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Armada Invencible

La Grande y Felicísima Armada

Parte de Guerra anglo-española de 1585-1604

Travesía de la armada castellana

Fecha 12 de julio-23 de septiembre de 1588

Lugar Canal de la Mancha, mar del Norte,


costas de Escocia e Irlanda

Coordenadas 50°10′00″N 4°15′42″O

Resultado Estratégicamente indeciso1

Beligerantes

Inglaterra Monarquía Hispánica


Provincias Unidas • Italia española
• Portugal bajo la
Casa de Austria

Figuras políticas

Isabel I de Inglaterra Felipe II de España

Comandantes

Charles Howard Alonso Pérez de


Francis Drake Guzmán el Bueno y
Walter Raleigh Zúñiga (VII duque de
John Hawkins Medina Sidonia)
Martin Frobisher Alejandro
Lord Henry Seymour Farnesio (III duque de
William Winter Parma)
Juan Martínez de
Recalde
Miguel de Oquendo
Martín de
Bertendona
Pedro de Valdés

Fuerzas en combate

197 navíos2 154 navíos2


34 navíos de guerra2 20 galeones2
163 navíos mercantes 44 navíos mercantes
armados2 armados2
60 navíos de las Provincias 4 galeazas napolitanas2
Unidas (bloqueo de 4 galeras portuguesas2
puertos)2
23 urcas2
1972 cañones23
22 carabelas2
15 925 hombres2
15 pinazas2
22 pataches2
11243-24312 cañones
8050 marineros2
19 000 soldados2 (17 000
españoles y 2000 portugueses)
2088 remeros2

Bajas

Ningún barco perdido4 Plymouth:


604-1005 muertos por 7 muertos y 31 heridos6
combate Portland Bill:
2000 muertos por 50 muertos y 70 heridos4
enfermedad4 Isla de Wight:
3000 muertos por 50 muertos y 70 heridos6
intoxicación alimentaria5
Gravelinas:
1 barco hundido67
~1400 bajas6
Canal de la Mancha:
7 barcos perdidos8
Total:
35 barcos (2 hundidos
en combate)
20 000 muertos (1500 en
combate)

Armada española de
La Grande y Felicísima
intervención en Irlanda
Armada→
(1596)

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La Grande y Felicísima Armada de 1588, también denominada Gran Armada o Armada


Invencible (esta última por los ingleses de modo sarcástico), fue una expedición militar marítima
que, tras el triunfo en la Batalla de Lepanto y la consolidación del poder español en Europa, fue
planificada por el monarca español Felipe II para destronar a su contraparte Isabel I e
invadir Inglaterra. El ataque que llevó a cabo ocurrió en el contexto de la guerra anglo-española de
1585-16049, y aunque fracasó, la guerra se prolongó dieciséis años más y terminó con el Tratado de
Londres de 1604, favorable a España.10
Felipe II decidió articular el ataque conjuntamente y de manera compleja desde los puertos del litoral
atlántico español (de Andalucía a Guipúzcoa pasando por Portugal —desde donde zarpó el grueso
de la flota—, Galicia, Asturias, Santander y Vizcaya; y desde las posesiones españolas en los
actuales Países Bajos). Se armó una gran flota en puertos españoles que recibió el nombre
de Grande y Felicísima Armada. Las naves enviadas desde la península ibérica participarían en el
combate, mientras que las fuerzas españolas que salieran simultáneamente desde los Países Bajos,
con los Tercios de Flandes, se encontrarían entre el canal de la Mancha y el mar del Norte con las
que habían partido de la Península, con el objetivo de desembarcar en Inglaterra.11 Esta invasión no
pretendía la anexión de las islas británicas al Imperio español, sino la expulsión de Isabel I del trono
inglés, y respondía a la ejecución de María Estuardo, a la política antiespañola de piratería y a
la guerra de Flandes.12 Debía gobernarla el almirante de Castilla Álvaro de Bazán, marqués de Santa
Cruz, pero falleció poco antes de la partida de la flota, y le sustituyó a toda prisa Alonso Pérez de
Guzmán (VII duque de Medina Sidonia), grande de España. Estaba compuesta por 137 barcos que
zarparon de Lisboa, y de ellos, 122 barcos entraron en el canal de la Mancha.13
Las turbulentas condiciones meteorológicas en el mar causaron el naufragio de muchas naves. Sin
embargo, 87 barcos -unas dos terceras partes de la flota- regresaron a España 13 sin haber cumplido
su misión de derrotar a las fuerzas inglesas y de favorecer el ataque desde Flandes.1415 En 1589
Inglaterra llevó a cabo una expedición militar para destruir los barcos españoles que estaban siendo
reparados en La Coruña, Santander y San Sebastián, así como para iniciar una insurrección
antiespañola en Lisboa. Esta expedición fue conocida como Contraarmada y también supuso un
fuerte fracaso en sus objetivos.16

