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E S C R IT O S DI S ID E N T E S

Olympe de Gouges

Traducción, selección y notas de


J u a n P ablo P izarra de T renqualye

Prólogo de
Lina M eruane
«QUIEN PREGUNTA ES UNA m u j e r », aclara con osadía Olympe de
G ouges a los ciu d ad an o s franceses. E n 1791 se atreve a reescribir la
D eclaración de los D erech o s del H o m b re y el C iudadano Francés
en clave ad elan tad am e n te fem inista. D e allí en m ás, en medio de la
convulsionada escena p arisina de la Revolución, sus escritos públicos,
cartas, tratad o s, proyectos de c o n tra to s de m atrim o n io y divorcio
proponían la igu ald ad de las m ujeres en la vida p olíticay literaria. Esta
sección reúne los escritos m ás decisivos de su interpelación feminista.
Q u ie n p r e g u n t a

ES U N A M U JE R
Los derechos de la mujer

A la R e in a

Hombre, ¿eres capaz de ser justo? U na mujer te lo pregunta; al menos


no le negarás ese derecho. D im e, ¿quién te dio el dom inio soberano
para oprim ir a m i sexo? ¿Tu fuerza? ¿Tus talentos? Observa al creador
en su sabiduría; recorre la naturaleza en toda su grandeza, a la que

J P u b licad o s p o r O ly m p e d e G ouges el 14 de se p tie m b re de 1791, d ía en


que el rey L u is X V I (1754-1793) se vio o b lig ad o a p re s ta r se rm ó n a la
C o n stitu c ió n a n te la A sa m b le a N a c io n a l. A trav és d e esta C o n s titu c ió n
(vigente d e 1791 a 1793) se in s ta u r ó u n a m o n a rq u ía c o n s titu c io n a l y se
co n so lid ó la D e c la ra c ió n d e los D erech o s d el H o m b re y d el C iu d a d a n o
d e 1789. L a d e d ic a to ria d el te x to es a M a ría A n to n ie ta de A u s tria , re in a
de F ra n cia (1755-1793).
pareces querer acercarte, y dam e, si te atreves, u n ejemplo de este
dominio tiránico.1R e m o n taa lo s anim ales, consúltalos elementos
estudia los vegetales, observa p o r ú ltim o todas las modificaciones
de la materia organizada; y ríndete ante la evidencia que te presento;
si puedes, busca, registra y distingue los sexos en la administración
de la naturaleza. Verás que están siem pre confundidos, que siempre
cooperan en arm onía con esta obra m aestra inm ortal.
Solo el hom bre fijó u n p rin cip io a p a r tir de esta excepción.
Raro, ciego, hinchado de ciencias y degenerado, sum ido en la igno­
rancia más b urda en este siglo de luces y sagacidad, quiere mandar
despóticamente sobre u n sexo que dispone de todas las facultades
intelectuales; pretende beneficiarse de la Revolución, y reclamar sus
derechos a la igualdad, sin decir nad a más.

Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana

Por decretar en la Asamblea N acional en las últim as sesiones o en la


próxima legislatura.

PREÁMBULO

Las m adres, las hijas, las h erm an as, rep resen tan tes de la nación, ¡
solicitan co nstituirse en A sam blea N a c io n a l.1 Considerando que

De París a Perú, de Japón hasta Roma, el más tonto de los animales,


mi parecer, es el hombre. (N ota de la autora).
A pesar de su rol evidente en la Revolución francesa por medio 4
no L “ P ^ 3" * 0 voces como las de O lympe de Gouges, las mujete
fuero ,er0n derech° a VOt° ni a ser electas diputadas. Estos derechos le
°n ° torSados únicamente a partir de 1944.

36

L
la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer
son las únicas causas de las desgracias públicas y la corrupción de
los gobiernos, h an resuelto exponer en una declaración solemne los
derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer. Para que
esta declaración esté siempre presente ante los miembros del cuerpo
social, recordándoles sin cesar sus derechos y deberes, perm itiendo
que los actos de poder de las mujeres, y los de los hombres, puedan ser
comparados en todo momento con el objetivo de cualquier institución
política; para que sean más respetados; para que las reclamaciones
de las ciudadanas, fundadas a partir de ahora en principios simples e
indiscutibles, velen siempre por el mantenimiento de la Constitución,
las buenas costum bres y la felicidad de todos.
En consecuencia, el sexo superior en belleza como valentía, en
los sufrim ientos m aternos, reconoce y declara, en presencia y bajo
los auspicios del Ser Supremo, los siguientes derechos de la m ujer y
la ciudadana.3

La mujer nace libre y permanece igual al hom bre en derechos. Las


distinciones sociales solo pueden basarse en la utilidad común.

