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1.6.

HISTORIA DE LA MINERÍA EN PUNO

1.6.1. ÉPOCAS PREINCA E INCA

Mucho antes de la llegada de los españoles a la América, florecieron en ella


algunas de las más altas culturas habidas en el mundo: Tiahuanaco, (Chavín,
Nazca y los Incas).

En la parte peruana de la América se desarrollaron dos grandes áreas


metalúrgicas: una en el Altiplano de Collao, con técnicas originales que luego
se extendieron hacia el Norte; y la otra con Chavín como núcleo donde llegó a
alcanzar un nivel tecnológico y artístico realmente impresionante.

En la región del Altiplano surgieron culturas avanzadas como las de Pucará y


Tiahuanaco. Estos antiguos collas aprendieron a trabajar algunos metales
como el oro, la plata, el cobre y el estaño, utilizando este último en la
preparación de bronces.

El plomo y el mercurio también fueron conocidos aunque poco utilizados, así


como otros minerales, cuya terminología quechua aun esta vigente en nuestras
serranías, además de muchos otros vocablos que han sido olvidados por más
de cuatro siglos de desuso.

En aquellas épocas la explotación minera era solo superficial debido


principalmente a las limitaciones originadas por la falta de ventilación y
alumbrado para una explotación mas profunda.

“En cambio en el campo metalúrgico, se emplearon ingeniosos procesos de


fundición lográndose purificar metales hasta superar el 99% de contenido fino.
Usando técnicas igualmente desarrolladas se obtuvieron bronces de bajo
contenido de estaño y se purifico el cinabrio”.

El Imperio Inca asimilo todos estos conocimientos expandiéndolos a lo largo de


todo su territorio.

Carabaya tubo renombre por la calidad y cantidad de oro, ya en polvo, ya en


pepitas, que ofrecía a los orfebres incaicos, fama que se acrecentó a la llegada
de los españoles quienes, peso a las ingentes cantidades de oro que negaron a
saber de sus doradas arenas y de sus minas, no lograron agotarias, como no lo
han logrado aún los mineros republicanos de nuestros días.
El prestigio del oro de Carabaya o Callahuaya como decían los Incas, fue tan
grande que, al respecto. Garcilazo de la Vega, en sus Comentarios Reales de
los Incas al referirse al oro y la plata del Perú, nos dice “El oro se coge en todo
el Perú; en unas provincias es en más abundancia que en otras, pero
generalmente lo hay en todo el reino. Hállese en la superficie de la tierra yen
los arroyos y en ríos, donde lo llevan las avenidas de las lluvias: de allí lo
sacan lavando la tierra o la arena, como lavan aquí los plateros la escobilla de
sus tiendas, que son las barreduras de ella. Llaman los españoles lo que así
sacan oro en polvo, por que sale como limalla: algunos granos salen gruesos,
de dos, tres pesos y más; yo vi granos de a más de veinte pesos, llamándoles
pepitas, algunas son llamas como pepitas de melón o calabaza otras redondas
otras largas como huevos. Todo el oro del Perú es de diez y ocho a veinte
quilates de ley, poco menos. Solo el que se saca en las minas de Callavaya o
Cailahuaya es fin ísimo de veinticuatro quilates, y aún pretende pasar de ello,
según me lo han dicho algunos plateros en España”.

El año 1,556, se halló en un resquicio de una mina, de las Callayuaya, una


piedra de las que se creían con el metal del tamaño de la cabeza de un
hombre; el color era propiamente color de bofe, y aun la hechura lo parecía,
porque toda ella estaba agujereada de unos agujeros chicos y grandes que la
pasaban de un cabo a otro. Por todos ellos asomaba puntas de oro, como si le
hubieran echado oro derretido por encima: unas puntas salían fuera de la
piedra, otras emparejaban con ella, otras quedaban más adentro.

Al parecer, los metalúrgicas altiplánicos, primero trabajaban el oro al estado


nativo, laminándolo al martillo, calándolo y repujándolo.

Más tarde, en Pucará combinaron el oro con el cobre, herencia que recogen los
Tiahuanaco que la expanden a Huaylas, Paracas, Nazca y Chavín donde
alcanzan su apogeo.

También lograron obtener bronces para la elaboración de armas y herramientas


de trabajo, así como objetos de adorno, siendo de ponderar el
perfeccionamiento que alcanzaron en el estirado y laminación de metales, así
como en la obtención de diversas aleaciones.