Antecedentes[editar]
En 1558 el Imperio español se extendía por América y Filipinas, además de haberse anexionado los
territorios del Imperio portugués por derechos sucesorios. El interés de España por Inglaterra era
geopolítico, al ser un reino de importancia que podría ser un perfecto paraguas para sus posesiones
en los Países Bajos frente a ataques franceses o rebeliones protestantes.
Felipe II contrajo matrimonio con la reina católica de Inglaterra María I, de modo que el hijo que
tuvieran pudiera reinar en España y en Inglaterra. María I, a instancias de su consorte, Felipe II,
comenzó a construir una armada inglesa moderna, bautizando al primer barco como Felipe y
María en conmemoración de su casamiento. María I falleció en 1558 sin dar a Felipe II un heredero,
lo que llevó a la hermanastra de María, la reina Isabel I de Inglaterra, a acceder al trono. Isabel
comenzó a reinstaurar la reforma anglicana en Inglaterra y Felipe II intentó detener el proceso y
asegurarse la alianza con Inglaterra, proponiéndole matrimonio a la que fuera su cuñada, proposición
que fue rechazada.17
Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra convivieron de manera pacífica durante su primera
década de reinado. A la postre, España había sufrido constantes ataques en sus colonias de
ultramar y de sus barcos mercantes por parte del pirata John Hawkins y de su primo Sir Francis
Drake, que actuaban con expediciones financiadas por Isabel I, pero sin perder su condición de
piratas y tratantes de esclavos africanos. En 1568 Hawkins y Drake, practicaban su actividad
corsaria en las costas del Nuevo Mundo, pero en una tormenta, buscaron refugio en un puerto
de Nueva España (actual México), lo que España vio como una ocasión para atacarles, librándose
la batalla de San Juan de Ulúa, que se saldaría con una victoria española. Isabel respondió a este
ataque a naves inglesas atacando cinco galeones españoles cargados de oro.
En 1570 el papa Pío V promulgó una bula que excomulgaba a Isabel I y autorizaba a cualquier
católico para asesinarla y a cualquier monarca católico para destronarla.18 Felipe II no se mostró
interesado en dicha acción, pero el agente papal italiano Roberto di Ridolfi acabó presentándose
ante la Corte de España y propuso al rey una conspiración para asesinar a Isabel I y sustituirla por la
reina de Escocia, María Estuardo, de religión católica.19 El rey de España mandaría diversos agentes
a Inglaterra para incitar a la rebelión, pero esta jamás llegó a estallar porque los espías de Isabel
descubrieron el complot. Isabel decidió iniciar un contraplan para dar dinero y tropas a los rebeldes
protestantes de los Países Bajos. A partir de 1572 Isabel comenzó a financiar las expediciones
corsarias de Hawkins y Drake en las costas del Caribe, capturando botines de ciudades españolas.
En 1585 Drake atacó diversos puertos de Galicia, atentando contra iglesias y matando a curas y a
monjas,19 lo que motivó la acción de Felipe II de atacar por fin a Inglaterra.

