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Revista de Psicoanálisis de la Asoc. Psic. de Madrid (2009), n.

º 58

Los estados límite. Reflexiones e hipótesis


sobre la teoría de la clínica analítica*

JEAN BERGERET

En su Abrégé de psychanalyse, Freud distingue de manera precisa, a pro-


pósito de la posible ruptura de la unidad del Yo, tres eventualidades: las psico-
sis, las neurosis, y otros estados, más cercanos a las neurosis.
Apoyándose siempre en lo que el mismo Freud ha descrito o enfrenta-
do, autores cada vez más numerosos han planteado el problema de estados
clínicamente muy frecuentes y que no pueden ser referidos ni a una posición
económica específicamente neurótica, ni a una posición económica específi-
camente psicótica.
Freud ha partido de su definición del conflicto neurótico para establecer
poco a poco distinciones entre diferentes categorías no neuróticas. En un traba-
jo más desarrollado que yo he podido redactar, por otro lado, me he extendido
sobre la evolución de las ideas de Freud a este respecto. La introducción del
concepto de narcisismo, la puesta en evidencia del rol del Ideal del Yo, la des-
cripción de la elección del objeto anaclítico, el descubrimiento del papel desem-
peñado por la frustración, llevan a Freud a describir en 1924 una deformación
del Yo, intermedia entre el estallido psicótico y el conflicto neurótico.
Los últimos trabajos de Freud insisten en la escisión y la renegación, que
trataremos aquí en todo momento y que hacen alusión a un tipo «narcisista»
de personalidad al que no cesaré de referirme.
Por el lado de las neurosis, los autores han descrito estos últimos años
cada vez más «personalidades» o «caracteres» que no se encuadran en los
criterios clásicos y edípicos de la neurosis. M. Klein ha planteado interrogan-
tes sobre este tema hasta la saciedad y M. Bouvet ha desarrollado particular-
mente la noción de «relación de objeto pregenital», muy distinta a las econo-

* Conferencia pronunciada en la Sociedad Psicoanalítica de París el 21 de abril de 1970.


Jean Bergeret, «Les états limites», Revue Française de Psychanalyse, t. XXXIV, 4/1970. © PUF, 1970.
Traducido por Javier Alarcón.

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mías psicóticas pero en las que la rareza, como el aspecto más fragmentario de
las referencias al Edipo, dejan la puerta abierta a otras hipótesis distintas a la
clásica explicación edípica.
En un cuadro bastante cercano, la patología llamada «del carácter», de
los comportamientos «perversos» y las concepciones del funcionamiento
mental de los enfermos psicosomáticos avivan cierto deseo de reflexión noso-
lógica nueva.
Por el lado de las psicosis, se insiste, sobre todo, en el conflicto entre el Ello
y la realidad, sobre la represión de la realidad objetiva y la reconstrucción de una
neo-realidad subjetiva. El estallido en fragmentos del Yo permite eliminar esta
categoría de entidades próximas en las que el Yo se defiende con la escisión y la
negación, pero sin fragmentación verdadera en islotes múltiples y dispersos.
La misma noción de pre-psicosis parece precisarse en el sentido de un
estado anterior a la explosión del Yo en sus diversos trozos pero ya situada en
la línea de esta fragmentación previamente inscrita en el Yo mismo.
Es necesario reconocer que la noción de estado límite se encuentra cada
vez más evocada en sentidos, con frecuencia, bastante diferentes.
La tendencia más antigua situaba estos estados muy cerca de la psicosis
en general y de la posición esquizofrénica en particular. Cierto número de
autores han defendido a continuación la hipótesis de un término intermedio
entre economías neuróticas y psicóticas.
Actualmente estamos cada vez más persuadidos de la autonomía de organi-
zación de tales estados y la mayor parte de los autores insisten en la gran frecuencia
de estos pacientes en la clínica cotidiana y en el interés de un mejor conocimiento
de este género de disposiciones, con vistas a una terapéutica mejor adaptada.
Consciente de haber procedido, sobre todo, a un trabajo de investiga-
ción clínica y de síntesis teórica, me he apoyado principalmente en trabajos
anglosajones publicados por L. Rancel y L. Robbins, por M. Schmideberg,
V.W. Eisenstein, R. Greenson, R. Knight, A. Stern, y sobre todo en los últi-
mos años por O. Kernberg, igualmente en las actualizaciones en lengua fran-
cesa de M. Gressot (1960) y B. Schmitz (1967), pero he encontrado las princi-
pales bases para mis reflexiones en las hipótesis freudianas hasta ahora menos
explotadas, así como en los estudios de B. Grunberger y M. Renard sobre el
narcisismo, de F. Pasche sobre la regresión. M. Bouvet y A. Green me han
proporcionado preciosas referencias respecto a los límites del lado de las eco-
nomías neuróticas. P. Mâle y P.C. Racamier me han proporcionado el mismo
servicio por el lado de las economías psicóticas.
Las referencias a las observaciones genéticas de los psicoanalistas de ni-
ños así como las sugerencias de los psicosomatólogos en cuanto a los fenóme-
nos de maduración y de regresión a los límites de la organización estructural
específica, aparecerán como en constante filigrana en mi propuesta.

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Finalmente, los aportes recientes de M. Fain y D. Braunschweig me han


ayudado a completar el estudio de la regresión anal y superyoica bastante
particular encontrada en mi material clínico.
Por lo demás, introduciré mi reflexión por esta vertiente clínica:

Observación n.º 1

Mi primera observación tratará sobre el tipo de casos que plantea, para


un analista, la menor cantidad de problemas en la distinción con las entidades
próximas: en el límite con la psicosis.
La cita había sido pedida con toda urgencia, de una manera suficiente-
mente convincente y no lo suficientemente provocativa como para no hacer
un esfuerzo como respuesta. Así pues, recibo, sin demasiado retraso, hacia el
fin de la jornada, al «último paciente», con el que conservamos la libertad
tanto para apresurar su partida como para consagrar todo el tiempo necesario
al estudio detallado del problema planteado cuando éste se revela digno de
interés. Esta última disposición se iba a generar en mí rápidamente.
Se trata de un hombre joven, bastante grande, rubio y de tez clara. Ojos
transparentes y chispeantes de una vivacidad reforzada también por breves
movimientos de los párpados que subrayan la rapidez del pensamiento, fijan
la atención y captan al interlocutor. Una barba cortada muy minuciosamente
en collar encuadra un mentón de apariencia voluntariosa. La vestimenta pare-
ce sobria, correcta, sin rebuscamiento ni dejadez.
Me he preguntado mucho tiempo por qué, desde la sala de espera, mi
primera impresión había sido percibirlo como un israelita en duelo por el
padre o como un cura progresista rompiendo las prohibiciones. La mezcla de
fuerza en su comportamiento con una reserva un poco triste de su marcha, de
deseo de seducir al mismo tiempo que un desprecio de fondo, quizás al límite
de lo soportable, me hacía pensar que no se trataba de un paciente ordinario.
Un olor de «misión», de vocación, de representación altiva, efecto de una
autoridad superior condescendiente y exigente, se desprendía de su actitud
flexible pero nunca relajada, de su presentación fácil, agradable y persuasiva,
teñida de emociones sinceramente vividas pero que, sin embargo, parecían
haber sido ya expresadas en términos idénticos a otros interlocutores de los
que nunca se hablaba.
Norbert tiene 30 años. Aparenta menos. Actualmente es consejero co-
mercial de una sociedad suiza. De entrada me expresa dos cosas: por una
parte, el motivo de su demanda: una primera aproximación sexual a una chica
con la que quería casarse ha desencadenado en él un acceso agudo de angustia

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seguido de un periodo de torpor que le ha hecho temer una auténtica desper-


sonalización. Por otra parte, me advierte, con tanta satisfacción subyacente
como molestia aparente, sobre las condiciones en las que viene a verme: el
director del gran seminario en el que había sido educado anteriormente y en el
que se había refugiado finalmente durante su pánico reciente le había declara-
do que no creía de ninguna manera en el psicoanálisis, aunque yo era el único
que podía cuidarle en la localidad. Le aconsejaba que hiciera todo lo necesario
para que le aceptara personalmente pero sin confesarme, sobre todo, que era
él, el superior, el que me enviaba este paciente porque, si yo lo sabía, segura-
mente no aceptaría recibir a Norbert.
He aquí que planteaba ya claramente el problema de movimientos dramá-
ticos sucesivos y contradictorios del sujeto a partir de hechos reales recientes,
estableciendo una modalidad bastante particular de contacto conmigo en tanto
que terapeuta, mientras que la verdadera novela que me expone a continuación
puede ser sospechosa de encontrarse elaborada (en parte al menos) a la vez «a
posteriori» y en función del género de transferencia establecida frente a mí.
En el curso de las entrevistas siguientes, la angustia se disipa bajo la cober-
tura del anaclitismo encontrado y probablemente animado por una contratrans-
ferencia interesada en la originalidad del caso, irritado contra los perseguidores
y más o menos seducido por las singulares cualidades de perseguido. Norbert
me expone así, poco a poco, una serie de vivencias bastante extraordinarias:
Su padre era un judío húngaro refugiado en Francia y muerto cuando el
paciente tenía 4 años. La madre es descrita con insistencia como poco inteligente,
sin cultura, y que nunca le había querido. Tiene tres hermanos mayores que él.
A la muerte del padre, sobreviene la guerra y la ocupación; la familia es
obligada a «echarse al monte». Les alojan en casas de católicos muy piadosos,
en la montaña, en un lugar apartado donde no ven prácticamente a nadie,
alejados de los campesinos locales y del cura del pueblo del que dependen y
que, cada semana, lleva el correo y las noticias y comparte con sus fieles el
tabaco, el alcohol y las cartas.
Norbert dice no saber exactamente ni cómo ni por qué, un día, le bauti-
zaron. Todo esto se hace con gran pompa, en el bosque. El propio obispo del
lugar se desplaza para ello. Pero fue el único de la familia al que bautizaron y
esto va a revestir una gran importancia a continuación: en un primer momen-
to será muy valorado en apariencia respecto a los suyos. En un segundo mo-
mento este renegar de sus orígenes será intolerable: mal acogido por los cató-
licos y rechazado por su familia, le será imposible definirse con claridad. Pero
al mismo tiempo se sentirá traicionado, según dice, por los suyos que lo ha-
brían dejado en manos de los católicos y de los extraños a él, el pequeño,
como prenda de su seguridad clandestina. A partir de este momento su inte-

