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Psicoanálisis para todxs.

Por una clínica pospatriarcal, posheteronormativa y


poscolonial

Capítulo 9
Con el psicoanálisis solo no alcanza, pero sin el psicoanálisis
no se puede…….1

La ola verde que se ha expandido en Argentina en los últimos tiempos


ha generado nuevos diálogos y desarrollos. Entre ellos, con y de colegas del
campo psicoanalítico a quienes el feminismo, así como su rama académica los
estudios de género, no les había interpelado hasta ese momento.
Creo identificar que gran parte de esta interpelación ha provenido de sus
propias familias con adolescentes con pañuelos verdes, pacientes o
simplemente por la curiosidad o necesidad de dar cuenta de un fenómeno
social que pone en debate muchos de los supuestos acerca de las
femineidades, las masculinidades, la identidad de género, la transexualidad,
entre otros. Temas para los cuales desde el campo del psicoanálisis había
cierta sensación de “estabilidad conceptual”.
Lo cual es muy prometedor y necesario, el problema se presenta en la
definición del marco conceptual desde el cual se intenta dar el debate. Ahí es
donde, desde mi criterio, se estaría estableciendo una paradoja epistemológica
que da título a este capítulo: con el psicoanálisis solo no alcanza, pero sin el
psicoanálisis, no se puede.
Parte de lo que he identificado como producción de algunxs colegas que
tratan de dialogar con “el” feminismo se desarrolla del siguiente modo:
- Plantean que puede haber una novedad que es establecer un diálogo
entre feminismo y psicoanálisis, extrapolando lo que pueda ser novedad
para ellxs, con lo que es nuevo a nivel de la producción teórica.
- Proponen que dicho diálogo es solo para adelante, sin verificar si ha
habido producción previa al respecto.

1
Una primera versión de este capítulo se publicó con el nombre “Descubrir la pólvora. Les feministes
menos pensades” en el portal de noticias Latfem 8 de junio de 2019 www.latfem.org

1
- Intentan que el mismo se dé solo desde las categorías del campo del
psicoanálisis.
- Cuando toman autorxs feministas lo hacen casi exclusivamente con
quienes pertenecen al campo de la filosofía (especialmente Butler y
Preciado), del extranjero y con una homologación de estudios de
género y estudios queer como si fueran lo mismo.
- La interpelación se dirige preferentemente hacia los feminismos
adolescentes o los expresados en redes sociales.
- Interpretan que introducir una dimensión política de la subjetividad sería
sinónimo de “militar el consultorio”.
Una vez planteado este escenario, presentaré los supuestos que veo y me
parece importante debatir dado el creciente interés. Centraré la reflexión en
algunas temáticas que forman parte de las preocupaciones actuales
alumbradas por la novedad del descubrimiento que me parecen interesantes de
desarrollar.
Identifico, en lo que he leído y debatido de los escritos nuevos acerca de “el
psicoanálisis interpelado o interpelando al feminismo”, que existe una fuerte
tentación a poner todo lo malo afuera, como parte de una operatoria de un yo
placer purificado de la cual no se salva (no nos salvamos) ningún sujeto. En
este caso, se observa una discusión desde una supuesta postura desde “el
psicoanálisis” frente “al feminismo”. Entiendo que esto amerita como primera
medida en cada escrito identificar desde qué corriente del psicoanálisis se está
hablando y también con cual feminismo se está dialogando. Dado que como
hemos señalado más de una vez a lo largo de este libro, no hay un solo
psicoanálisis y tampoco, hay un solo feminismo.
Y entre lo que hay, existe un feminismo haciendo psicoanálisis y pensando
con variables de alta complejidad en ambos campos y en su articulación.

¿Hay una especificidad del concepto de patriarcado en el campo de la


subjetividad o es un concepto omniexplicativo?
Las subjetividades con las cuales trabajamos han constituido sus modos
de singularización en un social histórico patriarcal, caracterizado por la
desigualación entre varones y mujeres. Lo cual es diferente a decir que el
concepto de patriarcado explica “per se” todos los aspectos de las acciones y

2
deseos humanos. Es un concepto que es necesario poner en diálogo con la
caja de herramientas conceptuales que presenta el psicoanálisis. Y en ese
sentido, desde el campo de intersección denominado psicoanálisis con
perspectiva de género, no se le pone a “todo”, el nombre de patriarcado. Lo
cual es muy posible que lo haga el “feminismo espontáneo” 2, y es lógico que
así sea. Pero considero que no es justo ponerle estatus de debate conceptual
al habla popular, donde esta última siempre quedará en falta. Lo que si es
necesario es que el psicoanálisis agudice su escucha y herramientas para no
reproducir como verdades inmutables a sus propios conceptos acuñados en la
invisibilidad de la marca de desigualación entre los géneros. De no hacerlo,
será una herramienta más de disciplinamiento social, aún sin quererlo.

¿A que se llama “responsabilidad afectiva”?


Los feminismos espontáneos y populares exigen responsabilidad
afectiva, reclamo que en nuestro campo lo podemos traducir como exigencia
de responsabilidad subjetiva por los actos en el campo de lo que hoy se llama
“sexo afectivo”3. Y aquí hay que introducir una sutil distinción, para identificar
que no es equivalente a suponer que lo erótico y amoroso se juega solo en el
campo de lo consciente y lo voluntario. Lo que se está señalando es que
también de lo inconsciente y lo no voluntario, hay que hacerse cargo. Hay que
hacerse cargo de si mismx, no hay otra opción. Incluso de eso que antecede al
sujeto y que es trabajo de toda la vida apropiarse. Hay que dar cuenta de sí
mismx (Butler, 2009). Es lo que proponía el mismo Lacan, cuando revisaba el
caso Dora (Lacan, 1985) retomando a Freud para interpelar:” que tiene que ver
usted con los problemas de los cuales se queja”.
En el capítulo 6 de este libro, se trabajó como la propuesta patriarcal
hacia los varones contemporáneos en el marco de la cual arman sus propios
procesos de singularización, les invita a establecer un doble estándar ético por
el cual no colocan a las mujeres en el campo del semejante, en el cual solo
ubican a los varones. Aquí ya no estamos hablando de aspectos inconscientes,