El cinabrio era utilizado como cosmético por las mujeres, para embalsamar
cadáveres.
La plata era obtenida de yacimientos con plata nativa y por tanto fáciles de
trabajar. El fundido y separación de la plata se hacia por medio de las
“Huayrana” que eran pequeños bracero. “En estos ponían carbón y el metal
encima y puestos por los cerros o laderas donde el viento tenía mas fuerzas,
sacaban de la plata, la cual apuraban y afinaban después con sus fuelles
pequeños o cañones con que soplan” Estos cañones o cafrutos hasta hoy se
denominan “Phukhunas”en quechua, y son utilizados para avivar el fuego en
sus cocinas.

Esta plata así obtenida se utilizaba en la confección de adornos personales y


de ornamentos de sus templos, así como objetos ceremoniales y religiosos.

Dejaron a alcanzar una alta tecnología en el laminado. Soldado vaciado y


pulido de la plata como se puede observar en los múltiples objetos hallados a
pesar de haberse perdido, probablemente, algunos de los mejores ejemplares
al haber sido fundidos por los colonizadores que solo se interesaron por su
valor monetario.

En el Imperio Incaico y probablemente antes, se alcanzó un alto grado de


especialización no sólo individual sino, también, colectiva. Había pueblo de
tejedores de gran especialización como los de Capachica a orillas del Lago
Titicaca, que confeccionaban las ricas y finas vestimenta para la nobleza
incaica había especialistas alfareros como los de Huacullani y Pucará, de
cuyas manos salieron la gran mayoría de pueblos de cazadores como los
“chokkelas”, de pescadores como los “Uros”, había expertos en mantenimiento
y construcción de puentes y caminos: y por supuesto expertos en metalurgia y
en explotación de placeres auríferos y minas de plata.

Fueron estos grupos humanos, estos entendidos en la explotación de minas,


los primeros en ser sometidos y utilizados por los conquistadores y por lo
mismo, en ser exterminados por los arduos trabajos a que eran sometidos por
sus dominadores, a su vez por su ambición al oro y la plata.

Otros de la mina que se explotó desde la época incaica es posiblemente la


parte de Ananea (Rinconada) la parte de la ladera de Carabaya que
proporcionaron oro en la época Pre-lncaica.

1.6.2. ÉPOCA COLONIAL

Contando con una mano de obra barata (encomiendas, mitas, mingas,


repartimientos, obrajes), de la que se disponía ad Iibitum, lo que menos
importaba en la Colonia era el despilfarro de energías humanas: de ahí que
todo el montaje del trabajo minero se hiciera simplemente a base de ese
esfuerzo muscular que se empleaba a costo ínfimo.

Las innovaciones -muy contadas- que se introdujeron en los métodos de


laboreo, no se inspiraron en ningún caso en sentimientos de humanidad, sino
en el empeño obsesivo de aumentar la producción, con prescindencia de toda
otra consideración. El grado de sordidez a que llegó el espíritu utilitario de los
dueños y conductores de las minas se evidencian en el diferente trato que
daban a indios y negros, que el Padre Miguel de Avia, en su obra
“Servidumbres personales de/indio” traza en esta frase lacerante: donde
trabajan lun tos, el peso del trabajo cae sobre los miserables indios y los
dueños gustan de el/o porque quieren que se mueran antes diez indios que un
negro que les costó su dinero”. La historia de la minería en Puno se caracteriza
por sucesos bélicos (Laykakota).
Las Minas de Laykakota (Carmen y José Salcedo)

José Salcedo, por el año de 1665 llegó por la región del Kollao, hasta
Laykakota, y se alojó en la choza de la descendiente de Kusikoyllor y Ollontay
su hija imasumaj, quien se había establecido en las faldas de Laykakota y
había tenido dos hijas Carmen y Teresa y un mancebo llamado Tomás.

Carmen se enamoró perdidamente del apuesto español José Salcedo, quien


explotaba las minas de azogue, pero como estas iban rindiendo cada vez
menos decidió partir, por lo que Carmen como hermana mayor conocía el
secreto dado por su madre sobre la existencia de la mina de Laykakota. Y con
el objeto de que no partiese el hispano, le reveló el secreto.

Semanas más tarde se desaguó la laguna artificial, quedando al descubierto


las más ricas minas de plata de América, la misma que comenzó a ser
explotada. Los trabajos siguieron en dos bocas: la una denominada “Las
Animas” y la otra “Laykakota la baja”. De la segunda de ellas en una sola noche
José Salcedo sacó 93 de esas bolsas piramidales de cuero llamadas botas,
avaluando su contenido en 100,000 pesos. De la misma mina salió un volumen
de plata maciza y sin mezcla tan grande que, pagando el quinto del rey, se le
puso parca como si fuera barra.