II

El o b jetivo d e to d a aso ciació n p o lític a es la co nservación de los


derechos n a tu ra le s e im p rescrip tibles de la m ujer y el h om bre: estos

3- A continuación, Olympe de Gouges reformula cada artículo de la


Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.

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derechos son la lib e rta d , la p ro p ied ad , la se g u rid ad y, sobre todo, la
resistencia a la o presión.

ni

E l p rin c ip io d e to d a so b e ran ía reside esencialm ente en la nación,


q u e n o es sino la re u n ió n de la m ujer y el hom bre: n in g ú n cuerpo,
n in g ú n in d iv id u o p u ed e ejercer u n a a u to rid a d q u e n o em an e de
ellos ex presam ente.

IV

L a lib e rta d y la justicia consisten en re stitu ir lo que pertenece al otro;


así, el ú n ic o lím ite al ejercicio de los derechos natu rales de la m ujer
es la tira n ía p e rp e tu a que el h o m b re le opone; estos lím ite s d eb en
ser m ejo rad o s p o r las leyes de la natu raleza y la razón.

L as leyes d e la n a tu ra le z a y la razó n p ro h íb e n c u a lq u ie r acció n


p e rju d ic ia l p a ra la sociedad: lo que no es p ro h ib id o p o r estas leyes,
sabias y div in as, n o h a de ser im pedido, y n adie puede verse obligado
a h a c e r lo q u e n o o rd en an .

Vi

L a ley d eb e ser la exp resión de la v o lu n ta d general; to d a s las ciuda­


d an as y ciu d ad an o s d eb en c o n trib u ir a su fo rm ació n perso n alm en te,
o a través d e sus rep re sen tan tes; la ley d eb e ser la m ism a p a ra todos:
to d as las ciu d ad an as y todos los ciudadanos, p o r ser iguales a sus ojos,
d e b en ser ig u a lm e n te adm isibles a to d a s las d ig n id ad es, pu esto s y

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empleos públicos, según sus capacidades y sin otras distinciones que
las de sus v irtudes y talentos.

v il

Ninguna mujer se exime de ser acusada, arrestada y encarcelada en


los casos determinados por la ley. Las mujeres obedecen como los
hombres a esta ley rigurosa.

VIH

La ley solo debe establecer penas estricta y evidentemente necesarias,


y nadie puede ser castigado más que en virtud de una ley establecida
y promulgada con anterioridad al delito y legalmente aplicada a las
mujeres.

IX

Cualquier m ujer que sea declarada culpable deberá afrontar todo


el rigor de la ley.

Nadie puede ser perseguido por sus opiniones, incluso fundamentales.


La mujer tiene derecho a subir al cadalso; debe tener derecho tam bién
a subir a la trib u n a, m ientras sus m anifestaciones no p ertu rb en el
orden público establecido p o r la ley.

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XI

La libre co m u n icació n de los p en sam ien to s y opiniones es uno d


los derechos m ás valiosos de la m ujer, p o rq u e esta libertad asegUra
la leg itim id ad de los p ad res h acia sus hijos. A sí, cualquier ciudadana
p uede d ecir lib re m e n te «soy m a d re de u n h ijo suyo», sin que un
prejuicio b á rb a ro la fuerce a d isim u la r la v erdad; salvo que deba
responder p o r u n abuso de esta lib e rta d en los casos determ inados
p o r la ley.

XII

La g aran tía de los derechos de la m ujer y la ciu d ad an a im plica una


u tilid ad m ayor; esta g aran tía debe ser in stitu id a p ara beneficio de
todos, y n o p ara la u tilid ad p articu lar de aquellas a quien es confiada.

