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TORRADO

El modelo justicialista: 1945-1955

Como consecuencia de la gran crisis mundial de 1930, la Argentina debe abandonar


el modelo agroexportador que hegemonizado por los grandes propietarios terratenientes de
la pampa húmeda, había presidido su desenvolvimiento desde fines del siglo XIX. se inicia
entonces un proceso de desarrollo basado en la industrialización sustitutiva de
importaciones que habría de perdurar casi 50 años.
El periodo 1930-1945 estuvo signado por el estancamiento de la actividad
agropecuaria tradicional y por el estímulo a la actividad industrial, verificándose una
moderada implantación de capital extranjero mediante la inversión directa en actividades
industriales que funcionaban en condiciones oligopólicas. Sin embargo, hacía 1945,
predominaban en la estructura industrial las empresas pequeñas y medianas de capital
nacional.
En 1945 emerge el movimiento peronista como expresión de una nueva alianza de
clases; la de la clase obrera y los pequeños y medianos empresarios industriales. El nuevo
bloque es portador de un proyecto de desarrollo industrial radicalmente distinto del propugnado
hasta ese momento por las diversas fracciones de la antigua clase dominante.
En esta estrategia de corte distribucionista, la industria constituye el objetivo central
del proceso de desarrollo. Se impulsa una industrialización sustitutiva basada en el incremento
de la demanda de bienes de consumo masivo en el mercado interno, la cual es generada a
través del aumento del salario real. El modelo requiere así medidas redistributivas del
ingreso que impulsan la demanda interna y la ocupación industrial y, por esa vía, la
acumulación.
El principal mecanismo para lograr estos objetivos fue la reasignación de recursos para la
producción a través de la acción del Estado.
A mediados de los años 50, se conjugaron una serie de restricciones estructurales y
coyunturales en las variables que sostenían la acumulación interna, interrumpiendo el
crecimiento industrial impulsado durante el período justicialista: la oposición del sector
agroexportador que, al disminuir la producción exportable, favoreció una crisis en la balanza
de pagos que redujo la capacidad de importación de los bienes intermedios y de capital
indispensables para continuar y profundizar la industrialización sustitutiva; la no menos
virulenta oposición de los grandes empresarios que retrotrajeron la inversión y trataron de
recuperar ingresos a través del aumento de precios, con la consiguiente inflación; el fracaso en
la tentativa de obtener capitales externos que permitieran superar el estrangulamiento externo
de la economía. Esas fueron las principales fuerzas que se conjugaron para derrocar al
gobierno peronista, en 1955.
Un rasgo en común a nuestros tres modelos de acumulación en lo que concierne al
empleo son que, si bien a diferente ritmo, todos indujeron el crecimiento de actividades no
agropecuarias, razón por la cual se verificó una notable transferencia de mano de obra
agropecuaria hacia los sectores urbanos. Sin embargo, también es claro que los tres modelos
difieren sensiblemente en lo que concierne a la forma en que se absorbe el empleo no
agropecuario según sus sectores y subsectores componentes.
Durante 1945-1955, la estrategia justicialista de sustitución de importaciones se
traduce en altísimos niveles de creación de empleo urbano. La industria manufacturera
asume el liderazgo de ese proceso. Favoreció netamente la creación de puestos asalariados
tanto de clase obrera como de clase media. El rasgo más específico del modelo justicialista
fue su superior capacidad de creación de empleo industrial. También fue importante en este
lapso la creación de empleo por parte de los otros dos sectores noagropecuarios. La
mayoría del empleo creado en este momento en este sector es de carácter asalariado.
El terciario crece durante este lapso a un ritmo relativamente moderado, debiendo su
mayor dinamismo a la creación de empleo público en las ramas de la administración y el
transporte. El avance del terciario durante la estrategia justicialista favorece la creación de
empleo asalariado de clase media. El comercio juega un rol importantísimo en lo que
respecta a la absorción de mano de obra terciaria, con un predominio absoluto de puestos de
clase media autónoma.

¿Cuáles son los balances sociales del justicialismo?

