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Estados Limites Bergeret
Estados Limites Bergeret
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JEAN BERGERET
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mías psicóticas pero en las que la rareza, como el aspecto más fragmentario de
las referencias al Edipo, dejan la puerta abierta a otras hipótesis distintas a la
clásica explicación edípica.
En un cuadro bastante cercano, la patología llamada «del carácter», de
los comportamientos «perversos» y las concepciones del funcionamiento
mental de los enfermos psicosomáticos avivan cierto deseo de reflexión noso-
lógica nueva.
Por el lado de las psicosis, se insiste, sobre todo, en el conflicto entre el Ello
y la realidad, sobre la represión de la realidad objetiva y la reconstrucción de una
neo-realidad subjetiva. El estallido en fragmentos del Yo permite eliminar esta
categoría de entidades próximas en las que el Yo se defiende con la escisión y la
negación, pero sin fragmentación verdadera en islotes múltiples y dispersos.
La misma noción de pre-psicosis parece precisarse en el sentido de un
estado anterior a la explosión del Yo en sus diversos trozos pero ya situada en
la línea de esta fragmentación previamente inscrita en el Yo mismo.
Es necesario reconocer que la noción de estado límite se encuentra cada
vez más evocada en sentidos, con frecuencia, bastante diferentes.
La tendencia más antigua situaba estos estados muy cerca de la psicosis
en general y de la posición esquizofrénica en particular. Cierto número de
autores han defendido a continuación la hipótesis de un término intermedio
entre economías neuróticas y psicóticas.
Actualmente estamos cada vez más persuadidos de la autonomía de organi-
zación de tales estados y la mayor parte de los autores insisten en la gran frecuencia
de estos pacientes en la clínica cotidiana y en el interés de un mejor conocimiento
de este género de disposiciones, con vistas a una terapéutica mejor adaptada.
Consciente de haber procedido, sobre todo, a un trabajo de investiga-
ción clínica y de síntesis teórica, me he apoyado principalmente en trabajos
anglosajones publicados por L. Rancel y L. Robbins, por M. Schmideberg,
V.W. Eisenstein, R. Greenson, R. Knight, A. Stern, y sobre todo en los últi-
mos años por O. Kernberg, igualmente en las actualizaciones en lengua fran-
cesa de M. Gressot (1960) y B. Schmitz (1967), pero he encontrado las princi-
pales bases para mis reflexiones en las hipótesis freudianas hasta ahora menos
explotadas, así como en los estudios de B. Grunberger y M. Renard sobre el
narcisismo, de F. Pasche sobre la regresión. M. Bouvet y A. Green me han
proporcionado preciosas referencias respecto a los límites del lado de las eco-
nomías neuróticas. P. Mâle y P.C. Racamier me han proporcionado el mismo
servicio por el lado de las economías psicóticas.
Las referencias a las observaciones genéticas de los psicoanalistas de ni-
ños así como las sugerencias de los psicosomatólogos en cuanto a los fenóme-
nos de maduración y de regresión a los límites de la organización estructural
específica, aparecerán como en constante filigrana en mi propuesta.
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1. [Nota del traductor]: aquí hay un juego de palabras que no existe en castellano. El autor usa la
palabra francesa «robe» que puede significar hábito y/o vestido y la palabra «culotte» que puede signifi-
car bragas para la mujer y calzón o pantalón corto en el caso del hombre.
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acepta dejarse ver por uno de sus antiguos superiores que le acoge en principio,
le aloja y le alimenta, después le hace examinar por el médico del establecimien-
to que se contenta en principio con un tratamiento medicamentoso mitad seda-
tivo y mitad estimulante.
Con el avance muy directo y muy brutal de este choque de lo genital,
tanto tiempo renegado (más que reprimido), el narcisismo débil de Norbert
se encuentra de un solo golpe hecho pedazos. Es la descompensación dramá-
tica que hace temer aquí una evolución psicótica ulterior.
La aproximación al cuerpo femenino corresponde a un retorno masivo
del material concerniente a la ausencia de pene en la mujer, condensado, sin
duda, también con la brutal desaparición de su padre. La no-existencia de un
Edipo organizado aparece con la brutalidad de las emergencias pulsionales,
con la solución de alarma homosexual y con los gastos de libido narcisista en
la amenaza de despersonalización.
Para quitar a Norbert toda posibilidad de superar su ambivalencia, su an-
tiguo superior me lo envía finalmente en las condiciones precisadas más arriba.
