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De: Barthes, Roland (1987). El placer del texto y lección inaugural, México, Siglo XXI.
[1977]
Fragmentos
1) Ficción de un individuo (algún M. Teste al revés) que aboliría por sí mismo las barreras,
las clases, las exclusiones, no por sincretismo sino por simple desembarazo de ese viejo
espectro: la contradicción lógica; que mezclaría todos los lenguajes aunque fuesen
considerados incompatibles; que soportaría mudo todas las acusaciones de ilogicismo, de
infidelidad; que permanecería impasible delante de la ironía socrática (obligar al otro al
supremo oprobio: contradecirse) y el terror legal (¡cuántas pruebas penales fundadas en una
psicología de la unidad!). Este hombre sería la abyección de nuestra sociedad: los
tribunales, la escuela, el manicomio, la conversación harían de él un extranjero: ¿quién
sería capaz de soportar la contradicción sin vergüenza? Sin embargo, este contra-héroe
existe: es el lector del texto en el momento en que toma su placer. En ese momento, el viejo
mito bíblico cambia de sentido, la confusión de lenguas deja de ser un castigo, el sujeto
accede al goce por la cohabitación de los lenguajes que trabajan conjuntamente el texto de
placer en una Babel feliz.
(Placer/goce: en realidad, tropiezo, me confundo; teminológicamente esto vacila todavía.
De todas maneras habrá siempre un margen de indecisión, la distinción no podrá ser fuente
de seguras clasificaciones, el paradigma se deslizará, el sentido será precario, revocable,
reversible, el discurso será incompleto) (10-11).
3) Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura, no rompe con
ella y está ligado a una práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en
estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de aburrimiento), hace
vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus
gustos, de sus valores, de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje (25).
5) El texto es un objeto fetiche y ese fetiche me desea. El texto me elige mediante toda una
disposición de pantallas invisibles, de seleccionadas sutilezas: el vocabulario, las
referencias, la legibilidad, etc.; y perdido en medio del texto (no por detrás como un deus
ex –machina) está siempre el otro, el autor. Como institución el autor está muerto: su
persona civil, pasional, biográfica, ha desaparecido; desposeída, ya no ejerce sobre su obra
su formidable paternidad cuyo relato se encargaban de establecer y renovar tanto la historia
literaria como la enseñanza la opinión. Pero en el texto, de una cierta manera, yo deseo al
autor: tengo necesidad de su figura (que no es ni su representación ni su proyección), tanto
como él tiene necesidad de la mía (salvo si sólo “murmura”). (46)
6) Placer del texto. Clásicos. Cultura (cuanto más cultura, más grande y diverso será el
placer). Inteligencia. Ironía. Delicadeza. Euforia. Maestría. Seguridad: arte de vivir. El
placer del texto puede definirse por una práctica (sin ningún riesgo de represión): lugar y
tiempo de lectura: casa, provincia, comida cercana, lámpara, familia –allí donde es
necesaria-, es decir, a lo lejos o no (Proust en el escritorio perfumado por las flores de iris),
etc. Extraordinario refuerzo del yo (por el fantasma); inconsciente acolchado. Este placer
puede ser dicho: de aquí proviene la crítica.
Texto de goce. El placer en pedazos; la lengua en pedazos; la cultura en pedazos. Los textos
de goce son perversos en tanto están fuera de toda finalidad imaginable, incluso la finalidad
del placer (el goce no obliga necesariamente al placer, incluso puede aparentemente
aburrir). Ninguna justificación es posible, nada de reconstituye ni se recupera. El texto de
goce es absolutamente intransitivo. Sin embargo, la perversión no es suficiente para definir
al goce, es su extremo quien puede hacerlo: extremo siempre desplazado, vacío, móvil,
imprevisible. Este extremo garantiza el goce: una perversión a medias se embrolla
rápidamente en un juego de finalidades subalternas: prestigio, ostentación, rivalidad,
discurso, necesidad de mostrarse, etc. (83-34).
7) Texto quiere decir tejido, pero si hasta aquí se ha tomado este tejido como un producto,
un velo detrás del cual se encuentra más o menos oculto el sentido (la verdad), nosotros
acentuamos ahora la idea generativa de que el texto se hace, se trabaja a través de un
entrelazado perpetuo; perdido en ese tejido –esa textura- el sujeto se deshace en el como
una araña que se disuelve en las segregaciones constructivas de su tela. Si amásemos los
neologismos podríamos definir la teoría del texto como una hifología (hifos: es el tejido y la
tela de araña). (104).