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*ALTRE POESIA NON TROVATE SU WUOLAH

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ


(MOGUER, HUELVA, 1881- SAN JUAN DE PUERTO RICO, 1958)
200. << Vino, primero, pura..>>
Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
Fastuosa de tesoros..
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
... Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda..
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
(Eternidad, 1918)
Análisis
En este poema Juan Ramón Jiménez expone su evolución poética y, según Florencio Sevilla y
Carmen Valcárcel, recurre para ello a una serie asociativa que le permite la identificación de dicha
trayectoria poética con las tres etapas de la vida de una mujer : infancia, adolesciencia y madurez y,
con los distintos vestidos que la adornan : la túnica de la inocencia, los ropajes de una reina y la
desnudez. Así el poeta va manifestando, respectivamente, primero el amor, después el odio y, por
fin, la pasión ante cada una de las tres etapas. Los primeros versos se refieren a sus poemas
adolescentes y en ellos elogia la sencillez, la inocencia y, tal vez, la ingenuidad. Después, en la
etapa modernista, los ropajes extraños, la carga excesiva de elementos ornamentales, sensoriales y
coloristas, que dieron opulencia a su poesía, le merecen ahora al poeta su desaprobación y
desprecio, hasta su odio. Es obligado, sin embargo, hacer notar que esta etapa modernista de Juan
Ramón Jiménez, aunque barroca y luminosa en la utilización del color, la adjetivación brillante y el
uso del alejandrino, nunca llegó, a pesar de sus palabras, a la fastuosidad y exuberancia de Rubén
Darío. Se trata siempre de un modernismo más moderado e intimista. Pero, al irse depurando su
obra poética, despojándose de adornos excesivos e inútiles, de nuevo comenzó a amarla, y este
amor se convierte en pasión cuando la eliminación retórica y ornamental es completa y la escritura
abandona lo accidental y llega a lo esencial que es la meta buscada y anhelada. Estamos, pues, en
esta última etapa, ante una poesía desnuda, de una gran sencillez expresiva, y en la que, además, se
elimina lo anecdótico para ceder paso a lo conceptual y emotivo, y ésa, dice el poeta, es la poesía
que él ama, la pasión de su vida, con la que se cierra definitivamente la historia de unas complejas
relaciones.
201. EL VIAJE DEFINITIVO
(poemas agrestes)
...Y yo me iré, Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará , mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico..
análisis
Es ésta una de las más bellas y conocidas composiciones de Juan Ramón Jiménez y pertenece a la
etapa modernista de su poesía, aunque, como puede observarse, nada hay en el poema de brillante o
fastuoso a la manera del primer Rubén, sino que más bien predomina el tono intimista y emotivo,
orientado a la confesión sentimental. En este momento, el poeta expresa el sentimiento nostálgico
de saber que un día desaparecerá y dejará de gozar las cosas bellas y naturales que constituyen su
sencilla y completa felicidad, sabiendo que ellas seguirán siempre iguales, pero sin él. Se
contrapone lo efimero de su existencia y la supuesta eternidad de la naturaleza: <<lo sucesivo de la
naturaleza renovada en contraste con la desaparición del hombre efimero>>. La misma rima
asonante en todos los versos constribuye al sentimiento de obsesión y pesadumbre; y el uso de los
epítetos -, verde árbol, pozo blanco, cielo azul y plácido, huerto florido y encalado- y las
repeticiones intensifican y resaltan la serena belleza de lo que permanece sin cambios, pero que el
poeta ya no gozará porque su propia muerte se lo habrá arrebatado. Es notable la relación con otro
poema del Juan, anterior y de tono marcadamente becqueriano.
202. PRIMAVERA AMARILLA
(poemas májicos y dolientes)
Abril venía, lleno
todo de flores amarillas:
amarillo el arroyo,
amarillo el vallado, la colina,
el cementerio de los niños,
el huerto aquel donde el amor vivía.
El sol unjía de amarillo el mundo,
Con sus luces caídas;
¡ay, por los lirios áureos,
el agua de oro, tibia!;
las amarillas mariposas
sobre las rosas amarillas.
Guimaldas amarillas escalaban
los árboles; el día
era una gracia perfumada de oro,
en un dorado despertar de vida.
Entre los huesos de los muertos,
Abría Dios sus manos amarillas.
