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Violencias Colectivas
Violencias Colectivas
Violencias colectivas.
Linchamientos en México
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Dirección General: Dr. Francisco Valdés Ugalde
Secretaría Académica: Dra. Gisela Zaremberg
Coordinación de la Maestría en Ciencias Sociales: Dra. Cecilia Bobes León
Jurado
Dr. Jesús Rodríguez Zepeda, UAM-Iztapalapa
Dra. Silvia Dutrénit, Instituto Mora
Dr. Santiago Carassale, Flacso México
Dra. Ligia Tavera, Flacso México
Derechos reservados
Leandro A. Gamallo
Directora de tesis: Dra. María Luisa Torregrosa y Armentia
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ISBN 978-607-9275-41-9
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Agradecimientos 9
Introducción 13
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Por disposiciones que nos exceden, esta tesis debe llevar necesariamen-
te autoría individual. Sin embargo, como suele decirse en estos casos, este
producto no hubiera sido posible sin la concurrencia de muchas personas,
a las cuales espero brindar un pequeño agradecimiento aquí.
En primer lugar, quiero agradecer profundamente a mi directora de
tesis, la Dra. María Luisa Torregrosa. Ella me ha brindado un clima de
trabajo excelente y una gran libertad para dejarme navegar en mares in-
ciertos, incluso cuando sabía que me alejaba demasiado de los objetivos.
Este trabajo es el fruto de sus lecturas, sugerencias bibliográficas, meto-
dológicas y operativas y, sobre todo, de su generosidad para compartir su
gran experiencia en la investigación social. Todos los hallazgos y virtudes
de esta tesis, si es que los tuviera, se los debo a ella.
Por motivos que también me excedieron, quedó afuera del comité la
Dra. Karina Kloster, quien fue realmente imprescindible en esta tesis. Este
joven investigador que nunca antes había trabajado con una metodolo-
gía cuantitativa jamás olvidará su inconmensurable ayuda para el arma-
do, la codificación y el análisis de la base de datos, conocimiento que
me llevo de aquí en adelante para utilizar en las próximas investigacio-
nes. Además de su colaboración metodológica, la Dra. Kloster leyó va-
rias partes de esta tesis sin ningún incentivo más que la solidaridad y la
amistad que desde ahora nos une. A ella va mi más profundo y sentido
agradecimiento.
Mis lectores, el Dr. Antonio Fuentes Díaz y el Dr. Luis Daniel
Vázquez, han colaborado extensamente en el trabajo. Agradezco mucho
la excelente predisposición del Dr. Fuentes Díaz (quien tuvo que viajar
en algunas ocasiones desde Puebla para asistir al seminario de tesis) y
sus agudas lecturas, seguidas de comentarios muy productivos y suge-
rencia de bibliografía específica. Su opinión especialista ha enriquecido
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desde Argentina). A mi gran amigo Uriel Erlich, por estar siempre; por
su afecto. A Paula Boniolo, por haberme acompañado en momentos di-
fíciles. A ambos, por haberme ayudado con trámites ineludibles desde
Buenos Aires.
Por último, no quiero olvidar a quienes comenzaron a formarme
como un pequeño investigador en ciencias sociales, el Dr. Julián Rebón
y el Mtro. Don Juan Carlos Marín y a todo el grupo de investigación
del Programa de Investigación Sobre Cambio Social del Instituto de
Investigaciones Gino Germani, uba. Ellos dos promovieron activamente
mi viaje hacia México y me contactaron con mucha gente aquí, que hizo
muy amena mi estadía. Mi retorno a Argentina es también producto de
su incentivo y esfuerzo constante por involucrarme en ese proceso cons-
tante de formación en la investigación en ciencias sociales. Espero seguir
ese camino.
A la inolvidable hospitalidad mexicana. Por siempre.
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I
El 26 de julio de 2001 se celebraba en el pueblo de Magdalena Petlacalco,
delegación Tlalpan del Distrito Federal, la culminación de la cuarta jor-
nada de festejos en honor de Santa María Magdalena, patrona del pue-
blo. Cerca de las 19 horas los mayordomos de la iglesia limpiaban el atrio
cuando vieron a tres individuos sacando de su nicho a la imagen, adornada
con un vestido rosa recargado de alhajas y más de diez collares pendien-
do del cuello. “Todas de oro y perlas, ahí no se andan con baratijas, en ese
pueblo son muy generosos”,1 señaló el cura local.
Ante esta situación, varios vecinos se congregaron en el atrio de la
iglesia e intentaron atrapar a los individuos (supuestamente dos hom-
bres y una mujer), aunque sólo capturaron a uno de ellos, Carlos Pacheco
Beltrán. El presunto ladrón sólo atinó a refugiarse en el Centro de Salud
T-1, que se ubica frente a la iglesia, pero fue sacado a golpes por los en-
furecidos vecinos, al tiempo que el sacristán hacía repicar incesantemente
las campanas, convocando a más población. En minutos, unas mil perso-
nas, casi una sexta parte de la población local, se concentraron en el cen-
tro municipal.
Mientras la gente se iba acercando, algunos hombres comenzaron con
los golpes: arrastraron a Pacheco hacia el kiosco municipal y lo ataron al
barandal. Las trompadas y patadas arreciaron contra el cuerpo del pre-
sunto ladrón; luego, “una señora llevó un palo para que lo golpearan
1
“Fanatismo, causa del linchamiento, expresa el párroco de Magdalena Petlacalco”, La
Jornada, 27 de julio de 2001.
[13]
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2
“Lo lincharon por robar la iglesia”, El Universal, 27 de julio de 2001.
3
“Fanatismo, causa del linchamiento, expresa el párroco de Magdalena Petlacalco”, La
Jornada, 27 de julio de 2001.
4
“Lo lincharon por robar la iglesia”, El Universal, 27 de julio de 2001.
5
“Fanatismo, causa del linchamiento, expresa el párroco de Magdalena Petlacalco”, La
Jornada, 27 de julio de 2001.
6
“Lo lincharon por robar la iglesia”, El Universal, 27 de julio de 2001.
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II
Si esta investigación cumple lo que se propone, al finalizar el texto el aten-
to lector comprenderá la paradoja en la que hemos incurrido: nuestro li-
bro ha comenzado por el final, es decir, por la descripción de las distintas
formas que asumen los linchamientos en el México contemporáneo.
Dicho objetivo, secundario en primera instancia, se ha ido conforman-
do en el curso de la exploración, a partir del reconocimiento del vacío
existente en la literatura sobre las formas específicas que pueden adquirir
los linchamientos en México. Por esta razón, nuestras preguntas fueron
pasando de ¿por qué se producen los linchamientos? a ¿qué formas pueden adoptar (si
es que tienen más de una)?
En efecto, como veremos en el primer capítulo, las escasas referencias
académicas a la problemática se han abocado más al desarrollo de hipó-
tesis explicativas con distinto grado de desarrollo y comprobación empí-
rica que al conocimiento exhaustivo de aquello que se pretende explicar,
dando casi por sentado que cuando hablamos de linchamientos nos refe-
rimos siempre a un conjunto de acciones relativamente homogéneas. En
este sentido, nuestra investigación se plantea brindar un aporte empírico
7
“Pasajeros de un microbús matan a un asaltante”, El Universal, 21 de mayo de 2000.
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linchamientos son, antes que nada, un hecho social que implica la acción
colectiva de un conjunto de sujetos. Con base en dicho enfoque trataremos
de pensar también la estrecha relación entre las dinámicas de la acción co-
lectiva y el régimen político.
En el último capítulo presentamos nuestros resultados empíricos,
los cuales provienen de la construcción de una base de datos cuanti-
tativa, elaborada mediante el registro sistemático de la prensa periódi-
ca nacional y local del periodo y su posterior procesamiento analítico.
Esperamos identificar tipos de linchamientos definidos empíricamente
en el lapso estudiado y, a partir de su reconocimiento, obtener relacio-
nes entre nuestra tipología y algunas variables consideradas relevantes.
Luego de estos hallazgos el capítulo culminará con una breve reflexión
sobre la aparición de numerosas acciones de “amenazas de linchamien-
to” en los últimos años y su relación con las estrategias comunitarias de
seguridad, en el marco de la crisis estatal para hacer frente al problema
social de la inseguridad.
III
Nos ocuparemos, entonces, de abordar el problema de los linchamientos
en México en el periodo 2000-2011. Si bien existen registros de estos
episodios desde mediados de los ochenta (y, más atrás, se recuerda el caso
de San Miguel Canoa en 1968), la presencia de linchamientos en los úl-
timos años se ha intensificado, al punto que los medios de comunicación,
las autoridades y la población en general han tomado nota de la extensión
de estas acciones, y la preocupación por entender sus causas ha llegado a
los órganos estatales. Por ejemplo, en 2010, en el contexto de una verda-
dera “ola de linchamientos” (Godínez Pérez, s/f ), el entonces procura-
dor general de Justicia del Estado de México, Alfredo Castillo Cervantes,
afirmó: “creo que la respuesta [a por qué ocurren los linchamientos], más
que en el derecho está en una perspectiva sociológica, en la cual no quisie-
ra ahorita pronunciarme al respecto”.8
Si bien los trabajos académicos sobre la cuestión aún no cuentan
con datos agregados para la década que nos proponemos analizar, todos
8
“En el año, 15 intentos de linchamiento en Edomex”, El Universal, México, D.F., 20 de oc-
tubre de 2010. Véase <http://www.eluniversal.com.mx/notas/717792.html>.
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9
Una característica de los conflictos sociales contemporáneos es la aparición de nuevos reper-
torios de acción (Tilly, 2002) que incluyen, entre otros, la disposición a la acción directa, enten-
dida precisamente como “formatos de acción contenciosos que no se encuentran mediados
por la institucionalidad dominante” (Rebón, 2009). En la medida en que los procesos polí-
ticos y sociales recientes han ocasionado la exclusión formal y real de numerosos actores, los
movimientos sociales contemporáneos se han visto cada vez más obligados a actuar por fuera
de las instituciones políticas, abandonando otros formatos tradicionales como la huelga. En
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ese sentido, los estallidos violentos estarían incluidos dentro de estos nuevos repertorios de
acción popular (Rebón y Pérez, 2012).
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IV
En el escenario de violencia regional, el caso de México es sumamente
particular porque, según algunos estudios, “en apenas una década [entre
fines del siglo xx y principios del xxi], México pasó de ser una sociedad
con criminalidad media, a presentar una incidencia delictiva particular-
mente alta, y cuyos indicadores de violencia la ubican entre las diez na-
ciones más violentas del mundo” (Zepeda, 2004: 14). Así, las profundas
crisis económicas de los ochenta y noventa tuvieron un fuerte impacto
en la tasa delictiva mexicana (Pansters y Castillo, 2007), acrecentándose
fuertemente el número de robos en los años de 1994 a 1995 (la crisis co-
nocida mundialmente como el “efecto tequila”), sin que luego se recupe-
raran las tasas anteriores.
El diagnóstico de “la seguridad mexicana” empeora considerablemen-
te si se tienen en cuenta las fallidas respuestas institucionales a la cues-
tión, que van desde una legislación no siempre adecuada a la inoperancia
y la corrupción de los organismos de seguridad públicos, pasando por la
ineficacia de las instituciones judiciales.10 De tal suerte, el combo entre
índices delictivos altos e ineficacia de las instituciones encargadas de im-
partir justicia se tradujo en una alta percepción de inseguridad por par-
te de la ciudadanía: “Este sentimiento de inseguridad descansa, por una
parte, en la percepción de que la incidencia delictiva se ha elevado, y, por
otra, en la idea compartida de que las autoridades no han tenido la capa-
cidad de respuesta adecuada para enfrentar, disuadir y, en su caso, castigar
a los delincuentes” (Zepeda, 2004: 13).
Puede ilustrarse lo anterior con la “cifra negra” de la delincuencia,
es decir, con la proporción de crímenes efectivamente denunciados por
la ciudadanía. Este guarismo suele considerarse como un buen indica-
dor de la confianza civil hacia las instituciones estatales, en cuanto que
expresa el nivel de expectativa que los individuos tienen de que la justi-
cia formal resuelva su caso efectivamente: “la proporción de delitos re-
portados suele tener mucho que ver con la confianza de los ciudadanos
10
A pesar de que la sociología criminal suele mostrar correlaciones significativas entre tasas
delictivas y variables socioeconómicas, lo cierto es que la delincuencia tiene también una di-
mensión institucional insoslayable. La perspectiva conocida como sociología criminal aún no ha
resuelto el problema de “la tendencia de las altas tasas delictivas a permanecer, a pesar de que
las variables económicas o sociales con las que se asocia su origen hayan cambiado” (Zepeda,
2004: 77).
