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DESEMBARCO EN LA PALABRA. AÑO I.

Nº 25

COAUTORÍAS Y SUJETOS ARGUMENTALES: ¿DILEMA O PARADOJA?

Luis Javier Hernández Carmonai

Hay lectores que se pasan la vida con una docena de libros y, no


obstante, son auténticos lectores. Y hay otros que se han tragado
todo y saben hablar de todo y sin embargo, todo el esfuerzo ha sido
inútil. Pues la formación precisa algo que formar: un carácter, una
personalidad. Cuando no existe, cuando la formación se realiza sin
sustancia, en cierto modo en el vacío, puede resultar ciencia, pero
no amor y vida. Lectura sin amor, saber sin respeto, formación sin
corazón es uno de los mayores pecados contra el espíritu...
Herman Hesse.

En esta oportunidad quisiera retomar la idea de la “lectura como coautoría”, realizada en el


discernimiento de la figura del escritor en una sociedad hipertextualizada, para insistir en la
importancia de la dinámica textual al momento de referir los mecanismos estructurantes de
la argumentación. En tal caso, debo comenzar con la lectura académica y su específica
ubicación en el asesoramiento de trabajos; circunstancias en las cuales es más que evidente
la materialización de una coautoría que va más allá del momento de la elaboración precisa
de los mismos, y que quizá comienza con una clase, donde la lectura de un docente sobre
determinado tema, motive al participante a indagar formalmente sobre éste y desde allí se
desencadene todo un proceso argumental, por demás productivo, cuando supera los simples
escenarios de la glosa académica.
Al respecto considero la glosa académica una forma argumentativa muy superficial que
consiste en la simple repetición de un autor o teoría sin atreverse a ir más allá de la
“citología” formalizada e institucionalizada de una manera obsesiva en los académicos. En
este sentido, con la denominación de docente ágrafo, es posible sistematizar a un no-
interpretante dinámico de constructos teóricos a ser discernidos en un aula de clase u
oportunidad de disertación, al convertirse en un simple ‘informante’ de un contenido
programático a ser desarrollado en función de la ‘opulencia bibliográfica’ que induce a la
repetición cuasi mecánica de lo establecido mediante una ‘sapiencia ilustrada’ que muy
pocas veces cumple con el real cometido didáctico-pedagógico, pues la repetición será la
principal variable para medir los niveles de comprensión.
Más allá de la simple glosa académica existen docentes-interpretantes que presentan a sus
auditorios lecturas creativas, fundadas en argumentaciones innovadoras que enriquecen la
temática a tratar en un ambiente signado por la propuesta de vías interpretativas a ir más
allá de lo circunscrito teóricamente en determinada bibliografía. De esta forma estamos
frente a un docente intérprete-traductor que sin dejar a un lado la esencia temática y las
técnicas argumentativas de determinado autor, amplía, reactualiza, resignifica lo tratado
para hacer una relectura significante que indudablemente aporte verdaderos y reales
insumos de provecho en todos los sentidos y órdenes de la dinámica existencial.
Indudablemente este docente es un sujeto argumental en todo el sentido de la palabra,
generalmente quien tiene la capacidad y el liderazgo para dirigir investigaciones y guiar por
caminos ciertos. Además que sus clases e intervenciones académicas están representadas
por una seductora idoneidad que abre caminos y horizontes extremadamente productivos.
Es quien motiva a innovar, generalmente a través de una pedagogía de la sensibilidad, para
aupar el conocimiento desde los predios del sujeto y sus patemias. Aun cuando este docente
es quien está más propenso a ser plagiado en sus planteamientos, sigue adelante en sus
propósitos, apelando a que la lectura, además de ser argumentativa, nunca deja de ser una
manifestación ética de respetar y salvaguardar las ideas de otros.
Entonces estamos en presencia de un hecho que desvirtúa la lectura como coautoría y la
desvía hacia los niveles del plagio, he insisto en el derecho de autor que debe existir para
las clases, al ser una práctica convencionalizada, la apropiación de ideas, conceptos y
argumentaciones para luego ser insertadas como propias sin detallar la fuente original.
Práctica muy común y usual cuando una actividad docente culmina en un foro o evento
suscrito a la temática desarrollada. Es patético ver la elaboración de textos bajo el
encabalgamiento de ideas del docente, insertas hasta con las mismas palabras con que
fueron desarrolladas en clase y sin ninguna mención a la fuente autoral. Sencillamente, esa
es una lectura-plagio, y el plagio, nunca será una coautoría, sino un acto ilícito. A menos
que ingrese a las categorías de ‘plagio negro’, cuando un autor escribe para otro bajo una
remuneración, y de esta forma cede su autoría.
Asimismo el dar a corregir a otro un texto, implica una coautoría de quien corrige, al
indudablemente intervenir ese texto, sugerir modificaciones, hacer acotaciones o delinear
otras perspectivas temáticas o de construcción estilística, tal cual ocurre con los
