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LA ESCUELA
ESTUDIOS DE
FILOSOFÍA ESPAÑOLA
biblioteca
<DZ LA
Revista Je Occidente
EMECÉ EDITORES
Diez nuevos ensayos agregados a to¬
dos los que componían Filosofía
actual y existencialismo en Espa¬
ña,, justifican el nuevo título de
este libro. En él se exponen, desde
dentro y con la máxima autoridad,
las doctrinas filosóficas de lo que se
viene llamando "la Escuela de Ma¬
drid’’. Desde sus antecedentes en
Unamuno hasta alguno de sus te¬
mas originales y promisores, pro¬
blemas apasionantes se discuten con
tanto rigor como atractivo. La "no¬
vela existencial o personal”, inicia¬
da por Unamuno hace sesenta años
y estudiada por Marías en 1948,
cuando no había novelas "existen-
ciales”, como un método de cono¬
cimiento. La anticipación de los te¬
mas del "existencialismo” en Espa¬ NUNC COCNOSCO EX PARTE
ña, desde otras formas de filosofía
bien distintas. El balance de "lo
que ha quedado de Unamuno”, sin
rehuir los más destacados proble¬
mas. Y, sobre todo, los estudios so¬
bre Ortega que han sido decisivos
en su comprensión y valoración:
Ortega y la idea de la razón vital,
la primera exposición sistemática de
su filosofía, hecha en 1948 y tra¬
TRENT UNIVERSITY
ducida al alemán, al francés y al LIBRARY ‘
inglés; la relación personal entre
Ortega y Marías; las facetas más
fecundas y originales del gran pen¬
sador español. Por último, la sig¬
nificación de otros filósofos espa¬
ñoles y su puesto en esta "escuela”,
tan efectiva como poco institucio¬
nal, afirmada siempre, sin una va¬
cilación, por Marías, cuya aporta¬
ción a esta línea de pensamiento
no necesita ser subrayada.
# # #
https://archive.org/details/laescuelademadriOOOOmari
JULIÁN MARÍAS
La Escuela de Madrid
H
*
JULIÁN MARÍAS
La escuela
de Madrid
Estudios de filosofía española
Biblioteca de la
Revista de Occidente
EMEGE EDITORES
Buenos Aires
Refundición ampliada de
Filosofía actual y existencialismo en España
J. M.
63215
.
*,
'
PRÓLOGO A
FILOSOFÍA ESPAÑOLA ACTUAL
rigor hacer, pero cuya necesidad le fué patente; tal vez antes que
a nadie en Europa.1
Ortega señaló, en plena mocedad, este papel de Unamuno,
hombre con quien tanto tuvo que contar, para potenciar su
espléndida figura, para evitar sus yerros y su innegable pro¬
pensión a la desmesura y el capricho. En 1908, a los veinti¬
cinco años, escribía: "Unamuno, el político, el campeador, me
parece uno de los últimos baluartes de las esperanzas españolas,
y sus palabras suelen ser nuestra vanguardia en esta nueva gue¬
rra de independencia contra la estolidez y el egoísmo ambien¬
tes. . . Y aunque no esté conforme con su méto.do, soy el primero
en admirar el atractivo extraño de su figura, silueta descompa¬
sada de místico energúmeno que se lanza, sobre el fondo sinies¬
tro y estéril del achabacanamiento peninsular, martilleando con
el tronco de encina de su yo sobre las testas celtíberas. . . El
espíritu de Unamuno es demasiado turbulento y arrastra en su
corriente vertiginosa, junto a algunas sustancias de oro, muchas
cosas inútiles y malsanas. Conviene que tengamos fauces discre¬
tas.” 2 Y un año después, con ocasión de los más ásperos re¬
proches que dirigió nunca a Unamuno, escribía esta frase, que
precisamente explica esa aspereza: "Y, sin embargo, un gran
dolor nos sobrecoge ante los yerros de tan fuerte máquina es¬
piritual, una melancolía honda... '¡Dios, qué buen vassallo si
oviese buen Señor!’ ” 3 Y el 4 de enero de 1937, recién muerto
Unamuno, escribía Ortega en La. Nación de Buenos Aires estas
palabras, tan distantes en el tiempo, coincidentes en su último
fondo, y en las que resuena ese rumor como de resaca que
guardan las cosas labradas por el oleaje espiritual de una vida
entera: "Ya está Unamuno con la muerte, su perenne amiga-
enemiga. Toda su vida, toda su filosofía ha sido, como la
de Spinoza, una meditatio mortis. Hoy triunfa en todas partes
esta inspiración, pero es obligado decir que Unamuno fué el
precursor de ella. Precisamente en los años en que los europeos
andaban más distraídos de la esencial vocación humana, que es
J. M.
Wellesley, Massachusetts, agosto de 1952.
