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MULTICULTURALISMO E INTERCULTURALIDAD
Héctor Aguilera1

Actualmente hay distintas formas de ver y entender el tema de las culturas indígenas y sus relaciones
con la cultura “hegemónica” o dominante. El pluralismo cultural, el multiculturalismo y la
interculturalidad, aparecen en el contexto latinoamericano y en ello se enmarcan las medidas y
políticas orientadas hacia los pueblos indígenas particularmente en el caso de Honduras.
La diversidad cultural es un modelo internacionalmente hegemónico desde la postguerra (Segunda
Guerra Mundial), el cual se remarca más a partir de los años sesenta, sobre todo en contextos o países
donde imperan modelos democráticos y de paz. La diversidad cultural parte del entendido que “no es
legítimo destruir o trastocar de ninguna forma las culturas y que es perfectamente posible la unidad
en la diversidad” (Giménez 2001: 53).
El pluralismo cultural desde este punto de vista puede sistematizarse en dos grandes principios:

• La igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades (principio que se puede denominar


de ciudadanía común o general).
• Respeto a las diferencias etnoculturales (derecho a la diferencia).
Dentro de este modelo de pluralismo cultural se insertan los conceptos de multiculturalismo e
interculturalidad, y a partir de los cuales es posible hablar de una educación diferenciada para las
poblaciones culturalmente diferentes de la cultura hegemónica en el país.
Desde tiempos coloniales Honduras ha vivido una confrontación entre el ideal alimentado por los
grupos dominantes (llámese cultura ladina) de promover una cultura única a la cual deberían converger
todas las demás, y la resistencia indígena a perder sus propios rasgos culturales. Hasta hoy, la cultura
dominante a pesar de sus esfuerzos y acciones no ha logrado eliminar a las otras culturas. El concepto
de multiculturalismo se ha puesto “de moda” en la implementación de políticas públicas destinadas a
pueblos indígenas en el país. A nivel teórico se menciona la multiculturalidad para llevar a cabo
programas o proyectos que se implementan con fondos de la cooperación externa. Aunque el término
como tal en la praxis a menudo se usa con temor, a sveces como objeto de crítica y en ocasiones se
propone como una panacea2.

El multiculturalismo en este contexto es un término nuevo. Este se ha “enraizado especialmente en


países como Canadá, Estados Unidos, Inglaterra, Holanda y Nueva Zelanda, así como en países del
norte, occidente y sur de Europa (…) en América Latina aparece primero en Bolivia (…) es utilizado
en su sentido fáctico o de hecho (diversidad cultural existente en un determinado territorio) como en
su acepción normativa o axiológica (como debe procederse a organizar la vida social y publica)”

