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 El Apocalipsis en su contexto histórico

Ubicación: Blogs Blogs de Juan Stam     


Publicado por: juanstam 15/08/2016

El Apocalipsis en su contexto histórico[1]

   Ningún libro se escribe en el vacío. El Apocalipsis, como cualquier otro libro, se entiende bien sólo en estrecha relación con su contexto. Se escribió frente a un
contexto complejo, que podemos llamar los múltiples "mundos" de Juan: su mundo político fue el imperio romano, bajo el emperador Domiciano. Su mundo geográfico
fue la provincia romana de Asia Menor, aunque probablemente nació en Palestina. Su mundo existencial era la isla penal de Patmos. Su mundo literario consistió en
las escrituras hebreas, la vasta biblioteca de escritos apocalípticos y rabínicos, y en menor grado los rollos de Qumrán. Su mundo espiritual, además del Antiguo
Testamento, abarcó su ministerio pastoral, su llamado profético y la vida litúrgica en las comunidades.[2] De algunas de estas áreas del mundo de Juan hemos
hablado ya, y otras son de por sí evidentes.

El imperio romano a finales del primer siglo: Después de haber sido una monarquía (753-510 a.C.) y una república (509-31 a.C.), bajo el reinado de Augusto (cuyo
nombre propio era Octavio) Roma se convirtió en imperio (31 a.C-527 d.C.).[3] Augusto tomó el título de princeps senatus,[4] que a diferencia de consul no se
compartía con otro colega igual ni tenía que someterse a elecciones anuales.  Bajo su larga y muy eficiente administración, concentró en sus propias manos todo el
poder, incluso el de vida y muerte, de guerra y paz, en Italia y en las provincias. Además, logró una sucesión pacífica del poder para su hijo adoptivo, Tiberio. Su
dinastía duró hasta el suicidio de Nerón en 68 d.C.[5]  Esas reformas dieron gran estabilidad al imperio e inauguraron un largo período de pax romana.

   En general, esa oferta de paz y prosperidad ganó mucha simpatía en toda la cuenca del Mediterráneo, pero el precio -- el poder absoluto de las autoridades romanas
-- fue muy alto y llevó a muchos abusos. La expansión de Roma se debió a la hábil combinación de diplomacia cuando era posible, y violencia y crueldad cuando eran
necesarias. Como dijo Tácito, "ellos saquean, masacran y roban, y lo llaman imperio; producen una desolación y lo llaman paz" (Agrícola 30.6), e imponen "una paz
manchada con sangre" (Ann 1.1). De Herodes, que hizo matar a casi todos sus hijos como potenciales rivales, el pueblo bromeaba, "es mejor ser el cerdo (hus) de
Herodes que ser su hijo (huios)". La crucifixión de Jesús, y la ejecución de Pedro y Pablo en Roma, hicieron de la violencia imperial un tema muy presente en la
conciencia de los cristianos.

   Una amenaza aún más seria que la persecución, según la percepción profética de Juan, era la adoración al emperador como a un dios. Este culto imperial, que ya
llevaba una larga historia, era especialmente fuerte en las provincias orientales. Ya hemos mencionado el gran templo al emperador en Éfeso y las presiones sociales
de participar en esa idolatría. Los cristianos fieles pagaban un precio muy alto por no conformarse a la religión del imperio. Y la amenaza era mucho más grave debido
a la presencia de los nicolaítas, que pretendían adorar a Cristo y a César a la vez. Fiel heredero del profeta Elías, Juan planteó la disyuntiva radical, "O César o Cristo",
pero jamás los dos. 

      Como cristiano, pastor y profeta en este contexto, era inevitable que Juan hablara sobre el imperio romano a través de su libro. No debe sorprendernos la presencia
enfática de ese tema; lo sorprendente hubiera sido su ausencia.  Estamos acostumbrados a leer el Apocalipsis sólo espiritualmente, en clave de predicciones.  Nos
traumatiza cuando la interpretación del libro trae temáticas políticas, económicas y sociales, y surge inmediatamente la acusación de estar "politizando" el evangelio.
Es cierto que el mensaje bíblico no debe politizarse cuando de hecho no es político, o politizarse más de lo que es. Pero hay otro error, que es también una infidelidad
exegética, que consiste en "despolitizar" el mensaje bíblico cuando de hecho es claramente político. Es muy acertado el popular refrán, "Todo es político, pero la
política no es todo".

1. Juan denuncia el sistema político del imperio romano:[6] Aunque es el emperador, o su sumo sacerdote en Éfeso, que le tiene preso a Juan en la isla penal, él
no duda en protestar los abusos del imperio. Desde el primer capítulo Juan declara que Jesucristo es "el soberano de los reyes de las naciones" (1:5 ho arjôn tôn
basileôn tês gês) y así constituye a Cristo en rival de César, con lo que Juan desafía la autoridad de su perseguidor.[7]  En seguida Juan desconoce al trono en Roma,
al ver otro trono mayor, establecido en los cielos (Ap 4-5). En esos dos capítulos, Juan articula una teología del poder totalmente opuesto al régimen imperial.

   Con la séptima trompeta culmina la primera mitad del Apocalipsis y comienza algo nuevo y distinto. Nace del mandato a Juan de "profetizar sobre muchos pueblos,
naciones, lenguas y reyes" (10:11). Es la única vez que esa fórmula cuadripartita incluye "reyes", y denunciar a reyes es lo que Juan prosigue en seguida a hacer:
profetiza contra naciones y reyes (Ap 12-19).[8] Con el capítulo 12 Juan describe cuatro derrotas de Satanás, el dragón, que lo dejan frustrado y furioso. En su
desesperación el diablo organiza un equipo de trabajo, para intentar con una táctica nueva lo que antes no había podido hacer. Primero saca una bestia del mar, que
ejerce el poder del diablo mismo (13:2,4,7), pretende ser dios para recibir adoración (13:1,4,6) y hace guerra contra los santos (13:7).  Más adelante, Juan presenta un
cuarto personaje, la ramera sentada sobre siete montes (17:1-3,9) y nos informa que las siete cabezas de la bestia son esos siete cerros (17:9), donde reside "la gran
ciudad que reina sobre los reyes de la tierra" (17:18).