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gridad narcisista será amenazada permanentemente y nunca completamente


restablecida. Sólo podrá verse en una relación anaclítica sin salida, como re-
presentante cuidado con celo pero insatisfecho por maestros sucesivos, respe-
tados y odiados a la vez, en tanto que contradictorios, con los que no puede
tener una relación duradera ni de confianza real.
Poco después de su bautismo, se queja de dolores de vientre y de pertur-
baciones digestivas. Deciden quitarle el apéndice. Para ello le ingresan, con
una falsa identidad, en una clínica de religiosas donde, a continuación, se que-
da bastante tiempo en convalecencia. Se le integra en los ritos piadosos de la
comunidad. Se declara seducido por el afecto de las «hermanas» hacia él, lo
que parece contrastar con la actitud poco atenta de su madre con relación a él.
Un día, en medio de la oración colectiva (a la Virgen), entra en un arrebato
místico muy intenso que durará bastante tiempo.
El potencial erótico de tales posiciones místicas colectivas, que escapa
públicamente al consciente del adulto, había golpeado muy brutalmente en la
pobreza y en las demandas afectivas subyacentes de Norbert.
Parece que ha vivido un traumatismo afectivo en este momento de for-
ma mucho más clara que en el bautismo y, a partir de esta época, su evolución
libidinal parece bloquearse en una aparente limpidez afectiva prolongada has-
ta estos últimos tiempos. Únicamente sus pulsiones agresivas son descritas
como teniendo derecho a cierta investidura en las fantasías y en los hechos.
Parece que se han registrado mensajes bastante contradictorios, tales como
la forclusión del padre por el bautismo y el impulso hacia una madre (la Vir-
gen) cuyo marido (José) está justamente forcluido también.
Sin dificultades aparentes, Norbert entra en el seminario menor, donde
se revela como un alumno brillante, después en el seminario mayor sus dispo-
siciones intelectuales son destacadas. Se le orienta hacia una licenciatura en
sociología, pero este éxito frente a sus compañeros le inquieta; poco a poco
empieza a desarrollarse en él una angustia bastante particular: el miedo a con-
vertirse en un «sacerdote que ha colgado los hábitos». Son variedades de com-
portamientos fóbicos que ya hemos evocado con J. Callier.
Se puede evocar aquí la sucesión de representaciones y de investiduras con-
tradictorias sobre los registros narcisista y genital: «que ha colgado los hábitos»
probablemente condensa a la vez, por una parte el miedo a ser descubierto por los
alemanes como circunciso (la apendicectomía fue vivida como la reduplicación
católica con una nueva cicatriz visible e indeleble, si se desnuda) y por otra parte la
asociación «hábito» unificando vestido y calzón-bragas1 con el espanto ligado a la

1. [Nota del traductor]: aquí hay un juego de palabras que no existe en castellano. El autor usa la
palabra francesa «robe» que puede significar hábito y/o vestido y la palabra «culotte» que puede signifi-
car bragas para la mujer y calzón o pantalón corto en el caso del hombre.

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representación del sexo femenino (entrevisto tarde en la novia). Pero es también al


abrigo de este «hábito» protector donde intenta reconstruirse.
Poco tiempo después, se producirá un incidente en su seminario con la
llegada de un religioso de origen judío y rumano que viene a hacer una expo-
sición sobre La Iglesia detrás del telón de acero. El paciente le ataca en público
con una violencia extrema, después se retira a su habitación entre lágrimas y
desconcertado. A continuación se quedará varios días sin querer salir.
Ciertos miembros del Consejo del seminario no habían visto nunca con
simpatía una «ascensión espiritual» tan rápida. Después de tal incidente recuperan
influencia sobre sus otros colegas hasta entonces más confiados y nuestro pacien-
te es enviado en primer lugar «a reposar» lejos, y después le aconsejan no pronun-
ciar sus votos sacerdotales antes de cierto tiempo de reflexión y puesta a prueba.
Este episodio, como el bautismo, va a operar en Norbert un segundo
cambio pero sin descompensación porque genitalmente no se encuentra de-
masiado reasegurado.
Por etapas y repliegues sucesivos, Norbert se desentiende de las autori-
dades eclesiásticas. Después comienza a recorrer el mundo por cuenta de cier-
tos organismos de la ONU. A continuación, se hace consejero exterior de un
ministro de cultura canadiense. De ahí, parte para Indochina donde, residien-
do con funciones oficiales del lado francés, se pone en relación con el Viet-
cong. Rápidamente es detenido, arrestado, amenazado con un juicio severo
pero finalmente liberado con ocasión del alto el fuego, y, sin embargo, despo-
jado de la nacionalidad francesa. Se refugia en Suiza donde colabora con una
empresa industrial importante, encargado de funciones comerciales, y que le
ponen sin cesar frente a nuevos clientes, nuevos países extranjeros. Norbert se
siente solo. Su madre ha muerto. Sus hermanos mantienen la nacionalidad
francesa e israelita; no le quieren ver en sus casas.
Sus relaciones de camaradería o de negocios son fáciles, frecuenta mucha
gente pero tiene pocos amigos reales y aún menos amigas reales. Sin embargo,
hace un año ha comenzado a interesarse por una joven por la que se siente
cada vez más atraído y por la que se creía amado. Deciden casarse en unos
meses y tienen, el mismo día de su decisión, su primera tentativa sexual: es un
sobresalto tal para Norbert que se escapa... recorre las calles aterrado y final-
mente, por primera vez, siente un deseo homosexual que realiza con un chico
encontrado por azar.
A este episodio sucede un acceso de angustia aguda que dura varios días
con terror a la despersonalización. Después se instala un cuadro de depresión
seria. Vuelve a Francia. Se dirige a su antiguo seminario y merodea, en un estado
de gran desconcierto, en torno al muro exterior durante varios días. Permanece
escondido allí, prácticamente sin comer ni dormir, hasta el momento en el que

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acepta dejarse ver por uno de sus antiguos superiores que le acoge en principio,
le aloja y le alimenta, después le hace examinar por el médico del establecimien-
to que se contenta en principio con un tratamiento medicamentoso mitad seda-
tivo y mitad estimulante.
Con el avance muy directo y muy brutal de este choque de lo genital,
tanto tiempo renegado (más que reprimido), el narcisismo débil de Norbert
se encuentra de un solo golpe hecho pedazos. Es la descompensación dramá-
tica que hace temer aquí una evolución psicótica ulterior.
La aproximación al cuerpo femenino corresponde a un retorno masivo
del material concerniente a la ausencia de pene en la mujer, condensado, sin
duda, también con la brutal desaparición de su padre. La no-existencia de un
Edipo organizado aparece con la brutalidad de las emergencias pulsionales,
con la solución de alarma homosexual y con los gastos de libido narcisista en
la amenaza de despersonalización.
Para quitar a Norbert toda posibilidad de superar su ambivalencia, su an-
tiguo superior me lo envía finalmente en las condiciones precisadas más arriba.
Él va a renegar de sí mismo en mi favor para librarme a este inocente. El
superior es vivido como un verdadero «Judas» librándome a Norbert a mí,
centurión secular y extraño. El paciente va a repetir una vez más una situación
en la que se siente como el que es rechazado en beneficio de la tranquilidad de
otros y renegado al mismo tiempo a causa de esto.
En este clímax tan complejo el paciente se decide a escribirme y yo le
recibo por primera vez.
Pero persuadido de repetir una vez más, y a pesar de él, la eterna relación
ambigua con quien no puede considerarlo entero, se escapa en cuanto hay
posibilidad de encarar las cosas de una manera diferente. Desde el punto de
vista sintomático se presenta como un caso de psicosis aguda e incontestable-
mente podríamos haber podido plantear, en una consulta psiquiátrica clásica,
este diagnóstico. Sin embargo, un examen más atento de su experiencia, de su
historia, de su estilo de relacionarse, de la organización económica de su per-
sonalidad, no podía dejarnos suscribir la hipótesis de una estructura psicótica.
Las entrevistas han precisado inmediatamente que se trata de una hemo-
rragia narcisista enorme, de una imposibilidad de proceder a identificaciones
válidas y estructurantes, y no de una ruptura a trozos real del Yo.
Todo el pasado de este paciente se inscribía en el sentido de esta dificul-
tad de estructuración, no encontrándose el Edipo suficientemente implicado
como para que pueda haber un conflicto real entre las pulsiones sexuales y las
prohibiciones paternas.
Por otra parte, si no se encontraban en el pasado del paciente los elemen-
tos necesarios para el establecimiento de una economía auténticamente neu-

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rótica, tampoco se encontraban realizadas en torno a él de manera duradera


las condiciones relacionales indispensables para un verdadero objeto psicoti-
zante, relaciones obligatorias para la edificación de una estructura psicótica
propiamente dicha.
En efecto, no se puede hacer solo, sin cierta maduración relacional trian-
gular favorecida por el entorno, una neurosis. No se puede tampoco hacer
solo una psicosis sin una relación dual bastante prolongada con un objeto
tóxico psicotizante.
Este enfermo había crecido solo desde la más tierna infancia, vivía como
José vendido por sus hermanos, comprado y después expulsado por los merca-
deres extraños, y había repetido sin cesar esta expulsión, esta traición. Su rela-
ción permanecía siempre, a la vez abierta como para recibir, y lo bastante abierta
como para no poder retener. No podía ni cerrarse en un autismo reconstructor,
ni solidificarse tampoco en las contorsiones defensivas de una neurosis. No
podía permanecer hasta un segundo traumatismo desorganizador más que en
esta dramática situación de perpetuo «judío errante estructural» tan caracterís-
tica, que representa esta categoría tan fluctuante de los estados límite.