Él va a renegar de sí mismo en mi favor para librarme a este inocente. El
superior es vivido como un verdadero «Judas» librándome a Norbert a mí,
centurión secular y extraño. El paciente va a repetir una vez más una situación
en la que se siente como el que es rechazado en beneficio de la tranquilidad de
otros y renegado al mismo tiempo a causa de esto.
En este clímax tan complejo el paciente se decide a escribirme y yo le
recibo por primera vez.
Pero persuadido de repetir una vez más, y a pesar de él, la eterna relación
ambigua con quien no puede considerarlo entero, se escapa en cuanto hay
posibilidad de encarar las cosas de una manera diferente. Desde el punto de
vista sintomático se presenta como un caso de psicosis aguda e incontestable-
mente podríamos haber podido plantear, en una consulta psiquiátrica clásica,
este diagnóstico. Sin embargo, un examen más atento de su experiencia, de su
historia, de su estilo de relacionarse, de la organización económica de su per-
sonalidad, no podía dejarnos suscribir la hipótesis de una estructura psicótica.
Las entrevistas han precisado inmediatamente que se trata de una hemo-
rragia narcisista enorme, de una imposibilidad de proceder a identificaciones
válidas y estructurantes, y no de una ruptura a trozos real del Yo.
Todo el pasado de este paciente se inscribía en el sentido de esta dificul-
tad de estructuración, no encontrándose el Edipo suficientemente implicado
como para que pueda haber un conflicto real entre las pulsiones sexuales y las
prohibiciones paternas.
Por otra parte, si no se encontraban en el pasado del paciente los elemen-
tos necesarios para el establecimiento de una economía auténticamente neu-
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Observación n.º 2
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voluptuosidad sexual. Era, dice, «una intimidad total» sin que hicieran falta
manifestaciones sexuales.
Habrían vivido así durante cinco años sin conocer (y el paciente parece
sincero) más que escasas masturbaciones recíprocas.
El retorno a la fijación del «vecino» de concierto plantea el problema de
la relación hipnotizador-hipnotizado, de la posibilidad reparadora de hacer
eclipsar provisoriamente el Ideal del Yo irreal por un objeto ofrecido al Yo.
¿No es justamente éste el procedimiento clásico que evita a los estados límite
el volverse psicóticos, ya que este carácter fascinante del objeto del Yo permi-
te apartar tantos problemas conflictivos y temidos?
Hace tres meses el «protector» de Ludovic murió brutalmente de un infar-
to. Nuestro enfermo se habría encontrado sumido en una crisis de angustia
aguda que se habría disipado poco después. Habría experimentado al mismo
tiempo una toma de conciencia muy viva de sus dificultades afectivas. Estima
que se ha culpado mucho por su comportamiento. Las primeras imágenes eró-
ticas y femeninas precisas habrían acudido entonces a su mente... al mismo tiempo
que los dolores abdominales. ¿Es en ese mismo momento cuando habría co-
menzado a plantearse el famoso dilema: suicidio o matrimonio? ¿Soy capaz de
ligarme válidamente a una mujer, de ser feliz y hacerla feliz? Si no, prefiero
poner fin a mi vida de soledad y de dependencia que no podría soportar ahora.
En la línea de esta reflexión dolorosa, Ludovic habría acudido a la casa de
un periodista que conocía, especializado en las penas del corazón, al que ha-
bría planteado su problema, por primera vez, bajo la perspectiva «moral» y
culpable. Le habría aconsejado que mejor consultara a un psiquiatra. Duda,
cuenta sus dificultades a un generalista en primer lugar, que se espanta, piensa
él, y quiere hacerle ingresar en una clínica y, finalmente, aconsejado por un
vecino (una vez más), viene a verme.
La cura trae un alivio bastante rápido en el plano de la angustia y una
buena readaptación social. Sin embargo, nunca pudo (¿quizás esté yo equivo-
cado?) desencadenar un proceso verdaderamente analítico y cuando Ludovic
me dejó para ir a casarse con la hija de un industrial del oeste que había cono-
cido en vacaciones, las explicaciones que me dio en torno a este súbito amor,
me hicieron suponer que en realidad encaraba el apoyo sobre el falo del futu-
ro suegro, mucho más reasegurador que los riesgos de una penetración más
profunda por mi parte, que él temía.
Sin embargo, la fijación hacia el hombre maduro me parece específicamen-
te edípica aquí. Ciertamente es un sustituto paterno (o más bien parental) pero
más un «pariente protector» que un padre sexuado, rival frente a la madre.
Parece que es la ausencia de los padres la que ha conducido al reempla-
zo por parte del vecino, después por el protector y finalmente por el suegro.
