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Artículo 1
Artículo 1
1
Véanse Dehennin (1957: 41), Morris (1969: 18), Havard (1988: 162), McMullan (1995: viii y xi–xii), Feal Deibe
(2000: 12), Crispin (2002: 59 y 61), Walters (2002: 47), y Bou (2002: 14). La actitud elogiosa de estos críticos
no tiene continuidad en un estudio de Candelas Gala, quien se limita a reconocer que La voz a ti debida es
‘possibly Salinas’s most celebrated poetry collection’ (2004: 121).
310 JORDI LARIOS
2
Vialla Hartfield-Méndez indica que en La voz a ti debida ‘[t]he Genesis creation myth is absolutely inverted
when woman becomes like God: it is she who breathes life into man’ (1996: 89).
LA POSESIÓN DE LA AMADA EN LA VOZ A TI DEBIDA 311
Lucha
por no quedar en donde quieres tú:
aquí, en los alfabetos,
en las auroras, en los labios.
Ansia
de irse dejando atrás
anécdotas, vestidos y caricias,
de llegar,
atravesando todo
lo que en ti cambia,
a lo desnudo y a lo perdurable.
312 JORDI LARIOS
Y mientras siguen
dando vueltas y vueltas, entregándose,
engañándose,
tus rostros, tus caprichos y tus besos,
tus delicias volubles, tus contactos
rápidos con el mundo,
haber llegado yo
al centro puro, inmóvil, de ti misma.
Y verte cómo cambias
— y lo llamas vivir —
en todo, en todo, sí,
menos en mí, donde te sobrevives. (1996: 153, vv. 831–56)
El sujeto hablante oscila entre la superficie de la vida y un ámbito que está más
allá de esta superficie, entre el ‘[a]yer te besé en los labios’ que abre el fragmento 36
y el ‘[t]e estoy besando más lejos’ que lo cierra (1996: 180–81, vv. 1290 y 1316); entre
‘la irrefutable tú,/ desnuda Venus cierta’ del fragmento 40 y el ‘mejor tú’ de la amada
que espera encontrar en el ‘fondo’ de ésta, como confiesa en el fragmento 41 (1996:
187–88, vv. 1444–45, 1454, y 1456); entre las ‘sombras’, las ‘copias’, los ‘retratos’,
los ‘simulacros’, y los ‘espectros’ de sí misma que ella le envía para consolarle, y la
amada auténtica, dualidad en torno a la cual se organiza el fragmento 49, que
contiene estos versos tan significativos:
Yo vivo
de sombras, entre sombras
de carne tibia, bella,
con tus ojos, tu cuerpo,
tus besos, sí, con todo
lo tuyo menos tú.
Con criaturas falsas,
divinas, interpuestas
para que ese gran beso
que no podemos darnos
me lo den, se lo dé. (1996: 203–04, vv. 1731–32, 1747, y 1754–64)
El sujeto hablante oscila, en fin, entre los ‘besos’ de la amada, por un lado, y, por
otro, su ‘verdad más honda’, su ‘alma delgada y esquiva’, aludidos en el fragmento
53 (1996: 210–11, vv. 1857, 1855, y 1880).
En el 52 recurre a la complicidad de un espejo para sujetar a la amada y así poseer
aquella parte de su ser que ella siempre le ha negado, aunque esta posesión implique,
paradójicamente, perderla:
Distánciamela, espejo;
trastorna su tamaño.
A ella, que llena el mundo,
hazla menuda, mínima.
Que quepa en monosílabos,
en unos ojos;
que la puedas tener
LA POSESIÓN DE LA AMADA EN LA VOZ A TI DEBIDA 313
a ella, desmesurada,
gacela, ya sujeta,
infantil, en tu marco.
Quítale esa delicia
del ardor y del bulto,
que no la sientan ya
las últimas balanzas;
déjala fría, lisa,
enterrada en tu azogue.
Desvía
su mirada; que no
me vea, que se crea
que está sola.
Que yo sepa, por fin,
cómo es cuando esté sola.
Entrégame tú de ella
lo que no me dio nunca.
