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MULTICULTURALISMO E INTERCULTURALIDAD
Héctor Aguilera1
Actualmente hay distintas formas de ver y entender el tema de las culturas indígenas y sus relaciones
con la cultura “hegemónica” o dominante. El pluralismo cultural, el multiculturalismo y la
interculturalidad, aparecen en el contexto latinoamericano y en ello se enmarcan las medidas y
políticas orientadas hacia los pueblos indígenas particularmente en el caso de Honduras.
La diversidad cultural es un modelo internacionalmente hegemónico desde la postguerra (Segunda
Guerra Mundial), el cual se remarca más a partir de los años sesenta, sobre todo en contextos o países
donde imperan modelos democráticos y de paz. La diversidad cultural parte del entendido que “no es
legítimo destruir o trastocar de ninguna forma las culturas y que es perfectamente posible la unidad
en la diversidad” (Giménez 2001: 53).
El pluralismo cultural desde este punto de vista puede sistematizarse en dos grandes principios:
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Docente de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán. Escrito en el año 2005.
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Se habla de la multiculturalidad e interculturalidad en el país, pero solamente se hace referencia a ella cuando
se proponen proyectos encaminados a los pueblos indígenas, por ejemplo, en el tema educativo se propone a
Honduras como multicultural, multiétnico y multilingüe pero las acciones que acompañen al discurso son casi
inexistentes y la interculturalidad no es un eje transversal en el currículo.
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(Giménez 2001: 54). De ahí se extiende a otros países latinoamericanos, como es el caso de
Honduras.
El multiculturalismo tiene muchos significados y manifestaciones, múltiples variaciones según tiempos,
espacios y sociedades por lo que no puede reducirse a una sola forma concreta. En ese sentido se
sostiene que el multiculturalismo “hace referencia a un fenómeno social, como es la convivencia en
un mismo entorno geográfico-social, donde permanecen y viven juntos grupos de distintas culturas,
lenguas, religiones, etc.” (Calvo Buezas 2003: 229). Esto conlleva para ambas partes, una educación
reciproca en la tolerancia y en una apertura pluralista respetando los Derechos Humanos, los valores
democráticos y las leyes constitucionales de cada país.
En el ámbito latinoamericano, “los noventa han visto un gran número de reformas en las Constituciones
a fin de reconocer a los países como repúblicas multiétnicas, multiculturales y multilingües” (Plant
1999: 60). En Honduras en el 3 de agosto de 1994, el gobierno de turno emitió el Acuerdo Presidencial
Nº 0719-EP-94, en el cual declara “que Honduras es un país pluricultural y multiétnico que requiere
institucionalizar la Educación Bilingüe Intercultural para responder a la riqueza y diversidad cultural”.
Tal planteamiento es llevado a nivel de Decreto Legislativo por el Congreso Nacional el 21 de julio de
1997, mediante el Decreto Nº 93-97, en el que se reafirma lo estipulado en el acuerdo anterior y a la
vez institucionaliza oficialmente la educación bilingüe e intercultural. Cabe recalcar que no se reforma
la Constitución de la República, aunque el marco legal para implementar educación en otro idioma
queda establecido con dicho Decreto.
Lo que cabe preguntarse en este contexto es si ese comportamiento en el caso hondureño respondió
a exigencias de la “moda internacional” de países que implementan previamente educación
intercultural bilingüe como Guatemala, Bolivia, Ecuador, pues estos tienen una fuerte presencia de
población étnica, o si por el contrario fue producto de las presiones del movimiento indígena hondureño
organizado.
El fundamento teórico del nuevo discurso multicultural tiende a ser el de la identidad y de los derechos
indígenas. Las razones sobran: históricamente los valores y las instituciones indígenas han estado
excluidas de la cultura nacional “dominante”, así como de sus instituciones políticas y jurídicas. Pues
estas últimas se instituyeron sobre los modelos importados de occidente como legado del colonialismo
español o bien de los códigos subsecuentes del liberalismo europeo del siglo XIX. Por tanto, el gran
desafío multicultural es el de compensar ese legado histórico y configurar un nuevo modelo de Estado
nacional incluyente que se funde sobre el respeto de los derechos, valores e instituciones indígenas.
Según Mardones (2001: 39) “se ha dado en llamar multiculturalismo a una serie de fenómenos de la
diversidad cultural (…) permite presentar así las actuales políticas de reconocimiento de las minorías
étnicas, pueblos aborígenes, naciones suprimidas, grupos lingüísticos, inmigrantes y mujeres, como
el gran movimiento de la historia moderna de la libertad o contra el imperialismo, ya que estos grupos
experimentan el yugo de los diversos Estados multinacionales o multiétnicos análogamente
impositivos sobre sus culturas, como lo fueron el imperialismo de los estados absolutos o los imperios
europeos”. No se puede desconocer la situación de esclavitud y servidumbre a la que han sido
sometidos los indígenas del país a través de la historia.
En este sentido el multiculturalismo para Gunther Dietz (2003: 9) “forma parte de un proceso más
amplio y profundo de re-definición y re- imaginación del Estado- Nación de cuño europeo, así como
de las relaciones entre Estado y sociedad contemporánea”. Es decir que el discurso multicultural se
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ha convertido en la principal base ideológica de la educación intercultural, entendida ésta como una
aproximación de educación diferenciada para minorías autóctonas. Como lo manifiestan Bastos y
Camus (2001: 6) que “el multiculturalismo viene a significar que el Estado reconoce la existencia de
diferentes culturas a su interior rompiendo con la supuesta homogeneidad previa. El multiculturalismo
estaría poniendo mayor énfasis en el respeto, la promoción de la diferencia, permitiendo fortalecer,
empoderar y dar autonomía a las culturas subordinadas”.
