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investigación.
Y es así cómo los que nos iluminan son los ciegos. Así es como alguien, sin saberlo, llega a
mostrarte irrefutablemente un camino que por su parte sería incapaz de seguir.
Julio Cortázar. Rayuela
Según MACKENZIE (1977), lo único que tienen en común las diversas formas
de conductismo desarrolladas antes, durante y después del neoconductismo es
una determinada concepción de la ciencia y su metodología, careciendo de un
núcleo teórico común: «£/ conductismo fue el único -o al menos el más detallado,
intransigente y sofisticado - intento serio que nunca se había hecho para
desarrollar una ciencia sobre principios solamente metodológicos» (MACKENZIE,
1977, pág. 142 de la trad. cast ). SKINNER (1983, pág. 951) parece estar de acuer-
do -sólo en parte, claro- con esta apreciación cuando afirma tajantemente que
«el conductismo, con acento en la última sílaba, no es el estudio científico de la
conducta, sino una filosofía de Ja ciencia dedicada al objeto y a los métodos de
la psicología». Tal vez sea así, pero necesariamente el conductismo ha de ser
algo más para constituirse en un programa de investigación: ha de disponer de
un marco conceptual. En la filosofía de la ciencia actual (por ej., KUHN, 1962;
LAKATOS, 1978) no se acepta que se pueda hacer ciencia sin teoría. Además de
la convicción positivista, que sin duda forma parte del núcleo central del
conductismo, ha de haber otros rasgos conceptuales comunes para que
podamos hablar de un programa de investigación conductista.
En nuestra opinión, el núcleo central del conductismo está constituido por su
concepción asociacionista del conocimiento y del aprendizaje. Situado en la tra-
dición del asociacionismo que nace en ARISTÓTELES, el conductismo comparte la
teoría del conocimiento del empirismo inglés, cuyo exponente más lúcido es la
obra de HUME (1739/1740) A treatise of human natura. Según HUME, el conoci-
miento humano está constituido exclusivamente de impresiones e ideas. Las im-
presiones serían los datos primitivos recibidos a través de los sentidos, mientras
que las ideas serían copias que recoge la mente de esas mismas impresiones,
que perdurarían una vez desvanecidas éstas. Por tanto, el origen del
conocimiento serían las sensaciones, hasta el punto de que ninguna idea podría
contener información que no hubiese sido recogida previamente por los
sentidos. Pero las ideas no tienen valor en sí mismas. El conocimiento se
alcanza mediante la asociación de ideas según los principios de semejanza,
contigüidad espacial y temporal y causalidad. Estos son los principios básicos
del pensamiento y el aprendizaje en el empirismo humeano.
Estos principios de la asociación serán, a su vez, el núcleo central de la teoría
psicológica del conductismo. Con diversas variantes, todos los conductistas las
adoptan como elemento fundamental para la descripción o. en su caso, explica-
ción de la conducta animal y humana. Dado que inicialmente somos una tabula
rasa y todo lo adquirimos del medio por mecanismos asociativos, es lógico que
el conductismo tomara como área fundamental de estudio el aprendizaje: la
estructura de la conducta sería una copia isomórfica de las contingencias o
covariaciones ambientales. Para estudiar cómo se establecen esas
asociaciones, nada mejor que elegir un organismo simple en una situación
simple: la rata o la paloma en una caja trucada o en un laberinto. La
descontextualización y simplificación de las tareas son características de todo
enfoque asociacionista, por razones que analizaremos más adelante. Al igual
que EBBINGHAUS (1885) se enfrentaba al aprendizaje de sílabas sin sentido, las
ratas han de enfrentarse también a tareas sin sentido, que, como las listas de
EBBINGHAUS son totalmente arbitrarias.
El asociacionismo es así el núcleo central del programa de investigación
conductista. En sus diversas variantes, el conductismo asume las Ideas
asociacionistas como base de su experimentación y teorización. Esta asunción
tendrá amplias consecuencias. Del asociacionismo se derivan una serie de
exigencias para la teoría psicológica, unas de modo directo y necesario y otras
de modo indirecto y. por tanto, no necesarias. Estas exigencias conforman otros
rasgos adicionales del programa conductista, incorporados en algunos casos al
núcleo central y en otros al cinturón protector de sus teorías. La Figura 2.1
representa el núcleo central del programa conductista común a todas las
variantes del conductismo junto con algunas de las ideas que ocupan su cinturón
protector, que pueden diferir según los autores que defiendan la posición
conductista. Asimismo se recogen las dos anomalías esenciales que se derivan
de la asunción de ese núcleo central asociacionista. Esta figura resume las ideas
expuestas en las próximas páginas y. por tanto, encuentra en ellas su
explicación. En todo caso, la adscripción a una u otra condición de cada uno de
los rasgos que vamos a comentar a continuación constituye un motivo de abierta
polémica en función de la perspectiva teórica adoptada por cada autor.
Uno de los rasgos que con más frecuencia suelen considerarse como consti-
tutivos del programa conductista es el reduccionismo antimentalista, es decir, la
negación de los estados y procesos mentales. ¿Es el antimentalismo una
exigencia necesaria de la asunción del asociacionismo? En principio habría que
diferenciar entre los conductistas radicales (W ATSON en algunas ocasiones.
SKINNER siempre, junto con algún otro), que niegan la existencia de la mente, y
los conductistas metodológicos, que únicamente exigen que se cumplan los
requisitos de objetividad (por ej., KENDLER, 1984; ZURIFF, 1985). Lo que el
conductismo rechaza es el uso de la introspección, no la propia existencia de la
mente y ni siquiera su estudio siempre que se haga por métodos objetivos, es
decir, a través de índices conductuales. De hecho, a partir de HULL el
conductismo comienza a incorporar variables intervinientes dando paso a
modelos mediacionales que cumplían en el neoconductismo una función similar
a la que tendrán los diagramas de flujo en el procesamiento de información. Por
tanto no creemos que el antimentalismo sea un rasgo necesario del conductismo
aunque obviamente haya muchos conductistas que son antimentalistas. Lo que
sí es un rasgo constitutivo del conductismo es la idea de que cualquier variable
mediacional o interviniente que se defina ha de ser isomorfa con las variables
observables. En otras palabras la mente, de existir, es necesariamente una copia
de la realidad, un reflejo de ésta y no al revés. Este es el principio de
correspondencia que según algunos autores, constituye uno de los rasgos
nucleares del conductismo (por ej. BOLLES, 1975; ROÜBLAT, 1987) y que se deriva
directamente del asociacionismo. Al asumir este principio, es obligado, desde el
conductismo negar la eficacia causal de los estados mentales, por lo que el
control de la conducta sigue en cualquier caso residiendo en el medio. Es este
tipo de cognitivismo «débil» (BEILIN, 1983), compatible con el conductismo, el
que critica SKINNER, (1978) en su célebre artículo «Por qué no soy un psicólogo
cognitivo». Aplicando el principio de parsimonia, SKINNER (1978) considera que
el aparato mental no es sino un «sustituto interno de las contingencias» y que,
por tanto, no aporta nada nuevo al estudio directo de las contingencias. Tal
afirmación, coherente con su posición, no es compartida por otros muchos
conductistas (por ej. EYSENCK. 1986; KENDLER, 1984, 1985; ROZEBOOM. 1986;
ZURIFF. 1985. 1986). En lo que sí están de acuerdo todos ellos es en la
correspondencia de los procesos mentales con las variables observables. El
rasgo central del conductismo, como corriente asociacionista, es por tanto, su
anti constructivismo.
El neoasociacionismo cognitivo
El conductismo en la actualidad