Aunque así
— ¡qué verdad revelada! —,
aunque así, me la quites. (1996: 209, vv. 1828–54)
Porque de eso se trata, de quitarle ‘esa delicia/ del ardor y del bulto’, de arrancarle
el cuerpo, de eliminar uno por uno todos sus atributos físicos y de reducirla a la
condición de ‘sombra’, no de las ‘sombras/ de carne tibia, bella’ del fragmento 49,
sino de la ‘sombra descarnada’ del fragmento 56, que describe meticulosamente este
proceso de supresión del cuerpo de la amada (‘labios’, ‘brazos’, ‘color’, ‘bulto’, ‘voz’:
la ‘carne’, en definitiva), de su transformación en sombra, proporcionando así una de
las claves más importantes para una interpretación plausible del poema:
Me estoy labrando tu sombra.
La tengo ya sin los labios,
rojos y duros: ardían.
Te los habría besado
aún mucho más.
Así
mi amor está libre, suelto,
con tu sombra descarnada.
Y puedo vivir en ti
sin temor
a lo que yo más deseo,
a tu beso, a tus abrazos.
Estar ya siempre pensando
en los labios, en la voz,
en el cuerpo,
que yo mismo te arranqué
para poder, ya sin ellos,
quererte.
¡Yo, que los quería tanto!
Y estrechar sin fin, sin pena
— mientras se va inasidera,
con mi gran amor detrás,
la carne por su camino —
tu solo cuerpo posible:
tu dulce cuerpo pensado. (1996: 215–16, vv. 1946–81)
Este fragmento 68 allana el camino para el desenlace del poema en el 70, coincidente
con una afirmación rotunda de la vida, de los cuerpos, del amor físico, con la cual el
sujeto hablante abandona su afán anterior de poseer el ‘dulce cuerpo pensado’ de la
amada:
¿Las oyes cómo piden realidades,
ellas, desmelenadas, fieras,
ellas, las sombras que los dos forjamos
en este inmenso lecho de distancias?
Cansadas ya de infinitud, de tiempo
sin medida, de anónimo, heridas
por una gran nostalgia de materia,
piden límites, días, nombres. (1996: 244, vv. 2431–38)
LA POSESIÓN DE LA AMADA EN LA VOZ A TI DEBIDA 315
Hace más de medio siglo, Leo Spitzer observó que si ‘la realidad de la mujer’ de
La voz a ti debida no se corresponde con la imagen que proyecta, con su ‘alma’ o con
los sentimientos que provoca en el sujeto hablante, es decir, si sólo puede buscarse
‘en el más allá, el detrás de todo que es como la muerte [. . .], resulta que esa realidad
no se asienta verdaderamente más que en la especulación metafísica del poeta mismo’
(1955: 235). Según Spitzer, el sujeto hablante de La voz a ti debida realiza tal
esfuerzo por ignorar la materialidad de la amada que su amor es un ‘[a]mor gratuito
que se satisface con la realidad interior y solitaria del [mismo sujeto hablante]’, quien
asumiría ‘todo el peso del amor’ por ser la amada ‘un concepto puro’ (1955: 239).
Si no me equivoco, Spitzer fue el primero en destacar la vertiente metafísica de La
voz a ti debida y la crítica posterior no le ha desmentido. Elsa Dehennin, por ejemplo,
examina la ‘passion d’absolu’ del sujeto hablante, su ‘idéal mythique d’un amour et
d’une vie transréels’ (1957: 41), que equipara a un misticismo amoroso. Desde una
perspectiva distinta, sustentada en el Essai sur les données immédiates de la conscien-
ce (1889), de Henri Bergson, J.M. Aguirre se propone
establecer la coherencia metafísica de La voz a ti debida [. . .], tratando de demostrar
la estrecha relación existente entre el poema de Pedro Salinas y la filosofía de Bergson,
así como el grave problema que la adherencia inicial a la misma supuso para el poeta.
