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COMENTARIO.
Son muchos los rasgos de este texto que nos informan claramente sobre la naturaleza del
mismo. En dicho texto hay pérdida de la –e final en palabras como “grant” o “prendet”, lo que
nos indica que es un texto anterior a 1276, fecha en la que Alfonso X condena la apócope extrema
de –e por extranjerizante en el Libro de la Ochva Esfera y se restablece la vocal final salvo en
consonantes no agrupadas usuales en posición final en español (d, n, r, s, l, z) y en los pronombres
enclíticos (se, le, me, te). Este rasgo hace que el fragmento se pueda datar entre finales del siglo XI
hasta 1270, es decir, es un texto escrito en lo que denominamos español prealfonsí.
No obstante, como se trata de examinar todos los rasgos que nos pueden indicar una
determinada cronología, veamos pormenorizadamente cada uno de ellos:
1) No encontramos restos de la grafía visigótica “k”, para el fonema velar oclusivo sordo,
sustituido por la solución gráfica carolingia “c”, en palabras como “nasco”. Esta grafía -c- triunfa
en 1150, fecha que nos sirve como delimitación ante quem provisional.
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2) La pérdida de la vocal final –e, en palabras presentes en el fragmento como “grant”,
“est” y “prendet” hace que ubiquemos el texto en épocas anteriores a 1276, año en el que, como
hemos mencionado anteriormente, Alfonso X la condena por extranjerizante como he mencionado
anteriormente.
La causa del uso de la apócope en el castellano está en la influencia francesa (también
llamado influjo ultrapirenaico) y provenzal que se hace evidente en el siglo XII por la imposición
en los monasterios del norte de la regla cluniacense y en las rutas de peregrinación de Santiago.
Influyen francos y provenzales porque coinciden con los cristianos del norte en la lucha contra los
árabes. Esto implica que se instalen en el país vecino y que se admire su cultura, sus costumbres y
su lenguaje.
A finales del XII y principios del XIII, la situación política cambia porque disminuye el
peligro árabe, por lo que el apoyo francés sobra. Los cristianos del norte se sienten capaces de
vencer a los árabes sin ayuda francesa, lo que provoca una admiración por sí mismos y un rechazo
por los franceses.
Entre 1200 y 1220, continúa el uso abundante de la apócope, mientras que, a partir de 1221 a
1251, los documentos manifiestan un descenso de este fenómeno. En 1276 son raros ya los casos de
–e tras z y d, fecha en la que se compone el Libro de la Ochava Esfera y desaparecen algunas de
las vacilaciones primitivas. Con posterioridad a 1276 la podemos encontrar en el Libro de Buen
Amor y en los Proverbios Morales de Sem Tob de Carrión.
Parece claro, por los documentos, que el fenómeno se inicia en las zonas norteñas limítrofes al
vasco. En cuanto a la cronología, se registra ya en el siglo IX, por lo que hay que suponer que el
fenómeno se diera mucho antes en el habla. Pero lo normal era que la grafía se mantuviera. Lo que
no quita que en la lengua literaria haya casos de h- por f- desde el siglo XII, pero son los menos.
Todavía en el Siglo de Oro podemos encontrar la f- mantenida en la literatura “arcaizante” (libros
de caballerías, teatro en fabla) y en documentos notariales. Hasta la primera mitad del siglo XVII
podemos encontrar h- en palabras que hoy han mantenido la f- (halda/hebrero).
4) Las grafías -ҫ- y -z- representaban a los fonemas dentoalveolares africados sordo y
sonoro /ŝ/ y /ẑ/ respectivamente que, en la Edad Media, procedentes de los latinos tj, kj, cj y c + e,
i, palatalizaron en latín vulgar a consecuencia de la yod y que en situación intervocálica se sonorizó.
Cuando se produce la palatalización del grupo /kt/ > /ĉ/ en un sonido idéntico al sonido palatal
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africado sordo /ŝ/, este último adelanta su punto de articulación convirtiéndose en dentoalveolar
africada sonora en posición intervocálica o implosiva (“gozo” y “fazer” en el presente texto), o
sorda si no es intervocálica (no vemos ejemplos en el texto).
Estas dos grafías -ҫ- y -z- sólo son válidas desde la época alfonsí, ya que antes todavía
pueden encontrarse casos de “confusión” de grafías, puesto que éstas todavía no estaban fijadas. Por
ello, en el texto vemos que no se sigue la regla tal como la hemos marcado arriba, de manera que
nos vamos a encontrar la grafía -ç- de la sorda en posición intervocálica: “Çid”, “reçiben”,
“graçias”, “braços” y “falleçiere”.
