... Nuestros militantes luchan en primera fila contra la
ofensiva de la CGE".

La CGE aparecía entonces imponiendo el CNP al gobierno y a los burócratas. Estos últimos son presentados
como “los representantes obreros” y no como funcionarios a sueldo del gobierno. Moreno planteaba
entonces: “Nuestra tendencia debe alentar destacar y tender a un acuerdo técnico con el gobierno en toda
resistencia de éste a los planes yanquis de colonización... Por eso cuando coincidimos técnica o políticamente
con el gobierno, deberemos saber destacar que esa coincidencia es completamente parcial y que no es de
política general”.

El Mst, la otra fracción morenista tiene igual visión. Héctor Palacios, en su "Historia del movimiento obrero
argentino”, afirma: el "retroceso provocado por las derrotas de los convenios y la huelga perdida por los
metalúrgicos en 1954 sumado al Congreso de la Productividad de 1955 influyó sobre esa vanguardia que había
intentado aprovechar el 'veranito' democrático para impulsar una organización autónoma. Los esfuerzos para
crear tendencias sindicales se verán frustrados” (pág. 229). Según este autor. Moreno criticó la huelga
metalúrgica del 54 como ultraizquierdista porque "cometió el error de marginarse de la decisión mayoritaria
de los trabajadores metalúrgicos, en momentos que el ánimo de éstos era de cesar en la lucha”.

33
7- “Setiembre de 1955: hace 60 años la Revolución «Fusiladora» desalojaba a
Perón del poder”. Roldán, Andrés.

Se acaba de cumplir el 60 aniversario del golpe cívico-militar que desalojó, en setiembre de 1955, a Juan
Perón del poder. Y el silencio con el que el aniversario ha transcurrido, sin que ningún vocero oficial lo haya
mencionado, «aturde». Ni cadena nacional ni denuncia parlamentaria, ni siquiera una declaración de
circunstancias. Nada. Tampoco el peronismo no kirchnerista ha abierto la boca. ¿Qué los lleva a ocultar uno de
los mayores golpes reaccionarios del siglo pasado, que abrió una etapa de ataques sistemáticos contra las
conquistas obreras, populares y democráticas?

Las nuevas generaciones tienen el desafío de entender los acontecimientos del pasado para juzgar y evaluar la
conducta de las distintas clases y agrupamientos políticos. ¿No será la grosera capitulación de Perón y el
peronismo ante el golpe lo que explica tamaño silencio? ¿Tendrán vergüenza de asumir que ante un golpe
impulsado por la Iglesia, una fracción de las fuerzas armadas, el imperialismo y la burguesía, con el
acompañamiento de todo el arco de los partidos democratizantes (incluidos socialistas y comunistas), el
peronismo evitó defenderse (incluso contando con superioridad militar) por temor a abrir el camino a una
irrupción popular? Y esto después de haber triunfado en las elecciones de vicepresidente, en abril de 1954,
con el 64% de los votos.

Un golpe anunciado

Como se señaló en estas páginas1, el golpe frustrado de junio de 1955 había sido un ensayo general de lo que
se preparaba. La Iglesia impulsaba una amplia coalición que agrupaba a todo el arco político opositor, incluidos
los socialistas y comunista2 en una reedición de la Unión Democrática de 1945. La Democracia Cristiana,
fundada en julio de 1954, se integró a esa coalición.

Desde comienzos de la década del '50 el esquema económico sobre el que se sostuvo el régimen peronista
había comenzado a agotarse. La caída de los precios internacionales de granos (40% sólo en 1954) y de carnes
castigaban el saldo del comercio exterior. El Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (Iapi), que en
los primeros años capturaba parte del excedente agropecuario para volcarlo al subsidio a la industria y a
políticas sociales, empezó el ciclo inverso transfiriendo fondos a la oligarquía. La industria, necesitada de
reequiparse, comenzó a reclamar mayor apertura a las inversiones extranjeras. El gobierno peronista dio un
viraje proyanqui. En julio de 1953, Perón recibió a Milton Eisenhower, hermano del presidente
estadounidense. En junio de 1954, un golpe proyanqui derrocó al presidente reformista de Guatemala, Jacobo
Arbenz, ante el silencio peronista. En el terreno económico, la nueva ley de inversiones extranjeras de 1953
permitió el arribo de Fiat y Kaiser. A esto le siguió un acuerdo con el Eximbank por 60 millones de dólares a
comienzos de 1955 y el contrato con una subsidiaria de la Standard Oil, que le cedía para la explotación
petrolera una vasta área de la provincia de Santa Cruz en condiciones leoninas. El problema de este viraje era
en qué medida podía evitar la resistencia obrera y popular y descargar la crisis sobre las espaldas de los
trabajadores.

Resistencia obrera

En febrero de 1952, el gobierno había lanzado el «Plan de Estabilización» y suspendido las paritarias por dos
años, reemplazándolas por aumentos por decreto. Las luchas fabriles pusieron un freno a esta política y
permitieron un ligero crecimiento del salario real en 1952-53. En setiembre de 1953, Perón impulsa la Ley de
Convenios (la 14.250), que otorga al Ministerio de Trabajo un rol decisivo para «homologar» los acuerdos
entre las partes en función «del interés general». La reapertura de las negociaciones colectivas, en abril de
1954, muestra que los trabajadores no aceptaban ser el pato de la boda y la huelga metalúrgica de mayo de
ese año, impulsada por los cuerpos de delegados, lo puso de relieve. El gobierno contraataca convocando dos
«Congresos de la Productividad», uno en agosto de 1954 y el otro en marzo de 1955.

Pero las patronales desconfían. Tanto el imperialismo como la patronal nativa reclaman el desmantelamiento
34
completo de las conquistas obreras y sindicales para avanzar en la política de ajuste. La patronal metalúrgica,
una de las más favorecidas y más cercanas al gobierno dudó incluso en participar en los Congresos de la
Productividad, insistió en acabar con el poder de las comisiones internas y los cuerpos de delegados dentro de
las fábricas e incluso «expresó una ligera aprobación del derrocamiento de Perón en 1955».3

De junio a setiembre

Después del fallido golpe de junio de 1955, Perón impidió toda acción independiente de los trabajadores y
llamó a confiar en las fuerzas armadas, a quienes adjudicaba el haber hecho fracasar al golpe de junio. Un mes
después insistía: «Como en los tiempos de nuestra vigilia pasada, la consigna sigue siendo la misma: «del
trabajo a casa y de casa al trabajo». La CGT acompañaba esta orientación con llamados a «mantener la
calma».
Su política durante esos meses fue contemporizar con los golpistas. Cambió el gabinete para mostrarse
conciliador, convocó a una tregua, permitió a Frondizi utilizar la cadena nacional para dirigirse al pueblo y
ofreció dos veces su renuncia: una, ante el gabinete, que lo rechaza, y la última, el 31 de agosto, ante la cual la
CGT convoca a una gran movilización. Allí proclamó el famoso «cinco por uno», que no era más que una
bravata en medio de la completa impotencia.

El golpe de setiembre

El triunfo del golpe de setiembre, «desde una óptica exclusivamente militar, parece inexplicable. Perón
capituló, renunció y huyó del país contando con fuerzas militares ‘leales' inmensamente superiores a los
amotinados. En Córdoba, única plaza terrestre que tomaron los rebeldes, la proporción de efectivos militares
que la rodeaban le era favorable 5 a 1. En el litoral, el alzamiento de Aramburu fue sofocado rápidamente,
mientras que la poderosa guarnición de Capital y Gran Buenos Aires, así como la Fuerza Aérea, la Gendarmería
y la Policía permanecían ‘leales'»4.
Perón explicó lo «inexplicable» a los pocos días al diario El Día de Montevideo (5/10/1955), con los
acontecimientos frescos. «Las probabilidades de éxito eran absolutas, pero para ello hubiera sido necesario
prolongar la lucha, matar mucha gente, destruir lo que tanto nos costó crear. Bastaría pensar en lo que habría
ocurrido si hubiera entregado armas de los arsenales a los obreros decididos a empuñarlas»5.
El espectro de la Revolución Boliviana de 1952-3, cuando un golpe gorila pretendió desconocer el triunfo del
nacionalismo boliviano (MNR) y el proletariado intervino para derrotarlo, abriendo la posibilidad de su
intervención independiente, debía estar muy presente en el Perón de 1955.

Balance
La caída de Perón fue una aguda manifestación del agotamiento del movimiento nacionalista burgués que se
desmoronó por dentro. Antonio Cafiero, ministro de Economía, renunció por sus «convicciones» (clericales)
ante la crisis abierta con la Iglesia. Las fuerzas sociales que protagonizaron el golpe (la oligarquía y el
imperialismo, pero también la burguesía industrial, como vimos) tenían preservados sus recursos después de
una década. Los partidos burgueses y pequeño burgueses democratizantes, incluidos los izquierdistas,
sirvieron servilmente de cobertura a la contrarrevolución de los explotadores.
Por todo esto, seguramente ni el gobierno ni los peronistas antikirchneristas democristianos como De la Sota,
ni los continuadores de los golpistas en los partidos democratizantes abrieron la boca a 60 años del golpe
fusilador, antecedente del que Videla y sus secuaces, con las mismas complicidades, darían 20 años después.

1. El golpe de junio de 1955, Prensa Obrera N° 1.371, 6 de julio 2015.

2. Codovilla señala a principios de 1955: «El Estado corporativo de tipo fascista creado por Perón cierra las posibilidades de coalición de
fuerzas democráticas y nacionales para presentarse unidas en las elecciones». Una trayectoria consecuente, T. III, pág. 164).

3. Metalurgia Nº 167, setiembre de 1955, citado en James P. Brennan, Marcelo Rougier, Perón y la burguesía argentina, 2013.

4. Hace 30 años la Revolucion Fusiladora de los partidos democratizantes y la Iglesia, Prensa Obrera, setiembre 1985.

5. Citado en ídem nota 4.

35
Bibliografía ampliatoria

1- “Trotsky frente a las nacionalizaciones realizadas por gobiernos burgueses”.


Lapa, Guido

En su exilio final, en la misma casa fortificada en México donde luego sería asesinado, a Trotsky le
tocaba analizar un conjunto de problemas novedosos. El presidente mejicano Cárdenas le había permitido el
ingreso a su país cuando ningún otro país del mundo estaba dispuesto a hacerlo, cuando era –en palabras de
su biógrafo Isaac Deutscher- “el profeta desterrado”, un paria odiado en partes iguales por una burguesía
mundial que temía de la influencia que su presencia generaría en el proletariado y la situación mundial y por
otro lado, por la burocracia stalinista que lo perseguía sistemáticamente a él, a su familia y sus partidarios.

Su estadía en México, había llevado al revolucionario ruso a concentrarse en la situación latinoamericana


como nunca antes, colaborando activamente con las distintas secciones de la extremadamente joven cuarta
internacional.

Se apoyaba en el método dialéctico para pensar los nuevos problemas sin recostarse en formulas ni esquemas:
“En política, lo más importante y, en mi opinión lo más difícil es definir por un lado las leyes generales que
determinan la lucha y la vida de todos los países del mundo moderno y, por el otro, descubrir la combinación
especial de esas leyes para cada país” («Combatir al imperialismo para combatir al fascismo”, 1938)

Con esta lógica buscó adentrarse en las cuestiones concretas que demandaba el proletariado latinoamericano
y su presencia en México y bajo el gobierno de un nacionalista burgués como el de Lázaro Cárdenas fueron el
marco ideal para echar luz sobre un tema que generaba (y genera) choques y controversias: las
nacionalizaciones bajo los gobiernos capitalistas y la actitud de los obreros revolucionarios

El petróleo mexicano, el enano y los gigantes

El 18 de marzo de 1938 a través de un decreto el gobierno mexicano anunciaba la expropiación y


nacionalización de toda la industria petrolera. La posición de Trotsky y los militantes de la cuarta internacional
partió de defender las nacionalizaciones como derecho de México de disponer de sus recursos. Esta posición
fue llevada a sus conclusiones políticas, reclamando al Partido Laborista británico, miembro de la II
internacional, que repudiara los reclamos legales del gobierno de su país en defensa de las petroleras de su
nacionalidad expropiadas.

Su análisis se fundamentaba en la debilidad relativa que tiene la burguesía nacional de los países atrasados
respecto del capital extranjero que opera al interior de esos países y también del proletariado nativo que es
explotado no solo por la débil burguesía nacional, sino también por el capital foráneo. De ahí la famosa
formulación de la burguesía nacional como un enano entre dos gigantes.