(Poemas májicos y dolientes ,1911)
Análisis
Es posible que no haya en toda la lírica española un poema en la que campee de una manera tan
rotunda un solo color, como es el caso del amarillo en éste tan conocido de Juan Ramón. El
estadillo de la primavera, en el mes de abril, se expresa en el predominio total de ese color. Todo el
campo de ha tenido de amarillo, todo se ha vuelto amarillo, áureo, de oro, dórado, no sólo las flores,
sino tambíen el arroyo, el vallado, la colina y el huerto. La exaltación del amarillo prevalece en el
momento que el poerta ha elegido para fijar su mirada sobre el paisaje; el bajo sol de atardecer, con
sus luces caidas, lo unge todo, lo sacraliza, de luz dorada, incluso los blancos lírios y el agua
transparente. Y hasta parece que Dios mismo extendiera sus manos amarillas sobre las flores que
crecen en las tumbas del cementerio.
-
XLI
MAR (5 de febrero)
“Diario de un poeta recién casado”
Parece, mar, que luchas
—¡Oh desorden sin fin, hierro incesante!—
por encontrarte o porque yo te encuentre.
¡Qué inmenso demostrarte,
en tu desnudez sola
—sin compañera… o sin compañero
según te diga el mar o la mar—, creando
el espectáculo completo
de nuestro mundo de hoy!
Estás, como en un parto,
dándote a luz —¡con qué fatiga!—
a ti mismo, ¡mar único!,
a ti mismo, a ti sólo y en tu misma
y sola plenitud de plenitudes,
…¡por encontrarte o porque yo te encuentre!
Se trata de una composición lírica en versos endecasílabos y heptasílabos, con dos eneasílabos (vv.8 y 11).
Podemos considerarlo verso libre, si bien encontramos ciertas recurrencias en la métrica, con predominio de
metros clásicos (los de siete y once han sido profusamente utilizados, combinándolos, desde el Renacimiento).
Como se sobrepasan las doce sílabas, algunos lo llaman “verso libre medio”, más corto que el versículo. Pese
a no existir rima definida, como es propio de este tipo de versificación, encontramos algunas asonancias: vv.
2 – 4 (en ae), vv. 6 – 8 (en eo), vv. 11 – 13 (en ia), vv. 3 – 15 (en ee). El poema pertenece a “Diario de un
poeta recién casado”, de 1917, obra que marca la transición de su autor a una nueva etapa, a partir de
su experiencia oceánica y amorosa. En ella abandona las características del Modernismo: ya no
encontramos el léxico brillante, la adjetivación sensorial y los ritmos marcados, que ahora dejan paso a
una expresión más escueta, con mayor concentración conceptual y emotiva. También la métrica
comentada es característica del libro, al igual que la brevedad de las composiciones, como ocurre con la
que nos ocupa. Y en cuanto a los motivos temáticos, observamos la presencia del mar, un mar cambiante
que se convierte a menudo en reflejo del poeta, de su ansia de absoluto y belleza. El yo lírico habla con
ese mar al que en su trayecto, que presenta en forma de diario, observa con admiración. Le sorprenden
su plenitud, su capacidad creadora (vv. 4, 7-8, 14). El mar, omnipresente en el libro, simboliza la vida, la
soledad como forma de conocimiento, el gozo del poeta, el eterno tiempo presente, un universo que se modifica
y permanece a la vez. Nos habla también de sí mismo, de su obsesión por encontrar el mundo, por recrearlo
con el lenguaje (vv. 3 y 15, con un significativo cambio de entonación en ese último verso que manifiesta la
vitalidad con que abordará su objetivo intelectual y literario). La poesía se convierte en forma de
conocimiento y se identifica con la belleza, con la eternidad y la idea de absoluto. El mar se observa de
forma exaltada (véanse las exclamaciones retóricas), como forma cambiante que recoge en sí el mundo
en toda su amplitud. Como lo pone en contacto con la belleza y el universo, busca su identificación con él
(es la idea repetida en los versos 3 y 15). Si en la poesía anterior de Juan Ramón todo lo que cambia
suponía para el poeta melancolía, conciencia dolida de temporalidad, de acabamiento, ahora la mirada
es diferente, está llena de entusiasmo. Se ofrece una visión cósmica (v.8) del hombre y su mundo. La
identificación poeta-paisaje ya no es resultado de la nostalgia o la tristeza modernistas, sino de un
proceso intelectual, de observación y reflexión, que la alejan de representaciones sensoriales y
cromáticas de la naturaleza. Poemas como éste suponen el inicio de la época Intelectual, el camino hacia