Perdurarán hasta su regularización en 1726, fecha de la publicación del primer tomo del
Diccionario de Autoridades, en cuyo prólogo se dictan las primeras normas académicas,
suprimiendo la -ҫ- y regularizando los empleos de -b-, -u- y -v-.
7) Para terminar con las sibilantes, también se observa la geminación “ss”, “s” ante
consonante y “s” inicial como representantes del fonema alveolar fricativo sordo /s/
(“vasallos”, “essa”, “así”, “vuestro” y “servos”, respectivamente) que podía sonorizar en posición
intervocálica como /z/, marcándose en lo escrito como “s” simple para diferenciarla de la geminada.
8) El fonema bilabial sonoro podía realizarse como oclusivo /b/ (grafía -b-) y como
fricativo /ᵬ/ (grafía -u- o -v-). En la etapa medieval, eran dos fonemas diferentes con grafías
diferentes, al menos en situación intervocálica. En un principio, el fonema fricativo labial sonoro
tenía una articulación labiovelar, correspondiente a la semiconsonante o semivocal wau. Cuando
la articulación velar se pierde y evoluciona se dan numerosas confusiones gráficas entre la oclusiva
bilabial sonora /b/ y la fricativa labial sonora /ᵬ/, fenómeno que además se complica porque el
fonema oclusivo estaba sufriendo un proceso de fricatización en posición intervocálica. Este estado
de confusiones se denomina betacismo. Así, encontramos en el texto “lamavan”, un caso de
betacismo, pues posteriormente, se escribirá con -b-.
Desde el punto de vista gráfico, el problema queda solventado en el siglo XVIII, con la
creación de la RAE y la publicación del Diccionario de Autoridades (1726), porque decide seguir
criterios etimológicos, de manera que se impone que las palabras cuyo étimo tenía /p/ o /b/ se
escriban con -b- y las que, etimológicamente, tenían wau se escriban con -v-. La presión del uso y la
tradición provocó no pocos vocablos que tienen -b- o -v- no etimológica: vota > boda.
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También vemos una -b- en posición implosiva sin evolucionar: “recabdo”. Será ya en el
siglo XIII, cuando la -b- vocaliza en velar -u-, pero lo normal, gráficamente, es el mantenimiento.
En la primera mitad del siglo XV, seguirán alternándose ambas formas, pero ya en el XVI, la
vocalización será generalizada: “recaudo”.
9) La grafía -ll- perteneciente al fonema lateral palatal /ḻ/ podía ser sustituido por la grafía -
l- en posición inicial, se dice que por influjo leonés o gallego-portugués: como en la palabra
“lamavan”, mientras que se conserva mejor en posición interior: “vasallos”, “falleçiere”… Este
rasgo es propio de los primeros años del español prealfonsí.
10) La /d/ intervocálica en las segundas personas de los verbos se perdía en diferentes épocas
según la vocal que le precediese fuese tónica o átona. Si la vocal era tónica se pierde a finales del
siglo XIV, si era átona se perdía a finales del XVI. En el texto hay conservación, como vemos en
“fagades”, “evades” y “despendades”.
11) Otros rasgos morfológicos o léxicos que podemos apreciar en el texto son los siguientes:
- “Pora”. Esta preposición deja de emplearse a finales del siglo XIII, que se sustituye por
“para”.
- La conjunción copulativa podemos decir que predomina la “e” y aparece en algún caso la
“i”. En cuanto a la “e” tenía supremacía en el siglo XV y a partir de principios del XVI son “y” o
“i”. Desde el Poema de Mio Cid hay casos de “y” o “i”, pero son escasos, al igual que “e” también
la podemos encontrar a principios del XVI, sobre todo en textos notariales más conservadores.
- El pronombre átono “vos” pasará a “os” a finales del XV. Observamos en el texto el uso de
“vos”.
- En cuanto a la conjunción copulativa vemos en el texto la forma “e”, hecho que nos sitúa
el texto en el siglo XV, pues será entonces cuando la “e” adquiera supremacía sobre la forma “et”, y
a partir de principios del XVI son “y” o “i” las que se imponen. Desde el Poema de Mio Cid hay
casos de “y” o “i” pero son escasos, al igual que “e” también la podemos encontrar a principios del
XVI, sobre todo en textos notariales más conservadores.
LOCALIZACIÓN Y DATACIÓN.
Para concluir podemos decir que la apócope extrema nos marca como fecha ad quo 1270,
mientras que la aparición de “c” por “k” nos indica como año ante quem 1150. Teniendo en cuenta
las características fonéticas del texto, que se incluye en el período prealfonsí y los contenidos de
dicho texto, podríamos decir que nos encontramos ante un fragmento del Poema de Mio Cid (h.
1207).
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