El estancamiento de la región pampeana durante estos años está vinculado con el


despegue de la industrialización sustitutiva; el rápido despoblamiento rural y con una
modificación drástica de la relación propietarios-arrendatarios como producto de medidas
implementadas por el gobierno peronista. Sí bien durante 1945-1955 las medidas del gobierno
peronista debilitaron el poder económico de los propietarios terratenientes, no fueron afectadas
sus bases de sustentación ya que no cambió la estructura de la propiedad de la tierra. Lo que
sí cambió fueron las formas de apropiación de la renta del suelo y la composición de las
clases sociales en el campo.
Hacia 1945, la estructura social urbana contenía cerca de 40% de puestos de clase
media y 60% de puestos de clase obrera. Las posiciones asalariadas representaban el 72% del
empleo global. El rápido crecimiento del empleo urbano se logró en un contexto de plena
ocupación. El crecimiento global del empleo involucró en forma más o menos pareja tanto al
empleo asalariado como al empleo autónomo que puede estimarse que hacía 1955, la
distribución de posiciones desde esta óptica era bastante similar al comienzo: alrededor de
72% de asalariados y 28%de autónomos. La clase media crece algo más rápido que la clase
obrera.
La dinámica de la estructura social urbana durante el justicialismo se hace más evidente
observando por separado sus principales estratos componentes.
1) El estrato autónomo de clase media crece a un ritmo algo superior al promedio.
2) La clase media asalariada es la que crece más rápido que el promedio.
3) La clase obrera autónoma es la de menos crecimiento durante el justicialismo y
experimenta una ligera pérdida relativa entre fechas externas.
4) La clase obrera asalariada ostenta un ritmo de crecimiento algo inferior al promedio
que se traduce al final en una leve pérdida de importancia dentro de la PEA urbana. Sin
embargo, estos hechos no oscurecen el impresionante aumento del empleo obrero
asalariado.
Para finalizar con la descripción de la dinámica de la estructura social urbana durante el
justicialismo, restaría referirnos a la evolución de la producción mercantil del empleo marginal y
del empleo precario. Respecto de los dos primeros, cabe recordar que el aumento del
cuentapropismo en este lapso favoreció mucho más las posiciones de clase media que las de
clase obrera.
Señalaremos algunos aspectos cruciales que, en el largo plazo, son comunes a todos
los modelos investigados (sobre todo a los dos últimos).
En primer lugar, en lo que concierne a la evolución real del salario directo, se
constata su persistente lentitud de crecimiento en el largo plazo. Está situación es en parte
tributaria de un proceso de acumulación dependiente que está permanentemente amenazado
por las fluctuaciones de su sector externo, siendo la dependencia una de las principales
variables que explica que, durante todo el periodo analizado, no exista ninguna asociación
entre el crecimiento del salario real y el aumento en la productividad del trabajo. Desde luego,
tal disociación redundó en una redistribución regresiva de ingreso, cómo lo pone en evidencia
la participación de los asalariados activos en el ingreso nacional, cuya tendencia decreciente en
el largo plazo significa que los asalariados argentinos se encuentran en una peor posición
relativa respecto de los no asalariados, a pesar del crecimiento general de la economía.
En segundo lugar, con relación a la evolución del salario indirecto la disminución
gradual en el largo plazo del gasto social y de la inversión social sugiere la incidencia
decreciente de la acción del estado sobre el nivel de vida de los trabajadores. A pesar de las
netas diferencias de orientación de las sucesivas estrategias de desarrollo, en todas prevaleció
implícitamente el énfasis sobre el papel subordinado que de desempeñar el estado frente a la
actividad privada y el rol privilegiado que se asigna en esta materia a la acción de
organizaciones corporativas no estatales.
El análisis también mostró cuán crucialmente definieron los niveles de bienestar de
acuerdo con la orientación de la intervención social del estado en cada modelo de acumulación.
Durante el justicialista, en lo que concierne a la evolución del salario real, la
coincidencia de determinantes estructurales favorables y de condiciones institucionales
propicias para los trabajadores redundó en mejoras sustanciales. Durante la estrategia
justicialista, el nivel de vida obrero mejoró gracias a que se conjugaron favorablemente los
aumentos en los salarios reales globales y una evolución de la estructura de precios
relativos que estímulo un consumo excedente, siendo la causa más importante de dicha
evolución el comportamiento del Estado a través de sus medidas de repercusión directa sobre
los alquileres y los alimentos.