Esa correlación de fuerzas puede ser abordada de distintas maneras por parte de los gobiernos: una variante
es su rendición total y absoluta frente a la política del gran capital convirtiéndose en un estado policial que
potencia la explotación del proletariado. La otra, habitual en los gobiernos nacionalistas, es la de colocarse por
encima de las clases sociales, actuar de forma oscilante o pendular, chocando parcialmente con el
imperialismo, pero sin nunca romper con él. Para esto, se vale de la situación apoyándose en el proletariado y
otorgar concesiones a cambio de una mayor libertad respecto del capital extranjero. El nacionalismo en los
países atrasados tiene una característica en apariencia anti-imperialista, el proletariado debe apoyar las
medidas que intensifiquen esos choques sin ninguna confianza en el gobierno burgués, en tanto sirven como
preparación a la clase obrera, defendiendo su independencia política y con la experiencia histórica a cuestas,

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cuando finalmente este nacionalismo burgués o pequeñoburgués termina claudicando en su limitada pelea
con el imperialismo.

Claramente el gobierno de Cárdenas se ubicaba en este segundo grupo, el de los choques con el imperialismo
y el movimiento pendular, aunque sin rupturas con el orden establecido y las relaciones de propiedad. Es
importante destacar que el apoyo de Trotsky se explica en que la nacionalización en cuestión dotaba a la clase
obrera de un lugar destacado en la administración tanto de la industria petrolera como de la industria
ferroviaria, también nacionalizada.

Trotsky apoyó la medida a partir de la comprensión que significaba un choque con el imperialismo y que había
que pelear por el control obrero de la producción que implicaría un importante paso adelante para los
trabajadores y una rica experiencia política. La condición era impulsar que la participación de los trabajadores
en los órganos de administración de la industria nacionalizada respondiera a una política y una organización
independiente de los trabajadores, no dar ningún apoyo político al gobierno burgués y en general enfrentar la
tendencia a la generación de una burocracia entre los trabajadores y la estatización de los sindicatos. “Para los
marxistas no se trata de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las situaciones
que se presentan en el capitalismo de Estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de la clase
obrera”, resumía Trotsky.

De esta manera se delimitaba tanto de quienes habían sido ya cooptados por el estado y habían avanzado en
un proceso de burocratización como de quienes habían adoptado una política sectaria, de rechazo a las
oportunidades presentadas, quedándose al margen y sin intervenir en la situación. Importa remarcar el
carácter de la medida, en el sentido de su golpe al imperialismo, dado que muchas otras nacionalizaciones –
como la de Perón con los ferrocarriles- se hicieron con la venia de las potencias extranjeras, que fueron
indemnizadas por un capital completamente desvalorizado, y estuvieron lejos de cualquier medida de tipo
soberano.

La burocracia soviética no tuvo una actitud crítica ni reserva alguna. Al contrario, a través del PC, abrazó la
medida sin ninguna clase de miramientos. La tercera internacional ya había dado inicio a la nefasta política de
los frentes populares, promoviendo el seguidismo sistemático de los trabajadores frente a los gobiernos
burgueses “progresistas”.

En El Programa de Transición, Trotsky y sus compañeros van a plantear una consigna clave que es de inmensa
actualidad en la presente crisis: la apertura de los libros de las empresas, terminar con el secreto empresarial y
valerse de ello como el primer paso hacia el control real de la industria por parte de la clase obrera.

Las nacionalizaciones, 80 años después

El devenir histórico de la IV internacional posterior a la muerte de Trotsky está marcado por la adaptación a
distintas variantes patronales, nacionalistas o de centro izquierda. Quienes pasaron a dirigir las distintas
organizaciones parecen haber olvidado el método de abordaje del que nos valemos los revolucionarios en
estas instancias.

En el subcontinente latinoamericano la oleada de los nacionalismos burgueses de principios de siglo XXI


aplicaron variantes de estas políticas. Gobiernos como los de Chávez, Evo Morales o los propios Kirchner
nacionalizaron o expropiaron empresas. Mientras buena parte de la izquierda de la región, obnubilada por la
demagogia estatal, se integró a estos gobiernos como su ala izquierda, el Partido Obrero se opuso a una
política que más allá del relato mostró rápidamente sus limitaciones y se comprometió a grandes
indemnizaciones con las arcas estatales.

La historia se repite como farsa. Las nacionalizaciones no tienen un carácter progresivo per se. El lugar que
ocupe la clase obrera en el control de la producción de esa empresa nacionalizada es determinante, así como
el pago o no a las patronales expropiadas. Las nacionalizaciones en algunas oportunidades, lejos de significar
37
un paso adelante para la clase obrera se convierten en su contrario, en una herramienta de salvataje al capital.
El caso de YPF ilustra con claridad como bajo el nombre de la nacionalización de la YPF contolada por el grupo
español Repsol se dio paso a una reprivatización de la mano de Chevrón que para colmo redundan luego en
una crisis fiscal que se salva con un mayor ajuste a los trabajadores.

En el manifiesto político electoral del Frente de Izquierda del 2013 marcábamos, a instancias del PO, la
necesidad de distinguir la nacionalización burguesa, que procura el rescate del sistema capitalista y de los
empresarios a los cuales se asocian de la nacionalización que efectivamente convierte a la explotación privada
en un verdadero servicio estatal público al servicio del pueblo trabajador, bajo su control.

Sin embargo, este tipo de medidas no son propiedad exclusiva de Latinoamérica. La experiencia reciente, en
medio de la pandemia del coronavirus reafirma lo que ya habíamos experimento con la crisis del 2008: los
estados destinan dinero rescatar al capital privado, transfiriendo activos tóxicos o directamente poniendo
recursos disponibles o inventados en pos de evitar un quebranto generalizado de sus burguesías.

En síntesis, el Estado juega un rol creciente para salvaguardar los intereses de la clase dominante de conjunto.
Las que ejecuta el Estado burgués no son un paso hacia la gestión de la economía por parte de los trabajadores
y, por esta vía, a una planificación del desarrollo nacional. El reclamo del control obrero y de la expropiación
sin indemnización al capital pone de manifiesto el choque entre la reorganización del capital y el interés de
nuestra clase. Esta perspectiva plantea el gobierno de los trabajadores y el pueblo explotado.

Ochenta años después del asesinato del revolucionario ruso, la tarea con la que cerró su análisis acerca de las
nacionalizaciones mexicanas tienen una vigencia estremecedora: “la existencia de un partido marxista
revolucionario que estudie cuidadosamente todas las formas de actividad de la clase obrera, critique cada
desviación, eduque y organice a los trabajadores, gane influencia en los sindicatos y asegure una
representación obrera revolucionaria en la industria”

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2- . “El POR en la Revolución Boliviana de 1952”. Rieznik, Pablo

Dos cuestiones decisivas hacen de la experiencia boliviana de 1952 un punto insoslayable en cualquier
análisis sobre la revolución contemporánea. En primer lugar es una de las expresiones más altas, si no la
mayor, de la insurgencia proletaria en nuestro continente. Los mineros del Altiplano protagonizaron entonces
un levantamiento revolucionario de envergadura desconocida en América Latina: enfrentaron al Ejército, se
lanzaron al asalto de los cuarteles, a dinamitazo puro quebraron a una fuerza armada completamente
descompuesta, derrotaron a siete regimientos y concluyeron por disolver la corporación militar y por imponer
con su victoria la vigencia de las milicias obreras. Lo que fue concebido como un golpe palaciego de un sector
de la FFAA vinculado al nacionalista MNR, acabó dando paso a una revolución obrera. No fue el proletariado,
sin embargo, el que tomó el poder. Su lugar fue ocupado por Paz Estenssoro y Siles Suazo, representantes de
la pequeña burguesía nativa. La clase obrera no pudo coronar su obra colocando al frente de la nación a sus
propios hombres y a sus propias organizaciones independientes, canal de la irrupción revolucionaria de las
masas. La contradicción creada será resuelta ulteriormente por el equipo nacionalista en beneficio del Estado
burgués, de la reconstrucción de sus instrumentos de dominio —el Ejército, en primer lugar—y de la
burocratización de las organizaciones obreras. Paz Estenssoro es aun hoy una de las expresiones vivas más
acabadas de la evolución del nacionalismo que debuta como antimperialista, con ropaje obrero y aun
revolucionario y acaba como comisionista del imperialismo y de la reacción política más extrema.

El Partido Obrero Revolucionario

En segundo lugar la peculiaridad de la revolución boliviana consiste en que en el Altiplano los


trotskistas ocupaban un lugar preponderante entre la vanguardia obrera. Algunos años atrás el POR había
impuesto en el Congreso de la Federación Sindical Minera las llamadas “tesis de Pula-cayo”, un programa que
por primera vez en nuestras latitudes planteaba abiertamente las limitaciones insalvables de la burguesía
nacional y proclamaba la revolución social dirigida por el proletariado como la única vía para quebrar la
opresión foránea. Las “tesis de Pulacayo” tradujeron en el plano de una organización de masas las consignas
del “Programa de Transición” de la IV"2 Internacional y trazaron la ruta de lucha por el gobierno obrero-
campesino. Pulacayo encarnó en su momento la perspectiva de la vanguardia minera que, pocos meses antes,
en enero de 1946, había asistido a la completa bancarrota del stalinismo, transformado en tropa de choque de
un golpe gorila de la oligarquía boliviana {“la rosca”) contra el gobierno nacionalista de Villaroel. La impotencia
y la quiebra del nacionalismo burgués, por un lado; así como la traición del stalinismo por el otro, abrieron
paso entre lo mejor del proletariado boliviano a una aguda conciencia sobre la necesidad de plantearse una
estrategia propia y superar políticamente a las direcciones comprometidas con la contrarrevolución y la
frustración de sus luchas históricas.

El POR no sólo impuso las “tesis de Pulacayo” sino que se transformó en el período inmediato
posterior en el receptáculo de una nueva generación obrera y juvenil: “circunstancias excepcionalmente
favorables nos habían colocado a la cabeza de las masas; aglutinamos la atención y la simpatía de los
explotados en la política interna del país, nos convertimos en un poderoso partido... lo más inteligente de la
juventud boliviana se entregó al POR, contamos con un magnifico equipo de agitadores” (1). En la misma
época el POR “hacía un tiraje de 10.000 ejemplares de *Lucha Obrera’, periódico del partido que se vendía en
número mayor al periódico burgués de circulación diaria, El Diario” (2). En 1947 el POR y la FSTMB foijan un
bloque político electoral por el cual diez candidatos ingresan al Parlamento (2 senadores y 8 diputados).

Desintegración política

Durante todo el período previo al ' 52 se desarrollan grandes batallas entre el movimiento obrero, los
explotados y el gobierno rosquero-stalinista. Se sucedieron las masacres en las minas y la represión fue brutal
en las ciudades y el campo. El POR fue duramente golpeado, pero, por sobre todas las cosas, fue

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irremediablemente desintegrado por un proceso de descomposición política. Por un lado, “la extrema
debilidad del partido se expresaba en su rudimentarismo organizativo y en una especie de desprecio pequeño
burgués por el trabajo político diario” (3) lo que equivale a decir que no llegó realmente a estructurarse como
partido, no se empeñó en transformarse en una organización consciente, militante, centralizada, de la
vanguardia obrera. El POR aparecía como una suerte de usina ideológica del MNR, cuyo “equipo sindical
entrenado y templado en la lucha diaria logró aglutinar a valiosos luchadores que supieron cumplir
exitosamente su misión” (4).

En estas condiciones la propia dirigencia trotskista se fue desplazando a la idea de que la


materialización de la revolución obrera consistía en llevar al poder al... MNR. En 1951 lá IV9 Internacional, que
integra el POR, sostiene abiertamente este punto de vista: ante la inminencia de un estallido revolucionario
“bajo la influencia del MNR, nuestra sección apoyará al movimiento con todas sus fuerzas, no se abstendrá
sino que, por el contrario, intervendrá enérgicamente en él con el propósito de impulsarlo tanto como sea
posible hasta la toma del poder por el MNR” (5). La consecuencia de este proceso será catastrófica: el POR
estará completamente ausente en la revolución de abril de 1952 y el MNR conseguirá confiscar de un modo
acabado el heroico levantamiento del proletariado boliviano.

Una verdadera catástrofe

No hablamos apenas de su intervención práctica, concreta en los acontecimientos, del hecho de que
“el POR no estuviese físicamente presente en las jornadas de abril de 1952: no estuvo presente la línea política
trotskista claramente diferenciada del MNR, como una otra alternativa para las masas, con la intención de irlas
ganando a lo largo del desarrollo de los acontecimientos... su dirección se quebró... resultó anonadada por lo
que ocurría..”. En los abundantes escritos de Guillermo Lora —secretario general del POR desde 1946— se
plantean los elementos de un balance de esta terrible catástrofe pero puede afirmarse que todo es
presentado de manera parcial, unilateral e inclusive deformada por lo cual una apreciación de conjunto de la
cuestión queda aún por realizarse. Todavía diez años después de los sucesos del ’ 52 en un largo y clásico
trabajo titulado “La Revolución Boliviana”, Lora dedica una página, sobre cuatrocientas, al análisis de los
“errores del POR” en tales acontecimientos. Algunas otras observaciones críticas se suceden con carácter
disperso en el resto de la obra sin que, no obstante, resulta un balance claro y de carácter integral.

