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Aproximación Teórica

1. Desde que la psicología se ha transformado en ciencia, se dice comúnmente que su objeto es buscar y descubrir
las leyes generales de la conducta, vale decir, las relaciones uniformes y necesarias que se dan en toda una clase de
fenómenos, en este caso, los fenómenos psicológicos. Con el objeto de lograr tal fin, la psicología se ve inducida, por
una parte, a seleccionar cierto número de segmentos de conducta, determinadas categorías de operaciones -
percepción, memoria, emoción, etc. y, por la otra, a observar y experimentar, en los múltiples representantes de la
especie humana, las relaciones permanentes que existen entre los diversos aspectos y condiciones de estos
fenómenos. En otras palabras, la psicología alcanza su objetivo por un doble proceso de abstracción
y de generalización; dicho objetivo consiste en la formulación de las leyes que rigen los hechos de conducta o
hechos psicológicos, de la misma manera que las leyes físicas rigen los hechos físicos, calóricos, ópticos u otros. Sin
embargo, si adoptásemos tal concepción de la psicología y, sobre todo, si dicha concepción fuese para el psicólogo la
única hipótesis de trabajo, la psicología, con el
pretexto de imitar a las ciencias naturales en su mira y su método, correría el riesgo de no lograr un fin esencial: el
conocimiento del individuo. En efecto -ya practiquemos la psicología profesionalmente, ya nos hallemos, como todos
los días, en presencia de nuestros semejantes-, jamás nos enfrentamos con el hombre en general, sino, siempre, con
un hombre en particular, un individuo, quien frecuentemente es un enigma, un problema cuya solución, como
sabemos, sólo puede encontrarse en él mismo. La característica esencial del hombre resulta ser, entonces, su
individualidad, el hecho de que el hombre es un resultado único en su género y que, separado espacialmente de
todos los otros hombres, no se parece acabadamente a ninguno y que se comporta de una manera que le es propia.
Si el conocimiento psicológico no tuviese por intención fundamental llegar al conocimiento del individuo, dejaría de ser
conocimiento psicológico, ya que toda conducta es conducta de un individuo determinado -con quien yo entro en
relación- o incluso conducta de mi mismo, individualidad en medio de otras, y para las otras individualidades.
Ahora bien, sería difícil afirmar que el psicólogo cobra siempre conciencia de esta finalidad inmanente a toda ciencia
psicológica. Por el contrario, se tiene frecuentemente la impresión de que considera uno de los medios de la
aproximación psicológica -la búsqueda de leyes generales- como si fuera su fin propio y que, paradójicamente, la
individualidad como tal no le interesa. Para convencerse de esto no es necesario de ninguna manera recorrer el
inmenso campo de los estudios experimentales; basta consultar los tratados de psicología que consignan sus
resultados: hace falta cierta dosis de imaginación para no olvidar que, siempre, quienes viven los fenómenos
estudiados
(memoria, conceptualización, voluntad, etc.) son los individuos, hasta tal punto se prescinde de la historia personal al
estudiar estos fenómenos. Por cierto, sólo existe -se dice- ciencia de lo general; no hay, en consecuencia, ciencia de
lo particular. Es jugar con las palabras y limitar arbitrariamente el campo de la investigación científica. En efecto, de
ningún modo resulta en principio contradictorio
considerar que el individuo, en su condición de tal, es el objeto real de la investigación y admitir al mismo tiempo que,
para explicarlo y comprenderlo, conviene referirse a leyes que su comportamiento actualiza hic et nunc; supuesto que
el individuo exprese siempre, en su conducta singular, relaciones de comportamiento que pueden ser generalizadas y
que, en estas condiciones, se deba conducir principalmente los esfuerzos hacia el descubrimiento de leyes, no es
menos cierto que la ciencia así
adquirida sólo encuentra su justificación definitiva cuando sirve para aclarar las razones de ser de tal conducta en tal
individuo. Por lo demás, si nos atuviésemos estrictamente a la fórmula aristotélica, no podría existir ciencia histórica
alguna, se trate ya de geofísica o de historia humana, pues toda relación de causación histórica es, evidentemente,
singular: los acontecimientos nunca se dan dos veces de la misma manera, aunque pueda existir un determinismo
subyacente, aunque pueda haber leyes en la historia. Del mismo modo, ¿ha sido alguna vez el estudio de las leyes
psicológicas preparación suficiente para comprender al prójimo? Si estas leyes poseen alguna expresión, ésta se
halla en el individuo, y sólo en él.

II. Pero la adopción de esta hipótesis de trabajo -la psicología es la ciencia de la individualidad- no debe inducirnos a
confundir lo que desde ya podremos llamar psicología de la personalidad con la psicología diferencial.