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Hechos
aparentemente
delictuosos
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V
Para terminar con esta introducción, quisiéramos aclarar los motivos de
la inclusión de algunas problemáticas. Como el lector verá en el siguien-
te capítulo, muchas de las hipótesis explicativas de linchamientos (sobre
todo las referentes a México) se concentran en el incremento de la inse-
guridad ciudadana como la principal causa explicativa para dar cuenta de
su presencia y crecimiento en la región. Se supone que, ante un aumen-
to de la violencia social y la desconfianza civil ante la crisis de los orga-
nismos estatales de impartición de justicia, los individuos deciden actuar
por su propia cuenta y recurren a los linchamientos. Lejos de cuestionar
estas explicaciones, aquí pretendemos incorporarlas como el trasfondo
histórico-social sobre el que transcurren los linchamientos en el México
contemporáneo para luego recuperarlas de manera concreta a partir del
análisis de las dinámicas de la acción colectiva. Por ello, este breve pero
cabal tratamiento al problema del crecimiento de la violencia en América
Latina y la escasa efectividad estatal para resolver la inseguridad ciudada-
na en México nos servirán de punto de partida. Ahora es momento de in-
cursionar en nuestro objetivo, no sin antes hacer un repaso exhaustivo de
las distintas lecturas que los linchamientos han tenido en nuestra región.
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[25]
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1
En el mismo sentido, Gibson (1979) afirma que “los linchamientos —asesinatos públi-
cos y abiertos de personas sospechosas de delitos, concebidos y llevados a cabo más o menos
de forma espontánea por una turba— parecen haber sido una invención estadounidense”
(Traducción nuestra).
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2
En 2005, el senado estadounidense ofreció públicamente disculpas a la comunidad
afroamericana y a los descendientes de los individuos linchados por los continuos “fraca-
sos” en la promulgación de leyes contra linchamientos a principios del siglo xx. Entre 1892
y 1950 siete presidentes estadounidenses enviaron al congreso proyectos de ley que decla-
raban ilegales los linchamientos. Sin embargo, los escaños del Sur en el senado impidieron
continuamente su aprobación, por lo que más de medio siglo después representantes de esa
institución pidieron perdón a las víctimas de la violencia colectiva contra la población afro-
descendiente (Calvo, 2005).
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3
Los cinco empleados de la uap estaban allí porque tenían planeado escalar la montaña La
Malinche. Cuando llegaron al lugar, una fuerte lluvia los sorprendió y los obligó a pasar
la noche en la ciudad. Al no encontrar alojamiento allí y al verse imposibilitados de vol-
ver a Puebla, tuvieron que dormir en la casa de un hombre que amablemente los hospedó.
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violencia contra los jóvenes estuvo influenciada por el trato que el gobier-
no y los sectores conservadores de la sociedad mexicana (algunos medios
de comunicación, autoridades eclesiásticas y regionales) le dieron a la
fuerte movilización estudiantil producida ese mismo año. Según la auto-
ra, la publicidad negativa que los medios locales hicieron del movimiento
estudiantil (en particular el periódico El Sol de Puebla) hizo que la comu-
nidad viera a los trabajadores universitarios como enemigos de la patria,
contrarios a la religión católica y seres oportunistas que iban a robar los
bienes de la comunidad. Por esta razón, se habría creado “una sicosis co-
lectiva que afectaría en forma decisiva a la gran masa de gente ignorante,
embrutecida por el alcohol, la desnutrición, los sermones dominicales y
la propaganda del pri [Partido Revolucionario Institucional]” (Meaney,
2000: 12), provocando una reacción violenta contra individuos ajenos a
la comunidad e identificados como enemigos.
Recientemente, una investigación de Osvaldo Romero Melgareja
(2006a) señaló que el linchamiento había sido instigado por el cura lo-
cal y los “caciques” de la Liga de Comunidades Agrarias, vinculada al
pri, enfrentados a los miembros de la Central Campesina Independiente
(cci). El alojamiento brindado por un miembro de la cci a los trabajado-
res de la uap fue el detonante para que, bajo la premisa de la destrucción
de los “comunistas foráneos”, la comunidad fuera movilizada en contra
del hombre y los trabajadores universitarios. Así, para Romero Melgareja
(2006b) “el linchamiento ocurrido el 14 de septiembre de 1968 fue par-
te del proceso de violencia emprendido por los caciques de San Miguel
Canoa, que les permitió mostrar a propios y extraños la vigencia y la for-
taleza de su sistema de dominación local”.
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4
“Con la ‘Nueva República’ resurgieron las concepciones y prácticas de la justicia privada de
las áreas rurales más atrasadas de Brasil. De hecho, las ciudades brasileñas han sido invadidas
por el campo de diversas maneras –no sólo por migrantes y emigrantes, sino por un estilo
rural de las prácticas políticas” (Sousa, 1991: 23. Traducción nuestra).
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El registro de linchamientos comienza ese año, pero Fuentes (2008: 161) ha demostrado
que antes de 1996 los linchamientos ya se producían en Guatemala.
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6
“El recurso a la Biblia como fuente para justificar el linchamiento ha tenido un fuerte im-
pacto” (minugua, 2004: 28).
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por parte de las autoridades judiciales sin respetar los tiempos procesa-
les. Estas demandas insatisfechas extenderían un clima de impunidad que
contribuiría a la exaltación y a la acción directa.
En conclusión, todos los factores mencionados (principalmente las
secuelas de la guerra interna, el enquistamiento de poderes militares y la
disolución de costumbres tradicionales) hacen que el linchamiento haya
adquirido “dimensiones de una práctica recurrente y sistemática, con vo-
cación de permanecer y adquirir legitimidad” (minugua, 2004: 15), fa-
voreciendo una cultura del linchamiento asentada sobre “patrones culturales
violentos” (minugua, 2004: 54).
7
“El sesgo metodológico de minugua se explica fácilmente: hicieron inferencias a partir de
una muestra donde únicamente se incluyeron las unidades de análisis donde sí había ocurrido
al menos un caso de linchamiento. Este sesgo en la selección de casos para la variable depen-
diente los llevó a afirmar que el conflicto armado y los bajos niveles de desarrollo humano
parecen estar explicando la violencia colectiva. No tomaron en cuenta las unidades de análisis
(sean éstas departamentos o municipios de la República) en los cuales nunca ocurrió lincha-
miento alguno. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta que hay lugares pobres y afecta-
dos por el conflicto armado donde no se han dado casos de violencia colectiva” (Mendoza,
2008: 46).
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está desmentida por la propia minugua, ya que, según sus datos, en sólo
4% de los casos se pudo comprobar la participación de exagentes de la
contrainsurgencia como instigadores de linchamiento (Mendoza, 2008:
47). Así, Mendoza llevó a cabo una crítica a la explicación de que los lin-
chamientos se deben a la “cultura de violencia” dejada por el conflicto
armado. El investigador guatemalteco argumentó que la presencia de lin-
chamientos en países en los que no ha habido guerra civil (México, Perú,
Ecuador, etc.) y la ausencia de linchamientos en naciones que sí sopor-
taron un conflicto interno duradero como El Salvador, descarta esta hi-
pótesis. Además, sus trabajos demuestran con datos estadísticos que las
poblaciones con mayores casos de linchamientos son comunidades con
bajos indicadores de violencia (menores niveles en la tasa de homicidios)
y que en dichas poblaciones hay un fuerte componente indígena (es decir,
que las comunidades indígenas son las que tienen menores tasas de homi-
cidio y mayores tasas de linchamiento).
Por otro lado, Mendoza criticó la visión de la minugua, que relacio-
naba la presencia de linchamientos con el desconocimiento de la ley y de
las instituciones. Por el contrario, según él, lo que motiva los linchamien-
tos es la desconfianza y la escasa legitimidad de las instituciones policiales
y judiciales entre la población, no la ignorancia popular de su funciona-
miento. Ante una creciente y amenazante inseguridad no resuelta (incluso
provocada) por las instituciones del Estado, las comunidades se habrían
visto forzadas a resolver los problemas de inseguridad por sus propios
medios. Esta “privatización de la seguridad”8 fue encarada de diversas
maneras: mientras que los sectores medios y altos pudieron adquirir servi-
cios de prevención empresariales, los sectores populares no tuvieron más
remedio que organizarse colectivamente para protegerse:9 “La delincuen-
cia común conduce a los pobladores a organizarse y reaccionar violen-
tamente” (Mendoza, 2004: 87), a veces mediante la eliminación de los
presuntos delincuentes, a veces para dar un mensaje de intolerancia ante
8
En el sentido de que no es brindada por el Estado y las instituciones públicas.
9
“La población civil entendió que el Estado no garantizaría su vida, libertad y propie-
dades. Por el contrario, los agentes del Estado se constituyeron en una amenaza para los
derechos fundamentales de los ciudadanos. Sin ninguna protección legal o institucional,
las personas empezaron a proveerse por sí mismas de los bienes públicos que el Estado no
ofrecía. Empezaron a coordinarse y a contribuir para resolver el problema de la acción co-
lectiva y, entonces, proveerse de justicia, orden y seguridad” (Mendoza, 2004: 94).
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hechos delictivos.10 Así, pues, “[E]n este sentido, parece que los lincha-
mientos son una forma de acción colectiva, entre otras, para la protección
de las aldeas, mercados y vecindarios. No es una respuesta irracional, sino
una modalidad de acción conjunta de los pobres, y una expresión públi-
ca y colectiva para preservar su vida y escasas pertenencias” (Mendoza,
2004: 95).
Además, Mendoza resalta el dato de que los linchamientos se produ-
cen fundamentalmente en comunidades indígenas. El hecho de que di-
chas comunidades cuenten generalmente con bajos niveles de ingreso
las incluiría dentro de la defensa colectiva de la seguridad comunitaria.
Pero no todos los municipios de bajos ingresos son protagonistas de lin-
chamientos. Para el autor, la preponderancia indígena se debe al fuerte
sentido de pertenencia a la comunidad y al alto grado de organización
comunitaria. Estas formas de relación más intensas harían que, ante el
ataque a un individuo, el colectivo asuma el agravio como propio, reac-
cionando de manera airada.
Sin embargo, no debe confundirse este argumento con la idea de que los
linchamientos son llevados a cabo en virtud del derecho indígena de “usos
y costumbres”.11 Las reacciones de violencia colectiva no se fundamen-
tan en el derecho indígena, sino en una respuesta comunitaria particular
ante una situación de inseguridad colectiva. De este modo, “en las comu-
nidades indígenas pobres del área rural, los linchamientos pueden ser una
acción colectiva para proveer justicia, orden y seguridad. Esto no implica
que los linchamientos sean un componente del llamado derecho indígena.
Sin embargo, las condiciones para la movilización, como medios de coor-
dinación, líderes o instigadores, e identidades étnicas y territoriales están
presentes en las comunidades indígenas” (Mendoza, 2004: 96).
Cabe resaltar que Mendoza propone tres enfoques teóricos para dar
cuenta de estos fenómenos: la psicología evolutiva, las teorías de la acción
colectiva y las teorías de las instituciones. Éstos permitirían dar cuenta
de las causas inmediatas y de las motivaciones, los fines y los objetos que
llevan a realizar una acción colectiva de este tipo. En efecto, retoma de la
10
Las altas tasas de homicidio en los municipios en los que no se producen linchamientos
indicarían que en otras partes del país también hay un fenómeno de privatización de la segu-
ridad mediante la reacción violenta, pero de manera individual.
11
“No hay pruebas de que el linchamiento sea un elemento de la normativa social indígena.
Por el contrario, durante el proceso de socialización, las familias indígenas no permiten a sus
niños reaccionar violentamente” (Mendoza, 2004: 96).
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12
El dilema del voluntario radica en que cuando alguna actividad indeseable está ocurriendo
y es posible detenerla mediante la intervención de terceros, las personas que podrían hacer-
lo no lo hacen si hay más de un observador presente porque cada una de las personas espera
que los demás hagan algo. Algunos experimentos muestran que cuantas más personas están
presentes, es tanto menos probable que cualquier individuo decida actuar.
13
“El emprendedor político es quien por razones de su propia carrera encuentra de su propio
interés trabajar en la provisión de beneficios colectivos para el grupo relevante” (Mendoza,
2004: 90).
14
Mendoza recurre a la división entre instituciones formales e informales. Las informales,
“conocidas como convenciones, reglas morales y normas sociales, se aplican o cumplen gra-
cias a la autocensura, o la presión de otros miembros de la sociedad […] sin la expresión de
modelos mentales compartidos que se encuentran muy afianzados” (Mendoza, 2003: 4).
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15
“El objetivo final son las negociaciones. Además, desde el momento que deviene un es-
pectáculo público producido, por así decir, para los espectadores inmediatos y para los
medios de comunicación masivos (sobre todo la radio y la televisión), la lógica del sus-
pense salta al primer plano en las estrategias. Implica la manipulación de un tiempo y un
ritmo al estilo de las demás formas de creación de una espera, como en una telenovela: pro-
longa el desenlace para convocar y retener un público. El linchamiento espectáculo crea al
público presencial y al abstracto (el de los medios de difusión) y, a su vez, queda atrapado
en su mirada concreta e imaginada” (Guerrero, 2000: 483). “Mientras más numerosos los
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18
Sus hipótesis también incluyen a Guatemala.
