Está en la página 1de 6

-

-¡Está visto que todos repiten ahora!-comentó molesta la enfermera.

-Señora yo entiendo que tenga que trabajar, no la culpo, pero los niños crecen mejor si comen comida casera, hecha
con tiempo y amor. No hay mal que no cure una tibia sopa, ni problema que no mejore con una comida compartida en
familia, conversando y compartiendo. Un hogar es más cálido si huele a budín o pan recién horneado y un día comienza
mucho mejor si alguien nos ha untado una tostada con mucho cariño. Espero pueda entender lo que le digo.

-Entiendo, pero tengo mucho trabajo-se excusó la madre.

-Pues tendrá que organizarse, Anita merece crecer de la mejor manera y sin dolor de panza ¿no le parece?

-¿No le parece? –repitió rápido la enfermera no fuese cosa que alguien repitiese antes.

-Si me parece doctor, tiene usted razón.

Anita abrazó al doctor un largo rato y éste la invitó a compartir un plato de rica sopa todas las semanas.

Antes de irse, el doctor les regaló unos panes, un budín y una mermelada casera, pero además le dio a la mamá de la
pequeña un cuadernito donde estaban escritas, con letra de abuela, todas las recetas.

La mañana siguiente comenzó una nueva vida para Anita y su mamá y los dolores de panza no fueron más que un
recuerdo.

-Doctor lo quiere ver la maestra, dice que es importante-Dijo la enfermera una tarde.

ᐈ Nombres que signifiquen luz y o...


Pause
Unmute
Loaded: 80.64%

Remaining Time -0:57
360pLQ
Fullscreen

ᐈ Nombres que signifiquen luz y oscuridad   【Niños y Niñas】


-¿La maestra? ¡Qué extraño! ¿Y dijo que es importante?

-Si quiere se lo repito doctor, pero después se anda quejando que repito todo-contestó la enfermera.

Mientras esperaba que la maestra entrara, el doctor se puso a pensar en qué habría hecho mal y si vendría a ponerle
alguna mala nota.

La maestra entró y se sentó frente al doctor, su rostro demostraba tristeza.

-Estoy preocupada por un niño del colegio doctor, muy preocupada.

-¿Por qué señorita se saca muy malas notas?-río el doctor.

-No, no es eso, es un niño pequeño de jardín y se queda dormido todo el tiempo y en todos lados. La semana pasada lo
encontré dormido en una hamaca, ayer sobre los crayones y hoy haciendo una ronda, esto no es normal.

-No, sin duda que no-dijo el doctor preocupado e intentando arreglarse los cabellos como hacía cada vez que se ponía
nervioso.
-Tiene que verlo doctor, a ese niño le sucede algo-insistió la maestra.

-Lo veré pero si sus padres lo quieren traer, dígale que vengan cuando antes, los estaré esperando.

El día siguiente llegó Nico con sus papás. El pequeño venía cabeceando y la madre lo movía a cada rato para que no se
quedase dormidito.

El doctor recurrió a un helado con chispas de chocolate para tentar al niño y que permaneciera despierto.

Nico abrió los ojos y agradeció mucho el helado, mientras lo disfrutaba, el doctor preguntó:

-¿Qué pasa Nico por qué te duermes en todas partes?

-Es que de noche no puedo dormir doctor, tengo miedo, mucho miedo.

El doctor miró al niño con interés y preocupación. Los padres parecían no dar demasiada importancia al relato del niño.

-¿A qué le temes Nico?

– A los monstruos, a los fantasmas, a tener sueños feos, a la oscuridad y a estar solito, me da miedo estar solito…..- y se
quedó dormido con el helado en la mano.

El doctor fue a buscar entonces dos chocolatines y un chupetín para despertar a Nico.

-Demasiados miedos para poder dormir tranquilo-dijo el doctor, miró a los padres del niño y les preguntó:

-¿Ustedes estaban al tanto de esta situación?

-Bueno eh… si… en cierto modo…-contestó la madre- ¿sabe que pasa doctor? La solución sería que duerma con
nosotros y ya no tiene edad para dormir con sus padres ¿no le parece?

-No se trata de eso, se trata de que Nico pueda dormir tranquilo y feliz, sin miedos y por la noche que es el momento
de descansar.