En lo que se refiere a la seguridad social, la estrategia justicialista se singulariza por la
generalización del sistema previsional y por una rápida extensión de su cobertura, por la
expansión progresiva y la consolidación de las obras sociales y por la obtención paulatina, a
través de negociaciones colectivas, del beneficio de las asignaciones familiares. Por otra
parte, el peso de las asignaciones familiares respecto del salario también tendió a
incrementarse. Por otra, durante esta estrategia, la seguridad social estuvo financiada por
empresarios y trabajadores, con efectos distributivos positivos sobre la población de menores
recursos.
En lo que concierne a la distribución funcional del ingreso, la participación de los
asalariados en el ingreso nacional alcanza uno de sus picos más altos en los años 1948-1955.
En términos de niveles de vida, durante esta etapa se constatan progresos en los tres
principales sectores del bienestar. Así, en el área de salud, la esperanza de vida alcanza
niveles y ritmos que colocaban a la argentina en situación muy favorable respecto del conjunto
de naciones de américa latina aún respecto de varios países europeos. En lo que concierne a
la vivienda, todos los indicadores observables llevan a concluir que la situación habitacional
urbana experimentó algunas mejoras entre 1947-1960, una tendencia singularmente distinta a
la que habría de verificarse en el futuro. En lo que respecta a la educación, durante 1947-55
se completa la incorporación de la población a la enseñanza primaria y se avanza en la
escolarización secundaria y superior a los ritmos más rápidos de nuestro periodo global de
observación.
En síntesis, la intervención del estado sobre el nivel de vida de los trabajadores
durante la estrategia justicialista aúna efectos favorables a través del salario directo y efectos
redistributivos positivos a través del salario indirecto. Durante esta estrategia de desarrollo que
se cristaliza la imagen de un estado argentino asistencial y protector con políticas
públicas.
Correspondería por último sintetizar la dinámica de la movilidad social durante la
estrategia justicialista.
Durante este modelo crece aceleradamente el empleo urbano con mayor expansión
comparativa de la clase media autónoma, la clase media asalariada y la clase obrera
asalariada. Los migrantes internos alimentaron principalmente la expansión del estrato obrero
asalariado, lo que puede considerarse un movimiento ascendente, así cómo también el
crecimiento de los pequeños propietarios de la industria y el comercio, experimentando en
todos estos casos movilidad ascendente de carácter intrageneracional.
Por otra parte, no se detecta en este momento ni empleo precario ni empleo marginal.
En suma, desde el punto de vista ocupacional, el panorama de conjunto durante el justicialismo
es él de un proceso generalizado de movilidad estructural ascendente, desde modestas
posiciones rurales a posiciones urbanas autónomas de clase media y asalariadas de clase
obrera, y desde segmentos inferiores a segmentos superiores dentro de la clase media. Está
movilidad ocupacional ascendente fue efectivamente acompañada por un movimiento también
ascendente en la escala ingresos.
Puede decirse que el modelo justicialista favoreció la expansión cuantitativa de los
componentes sociales del bloque qué le sirvió de apoyo para su surgimiento (la clase obrera y
los pequeños y medianos empresarios industriales), al tiempo que fortaleció el aumento
cuantitativo de las capas medias asalariadas. Además de su carácter distributivo, otros dos
adjetivos podrían calificar los efectos de esta estrategia sobre la estructura social:
modernizadora e incluyente. El modelo justicialista tuvo mérito de no segmentar los mercados
de trabajo ni excluir a franjas importantes de la población de los frutos del desarrollo logrado.

El modelo desarrollista: 1958-1972

En el contexto de una autoritaria proscripción del peronismo de la vida política


nacional, en 1958 accede al poder un nuevo bloque caracterizado por la alianza de la
burguesía industrial nacional y el capital extranjero. En esta nueva estrategia, de corte
concentrador, la industria también constituye el objetivo central del proceso de desarrollo.