   De estos datos queda obvio que los creyentes de Asia Menor entenderían que Juan estaba hablando del imperio romano y de Roma, su ciudad capital.[9] Todo el
relato de estos dos capítulos es para comunicarles que detrás del imperio romano está Satanás (13:2,4). Por eso, cualquier adoración al emperador es simple y
llanamente culto satánico, como queda muy claro en 13:4, "y adoraron al dragón que le había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia". ¡Qué respuesta más
contundente a la herejía nicolaíta!

   La descripción del imperio romano como una bestia y la ciudad como una ramera fue muy atrevida.  En un momento cuando serias amenazas se cernían sobre las
iglesias y Juan mismo era prisionero, ese lenguaje era imprudente. Además, al emplear estos términos y estos símiles tan chocantes, Juan no sólo sigue a Daniel y la
tradición apocalíptica sino también adopta el lenguaje de la oposición política dentro del Imperio.[10] Suetonio, en medio de su relato sobre Calígula, dice, "hasta aquí
lo del emperador, ahora tenemos que contar su historia como monstruo" (Calig 22). Entre los enemigos de Nerón era especialmente común describirlo como bestia.
Filóstrato escribe, "He visto muchas bestias fieras en Arabia e India, pero esta bestia, que se suele llamar tirano, no sé yo cuántas cabezas tiene, ni cómo son
sus garras ni sus colmillos... Es más salvaje que las bestias de la montaña y la selva, pues hasta los leones pueden ser domesticados, pero acariciar esta bestia sólo la
hace crecer en ferocidad y devorar  todo lo que está a la vista. De las fieras nunca se ha sabido que comieran a su propia madre, pero Nerón se sació con ese plato"
(Vit.Apol. 4:38).[11]  A Domiciano, Plinio lo llama immanissima belua ("bestia monstruosísima"), "que dentro de su cueva hace correr y lame la sangre de la
humanidad" (Panegírico 48:3). Estas descripciones destacaban dramáticamente la inhumana crueldad del tirano y su aparente indomabilidad, más allá de todo control
humano y racional.[12]

   Pero la crítica del imperio en el Apocalipsis va más allá de sólo llamarlo bestial; ¡lo llama satánico! "El dragón [Satanás] le confirió a la bestia su [propio] poder, su
reino y gran autoridad" (13:2). ¡Fue el diablo quien estableció el imperio romano! Pablo afirma que Dios ha establecido el hecho del gobierno para defender al justo y
castigar al injusto (Rom 13:1-4), pero ahora Juan aclara que el imperio, que castiga al justo y defiende al injusto, fue puesto por el diablo. Y por lo mismo, el culto al
emperador, que tanto atraía a los nicolaítas, no es otra cosa sino culto a Satanás (Ap. 13:4).

   La segunda bestia, que el diablo saca de la tierra, tiene cara de un benigno cordero, pero su voz es la voz del dragón, del mismo Satanás (13:11-18). Con su buena
cara, es "el Ministro de Propaganda" (F.F. Bruce 1969:653; Mounce 1998:257) y "la encargada de relaciones públicas" de la primera bestia. Läpple (1971:154) lo
considera el teólogo oficial de la bestia. Para Wink (1986:93) la segunda bestia representa "la maquinaria sacerdotal de propaganda del imperio". Bruce lo relaciona
con el culto a Roma y al emperador, floreciente en Asia Menor, y específicamente con el sacerdocio de ese culto imperial en la provincia (CERTEZA 137b). Con su
linda cara de cordero, que disfraza su verdadera naturaleza diabólica, este falso profeta, según el criterio de Arens y sus co-autores (1999:1697), promueve una
"teología oficial del Estado" que provee "un excelente ministerio de propaganda" para el desgobierno de la gran bestia.

   Con esta segunda bestia Juan desenmascara el aparato propagandístico del imperio. La segunda bestia, mejor conocida como el Falso Profeta, imita al satánico
dragón, que siempre engaña a las naciones. Sin excluir la posibilidad de una referencia a las señales falsas de los últimos tiempos, es más probable que Juan se
refería a técnicas engañosas de los cultos de la época; estatuas hablantes y relámpagos simulados (13:13-15) eran trucos de uso frecuente en la época. Otro pasaje
del Apocalipsis describe la propaganda de guerra de la bestia como ranas que salen de la boca del dragón y sus dos bestias para ir a todos los reyes de la tierra e
incitarlos a la guerra. ¡Parece del siglo XXI! Hoy esas ranas pasean alegres por las pantallas de nuestros televisores todos los días.

2. Juan denuncia el sistema militar del imperio romano: Ya hemos mencionado la violencia y la crueldad en que se basaba el poderío romano. El segundo caballo,
de color rojo como la sangre, se dedica a quitar la paz de la tierra y poner a la gente a matarse (6:3-4).  Para tal efecto, le es dada una gran espada (majaira megale).
Ese término probablemente significaba una espada retorcida o sable, como era el arma del legionario romano en la expansión del imperio (Arndt Gingrich, p. 497).
Juan parece entender que el orden y la paz del imperio se basaban en la violencia, llevando esa "paz manchada con sangre" de que habló Tácito.  En un solo año, 140
a.C., el ejército romano dejó totalmente arrasadas a dos ciudades importantes, Corinto y Cartago. De hecho, el imperio romano anduvo por todo el mundo
mediterráneo montado en el caballo rojo del terror organizado.

 
   Según el Apocalipsis, el dragón y sus aliados son terriblemente sanguinarios.  El dragón rojo pretende comerse al niño apenas nazca. Su agente, la bestia del mar,
hace guerra contra los santos (13:7) y la segunda bestia proclama, por medio de una estatua hablante, una sentencia de muerte contra todos los que no adoran a la
imagen de la primera bestia (13:15). La ramera, alias Babilonia, está borracha con la sangre de los santos y los mártires (17.6).  En ella está la sangre, no sólo de
profetas y santos, sino "de todos los que han sido asesinados en la tierra" (18:24).  En conjunto el imperio representa un régimen asesino y bestial.

