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LOS HECHOS EN LA DEMANDA

Autor:
Colerio, Juan Pedro

Cita: RC D 1981/2012

Tomo: 2004 1 Demanda y reconvención.


Revista de Derecho Procesal

LOS HECHOS EN LA DEMANDA

Desarrollar el tema de los hechos en la demanda implica necesariamente referirse, como previo, al conflicto
suscitado en el plano de la realidad que va a dar lugar a esa demanda y, como consecuencia, a los efectos que
en la posterior etapa probatoria y finalmente en la definición de la sentencia tendrá este relato de los hechos. El
proceso judicial, como modo heterocompositivo de solución de conflictos, es un sistema adversarial en el que las
partes confrontan para que el juez forme así su convicción, y, en base a ella, adjudique al final la solución.
Salvo casos muy excepcionales, en los que se plantea un problema de interpretación o de aplicación de una
norma, tanto el relato de los hechos en la demanda como la producción de la prueba y la sentencia del juez giran
alrededor de los hechos generadores del conflicto. En el sistema nacional, el proceso civil básicamente es un
método de debate escrito, a excepción de las audiencias de prueba que son orales pero volcadas por escrito en
actas.
Si tuviéramos que dividir el proceso civil de conocimiento en etapas, conforme al actual sistema del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación, tendríamos:
1) La instrucción, en la que cada parte aporta los hechos y ofrece la prueba;
2) la conciliación y saneamiento, cuando en la audiencia preliminar el juez intenta conciliar a las partes, fija los
hechos controvertidos que sean conducentes a la solución del conflicto, declara la admisibilidad de los medios de
prueba específicos para probar los hechos fijados, provee la prueba admitida y, si fue oportunamente ofrecida y
declarada admisible, en ese mismo acto toma a las partes la absolución de posiciones;
3) la etapa probatoria, en la que se producen todas las demás pruebas admitidas;
4) la etapa en la que el juez clausura la etapa anterior y las partes en el proceso común u ordinario pueden
alegar sobre la prueba producida, y, por último;
5) la etapa decisoria, que comienza con el llamado de autos para dictar sentencia, acto del tribunal que sustrae el
expediente del acceso a las partes y el juez adjudica la solución al conflicto en resolución fundada.
Salvo el acto de iniciación del proceso que abre la instancia, llamado demanda, y la sentencia definitiva, que
pone fin al proceso, todas las demás etapas intermedias son eventuales y, por tanto, pueden no existir, como
sucede, por ejemplo, en el llamado proceso en rebeldía.
El sistema procesal civil prevé, en consecuencia, una serie de pasos o etapas a cumplir, y es carga de las partes
transitarlas o abstenerse, a riesgo de sufrir las consecuencias, en el supuesto de optar por esta última actitud
omisiva.
La secuencia progresiva con que los ordenamientos procesales determinan que cada acto sea antecedente del
que le sigue y consecuencia del que lo antecede hace a un desarrollo lógico del debate, garantiza la defensa en
juicio y torna previsible la proyección de la secuencia.
Todo este esquema, pautado por normas jurídicas, tiene por fin que mediante el enfrentamiento de las partes, lo
que determina su forma adversarial, el juez forme su convicción y así adjudique la solución que dirima el conflicto
humano, de acuerdo a las previsiones legales vigentes.
Es por ello que el objeto del proceso judicial es, en realidad, la solución del conflicto, entendido éste como la
interferencia intersubjetiva de intereses (Cossio), tanto patrimoniales como extrapatrimoniales, que no ha podido
ser compuesta por los mismos protagonistas, y uno de ellos, entonces, lo somete a la jurisdicción, para que en
ésta, después de un proceso contradictorio, un tercero imparcial e independiente llamado juez le adjudique la
solución.
El conflicto, entonces, es el que da lugar a la existencia del proceso, y se produce en lo que podríamos
denominar la realidad empírica. Cuando el actor inicia la demanda y abre la instancia comienza el litigio, y