XIII

P ara el m a n te n im ie n to de la fu erza p ú b lica, y p a ra los gastos de


a d m in istra c ió n , las co n trib u c io n e s de la m u jer y el hom bre son
equivalentes; ella p a rtic ip a de todas las faenas, de todas las tareas
pesadas; p o r ello, tam b ién debe p a rtic ip a r de la distribución de los
puestos, em pleos, cargos, d ig nidades y com ercio.

XIV

Las ciu d ad an as y c iu d ad an o s tie n e n d erech o a com probar por si


m ism os o sus rep resen tan tes la necesidad de la contribución publica.
Las ciu d ad an as solo p u e d e n a d h e rir si se establece u n reparto igual,
no solo en la fo rtu n a , sino tam b ién en la ad m in istració n pública, y si

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determinan la cuota, la base impositiva, la recaudación y la duración
del impuesto.

XV

La masa de las mujeres, aliada con la de los hombres para la contri­


bución, tiene derecho a pedir cuentas de su administración a todo
agente público.

XVI

Toda sociedad en que no se asegure la garantía de los derechos, ni la


separación de los poderes establecida, no tiene una constitución; la
constitución es nula si la mayoría de los individuos que componen
la nación no cooperó en su redacción.

XVII

Las propiedades pertenecen a todos los sexos reunidos o separados;


son un derecho inviolable y sagrado; nadie puede verse privado de
ellas, en cuanto verdadero patrim onio de la naturaleza, salvo cuando
la necesidad pública, legalmente determinada, lo exige de manera
evidente, y bajo condición de una justa y previa indemnización.

POSFACIO

Mujer, despierta: el toque de alarma de la razón se escucha en todo el


universo; reconoce tus derechos. El poderoso imperio de la naturaleza
ya no está cercado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras.
La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la estupidez

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h Revolución? U n desprecio m ás evidente, u n desdeño más visible
En los siglos de corrupción, solo re in a ro n sobre la debilidad de l0j
hombres. Su im perio está d estru id o , ¿qué les queda? La convicción
de las injusticias del h o m b re. L a rec la m a c ió n de su patrimonio,
fundada en los sabios decretos de la natu raleza; ¿qué pueden temer
de tan bello proyecto? ¿Una frase im p e rtin e n te del legislador de las
bodas de Cana? ¿Tienen m iedo de que nuestros legisladores franceses,
correctores de esta m oral, p o r largo tiem p o aferrada a las ramas de la
política, pero que ya está fuera de tem porada, les repitan: «Mujeres, qué
tenemos en común ustedes y nosotros»? T odo, tendrían que contestar
ustedes. Si se obstinasen, en su debilidad, a p o n e r esta inconsecuen­
cia en contradicción con sus principios, o p o n g a n valientemente la
fuerza de la razón a las vanas pretensiones de superioridad; únanse
bajo los estandartes de la filosofía; desplieguen to d a la energía de su
carácter, y verán p ro n to a esos arrogantes, n o convertidos en serviles
adoradores hum illados a sus pies, sino que orgullosos de compartir
con ustedes los tesoros del Ser S uprem o. N o im p o rta qué barreras
les antepongan, ustedes tien en el p o d e r de sobrepasarlas; solo tienen
que desearlo. Pasemos ah o ra al a te rra d o r re tra to de lo que ustedes
han sido en la sociedad; y ya que en este m o m e n to se debate sobre
una educación nacional, veam os si n u e stro s juiciosos legisladores
pensarán cuerdam ente sobre la ed u cac ió n de las mujeres.
Las mujeres h a n h ech o m ás d a ñ o q u e bien. L a limitación y
e , Imul° h a n sido su esfera. L o q u e la fu erz a les había quitad0.
* ° S devolvió la astu cia; h a n r e c u r rid o a to d o s los recursos i f
cantos, sin que p u d iera resistirse n i el m ás irreprochablichable- E1