   El capítulo 16 tiene dos referencias muy claras a la violencia y la guerra. En primer lugar, la segunda copa  transforma el mar en sangre y la tercera hace lo mismo
con toda el agua dulce (16:3-4). Estas dos plagas recuerdan la primera plaga de Egipto que convirtió el Nilo en sangre, lo que una interpretación judía entendía como
castigo por haber manchado las aguas del río con la sangre de los niños hebreos. En el mismo sentido, el ángel de las aguas explica el significado de estas dos copas
que cambiaron el agua en sangre:

"Justo eres tú, el Santo,

que eres y que eras,

porque juzgas así:

ellos derramaron la sangre de santos y de profetas,

y tú les has dado a beber sangre,

como se lo merecen." (16:5-6)

   La sexta copa también, con ironía y cierto humor, denuncia el militarismo. De la boca de los tres personajes diabólicos (el dragón y las dos bestias) salen sendas
ranas con una tarea mundial: ir a todos los reyes de la tierra e incitarlos a una guerra.  Las ranas representan obviamente la propaganda imperial que con sus mentiras
promueve la agresión militar (16:13-14,16). La figura de ranas que llegan a todos los palacios del mundo y persuaden a los reyes no deja de ser simpática y chistosa
(¡los reyes conducidos al Armagedón por tres ranas!), pero a la vez el relato nos enseña que la propaganda belicista y mentirosa es satánica.  Igual que el jinete del
caballo rojo, estas ranas quitan la paz de la tierra y ponen a la gente a matar.

3. Juan denuncia el sistema económico del imperio romano:[13] Lo que menos se espera encontrar en el Apocalipsis es un análisis agudo de la economía del
imperio romano. Eso se debe en parte a nuestra tendencia a leer este libro fuera de su contexto histórico, y por otra parte nuestro poco conocimiento de la economía
del imperio romano del primer siglo, que nos hubiera permitido reconocer estas alusiones. Las evidencias exegéticas muestran que Juan tuvo un entendimiento
profundo y acertado de temas económicos, y una gran preocupación por la justicia económica.

   El Imperio Romano fue el primero en dominar todo el mundo mediterráneo, desde Inglaterra hasta el mar Caspio y las fronteras de los partos al otro lado del
Éufrates.  Jamás la humanidad, en toda su historia, había visto un bloque económico y comercial tan inmenso, ni ciudad alguna había cosechado los beneficios
materiales del imperialismo como lo hizo Roma.  El botín de los triunfos militares, las valiosas obras de arte de Grecia, Egipto y otros países conquistados, y los
constantes tributos de las colonias y provincias, tanto en dinero como en productos, todo fluía hacia Roma para llenar de riqueza y lujo a la ciudad capital.  Floreció un
amplísimo comercio, en beneficio principalmente de la Urbe (y las minorías privilegiadas del Orbe).  El Talmud conserva un dicho popular: "al mundo bajaron diez
medidas de riqueza, y Roma se quedó con nueve".

El caballo negro (6:5,6).  El tercer caballo, de color negro, es obviamente de carácter económico.  Su jinete lleva una balanza, que simboliza la vida comercial.
[14] Después una voz anuncia los precios de la canasta básica, que son de verdad precios de espanto: "Un kilo (un quénice) de trigo, o tres kilos de cebada, por el
salario de un día (un dênarion)" (6:6). Según el Antiguo Testamento, el vender trigo por peso significaba gran escasez y el correspondiente racionamiento.[15] La voz
procede "de en medio de los cuatro seres vivientes" (el orden creado de la vida consciente); no parece ser la de un ángel ni de uno de los cuatro seres vivientes.  Se
deja intencionalmente ambiguo, pero parece representar algo así como "la voz del comercio", una personificación de las fuerzas económicas que pregonan sus precios
criminales.

   El denario era sueldo del jornalero por un día de trabajo, y el quénice, equivalente de 1,079 litros, era la ración diaria de trigo para una sola persona.  Cicerón nos
informa que normalmente el denario compraba doce quénices de trigo y 24 de cebada (In Verrem, 3.81).  Así el precio de trigo que pregonaban marcaba un aumento
de doce veces, y el de cebada, alimento de animales (1 R 4:28) y de los más pobres (Rt 2:17; Ezq 4:9), un aumento de ocho veces el precio normal.  El tercer caballo
corre a galope hoy, y su galopante "inflación" afecta precisamente a los alimentos indispensables para la sobrevivencia de "los de abajo".

   En seguida el texto hace otro anuncio: "Pero no dañes el aceite y el vino" (6:6): Esta frase es bastante enigmática, y ha recibido las interpretaciones más diversas. No
faltan los que ven aquí dos símbolos del Espíritu Santo. Para algunos, significa que la sequía que produce la hambruna en la región era todavía limitada, de modo que
no alcanzó a los olivos y las vides, que tienen raíces más profundas.  Otros señalan que el aceite y el vino son lujos, mientras que trigo y cebada son
necesidades.  Creemos que José Salguero resume la mejor explicación: unos años antes, para bajar el precio del pan en Italia, Roma comenzó a comprar enormes
cantidades de trigo de Egipto y África.  Al caer el precio del pan en Italia, los agricultores romanos cambiaron sus cultivos de granos por la vinicultura.  Se produjo
entonces una abundancia de vino, de modo que en el año 92 Domiciano decretó que "no se plantasen más viñas en Italia y que en las provincias se destruyesen la
mitad o más" (Suetonio, Domiciano 7).  Eso había de favorecer, con típica parcialidad, a los vinicultores de Italia en perjuicio de los agricultores de las provincias.  Sin
embargo, los latifundistas de Asia Menor se rebelaron contra el edicto de Domiciano, quien a la postre se vio obligado a rescindirlo.[16] 

   El tercer caballo es claramente una protesta enérgica contra el comercio internacional explotador.  Mientras el pueblo muere de hambre por falta de trigo y cebada,
los latifundistas cultivan uvas y aceitunas para la exportación lucrativa.  Mientras falta la alimentación mínima de los obreros del campo, abundan los lujos para los
terratenientes y los privilegiados de la ciudad capital.