La estrategia[editar]
Los planes de Felipe[editar]
Felipe II contactó con el duque de Parma, Alejandro Farnesio, que gobernaba los Países Bajos, y
con el marqués de Santa Cruz, Álvaro de Bazán, almirante de la flota de Lisboa, para pedirles un
plan de invasión de Inglaterra. El plan de Álvaro de Bazán era mandar una gran flota que
desembarcara en Gran Bretaña y procediera a la invasión. Por su parte, la estrategia de Farnesio era
una ofensiva relámpago a Londres por parte de los Tercios de Flandes. Felipe, en lugar de decidirse
por uno, ordenó que ambos planes fueran combinados. El marqués de Santa Cruz debía salir de
Lisboa a cargo de una Gran Armada y se reuniría con Alejandro Farnesio, cuyos 30 000 hombres
desembarcarían en el condado de Kent y sitiarían a Londres. Esa zona era propicia, ya que no había
fortificaciones entre la costa de Kent y Londres.19
Los planes de Isabel[editar]
Isabel I fue informada por sus espías de los planes de invasión de Felipe II. Desde 1583 Inglaterra
había fundado una Comisión Real para la Armada, que continuó la labor de modernización de la
armada inglesa iniciada por María I. Todos los buques antiguos —como el Felipe y Maria que fue
construido durante el anterior reinado de Felipe II como rey consorte de Maria I y rebautizado como
el Nonpareil— se reacondicionaron para mejorar su velocidad, y todos los nuevos buques se
diseñaban para ser más rápidos, presentando una proa más baja, castillos de popa, líneas más
pulidas y cubiertas de cañones más largas. En este contexto, un galeón inglés era un buen rival para
un simple barco de transporte español.
A fin de ganar tiempo para disponer sus defensas, Isabel ordenó a sir Francis Drake atacar la bahía
de Cádiz, donde se estaban construyendo barcos de la Gran Armada española. El ataque de Francis
Drake, conocido como la Expedición de Drake de 1587, destruyó o capturó cerca de 100 buques
españoles, lo que interrumpió notoriamente los preparativos españoles y retrasó los trabajos cerca
de un año.

Cambio de mando de la Armada y la partida[editar]


Alejandro Farnesio, duque de Parma

Almirante Álvaro de Bazán


Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Sidonia

Felipe II veía que la Armada se había convertido en un enorme gasto financiero y apresuró a Álvaro
de Bazán para que atacara Inglaterra. Sin embargo, el 9 de febrero de 1588 Álvaro de Bazán murió
en Lisboa aquejado de tifus, dejando a la Armada sin almirante. En la capital portuguesa no se
encontraba ningún marino con un prestigio social a la altura de Bazán para liderar una empresa de
esa envergadura, de modo que Felipe II recurrió al duque de Medina Sidonia, Alonso Pérez de
Guzmán. El 19 de febrero de 1588, recibió el anuncio de la muerte del marqués de Santa Cruz y la
orden de partir a Lisboa.20
El duque de Medina Sidonia carecía de experiencia naval y no se consideraba el hombre indicado
para el proyecto. En cartas enviadas al rey se puede leer en concreto:
V.M. me mandó viniese a Lisboa a aparejar esta armada y traerla a mi cargo. Y en aceptar la jornada propuse a
V.M. muchas causas propias de su servicio, por do no convenía el que yo la hiciese, no por rehusar el trabajo, si no
por ver que se iba a la empresa de un reino tan grande y tan ayudado de los vecinos y que para ello era menester
mucha más fuerza de la que V.M. tenía junta en Lisboa. Y así rehusé este servicio por esta causa. Y por entender
que se facilitaba más a V.M. el negocio de lo que algunos entendían, que solo miraran a su real servicio, sin más
fines.21

Así, lo fácil de comprender en este caso eran sus preocupaciones en relación con la premura que
exigía el rey y el mal estado de aquella armada. Una armada mal pertrechada, sin el personal
necesario ni el apropiado. Una armada diseñada apresuradamente que él tenía que disponer en un
demasiado corto espacio de tiempo y sin apenas hombres (9000). Dice en un informe (ortografía
original):
... aunque ayan escrito a V.M. de aquí, que esta armada estaba tan a punto y en orden que podría partir dentro de
pocos días, después que yo he llegado la he hallado tan diferente de esto, que fuera imposible poderse hacer, pues
todo lo que yo he hecho después que llegué y lo que se va haciendo es tan necessario, que si no se hiciera dentro
del puerto, fuera la armada a mucho riesgo, porque toda la artillería se ha mudado, por ser ymposible poder
servirse della de la manera que estaba puesta, y otras muchas cosas de esta calidad que han sido menester de
mudarse.2223