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cuando el demandado comparece y contradice aparece la controversia. En consecuencia, puede haber conflicto
y nunca llegarse al litigio; como también pueden coexistir conflicto y litigio y no haber controversia, como sucede
en el proceso en rebeldía, en el que la falta de controversia no le quita al proceso el carácter de contencioso. En
cambio, la existencia de controversia presupone siempre la de litigio y conflicto.
Con lo dicho hasta ahora, fácil es concluir que la solución de un conflicto irresuelto es la causa y razón de la
existencia del proceso judicial.
De allí que el objetivo que siempre debe estar presente en todos y cada uno de los operadores jurídicos es la
búsqueda de esa solución que demandan los justiciables.
Cuando en el inciso 4° del artículo 330 del CPCCN, referido a la forma que debe guardar la demanda, se
menciona: "Los hechos en que se funde, explicados claramente", nos preguntamos: ¿A qué hechos se refiere?
Los hechos ya han sucedido, el conflicto se generó y no fue posible su autocomposición. De allí que los llamados
hechos en la citada norma, en realidad, son el relato de los hechos pasados que dieron origen al conflicto, traídos
por las partes, los que deben ser explicados claramente. Esta imposición legal inscribe a nuestro proceso civil
entre aquellos que siguen el principio de sustanciación de los hechos en los escritos introductorios.
Pero el relato de los hechos formulado en la demanda es redactado por el abogado del actor, en base al relato
que, a su vez, recibe de su cliente, al que, además, debe darle la forma necesaria para que quede comprendido
en la norma que favorece los intereses de su defendido, omitir los hechos que lo perjudican y contar con las
fuentes y los medios probatorios de esos hechos que va a invocar.
Esta comunicación cliente-abogado tiene un emisor, un receptor, un canal, un código y un mensaje [1],
relaciones témporo-espaciales, condiciones psicofísicas de cada uno de ellos y niveles culturales que
condicionan el sentido del mensaje y sus sucesivas transmisiones. También el abogado debe tener presente,
cuando va a formular su versión de los hechos, la posibilidad de que el juez, en la audiencia preliminar, cumpla
con el deber que le impone el inciso 3° del artículo 360 del CPCCN: "Oídas las partes, fijará los hechos..." Esto
es, para fijar los hechos el juez debe primero escuchar el relato de cada parte referido a cómo se originó el
conflicto. Y allí, en consecuencia, puede quedar en evidencia cualquier distorsión introducida por el abogado, sea
por incapacidad o mala fe, esto es: o porque no supo recabar o receptar adecuadamente el relato del cliente, o
porque lo modificó de tal manera que aparece en contradicción con las manifestaciones que el cliente hace al
juez en la citada audiencia.
Esto nos lleva a destacar la importancia de las entrevistas previas cliente-abogado, donde, por supuesto, juegan
todos los componentes de la comunicación y, en particular, el conocimiento y la percepción del abogado para
captar lo esencial del conflicto, preguntar lo necesario y evaluar las dificultades del emisor, la coherencia del
relato y las eventuales distorsiones en la transmisión de datos.
Una vez que el abogado ha recibido toda la información necesaria, lo primero que ha de evaluar es la existencia
de "caso justiciable". Esto es, primero, si el planteo fáctico tiene sustento jurídico y, después, si amerita someter
su solución a la jurisdicción con todos los costos de esfuerzos, dinero y tiempo que ello implica, o buscar otros
modos alternativos de solución. Aquí, el consejo del abogado debe tener en cuenta los intereses del cliente y no
sucumbir a la tentación de iniciar el proceso para asegurarse así una etapa de honorarios; por eso, nunca ha de
perderse de vista el carácter de servidores de la justicia que tienen jueces y abogados [2]. También es cierto que,
en particular, en nuestra cultura, no son reconocidas las habilidades negociadoras de los profesionales que
llevan a una pronta solución el conflicto, por ejemplo, cuando ello se logra en la etapa de mediación, y esto
ocurre porque, en realidad, el principio rector en la materia debiera ser el inverso: cuanto más rápido logra el
abogado solucionar el conflicto de su cliente, mayor debiera ser el reconocimiento económico, desde que la
duración del proceso judicial siempre termina con la insatisfacción del justiciable, aun para la parte vencedora,
sea porque el tiempo transcurrido le ha hecho perder interés en la cuestión, o porque los gastos y honorarios que
debe afrontar lo llevan al convencimiento del mal negocio que fue meterse en un pleito.
Volviendo al relato de los hechos, en cuanto a su forma, el mismo debe tener la misma estructura que la de un
cuento, esto es, una introducción al problema, un desarrollo y un cierre o conclusión. La introducción permite la
ubicación témporo-espacial de la historia, el cuándo y dónde ocurrieron los hechos, quiénes fueron los sujetos
involucrados y la vinculación concertada o accidental que los relaciona. El desarrollo es una cronológica
descripción del comienzo al final de los acontecimientos que desembocaron en el conflicto. Por último, el cierre o
conclusión configura la culminación lógica de todo lo anterior, esto es, de la lectura de la introducción y del
desarrollo, racional y naturalmente debe llegarse a ese desenlace.
El relato de los hechos no debe ser largo ni corto, sino suficiente y completo para describir la cuestión que se va
a someter al tribunal. El lenguaje a utilizar ha de ser sencillo, no alambicado, con claridad de exposición, sin
contradicciones y relatado de manera descriptiva, en la medida de lo posible, sin subjetivar ni adjetivar