A los lados del cerro de Laykakota están los de cancharani y San José, también
ricas, sobre todo el primero. Otro cerro al Norte, el de “Azogue”, explotado
desde el tiempo del Virrey AIva, era considerado superior al asiento de
Huancavelica. Sin embargo, todo palidecía ante la leyenda de Laykakota.

Es posible que los Salcedo fuesen los hombres más ricos de todo América. La
fortuna quedaba en familia porque Gaspar se había casado con su sobrina,
doña Agustina. Apenas había convento de religiosos, o religiosas que no
hubieran participado en el reparto que hacían de limosnas, que llegó a sumar
más de un millón de pesos, según dijo un memorialista de la época, Fray

Domingo Alvarez. En un memorial de doña Agustina léase que su marido había


metido de monjas a 70 mujeres, dándoles dote y rentas; la dote individual era
4,000 pesos. Casi no había persona en el Perú que no debiese a los Salcedo
algún favor o subsidio, inclusive los oidores de la Audiencia de Lima, El mismo
Alvarez creía que entre Gaspar y José habían sacado más de 24000 000 de
pesos; otros cálculos estiman que llegaron a dar 3,000 pesos de quintos al rey
4 por día, o sea más de un millón al año. “Ellos solos llenaban de plata el
reino”.
Pompería:

Otro de los asientos mineros que era trabajado en 1700, era el de Pompearía.
Al respecto entre los datos que hemos encontrado podemos anotar lo
siguiente:

En Agosto de 1700, el Capitán Freyre de Andrade, en nombre de doña Ana


María de Aldude, vende al Capitán José Duran, azoguero, 4 varas de mina en
la yeta de Sta. Rosa del Cerro de Pompearía, que heredó de doña Josefa de
Despur, su nombre y que lindan con las minas de Gerónimo Aguyo, Juan de
Mena y José Durán.

En Junio de 1706, don Francisco Pérez de los Ríos y doña Elena Pérez de los
Ríos (madre he hija) venden, al Capitán Juan de Oreytia, 90 varas de mina en
la yeta de Sta. Rosa.

En Marzo de 1709. El Capitán Marcos de Valverde, azoguero y dueño de minas


“barreno” parte del Cerro de Pompearía, para desaguar y cortar parte de las
vetas denominadas de Nuestra Señora de la Soledad, San Juan Bautista, San
Felipe y Santiago de propiedad de José Durán, Salvador Durán, Luis Durán
José Severino, Juan de Mena y Juan de Oreytia, a cambio de que le señalen
intereses “por razón de derechos de socavón”.

En Junio de 1717, Fernando Sistemas y Juan de Murga Villavicencio, firman


contrato para trabajar 35 varas de mina en la yeta de Nuestra Señora de la
Soledad junto a la mina de Juan Durán. Al año siguiente, en esta misma yeta
Matero de Ortega vende 60 varas de mina colindantes con las estacas de
Mateo Gaioso, al Clérigo Toribio Valverde.

En Enero de 1724 doña Micaela de Andraca y Munive y del Maestre de Campo


con Gaspar de Salcedo vende en esta yeta, 16 varas de minas al Clérigo
Antonio de Valverde. Esta fue comprada al ey, en remate público por don
Gaspar de Salcedo por su sobrino el Marque de Villa Rica don José Salcedo y
por el minero Juan de Oreytia.

En este mismo año de 1724, que al parecer fue muy activo en transacciones
mineras, Juan Satudio Durán y Tomás Durán vende al Capitán de Infantería
Española don José González de San Román (quien acaba de ser nominado
Alcalde Provincial de la Santa Hermandad de la Ciudad de la Paz, por renuncia
que hizo a su favor el Marque de Villa Rica de Salcedo y José de Valverde, 18
varas de minas en la estaca de su Majestad en la yeta de Nuestra Señora de la
Soledad.

En Octubre de 1731, el Capitán Mateo de Ortega, forma compañía con el


Maestre de Campo José González de San Román, para trabajar una mina y
estaca entera en la yeta de la Gloriosa Santa Rosa pegada a “la descubridora”.

Así en 1736, Tomás Durán, María Durán y Luis de Esquive venden en 100
pesos a Antonio de Saravia 24 varas de mina en el ingenio y Minas de San
Juan Bautista de Uncalliri, en la yeta de Santa Rosa, y que les fueron donadas
por don José González de San Román, En Febrero de 1737, a su vez, don
Felipe Durán dona a don Miguel de San Román y Zevallos, 40 varas de mina
en la yeta de Nuestra Señora de la Soledad.