Presencia y Ausencia
del Existencialismo en España
Los Congresos Internacionales, los encuentros, las revistas filo¬
sóficas, los catálogos de los editores de todo el mundo nos
llevan hacia una conclusión que hoy se impone a la mayoría
de las mentes: a mediados del siglo xx, la filosofía está divi¬
dida entre dos corrientes: el neoescolasticismo y el existencialis-
mo. A veces se añade, para tranquilidad de conciencia, el mar¬
xismo, pero se sabe que su interés y su importancia son ajenos
a la filosofía.
El neoescolasticismo -—casi exclusivamente neotomismo— mira
hacia el pasado, cree que la solución de los problemas, al menos
en lo esencial, existe ya, que sólo es menester recordarla, des¬
prenderla, tal vez desarrollarla, sobre todo hacerla aceptar, quizá
hacerla aceptable; en modo alguno descubrirla, inventarla, menos
aún echarla de menos, buscarla sin tener la certidumbre plena
de alcanzarla. Hay que subrayar un hecho —nada más que eso—:
el neotomismo se presenta como una filosofía cuya verdad está
asegurada racionalmente y con independencia de la fe: sin em¬
bargo, salvo alguna rarísima excepción, no hay más tomistas que
ciertos católicos —según Maritain, los que no carecen de inteli¬
gencia, los que son lo bastante inteligentes i; proposición en la
que Gabriel Marcel ha encontrado un ejemplo notorio de "fana¬
tismo venial”.1 2
En cuanto al existencialismo, de linaje kierkegaardiano, des-
DOS HIPÓTESIS
1 Para ésta, habría que agregar una tercera forma de filosofía: el empi¬
rismo lógico y todas las tendencias afines.
PRESENCIA Y AUSENCIA DEL EXISTENCIALISMO EN ESPAÑA 25
EL PUNTO DE PARTIDA
1 Ibid., p. 1163.
LA ESCUELA DE MADRID
30
1 O. C ., V. p. 209-210.
3 Mission du bibliothécaire. Archives et Bibliothéques, 1935.
34 LA ESCUELA DE MADRID
poder ser otro del que se era y no poder instalarse de una vez
y para siempre en ningún ser determinado. Lo único que hay
de ser fijo y estable en el ser libre es la constitutiva inestabili¬
dad.” 1
Se podrían acumular textos de Ortega, que añaden nuevas
precisiones a este núcleo de ideas fundamentales. Pero no tene¬
mos tiempo de insistir; basta con ver claramente el punto de
vista desde el cual plantea el problema. Únicamente voy a recor¬
dar todavía algunas líneas de la Meditación de la técnica (1933),
que ayudarán a comprender su pensamiento: "Si recapacitan
ustedes un poco hallarán que eso que llaman su vida no es sino
el afán de realizar un determinado proyecto o programa de exis¬
tencia. Y su yo’, el de cada cual, no es sino ese programa imagi¬
nario . .. He aquí la tremenda y sin par condición del ser
humano, lo que hace de él algo único en el universo. .. Un
ente cuyo ser consiste, no en lo que ya es, sino en lo que aún
no es, un ser que consiste en aún no ser. . . En este sentido
el hombre no es una cosa sino una pretensión, la pretensión de
ser esto o lo otro. Cada época, cada pueblo, cada individuo mo¬
dula de diverso modo la pretensión general humana.” 2
Y, por otra parte —no se olvide—: "El ser del hombre. . .
es a un tiempo natural y extranatural, una especie de centauro
ontológico.” 3 Y también: "La realidad humana tiene una inexo¬
rable estructura, ni más ni menos que la materia cósmica.” 4
Estos pasajes donde —como ve el lector— están cuidadosa¬
mente evitados ciertos escollos con los que otros han chocado,
bastan para hacer comprender la actitud de Ortega frente a la
vida humana y medir su alcance; pero hay que subrayar que
sólo se trata de dar algunas muestras de su pensamiento meta-
físico.