Para apreciar como un todo la actuación del POR en 1952 debe puntualizarse lo siguiente:

a) la consigna de “ocupación de las minas” fue omitida por el POR; “el que esta consigna no hubiese sido
oportunamente lanzada en 1952, determinó que la nacionalización de las minas se convirtiera en un engaño al
país y a la clase obrera” (6). Luego de desmoralizar a los trabajadores y nombrar una “comisión” para
“estudiar” problema, el gobierno movimientista pactará una nacionalización “concertada” con la “rosca” y el
imperialismo sobre la base de suculentas indemnizaciones.

b) El POR no planteó “todo el poder a la COB”, la central obrera fundada pocos días des-púes de la
revolución, con una notable influencia de dirigentes poristas y que constituía la base de un órgano de poder
propio del proletariado insurgente. “En los primeros meses de la revolución solamente la COB contaba con
fuerzas armadas, las milicias armadas de obreros y campesinos... Los obreros descontaban que las fábricas y
las minas debían convertirse en trincheras de la revolución” (7).

c) el POR sí planteó, en cambio, el cogobierno con el MNR, con lo cual de entrada se ubicó como ala
izquierda de la democracia burguesa montada en la revolución proletaria y no como expresión de ésta en su
enfrentamiento irreconciliable con el gobierno burgués que pretendía contener primero —y destruir
después— los elementos autónomos del poder proletario. Exactamente lo contrario a la táctica de Lenin, a su
combate por llevar “todo el poder a los soviets” a partir de la delimitación sistemática respecto al gobierno
pequeño burgués que tendía la soga democrática al cuello de la revolución proletaria (el lugar del MNR era
ocupado por los mencheviques y socialrrevolucionarios en el octubre ruso).

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Menchevismo

El carácter inacabado del análisis de Lora se verifica en dos puntos fundamentales.

Primero. Luego de criticar como un “error” el haber evitado plantear “todo el poder a la COB”, Lora
defenderá en su misma obra el punto de vista contrario: esta consigna sólo puede plantearse — dirá— cuando
el partido revolucionario conquista la mayoría en los soviets (“La Revolución Boliviana”, págs. 364/6). El
planteamiento es incorrecto y doblemente cuando se afirma que tal fue la táctica de los bolcheviques en 1917.
La oportunidad del reclamo de “todo el poder a los soviets” es pertinente desde el momento en que son un
canal de las masas insurrectas y se encuentran bajo su presión directa. En este caso son la materialización del
poder obrero frente al poder burgués y al luchar por el gobierno soviético, gobierno obrero-campesino, el
partido revolucionario se coloca en el terreno de su propio desarrollo en el seno de la organización de las
masas para desplazar a los elementos conciliadores con la burguesía, imponer su propio liderazgo y la
conquista de la dictadura del proletariado. Después de 1953 la consigna “todo el poder a la COB” no era
correcta, no porque el POR no tuviera la mayoría, sino porque el MNR la había trasnsformado en una
particular dependencia estatal en manos de la burocracia movimientista. En cualquier caso y luego de
afirmaciones formalmente contradictorias, sobre esta consigna clave, el propio Lora reivindicará, aún un
cuarto de siglo luego de 1952, el planteo del POR de exigir “más ministros obreros” en el gobierno del MNR.

Segundo. Todavía en 1953 el propio Lora sostuvo un punto de vista menchevique en las tesis de la “X9
Conferencia del POR”, las cuales aún hoy son consideradas como una petición de principios en favor del
trotskismo ortodoxo contra lo que el dirigente boliviano considera desviaciones nacionalistas de otros sectores
del partido. Pero es en estas tesis donde se plantea —una vez más— que ‘la tarea inmediata del POR no es
gritar ‘abajo el gobierno' sino exigir que realice las reivindicaciones fundamentales de la revolución”. No es lo
único: se formula aquí además, la hipótesis de una hegemonía del ala izquierda del MNR sobre el gobierno, en
cuyo caso “se podría plantear la eventualidad de un gobierno de coalición del POR y del MNR, que sería una
manera de realizar la formula “gobierno obrero-campesino’ que, a su turno, constituiría la etapa transitoria
hacia la dictadura del proletariado”. Es decir, se postula la variante de una ejecución por parte del MNR, de las
“reivindicaciones fundamentales de la revolución” y de la alternativa de un gobierno obrero-campesino que no
sería la dictadura del proletariado, que no emergería como fruto de un desplazamiento del poder hacia las
organizaciones soviéticas de las masas, sino como resultado de una combinación del POR y el MNR. De
conjunto esto significa que el desarrollo concreto de la revolución se plantea en los marcos del Estado
burgués, lo que constituye la esencia menchevique de la formulación.

En estas condiciones una parte entera del grupo de Lora sacó todas las conclusiones del caso y pocos
meses después se pasó... al MNR. Si la tarea era exigir que el movimiento ejecutara la revolución y alimentar el
desarrollo de su ala izquierda, altos dirigentes poristas juzgaron que la defensa de la construcción del partido
revolucionario era abstracta y debían integrarse al movimientismo. Otro grupo del POR propugnó entonces
también que “no había tiempo” para la construcción del partido revolucionario en Bolivia (la escisión de esta
fracción se producirá, sin embargo, recién en 1956).

¿Podía el POR tomar el poder?

En este punto cabe considerar una de las posicionarlas tajantes y de carácter general que formula T
6ra en su obra de 1963. “¿Podía el POR—se pregunta – llegar al poder en el lapso comprendido entre 1946 y
1952? Tiene que responderse categóricamente que no. Dos de los factores que habían no viable tal
perspectiva: los obstáculos insalvables que se oponían a los esfuerzos hechos para conquistar a las masas y la
evidencia que el programa partidista no estaba acabadamente estructurado (añadiremos que las masas no
habían madurado aún suficientemente para comprender este programa), este último factor tenía
necesariamente que traducirse en una debilidad organizativa de la vanguardia proletaria” (9).

La apelación a los obstáculos insalvables no tiene ninguna importancia puesto que si éstos tienen una
entidad propia, la mención sobre el programa “no acabadamente estructurado” es superflua y si esto último
es cierto, lo primero es completamente secundario. Pero lo peligroso de esta última apreciación es la dilución

41
en una generalidad autojustificadora de los desastres de 1952. No es verdad que la quiebra del POR tenga que
ver con una “insuficiencia programática”. El POR se quebró bajo las presiones de la clase enemiga y se
transformó en apéndice del MNR, es decir, del nacionalismo burgués. El trotskismo abandonó posiciones ya
conquistadas, convirtió a las tesis de Pulacayo en una referencia literaria y las dejó de lado cuando podía
basarse en las mismas como punto de partida de una acción revolucionaria. El programa “acabadamente
estructurado” es una entelequia. Un partido que reniega precisamente de la acción revolucionaria —jen una
revolución!— (ocupación de las minas), que se omite al momento de orientar a esta última hacia una forma de
poder propio del proletariado (todo el poder a la COB) y siembra ilusiones en el cogobierno con la pequeña
burguesía no debería siquiera insinuar que las masas “no han madurado”para comprender sus posiciones. En
este caso el balance toma la forma de un procedimiento completamente fraudulento.

Balance

En 1952 se abandonaron de un modo integral las posiciones del bolcehvismo, lo que equivale a decir,
del marxismo y la revolución. El trotskismo boliviano reveló particularmente una notable incapacidad para
comprender que el partido revolucionario es una cabeza sin cuerpo si no concibe su construcción en estrecha
vinculación con las organizaciones propias de las masas, de sus instrumentos de poder y de su estructuración
autónoma. El análisis y el trabajo para Ja construcción de una organización soviética de las masas fue
sustituido por las ilusiones en el MNR. La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores
mismos y los órganos de su emancipación son los consejos, los soviets, los canales de su estructuración
revolucionaria de masas, sobre los cuales debe cabalgar el partido revolucionario. La revolución es el partido
más los soviets, el cerebro y sus instrumentos de acción en un desarrollo común. El POR no asimiló esta
cuestión y ha tendido a presentar de un modo unilateral y abstracto la construcción del partido. Todavía en
1971, en relación a la Asamblea Popular Lora se opondrá a levantar la consigna de “todo el poder a la
Asamblea Popular”.

Notas:

(*) Pablo Rieznik es dirigente del Partido Obrero

(1) G. Lora — “La crisis del POR boliviano”, Buenos Aires, 1950 (citado por Liborio Justo).
(2) G. Lora—“Bosquejo de la historia del POR boliviano”, San Pablo, 1986 (en “Estudos” del Centro de Estudos do Terceiro
Mundo)
(3) G.Lora — “La revolución boliviana”, La Paz, 1963
(4) ídem.
(5) “Fourth International”, New York, 1951 (citado por Liborio Justo)
(6) G. Lora — “La Revolución Boliviana”
(7) ídem
(8) G. Lora “Contribución a la historia política de Bolivia”, La Paz, 1978.

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3- “Sobre los orígenes del peronismo”. Torre, Juan Carlos.

Recientemente he publicado La vieja guardia sindical y Perón. Sobre los Orígenes del Peronismo y hoy
quisiera compartir algunas reflexiones sobre la importancia que, en el estudio de los orígenes del peronismo,
he llegado a adjudicar a la coyuntura histórica. Bajo esta referencia quiero llamar la atención sobre esos
períodos de aceleración de la historia, en los que se desarticula un campo determinado de fuerzas y de
equilibrios políticos y se abre una escena llena de virtualidades, en la que los actores hacen ahora sus apuestas
intentando definir el perfil futuro del orden político.

Quienes han leído El 45, de Félix Luna, y han acompañado su relato acerca de la suerte cambiante de los
personajes en pugna durante ese año decisivo, cuando la fortuna política se inclina de un lado y de otro para
volver a revertirse hasta el desenlace, entenderán bien qué es lo que quiero significar al llamar la atención
sobre la coyuntura histórica. El punto que quiero destacar es el siguiente: la reconstrucción de esa historia
azarosa que transcurre entre 1943 y 1946 es central para la comprensión del peronismo. Este señalamiento
puede parecer banal. ¿Quién no menciona en los estudios sobre el peronismo los avatares de la lucha política
en esos años? Pero frente a este privilegio de la coyuntura cabe siempre un argumento alternativo. ¿Acaso Ud.
no cree necesario hacer referencia al pasado inmediato, a la sociedad en la que el peronismo surge? De hecho,
la referencia de la década del treinta ocupa un lugar central en las interpretaciones del peronismo. Así, se
evocan, por un lado, los problemas de legitimidad del viejo orden conservador, y por otro, las
transformaciones de la estructura social que acompañan la industrialización.

Sucede, empero, –creemos necesario subrayar-, que, a menudo, hablar de la crisis del viejo orden y de
las mutaciones estructurales a través de las cuales éste se transforma, lleva a trazar una relación demasiado
directa (a veces, una relación de necesidad) entre estos fenómenos y el nuevo régimen que emerge. Como si
una vez localizadas las causas del pasado, -para decirlo con las palabras de François Furet- la historia se
moviera por sí sola, dirigida por ese impulso inicial. El estudio de la formación del peronismo se resuelve no
pocas veces en la tentación de hacer de él el fruto de los procesos sociales y políticos previos. Que el
peronismo tenga sus causas y que ellas nos remitan a la sociedad argentina de la “década infame” y la
industrialización, no significa, agregamos nosotros, que el peronismo estuviera todo entero contenido en ellas.
Si bien es posible identificar los procesos que anticipan el derrumbe del viejo orden, resta todavía esclarecer la
contribución que hace a la resolución de la crisis la coyuntura de los años 1943 a 1946, en la cual las distintas
fuerzas sociales se confrontan procurando imprimir un rumbo a los acontecimientos. ¿Significa esto que
abandonamos un razonamiento en términos de procesos y de causas, para postular en su lugar una historia
narrativa, que se limita a acompañar pasivamente los aciertos y los errores de los actores? De ningún modo.
Lejos estamos de proponer la adopción de la perspectiva de los protagonistas, para los cuales todo es a la vez
incierto y posible.