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Docente de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. Escrito en el año 2005.
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Se habla de la multiculturalidad e interculturalidad en el país, pero solamente se hace referencia a ella cuando
se proponen proyectos encaminados a los pueblos indígenas, por ejemplo, en el tema educativo se propone a
Honduras como multicultural, multiétnico y multilingüe pero las acciones que acompañen al discurso son casi
inexistentes y la interculturalidad no es un eje transversal en el currículo.
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(Giménez 2001: 54). De ahí se extiende a otros países latinoamericanos, como es el caso de
Honduras.
El multiculturalismo tiene muchos significados y manifestaciones, múltiples variaciones según tiempos,
espacios y sociedades por lo que no puede reducirse a una sola forma concreta. En ese sentido se
sostiene que el multiculturalismo “hace referencia a un fenómeno social, como es la convivencia en
un mismo entorno geográfico-social, donde permanecen y viven juntos grupos de distintas culturas,
lenguas, religiones, etc.” (Calvo Buezas 2003: 229). Esto conlleva para ambas partes, una educación
reciproca en la tolerancia y en una apertura pluralista respetando los Derechos Humanos, los valores
democráticos y las leyes constitucionales de cada país.
En el ámbito latinoamericano, “los noventa han visto un gran número de reformas en las Constituciones
a fin de reconocer a los países como repúblicas multiétnicas, multiculturales y multilingües” (Plant
1999: 60). En Honduras en el 3 de agosto de 1994, el gobierno de turno emitió el Acuerdo Presidencial
Nº 0719-EP-94, en el cual declara “que Honduras es un país pluricultural y multiétnico que requiere
institucionalizar la Educación Bilingüe Intercultural para responder a la riqueza y diversidad cultural”.
Tal planteamiento es llevado a nivel de Decreto Legislativo por el Congreso Nacional el 21 de julio de
1997, mediante el Decreto Nº 93-97, en el que se reafirma lo estipulado en el acuerdo anterior y a la
vez institucionaliza oficialmente la educación bilingüe e intercultural. Cabe recalcar que no se reforma
la Constitución de la República, aunque el marco legal para implementar educación en otro idioma
queda establecido con dicho Decreto.
Lo que cabe preguntarse en este contexto es si ese comportamiento en el caso hondureño respondió
a exigencias de la “moda internacional” de países que implementan previamente educación
intercultural bilingüe como Guatemala, Bolivia, Ecuador, pues estos tienen una fuerte presencia de
población étnica, o si por el contrario fue producto de las presiones del movimiento indígena hondureño
organizado.
El fundamento teórico del nuevo discurso multicultural tiende a ser el de la identidad y de los derechos
indígenas. Las razones sobran: históricamente los valores y las instituciones indígenas han estado
excluidas de la cultura nacional “dominante”, así como de sus instituciones políticas y jurídicas. Pues
estas últimas se instituyeron sobre los modelos importados de occidente como legado del colonialismo
español o bien de los códigos subsecuentes del liberalismo europeo del siglo XIX. Por tanto, el gran
desafío multicultural es el de compensar ese legado histórico y configurar un nuevo modelo de Estado
nacional incluyente que se funde sobre el respeto de los derechos, valores e instituciones indígenas.
Según Mardones (2001: 39) “se ha dado en llamar multiculturalismo a una serie de fenómenos de la
diversidad cultural (…) permite presentar así las actuales políticas de reconocimiento de las minorías
étnicas, pueblos aborígenes, naciones suprimidas, grupos lingüísticos, inmigrantes y mujeres, como
el gran movimiento de la historia moderna de la libertad o contra el imperialismo, ya que estos grupos
experimentan el yugo de los diversos Estados multinacionales o multiétnicos análogamente
impositivos sobre sus culturas, como lo fueron el imperialismo de los estados absolutos o los imperios
europeos”. No se puede desconocer la situación de esclavitud y servidumbre a la que han sido
sometidos los indígenas del país a través de la historia.
En este sentido el multiculturalismo para Gunther Dietz (2003: 9) “forma parte de un proceso más
amplio y profundo de re-definición y re- imaginación del Estado- Nación de cuño europeo, así como