Felipe II no recibió las cartas del duque declinando el cargo que le ofrecían, ya que los consejeros
del rey las interceptaron y le respondieron que negarse a semejante misión le desacreditaría para
siempre. Recibida esta respuesta, el duque se dirigió a Lisboa a cumplir con lo encomendado. Al
cabo de seis semanas de haber ejercido el mando, la Armada se hizo a la mar. La armada incluía
19 000 infantes, 7000 marineros, 1000 caballeros de fortuna, 180 clérigos y 130 barcos.
El 25 de mayo de 1588, el duque de Medina Sidonia mandó un correo al duque de Parma, en los
Países Bajos, para informarle de que la Grande y Felicísima Armada, como se hizo conocer por
Felipe II, se hacía a la mar. Recomendaba en su correo que se dispusiera a preparar las tropas
terrestres para la invasión de Inglaterra.
El 24 de junio, las galernas dispersaron la flota frente a La Coruña, empujando a algunos barcos
hasta el sureste de Inglaterra, y a otros hacia el golfo de Vizcaya. Llevó más de un mes volver a
reunir la flota. Por su parte, el duque de Medina Sidonia volvió a aconsejar una vez más al rey que
desistiese de la empresa o que le relevase del mando, a lo que el rey respondió airado que se
dedicase a lo que le tocaba hacer.19
Al mismo tiempo, los ingleses enviaron a la desesperada una flota de guerra destinada a enfrentarse
a la Gran Armada mientras esta se hallaba amarrada en La Coruña, pero las condiciones
meteorológicas eran tan malas que los ingleses ni siquiera consiguieron llegar a España y hubieron
de regresar a sus puertos.

La Armada se acerca a Inglaterra[editar]


La batalla entre la Armada española y la flota inglesa

A partir del 22 de julio, cuando alcanzaron el golfo de Vizcaya, las fuertes tormentas y el estado de la
mar provocaron que para el 28 del mismo mes una parte de la flota (40 barcos) se hubiera perdido y
separado del resto. Tuvieron que pasar otros dos días más para que los barcos perdidos regresaran
al grueso de la flota. Desafortunadamente para ellos ya habían sido avistados por
el barco inglés Golden Hind, comandado esta vez por Thomas Fleming, quien tuvo tiempo de dar la
voz de alarma mientras la «Grande» aún se recomponía. Cuando la Armada alcanzaba la altura
de Fowey, el 29 de julio de 1588, los faros costeros ingleses ya anunciaban su presencia.
Del aviso de Fleming a Drake sobre la llegada española nace una de las muchas, aunque poco
probable, leyendas o mitos acerca del comentario de Drake cuando, jugando a los bolos en Plymouth
Hoe, le llegó la noticia del avistamiento de la «Grande»:
Tenemos tiempo de acabar la partida. Luego venceremos a los españoles.
Sir Francis Drake24

