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Universidad de Santiago de Chile

Facultad de Humanidades
Escuela de Psicología
Curso de Profundización Psicología Clínica V:
Salud Mental y Políticas Públicas

Políticas Públicas sobre el Tratamiento de la


Depresión Posparto en Chile: Vínculos con
el programa Chile Crece Contigo

Estudiantes
José Cortés Pacheco
Alexander Curiante Ríos
Anaís Gatica Carmona
Sofía Henríquez Álvarez
Sebastián Rodríguez Vergara

Docentes
Irene Magaña Frade
Johana Cabrera Medina
María Soledad Loyola Fuentes

1ro de junio, 2023


Santiago de Chile
Identificación y justificación
La depresión se define operacionalmente como “una alteración patológica del estado de
ánimo, caracterizada por un descenso del humor que termina en tristeza, acompañado de
diversos síntomas y signos que persisten por a lo menos 2 semanas”. (Ministerio de Salud de
Chile [MINSAL], 2013). Si bien, esta puede manifestarse en individuos de ambos sexos, en toda
etapa del ciclo vital, el diagnóstico presenta una mayor prevalencia en mujeres en edad fértil,
considerándose el sexo femenino como un factor de riesgo (Paredes et al., 2020) y a su vez,
habría una mayor incidencia en población en edad laboral (25 a 64 años) (MINSAL, 2014).
Dentro de las formas que puede tomar la depresión en las mujeres en edad fértil, se
encuentra la Depresión Posparto [DPP] o depresión perinatal, cuya prevalencia fluctuó en los
países de mayor desarrollo económico entre un 6,5% a 12,9% en diferentes trimestres del
embarazo y los meses del primer año puerperio. Sumado a esto, un 19,2% de las mujeres que
gestaron, padecen un episodio depresivo mayor durante los primeros 3 meses después del parto
(MINSAL, 2014).
Si bien, no hay evidencia concluyente sobre si este cuadro presenta diferencias
sustanciales respecto a otros períodos de vida de la mujer, tanto en sintomatología, curso y
pronóstico (MINSAL, 2014), esta distinción se hace en tanto la DPP centra su contenido en
conflictivas relacionadas al nacimiento de un hijo, caracterizándose descriptivamente por
presencia de llantos, abatimiento, labilidad emocional, sentimientos de culpa y/o inadecuación,
autorreproches, pérdida de apetito, insomnio, sentimientos de incapacidad de afrontar las
necesidades del infante, reacciones compensatorias de preocupación, problemas de memoria,
fatiga e irritabilidad (Lancaster, 2010), por lo que se han construido escalas específicas para fines
diagnósticos. El Servicio de Salud en Chile indica a los profesionales del área obstétrica y
neonatal, la utilización de la Escala de Depresión de Edimburgo (EPDS) (Ministerio de
Desarrollo Social y Familia, 2013), bajo los lineamientos de un protocolo de ingreso a Garantías
Explícitas de Salud (GES), según la severidad del caso, e igualmente la aplicación de la escala de
desesperanza de Beck (MINSAL, 2014).
Ahora bien, el periodo que va desde el alumbramiento hasta los 42 días posparto,
comprendido como “puerperio”, es una etapa dentro de la vida de la madre que puede resultar
crítica a niveles psíquicos, fisiológicos y sociales; en este sentido, tanto los imperativos
socioculturales en torno al ideal de maternidad, como las circunstancias socioeconómicas, redes
de apoyo, antecedentes familiares, clínicos y genéticos cobran gran relevancia e incidencia en la
aparición de trastornos depresivos (MINSAL, 2014). En Chile, las variables sociodemográficas
que posibilitan un mayor riesgo de padecer de DPP son la presencia de un diagnóstico previo de
depresión y la ausencia de una red de apoyo estable (Rojas et al., 2013), factores que se dan en
mayor medida en los estratos socioeconómicos más vulnerables, donde la prevalencia del cuadro
es de 41,3%, en contraste con un nivel socioeconómico más alto, con un 27,7% (Araya y
Jadresic, 1995; en MINSAL, 2014).