la poesía pura, despojada de lo anecdótico y sentimental. El horizonte del poeta se dilata: hay un
descubrimiento de los objetos y los seres que se presentan a sus ojos como si fuesen nuevos. Juan Ramón se
preguntará en esta etapa por la realidad profunda que hay tras las cosas y, a través de su “Obra”, como él la
llamaba, irá descubriendo la eternidad en todo lo que muda, con lo que presenta su obra elementos propios del
vanguardismo novecentista con el que se le ha relacionado. Es la palabra la que crea el mundo, de ahí las
referencias a la forma de mencionar el mar (en masculino o en femenino): ...sin compañera o sin compañero /
según te diga el mar o la mar, creando / el espectáculo completo / de nuestro mundo de hoy. Conceptos como
desnudez, soledad, plenitud, inmensidad y creación son fundamentales en el texto, y encontramos
sustantivos, verbos y algunos adjetivos que a ellos nos remiten. El epíteto ha dejado de ser un recurso que
propicia matices sentimentales y coloristas; ahora rebasa lo anecdótico y muestra cómo se ha superado la
angustia por el paso del tiempo, el miedo a la muerte y a la desposesión que observábamos en libros anteriores
(incesante, inmenso, completo, único, sola). Comprobamos que no se trata de un texto retórico, si bien la
sencillez formal esconde una complejidad creciente del contenido. Además de los recursos citados
(exclamaciones, adjetivación conceptual), a Juan Ramón le bastan el símil (v. 10: como un parto), la anáfora
(a ti mismo), la correlación (compañera o compañero / el mar o la mar), el uso de polípote (plenitud de
plenitudes) o la modificación de una locución verbal (dándote a luz) para mostrar la identificación del mar con
su propia naturaleza infinita y cambiante al mismo tiempo, así como el ansia del poeta de participar en la
creación, de ser, como el mar, creador de sí mismo. Véase, asimismo, que los verbos están en presente, con lo
que se trasciende lo anecdótico y se hace universal. O en gerundio, para señalar lo que es constante y repetido.
En algún caso se emplea el subjuntivo (diga, encuentre), porque el anhelo de identificación y perpetuación no
se ha cumplido del todo (debemos esperar a su poesía “suficiente” o “verdadera” para hallarlo cumplido). En
conclusión, Juan Ramón se va aproximando, a través de una especie de neoplatonismo muy personal, a
la llamada poesía pura, “desnuda”, que superará del todo las limitaciones de los sentidos de sus
comienzos neobecquerianos y modernistas.
CLXXXIII (diario de un poeta recién casado)
NOCTURNO (17 de Junio)
Por doquiera que mi alma
navega, o anda, o vuela, todo, todo
es suyo. ¡Qué tranquila
en todas partes, siempre;
ahora en la proa alta
que abre en dos platas el azul profundo,
bajando al fondo o ascendiendo al cielo!
¡Oh, qué serena el alma
cuando se ha apoderado,
como una reina solitaria y pura,
de su imperio infinito!
Análisis
El misticismo, señala Otto, comienza por el sentimiento de una dominación universal invencible, y
después se convierte en un deseo de unión con quien así domina. Este poema sigue ya el lenguaje
de la mística en la etapa unitiva. Pero nótese que esta unión de Juan Ramón con las fuerzas
naturales es a la inversa que en la mística, pues el unvierso entero se le entrega al poeta que no
pierde identidad. Ese último párrafo es tan tentador. Nos habla del «Imperio del alma». Y si el alma
se apodera de su imperio (mi alma, tu alma y todas las almas) y ese imperio es infinito, ¿no son
todas las almas una sola, y todos los infinitos uno? Y si el alma reina en su imperio infinito, luego el
alma es infinita... Alma e infinito se funden.
-
EL NOMBRE CONSEGUIDO DE LOS NOMBRES
(dios deseado y deseante)
Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.
Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en ascua roja
con resplandor de ire inflamado azul,
en el ascua de mi perpetuo estar y ser;
ahora yo soy ya mi mar paralizado,
el mar que yo decía, mas no duro,
paralizado en olas de conciencia en luz
y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.
Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno y en un
dios.
El dios que es siempre al fin,
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El Dios. El nombre conseguido de lo nombres.