   Recientemente, Gregory Beale, del seminario teológico Gordon-Conwell, ha defendido sistemáticamente una interpretación económica de las primeras trompetas
(1999:472-480) y las primeras copas (814-21), con énfasis en la hambruna y la crisis alimentaria como castigo divino. Señala, por ejemplo, que con la segunda
trompeta, cuando el mar se convierte en sangre, se destruyó, inexplicablemente, una tercera parte de las naves (8:9). Beale interpreta eso, que no es una
consecuencia lógica de un mar de sangre, como expresión del juicio divino sobre el comercio marítimo (1999:477).

La marca de la bestia: totalitarismo económico: Al fin del capítulo 12 el dragón es arrojado del cielo, y en el capítulo 13 moviliza todas sus fuerzas para su
encarnizada lucha contra la descendencia de la mujer.  El capítulo 13 es una descripción del poder político (13:1-10), poder ideológico (13:11-15) y el poder económico
(13:16-18) del satánico imperio.  Sorprende un tanto que el capítulo 13 termine precisamente con la opresión económica, como su punto culminante.  Sorprende
también que la horrenda "marca de la Bestia", que planteaba una opción de vida y muerte para los cristianos, tenga en su contexto un solo punto de referencia, de
carácter económico: el poder comprar y vender.[17]

   La función de la marca es una sola, el controlar en forma total la vida económica de todos, de la cual depende la existencia misma de cada uno.  Representa un
boicoteo de los negocios y el control del empleo de los que no se afilian a la Bestia.  Significa la deshumanización y la muerte lenta, mediante las fatales sanciones
económicas, que se aplican en servicio de un sistema injusto, discriminatorio, que es a la vez sacralizado y diabólico.  Aplasta al no-conformista y al des-adaptado, que
no lleva las "marcas" del sistema opresor. 

   El imperio romano nunca practicó este tipo de bloqueo ideológico discriminatorio para estrangular económicamente al sector de la población que discrepaba de su
sistema.[18] Tampoco aparece nada parecido en otros escritos apocalípticos. Ese hecho revela la originalidad de Juan y su marcada concentración en los temas
económicos. Muy lamentablemente, desde el siglo pasado se ha comenzado a aplicar este tipo de bloqueo económico discriminatorio sólo por el delito de no estar de
acuerdo con la ideología oficial de determinado país.[19]

La ramera, su fornicación y su borrachera (Ap 17-18): El simbolismo del relato de la ramera plantea unas preguntas un poco curiosas: ¿Cómo pudieron los reyes de
la tierra fornicar con una ciudad (Babilonia, la ramera; 17:2,18)? ¿Qué significa que las naciones "bebieron el excitante vino de su adulterio" y se emborracharon
(18:3)? Pablo Richard (1994:159) señala la relación de las palabras pornê (prostituta), porneia (prostitución), y porneuô (prostituirse) con el verbo extra-bíblico
de pernêmi, vender, venderse. Richard percibe esa misma connotación comercial en este texto: los reyes se prostituyen en Roma, donde se venden por una cuota de
poder y riqueza. Como comenta Pikaza (1999:191), Roma era "un mundo que se vuelve compra-venta" de vidas y almas, poder y riqueza.

   En el AT, especialmente en los escritos proféticos, el adulterio (o fornicación) y la prostitución fueron símbolos muy comunes para diversas formas de
desobediencia y pecado, mayormente de Israel pero también de otras naciones. La frecuente idolatría de Israel se describía como adulterio, por ser
infidelidad a su pacto con Dios, entendido como un matrimonio (Dt 31:16; Is 57:3-13; Jer 5:7; Ezq 43:7,9 y algunos otros pasajes). En dos casos los
profetas acusan a otras naciones de prostitución. Isaías, después de denunciar a Tiro larga y vehementemente por su explotación comercial de otros
países, lo tilda de ramera (23:17-18).[20]  En los mismos términos, Nahum denuncia a Nínive, capital del poderoso imperio asirio, como "ciudad sedienta
de sangre... insaciable en su rapiña (3:1), "esa ramera de encantos zalameros, esa maestra de la seducción" (3:4). Nahum condena también el comercio
de Nínive ("Aumentaste tus mercaderes más que las estrellas del cielo", 3:16) y a sus dignatarios y oficiales (3:17).

   Franz Delitzsch describe la "prostitución" que menciona Isa 23:17-18 como "actividad comercial" que "con miras sólo a la ganancia material, no reconoce ningún
límite divinamente establecido, sino realiza un tráfico promiscuo con todo el mundo, como una prostitución del alma".[21]  Swete también lo comenta en este sentido:
"Aunque la acusación de ‘fornicación’ podría justificarse ampliamente por las condiciones morales de Roma bajo el imperio, es probable que se refiere principalmente a
la total venalidad de la capital, que estaba dispuesta en cualquier momento a vender cuerpo y alma por un buen precio" (1951:184).  Puesto que el énfasis central de
Apoc 18 es fuertemente comercial y económico, parece que la "fornicación" de 17:2 y 18:3 se refiere particularmente al espíritu mercantil de la capital imperial.

   Peor aún, Roma ha exportado su corrupción y su consumismo a todo el imperio, haciéndoles a las naciones beber del vino de su pasión impura (14:8 griego; Swete)
y embriagándolos con el influjo intoxicante de su lujo, su vicio y su idolatría (17:3). Roma estaba ebria con la euforia de su riqueza y su poderío (18:7) y seducía y
emborrachaba a las naciones con el mismo espíritu.[22]

   El desarrollo posterior de este texto demuestra claramente que la prostitución y la borrachera de la ramera consistía en la seducción embriagante de sus lujos: "ella
se entregó a la vanagloria y al arrogante lujo" (18:7) y "los reyes de la tierra cometieron adulterio con ella y compartieron su lujo" (18:9). Fue mediante este comercio
internacional de lujos ("frutos codiciados, cosas suntuosas y espléndidas", 18:14) que "sus comerciantes eran los magnates de la tierra" (18:23; cf. 18:3,15). Era una
especie de "lujolatría" muy parecida al consumismo desenfrenado de nuestro tiempo.