Surgida de una observación de Wundt y creada por Stern, la psicología diferencial plantea mal el problema del
individuo, al identificarlo con el de las diferencias individuales. Los psicólogos de esta escuela estudian primeramente
una función en forma aislada; luego establecen la distribución de dicha función en un conjunto determinado de
individuos con el objeto de descubrir las variaciones individuales o las excepciones a la ley. Es evidente, entonces,
que no se trata de estudiar lo particular
como tal, sino, más bien, sus variaciones respecto de lo universal. El psicólogo, preocupado por las relaciones
funcionales en general, ignora al hombre que posee dichas funciones: el individuo es el medio de la investigación y no
su fin. Por otra parte, el acento está colocado más sobre los elementos de la conducta que sobre su organización
personal. En pocas palabras, la psicología diferencial define la individualidad como un remanente, suma de los
elementos parciales por los cuales el individuo difiere de un tipo abstracto y general, lo cual es una mera petición de
principio.
Por supuesto, el psicoanálisis y la psicología 'clínicos' conciben más seriamente el problema de la individualidad. En
particular, cuando el psicoanalista rastrea las causas universales, lo hace con el fin de comprender mejor la historia
de una personalidad. La psicología de la Gestalt (1) en la línea de los trabajos de Lewin, al insistir sobre los 'todos
estructurales' de la vida mental; al criticar la selección arbitraria de los segmentos de comportamiento efectuada por la
psicología experimental; al insistir sobre la interpenetración particular de las funciones dentro de un mismo
organismo, cobra clara
conciencia de la unicidad individual. Ya se acentúe el carácter específico de la historicidad individual, ya la unidad e
integración del campo psicológico, ¿no se considera en ambos casos la individualidad en su conjunto y no como un
remanente diferencial? ¿Y no habría entonces que buscar en la individualidad misma, en su totalidad, la actualización
de un determinismo que se inserta en el dinamismo propio del individuo y está presente en la unión particular de las
funciones? Ésta es la manera más coherente de comprender la relación entre lo general y lo particular y la más
apropiada
para dar un contenido a la psicología, considerada ciencia de la individualidad.

III. Por consiguiente, la pregunta fundamental que se plantea al psicólogo es la siguiente: ¿cómo es posible una
individualidad? Si se conviene utilizar el concepto de personalidad para designar esta individualidad psicológica, la
pregunta implica una multitud de otras: ¿cómo explicar y comprender tal personalidad? ¿Qué determinismos ¿Cómo
rigen su formación, estructuración y evolución? Se sobreentiende que el contenido real del concepto de 'personalidad'
-que utilizaremos de esta manera en lo sucesivo- sólo puede aparecer a medida que se responda a estas preguntas.
Es difícil anticipar una definición que no sea puramente formal. Pero es necesario, por lo menos, destacar aquello que
la personalidad no es.
La noción de personalidad, en tanto que individualidad psicológica, no significa aquí la influencia ejercida por un
individuo sobre otro ("tiene una personalidad notable"): todos tenemos una personalidad, hasta los más simples y
además, el psicólogo no debe emitir juicios de valor. La personalidad tampoco significa la apariencia de que uno se
reviste ('adoptar' una personalidad): esta apariencia no es sino un aspecto de la personalidad total, sea como
determinante o como resultado. Ni mucho menos significa el ideal que un individuo puede forjarse de sí mismo ("tratar
de cultivar su
personalidad"): sería entonces una abstracción normativa y directriz. Por último, no se trata, en este caso, de la
esencia metafísica e hipotética del ser humano ("la personalidad del individuo es inviolable, debe ser respetada",
etc.): el psicólogo deja en manos del moralista la noción de persona y no hace ninguna especulación sobre la
naturaleza ontológica del hombre.
En dos palabras, la personalidad no es 'estimulo social' ni personaje ni ficción directriz ni entidad metafísica. Para
lograr una definición formal que no esté demasiado vinculada con un sistema, nada mejor que referirse a las diversas
características que debe connotar un concepto comprensivo. 1) La personalidad es única, propia de un individuo;
aunque éste tenga rasgos en común con otros; 2) La personalidad no es sólo una suma, una totalidad de funciones,
sino una organización, una integración; a pesar de que esta integración no siempre se realiza, la noción de centro
organizador queda definida, al menos, por la tendencia integrativa; 3) La personalidad es temporal porque es siempre
la de un individuo que vive históricamente; 4) Por último, sin ser estímulo ni respuesta, la personalidad se presenta
como una variable intermediaria, se afirma como un estilo a través de la conducta y por medio de ella.
La siguiente definición delimitará suficientemente el objeto que nos ocupa: la personalidad es la configuración única
que toma, en el transcurso de la historia de un individuo, el conjunto de los sistemas responsables de su conducía.
Esta definición teórica no se aleja, por otro lado, de cierto número de definiciones ya clásicas, como por ejemplo, la
de Allport (2).

