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GÉNEROS Y SEXUALIDADES

SUPLEMENTO. "El capital nos empuja a la lucha por la


subsistencia, pero no puede ser el horizonte estratégico de
nuestro feminismo"
Ponencia presentada en la mesa "Estrategias a debate en un mundo en crisis" en la IV
Conferencia Internacional Marxista Feminista.

Sábado 13 de noviembre de 2021 |


Andrea D'Atri
@andreadatri Edición del día

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Más leídas de Géneros y


Sexualidades

Construyamos un movimiento de
mujeres independiente, movilizado,
antipatriarcal y anticapitalista

PORTUGUÊS | DEUTSCH

Esta IV Conferencia MarxFem reúne a las principales referentes del feminismo


anticapitalista a las que leemos y escuchamos asiduamente. Las que, con distintas Te puede interesar
visiones, han utilizado herramientas del análisis marxista para explicar el trabajo de
cuidados y señalar diversas perspectivas para la transformación radical del El Círculo Rojo. A 82 años de la muerte
capitalismo patriarcal. No es casual, porque fueron las feministas marxistas, desde de Virginia Woolf

los años 70 las que pusieron este debate en la agenda del movimiento.

Pero, además, porque es un debate que atraviesa la nueva ola feminista que recorre
el mundo y que la pandemia ha paralizado, relativamente, al mismo tiempo que la ha
resignificado poniendo en evidencia que la crisis capitalista es social, política y
económica, pero también una crisis ecológica y de la reproducción social.
Por las revistas: Martha E. Gimenez.
Con nuestros cuestionamientos y críticas -aquí y más allá de los espacios como éste
Mujeres, clase y política identitaria.
en el que agradecemos poder participar-, entablamos un diálogo no exento de Reflexiones sobre el feminismo y su
controversias con estas corrientes feministas, en nuestras propias realidades de futuro

militancia social y política de Pan y Rosas, una corriente feminista socialista que
reúne a más de 3 mil mujeres trabajadoras, amas de casa, estudiantes, de los pueblos
originarios, afrodescendientes, inmigrantes, lesbianas, mujeres trans en 14 países de
América y Europa. De esas experiencias teórico-políticas y militantes, queremos dar
cuenta -sintéticamente- en esta mesa con mis compañeras.

Historia. Los orígenes del patriarcado


Por cuestiones de tiempo, voy a soslayar el debate teórico sobre la cuestión del valor
en la teoría marxista y la consideración del trabajo doméstico como trabajo
productivo -a los que se refieren autoras como Silvia Federici, Leopolda Fortunati y
otras importantes referentes del feminismo autonomista, para referirme al marco
actual en el que vuelven a estar en el centro los debates sobre el trabajo de cuidados
en Argentina, en contrapunto con la experiencia de los movimientos que se
referencian en dicha corriente teórica.

En el último año, la inflación asciende a un 52% y el poder adquisitivo del salario


cayó más del 20% en comparación con 2015. Los precios que más aumentaron fueron
los de vestimenta, salud y alimentos. Mientras tanto una obrera de la empresa más
importante de la industria alimenticia argentina cobra un salario mensual que no
alcanza al costo de la canasta básica y necesitaría trabajar más de mil años para
cobrar lo mismo que la empresa gana en un solo mes.

Como ustedes saben, el país está sometido a la expoliación imperialista de la deuda


externa. Durante los anteriores gobiernos kirchneristas, se fugaron capitales por 100
mil millones de dólares que se financiaron con superávit del comercio exterior,
favorecido centralmente por una tendencia internacional de alza de los precios de las
materias primas.

Luego, en el gobierno de centroderecha de Macri, se produjo el endeudamiento más


grande de nuestra historia con el FMI, del cual, una buena parte financió una fuga de
capitales gigantesca, mayormente a paraísos fiscales, de 86 mil millones de dólares.
Esa deuda habilita hoy al FMI a condicionar los acuerdos de pagos a la
implementación de planes de austeridad contra el pueblo trabajador. Esto, en un país
donde la tasa de pobreza es de 40,6 % y la tasa de indigencia, es decir de quienes ni
siquiera consiguen satisfacer sus necesidades básicas alimentarias, alcanza al 10,3%.
Esta situación de inseguridad alimentaria alcanza al 30% de los hogares urbanos con
niñas y niños.

La afluencia a comedores populares asciende a 10 millones de personas a mediados


de este año, en un país con una población de poco más de 45 millones.
La desocupación, que en el pico de la pandemia superó el 13%, hoy se redujo con la
apertura de la actividad económica, pero sigue afectando a casi 2 millones de
personas. Sin embargo, y esto es importante aclarar para lo que voy a plantear más
adelante, aún con el avance bestial de la precarización y la informalidad laboral,
Argentina mantiene una tasa de sindicalización cercana al 30%, una de las más altas
de América Latina.