(Dios deseado y deseante, 1949)
Análisis
El tema de este poema es un tópico de Juan Ramón Jiménez: la búsqueda de la perfección poética.
En el poema, Juan Ramón Jiménez afirma haber encontrado esa perfección, a la que él llama Dios.
En las dos primeras estrofas, habla de todo lo que se ha esforzado el autor para conseguir hacer la
poesía perfecta. En la tercera estrofa, dice que ya ha llegado a esa perfección, y que ya ha cumplido
el objetivo de su vida, así que ya puede morir en paz. En la cuarta y la quinta estrofa, habla otra vez
de ese Dios de la poesía, afirmando que él lo ha creado y que, gracias a ello, su poesía es perfecta.
La obra literaria de Juan Ramón Jiménez consta de tres etapas: la etapa sensitiva, etapa de corriente
Modernista en la que se encuentra su más famosa obra Platero y yo; la etapa intelectual, de corriente
Novecentista, en la cual Juan Ramón Jiménez inicia su búsqueda de la sublimación poética y la
creación de una poesía pura y esquemática; y la etapa verdadera que va del año 1937 al 1958, y en
ella el autor publica, entre otras obras, Dios deseante y deseado (1947). En esta obra, en la que se
incluye el poema El nombre conseguido de los nombres, el poeta busca a Dios sin descanso, pero
ese dios no es una divinidad ni una persona externa, sino que se encuentra en el mismo poeta y en
su obra: un dios que promueve belleza, el dios de la perfección poética, incluso llega a identificarse
a sí mismo con ese dios. Este poema pertenece a la corriente novecentista. El mismo autor define su
estilo como “Sencillo. Lo conseguido con menos elementos, es decir, lo neto, lo apuntado, lo
sintético, lo justo. Por lo tanto, una poesía que puede ser sencilla y complicada a un tiempo…”. En
el novecentismo se vive una deshumanización del arte: se elimina todo sentimiento para lograr un
arte pulcro y puro, en el que se trata del hombre y de su inteligencia. El nombre conseguido de los
nombres es un poema de verso libre en el que predominan los versos de arte mayor
SOY ANIMAL DE FONDO
(dios deseado y deseante)
. «EN fondo de aire» (dije) «estoy»,
(dije) «soy animal de fondo de aire» (sobre tierra),
ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol
que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina
con su carbón el ámbito segundo destinado.
Pero tú, dios, también estás en este fondo
y a esta luz ves, venida de otro astro;
tú estás y eres
lo grande y lo pequeño que yo soy,
en una proporción que es ésta mía,
infinita hacia un fondo
que es el pozo sagrado de mí mismo.
Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.
En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, joven, mayor, y yo me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti.
Este pozo que era, sólo y nada más ni menos,
que el centro de la tierra y de su vida.
Y tú eras en el pozo májico el destino
de todos los destinos de la sensualidad hermosa
que sabe que el gozar en plenitud
de conciencia amadora,
es la virtud mayor que nos trasciende.
Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú,
para hacerme sentir que yo era tú,
para hacerme gozar que tú eras yo,
para hacerme gritar que yo era yo
en el fondo de aire en donde estoy,
donde soy animal de fondo de aire,
con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
mayor que todo el sueño
de eternidades e infinitos
que están después, sin más que ahora yo, del aire.
Análisis
En 1949, el escritor Juan Ramón Jiménez amplió su producción literaria a través de “Animal de
fondo”, una obra que aún mantiene intacta su capacidad de generar interés en sus más fervientes
admiradores. Este material pertenece a la llamada “etapa suficiente o verdadera” de la trayectoria
poética de Jiménez. Con su lanzamiento, el autor quebró un periodo marcado por la quietud y
renovó el interés de la crítica y los lectores. “Animal de fondo” es un libro que retrata la búsqueda
de Dios que inicia el también responsable de "Animal de fondo" no con el propósito de encontrar
una divinidad a quien adorar, sino para descubrir la causa y finalidad de la belleza.no di Como
complemento de esa propuesta, por ese tiempo el padre del burro Platero le dio forma a “Dios
deseado y deseante”, un trabajo en el cual su creador llega a identificarse con la deidad que tanto ha
perseguido. Como puede comprobar todo aquel que analice el contenido de la primera de las obras
mencionadas, en “Animal de fondo” predomina un lenguaje de perfil religioso que convierte a la
poesía en conciencia y logra fundir al tiempo con el espacio. (Dios deseado y deseante, 1949)

EL DESNUDO INFINITO (dios deseado y desante)


No, dios, no me deslumbres con relumbres, que yo no quiero que esta costumbre recargada de
historia acumulada dé relumbre. Déjame con mis ojos en lo mio, déjame con mi fuego del sol, mi
sol de cada día, carbón y luz de cada hora; con la luz de mi hierba verde; con el ansia de lo que
quiero contener y retener en mi mirada. No quiero exaltación de las eternidades, quiero mi
exaltación para llegar a las eternidades de mi día que corona la noche con su nada en sueño; esa
distancia quiero que es la noche, porque sin noche nada empieza, y yo quiero volver, volver, volver.