Pero, a diferencia del modelo justicialista, se impulsa ahora una industrialización sustitutiva
de bienes intermedios y de consumo durable, en la que el incremento de la demanda está
asegurado por la inversión, el gasto público y el consumo suntuario del reducido estrato social
urbano de altos ingresos. Este modelo implica un proceso regresivo de concentración de
ingresos.
El estado también cumple un rol crucial en esta estrategia, coadyuvando al intenso
esfuerzo de capitalización y concentración económica que se despliega mediante sus funciones
cómo productor de bienes y servicios y como agente distribuidor de los recursos sociales.
El freno al modelo desarrollista estuvo dado por la convergencia de factores
económicos y políticos de índole adversa. Entre los primeros, se cuenta la recurrencia de las
crisis de la balanza de pagos. Entre los segundos, la agudización del conflicto social tradujo el
rechazo de los sectores populares respecto de los objetivos del modelo desarrollista.
La creación de empleo urbano es aún más rápida que durante el periodo precedente.
Pero, en este proceso, el papel de la industria manufacturera es prácticamente nulo. La
nueva estrategia industrializadora destruye un número muy considerable de pequeños y
medianos establecimientos industriales, pero, al mismo tiempo, crea empleo asalariado de
clase media a un ritmo tan veloz que compensa con creces el número de puestos eliminados.
Por otra parte, el modelo desarrollista induce la más rápida terciarización de la economía
argentina en las últimas décadas. Si bien el modelo mantiene más o menos la misma dinámica
que el justicialista en lo que respecta a la distribución del nuevo empleo terciario entre la clase
media y la clase obrera, la composición interna de estos dos últimos agregados varía
notablemente.
Los balances sociales del desarrollismo son netamente distintos de los del periodo
precedente. Por su parte, la evolución de la estructura social urbana durante la estrategia
desarrollista es radicalmente diferente de la del periodo precedente. La creación de empleo
urbano es aún más veloz que durante el justicialismo. Además, el contexto ya no es de pleno
empleo. Por otra parte, la expansión del empleo favoreció algo más al asalariado por
comparación al autónomo. Se acelera el crecimiento de la clase media por comparación con
el de la clase obrera, al tiempo que se modifica profundamente la composición interna de
ambos agregados. Dentro de la clase media, la expansión relativa beneficia casi
exclusivamente al estrato asalariado. Por el contrario, dentro de la clase obrera, predomina
ahora el crecimiento del estrato autónomo. Se experimenta un claro proceso de
asalarización de la clase media y de desalarización de la clase obrera.
Durante el desarrollismo, el comercio manifiesta su máxima capacidad de generar
empleo al mismo tiempo que profundiza su reestructuración interna en términos de mayor
concentración y heterogeneidad. En efecto, por un lado, se expande excepcionalmente en
términos cuantitativos el número de pequeños comerciantes. El crecimiento de la clase
media asalariada durante el desarrollismo no es tributario de ningún sector productivo en
particular, sino que su expansión alcanza prácticamente todas las esferas de producción
económica, lo que constituye un índice innegable de modernización de la organización
empresarial. Otro de los resultados del desarrollismo es una clase media asalariada en
expansión, con un componente creciente de personal técnico profesional situado en todo el
espectro de actividades económicas, incluido el sector público.
El saldo final de la clase obrera autónoma se explica por la retracción absoluta de los
artesanos industriales, el muy moderado crecimiento de los empleados domésticos, y la rápida
expansión de los trabajadores de los servicios, el transporte y, en menor medida, la
construcción.
La clase obrera asalariada crece muy por debajo del promedio durante este lapso. Hechos
reflejan el balance neto de movimientos divergentes: por un lado, la disminución absoluta de
obreros asalariados en la industria y en el transporte; por otro, el aumento considerable
de los obreros asalariados en la construcción y, en menor medida, en el comercio.
El balance final del desarrollismo es una estructura social urbana en la que la clase
media representa alrededor del 45% y la clase obrera cerca del 54%.