denominados ‘tutores’, que bajo esa figura logran legitimidad que trasciende el simple
hecho de la asesoría, al quedar la presentación del trabajo como una publicación protegida
por lineamientos de derecho de autor en la mayoría de las legislaciones dictadas al respecto.
Hace un tiempo, un escritor edito manifestaba a un interesado que revisaría su poemario si
aparecía como coautor, y la reacción de protesta no se hizo esperar, bajo la argumentación
de una escritura muy íntima y personal. Lo que nos lleva a reflexionar: “Si se buscan otros
ojos, es que no existe confianza en lo escrito. La escritura es un riesgo a ser confrontado
con otras voces y miradas.”
Ahora bien, hecha esta salvedad, vamos a centrarnos en la dinámica textual para el
surgimiento del sujeto argumental y la figuración de una coautoría en la verdadera y real
extensión de la palabra. Por lo que toda lectura, considerada ésta, un modo de atribuir
significado a un ‘algo’ que es susceptible a ser interpretado, implica la redimensión
referencial mucho más allá de los planos aparentes para figurarse experencialmente en cada
singularidad interpretativa, cada quien construye las dimensiones significantes desde una
particularidad referencial. Ello aplica para todas las circunstancias de la vida, porque ella
está sostenida por una constante redimensión de una realidad que exige ser resignificada
para poder comprenderse. "Toda mi vida modifica el libro que estoy leyendo", afirmaba
Borges en una conferencia sobre Cábala, dictada en Montevideo el 14 de diciembre de
1981, para recalcar la influencia del campo patémico en ese complejo proceso de
asimilación, readaptación y reconfiguración argumental. Además de comprenderse,
multiplicarse en una reasignación significante que permite su sostenimiento en tiempos y
espacios a manera de antecedente válido para posteriores argumentaciones.
Por ello siempre existirá un planteamiento iniciático o discurso referido para desdoblarse en
un discurso referencial, al desencadenar los procesos enunciativos-interpretativos, sea cual
sea su naturaleza e intención, porque la lectura está inmersa en el acto mismo del conocer,
esa ambición estructurante de la acción humana que conduce al hallazgo de nuevas pistas
argumentales en medio de escenarios donde supuestamente todo está dicho. Diversificada
en estas dimensiones, la lectura implica un proceso de reconocimiento soportado por una
agudeza sujeta a diferentes factores, entre los cuales es imprescindible mencionar: las
circunstancias sociohistóricas, los intereses argumentales, la experiencia, los fines y
propósitos a satisfacer.
De aceptar como cierto y válido lo anterior, la agudeza mudará de piel pero nunca de
esencia, podrán hablar de agudeza científica o estética, pero seguirá siendo la misma
posibilidad de argumentar bajo elementos demostrativos y construcción de lógicas de
sentido. Así que esa lectura de la realidad implica su resignificación desde diferentes
ángulos y perspectivas, es la realidad como texto diversificado entre lo aparente y lo
figurado, quien permite la redimensión de ésta sostenida por determinados elementos de
verificación en un acto bilateral, donde es imprescindible el ingreso del otro para poder
materializarse la acción argumentativa, acción a hacerse sostenible en un continuo proceso
de reescritura del texto antecedente a través de un entramado enunciativo a ir constituyendo
una arquitectura conceptual sostenible en determinados escenarios significantes, a la vez
que va suplementándose con nuevas miradas y aportaciones, para que de esta manera en esa
suplementariedad se forje una coautoría y podamos afirmar sin temor a equívocos que toda
lectura es una reasignación significante de algo intervenido argumentalmente.
Para mayor comprensión de lo planteado es necesario volver a los criterios sobre la lectura
a manera de acto bilateral de un yo contenido en el texto, y un otro incorporado a partir del
acto de la lectura o posibilidad para el reconocimiento referencial, que a su vez, permite la
confluencia de miradas alrededor de lo dado y lo acordado a través de la conversión del
interpretante en circunstancialidad lectora para el surgimiento del sujeto argumental o
instancia última a manifestarse en este complejo proceso resignificante. Intentada
interpretar desde diferentes maneras o perspectivas, pero para esta ocasión, me quedaré con
los planteamientos de Mijaíl Bajtín, sobre el principio ético del yo consigo mismo y el otro
al momento de interpretar, ese principio que va más allá de la forma y el contenido para
indicarnos el camino de la contingencia donde la realidad como campo significante nunca
puede ser agotado, porque permanentemente sus nociones son reactualizadas
fundamentalmente por relaciones antagónicas que enriquecen los nuevos perfiles
significantes o los nuevos itinerarios argumentales a establecerse, a servir de discurso
referencial para otras perspectivas a surgir en la dinámica interpretativa.
Siguiendo con Bajtín, la lectura como coautoría nos permite no ahogarnos en “la prisión de