Porque es importante no confundir las profundas mutaciones que ha sufrido la clase


trabajadora a nivel mundial en las últimas décadas, producto de su derrota como
movimiento obrero, con su desaparición.Como podrán imaginar, si se desagregan
estas cifras por género, la brecha revela que las mujeres son las más desfavorecidas.

Ante esta situación, todos los últimos gobiernos -incluso el de centroderecha-


optaron por aumentar los programas de transferencias monetarias condicionadas
que, en gran medida, surgieron como una respuesta del Estado capitalista a las
movilizaciones y la lucha masiva de los movimientos de trabajadoras y trabajadores
desocupados durante los años 90 y la crisis orgánica de diciembre de 2001.
En la mayoría de los casos, el destinatario es el hogar familiar en el que hay niñas y
niños, y quienes lo reciben son las mujeres madres a quienes se responsabiliza por
las tareas de cuidado (por ejemplo, la obligación de cumplir con el calendario de
vacunación, la escolaridad, etc.).

Como "renta básica" hecha "desde arriba", es decir, como política pública de
seguridad social, estas transferencias se mantienen muy por debajo de la línea de
pobreza (actualmente es de 5 mil pesos por hijo, es decir, que una mujer sin trabajo
asalariado solo podría alcanzar el monto de un salario mínimo si cobrara la
asignación por 6 hijos, cuya manutención, obviamente, supera ampliamente ese
monto), ya que el capitalismo necesita compatibilizar esta situación con la
explotación asalariada de la fuerza de trabajo en condiciones cada vez más
degradadas y mayor precarización.

De no ser así, podría darse lo que estamos viendo en EE.UU., donde está ocurriendo
un "éxodo" individual de trabajadoras y trabajadores no organizados, en los sectores
de la economía con peores salarios y condiciones laborales, donde la mayoría son
mujeres (como la salud, la hostelería y los servicios de cuidado personales).
Solo en agosto, más de 4 millones renunciaron a sus empleos, preocupando al
establishment.

La Gran Renuncia -como lo denominan los medios- es una muestra de que la


pandemia facilitó la autopercepción de la clase trabajadora como quienes hacen girar
la rueda de la ganancia capitalista.

¿Cómo se manifestaría este fenómeno en nuestros países dependientes, expoliados


por el imperialismo y sus empresas multinacionales, si la pobreza más extrema -
apenas paliada por las políticas públicas- no actuara como un disciplinador
conservador del sector asalariado de una clase trabajadora cuyas direcciones
sindicales se niegan a actuar para cambiar la relación de fuerzas?

Por lo pronto, estas políticas públicas, cuyo destinatario principal son las mujeres
más pobres del pueblo trabajador, se debaten entre la exigencia cada vez mayor de
austeridad fiscal que imponen los organismos financieros internacionales (y que
llevaron, por ejemplo, a que el gobierno este año eliminara un Ingreso Familiar de
Emergencia que había otorgado excepcionalmente al inicio de la pandemia, contra lo
que se opusieron únicamente los diputados del Frente de Izquierda)
y, por otro lado, la necesidad política de gobernabilidad, es decir, de contener el
malestar social, más aún en estos últimos meses previos a las elecciones legislativas
que serán mañana y que, en su ronda primaria de setiembre, le propinó una derrota
al oficialismo.

En última instancia, el Estado capitalista no hace más que "administrar la pobreza",


es decir, focalizar las rentas en asegurar apenas la supervivencia de un sector cada
vez más extendido de las clases populares, en condiciones de miseria.
Pero lo hace a través de un gobierno que utiliza una retórica feminista para
embellecer este mecanismo, hablando de salarios y pensiones para las amas de casa,
de remunerar el trabajo de cuidados, etc., una enorme cooptación de referentes del
movimiento de mujeres que se han convertido en funcionarias, ministras y
secretarias de Estado en los dos últimos años. Por eso no es casual que, después de la
derrota en las elecciones primarias, el propio presidente alimentara un discurso de
generar trabajo contra los programas de transferencia de ingresos a quienes "no
trabajan".

Esto despertó la reacción, incluso entre movimientos sociales que adhieren al


oficialismo, por el desconocimiento del trabajo de cuidados que llevan adelante, con
enormes dificultades, las mujeres de los sectores populares.
Más aún, el ala derecha de la coalición de gobierno, esgrimió el argumento de que se
necesitaba mejorar los ingresos salariales de las familias, en vez de "dar tantos
derechos" democráticos a las mujeres, como la legalización del aborto, y a la
comunidad LGTIBQ+, que "solo le interesan a las personas progresistas de clase
media".