-¿Qué sugiere entonces doctor?-preguntó el padre.


Nico había despertado y estaba haciendo malabares para comer los dos chocolatines, chupar el chupetín y terminar el
helado antes de que se derritiese.

-Dime Nico ¿Tienes peluches en tu cama?

-¡De ninguna manera doctor! Nico es grande para tener peluches, no es un bebé-dijo la madre.

-¿Te gustaría tener un peluche Nico?-preguntó el doctor sin hacer caso a lo que la madre decía.

-Si, mucho mucho mucho-contestó el pequeño.

-No se hable más entonces, acompáñenme-dijo y los llevó a una sala repleta de muñecos de peluche: ositos, conejos,
suaves perritos, gatos con largos bigotes, sapitos con ojos saltones y muchos más.

-Elije el que más te guste Nico, el que creas que puede ser un buen compañero de sueños.

El niño soltó lo que le quedaba de chocolate, el pegajoso chupetín y el cucurucho ya vacío de helado y corrió hacia un
conejo de grandes orejas y rabito blanco que parecía estar esperándolo. Lo abrazó fuerte, muy fuerte.

-Estas son mis indicaciones Nico y debes seguirlas al pie de la letra: te acostarás y luego de escuchar un cuento,
abrazarás a tu conejo, le contarás algún secreto, le cantarás alguna linda canción y verás que luego el sueño viene solito.

Los padres entendieron que un niño de cuatro años suele tener miedo por la noche y que un peluche suave y tierno
para abrazar es una excelente compañía.
Las noches de Nico cambiaron por completo y también sus días, ya no se quedaba dormido ni en hamacas, ni sobre
crayones, todos estaban felices. Una de las más contentas fue la maestra que en su corazón, puso un diez felicitado al
doctor.

Tomy era el mejor alumno de su clase y del colegio también. La maestra y sus padres estaban muy orgullosos de él
porque sacaba diez en todas las materias.

Tomy estudiaba mucho, muchísimo, tal vez demasiado.

Cierto día el pequeño comenzó a quejarse de fuertes dolores de cabeza. Su madre le daba analgésicos, pero llegó un
momento en que tomó una sabia decisión: llevó a Tomy a ver al doctor de cabellos rojizos.

La madre le contó al doctor lo que ocurría con su hijo y Tomy escuchaba atentamente sin decir palabra.

-¿Te duele la cabeza en este momento Tomy?-preguntó el doctor.

-Si doctor me duele ¿sabe la tabla del cuatro?, yo la sé muy bien porque la estudié.

La pregunta y el comentario del niño llamaron mucho la atención del doctor.

-¿Quiere que le diga cuánto es siete por seis?

-No gracias Tomy lo sé.

-¿Y sabe qué es la fotosíntesis? También lo sé.

-No hace falta, muchas gracias, sé de qué se trata.

-Bueno podemos hablar de ortografía si prefiere, sé todas las reglas.

El doctor escuchaba atentamente, entre sorprendido y preocupado. De pronto, supo perfectamente lo que tenía que
preguntar:

-¿Quieres jugar a algo Tomy?

Ni Tomy ni la madre entendieron la pregunta, al niño le dolía la cabeza, estaban en un hospital y además tenía que irse a
estudiar, no había tiempo para jugar. Ninguno contestó, el doctor insistió:

-Tengo ganas de jugar Tomy ¿quieres jugar conmigo?

Al niño se le animaron los ojitos, hacía mucho tiempo que no jugaba, demasiado sin dudas.

El doctor llevó a Tomy al parque del hospital y jugaron a todos los juegos, se hamacaron, rieron en el sube y baja,
jugaron a la pelota y en media hora la carita del pequeño era otra.

Tomy tomó de la mano al doctor, pasaron por la sala de dulces y luego de tomar algunos caramelos volvieron al
consultorio.

-¿Te duele la cabeza ahora Tomy?-preguntó sonriente el doctor.

-No doctor, jamás me sentí mejor-dijo el pequeño feliz.

-Bueno el diagnóstico es muy sencillo señora-dijo el doctor mirando a la madre-a este niño le hacen falta horas de
juego.

-Bueno ahora es época de clases doctor, Tomy tiene mucho para estudiar, ya jugará en las vacaciones.