2
Utilizo este término para dar cuenta de la práctica feminista que utiliza herramientas conceptuales para
resolver problemas de la vida cotidiana, política y social, pero que no son productoras de conocimientos
específicos, ni es su intención hacerlo. Hago esta distinción para establecer una diferencia de
responsabilidad con el feminismo académico o intelectual que debe tener mayor cuidado en las
definiciones conceptuales.
3
Concepto acuñado y muy utilizado por los feminismos populares

3
sino de modos culturales y de producción de subjetividad. De cuestiones que el
sujeto no sabe de sí, pero no tienen estatus de procesos inconcientes, sino
aspectos de la realidad en el sistema preconsciente/ conciente no posibles de
acceder por los paradigmas con los cuales está estructurado ese psiquismo.
Es precisamente por los efectos de este dispositivo de desigualación en
la vida cotidiana, que las adolescentes contemporáneas les reclaman a los
varones “responsabilidad afectiva”. Demandan un posicionamiento ético que no
desiguale frente al propio deseo. No aceptan entrar a las “reglas de juego” de lo
que hoy denominamos heterosexualidad de dominio y normativa. A estas
reglas de juego me gusta denominarlas como el “corset de género”, tomando
como metáfora el uso de esa prenda de ropa interior que ajusta e incomoda a
quien la porta, pero que se supone tendrá efectos placenteros en quien la mira.
Las adolescentes denuncian de este modo, el doble estándar que
generaciones anteriores aceptaban y que mucho psicoanálisis aún naturaliza
describiéndolo como “posición masculina”, sin cuestionar como se ha
constituido, si se verifica su vigencia trans histórica y la posibilidad que pueda
haber modos diferentes de constitución de las masculinidades.
Entonces el dar cuenta de sí, que democráticamente se le podría y
debería pedir a cualquiera, las chicas “verdes” que han sido criadas con
conciencia de paridad, se lo piden especialmente a los varones. Lo hacen,
porque identifican que “los varones realmente existentes” con los que se
encuentran en la vida cotidiana se lo dan a otros varones y a ellas mismas en
la amistad, pero no en las relaciones sexo afectivas. Es un tema fáctico sobre
el cual se pueden tener muchas opiniones y versiones “filosóficas”, lógicas y
especulativas, pero en los hechos de su vida real así lo ven y lo viven. Por lo
tanto, lo enuncian y lo denuncian.
Se habla de hacerse cargo, fundamentalmente cuando eso que se hace
causa un daño al otrx, en lo que se puede evitar. Lejos de la utopía de pensar
que se puede evitar el dolor por el desamor, lo que sí es evitable es el malestar
sobrante (Bleichmar, 2005) por el maltrato, ninguneo o “ghosteo” de aquellas
frente a quienes históricamente no se suponía que había que rendir cuenta de
sí, ni tener miramientos éticos.
Volviendo a la reflexión acerca de la intencionalidad, alguien puede no
haberse dado cuenta o no haber tenido intención. Para este tema en particular,

4
han cambiado mucho las reglas del juego. Por lo tanto muchas conductas, hoy
denominadas “machirulas”, hasta hace poco tiempo eran toleradas y
promovidas como modelos de la masculinidad “normal”. El tema es que se
hace cuando alguien se da cuenta. Se dice “Ups, me mandé un moco”, “es un
desafío que me puso la vida” o “no me di cuenta, pero ahora que sé, ¿qué
puedo hacer?4
Por esta razón, hoy se le exige más a los varones, porque hay una
mayor conciencia de que existe una mayor propuesta y tolerancia social de
impunidad en el efecto de sus acciones en el campo de lo “sexo afectivo” en
varones que en mujeres. Esto coexiste con otra novedad histórica: comienza a
haber toda una generación de mujeres jóvenes más empoderadas que está
empezando a proponérselo a ellas mismas. Acontece que se han dado cuenta
de que el modelo emancipatorio que han adoptado, está basado en muchos
casos, en el modelo de autonomía de la masculinidad hegemónica de la
modernidad. Y dado que no hay que confundir inhibición ancestral de la
hostilidad con bondad5, al tener más grados de libertad, la posibilidad de hacer
mal ha quedado habilitada para ellas6, por lo tanto deben comenzar a
preguntarse qué van a hacer con su capacidad de daño.
Esta demanda de responsabilidad, no quiere decir suponer que siempre
se sabe lo que se quiere o que alguien, que no es quien enuncia, lo sabe.
Posiblemente algo de esta ilusión se cuele en los feminismos espontáneos,
pero el psicoanálisis con perspectiva de género, no hace espejo con esta
ilusión. Considera que los seres humanos somos complejos y sujetos de
conflicto e inconsciente. Pero también podemos ser éticos y es desde ahí, que
se convoca a la responsabilidad. No desde una lectura plana de la subjetividad.
Establezco nuevamente una diferenciación entre las propuestas de la
ola verde adolescente y no la homólogo al feminismo como un todo, y en

4
Sobre estos temas en los que relaciono impunidad y hegemonía en la producción de subjetividad hablé
en mi conferencia Ted los días 23 y 24 de octubre de 2019 la cual se puede encontrar en
https://youtu.be/bLk4NwOdeeQ. También aplicado a otro tema, en el artículo “Porque el rugby” que se
publicó como Contratapa del diario Página 12 el 23/1/20
5
Tomo aquí una reflexión muy lúcida de Irene Meler para referir que las mujeres, al igual que otros
grupos subordinados, han tenido una prohibición social, que han interiorizado, de expresar abiertamente
la hostilidad. Lo cual exteriormente se puede confundir con bondad, pero que en realidad puede estar
significando hostilidad inhibida. En momentos históricos en los cuales las mujeres tienen derecho a
expresar su hostilidad se les presenta el desafío ético de cómo hacerlo. Una explicación más extensa de
estos mecanismos se puede encontrar en el capítulo 2.
6
Ver en Fernández (1993) el desarrollo del “derecho al mal” para las mujeres.