Respecto del modelo justicialista, en este lapso se invirtió la relación de crecimiento
entre posiciones cuentapropistas de clase media y de clase obrera, siendo ahora favorable
a estas últimas. En términos relativos, el nivel de vida de la mayor parte de los cuentapropistas
pudo haber experimentado un retroceso durante el modelo desarrollista, otras evidencias
empíricas permiten razonablemente concluir que el avance del cuentapropismo continuó
reflejando, como durante el justicialismo, la expansión subordinada de la producción mercantil
simple. Durante la estrategia desarrollista comienzan a extenderse las relaciones salariales
precarias, en congruencia con la muy distinta posición de poder de las organizaciones sociales
y sindicales respecto del modelo precedente.
Analizando ahora el balance del desarrollismo en términos de bienestar social, la
dinámica muestra netas diferencias respecto del modelo precedente.
Comenzando por la evolución del salario real, los resultados en materia de
distribución fueron muy distintos. La política de aumentos salariales administrados que rigió
durante estos años determinó que sólo se transfiriera a los mismos una parte decreciente de
los sustanciales aumentos de productividad que se logran durante el periodo.
En lo relativo a la composición del consumo familiar de los asalariados, la década
de 1960-70 también ostenta tendencias completamente diferentes a las del período justicialista.
Como en el pasado, se observa una disminución del gasto básico y una relativa
diversificación del excedente tendiente a incrementar el consumo de bienes durables y de
servicios de salud y educación, ambas mejoras se lograron a costa de una mayor
incorporación a la fuerza de trabajo de los miembros de la familia obrera, siendo el
escaso aumento en los salarios reales un factor mucho menor determinante. Sin este nuevo
aporte al presupuesto familiar no hubiesen logrado expandirse los niveles globales de
consumo, particularmente de los nuevos bienes que generaba el proceso industrializador. Es
en este sentido que lo sucedido durante el desarrollismo difiere por completo del periodo
justicialista.
Por su parte, la evolución del gasto social durante esta etapa también muestra
caracteres singulares. Se reduce la inversión social. El efecto de tales tendencias fue el
progresivo e ininterrumpido deterioro de los servicios públicos sociales, debido al hecho de
que el gasto social fue totalmente insuficiente en relación con las necesidades emergentes. La
oferta pública fue rezangándose progresivamente de la demanda, afectando con mayor dureza
a los sectores de menores ingresos que son los que tienen por principal efector al sector
público. A pesar de ello, el impacto del gasto social durante esta etapa fue ligeramente
redistributivo respecto de la población de menores recursos, aunque estos beneficios fueron
neutralizados por el efecto en sentido opuesto de otras formas de intervención estatal.
La seguridad social durante el desarrollismo se produjo una reorganización general
del sistema y una amplia extensión de la población con cobertura previsional, de obras
sociales y de asignaciones familiares. Por otra parte, el financiamiento del sistema
previsional se hizo con aportes empresariales, aunque no fueran menor relevantes los aportes
directos de los propios trabajadores
Paralelamente el impacto de las prestaciones monetarias sobre el bienestar
disminuyó de manera significativa. Así, la evolución de los haberes jubilatorios experimentó una
clara tendencia declinante durante 1955-1972. El cociente entre la jubilación media y las
remuneraciones de los asalariados activos también declina netamente. Las asignaciones
familiares tendieron a incrementarse en el largo plazo, por lo menos hasta fines de los años 60,
beneficiando comparativamente más a las franjas de menor ingresos.
No obstante, como balance general, el efecto de la seguridad social sobre la
distribución del ingreso durante el desarrollismo fue regresivo, dado que las contribuciones
empresarias se trasladaron parcialmente al consumidor vía su incorporación a los precios
finales. Hay un deterioro generalizado de los niveles de bienestar. El empeoramiento
relativo de las condiciones de salud se refleja en la disminución absoluta del valor de la
esperanza de vida al nacimiento. La situación habitacional se deterioró progresivamente
durante el modelo desarrollista, afectando comparativamente más a la población de menores
recursos. En relación con la educación, comienzan a manifestarse síntomas inequívocos de
retraso escolar en el nivel primario; al tiempo que continúa el progreso de la escolarización
media y superior pero a ritmos más lentos que durante el modelo justicialista.