Me gusta esta distancia, fiel conciencia, en la que puedo realizar lo que yo soy y quiero; me basta
con la eternidad de una mirada que de su eternidad, y con el horizonte que esa mirada mía atrae con
su imán. Entre horizonte y ojo, está la eternidad que yo decía, el momento, el momento de eternidad
que tanto hice y quise; mis arenales, mis únicas eternidades. ( eternidad y no eternismo, la palabra
huera de los aficionados al teatro eterno). La eternidad es solo lo que concibo yo de eternidad, con
todos mis sentidos dilatados; la eternidad que quiero yo es esta eternidad de aquí, y de aquí con ella,
más que en ella, porque yo quiero, dios, que tú te vengas a mi espacio, al tiempo que yo te he
limitado en lo infinito, a lo que es hoy en lo infinito, a lo que tú eres de infinito; al fn de tanto vuelo
en lo imposible. Quiero tu nombre, dios, orijen nada más y fin; y no fin como término, sino como
propósito. Quiero, nombrado dios, que tú te hagas por mi amor esto que soy, un ente, un ser, un
hombre, y en una atmósfera de hombre, de lo que el nombre hombre significa (hombre con la mujer
que significa el nombre de mujer; los dos en uno, en una; y tu conciencia hermosa en ese uno de los
dos entre los dos). Amor de cada día y pan de cada día y luz de cada día; y sombra y paz de cada
noche; dos infinitos conseguidos, y todo hacia el futuro, al fin que dije tanto. Que la atmósfera tuya
quiera situar, con una luz o un fuego de aureola, cierta aureola no pintada, significado tu infinito; el
infinito solo, el infinito limpio, el desnudo infinito que puedo conseguir de ti y de mí.
Análisis
El poeta quería libertarse de los recursos visuales tradicionalmente asociados con la poesía, la
estrofa y la extensión del verso, los cuales, según él, no ayudaban al lector a entender mejor el verso
libre. En “El desnudo infinito” tuvo una primera versión en verso, titulada “No quiero exaltación de
las eternidades” y que data del final del 1948, y otra definitiva en prosa, que Juan Ramón Jiménez
fechó en 1950. Encontramos en este poema el fenómeno de prosificación que hemos visto respecto
a Espacio. Los poemas de Dios deseado y deseante y De ríos que se van escritos en verso libre
pueden ser analizados con el mismo modelo que hemos aplicado a los primeros versos de Espacio.
Para el poeta verso libre o verso desnudo es el verso sin rima, por eso dice de Espacio “una sola
interminable estrofa de verso libre mayor”. La aproximación de este amor como un amor no
posesivo es lo que hace que la relación del hombre con dios, o en el plano psíquico del yo con el sí
mismo, sea siempre una relación en la que como decía Jung: "se está siempre cerca y demasiado
lejos". Esta distancia con la que se percibe a dios desde el hombre, la misma que se percibe al self
desde el yo, es una distancia necesaria en la que unidad, completud o totalidad no es fusión ni
disgregación ni disolución. En "El desnudo infinito", una preciosa pieza de prosa poética, Juan
Ramón nos la describe como una distancia necesaria.
COMO TÚ, MI AMOR, MIRAS
Dios deseado y deseante (1948- 1953)
Buscándote, como te estoy buscando,
yo no puedo ofenderte, dios, el que tú seas;
ni tú podrías ser ente de ofensa.
Si yo te puedo, y yo lo sé que yo te puedo oír
todo el misterio que tú eres,
y tú no me lo dices como te lo pregunto,
yo no estoy ofendiéndote.
Y yo sé que te pienso
de la mejor manera que yo puedo y quiero,
en verdad de belleza,
belleza de verdad que es mi carrera.