5
particular a las propuestas de un psicoanálisis atravesado por la perspectiva de
género con más de 40 años en nuestro país articulando con mucha seriedad
los modos de constitución del psiquismo en el marco de las relaciones
patriarcales.
Parte del fenómeno que los feminismos populares ubican en la
interpelación hacia un mayor grado de responsabilidad afectiva, incluye la
queja de las mujeres en relación a la no llamada de los varones después de
haber compartido encuentros sexo afectivos muchas veces de gran intensidad,
al identificar que los varones no se “gastan” en dar explicaciones ni en llamar si
no tienen interés de seguir viéndolas. Perciben que las tratan como si fueran
descartables y que solo las toman por su valor de uso. No perciben un
miramiento que se podría expresar como: “la voy a llamar para que no se
quede esperando y decirle que no me interesa o no quiero seguir adelante”. La
no llamada masculina, se constituye es la despedida masculina, sin despedida
explícita. Sin costo. Y forma parte de las impunidades masculinas en el
patriarcado con respecto a la no responsabilización por los propios actos hacia
las mujeres, en este caso nuevamente, como decíamos con anterioridad, por
no colocarlas en el campo del semejante.
Esto es aún posible porque hay asimetría, que no es solo diferencia,
entre los géneros en el mercado sexo afectivo (Illouz, 2012). Los varones
saben que, por cotización de los dividendos patriarcales 7, porque están menos
apegados al amor romántico, porque tienen siglos de separar sexo y amor y
porque pueden tener hijos más tiempo vital que las mujeres, tienen más poder
en este campo. Al mismo tiempo que han perdido poder en otros. Y es un
poder que están dispuestos a usar. Este es un modelo, que a pesar de muchos
cambios, se sigue transmitiendo a las nuevas generaciones. Por lo tanto un
trabajo con los varones constituidos hegemónicamente desde una perspectiva
de psicoanálisis y género es responsabilizarlos de sus actos en este terreno.
En otros palabras, eticisarlos. Que las mujeres y otrxs desigualadxs entren el
campo del semejante también en el sexo y en el amor.

7
Concepto para definir los privilegios sociales que los varones gozan en la patriarcado solo por el hecho
de pertenecer al género dominante: más tiempo libre, mayor libertad sexual, menos obligaciones
domésticas, voz más autorizada, entre otras.

6
Todos estos fenómenos suelen ser explicados por gran cantidad de
colegas como “posición masculina”. Planteando de algún modo que cualquier
corrimiento de esa forma de actuar y posicionarse sería poner en jaque a “la”
masculinidad, lo cual ubican en el campo de lo catastrófico. Y lo plantean
desde “el” psicoanálisis. En relación a estos modos de pensar es que señalo
que con el psicoanálisis, no alcanza.

Recientemente conversé con un varón joven con altos valores éticos en


la vida que me dijo que nunca se había dado cuenta del costo en dolor evitable
de estas conductas para con las mujeres. Me refirió que él, y muchos de sus
amigos, no llamaban, ni explicaban por ningún medio su “desaparición”, bajo el
supuesto de que “aparecer” era crear ilusiones. Con una idea de que las
mujeres no podían escuchar un “no”, un “no tengo más interés”, aunque todo lo
que haya pasado en común “haya estado bien”. Cuando le pregunté si eso
haría en un trabajo o en la amistad, me dijo que no. Pero que nunca se había
dado cuenta que utilizaba una doble vara en lo sexo afectivo con las mujeres.
Este ejemplo muestra el valor que tiene interpelar a los varones a que den
cuenta de un doble estándar imperceptible, aún para ellos mismos. No hacerlo
es seguir sosteniendo una clínica que naturaliza el patriarcado. Y que da
explicaciones de causalidad psíquica a lo que es una construcción social, en
este caso, de subjetividad patriarcal.
Tal como señalamos, mucho de lo que estamos relatando está ligado al
hecho de que la heterosexualidad que conocemos, además de normativa, es
de dominio. Afortunadamente no es la única posible y ya ha empezado a tener
poros y grietas por donde está surgiendo lo nuevo. Pero en el mientras tanto,
aún nos rige. Y para entender estos fenómenos nuevamente digo que no
alcanza solo con el psicoanálisis, hay que poder incluir categorías que
expliquen con seriedad estos procesos, incluyendo sus novedades y la
articulen con los conceptos, que tienen alta eficacia de aprender la realidad,
que el psicoanálisis posee.

Lo que el falocentrismo no permite ver


El falocentrismo aún vigente en psicoanálisis naturaliza el hecho de que
en el régimen heterosexual de dominio para los varones el ideal culminante de

7
la sexualidad sea la penetración. No habría nada para hacer, ni nada para
señalar dado que dan por sentado que para los varones que se les paré o no,
un órgano que no manejan, sería “la hora de la verdad”. Esa sería la “posición
masculina lograda”. Por lo tanto, les es difícil de identificar las marcas históricas
de un régimen deseante de dominio que hace que cada varón deba
garantizarse ser quien domina para que “la verdad acontezca”, lo cual es más
factible que suceda cuando pueden ser quienes conduzcan la escena erótica. Y
también, cuando no están tan implicados a nivel erótico o amoroso con la
partenaire. Esa es parte de la explicación de otro de los “enigmas masculinos”
ligado ya no a la falta de miramiento ético que ya hemos trabajado, sino a la
huida como defensa de toda escena en la cual no se encuentren en situación
de control.
Desde una perspectiva de género en psicoanálisis se puede leer que
esa huida acontece frente a mujeres que expresan su propio deseo o que les
gustan mucho, porque les agita un fantasma de pasivización. Que no es
inevitable, sino que evidencia que en el régimen de dominio, solo hay dos
lugares: líder/seguidor o amx o esclavx (Benjamin,1996). Si no dominan, tienen
mucho temor a que se “les baje”.
Intervenir clínicamente desde una concepción de que no hay una sola
masculinidad “verdadera”, sino masculinidades en plural, puede colaborar al
viraje de los varones hacia una deconstrucción de las marcas del patriarcado
en su erótica tal como lo están demandando los feminismos adolescentes, y
que lo vienen demandando las generaciones anteriores y desesperanzadas de
mujeres, para que se pueda practicar nuevos guiones de liderazgos
(propuestas) múltiples y cambiantes en la misma escena erótica, también en
los encuentros heterosexuales. Como se hace en el Jazz o en el Tango Queer,
en los cuales es posible y deseable que se cambie en la misma pieza quien
propone y quien se engancha en la propuesta del otrx.