Sin embargo, la flota inglesa fondeada en Plymouth no tenía posibilidades de zarpar, ya que ni el
tiempo ni la mar se lo permitían en ese momento. Con la brisa en contra y la subida de la marea, la
flota inglesa se encontraba atrapada en el puerto. Además, en esos mismos instantes la Armada
española navegaba viento a favor, a barlovento.
El almirante Juan Martínez de Recalde, segundo comandante de la Armada, reparó en que la flota
inglesa se encontraba atrapada en su propio puerto sin posibilidades de zarpar y avisó al duque de
Medina Sidonia para que realizara un ataque a gran escala al puerto de Plymouth.19 Sin embargo,
Medina Sidonia debía dirigirse a los Países Bajos a reunirse con el duque de Parma y juntarse con
las tropas de Flandes, y había recibido órdenes estrictas de no atacar a los ingleses a no ser que se
viera obligado a ello. Esto pudo interpretarse como que siempre actuó eligiendo la mejor y más
coherente de las opciones para la flota.25
Así, en definitiva, no parece haber constancia de la advertencia del segundo sobre atacar a la flota
inglesa en puerto y las afirmaciones, quizás exageradamente humildes dado su carácter modesto y
obediente, de Alonso Pérez de Guzmán sobre sí mismo pudieron contribuir a esta idea de
incompetencia sobre su liderazgo de la flota en materia militar.
El canal de La Mancha[editar]
Los ingleses lograron sacar 70 naves del puerto de Plymouth ayudados con botes de remos y,
amparados por la oscuridad, la noche del 30 de julio rodearon a la armada española, gozando de la
ventaja de situarse a barlovento. El 31 de julio, la flota inglesa comenzó a avasallar tímidamente a la
Armada Grande y, al margen de los primeros contactos y estimación del poderío adversario, se
realizaron por la parte inglesa los primeros ataques con tímidos cañoneos a larga distancia.26 La
Armada española adopta una formación de media luna, con los barcos más robustos en la
vanguardia y los más frágiles protegidos en el interior.
En primer lugar, los ingleses atacaron a uno de los buques de los extremos como blanco de un
cañoneo desde la lejanía, el San Juan de Portugal, buque insignia del almirante Juan Martínez de
Recalde, que recibirá más de 300 cañonazos.
En una de estas refriegas ocurrieron dos accidentes no tan importantes para la «Grande» como el
botín conseguido por los ingleses: se perdieron dos galeones españoles, el San Salvador, navío
insignia de Pedro de Valdés al mando de la flota andaluza (11 navíos), y el Nuestra Señora del
Rosario.
En el primero parece ser que explotó la santabárbara del buque, el pánico y desconcierto del
personal a bordo hicieron que este se entregara y quedara a merced de Drake.
El otro galeón, el Nuestra Señora del Rosario, en una maniobra de abordaje sobre un navío inglés,
chocó con otro barco español, quedando inutilizado su palo mayor y, por lo tanto, sin posibilidad de
hacer frente a ningún ataque. Corrió la misma suerte que el San Salvador, que quedó a merced de
los ingleses junto con su tripulación y acabaron en los puertos de Weymouth y Dartmouth,
respectivamente.
La pérdida de dos navíos importantes como los mencionados, así como las pequeñas refriegas, no
fueron tan graves para los españoles como el botín conseguido por los ingleses, ya que, al menos
uno de ellos, iba repleto de víveres, munición (aunque poco quedaría del San Salvador) y demás
material para el aprovisionamiento de la «Grande». Dadas las circunstancias posteriores y las
dificultades de la Armada para fondear en Flandes, ambos navíos quizás hubieran sido de una
importancia cualitativa.
Aun así, parece evidente que dos galeones de los 137 navíos españoles no eran, en aquel momento,
una gran pérdida cuantitativa. Sin embargo, cuando los problemas empezaron a superar a la
«Felicísima», cualquier navío, por poco importante que pareciera, se convirtió en vital para su
objetivo.
La isla de Wight[editar]

Derrota de la armada invencible, pintura de Philippe-Jacques de Loutherbourg (1796)

El duque de Medina Sidonia cuenta con un constante avance de su flota y escribe casi diariamente al
duque de Parma, mandando mensajeros a los Países Bajos, para tener noticias de las tropas de
Flandes, pero este no le ha respondido ni una vez. Medina Sidonia convoca un Consejo de Guerra
que recomienda fondear la Armada en el puerto de la isla de Wight hasta que se reciba una
respuesta del duque de Parma que indique que los Tercios de Flandes están listos para zarpar y
dirigirse al encuentro de la Armada. El 4 de agosto, el duque de Medina Sidonia ordena poner rumbo
al puerto, pero el escuadrón costero comandado por Martin Frobisher les presenta combate y los
conducen a unos bajíos peligrosos cerca de la costa. En ese momento Drake, Charles
Howard y John Hawkins conducen sus escuadrones hasta situarse en medio de la armada, donde se
libra una batalla de varias horas y la Armada abandona la isla de Wight, dirigiéndose al paso de
Calais, a la altura de las Gravelinas, confiando en que el duque de Parma esté listo para el
encuentro.19
El paso de Calais[editar]
Véase también: Batalla naval de Gravelinas