(1978: 98)
Robert G. Havard, por poner otro ejemplo, defiende que La voz a ti debida es ‘the
diary of an affair’ (1988: 164), aspecto cuya captación cree imprescindible para que
el libro en su conjunto tenga sentido: ‘Only when we appreciate that La voz deals
with an affair does it fall into place as a volume. This holds true as much for its
“literariness” as for its “metaphysical inquiry”’ (1988: 165). La aventura amorosa
justificaría que Salinas se sirva de la tradición del amor cortés, por ser éste un amor
adúltero, ilícito, e influiría sobre el planteamiento metafísico del poema en el sentido
que constituye una apuesta a favor de la libertad: en el contexto del amor cortés,
‘[m]arriage [. . .] implies duty, bondage, while the extra-marital situation is based on
choice, freedom, the thematic touchstone of La voz’ (1988: 166), elemento esencial del
tema y elemento igualmente esencial del carácter de la amada, un carácter cambiante
que la convertiría en ‘Salinas’s metaphysical ideal’ (1988: 166).
Pero si la crítica ha seguido los pasos de Spitzer al hacer hincapié en la vertiente
metafísica de La voz a ti debida, en general se ha mostrado muy dura con él por
haber sugerido que la amada del poema es ‘un concepto puro’. Jorge Guillén piensa
que en este apartado Spitzer sacó una ‘[c]onclusión monstruosa’ (1971: 11), y Havard
asegura que
a great disservice was done to Salinas by Leo Spitzer’s early essay which [. . .] made
the unforgiveable error of stating that the amada in La voz is not a woman at all but a
figment of the poet’s imagination. (1988: 162–63)
Entre quienes se niegan a ver en la amada de La voz a ti debida ‘un concepto puro’
también figura Carlos Feal Deibe, que, al reflexionar sobre el fragmento 3, concluye
que ésta ‘[n]o se identifica con [el sujeto hablante]: no es un “concepto puro”’ (2000:
122). Tras comentar el fragmento 41, Feal Deibe reitera su discrepancia con Spitzer:
‘Spitzer agota toda la realidad de la amada en la empírico-existencial y confunde a la
amada esencial con un “fenómeno de conciencia” o bien una simple “especulación
metafísica”’ (2000: 138). A mi juicio, sin embargo, y a pesar de la rotundidad de las
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objeciones de Guillén, Havard, y Feal Deibe, Spitzer tenía razón, al menos hasta
cierto punto y por razones que en su momento no acertó a formular. Estas razones
se hallan en la obra de Ortega.
Meditaciones del Quijote (1914) es el primer libro publicado por Ortega y uno de
los textos donde expone su pensamiento sobre la dicotomía vida-cultura o vida-razón.
En él fija la función de la cultura y el perímetro de la vida:
La cultura nos proporciona objetos ya purificados, que alguna vez fueron vida espontánea
e inmediata, y hoy, gracias a la labor reflexiva, parecen libres del espacio y del tiempo,
de la corrupción y del capricho. Forman como una zona de vida ideal y abstracta,
flotando sobre nuestras existencias personales siempre azarosas y problemáticas. Vida
individual, lo inmediato, la circunstancia, son diversos nombres para una misma cosa:
aquellas porciones de la vida de que no se ha extraído todavía el espíritu que encierran,
su logos. (1982: 27)
Ortega define ‘[e]l acto específicamente cultural’ como un acto ‘creador’, ya que
mediante él se extrae ‘el logos de algo que todavía era insignificante (i-lógico)’,
e insiste en que este logos, ‘en comparación con lo inmediato, con nuestra vida
espontánea’, es puramente ‘abstracto, genérico, esquemático’ (1982: 28). Las particu-
laridades del logos (‘abstracto, genérico, esquemático’) hacen que nuestra realidad
circundante sea comprensible: ‘es necesario que pongamos una distancia entre lo que
nos rodea inmediatamente y nosotros, para que a nuestros ojos adquiera sentido’
(1982: 29). Más adelante, Ortega fija de nuevo la función de la cultura en unas frases
muy conocidas:
Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. [. . .] en la escuela
platónica se nos da como empresa de toda cultura, ésta: ‘salvar las apariencias’, los
fenómenos. Es decir, buscar el sentido de lo que nos rodea. (1982: 30)
Carecen, pues, del rango de las cosas materiales: ‘Comparado con la cosa misma,
el concepto no es más que un espectro o menos aún que un espectro’, y, en conse-
cuencia, no puede ‘suplantar las cosas materiales’ (1982: 80). En este punto, Ortega
se muestra inflexible: ‘[l]a razón no puede, no tiene que aspirar a sustituir la vida’
(1982: 80). Ocurre, sin embargo, que la vida es inasible por naturaleza: ‘las cosas
como impresiones son fugaces, huideras, se nos van de entre las manos, no las
poseemos’ (1982: 81). Sólo es posible poseerlas mediante el concepto, porque éste ‘las
fija y nos las entrega prisioneras’ (1982: 81). El concepto no puede ofrecernos, como
la impresión, ‘la carne de las cosas’, pero nos ofrece su ‘sentido físico y moral’ (1982:
81). El concepto es, en definitiva, ‘el verdadero instrumento u órgano de la percepción
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y apresamiento de las cosas’, ‘un órgano o aparato para la posesión de las cosas’
(1982: 81). De ello se infiere que pensar el mundo es la única forma de poseerlo.