La intervención del Estado sobre el nivel de vida de los trabajadores durante el
modelo desarrollista manifiesta sin ambages su carácter regresivo en lo que concierne a la
evolución del salario directo y la distribución del ingreso a pesar de perdurar la noción
ideológica de que en la argentina del desarrollismo continuó operando un estado benefactor, en
realidad, desde fines de la década del 50, ya se produce un retroceso generalizado de la
acción pública en materia de bienestar social. Esta constancia implicó un verdadero
deterioro de la inversión social: creciente insatisfacción de la demanda de servicios sociales.
Por otra parte, la acción del estado no garantizó efectos distributivos del bienestar.
Con respecto a la movilidad social, el modelo desarrollista muestra tendencias muy
disímiles a las precedentes. Durante esta etapa, también es muy rápida la creación de empleo
urbano, pero la dinámica de crecimiento de los diversos estratos sociales es diferente como
acabamos de recordar. En primer lugar, la clase media autónoma crece poco en términos
netos, un fenómeno que refleja la compensación entre la desaparición absoluta de pequeños
industriales y el aumento absoluto de pequeños propietarios del comercio y los servicios. En
segundo lugar, la clase media asalariada alcanza durante esta etapa su ritmo más rápido de
expansión. En tercer lugar, la clase obrera asalariada se recordará que durante el
desarrollismo disminuye en términos absolutos el número de obreros de la industria, razón por
la cual este sector dejó de constituir un canal de incorporación laboral para los migrantes
recientes. Por último, el canal de movilidad laboral más importante fue el empleo autónomo
de clase obrera en el sector servicios. Por lo demás, no se detecta durante este lapso empleo
marginal, aunque sí empleo precario tanto de clase media cómo de clase obrera. Desde el
punto de vista ocupacional, esta estrategia parece caracterizarse por la coexistencia de fuertes
flujos de movilidad estructural ascendente y descendente, acompañados de importantes
movimientos intersectoriales. Correlativamente, desde la óptica de los ingresos, todas las
evidencias sugieren que la estrategia desarrollista induce, en promedio, una movilidad
descendente relativa, que constituye el efecto neto, por un lado, del mejoramiento de las
posiciones correspondientes a la clase alta y a los segmentos superiores de la clase media y,
por otro, del empeoramiento de las posiciones propias de la clase obrera y de los segmentos
más inferiores de la clase media.
Durante 1958-1972 se verifica en promedio una notoria modernización y complejización
de la división social del trabajo en todos los sectores productivos cuya manifestación más
evidente es la rápida expansión de puestos de clase media asalariada. Un rasgo que, además
de su obvia naturaleza concentradora, permitiría calificar a esta estrategia como
modernizadora. En efecto, sí bien el desarrollismo indujo un elevado crecimiento económico
global y una innegable modernización de la estructura social, ambos elementos se lograron al
precio de marginar a una parte considerable de la población de los logran del desarrollo
económico.

Modelo aperturista: 1976-1983

En medio de una profunda crisis económica y política del gobierno constitucional


justicialista instaurado en 1973, el nuevo equipo militar que desplazará a este último mediante
un golpe de estado en abril de 1976 adoptó una estrategia de desarrollo sustancialmente
diferente de todas las experimentadas en el pasado.
Puede caracterizarse al nuevo bloque dominante como una alianza entre el
estamento militar y el segmento más concentrado de la burguesía nacional y de las
empresas transnacionales. La particularidad de este momento histórico es que las fuerzas
armadas llegaron entonces al poder con intereses que claramente depasaban la esfera de lo
económico, apuntando a lograr un disciplinamiento social generalizado mediante un cambio
drástico de la antigua estructura de relaciones económicas, sociales y políticas.
Se dio por terminada la industrialización como objetivo central del proceso de
desarrollo para lograr el ansiado disciplinamiento político e institucional de la clase obrera. La
estrategia más eficiente debía consistir en una modificación drástica de las condiciones
económicas funcionales que habían alentado históricamente el desarrollo de esa clase, es
decir, en una modificación drástica de los modelos industrializadores. De ahí la política
de apertura externa de la economía.
