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No hay duda de que las Indagaciones de Burke constituyen el antecedente más directo
del tratamiento que Kant hace de lo sublime en la Crítica del Juicio. La primera
aproximación al tema lo constituye, sin embargo, un escrito precrítico titulado
Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y lo sublime, obra de 1763. Allí Kant,
en un estilo ágil y llano, muy distante de lo que será el estilo constante en la obra del
período crítico, ensaya una suerte de descripción empírica de lo bello y lo sublime. Las
distancias fundamentales no se reducen, evidentemente, a cuestiones estilísticas: no hay
todavía vestigio alguno de lo que será la transformación crítica y el trascendentalismo
de la época posterior. Sin embargo, resulta evidente que la preocupación de Kant por los
problemas estéticos está ya determinada por el valor moral de las acciones y el
descubrimiento de la dignidad humana. Este tránsito y oscilación entre los valores
estéticos y los valores antropológico-morales, resulta ser constante en el texto de las
Observaciones.
Esta ilimitación hace que, desde el punto de vista cuantitativo, lo sublime no pueda ser
definido sino como "lo que es absolutamente grande". Lo absolutamente grande es lo
"grande por encima de toda comparacion" (absolute, non comparative magnum, dice
Kant en latín). A esta determinación cuantitativa de lo sublime que Kant llama "sublime
matemático" se agrega lo que denomina "sublime dinámico". Lo "sublime dinámico"
queda definido por la fuerza (Macht). Y fuerza "es una facultad que es superior a
grandes obstáculos". La "naturaleza como fuerza" no puede sino producir temor
(Furcht), precisamente en cuanto no encontramos una facultad adecuada para resistirle.
"Rocas - ejemplifica Kant- audazmente colgadas y, por así decirlo, amenazadoras,
nubes de tormentas que se amontonan en el cielo y se adelantan con rayos y con
truenos, volcanes en todo su poder devastador, huracanes que van dejando tras de sí la
desolación, el océano sin límites rugiendo de ira, una cascada profunda en un río
poderoso, etc., reducen nuestra facultad de resistir a una insignificante pequeñez,
comparada con su fuerza". La fuerza (Macht) de la naturaleza empequeñece, reduce y
"nadifica", en cierto modo, nuestras resistencias. Pero el temor que se deriva de esta
"nadificación" dista mucho también de ser unívoco: no es un puro temor, es un "temor
atractivo". Contemplamos, en efecto, al mismo tiempo, con temor y atracción la fuerza
superior de la naturaleza, con tal que - y esto no se le escapa a Kant- no esté en riesgo
nuestra existencia. En este sentido, y en tales condiciones, la fuerza de la naturaleza es
tanto más atractiva cuanto más temible.
Lo sublime está en la razón
Para Kant, sin embargo, y con esto entramos al núcleo de nuestro problema, lo que se
manifiesta, finalmente, en la contemplación estética de lo sublime, no es, simplemente,
la sublimidad de la naturaleza. Lo sublime- tanto en su consideración matemática como
dinámica- no es algo, en primer lugar y finalmente, atribuible a la naturaleza. Si es
cierto que "sublime es aquello en comparación con lo cual toda otra cosa es pequeña",
entonces se ve fácilmente que no hay ninguna cosa en la naturaleza que pueda, propia y
absolutamente, ser llamada sublime. No hay nada tan grande en la naturaleza que, bajo
otra relación, no pueda ser rebajado hasta lo infinitamente pequeño, ni nada tan pequeño
que, respecto de medidas más pequeñas aún, no pueda ampliarse hasta el tamaño de un
mundo. El telescopio y el microscopio, dice Kant, han dado buena muestra de estas dos
perspectivas. Pero, ¿qué es, entonces, sublime? Por lo pronto, dice Kant negativamente,
"nada de lo que es objeto de los sentidos puede llamarse sublime". Simplificando: no es
en el océano o en la tempestad donde radica lo sublime, sino en nosotros. Para Kant, la
propia limitación de nuestras facultades para apreciar las magnitudes sensibles
manifiesta una facultad suprasensible en nosotros. Esta facultad capaz de abarcar la
infinitud y de ordenarse a ella es la razón (Vernunft). Sabemos que para Kant en la
razón (Vernunft), a diferencia del entendimiento (Verstand), hay "una pretensión de
totalidad absoluta". Es esta apertura a una totalidad - auténtica teleologia rationis
humanae, como dice Kant- la que hace de la razón, y no la naturaleza, lo
verdaderamente sublime. Atendiendo a lo anterior no puede, pues, sorprender la
definición final de lo sublime: "sublime - dice Kant, definiendo- es lo que, sólo porque
se puede pensar, demuestra una facultad del espíritu que supera toda medida de los
sentidos". La incapacidad de nuestras facultades para encontrar una medida adecuada a
la apreciación estética de las magnitudes pone de manifiesto, en esa misma limitación,
la capacidad de la razón para mantener la infinitud como unidad. En otras palabras, en
el propio hecho de "poder pensar" lo sublime, lo absolutamente grande, se pone de
manifiesto la superioridad de nuestro espíritu sobre la naturaleza.
El lugar preciso de esta comparecencia no es, como hemos visto, lo bello como tal, sino
lo sublime. Lo bello no aparece sino como "limitación de la forma", lo sublime, en
cambio, posee la rúbrica de la infinitud. Es por esta ilimitación e infinitud que los
objetos estéticos no pueden ya ser interpretados en términos de "pura presencia" o
"limitación formal" y, correspondientemente, la experiencia estética en términos de una
simple satisfacción positiva. A través de lo sublime, tal se podría afirmar, se introducen
la negación y la nada en el dominio de lo estético. En este sentido, pues, no puede
resultar sorprendente la recuperación que ha hecho de la estética contemporánea de la
experiencia de lo sublime. Sólo que esta recuperación, si realmente quiere apoyarse en
Kant, no puede servir para sostener, en el dominio de lo estético, la primacía absoluta de
lo negativo y lo puramente irracional. Y ello porque para Kant la negación no puede
sino cumplir una función enteramente positiva: la revelación, en la misma finitud de la
naturaleza sensible, de la ordenación ilimitada del espíritu humano.