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movedor para intentar movilizar la línea genital. Pero esta batalla está perdida
de antemano dada la precariedad de las fijaciones edípicas. Suzanne ha creído
poder movilizar su libido narcisista para efectuar de alguna manera una cura-
ción edípica. Pero al mismo tiempo esta curación demasiado costosa sólo
consigue atizar la hemorragia narcisista y desencadenar la depresión en lugar
de dar nacimiento a un síntoma-compromiso entre pulsiones y represión, como
se hubiera producido en una economía histérica de estructura verdaderamen-
te neurótica.
Reflexiones
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hay menos represión del Edipo, por otra parte, que regresión frente al Edipo
aparecido de manera demasiado precoz y regresión rápida sin gran posibili-
dad de llevar hacia atrás, consigo, un material edípico reutilizable, tal como en
un conflicto genitalizado, o capaz de reaparecer también en formas variadas
de vuelta de lo reprimido que agitan a los neuróticos.
En el artículo sobre la «Predisposición a la neurosis obsesiva», Freud
señala que a su entender el estadio sádico anal lo único que hace es preceder al
estadio genital —«con frecuencia», dice, «le sucede y le reemplaza».
Este movimiento ha sido descrito en detalle por M. Fain y D. Braunschweig.
En los estados límite se trataría más de un retorno brutal, por defensa
contra el Edipo, hacia fijaciones que conciernen a la permanencia de la omni-
potencia narcisista del periodo anal, que a una regresión clásica que haya su-
puesto un real momento edípico de eclipse de esta omnipotencia. La forma
más particular de vivir el periodo anal, en los estados límite, no ha dejado al
paciente ni la libertad de atravesar normalmente hasta su declive normal el
periodo edípico, ni tampoco la posibilidad de volver a posiciones anales pura-
mente funcionales y madurativas, tendentes a una disminución de tensiones y
a una mejor elaboración de los controles, de las ligaduras, de las temporaliza-
ciones, de las manipulaciones de los pensamientos y de la adaptación del com-
portamiento, en el sentido del principio de realidad sin rechazar el prin-
cipio del placer.
Las fijaciones pregenitales anteriores, que ya son paralizantes para la li-
bido edípica del estado límite en el momento de la entrada en el Edipo, van a
mostrarse de nuevo igual de paralizantes para la vuelta al registro anal. Estas
fijaciones participarán, en efecto, grandemente en la precipitación del estado
límite en su pseudo-latencia reduciendo considerablemente tanto la duración
como la intensidad del potencial económico edípico en el momento de la vuelta
a la analidad, ya bastante restrictivamente preparada.
La latencia normal reutiliza el estadio anal como elemento de progresión
en una vuelta «funcional» y pasajera a la «revisión anal» después del reempla-
zo de la economía puramente narcisista por una economía en la que los ele-
mentos edípicos toman una parte energética y organizadora importante. Se
trata de una regresión normal, flexible, reaseguradora pero momentánea, im-
pregnada de potencial edípico provisionalmente y simplemente refrescada en
el climatizador anal, con vistas a un retorno mejor en la eficiencia del movi-
miento energético y relacional objetal entrevisto en el Edipo. La pseudo-la-
tencia de los estados límite constituye, por el contrario, una regresión patoló-
gica condicionada por fijaciones anteriores. La libido regresada a tales fijacio-
nes permanecerá a continuación bastante fijada, bastante estática, sin dinamismo
edípico movilizable.
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difíciles de religar entre ellos en una economía mal adaptada a las realidades
objetivas. El Yo de los estados límite se encuentra simplemente dividido en
dos sectores desigualmente constituidos y no desunidos. La noción misma de
«límite» marca el desfallecimiento de ciertas investiduras narcisistas a nivel de
la separación entre el «interior» y el «exterior».
La dificultad para el estado límite de aceptar la realidad frustrante con-
duce a cierto deterioro del modo perceptivo, de esta realidad, etc., a fin de
cuentas, a las famosas deformaciones del Yo citadas por Freud en su artículo
sobre «La pérdida de la realidad en las neurosis y las psicosis» (1924).
En el estadio de organización del estado límite, objetos exteriores y mundo
psíquico interno están diferenciados con certeza, pero en realidad existen tres
polos relacionales: por un lado un buen objeto interno, parte del Yo organiza-
do en torno a introyecciones positivas, por otra parte cierta realidad exterior
cuyo aspecto positivo está bien investido libidinalmente, pero siempre queda
un tercer lado amenazante, una categoría de malos objetos externos realmente
frustrantes, descritos por O. Kernberg como conducentes a introyecciones
negativas precoces e inmediatamente proyectadas.