Al día siguiente, el duque de Medina Sidonia recibió al fin una carta del duque de Parma donde le
avisaba de que aún no había embarcado a los soldados. Esto se debió a que el duque de Parma no
había recibido el primer mensaje, en el que se informaba de que la Armada había partido de
Lisboa,19 pero aun así dispone sus tropas para embarcarlas. Medina Sidonia ancló su armada en el
entorno del puerto de Calais y allí aguardó la llegada de las tropas del duque de Parma a bordo de
sus gabarras. Dado que la flota inglesa se mantenía a barlovento, el Duque de Medina Sidonia
interpone zabras y pinazas que actuarían contra la llegada de posibles brulotes o algún otro ataque
nocturno en naves menores. Tal y como estaba previsto Hawkins atacó durante la noche lanzando
ocho brulotes, dos de los cuales fueron contenidos por la defensa. Otros cuatro obligaron a algunos
barcos a desanclar para dejarles pasar, con la intención de volver a fondear en el mismo lugar una
vez pasado el peligro. Las corrientes y el viento, sin embargo, alejaron del puerto a un grupo de 40
barcos que se ven incapaces de regresar. A la mañana siguiente, Medina Sidonia, con objeto de
proteger a esos navíos y mantener la defensa compacta se reagrupa junto a ellos.19
El mar del Norte[editar]
En alta mar se produce un nuevo enfrentamiento. Los ingleses en ese momento están en
superioridad: se mantienen a barlovento y además pueden recibir vituallas y munición desde sus
puertos. La armada española, aunque estaba preparada para una campaña más larga fuera de sus
bases, tiene que racionar la munición. Ante los mudos cañones de algunos barcos españoles, los
ingleses pueden atacar desde tan cerca que incluso se intercambian insultos.19 La mayor fortaleza
de los galeones españoles aguanta la lluvia de fuego hasta que los atacantes agotan su capacidad y
se ven obligados a regresar. Por ejemplo el galeónSan Martínl buque insignia de Medina Sidonia,
llega a encajar hasta 107 impactos directos. Retirada la flota inglesa, ante la delicada situación de los
españoles y antes de que se produjeran mayores pérdidas, algunos capitanes rechazan la orden de
reagrupamiento obligando al Duque de Medina Sidonia a imponer la disciplina con mano de hierro
mandando ahorcar a uno de los capitanes. Sin embargo, la argumentación del segundo
comandante, Juan Martínez de Recalde, que también se negó a reagruparse, obliga al duque a
reconocer su fracaso, antes de que llegue a consumarse la derrota con la pérdida total de la flota.19
El regreso rodeando las islas británicas[editar]
A estos hechos siguieron las grandes dificultades de la Gran Armada para recalar en los puertos
flamencos y un empeoramiento repentino de las condiciones meteorológicas en la zona, lo que llevó
a la flota inglesa a recalar en sus puertos esperando que mejorara el tiempo. La flota española en
el mar del Norte, por causa de los vientos, tuvo que rodear las islas británicas por Escocia y
descender luego bordeando Irlanda para dirigirse a los puertos españoles, con los subsiguientes
desastres y hundimientos en las abruptas y tormentosas costas británicas, que causaron un gran
número de bajas entre los españoles.
Sin embargo, un estudio del historiador español José Luis Casado Soto de 1988,27 demostró, con un
seguimiento de cada navío según la contabilidad de la Gran Armada y la administración de armadas
posteriores que en total las pérdidas no superaron los 35 buques, siendo estos casi todos navíos de
transporte y de navegación mediterránea, ya que en el viaje de vuelta no naufragó un solo galeón.28
(Aún que se naufragó La Girona, una galeaza napolitana, modificada en un galeón.)
Se cuenta que a la vuelta de la Armada a España, Felipe II dijo: «Yo envié a mis naves a pelear
contra los hombres, no contra los elementos».25 En el margen de una de las cartas enviadas al
duque de Parma, autores como Carlos Gómez-Centurión sí dan por escrita por el propio rey la frase:
«En lo que Dios hace no hay que perder ni ganar reputación, sino no hablar de ello».25