El lamento de los comerciantes: Lo más explícitamente económico de todo el libro del Apocalipsis es la endecha de los comerciantes (18:11-17) y de los
transportistas marítimos (18:17-19) por la destrucción de Babilonia. Junto con los reyes aliados, que lloran la pérdida de su poder político (18:9-10), los comerciantes
internacionales del imperio lamentan a gritos la pérdida de la gran fuente de su fortuna.  El pasaje es largo, sumamente detallado y específico, y con fuerza
abrumadora denuncia el comercialismo y la lujolatría del Imperio Romano. Juan reproduce, como si fuera el "registro de cargamento" de un barco, la lista de casi 30
productos del más exquisito lujo. Tanto detalle hace sospechar que Juan frecuentaba los muelles de Éfeso para conversar con los marineros.

   Ezequiel, en un pasaje muy parecido que sin duda le inspiró a Juan, desglosa una lista aún más larga de los productos del comercio de Tiro (Ezq 27:3-36; ¡51
productos!). Lo sorprendente es que las dos listas son distintas, porque cada una corresponde al comercio de su momento histórico. De la lista de Ezequiel, Apocalipsis
omite unos 25 productos, entre ellos ciertas maderas (pinos, encinas, cipreses); algunos bordados y telas; tres metales (hierro, estaño, plomo); ébano, topacio, corales,
rubíes; mulas y chivos. La lista del Apocalipsis añade unos diez productos: perlas, seda, escarlata, mármol, mirra, harina refinada, carruajes y esclavos. 

   Estos productos procedían de todo el mundo conocido, desde Inglaterra hasta la China; llegaban a Roma comerciantes y embajadas aun de los pueblos
orientales.  Augusto había organizado muy bien la patrulla marina que controlaba la piratería, haciendo posible el constante movimiento comercial.  Plinio informa que
una flota de más de 100 barcos viajaba constantemente al Mar Rojo y a la India (Hist.Nat. 12.41).  El tráfico marítimo entre Alejandría y Roma, con duración de unos 10
días, era especialmente nutrido.  Un eficiente sistema bancario y crediticio, y la unidad monetaria del imperio, facilitaban mucho ese gran comercio.

   Unos datos al azar darán una idea de la magnitud de este comercio.  Según Plinio (Hist.Nat. 12,41,2), cada año el imperio gastaba cien millones de sestercios[23] en
perlas de Arabia, India y China.  Se practicaba la minería en España, Bretaña, y al norte del Danubio; las minas generalmente pertenecían al estado, y los mineros eran
en su mayoría esclavos.  El lino venía de Egipto, la púrpura de Fenicia (extractada por un proceso sumamente laborioso y costoso), y la seda de China.  La "madera
olorosa" (citum, o tuya), traída desde Argelia, se utilizaba en muebles lujosos, que a veces tenían un precio equivalente a un latifundio de 122 hectáreas por una sola
mesa (Plino, Hist.Nat. 13,20,30).  El cinamomo de China valía unos 300 denarios por libra, y el amomo de India y otros lugares costaba unos 60 denarios por
libra.  También venían coches, a veces adornados con plata.

   Llama poderosamente la atención que tanto la lista de Ezequiel como la de Juan corresponde detalladamente a su contexto, a los productos de lujo que de hecho se
transportaban en su época. En el año 95 d.C. la lista no pudo ser igual que la de Ezequiel en el año 600 a.C.  Por supuesto, sería muy diferente una lista de productos
de lujo de nuestro siglo XXI (automóviles Mercedes Benz, relojes Rolex, televisoras, microondas, computadoras). Tampoco es posible espiritualizar los productos, para
interpretarlos simbólicamente. Estos hechos muestran a las claras que Juan estaba pensando económicamente, con mucho conocimiento del tema, y que también
aquí, casi llegando a finales de su libro, Juan sigue pensando en el imperio romano.

4. Juan denuncia el sistema ideológico del imperio: Todo sistema político tiene una infraestructura ideológica, que a menudo es religiosa. Tal fue el caso del imperio
romano.  Aunque el mundo greco-romano tenía una abundancia de deidades, y no era problema agregar uno más o no agregarlo, los romanos del tiempo del N.T.
buscaban consolidar la unidad del imperio mediante una religión común de todo el imperio, y una religión explícitamente política, de adoración al emperador. Los
nicolaítas se sentían muy inclinados a acomodarse con esa religión oficial del sistema imperial.

   El libro del Apocalipsis elabora lo que podemos llamar una "demonología del imperialismo".  Detrás de todas las estructuras políticas, económicas y sociales del
imperio, el autor percibe fuerzas espirituales en combate mortal.  La lucha entre el imperio y la iglesia, entre el emperador y los cristianos, es el "proscenio"[24] en
primer plano de este otro drama todavía más vasto y decisivo.  Contra el trono de Dios y del Cordero, se levanta el "trono de Satanás" (2.13) y su bestia feroz.[25] El
libro comunica esta teología anti-imperialista por medio de un fascinante drama de cuatro personajes malévolos.

El dragón es un monstruo cocodriloide que se identifica con toda claridad como "la serpiente antigua, que se llama el Diablo o Satanás, el cual engaña al mundo
entero" (12:9; 20:2).  El dragón comienza su campaña con una lucha cobarde contra una mujer encinta y un niño. Pero en esa lucha, sorprendentemente, nada le sale
bien y termina desesperado. En la furia de su frustración, ¡el diablo decide crear el imperio romano![26]

   El capítulo doce (que debe incluir 13:1) enseñaba a los primeros lectores dos verdades muy importantes. Primero, el imperio romano es un invento de Satanás. El
dragón ha dado su mismo trono y autoridad al emperador y, por lo tanto, adoración al emperador es culto al diablo (13:2,4). La ideología del imperio es un invento de
Satanás.  En segundo lugar, les explica que el diablo está tan furioso porque ha sido derrotado y humillado. Detrás de la persecución de los cristianos de Asia Menor
está la victoria definitiva del Cordero sobre ese dragón. Eso les permitió ver en la misma persecución que sufrían, la señal firme y segura de la victoria del evangelio.
Mientras la victoria celestial en el capítulo 12 es obra directa de Dios, la victoria en la tierra, para la iglesia metida en la realidad histórica (cap. 13), es por fidelidad
hasta el martirio (cf. 12:11).