Esencialismo estratégico
Hay quienes se preguntan si existe algo que podamos denominar
mujeres y varones. Entiendo que primero hay que discernir si estamos
hablando de esencias o de existencias. Enunciar que no se “cree” en la
existencia de los términos mujer o varón, es muy extraño, más aún en una

8
cultura donde ser significadx como varón o como mujer implica accesos
desiguales al capital económico y simbólico desigualado.
Y es más complicado aún, autodenominarse como feminista sin “creer”
que haya mujeres. Pero así increíblemente lo hacen algunas voces que se
autodefinen desde un lacanismo en realidad post feminista, que interpreta
aunque no lo dice explicitamente, que el feminismo “ya fue”.
En lo personal, considero que una cuestión es plantear que las
masculinidades o femineidades no son una verdad a priori o una esencia, sino
una construcción social. Y en lo que refiere a cada devenir personal,
parafraseando a Simone de Beauvoir, no se nace mujer o varón, se deviene.
Gayatri Chakravorty Spivak, una destacada autora feminista poscolonial en
diálogo con el psicoanálisis acuñó el concepto de “esencialismo estratégico”
que hace un aporte fundamental a este debate. Ella coloca la necesidad de
ponernos de acuerdo con la definición de un sujeto a enunciar para poder
actuar cohesionadamente, más allá de que no se crea en las esencias ni en el
innatismo. En nuestro caso, definir a modo de una construcción de sentido,
para operar clínicamente aún cuando sepamos que no hay esencia allí. Porque
tampoco importa que la haya. Decimos entonces que hay varones y hay
mujeres no porque creamos en que sean a prioris escenciales, sino porque son
categorías que nos permiten operar en la realidad clínica.

La ilusión del unx por unx


Considero una fuerte contradicción poco trabajada el hecho de escuchar
una y mil veces a colegas enunciar que no “creen” en la generalizaciones, aún
cuando se pasan años hablando de “la” histérica casi como sinónimo de la
femineidad y “del” obsesivo casi como sinónimo de la masculinidad. Es muy
importante asumir esa tensión y en todo caso acordar que una cosa es el caso
por caso del abordaje clínico y otro es el caso de la epidemiología, que es la
distribución en población de un cierto problema de salud, tal como los
malestares y/o sufrimientos psíquicos. También quiero destacar, a riesgo de
causar una herida narcisista, que este es un problema que excede al
psicoanálisis y es propio de la tensión entre los dispositivos clínicos en general
y los problemas poblacionales (Almeida Filho, 2000). La tensión radica en que
cuando trabajamos a nivel clínico individual nos aproximamos a los modos de

9
singularización y expresión en la vida cotidiana de corrientes más amplias que
son los modos de construcción de subjetividad y de “malestares en la cultura”
de momentos históricos específicos. Cuando trabajamos desde la
epidemiología describimos fenómenos más amplios de colectivos sociales,
entre los cuales se incluye el género como categoría de pertenencia a un
colectivo. En tensión entre los sociologismos y los psicologismos, escuchamos
hablar a alguien singular que porta la marca de su momento histórico y le
pasan cosas muy parecidas a su colectivo social de procedencia y referencia.
Parecidas, pero no en copia. Singulares, pero no tanto.

Psicoanalistas y/o ciudadanxs


Identifico asimismo una confusión muy grande cuando se intenta desde
el psicoanálisis explicar fenómenos sociales utilizando categorías validadas
para el trabajo clínico. El psicoanálisis puede colaborar a explicar fenómenos
sociales, siguiendo una tradición inaugurada por Freud, quien lo hizo con
desigual éxito, pero colaborar no implica que con sus categorías pueda explicar
fenómenos que necesitan articulación con otros corpus disciplinares del amplio
campo de las Ciencias Sociales (economía, sociología, antropología, estudios
de género, entre otros).
Asimismo, hay acciones, intervenciones y modalidades de acercamiento
al semejante que quienes ejercemos el psicoanálisis realizamos en el campo
de lo social en tanto ciudanadxs, que no utilizamos en el dispositivo clínico.
Aquí pudiera ubicarse algunos aspectos de la empatía. Que pueden estar
presentes en el abordaje e intervención de unx psicoanalista en lo institucional
o político, o con sus semejantes en la vida y no es una categoría que se utiliza
como herramienta principal en el campo de lo clínico. Hago esta aclaración de
herramienta principal, porque considero que algo de empatía por el dolor
humano debe estar presente en el dispositivo clínico 8. Y digo algo, porque creo
que debe estar equilibrado a modo de encontrar la dosis justa que permita
tanto la hospitalidad del dispositivo (Ulloa, 1996) como el no saber a priori y
cargar de sentido lo que nos van a decir, que es uno de los riesgos de la

8
Quien ha desarrollado vastamente la empatía como motor de la cura en psicoanálisis fue Sandor
Ferenczi , cuyos aportes al tema se encuentran sintetizados en un libro con el sugerente título de “Sin
simpatía no hay curación” (Ferenczi, 2008)

10
empatía. Con esto señalo que no coincido es desvalorizar la categoría empatía
aún cuando presente riesgos cuando se produce un desbalance, en todo caso
de lo que se trataría es de estar advertida de sus peligros. E insisto, no se
puede igualar lo que no es un eje principal del trabajo clínico con lo que no
debe hacerse en la vida cotidiana, bajo riesgo de contribuir a la producción de
cinismo y prácticas carentes de dimensión ciudadana. Y menos aún cuando se
intenta analizar fenómenos sociales desde el psicoanálisis.

Los efectos psíquicos de la “Bella y la bestia” en la educación


sentimental femenina.
Con el psicoanálisis no alcanza y también que sin el psicoanálisis no se
puede capturar el sentido de que una mujer se quede pensando que un tipo
que se portó mal con otra, va a cambiar y con ella “va a ser diferente”. O que
cuando estando en una primera cita capta algo “que no le cerró” y sigue
adelante porque desconfía de su percepción bajo la premisa: “a vos nadie te
cierra”, “no hay hombres para vos” o su versión más vulgar “no hay… que te
venga bien”. No alcanza porque hay que poder dimensionar la eficacia del ideal
romántico y de la femineidad tradicional fomentada culturalmente y reforzada
por cuentos y películas como “La Bella y la Bestia” en la crianza y educación
emocional de las niñas (Illouz, 2012). Y señalo que sin el psicoanálisis tampoco
se puede identificar el proceso de interiorización de esas propuestas sociales y
el valor que adquieren en el funcionamiento psíquico. Pueden funcionar a modo
de contenidos del ideal del yo o del superyó o podrían estar actuando a modo
defensivo de angustias varias a identificar. Con lo cual es necesario avanzar en
un modelo de abordaje de la relación entre lo psíquico y lo social incluyente
que mantenga la especificidad y riqueza de ambos corpus y tradiciones
intelectuales.
En esta línea, me permito afirmar que el patriarcado además de no ser
una categoría “omniexplicativa”, tampoco es algo externo a mí. Constituimos
nuestra subjetividad en el patriarcado. Y la misma, porta las marcas de esa
forma de constitución, en este caso de ideal amoroso ligado a la erotización del
vínculo con el amo social: el varón bestial.