En 1982, un suceso imprevisto la guerra de las Malvinas, comienza a poner fin a esta
estrategia. La guerra precipitó de tal forma los acontecimientos que, para fines de aquel año,
estaba ya en marcha el proyecto de reconstrucción democrática que culminaría con la asunción
del gobierno constitucional radical, en diciembre de 1983.
En lo que respecta a los balances sectoriales de mano de obra, hay una notoria
transferencia de empleo. Por una parte, el ritmo de crecimiento del empleo urbano fue
notablemente más lento que en las etapas precedentes. Por otra parte, el escaso empleo
neto creado en la industria manufacturera durante este lapso, a diferencia de lo acontecido
durante el desarrollismo, no privilegia exclusivamente a los asalariados, sino que se distribuye
entre todos los estratos sociales. Hay una notoria desaceleración del empleo asalariado
de clase media, así como de la renovada expansión del cuentapropismo industrial, tanto
de clase media como de clase obrera.
En este lapso, se invierte la antigua tendencia del sector a privilegiar la creación de
empleo obrero asalariado: por el contrario, casi la totalidad de los nuevos obreros de la
construcción surgidos en este periodo son cuentapropistas. Existe una diferencia
significativa con el modelo precedente: ahora, el aumento del estrato autónomo de clase
media es mucho más rápido que durante la estrategia desarrollista e, incluso, que durante la
justicialista.
Con respecto a los balances sociales del aperturismo. Esta etapa se caracteriza por una
modernización y crecimiento vigorosos de la producción resultantes del cambio
tecnológico en la agricultura. Hay un claro progreso en la heterogeneidad empresarial
que, a su vez, es índice de la profundización del capitalismo en el agro pampeano.
La estructura social urbana durante el modelo aperturista, por su parte, experimenta
mutaciones inéditas por comparación con períodos precedentes. Primero, el ritmo de
crecimiento del empleo urbano fue notablemente más lento, debido a factores que operaron
tanto del lado de la oferta como de la demanda de mano de obra. Segundo, la situación del
nivel de empleo traduce ahora mecanismos más complejos. Sugieren que esta última habría
descendido considerablemente durante el aperturismo. En primer lugar, una parte considerable
del descenso de los indicadores de subutilización abierta se explica por la fuerte retracción de
la oferta de mano de obra en los mercados de trabajo urbanos, un fenómeno
principalmente atribuible a razones de índole demográfica. La disminución de la inmigración
interna hacia las grandes ciudades; el retroceso de la inmigración de trabajadores limítrofes; el
aumento de la emigración externa de argentinos; en fin, el envejecimiento de la población
que produjo un achicamiento de la franja de edades potencialmente activas. En segundo
lugar, también contribuyó al descenso de dichos índices la retracción de la demanda de mano
de obra que induce la recesión. Tercero, la creación de empleo urbano durante este lapso
favoreció netamente las posiciones autónomas por comparación con las asalariadas. Por
último, durante el aperturismo, se acrecienta la velocidad comparativa de expansión de la
clase media respecto de la clase obrera, a la par que se modifican drásticamente las
tendencias internas en cada colectivo. En otros términos, se detiene el proceso de
asalarización de la clase media y se acelera el de desalarización de la clase obrera.
La clase media asalariada ocupa el tercer lugar en velocidad de expansión,
acrecentando su peso en la estructura urbana. La clase obrera autónoma es ahora la que
lidera cómodamente las posiciones en términos de ritmo de crecimiento. Por último, la clase
obrera asalariada evoluciona a un ritmo casi nulo.
El balance final del aperturismo en lo que concierne a la estructura social urbana es
una clase media que continúa aumentando su peso relativo pero esta vez sin que progrese su
grado de asalarización, y una clase obrera que persiste en su tendencia decreciente con un
redoblado proceso de desalarización. El avance del cuentrapropismo de clase media ya no
traduce necesariamente la expansión de la producción mercantil simple, como lo
interpretáramos en relación con etapas anteriores, sino más bien el avance del empleo
marginal.
La precarización de la relación salarial afecta preferentemente a los obreros de la
industria y de la construcción, así como a la capa más modesta de la clase media asalariada. El
conjunto de los asalariados precarios constituye un segmento de trabajadores de muy baja
calificación que padecen no sólo mayor vulnerabilidad laboral, sino también jornadas de
trabajo mucho más largas con niveles salariales considerablemente inferiores a los de los no
precarios. La brecha en las condiciones de trabajo de ambos tipos de asalariados, precarios y
no precarios, se ahondó sin lugar a duda durante el modelo aperturista.