Pero la historia no termina aquí. En ese mismo ambiente
filosófico cuyo creador e inspirador principal es Ortega, otros
LA RAZÓN VITAL t
Madrid, 1950.
LA FIGURA DE UNAMUNO
LA PRETENSIÓN DE UNAMUNO
* * #
Madrid, 194 6.
Lo que ha Quedado
de Miguel de Unamuno
fíie ido a Bilbao por primera vez para hablar de Unamuno
en la ciudad en que nació. En rigor, había estado otra vez allí,
pero cuando tenía sólo dos o tres años, es decir, que no estuve,
sino más bien "me estuvieron”, como hubiera dicho acaso don
Miguel. Y sin embargo, Bilbao me era familiar y conocido, y al
callejear por él, sobre todo por el Bilbao viejo, apenas cambiado
en un siglo, reconocí sin esfuerzo la Plaza Nueva —"Mi Plaza
Nueva, fría y uniforme, cuadrado patio de que el arte escapa,
mi Plaza Nueva, puritana y hosca, mi metafísica”—, la Basílica
del Señor Santiago, las calles por las que había andado mucho
tiempo, horas y horas, a través de las páginas de Unamuno, de
su libro De mi país, de su novela Paz en la guerra, de sus poe¬
mas. Yo había frecuentado y amado a Bilbao antes de conocerlo
y esta visita ha sido sólo un reconocimiento, un segundo contacto
con la irreal ciudad amiga. Como ocurre con esas ciudades anti¬
guas, casi puros objetos literarios, cuya realidad nos sorprende
cuando el azar un día nos lleva hasta ellas: El Cairo, Jerusalén,
Constantinopla, Atenas.
Yo tuve un encuentro temprano con Unamuno, como lo tiene
todo español, y más si es de vocación intelectual. Cuando yo
era muchacho, Unamuno era una figura notoria en España, un
poco extraña, casi pintoresca. Todos recuerdan su cabeza de buho,
el alto chaleco que ocultaba primero la corbata y luego la falta de
corbata, la pajarita en la solapa, la figura erguida, sin abrigo, en
el invierno. Algunos malintencionados aseguraban que llevaba
un periódico debajo del chaleco cuando hacía demasiado frío, y
esta murmuración formaba parte del personaje, de su leyenda.
Era una figura conocida de todos, una de esas realidades com¬
partidas por todo un país, y el primer contacto que se tenía con
8o LA ESCUELA Í)E MADRID
Un Problema de Filosofía
I
EL PROBLEMA
Dispersión y unidad
Preocupación filosófica
Literatura y filosofía
«.
II
EL TEMA DE UNAMUNO
La única cuestión
Razón y vida
La realidad
Comentario y novela
III
LA NOVELA EXISTENCIAL
Mundo y persona
Biografías
El fondo de la persona
IV
UNAMUNO Y LA FILOSOFÍA
El propósito de Unamuno
Lo que da y no da la novela
II
LA METAFÍSICA DE ORTEGA
1 What Rousseau’s Contrat social was for the eighteenth century, and
Karl Marx’s Das Kapital for the nineteenth, Señor Ortega’s Revolt of the
Masses should be for the twentieth century. — Atlantic Monthly.
ORTEGA Y LA IDEA DE LA RAZÓN
145
* * *
* * #
III
¿Qué son usos? Son lo que se hace, lo que se cree, lo que se dice.