La deconstrucción

11
Es hacía allí que se dirige el sentido que adquiere la mentada
deconstrucción (Derrida, 1989) importada del campo de la filosofía y del
análisis literario al campo de las subjetividades. La cual no es solo una
propuesta para varones. Es una propuesta de desarmado o desensamblaje de
los modos deseantes, de expectativas e ideales que responden a la
desigualación, con énfasis en el campo del lenguaje, este último como
escenario en el cual cada sujetx despliega su discurso y da cuenta de sí. De
este modo, vía el proceso deconstructivo se intenta darle otros caminos
posibles a los complejos modos en los cuales se enlazan los deseos al poder.
Volviendo a lo que señalamos hace unas líneas y que es necesario aún
repetir una y otra vez: no estaría siendo una cuestión de si es el patriarcado o
soy yo. Soy yo, él, ella, elle, nosotrxs, etc.. en el patriarcado.
Vale aquí señalar que hay diversos modos de estar y ser en el
patriarcado9. Y volver a plantear que son tipos que nos sirven para clasificar y
entender, pero que en la práctica se dan de manera mixta y combinada al
interior de cada quien, en lo vincular y en lo social, generando incontables
tensiones y conflictos.
En ese sentido, es importante distinguir que la articulación entre deseo y
poder presenta características específicas y diferenciales para quien ha sido
subjetivado para pertenecer al género hegemónico y para quien ha sido
subjetivada para pertenecer al género devaluado. Y articula con los diversos
modos de acumulación de poder y de desigualación que existen en lo social:
etnía, clase, generación, elección sexual, discapacidad, nacionalidad, casta,
entre otras. A esta articulación entre desigualdades se la denomina
interseccionalidad. Concepto surgido en los 90’ en la tercera ola del feminismo
acuñado por las activistas negras en EEUU que trabajaron la articulación entre
género, raza y clase en los modos de desigualación social y subjetiva.

¿Subjetividades tóxicas: o el veneno de la desigualdad?


En la línea de “sin el psicoanálisis no se puede”, coincido con quienes
señalan la insuficiencia o inespecificidad del concepto de “personas tóxicas” o
“relaciones tóxicas” que tanto se ha extendido en los feminismos adolescentes

9
Ver capítulo 2

12
(y no solo adolescentes). Creo que es un concepto que tiene una cierta
practicidad cotidiana que permite identificar relaciones o personas “que no nos
hacen bien”. Pero no es un concepto que utilicemos quienes trabajamos en el
campo del psicoanálisis y el género. Es un concepto fruto de los “saberes
plebeyos”10 de los feminismos populares y de las prácticas. La potencia que
estos colectivos han encontrado en el concepto “tóxico” es mostrar que no hay
paridad en esos vínculos. Hay alguien mas afectadx y otrx con más poder de
daño, que toma más de lo que da, que “se sirve de”. Lo que queda velado,
desde mi perspectiva, es el enganche de quien recibe el “veneno”, aún cuando
no haya paridad y por lo tanto no es un tema de que ambxs tienen la misma
responsabilidad. Tener que ver con lo que pasa, no quiere decir
necesariamente tener responsabilidad ni culpa. Y mucho menos, estar en
igualdad frente a las mismas. Este es un aspecto muy importante a tener en
cuenta.
El concepto de “toxicidad” en las relaciones, haciendo la salvedad de
respetar las herramientas que se han construido para las prácticas, desde mi
visión presenta varias deficiencias. Nos presenta una perspectiva “chata”, sin
matices y descomplejiza el fenómeno. Pone todo afuera, de lo cual se deduce
la idea de que muchos problemas se resuelven alejándose del “tóxico” vía la
abstinencia de estar en contacto. Lo que crea rápidamente la ilusión de que
“muerto el perro, se acabó la rabia”. De este modo, nos perdemos de entender
todo el campo de la atracción por lo tóxico, las ambivalencias, las
contradicciones, lo que nos viene enseñando el psicoanálisis casi desde sus
principios de que no siempre buscamos nuestro bien. Y ahí, establezco una
interpelación a los feminismos locales para que en un país con mejores
tradiciones en el campo de la salud mental no se recurra a un concepto que no
es afín ni aporta realmente a un colectivo emancipatorio y arraigado en el
territorio.

¿Psicopatía o impunidad en el ejercicio del poder?

10
Lo tomo en el sentido en el cual lo usaba Néstor Perlongher (Bellucci, Palmeiro,2013), para designar
no solo las voces que traen quienes tienen prácticas sociales, sino los saberes que van construyendo en las
mismas. Muchas veces más ricos que los modos que tenemos desde la academia de nombrar esas
prácticas.

13
Del mismo modo acontece con el término “psicópata”, muy utilizado por
los saberes armados en las prácticas y vivencias. Considero que utilizar una
relación de poder y objetivar a unx partenaire, no implica necesariamente ser
alguien perverso, aunque la propuesta si lo sea. No es alguien que no reconoce
la existencia de un otrx como posición subjetiva. Sino que actúa con un doble
estándar de con quien se porta bien y con quien se puede hacer “cualquier
cosa”11. En sus modos más extremos, se expresan en fenómenos que en
nuestro país se conocen como “chineo”. Práctica que es habitual y tolerada en
lugares muy tradicionales y con alta inequidad social. El “chineo” es una
práctica de los chicos “bien” para con chicas de sector popular. Se supone que
con ellas se puede “hacer todo” con consentimiento o sin él, sin preocuparse
por el impacto en sus cuerpos y subjetividades. Prácticas que no se harían con
chicas del mismo sector social. Y a veces esas prácticas que las ponen en
riesgo se dan con el “supuesto” consentimiento de las chicas que acceden
como un modo aspiracional de “engancharse” un pibe “bien” 12. Y no son pocas
las veces que terminan muy mal, como por ejemplo la muerte de María
Soledad Morales en Catamarca13.