Observación n.º 2

Mi segunda observación clínica tratará de un estado límite en marcha


hacia lo que yo llamaré más adelante «disposición perversa» pero que no ha
logrado todavía organizar económicamente la modalidad de adaptación sufi-
cientemente estable de este género de compromiso y que parece poder volver
hacia la neurosis.
Ludovic es un hombre de 27 años que ha pedido cita por carta con mu-
chas precauciones y al que se le atribuiría una edad mucho menor.
De aspecto reservado, muy educado, de cara suave, prudente en el con-
tacto, lento en sus palabras, eligiendo bien los términos, sin dudar pero re-
flexionando con calma como si tuviera miedo de un acercamiento por mi
parte que no esté bajo su control, no esperando incluso posibles preguntas
para contar toda su historia por sí mismo, sin detalles inútiles, según un es-
quema que, sin embargo, no parece preparado con anterioridad y no permite
percibir ni necesidad de exhibición, ni impresión de pudor disimulado. Visi-
blemente, intenta darme la impresión de sí mismo como un ser sobrio, pru-
dente, preciso y bien ordenado. Supongo, desde ese momento, que tiene mie-
do de que se cometan «imprudencias» por mi parte, miedo ligado a una apa-
rente ambivalencia cuyo aspecto repetitivo comprenderé mejor a continuación.
Se diría que se le debe ofrecer necesariamente un objeto funcional al Yo como

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reaseguramiento. El discurso parece espontáneo pero estrictamente destina-


do al interlocutor, al que no pierde de vista. La mirada no tiene nada de arro-
gante pero parece reclamar un interés sincero. Se tiene la impresión de que se
detendrá, interrumpirá todo esfuerzo espontáneo y quizás se irá, decepciona-
do, si no siente en el otro una escucha atenta, y se retirará también si yo no me
muestro demasiado activo, muy directo en las posibles preguntas. Veía aquí
una ilustración viva de la clásica «distancia óptima» de M. Bouvet.
En primer lugar precisa que ha venido a consultar por una parte a causa
de una sensación de angustia bastante constante, desde hace alrededor de tres
meses y, por otra parte (lo expone sin pena ni gloria), por lo que él llama una
«duda» entre el suicidio y el matrimonio.
En ningún momento me da la impresión de pérdida del sentido de la rea-
lidad, al menos en el sentido psicótico, es decir, de una personalidad fragmenta-
da o en peligro de estarlo. No tiene el aspecto de estar de broma, ni de dramati-
zar teatralmente el carácter perfectamente incómodo de su situación.
Parece tan consciente del callejón sin salida en el que están sus razonamien-
tos, como sincero en la afirmación de su incapacidad dolorosa para salir de ello.
El tratamiento se inicia bajo la forma de una psicoterapia urgente y pru-
dente, a la vez sostén e investigación. Permite reconstruir progresivamente la
historia de Ludovic:
Sus padres eran comerciantes y no se encontraban nunca en casa durante
el día. Cuando Ludovic se levantaba para ir al colegio, ya se habían ido a la
tienda. Por la tarde ya había cenado antes de su vuelta y le acostaban en cuan-
to llegaban, «[...] tenían necesidad de reposo».
Ludovic era confiado todo el año a empleadas domésticas de edades, na-
cionalidades y estilos diversos y, como nunca se las vigilaba, en general se ocu-
paban bastante mal de la casa y poco de él. Cuando «habían hecho demasiado»
(o demasiado poco) se las despedía. Ninguna se quedaba mucho tiempo.
Únicamente los vecinos se interesaban realmente por este niño inteligen-
te y casi abandonado que poco a poco se convertía en un «enfant terrible».
Trae un drama personal que se habría producido poco antes de la edad
de 4 años: se acuerda de un vecino, de unos 50 años, antiguo oficial e inválido
que le atraía hacia su casa y se mostraba muy amable con él. Pero, un día, este
hombre le desnudó y empezó a masturbarle. Se preguntaba qué le pasaba,
experimentó un momento de emoción intensa seguido de una impresión muy
dolorosa y se escapó a su casa.
Esperó el regreso de sus padres para quejarse a ellos por este incidente.
No se ocuparon de él más que antes, pero se enemistaron con estos «amables
vecinos». No le dieron ninguna explicación y se contentaron con echarle una
bronca muy fuerte por hacer cosas que «no estaban bien». Ya no pudo ir más

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a casa de ningún vecino. Las empleadas domésticas ulteriores recibieron por


una parte un aumento de sueldo para que se hicieran más presentes y por otra
parte instrucciones severas para vigilar a Ludovic.
El abandono del niño a sí mismo parece haber conducido a la búsqueda de
compensaciones auto-eróticas y facilitado el paso al acto en el vecino. Al mismo
tiempo el auto-erotismo hace encontrar un objeto para el Yo, objeto anti-psicó-
tico. La invalidez del vecino también ha podido jugar un papel recíproco repa-
rador para los dos copartícipes, encontrándose investido Ludovic como pene
recuperado. En cuanto a la denuncia a los padres, es la repetición del abandono,
la esperanza fallida, la renuncia a los encuentros con un objeto de amor.
La vida social prematura, en pseudo-latencia, que comienza poco des-
pués para Ludovic corresponde al duelo difícil por el vecino masturbador y
por la investidura de «la comunidad».
Al año siguiente, en efecto, fue ingresado en un internado religioso don-
de se comportó inmediatamente como un alumno ejemplar y dócil. Fue en-
viado a continuación a una escuela de Artes y Oficios privada de la que salió
con un diploma de ingeniero y rápidamente se colocó con acomodo.
Su servicio militar se desarrolló sin historia, como monitor en un servi-
cio técnico. A la vuelta recuperó su situación.
Todo habría transcurrido bastante bien en esta época. Ludovic dice no
haber presentado ninguna perturbación, pero reconoce haber vivido más bien
solo en esos momentos, sin gustarle salir en grupo, salvo que se tratara de
asociaciones bien definidas, o si había personas de más edad, hombres sobre
todo (asociaciones culturales o artísticas). Los deseos sexuales eran mínimos.
Las chicas le hubieran interesado, pero habría sido necesario, dice, antes de
todo, «respetarlas». ¿Puede que se trate también de él, que no había sido res-
petado a la edad de 4 años?
Un día estaba en un concierto y, de pronto, en medio de una sinfonía, se
siente atraído por un hombre situado algunas butacas delante de él. A la salida
del concierto, Ludovic se encuentra con él cara a cara en una pastelería. Se
queda inmóvil delante de él, incapaz de un gesto o una palabra. El otro se da
cuenta y le ofrece un té o pasteles y después le invita a su casa.
Era un director de banca muy conocido en la ciudad, muy considerado y
homosexual, sin que lo supiera la mayoría de sus conocidos, y que no había
provocado ningún escándalo ni judicial ni social.
Nuestro paciente se instala en su casa y se convierte rápidamente en su
hombre de confianza y después en su principal colaborador, finalmente en
su heredero.
Esto, nos precisa el enfermo, sin ningún problema de orden moral, ni
ninguna ansiedad, e incluso sin una verdadera impresión de cualquier tipo de

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voluptuosidad sexual. Era, dice, «una intimidad total» sin que hicieran falta
manifestaciones sexuales.
Habrían vivido así durante cinco años sin conocer (y el paciente parece
sincero) más que escasas masturbaciones recíprocas.
El retorno a la fijación del «vecino» de concierto plantea el problema de
la relación hipnotizador-hipnotizado, de la posibilidad reparadora de hacer
eclipsar provisoriamente el Ideal del Yo irreal por un objeto ofrecido al Yo.
¿No es justamente éste el procedimiento clásico que evita a los estados límite
el volverse psicóticos, ya que este carácter fascinante del objeto del Yo permi-
te apartar tantos problemas conflictivos y temidos?
Hace tres meses el «protector» de Ludovic murió brutalmente de un infar-
to. Nuestro enfermo se habría encontrado sumido en una crisis de angustia
aguda que se habría disipado poco después. Habría experimentado al mismo
tiempo una toma de conciencia muy viva de sus dificultades afectivas. Estima
que se ha culpado mucho por su comportamiento. Las primeras imágenes eró-
ticas y femeninas precisas habrían acudido entonces a su mente... al mismo tiempo
que los dolores abdominales. ¿Es en ese mismo momento cuando habría co-
menzado a plantearse el famoso dilema: suicidio o matrimonio? ¿Soy capaz de
ligarme válidamente a una mujer, de ser feliz y hacerla feliz? Si no, prefiero
poner fin a mi vida de soledad y de dependencia que no podría soportar ahora.
En la línea de esta reflexión dolorosa, Ludovic habría acudido a la casa de
un periodista que conocía, especializado en las penas del corazón, al que ha-
bría planteado su problema, por primera vez, bajo la perspectiva «moral» y
culpable. Le habría aconsejado que mejor consultara a un psiquiatra. Duda,
cuenta sus dificultades a un generalista en primer lugar, que se espanta, piensa
él, y quiere hacerle ingresar en una clínica y, finalmente, aconsejado por un
vecino (una vez más), viene a verme.
La cura trae un alivio bastante rápido en el plano de la angustia y una
buena readaptación social. Sin embargo, nunca pudo (¿quizás esté yo equivo-
cado?) desencadenar un proceso verdaderamente analítico y cuando Ludovic
me dejó para ir a casarse con la hija de un industrial del oeste que había cono-
cido en vacaciones, las explicaciones que me dio en torno a este súbito amor,
me hicieron suponer que en realidad encaraba el apoyo sobre el falo del futu-
ro suegro, mucho más reasegurador que los riesgos de una penetración más
profunda por mi parte, que él temía.
Sin embargo, la fijación hacia el hombre maduro me parece específicamen-
te edípica aquí. Ciertamente es un sustituto paterno (o más bien parental) pero
más un «pariente protector» que un padre sexuado, rival frente a la madre.
Parece que es la ausencia de los padres la que ha conducido al reempla-
zo por parte del vecino, después por el protector y finalmente por el suegro.

