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Obra de teatro: “Secretos de familia”.

Se reiteran los problemas familiares respecto de la

herencia.

Los cuadros, que tienen un valor económico, dan cuenta

de la mendicidad de las nuevas generaciones para

valerse por sí mismas, aferrándose a lo poco que quede

como legado de la generación anterior, como quien se

agarra de las tetas de la vaca de lo hereditario por

incapacidad propia para generar riquezas.

No es la cuestión artística la que está en conflicto. Los

cuadros no valen por su cuestión pictórica, sino por su

valor de mercado: el arte acuñado en una generación

anterior como un goce espiritual y cultural, ahora no es

otra cosa que un activo financiero.

El abandono de persona se observa como elemento

integral que genera culpa en algunos de los integrantes

de la familia.

Entre la estafa, el arrepentimiento, y el ocultamiento

de información sensible vinculada a la riqueza, los

personajes no paran de recriminarse cosas del pasado


y promesas a futuro. La moral victoriana como moneda

corriente del día a día.

El odio a la progenie queda de manifiesto cuando una

de las actrices, la madre, en un acto de profunda

lucidez, en tono de autoreproche, dice: "¿Para qué

mierda los tuve?"(¿PseudoMedea que desea asesinar a

sus hijos?). Parir seres incapaces para generar

riquezas fue la condena de esa madre. Los míseros

hijos, sin herencia, apelan a su fuerza de trabajo, y le

dicen a la madre que "quieren trabajar".

Es esta la atmósfera del desclazamiento, de errores

de decisión, de falta de dirección en la familia.

Quienes en la generación anterior "daban órdenes" a

los demás en la chacra, ahora tienen que

proletarizarse, y recibir órdenes de otros que mandan:

rancia aristocracia venida a menos. Empero, los hijos

jóvenes, capaces de adaptarse al cambio, asumen su

lugar para la obediencia. La madre, hija de un

paradigma anterior, considera ignominioso el hecho de

que sus vástagos tengan que salir a ser asalariados.

Todo lo que se pudre forma una familia.


La confusión constante de teléfono descompuesto es

parte de una trama de incomunicación más profunda,

donde los personajes acuden al juego y a la apuesta

para evadirse de la realidad, o eligen el alcohol como

medio de distracción para no asumir su propia miseria

existencial.

Mientras, más ocultamientos y más mentiras se van

develando a medida que se desarrolla la obra. Esto es

la prueba que nos permite inferir cómo una parte del

contrato comunitario de la sociedad familiar se apoya

en la hipocresía.

Pero el alcohol no solo es evasión, también ocupa el

lugar de la congoja, el lamento y la incapacidad para

asumir la responsabilidad que le toca a cada uno de los

individuos.

El "puterio de novela venezolana" se torna, ahora,

también un drama de chusmerio conventillezco

argentino.

La crisis económica familiar pronto se transformó en

crisis de valores: lo ético se deforma en oportunismo, y


el oportunismo echa raíces en los personajes que

quieren llevarse hasta los adornos del living.

Violencia de hombre a hombre y de mujer a mujer.

Violencia colectiva. Violencia física. Violencia simbólica.

Frivolidad y falta de escrúpulos son la llave para

comprender el espíritu ventajero de los personajes

periféricos que no tienen poder de decisión y buscan

por las buenas o por las malas sobrevivir

individualmente por sobre el colectivo familiar.

El alcohol se vuelve, hacia el final, también un atributo

de conmemoración y agradecimiento por la gran familia

que está plagada de Caínes y de Abeles.

La reunión por parte de la anciana enferma, habilita la

libertad para expresar lo que sea, amparándose en la

impunidad para ser cruel con una yerna que no puede

tener hijos (chivo expiatorio).

Un vientre seco y minusválido para procrear vida

parece ser lo más sano que tiene esa familia.

Pero en verdad no es el vientre de esa yerna lo estéril.

Si la herencia genética no continúa en forma de nietos,

no es porque la mujer es infecunda, sino por la


homosexualidad de clóset acecha a un hombre que no

logra, como el resto de la familia, asumir sus

contradicciones.

Se cumple el dicho de Maquiavelo en la exposición

teatral: “Los seres humanos se olvidan más rápido de la

fecha de la muerte de sus padres, que de sus

deudores”.

Los bienes materiales dan cuenta de la corrupción

espiritual de la época en que los personajes viven.

Al no existir un paradigma fuerte que contenga a sus

individuos, el resultado es un horizonte artístico nulo,

al punto de que el único que representaba un papel

poético, es asesinado en nombre del capital. La muerte

de la poesía es el cimiento en que se levanta la nueva

generación.

Los jóvenes de la familia corren despavoridos detrás

de la leña que puede hacerse de los árboles enfermos y

ancianos que caen o que simulan caer (como es el caso

de Rogelio).

"En todos los tiempos y lugares, los problemas son más

o menos los mismos. Los fantasmas se los lleva uno


consigo mismo", dice uno de los personajes. El

argumento ad hominem que considera el personaje,

opera como una falacia de autoexculpación,

justificándose en el hecho de quelo que le pasa a ellos

como grupo, en verdad, les pasa a todos los seres

humanos, en todo tiempo y lugar. Esto le permite a esa

consciencia sufrir menos, minimizando los problemas

de disfuncionalidad que acarrean como grupo familiar.

La influencia de la propiedad privada y la monogamia

son los más importante pilares occidentales, y la

función teatral de “Secretos de Familia”, en este

sentido, se adscribe a la traducción judeocristiana al

pie de la letra.

Lo verdaderamente ausente es el amor en sentido

mayúsculo, debido a que los lazos de relaciones se

basan en intereses, y no en afectos. Pero no todo esta

perdido, hay una excepción: cuando ese personaje le

dice a su amada: "¿Alguna vez te fallé, alguna vez no

cumplí?", amparándose en su pasado intachable como


pareja, historia de fidelidad íntima que habilita la

esperanza de suponer que no todo perdido.

La hipocresía se muestra hacia el final igual que en el

principio de la obra: es el valor principal de la

diplomacia entre los cónyuges, los hermanos y

hermanas, de las relaciones en general.

El anhelo de independencia se observa cuando algunos

personajes aspiran a huir y escapar de las trampas

obligatorias, de los pesados vínculos que los unen en

nombre de la sangre y el apellido: buscan los viajes al

extranjero, el cambio de vida, cortando con el infecto

cordón umbilical que los liga a toda la degradada

familia.

La hija que quiere matar al padre nos invita a recordar

a Electra.

La obra peca, en cierto sentido, del enfoque freudiano,

por los conflictos entre padres e hijas, e hijos y

madres.

Nos queda abierta la pregunta: ¿Es posible, después de

tantas traiciones y ocultamientos, salir de la

disfuncionalidad familiar y reparar el afecto entre


pares? ¿Qué papel ocupa el perdón en las nuevas

generaciones?

Plataforma Lavarden

Fines de primavera, 2022

Diego Ariel Molina

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