° ’la esPada. to d o les o b edecía; m a n d a b a n sobre el crimen L


virtud. El gobierno francés, sobre todo, ha dependido por siglos de
la adm inistración n o c tu rn a de las mujeres; el gabinete no tenía el
m enor secreto para su indiscreción; embajada, m ando, m inisterio,
presidencia, pontificado,4 cardenalato; en fin, todo lo que caracteriza
la tontería de los hom bres, lo profano o sagrado, todo ha estado
sometido a la codicia y am bición de este sexo, antes despreciable y
respetado, y desde la Revolución respetable y despreciado.
¡A nte esta suerte de antítesis, cuántos com entarios p o d ría
dar! Solo tengo u n m om ento para darlos, pero este m om ento será
recordado p or la posteridad. En el antiguo régimen, todo era vicioso,
todo era culpable; ¿pero no podría notarse la mejoría de las cosas
en la substancia m ism a de los vicios? U na mujer solo necesitaba ser
bella o amable; cuando poseía estos dos encantos, contaba con cien
fortunas a sus pies. Si no las aprovechaba, tenía u n carácter raro, o
una filosofía poco com ún que la llevaba a despreciar las riquezas; y
entonces solo era considerada una indisciplinada; la más indecente
se hacía respetar con oro; el comercio de las mujeres era una suerte
de actividad acogida en la clase privilegiada, que a p a rtir de ahora
ya no tendrá más crédito. Si aún lo tuviera, la Revolución estaría
perdida, y bajo nuevas relaciones seguiríamos corrompidos. La razón
puede acaso ignorar que cualquier otro cam ino hacia la fo rtu n a está
cerrado para la m ujer que el hom bre compra, como la esclava en las
costas de Á frica. La diferencia es enorme, bien se sabe. La esclava
m anda al amo; pero si el am o le da una libertad sin recompensa, y a
una edad en que la esclavayaperdió todos sus encantos, ¿qué futuro
puede tener esta desafortunada? U n objeto de desprecio; incluso las

4 - De Bernis, a la manera de madame de Pompadour. (Nota de la autora.) En


esta nota, Olympe hace referencia a F ra n c is Joachim de Pierre, Cardenal
de Bernis (1715-1794), cuya carrera fue impulsada por la marquesa de
Pompadour (1721-1764), favorita del rey Luis X V (1710-1774).

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puertas de ia caridad le son cerradas; es p o b re y vieja, dicen, ;por
n0 supo hacer fortuna? ^
Podemos considerar o tros ejem plos au n m ás conm oved
Una persona joven sin experiencia, seducida p o r un hom bre?*
ama, abandonará a sus p ad res p a ra seguirlo; el ingrato la
después de unos años, y m ientras m ás haya envejecido la mujer) ^
la inconsistencia del hom bre será in h u m a n a ; si ella tuvo hijos’ él h
abandonará de todas form as. Si es rico, se creerá exento de compartir
su fortuna con sus nobles víctim as. Si está atado p o r algún compro­
miso, violará este deber co nfiando en el apoyo de las leyes. Si está
casado, cualquier otro com prom iso q u ed a sin derechos. ¿Qué leyes
faltan entonces para ex tirp ar el vicio de raíz? L a ley del reparto de
las fortunas entre los hom bres y las m ujeres, y de la administración
pública. Se concibe fácilm ente que la m ujer nacida en una familia
rica gane con la igualdad de repartos. E n cam bio, ¿qué gana la que
nació en una fam ilia pobre, con m éritos y virtudes? La pobreza y el
oprobio. Si no sobresale p recisam ente en la m úsica o la pintura, no
puede ser adm itida en n in g u n a fu n ció n pública, aunque cuente con
todas las capacidades necesarias.
Solo entrego u n a visión general de las cosas; las describiré con
mayor profundidad en la nueva edición del co n ju n to de mis escritos
políticos, que planeo entregar al p ú b lico en algunos días, con notas.
Retom o m i tex to en relació n a las co stu m b res morales. El
matrimonio es la tu m b a de la c o n fian za y el am or. La mujer casad
puede im punem ente darle hijos b astard o s a su m arido, y Ia ^ort^ ^
que no les pertenece. L a que n o está casada apenas tiene derec ^
as leyes antiguas e in h u m an as le re c h azab an este derecho so
om re y el bien de su p ad re p a ra sus hijos, y n o se h a n hecho11
y s so re esta m ateria. Si in te n ta r d arle a m i sexo u n a consis
com°ra e y JUSta k ° y se p ercibe co m o u n a paradoja de &l P ^
0 S1 intentase algo im posible, le dejo a los hom bres fut

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gloria de abordar esta materia; pero, en la espera, puede ser preparada
gracias a la educación nacional, la restauración de las costumbres y
los convenios conyugales.