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Este vínculo aparece como reparador porque atribuye el auto-erotismo al


objeto. A partir de que el vínculo con el terapeuta ha podido perder este
aspecto único y reasegurador, se ha impuesto al paciente una solución más
inmediata, más económica y más actuada; el «matrimonio» y los «nego-
cios» se presentaban como menos inquietantes que el pensamiento elabora-
dor en el diván. Por el contrario, la herida narcisista (reproches por parte de
los padres por «la mala conducta»), junto a una exigencia del ideal de bien
muy imperativo, nos conduce a un periodo en el que la auto-estima y la
estima de los otros hacia él mismo depende más del grado de docilidad y de
«impersonalidad» del niño, que del peligro de castración cuya elaboración
ha sido detenida. El riesgo de fragmentación psicótica es superado, pero la
solidificación estructural no se podría concebir sino después del paso por el
Edipo. Además, al no poder ser abordado éste en condiciones normales, sus
consecuencias no son ni suficientemente madurativas ni, sobre todo, sufi-
cientemente organizadoras.
Se nota con nitidez la presencia del traumatismo afectivo del comienzo
del Edipo.
La relación de objeto se ha manifestado con una modalidad homo-
sexual incontestable aunque discreta. Pero esta homosexualidad no es más
que un comportamiento que sólo tiene valor como testimonio de una rela-
ción anaclítica vivida con un ser fuerte. Esto no es ni una defensa contra el
Edipo positivo en sí, ni una fantasía psicótica, ni una relación de objeto
erógeno parcial como en la perversión verdadera, sino la recuperación sal-
vadora de un objeto compensador anti-psicótico y anti-depresivo.
Por lo demás, la ruptura del «estado flotante» anterior se ha manifestado
claramente en la modalidad depresiva, no en la modalidad despersonalizada
ni en un síntoma neurótico. No hemos encontrado en Ludovic la relativa
solidez habitual de los perversos; sin embargo, no se ha «hundido». Sus posi-
bilidades de movilización libidinal en la modalidad anaclítica le habrán aho-
rrado bastantes evoluciones enojosas.

Observación n.º 3

Terminaremos con el caso de Suzanne que plantea los problemas más


delicados, los del límite entre el estado límite y la neurosis:
Con seguridad, es el tipo mismo de observación el que debe permitir la
más amplia discusión porque también se podrían describir tales casos como
«psicosis histérica», una «neurosis de abandono», una «neurosis actual» y (¿por
qué no?) «una neurosis traumática».

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Los estados límite. Reflexiones e hipótesis sobre la teoría de la clínica analítica

Suzanne es una mujer de 38 años que viene a consultarme por un estado


de angustia desencadenado hace dos años y que ha dejado tras de sí serias
perturbaciones.
Se presenta como «deprimida», no sintiendo gusto por nada positivo. Su
aspecto general expresa lasitud, su forma de tirarse en el sillón, de dejar caer
su cabeza y sus brazos, su articulación defectuosa, arrastrando los finales de
palabra y los finales de frase con un ligero movimiento de contorsión medio
despreciativa, medio vulgar, de los labios, todo esto experimentado como un
deseo de mostrarse desdichada y a la vez también como una provocación algo
agresiva: «A una pobre chica como yo, alguien de bien como tú no podrá
hacerle nada, no querrá hacerle nada».
Me explica sucesivamente que no se entiende con su marido, mayor que
ella y de mejor origen social (en este momento el mohín de «disgusto» se
acentúa más), que siente grandes dificultades con su hijo y que duda de que
yo pueda mostrarme más eficaz que su marido para ayudarle a resolver pro-
blemas complicados y sin salida.
Intenta dar explicaciones racionales a sus principales dificultades. No
siente ninguna estabilidad en defensas sólidas o síntomas precisos. La necesi-
dad de protección (mal camuflada a pesar del aspecto poco seductor del pri-
mer contacto) y su llamada a la dependencia aparecen muy rápidamente. Se
siente colocada frente a estas «fobias sin fobia» citadas con frecuencia.
Un cuidado de lo propio, del bien, de lo bello parece contrastar con el
comportamiento de dejarse ir y la negligencia con que lleva la ropa de eviden-
te buena factura y con certeza muy cara, pero siempre de tonos tristes y pre-
sentada como mal ajustada, mal colocada, mal abrochada, como si fuera ropa
usada o de baja calidad.
Desde nuestras primeras entrevistas, Suzanne me cuenta poco a poco las
grandes líneas de su vida: hija única de padres modestos, vive como una herida
siempre abierta el hecho de que su padre no hubiera intentado nunca salir de
su mediocridad y que su madre hubiera hecho de todo por que se quedara ahí,
contentándose con la constatación de su incapacidad y los lamentos, exigien-
do mucho a su hija, antes como ahora, según piensa ella.
La relación con la madre está, en apariencia, caracterizada por la cólera
contra su egoísmo dominante; en realidad, la paciente no puede permitirse
tomar dos días de vacaciones o incluso ir de compras a la ciudad sin la acepta-
ción y la presencia maternas, a riesgo de enfadarse inmediatamente con esta
madre y con ella misma también.
Suzanne habría sido, así lo cree, una niña modelo desde todos los puntos
de vista, buena, estudiosa, «sin ningún problema sexual», dice ella. Alumna de
un colegio poco cotizado, habría pasado sus exámenes, entró en la Escuela

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Jean Bergeret

Normal, habría desarrollado una amistad llena de respeto y de docilidad con


su directora que se habría ocupado de ella permanentemente y le habría per-
mitido seguir una licenciatura en su pequeña universidad de provincias don-
de, finalmente, siempre guiada por esta directora, «subió» a París para prepa-
rar un diploma de especialista.
Me cuenta que ha rechazado diversos colegios masculinos que intenta-
ban contratarla y finalmente que ha terminado por aceptar el matrimonio, en
condiciones bastante rápidas, con el hermano de una amiga a la que estaba
bastante ligada y que admiraba mucho, pero cuyo origen social elevado le
planteaba problemas, según dice.
Lo que parece haber sido hecho rápidamente, y sin placer, pero sobre todo
sin la gratificación narcisista que aporta con frecuencia este complemento cor-
poral que significa el niño en la vivencia neurótica del embarazo o el parto. Por
este lado, el efecto había sido nulo y Suzanne se habría quedado, por así decir,
con este marido y este niño en brazos, sin saber muy bien qué hacer.
Entonces se le ocurrió atraer la atención de un empleado del ministerio
de su marido. Esto habría ocurrido sobre todo en el plano de la fantasía. Se
trata aquí de un verdadero «objeto interior» tan frecuente en los estados lími-
te: no es ni la vuelta al objeto narcisista del psicótico, ni la adhesión al objeto
edípico deformado del neurótico, sino la investidura sobre un ser imaginario,
síntesis a la vez de un personaje ideal y de un personaje real, alejado sin em-
bargo, o inaccesible. No es ni una introyección objetal verdadera ni un verda-
dero retorno a la posición narcisista, dicho de otra manera (como Freud lo
describía en 1914), sin investidura objetal suficiente y también sin movimien-
to narcisista secundario reparador.
Esta tensión se habría calmado con la marcha de la pareja hacia una em-
bajada en el extranjero donde no soporta un segundo embarazo y donde la
paciente se habría prendado de un joven y guapo oficial, tan colmado (declara
ella) de éxitos femeninos, como héroe clásico del genero 007.
Como está segura de no tener ninguna posibilidad, Suzanne puede salir
esta vez de su mutismo para obtener una negativa. Su objeto valorado se pier-
de así. Tiene una crisis de angustia aguda que dura algunos días y se disipa
para dar lugar a un episodio depresivo bastante serio.
La tienen que repatriar, ingresa en una clínica, consulta varios psiquia-
tras, intenta el yoga, la acupuntura, etc., y finalmente me la envía un generalis-
ta consultado por un incidente somático menor, pero que se toma el tiempo
de escucharla y juzga prudente intentar comprender mejor las dificultades
afectivas subyacentes.
El tratamiento ha durado alrededor de cuatro años, de una manera, des-
pués de todo, muy analítica. El comienzo fue tormentoso, la depresión se calmó

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Los estados límite. Reflexiones e hipótesis sobre la teoría de la clínica analítica

bastante rápidamente pero las perturbaciones de tipo orgánico fueron numero-


sas. Se ensañaba tanto con su marido como conmigo, pero permaneciendo de
una manera extremadamente dependiente tanto de uno como del otro.
En el curso del segundo año, asistimos a un retorno de los fenómenos
depresivos con aparición de elementos traumáticos relacionados por Suzanne
con vivencias infantiles. Cuando era muy pequeña, su padre es descrito como
un obrero muy pobre, que no traía nunca suficiente dinero a su madre. Nunca
habría dejado de trabajar por ningún motivo. Así pues, un día estalló una huelga
en el país. La madre habría decretado que los huelguistas no eran más que hol-
gazanes que iban al café a beberse entre ellos el dinero que no eran capaces de
llevar a casa. Así pues, el padre se habría presentado regularmente en la fábrica
donde habría sido atacado por los huelguistas, apedreado, perseguido hasta su
propia escalera (salvado por la madre que se habría interpuesto vigorosamente)
y marcado de por vida como traidor al grupo por sus compañeros de empresa.
Habría sido herido (en realidad levemente) en el incidente, pero Suzanne
dice haber creído muerto a su padre al verle ensangrentado y más tarde habría
experimentado recaer sobre ella en la escuela y en el pueblo el deshonor del padre.
Se habría sentido «marcada» como hija de una familia doblemente indigna.
Una revelación tan brutal simultáneamente de su amor naciente hacia el
padre y de la prohibición de mencionarlo, al mismo tiempo que la prueba
evidente de la incapacidad del padre y de los hombres para afrontar el omni-
potente falo materno, crean una regresión inmediata para reforzar la imagen
sádica antigua de la escena primaria y colocar este episodio fuertemente eroti-
zado del lado de las frustraciones narcisistas arcaicas.
Suzanne habría desarrollado desde ese día una «bondad» ejemplar... hasta
el nacimiento del primer niño. Durante todo ese periodo no habría experimen-
tado ningún incidente notable de salud ni ninguna perturbación del humor.
Se puede comprender en qué medida la incompletud narcisista inicial,
proveniente tanto del culto fálico materno como de la insuficiencia de la ima-
gen del padre después del traumatismo paterno, habrían «congelado» la evo-
lución libidinal en una posición pre-edípica, en el seno de una economía anal
bastante peculiar sin Edipo ni Superyó normalmente elaborados, con regre-
siones al Ideal del Yo megalomaníaco al necesitar una defensa permanente
más importante contra el peligro de depresión (pérdida del objeto) que contra
el peligro pulsional propiamente dicho.
Veremos en una segunda parte teórica el aspecto bastante particular que
toma aquí la regresión anal en lo que he llamado «pseudo-latencia precoz».
El matrimonio había constituido un intento de restablecimiento narci-
sista por el niño; no había sido posible sino con un ser vivido sin valor y sin
atractivo sexual, y esto fue un fracaso.