En junio de 1739, doña Marcelina Hurtado, mujer de Juan Martínez de Arrazola,


vende al ya por entonces Mestre de Campo don Miguel de San Román y
Zevallos, Alcalde Provincial de la Sta. Hermandad de la Ciudad de la Paz y
corregimientos del Distrito de su Real Caja, Azoguero y dueño de Minas 16
varas de mina en la estaca de su Majestad y yeta de la Gloriosa Santa Rosa,
que les compró de doña Micaela de Andraca y del Maestre de Campo don
Gaspar de Salcedo y que lindaban cerro abajo con las de Antonio de Oreytia y
cerro arriba con las de los herederos del Capitán don José González de San
Román.

En Febrero de 1741 Juan Antonio de Oreytia celebra compañía con Juan


Antonio Bravo de Saravia, para trabajar sus 16 varas de mina que posee en la
yeta de Nuestra, Señora de la Soledad contigua a la de Santa Rosa.

En Agosto de 1741, doña Magdalena de Tapia y el Cap. Mateo de Ortega


venden a doña Brígida de Ayala, 20 varas de mina en la yeta de Santa Rosa.
Brígida de Ayala esposa que fue de don Pedro de Luque, era una de las más
acaudaladas personas que vivían por aquellos años en Puno y una de las que
más contribuyó con su peculio a la construcción de la hermosa, cuanto
espléndida Catedral de Puno (como consta en documentos de la época), dicen
que en gratitud a haber hallado muy ricos filones de plata en sus minas de este
cerro de Pompería.

Al año siguiente, o sea en 1742, añadió 60 varas de mina a sus pertenencias


en la yeta de Santa Rosa, al haberse comprado del azoguero Domínguez
Bravo de Saravia.

En 1835, todavía, era trabajado este mineral por un señor Elías Bravo.

Cancharani.

Su nombre parece provenir del quechua “iluminado” o “con iluminación”, quizás


en referencia a que en época de lluvias la cumbre de este cerro, con
frecuencia, se carga de nubes negras precursoras de fuertes aguaceros, las
que, sin piedad descargan sus rayos sobre sus metálicas rocas iluminando el
ambiente. Los puneños decimos entonces que “Cuando Cancharani está con
montera, llueve aún que Dios no quiera” Tal vez provenga de que cuando se
comenzó a arrancar la plata de sus argentíferas entrañas, era frecuente ver por
la noches sus cumbres iluminadas por multitud de braceritos, cuyas llamas
avivadas por
las brisas del Lago Sagrado, servían para fundir los minerales separado con
técnicas incaicas, la plata del resto de minerales inservibles. Estos eran las
famosas “guairanas” y no “guaironas” como escriben aquellos que ignoran el
habla de los Incas.

Este cerro debió haber sido explotado desde fines del siglo XVII, pues, en
Mayo de 1700 hallamos a Pedro Martín de Vargas como dueño de la mina de
Santa Cruz de Cancharani, quien forma compañía con el Capitán José Durán
para explotar esta mina.

En Diciembre de este mismo año de 1700 el Capitán Sebastían González de la


Fuente, residente en Puno da poder al Capitán Marcos García de Arriaga para
que ampare y administre sus minas de Cancharani Pompería, el Manto y
Laykakota.

En Enero de 1701 los capitanes Jacinto Gómez de Figueroa y Francisco de


Vera de una parte y de otros al Capitán Francisco Martínez de Arrazola
celebraron compañía en los intereses que tenían en el mineral de Cancharani,
en la estaca que llamaban de la Pampa.
En Octubre de 1706 Manuel Tenaquero y Martín Provincia de Peralta piden se
les otorgue la estaca que dejó Pedro Tabares Velazco en la yeta Santa Cruz de
Cancharani y otros en la yeta de la Santísima Trinidad de la estaca
descubridora.

En este cerro de Cancharani estuvo la riquísima mina de San Luis como


muchas bocas como la 24 que fue la descubridora, la famosa de los Apóstoles
y la de Tamayo.

Esta mina de los Apóstoles que hemos mencionado, dicen que fue espléndida
en minerales de plata, tanto que ha dado lugar a una especie de leyenda que
atribuye que sus poseedores eran 12 y a quienes se les denominaba los
Apóstoles. Sin embargo, la verdad es que esta mina perteneció a doña María
Teresa Tenaquero, suegra de don Miguel Jacinto San Román quien las hizo
trabajar, allá por 1735, y, es muy probable la hizo suya posteriormente al
haberla heredado su esposa Manuela Josefa.