La coyuntura histórica no está suspendida en el vacío; hay numerosas restricciones, que van desde la
naturaleza de las relaciones sociales hasta el clima de ideas de la época. Pero lo que queremos subrayar es que
estas restricciones no tienen sentido más que con referencia a la acción de los actores políticos. Lo que quiere
decir que un estado dado de los elementos sociales y culturales —la Argentina tal como puede ser descripta en
las vísperas de 1943— admite cierto número de desenlaces políticos, y lo que es preciso establecer es cuál de
todos ellos termina por definir el perfil del país que va a emerger finalmente. El tránsito de la restauración
conservadora al ascenso del peronismo no se produjo por una avenida de mano única.

A la largo de 1943 a 1946 varias fueron las rutas alternativas delante de las que se encontraron los
protagonistas de esta historia. La tarea primera del análisis histórico es ser sensible a este hecho y evitar la

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trampa de la historia positiva, para la cual el pasado es apenas el prólogo a la realización del presente actual.
La segunda tarea, no menos importante, es la de instalarse en la coyuntura para ir identificando en la
percepción de los actores, en sus creencias, en sus decisiones, en las consecuencias inesperadas de sus actos,
cómo se va gestando la secuencia que conducirá, por obra de la política, el desenlace final. Veamos más
concretamente lo que hemos intentado decir a manera,

¿Cómo dar cuenta, pues, de este sobredimensionamiento del lugar político de los trabajadores
organizados? ¿Basta evocar para ello las transformaciones de la estructura productiva, de la estructura
urbana, que se resumen en los desplazamientos de la población rural a las ciudades y las fábricas operados en
la década del treinta? ¿Es acaso este fenómeno político un emergente natural de los procesos sociales
previos? Ciertamente, que dichos procesos sociales hayan acontecido nos permite hablar del fenómeno que
estamos considerando. Pero el solo hecho de caracterizarlo como un fenómeno de naturaleza política nos
invita a dirigir la atención, más allá de las transformaciones estructurales, hacia el mundo de la política. de
hipótesis de trabajo. El peronismo, como movimiento y como régimen político, está asociado a un fenómeno
singular, el del sobredimensionamiento del lugar político de los trabajadores organizados. Digamos que la
palabra sobredimensionamiento tiene por finalidad poner de relieve esa singularidad: no basta afirmar que el
lugar político de los trabajadores organizados es importante en el peronismo. Importante lo es en las
sociedades industriales maduras, pero la Argentina de los años cuarenta es un país en vías de industrialización.
Sin embargo, en ella el lugar político de los trabajadores organizados es comparable al que éstos tienen, por
ejemplo, en la Inglaterra de la época: de allí que hablemos de sobredimensionamiento. Ese lugar es
importante también con relación a experiencias políticas de signo parecido al del peronismo, como el
varguismo en Brasil. Pero en el varguismo el lugar político de los trabajadores organizados, aunque más
sobresaliente de lo que fuera en el período anterior de la historia de Brasil, estará diluido dentro de una
coalición de fuerzas sociales, mientras que en la Argentina peronista será el soporte principal del régimen y un
componente clave del movimiento.

Este es el camino por muchos recorrido, pero habitualmente para identificar allí, en el mundo de la
política, un proyecto, una intención. En esos casos estamos ante una tendencia muy frecuente de los análisis
históricos, cual es la de razonar retrospectivamente, desde las consecuencias generadas por una coyuntura
hacia atrás, hacia la caracterización de la coyuntura misma: como si dichas consecuencias fueran todas el
producto de un proyecto, de una intención de los actores y no, como sucede a menudo, el producto de los
efectos no queridos de sus acciones. Esto fue, en rigor, lo que sucedió con el sobredimensionamiento del lugar
político de los trabajadores organizados. Porque si algún proyecto es posible identificar, si alguna intención
comanda las iniciativas políticas de la nueva élite dirigente en el poder y de Perón en el momento que surge
como su portavoz hacia fines de 1943, en ellos se reserva a los trabajadores organizados un lugar menos
destacado del que habrán de tener en definitiva. Y es el fracaso de esa tentativa ideal el que 238 conduce a
que dicho lugar se redimensione y agrande por obra de las vicisitudes de la lucha por el control del estado en
la coyuntura de 1943-1946.

¿Cuáles son los rasgos de esa tentativa frustrada? Sus tres componentes son bien conocidos: la
gestión reformista desde la Secretaría de Trabajo, la búsqueda del apoyo del aparato electoral del radicalismo,
el discurso en la Bolsa de Comercio. De estos tres componentes, la innovación corre por cuenta de la política
social; con ella y las otras dos operaciones políticas, Perón intenta triunfar en una empresa en la que otros
antes que él han fracasado: la empresa de reconstruir un estado o (si se prefiere una caracterización menos
estruendosa) la de resolver el problema de la legitimidad política.

En otras palabras, Perón intenta levantar en el sitio ocupado por el estado parcial y representativo de
la restauración conservadora un estado más inclusivo y a la vez más autónomo. Para ello trata de devolver a
las instituciones la legitimidad corroída por la existencia de un orden excluyente y de ampliar las fronteras del
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pacto estatal mediante la combinación de las piezas dispersas y fragmentadas de la vieja y la nueva sociedad.
En su objetivo, ya que no en su diseño, es un proyecto afín a aquel otro que, en la visión de Juan Carlos
Portantiero, asociara al general Justo, al presidente Ortiz y al líder radical Alvear en la tentativa transformista
de los años 1938-1940 y cuya frustración marcó el cénit de la capacidad de dirección política de la antigua elite
dirigente. Con la Revolución de Junio, esa empresa es ensayada nuevamente, pero ahora, y aquí reside la
novedad, lo es por un jefe militar que intenta sustituir a los dirigentes políticos del pasado y convertirse en el
polo del compromiso social e institucional. Sabemos que ese proyecto, concebido a la manera de un
bonapartismo, está destinado también él a fracasar y a experimentar luego un giro rotundo en el año decisivo
de 1945. Reconstruyamos sucintamente sus avatares, tomando como eje uno de sus elementos claves, la
política de intervencionismo social en favor de los trabajadores.

Dicha política comenzó siendo, en su origen, mucho más modesta de lo que las imposiciones de la
lucha política la llevaron a ser después. Ella formó parte de una modernización de las relaciones de trabajo que
intentaba reformar las prácticas existentes sin romper abiertamente con los sectores patronales. Las
innovaciones de esta intervención fueron presentadas - según surge del discurso de 1944 en la Bolsa de
Comercio- como si estuvieran al servicio de la regeneración y la salvaguarda del orden social vigente, y no del
establecimiento de otro completamente nuevo. No creemos que esta prudencia violentara las convicciones
íntimas de quien colocaba sus iniciativas bajo los auspicios de la doctrina social de la Iglesia y, en forma más
privada, admitía su deuda para con las enseñanzas del fascismo social europeo, en su lucha contra la amenaza
comunista, que era la obsesión de los militares de 1943.

Este último aspecto debe ser destacado. La política de reformas sociales, más que suscitada por la
fuerza de la movilización popular —que a fines de los años treinta es más bien débil y todavía embrionaria—
cumple una función anticipatoria y es la de prevenir los peligros potenciales que encerraba el precario estado
de las relaciones de trabajo en el marco de una expansión de la población obrera. De allí que esté dirigida
inicialmente a beneficiar a aquellos sectores del mundo del trabajo, como los viejos sindicatos de servicios,
que por su organización y sus experiencias sindicales estaban en condiciones de servir como eje de articulación
a la agitación social. Prudente y limitado, el intervencionismo social encontró, a poco andar, la frialdad primero
y la resistencia después de los sectores empresarios.

Frente a la actitud de los empresarios, ¿debemos hacer nuestra, como acostumbran no pocos
historiadores del peronismo, la visión de los militantes obreros y la del propio Perón, y limitarnos a constatar
en dicha actitud la reacción previsible de un sector celoso de sus privilegios? Siguiendo con el enfoque que
propongo creo que es preciso ir más allá e incorporar al análisis, como lo hiciera Tulio Halperín Donghi, la
distinta evaluación que los sectores patronales y la élite militar hacen del estado de la cuestión social. 239
Perón procura justificar su gestión en la necesidad de prevenir la agudización de la lucha de clases.
Presentándose como el garante del orden, no ignora que un llamado semejante ha tenido buena acogida entre
empresarios no menos conservadores que los argentinos. Pero lo que faltaba en la Argentina de 1944 era la
condición que llevó a los grupos patronales en los países en los que floreció el fascismo social a volcarse a una
política de reformas, aun al precio de sacrificios inmediatos. Esto es, faltaba la sensación de amenaza ante la
presencia de un movimiento obrero combativo. Nada había, en efecto, en la experiencia anterior de los
empresarios que les aconseje pagar el tributo que les reclama el Secretario de Trabajo para evitar el peligro
inminente de una revolución social.

¿Debemos concluir entonces que estamos ante el conflicto entre una clase ciega a su propia ruina y
una élite esclarecida, dispuesta a salvarla, contrariando las tendencias naturales de esa clase que la llevan a
empujar el país entero hacia el abismo? Que ésta sea la interpretación de Perón no la hace más convincente a
los ojos de los empresarios ni, lo que es más importante, más cercana a los hechos. En rigor, la gestión del
Secretario de Trabajo tiene toda la apariencia de una profecía que se autorrealiza: su política social, en lugar
45
de pacificar, lo que hace es aumentar la movilización del mundo del trabajo, para invitar luego a las clases
propietarias a actuar en consecuencia. Pero ¿cómo no sospechar de los objetivos de una política que en
nombre de la paz multiplica los conflictos, que en nombre de la conciliación de clases exaspera las tensiones
sociales? No es necesaria demasiada sagacidad para descubrir, detrás de ella, una tentativa de sustitución
política. Porque si Perón está lejos de proponerse dejar abierto el campo a la espontaneidad obrera, es
invocando su presencia, su potencial explosividad, que procura forzar a las clases propietarias a delegar el
poder en el estado. El rechazo de los medios patronales a las reformas de la Secretaría de Trabajo habrá de
inscribirse, así, en un rechazo más amplio: el de un proyecto político que consolidaría, al mismo tiempo, la
influencia de los sectores obreros en la vida social y política del país, y el papel arbitral de una nueva élite
dirigente en el estado.

A la luz de estos elementos es posible concluir, a modo de argumento general, que en ausencia de una
aguda polarización social, de un desbordamiento del sistema político o de un fraccionamiento del viejo bloque
en el poder, las posibilidades de que se fortalezca naturalmente un actor estatal emergente como Perón son
muy limitadas. Y en la Argentina anterior a 1943 no tenemos ni una aguda polarización social, ni un
desbordamiento del sistema político, en tanto que los grupos tradicionales dominantes (esto es, la gran
burguesía agraria capitalista) ejercen su predominio, no obstante algunos choques parciales, sobre el conjunto
de los sectores propietarios rurales o industriales.

A la oposición de los patrones se suma el fracaso de las conversaciones con el Partido Radical. El año
1945 comienza siendo un momento de viraje para la Revolución de Junio antes de serlo para la sociedad sobre
la cual su obra dejaría huellas tan profundas y permanentes. La evolución de la situación internacional, con la
victoria inminente de los ejércitos aliados, modifica radicalmente el marco escogido por los coroneles
argentinos para lanzar su experimento político. El año se inicia, así, bajo el signo de la normalización
institucional, que tiene por objetivos la ruptura del aislamiento diplomático en que se encuentra el régimen, y,
no menos importante en los cálculos de Perón, la búsqueda de la sucesión constitucional. Con ese fin, el
hombre fuerte de la revolución de Junio ha hecho avances sobre Amadeo Sabattini, líder del ala de izquierda
del radicalismo que sustenta una posición neutralista frente al conflicto bélico.

La reorientación del gobierno es bien pronto interpretada como el anticipo de su próximo colapso.
Sabattini no se muestra dispuesto a recoger la herencia política del régimen y prestar su apoyo a quien parece
tener los días contados. Por otro lado, el Partido Radical está acosado por la efervescencia de la movilización
antifascista de las clases medias que están ansiosas por imponer la rendición incondicional de Perón. En estas
circunstancias, Perón se verá llevado a hacer un llamado a los sectores populares y los sin- 240 dicatos que,
inicialmente, tenían asignado un lugar secundario en su proyecto ideal. He aquí una razón más del
sobredimensionamiento del lugar político que habrán de ocupar a partir del 17 de Octubre en la marcha hacia
el poder y en el régimen que luego emerge.

Este fue, creemos, un punto de llegada que reflejó sólo parcialmente las intenciones originales de
Perón y debe ser visto, más bien, como un efecto inducido por la cambiante trama de la coyuntura histórica.
De ahí en más Perón deberá convivir con un peronismo distinto al que había concebido al iniciar su carrera
hacia el poder.