IV. El estudio de la 'individualidad' posee así un enfoque propio, que parecería excluir toda discrepancia grave. Sin
embargo, dos puntos de vista diferentes se oponen en los postulados mismos que proponen. El primero de estos
puntos de vista es el del caracterólogo. Éste no sólo identifica personalidad y 'carácter' sino que, además, hace del
carácter el centro de la personalidad. De este modo, su enfoque resulta muy diferente del enfoque del clínico, por
ejemplo, para quien el carácter no es más que un aspecto de la personalidad, su aspecto expresivo y para quien, por
consiguiente, el estudio de los caracteres o caracterología es teóricamente distinto del estudio de la
personalidad, estudio que podríamos llamar con Murray(3), "personología". Distinguir la personalidad -en sentido
estricto- del 'carácter' es, pues, tarea que urge aun a riesgo de anticiparnos a las justificaciones que lo que sigue
traerá por sí mismo.
Por otro lado, cualesquiera sean las ambigüedades terminológicas, la caracterología y la personología tienen, en
concreto, hipótesis de investigación muy diferentes. Para el caracterólogo, la individualidad está constituida por un
conjunto de 'rasgos' -más fundamentales unos que otros- los cuales, agrupados, constituyen cierto número de 'tipos' a
los que puede ser referido todo individuo. El clínico no desconoce la función integradora de la personalidad, aquello
que hace de ella no una suma sino una totalidad.
El caracterólogo tiende a hacer del carácter algo estático, espacial, una especie de invariante, de estructura
fundamental en la que luego se insertará el resto; en pocas palabras, una 'naturaleza'. El concepto de personalidad,
tal como lo emplea la personología, es, bien sabemos, esencialmente histórico; la personología considera que la
personalidad es historia -nunca integralmente definida ni definitiva- y que el problema de la `vida personal' no puede
resolverse sino dentro de una perspectiva
evolutiva; por esto mismo, tratará de construir un esquema conceptual válido para todo el transcurso del desarrollo
del individuo" (Murray).
Por regla general, el caracterólogo muestra escaso interés por las 'fuentes' del comportamiento; más bien dedica
su atención a las modalidades generales, recurrentes, de la conducta, que constituyen precisamente los 'rasgos'; el
carácter resulta ser entonces un conjunto de 'expresiones', de elementos periféricos. Por el contrario, con la idea de
personalidad se tiende a considerar los factores dinámicos de la conducta, las motivaciones, los complejos centrales,
vale decir, el aspecto secreto, menos evidente de la individualidad. En resumen, allí donde la caracterología verá
estabilidad, invariantes de conducta, rasgos, la personología buscará fuentes, historia, integración. Frente al
individuo, la primera trabaja más bien como un retratista; la segunda, como un
historiador. A esto se agregan dos diferencias más.
El caracterólogo, realmente, nunca presta atención a la personalidad-historia; porque si utiliza el término
'personalidad', lo toma generalmente por sinónimo de carácter, ya que hace de la personalidad algo estable, que
encaja en una tipología, etc. En cambio, una psicología de la personalidad no ignora necesariamente el carácter:
Allport, por ejemplo, concede cierta importancia a los rasgos, al personaje aparente; Cattell no subestima el interés de
una descripción por medio de los tipos, como complemento del método biográfico y de los métodos de autoestimación
(4).
Por otra parte, la divergencia más fundamental entre ambas formas se da al abordar el problema del acercamiento
al individuo. Paradójicamente se puede afirmar que el punto de vista caracterológico se encuentra más lejos de la
elucidación del 'porqué' y del 'cómo' del individuo que el punto de vista personológico. Cuando el caracterólogo, sea
calculando las correlaciones entre los 'rasgos' para establecer los tipos, sea construyendo sobre propiedades
generales una "tipología" estática, determina cierto número de categorías de carácter, es evidente que se trata de
categorías generales, de las correlaciones que más generalmente existen entre los rasgos.
El problema de la individualidad comienza realmente cuando se quiere introducir un individuo dentro de tal
clasificación; bien sabemos hasta qué punto la operación resulta difícil y siempre arbitraria. En el fondo, la
caracterología -igual que la psicología general y la psicología diferencial- no se interesa tanto por el individuo en
efecto, ¿se comprende acaso el comportamiento del individúo X porque se lo clasifique en la categoría de los
"coléricos"? Por cierto, no; pues considerar a X un 'colérico' porque monta fácilmente en cólera es destacar en él,
precisamente, las características que tiene en común con todos los coléricos y no considerar aquello que le impide
parecerse a otro
colérico: los motivos propios por los cuales 'monta en cólera' -que lo distinguen de cualquier otro colérico- y la manera
singular de vivir sus cóleras. Incluirlo en un tipo significa, ipso facto, negarse a elucidar su ser colérico, su sistema
colérico personal.