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urbana, ante una agudización de la misma que lleva a percibirla como di-
solvente de todo orden social” (Castillo, 2000: 222). Así, el argumento
de que los pobladores linchan por la ausencia del Estado debe ser com-
plementado por el hecho de que las poblaciones son incapaces ellas tam-
bién de resolver los conflictos de modos alternativos. En segundo lugar,
para Castillo los linchamientos presentan un “carácter poroso, que le per-
mite absorber múltiples sentidos de violencia, generados tanto en el espa-
cio popular urbano como en otros espacios (el policial, el campesino, el
político, el militar, etc.)” (Castillo, 2000: 222). Estos múltiples sentidos
“son a su vez reestructurados y legitimados a través de un segundo rasgo
de esta práctica, como su carácter ritual” (Castillo, 2000: 222). Por úl-
timo, Castillo menciona que no debe verse en un linchamiento un acto
de justicia o no, en función de presunciones valorativas, sino a partir de
“procesos históricos y sociales”. Así, pues, a partir de la incapacidad del
Estado para imponer su noción de justicia y la impotencia de las organi-
zaciones urbano populares para mantener la suya, se produce un “vacío
de sentido” que es cubierto por la violencia “convertida, gracias a su ca-
rácter ritual, en justicia” (Castillo, 2000: 223).
En quinto lugar, volviendo a los linchamientos comunitarios de índo-
le más rural, diversos investigadores desmienten la inclusión de acciones
colectivas violentas dentro del derecho indígena también para los países
andinos. En algunos casos, como en ciertos episodios de Bolivia y Perú,
se ha querido disfrazar estas acciones de violencia como actos de “jus-
ticia comunitaria”.19 A partir del reconocimiento cada vez mayor de los
estados nacionales de la existencia de modelos jurídicos alternativos a
los oficiales, se ha querido extender el concepto de “justicia comunitaria”
a prácticas que claramente no encajarían con tal definición. Así, la justi-
cia de las comunidades indígenas andinas no permiten la pena de muerte
y, además, incluyen figuras de administración de justicia como “secreta-
rios de conflicto”, “alcaldes de campo”, etc.: “las sociedades campesinas
andinas han regulado así por mucho tiempo sus disturbios internos con
un derecho simple. A la sanción en principio leve: multas, trabajos co-
munales, encierros temporales, y en algunos casos físicas como los fa-
mosos chicotazos, se une la censura moral y la amenaza de una eventual
19
“Al calor de pugnas por el poder, concejales, dirigentes políticos manipulan el concepto de
justicia comunitaria y a la población, para legitimar siniestros asesinatos” (Hinojosa, 2004).
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20
“Uno de los rasgos que caracteriza a los sistemas de justicia tradicional es el tratamien-
to colectivo del delito. Desde sus inicios, la comunidad se ve convocada a intervenir en la
resolución del conflicto a través de actos que envuelven a diversas autoridades comunales,
asambleas, ofendidos y ofensores, estos últimos por lo general miembros conocidos de la co-
munidad” (Hinojosa, 2004).
21
Además, “en grupos tradicionalmente desprovistos de poder la violencia representa, ade-
más, en circunstancias como éstas, un acto de afirmación colectiva, expresado en el poder de
matar, sin autoridades internas, norma, procedimiento, ni visión coherente de justicia que
regule tal explosión, lo cual ciertamente marca la diferencia con la Justicia Comunitaria”
(Hinojosa, 2004).
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22
La cuestión pasa por saber “hasta qué punto o en qué sentido los linchamientos, que por
su reiteración parecen haberse convertido en un modo legítimo de encarar ciertos conflictos,
constituyen una costumbre también en el sentido en que el concepto es empleado por esas dis-
ciplinas” (Vilas, 2006: 80. El subrayado es del autor).
23
Además del linchamiento como táctica política y como expresión de un “pluralismo jurí-
dico”, para Vilas habría otras dos causas de linchamientos que el autor construye como una
tipología de “hipótesis de explicación” aplicables a toda América Latina.
24
Fuentes y Binford (2001) han cuestionado esta interpretación precisamente por conside-
rar que los linchamientos se producían en el pasaje de sociedades tradicionales a sociedades
modernas.
25
En esta hipótesis también podría incluirse el mencionado trabajo de Guerrero, ya
que éste considera que los linchamientos se producen en el marco de una “modernidad
marginalizante”.
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En el próximo capítulo se dará una definición precisa de este concepto.
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Puebla, Antonio Fuentes Díaz. Estos autores han registrado, con distin-
tos grados de sistematicidad, los linchamientos en México hasta media-
dos de la primera década del siglo xxi, tratando de encontrar las causas
de la expansión de estas acciones.
En primer lugar, Rodríguez y Mora (2006) han puesto el acento en
el escaso poder de acción por parte del Estado mexicano y la consecuen-
te “indignación moral” de la población civil que, ante situaciones de in-
seguridad social, actúa violentamente. Poniendo un énfasis casi exclusivo
en la ineficacia del Estado para resolver conflictos comunales, para estos
autores “es la crisis de autoridad la causa más profunda de explicación del
origen de la violencia y en particular de los linchamientos, buscar en otro
lugar impide avanzar en su explicación” (2006: 49).
En este esquema de análisis, la acción violenta de las comunidades apa-
rece como una respuesta automática ante la ausencia, ineficacia o abusos
de los poderes estatales, a los que se supone como mediadores necesarios
para juzgar las acciones ilegales y frenar la violencia social. Entendiendo
el linchamiento como una revuelta originada en escenarios de delincuen-
cia e inseguridad general, los autores observan que “cada linchamiento
expresa su rechazo a la negligencia, corrupción, abuso policíaco, falta de
probidad de Ministerios Públicos, jueces y de los mismos gobernadores
de los estados de la República Mexicana” (Rodríguez y Mora, 2010: 57).
De este modo, estas acciones no son sólo una reacción ante el agra-
vio de un particular no administrado por el Estado, sino que también
“se proponen la restitución de la autoridad, su buen funcionamiento, la
correcta aplicación de la ley” (Rodríguez y Mora, 2006: 51). La violen-
cia delictiva y el escenario de inseguridad generarían entonces una “crisis
de valores”, una anomia social, ante la cual los linchamientos serían una
reacción que intenta ordenar ese desarreglo. De esta manera, los lincha-
mientos son la respuesta a la crisis de autoridad reflejada en la ineficacia
de las instituciones para resolver conflictos sociales y, a la vez, un inten-
to por restablecer el orden fracturado por la ilegalidad que dio origen al
agravio.
Esta crisis de autoridad, además, se expresaría en la indignación moral
de las poblaciones que estallaría en actos de violencia contra supuestos
delincuentes: “injusticia e indignación moral son una díada inseparable
que nos permite explicar la crisis de la impartición de justicia, el abuso
de los cuerpos policíacos, así como la acción colectiva de una enardecida
comunidad que hace justicia por mano propia con el fin de restaurar el
orden” (Rodríguez y Mora, 2006: 18).
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“Las respuestas a la regulación del conflicto en comunidades con escasa vida institucional
se han articulado por formas que no atraviesan lo estatal” (Fuentes, 2006b: 71. Las cursivas
son del autor).
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Fuentes Díaz discute con Carlos Vilas la posibilidad de que los linchamientos sean la ex-
28
presión del derecho de “usos y costumbres” de las comunidades indígenas. El primero se-
ñala que la impartición de justicia informal es un fenómeno que excede la cuestión indígena
(Fuentes y Binford, 2001).
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Reflexiones finales
El repaso de distintas hipótesis explicativas y diversas teorías sobre el fe-
nómeno de los linchamientos nos permite advertir algunos debates que
rescatan dimensiones relevantes para utilizar en nuestro abordaje. A partir
de su lectura sistemática, presentamos la tabla 1 al final del capítulo, con
las principales hipótesis esbozadas por cada autor.
En primer lugar, queremos resaltar el origen del término y el contex-
to que motivó la aparición del concepto de “linchamiento” en Estados
Unidos a fines del siglo xix y principios del xx. El hecho de que la eti-
mología de esta palabra esté ligada a la práctica de justicia civil por fuera
de las instituciones nos parece sugerente para pensar su desarrollo y pre-
sencia en los contextos latinoamericanos contemporáneos. A pesar del
contenido racial que contuvo luego (lo cual le dio la especificidad a los
linchamientos estadounidenses), algunas de las hipótesis que guían nues-
tro trabajo van en el sentido en que aquellas comunidades del sur esta-
dounidense le dieron al término en sus orígenes: aquí sostendremos que
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los linchamientos no son más que las acciones de un colectivo que decide
resolver por su propia cuenta una situación de inseguridad que le resul-
ta injusta.
Sin embargo, en segundo lugar, nos parece importante subrayar el de-
bate sobre el carácter espontáneo u organizado de los linchamientos, re-
flejado en las discusiones entre la minugua y Carlos Mendoza Alvarado
sobre estas acciones en Guatemala. Si bien es cierto que no se comprueba
una gran incidencia de este factor, es necesario reconocer que en algunos
casos no se puede entender las causas y la dinámica de los linchamien-
tos sin prestar atención al papel de los instigadores, cuestión que veremos
más detalladamente en nuestro marco teórico. En este sentido se enmar-
ca la hipótesis elaborada por Vilas acerca de los linchamientos como un
condimento de la lucha política y el papel que los dirigentes sociales o
políticos juegan en la movilización en contra de un contrincante, bajo la
premisa de que el antagonista político debe ser eliminado.
De todos modos, cualquier tipo de movilización colectiva requiere
que los individuos estén dispuestos a participar en ella, más allá del reclu-
tamiento que ciertos individuos puedan efectuar entre la población. Sigue
siendo incomprensible que distintas poblaciones estén dispuestas a ejer-
cer la violencia en contra de otros sujetos en determinadas condiciones,
más allá de los ejercicios de instigación u organización que pudieran estar
detrás de las acciones. Los aportes de Mendoza Alvarado sobre el tema
resultan sumamente valiosos, porque es el único de los autores que hemos
leído que recupera, para el análisis de los linchamientos, categorías de la
acción colectiva. Algunas de éstas serán retomadas en el próximo capítulo.
Por otro lado, se presenta el debate sobre el carácter rural o urbano de
los linchamientos y el significado que de ello se deriva. Esto resulta de una
importancia definitiva porque algunos autores parecen estar hablando de
objetos de estudio decididamente distintos, según las acciones sean en el
campo o en las ciudades. En un extremo, tenemos las interpretaciones de
Guerrero, para quien la violencia colectiva es una forma de soberanía ru-
ral comunitaria en disputa con el Estado. En el otro, las interpretaciones
de Castillo Claudett sostienen que los linchamientos son una expresión
de la legalidad urbano-popular construida a partir de las migraciones en
los asentamientos precarios de las grandes urbes latinoamericanas. Para el
caso mexicano, Fuentes Díaz y Carlos Vilas incluso llegan a reconocer dos
tipos de linchamientos cruzados por motivaciones históricas distintas, se-
gún sean comunitarios (con una lógica rural) o anónimos (con dinámi-
cas típicas de las grandes ciudades). Más allá de las hipótesis particulares,
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creemos que este punto reviste suma importancia y que no puede ser re-
suelto por medio de teorías especulativas, sino que se requiere de un tra-
bajo empírico, el cual pretendemos realizar en el tercer capítulo.
En tercer lugar, muchos autores discuten sobre la posibilidad de que
los linchamientos sean un fenómeno de usos y costumbres. De los autores
expuestos, el único que propone esta teoría como (parcialmente) válida
es Carlos Vilas, mientras que Fuentes, Mendoza, Hinojosa y la minugua
se pronuncian contrarios a esta hipótesis, dando muestras de que el dere-
cho tradicional indígena no contempla castigos físicos de gravedad como
los linchamientos. En este trabajo retomaremos las ideas de estos últimos,
desligando los usos y costumbres indígenas de la presencia de linchamien-
tos por todas las razones que ofrecen esos autores. Por otra parte, algunos
estudios refuerzan el condimento ritual de los linchamientos (Guerrero,
Castillo, Fuentes, y González et al.) y el carácter escenificado de estas accio-
nes. El establecimiento de guiones, papeles y lugares particulares de las
acciones forma parte de esa ritualización y provoca la mediatización de
los hechos, favoreciendo su publicidad y aumentando su capacidad nego-
ciadora con el Estado. Retomaremos algunos de estos ejes para pensar los
linchamientos en México.
Prácticamente todos los trabajos revisados dan cuenta del escenario
social e institucional que describíamos en las primeras páginas. Con dis-
tintos énfasis, la precarización, la informalidad, la fragmentación de la
violencia y la crisis de las instituciones encargadas de impartir justicia
aparecen como factores recurrentes en la aparición de linchamientos en
el continente.