Con respecto a los balances del bienestar, la situación institucional que define el
modelo aperturista en relación con los trabajadores provoca una caída del salario real de
magnitud inédita en las últimas cuatro décadas de historia argentina. En lo que, respecto a la
composición del consumo obrero, se revirtieron las tendencias verificadas hasta 1975. La
proporción del gasto destinado a bienes y servicios básicos se incrementó notablemente: fue
notable el retroceso del consumo de bienes durables por parte de los trabajadores.
El gasto social experimentó una nueva y drástica reducción de su volumen relativo,
lo mismo que la inversión social. El gasto público social por habitante también disminuyó
abruptamente, con el consiguiente agravamiento de la insuficiencia de la oferta estatal efectiva
de recursos en cada área social y de los déficits en las correspondientes prestaciones. Algunas
ideas sobre política social se hicieron explícitas durante el gobierno militar, en particular, el
principio de subsidiariedad del estado en este campo. El principal efecto de la aplicación de
este principio correspondió al área de la salud, consistiendo en el intento de transferir al sector
privado la oferta de prestaciones para los trabajadores asalariados, reservándose al sector
público la asistencia a los estratos sociales en situación crítica. En el área de la seguridad
social, la estrategia aperturista introduce innovaciones de importancia. Respecto del sistema
previsional, se elimina de su financiamiento la contribución empresarial, reemplazándola con
fondos provistos por el estado originados en la tributación general. En lo que concierne a las
obras sociales, se las sustrajo por complejo del control de los sindicatos. Por su parte, las
asignaciones familiares fueron perdiendo peso en relación con el salario, a punto tal que al
final del periodo representaban un monto despreciable del mismo.
En lo que respecta a la distribución del ingreso, al comenzar el gobierno militar, se
redujo abruptamente la participación de los asalariados activos alcanzando sus menores
niveles históricos de largo plazo. La salud prácticamente se estanca en sus niveles iniciales; la
situación habitacional urbana también mantuvo la misma cuantía de déficit; en fin, en el área
educativa se agrava el retraso en el nivel primario, se estanca la escolarización en el nivel
secundario y disminuye la correspondiente al nivel superior. Todo ello con mayor repercusión
negativa en los estratos sociales más modestos Es durante esta etapa que se extiende en la
argentina el fenómeno de la pobreza crítica, o sea, la existencia de amplios segmentos sociales
con necesidades básicas insatisfechas o con ingresos insuficientes para garantizar
satisfacciones elementales. Las evidencias disponibles sugieren que, durante el aperturismo,
se produce una importante pauperización absoluta dentro de la clase obrera, al tiempo que
opera una pauperización relativa dentro de la clase media.
La intervención del estado en relación con el bienestar durante la estrategia
aperturista traduce de manera transparente sus declarados objetivos de disciplinamiento social.
La movilidad social durante la estrategia aperturista, la primera constatación es su
total singularidad respecto de los modelos precedentes. Primero, el crecimiento del empleo
urbano es mucho más lento que en él pasado, lo que elimina una fuente crucial de movilidad
ascendente al tiempo que concentra los desplazamientos en la población de antigua residencia
urbana. Segundo, la continuada expansión de la clase media favorece ahora
comparativamente más a su estrato autónomo. Tercero, la clase media asalariada crece
menor que en las etapas precedentes, siendo significativo el hecho de que se expanda
comparativamente más el segmento técnico profesional que el de los empleados y vendedores.
el crecimiento del estrato medio asalariado debió continuar nutriéndose desde posiciones
correspondientes a la clase media autónoma y a la propia clase media asalariada,
representando por lo general una movilidad ascendente. La clase obrera autónoma es el
estrato de más rápido crecimiento, traduciendo ahora este fenómeno la expansión
preferencial del empleo marginal y del empleo obrero precario. El balance del modelo
aperturista es de preeminencia de movilidad estructural descendente.

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