Hallazgos arqueológicos[editar]
En 1967 los arqueólogos descubrieron el primer pecio de los ocho hallados frente a la costa
irlandesa, el del Santa María de la Rosa. Este barco naufragado carecía de artillería pero poseía una
gran pila de proyectiles. Algunas teorías dicen que la armada fue derrotada porque se le acabó la
munición. Colin Martin descubriría en otros pecios cañones intactos. Al haber mezcolanza de
cañones cada uno tiene calibres distintos, por lo que los españoles tuvieron problemas para distribuir
la munición adecuada en los barcos correspondientes. Además, se descubrió que muchos de los
cañones iban montados sobre enormes cureñas de dos ruedas, lo que era poco manejable.19
Tamaño de las flotas[editar]
Otra tergiversación[cita requerida] bastante común relativa a este episodio histórico es la idea de que la
flota inglesa era muy inferior en número de barcos y de cañones a la española y que, a pesar de ello,
los ingleses consiguieron con su pericia y astucia derrotar a la flota española.[cita requerida] Esto es
absolutamente falso, ya que en realidad los barcos ingleses superaban en número a los españoles, a
pesar de que la flota española superaba en tonelaje a la inglesa, y la flota española era, a priori, más
poderosa. De hecho, la flota movilizada por la Royal Navy constaba de 226 barcos, aunque 163 de
esos barcos eran mercantes. Entonces la flota inglesa solamente consistía en 63 barcos armados,
De los 137 que componían la Grande y Felicísima Armada 20 eran la Escolta Armada y 117 eran
Transportes. En cuanto al número de cañones, la flota española contaba con 2431 cañones,
mientras que la flota inglesa tenía aproximadamente 2000 cañones (individualmente, los barcos
españoles eran más homogéneos y estaban más artillados que los ingleses).
Bajas inglesas[editar]
Siguiendo con otra de las tergiversaciones[cita requerida] más extendidas, hoy día es bien conocido el
hecho de que los ingleses sufrieron menos bajas que los españoles en la batalla de las Gravelinas, y
que los españoles, a su vez, sufrieron cerca de 10 000 bajas debido a un feroz temporal que los
sorprendió bordeando la costa occidental irlandesa. Un hecho muy importante, y que al mismo
tiempo es poco conocido, es que los marinos ingleses fueron a su vez diezmados por causas ajenas
al combate, ya que unos 9000 marineros ingleses fueron víctimas de sendas epidemias
de tifus y disentería que estallaron a bordo de los barcos ingleses inmediatamente después del
enfrentamiento con la flota española. Además, el ambiente en Inglaterra tras la batalla distó mucho
de ser la algarabía de fervor patriótico y festejos por el fracaso de la invasión española que la
mitología popular pretende.[cita requerida] La realidad es que a la batalla siguieron todo tipo de disturbios
y enfrentamientos políticos provocados por las penalidades pasadas por los combatientes ingleses,
que murieron por millares en un total abandono, y que tardaron meses en cobrar sus sueldos debido
a que la guerra llevó al borde de la bancarrota tanto a la corona española como a la inglesa.
El historiador británico Fuller se refiere a ello del siguiente modo:
[...] Felipe II no permaneció inconsciente a las calamidades de los bravos soldados y marinos que tanto habían
arriesgado y soportado en el transcurso de aquella desastrosa cruzada. Hizo cuanto estuvo en su mano para aliviar
sus sufrimientos y en vez de recriminar la derrota de Medina Sidonia, le ordenó que regresara a Cádiz y reanudara
allí su gobierno. Muy diferente fue la conducta de la reina Isabel, cuya preocupación constante era la de reducir
gastos. Al contrario de Felipe, no había nada de caballeroso ni de generoso en su carácter, y aunque el profesor
Laughton exagera mucho al intentar disimular su tacañería, no existe duda alguna de que, de haber sido mujer de
corazón como lo era de cerebro, hubiera resultado imposible que dejara morir de hambre y de enfermedad a tan
alto número de valerosos marinos luego de conseguir aquella victoria para ella [...] Tres días después de haber
regresado de la persecución, escribe Burghley: «Las enfermedades y la muerte están causando estragos entre
nosotros; resulta doloroso ver cómo aquí en Margate no hay lugar para estos hombres y muchos de ellos fallecen
en las calles». Una vez más, el 30 de agosto insistió: «Es lastimoso presenciar cómo los hombres padecen
después de haber prestado tal servicio... Valdría más que Su Majestad la reina hiciera algo en su favor, aun a
riesgo de gastar unas monedas, y no los dejara llegar a semejante extremo, porque en adelante quizá tengamos
que volver a necesitar de sus servicios; y si no se cuida más de esos hombres, y se les deja morir de hambre y de
miseria, será muy difícil volver a conseguir su ayuda»