comprensiones estereotipadas” y poder ingresar a la dinámica argumentativa a modo de
sujetos dinámicos –un yo/otro de la enunciación consciente y creadora– y no un simple
espectador que va simplemente a enganchar planteamientos para luego presentarlos a una
audiencia determinada. Por el contrario, para romper con las comprensiones estereotipadas,
debe considerarse la ‘escucha’ como elemento capital de la palabra encarnada para ese otro
que siempre está presente en todo acto enunciativo, para quien se escribe aunque no se
tenga certeza de quien es. El otro consustanciado con el acto mismo de leer/escribir, en
palabras de Isidoro Requena:
Las tareas para apropiarse de la tierra-convivencia-palabra retienen al ser
expresada la ambivalencia del recibir y el apropiarse, que son tareas a dos manos.
Con una mano se cosecha, con la otra se esparce la semilla; con una mano se lee,
con la otra se escribe; una mano agarra-se convierte-en (la) oreja para escuchar
mejor, la otra apoya-se-transforma en (la boca) para hablar mejor.
Reapropiarse para significar pareciera ser una muy lúcida metáfora para simbolizar la
lectura en su más asertiva posibilidad de recibir las variables significantes y apropiarse del
mundo del texto y sus analogías por medio de lo interpretado, sujeto a un productivo
diálogo argumental, diálogo interpretado desde la perspectiva gadameriana donde:
El yo individual es como un punto solitario en el mundo de los fenómenos. Pero
en sus exteriorizaciones, sobre todo en el lenguaje, y, en principio, en todas las
formas en que acierta a darse expresión, deja de ser un punto solitario para
pertenecer al mundo de lo comprensible.
En ese mundo de lo comprensible la lectura es hermenéutica que encierra un sentido
múltiple a develarse en su inserción dentro de una historia universal, a través de
particularidades que muestran sus coincidencias y contradicciones a descubrirse mediante
la figuración de lógicas de sentido del todo develado a partir de sus partes, así como cada
individuo y época cobran sentido releyéndose en el marco de la historia universal.
Entendida esa historia más allá de la narración de hechos aislados, sino en una
resignificación de esos hechos en función de ellos mismos y los efectos producidos bajo
determinadas circunstancias enunciativas a ser consideradas al momento de delinear las
estrategias teórico-metodológicas, para abordarlas a través de una mecánica argumental que
está sostenida, a decir de Lisa Block de Behar, en Una retórica del silencio (1994): “en una
difícil posición de equilibrio, suspendida entre la cita y la reticencia, la repetición y el
silencio”.
Lo cierto es que la argumentabilidad tiende a establecer el equilibrio interpretativo
discernido a través de diferentes mecanismos de producción y sujeción metodológica, que
en todo momento involucran lo intra e intersubjetivo a manera de mecanismo de mediación
entre los textos, los sujetos y los contextos alrededor de una referencialidad que no se agota
en los planos textuales, tal es el caso de la lectura literaria, una lectura que exige una
innegable rigurosidad al establecerse como complementariedad del texto leído y su
diversificación en materia significante. Es la más clara evidencia de la junción de un yo y
un otro para constituir el sujeto estético que dará cuenta de la cristalización del texto a
manera de universo simbólico. A juicio de George Steiner, en su libro, Lenguaje y silencio
(2003), ahora más que nunca, es imperiosamente necesario ‘reconstruir el arte de la
lectura’, en sus palabras:
Como la comunidad de valores tradicionales está hecha añicos, como las palabras
mismas han sido retorcidas y rebajadas, como las formas clásicas de afirmación y
de metáfora están cediendo el paso a modalidades complejas, de transición, hay
que reconstruir el arte de la lectura, la verdadera capacidad literaria. La labor de la
crítica literaria es ayudarnos a leer como seres humanos íntegros, mediante el
ejemplo de la precisión, del pavor y del deleite. Comparada con el acto de
creación, ésta es una tarea secundaria. Pero nunca ha representado tanto. Sin ella,
es posible que la misma creación se hunda en el silencio.
Ante todo lo dicho, la lectura involucra una coautoría creadora, sin prejuicio alguno sobre
la autenticidad del texto referido. Esta coautoría es un proceso que forma parte de la
dinámica argumental interpretada en su más pura acepción de aportar dividendos a la
consolidación de un texto dentro de una comunidad lectora. Por lo tanto hay que ser muy
puntual a la hora de cristalizar la idea alrededor de ese sujeto argumental como el ‘quien’
que construye una noción de mundo a partir del texto; sujeto argumental es el que escribe,
el que lee; ambos en sus conciliaciones y contradicciones; ambos en confluencia con el
texto a modo de desdoblamiento de las relaciones intra e intersubjetivas garantes de la
resignificación que se sostienen mediante la agudeza interpretante en ambos sentidos de la
producción de la significación: en lo planteado y lo reconfigurado por medio de la lectura.