La realidad es concreta y en ella deben probarse las teorías, los programas y las
estrategias que nos proponemos como horizonte de nuestras luchas.
Entonces, ¿cómo se inscribe la actividad política y la organización de los movimientos
sociales autonomistas -que nuclean a miles de mujeres de los sectores populares- en
esta realidad de Argentina y en el que participan diferentes tendencias del feminismo
autonomista, comunitarista y popular? Surgidos de las luchas que se definían por
"trabajo genuino" hace ya veinte años, los movimientos han sufrido diversas crisis y
divisiones entre los sectores que aceptaron actuar como mediadores entre el Estado
y los beneficiarios de esos programas de transferencia económica y los que no se
resignan a que el único horizonte sea el de gestionar la pobreza con consenso
asambleario, dejando la política en manos de los partidos tradicionales que
administran los negocios capitalistas.

De "cambiar el mundo sin tomar el poder", planteado hace 20 años, obviamente no


se propusieron lo segundo, pero tampoco consiguieron lo primero.
Los sectores que se resisten a abandonar la utopía de los comunes, deben confrontar
con quienes optaron por ir degradando paulatinamente su militancia autonomista en
el clientelismo estatal.

Por el contrario, Pan y Rosas sostiene -incluso como un punto central de esta reciente
campaña electoral en el Frente de Izquierda, que cuenta con el apoyo de algunos
movimientos sociales autonomistas- una campaña que está teniendo un impacto
importante en sectores populares, por el reparto de las horas de trabajo (asalariado),
con un salario mínimo que cubra la canasta básica, lo que permitiría reducir la
jornada laboral (y por lo tanto, facilitar también el reparto de las horas de trabajo de
cuidados) y reducir la tasa de desocupación.

Claro que esto solo puede hacerse afectando las ganancias de los capitalistas.
Porque no es verdad que el desarrollo tecnológico está liquidando el trabajo
humano.
Si hay mayor precariedad es más por los embates del capital contra las conquistas
obreras que por cambios drásticos en los procesos de la economía.
Y esto implica direcciones políticas responsables de haber opuesto poca o nula
resistencia a estos ataques o ser directamente cómplices de su aplicación.

Para ver un ejemplo, actualmente en Argentina, si se implementara una jornada de 6


horas y 5 días en 300 grandes empresas, no solo se podría recuperar un 33% el salario
por hora trabajada, sino que se podría crear casi 1 millón de nuevos puestos de
trabajo, es decir, se reduciría a la mitad la tasa de desocupación actual.
Creemos que el movimiento de mujeres de Argentina, que tuvo la valentía de poner
en la agenda política nacional e internacional la necesidad de dar respuesta a la
violencia de género y los femicidios, como también el derecho al aborto, no va a
contentarse con lo alcanzado, ni mucho menos permitir que se reescriba la historia
de nuestra lucha, adjudicando nuestras conquistas a los gobiernos o los partidos
tradicionales y sus líderes –que durante años desoyeron nuestros reclamos–.
Por el contrario, la crisis económica y social que hoy afecta con mayor crudeza a la
inmensa mayoría de las mujeres, le plantea este nuevo desafío.

Solo una lucha igual de persistente y masiva, organizándonos con independencia del
poder político y las instituciones del Estado, para exigir en las calles y movilizadas
una respuesta a las necesidades más acuciantes de esa inmensa mayoría puede
hacer posible reducir y repartir las horas de trabajo asalariado, disminuir la carga del
trabajo de cuidados no remunerado, transformándolo en la medida en que sea
posible, en trabajo asalariado y servicios sociales públicos y gratuitos y compartiendo
aquello que no es posible sustituir con productos o servicios pero que, liberado de las
tensiones de la explotación laboral, las jornadas interminables, la carestía, la falta de
recursos y asistencia, se convertirá en un tiempo gratificante para el autocuidado, la
crianza y el cuidado de los vínculos.

La construcción de barrios sustentables, con restaurantes con menús económicos o


gratuitos, lavanderías públicas, como también parques, campos deportivos, centros
culturales; la creación de centros de cuidado infantil universales, con facilidades
horarias para las familias que cumplen su jornada laboral en turnos rotativos, centros
de día para personas adultas mayores en situación de dependencia, son algunas de
las medidas que podrían exigirse en el camino de la socialización del trabajo
doméstico y de cuidados, para que la reproducción no esté sujeta al "patriarcado del
salario", ni a las transferencias condicionadas de recursos que hace el Estado a
discreción.