J. F. C. Fuller. Batallas decisivas del mundo occidental. 2009. RBA Colecciones (pp. 381-382)

Ataques españoles a las costas inglesas[editar]


Artículos principales: Batalla de Cornualles e Invasión española de Inglaterra de 1597.

La más incomprensible de las tergiversaciones,[cita requerida] que implican el desastre de la Grande y


Felicísima Armada de 1588, es que este episodio con frecuencia es referido por historiadores
anglosajones[cita requerida] como un brillante ejemplo de la gran tradición defensiva inglesa que ha
impedido, desde la invasión normanda del siglo XI, el desembarco en suelo inglés de cualquier fuerza
hostil por poderosa que fuera.[cita requerida] En realidad, las tropas españolas atacaron y saquearon
localidades inglesas en diversas ocasiones, tanto antes como después del episodio de la Gran
Armada, si bien estos hechos suelen ser omitidos[cita requerida] en la historiografía inglesa.
Ya durante la guerra de los Cien Años, el almirante castellano Fernando Sánchez de Tovar asoló las
costas inglesas durante seis años (entre 1374 y 1380), saqueando múltiples localidades
como Southampton, Plymouth, Portsmouth, Dartmouth o Poole, entre otras, y llegando a incendiar,
tras remontar el Támesis, la localidad de Gravesend, a la vista de Londres. Años después, y durante
el mismo conflicto, el corsario español Pero Niño volvió a atacar en 1405 la península de Cornualles,
asolando la isla de Pórtland y saqueando Poole.
Obviando los fugaces desembarcos que marinos españoles llevaron a cabo en las costas inglesas
por motivos de aprovisionamiento de urgencia, en julio de 1595 se produjo la batalla de Cornualles.
Una flota compuesta por cuatro galeras españolas al mando de Carlos de Amésquita, que patrullaba
en aguas inglesas, desembarcó unos 400 soldados de los tercios en la bahía de Mount, en la
península de Cornualles, al suroeste de Inglaterra para aprovisionarse.29 Las milicias inglesas,
encargadas de la defensa inglesa en caso de invasión por tropas españolas, huyeron, y los
españoles tomaron todo lo que necesitaban y quemaron las localidades
de Mousehole, Paul, Newlyn y todos los pueblos de los alrededores.30 Al final del día, celebraron una
tradicional misa católica en suelo inglés, embarcaron de nuevo y lograron esquivar una flota de
guerra al mando de Francis Drake y John Hawkins que había sido enviada para expulsarlos.31
Dos años después del ataque de Amésquita, en 1597, Felipe II volvió a enviar una nueva flota de
invasión contra Inglaterra, más poderosa que su precursora de 1588. Tras avanzar hacia las costas
inglesas sin encontrar oposición, un fuerte temporal dispersó la flota, si bien en esta ocasión no se
produjeron los catastróficos resultados de 1588. Aun así, siete barcos llegaron a tierra en las
proximidades de Falmouth, desembarcando a 400 soldados de élite que se atrincheraron esperando
refuerzos para marchar hacia Londres. Tras dos días de espera, en los que las milicias inglesas no
se atrevieron a hostigarlos, recibieron la orden de embarcar, pues la flota se había dispersado
irremediablemente, y regresaron a España.

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