Los estudios sobre linchamientos en México, por último, priorizan
el carácter ausente del Estado para reforzar esta explicación. Las tres in-
vestigaciones mencionadas presentan avances empíricos interesantes con
distintos grados de construcción analítica que apoyan las hipótesis. Las
exposiciones de Rodríguez y Mora, por un lado, muestran resultados es-
tadísticos confusos y sólo en términos absolutos, lo cual dificulta seria-
mente la posibilidad de hallar relaciones entre variables que demuestren
las hipótesis que esbozan. Así, las gráficas y tablas presentadas no explo-
ran las posibles correspondencias entre distintas dimensiones de la acción
como tipo de sujetos, lugar, factor precipitante y consecuencias para el
sujeto linchado o para los linchamientos en México. Las hipótesis expli-
cativas, en definitiva, aparecen escindidas de los resultados empíricos que
pudieran otorgarnos más certidumbres acerca de cómo son principal-
mente estas acciones en el territorio mexicano. El trabajo de Fuentes, en
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El enfoque relacional
L a mayoría de las aproximaciones teóricas sobre el fenómeno de la vio-
lencia civil1 suelen comenzar sus investigaciones tratando de responder
una oscura pregunta: ¿cómo es posible que individuos que suelen ser pa-
cíficos en su vida cotidiana, “ciudadanos de a pie” que no pueden ser eti-
quetados sencillamente como “delincuentes”, se conviertan en cuestión
de segundos en seres capaces de atacar a otros individuos u objetos, e in-
cluso de provocar agresiones sobre su propio cuerpo? O, más aún: ¿cómo
es posible que, en algunos casos, individuos que nunca antes se habían
conocido coordinen entre sí acciones de violencia contra otros individuos
u objetos?
El enfoque con el que nos proponemos abordar el fenómeno de los
linchamientos e intentar esbozar respuestas a esas preguntas es el de la
violencia colectiva o, más precisamente, el enfoque relacional de la violencia. La
elección de este marco teórico supone ya acotar el universo infinito de
teorías y definiciones sobre el estudio de la violencia (o las violencias),
1
Aun a sabiendas de lo polémico del concepto, retomamos el término “violencia civil” de los
estudios de James Rule (1988). De este modo restringimos el concepto a aquellas violencias
que surgen como componente de relaciones sociales en una sociedad (inclusive la violencia
estatal), excluyendo situaciones de “violencia estratégica”, como la guerra abierta entre esta-
dos o entre bloques de estados, objetos de estudio de lo que luego se llamó la “polemología”.
La violencia civil, o “violencia interna” (Aróstegui, 1994), “se manifiesta en las relaciones
internas de un sistema dado como consecuencia de la relación de fuerzas sociales que en ese
sistema compiten” (Aróstegui, 1994: 20). Si bien el marco teórico que seguiremos aquí pre-
tende conceptualizar cualquier tipo de violencia para todo tiempo y lugar, nosotros lo reto-
maremos en lo que concierne solamente a la “violencia civil”.
[59]
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2
En este punto coincidimos con la crítica de Tilly a aquellas lecturas que conceptualizan
un número indeterminado de interacciones sociales como “violencia”: “ampliar el término
‘violencia’ hasta abarcar todas las relaciones interpersonales y acciones individuales que des-
aprobamos perjudica de hecho los esfuerzos por explicar la violencia […] Nos impide pre-
guntarnos por las relaciones causales efectivas entre la explotación o la injusticia, por un lado,
y los daños físicos, por otro” (Tilly, 2007: 4). Coincidimos, por tanto, en que “el aumento
indiscriminado de la extensión del término no hace sino debilitar su valor descriptivo y ex-
plicativo” (Aróstegui, 1994: 22).
3
Las reflexiones de Žižek son buen ejemplo de una teoría que da cuenta de la violencia como
reacción automática ante procesos políticos y sociales de exclusión. Para Žižek (2009), la
violencia subjetiva (interpersonal) es el reflejo de una violencia objetiva (de carácter sistémi-
co, reflejada en la explotación).
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4
La traducción del término contentious al español ha suscitado una paradójica polémica. La
traducción de Joan Quesada prefiere nombrarlo como “contienda política”, dada la literali-
dad de la palabra “contienda” (Quesada, 2005: XIII); mientras que algunos autores latinoa-
mericanos utilizan el término “política contenciosa”. Retomaremos aquí la traducción de
Martínez e Iranzo (2010) de “lucha política”. Según estos autores, “lucha da una idea más
clara de lo que Tilly quiere expresar con contentious, y eso, tanto si nos referimos a la política,
como a los repertorios o a las performances, todos, de lucha” (Martínez e Iranzo, 2010: 197).
5
Un excelente repaso de las teorías de la “elección racional” y sus aplicaciones a la acción
colectiva se encuentra en Paramio (2000).
6
La teoría de la acción de Pierre Bourdieu, conocida como teoría del habitus, da cuenta del
carácter “razonable” de las acciones sociales, aunque sin ser racionales (si entendemos por
racionalidad el cálculo que proponen las teorías de la acción de la economía neoclásica):
“Sólo la noción de habitus puede explicar el hecho de que, sin ser propiamente racionales (es
decir, sin organizar sus conductas a fin de maximizar el rendimiento de los recursos de que
disponen […]), los agentes sociales sean razonables, no sean insensatos, no cometan locuras”
(Bourdieu y Wacquant, 1995: 89).
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7
Fue precisamente Tilly quien concentró sus estudios en el proceso de larga duración de con-
formación del Estado moderno, que supuso la monopolización de la violencia en sólo un
actor social.
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8
Un autor cuyos trabajos van en el mismo sentido que Tilly es Hans Joas. Para éste, si bien es
cierto que la violencia puede asentarse sobre características socioestructurales o sobre formas
culturales específicas, ésta se produce en el marco de interacciones creativas. En ese sentido, la
violencia puede concebirse como una respuesta contingente ante situaciones específicas. Así,
“los actos violentos deben entenderse con las mismas categorías que otros actos creativos”
(Arteaga, 2007: 47) y, por ello, la violencia “no resulta en ningún momento en un mecanis-
mo automático sino que responde a la capacidad creadora de la identidad de las experiencias
violentas de los seres humanos” (Arteaga, 2007: 48). De todos modos, este énfasis excesivo
en la “creatividad” de las acciones (en contraposición a nociones como la de “repertorio”
de Charles Tilly) y la pobre operacionalización de sus categorías, nos alejan de este marco
teórico.
9
Así por ejemplo, Tilly explica por qué la violencia colectiva era un repertorio frecuente de
acción en la transición de las sociedades europeas modernas entre los siglos xviii y xix. Ello
no se debía a una valoración positiva de la rebeldía, sino al desarrollo de interacciones que
comenzaban pacíficamente y se convertían en actos de violencia, en general, por la actuación
represiva de las fuerzas del orden (Tilly, 1978). Así, “que una acción acabe siendo violen-
ta depende no tanto de la naturaleza de la actividad, sino de otras fuerzas, en particular, de
cómo respondan las autoridades” (Aróstegui, 1994: 47).
10
Tilly admite luego que en su investigación “las motivaciones, incentivos, oportunidades
y controles reciben más atención que las ideas, pero siguen sin constituir el núcleo de las
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las explicaciones que nos ocupan se centran en las transacciones violentas en-
tre enclaves sociales, describen la variación en el carácter y la intensidad de las
transacciones violentas en el tiempo, el espacio y entre escenarios sociales, para
luego buscar mecanismos y procesos causales recurrentes responsables de la va-
riación en el carácter y la intensidad de la violencia colectiva (Tilly, 2007: 79).
Así pues, en esta obra Tilly repasa dos grandes preocupaciones conec-
tadas íntimamente entre sí,12 preocupaciones que guiarán nuestro desa-
rrollo analítico. Por un lado, intenta describir las distintas formas de la
violencia, tratando de encontrar las causas que llevan a su variabilidad y su
intensidad diversa. Por otro, Tilly intenta demostrar la indisoluble unión
entre violencia colectiva y política institucional, indagando en las interac-
ciones inextricables entre ambas.
En primer lugar, Tilly intenta construir una tipología de la vio-
lencia que dé cuenta de las distintas interacciones sociales que le dan
origen. Ahora bien, ¿qué aspecto de las interacciones sociales debe con-
siderarse para realizar un análisis sistemático y comparativo de la vio-
lencia? Tilly organiza su indagación teniendo en cuenta dos grandes
variables. Por un lado, según su “relevancia de los daños a corto plazo”,
explicaciones que aquí siguen” (Tilly, 2007: 20). Esto será importante para retomar desarro-
llos conceptuales ulteriores de nuestro marco teórico que dan prioridad a las motivaciones.
11
Como afirman Martínez e Iranzo (2010: 195), “su predilección por los métodos cuanti-
tativos y comparativos perseguía explicar, no el motivacional por qué sino el cómo, cuándo y para
qué de la movilización popular; no buscaba ‘leyes’ del cambio histórico, sino descripciones
analíticamente fértiles de acontecimientos históricos semejantes”.
12
Seguimos en este punto a Rogado (2007).
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Alto
Grado de coordinación entre actores violentos
Rituales
violentos
Negociaciones
rotas
Destrucción
coordinada
Ataques
dispersos
Oportunismo
Reyertas
COLECTIVA
INDIVIDUAL Agresión
individual
Bajo
Baja Alta
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13
Dichos conceptos se encuentran sistematizados en el libro que Tilly escribió junto a Doug
McAdam y Sidney Tarrow: Dinámica de la contienda política. Allí, por ejemplo, los autores reco-
nocen la influencia de los trabajos de Robert Merton en la conceptualización de los meca-
nismos y los aportes posteriores de Jon Elster (McAdam et al., 2005: 26).
14
Al igual que con el término contention, el concepto de brokerage ha traído numerosos pro-
blemas para los traductores al español de las obras de Tilly. En este caso, nos quedamos con
la traducción de Joan Quesada de correduría, aunque el propio autor reconozca que el uso de
los términos correduría y corredor “es poco frecuente actualmente en lengua castellana y, por
ello, suenan anticuados e incluso extraños, por lo que pueden hacer que la lectura sea menos
ágil, menos agradable o hasta más difícil” (Quesada, 2005: XVI). Tal vez la mejor traduc-
ción sería la de articulación. Al respecto, nos resultan interesantes las conexiones que pudiera
haber entre el concepto de brokerage formulado por McAdam et al. (2001) y el de articulación,
esbozado por Laclau y Mouffe. Estos autores entienden por articulación “toda práctica que
establece una relación tal entre elementos, que la identidad de éstos resulta modificada como
resultado de esa práctica” (Laclau y Mouffe, 2004: 142-143). Si bien ellos intentan mos-
trar precisamente cómo se modifican las identidades preexistentes mediante ese ejercicio de
articulación, podría pensarse que el proceso que están describiendo es similar al descrito por
los autores estadounidenses para la “correduría”.
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15
Recordemos la definición de lo político que da Carl Schmitt: “La específica distinción po-
lítica a la cual es posible referir las acciones y los motivos políticos es la distinción de amigo y
enemigo” (Schmitt, 1984: 23).
16
En verdad, Tilly designa la polarización como un “proceso”, definido en las “combinacio-
nes y secuencias de mecanismos que producen efectos similares en una amplia variedad de
circunstancias” (Tilly, 2007: 21).
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Tilly no deja de ser confuso, ya que, por otro lado, más adelante afirma
que la violencia colectiva siempre implica la actuación gubernamental
aunque sea de modo indirecto. En consecuencia, “la violencia colectiva
es una forma de la contienda política. Se la puede considerar contienda
porque los participantes reivindican algo que afecta a sus respectivos
intereses, y de política porque siempre está en juego la relación de los
participantes con el gobierno” (Tilly, 2007: 25).
Lo cierto es que si bien luego afirma que “a veces, la violencia co-
lectiva se produce más bien fuera del radio de acción de los gobier-
nos” (Tilly, 2007: 9), su preocupación central estará en las formas que
adopta la violencia colectiva como forma de “lucha política”, es decir,
en relación con los distintos tipos de régimen gubernamental y toman-
do en cuenta las principales dimensiones de dicha lucha, como por
ejemplo, las reivindicaciones del colectivo que actúa. En esta impreci-
sa distinción, tomaremos partido por incluir los linchamientos dentro
de la “lucha política”, ya que son fenómenos de violencia colectiva que
interpelan al gobierno central o local en alguna forma, ya sea como
objeto de reclamos (cuestión que, ya veremos, sucede frecuentemen-
te), o bien como organismo de control y de represión de violencias que
le disputan el monopolio. Sobre esto nos explayaremos en el capítulo
siguiente.
Tilly intenta demostrar con mucho énfasis que los procesos de vio-
lencia colectiva están íntimamente ligados a la política institucional, no
sólo porque “defiende la idea de que la violencia resulta esencial en la
génesis y la articulación […] del Estado moderno” (Rogado, 2007: 2),
sino porque los distintos tipos de regímenes políticos influyen deci-
sivamente en la forma que podrá adquirir la violencia colectiva en un
territorio determinado.
Así pues, rechazará enfáticamente la distinción entre fuerza legítima
(en general, estatal) y violencia ilegítima (por lo general, civil). Basándose
en “tres objeciones insuperables”, Tilly argumentará que el uso de la
fuerza estatal no puede distinguirse objetivamente de la violencia ilegal.