Sin el pensamiento ‘no poseemos nada con plenitud’ (1982: 82). Dicho de otro modo:
‘Sólo cuando algo ha sido pensado cae debajo de nuestro poder’ (1982: 82).
Antes he señalado que, en opinión de Havard, el poema de Salinas sólo tiene
sentido, en su conjunto, si se lee como la crónica o el dietario de una aventura
amorosa. En su introducción a las cartas del poeta a Katherine Whitmore, Enric Bou,
por su parte, apunta que ‘la célebre “trilogía amorosa” debe leerse a partir de ahora
[de la edición de la correspondencia de Salinas con Katherine Whitmore] bajo una
luz muy distinta’ (2002: 19), bajo la luz de las cartas en cuestión. Quizá La voz a ti
debida pueda leerse como el dietario de una aventura sentimental. Sin duda, algunas
de las cartas de Salinas a Katherine Whitmore permiten orientar su lectura en una
u otra dirección. No es cierto, sin embargo, que en su conjunto sólo tenga sentido en
tanto que dietario de una aventura amorosa, o que haya que leerlo necesariamente
bajo la luz de la mencionada correspondencia. El sentido más diáfano y más plausible
de La voz a ti debida surge al leerlo como un poema de amor donde se trasluce el
pensamiento orteguiano sobre la dicotomía vida-razón tal como aparece en
Meditaciones del Quijote o, mejor aún, como un poema de amor que actúa este
pensamiento.
Dehennin mantiene que el sujeto hablante de La voz a ti debida busca a la amada
para satisfacer un solo deseo, ‘[le] désir [. . .] de vivre hors du temps et de l’espace,
aux côtés d’une femme morte à la vie terrestre’ (1957: 44). Para Morris, en el frag-
mento 3 del poema el sujeto hablante diferencia entre ‘the woman who inspired his
love and his love for her, suspended in a timeless, unmarked plane’, que se imagina
como ‘a living death’ (1969: 165). Feal Deibe detecta en este mismo fragmento el tema
de la incompatibilidad con ‘el mundo social’ del amor entre sujeto hablante y amada,
lo que le induce a suponer que ‘[s]ólo al margen de todas las costumbres sociales,
y de los hombres que las crean, podrá encontrarse a la amada’ (2000: 120 y 121). Pero
la búsqueda de la amada también puede entenderse como el intento que realiza el
sujeto hablante de ir más allá de la amada aparente o superficial, y de acceder a la
amada profunda, la que no se ofrece a los sentidos pero late bajo la amada superficial
e inevitablemente se manifiesta a través de ésta, la que se halla en el ‘trasmundo’
del que habla Ortega, ‘un trasmundo constituido por estructuras de impresiones, que
si es latente con relación [al mundo de las puras impresiones, al “mundo patente”]
no es, por ello, menos real’ (1982: 51). Puede entenderse, por tanto, como el intento
de trascender la ‘vida espontánea e inmediata’, la ‘circunstancia’ de la amada, y de
extraer su ‘espíritu’ o su ‘logos’; como el intento de llegar a lo que en un ensayo