De la “policía afectiva” a la autoestima innovadora


Coincido con los recaudos de algunxs colegas con respecto a la
preocupación en relación a prácticas que podríamos caracterizar como de
“policía afectiva”. Entiendo que una de las ganancias más interesantes de este
momento es el derecho a amar y desear con visibilidad y legitimidad a quienes
se ama y/o desea. Se puede ser LGTTBI+ e incluso hetero, quizás en algún
momento como una sigla más y no como norma. Se puede ser monógamx,
polígamx, poliamorosx o abstinente. No hay, por fin, una “sexualidad normal”.
Por lo tanto, el feminismo “no nos pide nada”. Y si nos pide, no le hacemos
caso. Nuevamente, este movimiento libertario merece mejores destinos que
convertirse en un nuevo amo.

11
Ver capítulo 6
12
Otro de los modos de expresión del ideal romántico, en este caso bajo la figura del cuento popular “La
Cenicienta”
13
Fue una joven estudiante argentina, a punto de cumplir 18 años, asesinada el 8 de septiembre de 1990
en la capital catamarqueña, por dos «hijos del poder», lo que devino en una crisis política de repercusión
nacional.

14
Y aquí me permito retomar algunas ideas que trabajé hace muchos años
acerca de la “enfermedad del ideal” (Tajer, 2009). Esto es el sometimiento a
ideales, incluso libertarios. Y esto sí es una contribución muy importante que el
psicoanálisis le puede aportar al feminismo. Pero mal puede hacerlo, un
psicoanálisis que no revise sus marcas hetenormativas, patriarcales y
coloniales de matriz binaria, incluyendo sus propias “enfermedades del ideal”.
Del mismo modo, considero importante previo a criticarle a los “feminismos
espontáneos” el valor que le dan al concepto de amor propio, haber primero
hecho un análisis de los modos diferenciales por género del armado de la
autoestima, como uno de los componentes del narcisismo que hemos trabajado
en el capítulo 2. El narcisismo de género tradicional femenino está basado en
un “ser para lxs otrxs” y está en construcción una propuesta de narcisización de
género femenino innovador de “ser para sí misma” que constituye en sí una
novedad histórica. En lo que corresponde al “una a una” de la clínica, se nos
presenta la tarea de acompañar la construcción del pasaje de un “narcisismo
del ser para lxs demás” a narcisizar “ser para sí misma”, vicisitudes que ocupan
un lugar central en muchos análisis de mujeres contemporáneas.

Escraches: acciones autogestivas de defensa frente a los abusos y las


impunidades
Otro de los tópicos que ha sido eje de preocupación de muchxs colegas
es el tema “escraches” en colegios secundarios 14. Y lo ubico en este texto,
porque ha sido uno de los temas que más ha calado en la “interpelación del
psicoanálisis al feminismo” en estos tiempos. Como si “al feminismo” se le
hubiera “ido la mano”.
Entiendo que a muchxs colegas este tema les ha llegado vía el
consultorio o vía sus propias familias o círculos de amistad, dado que varios de
los colegios donde estos temas han sido más visibles a la opinión pública son
los que albergan a lxs hijxs de colegas o a sus pacientes. Posiblemente porque
pertenecen a un sector para el cual el psicoanálisis es uno de los dispositivos a
los cuales acudir para este tipo de problemáticas. Por lo tanto, me parece muy
importante estar “culturalmente preparadxs”, como proponíamos en el capítulo

14
He sido invitada a numerosas mesas redondas y actividades durante 2018 y 2019 para hablar del tema

15
5, para lo que corresponde a este caso: identificar que del malestar actual entre
los géneros se está jugando en el escenario de las adolescencias
escolarizadas de sectores de alto nivel cultural. Nuevamente aquí con el
psicoanálisis solo no alcanza y sin el psicoanálisis, no se puede.
En los textos que he leído fundamentalmente en secciones de psicología
de diarios o revistas “psi”, y en actividades a las cuales me han invitado, he
detectado que el recorte del fenómeno de gran complejidad ha sido la crítica a
los escraches, recorte que opera como foto de una escena que no permite ver
la película entera. Este recorte invisibiliza que los “escraches” han surgido
como modo autogestivo de defensa frente a situaciones abusivas en el ámbito
escolar, y mayormente en la sociabilidad recreativa ligada a esta, de los
varones adolescentes hacia las mujeres y disidencias sexuales e identitarias de
la misma edad de larga data. Fenómenos que estando aún en estadio de
abuso, las autoridades escolares y las familias no han sabido cómo prevenir y
detener. Los “escraches” fueron acciones que se desarrollaron en tiempos de
impunidad e invisibilidad generando una democratización de las
incomodidades. Pero lejos de leerlo así, se ha recortado el aspecto de impacto
negativo en la vida de los varones “escrachados” sin conocer la totalidad del
fenómeno que implicaría incluir el malestar histórico femenino. Recorte que
además de resultar simplista no permite entender la dinámica completa, por lo
tanto su lógica. No entender, impide operar para bajar el grado de malestar.
Este modo de recorte ha sido muy bien definido por una alumna de la Facultad
con lectura muy aguda de la realidad cuando me señaló “a vos te llamaron de
los colegios, solo cuando empezaron a sufrir los varones”. Hay una verdad muy
potente en el planteo de esta alumna cuando alude a que las instituciones, y la
sociedad que contiene y crea esas instituciones, suelen “prender” recién sus
alarmas cuando sufren quienes más “importan” (Butler, 2006).
Lamentablemente todavía hoy en las miradas clínicas, y creo que en
muchos casos involuntariamente, es más importante el sufrimiento de los
varones que el de las mujeres. También es honesto decir que no todos los
sufrimientos de varones son igualmente valorados, sino los que pertenecen a
los de grupos hegemónicos lo cual se puede identificar desde una perspectiva