F o rm a to p a ra e l contra to social d e l hom bre y la m u jer

N o so tro s, N y JSf, a n im a d o s p o r n u estra pro p ia v o lu n tad , nos


u n im o s p o r el resto de n u e s tra vida, y p o r lo que d u re n u estra
m u tu a predilección, co n las siguientes condiciones: decidim os y
deseam os u n ir n uestras fo rtu n as en com unidad, reservándonos
sin e m b arg o el d erech o a separarlas en favor de nuestros hijos,
y de los q u e p o d ría m o s te n e r p o r u n afecto p articu lar, reco n o ­
cien d o m u tu a m e n te q u e n u estro bien perten ece d irectam en te
a n u estro s hijos, sea cu al sea el lecho del que provengan, y que
to d o s in d ife re n te m e n te tien en derecho a u sa r el n o m b re de
los p a d re s y m ad res q u e los reconocieron, y nos im ponem os
su scrib ir a la ley qu e castiga la abnegación de la p ro p ia sangre.
N o s o bligam os, asim ism o, en caso de separación, a llevar a cabo
u n re p a rto de n u estra fo rtu n a , y a retener la porción de nuestros
hijos in d ic a d a p o r la ley. Y, en el caso de u n a u n ió n perfecta, si
alg u n o llegase a m o rir, este legaría la m ita d de sus propiedades
en favor d e sus hijos; y si alg u n o m u rie ra sin hijos, el cónyuge
aú n vivo h e red aría p o r derecho, a m enos que el fallecido hubiese
d isp u e sto d e la m ita d del b ien co m ú n de o tra form a.

Esta es más menos la fórmula para el acto conyugal que propongo.


Ante la lectura de este extraño escrito, veo elevarse en mi contra a
los tartufos, los mojigatos, el clero y toda la comitiva infernal. ¡Pero
cuántos medios morales ofrecerá a los sabios para lograr la perfec­
tibilidad de un gobierno feliz! Daré en pocas palabras una prueba
física de esto. A l rico hedonista sin hijos le parece muy bien ir donde

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• „ nnbre a au m en tar su fam ilia. C u a n d o exista una l

[“permita a la m ujer del p o b re o b lig ar al rico a ad o p ta r a sus h ij^


L lazos de la sociedad serán m as fu e rte s y las costum bres mora|es'
más depuradas. E sta ley p ro teg erá q u iz á el bien de la comunidad, y
limitará el desorden que co n d en a a ta n ta s víctim as a los hospicios
del oprobio, la bajeza y la d eg eneración d e los principios humanos,
donde, desde hace m ucho, gim e la n a tu ra le z a . Q u e los detractores’
de la sana filosofía dejen pues de m an ifestarse c o n tra las costumbres
primitivas, o que vayan a perderse en la fu e n te de sus citas.5
Quisiera, además, que exista u n a ley que pro teja a las viudas y
las damiselas engañadas p o r las falsas p ro m esas de u n hombre con
el que se hubieran relacionado; quisiera, digo, que esta ley fuerce a
un inconstante a respetar sus com prom isos, o a u n a indemnización
proporcional a su fortuna. Q uisiera, adem ás, que esta ley fuese rigurosa
con las mujeres, al menos con las que te n d ría n el descaro de recurrirá
una ley que ellas mismas h ab rían in frin g id o co n u n a m ala conducta,
de ser probado. Q uisiera, al m ism o tiem p o , ta l com o lo expuse en
La felicidad prim itiva del hombre, en 178 8,6 que las mujeres públicas
sean ubicadas en barrios designados. N o son las m ujeres públicas
las que mas contribuyen a la d ep rav ació n de las costumbres, son
las mujeres de la sociedad. A l m ejo rar a estas ú ltim as, se m odify
a las primeras. Este en cad e n a m ie n to de u n ió n fra te rn a generará
primero un desorden, p ero com o re su lta d o p ro d u c irá finalmente
un conjunto perfecto.

mujer-
* UZTh‘J0S mu>'legítimos de Agar, sirvienta de su

friáticos,La Ob'” 0 CS' felicidadprimitiva d el o los


menciona el az SG en *789. Probablemente, Olym pe
ano i 7 88 como fecha de composición.