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Jean Bergeret

El segundo traumatismo, el que repetirá la pérdida del objeto paterno, la


relación deseada con el «guapo aventurero» y el rechazo brutal, había sido
buscado con un objetivo que ella misma declara que se sitúa más en el domi-
nio narcisista que en el dominio sexual: ser reconocida sucesiva e inmediata-
mente digna y después indigna de ser gratificada y restaurada por una imagen
masculina valorizante. Esta restauración le parecía a la vez y sin cesar deseable
y siempre imposible, porque restablece al mismo tiempo la traición al grupo
social primitivo.
Por lo demás, así fue vivida la cura durante toda esta segunda parte. Una
restauración narcisista indispensable a partir de un movimiento depresivo se-
rio que hacía temer en ciertos momentos algunos riesgos de despersonaliza-
ción. Si yo le había dado, lamentablemente, demasiado pronto interpretacio-
nes bastante fáciles en el registro edípico, es cierto que se habría registrado
una reacción fastidiosa según una modalidad psicótica, somatizada o suicida.
Solamente durante un tercer periodo, después de una larga experiencia y
una paciente elaboración de la transferencia, se pudieron abordar los conflic-
tos edípicos y superyoicos de una manera bastante clásica y se efectuó poco a
poco un trabajo de reconstrucción hasta un desenlace bastante satisfactorio.
El momento más específico de este tratamiento se produce en su segun-
do periodo. Ciertamente estábamos, en tal caso, bastante cerca de la neurosis
pero no pienso poder aceptar aquí esta simplificación porque lo esencial no se
jugó en el plano de un conflicto pulsional y edípico sino a nivel más arcaico.
Los elementos de cobertura edípica puestos de relieve (juego con el marido,
con el padre, con la madre, con los amantes, conmigo mismo, etc.) sólo cons-
tituían una defensa contra el verdadero conflicto pre-edípico. Solamente des-
pués de la actualización de estos elementos narcisistas y la reparación por la
cura se ha podido abordar de manera válida, en tal caso y como una neurosis,
un auténtico Edipo que por lo demás se ha desarrollado más fácilmente que
en una cura de neurosis clásica.
Efectivamente, en prácticamente toda neurosis existen elementos prege-
nitales que con frecuencia son puestos en evidencia al comienzo de la cura
con una finalidad defensiva contra el Edipo. Pero las cosas no se presentan
como en el caso de nuestra paciente: a pesar de la cobertura pregenital posible,
todo el cuadro neurótico está más preponderantemente dominado económi-
camente por los síntomas que por la depresión. Estos síntomas son visibles
siempre en diversos niveles, ya sean orientados hacia la serie histérica o hacia
la serie obsesiva, y corresponden a un compromiso entre las pulsiones de una
parte y las prohibiciones del Superyó por otra parte. El conflicto entre estos
dos polos puede ser puesto en evidencia rápidamente cuando se trata de neu-
róticos. Éste no es el caso de los estados límite: el único «síntoma» visible en la

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Los estados límite. Reflexiones e hipótesis sobre la teoría de la clínica analítica

descompensación es la «depresión» y no se presenta como un conflicto entre


Pulsiones y Superyó —es la traducción de una angustia frente a la hemorragia
narcisista subyacente y la pérdida del objeto.
En los estados límite, lo que es puesto en evidencia en la modalidad edí-
pica (en nuestra observación la relación con el padre) se encuentra justamente
a la inversa del caso de las neurosis, utilizada como defensa contra lo pregeni-
tal. Es necesario no perderse en la trampa de esta cobertura defensiva edípica
sino buscar debajo el verdadero conflicto pregenital y narcisista. Solamente
cuando este problema sea lenta y profundamente analizado, podrá ser abor-
dado a continuación el verdadero Edipo, e incluso, diríamos nosotros, de al-
guna manera «reimaginado» en este momento (y solamente en este momen-
to) de una forma utilizable y estructurante por parte del paciente.
Podríamos ver cómo se propone por parte de algunos, para tal paciente,
la apelación de «psicosis histérica» (a pesar del barbarismo algo penoso para
oídos analíticos que puede constituir la ligadura de un término de la línea
psicótica con un término de la línea neurótica, para describir una organiza-
ción económica ni neurótica ni psicótica). En efecto, las investiduras propias
de tales situaciones están destinadas a mantener cierto equilibrio entre un as-
pecto defensivo histérico y la herida narcisista profunda.
Suzanne utiliza mecanismos de apariencia histérica para luchar contra su
incompletud narcisista. Moviliza su libido narcisista sin una dirección objetal
por medio de una dramatización de modalidad histérica bastante intensa pero
relacionada más con su antigua vivencia que con su vivencia presente conmi-
go. Tiene menos necesidad de un objeto real que de un objeto percibido como
real para alimentar su relación objetal. Ésta es, me parece, una diferencia bas-
tante fundamental entre Dora y mi paciente.
El aspecto de «novela familiar» según el cual su infancia es contada, se
acompaña de una vergüenza y de un disgusto narcisista (mucho más que de
una culpabilidad en verdadero sentido del término) y el comportamiento físi-
co de Suzanne traduce claramente esta actitud. Igualmente, el paso al acto en
la esfera social superior lleva a nivel de la vivencia la emergencia de una fanta-
sía irreal en una realidad percibida como objetiva. De alguna manera, nos
encontramos al límite del delirio. El rechazo por parte del oficial acarrea la
pérdida de este objeto fantaseado mal constituido y recrea las condiciones
primitivas de la infancia pero en un contexto ahora ineficaz anaclíticamente;
entramos, pues, en la depresión.
La línea neurótica clásica: pulsión - Superyó - conflicto superyoico -
amenaza de castración - síntoma, se encuentra desinvestida con bastante fuer-
za en beneficio de la línea narcisista: Ideal del Yo - depresión. Suzanne emplea
en un momento todas sus fuerzas en la batalla, en un esfuerzo bastante con-

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movedor para intentar movilizar la línea genital. Pero esta batalla está perdida
de antemano dada la precariedad de las fijaciones edípicas. Suzanne ha creído
poder movilizar su libido narcisista para efectuar de alguna manera una cura-
ción edípica. Pero al mismo tiempo esta curación demasiado costosa sólo
consigue atizar la hemorragia narcisista y desencadenar la depresión en lugar
de dar nacimiento a un síntoma-compromiso entre pulsiones y represión, como
se hubiera producido en una economía histérica de estructura verdaderamen-
te neurótica.

Reflexiones

En estas observaciones como en la mayor parte de mis otras observacio-


nes consideradas como casos límite, he encontrado, en el origen de la deten-
ción del desarrollo libidinal, un traumatismo precoz, en el sentido freudiano
del término bien entendido, es decir, un exceso de intensidad pulsional sobre-
venido demasiado pronto en un contexto madurativo del Yo y con un equi-
pamiento funcional y adaptativo impropio para hacer frente a tal asalto pul-
sional. En este momento el Yo estaría ya implicado en el juego de las identifi-
caciones pero todavía no muy organizado en el plano de las defensas. Los
elementos dominantes de este instante crítico se encuentran, pues, constitui-
dos a la vez por tres factores: la inmadurez afectiva, la provocación pulsional
precoz, y finalmente la regresión específica de tales estados.
Debido a circunstancias fortuitas encontré un día un estado límite bastante
particular: se trataba de un hombre joven que presentaba un comportamiento
defensivo fóbico no neurótico, y que un amigo había sabido por una confiden-
cia de los padres que, con 3 años de edad aproximadamente, este chico había
asistido, por sorpresa, a una relación sexual entre ellos, realizada con la modali-
dad a tergo. La comparación con ese otro estado límite, claramente típico, que
es «El hombre de los lobos», se me imponía y notaba a propósito de esto que la
posición de Freud en cuanto a la naturaleza del traumatismo primitivo no había
sido nunca muy clara. Puede ser que se haya hecho frecuente, muy rápidamen-
te, tener en cuenta la «segunda versión» de Freud, que opone la simple fantasía
a una escena real vivida. En realidad, Freud ha distinguido sobre todo por una
parte la solución que se refiere a una fantasía de constitución post-edípica, más
reciente y rechazada hacia el pasado por el paciente (lo que se ve en las neurosis),
y por otra parte la solución que se refiere a una fantasía (o a una realidad, poco
importa) que data de una época atrasada pre-edípica, fantasía o vivencia dificul-
tan de entrada el abordaje del Edipo. Esto es lo que encontramos en lo que
llamamos actualmente los «estados límite».

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Los estados límite. Reflexiones e hipótesis sobre la teoría de la clínica analítica

La primera solución concierne a un conflicto edípico y a una regresión


pregenital post-edípica defensiva. La segunda solución constituye una fija-
ción pre-edípica que desencadena una retracción pregenital precoz desde los
primeros momentos edípicos; los elementos edípicos imprecisos aportados
en tal caso operan por cuenta de las defensas contra el problema arcaico pre-
edípico.
Una moción sexual precoz, que constituye un traumatismo afectivo,
no puede ser recibida con una modalidad objetal acabada y genital. El Yo no
puede sino intentar integrar esta experiencia anticipada con las otras expe-
riencias del momento; la coloca del lado de las frustraciones y de las amena-
zas contra su integridad narcisista.
Como lo ha mostrado D. Braunschweig, todo Edipo precoz impone una
genitalización precoz. Así, si la percepción prematura de la escena primaria suce-
de a una insuficiencia narcisista primaria anterior, la situación edípica se encuentra
al mismo tiempo vivida con una cantidad de excitación recibida que sobrepasa
notablemente los habituales recursos de ligadura y de control que emanan del
masoquismo primitivo y sobrepasan también las posibilidades normales de inte-
gración y de la realización alucinatoria del deseo.
Freud expone cómo, en la neurosis obsesiva, la evolución del Yo se en-
cuentra por delante de la de la libido y cuáles son las consecuencias en el plano
de los mecanismos de defensa. Se puede plantear la hipótesis de que, en los
estados límite, por el contrario, se presenta una situación opuesta: la libido
habría sido solicitada por una tentativa de genitalización precoz y se encon-
traría de alguna manera por delante con relación al estado de maduración del
Yo en el mismo momento; lo que me parece que pertenece de una manera
muy neta en el caso de Ludovic y de manera más discreta en las otras dos
observaciones en las que el aspecto genital de la excitación precoz, aun estan-
do presente, se manifiesta de manera más disfrazada, como hemos visto.
En Moisés y el monoteísmo, Freud nos explica cómo existen, después
de un traumatismo afectivo, variedades de «neurosis infantiles» (es el térmi-
no que emplea en la época) que evolucionan sin ruido, y pasan desapercibi-
das durante todo un «periodo de normalidad». Pero con frecuencia, dice
Freud, este proceso termina en una explosión tardía y la victoria ruidosa
sobre el Yo del elemento traumático inicial. En la misma obra, Freud nos
muestra cómo las defensas contra el traumatismo precoz se establecen y
cómo se puede instalar a continuación un «periodo de latencia», y final-
mente cómo, por una suerte de explosión, puede sobrevenir lo que él llama
una «neurosis» con una vuelta parcial de lo reprimido.
Esta exposición cronológica de los efectos de un traumatismo precoz ha
constituido la referencia central de mi reflexión.