¿Quién hace, cree o dice eso en qué consisten los usos? Todos,
cualquiera, nadie determinado; no el hombre —ningún hombre
concreto— sino la gente. Los usos son impuestos a cada uno
de los hombres. Estos usos no tienen "sentido”, y en todo caso,
si lo tienen, no se cumplen por él, sino sólo porque son vigentes;
con frecuencia son ininteligibles, tal vez monstruosos. La acción
que el hombre ejecuta en virtud de un uso no es propiamente
suya, elegida por él, de la que se sienta solidario y sea respon¬
sable; no hace aquello porque le parezca bien o quiera hacerlo,
sino porque es lo que se hace, y la sociedad ejerce represalias
sobre el que falta a sus vigencias; entiéndase bien, aunque todos
y cada uno de los individuos que componen la sociedad piense
que el uso en cuestión no tiene interés o incluso es absurdo. No
es nadie determinado el que impone el uso, sino que esa tre¬
menda realidad que es la sociedad se hace presente en esa
impersonal imposición a cada uno de los individuos. Esos usos
tienen una triple función: en primer lugar, son pautas para el
comportamiento, y permiten prever la conducta de los hombres
que no conocemos, con lo cual hacen posible la convivencia con
ellos en cuanto extraños; en segundo lugar, significan una heren¬
cia social del pasado, que se impone al individuo y lo sitúa a la
altura de los tiempos, de suerte que el hombre es progreso e
historia; por último, los usos automatizan una gran porción
de la vida, lo cual es una constricción, pero a la vez una libertad:
al tener el hombre resuelta socialmente esa parte de su vida,
queda en franquía para ser personal y original en otras zonas
decisivas.
Por otra parte, el hecho de que nuestra vida individual sea
ya, en una de sus dimensiones constitutivas, social, revela que la
sociedad no es consecutiva a la "previa” existencia de los indi¬
viduos como tales; es decir, la sociedad en su sentido pleno y
auténtico no es asociación, y el vínculo por el cual los hombres
pertenecen a ella no es un acto voluntario.
Sin embargo, con esto no basta. Ortega observa que el mismo
nombre "sociedad” es equívoco y utópico. Se dice que hay
sociedad o convivencia entre los hombres porque el hombre es
sociable, tiene impulsos sociales; ahora bien, una sociología veraz
i68 LA ESCUELA DE MADRID
IV
La idea de la vida
1 Díe konkrete Ausarbeitung der Frage nach dem Sinn von Sein ist die
Absicht der folgenden Abhandlung (Sein und Zeit, p. 1.).
184 LA ESCUELA DE MADRID
La razón vital
por los demás. Tal vez a muchos sorprenda que Ortega hubiese
llegado a las precisiones que he recogido en las páginas ante¬
riores, hace más de veinte años, sin necesidad de esperar a
Heidegger ni a otros pensadores contemporáneos, con los cuales
tiene de común algo que es, ciertamente, muy importante, pero
que no ha sido subrayado: la generación histórica. La filosofía
de Heidegger y la de Ortega son coetáneas, y las dos están, por
supuesto, a la altura de los tiempos. Esto basta para explicar su
afinidad, que, por cierto, no pasa de afinidad. Pues bien, me atre¬
vo a advertir al lector que en los últimos veinte años el pensamien¬
to orteguiano ha avanzado de modo extremado, y que probable¬
mente una lectura atenta de sus escritos anteriores llevaría a una
sorpresa aún mayor. La falta de penetración filosófica en mu¬
chos, y en otros el a priori de que no podría tratarse de nada
resueltamente difícil y grave, ha hecho que casi nadie entienda
decorosamente lo que quiere decir razón vital. El esfuerzo que
me ha costado alcanzar una comprensión aceptable de esa expre¬
sión y la distancia entre ella y la que a primera vista logré, me
autoriza tal vez a insinuar esa impertinente advertencia.
Madrid, 1945.
LA RAZÓN VITAL EN MARCHA
El ser de la caza
que comento (tres páginas, dicho sea de paso, de las más prodi¬
giosas literariamente que se han escrito en castellano).
El capítulo en que se halla este pasaje lleva el siguiente título:
"De pronto, en este prólogo, se oyen ladridos”; título cuya for¬
ma, como veremos, no es casual. Ortega observa que el hombre
ha realizado el único progreso sustancial imaginable en la caza al
utilizar el perro. ¿Qué quiere decir esto? El hombre, cuyo sistema
de instintos está siendo sustituido cada vez más por la razón,
intercala entre ésta y el animal cazado otro animal: el perro,
que es ya cazador espontáneamente. Pues bien, cuando Ortega
va a explicar de verdad lo que pasa al aparecer los perros en la
caza, en lugar de escribir una serie de enunciados teóricos engar¬
zados en raciocinios más o menos remotamente silogísticos,
imagina un drama en miniatura, con protagonista y escenario
—animales y campo— y lo narra. La narración es la estructura
formal de ese decir, cuyo propósito es rigurosamente cognoscitivo
y científico.1 Permítaseme detenerme algún tanto en este punto y
citar —es inevitable— considerables porciones de esas páginas.