Sacándolo del ámbito privado del hogar, convirtiéndolo en gran parte en servicios
públicos de calidad, también podría convertirse en fuente de trabajo asalariado tanto
para hombres como mujeres.

Una base necesaria para empezar a eliminar la "esclavitud doméstica" que, en los
hechos, como señalé anteriormente, mantiene persistentemente a las mujeres en la
precariedad laboral y bajo los índices de pobreza.

En un país donde la clase trabajadora asalariada -con organizaciones y derechos o


precarizada y sin ellos- constituye aun la mayoría de la población junto al pueblo
trabajador que vive de ingresos obtenidos en actividades independientes o se
encuentra en el paro, sobreviviendo a duras penas con la ayuda estatal, es imperioso
levantar una perspectiva que una, desde abajo, las filas de esa poderosa clase
mayoritaria contra las divisiones jerarquizadas entre hombres y mujeres, nativos e
inmigrantes, sindicalizados y no, regulares y precarizados, etc., divisiones que
impone el capital, que sostienen el Estado y las burocracias sindicales y que, en
última instancia, terminan aceptadas y son reproducidas por las direcciones de los
movimientos sociales. Relaciones de opresión que no son externas a la clase, sino
que la constituyen. Menudo favor le hacemos a la clase dominante, si definimos que
el antagonismo se reduce a incluidos y excluidos.

Mal que les pese al populismo de derecha, a los abogados del capital, e incluso a los
políticos neorreformistas y el populismo de izquierda, la fractura entre quienes viven
de su propio trabajo y su propia actividad de autosustento sin explotar a terceros y
quienes parasitan el trabajo excedente producido por los anteriores, sigue explicando
el funcionamiento del modo de producción capitalista, por más que los discursos
xenófobos, racistas y misóginos enarbolados por la derecha -y reproducidos, también
por ciertos izquierdistas- pretendan oscurecerlo.

Las feministas socialistas de Pan y Rosas, por el contrario, consideramos que la lucha
por la subsistencia por fuera del trabajo asalariado es una necesidad a la que nos
empuja el capital, pero no puede constituirse en nuestro horizonte estratégico.
Es necesario recuperar una política de clase para el feminismo, en la lucha por acabar
con todas las formas de opresión y explotación que hoy someten a la inmensa
mayoría de la humanidad.

Defendemos los espacios, bienes y relaciones cooperativas, autogestivas y


comunales que, en Argentina, surgieron de la profunda crisis que vivimos a fines de
2001, incluso muchas de nuestras compañeras son obreras de algunos de estos
emprendimientos como las fábricas recuperadas que producen bajo control obrero
de cerámicos Zanon, la imprenta MadyGraf, la textil Neuquén, como otras.

Pero esta posición, aun cuando se asuma como una resistencia activa, está
condenada permanentemente a la autoexplotación y los límites de la subsistencia, a
las presiones de asimilación e integración al Estado de cuya asistencia se requiere
para hacer frente a la competencia capitalista.

Son grandes ejemplos de lucha, incluso experiencias que demuestran -sin necesidad
de cursos de economía política- que para producir toda la riqueza social no son
necesarios los patrones.

Pero son experiencias que no pueden abarcar a toda la población en el marco de un


sistema hegemónico donde la producción de mercancías configura el conjunto de la
vida social, incluso subordinando el trabajo de reproducción social a la obtención de
ganancias. Compartimos que la satisfacción de las necesidades básicas de las
personas no deberían depender de sus salarios.

Pero el salario para el ama de casa, las asignaciones familiares o diferentes


modalidades de renta básica universal -que desvinculan el ingreso, del trabajo que el
capital (y no Marx, caprichosamente) considera productivo, deslizándose de la lucha
de clases a los movimientos ciudadanos- son una utopía en el marco del Estado y el
modo hegemónico de producción, que está basado en la apropiación del trabajo
excedente de los productores de mercancías.

Lo que necesitamos es transformar esa estructura económica de raíz y, sobre la


eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, levantar los
cimientos de una sociedad en la que, democráticamente, los productores decidan
qué y cómo producir en función de las necesidades sociales y no de las ganancias.
Por eso, nuestro programa debe partir de defender estos jalones de autonomía
conquistados por sectores minoritarios de nuestra clase, junto a la necesidad de
reconfigurar y fortalecer, de conjunto, esa fuerza social capaz de enfrentar al sistema
capitalista y herirlo de muerte, para terminar con la explotación y comenzar la
construcción de una sociedad de productores libres y asociados, sin explotación ni
opresión, sin clases y sin Estado.

TEMAS

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