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excesivamente. La agresividad no es buena consejera y predispone en contra de quien la utiliza.
Otro de los efectos del relato de los hechos en la demanda es que fijará la competencia del juez que va a
intervenir, desde que, conforme lo dispone el artículo 5° del CPCCN: "La competencia se determinará por la
naturaleza de las pretensiones deducidas en la demanda y no por las defensas opuestas por el demandado..."
También conviene aclarar que el capítulo llamado "De los hechos en la demanda" debe autoabastecerse. Esto
es, las circunstancias fácticas que generaron el conflicto y el posicionamiento de las partes frente a él deben ser
descriptas en su integridad y no son reemplazables por remisiones a documentos o a otras actuaciones. Y ello es
así porque el artículo 356 del CPCCN, en el inciso 1°, pone en el demandado la carga de "Reconocer o negar
categóricamente cada uno de los hechos expuestos en la demanda...", y más adelante, al referirse a los
documentos, establece que la carga del demandado es sólo pronunciarse sobre la autenticidad de los
documentos que se le atribuyen. Vayamos a un ejemplo: si el actor reivindica la patente de la modificación en
una maquinaria, la que le ha sido copiada por el demandado, y en su demanda se limita a manifestar que se trata
de la modificación descripta en el expediente que acompaña, de inscripción en el Registro de Propiedad
Industrial, coloca al demandado en situación de indefensión, desde que su carga es sólo la de reconocer o negar
cada uno de los hechos expuestos en la demanda y no la tiene, en cambio, respecto de documentos que no se le
atribuyen.
Yendo ahora al contenido del relato de los hechos en la demanda, el abogado debe considerar cuatro elementos
esenciales para tener posibilidad de obtener una sentencia favorable y ellos son:
1) Encontrar la norma aplicable;
2) tener las pruebas que puedan formar la convicción del juez;
3) contar con los antecedentes jurisprudenciales que avalen su posición, y
4) poder establecer la correspondencia entre el relato de los hechos y la realidad empírica de lo sucedido.
Veamos cada una de estas cuestiones. Ya dijimos, al mencionar la evaluación que debe hacer el abogado para
determinar si tiene un caso justiciable, que el conflicto debe tener trascendencia jurídica, esto es, que la conducta
del demandado en la conformación de la disputa debe constituir un hecho o acto ilícito encuadrable en una
norma que lo sancione. De allí que exista una directa vinculación entre los incisos 4° y 5° del artículo 330 del
CPCCN. Esto es, cuando en el segundo inciso del artículo el legislador menciona: "El derecho expuesto
sucintamente...", está haciendo referencia a la norma o normas que comprenden la situación fáctica del caso. Y
este encuadre de los hechos en la norma debe surgir explícita o implícitamente del relato de los hechos de la
demanda, por lo que el abogado al describir la situación fáctica del conflicto lo ha de hacer en forma tal que si
prueba que los hechos ocurrieron tal como los relató, la aplicación de la norma favorable a los intereses de su
cliente será aplicada por el juez al dictar la sentencia. Si bien por el principio iura novit curia el juez no se
encuentra vinculado por el derecho invocado por la parte, es aconsejable un encuadre correcto del abogado del
hecho en la norma, tanto para facilitar la tarea del juez como para inducirlo a aplicar esa norma que favorece su
posición.
La segunda cuestión es la referida al cuidado que ha de tener el abogado respecto de los hechos que incluye en
su relato, desde que la negativa o contradicción que respecto del hecho formule el demandado pondrá en su
cabeza la carga de probarlo, siempre y cuando ese hecho sea admitido por el juez en la audiencia preliminar
porque lo considera conducente para la solución del conflicto. La modificación que la ley 25.488 introdujo en el
artículo 333 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, cuando dispone que toda la prueba ha de
ofrecerse en los escritos introductorios, alteró sustancialmente el trámite del proceso ordinario, desde que en la
versión anterior del Código sólo se acompañaba a la demanda la documental y el resto de la prueba era ofrecido
cuando, después de trabada la litis, se abría la causa a prueba, situación que permitía, a ambas partes, ofrecer
sólo prueba de los hechos sobre los que había contradicción. Ahora, en cambio, mientras el actor tiene la carga
de ofrecer toda la prueba con la demanda, ignora cuál o cuáles hechos serán admitidos o cuáles negados
categóricamente por la contraria en su contestación. Es aconsejable entonces ofrecer prueba sobre todos los
hechos invocados y esperar la audiencia preliminar para que el despacho saneador del juez libere la carga de
probar, respecto de los hechos que fueron admitidos y de los inconducentes, y entonces sí quedará
definitivamente fijado el thema decidendum y sólo respecto de él se producirán las pruebas.
De allí que el relato de los hechos debe ser lo suficientemente persuasivo, pues si bien, como reiteradamente se
afirma, son las pruebas las que forman la convicción del juez, la persuación y la coherencia en la narración de la
plataforma fáctica, valoradas con sana crítica, son elementos que coadyuvan al juzgamiento bajo las reglas de la
lógica y la aplicación de las máximas de la experiencia.
Recordemos también que con la interposición en la demanda queda fijada definitivamente la posición del actor
respecto a los hechos del conflicto, la que no podrá cambiar ni alterar en el futuro sin infringir la doctrina de sus