En efecto, merced al triunfo de su liderazgo de masas, el estado sobre el que gobernará Perón a partir
de 1946 quedará expuesto a la acción de los trabajadores organizados y se convertirá en un instrumento más
de su participación social y política. El conjunto de derechos y garantías al trabajo incorporadas a las
instituciones, la penetración del sindicalismo en la estructura estatal y su lugar clave en el sostenimiento del
régimen, todo ello tendrá la virtud de introducir límites ciertos a sus políticas, particularmente en el terreno
económico y visibles, sobre todo, al diluirse la prosperidad de los primeros tres años (1946-1948). La

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pretensión de constituir un estado arbitral y autónomo concluirá dando lugar a un estado que será, como lo
era el de la restauración conservadora pero con un signo social muy diferente, también un estado
representativo de ciertos intereses políticos y sociales específicos; lo cual habrá de debilitar la legitimidad de
sus actos ante un amplio espectro de la opinión del país.

Asimismo, el movimiento de unanimidad nacional, que debía ser la réplica de un modelo de partido
como el PRI mexicano, con tantas ramas como sectores corporativos hubiere, terminará siendo un movimiento
fuertemente desbalanceado por la presencia obrera organizada. Inclusive, la ideología de paz social y orden
bajo cuyos auspicios la Argentina debía marchar hacia una "comunidad organizada", estará atravesada por el
componente popular y de clase del peronismo. Así, Perón deberá revalidar su liderazgo a través de una
renegociación constante de su autoridad sobre las masas obreras, y esto lleva al régimen a recrear en forma
periódica sus condiciones de origen. En esas circunstancias, la palabra de Perón se desdobla, y por la voz
crispada de Evita es revivido el clima de 1945, y se actualizan, en toda su fuerza primigenia, los antagonismos
sociales.

Estado, movimiento e ideología estarán marcados, pues, por el sobredimensionamiento del lugar
político que ocupan los trabajadores en el peronismo, producto inesperado del desarrollo y del desenlace de la
coyuntura en la que se forma y conquista el poder. A partir de esta conclusión de nuestro libro es que
entendemos que una visión atenta a las transformaciones que el juego político impone al proyecto de los
actores debería problematizar aquello que aparece habitualmente como el remate, como el fin de la historia.
Esto es, se trata de combatir la manía profesional del historiador que reduce el campo de posibilidades
encerrado en el pasado a ese futuro único desde cuyo presente escribe, porque sólo éste ha tenido lugar.

Este vicio de la práctica histórica aparece manifiesto en no pocos estudios del peronismo, que hacen
suya la conclusión de la historia, la sacralizan, se identifican con los vencedores y no resisten la tentación de
ver allí la obra de un destino que se cumple. Bajo esta inspiración emprenden luego el trabajo de
reconstrucción del pasado, que se resuelve con frecuencia en la narración de cómo fue preparándose,
inexorablemente, el triunfo de lo nuevo sobre lo viejo, de la justicia sobre los privilegios. Una historia
semejante puede servir, como las vidas ejemplares de los santos, para la exaltación de los iniciados a un culto
ideológico; lejos está, empero, de satisfacer el impulso inicial que nos lleva a la historia, esa curiosidad
intelectual por entender los motivos que ligan el conocimiento del pasado con la vivencia de este nuestro
siempre inquietante presente.

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4- “Clase obrera y gobierno peronista: el caso de la huelga metalúrgica de 1954”.
Schiavi, Marcos. Extractos.

Clase obrera y gobierno peronista: apuntes generales acerca del debate

“El peronismo ha sido caracterizado a lo largo de los años de diversas maneras. Fascismo,
bonapartismo y populismo son algunas entre tantas de esas denominaciones. Aquí se partirá del
reconocimiento del gobierno peronista como una respuesta de un sector de la clase dominante argentina a la
situación política abierta tanto a nivel nacional como internacional a mediados de la década del cuarenta. La
especificad de esa respuesta consintió en que, como nunca antes en la historia argentina, el movimiento
obrero fue el principal sostén del gobierno. Es por esto que consideramos que la comprensión del fenómeno
peronista no puede alcanzarse sin emprender el estudio de la relación que este tuvo desde sus orígenes con
los obreros; esto último no es suficiente pues el peronismo ha sido una expresión política que no se limitó
únicamente a esta relación, pero si completamente necesario pues los vínculos que estos actores entablaron
fueron el principal sostén del primero.

El peronismo ha sido, desde su surgimiento, el tema central de un sinnúmero de trabajos académicos.


Dentro de esta bibliografía, en concordancia con lo antes expuesto, su relación con los trabajadores ocupó un
lugar medular. Se han realizado estudios, investigaciones y reinterpretaciones en torno a esta temática desde
el mismo origen de esta vinculación. A pesar de esto aún resta profundizar y analizar, más allá de afirmaciones
de índole general, en la relación de los trabajadores con el gobierno peronista durante los años de las primeras
dos presidencias de Juan Domingo Perón. Han predominado a lo largo del tiempo las investigaciones acerca de
los orígenes de este proceso (1943-1946), trabajos estos que son ya clásicos. En cambio, en el período
posterior, nos encontramos con que la bibliografía se reduce drásticamente. Es factible que esta situación se
deba a una consideración instalada de que la burocratización en el movimiento obrero era total por entonces.
Existe una tendencia a interpretar todo el periodo de la presidencia peronista y su relación con los
trabajadores (1946-1955) únicamente en base a lo ocurrido entre 1943 y la asunción de Juan D. Perón; hay un
cierto fetiche de los orígenes.”

La huelga metalúrgica de 1954: La conflictividad ante la prescindencia gubernamental

“Al comenzar 1954 la conflictividad obrera se presentaba como uno de los temas principales de la
agenda política del gobierno peronista. La negociación de los nuevos convenios colectivos cuya firma debía
realizarse en marzo era uno de los puntos donde más inconvenientes se esperaban encontrar debido, en gran
medida, a la posición que Perón ya había adelantado dos meses atrás. El gobierno había anunciado su
prescindencia aunque dejaba entrever sus claras intensiones de atar los futuros aumentos salariales a la
productividad. En un discurso pronunciado delante de dirigentes gremiales en el Teatro Santos Discepolo el 12
de noviembre de 1953 había afirmado: “[…] Dios nos libre si llegamos a romper este equilibrio maravilloso que
hemos establecido y que está en manos de la Comisión de Precios y Salarios”. En el primer cuatrimestre de
1954 fueron desarrollándose distintos procesos los que, sin rebasar el grado alcanzado en los meses
posteriores, ya iban dejando vislumbrar que la posición presidencial arriba expuesta no era viable.

Los obreros de la industria metalúrgica hasta abril protagonizaron algunos conflictos aislados.
Avellaneda, al sur de la ciudad de Buenos Aires, fue una de los lugares más convulsionados; allí en enero hubo
inconvenientes en el establecimiento Tamet y en Siam debidos a quitas de adicionales y a despidos. Las
reacciones que había generado la quita de adicionales en Tamet derivaron en el despido de delegados obreros.
48
Esto indignó de tal manera que inmediatamente se realizó una marcha de centenares de obreros al local de la
seccional Avellaneda de la UOM en pos de un llamado a asamblea en la cual definir un plan de lucha.

Para mediados de abril los pedidos de aumento salarial eran acompañados por medidas de fuerza. En
Caige y Camea se trabajaba a desgano. En Merlíni ocurrían paros parciales progresivos comenzados el 10 de
abril con diez minutos de detención de actividades. Estas medidas de fuerza se fueron acentuando en la ciudad
de Buenos Aires a partir del congreso de delegados del 22 de abril. Allí los delegados que hablaron plantearon
la necesidad de emplazar a que en cuarenta y ocho horas la patronal aceptara su propuesta, en caso contrario
se iría al paro. La delegada de Philips manifestó en esa misma reunión que el personal estaba con un pie en el
paro y que era difícil contenerlo. Por su lado, los industriales metalúrgicos no solo no aceptaban el aumento
sustancial de los salarios que buscaba el gremio sino que proponían la reducción al mínimo de las atribuciones
de las comisiones internas y mostraban su intención de implantar nuevos métodos de trabajo basados, en este
caso, en la imposición de la tarjeta de producción de rendimiento obrero. El anuncio de alguna medida de
fuerza, ante esta situación, a fines de abril era inminente.

Mientras tanto, y ante la evidencia de las dificultades en las que estaba la firma de los acuerdos, desde
el gobierno se iba relativizando la posición inicial. El veintidós de marzo de 1954 Perón habló a los dirigentes
de la CGT y de la CGE. El discurso fue trasmitido por LRA Radio del Estado y allí planteó que:

“… La posición actual nuestra es simple: nosotros pensamos que deben mantenerse los
términos ya fijados hace mucho tiempo, es decir, un salario vital, que el gobierno tiene interés
en mantener para que por debajo de él no quede ningún argentino. Ese es el punto de partida
que para nosotros es irreversible. Sobre ese salario vital no corresponde al gobierno intervenir
en la dilucidación de las remuneraciones, de los salarios y sueldos de ninguna naturaleza,
porque el gobierno no puede analizar por si, intrínsicamente, en cada empresa, las condiciones
económicas en que se desenvuelve, ni puede establecer una discriminación entre cada una de
las actividades de la economía para poder llegar a establecer el salario de cada uno de los
hombres que trabajan.” […] Desgraciadamente, después de Cristo a nadie le fue posible
multiplicar panes o peces. Eso no nos está dado a nosotros. En consecuencia, cuando tenemos
que repartir, esa multiplicación se produce por un solo proceso, por el trabajo, por la
producción, por la buena e inteligente dirección y administración de las empresas económicas.
En esto estriba precisamente nuestro punto de vista. […]

Aunque seguía atando el aumento salarial al de la productividad se deja observar aquí un


reconocimiento de la necesidad de una mejora en los ingresos obreros. La propuesta del gobierno era alcanzar
un salario de 900 pesos para los sumergidos y un aumento elástico medio del 20 por ciento para los
emergidos.

Durante los últimos días de abril continuaron las jornadas de trabajo a desgano en las empresas
metalúrgicas de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Además, en una serie de fábricas como Decaer,
Storer, Caige, Cesnac, Febo, Silvania y Merlíni se dieron paros parciales y totales. Esto se fue desarrollando
hasta convertirse para la primer semana de mayo en lo que Nuestra Palabra denominó “un movimiento
arrollador” con paros parciales y progresivos en toda la industria sin excepción. Estas medidas eran nacionales
y respondían a directivas de la UOM central. La estrategia del sindicato era ir radicalizando la postura por lo
que el 4 de mayo se iniciaron, por ejemplo, en Rosario y en Tucumán una serie de paros parciales y progresivos
que suponemos nacionales.

El 10 de mayo el paro progresivo de los metalúrgicos fue de siete horas. En los demás gremios en
conflicto continuaban las acciones. La situación era preocupante para el gobierno. Por eso ese día estuvieron

49
reunidos durante cuatro horas en el despacho presidencial Juan Perón, su equipo económico y representantes
de la CGT y la CGE con el objetivo de acelerar la firma de los convenios. Un día después se efectuó otra
reunión, según señaló Nuestra Palabra. En ella el secretario general de la CGT, Eduardo Vuletich, secretario
general de la CGT, se reunió con algunos secretarios generales gremiales en laCGT y les trasmitió la orden de
normalizar las labores levantando los paros y el trabajo a desgano. Afirma el semanario comunista que un
dirigente pregunto: “¿Quién da la orden?” y que la respuesta de Vuletich fue: “Es la orden y nada mas.”
Pasado entonces los primeros diez días de mayo en la prensa se anunciaba la vuelta a la tranquilidad. En La
Capital de Rosario se leía que metalúrgicos, alimentación y textiles habían levantado los paros, algunos el doce
y otros el trece, pues habían recibido mismas instrucciones relacionadas a la reanudación de la negociaciones.

Así como realizaba ese tipo de encuentros disciplinarios con los líderes sindicales Vuletich también se
dirigía directamente a los trabajadores. El 14 de mayo se publicaron sus dichos del día anterior emitidos por
Radio Belgrano en horario central. En sus palabras se pueden entrever los temas que preocupaban en ese
momento. Allí afirmó: “[…]

Pueden ser estas maniobras, especialmente algunos actos de fuerza dentro de los
establecimientos, no siempre indicados por los propios dirigentes, hechos producidos para
crear un ambiente de intranquilidad nacional. […]Decimos esto, porque pareciera que esa
intransigencia estática a que se ha llegado hubiera sido provocada con el sólo deseo de obligar
al señor presidente a imponer una solución, que por más justa que fuera seguramente seria
criticada por aquellos que parecen dedican la totalidad de sus afanes a demostrar, inútilmente
por cierto, que Perón oprime a los patrones para entregar todo a los trabajadores, o que ahora
le da todo a los patrones, olvidándose de sus trabajadores. […]Vanamente se intenta distanciar
a los dirigentes de su masa y a esta de su presidente y se ha recurrido, como en otras
oportunidades, al rumor alarmista y mal intencionado. Especialmente a decir que el general
Perón había ordenado medidas contra los trabajadores, que son totalmente inciertas,
inclusive, que algunos de los dirigentes sindicales habían sido echados por el presidente u
obligados a retirarse de sus cargos, olvidando, quienes así lo afirman, que el presidente de la
Republica jamás se mete en la vida interna de las organizaciones y que por el contrario,
mediante la vigencia de decretos y leyes de su creación, ha garantizado la vida de las
organizaciones y la estabilidad de sus dirigentes” .