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Jean Bergeret

Este traumatismo jugaría de alguna manera el papel de primer desorgani-


zador de la evolución psíquica de nuestro tipo de pacientes. Desencadenaría,
por una reacción inmediata de desinvestidura pulsional, la fase que le sucede
enseguida y que yo denominaría el periodo de pseudo-latencia precoz, carac-
terístico igualmente del estado límite.
Este periodo de pseudo-latencia comenzaría, pues, antes que la latencia
normal y se prolongaría sobre todo de forma mucho más duradera, cubrien-
do el final del periodo edípico habitual, la latencia normal, la adolescencia (sin
dar lugar a la crisis clásica) y una parte más o menos grande (ver la totalidad)
de la edad adulta.
Así se constituiría lo que he llamado el «tronco común condicionado» en
el interior de la patología «límite».
El adjetivo «común» corresponde aquí, en efecto, a una comunidad de
condicionamientos todavía bastante indiferenciados estructuralmente cuyo
carácter particular es distinguirse netamente de los linajes psicótico y neuróti-
co. Estos linajes se encuentran ya definidos netamente en el plano estructural
por su originalidad y su irreversibilidad, mientras que este tronco «común»
puede, mientras tanto, dar nacimiento, como veremos a continuación, a dife-
rentes entidades psicopatológicas según la evolución de la economía libidinal
y de los movimientos adaptativos y defensivos del Yo. El tronco común co-
rrespondería, pues, a una especie de condicionamiento mantenido en un esta-
do más «coloidal» que sólido de una organización psíquica ni neurótica ni
psicótica.
En sus Tres ensayos, Freud nos describe ciertas formas de precocidad
sexual que constituyen un factor patológico importante y que se manifiestan
por un acortamiento de la latencia normal, quizás incluso por la supresión
total de ésta.
Esto, dice Freud, ocasiona perturbaciones «que tienen el carácter de ciertas
perversiones» en razón de la «escasez de inhibiciones sexuales» (dicho de otra
manera, de un Superyó todavía no formado completamente como veremos
más adelante). Freud constata que tales disposiciones pueden desencadenar
desórdenes mórbidos o bien «mantenerse como tales», lo que confirmaría la
presente hipótesis de una pseudo-latencia precoz y prolongada cuya existen-
cia y relativa duración han puesto en evidencia mis tres observaciones.
Además, este periodo de pseudo-latencia correspondería menos a un
verdadero y total silencio afectivo que a un bloqueo evolutivo del Yo, una
detención de la maduración afectiva, del desarrollo de la personalidad.
La latencia verdadera aparecería con el declive del Edipo y con la repre-
sión de éste. En la pseudo-latencia no hay declive real del Edipo que ha sido
mal abordado, evitado demasiado pronto y renegado demasiado deprisa. Aquí

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Los estados límite. Reflexiones e hipótesis sobre la teoría de la clínica analítica

hay menos represión del Edipo, por otra parte, que regresión frente al Edipo
aparecido de manera demasiado precoz y regresión rápida sin gran posibili-
dad de llevar hacia atrás, consigo, un material edípico reutilizable, tal como en
un conflicto genitalizado, o capaz de reaparecer también en formas variadas
de vuelta de lo reprimido que agitan a los neuróticos.
En el artículo sobre la «Predisposición a la neurosis obsesiva», Freud
señala que a su entender el estadio sádico anal lo único que hace es preceder al
estadio genital —«con frecuencia», dice, «le sucede y le reemplaza».
Este movimiento ha sido descrito en detalle por M. Fain y D. Braunschweig.
En los estados límite se trataría más de un retorno brutal, por defensa
contra el Edipo, hacia fijaciones que conciernen a la permanencia de la omni-
potencia narcisista del periodo anal, que a una regresión clásica que haya su-
puesto un real momento edípico de eclipse de esta omnipotencia. La forma
más particular de vivir el periodo anal, en los estados límite, no ha dejado al
paciente ni la libertad de atravesar normalmente hasta su declive normal el
periodo edípico, ni tampoco la posibilidad de volver a posiciones anales pura-
mente funcionales y madurativas, tendentes a una disminución de tensiones y
a una mejor elaboración de los controles, de las ligaduras, de las temporaliza-
ciones, de las manipulaciones de los pensamientos y de la adaptación del com-
portamiento, en el sentido del principio de realidad sin rechazar el prin-
cipio del placer.
Las fijaciones pregenitales anteriores, que ya son paralizantes para la li-
bido edípica del estado límite en el momento de la entrada en el Edipo, van a
mostrarse de nuevo igual de paralizantes para la vuelta al registro anal. Estas
fijaciones participarán, en efecto, grandemente en la precipitación del estado
límite en su pseudo-latencia reduciendo considerablemente tanto la duración
como la intensidad del potencial económico edípico en el momento de la vuelta
a la analidad, ya bastante restrictivamente preparada.
La latencia normal reutiliza el estadio anal como elemento de progresión
en una vuelta «funcional» y pasajera a la «revisión anal» después del reempla-
zo de la economía puramente narcisista por una economía en la que los ele-
mentos edípicos toman una parte energética y organizadora importante. Se
trata de una regresión normal, flexible, reaseguradora pero momentánea, im-
pregnada de potencial edípico provisionalmente y simplemente refrescada en
el climatizador anal, con vistas a un retorno mejor en la eficiencia del movi-
miento energético y relacional objetal entrevisto en el Edipo. La pseudo-la-
tencia de los estados límite constituye, por el contrario, una regresión patoló-
gica condicionada por fijaciones anteriores. La libido regresada a tales fijacio-
nes permanecerá a continuación bastante fijada, bastante estática, sin dinamismo
edípico movilizable.

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Jean Bergeret

Igualmente encontramos en los estados límite, a nivel del Yo, un simple


arreglo ni muy móvil, ni muy rígido, pero que permanece fijado con angustia
(de pérdida) al objeto, en términos de anaclitismo y no en términos de conflic-
to edípico.
André Green nos ha mostrado que en toda latencia se plantea el problema
de un duelo. En los estados límite, este duelo adquiere un aspecto bastante par-
ticular e interminable. Es como si el padre representara un objeto forcluido y
renegado. En el caso de Norbert, el traumatismo precoz coincide con la muerte
real del padre pero el duelo no podrá efectuarse, sin embargo. En el caso de
Ludovic, el traumatismo precoz corresponde al reemplazo del padre (ausente)
por el vecino igualmente eclipsado también, siempre sin duelo.
El modo particular de regresión anal del estado límite cierra para la evo-
lución del Yo todas las otras vías sin presentarle, sin embargo, una real posibi-
lidad estructural sólida y definitiva: por un lado, si la regresión post-edípica se
había efectuado sobre una organización anal que hubiera guardado del mo-
mento pre-edípico fijaciones menos importantes y más flexibles, habrían re-
sultado posibilidades de latencia normal. Por otro lado, si las fijaciones anales
pregenitales habían sido más rígidas y sádicas, habríamos conocido una pre-
disposición a la neurosis (obsesiva); y finalmente, por un tercer lado, si las
fijaciones anales se hubieran mostrado verdaderamente ineficaces y desorga-
nizadas, la regresión habría podido saltar fácilmente la barrera narcisista y
arrastrar al Yo en dirección a la solución psicótica.
Este esquema no indica, por supuesto, más que predisposiciones; para
hablar en términos de organizaciones haría falta considerar además igualmen-
te la calidad y la importancia de los elementos edípicos acarreados en estos
movimientos regresivos así como el sentido de la evolución objetal general.
Los estados límite constituyen «estados indecisos del Yo», desorganiza-
dos incluso en el plano estrictamente estructural pero no demasiado mal dis-
puestos. Se destaca en ellos cierta exageración, con frecuencia apenas percep-
tible, con relación a lo que se espera encontrar en gentes reputadas como
«normales». Numerosos estados límite se las ingenian por lo demás, quizás
con éxito y durante toda su vida, para presentarse defensivamente en su com-
portamiento exterior como «hipernormales». Incluso a veces llegan a engañar
hasta un punto tal, que pueden jugar, como Norbert, durante cierto tiempo el
papel de personalidad ideal. Se puede imaginar fácilmente la decepción, la
angustia y también la cólera de estos admiradores, si tal ideal, tan ficticio, llega
a descomponerse, a hundirse, cosa que no deja de ocurrir en numerosos mo-
vimientos totalitarios o simplemente autoritarios.
Son sujetos bastante adaptables, bastante seductores, bastante enérgicos.
Su Yo no está fragmentado como el de los psicóticos en trozos imprecisos