Carácter y personalidad son, pues, conceptos lo suficientemente diferentes como para que la definición de
"personalidad" que dimos precedentemente cubra un dominio preciso de hechos. En lo sucesivo utilizaremos el
término carácter para designar exclusivamente el aspecto expresivo de la personalidad, sin considerarlo una
naturaleza o un centro, como hace Gastón Bcrgcr, cuyo punto de vista representa bastante bien el de la
caracterología clásica (5). Huelga decir que el término carácter en su acepción vulgar ("tener carácter") no tiene más
valor científico que el término personalidad en
el sentido de 'estímulo social'.
V. Si la historia de un solo individuo es la unidad de la que debe ocuparse la disciplina que hemos llamado
personología, los hechos que se observan pueden clasificarse, inspirándose en Kluckhohn y Murray (6), de la
siguiente manera:
1) El 'dato' psico-fisiológico, surgido, a la vez, de la herencia y de la maduración, en constante dialéctica, por otro
lado, con lo adquirido, la nurture de la terminología anglosajona;
2) La situación del medio - donde el individuo desarrolla sus formas de conducta, que actúa como factor socio-
cultural;
3) Los factores individualmente modificables de los sistemas de acción, los cuales permiten la elaboración de nuevas
estructuras;
4) Por último, las condiciones de unidad del 'yo' y de la 'identidad' personal.

El presente trabajo contempla sucesivamente estas diversas perspectivas. El hilo conductor surge de lo siguiente:
dado que la personalidad es, en resumen, el organismo humano que desarrolla sus formas características de
conducta dentro de la vida social, los sistemas de acción que en cada instante de la vida de un hombre concretan su
ajuste al mundo son función, a la vez, del pasado que vive en él bajo el aspecto de hábitos, complejos reaccionales
de todas clases, etc., y de las actuales exigencias del ambiente, del campo psicosocial. Por esto siempre existen
posibilidades de cambio: no sólo porque efectivamente se produce un cambio -evolución de la infancia a la edad
madura-, sino, además, porque los complejos "nurturales", si se nos permite la expresión, pueden ser puestos en tela
de juicio, en razón de los mismos mecanismos que los han producido. En estas condiciones, deben estudiarse las
relaciones de causalidad entre hechos psicológicos singulares en dos planos: un plano 'transversal' -el de las
reacciones actuales, frecuentemente creadoras de vías reaccionales futuras (por ejemplo un condicionamiento, un
trauma); y un plano 'longitudinal'- el del tiempo, el del paso del pasado al presente, el de la sucesión de los estadios a
lo largo de una línea que conserva un estilo propio. El análisis transversal detiene el flujo como se detendría un film
en una imagen particular; el análisis longitudinal busca los vínculos que unen una imagen con otra.
Por supuesto, ambos tipos de análisis están estrechamente ligados entre sí. Por cierto que no hay reacción actual
que no se explique en parte por una reacción precedente, pero la conducta pasada sólo influye en la conducta
presente en función del complejo situacional. No habrá que olvidar, pues, que todas las leyes 'transversales' a que
aludiremos en los próximos capítulos (por ejemplo aquellas que rigen las transformaciones de las conductas, las que
rigen la solución de los conflictos, etc.) serían completamente falsas y arbitrarias -vale decir, no serían leyes
explicativas de un momento de una historia individual- si no supusiéramos que una ley 'longitudinal` actúa al mismo
tiempo como condición determinante. Ejemplos de 'doble causalidad' de este orden serán expuestos más adelante.
Sólo un constante análisis en ambos planos puede resolver la antinomia a que hemos aludido, antinomia entre el
carácter general de una ley y la singularidad del objeto donde se concreta singularmente la relación causal. No
existen dos individualidades iguales porque una ley psicológica nunca actúa sobre terrenos idénticos, vale decir, en
concomitancia con un mismo complejo de otras leyes. La dialéctica de lo 'transversal' y de lo 'longitudinal' impide que
las leyes que mencionaremos aparezcan fuera de una personalidad concreta, en la cual la evolución y la
estructuración se anuden
progresivamente. Como dice Allport: las leyes sólo presentan interés en la medida en que nos "dedicamos a
coordinarlas en el nudo de la individualidad".
Se aludirá a diversos esquemas teóricos. Cada una de las escuelas que ha estudiado el
problema de la evolución de la personalidad ha elaborado un marco conceptual propio.
Se encontrarán, pues, conceptos behavioristas (7), que hacen hincapié en el learning(8),
conceptos gestaltistas (9), cuyo eje es la unidad del 'yo', conceptos psicoanalíticos;
finalmente, conceptos culturalistas. Estos últimos vuelven a situar el individuo en su
marco social real y dan a entender que la personalidad no sólo es historia sino, además,
historia dentro de una historia.

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