La primera oleada de paros que se intentaba frenar a mediado de mayo y que tanto había preocupado
al secretario general de CGT era esperable que continuara desarrollándose en los días siguientes. La tregua
gremial que había impuesto el gobierno peronista junto con la central obrera no podía durar. Las
reivindicaciones de las bases obreras en defensa del salario y las condiciones de trabajo no habían sido
cumplidas; ni siquiera se les había ofrecido un placebo.

Huelga y firma de convenio metalúrgico

El 12 de mayo 2.000 delegados de empresas metalúrgicas de la Capital Federal habían sido


convocados en el sindicato donde se les informó de la orden trasmitida por Vuletich. En un comienzo se los
atendió de a grupos pero la determinación de los delegados llevó a que se efectuara una asamblea en la calle.
En esta se solicitó se llamase a una reunión mayor para los próximos días para discutir los pasos a seguir.
Ignorando las órdenes recibidas y ya sin el apoyo de la UOM nacional, durante el mismo miércoles y el jueves
se realizaron asambleas en distintas fábricas. En la mayoría de ellas no se levantó el paro total. Algunas de las
empresas que pararon fueron Volcán, Silvania, Merlíni, Talleres Coghlan, Caige, Ferrometal, Fanal, Storer y
Jones. En Silvania se conformó un Comité de Huelga para dar respuestas a los inconvenientes que las medidas
de fuerza comenzaban a acarrear.

50
La presión de las bases parecía llevar irremediablemente a la huelga. El sábado 15 La Prensa
informaba la realización del congreso extraordinario de delegados de la seccional Capital Federal de la UOM
para el lunes. No era la única seccional que se reuniría. También lo harían Avellaneda, Morón, Ciudadela, San
Martín, Vicente López, Matanza, Quilmes, San Miguel, Ciudad E. Perón, Campana y Rosario según lo que daba
a conocer el mismo periódico. El llamado era a nivel nacional.

Al congreso de delegados de la seccional porteña de la UOM realizado en Castro Barros 75 asistieron


más de 3000 delegados que proclamaron la huelga. La ejecución de esta resolución quedó en manos del
Consejo Directivo que se reuniría el 20. Estuvieron presentes en el congreso el secretario general Abdalá
Baluch quien destacó la intransigencia patronal en cerrar el acuerdo y un delegado de la CGT, Roberto Rubba.
Este manifestó: “Es necesario que sepamos respetar el mandato del gremio, porque cuando no se acata una
decisión estamos quemando a la organización”. Nuestra Palabra señaló que ambos dirigentes se habían
destacado por su labor divisionista. Mismo papel le cupo al hombre fuerte de la seccional Avellaneda, Puricelli.
En esta, una de las zonas más importantes de la rama, la orden de normalización había sido muy mal recibida y
respondida con la agudización de las medidas de lucha. En su respectivo congreso de delegados al que
asistieron alrededor de 500 trabajadores, luego de un fallido intento de presentar una propuesta con un
aumento de 15%, Puricelli, obligado por la presión del congreso según consigna Nuestra Palabra, propuso
exigir como mínimo un aumento del 25% en un plazo de 72 horas, cumplido el cual se pasaría al paro general.
Esto fue aprobado.

Una vez reunidos los representantes de cada seccional el jueves 20 el Consejo Directivo resolvió ir a la
huelga general la cual comenzó el viernes 21 a las 12 horas en todo el país. Las presiones ejercidas por las
empresas, que habían amenazado con despidos y con no pagar las jornadas de trabajo a desgano y paro; por
los dirigentes sindicales, quienes sugerían y amenazaban a los delegados; por la policía y los funcionarios del
Ministerio de Trabajo, que recorrían las empresas, no había logrado frenar lo que se presentaba como
inexorable.

Desde los principales periódicos de Buenos Aires solo podemos acceder a percibir la sombra del
conflicto obrero. En estos se pasó de la crónica suscita del congreso de delegados metalúrgicos al silencio
total. Sólo una vez levantada la huelga el gremio volverá a ser noticia. Esto no se dio únicamente en este caso
en particular, en todos fue semejante. Se buscaba de esa manera mantener a raya el clima social ocultando los
conflictos. Comenta Félix Luna en relación a este momento que:

“El público no estaba enterado de que existieran conflictos en sectores importantes de


la actividad general. Alguien esperaba el colectivo de siempre; pasaban los minutos, se
alargaba la fila de pasajeros y el vehículo no llegaba; entonces algún bien informado hacia
saber que había problemas con los chóferes… Alguien iba al quiosco a comprar cigarrillos; su
marca no estaba, tampoco otra ni otra más: entonces el quiosquero confidenciaba que no se
entregaban tales o cuales cigarrillos porque había conflicto con los obreros del tabaco. Vencía
una póliza pero nadie atendía del otro lado del mostrador: los del seguro trabajaban a
reglamento. […]”

Mientras el panorama periodístico en Buenos Aires era ese, en el interior, en cambio, los dos medios
analizados si dejaban conocer el conflicto aunque únicamente en forma de crónica.

Entretanto la huelga metalúrgica se extendía pese al silencio periodístico. La prensa comunista


comentaba acerca de los constantes piquetes de huelguistas en las puertas de las fábricas y talleres quienes se
turnaban día y noche. También aseguraba que los dirigentes sindicales jugaban al fracaso de la misma para
“convertirla en una experiencia de derrota y desilusión”. Por eso no realizaban asambleas de huelga ni comités

51
de solidaridad. Además el nivel de violencia comenzaba a incrementarse. Avellaneda, nuevamente, era uno de
los puntos más altos. En Tamet, Puricelli, que antes de iniciarse la huelga había tenido que huir perseguido por
los bulonazos de los trabajadores, había amenazado y agredido, junto con varios hombres, a delegados de la
empresa con cachiporras, garrotes y revólveres. En el establecimiento de Siam de Monte Chingolo miembros
de la comisión interna habían querido agredir y amenazaron de muerte a un obrero comunista. Finalmente el
2 de junio, luego de más de diez días de huelga metalúrgica, los diarios informaron que se había firmado el
nuevo convenio que beneficiaba a 165.000 trabajadores. Iniciadas las tratativas el lunes, finalmente el martes
1º de junio se había cerrado el acuerdo con la presencia de Alejandro Giavarini (Ministro de Trabajo),
funcionarios de la CGT y la CGE y representantes de la UOM y de la Cámara Gremial e Industrial Metalúrgica.
La UOM daba por terminado un paro que no había surgido desde la dirigencia. Ésta se había tenido que sumar
pues era un proceso que amenazaba con superarla. No le resultaría sencillo cerrar lo que no había abierto. Los
artículos más relevantes de lo firmado fueron:

Segundo: Todas las disposiciones del convenio metalúrgico número noventa y siete y sus posteriores
reajustes que no se modifican por el presente acuerdo quedan prorrogadas. Tercero: Sobre los salarios básicos
existentes al 28 de febrero de 1954 estipulados en el convenio número noventa y siete y reajustes se aplicará
la siguiente escala de aumento: Peón, $ 0,95 por hora. Calificado, $ 0,85 por hora. Medio oficial, $ 0,85 por
hora. Especializado, $ 0,80 por hora. Oficial, $ 0,80 por hora.

Cuarto: Sobre los sueldos que perciba el personal de empleados beneficiario del convenio número
noventa y siete al 28-2-54 se fija un aumento único de $ 160. Queda aclarado que los aumentos de los
artículos tercero y cuarto serán aplicados a todos los trabajadores metalúrgicos del país, con las deducciones
zonales, sexo y edad que correspondan por el convenio Nº 97 y ampliados por acta del 27-3-52. Igualmente
queda aclarado, que en ningún caso los obreros de la industria metalúrgica, percibirán un aumento inferior al
estipulado precedentemente en sus respectivas categorías, sobre los jornales que percibían al 28-2-54. La
UOM de la RA se compromete que sus representantes en las diferentes fábricas no presentaran
inconvenientes a los reajustes notificados de las tarifas o bases de premios, en aquellos casos en que dichas
tarifas o bases resulten antieconómicas y/o contrarias a la esencia del premio por aplicación de los aumentos
convenidos.

Décimo: Ambas partes se obligan a aunar esfuerzos y buena voluntad para asegurar una mayor
productividad y una mejor calidad de los artículos manufacturados, en un todo de acuerdo con los objetivos
del Gobierno de la Nación. El presente acuerdo se firma ad referéndum de las Cámaras Metalúrgicas
Patronales y de los Congresos de Delegados de la UOM-RA.

Un primer e importantísimo punto a resaltar es que el convenio se circunscribe casi por completo a la
cuestión salarial. No hay alusión directa alguna a métodos de incremento de la productividad y ni a la
modificación del ritmo de trabajo. Hay apenas comentarios indirectos (artículos 4 y 10) y una mención para las
posibles sanciones patronales. Luego, todo es notificación y delimitación salarial. Las condiciones de las
comisiones internas y sus normativas continuarían rigiéndose por el estatuto gremial y por lo acordado tres
años antes. Allí, en el acuerdo nº 97 de 1951, había cuatro artículos (artículos 35 a 38) específicamente
dedicados a eso. Se determinaba que la patronal concediese permiso con goce de sueldo a los miembros de las
comisiones internas que debieran realizar gestiones gremiales en el Ministerio de Trabajo. Además se impedía
la aplicación de sanciones a los delegados sin causa debidamente justificada y sin previa comunicación a la
organización sindical para la realización de una instancia previa de conciliación. Su traslado o cambio dehorario
debía ser informado y acordado por las partes. Por otra parte, en el artículo 70 quedaba estipulado que la
patronal no podía interferir en las comunicación entre la comisión y sus representado ya que se resaltaba que
la empresa no debía incomodar a los trabajadores que buscaran enterarse de las noticias que la comisión
colocase en las pizarras. No se determinaban limites a las comisiones aunque si se reconocía su existencia
52
dejando librado sus prácticas a las relaciones de fuerza dentro de cada establecimiento Nada se afirmaba
tampoco en el acuerdo de 1951 acerca del ritmo de trabajo ni de premios a la productividad. Basado en lo
previamente analizado en lo referido a los reclamos empresarios, podemos suponer que sería muy difícil para
la patronal metalúrgica imponer un alza en la productividad a partir del nuevo convenio. En este sentido la
firma del mismo fue un éxito parcial para los trabajadores y un fracaso para la política económica de la
patronal y propuesta por el gobierno pues hacía inviable cualquier imposición de nuevas reglamentaciones de
producción.”

Las bases continúan la huelga

“Los diarios de tirada nacional, que se había mantenido en silencio durante los días de huelga,
informaron del regreso a las fábricas de los trabajadores metalúrgicos a comienzos de junio. Anunciaron el fin
de un suceso que no habían comentado. En Tucumán se regresó a trabajar el mismo 2 de junio. En Rosario,
después de algunas idas y vuelta, también se volvió a la actividad sin problemas60. En Buenos Aires el camino
a la normalización no sería fácil.

El mismo día en que se había firmado el convenio metalúrgico se había convocado a un congreso de
delegados en Buenos Aires en el que se esperaba resolver el tema. Al rechazar este congreso el convenio y
resolver la continuidad de la huelga los dirigentes habían decidido pasar la reunión a cuarto intermedio hasta
el día siguiente en donde tampoco tuvieron éxito pese al intento de violentar a los delegados. El jueves 3
Abdalá Baluch había convocado a un nuevo congreso de delegados a realizarse veinticuatro horas después en
la Federación de Box ubicada en Castro Barros 75. Pese al intento de controlar la asistencia, el viernes 4 de
junio una masiva presencia de obreros que buscaban trasformar la reunión en asamblea general complicó los
planes iniciales los que consistían en una rápida aprobación de lo ya firmado. El resultado fue un
enfrentamiento entre sectores dentro y fuera del local donde se desarrollaba la reunión. Según Nuestra
Palabra veinte matones desataron desde las puertas del local un violento tiroteo contra la multitud generando
gran cantidad de heridos graves, algunos con peligro de vida. Luego de ese enfrentamiento miles de obreros
marcharon por la calle Rivadavia camino a la Plaza de Mayo. Al llegar al cruce con Uriburu había una barrera
policial. Pese a la realización de algunas gestiones fue imposible continuar la marcha. Se logró únicamente la
promesa de una entrevista próxima con el presidente de la Nación a quien, por lo que se entreve, se lo
consideraba un interlocutor necesario en el conflicto. Allí además se decidió la continuación de las medidas de
lucha, convocar a una asamblea general para el sábado 5 por la mañana en las puertas del sindicato y designar
una comisión. La huelga continuaba ahora sin la dirigencia de la UOM.