-Tomy está sufriendo ahora, le está doliendo la cabeza ahora y ahora tiene que jugar, no puede ni debe esperar al
verano. ¿Esperará a que se reciba para dejarlo jugar?-preguntó un tanto molesto.

Tomy escuchaba atentamente al doctor y la madre también.


-Bueno Tomy, elije todos los juegos que quieras y te los llevas a tu casa y ya sabes, no abandones el estudio, pero todos
los días –sin excepción- debes jugar. Tus notas no bajarán por eso y serás un niño más feliz y sin dolores de cabeza.

Tomy y su mamá siguieron al pie de la letra las indicaciones del doctor y el pequeño no volvió a tomar calmantes
porque jugar como un verdadero niño fue el mejor remedio.

Una tarde el abuelito que apuntaba a todo el mundo con su bastón entró al hospital. Su paso era más lento que el
acostumbrado y no tenía buen semblante.

La enfermera repetidora le preguntó varias veces qué le pasaba y qué necesitaba, el abuelito repitió a su vez, una y otra
vez que quería ver al doctor porque no se sentía bien.

El doctor estaba atrasado, pero cuando llegó se acercó al abuelo y lo invitó a pasar al consultorio.

MÉXICO: Médicos y enfermeros sal...


Pause
Unmute
Loaded: 9.51%

Remaining Time -1:40
Fullscreen

MÉXICO: Médicos y enfermeros salvan a paciente que quería quitarse la vida.


-¿Qué anda pasando abuelo?

-No ando bien mijito, me duele todo, desde el dedo gordo del pie hasta el cuero cabelludo.

Necesito que me haga análisis, muchos análisis para saber qué tengo.

-¿Por ejemplo qué le duele? Cuénteme abuelo, lo escucho.

Por primera vez, el abuelo soltó su bastón, se acomodó en la silla y comenzó a hablar. Le contó al doctor que le dolían
las rodillas cuando se agachaba, pero que lo hacía porque no había nadie que recogiera las cosas por él.

Le contó también que se cansaba mucho cuando iba a hacer las compras, pero que iba igual porque vivía solito. Que
muchas veces no le caía bien lo que comía, pero que no era bueno cocinando y no tenía quién lo hiciera por él y que
dormía a horas que no debía dormir y que no tenía a nadie que lo despertase.

-¿Me hará los análisis doctor? Necesito saber qué tengo-preguntó insistente.

El sabio doctor de cabellos despeinados supo en su corazón que el abuelo tenía un problema pero no era de salud, el
abuelo estaba solo.

-No creo que haga faltan hacer ningún análisis abuelo.

El anciano volvió a tomar el bastón y elevándolo dijo:

-No me iré de aquí hasta que no me haga los análisis doctor, necesito saber que tengo.

Como el doctor ya conocía al abuelo y a su bastón, le hizo varios análisis y le dijo que volviese al día siguiente que
tendría los resultados.

Al día siguiente y a primera hora de la mañana el abuelo se presentó ansioso en el hospital. El doctor lo esperaba con
los análisis en la mano.

-Bueno doctor usted dirá ¿qué es lo que tengo? ¿Es grave? Dígame la verdad ya soy un hombre grande, debo saber
¿qué dicen los análisis?

-Ya le diré no hay apuro abuelo.


-Usted no tendrá apuro mijito, a mi edad los minutos corren.

-Mire abuelo necesito que me acompañe al parque debo ver algunos juegos que están despintados.

-Lo acompaño mijito pero luego de ver los análisis.

-Luego los vemos, necesito que me ayude con algo-dijo el doctor y tomó del brazo al abuelo.

El abuelo no se negó porque le gustó escuchar que alguien lo necesitaba. Era verdad que algunos juegos del parque se
habían despintado un poquito, pero en realidad lo que el doctor quería era que el abuelito tuviese una ocupación, que
fuera al hospital todos los días un ratito para que no se sintiese solo.

Como el doctor había imaginado, el abuelo se ofreció a pintar los juegos. Esa tarde conversó mucho con el doctor, con
la enfermera y con algunos otros pacientes.

Comió en el comedor una comida muy rica, tomó sopa calentita y casera y también comió dulces. Escuchó un poco de
música y se fue a su casa feliz, sin dolores y sin haber abierto los análisis.