La Bestia, evocada del mar por el mismo diablo, es agente fiel de su progenitor.[27] Este extraño monstruo es una amalgama de las cuatro bestias de Daniel 7, que
también salieron del mar. Juan cambia muchos detalles del relato de Daniel, omite lo que no le interesa y añade otros detalles que corresponden a su propio contexto.
Las bestias de Daniel 7 fueron cuatro, por ser cuatro imperios enemigos de Israel. En el Apocalipsis es una sola bestia, con una extraña mezcla híbrida de las cuatro en
una sola, porque había un solo enemigo frente a la iglesia: el imperio romano. Esta bestia tiene siete cabezas (detalle ausente en Daniel), que según 17:9 representan
las siete colinas de Roma y a la vez siete de sus reyes. Estos detalles confirman la conclusión de que el imperio romano es una bestia al servicio de un dragón. La
ideología del imperio es una religión satánica.

   Hoy día, el verbo "satanizar" tiene un significado peyorativo, como uno de los peores pecados en la ética social y política. De cierto, es muy peligroso
absolutizar alguna postura política, como el supremo bien, y demonizar otras como el mal absoluto. Juan, sin embargo, nos enseña que de hecho el
diablo se mete en la política, y mucho.  Juan reconoce la presencia de Satanás en la esfera política y no tiene reparos en "satanizar" al imperio romano.
Tan errado es ver al diablo donde no está, como no verlo donde sí está.

   Una tarea de la ética política cristiana, para la iglesia como comunidad profética hoy, es discernir y señalar las fuerzas satánicas en los procesos
políticos, desde la óptica del reino de Dios y su justicia. Por eso, ausentarnos de la política puede significar dejarle la cancha al diablo.

El falso profeta (13:11-18): Esta segunda bestia, con cara de cordero pero voz de dragón, procede de la tierra, lo cual sugiere que probablemente era un personaje
conocido en Asia Menor. Barclay observa al respecto que el culto al emperador no se impuso desde arriba, desde Roma, sino al contrario surgió desde abajo
promovido por los pueblos de provincia (p. 323).  En ese proceso, toda la organización política y religiosa de las provincias, con sus magistrados, diócesis, y
sacerdocios regionales, hacía su aporte a la promoción del culto imperial.  Así fue como la segunda bestia surgió "de la tierra" asiática (pp. 326,338).
 

   Aunque la segunda bestia parece inocente y relativamente débil, de hecho "ejerce todo el poder de la primera Bestia en servicio de ésta" (13:12 BJ). Como
representante oficial del imperio y Sumo Sacerdote de la religión imperial, logra que las masas rindan culto a la imagen del emperador. Persuade a la gente erigir una
inmensa imagen del emperador como objeto de su adoración (13:14-15),[28] y utiliza cuatro métodos para engañar a la gente e inculcar la idolatría imperial: (1) la
poderosa retórica de su "voz de dragón" (13:11); (2) sus sensacionales prodigios (13:13-15); (3) severas sanciones económicas contra quienes no reciben la marca de
la Bestia (13:16-18); y (4) la pena de muerte contra los "disidentes" que no la adoran (13:15).

   Como "Ministro de Propaganda", el falso profeta promueve "la ideología del poder" que sacraliza al imperio (Barsotti, op.cit. pp. 180-185.).  Cullmann (op.cit., p.92)
resume muy bien su función dentro del sistema total:

La segunda bestia representa el poder de la propaganda religioso-ideológica del Estado totalitario.  En esta pretensión seudo-religiosa se manifiesta lo
diabólico de este falso profeta, que se presenta como si fuese el verdadero profeta del verdadero Dios.  En realidad hace propaganda para su dueño, el
diablo, el Estado totalitario....  Todo Estado totalitario necesita una ideología que sea una parodia de la fe.
 

   El tema central en la exposición de estos tres personajes -- el dragón, la bestia y el falso profeta -- es la denuncia de la idolatría en que se fundamenta el
imperialismo, con sus reclamos de poder absoluto. Era una idolatría sutil, a menudo velada, capaz de seducir también a muchos cristianos, como los nicolaítas. En su
mensaje anti-idolátrico, Juan sigue a la iconoclasia de los profetas hebreos. La denuncia de ellos debe darnos mucho que pensar ante los nuevos ídolos del mundo
moderno.[29]

La Ramera (Ap 17-18): Hemos visto que la ramera, conocida también como la gran Babilonia, simboliza a la ciudad capital del imperio. Se caracteriza por dos vicios: la
prostitución y la embriaguez. Por eso la denuncia contra ella se concentra con mucho énfasis en los aspectos del poder económico y político y en su sangrienta
persecución de todo disidente (17:6; 18:24; 19:2). En todo imperio, el centro (la capital y las cabeceras provinciales con sus élites) siempre se enriquece a expensas de
la periferia empobrecida. En el caso de la ramera, a diferencia de las dos bestias, hay muchas y claras referencias a los pecados económicos pero el texto no tiene
ninguna referencia a su idolatría.[30]

   El cap. 17 es rico en ironía vigorosa y hasta burlesca.  En la época de la Pax Romana, cuando la "Ciudad Eterna" parecía invencible y muchos pueblos adoraban a
la dea Roma,[31] el profeta pinta un cuadro totalmente diferente.  Roma se cree diosa, pero no lo es; más bien, es todo lo contrario ¡es la gran Ramera, madre de
todas las rameras!  La iglesia, en cambio, es madre pura (12:1-2) y la "desposada, dispuesta como una esposa ataviada para su marido" (19:7, 21:2,9). La prostituta
cabalga, no sobre un caballo blanco como si fuera diosa en alguna estatua ecuestre, sino sobre una repugnante bestia escarlata, con siete cabezas y diez cuernos.  El
imperio romano es una bestia, inspirada por un dragón, y la ciudad capital es una ramera que anda montada sobre ella, borracha con sus nauseabundeces y con la
sangre de sus víctimas (17:6; 18:24).