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difíciles de religar entre ellos en una economía mal adaptada a las realidades
objetivas. El Yo de los estados límite se encuentra simplemente dividido en
dos sectores desigualmente constituidos y no desunidos. La noción misma de
«límite» marca el desfallecimiento de ciertas investiduras narcisistas a nivel de
la separación entre el «interior» y el «exterior».
La dificultad para el estado límite de aceptar la realidad frustrante con-
duce a cierto deterioro del modo perceptivo, de esta realidad, etc., a fin de
cuentas, a las famosas deformaciones del Yo citadas por Freud en su artículo
sobre «La pérdida de la realidad en las neurosis y las psicosis» (1924).
En el estadio de organización del estado límite, objetos exteriores y mundo
psíquico interno están diferenciados con certeza, pero en realidad existen tres
polos relacionales: por un lado un buen objeto interno, parte del Yo organiza-
do en torno a introyecciones positivas, por otra parte cierta realidad exterior
cuyo aspecto positivo está bien investido libidinalmente, pero siempre queda
un tercer lado amenazante, una categoría de malos objetos externos realmente
frustrantes, descritos por O. Kernberg como conducentes a introyecciones
negativas precoces e inmediatamente proyectadas.
Esta separación activa por parte del Yo entre introyecciones negativas y
positivas implicaría una deformación del Yo, cierta escisión, completamente
diferente al estallido psicótico.
El caso de Suzanne parece ilustrar de forma muy demostrativa esta
«doble realidad» (M. Gressot) por un lado con imágenes familiares negati-
vas: los padres despreciables, el marido y el hijo que se les «parecen», y por
otro lado la verdadera «novela familiar» defensiva contra la herida narcisis-
ta: directora, diplomático, hombre de mundo, oficial, psicoanalista, etc. Este
último plano sólo llega, por lo demás, a acentuar por su irrealidad la herida
narcisista ligada a la realidad y constituye un verdadero paso en el acto al
límite del delirio que nos recuerda el ejemplo dado por M. Soulé. Es tam-
bién a este mismo mecanismo de escisión al que podemos asociar en Ludo-
vic la duda entre sus dos aspectos bastante contradictorios de la realidad
percibida: el matrimonio y el suicidio, repetición desde la infancia de las dos
corrientes de objetos representativos: los padres por un lado (frustrantes y
lejanos) y los vecinos y el analista por otro lado (gratificantes y cercanos
pero que deben ser alejados también).
La escisión del estado límite se acompaña de un fallo de los procesos
normales de integración y de desarrollo de los sistemas identificatorios con
predominancia de las introyecciones negativas en relación con la intensidad
de los impulsos agresivos y de las frustraciones de la juventud. En contrapar-
tida normal, los objetos exteriores tienen tendencia a convertirse en «comple-
tamente buenos» o «completamente malos».

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El caso de Norbert nos enseña los peligros de un fracaso de esta defensa:


la condensación operada con ocasión del encuentro con el «verdadero herma-
no - falso hermano»: sacerdote judío rumano, renegado, perseguido, desenca-
dena, como los restos diurnos de un sueño, una resonancia tan intensa en el
inconsciente que no puede ya disociar y rechazar una parte «mala» de lo real
exterior; el mecanismo clásico de la identificación proyectiva no puede ser
vivido en el plano de la fantasía exterior, es vivido, por decirlo así, en el plano
de una realidad interior que crea un verdadero estado de angustia psicotizan-
te. Esta oleada agresiva y libidinal regrediente con tanto movimiento no pue-
de ser canalizada; las investiduras narcisistas se revelan insuficientes y desbor-
dadas. Es la gran crisis de angustia aguda de la que hablaremos más adelante.
La segunda defensa, muy característica del estado límite, es la renega-
ción. Se la ve aparecer más nítidamente aún en la disposición perversa, tal
como la describiré ulteriormente, pero esta renegación hunde ya sus raíces en
la disposición provisional del tronco común límite. Se trata, a menudo, sin
mucho ruido, de la «no-percepción» del sexo femenino en tanto que realidad
positiva, admitida y significante. Además, si no existe la «mujer» sexualmente,
no puede haber «hombre» tampoco, en el sentido genital del término. Al lado
de los pequeños no existen los adultos, los grandes, narcisistamente completos
o incompletos. Es el triunfo del falo narcisista o su fracaso. El falo, «eso» se
muestra, «eso no funciona aún sexualmente», falta de complemento indispen-
sable objetal y genital. El peligro de la pérdida del falo es la hemorragia narci-
sista, la depresión, no la castración edípica (con todo su contexto económico
genital neurótico, estructuralmente hablando).
Un ejemplo característico del fracaso de la renegación se distingue en el
momento en que Norbert encuentra novia y tiene la primera tentativa sexual:
la castración de visu, innegable en este instante, de la ausencia de falo en la
mujer desencadena una crisis de angustia aguda que Norbert va a intentar
calmar corriendo tras el pene de un muchacho.
Los estados límite se presentan como heridas en carne viva que resisten
mal las frustraciones. Están aterrorizados por el miedo a no ser queridos,
sostenidos, aconsejados por el objeto, que constituye el objetivo de su Ideal
del Yo, y al mismo tiempo para ellos a la vez un Superyó auxiliar perseguidor
y un Yo auxiliar protector.
En toda economía psíquica, se constata un movimiento pendular de las
investiduras entre la línea Narcisismo - Ideal del Yo - Herida narcisista - De-
presión, descrita por B. Grunberger, y la línea Pulsión - Edipo - Superyó -
Culpabilidad - Castración - Conflictos - Síntomas, clásica en las neurosis. Lo
que da especificidad a los estados límite es la retracción de las investiduras de
esta segunda línea en beneficio de la primera, y un ejemplo se encuentra en la

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segunda parte del tratamiento de Suzanne, en el momento del análisis de la


herida narcisista y de su reparación en la transferencia.
Cuando el narcisismo primario ha sido suficientemente constituido, se
puede entrar en una economía edípica y neurótica. Cuando el narcisismo pri-
mario se encuentra nítidamente infundado, permanece en una economía fu-
sional con la madre, autista y psicótica. El estado límite se encuentra a mitad
de camino entre estas dos soluciones: el narcisismo primario ha podido, gros-
so modo, constituirse, pero con una falla, una herida abierta, y aparentemente
no cicatrizable. Todas las disposiciones descritas aquí son utilizadas para in-
tentar enmascarar esta falla. Ya no es necesario crear una neo-realidad rease-
guradora, y tampoco es necesario reprimir las representaciones; la escisión y
la renegación, procesos más simples y más arcaicos (aunque menos eficaces,
aunque exigen menos contrainvestiduras que la represión), son suficientes,
durante largo tiempo con frecuencia, para enmascarar la herida y la hemorra-
gia narcisista. Si fracasan, no ocurre ni el delirio, ni los síntomas neuróticos
que aparecen de entrada, sino la depresión con su cortejo narcisista bien co-
nocido, a la vez psíquico y corporal, este último efecto se sitúa en un regis-
tro de tipo hipocondríaco y no histérico o psicosomático, aunque esta confu-
sión parece bastante frecuente.
Estos aspectos de la vivencia narcisista nos llevan al Edipo y a nuestra
pseudo-latencia precoz en la dialéctica esta vez entre Superyó e Ideal del Yo:

Lo mismo que el Superyó es el heredero del complejo de Edipo (y que


sólo puede ser concebido como tal en un sistema de referencia auténticamente
freudiano) y ligado a la angustia de castración, el Ideal del Yo, por su lado, es
el heredero del narcisismo primario. Es un inagotable (e infructuoso por sí
mismo) esfuerzo por reparar la pérdida de la relación con la madre primitiva
omnipotente y más tarde con los dos padres omnipotentes.

Sería una pena que un adultomorfismo (reposando sobre los casos de


maduración donde las dos líneas, narcisista y edípica, se encuentran más o
menos armoniosamente articuladas) nos haga proyectar muy deprisa sobre
tal niño o tal paciente de más edad, modalidades de organización superyoicas,
edípicas y genitales que no constituyen lo esencial de su problema profundo,
incluso si apoyamos nuestras propias proyecciones sobre auténticos elemen-
tos superyoicos, edípicos y genitales que coexisten forzosamente en ellos pero
a título fragmentario, y no fundamental e incluso menos organizador.
Los rasgos narcisistas del Ideal del Yo son predominantes; cumplen una
función de incentivo para la constitución del Yo y de guía en la formación del
Superyó.

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Pero la importancia que adquiere un Ideal del Yo pueril en una persona-


lidad sólo puede ir a la par con una atrofia complementaria del Superyó. Por el
hecho de su débil implicación en la organización edípica, como de la megalo-
manía de las fijaciones a su Ideal del Yo, el estado límite no es tan «culpable»
por el mal que puede hacer, ni tan angustiado frente a cualquier amenaza de
castigo por la vía de la castración; se encuentra preferentemente «aterroriza-
do» por el miedo a no ser querido, protegido e incluso aconsejado por el otro,
si no hace las cosas tan bien como este otro (como su madre) exige de él y si
este otro descubre el punto de partida proyectivo y agresivo de sus actitudes
masoquistas personales.
En Moisés y el monoteísmo, Freud muestra cómo esta actitud proviene
de fijaciones a una época en la que la autoridad aún no estaba interiorizada en
un Superyó verdadero: cada vez que «por amor filial», dice Freud, el sujeto
hace una renuncia, aparece un sentimiento de satisfacción y sobre todo de
seguridad. Y A. Green nos ha precisado que ser amado por su Ideal del Yo es
tan indispensable a este nivel para este género de pacientes como ser amado
por la madre, tan necesario como el alimento.
M. Fain supone que el estado límite genera una confusión entre miedo
de castración y pérdida de la escala narcisista (es decir, despersonalización). Se
puede pensar que el estado límite busca arrastrar defensivamente al analista a
este género de confusión. Intenta permanecer bajo la «ley del padre» y este
juego se hace tan lábil como parece forcluido el nombre del padre. Los esta-
dos límite escaparían así a la psicosis por medio de un esfuerzo de reparación
que les permitiría eclipsar los aspectos muy lejanos de lo real de su Ideal del
Yo hipertrofiado en beneficio de un objeto bastante particular ofrecido como
pasto para su Yo. Esto es lo que hemos podido observar en Ludovic en el
momento del encuentro con el banquero después del concierto. Este carácter
fascinante del objeto del Yo permite (al menos provisionalmente) el descarte
de los problemas conflictivos demasiado agudos.
En una latencia normal, hay una regresión banal del Superyó hacia posi-
ciones bastante flexibles que corresponden a los vestigios del antiguo Ideal
del Yo. El Superyó está interiorizado. En esto se puede concebir el periodo de
latencia normal como una verdadera logística de la adolescencia. Además, en
el estado límite, las cosas ocurren de otra manera porque el Edipo, en la debi-
lidad de sus investiduras, no puede cumplir su función esencial de modifica-
ción en un sentido más madurativo y más objetal del Ideal del Yo. Regresión
y fijación llevarán a la persistencia de un Ideal del Yo con características me-
galomaníacas y no realistas sobre el que volverán los elementos incompletos
del Superyó post-edípico que no habrá podido realizar plenamente su forma-
ción autónoma ni su interiorización. A partir de esto, toda decepción narcisis-