16
interseccional15. Me preocupa por lo tanto que en grupos de colegas haya más
preocupación por los varones sufrientes mostrando las aún marcas patriarcales
que tiene esta disciplina, que replica las de momentos constituyentes en los
cuales se invisibilizó los casos de abusos infantiles intrafamiliares en manos de
los padres con el abandono de la teoría de la seducción (Volnovich, 2017).
Me encuentro en todos esos casos muy lejos de una posición punitivista
y muy cerca de lo preventivo. Creo en la necesidad de intervenir en aras de un
cambio cultural, con foco en niñez y adolescencia como momentos
constitutivos de la subjetividad, incluyendo la dimensión de género para no
llegar siempre tarde.
Considero que punir a estos varones adolescentes sin identificar que
están haciendo lo que se les enseñó a hacer vía los modelos tempranos de
incorporación de los ideales de la masculinidad hegemónica no soluciona nada.
Estos chicos, no son ni malos ni enfermos, sino hijos sanos del patriarcado. Y
eso es una responsabilidad social que excede el ámbito escolar, que tan solo
es caja de resonancia de lo que acontece en el histórico social más amplio. Por
lo tanto, considero importante identificar el tipo de intervención clínica posible
de los diferentes grados de afectación y de lxs diferentes sufrientes
identificando la lógica completa del fenómeno. Del mismo modo, me parece
importante utilizar esta forma de pensar y actuar en modelos de clínica
ampliada o de “numerosidades sociales” (Ulloa, 2004) para trabajar de manera
colectiva en un problema que tiene aspectos singulares, pero también
generales dado que es un modo actual del malestar en la cultura.
Desde este paradigma de la clínica ampliada que incluye una visión de
diversos niveles de intervención, acepté la convocatoria que recibí a principios
de 2018 para trabajar por las denuncias de abusos y la existencia de
“escraches” por un grupo de colegas a su vez madres de alumnxs de un
colegio secundario preuniversitario16. Ellas llevaron la inquietud a las
autoridades escolares que me invitaron a ayudarles y de ese modo armamos
un dispositivo de intervención institucional desde el equipo de extensión de la

15
Modelo que he utilizado en mi artículo “Porque el rugby?” Anteriormente citado en el cual muestro
desde que imaginarios de la masculinidad, la clase y la raza se fue construyendo la escena que terminó
con el asesinato de Fernando Baez Sosa de 18 años en el balneario de Villa Gesell en enero 2020 en
manos de un grupo de jóvenes varones que actuaron con total impunidad y falta de empatía frente a quien
no consideraban semejante
16
Colegio Nacional Buenos Aires dependiente de la Universidad de Buenos Aires

17
Cátedra Introducción a los Estudios de Género para colaborar con la
problemática (Tajer, De la Sovera, Lavarello, Reid, en prensa).
En ese marco se realizaron actividades durante todo el año cuyo
epicentro fueron nueve talleres abarcando a toda la comunidad educativa
(alumnado, docentes y familias) en aras de darle un canal no punitivo y de
procesamiento colectivo del malestar existente en las relaciones de género en
la actualidad en esa institución. Esa experiencia nos permitió ver “toda la
película” de la cual los “escraches”, tal como señalamos, fueron el punto de
inflexión que encendió la alarma institucional y familiar.
La situación general que encontramos o la “película completa” está
ligada a un verdadero cambio histórico de las relaciones de género en las
adolescencias que se expresa en varios ejes: Chicas que no quieren entrar al
corset de género, modelo que incluye la idea de que son las mujeres las que se
deben cuidar de “provocar” a los varones cuya sexualidad es considerada
“imparable” y quieren paridad, libertad y sentirse seguras. Los varones que se
encuentran dando sus primeros pasos en el terreno que hoy es llamado sexo
afectivo, pero que lo hacen desde una masculinidad hegemónica en la cual han
sido subjetivados, aún sin compartirla en sus ideales. Esto último no los coloca
como víctimas del patriarcado, sino en todo caso participes y “cómplices” aún
sin conciencia e intencionalidad. Hemos encontrado también un eje en el cual
mujeres y varones adolescentes coinciden que es la “caducidad” del modelo
binario de división entre solo dos géneros, llamando la atención sobre la
necesidad de visibilizar los existenciarios de “compañeres” trans y no binaries.
Binario que se expresa en la distribución de baños, requerimientos de uniforme
escolar, distribución de la actividad física, entre otras.
El concepto de complicidad en estos casos, no debe leerse desde un
enfoque jurídico, sino nuevamente, de responsabilidad subjetiva. Connel (1997)
especialista en el campo de los estudios de las masculinidades, denomina de
ese modo a la conexión que tiene un gran número de varones con el proyecto
hegemónico. Son masculinidades construidas de formas que les permite
obtener el dividendo patriarcal, sin las tensiones y riesgos de ser la “primera
línea” del patriarcado. Y para desarmar esas “complicidades”, será necesario
acompañarles a que puedan posicionarse de otro modo, proponiendo modelos

18
de masculinidades más plásticas, con compromiso con la ética del autocuidado
y cuidado del otrx.
Nos encontramos también con “el género” de la institución: muchas de
las actitudes patriarcales de los varones adolescentes eran propiciadas,
avaladas o toleradas por lxs adultxs de la institución. Mientras estábamos
trabajando se hicieron públicas denuncias de ex alumnas sobre docentes y
autoridades, lo cual reafirmó sin ninguna duda la necesidad de trabajar muy
fuertemente en la deconstrucción de las prácticas e impunidades patriarcales
de las instituciones para que protejan y garanticen que no ocurran estas
violencias.
Fue una experiencia muy importante en la cual se pudo bajar el grado de
crueldad y malestar, aún sin resolverlo “todo”. Esta propuesta de trabajo
colaboró a procesar las formas de este malestar para que bajen los modos
extremos de resolución y se está replicando en otros colegios debido a su
repercusión17. Por todo lo que encontramos, se reafirma la necesidad de
trabajar desde este tipo de enfoques que promueven un procesamiento
colectivo de estos choques culturales, además de los dispositivos clínicos
individuales.