de 1927, ‘La elección en amor’, Ortega llama ‘un fondo oscuro, enorme, que está
situado debajo de nuestra conciencia’, como el intento de conocer ese ‘fondo’ de la
amada, que es lo que realmente la constituye:
La verdad es que [. . .] vivimos de una vida irracional que desemboca en la conciencia,
oriunda de la cuenca latente, del fondo invisible que en rigor somos. Por eso el psicólogo
tiene que transformarse en buzo y sumergirse bajo la superficie de las palabras, de los
actos, de los pensamientos del prójimo, que son mero escenario. Lo importante está detrás
de todo eso. (1959: 129, la cursiva es mía)
LA POSESIÓN DE LA AMADA EN LA VOZ A TI DEBIDA 319
Hay, en efecto, un ideal, pero sobre todo un ser abstracto, un concepto: el sujeto
hablante de La voz a ti debida idealiza a la amada, pero lo que de verdad le interesa
es poseerla plenamente, para lo cual debe pensarla (la meditación es ‘ejercicio eróti-
co’), extraer de su ser vivo un ser abstracto, es decir, poseíble. Debe extraer de
su vida cambiante el logos inmóvil, el concepto (el concepto es ‘rito amoroso’). Su
3
En su fecunda lectura de La voz a ti debida, J.M. Aguirre utiliza los términos bergsonianos de ‘yo convencional’
(superficial) y ‘yo profundo’ para referirse a la dualidad de la amada, e identifica el ‘mejor tú’ de ésta con
su ‘yo fundamental’. Ahora bien, la expresión ‘mejor tú’, así como el esfuerzo del sujeto hablante por
encontrarlo, también nos remiten a unas palabras de Ortega en Meditaciones del Quijote: ‘Hay dentro de toda
cosa la indicación de una posible plenitud. Un alma abierta y noble sentirá la ambición de perfeccionarla, de
auxiliarla, para que logre esa su plenitud. Esto es amor — el amor a la perfección de lo amado’ (1982: 12).
Calibrar hasta qué punto el pensamiento de Ortega sobre la dicotomía vida-razón es deudor de Bergson queda
fuera de los límites de este artículo.
4
Candelas Gala atribuye esta supuesta misoginia al poeta: ‘In the male poet’s estimation, the woman talks too
much and too fast, laughs falsely, is too impulsive and capricious. In sum, she is fickle’ (2004: 127).
5
Los tres primeros versos de este fragmento (‘Afán/ para no separarme/ de ti, por tu belleza’) son ambiguos:
o bien indican la voluntad del sujeto hablante de no alejarse de la amada, cautivado como está por su belleza
(la belleza de la amada sería la causa de su querer estar junto a ella), o bien indican su voluntad de no dejarse
distraer por la belleza de la amada superficial, su decisión de perseverar en la búsqueda, o al lado, de la
amada profunda, que se halla más allá de la belleza de la amada superficial. En el primer caso, el sentido
de los vv. 1–3 del fragmento 22 se opondría al de los vv. 4–7 y 8–14. En el segundo caso, que estaría en
consonancia con mi interpretación del poema, sería idéntico o complementario.