Por otro lado, el impacto que posee la DPP no solo afecta psíquica y físicamente a la
madre, sino también a la relación de apego con su hijo/a, el proceso de lactancia, el desarrollo de
trastornos cognitivos y psicopatológicos en el recién nacido, su relación y cuidado de otros
hijos/as, entre otros (Rojas et al., 2013). El Ministerio de Salud presenta un Protocolo de
Detección y Apoyo al Tratamiento de Mujeres con Depresión durante el Embarazo y Posparto, el
cual cuenta con identificación de las mujeres susceptibles al desarrollo de DPP (factores de
riesgo), aplicación de instrumentos de tamizaje (escalas), algoritmo de detección, detección de
suicidabilidad e intervenciones terapéuticas para el período de embarazo, donde se incluyen:
intervenciones psicosociales en modalidad grupal, individual y/o familiar indicadas para
depresiones leves a moderadas, además de la inclusión de técnicas de relajación, terapia
cognitivo-conductual y psicoterapia de apoyo (MINSAL, 2014). Además, se señalan grupos de
autoayuda y psicoeducación a nivel individual y familiar. En período de gestación, en pos del
bienestar del feto, se llama a la no utilización de tratamiento farmacológico en casos que no
correspondan con afecciones psiquiátricas de alto riesgo suicida o de riesgo para el embarazo, sin
embargo, después del alumbramiento se abre la posibilidad de uso (MINSAL, 2014).
Ahora bien, en la práctica, según Rojas et al. (2013), sólo el 29,1% de las mujeres que
recibieron indicaciones posteriores al resultado del EPDS reconoció haber cumplido con ellas.
Este incumplimiento responde a diversos motivos: principalmente a la irregularidad de las
asignaciones de horas en los consultorios (33,3%), habiendo un 67,9% de estas que no ha tenido
consultas médicas en 3 meses; falta de tiempo (19,4%); y problemas con el profesional y/o
tratamiento (16,7%). De igual modo, hay rechazo por el tratamiento psicoterapéutico (51,8%), y
aún más, un 66,1% se niega a estar en tratamiento farmacológico (Rojas et al., 2013). Dentro de
las usuarias que utilizaron tratamiento con fármacos (7,1% del total), la mitad siguió las
indicaciones prescritas, habiendo dejado el esquema por más de una semana, implicando
desinformación en la población sobre el abordaje terapéutico (Rojas et al., 2013).
Al analizar estas cifras, es posible dar cuenta de diferentes fenómenos, tales como la
desinformación sobre el abordaje terapéutico, las limitaciones de adherencia al tratamiento, las
dificultades para establecer un vínculo de confianza, irregularidad en las atenciones y la falta de
un programa específico de detección y manejo de la DPP. Asimismo, en relación con esto, se
encontró desconfianza respecto al proceso terapéutico, temor a los posibles efectos de los
fármacos, y dificultades para visitar el consultorio debido a disponibilidades limitadas,
considerando las excesivas demandas de la vida cotidiana de las mujeres.
En vista de las falencias planteadas, resulta relevante realizar un análisis crítico al modo
en el cual se aborda la depresión post parto en Chile, considerando tanto el protocolo de manejo
de la DPP, como los planes y programas asociados a su ejecución, junto con una mirada a la
política que de base lo sostiene. Junto con esto, se elaborará una propuesta de abordaje de la
problemática, tomando en consideración la complejidad que conlleva un malestar que involucra
aspectos psicológicos, sociales, de género, económicos, contextuales, e igualmente culturales.

Análisis crítico
Según Foucault (2002), uno de los grandes hitos estratégicos del dispositivo sexual
corresponde a la histerización del cuerpo femenino, lo cual implicaría un triple proceso de
sujeción consistente en: a) una calificación y descalificación del cuerpo femenino como uno
saturado de sexualidad; b) la identificación intrínseca de este cuerpo con formas patológicas; y
c) la puesta en comunicación orgánica con el cuerpo social (cuya fecundidad regulada debe
garantizar); con el espacio familiar (del que debe ser un elemento sustancial y funcional); y la
vida de los niños (que produce y debe garantizar).
En base a lo anterior, podemos plantear que el cuerpo femenino queda triplemente
alienado respecto a los hombres, la familia, e inclusive consigo mismo, lo cual es fácilmente
apreciable dentro del discurso médico-psicológico, jurídico, social y, por ende, en las políticas
públicas que hallan su racionalidad en estos discursos (Zúñiga, 2018). De esta forma, y en orden
de poner el foco sobre la política y su papel estructurante en la elaboración de planes y
programas de intervención sobre el cuerpo femenino, resulta relevante realizar una breve
revisión al proceso de elaboración de políticas públicas dirigidas a la promoción de la salud
mental, y su posterior incidencia en la actual forma de abordar la depresión post parto.