El Manto

El Manto era otra de las zonas mineralizadas de los alrededores de Puno, fue
explotado desde mediados del siglo XVII, hasta muy avanzado el siglo XIX,
prueba de ello es que en Abril de 1700, los capitanes don Juan Freyre de
Andrade y Juan de Oreytia convienen en trabajar las labores y estacas que
poseen en la yeta San Pedro y San Pablo de la ladera del manto. Por esta
época otro poseedor de mina y socavón en esta ladera era el Capitán Juan del
camino y Cabeza, a quien don Marcos García de Arriaga le donó 15 varas de
mina en el tajo del lnga en la veta de San Francisco de Andrés de Rosas (y que
eses año de 1701, eran de Francisco Vera), y con ellas de Antonio de Andrade.

En Julio de 1719, don Fernando de Cárdenas, minero, vende a Juan de Oreytia

10 varas de mina en la veta de San Pedro y San Pablo, pagados a las de la


madre de Valeriano Durán.

En Octubre de 1729, El Licenciado don Cristobal de Galdo Arellano, Comisario


del Santo Oficio de la Inquisición de esta Provincia de Paucarcolla, vende al
Capitán de Cavallos don José Jauregui, azoguero y dueño de minas, 5 varas
de mina en el Manto de Nuestra Señora del Rosario y yeta del Señor San
Miguel, en los intereses de Claudio de Mosquera.

En Noviembre de 1729, doña Juana de Rosas, mujer de José de Ulloa, vende


una estaca entera de 60 varas de mina en la veta ya mencionada del señor
San Miguel, pagadas a los de Lorenzo de Rosas, al capitán don Claudio de
Mosquera, azoguero y dueño de minas.
San Luis de AIva

El asiento de San Luis de AIva, es sin duda alguna, tan famosos, el asiento de
Laykakota o como de Cancharani, con el agregado de que aquí se levantó todo
un pueblo que, a la llegada del Conde de Lemos a esta rica minería fue
destruido y su población trasladada al pueblo de Puno en 1668.

Al parecer estas minas fueron ahogadas siendo su explotación posterior muy


limitada.

En Agosto de 1700, poseía en este asiento algunas minas el Capitán Tomás


Calderón.

En Octubre de 1706, don Manuel de Venegas vende, al Cap. Marcos de


Valverde, la mina y estaca entera “descubridora” de 60 varas, en la yeta del
Arcangel San Miguel en 150 pesos. Lo que no muestra que los minerales
estaban, en esta fecha, muy empobrecidos.

San Antonio de Esquilache

El asiento de San Antonio de Esquilache es uno de los primeros, sino el más


antiguo, que se explotó en esta zona de Puno, y su riqueza ha resultado ser tan
grande que aún en la actualidad se sigue extrayendo de sus entrañas plata,
plomo y zinc.

En 1619, el Virrey Conde de la Gomera mando fundar este asiento minero,


“cuya inmensa riqueza fue tal que por la gente empleada en sus labores
utilizaba el prelado de la diócesis 14,00 pesos sólo del ramo del cuarto funeral”.
Y hubo minero que alquiló la mina de la Fragua en 1400 pesos diarios.

El año de 1700, el Capitán Sebastián de Salazar dueño de mina en el asiento


de San Antonio de Esquilache y vecino de Puno, y doña Elena de Cárdenas, su
mujer, vendieron a su tal Salvador Seledón, vecino de dicho asiento, sus minas
y casas. En este misma década, don Pedro Antonio Velasco, y don José Lino
Urbicaín, firmaron un convenio para delimitar sus minas, socavones e ingenios
que poseían en el asiento de San Antonio de Esquílache.

A fines del siglo XVIII estas minas estaban un tanto abandonadas tanto que
hicieron escribir a don Cosme Bueno: “este mineral dio inmensas riquezas y
aún pudiera dar muchas si hubiera gente y ánimos para empeñarse en sus
labores”

Otras Minas

El esplendor y riqueza de la mayoría de las minas de plata descubiertas y


trabajadas durante el siglo XVII ya había declinado al llegar el siglo XVIII, con
excepción de las minas y placeres auríferos de las zonas de Sandia, Carabaya
y Poto (hoy Ananea).

Si embargo, además de las minas que ya hemos mencionado anteriormente


habían muchas otras que aún se seguían explotando. A pesar de que existe un
gran número de socavones abandonados como testigos evidentes de un
laboreo múltiple intenso, en todas las provincias y distritos del actual
Departamento de Puno, sin embargo la información documental es escasísima,
de modo que la labor de búsqueda, recopilación, concatenación y correlación
de datos se hace sumamente difícil.
Por aquellos años, en Azángaro, las minas que aún se seguían trabajando eran
las del asiento de Poto de las que se extraía alrededor de 2400 onzas de oro al
año. Como dato interesante anotaremos que el Coronel Juan Bustamante, el
famoso “mundo Puricuj”, trotamundo defensor de los indios, por cuya causa
ofrendó la vida, en Enero de 1854, tomó en alquiler la hacienda mineral de Poto
del Distrito de Muñani, en Azángaro, dedicándose a trabajar las minas de oro
que allí existían, de donde creemos provino su riqueza que lo convirtió en un
admirable filántropo.