de las relaciones entre Estado y sociedad contemporánea”. Es decir que el discurso multicultural se
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ha convertido en la principal base ideológica de la educación intercultural, entendida ésta como una
aproximación de educación diferenciada para minorías autóctonas. Como lo manifiestan Bastos y
Camus (2001: 6) que “el multiculturalismo viene a significar que el Estado reconoce la existencia de
diferentes culturas a su interior rompiendo con la supuesta homogeneidad previa. El multiculturalismo
estaría poniendo mayor énfasis en el respeto, la promoción de la diferencia, permitiendo fortalecer,
empoderar y dar autonomía a las culturas subordinadas”.
En otros contextos como el canadiense, Will Kymlicka ha distinguido entre “Estados Multinacionales”
es decir, aquellos en los cuales coexisten una o más naciones dentro de un mismo Estado (…) y
“Estados poliétnicos” aquellos compuestos por diferentes grupos de inmigrantes, provenientes de
culturas diferentes y que mantienen, hasta cierto punto, algunas particularidades étnicas (Kymlicka,
citado en Olivé 1999: 59). Este mismo autor propone que “es preferible considerar como
multiculturalismo, entre las varias formas de pluralismo y diversidad cultural, y sin negarlas, a las que
se refieren especialmente a las diferencias nacionales y étnicas” (citado en Mardones 2001: 39).
Joseph Raz, al igual que Kymlicka ha distinguido dos tipos de países multiculturales, “en un caso, las
comunidades cuentan con un territorio propio y viven en zonas geográficas claramente delimitadas
como los quebequenses en Canadá, o los escoceses en Gran Bretaña; en otros casos comunidades
muy diferenciadas, como los chinos, hispanos y negros en Estados Unidos, comparten muchos
espacios públicos y servicios con el resto de la sociedad, sin que exista la separación geográfica”
(citado en Olivé 1999: 59). Ello no implica perdida de la identidad para los grupos que entran en
contacto con el grupo mayor.
El multiculturalismo entendido desde una postura descriptiva y explicativa, se refiere a un proceso
sociológico y cultural, un hecho social que existe en la mayoría de los estados nacionales. Es decir
que la mayor parte de los estados existentes en el mundo están compuestos por una heterogeneidad
social y cultural. Por otro lado, desde una perspectiva normativa, el multiculturalismo aboga por el
respeto, valoración y aceptación de la diversidad cultural de los individuos y grupos en un marco de
derechos y deberes diferenciados, con el propósito de superar las desigualdades que se generan en
la sociedad como resultado de las diferencias culturales. En este sentido, el multiculturalismo como
enfoque normativo constituye un proyecto basado en la tolerancia y el respeto a la diversidad y la
diferencia.
Al igual que el multiculturalismo, la interculturalidad se discute dentro del marco del pluralismo cultural.
Cabe destacar que existen diferencias en cuanto al uso del término en los diferentes contextos, pero
en definitiva se tiene de común denominador que “el termino intercultural tiene un sesgo dinámico que
apunta hacia una relación de interpenetración cultural, de activa relación entre los miembros de grupos
humanos diferentes, (…) mejor entendimiento de diversas culturas (…) y el profundo respeto por la
diversidad cultural” (García Martínez y Sáenz Carrera 1998: 36-37). La interculturalidad promueve en
ese sentido el dialogo entre las culturas como también el rechazo a la pretensión de homogenización
e invisibilización histórica a la que han sido sometidas las culturas indígenas.
La introducción de la noción de interculturalidad en la discusión académica y política en Latinoamérica
ha estado fuertemente marcada por la problemática educativa, debido a que la escuela como ente
“civilizatorio” asimilacionista ha sido en gran medida la única instancia estatal de presencia
permanente en las regiones rurales, siendo estos espacios el sitio donde se ubican principalmente las
poblaciones indígenas. Para Casanova (2002: 12-13), “la interculturalidad supone en principio, que la
coexistencia cultural pase a convivencia, con absoluto respeto a las características culturales de cada
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grupo”, desde esta concepción no tendría cabida la subordinación, el integracionismo tampoco el