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Propongo un medio invencible para elevar el alma de las mujeres;
se trata de unirlas a todos los ejercicios del hombre: si el hom bre se
obstina en afirm ar que este m edio es impracticable, que com parta
su fortuna con la mujer, no según su capricho, sino según la sensatez
de las leyes. Se acaba el prejuicio, las costumbres morales se depuran
y la naturaleza recupera todos sus derechos. Q ue a esto se añada
el m atrim onio de los sacerdotes. Gracias a esto, jamás correrán el
riesgo de desaparecer n i el Rey7 — así reforzado en su tro n o — ni el
gobierno francés.
E ra m uy necesario que dijese algunas p alabras sobre los
disturbios que causa en nuestras islas, dicen, el decreto en favor
de los hom bres de color. Allá, la naturaleza se espanta; la razón y
la h um anidad aún no llegan a las almas endurecidas; la división y
la discordia agitan a ios habitantes. N o es difícil adivinar quiénes
son los instigadores de esta agitación incendiaria: los hay incluso
en la Asam blea Nacional; encienden en Europa un fuego que debe
incendiar Am érica. Los colonos pretenden reinar despóticam ente
sobre hom bres de los que son padres y hermanos; y, desconociendo
los derechos de la naturaleza, persiguen la fuente hasta en el m enor
tono de su sangre. Estos colonos inhum anos dicen: «Nuestra sangre
circula en sus venas, pero la derramaremos donde haga falta para
saciar nuestra codicia y nuestra ciega ambición». Es en estos parajes
más cercanos a la naturaleza que el padre desconoce al hijo; sordo
ante los gritos de la sangre, acalla todos los encantos; ¿qué se puede
esperar de la resistencia que afronta? Som eterla con violencia es
volverla terrible, es seguir manteniéndola encadenada, es dirigir todas

7- Conservamos las mayúsculas iniciales utilizadas por Olympe de Gouges


para referirse tanto al Rey como a la Reina de Francia, ya que constitu­
yen señal de respeto imperativa en la época. Adaptarlas a minúsculas
equivaldría a adjudicar a la autora un acto subversivo que no cometió.

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las calamidades hacia América. U na m ano divina parece difundir
por doquier el don del hombre, la libertad; solo la ley tiene derecho
a reprim ir esta libertad, si degenera en licencias; pero debe ser igual
para todos, y es sobre todo ella quien debe contener a la Asamblea
Nacional en su decreto, dictado por la prudencia y la justicia. ¡Pueda
actuar de la m ism a form a p or el bien de Francia, y ser igual de
atenta con los nuevos abusos como lo ha sido con los antiguos, que
resultan cada día más terribles! M i opinión nuevamente es que hace
falta reconciliar el Poder Ejecutivo con el Poder Legislativo, porque
pienso que uno es todo, y que el otro no es nada; de allí quizá nacerá,
desgraciadamente, la pérdida del Imperio francés. Estos dos poderes
me parecen equivalentes a la relación del hombre y la mujer:8deben
estar unidos, pero con igualdad de fuerza y virtud, para convivir
juntos correctamente.

* * *

Es verdad, entonces, que ningún individuo puede escapar a su suerte;


así lo estoy viviendo.
H abía resuelto y decidido no perm itirm e el menor comentario
jocoso en estas líneas, pero el destino decidió otra cosa: esto es lo
que ocurrió.
N adie tiene prohibido ahorrar, sobre todo en estos tiempos de
miseria. Vivo en el campo. Esta mañana a las ocho partí desde Auteuil,
y me dirigí hacia el cam ino que conduce de París a Versalles, donde

8. En la comida mágica de Merville, Ninon pregunta quién es la amante


de Luis X V I. Le contestan: «Es la Nación, esa amante corromperá al
gobierno si toma demasiado poder». (Nota de la autora)