   Este "drama del dragón", en que la ramera es el último personaje, tiene profundo significado teológico, tanto para la demonología como para la teología de la política.
A diferencia del énfasis en los evangelios sinópticos sobre la posesión demoníaca de individuos, en Pablo y el Apocalipsis Satanás se mueve casi exclusivamente al
nivel de "poderes y potestades". En este relato el dragón, detrás del imperio, es el Diablo mismo.  La Bestia simboliza al imperio como tal, y el falso profeta a todas las
fuerzas religiosas e ideológicas (sacerdocio oriental, culto imperial, magia, filosofía) que se ponen a las órdenes del imperio. Y la tremenda prostituta, montada sobre la
Bestia, es la gran Roma, capital del imperio.[32]

   La ramera, que aparece por primera vez en el capítulo 17, desaparece del escenario a finales del mismo capítulo cuando es desnudada y quemada por sus amantes
(17:16-17). Un detalle interesante, y muy hermoso, es la simetría con que Juan estructura este largo relato. La ramera, última en entrar al escenario, es la primera en
salir. Las dos bestias, que aparecieron en segundo y tercero lugar (13:1,11), son también segunda y tercera en ser juzgados, cuando son lanzadas al lago de azufre y
fuego (19:20). Eso deja al dragón sólo, igual como estaba a finales del capítulo doce. Sorprendentemente, Dios no echa al diablo también al infierno, junto con sus dos
aliados, sino que le da mil años de prisión preventiva (20:1-3). Esto da mayor fuerza dramática al final del relato: el dragón, cuando es liberado, no ha cambiado nada y
pretende provocar otra guerra más (20:7-10) y ahora sí, al fin, es también lanzado al castigo eterno. De ese modo, el primero en entrar (12:3) es el último en salir. [33]

Conclusión: Como preso y como pastor de siete congregaciones amenazadas por el imperio, a Juan no le convenía inmiscuirse en temas que no afectaban
directamente a la iglesia, como por ejemplo el militarismo o los precios de los granos básicos. Pero como profeta, no pudo callarse. De la misma manera en que
levantó la voz por todas las víctimas de la violencia, sean cristianas o no (18:24), también pronunció su palabra profética sobre los graves problemas sociales de su
tiempo.

     Juan vivía con el corazón en el cielo y los pies bien puestos en la tierra. Tuvo visiones de Dios, y muchas, pero también tuvo una visión muy realista de las crudas
realidades del imperio romano. En el cielo oyó el cántico de millones de ángeles (5:11-12), pero en la tierra, donde vivía, escuchaba con compasión el clamor de los
hambrientos y empobrecidos (6:3-6).  Realizó su misión profética entre dos tronos, uno que estaba en Roma y el otro en el cielo, establecido y firme por los siglos de
los siglos. Su clara visión del trono eterno transformó su visión del trono imperial.

     ¡Que Dios nos ayude a seguir el valiente ejemplo de este héroe de la fe!

                                                                                                                     Juan Stam

                                                                                                                     Revisado agosto 2016

[1] Revisado enero 2010.

[2] Para más detalle, ver Stam 2005:303-310, "Los siete mundos de Juan de Patmos".

[3] Augusto gobernó desde 31 a.C. hasta su muerte en 14 d.C.


[4] Originalmente "princeps" significaba "primero en la lista de senadores", tanto para presentar mociones como para discutirlas.

[5] La siguiente dinastía de los flavios (Vespasiano y sus dos hijos) terminó cuando Domiciano murió sin hijo. Hasta tiempos modernos, no ha habido un imperio más
vasto y duradero. El único rival serio eran los partos, al otro lado del Éufrates.

[6] Como profeta, Juan no sólo denuncia el mal sino también anuncia justicia. Pero Juan no ofrece ninguna esperanza para el imperio romano, excepto su destrucción.
La esperanza que Juan anuncia es de un orden totalmente distinto, el reino de Dios en la nueva creación (ver capítulo 5).

[7] Juan desafía a la autoridad también cuando aplica a Cristo la fórmula "digno eres" seguida por una serie de títulos honoríficos, que era la fórmula de saludo al
emperador en el coliseo, en fiestas y en procesiones.

[8] En 17:9-10 Juan alude a siete reyes, probablemente emperadores romanos, y en 17:16-17 a diez reyes aliados.

[9] Con esto no queremos afirmar que Juan pensaba solamente en el imperio romano, sino que el imperio fue su tema principal y el modelo inmediato para las figuras
de las bestias y la ramera. Juan nunca nombra a Roma, y deja abierta la posibilidad para otras bestias y otras Babilonias.

[10] PssSal 2:25-29 describe a Pompeyo, quien tomó Jerusalén por asalto en 64 a.C., como un dragón. Para Oráculos Sibilinos 5:29, Nerón es una serpiente.  De Domiciano,
emperador cuando Juan escribe, Juvenal (Sátiras  4:37) dice  "El último de los Flavianos desgarró al universo que expiraba: Roma gemía bajo el yugo de este Nerón de cabezacalva".

[11] Según Marco Aurelio, "el estar violentamente llevados y movidos por las pasiones del alma corresponde a fieras y monstruos, tales como Fálaris y Nerón" (citado por Bauckham
1993A:409); cf. OrSib 8:157.  OrSib 3:134 describe a Nerón como "gran bestia" (thêr mégas).

[12] Vidas de los profetas (quizás principios de I d.C.) relaciona la figura de bestialidad con la locura de Nabucodonosor (Dn 4). "Los que pertenecen a Beliar se vuelven como un buey.
Los tiranos... al fin se convierten en monstruos." Cuando Nabucodonosor comía grama, Dios la transformaba milagrosamente en comida humana, con lo que el rey recuperaba su
corazón humano. Entonces lloraba y alababa a Dios, orando cuarenta veces cada día y noche. Pero en seguida Behemot volvía a posesionarse de él; se embrutecía de nuevo y perdía
el don del habla (Charlesworth II:390b) "El estado establecido por esta bestia es bestial en su manera de ejercer el poder. Sólo puede describirse en términos de bestias salvajes"
(Thielecke 1969:57). Estos autores describen tales regímenes como "animalescos, una bestialidad, una animalada" (Mesters y Orofino, 2003:261).