El gobierno de Aylwin a comienzos de los años 90, en el llamado retorno a la
democracia, tuvo un gran énfasis en la restitución de la institucionalidad estatal, lo cual sería
logrado mediante una serie de leyes y reformas constitucionales. Bajo esta misma línea, en el
ámbito de justicia social se dirigieron una gran cantidad de fondos a la erradicación del
desempleo y la pobreza, mientras que en salud se centraron los esfuerzos en la recuperación del
sector público, en tanto su financiamiento fue reducido debido a la dictadura militar (González et
al., 2019).
De esta forma, y en base a las nuevas consideraciones epidemiológicas en salud mental,
tanto nacionales como internacionales, y en vista de la urgencia de hacerle frente a las
enfermedades de orden mental que producen discapacidad, absentismo, bajo rendimiento laboral,
y muertes prematuras, nace el Plan Nacional de Salud Mental y Psiquiatría, el cual busca
contribuir a que tanto las personas, como las familias y comunidades logren alcanzar un máximo
nivel de bienestar subjetivo en una constante participación social y con el medio ambiente
(Minoletti y Zaccaria, 2005). Este plan, permite visualizar la presencia de un modelo
comunitario, el cual considera la existencia de factores psicosociales que condicionan la
aparición y duración de ciertos trastornos (Minoletti y Zaccaria, 2005), ampliando el foco en que
la salud no es puramente fisiológica, sino que se ve influida por aspectos sociales y/o
económicos (Gatica-Saavedra, 2020). Junto con esto, este modelo busca abordar la salud mental
fortaleciendo la atención primaria, con una óptima capacidad resolutiva orientada hacia las
familias y comunidades, mediante la intervención de equipos de salud mental y psiquiatría
comunitaria (Minoletti y Zaccaria, 2005).
Cabe destacar que la implementación de los planes de salud mental, tanto desde sus
inicios en los años 90, como en la actualidad y pese a los esfuerzos por reivindicar su
importancia, se han visto cruzados por una limitada asignación de recursos, lo cual incide
directamente en las condiciones de infraestructura, recursos humanos, capacitación y gestión, las
cuales no llegan a ser suficientes para cumplir con la implementación esperada del modelo
(Gatica-Saavedra, 2020). Lo mencionado permite comprender uno de los vacíos del plan de
manejo de la DPP, el cual como se pudo notar, se sostiene bajo un modelo de salud mental
teóricamente comprensivo y de tipo comunitario, pero que en la práctica se ve limitado por
escasez presupuestaria y deficiencias en su gestión.
En relación con lo presentado, fue posible identificar un vacío crítico que guarda relación
con las barreras de accesibilidad y adherencia que poseen los tratamientos de DPP. Estas
barreras, según el estudio de Rojas et al. (2015), son consideradas estructurales, puesto que se
relacionan con las características propias del sistema de salud, y las distintas realidades de
desigualdad social existentes, dando como resultado una ausencia de garantías de acceso
universal a estos tratamientos.
En este caso, volviendo al Protocolo de Detección y Apoyo al Tratamiento de Mujeres
con Depresión durante el Embarazo y Posparto, es posible dar cuenta que se recomienda,
posterior al tamizaje y diagnóstico del cuadro, la realización de planes de tratamiento
individuales, farmacológicos y/o psicosociales según la complejidad de los casos, los cuales
serán abordados mediante un ingreso al GES por depresión (MINSAL, 2014). Las distintas
derivaciones llevarían a la paciente a atenderse en sistemas tales como CESFAM, COSAM,
hospitales, entre otros. Según señalan Rojas et al. (2015), al ingresar a estos canales de atención
pública, se harían presentes dificultades asociadas a la disponibilidad horaria y tiempos de espera
extensos, los cuales serían claras barreras de entrada al inicio de tratamientos.
Junto con esto, y considerando que las mujeres de estratos socioeconómicos más
vulnerables presentan una mayor prevalencia de DPP (Araya y Jadresic, 1995; en MINSAL,
2014), resulta posible inferir que poseerán mayores dificultades para sostener el tratamiento,
sumándose otros impedimentos, tales como dificultades de transporte, e incompatibilidad horaria
debido a responsabilidades de cuidado de hijos y/o familiares, considerando la alta carga laboral
no remunerada asociada generalmente a las mujeres, entre otros. (Rojas et al., 2015). Lo
presentado, permite reconocer la existencia de varias trabas, tanto para el acceso a tratamientos,
como para el adecuado manejo de la DPP. Si bien, dichas trabas se ven marcadas por
condiciones de desigualdad e inequidad del acceso a la salud pública, a su vez, dejan en
evidencia la ausencia de una visión de género clara en los planes de salud mental, y las políticas
ministeriales que sostienen la creación de estos lineamientos.