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decisión de recurrir al espejo para distanciarla, para quitarle la ‘delicia/ del ardor y
del bulto’ y así poseer lo que ella no le ha dado nunca, evoca la necesidad percibida
por Ortega de interponer ‘una distancia entre lo que nos rodea inmediatamente y
nosotros, para que a nuestros ojos adquiera sentido’, más que ‘[l]a tensión o contra-
dicción entre una amada que es vida, cambio y otra que se quiere sujeta, aquietada,
a causa del temor que su ser cambiante inspira’ (Feal Deibe, 2000: 131), si bien
esta tensión, que no contradicción, existe y, como he expuesto antes, el temor del
sujeto hablante de perder a la amada es lo que provoca que la busque más allá de su
realidad cambiante. No es que ‘[l]a diosa deb[a] ser destronada [. . .] en el “marco”
del espejo’ (Feal Deibe, 2000: 132), sino que debe ser distanciada para que adquiera
sentido, para que sea factible poseerla plenamente, y poseerla plenamente exige
labrarse su sombra, dejarla sin labios, pararle los brazos, arrancarle colores y bulto,
matarle el paso y silenciar su voz. Significa, tout court, poseer su ‘dulce cuerpo pen-
sado’, convertirla en espectro, en concepto, porque sólo el concepto ‘fija [las cosas]
y nos las entrega prisioneras’. Sin el concepto, sin el pensamiento, ‘no poseemos nada
con plenitud’. Aunque pensar no nos proporcione ‘la carne de las cosas’, al pensar
algo o a alguien obtenemos poder sobre este algo o alguien. El fragmento 56 de La
voz a ti debida disocia claramente la ‘carne’, el cuerpo vivo de la amada, y su ‘cuerpo
pensado’: si lo leemos a partir de Ortega, no es una paradoja, como parece a
primera vista, que sea precisamente el ‘cuerpo pensado’ el que puede estrecharse,
el único cuerpo ‘posible’. Morris advierte que en este fragmento el sujeto hablante
ejecuta una peculiar ‘mental surgery [. . .] in order to live and love in a world free
from the exciting but troublesome presence of the flesh’ (1969: 164). Se trata, claro
está, de una operación quirúrgica de orden mental destinada a eliminar el obstáculo
en que se erige el cuerpo (la vida azarosa, problemática) de la amada para su total
posesión. Esta ‘mental surgery’ no tiene nada que ver con ‘[the poet’s] loss and his
sense of frustration at having been deceived’ (Crispin, 1974: 76), puesto que el sujeto
hablante no ha sido engañado por la amada. Sí tiene que ver, en cambio, con la
‘[r]enuncia [del sujeto hablante] a aquello que más ama ante la amenaza de sufrir en
el futuro esa pérdida’ (Feal Deibe, 2000: 132). Dicho esto, los conceptos, la razón, no
pueden sustituir la vida, y, en palabras de Ortega, ‘a nadie que esté en su juicio [se]
le puede ocurrir cambiar su fortuna en cosas por una fortuna en espectros’ (1982: 80).
De aquí que esta renuncia sea sólo temporal y el poema termine de una forma tan
lógica, tan favorable a la vida en su dimensión superficial, con un fragmento en cuyos
versos iniciales resuena la idea orteguiana de la realidad como ‘fiera’, como ‘pantera’
que ‘cae sobre nosotros de una manera violenta’:
¿Las oyes como piden realidades,
ellas, desmelenadas, fieras,
ellas, las sombras que los dos forjamos
en este inmenso lecho de distancias?
Cansadas ya de infinitud, de tiempo
sin medida, de anónimo, heridas
por una gran nostalgia de materia,
piden límites, días, nombres.
A finales de la década de 1980, Soufas sostenía que durante muchos años los
críticos habían estudiado la poesía de la Generación del 27 sin atender a su contexto
LA POSESIÓN DE LA AMADA EN LA VOZ A TI DEBIDA 321
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In the late 1980s C. Christopher Soufas claimed that critics had studied the
poetry of the so-called ‘Generación del 27’ without reference to its historical
context or the artistic and philosophical debates that took place in Europe as well
as in Spain during the first quarter of the twentieth century. Bearing in mind the
point made by Soufas, the aim of this article is to suggest an interpretation of
La voz a ti debida (1933) which differs from the existing ones in that it places
Salinas’s poem firmly within the framework of one of the most important philo-
sophical debates that took place in Europe in the first quarter of the last century:
the debate on the life-culture or life-reason dichotomy, to which Ortega made an
outstanding contribution.
Notes on contributor
Jordi Larios is Senior Lecturer in Catalan Studies at Queen Mary, University of
London. In 1981 he graduated in ‘Filologia Catalana’ at the Universitat Autònoma de
Barcelona, where he was also awarded his doctorate, in 1986. He works in the field
of twentieth-century Catalan literature and twentieth-century Spanish poetry. He is a
poet and a translator.
Correspondence to: Dr Jordi Larios, Department of Hispanic Studies, School
of Languages, Linguistics and Film, Queen Mary, University of London, London
E1 4NS, UK. Email: j.larios@qmul.ac.uk
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