asimilacionismo. Lo que se estaría promoviendo es el respeto y adaptación a las normas sociales que
permitan, favorezcan y faciliten esa convivencia deseada, pero manteniendo las peculiaridades
importantes de las culturas. La convivencia cultural se ve como un enriquecimiento mutuo y no como
amenaza a ninguna de las culturas, por ende, la xenofobia no tendría cabida.
Desde esta propuesta la interculturalidad busca no solamente el reconocimiento de la diferencia como
tal, sino que busca esa forma de convivir entre las diversas culturas, en igualdad de condiciones a fin
de mantener el diálogo entre las mismas. Por ello se afirma que “la interculturalidad pretende ser un
paso adelante en el reconocimiento de la diferencia para ofrecer una forma de gestionarla. Se le
concibe como una “relación de intercambio positivo y convivencia social entre actores culturalmente
diferenciados”, tratando que la “coexistencia” entre grupos se transforme en “convivencia” y que, en
vez de señalar las diferencias, se tienda a enfatizar las convergencias” (Giménez, 2000: 31 citado en
Bastos y Camús: 2002: 2).
Desde otra concepción, Catherine Walsh (2000: 123) afirma que “la adopción del término intercultural
(…) fue asumido no como deber de toda la sociedad sino como reflejo de la condición cultural del
mundo indígena, preparando al educando para actuar en un contexto pluricultural, marcado por la
discriminación de las etnias indígenas”. Es así que la interculturalidad empezó a asumir dentro de la
educación indígena un significado reivindicativo para la incorporación e implementación de dicho
término en la escuela. Pues en los inicios la educación dirigida a las áreas indígenas era simplemente
bilingüe, a veces bicultural y en el peor de los casos la educación que se les brinda es la misma que
se desarrolla en cualquier área urbana o rural a niños ladinos.
Asimismo, sostiene que “desde sus comienzos la interculturalidad ha significado una lucha en la que
han estado en permanente disputa asuntos como identificación cultural, derechos y diferencia,
autonomía y nación” (Walsh: 125). Uno de los espacios centrales de esa lucha es la educación, porque
más que una esfera pedagógica, es una institución política social y cultural, el espacio de construcción
y reproducción de valores actitudes e identidades y del poder histórico-hegemónico del Estado. La
interculturalidad desde este punto de vista intenta acabar con la historia hegemónica de que hay una
cultura dominante y otras subordinadas, con el objetivo de reforzar a través de este tipo de educación
diferenciada a las culturas autóctonas excluidas el sistema de educación nacional.
Plantea además que la interculturalidad debiera ser: “ un proceso dinámico y permanente de relación,
comunicación y aprendizaje entre culturas en condiciones de respeto, legitimidad, simetría e igualdad;
un intercambio que se construye entre personas, conocimientos, saberes y practicas culturalmente
distintas, buscando desarrollar un nuevo sentido de convivencia de éstas en su diferencia; un espacio
de negociación y traducción donde las desigualdades sociales, económicas y políticas, y las relaciones
y los conflictos de poder de la sociedad no se mantienen ocultos, sino reconocidos y confrontados;
una tarea social y política que interpela al conjunto de la sociedad, que parte de prácticas y acciones
sociales concretas y conscientes, e intenta crear modos de responsabilidad y solidaridad” (Citada en
Duque y otros 2001: 12-13).
La interculturalidad es producto de la voluntad de los actores y las relaciones sociales que estos van
creando. La interculturalidad vista de esta manera intentaría romper con la historia hegemónica para
reforzar las identidades tradicionalmente excluidas y buscar espacios de autonomía. Confronta como
practica la problemática de políticas integracionistas y a las relaciones desiguales de poder. La
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educación diferenciada como práctica orientará este cambio de actitudes y relaciones desiguales
existentes en la sociedad.