En primer lugar, porque los límites de la fuerza estatal son la mayoría
de las veces difusos. Los debates en torno a cómo deben actuar las fuer-
zas estatales y en qué momento se produce un abuso de la fuerza por
parte de éstas reflejan esta cuestión. En segundo lugar, porque lo que
existe concretamente es un continuo difícil de clasificar, que va desde
las acciones del gobierno socialmente aceptadas hasta la violencia per-
petrada por agentes y organismos oficiales que violan flagrantemente la
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Recordemos que para Tilly, “la acción colectiva yace dentro de repertorios bien definidos
17
y limitados que son particulares a diversos actores, objetos de acción, tiempos, lugares y
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Toleradas
Toleradas
Prescritas Conten- Conten-
ciosas Prescri- ciosas
tas
Prohibidas
Prohibidas
Toleradas
Prescri- Contenciosas Contenciosas
tas
Prescri-
Toleradas tas
Prohibidas
Prohibidas
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La zona gris
En diciembre de 2001, se produjo en Argentina un levantamiento popu-
lar como consecuencia de la larga crisis económica, social y política que
atravesaba el país desde hacía unos años. Luego de algunas medidas im-
populares tomadas por el gobierno ese mes (entre ellas, la retención de los
depósitos bancarios y la declaración en todo el país del estado de sitio),
los días 19 y 20 tuvo lugar un verdadero estallido social que terminó con
el asesinato de 39 personas por parte de fuerzas policiales y la renuncia
del entonces presidente Fernando de la Rúa.18
Dicho “estallido” comenzó con la concentración espontánea de mi-
les de personas en todas las esquinas del país y siguió con movilizacio-
nes masivas a las casas de gobierno nacionales, provinciales y municipales;
mientras que, desde hacía unos días, en las zonas más pobres se producían
saqueos de mercados de alimentos y otros bienes.
Retomando explícitamente el enfoque relacional de Tilly, Javier Auyero
se propuso investigar la violencia colectiva producida en aquellas aciagas
jornadas, enfocándose específicamente en los saqueos de comercios. El
trabajo de Auyero (La zona gris: violencia colectiva y política partidaria en la
Argentina contemporánea) sigue las líneas generales del estudio de la Violencia
colectiva realizado por Tilly, aunque refina dicho marco teórico en algu-
nos aspectos,19 proporcionando dimensiones analíticas nuevas y abordajes
metodológicos complementarios.
Los saqueos de comercios suelen incluirse como parte de los nuevos
repertorios de acción surgidos en los noventa en Argentina (cuyo princi-
pal exponente fueron los piquetes). Sin embargo, han sido muy poco estu-
diados por los investigadores de la acción colectiva. Enmarcados dentro
18
“La causa por la represión sigue sin definiciones”, Página 12, 13 de marzo de 2007, con-
sultado en <http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/1-26308-2007-03-13.
html>.
19
En palabras del autor: “Mi objetivo fue refinar la teoría existente […], ‘la restructuración
de la teoría’ de la violencia colectiva sugerida por estudiosos que analizan los papeles que los
agentes violentos y la policía desempeñan en el desarrollo de la beligerancia transgresora”
(Auyero, 2007: 25).
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20
La figura del puntero político hace referencia a aquellos emprendedores políticos que,
con presencia casi permanente en los barrios pobres, generalmente asumen una práctica
clientelar con los vecinos (véase Auyero, 2002). “Al solucionar los problemas de la gente
pobre de manera cotidiana, a través de transacciones individuales, los punteros establecen
relaciones sociales con sus clientes. Estos lazos, después de repetidas ocasiones, se conca-
tenan en redes que enlazan patrones, punteros y pobres urbanos” (Auyero, 2007: 84).
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ZONA GRIS Ó
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toleraron dichas acciones, que las fuerzas del orden no sólo no reprimie-
ron, sino que participaron en algunas y que el accionar de los vecinos se
complementó con dichas disposiciones.
En los saqueos argentinos de 2001, las autoridades políticas tuvieron
un papel central al dirigir las fuerzas represivas hacia las grandes cade-
nas de supermercados, demarcando “zonas liberadas” en las que los pe-
queños comercios quedaron indefensos. Los punteros políticos locales,
por su parte, dirigieron la movilización hacia esos comercios por medio
de un mecanismo central: los rumores. Éstos “‘informaron’ a los vecinos
que ciertos supermercados iban a distribuir alimentos y, al hacerlo, crea-
ron las condiciones para la violencia colectiva” (Auyero, 2007: 162).21
Esta “información” se propagó como fuego a lo largo y ancho de los ba-
rrios populares del conurbano bonaerense. Luego, a través de la “espiral
de señales”, un mecanismo fundamental para comprender las acciones de
violencia colectiva que Auyero retoma de McAdam et al. (2005), los em-
prendedores políticos clandestinos (los punteros) proporcionaron la lo-
gística necesaria para saber dónde saquear y cómo hacerlo: “antes de los
saqueos y durante su desarrollo, los punteros comunicaban la ubicación
de los objetivos, la presencia o ausencia de policía y, por lo tanto, la viabi-
lidad de las actividades peligrosas” (Auyero, 2007: 159).
De este modo, grupos de personas (una vez más, no individuos aisla-
dos) se concentraron en dichos mercados y una “vanguardia de saqueo”
tomó la iniciativa y comenzó con las primeras acciones de violencia. Las
“multitudes” que se concentraron a recoger su parte en los comercios
eran sumamente heterogéneas: vecinos, ladrones identificados por gente
del lugar (“pibes chorros”), individuos de otras zonas e incluso policías
que no quisieron perderse su tajada.
Si bien en la mayoría de los comercios no se comprobó la presencia
de punteros políticos,22 éstos estuvieron principalmente en los comercios
21
Auyero rescata el importante papel de los rumores en la conformación de la violencia co-
lectiva: “la construcción del rumor es una manera de promulgar nuevos planes de coordi-
nación cuando sufrimos un desorden en nuestro modo de vida […] A través de la repetición de
los rumores, las expectativas mutuas se fijan y las nuevas maneras de ocuparse de lo que se percibe
como amenaza al orden existente adquieren claridad y coherencia de propósitos” (Rosnow, 1988: 16, en
Auyero, 2007: 162-163. El subrayado es de Auyero).
22
Esta información cuantitativa soslayada en el análisis de Auyero deja ciertas dudas sobre la
posibilidad de extender las conclusiones obtenidas de los estudios de caso para la mayoría de
los sucesos de violencia colectiva.
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23
“La respuesta de las fuerzas estatales es un factor crucial para el inicio y desarrollo de la
violencia colectiva” (Auyero, 2007: 117).
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tercer lugar, los “rumores de saqueo” fueron claves para propagar accio-
nes violentas, fomentarlas en determinadas localizaciones y no en otras y,
finalmente, para apagar las revueltas urbanas.
En definitiva, el trabajo de Auyero, originalmente descriptivo, mues-
tra cómo operaron diversos mecanismos de la violencia colectiva para la
conformación de acciones colectivas violencias (espiral de señales, corre-
duría a partir de los rumores, etc.). Esta descripción de los mecanismos
demuestra que la violencia colectiva se originó en el entretejido de la os-
cura relación entre políticos, fuerzas del orden y habitantes de barrios
carenciados, acercándonos mucho más a una respuesta explicativa de la
acción colectiva.
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24
Para Smelser, “el comportamiento colectivo no está institucionalizado. De acuerdo con el
grado en que se institucionalice pierde su carácter distintivo. Es un comportamiento ‘forma-
do o forjado para afrontar situaciones indefinidas, o no estructuradas’” (Blumer, 1957, en
Smelser, 1995: 21).
25
“El comportamiento colectivo está guiado por diversas clases de creencias: evaluaciones
de la situación, anhelos y expectativas. Sin embargo, estas creencias difieren de las que guían
a muchos otros tipos de comportamiento. Implican la creencia en la existencia de fuerzas
extraordinarias –amenazas, conspiraciones, etc.— que funcionan en el universo” (Smelser,
1986: 20).
26
Para Smelser, “la acción colectiva, sobre todo cuando tiene rasgos de violencia y de riesgo
personal, sólo podría entenderse como un fenómeno, si no irracional, al menos a-racional,
consecuencia de tensiones sociales irresueltas, de una agresividad provocada, por ejemplo, por
la frustración de expectativas” (Paramio, 2000).
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27
Lewis Coser hace una distinción decisiva en la teoría de los movimientos sociales. Para en-
tender por qué algunos colectivos se movilizan y otros no, el autor construye el concepto de
privación relativa, entendida como la “que surge, no tanto del monto absoluto de frustración,
como de la discrepancia experimentada entre la suerte de uno y la de otras personas o grupos
que sirven como marco de referencia” (Coser, 1986: 61).
Derechos reservados
¿Qué pasó realmente, tanto con respecto al hecho mismo como con respecto
a sus orígenes y consecuencias? […] ¿Qué dimensiones tenía la muchedumbre
en cuestión, cómo actuaba, quiénes (si los había) eran sus promotores, quié-
nes la componían y quiénes la conducían? […] ¿Quiénes fueron el blanco o
las víctimas de las actividades de la muchedumbre? […] ¿Cuáles eran los ob-
jetivos, motivos e ideas subyacentes de estas actividades?28 […] ¿Qué eficacia
tuvieron las fuerzas de represión o las de la ley y el orden? […] ¿Cuáles fueron
las secuencias de los hechos y cuál ha sido su significancia histórica? (Rudé,
1979: 19-20).
Para mostrar una vez más los puentes entre estas corrientes teóricas, Rudé afirma: “Es aquí
28
donde entran las ‘creencias generalizadas del profesor Smelser: sin tal indagación, tendremos
que creer nuevamente en las explicaciones ‘psicológicas’ y ‘behavioristas’ de la muchedumbre”
(Rudé, 1979: 19-20).
© Flacso México
no eran meras “rebeliones del estómago”, sino que era “posible detectar
en casi toda acción de masas del siglo xviii alguna noción legitimizante”,
en la medida en que los hombres y mujeres que protagonizaban esas re-
vueltas “creían estar defendiendo derechos o costumbres tradicionales, y,
en general, que estaban apoyados por el amplio consenso de la comuni-
dad” (Thompson, 1984: 65).” Así, las violentas reacciones de las masas
ante las hambrunas se instalaban en una “economía moral de los pobres”,
es decir, en toda una cosmovisión sobre cómo debía funcionar el mundo
social y sus relaciones culturales, políticas y económicas. Las revueltas,
entonces, eran la expresión de una reacción defensiva ante una situación
considerada agraviante;
Las conclusiones a las que llega Thompson son valiosísimas para com-
prender cabalmente otra dimensión de la violencia colectiva. A diferen-
cia de los otros autores, Thompson no sólo vio regularidades o formatos
históricos y estructurales de la acción, sino también los factores que legi-
timaron subjetivamente un accionar de este tipo, es decir, las causas que
llevaron a los actores a actuar de determinada manera.
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La justificación metodológica
En los capítulos anteriores repasamos los enfoques sobre los lincha-
mientos en América Latina y en México. Hemos identificado que la
gran mayoría se dirige a desarrollar hipótesis con un énfasis particular
en la crisis que viven las instituciones estatales, en procesos históricos
que confluyeron en una reciente precariedad social y en las realidades
culturales de los sectores populares para dar cuenta del origen y, sobre
todo, del crecimiento de los linchamientos en América Latina. Luego,
hemos explicitado el marco teórico desde donde pretendemos enfocar-
nos en la presente investigación, haciendo hincapié en categorías analí-
ticas al nivel de la acción que nos permitan describir exhaustivamente
los linchamientos. Ahora bien, nos encargaremos en este capítulo de
presentar el resultado analítico de nuestro trabajo empírico, basado en
un diseño de investigación cuantitativo. Dicho diseño contempló la
consulta hemerográfica exhaustiva para el periodo estudiado, la cons-
trucción de una base de datos a partir de su registro, el procesamiento
por medio de codificaciones sistemáticas y un posterior análisis reali-
zado con las categorías consideradas más relevantes.
La elección de una metodología cuantitativa respondió tanto a ra-
zones teóricas como a limitaciones temporales y situaciones prácti-
co-investigativas. Si bien en el proyecto inicial se había planificado una
metodología mixta, complementada mediante la aplicación de entrevis-
tas en profundidad, el desarrollo de la investigación hizo que nos defi-
niéramos solamente por un abordaje cuantitativo, dada la extensión final
[87]
© Flacso México
1
Se había pautado un conjunto de entrevistas en la delegación Milpa Alta con individuos
que supuestamente habían presenciado linchamientos. Sin embargo, al momento de reali-
zarse la entrevista negaron haber participado o visto algún caso de este tipo y sólo entre-
vistamos al coordinador de relaciones públicas de la delegación. Dado el carácter efímero y
polémico de las acciones de linchamiento, un abordaje etnográfico basado en observación
directa o en entrevistas en profundidad se dificulta considerablemente.
2
Continuidad que, desde ya, es sumamente parcial, dado que los criterios teóricos, empíricos
y metodológicos de las investigaciones podrían ser radicalmente distintos.
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prensa no “refleja” la realidad tal cual es, sino que selecciona y constru-
ye noticias a partir de dos procesos fundamentales. El primero de ellos,
de índole “logístico”, se relaciona con la capacidad de cobertura de los
medios, la distancia entre las redacciones y los hechos, la cantidad de
noticias que puede cubrirse en un día, etc. El segundo está relacionado
con la selección de noticias a partir de determinados intereses económi-
cos y políticos de los empresarios que conducen los medios de comuni-
cación (Río, 2008).