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ta ya no podrá limitarse a la simple modestia del sujeto edípico sino que, por el
contrario, conducirá a la vía depresiva específica del estado límite.
La transferencia de los estados límite se encuentra impregnada de facto-
res económicos a los que acabamos de pasar revista. La relación está domina-
da por la alternancia de las proyecciones sobre el terapeuta del Yo completa-
mente bueno o completamente malo y el periodo del comienzo de la cura,
siempre muy largo, está marcado por una deformación sensible y sutil de lo
real que corre el riesgo de conducir a una situación indisoluble si el analista
reacciona, por su lado, con enfado en lugar de poner en evidencia el juego
proyectivo y defensivo del paciente.
El papel de la difusión instintiva al quedarse en minoría las pulsiones de
amor en la aparición de la actitud depresiva han sido señaladas por Nacht y
Racamier, que han insistido en esta particular repetición de la secuencia: Frus-
tración - Odio - Culpabilidad - Auto-agresión. Yo reemplazaría solamente el
término «culpabilidad», de línea demasiado edípica, quizás, por la palabra
vergüenza o por la expresión aún mejor adaptada sin duda «disgusto consigo
mismo», más marcadamente narcisista.
En cierto momento el paciente experimenta al terapeuta como un padre
frustrante y amenazante y, un momento después, es el paciente el que se muestra
como considerándose a sí mismo como el padre amenazante e injusto hacia el
terapeuta imaginado como culpable y aterrado.
Es lo que Racker ha definido como «la identificación complementaria».
Así, el paciente, vuelta a vuelta, proyecta sobre el analista sus sentimientos
hostiles, y enseguida reintroyecta de él una imagen singularmente alterada.
La falta de insight corre el riesgo de ser total y el juego de las identificaciones
positivas, indispensable para toda cura, de encontrarse así bloqueado mucho
tiempo.
De este estado de cosas emana muy rápidamente una necesidad de «po-
ner en acto» representaciones bastante directas de pulsiones como lo han des-
crito en las psicopatías del niño D. Braunschweig, S. Lebovici y J. van Thiel-
Godfind, sin acceso al registro simbólico ni a la sublimación. De ello resulta
por una parte pasos al acto frecuentes en la cura que, como he mostrado en
otro trabajo, no son del todo negativos porque constituyen quizás un prelu-
dio indispensable a la mentalización y a la verbalización en la cura, si el tera-
peuta sabe sacar partido de ello.
Por otra parte, el juego de vaivén de las constantes investiduras y desin-
vestiduras del objeto internalizado (como en el caso de Norbert) práctica-
mente no permite a las descargas agresivas seguir ligadas a los impulsos libidi-
nales. Las proyecciones del Ideal del Yo se hacen constantemente con un re-
gistro más o menos megalomaníaco, como si no hubiera conflicto.

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M. Fain, en la discusión con B. Schmitz a propósito de los estados límite,


ha descrito estos estados comportándose respecto a su proceso primario en la
cura como si soñaran delante del terapeuta. De la misma forma, se les ve con-
tar su vida bajo un sello alucinatorio, bien enmascarado hacia fuera por defen-
sas en las que los acontecimientos vividos, que dan seguridad a estos pacien-
tes, a ojos de observadores externos, fueran de una «evidente normalidad».
Estos aspectos parecen bastante claros en mis tres observaciones: el caso de
Suzanne y el de Ludovic muestran una forma muy clásica de este género de
transferencia. El vínculo analítico conmigo está tan claramente establecido, que
uno y otro exponen alegremente su novela e interpretan sus escenas (vividas o
fantaseadas, poco importa) en la cura, sin este vínculo conflictivo edípico, propio
de los neuróticos. Todo está dramatizado en la novela pasada, nada está repetido
dramáticamente en la transferencia presente. Se «acuerdan», no lo reviven.
En cuanto al caso de Norbert, se presenta justamente de forma atípica y
sólo puede generar la huida, porque este género de transferencia indispensa-
ble para la seguridad del acercamiento del paciente a distancia segura había
sido cortocircuitado desgraciadamente (por no decir pérfidamente) por su
antiguo «director». Había habido una conflictualización previa y dramatiza-
ción alarmante de la relación conmigo. Norbert se encontraba, una vez más,
traicionado en el plano narcisista y al mismo tiempo provocado, más allá de
sus recursos adaptativos, en el plano de las pulsiones.
***
Lo que acabo de describir corresponde a la parte de mi investigación
sobre el tronco común de la «disposición límite». Para terminar, querría seña-
lar las evoluciones posibles de este tronco común.
En primer lugar, las evoluciones espontáneas: por un lado, tal disposición
relativamente inestable puede durar toda la vida o no estallar hasta la senectud
con ocasión de uno de los traumatismos muy variados de esta época. Por otro
lado, pueden constituirse otras disposiciones más organizadas y más estables
que, sin formar verdaderas «estructuras», llegan a enmascarar de forma más
duradera la amenaza depresiva. Éstas son para mí las ramas caracterial y per-
versa del tronco común:

La disposición caracterial aparecerá cuando las formaciones reactivas con-


sigan mantener la angustia depresiva rechazada hacia el exterior y permitan
mantener a distancia el retorno de la agresión narcisista.
La disposición perversa corresponderá, por su parte, a la evitación de la
angustia por medio del juego de una verdadera renegación de una parte muy
focalizada de lo real: el sexo de la mujer con sobreinvestidura complementaria

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del objeto parcial fálico. Se trata de una renegación sensorial (y no de la repre-


sión pulsional) de la percepción visual del sexo de la mujer.

Una segunda modalidad evolutiva del tronco común está constituida por
la ruptura brutal, que puede sobrevenir en cualquier momento, de esta dispo-
sición inestable:

Es la crisis de angustia aguda descrita por J.A. Gendrot y P.-C. Racamier


a propósito de lo que se llama clásicamente «neurosis de angustia». Es un
momento, frecuentemente muy breve, de crisis sobreaguda, provisoria, cer-
cana a la despersonalización, como lo ha expuesto M. Bouvet.

Ésta será el segundo desorganizador de la evolución del Yo-límite. Se


producirá bajo el efecto de un segundo traumatismo significativo. Esto parece
que ha estado bastante claro, con diversos grados, en mis tres observaciones.
La emergencia de los factores edípicos de una manera particularmente
viciada durante el primer traumatismo ha conducido a una pseudo-latencia,
precoz a la vez y con frecuencia muy prolongada. La pubertad afectiva se ha
encontrado así profundamente bloqueada y retardada. El segundo traumatis-
mo, al provocar nuevamente una sobrecarga pulsional insoportable, va a des-
encadenar una verdadera crisis puberal tardía, vivida con una alarma extrema
frente al retorno inopinado de posiciones edípicas que ya no son eludibles
ahora simplemente por medio de la disociación y la renegación. Estas defen-
sas arcaicas e imperfectas no son sobrepasadas nunca.
Entonces, existen tres soluciones posibles:

— O bien la represión va a jugar por fin su papel adaptativo y el conflicto


edípico va a poder ser (por primera vez) vivido con una modalidad genital y
entraremos para bien en una estructura neurótica definitiva (es también, con
seguridad, lo que debe pasar en una cura).
— O bien el paciente solamente verá su salud en una vía no de una simple
disociación, sino de una renegación general de la realidad con reconstrucción
de una neo-realidad al precio, no ya de una deformación, sino de un estallido
del Yo. Es la entrada en la estructura psicótica irreversible (pero curable en
tanto que psicosis).
— O bien, aún, si las manifestaciones mentales llegan a desexualizarse, a
desinvertirse, a autonomizarse en beneficio de una vuelta a una modalidad
somatopsíquica arcaica y unificada de excitación y de expresión, entraremos
en la vía psicosomática de regresión y de desinvestidura.

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Finalmente, es necesario resaltar que el suicidio se presenta como salida


no excepcional a este segundo traumatismo y reconocer que ciertos estados
de angustia (pseudofóbicos) subagudos, y más prolongados, pueden preceder
o quizás reemplazar al estado agudo de angustia que acabo de describir.
Los estados límite constituyen una proporción importante de la pobla-
ción que tratamos o de la que hacemos seguimiento. Si muchos de ellos, justa-
mente en función de la fragilidad de sus disposiciones, evolucionan sin gran
ruido por un cuidado de acercarlos lo mejor posible a la «normalidad» am-
biente, algunos estados límite también se han labrado un nombre en la histo-
ria o la literatura.
Éste es el caso de Robespierre, que, como Ludovic, en su aparente limpi-
dez libidinal, dudaba sin cesar entre la vida y la muerte, por miedo a que la
vida no haga necesarios los compromisos tan temidos y el abandono de un
Ideal del Yo megalomaníaco.
Éstos son los juegos acrobáticos con la realidad de Bouvard y Pécuchet,
siempre en fracaso pero nunca en catástrofe, Flaubert tardando seis años para
no acabar un libro del que él mismo decía que «las mujeres tienen poco espa-
cio y el amor ninguno».
Es el pseudo-éxito bastante frágil de la alta burguesía victoriana caricaturiza-
da por John Galsworthy en el célebre fresco de los Forsyte de los que el autor nos
dice que siempre tienen necesidad de estar juntos pero que no «mueren» nunca...
Don Quijote no crea completamente su delirio sino que parte de una defor-
mación de lo real y del Yo (los molinos de viento, o más particularmente Dulci-
nea) para correr detrás de imágenes delirantes dadas como objeto a su Yo enfer-
mo. ¿No puede ilustrar, a su manera, un pasaje del estado límite hacia la psicosis
en un viejo que ha llevado hasta ese momento la vida sin fantasías, de un estado
límite bastante bien adaptado pero que se descompensa cuando las necesidades
narcisistas se ven golpeadas brutalmente por las frustraciones de la senectud?
La línea edípica corresponde a la vivencia, al recuerdo, al pasado que
aprisiona el presente, a lo restrictivo. La línea narcisista corresponde al futuro,
negación del presente, a lo gigantesco, a lo imaginado y a lo inaccesible.
El paso de una economía narcisista a una economía en la que las investi-
duras edípicas no sólo lo llevan sino que organizan, no se puede concebir sin
cierto duelo, una tristeza momentánea:
Éste es el Viaje de Baudelaire:

Para el niño, amante de tarjetas y estampas,


el universo es igual a su vasto apetito.
Ah, qué grande es el mundo a la claridad de las lámparas,
a los ojos del recuerdo, qué pequeño es el mundo...

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