A fines del siglo XVII hacia el lado de la selva, los centros mineros más
importantes eran Patambuco y Chaquiminas dependientes de Sandia; San
Juan del Oro, dependiente de Quiaca; Ituata, Ollachea y Corani, dependientes
de Ayapata; y Alpacato, Limbani y Checani, dependientes de Phara.

Sucesos Importantes en las minas de Laykakota.

La importancia que reviste el asiento minero de este nombre estriba no solo en


la indudable riqueza de yacimiento -que ubicó a sus propietarios entre los más
opulentos de la época-, sino en la repercusión que tuvieron los graves
incidentes producidos en esa mina, y cuya significación social y política es
revelada por el historiador Jorge Basadre en su estudio sobre el Virrey Pedro
Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos:

“Los dramáticos sucesos que culminan en la lucha del virrey Conde de Lemos
contra los hermanos Salcedo, tienen, desde el punto de vista social dos
características de trascendencia. En primer lugar, es la lucha de la autoridad
política encarnada por el Grande de España contra el poder económico que,
por ser fuerte, tiende a desmandarse; lucha implacable; con menosprecio de
conveniencias o ventajas, que en tiempos posteriores no parece concebible.
En este caso, es la lucha entre el armiño, símbolo de la aristocracia, contra la
plata, símbolo de la riqueza; o, mejor dicho, entre el blasón y la mina, entre la
sangre azul y la sangre roja”.

El segundo aspecto que señala Basadre es que se trata de una manifestación


de la pugna clásica entre la autoridad central y el poder localista de los señores
provincianos, que aparece con el nacimiento mismo del Perú colonial, y fue una
de las claves del largo y cruento periodo de las guerras civiles. Esa permanente
fricción tiene particular intensidad en el campo de las actividades mineras, que
son las de mayor atractivo para los españoles que vienen a hacer la América.
El enriquecimiento es casi siempre obra de la casualidad, y se forman
inmensas y rápidas fortunas, que en unos casos permiten ganar el favor y la
obsecuencia de las autoridades, y, en otros, despiertan el recelo, la envidia y el
apetito de los mismos representantes del sistema colonial. Se generan así, ora
atropellos impunes del poderoso, ora abusos de la autoridad con fines de
despojo, o por simple animadversión a causa de la violencia que les produce
ver improvisados que se vuelven millonarios de la noche a la mañana.

Todos estos ingredientes se encuentran, en diverso grado, y en sus distintos


momentos, en el caso de las minas de Laykakota, y los dramáticos
desenvolvimientos que ofrece su historia.

Durante el incanato la minería de la plata hubiese trabajado con moderada


intensidad en la zona de lo que es hoy el departamento de Puno, pero, sea
porque se trataba de vetas poco atractivas, o por la reserva generalmente
observada por los indios, en los primeros años de la Colonia no se desarrolla
mucha actividad en ese campo, debido también a que el mayor interés se fija
en las explotaciones, relativamente cercanas, de Porco y Potosí.

Identificada la región como provincia de Paucarcolla, la producción minera es,


pues, inicialmente muy limitada, y comienza a adquirir alguna significación en
1619 cuando se descubre el asiento de San Antonio de Esquilache, que recibe
este nombre en honor del Virrey de entonces, Francisco de Borja y Aragón,
Príncipe de Esquilache. Es en relación con esta minera que hace su primera
entrada en escena el mayor de los hermanos Salcedo, Gaspar, que tenía
acentuada vocación minera.

Gaspar Salcedo había realizado actividades de explotación en la provincia de


Paucarcolla, tras la huella argentífera en las Lagunitas, Santa Lucia, Cerrillo,
Bruno, Huarumpampa, y otros lugares de Puno. En San Antonio de Esquiiache
halló vetas muy ricas, que exploró en tres socavones. En los primeros años del
gobierno del Virrey Luis Enríquez de Guzmán, Conde de Alba de Liste, que
inició su mandato en febrero de 1655, y lo ejerció hasta 1661, fue fundada la
población de San Luis de AIva, confiriéndosele la categoría de capital de la
provincia de Paucarcolla.