Junto a la prolongación del conflicto se profundizaron los hechos violentos. Etchevarne, Bramati, Vasili
y otros dirigentes de la seccional sindical de Vicente López habían convertido, según denunciaba Nuestra
Palabra, al local de la seccional “en una sucursal de la Sección Especial donde se secuestraba y torturaba a los
trabajadores que defendían la causa de la huelga”; Puricelli y Santos, dirigentes de Avellaneda, “hacían castigar
a los delegados de Tamet”. Había ataques en Carma (Monte Chingolo), en Catita, en Lutz Ferrando y en la
ciudad de San Martín. Dividido el gremio, la dirigencia oficial había determinado la vuelta al trabajo para el
lunes 7. El comité, elegido finalmente en la asamblea del sábado 5, se había propuesto impedirlo.

Ese mismo lunes el Comité de Huelga Central de los Trabajadores Metalúrgicos hizo pública una carta
abierta. Como era de esperar no fue publicada por los diarios nacionales; si en Nuestra Palabra. Con clara
influencia de la militancia comunista demostrada en largos fragmentos semejantes a los argumentos que se
venían expresando en las páginas de la publicación de ese partido, la carta hacia un pequeño recorrido del
conflicto. Comenzaba explicando que por convenio desde marzo de 1952 se estaba cobrando un salario medio
mensual de entre $700 y $800 (la hora abonada era de $3,90 y $5,20 para peones y oficiales respectivamente)
y que los aumentos que un primer momento se habían solicitado eran de $1,90 y $2,30 por hora, lo que

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hubiese llevado al salario mensual hasta $1.000 y $1.200. Números que lejos están de los que finalmente se
firmaron; tan lejos como los que planeaba inicialmente la patronal pues, según se afirma en esta carta, el inicio
del conflicto se produjo cuando: “En un congreso de delegados se supo que la patronal se negaba a elevar los
salarios y exigía en cambio aumento de la producción, intensificando la explotación y suprimiendo la
organización sindical en las fábricas”.

A lo largo de la carta, mientras se describe los hechos sucedidos hasta el sábado 5 de junio, se van
dibujando claramente dos enemigos de la huelga y del gremio: la patronal y los dirigentes de la UOM. Estos
últimos eran acusados de ser los responsables de la balacera del viernes 4 realizada con armas proporcionadas
por las grandes empresas. Quien es mencionado exclusivamente en una ocasión es el gobierno peronista. Sólo
se comenta que su silencio junto con la complicidad de la UOM y la CGT fortalecían la intransigencia patronal.
Sólo eso. Pese a la ya mencionada clara influencia comunista en el escrito de la misiva, no llega está a
posicionarse contra el gobierno

Dos posibles razones hay para esta postura de no colocarse en la vereda opuesta al gobierno. Una
puede ser que los potenciales lectores de este texto fuesen receptivos a los ataques a la dirigencia pero no así
aún a aquellos dirigidos a Perón y su gobierno. La segunda es que, más allá del peso comunista69, el comité de
huelga tuviese una cantidad importante, posiblemente mayoritaria, de obreros peronistas lo que impediría
que se pronunciasen en su contra. De ambas, la segunda parece ser la que tuvo más peso pues, al fin y al cabo,
Nuestra Palabra tenía también los mismos potenciales lectores y no se privaba de calificar al gobierno de
fascista y corporativista.

El Comité de Huelga proponía movilizarse a las fábricas para impedir el regreso al trabajo, practica que
ya habían llevado a cabo en el establecimiento de Tamet en Avellaneda días antes, generándose allí hechos de
violencia. Sin embargo, el primer acontecimiento que apareció en los periódicos y que disparó el pico de
interés mediático fue lo ocurrido en el establecimiento “La Cantábrica”. Luego de apenas mencionarlo el
martes, La Prensa dedicó su título el miércoles 9 con esa noticia. Su crónica comenzaba el lunes a las 6:25
cuando se encontraba frente a esa fábrica Roberto F. Ruiz, secretario general de la seccional Morón y concejal
municipal. Mientras conversaba con un grupo de compañeros que se disponían a regresar al trabajo se le
acercaron “grupos disolventes” que al grito de “Mueran los carneros peronistas” buscaban evitar que los
trabajadores ingresen al establecimiento. Estos empuñaban palos y armas de fuego. Luego de que Ruiz llamara
a la cordura estos efectuaron varios disparos. Como lógica consecuencia se produjo la reacción de los obreros
que se dirigían para cumplir con sus tareas quienes pusieron en fuga a los autores de ese alevoso atentado. El
saldo fue la muerte del mismo Ruiz y de Homero Blanca, obrero pintor, con domicilio en Hurlingham,
comunista, que integraba el grupo que perpetró el ataque y en cuyo poder se secuestró una pistola calibre 45
y gran cantidad de proyectiles. También se comprobó que había resultado herido de bala el obrero peronista
Vito Palmiro Guanasco trabajador de “La Cantábrica” .

La versión de Nuestra Palabra es radicalmente diferente. Según este periódico en momentos en que el
personal se plegaba a la huelga un grupo de jerarcas y matones, armas en mano, amenazaron e insultaron a
los trabajadores. Uno de ellos era Roberto Ruiz quien enarbolando dos pistolas avanzó a lo gangster
disparando a quemarropa sobre los obreros y asesinando a uno de ellos, el camarada Homero Blanca. La
indignación obrera llevó a que estos se lanzaran sobre los asesinos los cuales huyeron en desbandada
cubriendo su retirada a los tiros, víctima de los cuales cayó el mismo Ruiz. Mientras que en los periódicos de
circulación masiva se muestra a Ruiz como un mártir peronista aquí se afirma que además de su desempeño
pro patronal en La Cantábrica se lo recordaba aun en Rosario por la triste fama que había ganado gracias a su
desempeño en la intervención de la seccional rosarina de la UOM.

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Ese mismo lunes, cerca de las 14 horas, se realizó una reunión de metalúrgicos en la Plaza Martín
Fierro. Descripta como reunión improvisada según la prensa oficial y como gran asamblea de 25.000 personas
según la publicación comunista, allí se ratificó al comité de huelga, la continuación de la medida y se decidió
marchar hacia el local sindical ubicado en Moreno 2033. Un cordón policial evitó que este grupo ingresara al
mismo. Ante esta imposibilidad se marchó hacia la Plaza de Mayo, como ya había sido la intención tres días
antes, logrando luego de ciertos inconvenientes y algunas detenciones sobre la calle Bolívar, arribar a la
misma. El objetivo era ver al presidente quien no apareció. Pese a esto grupos de obreros metalúrgicos
permanecieron allí hasta la mañana siguiente.

Nótese que, al igual que en los sucesos posteriores a la reunión de la Federación de Box, la
movilización hacia la Plaza de Mayo y el deseo de comunicarse con Perón permite hipotetizar la presencia de
obreros peronistas entre aquellos que continuaban con la huelga más allá de lo decidido por la cúpula sindical.
Perón continuaba siendo un interlocutor válido, aquel al que había que mostrarle directamente la injusticia
que se estaba perpetrando a su espalda. El modus operandi era entablar una comunicación directa que
rompiera el cerco impuesto entre el líder y el pueblo.

Las manifestaciones públicas del Ministro del Interior refuerzan esta hipótesis de la identificación
peronista de parte importante de los huelguistas. En una comunicación publicada el martes 8 éste afirmó:

[..]“Que siguiendo las directivas del excelentísimo señor presidente de la Nación,


general Perón, el gobierno no ha tomado parte alguna en los entredichos sindicales internos,
pues la amplia libertad de que gozan las organizaciones gremiales no sólo les permite sino les
obliga moralmente a resolver sus problemas dentro de sus estatutos y respetando la voluntad
de la mayoría. […]Que los distintos sectores en pugna has expresado su confianza y apoyo al
general Perón. […]El ministerio del Interior al dejar constancia de que los trabajadores
metalúrgicos no tienen sino expresiones de aplauso para con el general Perón, como surge de
las declaraciones de todos los sectores, los exhorta a resolver sus diferencias sindicales por las
vías normales y pacíficas, contribuyendo así patrióticamente al afianzamiento de la Nueva
Argentina Justicialista .

Para ese mismo martes estaba programada una nueva asamblea. A diferencia de la realizada el día
anterior en donde había habido cierta permisividad policial, la represión en ésta fue más fuerte. En los medios
ya no se habló de un conflicto interno a la UOM. Se pasó a resaltar la línea de un complot comunista mientras
se comenzaban a reproducir las detenciones. A los estudiantes miembros del centro de estudiantes de
ingeniería “La Línea Recta” y de la FUBA detenidos la noche anterior por unirse a la manifestación en la Plaza
de Mayo se comenzaron a sumar otros detenidos. Cuando a las 14 del martes llegaron los obreros a la Plaza
Martín Fierro donde se debía hacer la asamblea la encontraron ocupada por la policía y los bomberos. Estos
dispersaron y detuvieron a varios trabajadores. Lo mismo había ocurrido antes en Plaza de Mayo con los que
aun continuaban allí. También se detuvieron a algunos que al igual que el lunes recorrían las fábricas
intentando reforzar la huelga. Todos los periódicos consultados resaltaron que los detenidos eran de filiación
comunista y ajenos al gremio reforzando la idea de que algo extraño al mismo había logrado perturbar su
normal desarrollo.

La presencia policial no sólo se hizo sentir en las calles y manifestaciones. Las fábricas se encontraban
bajo garantía policial lo cual golpeó fuertemente a la huelga. Por ejemplo en Tamet (Avellaneda) donde no se
había trabajado el lunes, el martes las actividades fueron normales. Para asegurar la presencia de los obreros
se armó un operativo en la estación del Ferrocarril Nacional Gral. Roca de la ciudad en el que varias brigadas
policiales vigilaron el orden haciendo circular a todo aquel que se detuviera. En Siam, también en Avellaneda,

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la fábrica estaba custodiada por la policía. Dentro de la misma se encontraban empleados de Control del
Estado y de investigación de la Policía Federal.

A partir de las muertes del lunes y las detenciones del martes el conflicto metalúrgico se convirtió en
una noticia de policiales. En los siguientes días en los periódicos sólo aparecieron cuestiones relativas al
supuesto complot comunista y las crónicas de detenciones e investigaciones.

Lo sucedido en la primera semana de junio de 1954 en la UOM es una muestra de que las bases no
habían acatado el final de huelga, una huelga que había sido impuesta nuevamente por ellas. Sólo gracias a
una muy fuerte represión pudo el gobierno frenar un movimiento que había sobrepasado a la dirigencia
sindical. Este desenlace no sería gratuito para estos últimos.

Represión, “infiltración comunista” y “mala dirigencia”

A diferencia del mensaje de Borlenghi del día anterior, los comunicados publicados el 9 no
mencionaron diferencias internas entre peronistas. La CGT en el suyo expresó:

“[…] La Central Obrera se dirige a los trabajadores metalúrgicos a los efectos de poner en
evidencia una maniobra perfectamente definida y localizada de elementos perturbadores que
responden a directivas de ideas exóticas, repudiadas ampliamente por el pueblo argentino” .
Semejante tono tenía el comunicado de la UOM: “[…] Serenados los ánimos y pasado el primer
momento de confusión esta comisión administrativa se hace un deber de denunciar todos los rumores
y los hechos provocados por elementos provocadores y al servicio de ideas extrañas al sentimiento
argentino, que sólo buscan debilitar la fuerza y unidad de nuestro gremio, para de esta manera hacerlo
servir a sus fines políticos e intereses personales.”

La campaña mediática consistía en describir este movimiento huelguístico únicamente como


comunista. Se buscaba llamar la atención incluso a aquellos trabajadores peronistas que continuaban con la
medida pues era necesario que tomaran conciencia de que estaban siendo utilizados por maquiavélicas
instrucciones que los comunistas habían planeado con anterioridad. La Prensa denunció que dirigentes
comunistas se habían reunido los primeros días de mayo con el objeto de trasmitir directivas del partido
relacionadas a esta presunta infiltración.