Volvió al día siguiente a seguir pintando juegos y los demás días a arreglar cosas que se rompían, comía con el doctor,
conversaban largas horas y poco a poco todos los dolores fueron desapareciendo.

El abuelo nunca más se acordó de los análisis que por supuesto, decían que el estaba sano. Ahora tenía una ocupación y
se sentía necesitado. Ya no tenía como única compañía a su bastón y eso lo hacía muy feliz.

Hacía dos días que nadie veía al doctor. Pensaron algunos que se había tomado vacaciones, otros que había cambiado
de trabajo y los más inteligentes decidieron ir al hospital a preguntar qué sucedía.

MÉXICO: Médicos y enfermeros sal...


Pause
Unmute
Loaded: 32.32%

Remaining Time -1:38
Fullscreen

MÉXICO: Médicos y enfermeros salvan a paciente que quería quitarse la vida.

Eran tantas las personas que se habían encariñado con el doctor que la enfermera estaba feliz de repetir una y otra vez
que el doctor estaba con gripe.

-¿Lo podemos ir a ver a su casa?-preguntó el abuelito.

-¿Está solito?-preguntó Nico con su peluche en las manos.

-¿Quién le hace la comida?-preguntó Anita.

-¿Tiene alguien que le lea cuentos?-preguntó Juan.

-¿Cuántas inasistencias tiene en el hospital?-preguntó la maestra-¿Quién le hará un certificado?

-Bueno, bueno demasiadas preguntas para una sola enfermera, mejor les doy la dirección y averiguan solitos todo lo
que quieren saber.

Y así fue que, con dirección en mano, el abuelo y la maestra fueron a la casa del doctor. En el camino se sumó la
enfermera repetidora también.

-Bueno niños, nosotros nos adelantaremos, ustedes ya saben lo que tienen que hacer-dijo la maestra y les guiñó un ojo.
Tocaron el timbre y el doctor tardó en atender, tocaron nuevamente y luego de escuchar cuatro “achis” seguidos, la
puerta se abrió.

Hay que decirlo, el doctor no tenía buen aspecto, lucía más despeinado que nunca, lo cual ya era mucho decir, tenía los
ojos llorosos y la nariz muy colorada.

La sorpresa fue muy grande, el doctor nunca espero que tantas personas estuviesen allí en su casa, preocupados por su
salud.

-Disculpe doctor-dijo la enfermera-todos hacían demasiadas preguntas y yo no tenía las respuestas, les dije que sólo
tenía una gripe ¡pero bueno viera usted la batahola que hicieron en el hospital!

El doctor se apuró a decirle a la enfermera que no importaba, que no se preocupase, todo esto antes de que empezara a
repetir todo lo que le había dicho.

Invitó a todos a pasar, el abuelo se sentó a conversar con el doctor que no dejaba de estornudar.

Era reconfortante también para el doctor tener compañía y alguien con quien conversar mientras se sonaba la nariz,
pues a veces él también se sentía un poco solito.

Al tiempo, el timbre volvió a sonar, esta vez atendió la maestra para que el doctor no tomase frío.

Uno a uno, entraron los pequeños pacientes para cuidar a quien primero había cuidado de ellos.
Anita traía una sopa casera y tibia que había aprendido a hacer su mamá, también un plato y una cuchara y se la iba
dando a tomar despacito al doctor entre estornudo y estornudo.

Juancito traía un libro de cuentos. Se sentó al lado de la cama y comenzó a leer una de las historias que el doctor le
había regalado y que era la que más le gustaba. El abuelo también escuchaba atentamente y la enfermera repetía algún
que otro párrafo por si alguno no había escuchado bien.

Nico le regaló un peluche que había elegido especialmente para el doctor y le recomendó que durmiese con él toda la
noche.

Tomy llevó juegos de mesa para que el doctor no se aburriese y Clarita le prometió llevarlo a dar una vuelta en su
triciclo cuando se curase.

La tarde pasó muy rápido para el doctor y cuando todos se fueron, se sentía mucho mejor.

Se sentía feliz, su corazonada no había fallado, había tenido un sueño y lo había hecho realidad.

IUUYHIUJ

Fin

También podría gustarte