Será menester subrayar después los ingredientes "estilísticos”
—que, naturalmente, son más que estilísticos— de esos frag¬
mentos.
"Hasta entonces no pasa nada en el campo. . . Diríase que
nadie tiene gana de cazar. Todo es aún estático. El escenario es
todavía puramente vegetal y, por tanto, paralítico. A lo sumo,
las puntas de retama, brezo y tomillar se estremecen un poco
al peine del viento mañanero. Hay algunos otros movimientos
de aspecto cinemático, sin dinamismo que revele fuerzas ope¬
rantes. Aves vagas reman lentas hacia algún tranquilo menes¬
ter. . . El cazador se recoge dentro de sí mismo. . . No hace
nada. No desea hacer nada. . . Mas ya llegan, ya llegan las
jaurías. . ., e instantáneamente todo el horizonte se carga de una
extraña electricidad; empieza a movilizarse, a distenderse elástico.
Brota subitáneo el elemento orgiástico, dionisíaco, que fluye y
hierve en el fondo de toda cacería... Y hay una vibración
universal. Y a las cosas antes inertes y fláccidas les han salido
nervios, y gesticulan, anuncian, presagian. ¡Ya está ahí, ya está
ahí la jauría: baba densa, jadeo, coral de encías, y los arcos de los
rabos inquietos fustigando el paisaje! Difícil contenerlos. No
pueden más de ganas de cazar; les rezuma por ojo, morro y
pelambre.. .
Vuelve a haber una larga pausa de silencio e inmovilidad.
Pero ahora la quietud está llena de movimiento retenido, como
la vaina está llena de espada. Se oyen lejanos los primeros gritos
del ojeo. Ante el cazador todo sigue igual, y, sin embargo, le
parece estar, ya que no viendo, palpando un hervor latente
en toda la mancha. . . Sin quererlo, al cazador se le sale el alma
fuera, quedando tendida sobre su campo de tiro como una red,
agarrada aquí y allá con las uñas de la atención. Porque ya todo
es inminencia y en cualquier instante cualquiera figura de mata
puede transmutarse mágicamente en res a la vista.
”De pronto, un ladrido de can apuñala el silencio reinante.
Este ladrido. . . parece estirarse rápido en una línea de ladra. ..
Se adivina la res que, levantada, va en carrera vertiginosa, como
viento en el viento. Todo el campo se polariza entonces; parece
imantado. El miedo del animal perseguido es como un vacío
donde se precipita cuanto hay en el contorno. .. El miedo que
hace huir la res sorbe entero el paisaje, lo succiona, se lo lleva
corriendo tras de sí. . . La vida animal culmina en el miedo.
Sortea el venado, certero, el obstáculo; con precisión milimétrica
se enhebra raudo por el hueco entre dos troncos. Hocico al
venteo, corvo hacia atrás el cuello, deja gravitar a su paso la regia
astamenta que equilibra su acrobacia. . . Gana espacio con prisa
de meteoro. Su pezuña apenas toca la tierra... De súbito,
sobre el lomo de un jaro aparece al cazador el ciervo; lo ve
sesgar el cielo con garbo de constelación, lanzado allá al dispa¬
rarse los resortes de sus cabos finísimos. . . De nuevo gana el
suelo a distancia y acelera su fuga porque le andan ya en los
jarretes resoplando los perros —los perros, fautores de todo este
vértigo, que han transmitido al monte su genial frenesí y ahora,
en pos de la pieza, con la lengua péndula, tendidos a todo su
largo los cuerpos, galopan obsesos—: podenco, alano, sabueso,
lebrel.”
Tal es, con grandes omisiones, el texto en cuestión. He prefe¬
rido no interrumpirlo con comentarios, para que el lector reviva
208 LA ESCUELA DE MADRID
Madrid, 1955.
ORTEGA, AMIGO DE MIRAR
Madrid, 1955.
LA METAFISICA DE ORTEGA
Madrid, 1955.
EL FUTURO DE ORTEGA
teoría; pero resulta que eso que se echa de menos está ya hace
mucho tiempo en la obra de Ortega, posiblemente con más pro¬
fundidad y penetración de la que se había llegado a desear, es
decir, que cuando el crítico había ido, Ortega había vuelto ya.