La interculturalidad desde otro contexto se entiende como el planteamiento pluralista que sobre las
relaciones humanas debería haber entre todos los actores de culturas diferenciadas en el contexto de
un Estado democrático, con estatus multicultural y multilingüe. Según Giménez (2001: 62) es “la
promoción sistemática y gradual desde el Estado y desde la sociedad civil de espacios y procesos de
interacción positiva que vayan abriendo relaciones de confianza, reconocimiento mutuo, comunicación
efectiva, diálogo y debate, aprendizaje e intercambio, regulación pacífica del conflicto, cooperación y
convivencia”. Donde se dé un espacio armónico de dialogo y de respeto al “Otro” sin estereotipos ni
signos de discriminación. El mismo autor afirma que la interculturalidad debe sostenerse sobre la base
de tres principios que son fundamentales para que las relaciones interculturales se puedan llevar a la
práctica:

• Principio de ciudadanía, que implica el reconocimiento pleno y la búsqueda constante de igualdad


real y efectiva de derechos, responsabilidades, oportunidades, así como la lucha permanente
contra el racismo y la discriminación;
• El principio del derecho a la diferencia, que conlleva el respeto a la identidad y derechos de cada
uno de los pueblos, grupos étnicos y expresiones socioculturales y
• El principio de unidad en la diversidad, concretado en la unidad nacional, no impuesto sino
construida por todos y asumida voluntariamente (Íbid: 62-63).
Entendida la interculturalidad de esta manera, es claro que estaríamos frente a un marco de
construcción de la misma desde amplios principios democráticos y que en la interacción de los
diferentes grupos no prevalecería ninguna postura hegemónica, sino que se construye en igualdad de
condiciones, respetando la diferencia.
Malgesini y Giménez (2000: 127) sostienen que “tanto la multiculturalidad como la interculturalidad
han surgido en el campo educativo y han tenido como marco el paradigma del “pluralismo cultural”
que pretendía superar el modelo asimilacionista”. Sin embargo, consideran que la multiculturalidad
tiene la limitación de poner un énfasis exclusivo en las diferencias culturales y no toma en cuenta la
necesidad de interacción y el dinamismo entre las culturas. En ese sentido la interculturalidad vendría
a ser un concepto más avanzado que pone mayor énfasis en el diálogo y la convivencia igualitaria de
las diferentes culturas. No se centra en las diferencias sino en las convergencias.
En esta misma línea otros autores afirman que al parecer existe consenso en cuanto a la connotación
diferente que tienen los términos interculturalidad y multiculturalismo. Galindo y Escribano sostienen
que “el termino multicultural expresa simplemente una situación de hecho, la situación real de una
sociedad con varios grupos culturales que mantienen la suficiente cohesión entre ellos de acuerdo a
un cierto número de valores y normas”, mientras que la “interculturalidad afirma explícitamente la
realidad de dialogo, la reciprocidad, la interdependencia y expresa más bien un deseo, un método de
intervención” (citados en Sabariego 2002: 74) por medio del cual la interacción entre las diferentes
culturas sea una fuente de enriquecimiento mutuo. Es decir, se usa el término intercultural para
designar el carácter de un proceso dinámico, de reconocimiento, apertura y convivencia.
La interculturalidad en un país que se afirma a su interior como pluricultural y pluriétnico debe ser un
eje transversal en el currículo nacional, lo mismo en su sistema político. Esta no debe circunscribirse
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al salón de clases de las escuelas indígenas, sino que debe permear por completo a todo su sistema
de educación. A través de acciones sociales debe encaminarse a potencializar la diversidad cultural
dentro de la sociedad en su conjunto. Es decir que la escuela por sí sola no puede desarrollar la
interculturalidad, el Estado como tal debe responder a prácticas interculturales. Pues la escuela por sí
sola no puede introducir prácticas interculturales en una sociedad que no lo es o que no lo siente en
la realidad.
Debemos tener en cuenta que los pueblos indígenas de por sí, ya son conscientes de sus diferencias
respecto a los otros (tanto entre los mismos indígenas como respecto a la población ladina dominante),
la tarea es que la sociedad dominante no solo reconozca teóricamente la diversidad, sino que se
asuma y se conviva con el Otro en igualdad de condiciones. Los diferentes pueblos indígenas conocen
la cultura nacional y el idioma nacional por los procesos que se han desarrollado, la tarea es que la
sociedad ladina dominante responda, se interese y respete las prácticas culturales de estos pueblos
que han sufrido a través de la historia de distintas formas de exclusión y discriminación. En este sentido
la interculturalidad no se debe reflejar solamente en el aula sino en la mayoría de las relaciones
sociales.

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