Sumado a lo anterior, en Chile existen sesgos con respecto a la problematización social
de la DPP como parte del discurso público. En este sentido, las mujeres que empiezan a
manifestar esta sintomatología muchas veces no recurren a los medios clínicos por falta de
información y/o temor a ser juzgadas por no cumplir con su rol materno dentro de lo esperado, a
propósito de los imaginarios sociales asociados a la maternidad (Montecino, 2017). A su vez, a
nivel nacional los estudios y estadísticas en torno a la DPP encontrados en la literatura pueden
categorizarse como poco vigentes, lo que permite inferir que esta falta de actualización obstruye
en gran medida la visualización de un panorama general en torno a la DPP, y, por lo tanto, a las
medidas a tomar frente a esta problemática. Consideramos que esta escasez responde a la falta de
relevancia que se ha entregado a la problemática como fenómeno en sí mismo, al igual que el
tratamiento de la salud mental.
Respecto a lo legislativo, los tratamientos de salud mental poseen un enfoque de bienestar
biopsicosocial en la salud pública (Ley 21.331, 2021). Cuando hablamos de DPP, no existe como
tal un programa de salud pública dedicado a la maternidad y los fenómenos propios que viven las
mujeres en este periodo, por lo cual su abordaje se basa principalmente en protocolos de
prevención construidos a partir de los lineamientos del GES.
El principal protocolo de detección, abordaje y tratamiento de la depresión durante el
embarazo y posparto fue publicado en 2014 por el MINSAL. Al momento en que dicho
protocolo comenzó a regir en el servicio público de salud, las políticas en torno a la comprensión
de las maternidades y el acompañamiento durante y tras el embarazo mantuvieron un enfoque
orientado a la promoción de prestaciones de atenciones médicas y de controles obstétricos (Ley
18.469, 2006), omitiendo menciones respecto al acompañamiento psicológico para las madres.
Con lo anterior en mente, es importante señalar que el trabajo de tamizaje y detección de
DPP sigue las lógicas de un modelo biomédico, pues los profesionales quienes aplican la Escala
de Depresión de Edimburgo son las matronas y matrones del servicio público. De la misma
manera, la periodicidad con la cual se aplican estos instrumentos se halla condicionada a partir
de la gravedad de los síntomas, aumentando los controles si la severidad es moderada o alta, en
función de estrategias de prevención (Ministerio de Salud, 2014).
Para explicitar la problemática que surge a partir de lo anterior, estamos hablando de que
los tratamientos por DPP siguen una lógica determinista a partir de la eliminación de factores de
riesgo, reduciéndose su entendimiento a la causa-efecto sin dar cabida al análisis de tales
condiciones en su complejidad, pese a tratarse de fenómenos psicológicos y sociales.
Pese a lo anterior, existe un organismo que mantiene un contacto estrecho con las
maternidades es el Subsistema de Protección Integral a la Infancia; Chile Crece Contigo (ChCC),
el cual forma parte del Sistema de Protección Social del Estado. La misión de este organismo es
la de brindar apoyo a las familias adscritas al sector público a través de prestaciones sociales, de
salud y de educación con el propósito de “avanzar hacia la igualdad de derechos y
oportunidades”, poniendo énfasis en el bienestar biopsicosocial de infantes con condiciones de
vulnerabilidad social desde el nacimiento hasta los cuatro años aproximadamente. Las atenciones
de ChCC se mantienen en base al Programa de Apoyo al Desarrollo Biopsicosocial (PADB), el
cual nace en conjunto, y tienen como eje las prestaciones de salud. De este modo, el PADB ha
sido activo en dar a conocer la importancia de la promoción de salud y del desarrollo infantil
temprano, estructurando instituciones que previamente se ocupaban de brindar tales atenciones
de modo que pueda garantizarse su obligatoriedad y financiamiento (Bedregal et al., 2014).
