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Coloquios de Historia del Derecho, Universidad Autónoma de Madrid

Jueves, 20 de octubre de 2016

La sociedad mercantil en Sevilla entre 1747 y 1848

El hallazgo de documentos mercantiles de diversa tipología en el seno del Archivo


Histórico de Protocolos de Sevilla, gracias a la indicaciones facilitadas por el profesor Carlos
Petit, me ha permitido adentrarme en el estudio sistemático de la sociedad comercial desde una
perspectiva histórica.
La elaboración de un discurso que abarcara toda la vida de la sociedad -el momento
constitutivo, con referencia a los diversos requisitos formales del contrato, los socios que
participan en su formalización, el capital social, las reglas de la administración y las causas y
procedimientos de disolución- ha requerido de la utilización de una pluralidad de fuentes;
documentales, legales y doctrinales.
El apartado de las fuentes del primer tipo no se ha limitado a los contratos constitutivos,
aún contando éstos con una atención preferente, sino que ha sido completado con otros acuerdos
documentados, como la separación de algún socio, la revocación de los contratos, la definitiva
terminación de la escritura de la sociedad y los demás papeles que estuvieran relacionados con
la naturaleza societaria. Además, tampoco nos hemos circunscrito al Archivo anteriormente
citado, pues también han sido consultados otros fondos muy útiles, como el Archivo de la
Cámara de Comercio de Sevilla –depositario del antiguo registro del último Consulado de
Comercio sevillano- y el del Archivo General de Indias, donde, en ausencia de escrituras de
compañías de índole privada, se halló el Borrador de unas Ordenanzas para el proyecto de un
Consulado (Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción), que finalmente no fue aprobado. La
mención a este hallazgo me permite, a su vez, introducir el capítulo relativo a las fuentes
legales, compuesto por un elevado número de Ordenanzas como las bilbaínas de 1737, o las del
Consulado Nuevo de Sevilla, así como otros proyectos como el del Consulado de Málaga de
1828, o el Real Tribunal del Consulado de Cádiz de 1800. Por supuesto, el proceso de
codificación ha sido abordado y estudiado desde el prisma societario, analizándose para ello, no
solo el Código de comercio de 1829, sino también varios otros textos y proyectos, como el de la
Comisión Legislativa de 1828, los Códigos mercantiles de reforma de 1837 y 1838, y
lógicamente el precedente al Código de Sainz de Andino constituido por el Code de commerce
de 1807. En cuanto a la doctrina, a pesar del predominio de los autores hispanos, no se ha
renunciado a la consulta de otros autores tan fundamentales como J. M. Pardessus, dada la
influencia de su pensamiento en la redacción del primer Código español.
Por otra parte, la determinación del período estudiado se debe, básicamente, a una doble
motivación; en primer lugar, la existencia de un lapso temporal suficientemente amplio para
poder acometer el análisis de la evolución de la compañía privada en un momento histórico en
el que se producen cambios legislativos de gran calado en el terreno mercantil; en segundo
lugar, el arco temporal enmarcado entre el hito inicial representado por la constitución, en 1747,
de la Real Compañía por acciones de San Fernando y su término final, asociado a la aparición
de la Ley de sociedad anónimas de 1848, posibilitaba estudiar y apreciar el giro producido en la
taxonomía societaria, comenzando por una Real Compañía otorgada a través de la fórmula del
privilegio hasta llegar a un nueva fórmula social, supuestamente heredera de aquélla, pero con
un nuevo carácter y una novedosa limitación de la responsabilidad.
Sin embargo, este relato de hechos no implica que la ponencia vaya a sustentarse, al
igual que la tesis, en un análisis exclusivo de la sociedad anónima, sino que, aunque nos
detendremos, esencialmente, en los requisitos formales y en los socios que constituyeron las
sociedades, nos interesaran aspectos de diferente naturaleza; las sociedades colectivas,
comanditarias y anónimas, el capital social, las reglas de gestión y la responsabilidad
patrimonial –social y personal-, y por último, la finalización de la relación societaria con las
fases que integran dicho proceso.

Jesús Jimeno Borrero (Universidad Carlos III de Madrid)

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