Y si te pienso así,
yo no puedo ofenderte.
Gracias, te las doy siempre. ¿A quién las doy?
A la belleza inmensa se las doy,
que yo soy bien capaz de conseguir;
que tú has tocado, que eres tú.
Si la belleza inmensa me responde o no,
yo sé que no te ofendo ni la ofendo.
(Acaso la mentira, la duda de este mundo
está en la pobre lengua nuestra.
Si sólo nos pudiéramos mirar
como miras tú, dios, y tú, belleza, miras,
como tú, mi amor, miras,
lo sabríamos todo. )
Análisis
A fines de 1952 estaba terminado Dios deseado y deseante, según dijo a Ricardo Gullón; a quién le
leyó, el 24 de noviembre, un nuevo poema que era el último de Dios deseado y deseante. Se llama
éste Un dios en blanco, y quedó inédito hasta 1964. Habla en él de su deseo de volver a la fe, a la
inocencia de su niñez. Es un nostálgico abrirse de su alma al Dios primero, el de orijen. Ese dios,
pues, al que ahora se dirige no es de alguna religión determinada, sino sólo esa idea,sentimiento
vagoroso, en blanco, de un Dios intuido por él en su primera infancia. Tres semanas después, el 17
de diciembre de 1952, el mismo día dijo estar terminando la obra, le leyó también a Gullón otro
poema, “Si la belleza inmensa me responde o no”, que J.R Jimenez envió luego a la revista Poesía
Española, la cual lo publicó en el número de abril de 1953. Éste es realmente el último del libro. Así
lo indica su propio autor al escribir a mano, en dos de los varios originales, poco diferentes, que se
conservan las palabras Fin y Final. Se dirige al dios, que de nuevo escribe ahora con minúscola- de
la belleza inmensa- el cual no responde. Más el poeta espera. Escribe como excusándose, dando
anticipadas gracias, con voz conmovedora que es como una discreta súplica. Y lo que quiere ahora
no es mucho: sólo que la belleza vuelva para poder sentirse de nuevo encantando con ella. Ya no
hay- no volvió a haber ya nunca más después de 1950- exaltación de las eternidades. El eje del
poema, y la base de su encanto, es ese repetir con humildad : Búscandote, no puedo ofenderte; si tu
te callas, yo no estoy ofendiéndote, si te pienso como belleza, no puedo ofenderte.
*poesia desnuda : versos sin rima ni medida exacta, sin adjetivación sensorial. El poeta se funde
amorosamente con la naturaleza y desea un conocimiento profundo de las cosas, con un lenguaje
escueto y aparentemente simple.
Espacio

Decía Octavio Paz que Espacio de Juan Ramón Jiménez era “un monumento de la conciencia
poética contemporánea”. Ciertamente, este poema largo rebasa gran parte de la tradición poética
española del siglo XX y universaliza nuestra poesía conectándola con las corrientes literarias
modernas. Pero la maravilla de Espacio es además la de ser un texto que no se acaba nunca y
enriquece su misterio en cada lectura forjando nuevas líneas de interpretación. En este estudio
pretendemos definir esas líneas hermenéuticas distinguiendo entre “motivos” (mar, mujer, árbol,
pájaro, perro...), “asunto” (lo anecdótico del poema) y “temas” (elementos recurrentes como
tiempo-espacio, dios, conciencia y amor), que gravitan en torno a otro tema central: la conciencia
como conocimiento individual de uno mismo. La ingente producción literaria de Juan Ramón
Jiménez, aunque sometida a un constante proceso de revisión por parte del poeta, está toda ella
vehiculada por los mismos procesos existenciales y creacionales, por las mismas angustias vitales.
Por supuesto, una trayectoria creativa tan dilatada tuvo, inevitablemente, su propia evolución
creadora, pero el germen, las semillas, las preocupaciones y los temas están ya alumbrados en sus
primeros versos. Y es que el poema se articula a modo de flashes, de ideas, de imágenes, de
recuerdos -a menudo deslazados- con los que Juan Ramón nos quiere impresionar, nos quiere
adentrar en su mundo sensorial y anímico. Estas frases, estos versos que se repiten, actúan a modo
de nexos, de unión coherente en este fluir incesante de la conciencia interior. Espacio se articula a
modo de monólogo interior, a modo de fluir de la conciencia que expresa, a través del lenguaje
imperfecto de los hombres, el hallazgo universal de la eternidad. Esta eternidad solo puede
concebirse, a decir del poeta, en la metamorfosis cósmica.