Otras veces se hacen objeciones concretas a la doctrina orteguiana,
que en tal punto preciso sería errónea; en estos casos, casi siempre
ocurre que no es ésa la doctrina de Ortega, sino lo que de ella
ha entendido el objetante; o bien lo erróneo es la objeción; es
decir, se invita a Ortega a tropezar en un escollo que había
bordeado, que había evitado expresa y cuidadosamente.
Otro fenómeno, de cariz muy distinto, me inquieta por lo
menos otro tanto. Con bastante frecuencia, se expone, comenta
y utiliza, con el mejor de los propósitos y conmovedora devoción,
la filosofía de Ortega; se desarrollan sus teorías, se hacen apli¬
caciones de sus ideas principales, se intenta justificarlas y mos¬
trar su verdad. Únicamente. . . se habla de otra cosa. A veces,
de una cosa parecida-, en ciertas ocasiones, de algo que tiene muy
remota semejanza con lo que Ortega ha pensado. Si se cree
que esas ideas representan efectivamente la filosofía orteguiana,
es difícil interesarse por ella o tomarla en serio —debo decir que
yo no lo haría—; sería doloroso, por ejemplo, entretenerse en des¬
montar intelectualmente la armazón de ideas que a veces se pre¬
senta como "doctrina de la razón vital”-, doloroso, porque repre¬
senta buena fe, entusiasmo y dedicación; pero nada sería más
fácil, porque acaso se trata de algo muy deleznable. Es posible
que un día no haya remedio más que ir mostrando en detalle y con
precisión todas estas cosas: el día en que algunas de ellas o
todas juntas resulten realmente peligrosas.
Peligrosas ¿para quién? Para la salud de la vida intelectual
contemporánea, por lo pronto hispánica. Dije una vez que
consideraba a Ortega como "un pensador de la segunda mitad
del siglo xx”; esto es literalmente verdad, porque todavía no
se ha tomado posesión de su obra intelectual y filosófica. No se
piense en sus obras postumas, en esos escritos aún desconocidos
y que pueden ampliar y modificar considerablemente su figura.
Sus libros más conocidos, incluso los primeros, hasta el primero,
esas increíbles Meditaciones del Quijote, son poco menos que
selvas vírgenes inexploradas, desde el punto de vista de la filo-
248 LA ESCfJELA DE MADRID
Yate University.
New Haven, marzo de 1956.
Conciencia y realidad ejecutiva
La primera superación orteguiana
de la fenomenología
* * #
* * #
Madrid, 1956.
Vieja y nueva política
El origen de la sociología de Ortega
Madrid, 1957.
El hombre y la gente
La teoría de la vida social en Ortega
A
xa. caba de aparecer en las librerías españolas el primer volumen
de las Obras Inéditas de José Ortega y Gasset: El Hombre y la
Gente. Este libro, tantas veces anunciado, el "mamotreto socio¬
lógico" que durante tantos años había preparado, cuya publica¬
ción había demorado hasta poderle dar esa última mano de
perfección, ha escapado al final a esta voluntad de su autor, no
ha podido salir, completo, redondo y pulido, de su mano. Los
últimos capítulos proyectados no llegaron a ser escritos; y este
volumen debería terminar con la tradicional fórmula melancólica:
reliqua desiderantur.
Pero después de lamentar lo que falta, hay que reflexionar
sobre lo que ha quedado, sobre lo que nos trae este primer libro
postumo de Ortega. Se ha publicado en 1957, en el centenario
de la muerte de Auguste Comte, fundador de la sociología; a
los cien años justos adquiere esta disciplina lo que le faltaba aún:
tras de su fundación, su fundamentación, quiero decir, su radi¬
cación en el ámbito de la realidad y, por consiguiente, su puesto
riguroso en la teoría de ella.