Posteriormente, se argumenta que en la construcción de eventos pe-
riodísticos muchas veces la prensa instala un tema “de moda”, cubriendo
con mayor frecuencia determinados fenómenos en un tiempo determi-
nado que en otros. Por esta razón, Río (2008) afirma que los investiga-
dores de la acción colectiva deben ser cautos en sacar conclusiones que
tiendan a presentar las tendencias cuantitativas de las acciones en un pe-
riodo histórico. Según este autor, el sesgo de los medios de comunicación
“incide en la limitada validez externa de los datos obtenidos, así como en
la imposibilidad de determinar la incidencia social real de un fenómeno
de movilización mediante la explotación de periódicos” (Río, 2008: 60).
Así, desde esta perspectiva deberíamos ser prudentes con los seguimien-
tos de largo plazo de determinados fenómenos, en cuanto que pueden
responder a agendas mediáticas y no a la frecuencia realmente ocurrida:
“la experiencia y estudios sobre el asunto muestran que si se recurre a
una administración cuantitativa-distributiva de los datos de periódicos
caben metodológicas dudas, como la de en qué medida esos hallazgos
son el resultado de procesos de la vida real, y en qué medida, por el con-
trario, son artefactos de las pautas de publicación de noticias de las agen-
cias de prensa” (Río, 2008: 75).
Sin embargo, es necesario aclarar algunas objeciones que algunos auto-
res plantean a estas limitaciones. En primer lugar, los sesgos que se plan-
tean en el uso de los medios gráficos no están ausentes en otras fuentes
secundarias, como los registros policiales. Aquellos que insisten en remar-
car las limitaciones de la prensa como fuente de datos deberían reconocer
también que todas las fuentes (incluso las construidas por el investigador,
como las entrevistas y las observaciones de campo) presentan sesgos que
no pueden eludirse.
En segundo lugar, varios autores han advertido que, si bien los me-
dios operan en función de intereses económico-políticos, la autonomía
del “campo” periodístico garantiza la continuidad de ciertas “reglas del
juego” en la construcción de noticias. La conformación de la prensa
© Flacso México
3
Recordemos que los campos, en la teoría de Pierre Bourdieu, son las “relaciones objetivas
que forman la base de una lógica y una necesidad específicas” (Bourdieu y Wacquant, 1995:
64). Para el sociólogo francés, los campos son relativamente autónomos entre sí, pero es-
tán conectados. Así, en las sociedades modernas altamente diferenciadas, “el cosmos social
está constituido por el conjunto de estos microcosmos sociales relativamente autónomos”
(Bourdieu y Wacquant, 1995: 64).
4
Tilly et al. (1997) y Olzak (1989) estarían de acuerdo con esto, al argumentar que la prensa
constituye el registro más exhaustivo posible de acciones colectivas. Río desecha esta posibi-
lidad, incluso si se cuenta con la complementación de la prensa local. Schuster también abo-
na esta hipótesis al afirmar que “no puede sostenerse que esa nueva fuente es necesariamente
más exhaustiva sino que, simplemente, tiene un sesgo diferente” (Schuster et al., 2006: 20).
Nosotros nos acercamos más a la postura de Tilly y Olzak, toda vez que los sesgos operati-
vos en la selección de noticias (distancia de la redacción con respecto al hecho, por ejemplo),
pueden disminuirse considerablemente a partir del registro de la prensa local. En definiti-
va, como reconocen Schuster et al. (2006: 20), “toda investigación de este tipo supone asu-
mir que se trabaja no sobre el universo de las protestas o movilizaciones sino sobre aquellas
que fueron registradas por alguna fuente. Por supuesto, la multiplicación de fuentes per-
mite moverse en dirección de un universo más amplio pero éste es prácticamente infinito y,
como en toda investigación, conviene tener claro cuánto agrega y a qué costo seguir sumando
información”.
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5
En numerosas ocasiones, funcionarios estatales ofrecieron declaraciones a la prensa en
las que afirmaban tener un número preciso de linchamientos en su estado. Sin embar-
go, la consulta hecha por nosotros a las instituciones encargadas de brindar informa-
ción (el Instituto Federal de Acceso a la Información, mediante su portal <www.infomex.
org.mx>) no arrojó resultado alguno. En su portal del Distrito Federal, la Secretaría de
Seguridad Pública nos informó acerca de sólo tres linchamientos sucedidos entre 2011 y
2012 en dicha ciudad. La ausencia de información para años anteriores se debe a que la
Dirección del Centro de Información y Monitoreo es de reciente creación (véase el anexo
de esta investigación). Sin embargo, como se ve, la información brindada para 2011 (un
linchamiento y una “privación de la libertad con lesiones por golpes”) es escasísima res-
pecto a los registros recopilados por nuestra base de datos (64 linchamientos).
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6
La construcción de dicha base no hubiera sido posible sin el apoyo teórico y metodológico
de la doctora Karina Kloster, a quien agradezco todas las sugerencias. Cabe decir que cual-
quier error u omisión es de mi exclusiva responsabilidad.
7
Como se ha explicado, no pretendemos cubrir la totalidad de los episodios efectivamente
ocurridos, sino relevar la totalidad de los episodios reflejados por la prensa.
8
Vilas (2006) define los linchamientos con un carácter privado. En ese punto retomamos la
definición elaborada por Fuentes (2006).
Derechos reservados
70
64
60
49 54
50
40
33
30
30
23 23 22 27 28
29
20
21
10
0
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011
© Flacso México
9
Para dar un ejemplo concreto, una de las delegaciones del Distrito Federal con mayor ocu-
rrencia de linchamientos es Milpa Alta, precisamente la delegación con menores tasas delic-
tivas de la ciudad (“En Milpa Alta, otro fallido linchamiento”, El Universal, 8 de agosto de
2010).
Derechos reservados
60 1,800,000
1,600,000
50
1,400,000
40 1,200,000
1,000,000
30
800,000
20 600,000
400,000
10
200,000
0 0
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de la prensa sobre los linchamientos y del
Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Seguridad (ICESI) para los delitos denunciados.
10
“Si lo hubieran entregado a la policía, hubiera salido libre” afirmó un vecino en el lin-
chamiento producido en Magdalena Petlacalco, delegación Tlalpan del Distrito Federal, el
26 de julio de 2001 (“Lo lincharon por robar la Iglesia”, El Universal, 27 de julio de 2001).
“Ya estamos cansados de robos y delincuentes que salen libres”, expresó Filiberto López
luego de un linchamiento en Huixquilucan, Estado de México (“Frustran linchamiento en
Huixquilucan, Edomex”, El Universal, 4 de septiembre de 2008. “Tenemos que llegar a esto
porque no se hace justicia con la reforma, mejor vamos a quemarlos”, comentó un vecino en
el linchamiento acontecido en Ciudad Juárez en 2008 (“Ciudadanos detienen a ladrones de
automóviles”, El Diario de Chihuahua, 14 de enero de 2008).
© Flacso México
para esos años (un promedio de 19.6 acciones por año),11 nuestros gua-
rismos dan un promedio de 33.5 acciones anuales, es decir, alrededor de
14 linchamientos más por año (71% más de acciones anuales).
Sin embargo, este crecimiento en el promedio anual de linchamien-
tos confirma la tendencia históricamente creciente comprobada en aque-
lla investigación, en la que se observaba un incremento importante en la
cantidad de acciones violentas desde mediados de los noventa. Mientras
que para el periodo 1984-1992 se registraron 25 linchamientos (ape-
nas 8% del total del periodo, alrededor de tres casos por año), para los
años 1993-2001 se contaron 269 casos (91.5%, aproximadamente trein-
ta casos anuales); corroborando un crecimiento exponencial de los lin-
chamientos a partir de lo que el autor explicó como el “trastocamiento o
histéresis del campo social”, producto de la imposición de políticas neo-
liberales que provocaron un fuerte descenso en la estructura social y una
importante ruptura en la reproducción cotidiana de la vida de la pobla-
ción mexicana.
Si bien no se observa una tendencia unívoca de crecimiento, a partir de
1993 el número de linchamientos aumenta considerablemente, hasta lle-
gar en 1996, año de mayor cantidad de registros, a los 47 casos (véase el
gráfico 3).
50
47
45
40 41
40
38
35
30
25 29
25
20
18
15
15 16
10 6
5 3 3 4
5
0 2
0
2
1984 1985 1986 1987 1988 1989 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
11
Su relevamiento no incluye los casos del año 1990.
Derechos reservados
27.54
30.00
21.59 22.58
25.00
20.00
15.00
8.19
10.00 5.46 5.21 4.96 4.47
5.00
0.00
go
la
s
ic e
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pa
tro
ac
hu
eb
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al
l
Fe istr
ra
ax
ia
ua
M ado
O
Pu
o
id
Ch
ih
D
H
t
Ch
Es
12
Es insoslayable la relación entre la existencia de linchamientos en este territorio y la inse-
guridad extrema que se vive allí producto de la presencia del crimen organizado. El lincha-
miento en la localidad de Ascensión es un buen ejemplo de ello: “Cansados de la inseguridad
y la falta de respuesta gubernamental, los habitantes de Ascensión, al norte de Chihuahua,
desaparecieron la policía local y tendrán su propio cuerpo de seguridad, el cual actuará con
una clara consigna: cualquier delincuente será asesinado por la multitud” (“Habitantes de
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15
La Zona Metropolitana del Valle de México está compuesta por 76 municipios, de los
cuales 16 son delegaciones del Distrito Federal: Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Iztapalapa,
Tlalpan, Azcapotzalco, Cuauhtémoc, Magdalena Contreras, Tláhuac, Benito Juárez,
Gustavo A. Madero, Miguel Hidalgo, Venustiano Carranza, Coyoacán, Iztacalco, Milpa
Alta, Xochimilco. Otros 59 corresponden al Estado de México: Acolman, Chiconcuac,
Nextlalpan, Tepetlixpa, Amecameca, Chimalhuacán, Nicolás Romero, Tepotzotlán,
Apaxco, Ecatepec de Morelos, Nopaltepec, Tequixquiac, Atenco, Ecatzingo, Otumba,
Texcoco, Atizapán de Zaragoza, Huehuetoca, Ozumba, Tezoyuca, Atlautla, Hueypoxtla,
Papalotla, Tlalmanalco, Axapusco, Huixquilucan, La Paz, Tlalnepantla de Baz, Ayapango,
Isidro Fabela, San Martín de las Pirámides, Tultepec, Coacalco de Berriozábal, Ixtapaluca,
Tecámac, Tultitlán, Cocotitlán, Jaltenco, Temamatla, Villa del Carbón, Coyotepec, Jilotzingo,
Temascalapa, Zumpango, Cuautitlán, Juchitepec, Tenango del Aire, Cuautitlán Izcalli,
Chalco, Melchor Ocampo, Teoloyucán, Valle de Chalco Solidaridad, Chiautla, Naucalpan de
Juárez, Teotihuacán, Tonanitla, Chicoloapan, Nezahualcóyotl, Tepetlaoxtoc. Por otra parte,
Tizayuca pertenece al Estado de Hidalgo.
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16
Encontramos que 73% de los municipios del Estado de México en los que se producen
linchamientos pertenecen a la zmvm. Si sumamos todas las delegaciones del Distrito Federal
a la proporción, tenemos que 85% de los linchamientos producidos en el Distrito Federal y
el Estado de México pertenecen a la zmvm.
17
Para dar algunos ejemplos: “Impide la PJ linchamiento en Iztapalapa”, El Universal, 15
de agosto de 2000; “Rescatan a dos asaltantes de un posible linchamiento”, El Universal,
28 de marzo de 2001; “Intentan linchar a agresor de ancianos”, El Universal, 16 de octubre
de 2001.
18
Sirvan de ejemplo los siguientes casos: “Evitan agentes linchamiento”, El Universal, 24 de
octubre de 2000; “Golpean colonos a presunto violador”, El Universal, 7 de diciembre de
2004; “Lo iban a linchar por dañar imágenes de una iglesia” La Crónica de Hoy, 14 de agosto
de 2001.
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19
La descripción que sigue está basada en el estudio de los pueblos de la zmvm, pero vale
también para la dinámica de muchas localidades de los estados con presencia indígena.
20
Centraremos nuestra descripción sobre los pueblos de la zmvm porque es donde se con-
centran los linchamientos y porque es la región de donde más bibliografía disponemos. Sin
embargo, muchas de las cuestiones aquí expuestas pueden plantearse para muchos estados del
país, sobre todo, precisamente, aquellos que están localizados en el centro-sur y contienen
mucha presencia indígena.
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21
“Cada uno de los pueblos originarios de la cuenca de México cuenta con su propia orga-
nización comunitaria basada en la repartición de cargos […] En muchos casos la estructura
organizativa que se ha adoptado es la de mesa directiva con un presidente, un tesorero, un
secretario y uno o varios vocales” (Romero Tovar, 2009: 50). “La organización comunitaria
mantiene la articulación de los responsables del ciclo festivo a partir de la repartición de car-
gos. Adopta formas visibles bajo el esquema de mesa directiva con la finalidad de obtener el
reconocimiento legal frente a las autoridades de gobierno, al mismo tiempo facilita la orga-
nización de una creciente población participante” (Romero Tovar, 2009: 56).
