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Introducción al Conocimiento Científico Unidad Nº 1

KLIMOVSKY, Gregorio; HIDALGO, Cecilia (1998). La inexplicable sociedad. Cuestiones


epistemológicas de las ciencias sociales. A – Z
Editora. Bs. As. (Pág. 165-192)

El problema de la significación de los objetos sociales


Formularemos una objeción más sólida que algunos llaman el “argumento de la transculturación” y afirma
que: los objetos sociales son hechos fácticos más significación. Los objetos humanos o sociales están cargados de
sentido que son intrínsecos a ellos, y para entender el significado propio de los objetos sociales se necesita cierto
tipo de ley semiótica que exprese la relación que, en el lenguaje de una comunidad, existe entre las reglas de
significado y las entidades referidas (…).
Cuando nos preguntamos qué le da significado a una palabra en el lenguaje, los partidarios del argumento
de la transculturación contestan que es el lenguaje, en tanto conjunto articulado de reglas gramaticales, sintácticas y
semánticas, lo que confiere significado a cada uno de sus elementos, de acuerdo a cómo está estructurada o
articulada la totalidad. Es decir que los significados no se asignan aisladamente sino que, para comprender el
significado de las palabras, debemos tener las reglas de construcción y generación del lenguaje como un todo.
Paralelamente, para comprender el significado de todos los objetos sociales, deberán conocerse las reglas implícitas
de la estructura social.
Pero si esto así, cuando se pasa de una comunidad a otra, no es que cambien las leyes –como decía
Gibson—sino que un mismo conjunto de leyes se aplica a distintos objetos: por ejemplo, lo que en una sociedad vale
para partidos políticos, en otra vale para congregaciones religiosas. Encontramos este tipo de argumentación en el
filósofo e historiador de la ciencia estadounidense Thomas Khun: cuando se pasa de un paradigma a otro (de un
estado social a otro estado social), los objetos que se encuentran en un paradigma no coinciden con los que se
encuentran en el otro, aunque parezcan ser los mismos. El mismo objeto puede tener significaciones distintas en
órdenes sociales diferentes y no hay que presuponer identidad de significados y funciones. No sea cosa que nos
suceda a ese explorador británico que cae prisionero de una tribu africana y, como advierte que lo miran con
desconfianza, para congraciarse con el cacique indígena saca un encendedor y le muestra cómo se enciende. El
cacique lo mira sumamente fascinado, toma el encendedor y comenta en voz alta y en perfecto inglés: “Es el primer
encendedor que veo que prende al primer chispazo. Mire usted tengo este canasto lleno de encendedores que no
sirven”. Según la objeción, no podemos encontrar leyes generales que sean válidas para todas las comunidades,
simplemente porque no hay objetos comunes a todas ellas que podamos observar y comparar a fin de extraer
conclusiones generales sobre sus propiedades.
Las Universidades de los Estados Unidos, en los cursos de sociología, además de incitar en los alumnos la lectura
de textos de historia y de antropología proponen la lectura de literatura de ciencia ficción. Tales lecturas son muy
estimulantes, pues permiten que nos sorprendan cosas que habitualmente no advertimos por estar inmersos en una
estructura social dada. Nos parece natural y obvio lo que se acepta en nuestra sociedad, por lo que Khun denominó
la “invisibilidad de un paradigma”. El paradigma en que está inserta la estructura es la lente con la cual observamos
el mundo y, como sabemos, las lentes no están hechas para ser vistas, sino para ver a través de ellas. De este modo,
los cuentos de ciencia ficción, al presentarnos una sociedad radicalmente diferente, destacan por contraste aquello de
lo que no nos habíamos percatado. Así, en un relato de este género, un sacerdote y un jugador terrícolas realizan uno
de los habituales viajes interplanetarios. Durante el periplo deben detenerse por bastante tiempo en un planeta
lejano, y deciden ir a pasear. De pronto ven a un grupo de nativos de ese planeta sentados haciendo girar un trompo
con forma de muñequito. El trompo representa para ellos un objeto curioso, una especie de Dios en miniatura, en
cuyo centro se encuentra una aguja que señala en una dirección. Al hacerlo girar, quien resulta señalado por la aguja
gana, y se queda con unos muñequitos de los otros. Cuando el jugador ocioso ve esto, hace girar el trompo… y gana.
Sigue jugando, y como siempre gana, empieza a acumular muñecos. El sacerdote, que está a su lado, le advierte:
“Nunca debe jugar en una comunidad donde existen costumbres que desconoce, porque en verdad ignora el
significado de lo que está haciendo”. No obstante, nuestro jugador sigue con su racha de buena suerte, pero luego
empieza a perder, hasta un momento en que otro de los jugadores logra quedarse con la totalidad de los muñecos.
Cuando esto ocurre, todos se levantan ceremoniosamente y hacen una reverencia. Se dirigen luego hacia una especie
de hangar que está cerrado. Lo abren y extraen un muñeco de tamaño natural del que sale una aguja gigante, una
especie de espada, toman al jugador afortunado y lo insertan en la espada.
Este cuento es ilustrativo, porque algo desconocido se malinterpreta por analogía. Entre dos culturas diferentes,
no hay por qué presuponer que las instituciones, o los objetos sociales en general, se corresponderán
analógicamente. Claro que, a veces, ese tipo de argumento conduce a un peligroso misticismo del sentido peculiar
que adquieren los objetos dentro de cada cultura. Pero no es necesario ir tan lejos porque, al fin de cuentas, los
lenguajes son diferentes y es cierto que el sentido de cada palabra es relativo al lenguaje al que pertenece. De esta
forma, no valen las analogías cuando se utiliza la palabra extranjera ingenuity y se procede por semejanza (como

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hacen muchos malos traductores), interpretándola como ingenuidad cuando significa en realidad “perspicacia”, y
esto nos recuerda el relato de ciencia ficción que recién narramos.
Pero, aun cuando no se proceda analógicamente, ¿es posible realizar traducciones adecuadas de un lenguaje a
otro? O mejor, ¿puede aprenderse un lenguaje desde otro lenguaje? Aparentemente se puede y hay muchas maneras
de hacerlo, por lo cual siempre es posible representarse isomórficamente, desde una estructura, otra estructura. En
matemática hay una rama que se llama geometría descriptiva” que nos enseña cómo describir una estructura
diferente a partir de una estructura dada. Si algo semejante fuera posible en el terreno de lo social, el hecho de que
cada sujeto tome un sentido diferente en culturas distintas no impedirá que, finalmente, puedan realizarse
traducciones adecuadas y formular las leyes constantes que rigen a los objetos equivalentes. De modo que este
argumento no pesa demasiado al oponerse a la aplicación del método científico ortodoxo en ciencias sociales.

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