Los escritos de Ortega se deberían tomar siempre como ice¬
bergs: sólo muestran un diez por ciento de su realidad. Ortega,
durante toda su vida, escribió estudios ocasionales, circunstancia¬
les, sobre temas concretos, poniendo en juego para cada uno de
ellos la totalidad de su pensamiento filosófico, que no se mani¬
festaba §ino en la estricta medida imprescindible para la intelec¬
ción. Todos ellos respondían a un nivel, el de la teoría estricta,
desde el cual consideraba las diversas realidades. Si se mira bien,
se tiene la impresión de que Ortega poseyó desde fecha muy
2~¡G LA ESCUELA DE MADRID
de ese fondo de soledad radical que es, sin remedio, nuestra vida,
emergemos constantemente en un ansia, no menos radical, de
compañía” (p. 73). La amistad, sobre todo el amor, son
intentos de superar la soledad, de canjear dos soledades. A la
soledad que somos le pertenecen todas las cosas del universo que
componen nuestro contorno, circunstancia o mundo; y todo eso
es siempre lo otro, lo de fuera, lo forastero, que nos oprime,
comprime y reprime: el mundo. "Vemos, pues, frente a toda
filosofía idealista y solipsista, que nuestra vida pone con el
idéntico valor de realidad estos dos términos: el alguien, el x,
el Hombre que vive y el mundo, contorno o circunstancia en que
tiene, quiera o no, que vivir. En ese mundo, contorno o circuns¬
tancia es donde necesitamos buscar una realidad que con todo
rigor, diferenciándose de todas las demás, podamos y debamos
llamar 'social’ ” (p. 73-74).
El tema de este libro consistirá en mostrar lo que pasa al
hombre en y con esa realidad social. Más aún: Ortega mostrará
que la vida es un pseudo-hacer porque justamente estamos en un
mundo de interpretaciones irresponsables de los demás, de la
gente, y que sólo podemos tener vida auténtica cuando nos
retraemos a nuestra vida como radical soledad. Las dos ópticas
que Ortega usa en todo este estudio son: la que tenemos como
miembros de la sociedad y la que alcanzamos cuando nos retira¬
mos a nuestra soledad. Y esa retirada es lo que se conoce con el
nombre -—amanerado, ridículo y confusionario, comenta Orte¬
ga—- de filosofía. "La filosofía es retirada, anábasis, arreglo de
cuentas de uno consigo mismo, en la pavorosa desnudez de uno
mismo ante sí mismo” (p. 128). Por esto, puede añadir,
la filosofía no es una ciencia, sino una indecencia, poner a las
cosas y a mí mismo desnudos, en lo que puramente son y soy.
"La filosofía es la verdad, la terrible y desolada, solitaria ver¬
dad de las cosas.” Y al llegar aquí, rizando el rizo. Ortega
vuelve a tomar el tema con que en 1914 inició su filosofía:
la idea de la verdad como alétbeiad Y lo lleva a una radicalidad
de conexiones que da a este pasaje una abismática hondura,
Madrid, 1945.
Xavier Zubiri
*
■
ZUBIRI O LA PRESENCIA
DE LA FILOSOFIA
Madrid, 1945.
LA SITUACIÓN INTELECTUAL
DE XAVIER ZUBIRI
que sean cristianos, sin dejar de ser lo que son, cada uno desde
su mentalidad y su íntegra situación personal e histórica. Pero
a la inversa, la condición de cristiano sitúa al hombre en una
perspectiva muy precisa, lo configura y conforma, y por tanto
le presenta la realidad de una manera concreta, de suerte que
toda acción intelectual efectiva está determinada por ese modo
de ser o situación radical. Para que esto sea así, es forzoso
justamente que no se confunda esta constitutiva determinación
con una epidérmica adhesión a un repertorio de ideas general¬
mente admitidas. Al contrario: es menester que el hombre se
deje afectar por su ser cristiano, y permanezca fiel al escorzo
que la realidad le presenta; por tanto, a su cristianismo y al
resto de su situación (social, histórica, intelectual, "mental”
en el sentido que Zubiri da a la palabra mentalidad).
Por todos estos requisitos, lo que se llama "filosofía cristiana”
rara vez ha pasado de ser un bello nombre o un pío deseo.