Juan Ramón Jiménez: biografía en Espacio

El poema Espacio (1941), según palabras de Juan Ramón, fue compuesto en un momento de euforia,
devenido tras la superación de una crisis depresiva grave, debido a la cual tuvo que ser internado en
una clínica psiquiátrica durante meses. El poeta se encuentra al final de su vida; su obra, prácticamente,
está completada, aunque aún tendría que llegar un libro de la importancia literaria y de la talla
de Animal de fondo. Pero, en este momento, el de la composición del poema, lo que se produce es un
encuentro, tras la terapia, no solo con las cosas, con los objetos sino con la vida misma en su más
profunda significación, un encuentro vital y cósmico casi, que genera en Juan Ramón una
desconocida alegría. Aunque debemos leer el poema teniendo en cuenta este dato biográfico, no
podemos perder nunca de vista que el texto trasciende, incluso, las intenciones primeras de su autor
y se hace independiente.

Juan Ramón Jiménez: Tema del poema Espacio

Espacio, en la totalidad de los tres fragmentos que lo componen, refleja la tensión entre el
convencimiento de inmortalidad por parte del poeta y la certeza de la muerte corporal. Mientras que
el fragmento primero canta la alegría por esa unión cósmica, el tercero es consciente de la
transitoriedad del hombre. Entre ambos, el fragmento segundo actúa a modo de nexo, de unión, de
puente entre un mundo y otro.

Juan Ramón Jiménez: poema Espacio, estructura

Espacio es un poema estructurado en un solo bloque sin utilización del punto y aparte, las palabras
se encadenan unas con otras, las imágenes surgen unas de otras, las ideas se estructuran de manera
cíclica; una estructura cíclica que, tal como ha señalado Aurora de Albornoz, recae, sobre todo, en la
repetición de ciertas frases que actúan a modo de bisagras entre las distintas ideas, imágenes y
conceptos que se barajan en el texto. Estas frases, en ocasiones, son citas, autocitas, ecos de otros
versos del propio poeta o de otros escritores de los que, o bien Juan Ramón, reconoce su procedencia
en el propio texto, o bien, la obvia totalmente. Esta repetición (“Los dioses no tuvieron más sustancia
de la que tengo yo”, “Para acordarme de por qué he nacido, vuelvo a ti mar”, “Dulce como esta luz
era el amor”…) da a los diferentes fragmentos del poema una unión, una fuerte coherencia interna
que contrasta con el, aparente, desordenado y caótico fluir de la conciencia; ya que el
poema Espacio aspira a ser una especie de testamento vital y poético expresado en forma de
monólogo interior.

Prólogo y Fragmento primero


En el prólogo de “Espacio”, Juan Ramón apunta que siempre ha fantaseado con un poema “sin
asunto concreto, sostenido sólo por la sorpresa, el ritmo, el hallazgo, la luz”. En otro lugar, afirma
que “Espacio” nació “en una embriaguez rapsódica”, como “una fuga interminable”. Y -de nuevo
en el prólogo- aclara: “Lo que esta escritura sea ha venido libre a mi conciencia poética y a mi
espresión relativa, a su debido tiempo, como una respuesta formada de la misma esencia de mi
pregunta o, más bien, del ansia mía de buena parte de mi vida, por esta creación singular”. No sin
cierto eco órfico-pitagórico, afirma en el Fragmento primero: “Pasan vientos como pájaros, pájaros
igual que flores, flores soles y lunas, lunas soles como yo, como almas, como cuerpos, cuerpos
como la muerte y la resurrección; como dioses”. Juan Ramón escribe dios en minúscula,
distanciándose de la teología católica, que atribuye a Dios omnipotencia, providencia y
omnisciencia. “¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios, puede, ha podido, podrá
decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es?”. La insistencia en escribir dios en minúscula
retrasó la aparición de “Espacio” en España, pues en la inmediata posguerra la censura eclesiástica
oponía su veto a cualquier ejercicio de libertad, particularmente si se aplicaba a sus dogmas. ¿De
qué dios habla el poeta? ¿De un dios identificado con la conciencia interior, con un yo romántico
hipostasiado como suprema objetivación del espíritu? ¿De un dios que se confunde con la
naturaleza? ¿Estamos ante una interpretación panteísta de la divinidad? Juan Ramón no se baña en
las aguas de la exasperación romántica, con su subjetividad exacerbada. Tampoco se adhiere al
credo panteísta. El dios al que alude es un absoluto al que se accede mediante la contemplación
y la experiencia interior. Un absoluto inmanente, que deviene y crece con la cosecha del tiempo.