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propios actos.
En cuanto a la tercera cuestión, es importante realizar una investigación previa sobre la jurisprudencia existente
en casos similares al nuestro, empezando por averiguar si hay fallos plenarios dictados en la materia y, en
especial, buscar las posiciones compatibles en fallos de la Corte y de la Cámara de Apelaciones que intervendrá
como Superior, enfocando así el desarrollo de los hechos con los parámetros que la jurisprudencia ha adoptado y
que coinciden con nuestra postura.
La cuarta y última cuestión está relacionada con la pregunta de si es posible en el proceso judicial verificar la
correspondencia entre el relato de los hechos y la realidad de lo ocurrido, partiendo de la base de que "los
enunciados fácticos se conciben como descripciones de hechos que tienen una existencia independiente de esos
enunciados; es decir, los enunciados fácticos proporcionan información sobre los hechos, no los constituyen: la
pretensión de quien los formula es referirse a una realidad externa" [3]. En general, la doctrina procesal
tradicional se ha definido un tanto dogmáticamente respecto a esta cuestión, considerando que en el proceso
civil se arriba a una verdad formal, mientras que en el penal se llega a la verdad material.
La variedad de teorías referidas a la posibilidad o no de llegar a la verdad a través del proceso son muchas y sus
aportes vienen, en general, de la Filosofía del Derecho. Es también aceptada la imposibilidad de obtener una
verdad absoluta, esto es, que sea viable de reconstruir en el proceso la exacta situación de hecho que provocó el
conflicto. Sí, en cambio, existen posturas que sostienen que perseguir la verdad de los hechos es irrelevante para
el proceso judicial [4]. Otra teoría moderna llega a esta misma conclusión, fundada en la aplicación de métodos y
modelos semióticos a los problemas jurídicos. Como sostiene Taruffo [5], "en esta línea de trabajo se privilegia el
aspecto lingüístico de estos problemas [...] esto implica que el proceso es considerado como un lugar en el que
se producen diálogos y se proponen y elaboran narraciones y es, por tanto, estudiado desde el punto de vista de
las estructuras lingüísticas y semióticas de esos discursos". En todas estas teorías lo importante es la forma y la
coherencia de la narración, que debe tener cohesión y consistencia, pero escinden el discurso de la realidad
empírica y no se ocupan de la búsqueda de correspondencia entre ambas. La verdad sería entonces la ausencia
de contradicción. Lo que sucede es que en el proceso judicial pueden coexistir dos versiones igualmente
coherentes sobre un mismo hecho, apareciendo entonces la contradicción, atento a que ambas, al excluirse, no
pueden ser tenidas como verdaderas.
La verdad, como correspondencia de las proposiciones descriptivas con la realidad empírica de esos hechos,
entendidos como eventos del mundo real, no puede ser considerada, en este estado de la ciencia, como absoluta
u objetiva, sino que lo que se puede alcanzar son distintos grados de probabilidad sobre cómo ocurrieron los
hechos relatados, por lo que podría decirse que "en los planteamientos más reflexivos de la actualidad, se
aprecia una tendencia a concebir el juicio de hecho como la elección de la hipótesis racionalmente más atendible
entre las distintas reconstrucciones posibles de los hechos de la causa; en consecuencia, la verdad de los
hechos nunca es absoluta, sino que viene dada por la hipótesis más probable, o sostenida por mayores
elementos de confirmación" [6].
Dentro de las teorías que admiten la probabilidad de correspondencia, básicamente han de distinguirse la
cuantitativa, cuyo origen se ubica en Pascal, y la lógica, que parte de elaboraciones de Bacon.
La teoría cuantitativa, para establecer el grado de probabilidad, establece que ésta es la medida de la
incertidumbre de un fenómeno del que no se puede predicar la falsedad (o inexistencia), ni la verdad absoluta (o
existencia). La probabilidad indica una característica de los fenómenos del mundo real; en especial, indica la
frecuencia con la que un cierto hecho se verifica dentro de una clase o serie de fenómenos. Su principal referente
es el Teorema de Bayes y sus aplicaciones. Se trata de la probabilidad estadística que puede tener alguna
aplicación judicial, pero que no parece ofrecer por sí misma un modelo general apreciable de razonamiento
probatorio [7].
La probabilidad lógica, en cambio, tiene como característica fundamental que no busca la determinación
cuantitativa de las frecuencias correspondientes a clases de eventos, sino racionalizar la incertidumbre
correspondiente a la hipótesis sobre un hecho, reconduciendo su grado de fundamentación al ámbito de los
elementos de confirmación (o de prueba) disponibles con relación a esa hipótesis. En otras palabras, trata de
explicar cómo puede fundamentarse una generalización sobre la inducción a partir del conocimiento de un cierto
número de casos particulares [8].
Actualmente se está trabajando, siempre dentro de la idea general de la probabilidad como relación lógica, en la
metodología de la evidencia y la inferencia, para cualquier tipo de problema consistente en delimitar la
aceptabilidad de la hipótesis sobre la base de los respectivos elementos de confirmación [9].
Este somero análisis sobre la relación de los hechos con las pruebas, desde esta particular óptica, no tiene otra
pretensión que la de crear una inquietud o un punto de partida para su reflexión y aplicación en la teoría procesal.