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se suelen ver esas famosas guinguettes9 que atraen a los paseantes
con su bajo costo. Sin duda una m ala estrella me perseguía desde la
mañana. Llego a la barrera, donde no encuentro ni siquiera el triste
coche aristócrata. D escanso sobre los peldaños de esta insolente
edificación donde están agentes. Suenan las nueve, y continúo p o r
mi camino. A parece u n vehículo, subo, y llego a las nueve y cuarto,
según dos relojes diferentes, al Puente Real. A garro el coche y vuelo
donde m i impresor, en la rue C hristine, porque solo puedo ir allí
de m añana. Tras corregir las pruebas, siempre me queda algo que
hacer, si las páginas no están bien apretadas y llenas. M e quedo
más o menos veinte m inutos; y cansada de cam inar, com poner e
im prim ir, me propongo ir a tom ar un baño en el barrio del Temple,
donde comeré. Llego a las once menos cuarto, según indicaba el
péndulo del baño; le debía pues al cochero una hora y m edia; pero,
para no tener problem as con él, le ofrezco 48 sois: pide más, com o
de costum bre, y hace ruido. Insisto ahora en no darle más de lo que
le debía, porque la persona equitativa prefiere ser generosa antes que
engañada. Lo am enazo con la ley, me dice que no le im porta, y que
le pagaré dos horas.
Llegamos donde un comisario de paz, que tendré la generosidad
de no nombrar, aunque el acto que se perm itió contra m í merece una
denuncia formal. Ignoraba seguram ente que la mujer que reclamaba
su justicia era la autora de tan ta beneficencia y equidad. Sin tom ar
en cuenta mis razones, me condena despiadadam ente a que le pague
al cochero lo que pedía. C om o conozco mejor la ley que él, le dije:
«Señor, me niego, y le ruego que tenga presente de que no está res-

9‘ Los guinguettes fueron u n tip o de locales populares que contaban con


restaurante y sala de baile, ubicados com únm ente en los suburbios de
París, fuera de las barreras que cercaban la ciudad, p ara no p agar los
im puestos al vino.

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petando el principio de su cargo». Entonces este hombre, o mejor
dicho este enajenado, se enfurece, me amenaza con la cárcel si no
pago al instante, o que tendría que pasar el día en su oficina. Le pifio
que me conduzca al tribunal de departam ento o a la alcaldía para
quejarme de su autoridad. El solemne magistrado, que llevaba un
redingote polvoriento y repugnante como su conversación, me dice
brom eando: «¿Este asunto de seguro va a term inar en la Asamblea
Nacional?». Así podría ser, le digo; y me fui medio furiosa y medio
riendo del juicio de este m oderno Bride-Oison, diciendo: «¡Así que
este es el tipo de hom bres que ha de juzgar a un pueblo ilustrado!».
Siempre es así.
Aventuras similares le ocurren por igual a los buenos patriotas
com o a los malos. H ay una m isma queja sobre los desórdenes de las
secciones y los tribunales. N o se hace justicia; la ley es ignorada y la
policía actúa D ios sabe cómo. Ya no se pueden encontrar cocheros a
quienes confiar sus pertenencias; cam bian los núm eros como se les
ocurra, y muchas personas, como yo, han tenido pérdidas considerables
en los vehículos. Bajo el antiguo régimen, por m ucho que robasen,
uno encontraba lo perdido con una llam ada nom inal a los cocheros,
e inspeccionado los núm eros; en fin, uno estaba seguro. ¿Qué hacen
estos jueces de paz? ¿Qué hacen esos comisarios, esos inspectores del
nuevo régimen? Solo tonterías y monopolios. La Asamblea Nacional
debe poner g ran atención a este aspecto del orden social.

P ost scriptum

Esta obra estaba com puesta desde hace algunos días; se retraso en la
impresión; y al m om ento en que Talleyrand, cuyo nom bre será alabado
por la posteridad, acababa de entregar su obra sobre los principios de

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la educación nacional, esta producción ya estaba en prensa. ¡Me alegra
haber conocido las ideas de este orador! Y me vi llevada a detener las
prensas, y dejar estallar la alegría que sintió mi corazón cuando supe
que el Rey acababa de aceptar la Constitución, y que la Asamblea
Nacional (que adoro actualm ente, sin excluir al abate Maury; y La
Fayette es un dios), había proclamado unánim em ente una am nistía
general. ¡Providencia divina, haz que esta alegría pública no sea una
falsa ilusión! Devuélvenos, físicamente, a todos nuestros fugitivos,
y que junto a u n pueblo afectuoso yo pueda volar a recibirlos; y que
en este día solemne todos rindamos homenaje a tu poder.

Si

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