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En el anexo de este trabajo se incluye el libro de códigos en los que aparecen todos los atri-
23
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66.2
70
60
50
23.8
40
30
10
20
10
0
Vecinos Colectivo preexistente con Colectivo eventual
organización permanente
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45.9
50
40 35.1
30
18.9
20
10
0
Pocos Varios Muchos
24
Recordemos que la categoría de “vanguardia de saqueo” es utilizada por Auyero (2007).
Derechos reservados
que no sólo probablemente inicia las acciones, sino que es la que agre-
de a los sujetos linchados, mientras la gran parte de los involucrados
permanece como observador o agitando desde fuera consignas en voz
alta. En el caso de los linchamientos masivos, entonces, la presencia de
cientos de personas no significa que todas ellas agredan a los lincha-
dos, sino que actúan como “observadores”, las más de las veces azu-
zando a los que efectivamente golpean y legitimando claramente el
accionar de quienes ejercen directamente la violencia.25Además, como
lo demuestran numerosos estudios y la referencia empírica, cuanto
más grande es el colectivo, menos costos hay para los individuos por
participar en las acciones (ya sea como sujetos activos o como obser-
vadores), en la medida en que se refuerza el “anonimato” de los suje-
tos. En el caso de algunas acciones de linchamiento este factor es clave
y reforzado por la comunidad, que luego no brinda a las fuerzas del
orden información sobre participantes concretos. Por otro lado, tal
como mencionaba Mendoza (2003), en colectivos con participantes
numerosos se presenta el “dilema del voluntario”, en cuanto, ante una
situación indeseada presenciada por mucha gente, es menos probable
que cada individuo actúe para evitarla esperando que otro lo haga y
asuma los costos de participar.
El número de personas de un linchamiento es crucial para entender
sus dinámicas y las consecuencias luego de su consumación. El carácter
muy efímero en los casos de linchamientos con pocas personas y el ca-
rácter “anónimo” de los eventos multitudinarios hacen que en escasísi-
mos casos se sancione a los responsables de la violencia. Por el contrario,
muchas veces los linchamientos terminan con la detención del supuesto
victimario original, cuyas acciones provocaron la violencia colectiva. La
solicitud de información al Gobierno del Distrito Federal sobre la can-
tidad de averiguaciones por linchamiento arrojó sólo el número de ocho
averiguaciones previas en los años 2006-2011 (véase el anexo III), núme-
ro mucho menor que la cantidad total de participantes en los linchamien-
tos efectivamente ejercidos en esos años en dicha región. Esto claramente
demuestra que los linchamientos, además, se desenvuelven en un marco
de impunidad significativo.
© Flacso México
Cantidad
Total
Pocos Varios Muchos
Recuento 7 3 0 10
% dentro de ti-
Colectivo 70% 30% 0% 100%
po de colectivo
eventual
% dentro de
50% 9% 0% 14%
cantidad
Tipo de colectivo
Recuento 0 23 22 45
% dentro de ti-
0% 51% 49% 100%
Vecinos po de colectivo
% dentro de
0% 68% 85% 61%
cantidad
Recuento 7 8 4 19
Colectivo
preexistente % dentro de ti-
37% 42% 21% 100%
con con- po de colectivo
formación
permanente % dentro de
50% 24% 15% 26%
cantidad
Recuento 14 34 26 74
% dentro de ti-
19% 46% 35% 100%
Total po de colectivo
% dentro de
100% 100% 100% 100%
cantidad
Derechos reservados
Una vez contestadas las preguntas básicas que nos habíamos formula-
do al final del capítulo anterior (¿quiénes?, ¿cuándo?, ¿dónde?), debemos
avanzar en la descripción de las acciones involucradas. Un linchamiento
comienza, las más de las veces, con un hecho que lo desencadena. El he-
cho desencadenante es el acto que detona un linchamiento, una acción par-
ticular que agrede a una comunidad de personas —sean éstos pasajeros
de un microbús, vecinos de un barrio (o colonia, como se denomina en
México) o una comunidad entera— y provoca su reacción violenta. Tal
como vimos en el capítulo anterior, Neil Smelser denomina a estas ac-
ciones factores precipitantes,26 es decir, aquellos acontecimientos que catalizan
el comportamiento colectivo. La importancia de estos hechos es central
porque se instalan, en la terminología de Tilly, como un mecanismo de ac-
tivación de divisorias, gracias al cual las acciones se orientan mediante una di-
visión entre un nosotros, el colectivo que lincha, y un ellos, los linchados. En
muchos casos, incluso, el nosotros se conforma con individuos sin ningún
tipo de lazos previos entre sí, como los pasajeros de un microbús, algo
que ya analizamos arriba. Aquí el hecho desencadenante no sólo detona
las acciones, sino que conforma un colectivo de personas que coordina
sus acciones para hacer frente a un enemigo común.
Dado que surgen como una reacción detonada por un evento prece-
dente (el cual incluso puede servir para construir un colectivo sin lazos
previos), los linchamientos son casi siempre una acción “defensiva” que
se entabla como respuesta a un agravio anterior. Además, como vimos en
el capítulo previo, las reacciones ante este tipo de hechos específicos nos
pueden hablar del universo moral de los que linchan, es decir, del tipo de
actos que se consideran intolerables para determinadas comunidades y
provocan la reacción airada de individuos.
Como puede verse en el gráfico 7, el hecho desencadenante principal
lo constituyen los agravios contra bienes y servicios sobre todo privados
precipitantes” para entender los hechos desencadenantes. A pesar de ser conceptos casi sinó-
nimos evitamos utilizar esa terminología para no confundir al lector sobre posibles acerca-
mientos teóricos entre nuestra propuesta y la del sociólogo estadounidense.
© Flacso México
60
43.8
40
18.1
20
11 10
6.7 5.7 4.8
0
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no cu vios
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A
D
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A
ra
Ac
Ag
bi
po
27
A diferencia de, por ejemplo, el caso de Argentina, en donde las acciones colectivas de vio-
lencia punitiva se producían principalmente por agresiones contra la integridad física.
Derechos reservados
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28
Se recuerda que los atributos empíricos de cada categoría se han incluido en el anexo final.
29
“Linchan y detienen a un judicial mexiquense”, El Universal, 1 de octubre de 2003.
30
“Amarran y golpean a alcalde que evitó un linchamiento en Tlaxcala”, La Jornada, 27 de ju-
nio de 2003.
31
“Olor a alcohol y a carne quemada”, El Universal, 24 de noviembre de 2004.
32
“Tratan vecinos de linchar a dos judiciales”, El Universal, 3 de marzo de 2004.
33
“Policías, autores de 50 por ciento de los asaltos”, El Universal, 19 de febrero de 2000.
34
“Intentan linchar a jóvenes en Hidalgo por escandalizar”, Notimex, 15 de febrero de 2011.
Derechos reservados
35
“Rescatan policías al munícipe de Zaachila, retenido por priístas”, La Jornada, 22 de enero
de 2008.
36
“Un grupo de priistas rompió a tubazos y palazos un bloqueo del Frente Único Huautleco,
en Oaxaca. Un profesor jubilado, Serafín García, de 68 años, fue asesinado con palos y cade-
nas entre cinco priistas” (“Turba mortal”, Reforma, 29 de noviembre de 2004).
37
“Intentan linchar a cuatro funcionarios federales”, Cuarto Poder, 5 de septiembre de 2005.
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Año recodificado
Total
2000-2009 2010-2011
Agravios con- Recuento 48 44 92
tra bienes y
servicios 34% 64% 44%
Otros Recuento 29 7 36
agravios
21% 10% 17%
Derechos reservados
38
“Muere un niño en manifestación de fpfv”, El Universal, 24 de noviembre de 2000.
39
Aun cuando el supuesto delincuente es un vecino de la comunidad, al atacar bienes y ser-
vicios se transforma inmediatamente en un enemigo a ser atacado y, por consiguiente, en un
“extranjero” que no es parte del “nosotros”.
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35%
65%
Incremento de
participantes
Total
Sin Con
incremento incremento
Colectivo Recuento 17 4 21
eventual
Colectivo Recuento 24 26 50
permanente
Total
35% 65% 100%
Derechos reservados
Las acciones
20%
80%
Sí No
Gráfico 9. Ritualización.
© Flacso México
Recuento 0 21 21
% dentro
Colectivo de tipo de 0% 100% 100%
eventual colectivo
% de
0% 13% 10%
ritualización
% dentro
Tipo de de tipo de 25% 75% 100%
Vecinos
colectivo colectivo
% de
81% 62% 66%
ritualización
Recuento 8 42 50
Colectivo
preexis- % dentro
tente con de tipo de 16% 84% 100%
organización colectivo
permanente
% de
19% 25% 24%
ritualización
% dentro
Total de tipo de 20% 80% 100%
colectivo
% de
100% 100% 100%
ritualización
Derechos reservados
Año recodificado
Total
2000-2009 2010-2011
Sí Recuento 21 21 42
© Flacso México
37.1%
62.9%
Derechos reservados
Año recodificado
Total
2000-2009 2010-2011
Acciones Recuento 96 35 131
simples
68% 51% 63%
Acciones
dicotomizadas Acciones Recuento 45 33 78
complejas
32% 49% 37%
Las acciones complejas se han extendido en los últimos dos años, lle-
gando a involucrar prácticamente la mitad de los linchamientos. Estos
resultados son coherentes con el proceso de ritualización registrado más
arriba y con el carácter más organizado de los linchamientos a lo largo
del tiempo.
Por último, se observó en cuántos linchamientos hubo presencia
de autoridades y fuerzas del orden en las que éstas entablaron una ne-
gociación con los linchadores. Se incluyó en esta categoría los lincha-
mientos en los que el grupo atacante explicitara demandas y exigencias
aunque no sostuviera ninguna negociación con las autoridades (véase
el gráfico 11).
© Flacso México
19.50%
80.50%
Sí No
40
“Intento de linchamiento en Cuajimalpa deja 15 lesionados”, El Universal, 13 de junio de
2011.
Derechos reservados
Los linchados
63.3
70
60
50
40
23.3
30
20 12.9
10
0
Presuntos delincuentes Ciudadanos Fuerzas del orden
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Año recodificado
Total
2000-2009 2010-2011
Presunto Recuento 81 52 133
delincuente
57% 76% 64%
Ciudadano Recuento 39 10 49
Derechos reservados
49.5
50 41.5
40
30
20
9
10
0
Rescatado Liberado Muerto
41
Véase, por ejemplo, el linchamiento en la ciudad de Oaxaca, en el que el colectivo solicita
dos patrullas a cambio de devolver al presunto ladrón: “Intentan linchar a joven por robar un
celular en Oaxaca”, Milenio, 17 de agosto de 2010.
© Flacso México
Año recodificado
Total
2000-2009 2010-2011
Muerto Recuento 13 6 19
Liberado Recuento 57 29 86
Consecuen-
41.3% 42.6% 41.7%
cias
para el Rescatado Recuento 67 33 100
linchado
48.6% 48.5% 48.5%
Escaparon Recuento 1 0 1
42
“Ustedes nos ven, que somos gente pacífica y lo único que tratamos fue darle un escar-
miento a esos tres jóvenes. De haberlos querido matar, lo hubiéramos hecho, pero no fue
así y sólo les dimos unos cuantos golpes, para que sepan que con nosotros no se juega y los
que quieran venir a robar, ya saben a qué atenerse” (“Iban a morir por robar limosna”, El
Universal, 3 de mayo de 2001).
Derechos reservados
Recuento 3 9 9 0 21
% en el
Colectivo tipo de 14% 43% 43% 0% 100%
eventual colectivo
% en las
conse- 16% 10% 9% 0% 10%
cuencias
Recuento 8 59 67 1 135
% en el
Tipo de tipo de 6% 44% 50% 1% 100%
Vecinos colectivo
colectivo
% en las
conse- 42% 69% 68% 100% 66%
cuencias
Recuento 8 18 23 0 49
% en el
Colectivo tipo de 16% 37% 47% 0% 100%
preexis- colectivo
tente…
% en las
conse- 42% 21% 23% 0% 24%
cuencias
Recuento 19 86 99 1 205
% en el
tipo de 9% 42% 48% 0% 100%
Total colectivo
% en las
conse- 100% 100% 100% 100% 100%
cuencias
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Por otro lado, el cruce de este tipo de acciones con los hechos desen-
cadenantes muestra que en los linchamientos provocados por agravios a
valores sociales y normas culturales, acciones policiales y aquellos surgi-
dos por demandas político-gremiales (agrupados como “otros”) se ase-
sina más al linchado que en los otras categorías (18% contra 9% y 6%,
respectivamente. Véase la tabla 11). Esto se debe al carácter del agravio, so-
bre todo en aquellos linchamientos producidos por profanación a iglesias,
actos de brujería, etc. En esos casos, la acción colectiva suele terminar con
la muerte del sujeto.
Hecho desencadenante
Agravios Agravios
contra contra la Otros Total
bienes y integri- agravios
servicios dad física
Muerto Recuento 8 5 6 19
9% 6% 18% 9%
Liberado Recuento 42 30 14 86
Conse-
cuen- 46% 37% 41% 42%
cias
para el Rescata- Recuento 41 46 13 100
linchado do
45% 57% 38% 49%
Escapa- Recuento 0 0 1 1
ron
0% 0% 3% 0%
Recuento 91 81 34 206
Total
100% 100% 100% 100%
Derechos reservados
43
Más allá de las distintas caracterizaciones, este tipo de acciones se asemeja a la concep-
tualización efectuada por Fuentes de los linchamientos comunitarios, la cual “se presenta
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en aquellos ámbitos donde las cohesiones por ascendencias comunes, étnicas y de clase
son mayores. El linchamiento comunitario se presenta mayormente ritualizado” (Fuentes,
2006b: 78).