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Para finalizar, somos conscientes de que abarcar la totalidad del tratamiento de los hechos en la demanda es
una tarea que excede a este artículo de la Revista, y solamente hemos querido compartir con el lector algunos
puntos de vista, no siempre tratados en la doctrina procesal, con la intención de enfocar al proceso como uno de
los modos de solución de los conflictos de la gente, a cuyo servicio estamos tanto abogados como jueces.

[1]Ver FALCÓN, Enrique M., Procesos de conocimiento, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2000, t. I, quien dedica todo
el Cap. III de esta obra a la comunicación y el proceso.[2]Poco ha trabajado la doctrina sobre los conflictos de
intereses que pueden suscitarse entre abogado-cliente. Sin embargo, éstos son varios y ocurren con más
frecuencia de lo deseable, por ejemplo cuando es el abogado quien impide el acuerdo transaccional en una
mediación o una conciliación, o cuando inicia incidentes innecesarios o inviables, al solo efecto de generar
honorarios. Gran parte de la responsabilidad de que esto suceda la tienen los magistrados, y muchas veces pasa
que, cuando los tribunales inferiores imponen sanciones, los superiores las revocan, persistiendo así estas
anomalías o desviaciones.[3]GASCÓN AVELLÁN, Marina, Los hechos en el Derecho, Marcial Pons, Madrid,
1999, p. 65.[4]CARNELUTTI, Francesco, La prueba civil, 2 ' ed., Depalma, Buenos Aires, 1982, p. 21, cuando
sostiene que "...el proceso de búsqueda sometido a normas jurídicas que constriñen y deforman su pureza
lógica, no puede en realidad ser considerado como un medio para el conocimiento de la verdad de los hechos,
sino para una fijación o determinación de los propios hechos, que puede coincidir o no con la verdad de los
mismos y que permanece por completo independiente de ellos".[5]TARUFFO, Michele, La prueba de los hechos,
Trotta, Madrid, 2002, ps. 51 y ss.[6]GASCÓN AVELLÁN, ob. cit., p. 45.[7]TARUFFO, ob. cit., p.
193.[8]TARUFFO, ob. cit., ps. 223 y ss.[9]TARUFFO, ob. cit., p. 239.

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