En otros contextos como el canadiense, Will Kymlicka ha distinguido entre “Estados Multinacionales”
es decir, aquellos en los cuales coexisten una o más naciones dentro de un mismo Estado (…) y
“Estados poliétnicos” aquellos compuestos por diferentes grupos de inmigrantes, provenientes de
culturas diferentes y que mantienen, hasta cierto punto, algunas particularidades étnicas (Kymlicka,
citado en Olivé 1999: 59). Este mismo autor propone que “es preferible considerar como
multiculturalismo, entre las varias formas de pluralismo y diversidad cultural, y sin negarlas, a las que
se refieren especialmente a las diferencias nacionales y étnicas” (citado en Mardones 2001: 39).
Joseph Raz, al igual que Kymlicka ha distinguido dos tipos de países multiculturales, “en un caso, las
comunidades cuentan con un territorio propio y viven en zonas geográficas claramente delimitadas
como los quebequenses en Canadá, o los escoceses en Gran Bretaña; en otros casos comunidades
muy diferenciadas, como los chinos, hispanos y negros en Estados Unidos, comparten muchos
espacios públicos y servicios con el resto de la sociedad, sin que exista la separación geográfica”
(citado en Olivé 1999: 59). Ello no implica perdida de la identidad para los grupos que entran en
contacto con el grupo mayor.
El multiculturalismo entendido desde una postura descriptiva y explicativa, se refiere a un proceso
sociológico y cultural, un hecho social que existe en la mayoría de los estados nacionales. Es decir
que la mayor parte de los estados existentes en el mundo están compuestos por una heterogeneidad
social y cultural. Por otro lado, desde una perspectiva normativa, el multiculturalismo aboga por el
respeto, valoración y aceptación de la diversidad cultural de los individuos y grupos en un marco de
derechos y deberes diferenciados, con el propósito de superar las desigualdades que se generan en
la sociedad como resultado de las diferencias culturales. En este sentido, el multiculturalismo como
enfoque normativo constituye un proyecto basado en la tolerancia y el respeto a la diversidad y la
diferencia.
Al igual que el multiculturalismo, la interculturalidad se discute dentro del marco del pluralismo cultural.
Cabe destacar que existen diferencias en cuanto al uso del término en los diferentes contextos, pero
en definitiva se tiene de común denominador que “el termino intercultural tiene un sesgo dinámico que
apunta hacia una relación de interpenetración cultural, de activa relación entre los miembros de grupos
humanos diferentes, (…) mejor entendimiento de diversas culturas (…) y el profundo respeto por la
diversidad cultural” (García Martínez y Sáenz Carrera 1998: 36-37). La interculturalidad promueve en
ese sentido el dialogo entre las culturas como también el rechazo a la pretensión de homogenización
e invisibilización histórica a la que han sido sometidas las culturas indígenas.
La introducción de la noción de interculturalidad en la discusión académica y política en Latinoamérica
ha estado fuertemente marcada por la problemática educativa, debido a que la escuela como ente
“civilizatorio” asimilacionista ha sido en gran medida la única instancia estatal de presencia
permanente en las regiones rurales, siendo estos espacios el sitio donde se ubican principalmente las
poblaciones indígenas. Para Casanova (2002: 12-13), “la interculturalidad supone en principio, que la
coexistencia cultural pase a convivencia, con absoluto respeto a las características culturales de cada
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educación diferenciada como práctica orientará este cambio de actitudes y relaciones desiguales
existentes en la sociedad.
La interculturalidad desde otro contexto se entiende como el planteamiento pluralista que sobre las
relaciones humanas debería haber entre todos los actores de culturas diferenciadas en el contexto de
un Estado democrático, con estatus multicultural y multilingüe. Según Giménez (2001: 62) es “la
promoción sistemática y gradual desde el Estado y desde la sociedad civil de espacios y procesos de
interacción positiva que vayan abriendo relaciones de confianza, reconocimiento mutuo, comunicación
efectiva, diálogo y debate, aprendizaje e intercambio, regulación pacífica del conflicto, cooperación y
convivencia”. Donde se dé un espacio armónico de dialogo y de respeto al “Otro” sin estereotipos ni
signos de discriminación. El mismo autor afirma que la interculturalidad debe sostenerse sobre la base
de tres principios que son fundamentales para que las relaciones interculturales se puedan llevar a la
práctica:
al salón de clases de las escuelas indígenas, sino que debe permear por completo a todo su sistema
de educación. A través de acciones sociales debe encaminarse a potencializar la diversidad cultural
dentro de la sociedad en su conjunto. Es decir que la escuela por sí sola no puede desarrollar la
interculturalidad, el Estado como tal debe responder a prácticas interculturales. Pues la escuela por sí
sola no puede introducir prácticas interculturales en una sociedad que no lo es o que no lo siente en
la realidad.
Debemos tener en cuenta que los pueblos indígenas de por sí, ya son conscientes de sus diferencias
respecto a los otros (tanto entre los mismos indígenas como respecto a la población ladina dominante),
la tarea es que la sociedad dominante no solo reconozca teóricamente la diversidad, sino que se
asuma y se conviva con el Otro en igualdad de condiciones. Los diferentes pueblos indígenas conocen
la cultura nacional y el idioma nacional por los procesos que se han desarrollado, la tarea es que la
sociedad ladina dominante responda, se interese y respete las prácticas culturales de estos pueblos
que han sufrido a través de la historia de distintas formas de exclusión y discriminación. En este sentido
la interculturalidad no se debe reflejar solamente en el aula sino en la mayoría de las relaciones
sociales.