44
La presencia de al menos uno de estos dos atributos alcanza para catalogar los linchamien-
tos con un grado de coordinación medio.
45
“Intentan colgar a presunto ladrón”, El Diario de Chihuahua, 28 de junio de 2011.
Derechos reservados
46
“Se rescata a tres que iban a linchar por presunto robo”, Milenio, 3 de marzo de 2010.
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50 43.8
36.2
40
30
20
20
10
0
Bajo Medio Alto
Derechos reservados
Grado de coordinación
Total
Bajo Medio Alto
Recuento 15 6 0 21
% en el
tipo de 71% 29% 0% 100%
Colectivo colectivo
eventual
% en el
grado de
16% 8% 0% 10%
coordina-
ción
Recuento 48 56 34 138
% en el
tipo de 35% 41% 25% 100%
Tipo de colectivo
Vecinos
colectivo
% en el
grado de
53% 74% 81% 66%
coordina-
ción
Recuento 28 14 8 50
% en el
Colectivo
tipo de 56% 28% 16% 100%
preexisten-
colectivo
te con or-
ganización % en el
permanente grado de
31% 18% 19% 24%
coordina-
ción
Recuento 91 76 42 209
% en el
tipo de 44% 36% 20% 100%
colectivo
Total
% en el
grado de
100% 100% 100% 100%
coordina-
ción
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Grado de coordinación
Total
Bajo Medio Alto
Recuento 34 34 24 92
% en el he-
Agravios cho desen- 37% 37% 26% 100%
contra cadenante
bienes y
servicios % en el
grado de
37% 45% 57% 44%
coordina-
ción
Recuento 44 26 12 82
% en el he-
Hecho
Agravios cho desen- 54% 32% 15% 100%
desenca-
contra la cadenante
denante
recodifi- integridad
física % en el
cado
grado de
48% 34% 29% 39%
coordina-
ción
Recuento 14 16 6 36
% en el he-
cho desen- 39% 44% 17% 100%
Otros cadenante
agravios
% en el
grado de
15% 21% 14% 17%
coordina-
ción
Recuento 92 76 42 210
% en el he-
cho desen- 44% 36% 20% 100%
Total cadenante
% en el
grado de
100% 100% 100% 100%
coordina-
ción
Derechos reservados
Grado de coordinación
Total
Bajo Medio Alto
2000-2009 Recuento 69 51 21 141
Recuento 92 76 42 210
Total
100% 100% 100% 100%
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47
“Amenaza pueblo a ladrones”, Reforma, 9 de enero de 2009.
48
Idem.
49
“Se organizan vecinos en contra de la delincuencia”, El Universal, 27 de abril de 2011.
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50
“’Si te agarramos, te linchamos’”, El Universal, 4 de abril de 2012.
51
“Amenazan linchar a ‘ratas’”, El Hidrocálido, 13 de mayo de 2008; “Vecinos de Ecatepec
advierten sobre linchamientos a ladrones”, El Universal, 19 de enero de 2011; “Amenazan ve-
cinos de Playa del Carmen con linchar a ladrones”, Milenio Xalapa, 14 de octubre de 2011.
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52
Los trabajos sobre la autosegregación residencial han encontrado que “la privatización del
espacio público no es únicamente una forma de protegerse frente a la inseguridad creciente,
sino también una manera de diferenciarse del entorno para ‘distinguirse’, y mantener en el in-
terior del espacio cerrado un modo de vida con características específicas” (Giglia, 2002: 3).
53
Como afirmábamos más arriba, la creciente inseguridad en los estados más golpeados por
el narcotráfico (en los cuales los organismos de seguridad se vieron totalmente rebasados
por los cárteles) llevó a que la sociedad respondiera de diversas maneras. En la ciudad de
Chihuahua, por ejemplo, la población solicitó el cierre de calles, debido a una ola de insegu-
ridad y de complicidad policial: “Ante la inseguridad, el cumplimiento de la ley”, El Diario
de Chihuahua, 17 de febrero de 2010. En ese escenario, se comenzaron a producir actos de
“justicia por mano propia”, ya fuera colectivos, en forma de linchamientos, o individuales.
Las autoridades formales, lejos de condenar estos hechos, los han fomentado, lo cual refleja
su incapacidad para enfrentar estas situaciones: “‘Chihuahua es aliado de los ciudadanos que
defiendan su patrimonio’, dijo el gobernador luego de que un individuo asesinara a tres pre-
suntos asaltantes” (“Mata a tres y le llaman héroe”, El Universal, 26 de enero de 2011).
Derechos reservados
54
“Opera en Hidalgo ‘policía’ indígena”, El Norte, 30 de noviembre de 2008; “Colonos de
Xalostoc contratan vigilancia”, Milenio Estado de México, 3 de noviembre de 2010.
55
El artículo data de mayo de 2011.
56
Recordemos que unos meses antes, en octubre de 2010, en Tetela del Volcán se produjo un
violento linchamiento: “Intentan linchar a seis presuntos plagiarios en Morelos y Edomex”,
La Jornada, 20 de octubre de 2010.
57
En cuanto ocurren fuera de las instituciones dominantes, estos actos constituyen acciones
directas. Recordemos que “a diferencia de las acciones institucionalizadas, a través de la ac-
ción directa los actores sociales procuran lograr sus objetivos desbordando, prescindiendo o
vulnerando los canales institucionales del orden social para el procesamiento de sus deman-
das” (Rebón y Pérez, 2012: 22). Esto supone “la no mediación de la autoridad […] en la
realización del reclamo y en ocasiones incluso en la resolución del mismo” (Rebón y Pérez,
2012: 22).
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de 2011.
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oscuro del capital social” (Aguilar, 2009) para referirse a los lazos co-
munitarios que promueven y facilitan la reacción colectiva punitiva como
la que se expresa en los linchamientos.
Más allá de no coincidir en sus postulados teóricos, en definitiva, es-
tos estudios no hacen más que reforzar lo que hemos tratado de demos-
trar a lo largo de estas páginas: los linchamientos dependen tanto de una
escasa percepción de eficacia de las instituciones encargadas de impartir
justicia, como de la capacidad local de movilizar individuos frente a lo
que se considera un agresor. Es en este sentido que las relaciones sociales
de tipo comunitarias favorecen y son la condición de posibilidad de que
acciones con alto grado de coordinación se instalen como un repertorio
de acción destinado a la provisión precaria de seguridad popular.
Tal como observábamos en el capítulo anterior, los linchamientos se
constituyen como un repertorio de acción en aquellos territorios donde
las relaciones sociales y la confianza interpersonal fomentan la asocia-
ción colectiva para la resolución de problemas. En localidades con otro
tipo de relaciones sociales, los linchamientos no aparecerán o lo harán
con formas de coordinación y organización bajas, es decir, de maneras
más espontáneas.
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Si algo debe quedar claro luego de haber hecho el recorrido de esta in-
vestigación es que los linchamientos son un fenómeno de una compleji-
dad inmensa. En él están involucrados problemas como la conformación
histórica de los estados nacionales, los recientes procesos de reformas es-
tructurales y rediseño del rol del Estado en la sociedad, el gran tema de la
violencia (específicamente la violencia colectiva) y sus diversas y heterogé-
neas explicaciones posibles, los dilemas y problemas centrales en la confor-
mación de la acción colectiva, un cuestionamiento al funcionamiento del
sistema penal mexicano y sus consecuencias sociales, y hasta los debates en
torno a la ruralidad o urbanidad del fenómeno y su relación con la cues-
tión indígena, entre otros.
Este libro se propuso encarar el fenómeno asumiendo principalmen-
te una mirada específica de la violencia, la cual implicó prestar especial
atención a los problemas fundamentales de la acción colectiva, es decir,
observar las principales dimensiones de las interacciones y los mecanis-
mos relacionales según los cuales los individuos se involucran en accio-
nes de enfrentamiento con otros. Como complemento de investigaciones
anteriores, que prefirieron examinar con más detalle los procesos histó-
rico-políticos que explicaban los linchamientos, aquí buscamos detener-
nos en describir cabalmente nuestro objeto de estudio y construir una
tipología que permitiera establecer algunas relaciones hipotéticas que
nos sugería dicha descripción. En suma, se buscó tener, antes que nada,
una mirada microscópica agregada para observar actores, lugares, accio-
nes y su evolución en el tiempo para, finalmente, relacionar exploratoria-
mente dichas dimensiones con los procesos político-institucionales que
atraviesan el México reciente.
De los hallazgos resultado del análisis nos gustaría resaltar los que
consideramos más importantes y que disparan preguntas a futuro. La
[145]
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1
Coincidimos con Fuentes (2006b) en que esa “falla” en la instalación de los estados lati-
noamericanos y su consecuente fracaso en la construcción de ciudadanías resultaba funcional
al modelo de acumulación dominante durante décadas.
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2
Recordemos que, además, el propio Tilly incluye los linchamientos dentro de sus
caracterizaciones.
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Derechos reservados
I. Libro de códigos
Presentaremos aquí los atributos empíricos de algunas variables agrega-
das que se utilizaron en la base de datos. Se han agrupado por numera-
ción arábiga.
1. Hecho desencadenante
Agravios contra bienes y servicios: robos (de tierras, de animales, asaltos), ex-
torsiones, estafas.
[159]
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2. Tipo de sujeto
3. Tipo de acciones
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5. Sujeto linchado
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Con fundamento en lo dispuesto por el artículo 6° de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, 4º fracción III, 45 y 51, todos ellos de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información
Pública del Distrito Federal, 46 fracción I, II y X del Reglamento Interior de la Secretaría de Seguridad
Pública del Distrito Federal, le comunico que con fecha once de Mayo de dos mil doce se tuvo por
presentada dos solicitudes de acceso a la información pública, en las que requirió:
A ese respecto, le informo que su solicitud de acceso a la información pública quedó registrada en el
Sistema INFOMEX con el FOLIO 0109000079012, por lo que, en cumplimiento a lo dispuesto por el
artículo 58 fracciones I, IV y VII de la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública del
Distrito Federal, fue turnada a las unidades administrativas que conforme al Reglamento Interior de la
Secretaría de Seguridad Pública, son competentes para atender a la petición de su interés.
Como resultado de dicha gestión, la Dirección Ejecutiva de Información, emitió respuesta a través de
INFOMEX, con fundamento en el artículo 11, cuarto párrafo de Ley de Transparencia y Acceso a la
Información Pública del Distrito Federal, es decir, en el estado en que se encuentra en sus archivos,
correspondiente a eventos relevantes relacionados con intentos de linchamiento en los años 2011 y
2012, es menester el hacer del conocimiento del solicitante que la Dirección del Centro de Información
y Monitoreo es de reciente creación (Dictamen 16-2010, que entró en vigor el 1° de noviembre de
2010) por lo que no se cuenta con información de los años 2000 a 2010, no obstante se le anexa el
siguiente recuadro:
Derechos reservados
Por lo expuesto, esta Oficina de Información Pública da por concluida la tutela del trámite; sin
embargo, se hace de su conocimiento que usted tiene derecho a interponer el recurso de revisión en
contra de la respuesta que le ha otorgado esta Dependencia, en un plazo máximo de 15 días, con
fundamento en lo previsto por los artículos 76, 77 y 78 de la Ley de Transparencia y Acceso a la
Información Pública del Distrito Federal.
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Cabe mencionar que, en caso de que requiera alguna aclaración o información adicional respecto a la
respuesta que por esta vía se le entrega, estamos a sus órdenes en Av. José Ma. Izazaga No. 89, Piso 10,
Col. Centro, CP 06080, Delegación Cuauhtémoc, tels.:5716-7700,exts. 7226, 7268 y 7773, o en el
correo electrónico informacionpublica@ssp.df.gob.mx donde con gusto le atenderemos, para conocer
sus inquietudes y en su caso allegarle toda la información pública que requiera de esta Secretaría.
Sin otro particular por el momento y en espera de que la información proporcionada le sea de utilidad,
aprovecho la ocasión para enviarle un cordial saludo.
ATENTAMENTE
HRM/iad
Derechos reservados
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A. Solicitud
Derechos reservados
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B. Respuesta
Por tal motivo, le sugerimos presentar su solicitud a la PGR, a través del sistema INFOMEX
Gobierno Federal http://www.infomex.org.mx/gobiernofederal, o bien, en su Unidad de
Enlace ubicada en Avenida Guadiana No. 31, Col. Cuauhtémoc, Delegación Cuauhtémoc,
Distrito Federal, C.P. 06500, teléfonos 53461628 y 53460000 extensiones 5716 y 5717, o
en el correo electrónico leydetransparencia@pgr.gob.mx.
Derechos reservados
En caso de alguna duda o información adicional, ponemos a sus órdenes los teléfonos
1103-6000 extensiones 12603 y 12671.
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