José Salcedo, hermano de aquél, trabajaba con poco éxito las minas del cerro
de San José, y en 1657, según unos por revelaciones de un indio, según otros
por consejo de una india, atacó el crestón del vecino cerro de la Laykakota,
descubriendo una yeta valiosa, y lo mismo hizo en la laguna cercana, que
mandó barrenar, “encontrando una rica mina de plata blanca”, que pudo ser
extraída a poco costo, abriéndose dos bocas principales, la de “Las Animas” a
la de “Laykakota la baja”. Se asegura que de esta última, en una sola noche
José Salcedo sacó 93 bolsas de mineral, por el valor de más de cien mil pesos.
En la misma mina obtuvo un bloque de plata maciza y sin mezcla, que pudo ser
marcado como si fuera barra una vez fundido para separar el quinto del rey. La
riqueza del asiento se extendía en los alrededores: los cerros de Cancharani, el
del “Azogue” y otros.

Se asegura que entre los dos hermanos Salcedo, en unos siete u ocho años,
obtuvieron de las minas de Laykakota más de 24 millones de pesos, y, estando
a otras informaciones, el quinto real llegó a exceder de un millón al año o sea
una producción de más de cinco millones anuales. Bargallo (Capitulo “Las
Minas del Perú”, de su obra “La Minería y la Metalurgia en la América Española
durante la época colonial”) hace esta apreciación: “Es probable que los Salcedo
fueran los hombres más ricos de época, en América; y su fama de generosos
con los humildes y hasta con los oidores, perduró largos años”.
La posición alcanzada ensoberbeció a los Salcedo, que llegaron a sentirse
intocables, especie de señores feudales de la región; pero, al mismo tiempo, su
rápido y extraordinario enriquecimiento los hizo objeto de envidias por parte de
competidores y vecinos, y aún de algunas autoridades, dando origen a los
choques, fricciones y conflictos que culminaron finalmente en los trágicos
acontecimientos que hicieron tan notoria a Laykakota.

Uno de los factores concurrente fue la tradicional rivalidad entre andaluces y


vascongados en el Virreinato, que tuvo expresión en los enconados
enfrentamientos que durante casi un siglo ensangrentaron Potosi y otros
puntos del Altiplano, yse conocen como la Guerra de las Vicuñas y
Vascongadas (1), Hacia 1661 hubo en recrudecimiento del conflicto, con
graves incidentes en la ciudad de la Paz, en los cuales participaron algunos
mestizos que habían sido despedidos de Laykakota, y a donde retornaron con
el refuerzo de varios de los participantes en aquellos disturbios.

La situación se mantuvo tensa en la Laykakota, hasta que el 24 de junio de


1665, con motivo de la celebración de la festividad de San Juan, se suscito una
gran pendencia, que comenzó entre indios y en la que pronto participaron los
amos, entre los que se encontraban los hermanos Gaspar y José Salcedo
andaluces, y, en el otro bando, el Capitán Martín de Garayar, vascongado, y
varios amigos suyos. Habiéndose incendiado la casa de Garayar, este,
suponiendo que se pretendía asaltar su morada, se parapetó en el interior e
hizo disparos de armas de fuego, hiriendo gravemente al fraile franciscano Fray
Simón de Miranda, y a un soldado andaluz, quienes fallecieron poco después.

Gobernaba el Perú el Virrey Diego Benavides y de la Cueva, Conde de


Santisteban, quien, ante la denuncia de que las autoridades de Laykakota se
habían parcializado a favor de los Salcedo, envió, para poner orden, a Angel
Peredo, como Gobernador de Paucarcolla. No tardó éste en tener
discrepancias con los Salcedo y, ante los actos de desacato de que se le hacia
objeto, hubo de retirarse a San Antonio de Esquilache, donde comenzó a reunir
gente y llamó en su auxilio a los corregidores de Lampa y Chucuito.
Contando ya con alguna fuerza que el permitiera hacer valer su autoridad.
Peredo hizo publicar un bando en Laykakota haciendo un llamamiento a los
vasallos leales. Las vicuñas y partidarios de los Salcedo respondieron
convocando una concentración en Juliaca, consiguiendo el respaldo del
Corregidor del distrito Juan Salazar. Mientras tanto, Gaspar Salcedo, reclutaba
gente en el Cuzco, enviando a los amotinados armas y dinero, de modo que
pronto formaron un cuerpo de alrededor de 900 hombres.

La indecisión del virrey permitió a los Salcedo imponerse; tomaron el completo


control de Laykakota, hirieron y expulsaron a los leales, y el propio Peredo, con
cinco tiros de bala, hubo de refugiarse en el templo de San Pedro, y para salir
con vida tuvo necesidad de que un sacerdote lo acompañara hasta Anca.
Existen versiones de que Peredo había actuado, no sólo sin sagacidad, sino con
abierta hostilidad hacia los Salcedo.