Cabría mencionar, en este sentido, que el subsistema Chile Crece Contigo pone un
especial énfasis sobre la infancia temprana, situando como población objetiva primaria a los
recién nacidos y a los infantes, y, en segundo lugar, a las familias adscritas al servicio público
(Bedregal et al., 2014). Los cuidados de la madre, si bien, se describen como “personalizados”,
en tanto atienden las necesidades particulares de la misma, pasan a no ser considerados como
prioritarios tras el puerperio, limitándose su atención a cuidados preventivos (en pos del
bienestar del infante) y a la psicoeducación en tanto son sujetos gestantes, ignorando en muchos
casos aspectos contextuales y la subjetividad propia a partir del cual se construye el ser mujer en
tales circunstancias.
En línea con lo planteado por Calquín (2013), uno de los aspectos centrales para
comprender la racionalidad de Chile Crece Contigo, y otros programas dedicados a la promoción
de la salud materno-infantil, consiste en poner sobre la mesa la extrema influencia que tiene la
Teoría del Apego y el modelo de maternidad intensiva (Hays, 1998; en Calquín, 2013) en su
planificación e implementación, en tanto ambos elementos teóricos se articulan hacia “una
gestión y control de la separación del niño con su madre”, constituyéndose de este modo la
abundancia de apego y falta de éste como preocupaciones centrales de la relación madre-hijo.
Así, de modo paradójico, aquellas intervenciones dirigidas a las madres sólo son
requeridas en tanto una madre no intervenida puede causar estragos en los demás. En el caso de
la DPP, una madre deprimida es solo un problema no en sí misma, sino porque puede ocasionar
estragos en su hijo en la medida que esta “no promueva de manera suficiente el apego”, con un
énfasis en el posible rezago cognitivo y motor que pudiese afectar al desarrollo de los infantes
(Castillo, 2015).
Finalmente, la falta de un enfoque de género para comprender fenómenos asociados al
ámbito de la salud mental, en este caso la DPP, invisibiliza la existencia de desigualdades a nivel
estructural, las cuales perjudican a la mujer, y más allá, se borra a las mujeres como sujetas de
derecho, subyugándolas a la categoría de cuerpos con la capacidad de gestar y criar. Se hace
patente en la priorización del hijo sobre la madre, en tanto la finalidad del programa Chile Crece
Contigo es el del bienestar de los infantes, dejando fuera del panorama el padecer de la mujer, y
también, el tratamiento ofrecido desde el AUGE/GES deposita directamente la responsabilidad
sobre ellas, en tanto su patología (aparte queda la dimensión del sufrimiento), afecta y deja
secuelas potenciales en el bebé. Todo esto implica que las mujeres son reducidas a una lógica
funcional, reproductiva, que perpetúa las condiciones de desigualdad ya existentes.
En resumen, y en línea de lo postulado por Abarca (2018), mediante la medicalización de
sus cuerpos y psicopatologización de sus subjetividades, al seno de estas políticas públicas surge
una mujer-objeto de intervención a quien hay que disciplinar en pos de la eficiencia del cuidado
materno (Calquín, 2013), sin consideración de las condiciones contextuales y/o socioculturales.

Propuesta de mejora
Para comenzar a pensar en un cambio pragmático en los tratamientos de la DPP a nivel
público, habría que fijar la mira sobre el enfoque con el cual se aborda la patología como
elemento prioritario. Como se pudo dar cuenta, la DPP se mantiene a partir de dos bases
metodológicas; la prevención de los síntomas que suponen un riesgo potencial para el desarrollo
del infante, y la promoción psicoeducativa de estrategias parentales, sumándole además la
atención de tratamientos por depresión, al involucrarse el GES.
En este panorama, un enfoque cuyo plan de acción se oriente hacia la eliminación de
factores individuales, sin considerar las variables multiculturales y sociopolíticas que propiciaron
la DPP (sin omitir, por supuesto, las posibles condiciones biológicas a la base) resulta facilitador
para que se den prácticas de estigmatización y discriminación en el servicio público,
considerando que cada sociedad tiene sus propios símbolos en torno a los cuales se construye el
ser mujer y el ser madre, y que tales significaciones son ignoradas por sobre la noción de una
madre-dispositivo en función de las necesidades y el desarrollo de su recién nacido (Abarca,
2018).