Así que la lectura como coautoría, nunca puede ser un dilema, quizá una paradoja, en
apariencia contradictoria, en el fondo, un armónico equilibrio que ata lógicas de sentido a
desgranarse como una inagotable red significante, nutrida por cada mirada, revitalizada en
cada derivación textual, para seguir precisando las realidades textuales a manera de un gran
mosaico que contiene las claves cifradas para interpretar a los sujetos en su función
argumental, y a los contextos, diferidos a cada momento a espacios significantes que
develan su esencia anclada en diversos matices suplementarios.
Sin lugar a dudas, todo conocimiento, todo ejercicio intelectual se construye en torno a una
coautoría forjada desde la imperiosa necesidad del Ser para justificar y justificarse sobre la
base de lógicas de sentido soportadas en la dialéctica existencial. Porque la vida, es una
particular coautoría desglosada en múltiples aspectos que van desde lo más íntimo a lo
determinantemente colectivo, subordinados a la complementariedad de las miradas, o más
bien de las lecturas, porque leemos para comprender; comprendernos al momento de
argumentar y poder apreciar en la simbolicidad, las magias y maravillas de la materia
significada en la pluralidad de los sujetos enunciantes en busca de la apropiación del mundo
bajo las certidumbres del enigma y la paradoja.
i
Doctor en Ciencias Humanas
Profesor Titular Universidad de Los Andes-Venezuela
Coordinador General Laboratorio de Investigaciones Semióticas y Literarias (ULA-LISYL)
Miembro Correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua. Correspondiente
de la Real Academia Española.
Blogspot: http://apuntacionessemioliterarias.blogspot.com/
Instagram: @hercamluisja

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