El consentimiento: un aporte de la imaginación radical juvenil


En el trabajo con secundarios mediante el dispositivo señalado pudimos
identificar la creatividad juvenil para resolver problemas, no son solo población
a quienes había que controlar y/o sancionar. Parte de esa creatividad es el
“consentimiento”: preguntar explícitamente si la otra persona quiere lo mismo
que quien lo enuncia y aceptar su respuesta. Y pudimos evidenciar que lejos de
producir deserotización, es un invento que les permite seguir deseando y
amando. El “consentimiento” como dispositivo puesto a disposición de los
nuevos modos de amar y desear, sin lastimar y sin abusar18. Esto me llevó a
pensar que el consentimiento hoy, opera como el preservativo en los años 90
con la epidemia del HIV. Un preservativo fue entonces un “nuevo amigo” que
se instaló para seguir teniendo sexo. Considero que el consentimiento es el

17
Ilse, Pellegrini, Cangallo Schule, entre otros
18
Remito nuevamente a mi conferencia TED en octubre 2019 en la cual se presentan los aprendizajes de
esta experiencia

19
“nuevo amigo” para atravesar esta nueva epidemia de crueldad desatada por la
caída del orden sexual de la modernidad mientras se va construyendo un
nuevo modo de enlace.

El trabajo de heredar, hacer lo propio


Para ir finalizando, otro obstáculo que encuentro de complejidad es
suponer que se puede abarcar la actual caída del orden sexual moderno y el
estallido de las relaciones de género en ese marco desde lo dicho por lxs
maestxs fundadores. Como si mediante un trabajo de exégesis de los textos,
exprimiéndolos hasta la última palabra, podríamos encontrar “luz”, para iluminar
los desafíos actuales de la clínica. Esta insistencia, además de infructífera en
mi opinión, conlleva a suponer que quienes vemos los fenómenos desde la
incorporación al campo del psicoanálisis de otros marcos explicativos, no es
que miramos diferente, sino que simplemente no hemos entendido “el
mensaje”.
En ese sentido, me pregunto si se puede abarcar las tonalidades de
gamas en lo que refiere a los modos de la identidad de género y la diversidad
sexual desde la categoría: “el malentendido entre los sexos”. Me parece que
nuevamente se puede empezar desde allí, pero no alcanza.
Pero no solo no alcanza para pensar en campo de los existenciarios
diversos, sino que no alcanza para pensar los modos actuales de los (des)
encuentros en el “mundo hetero”. Mucho de lo escrito hasta el momento en el
terreno de lo sexo afectivo entre mujeres y varones cis y heterosexuales,
supone la agencia del lado masculino y la seducción vía la sustracción y la
demora en el cortejo del lado femenino. Desde esa perspectiva, el varón puede
(en realidad podía) “semblantear” tranquilo, porque la otra no avanza ni
propone (otra vez, no avanzaba ni proponía). Hoy ya el juego de seducción no
toma ese guión, y no vamos a solucionar ningún desencuentro “masculinizando
a los varones” y “femineizando a las mujeres”. El barco ya zarpó, y hay
“muches” que no vuelven atrás, ni para tomar impulso.
Tampoco podemos animarnos hoy tan fácilmente a aseverar que lo
“femenino” es atraído por lo masculino y viceversa. So pena de que nos impida
ver los cruces queer en la heterosexualidad, cuando por ejemplo un hombre
heterosexual “feminizado” quiere a una mujer “femenina” para poder ser ‘chicas

20
juntas’. O cuando mujeres “masculinas” heterosexuales quieren que sus
hombres sean para ellas “masculinos y femeninos” a la vez (Dío Bleichmar,
2010, p.213-4).
Otra cuestión central es el estatus que se le da al interlocutor, en este
caso el feminismo. Pensarlo sólo como un “discurso de época con el cual hay
que dialogar” (Miller, 2018), es un buen principio, pero nuevamente, no
alcanza.
Se expresa discursivamente, pues somos seres parlantes, pero no es
“moda de temporada” aún cuando pueda ser larga. No es solo un artificio o
montaje significante para organizar lo real. Es un cambio en lo real y por ende
también en su forma de significación. Es un cambio profundo en las relaciones
de poder entre los géneros. Es el fin de un mundo, que tampoco es el fin del
mundo. Y ese cambio radical en las relaciones de poder genera nuevas
demandas, posicionamientos y por lo tanto, amerita acorde a su relevancia un
cambio en el campo del psicoanálisis para seguir teniendo vigencia, para no
perder la vocación de vanguardia de los tiempos fundantes. Es un problema
que entiendo hay que tomar muy seriamente en cuenta. No estaría sirviendo el
abroquelarse y buscar enemigos externos, dado que se corre el riesgo de
desaparecer por implosión en relación con las propias inconsistencias. Destino
que creo, no merece el psicoanálisis.
No colabora tampoco ubicar el concepto en inglés (gender), cuando se
escribe en español, como si fuera extraterritorial y extranjero. Pero aún si
concediéramos en la extranjería, concedo aún cuando no creo, sería
interesante practicar la hospitalidad con el extranjero. “Ningunear” a los otrxs
discursos, nada menos psicoanalítico que eso.
Hay una línea que homologa ciencia y capitalismo, como ubicados en la
misma vía y ubica al feminismo como parte de este “paquete”. Esto se realiza
sin análisis de que podría tener validez cuando la ciencia toma la modalidad
mercantil y cosifica. Una ciencia regulada desde el enfoque de derechos, pone
límites al mercado y ofrece tiempos de procesamiento subjetivo. Una ciencia al
servicio del mercado, solo vende. Y cualquier nuevo grupo es un nicho de
mercado. El feminismo para el mercado, es un nicho. Pero el psicoanálisis
debiera poder diferenciar esos discursos y ver donde hay verdad y palabra
genuina y donde, apropiación y mercancía.

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Por último, quisiera retomar la idea que seguir sosteniendo que el único
motor del psiquismo es el deseo sexual y su inicio a partir de la experiencia de
satisfacción, sin incorporar las investigaciones actuales en el campo del
psiquismo humano que plantean que el mismo se organiza en varios sistemas
que trabajan en paralelo en diversos niveles de organización, impide ver como
estas motivaciones interactúan con el campo de la sexualidad desde un grado
de complejidad y alternancia en dominancia y activación.
En síntesis, quiero interpelarles a que una práctica que fue vanguardia,
no quede ligada a lo más reaccionario y conservador de época. Es importante
que practiquemos un psicoanálisis que no de vergüenza. Y parte de ese trabajo
es tomar la obra de lxs maestrxs no como última palabra, sino como herencia a
trabajar y ponerla en diálogo con los modos actuales de los placeres y
malestares.

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