Bajo esta misma línea, se sugiere la inclusión de terceros en el abordaje del embarazo y el
puerperio, no sólo tras el desencadenamiento del episodio, sino a nivel general de todo proceso
de maternidad, dado que, por una parte puede entenderse como estrategia preventiva, en función
de un reforzamiento de las redes de apoyo, y además, de este modo se distribuiría la
responsabilidad del cuidado de una manera equitativa, por ejemplo con el padre, o bien otras
figuras familiares, e inclusive de la comunidad donde están insertos la madre y el infante.
La prevención toma diferentes pasos según el curso de la enfermedad; implica la
influencia en la posibilidad de declaración de ésta, la detección precoz para intervenir, o bien en
el último caso, la reducción de sus consecuencias asociadas (Nanzer, 2015). Tanto en la DPP
como en otros cuadros, la importancia de prevenir radica en la posibilidad de manejo que se abre,
reduciendo el sufrimiento que acarrea la enfermedad, en este caso para la madre que padece
principalmente, su hijo/a, familia y entorno social. Sin embargo, la dificultad en este caso
proviene de que las mujeres que ya se encuentran deprimidas pueden mostrar reticencia a buscar
apoyo por parte del servicio de salud, ya sea por el estigma social y autorreproche frente a los
sentimientos depresivos ante el nacimiento (Rojas, 2015), que no corresponden con la
idealización de la maternidad tan presente en América Latina (Montecino, 2017), o bien, por
desinformación y consiguiente desconocimiento sobre los beneficios que puede entregar el
tratamiento.
Por otro lado, es relevante considerar la promoción de nuevas investigaciones y estudios
científicos, como una importante herramienta preventiva en torno a la DPP, en vista a los
obstáculos que conlleva para la detección, el tabú social asociado a presencia de pensamientos
intrusivos o depresivos en torno al embarazo o la maternidad, lo que los convierte en temas no
exteriorizados. Al pensar en la incorporación de saberes y herramientas científicas dentro del
sistema público chileno, en conjunto con acompañamiento psicológico, es que se pueden
coordinar mecanismos de detección más rápidos durante el proceso de gestación, lo que conlleva
un menor tiempo de espera para que las madres reciban intervenciones o tratamiento. Ahora
bien, no se debe caer en sobre intervenir a la población femenina, ni tampoco la sobredimensión
de las capacidades de abordaje de las ciencias duras para la comprensión y tratamiento de un
fenómeno que acarrea tantas complejidades como es la DPP.
Es así, que la construcción y masificación de herramientas estandarizadas que tengan
como fin abordar no solo el contenido afectivo y psicológico de las madres, sino también el
hormonal y fisiológico, permitiría desarrollar una óptica de esta problemática que considere
también la realidad biológica de los trastornos afectivos.
Todos los elementos a perfeccionar mencionados anteriormente no podrían tener un
espacio de desarrollo en el plano de lo práctico, de mantenerse los actuales porcentajes
destinados a la salud dentro del presupuesto nacional, y menos sin la dirección necesaria para
una utilización de los recursos con objetivos y prioridades establecidas. Esta contradicción puede
observarse en que, en el presente año 2023 le fue asignado un 18% del total estatal al Ministerio
de Salud, valor no ínfimo, pero no suficiente en consideración a las necesidades en salud del
país, con un aumento en $20 millones de pesos en el Plan de Salud Mental (IPSUSS, 2023),
monto que fue repartido en función de zonas geográficas con mayor necesidad, lo que
ciertamente no es negativo, pero sin lineamiento alguno que organice su uso.
Esto hace aflorar los posibles peligros que acarrea la municipalización de la salud, puesto
que al no haber un lineamiento establecido para la utilización de esta reciente inyección en salud,
cada municipio puede delimitar sus prioridades, bajo criterios que pueden llegar a ser arbitrarios,
existiendo la posibilidad de que respondan más bien a intereses de las autoridades antes que a las
necesidades de la población, y donde fácilmente se pueden pasar de largo problemáticas como la
DPP por otras con mayor visibilidad, más aún cuando, esta patología en específico es tratada
como parte de la canasta de Depresión en personas de 15 años o más. Por consiguiente, se
propone el movimiento inverso a la municipalización sanitaria, es decir, que las problemáticas de
salud en su generalidad sean tratadas por el Estado bajo una sola directriz.
Ahora bien, al ser un escenario que excede las posibilidades de la Constitución actual, se
considera más viable una redistribución en la repartición del presupuesto nacional, sustrayendo
de áreas que no impliquen una real urgencia. Y en conjunto, el establecimiento de lineamientos
claros, que den un marco a la destinación de los recursos.
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