Un absoluto que reúne la identidad y la alteridad, lo uno y lo múltiple. Es un absoluto que nos hace
salir de nosotros mismos y regresar con la conciencia iluminada por un chispazo de logos. Logos
que no es razón cartesiana, instrumental, sino razón poética, que funde lo central y lo periférico, la
subjetividad y la otredad. Pese a que Juan Ramón aseguró haber visto “en lo místico panteísta, la
forma suprema de lo bello”, su intimismo -que convoca al yo con su inevitable historia- siempre
apunta al otro, al “hombre hermano”. El dios intuido por el poeta es la fuente de “esa esperanza
májica” que llamamos eternidad. No se refiere a la eternidad anunciada por la iglesia católica, con
la que rompió en 1917, sino a una eternidad que suma y no resta, “la suma que es el todo y no
acaba”. La eternidad vive. No es algo inmóvil y, menos aún, un bucle. El círculo que fascina al
poeta no esconde el eterno retorno, sino una apertura. La eternidad es suma, pero la suma no es
cantidad, sino amor. La eternidad no es duración ilimitada (“grande es lo breve”), sino abundancia,
profusión. Sólo podemos entender la naturaleza de lo eterno mediante imágenes, como el mar,
quizás la metáfora más poderosa del segundo Juan Ramón: “Para acordarme de por qué he nacido,
vuelvo a ti, mar”. La eternidad es un ideal y la conciencia finita no puede vivir sin ideales:
“Hombres, mujeres, hombres; hay que encontrar el ideal, que existe”. Mirando hacia tras, rectifica:
“No, no era todo menos, como dije un día, ‘todo es menos’; todo era más, y por haberlo sido, es
más morir para ser más, del todo más”. La fecundidad de la muerte, que añade y no resta, revela la
verdadera dimensión del presente: “¡Sí, todo, todo, ha sido más y todo será más! No es el presente
sino un punto de apoyo o de comparación, más breve cada vez; y lo que deja y lo que coje, más,
más grande”. El presente no es algo desdeñable, sino un milagro sucesivo, una teofanía en progreso.
Con sensibilidad franciscana, Juan Ramón Jiménez celebra el canto de un pájaro: “¡Cómo te llamo,
cómo te escucho, cómo te adoro, hermano eterno, pájaro de la gracia y de la gloria, humilde,
delicado, ajeno; ánjel del aire nuestro, derramador de música completa!”. Para comprender, no hay
que elaborar conceptos. Para comprender, hay que cantar y amar. “Pájaro, amor, luz, esperanza;
nunca te he comprendido como ahora; nunca he visto tu dios como hoy lo veo, el dios que acaso
fuiste tú y que me comprende”. Juan Ramón finaliza el Fragmento primero con optimismo
dionisíaco: “¡Qué regalo de mundo, qué universo májico, y todo para todos, para mí, yo! […]
Todo es nuestro y no se nos acaba nunca! ¡Amor, contigo y con la luz todo se hace, y lo que haces,
amor, no acaba nunca!”. Podemos vislumbrar la eternidad en “la presencia concreta” de las
“imájenes de amor”. Esa presencia está al alcance de todos, pero sólo la percibe el poeta -y poeta es
todo hombre que reconoce la belleza absoluta. “Suma gracia y gloria de la imajen”, escribe Juan
Ramón. La imagen no es algo efímero o imposible, sino la verdad profunda del ser.
No es casual que Juan Ramón Jiménez colaborara durante su exilio con Orígenes, la revista fundada
por José Lezama Lima. Ambos poetas concebían al hombre como un ser para la eternidad, pero con
una importante diferencia: Lezama creía en la resurrección del cuerpo y el alma; Juan Ramón, en
cambio, sólo esperaba una inmortalidad impersonal, que podíamos intuir al descubrir el rumor del
universo en nuestro interior, con su espacio, su tiempo y su luz, expandiéndose como una
interminable obertura. En cualquier caso, el camino hacia la eternidad pasa necesariamente por
la poesía, que convierte el pasado -aparentemente inerte- y el futuro -aún inexistente- en luminosa
presencia.

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