Una vez iniciada la represión, la huelga metalúrgica perdió fuerza rápidamente. Para el viernes 11 de
junio en las noticias sólo aparecían mencionadas las detenciones. El trabajo en los establecimientos parecía
haberse normalizado. El clima represivo era una respuesta a una supuesta “gimnasia revolucionaria”. En la
editorial del periódico CGT del 12 de junio se advertía lo siguiente:

“La CGT [...] afirma solemnemente que – dios no lo quiera – si es necesario responder a la
violencia con la violencia, así lo hará en la convicción de que para defender las conquistas y la vida de
sus afiliados, se justifica cualquier medio”.

El gobierno buscó asociar este conflicto a la infiltración comunista de una manera muy clara.
Incluso el presidente Perón dedicó parte de un discurso al análisis de la situación. En la clausura del
gremio del SOEME (Sindicato de Obreros y Empleados del Ministerio de Educación) delineó algunos
puntos que resultan esclarecedores en este sentido:

“[…] Ahora bien, ¿Cuáles son las infiltraciones de nuestros días y cuántos son los que
se infiltraron? Los que se infiltran lo hacen al grito de “¡Viva Perón!”. Si ellos intentaran entrar

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en otra forma, seguramente no lo iban a poder hacer. Esto se va produciendo muy
paulatinamente. ¿Por qué? Porque es hecho por gente malévola, pero inteligente, que ha
seguido cursos especializados para este tipo de trabajo, ya sea en un país o en otro. Se han
capacitado perfectamente bien para ser agentes de provocación, agentes de desorden.
¿Contra quien luchan ellos? Primero, luchan contra los dirigentes; luchan contra el peronismo
y lo hacen, repito, al grito de “¡Viva Perón!”. Para entrar en las organizaciones van abrazados
de los dirigentes sindicales, van tras de ellos y les incitan a hacer esto o aquello. Van prendidos
del saco de los dirigentes porque de lo contrario no entran en el sindicato. ¿Contra quienes
trabajan? Precisamente, esta gente trabaja contra el dirigente sindical, para que este caiga y
pasar así adelante, reemplazándolo. A esta gente directamente no la elige nadie. […]” […]

Son una veintena o treintena de vivos, con caras de infelices. En realidad no tienen nada de infelices,
pero la cara si. Eso es lo que les ayuda, porque después van y hacen creer a los demás que son pobrecitos. […]
La infiltración era la responsable de los hechos producidos en los últimos días. Sin embargo resulta importante
reconocer que la preponderancia de los infiltrados según el discurso oficial va unida a fallas en la dirigencia y
que es precisamente allí donde se busca atacar. Si la dirigencia cumpliera correctamente con sus objetivos no
habría posibilidad de intromisión de elementos “extraños”; la fisura interna, la duda, era el error por donde
penetraba el adversario.

Un problema a resolver era como diferenciar a estos elementos ajenos o extraños. En la


caracterización de infiltrados que delimitó Perón fácilmente podían caber muchos obreros identificados con el
gobierno. Cualquier trabajador que no acatara las reglas impuestas, aunque expresase su sentir peronista,
podía ser considerado como un elemento ajeno al ser nacional. Las fronteras entre ser o no ser se van
desdibujando. ¿Cuántos obreros peronistas habrán sido caracterizados como infiltrados por el gobierno
durante estos conflictos? Seguramente muchos. Ser o no ser dependía de la exigente fidelidad que se les
solicitaba.

La represión interna era mayor incluso que la externa; la profundidad de la intervención en el caucho
lo demostraba. Perón incluso recurre a la amenaza dejando en claro que no había demasiado margen de
maniobra tanto dentro como fuera del movimiento:

“[…] En este momento nosotros debemos ser decididos y hacer frente a esta gente en
cualquier terreno. Nosotros, si no somos molestados, no vamos a iniciar ninguna acción, pues estamos
perfectamente con nuestras organizaciones y el gobierno está perfectamente bien con su actual
situación legal. Pero “no le tiren la cola al diablo”, porque la reacción va a ser bastante fuerte. Y el día
que haya que empezar, empezaremos y vamos a emplear el mismo sistema de ellos, pero si, les
aseguro yo, que el día que empecemos, vamos a terminar y ellos se tendrán que ir.”

A los encarcelamientos en el gremio metalúrgico le siguieron los despidos. El mecanismo se asemeja


al que ya describió Rodolfo Walsh para el vandorismo:“El vandorismo tiene su discurso del método, que puede
condensarse en una frase: El que molesta en la fábrica, molesta a la UOM; y el que molesta a la UOM, molesta
en la fábrica. La secretaría de organización del sindicato lleva un prolijo fichero de “perturbadores”,
permanentemente puesto al día con los ficheros de las empresas. ¿Se explica ahora que la Banca Tornquist
despidiera a Raimundo Villaflor aun antes de que su nombre apareciera en los diarios?”. Nuestra Palabra
aseguró que la empresa Merlíni había enviado un telegrama de despido donde se podía leer que “Habiendo
actuado usted en un movimiento contrario a los intereses de la firma y en pugna con las directivas de la
organización obrera, le despedimos.” En Tamet (Avellaneda), a su vez, habían sido despedidos numerosos
trabajadores, dentro de los cuales había delegados, en su mayoría peronistas. La lista de los mismos y la orden
según el jefe de personal de la firma tenían su origen en el sindicato.

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Por su parte, luego del traumático desarrollo y desenlace que había tenido la huelga metalúrgica, los
dirigentes del gremio habían quedado altamente desprestigiados tanto en las bases como a niveles
gubernamentales y cegetistas. El difícil lugar que ocupaban se ponía de total manifiesto en situaciones de alta
conflictividad; los hacían ineficaces para ambos polos, para los primeros se convertían en traidores y para los
segundos quedaban “quemados”. Por eso no resultó una sorpresa que se convocara para el miércoles 14 de
julio una asamblea de delegados en la Buenos Aires en la que se considerase la renuncia presentada por la
comisión administrativa. Finalmente en el congreso de delegados se aprobó por mayoría la renuncia de la
comisión administrativa.

Conclusiones

De lo expuesto a lo largo de este texto se desprenden a nuestro entender distintas conclusiones las
cuales apoyan las hipótesis que hemos expuesto en las primeras páginas. En primer lugar, consideramos que la
huelga metalúrgica, la que junto con los demás conflictos obreros marcó el pulso político del primer semestre
de 1954, fue una lucha por mejoras salariales y por la defensa de las condiciones de trabajo. Si tomamos en
cuenta que la posición patronal y del gobierno era atar los aumentos salariales a los nuevos niveles de
productividad, es inevitable observar en las demandas obreras por mayor salario también reivindicaciones
contra las políticas de racionalizacion industrial. A su vez, el hecho de que estos reclamos fuesen básicamente
económicos y que durante los conflictos no se hayan producido alusiones directas al gobierno peronista no
debe llevar a pensar que el carácter de los conflictos fuese únicamente económico. Es improcedente separar a
éste del factor político. Durante la segunda presidencia peronista, cuando la política económica giraba en
torno a una transformación industrial que necesariamente debía ir acompañada de nuevas relaciones
laborales en los lugares de trabajo, que los trabajadores, a lo largo de todo el abanico de ramas industriales,
hayan protagonizado decenas de huelgas con cientos de miles de huelguistas y más de un millón de días
perdidos en contra de este plan económico debe ser considerado como un hecho político de envergadura.
Sería un grave error plantear que este desconocía el valor de sus acciones y como estas repercutían en el
devenir político del gobierno. Es por estos dos puntos que podemos concluir en que estos conflictos, con la
huelga metalúrgica a la cabeza, fueron un momento dentro de una resistencia mayor de los trabajadores, en
su mayoría identificados con el peronismo, a los planes racionalizadores y productivistas que había hecho
propios el gobierno. Esta resistencia, que había comenzado algunos años antes, luego del pico de 1954,
encontrará un nuevo hito en el Congreso de la Productividad en el cual los empresarios sólo pudieron obtener
de la CGT algunas pocas promesas que resultaban ser irrealizables. Finalmente, esta misma relación dialéctica
de ataque burgués y defensa obrera se reproducirá durante los años de la Revolución Libertadora enmarcada
en los sucesos denominados como de Resistencia Peronista. Las huelgas de 1954 vendrían entonces a ser
parte de la resistencia antes de la Resistencia. Centrándonos más en particular en la huelga metalúrgica, de lo
analizado se desprende que el balance de la misma no puede ser considerado como una derrota obrera.
Aunque es verdad que la misma terminó con centenares de detenidos y con un incremento salarial que resultó
ser la mitad de lo que los trabajadores en su comienzo habían solicitado; también es verdad que las
transformaciones de las condiciones de trabajo que buscaban imponer los industriales metalúrgicos no
pudieron implantarse. Pese a las vagas menciones de los artículos 4 y 10, no había en lo firmado en el acuerdo
de comienzos de junio de 1954 nada que pudiera realmente hacer mella en el poder obrero dentro de las
fábricas y pequeños talleres. Sin reglamentación de las funciones de las comisiones internas y sin eliminación
de ciertas cláusulas de los convenios colectivos no había manera de imponer esos planes. El convenio firmado
por SMATA funciona en este caso como contracara del metalúrgico; en él se determinaron los puntos
necesarios para que la burguesía industrial pudiera recuperar algo de terreno en las relaciones de poder en los
distintos establecimientos.

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Precisamente fueron las comisiones internas y los cuerpos de delegado, esas organizaciones de base
que ponían en jaque el poder patronal, las que motorizaron el conflicto metalúrgico. Fueron ellas las que
lograron imponerlo frente a las dudas de la dirigencia la cual declaraba medidas de fuerza como trabajo a
reglamento y a desgano, paralización parcial de tareas o, incluso, huelga general si las bases la empujaban con
sus decisiones asamblearias pero que a su vez, en cuanto desde instancias superiores (fuesen gremiales o
gubernamentales) les ordenaban frenar la marcha de los sucesos acataban, en ocasiones ciegamente y en
otras a regañadientes. Esta dirigencia de la UOM, con Abdalá Baluch a la cabeza, tuvo durante este tiempo una
posición ambivalente; hija esta de su incomoda situación en la que finalmente no quedaba claro a quien
representaba, si a los trabajadores frente al gobierno o al revés. Mientras la política económica del gobierno
peronista fue favorable a los intereses obreros esa situación resultó tolerable aunque no siempre cómoda;
cuando esto cambió y los intereses del gobierno se contrapusieron con los de los trabajadores la misma se
torno altamente conflictiva.

Dentro de este panorama el papel de los militantes de izquierda, en particular los comunistas, no
puede ser desconocido. Estos tenían una interesante inserción a nivel fábrica (también el morenismo, en
especial en Avellaneda) y fueron quienes lideraron el Comité de Huelga de los primeros días de junio. Sin
embargo, esto no nos debe llevar a pensar que la huelga metalúrgica fue una lucha comunista. Ni siquiera los
propios militantes comunistas la reivindicaron como tal. La campaña del gobierno denunciando la infiltración
tampoco nos debe confundir ya que ésta no era más que una cortina de humo. El grueso del conflicto fue
liderado por la dirigencia peronista del gremio, forzada en verdad por el accionar de las comisiones internas en
las que la mayoría de los trabajadores eran también peronistas. Esta lucha, al igual que los otros conflictos de
envergadura de esa coyuntura como el del tabaco y el del caucho, fue protagonizada por obreros identificados
con el peronismo.

La huelga metalúrgica, enmarcada en los conflictos de 1954, resulta ser un fenómeno riquísimo para
aprehender en mayor profundidad la relación entre los trabajadores y el gobierno peronista entre 1946 y
1955. Aquí las contradicciones objetivas y subjetivas del movimiento peronista se expresaron en formas
diversas. Nos obliga a replantearnos la caracterización de los vínculos que unían a ese triángulo amoroso que
conformaban el gobierno, las jerarquías sindicales y los trabajadores de base. No podemos dejar de considerar
que, en el momento cumbre de la burocratización del movimiento obrero, fue posible que las organizaciones
de base e, incluso, algunos gremios discutieran la capacidad del gobierno de marcar el rumbo económico. Esta
situación nos lleva, a su vez, a repensar un tema más arduo y polémico que excede este trabajo: el papel de la
ideología peronista y como ésta era construida y leída por los trabajadores (no sólo en esta coyuntura). No es
descabellado en este sentido interrogarse acerca de esta ideología en la que se afirmaba la condición social del
capital y el papel medular de la clase obrera en las cuestiones de gobierno entre otros puntos, y como ésta fue
construyendo una conciencia obrera que, más allá de sus limitaciones, los años posteriores demostraron
parcialmente herética y que fue la base desde donde partieron políticas radícales.

Buenos Aires, junio de 2008

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