Esta separación activa por parte del Yo entre introyecciones negativas y
positivas implicaría una deformación del Yo, cierta escisión, completamente
diferente al estallido psicótico.
El caso de Suzanne parece ilustrar de forma muy demostrativa esta
«doble realidad» (M. Gressot) por un lado con imágenes familiares negati-
vas: los padres despreciables, el marido y el hijo que se les «parecen», y por
otro lado la verdadera «novela familiar» defensiva contra la herida narcisis-
ta: directora, diplomático, hombre de mundo, oficial, psicoanalista, etc. Este
último plano sólo llega, por lo demás, a acentuar por su irrealidad la herida
narcisista ligada a la realidad y constituye un verdadero paso en el acto al
límite del delirio que nos recuerda el ejemplo dado por M. Soulé. Es tam-
bién a este mismo mecanismo de escisión al que podemos asociar en Ludo-
vic la duda entre sus dos aspectos bastante contradictorios de la realidad
percibida: el matrimonio y el suicidio, repetición desde la infancia de las dos
corrientes de objetos representativos: los padres por un lado (frustrantes y
lejanos) y los vecinos y el analista por otro lado (gratificantes y cercanos
pero que deben ser alejados también).
La escisión del estado límite se acompaña de un fallo de los procesos
normales de integración y de desarrollo de los sistemas identificatorios con
predominancia de las introyecciones negativas en relación con la intensidad
de los impulsos agresivos y de las frustraciones de la juventud. En contrapar-
tida normal, los objetos exteriores tienen tendencia a convertirse en «comple-
tamente buenos» o «completamente malos».
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ta ya no podrá limitarse a la simple modestia del sujeto edípico sino que, por el
contrario, conducirá a la vía depresiva específica del estado límite.
La transferencia de los estados límite se encuentra impregnada de facto-
res económicos a los que acabamos de pasar revista. La relación está domina-
da por la alternancia de las proyecciones sobre el terapeuta del Yo completa-
mente bueno o completamente malo y el periodo del comienzo de la cura,
siempre muy largo, está marcado por una deformación sensible y sutil de lo
real que corre el riesgo de conducir a una situación indisoluble si el analista
reacciona, por su lado, con enfado en lugar de poner en evidencia el juego
proyectivo y defensivo del paciente.
El papel de la difusión instintiva al quedarse en minoría las pulsiones de
amor en la aparición de la actitud depresiva han sido señaladas por Nacht y
Racamier, que han insistido en esta particular repetición de la secuencia: Frus-
tración - Odio - Culpabilidad - Auto-agresión. Yo reemplazaría solamente el
término «culpabilidad», de línea demasiado edípica, quizás, por la palabra
vergüenza o por la expresión aún mejor adaptada sin duda «disgusto consigo
mismo», más marcadamente narcisista.
En cierto momento el paciente experimenta al terapeuta como un padre
frustrante y amenazante y, un momento después, es el paciente el que se muestra
como considerándose a sí mismo como el padre amenazante e injusto hacia el
terapeuta imaginado como culpable y aterrado.
Es lo que Racker ha definido como «la identificación complementaria».
Así, el paciente, vuelta a vuelta, proyecta sobre el analista sus sentimientos
hostiles, y enseguida reintroyecta de él una imagen singularmente alterada.
La falta de insight corre el riesgo de ser total y el juego de las identificaciones
positivas, indispensable para toda cura, de encontrarse así bloqueado mucho
tiempo.
De este estado de cosas emana muy rápidamente una necesidad de «po-
ner en acto» representaciones bastante directas de pulsiones como lo han des-
crito en las psicopatías del niño D. Braunschweig, S. Lebovici y J. van Thiel-
Godfind, sin acceso al registro simbólico ni a la sublimación. De ello resulta
por una parte pasos al acto frecuentes en la cura que, como he mostrado en
otro trabajo, no son del todo negativos porque constituyen quizás un prelu-
dio indispensable a la mentalización y a la verbalización en la cura, si el tera-
peuta sabe sacar partido de ello.
Por otra parte, el juego de vaivén de las constantes investiduras y desin-
vestiduras del objeto internalizado (como en el caso de Norbert) práctica-
mente no permite a las descargas agresivas seguir ligadas a los impulsos libidi-
nales. Las proyecciones del Ideal del Yo se hacen constantemente con un re-
gistro más o menos megalomaníaco, como si no hubiera conflicto.
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Una segunda modalidad evolutiva del tronco común está constituida por
la ruptura brutal, que puede sobrevenir en cualquier momento, de esta dispo-
sición inestable:
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