[13] Algunos pasajes que siguen son adaptados de mi artículo, "Apocalipsis y el imperio romano" 2005:323-557 (1978:359-394; 1979:27-60).

[14] La balanza puede significar también la justicia, pero el contexto deja muy claro que tiene sentido económico en este pasaje.
[15] Lev.26.26; Ezq.4.16.  Bartina, en La Sagrada Escritura (Madrid: B.A.C., 1967), p.685; Barclay, op.cit. (n.5), p.226. Vender granos por peso se veía como un castigo de Dios.

[16] J.Salguero, en Biblia Comentada (Madrid: B.A.C., 1965), p.381; cf. Barclay, op.cit. (n.5), p.228; M.Rist, Interpreter's Bible (N.Y.: Abingdon, 1951), Vol.XII, p.356..

[17] En todos los pasajes, la marca va yuxtapuesta con la adoración a la Bestia: 13:15-18; 14:9,11; 16:2; 19:20; 20:4.  Pero la única función operativa que se asigna a la "marca" es la
de la sanción comercial.  Lo económico va inseparablemente vinculado con lo religioso y lo ideológico.  A la vez, la conformidad o inconformidad con el sistema económico viene a ser
una prueba de los que adoran o no a la Bestia.

[18] Este tipo de embargo no es lo mismo que el estado de sitio, como una táctica militar contra toda una población enemiga sin ser ideológicamente discriminatoria.

[19] Ver Stam 2005:248-262, "Las sanciones económicas de la gran bestia".

[20] Ezequiel tiene denuncias parecidas contra Tiro (Ezq 26-29) con énfasis en su injusto enriquecimiento por medio del comercio marítimo. En contraste con Israel, que
tenía poco acceso a las costas mediterráneas, Tiro era un puerto importante y lucrativo. "Sus comerciantes eran príncipes, y sus negociantes reconocidos en la tierra"
(Is 23:8).

[21]) Isaiah (Edinburgo: T&T Clark, 1867), Vol.1, pp.412ss.

[22]) Es posible que la "hechicería" de 18.23 se refiera a este contagioso espíritu mercantilista.  Swete (p.241) la interpreta como la seducción de la lujuria romana, "la brujería del vicio
alegre y lujoso".  Cf. Nah.3:1-4; Isa. 47:7-9.  Pero el término puede indicar también la dimensión demoníaca del imperialismo romano: "Roma coqueteó con los poderes malignos para
corromper al mundo entero", Barclay op.cit. (n.5), p.416; cf.cap. 13, y 18:2.  Si 18:24 va unido con 18:23, señala el precio sangriento del imperialismo; cf.Ezeq 24:6-8,13.  La motivación
del culto al emperador, y la consiguiente persecución, no fue de ninguna manera sólo religiosa, sino más bien política, económica e imperialista.

[23]) El sestercio valía un cuarto de denario.

[24]) Así W. Kümmel, Introduction to the New Testament (N.Y.:Abingdon, 1966), p.321. 

[25] Con estas palabras Juan no sólo afirma el carácter diabólico del imperio romano, sino también que el culto al imperio es culto a Satanás (13:4). Por eso, quien acepta la marca de
la bestia "será atormentado con fuego y azufre, sin descanso ni de día ni de noche" (14:10-11) y su nombre no aparece en el libro de la vida (13:8). Con eso quedan fuera los nicolaítas
que se conformaban al sistema. Véanse "¡Mucha atención! Tendremos que dar cuenta de nuestras opciones políticas" (Stam Tomo III 2009:339-342; juanstam.com, 22 de febrero de
2008) y "¿Hay nicolaítas evangélicos hoy?" (juanstam.com, 9 de enero de 2007). Cf. "El Apocalipsis y el imperio romano" (Stam 2005A Tomo II 323-357; revisado en juanstam.com
1.12.10).
[26] Reconozco que esta frase es una simplificación del tema, pero creo que los lectores lo hubieran entendido así. Es significativo que la visión de Dan 7 no incluye al
dragón. Su figura pertenece más bien al mensaje específico de Juan frente al culto al emperador.

[27] La primera bestia se parece mucho al Behemot del A.T. con la forma básica de ganado.

[28] Es probable que Juan se refiere a la colosal estatua de Domiciano en el templo en Éfeso. La estatua, en proporciones cuatro veces al tamaño normal, representaba al emperador
sentado entre candelabros.  Los restos de dicha imagen se encuentran ahora en el museo de Éfeso.

[29] Ver "¿Es posible ser idólatra sin darse cuenta?" y "¿Puede existir el imperialismo sin idolatría?", en Tomo III del comentario del Apocalipsis.

[30] Por eso, es difícil entender por qué algunos autores interpretan Ap 17-18 en términos de "Babilonia eclesiástica", la falsa religión, una iglesia universal, etc.

[31] A lo menos tres de las siete ciudades del Apoc. tenían templos a la diosa Roma (Efeso, Pérgamo y Esmirna).  Esmirna se jactaba de poseer el primer Templo a dea Roma,
construida en 195 a.C., antes de que Cartago estuvo sujetada a Roma.

[32] Conviene aclarar que ninguno de estos personajes puede ser el Anticristo, ni se parece a dicha figura apocalíptica. En la Biblia, el Anticristo se nombra sólo en 1 Juan 2:18,22; 4:3 y
2 Jn 7, que son las primeras menciones del Anticristo que se conocen. Pero viene acompañado por "muchos anticristos" (2:18) y no se parece para nada a la imagen del Anticristo,
pues su única característica es negar la humanidad de Jesús (docetismo). La figura del Anticristo se deriva sobre todo de 2 Tesalonicenses, pero ahí no se llama Anticristo sino "el
hombre de maldad" o "el Sin-Ley". Pero esa figura paulina no tiene ningún equivalente en el Apocalipsis. El dragón es el diablo, que no es lo mismo que el Anticristo. La bestia es
obviamente un sistema, por cierto muy idólatra, pero no una persona. El falso profeta sí es persona, pero no se cree Dios ni pretende ser adorado sino promueve la adoración de la
bestia.  Y la ramera es explícitamente una ciudad, no una persona (17:18).

[33] La estructura literaria de todo este relato es un argumento, entre otros, a favor del premilenarismo.

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