Falleció el virrey el 17 de marzo de 1666, se produce un cierto vacío de poder,


durante el cual los Salcedo mantienen su preeminencia. Recién el 21 de
noviembre de 1667 hace su ingreso oficial a Lima el Virrey sucesor, Pedro
Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos informado de los hechos, llamó
a Lima a Gaspar de Salcedo y al Corregidor de Juliaca Juan de Salazar y los
puso en prisión.
Comprendiendo la gravedad que revestía el problema, el Conde de Lemos,
resolvió ir en persona al teatro de los sucesos, y dejando a su mujer como
virreina, se embarco en el Callao el 7 de junio de 1668, rumbo a lslay. Llegó a
Arequipa el 16 de julio, y prosiguiendo hacia Puno entró a Laykakota el 3 de
agosto. “Bastó su presencia para paralizar los arrestos de los valentones y
perdonavidas que infestaban el asiento y sin resistencia echo mano de José de
Salcedo y de los que figuraban como cabecillas”, dice Rubén Ugarte en su
“Historia General del Perú”.

José Salcedo fue condenado a la horca, aplicándosele primero garrote, luego se


le colgó de un palo en la plaza de la flamante localidad de San Carlos, y su
cabeza se colocó en la picota. Muchos otros fueron sometidos a la pena de
muerte. En una de sus cartas, el propio Conde de Lemos suministra esta
información: “También condené a muerte a 64 de los más culpados, y se ha
ejecutado hasta la sentencia en 28, y en un bajel que tuve prevenido en el
puerto de lslay, remitió al presidio de Valdivia 23 que no parecieron tan
culpados”. Los datos de Lemos no coinciden con otros, según los cuales,
recogidos en el Diccionario Histórico Biográfico de Manuel de Mendiburu,
“después de la prisión de muchos y de la fuga de más de dos mil individuos,
fueron ejecutados 42 en suplicios públicos, inclusive José Salcedo, sus
dependiente y principales amigos” hubo 72 llamados por edictos y pregones y
condenados a muerte en rebeldía, uno de ellos Gaspar Salcedo...” Este último
se encontraba preso en Lima, lo que probablemente le salvó la vida, y fue
después condenado a seis años de destierro, al pago de las costas procesales,
y además 12,000 pesos.

Posteriormente, los representantes de los Salcedo siguieron en Madrid un juicio


de reivindicación, denunciando la crueldad de Lemos y la parcialidad de Peredo.

Por la real disposición ejecutoriada se mandó devolver a Gaspar Salcedo todos


los bienes embargados. Años más tarde, el Rey Felipe V, con fecha 13 de
noviembre de 1703, concedió el titulo de Marquez de Lillanica de Salcedo a un
hijo de José Salcedo, del mismo nombre de éste.

La dramática peripecia de Laykakota y los Salcedo tuvo efectos catastróficos


desde el punto de vista minero, pues el rico asiento fue inundado, según unos
por orden del Conde de Lemos, según otros por acción de Salcedo y sus
seguidores. “Las labores de las minas -dice Bargalló- quedaron definitivamente
interrumpidas y se anegaron. Más tarde hubo el propósito de abrirlas de nuevo,
pero lo impidieron las aguas”.

Las Minas de San Antonio Esquilache (Plata)

El descubrimiento de la mina de San Antonio de Esquilache, en Puno, se sitúa


en 1619. El cerro de San Antonio dista doce leguas de la ciudad de Puno. El
hallazgo fue hecho por Durán, compañero de los famosos Salcedo, con ocasión
del viaje que emprendió a España, pues el camino hacia la costa pasa por ese
lugar, y con los conocimientos mineros que tenía pudo apreciar una formación
metálica. El asiento comprende las minas de Farallón, Crestón, Concepción, los
Padres, el Azufrado, Belén, San Miguel, San Antonio, Jesús María, Atocha y
Victoria.

Otras minas que se mencionan son las: Minas de Paratía y otros en Lampa.
Las Minas de Carabaya (Oro), AsilIo, Sandia (Plata), Azángaro (Oro)
LECTURAS ADICIONALES

1. “LA MINERIA EN EL PERU: UNA CONSTANTE” Franklin Pease, Informativo


Mensual Sociedad Nacional de Minería y Petróleo Año V N03 Abril Mayo 1996,
Perú.

2. “ACTIVIDAD MINERA PREHISPANICA EN EL ANTIGUO PERU” Ing 0 Marco


Fernández — Concha Marazzi, Trabajos Técnicos Segundo Congreso Nacional de
Minería Agosto 1998, Perú.

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