Hace unos años escribí que tengo puesta en Zubiri "la mayor
esperanza de que algún día exista en nuestro mundo algo que
merezca con pleno rigor el nombre ilustre y problemático de
filosofía cristiana”. Esa esperanza va, a buen paso, camino
de realizarse. Entre esas palabras mías y éstas, se interponen los
años de docencia privada de Zubiri, los años en que el antiguo
catedrático universitario ha venido a ser, al cabo de un cuarto
de siglo, "docente privado” fuera de la universidad. Creo que la
situación intelectual en que el pensamiento de Zubiri se halla
radicado explica aquella paradoja a que aludí al comienzo de
esta nota. Zubiri está incardinado en el sistema de la ciencia
actual y en su condición católica como modo de ser y, por tanto,
como manera de ver. Si de un lado esta situación lo lleva a esa
forma superior de comunidad intelectual que se ha llamado desde
la Edad Media la Universidad, de otro lado excluye en absoluto
todo arcaísmo y toda sustitución de la visión efectiva de lo real
por cualesquiera convenciones. Santo Tomás dice que el fin de la
filosofía es "que se dibuje en el alma el orden entero del
universo y de sus causas”. Para ello es menester que el alma
o la mente permanezcan fieles a la situación en que están colo¬
cadas y se dejen afectar realmente por la realidad. "El hecho
—ha escrito Zubiri— de que las ciencias adquieran un carácter
324 LA ESCUELA DE MADRID
1 Ibid., p. 15.
2 Ibid., p. 229.
LA NOVELA COMO MÉTODO DE CONOCIMIENTO 33I
1 "Wie ein Hund! sagte er, es war, ais sollte die Scham ihm überleben.”
2 Ensayos, V, p. 73.
LA ESCUELA DE MADRID
334
redondo, el cuchillo sin hoja ni cacha o todos esos seres maravillosos de que
nos habla el poeta Mallarmé — como la hora sublime que es, según él, 'la
hora ausente del cuadrante’, o la mujer mejor, que es 'la mujer ninguna’. Del
cuadrado redondo sólo podemos decir que no existe, y no por casualidad,
sino que su existencia es imposible; pero para poder dictar sobre el cuadrado
redondo tan cruel sentencia es evidente que tiene que ser habido por nosotros,
es menester que en algún sentido lo haya” {¿Qué es filosofía?, 1937, p. 86).
ÍNDICE
Advertencia. -j
Prólogo a Filosofía española actual . 9
Prólogo a El existencialismo en España . 17
Presencia y ausencia del existencialismo en España .... 21
Dos hipótesis . 24
El punto de partida . 26
El ser del hombre . 30
La razón vital . 36
Genio y figura de Miguel de Unamuno . 41
Unamuno en su mundo . 43
La figura de Unamuno . 49
La pretensión de Unamuno . 54
Los géneros literarios de Unamuno. 38
Lo que ha quedado de Miguel de Unamuno. 77
La obra de Unamuno: un problema de filosofía. 95
El problema . 97
El tema de Unamuno . 102
La novela existencial . 112
Unamuno y la filosofía . 124
Ortega y la vida de la razón vital . 133
Una figura filosófica . 135
La metafísica de Ortega . 144
Los problemas de la vida colectiva . 165
La razón vital como posibilidad . 173
Vida y razón en la filosofía de Ortega . 181
I. La génesis de la razón vital. 183
La idea de la vida . 183
La razón vital . 191
II. La razón vital en marcha. 197
El encuentro con la caza . 198
El ser de la caza . 201
El decir de la razón vital . 203
La caza en la vida humana . 210
En la muerte de Ortega . 215
Ortega: historia de una amistad . 217
Ortega, amigo de mirar .. 222
El hombre Ortega . 226
La metafísica de Ortega . 237
El futuro de Ortega. 246
Conciencia y realidad ejecutiva . 255
La primera superación orteguiana de la fenomenología 257
Vieja y nueva política. 265
El origen de la sociología de Ortega . 267
El hombre y la gente . 273
La teoría de la vida social en Ortega . 275
Exhortación al estudio de un libro . 289
El legado filosófico de Manuel García Morente . 297
Xavier Zubiri . 30^
Zubiri o la presencia de la filosofía. 307
La situación intelectual de Xavier Zubiri. 317
La novela como método de conocimiento . 325
Realidad y ser en la filosofía española . 345
ESTE LIBRO
SE ACABÓ DE IMPRIMIR
EN BUENOS AIRES
EL 5 DE JUNIO DE 1959,
EN LOS TALLERES DE LA
COMPAÑÍA IMPRESORA
ARGENTINA S. A.
ALSINA 2049.
Emecé Editores, S. A.
Luzuriaga 38 — Buenos Aires
Date Due
B 4561 M3
Marías, Julián. 010101 000
La escuela de Madrid : estudio
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Madrid.
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